Resumen Buscón
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Resumen Buscón
Primer Libro
Pablos vive en Segovia, es hijo único en una familia pobre donde su padre es un barbero ladrón (todo el mundo
sabía que robaba a sus cliente mientras les cortaba el pelo o les afeitaba) y su madre es una hechicera y
decían que hacía pactos con el diablo (se rumoreaba en el pueblo que Pablos era hijo de un criado). Cuando
empieza en la escuela es un chico que hace muchas travesuras. Allí se hace amigo de Don Diego Coronel, y
más tarde se hace su criado dejando la escuela y acompañando a su amo a una residencia regida por un
licenciado llamado Dómine Cabra, un hombre muy rácano que no les da de comer. Al enterarse el padre de
Don Diego de que uno de los chicos (compañero de su hijo) ha muerto de hambre, les saca de allí y manda a
su hijo a estudiar a Alcalá donde una vez más Pablos le acompaña. Allí don Diego se libra de las novatadas
gracias a su posición y a su dinero, pero Pablos sufre las crueldades de sus nuevos compañeros, aunque más
tarde cometiendo sus travesuras y a su facilidad para engañar a la gente se hace famoso y consigue hacer
amigos. Don Diego vuelve a casa obligado por su padre, ya que este se enteró de todas las fechorias que
estaba haciendo Pablos, y al mismo tiempo este recibe una carta de su tío donde le comunica que su padre ha
sido ahorcado por ladrón y que su madre espera en la prisión de la Santa Inquisición Toledo a ser condenada
por bruja. Pablos decide ir a Segovia a recoger su herencia y dejar sus estudios.
Segundo libro
En el camino en busca de su herencia, se encuentra a varios personajes curiosos, primero a un ingeniero
matemático, con el que conversa hasta llegar a Torrejón, pero decide proseguir su camino solo, más tarde a un
maestro de esgrima con el que pasa una noche en una posada de Rejas, pero siguen el viaje por separado,
luego a un poeta con el que llegó a Madrid y paso la noche allí. Saliendo de Madrid encontró a un soldado con
el que llego a Cercedilla y tras una partida de cartas con un ermitaño lo perdieron casi todo. Al día siguiente
separándose del soldado llega a Segovia y encuentra a su tío, que le invita a comer a su casa para pagarle la
herencia y conocer a unos amigos. Después de comer, acaban todos borrachos menos Pablos, que al día
siguiente recoge la herencia de su padre y dejándole una nota a su tío, se marcha diciéndole adiós y que no le
busque ya que no volverá por Segovia. Inicia su viaje hasta la corte, donde por el camino se encuentra un
hidalgo, que en realidad solo es un pobre noble arruinado, decide acompañarle a Madrid y enseñarle a
sobrevivir como él engañando a la Corte y haciéndose pasar por noble.
Tercer libro
Llegan a Madrid y empiezan a hacerse pasar por hidalgos viviendo con otros estafadores en una casa. Ocurren
algunos sucesos curiosos pero al final son descubiertos, lo que hace que la policía los arreste y los lleve a todos
a la cárcel por falsos. Narra unas anécdotas en la cárcel y es liberado tras sobornar a un escribano y al alguacil,
que con una de sus mentiras le hace creer que es primo del padre su mujer. Sus compañeros se quedan allí,
aunque más tarde marcha a Sevilla. Pablos se hospeda en una posada y se hace pasar por don Ramiro de
Guzmán, que por medio de alquilando caballos y contando una y otra vez el dinero, le toman como noble muy
rico y con mucho dinero de renta, pero un día, al intentar entrar por la ventana en la habitación de una dama
que le llamaba, cae en un tejado y regresa a la cárcel por ladrón, y otra vez consigue librarse gracias a unos
amigos que hacen creer al escribano que es un ayudante del rey. Vuelve a adoptar otro nombre, llamándose
esta vez Felipe de Tristán, conoce a dos nobles que le invitan a pasar el día con ellos, allí conoce a una dama a
la que se propone camelar, pero ya cuando casi lo tenían todo preparado para la boda, el primo de la joven
resultó ser Don Diego Coronel, que al poco descubrió quién era realmente Felipe de Tristán, y advirtió
rápidamente a los nobles del engaño. Don Diego decide darle un escarmiento, y mando a que le diesen una
paliza. Después de la paliza, herido, pasa unos días en una posada, en la que una noche la posadera
declarándole su amor a Pablos, son pillados juntos, a esta la detienen por el Santo Oficio y Pablos es obligado
a abandonar su cama aún malherido. Dado su mal estado decide mendigar, y ayudado de su muleta, consigue
hacer mucho dinero asociándose después con otro mendigo con el que hace amistad. Pero se cansa pronto de
la mendicidad y decide irse a Toledo con su dinero. Una vez allí se junta con un grupo de actores, el cuál uno
de ellos era compañero de Pablos de su estancia en Alcalá. Le invitan a entrar en la profesión, tiene bastante
éxito como actor y después de que el escritor de la obra no “triunfase” decide dedicarse también a escribir
comedias. También como escritor cobra renombre, pero un día es detenido el dueño de la compañía por la
policía y los actores se dispersan. A raíz de esto Pablos abandona su profesión y se enamora de una monja
que no le hace caso. Pablos decide abandonar la idea de cortejar a la monja y se va a Sevilla. Allí conoce a
unos ladrones con los que traba amistad, pero una noche, borrachos todos matan a un agente de justicia y son
perseguidos por la policía. Consiguen refugiarse en una iglesia y escapan días después, disfrazados. Pablos
decide huir a las Indias y probar suerte allí, pero, según dice, no lo consigue.
Resumen por capítulos.
Libro I
Capítulo I, En que cuenta quién es y de dónde.
Se presenta Don Pablos de niño, presenta al padre, a su madre y a su hermano. Su padre de profesión barbero
y ladrón. Su madre bruja, y su hermano murió de unos azotes en la cárcel, por robar. Pablos, quiere ir al
colegio, y sus padres discuten sobre su futuro oficio, al final se sale con la suya y va al colegio.
Recurso literario:“La madre hechizaba”: doble sentido de palabras, encantaba con trucos de magia y mediante
sus encantos.
Capítulo II, De cómo fui a la escuela y lo que en ella me sucedió.
Es el primer día de colegio, al profesor le cae bien, pero a sus compañeros no, por eso le ponen apodos del
oficio de su padre. En el colegio conoce al hijo del don Alonso Coronel, don Diego, y se hacen muy buenos
amigos.
En el colegio tiene varios percances, con un compañero de clase y con un hombre, al que llamo Poncio Pilato.
Salió escarmentado de ambas experiencias. El día de carnavales se lío una batalla de verdura, porque el burro
que llevaba Pablos, se comió un repollo. Después de tal desastre, Pablos decidió que no quería volver mas a su
casa, ni al colegio y que quería quedarse con Don Diego. Y así lo hizo.
Recurso Literario:“Llego el día, y salí en un caballo ético y mustio, el cual, mas de manco que de bien criado,
iba haciendo reverencias”, el caballo era cojo, por eso hacia reverencias.
Capítulo III, De cómo fui un pupilaje criado por Don Diego.
Don Alonso, al ver que los dos muchachos se negaban de ir al colegio, decidió ponerlos en pupilaje, con el
licenciado Cabra, en Segovia. Quevedo describe al licenciado Cabra, como el lacayo de la muerte. Utiliza
mucho la metáfora y la hipérbole.
El tema principal es el hambre, de ahí que esta palabra y todas las de la familia semántica aparezcan con
frecuencia.
Muere un mozo de hambre, el rumor se difunde y llega a oídos de don Alonso, el cual decide sacar a los
muchachos del pupilaje.
Recursos Literarios:Abunda las comparaciones, las metáforas, en la descripción del Licenciado Cabra. “La
sotana era milagrosa”, “era clérigo cerbatana”, “los brazos secos”... “El gaznate largo como de avestruz”,
“parecía lacayo de la muerte”.
Capítulo IV, De la convalecencia e ida a estudiar a Alcalá de Henares.
Don Alonso decide mandar a su hijo y a don Pablos, al cabo de unos meses de su recuperación de peso, a
Alcalá, a estudiar. En el trayecto hacia Alcalá, se paran a pasar la noche en un mesón, allí un grupo de
estudiantes (uno de ellos decía ser primo de don Diego), un cura y una mujercillas, le toman el pelo. Cenan
todos a costa de don Diego y les hacen novatadas al día siguiente.
Recursos Literarios:Decían los rufianes: no cene mucho, señor, que le hará mal.
Capítulo V, De la entrada de Alcalá, partes y burlas que me hicieron por nuevo.
Van desde el mesón del capitulo anterior, hacia Alcalá, a una casa alquilada.
A la llegada, amos iban a clase separados de los criados, por tanto, Pablos se quedo solo.
Unos chavales, alumnos de cursos superiores, comienzan a hacerle novatadas, le pegan, le marean, etc.
Pablos se lo cuenta a su amo. Esa misma noche vuelven a pegarles, esta vez a los cuatro criados que dormían
en la misma habitación. No saben quines fueron los autores de la paliza.
Recursos Literarios:Don Diego paga un dinero a los alumnos mas aventajados, así “compra” su protección,
estos le responden: “Viva el compañero, y sea admitido en nuestra amistad. Goce de las preeminencias de
antiguo. Pueda tener sarna, andar manchado y padecer el hambre que todos”.
Capítulo VI, De las crueldades del ama y travesuras que yo hice.
Pablos hace trastadas, mata a unos cerdos (que no son suyos) y luego hace un festín, engaña a la ama para
que le de diera dos pollos. Roba cajas de confites delante del confitero, y lo mas gordo robo las espadas al
rector y la justicia (supongo que hoy día la policía). Todo lo hacia con mentira y engaño, pero sus amigos le
reían la gracia, por lo que Pablos no paraba de hacer trastadas.
Recursos Literarios:El ama llamaba a los pollos: “Pío, pío...”, Pablos aprovecho para mentirle, le dijo que Pío
era cosa de papas, por tanto los pollos se habían comido al papa, para librarla de pecado le dice que el matara
a los pollos. Así, Pablos consigue los pollos.
Capítulo VII, De la idea de Don Diego, y nuevas de la madre de mi padre y mi madre, y la resolución que
tomé en mis cosas para adelante.
A Pablos le llega una carta, escrita por su tío, diciendo que su padre había muerto ajusticiado (ahorcado), y su
madre estaba en la cárcel.
Por otra parte, a Don Diego le llega también otra carta escrita por su padre, diciendo que había yodo de las
aventuras de Pablos y que no deseaba mas que estuvieran juntos.
Por tanto los muchachos se separan, ya que Pablos decide ir a conocer a su nuevo familiar y cobrar la parte de
una hacienda que le habían dejado sus padres.
Recursos Literarios:“El padre muere honradamente”, Quevedo ironiza, ya que el padre es juzgado por robos,
sin embargo, muere con honradez. En la carta describe que Clemente Pablo (padre de Pablos) muere con la
cabeza muy alta y sin miedo, Quevedo se refiere a esa honradez.
Libro II
Capítulo I, Del camino de Alcalá para Segovia, y de lo que me sucedió en él hasta Rejas, donde dormí
aquella noche.
De camino a Segovia para cobrar la herencia, se encuentra con un Ingeniero que resulta estar un poco loco.
Todo el camino tiene temas de conversación. Llegan a la posada, y allí, aun continua con sus temas. Se topa
con un robusto maestro, que le da un escarmiento, llega la noche y se acuestan después de cenar.
Recursos Literarios:“si bajaba el turco y de las fuerzas del rey”: tópico en las conversaciones de la época, como
lo es actualmente el hablar del tiempo. Son preámbulos a un posible dialogo mas interesante.
Capítulo II, De lo que me sucedió, hasta llegar a Madrid, con un poeta.
Se despide de su nuevo amigo, mientras iba pensando en su futuro, se topó con un clérigo muy viejo, que
también estaba un poco loco. Al llegar a Madrid se dirigen a una posada que conocía el clérigo.
Recursos Literario:“cinco mantos de papel”: 125 pliegos; cada mano tenia 25 pliegos. Aquí se refiere a la gran
extensión de la obra.
Capítulo III, DE lo que hice en Madrid y lo que me sucedió hasta llegar a Cercedilla, donde dormí.
En la posada, después de comer, Pablos lee la premática al clérigo. Mas tarde se despiden el uno del otro.
Pablos coge camino para el puerto, y en él conoce a un soldado. El hombre que da su vida por la patria, le
enseña todas sus heridas de combate, en la ingle, en la cabeza, etc... Poco después encontraron un ermitaño,
que también se dirigía al puerto.
Una vez llegados a Cercedilla, entraron en una posada, para pasar el rato decidieron jugar a cartas apostando
dinero, el ermitaño les engaño y se quedo con todo.
Al siguiente día, partieron camino hacia Segovia. A la llegada, se despide de su compañía y se va en busca de
su tío, al que encuentra en la plaza, ajusticiando a unos. Al acabar su tío con la faena, se marchan.
Recursos Literarios:“Poetas públicos y cantoneros”: recoge la expresión mujeres publicas y cantoneras. Al igual
que éstas, el poeta propone que se les recoja en Semana Santa para convertirlos a una vida recta.
Capítulo IV, Del hospedaje de mi tío, y visitas, la cobranza de mi hacienda y vuelta a la corte.
Pablos y su tío llegan a su casa. Alonso tiene unos invitados a comer aparte de su sobrino. Todos, menos
Pablos acaban borrachos. Mientras los demás pasan la borrachera durmiendo, Pablos se va a pasear por el
pueblo. Al regresar, echa a los invitados, aun medio borrachos, y habla con su tío sobre su hacienda. Este le da
el dinero. Pablos decide irse sin que su tío se de cuenta.
Recursos Literarios:Quevedo hace aquí un alarde de ingenio a la hora e describir a un personaje en poquísimas
palabras, empleando un recurso hiperbólico (mas...que). Mediante esta técnica, se parte de un concepto que se
ve magnificado de tal manera que tras la comparación resulta irreconocible.
Capítulo V, De mi huida, y los sucesos en ella hasta la corte.
Pablos se despide de su tío con una carta, diciendo el ella que no quiere saber mas de él. Coge camino hacia
Madrid, a la corte. Por el camino se encuentra a un hombre que dice ser hidalgo, este le cuenta como sobrevivir
en la corte, ya que él ha estado varias veces antes.
Recursos Literarios:También en el Lazarillo se presenta a un caballero pobre, pero a diferencia de éste,
Quevedo nos presenta a un personaje truhán y pícaro. Sin duda, el arte verbal y la critica a estos personajes,
frecuentes en la época, hacen posible el cambio.
Capítulo VI, En que prosigue el camino y lo prometido de su vida y costumbres.
El falso hidalgo, le da lecciones todo el capitulo. Enseña a Pablos a comportarse, a mentir, a aprovecharse de
las situaciones, etc, etc... Llegan a una posada y pasan la noche. A la mañana siguiente madrugan y van
camino hacia Madrid.
Recursos Literarios:En este capitulo se nos ofrecen dos de los ejemplos mas característicos del arte de
Quevedo. Consigue animar a seres inertes dándoles una genealogía como si de una familia se tratase.
Libro III
Capítulo I, De lo que me sucedió en la corte luego que llegué hasta que amaneció.
Llegan a casa de un conocido de don Toribio Rodríguez Vallejo Gómez de Ampuerto y Jordán (el que se hacia
pasar por hidalgo), y poco a poco van apareciendo mas personajes, todos embusteros y vividores del cuento.
Los cuatro amigos vivían juntos y acogieron al hidalgo y a Pablos.
Quevedo describe el “oficio” de cada uno, así va enseñando a Pablos la nueva forma de ganarse la vida.
Recursos Literarios:Quevedo en este capítulo usa la descripción, sobretodo de las vestimentas ridiculizadas, ya
que presumían de lo que no eran ni tenían.
Capítulo II, En que prosigue la materia comenzada y otros raros sucesos.
Pablos empieza su primer día como personaje noble, le visten con trapos, unos remiendos y listo. Por ser el
novato se marcha con su amigo, mas tarde deciden separarse para comer. Pablos ve de casualidad a un
licenciado, antiguo amigo, y como quien no quiere la cosa, se invita el solo a comer. Al anochecer vuelve a la
casa compartida por sus semejantes en oficio.
Recursos Literarios:Quevedo utiliza mucho la descripción y por tanto la comparación: “... con mas agujeros que
una flauta, y mas remiendos que una arpía, y mas manchas que un jaspe, y mas puntos que un libro de
música,...”
Capítulo III, En que prosigue la misma materia, hasta dar con todos en la cárcel.
Es descubierto y encerrado en la cárcel, tanto Pablos como todos sus amigos.
Recursos Literarios:En este breve capitulo, también emplea comparaciones, muy exageradas: “... los piojos
eran cilicios, y el hambre canina eran ayunos voluntarios...”
Capítulo IV, En que se describe la cárcel y lo que sucedió en ella, hasta salir la vieja azotada, los
compañeros en la vergüenza y yo en fiado.
En este capítulo, nos cuenta como consigue sobornar al carcelero para que no le azoten. Poco a poco se gana
su confianza y logra que lo dejen libre, el carcelero le invita a comer y finge ser pariente de la mujer de éste.
Los amigos con condenados, azotados y desterrados seis años.
Recursos Literarios:“Condenáronme todos; yo me disculpaba con decir que en toda la noche me habían dejado
cerrar los ojos, a puro abrir los suyos.” Es frecuente en la obra de Quevedo la abundancia de chistes de
carácter escatológico. Este es unos de los capítulos en donde mas se pone de manifiesto esta característica.
Capítulo V, De como tome posada, y de la desgracia que me sucedió en ella.
Pablos que cambia de nombre, se llama ahora Ramiro de Guzmán, decide ir a una posada, donde conoce a
una moza, la hija de los dueños, llamada Berenguela de Rebolledo. Los demás huéspedes suspiran por ella,
por lo que Pablos decide mas que nunca se hace pasar por rico. La dama es conquistada por sus mentiras, y
ésta le invita a pasar la noche juntos. Le dice que vaya a su habitación por el tejado. Pablos tiene tan mala
suerte que el tejado se cae, despierta a los dueños y es apalizado y encarcelado.
Recursos Literarios:Quevedo emplea en este capítulo, como ocurrió con el capitulo del maestro Cabra, la
repetición de una palabra que se constituye como el centro en torno al cual se van agrupando unas ideas hasta
completar el retrato. La moza presentada, cuya principal virtud está en la belleza de sus manos, tenía como
actividad principal el ser manoseada.
Capítulo VI, En que prosigue lo mismo, con otros varios sucesos.
Amanece en la cárcel y empiezan a azotarlo, en ese momento llegan el Portugués y el Catalán (dos huéspedes
de la posada, también pretendientes de la dama) y consiguen que lo suelten. Regresan a casa. Quieren casarlo
con la damita y él para escapar negocia con unos conocidos su secuestro, así se podría marchar si pagar sus
deudas y sin casarse.
Poco después conoce a unos noble, éstos le presentan a unas damas ricas, pero viejas, aun así, Pablos intenta
camelarla.
Recursos Literarios:Ya vimos en otras ocasiones que Quevedo emplea el diminutivo no con un matiz
empequeñecedor, sino irónico. En este capítulo utiliza “doncellitas”, a lo que hace referencia precisamente a lo
contrario, a la vejez de las damas.
Capítulo VII, En que prosigue el cuento con otros sucesos y desgracias notables.
En este capitulo vuelve a cambiar de nombre, aquí dice llamarse Don Felipe Tristán.
Llega a la casa del campo donde estaban las dos damas del capítulo anterior, una de ellas tiene sobrinas
solteras, y quería a Pablos para ser marido de una de ellas. A él le gusta doña Ana, es mas hermosa que la
otra.
Cuando iban a merendar se aproxima un caballero, que no es otro que Don Diego Coronel. Pasa desapercibido
y al acabar la merienda se marchan. Se va con sus compañeros de casa, y van a jugar a las cartas, donde
Pablos gana mucho dinero.
Al día siguiente, alquila un caballo y pasa por delante de la casa de su amada, se cae y Don Diego empieza a
sospechar de él. Regresa a casa y se da cuenta que sus dos compañeros se habían marchado con su dinero.
Se ve solo, sin dinero y fracasado en su intento de conquistar a doña Ana.
Don Diego confirma sus sospechas y manda que le den una paliza. Pablos queda destrozado, emocional y
físicamente.
Recursos Literarios:Descripción de personajes, entre ellos doña Ana, dice que tiene una “buena nariz”,Quevedo
nos da a entender en los ideales de belleza de la época.
Capítulo VIII, De mi cura y otros sucesos peregrinos.
Pablos después de la paliza es recogido por la justicia (policía) y llevado a una posada, donde había muchas
“señoritas”. La vieja que se ocupaba de todo es apresada por alcahueta y hechicera, y Pablos, aún malherido,
se quedo unos días para descansar.
Alos ocho días tuvo que marcharse, sin dinero, sin amigos... Decide ponerse a mendigar. En su nuevo oficio
conoce a un mendigo, Valcázar, el cual le enseña el arte de mendigar y en poco tiempo consigue reunir dinero y
comprarse ropa nueva, espada y sombrero, y así irse a Toledo, donde no conocía a nadie y nadie le conocía a
él.
Recursos Literarios:Utiliza muchos refranes y cultura popular como:”dime con quien andas, y te diré quien eres”,
“cada oveja con su pareja”,....
Capítulo IX, En que me hago representante, poeta y galán de monjas cuyas propiedades se
descubrenlindamente.
Se dirige hacia Toledo, en el camino ve a gente con unas caravanas, por suerte conoce a uno de jóvenes que
iban en las carrozas y se decide hacer el camino juntos. Pablos descubre su arte como guionista y se queda en
el grupo escribiendo guiones y representando de vez en cuando. Aquí vuelve a cambiar de nombre, esta vez se
llama Alonso, de apodo “el cruel.” Se anima y escribe como poeta.
Un día es detenido el dueño de la compañía por la policía y los actores se dispersan. A raiz de esto Pablos
abandona su profesión y se enamora de una monja. Acude a misa con frecuencia, pero la monja no le hace
caso.
Pablos ante su derrota amorosa decide marcharse a Sevilla a probar suerte.
Recursos Literarios:“Con su <<bu, bu>> al salir, y <<ri, ri>> al entrar”, hace referencia a motivos estructurales
típicos de las comedias de santos.
Capítulo X, De lo que sucedió en Sevilla hasta embarcarme a Indias.
A su llegada a Sevilla conoce a unos ladrones con los que se lleva bien. Su “ayo” como dice Pablos se llama
Matorrales. Por la noche celebran su llegada, cenan, beben, y terminan borrachos. Al regresar a casa, se
encuentran con la ronda, la policía, y matan a uno de ellos. Son perseguidos por la justicia, aunque nunca son
pillados. Ante tan mala suerte deciden irse a las Indias, para ver si cambia su suerte aunque no parece irle
mejor.
Recursos Literario:“y haga vecé de la j, ,h y de la h, j. Diga conmigo: jerida, mojino, jumo, pahería, mohar,
habalí, y harro de vino”. Quevedo caracteriza a sus personajes por el habla. En este caso el amigo de Pablos,
queda caracterizado por el habla del bajo mundo sevillano.
Quevedo le da un toque humorístico y de cierta forma critica a los sevillanos de bebedores. “y bebieron a mi
honra, que yo, de ninguna manera, hasta que vi beber, no sabia que tenia tanta...”
MORALEJA:Nunca mejora su estado quien muda solamente de lugar, y no de vida y costumbres.
3. Tema.
Puedo decir que el tema del libro es un hombre que desde niño va buscando ser un señor, cosa que nunca
será. Por eso el nombre de la novela “el Buscón”.
Pablos: es el protagonista de la historia, más conocido como el Buscón. Al igual que su padre, es segoviano y
lleva parte de su nombre de pila. Su infancia está marcada por conflictos familiares, lo que le llevan a ser un
pícaro durante el resto de su vida. Personaje tipo que representa al pícaro del siglo XVII. No muy bien vestido y
con unos hábitos, lenguaje y comportamientos pícaros, propios de cualquier pícaro de su época. Su lengua es
el castellano del siglo XVII con las expresiones propias de su clase y condición social a la que pertenece. En
ocasiones y según le conviene, adopta otros nombres de personas conocidas como: Álvaro de Córdoba,
Ramiro de Guzmán y Felipe Tristán.
Cita: “Hubo grandes diferencias entre mis padres sobre a quién había de imitar en el oficio, mas yo, que
siempre tuve pensamientos de caballero desde chiquito, nunca me apliqué a uno ni a otro”, “Metílos en paz,
diciendo que yo quería aprender virtud resueltamente, e ir con mis buenos pensamientos adelante. Y así, que
me pusiesen en la escuela pues sin ller ni escribir, no se podía hacer nada”, “Yo que vi que duraba mucho este
negocio, y más la fortuna en perseguirme, no de escarmentado - que no soy tan cuerdo-, sino de cansado,
como obstinado pecador, determiné, consultándolo primero con la Gramal, de pasarme a Indias con ellas, a ver
si, mudando mundo y tierra, mejoraría mi suerte”.
Personajes secundarios
Clemente Pablo: Es el padre de Pablos. Natural de Segovia. Trabajaba como barbero, aunque todos conocían
su verdadero oficio que consistía en robar a sus clientes mientras les afeitaba o les cortaba el pelo. De hecho,
Clemente Pablo muere ahorcado por este delito. Tanto sus formas de hablar como de actuar no eran de mucho
fiar teniendo en cuenta su segundo oficio.
Cita: “Fue, tal como todos dicen, de oficio barbero; aunque eran altos sus pensamientos, que se corría de que le
llamasen así, diciendo que él era tundidor de mejillas y sastre de barbas. Dicen que era de muy buena cepa, y,
según él bebía es cosa para crecer” […] “Probósele que, a todos los que hacía la barba a navaja, mientras les
daba con el agua, levantándosles la cara para el lavatorio, un mi hermanico de siete años les sacaba muy a su
salvo los tuétanos de las faldriqueras”.
Aldonza de San Pedro: Nombre vulgar de aquella época con el que Quevedo, de manera sarcástica, decide
llamar a esta mujer en honor a su forma de ser y actuar. Este nombre ya había sido utilizado por Cervantes
para designar a doña Dulcinea del Toboso en su famoso Quijote. Es la madre de Pablos. Su oficio no era
ningún secreto. Era bruja y las malas lenguas decían que hacía pactos con el diablo. Por este motivo fue
juzgada y condenada.
Cita: “Sospenchábase en el pueblo que no era cristiana vieja, aunque ella, por los nombres y sobrenombres de
sus pasados, quiso esforzar que era descendiente de la letanía” […] “Un día, alabándomela una vieja que me
crió, decía que era ta su agrado, que hechizaba a cuantos la trataban. Sólo diz que se dijo no sé qué de un
cabrón y volar, lo cual la puso cerca de que la diese plumas con que lo hiciese en público. Unos la llamaban
zurcidora de gustos; otros, algebrista de voluntades desconcertadas, y por mal nombre de alcahueta. Para unos
era tercera, primera para otros, y flux para los dineros de todos.”
Don Diego Coronel: Amigo inseparable de Pablos con el que pasa una importante etapa de su vida. La
presencia de Diego es un factor determinante a lo largo de la vida de Pablos, tanto en la escuela, como con
Dómine Cabra, como en Alcala, como más tarde cuando cree conocer a su futura esposa, siendo esta prima de
Don Diego. Don Diego varía a través del libro como un personaje que es a la vez ayudante y oponente en los
fines del Buscón. Al inicio lo ayuda a alcanzar sus fines ya que lo acerca más a la sociedad elitista a la cual él
desea pertenecer. Pero al final lo aleja de esta sociedad ya que lo delata frente a la mujer que él va a tomar
para sí, de la cual se va a aprovechar
Cita: “En todo esto, siempre me visitaba aquel hijo de Don Alonso de Zúñiga, que se llamaba Don Diego,
porque me quería bien naturalmente, que yo troncaba con él los peones si eran mejores los míos, dábale de lo
que almorzaba y no le pedía de lo él comía...”.
Don Alonso Coronel de Zúñiga: Padre de Don Diego. Persona hospitalaria que al ver lo bien que se lleva con
Pablos, decide hacerle su criado y llevarles a la escuela del Licencia Dómne Cabra, y tras salvarles de aquí a
Alcala.
Cita: “Llegábame, de todos, a los hijos de caballeros y personas principales, y particularmente a un hijo de Don
Alonso Coronel de Zúñiga, con el cual juntaba meriendas. Íbame a su casa a jugar los días de fiesta, y
acompañábale cada día”.[…] “Así que, los más días, sus padres del caballerito (Don Diego), viendo cuánto le
regocijaba mi compañía, rogaban a los míos que me dejasen con él a comer y cenar y aun a dormir los más
días”.
El licenciado Dómine Cabra: También a éste le aplica Quevedo un nombre burlesco, pues dómine quiere
significar persona que finge ser experto en enseñar sin serlo. Dueño de una casa de estudiantes cuya
característica más destacada es la tacañería. En él Quevedo intenta reflejar las personas miserables que viven
a costa de aprovecharse de los demás.
Cita: “Él era un clérigo cerbatana, largo sólo en el talle, una cabeza pequeña, pelo bermejo (no hay más que
decir para quien sabe el refrán), los ojos avecinados en el cogote, que parecía que miraba por cuévanos, tan
hundidos y escuros, que era buen sitio el suyo para tiendas de mercaderes; la nariz, entre Roma y Francia,
porque se le había comido de unas búas de resfriado, que aun no fueron de vicio porque cuestan dinero; las
barbas descoloridas de miedo de la boca vecina, que, de pura hambre, parecía que amenazaba a comérselas;
los dientes, le faltaban no sé cuantos, y pienso que por holgazanes y vagabundos se los haabían desterrado; el
gaznate largo como de avestruz, con una nuez tan salida, que parecía se iba a buscar de comer forzada la
necesidad; los brazos secos, las manos como un manojo de sarmientos cada una”.
Los estudiantes de Alcalá de Henares: Compañeros estudiantes, crueles y salvajes que se burlan de Pablos
y se aprovechan de Diego. No es difícil adivinar sus formas de vestir, hablar, y actuar. Aunque más tarde y por
picaría de Pablos consiguió hacer amigos, a los que luego les daría pena despedirse de ellos.
Cita: “Y con esto todos (estudiantes) se apartaron tapándose las narices. […] Comenzaron a escarbar y tocar al
arma, y en las toses y abrir y cerrar de las bocas, vi que se me aparejaban gargajos. En esto, un manchegazo
acatarrado hízome alarde de uno terrible… […]. Yo estaba cubierto el rostro con la capa, y tan blanco, que
todos tiraban a mí; y era de ver cómo tomaban la puntería”. “Dios sabe lo que sentí el dejar tantos amigos y
apasionados, que eran sin número”.
Alonso Ramplón: Tío de Pablos, vividor y juerguista que se lo pasa bien con sus amigos y se acuerda de su
sobrino cuando se queda huérfano de padres y tiene que cobrar la herencia. También a este le aplica Quevedo
un nombre que no le va nada mal, pues ramplón significa persona mísera y tosca.
Cita: “Hombre allegado a toda virtud y muy conocido en Segovia por lo que era allegado a la justicia, pues
cuantas allí se habían hecho, de cuarenta años a esta parte, han pasado por sus manos .Verdugo era, si va a
decir la verdad, pero un águila en el oficio; vérsele hacer daba gana a uno de dejarse ahorcar”.
Los acompañantes con quienes se encuentra por el camino: Un loco, un fanático de esgrima, un clérigo, un
soldado, un ermitaño, un hidalgo, los amigos de las posadas, los ladrones de Sevilla etc. Todos ellos vividores
del cuento, farsantes y engañadores, personajes sin escrúpulos ni vergüenza, que se aprovechan de todo el
que pillan por delante, roban, mienten etc. Aunque algunos de ellos le prestan ayuda, no es menos cierto que
otros se aprovechan de él e incluso le despojan de los pocos dineros que posee.
Cita: “Encontré con un hombre en un macho de albarda, el cual iba hablando entre sí con muy gran prisa, y tan
embebecido, que, aun estando a su lado no me veía.” “Dios y enhorabuena, desde lejos, vi una mula suelta, y
un hombre junto a ella a pie, que, mirando a un libro, hacía rayas que medía con un compás. Daba vueltas y
saltos a un lado y a otro, hacía con ellos mil cosas saltando.” “En estas razones y discurso iba, cuando topé con
un clérigo muy viejo en una mula, que iba caminando de Madrid. Trabamos plática, y luego me preguntó que de
dónde venía…”.
Los falsos nobles: Amigos con los que Pablos sobrevive en la corte, aunque luego son todos detenidos y van
a la cárcel.
Cita: “Yo iba caballero en el rucio de la Mancha, y bien deseoso de no topar con nadie, cuando desde lejos vi
venir un hidalgo de portante, con su capa puesta, espada ceñida, calzas atacadas y botas, y al parece bien
puesto, el cuello abierto, el sombrero de lado.” “Traía cada una un real de porte, y eran hechas por él mismo;
ponía la firma de quién le parecía, escribía nuevas que inventaban a las personas más honradas, y dábalas en
aquel traje, cobrando los portes. Y esto hacía cada mes, cosa que me espantó ver la novedad de la vida”.
La dama guapa de la Casa de Campo, llamada Ana: Se enamora tan locamente de ella y de su riqueza que
es lo que le hace que le den una paliza al ser esta prima de Don Diego, antiguo amo de Pablos.
Cita: “Llegáronse a mí las viejas a hacerme regalos, y hoguéme de ver descuebiertas las niñas, porque no he
visto, desde que Dios me crió, tan lida cosa como aquella en quien yo tenía asentado el matrimonio: blanca,
rubia, colorada, boca pequeña, dientes menudos y espesos, buena nariz, ojos rasgados y verdes, alta de
cuerpo, lindas manazas y zazosita.”
Componentes del grupo de teatro: Compañeros que se encuentra Pablos con los que inicia su viaje a Toledo
y encuentra fama como actor y más tarde como escritor.
Cita: “Topé en un paraje una compañía de farsantes que iban a Toledo. Llevaban tres carros, y quiso Dios que,
entre los compañeros, iba uno que lo había sido mío del estudio en Alcalá, y había renegado y metídose al
oficio.”
Una religiosa: De la que se enamora Pablo sin ser correspondido en su amor.
Cita: “Regalábame la mujer con cuidado, y habíame dicho que sólo sentía que fuese farsante, porque yo había
fingido que era hijo de un gran caballero, y dábala compasión.” “Estuve gran rato en la iglesia, hasta que
empezaron vísperas. ílas todas, que por esto llaman a los enamorados de monjas <solenes enamorados>, por
lo que tienen de vísperas, y tienen también que nunca salen de vísperas del contento, porque no se les llega el
día jamás.”, “Lo que la monja hizo de sentimiento, más por lo que la llevaba que por mí, considérelo el pío
lector”.
ESPACIO Y TIEMPO
A través de las experiencias y vivencias de Pablos vamos conociendo el espacio en el que se desarrolla la
acción.
Los lugares en los que se desarrolla el libro, exceptuando su viaje a la India del que no sabemos si se llega a ir,
todos los lugares por los que viaja son españoles. Son ámbitos urbanos, Segovia, Madrid, Alcalá de Henares,
Toledo y Sevilla, exceptuando Cercedilla y otros lugares rurales por los que pasa. Los lugares están articulados
en núcleos de población muy concretos, que son los mencionados anteriormente. Nos dan una idea muy exacta
del lugar o lugares donde se desarrolla la acción y una idea de jerarquización ya que el autor ha sabido elegir el
espacio adecuado y dentro de él los lugares preferidos y los que ha considerado más representativos.
Cita: ““En estas pláticas, llegamos a Rejas. Apeámonos en una posada y, al apearnos…”, “Trabamos plática, y
luego me preguntó que de dónde venía; yo le dije que de Alcalá.-<Maldiga Dios>-dijo él- >tan mala gente
como hay en este pueblo, pues falta entre todos un hombre de discurso>”,
El tiempo transcurrido es desde la infancia de Pablos hasta su adultez, desarrollándose en el S. XVII, y
afectando al argumento en la manera en la que se relatan los hechos y en como vivían en aquella época, tanto
sus vestimentas, como su manera de hablar, como se trasladaban de un lugar a otro, existían los nobles y la
corte, etc…
La narración está escrita en castellano antiguo y es lineal de principio a fin, ya que vemos como va el libro
desarrolla gran parte de la vida de, y el autor nos lo cuenta paso a paso, casi sin saltarse nada, aunque existes
algunas elipsis temporales cortas, ya que por ejemplo se salta toda la niñez de Pablo sin darnos muchas
explicaciones, y cuando esta en la escuela no nos lo cuenta día a día, como hace en el viaje desde que sale de
Alcala hasta que se encuentra con su tío. En el texto no se desarrollan acontecimientos paralelos, ya que lo
cuenta todo paso a paso y con todo tipo de detalles en la mayor parte del libro.
Cita: “Estuve en la casa curándome ocho días, y apenas podía salir…”
La relación entre el desarrollo de los acontecimientos y el tiempo es más bien lenta en la primera parte de la
historia, esto se debe a que se esta describiendo los inicios del Buscón. Esto posee suma importancia pues la
razón por la cual el personaje, según el autor, nunca se puede superar en la vida, es precisamente por su
procedencia. El hacer énfasis sobre sus comienzos se vuelve entonces primordial, de ahí lo pausado del relato
al principio.
Por otra parte, es parece que en la segunda parte del relato, al ritmo lento que existía en la primera parte se le
añade un ritmo algo más deprisaacelerado. De hecho se relata las diferentes peripecias experimentadas por
Pablos en su momento de apogeo. En efecto, el ritmo lento traduce los momentos de estabilidad en la vida del
Buscón; mientras que el ritmo acelerado refleja los conflictos que constantemente lo atormentan.
Finalmente, en la última parte de esta obra, se puede notar, contrariamente a la primera parte del escrito de
Quevedo, la presencia de un ritmo rápido, acelerado. De hecho, el buscón ya ha sido víctima de muchas
desgracias. Se puede decir, que el ritmo acelerado tiene como objetivo subrayar los sentimientos de ansias y
frustración al ver que sus sueños no logran cumplirse y realizarse.
Cita: “Determiné de salirme de la corte, y tomar mi camino para Toledo, donde ni conocí ni me conocía nadie. Al
fin, ya me determiné. Compré un vestido pardo, cuello y espada, y despedíme de Valcázar, que era el pobre
que dije, y busqué por los mesones en qué ir a Toledo”.
TÉCNICA ESTILÍSTICAS
Quevedo utiliza diferentes registros de lengua en su escrito. Se ve como entre pícaros se habla un registro
popular y bajo. En cambio cuando se dirige a algún noble o clérigo hace uso de un registro más elaborado, lo
cual podría referirse al deseo de superación del Buscón quién por medio de la lengua intenta acercase un poco
más a la nobleza.
El estilo que más predomina es el narrativo, aunque si insiste mucho en describirlo todo con el máximo detalle y
no utiliza los diálogos a la hora de expresar las conversaciones que tiene con la gente que se va encontrando,
sino que lo usa entre guiones para así expresar y que podamos entender como eran realmente esos
personajes.
Por otra parte se nota la presencia de múltiples figuras estilísticas donde las hipérboles y metáforas son las
dominantes. Por un lado, se ve como las metáforas tienen un objetivo cómico, al mostrar la ingenuidad del
personaje al soñar tan alto, más allá de sus posibilidades. Por otro lado, las hipérboles tienen como objetivo
realzar los sentimientos y emociones de dolor en este caso, frente al sufrimiento existente en su vida por todos
los obstáculos que le impiden llegar a ser quién él desea.
No se muestra diferencia entre la forma de hablar cuando interviene alguno de los personajes y la forma en la
que nos narra y nos describe las secuencias, ya que todos hablan en castellano antiguo, lengua que se usaba
en aquella época.
El lenguaje por el que se caracteriza al relato es el expresionista. Lo que más me ha llamado la atención, es la
forma en la que el protagonista aún siendo de clase baja, intenta por todos los medios subir de categoría a
través del habla, tratando a todo el mundo de Vds. y con esa educación pareciendo ser de la alta categoría.
Cita: “Y como digo, él estaba entre ellas, hecho un Macías, diciéndoles más dulzuras que Ovidio escribió. Pero
como sintieron dél que estaba bien enternecido, no se les hizo de vergüenza pedirle de almorzar con el
acostumbrado pago.
Él, sintiéndose tan frío de bolsa cuando estaba caliente del estómago, tomóle tal calofrío que le robó la color del
gesto, y comenzó a turbarse en la plática y aponer excusas no validas.
Ellas, que debían ser bien instituidas, como le sintieron la enfermedad, dejárosle para el que era.”
Libro segundo
Capítulo I
Del camino de Alcalá para Segovia, y de lo que le
sucedió en él hasta Rejas, donde durmió aquella noche
Llegó el día de apartarme de la mejor vida que hallo haber pasado. Dios sabe lo que sentí el
dejar tantos amigos y apasionados, que eran sin número. Vendí lo poco que tenía de secreto,
para el camino, y con ayuda de unos embustes hice hasta seiscientos reales. Alquilé una mula y
salíme de la posada, adonde ya no tenía que sacar más de mi sombra. ¿Quién contará las
angustias del zapatero por lo fiado, las solicitudes del ama por el salario, las voces del huésped
de la casa por el arrendamiento? Uno decía: -«¡Siempre me lo dijo el corazón!»; otro: -«¡Bien
me decían a mí que este era un trampista!». Al fin, yo salí tan bienquisto del pueblo que dejé con
mi ausencia a la mitad de él llorando y a la otra mitad riéndose de los que lloraban.
Yo me iba entreteniendo por el camino considerando en estas cosas, cuando pasado Torote,
encontré con un hombre en un macho de albarda, el cual iba hablando entre sí con muy gran
prisa y tan embebecido, que aun estando a su lado no me veía. Saludéle y saludóme; preguntéle
dónde iba, y después que nos pagamos las respuestas, comenzamos luego a tratar de si bajaba el
turco y de las fuerzas del Rey. Comenzó a decir de qué manera se podía conquistar la Tierra
Santa y cómo se ganaría Argel, en los cuales discursos eché de ver que era loco repúblico y de
gobierno.
Proseguimos en la conversación (propia de pícaros), y venimos a dar de una cosa en otra, en
Flandes. Aquí fue ello, que empezó a suspirar y a decir:
-Más me cuestan a mí esos estados que al Rey, porque ha catorce años que ando con un arbitrio
que, si como es imposible no lo fuera, ya estuviera todo sosegado.
-¿Qué cosa puede ser -le dije yo- que, conviniendo tanto, sea imposible y no se pueda hacer?
-¿Quién le dice a V. Md. -dijo luego- que no se pueda hacer?. Hacerse puede, que ser imposible
es otra cosa. Y si no fuera por dar pesadumbre, le contara a V. Md. lo que es; pero allá se verá,
que agora lo pienso imprimir con otros trabajillos, entre los cuales le doy al Rey modo de ganar
a Ostende por dos caminos.
Roguéle que me los dijese, y al punto, sacando de las faldriqueras un gran papel, me mostró
pintado el fuerte del enemigo y el nuestro, y dijo:
-Bien ve V. Md. que la dificultad de todo está en este pedazo de mar..., pues yo doy orden de
chuparle todo con esponjas y quitarle de allí.
Di yo con este desatino una gran risada, y él entonces mirándome a la cara, me dijo:
-A nadie se lo he dicho que no haya hecho otro tanto, que a todos les da gran contento.
-Ese tengo yo, por cierto -le dije-, de oír cosa tan nueva y tan bien fundada, pero advierta V. Md.
que ya que chupe el agua que hubiere entonces, tornará luego la mar a echar más.
-No hará la mar tal cosa que lo tengo yo eso muy apurado -me respondió-, y no hay que tratar;
fuera de que yo tengo pensada una invención para hundir la mar por aquella parte doce estados.
No lo osé replicar de miedo que me dijese que tenía arbitrio para tirar el cielo acá abajo. No vi
en mi vida tan gran orate. Decíame que Joanelo no había hecho nada, que él trazaba agora de
subir toda el agua de Tajo a Toledo de otra manera más fácil. Y sabido lo que era, dijo que por
ensalmo: ¡Mire V. Md. quién tal oyó en el mundo! Y al cabo, me dijo:
-Y no lo pienso poner en ejecución si primero el Rey no me da una encomienda, que la puedo
tener muy bien, y tengo una ejecutoria muy honrada.
Con estas pláticas y desconciertos llegamos a Torrejón, donde se quedó, que venía a ver una
parienta suya.
Yo pasé adelante pereciéndome de risa de los arbitrios en que ocupaba el tiempo, cuando, Dios y
enhorabuena, desde lejos vi una mula suelta y un hombre junto a ella a pie, que mirando a un
libro hacía unas rayas que medía con un compás. Daba vueltas y saltos a un lado y a otro, y de
rato en rato, poniendo un dedo encima de otro, hacía con ellos mil cosas saltando. Yo confieso
que entendí por gran rato (que me paré desde lejos a verlo) que era encantador, y casi no me
determinaba a pasar. Al fin me determiné, y llegando cerca, sintióme, cerró el libro, y al poner el
pie en el estribo, resbalósele y cayó. Levantéle, y díjome:
-No tomé bien el medio de proporción para hacer la circunferencia al subir.
Yo no le entendí lo que me dijo y luego temí lo que era, porque más desatinado hombre no ha
nacido de las mujeres. Preguntóme si iba a Madrid por línea recta o si iba por camino
circunflejo. Yo, aunque no lo entendí, le dije que circunflejo. Preguntóme cúya era la espada que
llevaba al lado. Respondíle que mía, y mirándola, dijo:
-Esos gavilanes habían de ser más largos, para reparar los tajos que se forman sobre el centro de
las estocadas.
Y empezó a meter una parola tan grande que me forzó a preguntarle qué materia profesaba.
Díjome que él era diestro verdadero y que lo haría bueno en cualquiera parte. Yo, movido a risa,
le dije:
-Pues, en verdad, que por lo que yo vi hacer a V. Md. en el campo denantes, que más le tenía por
encantador, viendo los círculos.
-Eso -me dijo- era que se me ofreció una treta por el cuarto círculo con el compás mayor,
continuando la espada para matar sin confesión al contrario, porque no diga quién lo hizo y
estaba poniéndolo en términos de matemática.
-¿Es posible -le dije yo- que hay matemática en eso?
-No solamente matemática -dijo-, mas teología, filosofía, música y medicina.
-Esa postrera no lo dudo, pues se trata de matar en esa arte.
-No os burléis -me dijo-, que agora aprendo yo la limpiadera contra la espada, haciendo los tajos
mayores que comprehenden en sí las aspirales de la espada.
-No entiendo cosa de cuantas me decís, chica ni grande.
-Pues este libro las dice -me respondió-, que se llama Grandezas de la espada, y es muy bueno y
dice milagros; y para que lo creáis, en Rejas que dormiremos esta noche, con dos asadores me
veréis hacer maravillas. Y no dudéis que cualquiera que leyere en este libro matará a todos los
que quisiere.
-U ese libro enseña a ser pestes a los hombres u le compuso algún doctor.
-¿Cómo doctor? Bien lo entiende -me dijo-: es un gran sabio y aun estoy por decir más.
En estas pláticas llegamos a Rejas. Apeámonos en una posada y al apearnos me advirtió con
grandes voces que hiciese un ángulo obtuso con las piernas, y que reduciéndolas a líneas
paralelas me pusiese perpendicular en el suelo. El huésped, que me vio reír y le vio, preguntóme
que si era indio aquel caballero, que hablaba de aquella suerte. Pensé con esto perder el juicio.
Llegóse luego al güésped, y díjole:
-Señor, déme dos asadores para dos o tres ángulos, que al momento se los volveré.
-¡Jesús! -dijo el huésped-, déme V. Md. acá los ángulos, que mi mujer los asará; aunque aves
son que no las he oído nombrar.
-¡Que no son aves! -dijo volviéndose a mí-. Mire V. Md. lo que es no saber. Déme los asadores,
que no los quiero sino para esgrimir; que quizá le valdrá más lo que me viere hacer hoy que todo
lo que ha ganado en su vida.
En fin, los asadores estaban ocupados y hubimos de tomar dos cucharones. No se ha visto cosa
tan digna de risa en el mundo. Daba un salto y decía:
-Con este compás alcanzo más y gano los grados del perfil. Ahora me aprovecho del
movimiento remiso para matar el natural. Ésta había de ser cuchillada y éste tajo.
No llegaba a mí desde una legua y andaba alrededor con el cucharón, y como yo me estaba
quedo, parecían tretas contra olla que se sale. Díjome al fin:
-Esto es lo bueno y no las borracherías que enseñan estos bellacos maestros de esgrima, que no
saben sino beber.
No lo había acabado de decir, cuando de un aposento salió un mulatazo mostrando las presas,
con un sombrero enjerto en guardasol y un coleto de ante debajo de una ropilla suelta y llena de
cintas, zambo de piernas a lo águila imperial, la cara con un per signum crucis de inimicis suis,
la barba de ganchos, con unos bigotes de guardamano y una daga con más rejas que un locutorio
de monjas. Y, mirando al suelo, dijo:
-Yo soy examinado y traigo la carta, y por el sol que calienta los panes, que haga pedazos a
quien tratare mal a tanto buen hijo como profesa la destreza.
Yo que vi la ocasión, metíme en medio y dije que no hablaba con él, y que así no tenía por qué
picarse.
-Meta mano a la blanca si la trae y apuremos cuál es verdadera destreza, y déjese de cucharones.
El pobre de mi compañero abrió el libro, y dijo en altas voces:
-Este libro lo dice, y está impreso con licencia del Rey, y yo sustentaré que es verdad lo que
dice, con el cucharón y sin el cucharón, aquí y en otra parte, y, si no, midámoslo.
Y sacó el compás, y empezó a decir:
-Este ángulo es obtuso.
Y entonces, el maestro sacó la daga, y dijo:
-Y no sé quién es Ángulo ni Obtuso, ni en mi vida oí decir tales hombres, pero con esta en la
mano le haré yo pedazos.
Acometió al pobre diablo, el cual empezó a huir, dando saltos por la casa, diciendo:
-No me puede dar, que le he ganado los grados del perfil.
Metímoslos en paz el huésped y yo y otra gente que había, aunque de risa no me podía mover.
Metieron al buen hombre en su aposento, y a mí con él; cenamos, y acostámonos todos los de la
casa. Y a las dos de la mañana, levántase en camisa y empieza a andar a oscuras por el aposento,
dando saltos y diciendo en lengua matemática mil disparates. Despertóme a mí, y no contento
con esto, bajó el huésped para que le diese luz, diciendo que había hallado objeto fijo a la
estocada sagital por la cuerda. El huésped se daba a los diablos de que lo despertase, y tanto le
molestó que le llamó loco. Y con esto se subió y me dijo que si me quería levantar vería la treta
tan famosa que había hallado contra el turco y sus alfanjes. Y decía que luego se la quería ir a
enseñar al Rey, por ser en favor de los católicos.
En esto amaneció, vestímonos todos, pagamos la posada, hicímoslos amigos a él y al maestro, el
cual se apartó diciendo que el libro que alegaba mi compañero era bueno, pero que hacía más
locos que diestros, porque los más no le entendían.
Capítulo II
De lo que le sucedió hasta llegar a Madrid, con un poeta
Yo tomé mi camino para Madrid y él se despidió de mí por ir diferente jornada. Y ya que estaba
apartado, volvió con gran prisa, y llamándome a voces, estando en el campo donde no nos oía
nadie, me dijo al oído:
-Por vida de V. Md., que no diga nada de todos los altísimos secretos que le he comunicado en
materia de destreza, y guárdelo para sí, pues tiene buen entendimiento.
Yo le prometí de hacerlo, tornóse a partir de mí, y yo empecé a reírme del secreto tan gracioso.
Con esto caminé más de una legua que no topé persona. Iba yo entre mí pensando en las muchas
dificultades que tenía para profesar honra y virtud, pues había menester tapar primero la poca de
mis padres, y luego tener tanta que me desconociesen por ella. Y parecíanme a mí tan bien estos
pensamientos honrados, que yo me los agradecía a mí mismo. Decía a solas: «Más se me ha de
agradecer a mí, que no he tenido de quien aprender virtud ni a quien parecer en ella, que al que
la hereda de sus abuelos».
En estas razones y discursos iba, cuando topé un clérigo muy viejo en una mula, que iba camino
de Madrid. Trabamos plática y luego me preguntó que de dónde venía; yo le dije que de Alcalá.
-Maldiga Dios -dijo él- tan mala gente como hay en ese pueblo, pues falta entre todos un hombre
de discurso.
Preguntéle que cómo o por qué se podía decir tal de lugar donde asistían tantos doctos varones.
Y él, muy enojado dijo:
-¿Doctos? Yo le diré a V. Md. qué tan doctos, que habiendo más de catorce años que hago yo en
Majalahonda, donde he sido sacristán, las chanzonetas al Corpus y al Nacimiento, no me
premiaron en el cartel unos cantarcicos, y porque vea V. Md. la sinrazón, se los he de leer, que
yo sé que se holgará.
Y diciendo y haciendo, desenvainó una retahíla de copias pestilenciales, y por la primera, que
era ésta, se conocerán las demás:
Pastores, ¿no es lindo chiste,
que es hoy el señor san Corpus Criste?
Hoy es el día de las danzas
en que el Cordero sin mancilla
tanto se humilla,
que visita nuestras panzas,
y entre estas bienaventuranzas
entra en el humano buche.
Suene el lindo sacabuche,
pues nuestro bien consiste.
Pastores, ¿no es lindo chiste?
-¿Qué pudiera decir más -me dijo- el mismo inventor de los chistes? Mire qué misterios encierra
aquella palabra pastores: más me costó de un mes de estudio.
Yo no pude con esto tener la risa, que a borbollones se me salía por los ojos y narices, y dando
una gran carcajada, dije:
-¡Cosa admirable! Pero sólo reparo en que llama V. Md. señor san Corpus Criste, y Corpus
Christi no es santo sino el día de la institución del Sacramento.
-¡Qué lindo es eso! -me respondió haciendo burla-; yo le daré en el calendario, y está
canonizado y apostaré a ello la cabeza.
No pude porfiar, perdido de risa de ver la suma ignorancia; antes le dije cierto que eran dignas
de cualquier premio y que no había oído cosa tan graciosa en mi vida.
-¿No? -dijo al mismo punto-; pues oya V. Md. un pedacito de un librillo que tengo hecho a las
once mil vírgenes adonde a cada una he compuesto cincuenta octavas, cosa rica.
Yo, por excusarme de oír tanto millón de octavas, le supliqué que no me dijese cosa a lo divino.
Y así, me comenzó a recitar una comedia que tenía más jornadas que el camino de Jerusalén.
Decíame:
-Hícela en dos días, y este es el borrador.
Y sería hasta cinco manos de papel. El título era El arca de Noé. Hacíase toda entre gallos y
ratones, jumentos, raposas, lobos y jabalíes, como fábulas de Isopo [Esopo]. Yo le alabé la traza
y la invención, a lo cual me respondió:
-Ello cosa mía es, pero no se ha hecho otra tal en el mundo y la novedad es más que todo; y si
yo salgo con hacerla representar, será cosa famosa.
-¿Cómo se podrá representar -le dije yo-, si han de entrar los mismos animales y ellos no
hablan?
-Esa es la dificultad, que a no haber esa, ¿había cosa más alta? Pero yo tengo pensado de hacerla
toda de papagayos, tordos y picazas, que hablan, y meter para el entremés monas.
-Por cierto, alta cosa es esa.
-Otras más altas he hecho yo -dijo- por una mujer a quien amo. Y vea aquí novecientos y un
sonetos y doce redondillas (que parecía que contaba escudos por maravedís) hechos a las piernas
de mi dama.
Yo le dije que si se las había visto él, y díjome que no había hecho tal por las órdenes que tenía,
pero que iban en profecía los conceptos. Yo confieso la verdad, que aunque me holgaba de oírle,
tuve miedo a tantos versos malos, y así, comencé a echar la plática a otras cosas. Decíale que
veía liebres, y él saltaba:
-Pues empezaré por uno donde la comparo a ese animal.
Y empezaba luego; y yo, por divertirle, decía:
-¿No ve V. Md. aquella estrella que se ve de día?
A lo cual, dijo:
-En acabando éste, le diré el soneto treinta, en que la llamo estrella, que no parece sino que sabe
los intentos de ellos.
Afligíme tanto con ver que no podía nombrar cosa a que él no hubiese hecho algún disparate,
que cuando vi que llegábamos a Madrid, no cabía de contento, entendiendo que de vergüenza
callaría; pero fue al revés, porque por mostrar lo que era, alzó la voz entrando por la calle. Yo le
supliqué que lo dejase, poniéndole por delante que si los niños olían poeta no quedaría troncho
que no se viniese por sus pies tras nosotros, por estar declarados por locos en una premática
[pragmática] que había salido contra ellos, de uno que lo fue y se recogió a buen vivir. Pidióme
que se la leyese si la tenía, muy congojado. Prometí de hacerlo en la posada. Fuímonos a una,
donde él se acostumbraba apear, y hallamos a la puerta más de doce ciegos. Unos le conocieron
por el olor y otros por la voz. Diéronle una barahúnda de bienvenido; abrazólos a todos, y luego
empezaron unos a pedirle oración para el Justo Juez en verso grave y sonoro, tal que provocase a
gestos; otros pidieron de las ánimas; y por aquí discurrió, recibiendo ocho reales de señal de
cada uno. Despidiólos, y díjome:
-Más me han de valer de trescientos reales los ciegos; y así, con licencia de V. Md., me recogeré
agora un poco, para hacer algunas de ellas, y en acabando de comer oiremos la premática.
¡Oh vida miserable! Pues ninguna lo es más que la de los locos que ganan de comer con los que
lo son.
Capítulo III
De lo que hizo en Madrid, y lo que le sucedió hasta llegar a Cercedilla, donde durmió
Recogióse un rato a estudiar herejías y necedades para los ciegos. Entre tanto, se hizo hora de
comer; comimos, y luego pidióme que le leyese la premática. Yo, por no haber otra cosa que
hacer, la saqué y se la leí. La cual pongo aquí, por haberme parecido aguda y conveniente a lo
que se quiso reprehender en ella. Decía en este tenor:
Premática del desengaño contra
los poetas güeros, chirles y hebenes
Diole al sacristán la mayor risa del mundo, y dijo:
-¡Hablara yo para mañana! Por Dios, que entendí que hablaba conmigo, y es sólo contra los
poetas hebenes:
Cayóme a mí muy en gracia oírle decir esto, como si él fuera muy albillo o moscatel. Dejé el
prólogo y comencé el primer capítulo que decía:
«Atendiendo a que este género de sabandijas que llaman poetas son nuestros prójimos, y
cristianos aunque malos; viendo que todo el año adoran cejas, dientes, listones y zapatillas,
haciendo otros pecados más enormes, mandamos que la Semana Santa recojan a todos los poetas
públicos y cantoneros, como a malas mujeres, y que los prediquen sacando Cristos para
convertirlos. Y para esto señalamos casas de arrepentidos.
»Ítem, advirtiendo los grandes bochornos que hay en las caniculares y nunca anochecidas coplas
de los poetas de sol, como pasas, a fuerza de los soles y estrellas que gastan en hacerlas, les
ponemos perpetuo silencio en las cosas del cielo, señalando meses vedados a las musas, como a
la caza y pesca, porque no se agoten con la prisa que las dan.
»Ítem, habiendo considerado que esta secta infernal de hombres condenados a perpetuo
concepto, despedazadores del vocablo y volteadores de razones, han pegado el dicho achaque de
poesía a las mujeres, declaramos que nos tenemos por desquitados con este mal que las hemos
hecho del que nos hicieron en la manzana. Y por cuanto el siglo está pobre y necesitado,
mandamos quemar las coplas de los poetas, como franjas viejas, para sacar el oro, plata y perlas,
pues en los más versos hacen sus damas de todos metales, como estatuas de Nabuco».
Aquí no lo pudo sufrir el sacristán y levantándose en pie, dijo:
-¡Mas no, sino quitarnos las haciendas! No pase V. Md. adelante, que sobre eso pienso ir al Papa
y gastar lo que tengo. Bueno es que yo, que soy eclesiástico, había de padecer ese agravio. Yo
probaré que las coplas del poeta clérigo no están sujetas a tal premática y luego quiero irlo a
averiguar ante la justicia.
En parte me dio gana de reír, pero por no detenerme, que se me hacía tarde, le dije:
-Señor, esta premática es hecha por gracia, que no tiene fuerza ni apremia, por estar falta de
autoridad.
-¡Pecador de mí! -dijo muy alborotado-, avisara V. Md. y hubiérame ahorrado la mayor
pesadumbre del mundo. ¿Sabe V. Md. lo que es hallarse un hombre con ochocientas mil coplas
de contado y oír eso? Prosiga V. Md., y Dios le perdone el susto que me dio.
Proseguí diciendo:
»Ítem, advirtiendo que después que dejaron de ser moros (aunque todavía conservan algunas
reliquias) se han metido a pastores, por lo cual andan los ganados flacos de beber sus lágrimas,
chamuscados con sus ánimas encendidas, y tan embebecidos en su música que no pacen,
mandamos que dejen el tal oficio, señalando ermitas a los amigos de soledad. Y a los demás, por
ser oficio alegre y de pullas, que se acomoden en mozos de mulas».
-¡Algún puto, cornudo, bujarrón y judío -dijo en altas voces- ordenó tal cosa! Y si supiera quién
era yo le hiciera una sátira con tales coplas que le pesara a él y a todos cuantos las vieran de
verlas. ¡Miren qué bien le estaría a un hombre lampiño como yo la ermita! ¡O a un hombre
vinajeroso y sacristando ser mozo de mulas! Ea, señor, que son grandes pesadumbres esas.
-Ya le he dicho a V. Md. -repliqué- que son burlas, y que las oiga como tales.
Proseguí diciendo: «Que por estorbar los grandes hurtos, mandábamos que no se pasasen coplas
de Aragón a Castilla, ni de Italia a España, so pena de andar bien vestido el poeta que tal hiciese,
y, si reincidiese, de andar limpio un hora».
Esto le cayó muy en gracia, porque traía él una sotana con canas, de puro vieja, y con tantas
cazcarrias que para enterrarle no era menester más de estregársela encima. El manteo, se podían
estercolar con él dos heredades.
Y así, medio riendo, le dije que mandaban también tener entre los desesperados que se ahorcan y
despeñan, y que como a tales no las enterrasen en sagrado a las mujeres que se enamoran de
poeta a secas. Y que advirtiendo a la gran cosecha de redondillas, canciones y sonetos que había
habido en estos años fértiles, mandaban que los legajos que por sus deméritos escapaban de las
especerías, fuesen a las necesarias sin apelación.
Y, por acabar, llegué al postrer capítulo, que decía así:
«Pero advirtiendo con ojos de piedad a que hay tres géneros de gentes en la república tan
sumamente miserables que no pueden vivir sin los tales poetas, como son farsantes, ciegos y
sacristanes, mandamos que pueda haber algunos oficiales públicos de esta arte, con tal que
puedan tener carta de examen de los caciques de los poetas que fueren en aquellas partes,
limitando a los poetas de farsantes que no acaben los entremeses con palos ni diablos, ni las
comedias en casamientos, ni hagan las trazas con papeles o cintas, y a los de ciegos, que no
sucedan en Tetuán los casos, desterrándoles estos vocablos: cristián, amada, humanal y
pundonores; y mandándoles que, para decir la presente obra, no digan zozobra, y a los de
sacristanes, que no hagan los villancicos con Gil ni Pascual, que no jueguen del vocablo, ni
hagan los pensamientos de tornillo, que mudándoles el nombre, se vuelvan a cada fiesta. Y
finalmente, mandamos a todos los poetas en común que se descarten de Júpiter, Venus, Apolo y
otros dioses, so pena de que los tendrán por abogados a la hora de su muerte».
A todos los que oyeron la premática pareció cuanto bien se puede decir, y todos me pidieron
traslado de ella. Sólo el sacristanejo empezó a jurar por vida de las vísperas solemnes, introibo y
Chiries, que era sátira contra él, por lo que decía de los ciegos, y que él sabía mejor lo que había
de hacer que nadie. Y últimamente dijo:
-Hombre soy yo que he estado en un aposento con Liñán, y he comido más de dos veces con
Espinel. Y que había estado en Madrid tan cerca de Lope de Vega como lo estaba de mí, y que
había visto a don Alonso de Ercilla mil veces, y que tenía en su casa un retrato del divino
Figueroa, y que había comprado los gregüescos que dejó Padilla cuando se metió fraile, y que
hoy día los traía, y malos. Enseñólos, y dioles esto a todos tanta risa, que no querían salir de la
posada.
Al fin, ya eran las dos, y como era forzoso el camino, salimos de Madrid. Yo me despedí de él,
aunque me pesaba, y comencé a caminar para el puerto. Quiso Dios que porque no fuese
pensando en mal, me topase con un soldado. Iba en cuerpo y en alma, el cuello en el sombrero,
los calzones vueltos, la camisa en la espada, la espada al hombro, los zapatos en la faldriquera,
alpargatas, y medias de lienzo, sus frascos en la pretina y un poco de órgano en cajas de hoja de
lata para papeles. Luego trabamos plática; preguntóme si venía de la Corte; dije que de paso
había estado en ella.
-No está para más -dijo luego- que es pueblo para gente ruin. Más quiero, ¡voto a Cristo!, estar
en un sitio, la nieve a la cinta, hecho un reloj, comiendo madera, que sufriendo las supercherías
que se hacen a un hombre de bien. Y en llegando a ese lugarcito del diablo nos remiten a la sopa
y al coche de los pobres en San Felipe donde cada día en corrillos se hace consejo de estado, y
guerra en pie y desabrigada. Y en vida nos hacen soldados en pena por los cementerios, y si
pedimos entretenimiento nos envían a la comedia, y si ventajas, a los jugadores. Y con esto,
comidos de piojos y huéspedas, nos volvemos en este pelo a rogar a los moros y herejes con
nuestros cuerpos.
A esto le dije yo que advirtiese que en la Corte había de todo, y que estimaban mucho a
cualquier hombre de suerte.
-¿Qué estiman -dijo muy enojado- si he estado yo ahí seis meses pretendiendo una bandera, tras
veinte años de servicios y haber perdido mi sangre en servicio del Rey, como lo dicen estas
heridas?
Y quiso desatacarse. Y dije:
-Señor mío, desatacarse más es brindar a puto que enseñar heridas.
Creo que pretendía introducir en picazos algunas almorranas. Luego, en los calcañares, me
enseñó otras dos señales, y dijo que eran balas, y yo saqué por otras dos mías que tengo que
habían sido sabañones. Y las balas pocas veces se andan a roer zancajos. Estaba derrengado de
algún palo que le dieron porque se dormía haciendo guarda y decía que era de un astillazo.
Quitóse el sombrero y mostróme el rostro; calzaba dieciséis puntos de cara, que tantos tenía en
una cuchillada que le partía las narices. Tenía otros tres chirlos que se la volvían mapa a puras
líneas.
-Estas me dieron -dijo- defendiendo a París, en servicio de Dios y del Rey, por quien veo
trinchado mi gesto, y no he recibido sino buenas palabras, que agora tienen lugar de malas
obras. Lea estos papeles -me dijo-, por vida del licenciado, que no ha salido en campaña, ¡voto a
Cristo!, hombre, ¡vive Dios!, tan señalado.
Y decía verdad, porque lo estaba a puros golpes. Comenzó a sacar cañones de hoja de lata y a
enseñarme papeles, que debían de ser de otro a quien había tomado el nombre. Yo los leí y dije
mil cosas en su alabanza y que el Cid ni Bernardo no habían hecho lo que él. Saltó en esto y
dijo:
-¿Cómo lo que yo? ¡Voto a Dios!, ni lo que García de Paredes, Julián Romero y otros hombres
de bien, ¡pese al diablo! Sé que entonces no había artillería, ¡voto a Dios!, que no hubiera
Bernardo para un hora en este tiempo. Pregunte V. Md. en Flandes por la hazaña del Mellado, y
verá lo que le dicen.
-¿Es V. Md. acaso? -le dije yo.
Y él respondió:
-¿Pues qué otro? ¿No me ve la mella que tengo en los dientes? No tratemos de esto, que parece
mal alabarse el hombre.
Yendo en estas conversaciones, topamos en un borrico un ermitaño, con una barba tan larga que
hacía lodos con ella, macilento y vestido de paño pardo. Saludamos con el Deo gracias
acostumbrado y empezó a alabar los trigos y en ellos la misericordia del Señor. Saltó el soldado,
y dijo:
-¡Ah, padre!, más espesas he visto yo las picas sobre mí, y, ¡voto a Cristo!, que hice en el saco
de Amberes lo que pude; sí, ¡juro a Dios!
El ermitaño le reprehendió que no jurase tanto, a lo cual dijo:
-Padre, bien se echa de ver que no es soldado, pues me reprehende mi propio oficio.
Diome a mí gran risa de ver en lo que ponía la soldadesca, y eché de ver que era algún picarón
gallina, porque ya entre soldados no hay costumbre más aborrecida de los de más importancia,
cuando no de todos. El ermitaño le dijo:
-Y ¿dónde dejó V. Md. el saco de Amberes, que ese me parece de las Navas-, y que sería de más
abrigo el de Amberes.
Rióse mucho el soldado de la pregunta, y el ermitaño de su desnudez, y con tanto llegamos a la
falda del puerto, el ermitaño rezando el rosario de una carga de leña hecha bolas, de manera que
a cada avemaría sonaba un cabe; el soldado iba comparando las peñas a los castillos que había
visto, y mirando cuál lugar era fuerte y a dónde se había de plantar la artillería. Yo iba mirando
tanto el rosariazo del ermitaño, con las cuentas frisonas, como la espada del soldado.
-¡Oh, cómo volaría yo con pólvora gran parte de este puerto -decía-, y hiciera buena obra a los
caminantes!
-No hay tal como hacer buenas obras -decía el santero. Y pujaba un suspiro por remate. Iba entre
sí rezando a silbos oraciones de culebra.
En estas cosas divertidos, llegamos a Cercedilla. Entramos en la posada todos tres juntos, ya
anochecido; mandamos aderezar la cena -era viernes-, y entre tanto, el ermitaño dijo:
-Entretengámonos un rato, que la ociosidad es madre de los vicios; juguemos avemarías.
Y dejó caer de la manga el descuadernado. Diome a mí gran risa al ver aquello, considerando en
las cuentas. El soldado dijo:
-No, sino juguemos hasta cien reales que yo traigo, en amistad.
Yo, codicioso, dije que jugaría otros tantos, y el ermitaño, por no hacer mal tercio, aceptó, y dijo
que allí llevaba el aceite de la lámpara, que eran hasta doscientos reales. Yo confieso que pensé
ser su lechuza y bebérsele, pero ansí le sucedan todos sus intentos al turco.
Fue el juego al parar, y lo bueno fue que dijo que no sabía el juego y hizo que se le
enseñásemos. Dejónos el bienaventurado hacer dos manos, y luego nos la dio tal que no dejó
blanca en la mesa. Heredónos en vida; retiraba el ladrón con las ancas de la mano que era
lástima. Perdía una sencilla y acertaba doce maliciosas. El soldado echaba a cada suerte doce
votos y otros tantos peses, aforrados en por vidas. Yo me comí las uñas y el fraile ocupaba las
suyas en mi moneda. No dejaba santo que no llamaba; nuestras cartas eran como el Mesías, que
nunca venían y las aguardábamos siempre.
Acabó de pelarnos; quisímosle jugar sobre prendas, y él, tras haberme ganado a mí seiscientos
reales, que era lo que llevaba, y al soldado los ciento, dijo que aquello era entretenimiento, y que
éramos prójimos, y que no había de tratar de otra cosa.
-No juren -decía-, que a mí, porque me encomendaba a Dios, me ha sucedido bien.
Y como nosotros no sabíamos la habilidad que tenía de los dedos a la muñeca, creímoslo, y el
soldado juró de no jurar más, y yo de la misma suerte.
-¡Pesia tal! -decía el pobre alférez (que él me dijo entonces que lo era)-, entre luteranos y moros
me he visto, pero no he padecido tal despojo.
Él se reía a todo esto. Tornó a sacar el rosario para rezar. Yo, que no tenía ya blanca, pedíle que
me diese de cenar, y que pagase hasta Segovia la posada por los dos, que íbamos in puribus.
Prometió hacerlo. Metióse sesenta huevos, ¡no vi tal en mi vida! Dijo que se iba a acostar.
Dormimos todos en una sala con otra gente que estaba allí porque los aposentos estaban
tomados para otros. Yo me acosté con harta tristeza, y el soldado llamó al huésped y le
encomendó sus papeles en las cajas de lata que los traía, y un envoltorio de camisas jubiladas.
Acostámonos; el padre se persinó, y nosotros nos santiguamos de él. Durmió; yo estuve
desvelado trazando cómo quitarle el dinero. El soldado hablaba entre sueños de los cien reales,
como si no estuvieran sin remedio.
Hízose hora de levantar. Pedí yo luz muy aprisa; trujéronla, y el huésped el envoltorio al
soldado, y olvidáronsele los papeles. El pobre alférez hundió la casa a gritos pidiendo que le
diese los servicios. El huésped se turbó, y como todos decíamos que se los diese, fue corriendo y
trujo tres bacines, diciendo:
-He ahí para cada uno el suyo. ¿Quieren más servicios?
Que él entendió que nos habían dado cámaras [diarrea]. Aquí fue ella, que se levantó el soldado
con la espada tras el huésped, en camisa, jurando que le había de matar porque hacía burla de él,
que se había hallado en la Naval San Quintín y otras, trayendo servicios en lugar de papeles que
le había dado. Todos salimos tras él a tenerle, y aun no podíamos. Decía el huésped:
-Señor, su merced pidió servicios; yo no estoy obligado a saber que en lengua soldada se llaman
así los papeles de las hazañas.
Apaciguámoslos, y tornamos al aposento. El ermitaño, receloso, se quedó en la cama, diciendo
que le había hecho mal el susto. Pagó por nosotros y salímonos del pueblo para el puerto,
enfadados del término del ermitaño y de ver que no le habíamos podido quitar el dinero.
Topamos con un genovés, digo con uno de estos antecristos de las monedas de España, que
subía el puerto con un paje detrás, y él con su guardasol, muy a lo dineroso. Trabamos
conversación con él; todo lo llevaba a materia de maravedís, que es gente que naturalmente
nació para bolsas. Comenzó a nombrar a Visanzón, y si era bien dar dineros o no a Visanzón,
tanto que el soldado y yo le preguntamos que quién era aquel caballero. A lo cual respondió,
riéndose:
-Es un pueblo de Italia, donde se juntan los hombres de negocios, que acá llamamos fulleros de
pluma, a poner los precios por donde se gobierna la moneda.
De lo cual sacamos que en Visanzón se lleva el compás a los músicos de uña. Entretúvonos el
camino contando que estaba perdido porque había quebrado un cambio, que le tenía más de
sesenta mil escudos. Y todo lo juraba por su conciencia, aunque yo pienso que conciencia en
mercader es como virgo en cantonera, que se vende sin haberle. Nadie, casi, tiene conciencia, de
todos los de este trato; porque, como oyen decir que muerde por muy poco, han dado en dejarla
con el ombligo en naciendo.
En estas pláticas vimos los muros de Segovia, y a mí se me alegraron los ojos, a pesar de la
memoria, que con los sucesos de Cabra me contradecía el contento. Llegué al pueblo, y a la
entrada vi a mi padre en el camino, aguardando ir en bolsas, hechos cuartos, a Josafad.
Enternecíme, y entré algo desconocido de como salí, con punta de barba, bien vestido.
Dejé la compañía, y considerando en quién conocería a mi tío -fuera del rollo- mejor en el
pueblo, no hallé nadie de quien echar mano. Lleguéme a mucha gente a preguntar por Alonso
Ramplón y nadie me daba razón de él, diciendo que no le conocían. Holgué mucho de ver tantos
hombres de bien en mi pueblo, cuando, estando en esto, oí al precursor de la penca hacer de
garganta y a mi tío de las suyas. Venía una procesión de desnudos, todos descaperuzados,
delante de mi tío, y él, muy haciéndose de pencas, con una en la mano tocando un pasacalles
públicas en las costillas de cinco laúdes, sino que llevaban sogas por cuerdas. Yo, que estaba
notando esto con un hombre a quien había dicho, preguntando por él, que era yo un gran
caballero, veo a mi buen tío que echando en mí los ojos (por pasar cerca), arremetió a
abrazarme, llamándome sobrino. Penséme morir de vergüenza; no volví a despedirme de aquel
con quien estaba. Fuime con él, y díjome:
-Aquí te podrás ir mientras cumplo con esta gente; que ya vamos de vuelta y hoy comerás
conmigo.
Yo, que me vi a caballo, y que en aquella sarta parecería punto menos de azotado, dije que le
aguardaría allí; y así, me aparté tan avergonzado, que a no depender de él la cobranza de mi
hacienda, no lo hablara más en mi vida ni pareciera entre gentes. Acabó de repasarles las
espaldas, volvió y llevóme a su casa, donde me apeé y comimos.
Capítulo IV
Del hospedaje de su tío, y visitas; la cobranza de su hacienda y vuelta a la corte
Tenía mi buen tío su alojamiento junto al matadero, en casa de un aguador. Entramos en ella, y
díjome:
-No es alcázar la posada, pero yo os prometo, sobrino, que es a propósito para dar expediente a
mis negocios.
Subimos por una escalera, que sólo aguardé a ver lo que me sucedía en lo alto, para si se
diferenciaba en algo de la horca. Entramos en un aposento tan bajo que andábamos por él como
quien recibe bendiciones, con las cabezas bajas. Colgó la penca en un clavo, que estaba con
otros de que colgaban cordeles, lazos, cuchillos, escarpias y otras herramientas del oficio.
Díjome que por qué no me quitaba el manteo y me sentaba; yo le dije que no lo tenía de
costumbre. Dios sabe cuál estaba de ver la infamia de mi tío, el cual me dijo que había tenido
ventura en topar con él en tan buena ocasión, porque comería bien, que tenía convidados unos
amigos.
En esto entró por la puerta, con una ropa hasta los pies morada, uno de los que piden para las
ánimas, y haciendo son con la cajita, dijo:
-Tanto me han valido a mí las ánimas hoy como a ti los azotados: encaja.
Hiciéronse la mamona el uno al otro. Arremangóse el desalmado animero el sayazo, y quedó
con unas piernas zambas en gregüescos de lienzo, y empezó a bailar y decir que si había venido
Clemente. Dijo mi tío que no, cuando, Dios y enhorabuena, devanado en un trapo y con unos
zuecos, entró un chirimía de la bellota, digo, un porquero. Conocíle por el (hablando con
perdón) cuerno que traía en la mano. Saludónos a su manera, y tras él entró un mulato zurdo y
bizco, un sombrero con más falda que un monte y más copa que un nogal, la espada con más
gavilanes que la caza del Rey, un coleto de ante. Traía la cara de punto, porque a puros chirlos la
tenía toda hilvanada.
Entró y sentóse, saludando a los de casa, y a mi tío le dijo:
-A fe, Alonso, que lo han pagado bien el Romo y el Garroso.
Saltó el de las ánimas, y dijo:
-Cuatro ducados di yo a Flechilla, verdugo de Ocaña, porque aguijase el burro, y porque no
llevase la penca de tres suelas cuando me palmearon.
-¡Vive Dios! -dijo el corchete-, que se lo pagué yo sobrado a Juanazo en Murcia, porque iba el
borrico con un paseo de pato y el bellaco me los asentó de manera que no se levantaron sino
ronchas.
Y el porquero, concomiéndose, dijo:
-Con virgo están mis espaldas.
-A cada puerco le viene su San Martín -dijo el demandador.
-De eso me puedo alabar yo -dijo mi buen tío- entre cuantos manejan la zurriaga, que al que se
me encomienda hago lo que debo. Sesenta me dieron los de hoy y llevaron unos azotes de
amigo, con penca sencilla.
Yo, que vi cuán honrada gente era la que hablaba mi tío, confieso que me puse colorado, de
suerte que no pude disimular la vergüenza. Echómelo de ver el corchete, y dijo:
-¿Es el padre el que padeció el otro día, a quien se dieron ciertos empujones en el envés?
Yo respondí que no era hombre que padecía como ellos. En esto, se levantó mi tío y dijo:
-Es mi sobrino, maeso en Alcalá, gran supuesto.
Pidiéronme perdón y ofreciéronme toda caricia. Yo rabiaba ya por comer y por cobrar mi
hacienda y huir de mi tío. Pusieron las mesas, y por una soguilla, en un sombrero, como suben la
limosna los de la cárcel, subían la comida de un bodegón que estaba a las espaldas de la casa, en
unos mendrugos de platos y retacillos de cántaros y tinajas. No podrá nadie encarecer mi
sentimiento y afrenta. Sentáronse a comer; en cabecera el demandador, diciendo: «La Iglesia en
mejor lugar; siéntese, padre». Echó la bendición mi tío y, como estaba hecho a santiguar
espaldas, parecían más amagos de azotes que de cruces. Y los demás nos sentamos sin orden.
No quiero decir lo que comimos; sólo que eran todas cosas para beber. Sorbióse el corchete tres
de puro tinto. Brindóme a mí el porquero; me las cogía al vuelo y hacía más razones que
decíamos todos. No había memoria de agua, y menos voluntad de ella.
Parecieron en la mesa cinco pasteles de a cuatro, y tomando un hisopo, después de haber quitado
las hojaldres, dijeron un responso todos, con su requiem aeternam, por el ánima del difunto
cuyas eran aquellas carnes. Dijo mi tío:
-Ya os acordáis, sobrino, lo que os escribí de vuestro padre.
Vínoseme a la memoria; ellos comieron, pero yo pasé con los suelos solos, y quedéme con la
costumbre, y así, siempre que como pasteles, rezo una avemaría por el que Dios haya.
Menudeóse sobre dos jarros, y era de suerte lo que hicieron el corchete y el de las ánimas, que se
pusieron las suyas tales, que trayendo un plato de salchichas que parecía de dedos de negro, dijo
uno:
-¡Qué mulata está la olla!
Ya mi tío estaba tal, que alargando la mano y asiendo una, dijo con la voz algo áspera y ronca, el
un ojo medio acostado y el otro nadando en mosto:
-Sobrino, por este pan de Dios que crió a su imagen y semejanza, que no he comido en mi vida
mejor carne tinta.
Yo que vi al corchete que, alargando la mano, tomó el salero y dijo: «Caliente está este caldo», y
que el porquero se llevó el puño de sal, diciendo: «Es bueno el avisillo para beber», y se lo
chocló en la boca, comencé a reír por una parte y a rabiar por otra.
Trujeron caldo, y el de las ánimas tomó con entrambas manos una escudilla, diciendo: «Dios
bendijo la limpieza», y alzándola para sorberla, por llevarla a la boca, se la puso en el carrillo, y
volcándola, se asó en caldo y se puso todo de arriba abajo que era vergüenza. Él, que se vio así,
fuese a levantar, y como pesaba algo la cabeza, quiso ahirmar sobre la mesa, que era de estas
movedizas; trastornóla, y manchó a los demás, y tras esto decía que el porquero le había
empujado. El porquero que vio que el otro se le caía encima, levantóse, y alzando el instrumento
de hueso, le dio con él una trompetada. Asiéronse a puños, y, estando juntos los dos y teniéndole
el demandador mordido de un carrillo, con los vuelcos y alteración, el porquero vomitó cuanto
había comido en las barbas del de la demanda. Mi tío, que estaba más en su juicio, decía que
quién había traído a su casa tantos clérigos. Yo que los vi que ya, en suma, multiplicaban, metí
en paz la brega, desasí a los dos, y levanté del suelo al corchete, el cual estaba llorando con gran
tristeza, eché a mi tío en la cama, el cual hizo cortesía a un velador de palo que tenía, pensando
que era convidado. Quité el cuerno al porquero, el cual, ya que dormían los otros, no había
hacerle callar, diciendo que le diesen su cuerno, porque no había habido jamás quien supiese en
él más tonadas y que le quería tañer con el órgano. Al fin, yo no me aparté de ellos hasta que vi
que dormían.
Salíme de casa; entretúveme a ver mi tierra toda la tarde, pasé por la casa de Cabra, tuve nueva
de que ya era muerto, y no cuidé de preguntar de qué sabiendo que hay hambre en el mundo.
Torné a casa a la noche, habiendo pasado cuatro horas, y hallé al uno despierto y que andaba a
gatas por el aposento buscando la puerta, y diciendo que se les había perdido la casa. Levantéle,
y dejé dormir a los demás hasta las once de la noche que despertaron; y esperezándose, preguntó
mi tío que qué hora era. Respondió el porquero (que aún no la había desollado) que no era nada
sino la siesta y que hacía grandes bochornos. El demandador, como pudo, dijo que le diesen su
cajilla:
-«Mucho han holgado las ánimas para tener a su cargo mi sustento»; y fuese, en lugar de ir a la
puerta, a la ventana, y como vio estrellas, comenzó a llamar a los otros con grandes voces,
diciendo que el cielo estaba estrellado a mediodía, y que había un gran eclís [eclipse].
Santiguáronse todos y besaron la tierra.
Yo, que vi la bellaquería del demandador, escandalicéme mucho, y propuse de guardarme de
semejantes hombres. Con estas vilezas y infamias que veía yo, ya me crecía por puntos el deseo
de verme entre gente principal y caballeros. Despachélos a todos uno por uno lo mejor que pude,
acosté a mi tío, que aunque no tenía zorra tenía raposa, y yo acomodéme sobre mis vestidos y
algunas ropas de los que Dios tenga que estaban por allí.
Pasamos de esta manera la noche. A la mañana traté con mi tío de reconocer mi hacienda y
cobrarla. Despertó diciendo que estaba molido y que no sabía de qué. El aposento estaba, parte
con las enjaguaduras de las monas, parte con las aguas que habían hecho de no beberlas, hecho
una taberna de vinos de retorno. Levantóse, tratamos largo en mis cosas, y tuve harto trabajo por
ser hombre tan borracho y rústico. Al fin, le reduje a que me diera noticia de parte de mi
hacienda, aunque no de toda, y así, me la dio de unos trescientos ducados que mi buen padre
había ganado por sus puños, y dejádolos en confianza de una buena mujer a cuya sombra se
hurtaba diez leguas a la redonda.
Por no cansar a V. Md., vengo a decir que cobré y embolsé mi dinero, el cual mi tío no había
bebido ni gastado, que fue harto para ser hombre de tan poca razón, porque pensaba que yo me
graduaría con este, y que estudiando, podría ser cardenal, que como estaba en su mano hacerlos,
no lo tenía por dificultoso. Díjome, en viendo que los tenía:
-Hijo Pablos, mucha culpa tendrás si no medras y eres bueno, pues tienes a quién parecer.
Dinero llevas, yo no te he de faltar, que cuanto sirvo y cuanto tengo, para ti lo quiero.
Agradecíle mucho la oferta. Gastamos el día en pláticas desatinadas y en pagar las visitas a los
personajes dichos. Pasaron la tarde en jugar a la taba mi tío, el porquero, y demandador. Este
jugaba misas como si fuera otra cosa. Era de ver cómo se barajaban la taba: cogiéndola en el aire
al que la echaba, y meciéndola en la muñeca, se la tornaban a dar. Sacaban de taba como de
naipe para la fábrica de la sed, porque había siempre un jarro en medio.
Vino la noche; ellos se fueron; acostámonos mi tío y yo cada uno en su cama, que ya había
prevenido para mí un colchón. Amaneció y, antes que él despertase, yo me levanté y me fui a
una posada, sin que me sintiese; torné a cerrar la puerta por de fuera y echéle la llave por una
gatera.
Como he dicho, me fui a un mesón a esconder y aguardar comodidad para ir a la Corte. Dejéle
en el aposento una carta cerrada, que contenía mi ida y las causas, avisándole que no me
buscase, porque eternamente no lo había de ver.
Capítulo V
De su huida, y los sucesos en ella hasta la Corte
Partía aquella mañana del mesón un arriero con cargas a la Corte. Llevaba un jumento;
alquilómele, y salíme a aguardarle a la puerta fuera del lugar. Salió, espetéme en el dicho y
empecé mi jornada. Iba entre mí diciendo: «Allá quedarás, bellaco, deshonrabuenos, jinete de
gaznates». Consideraba yo que iba a la Corte, adonde nadie me conocía, que era la cosa que más
me consolaba, y que había de valerme por mi habilidad allí. Propuse de colgar los hábitos en
llegando, y de sacar vestidos nuevos cortos al uso. Pero volvamos a las cosas que el dicho de mi
tío hacía, ofendido con la carta que decía en esta forma:
«Señor Alonso Ramplón: tras haberme Dios hecho tan señaladas mercedes como quitarme de
delante a mi buen padre y tener a mi madre en Toledo, donde, por lo menos sé que hará humo,
no me faltaba sino ver hacer en V. Md. lo que en otros hace. Yo pretendo ser uno de mi linaje,
que dos es imposible, si no vengo a sus manos, y trinchándome, como hace a otros. No pregunte
por mí ni me nombre, porque me importa negar la sangre que tenemos. Sirva al Rey y a Dios».
No hay que encarecer las blasfemias y oprobios que diría contra mí. Volvamos a mi camino. Yo
iba caballero en el rucio de la Mancha, y bien deseoso de no topar nadie, cuando desde lejos vi
venir un hidalgo de portante, con su capa puesta, espada ceñida, calzas atacadas y botas, y al
parecer bien puesto, el cuello abierto más de roto que de molde, el sombrero de lado. Sospeché
que era algún caballero que dejaba atrás su coche; y ansí, emparejando le saludé.
Miróme y dijo:
-Irá V. Md., señor licenciado, en ese borrico con harto más descanso que yo con todo mi
aparato.
Yo, que entendí que lo decía por coche y criados que dejaba atrás, dije:
-En verdad, señor, que lo tengo por más apacible caminar que el del coche, porque aunque V.
Md. vendrá en el que trae detrás con regalo, aquellos vuelcos que da inquietan.
-¿Cuál coche detrás? -dijo él muy alborotado.
Y al volver atrás, como hizo fuerza, se le cayeron las calzas, porque se le rompió una agujeta
que traía, la cual era tan sola que, tras verme muerto de risa de verle, me pidió una prestada. Yo,
que vi que de la camisa no se veía sino una ceja, y que traía tapado el rabo de medio ojo, le dije:
-Por Dios, señor, si V. Md. no aguarda a sus criados, yo no puedo socorrerle, porque vengo
también atacado únicamente.
-Si hace V. Md. burla -dijo él, con las cachondas de la mano-, vaya, porque no entiendo eso de
los criados.
Y aclaróseme tanto en materia de ser pobre, que me confesó, a media legua que anduvimos, que
si no le hacía merced de dejarle subir en el borrico un rato no le era posible pasar adelante, por ir
cansado de caminar con las bragas en los puños; y movido a compasión, me apeé, y como él no
podía soltar las calzas, húbele yo de subir. Y espantóme lo que descubrí en el tocamiento,
porque por la parte de atrás, que cubría la capa, traía las cuchilladas con entretelas de nalga pura.
Él, que sintió lo que le había visto, como discreto, se previno diciendo:
-Señor licenciado, no es oro todo lo que reluce. Debióle parecer a V. Md., en viendo el cuello
abierto y mi presencia, que era un conde de Irlos. Como de estas hojaldres cubren en el mundo
lo que V. Md. ha tentado.
Yo le dije que le aseguraba de que me había persuadido a muy diferentes cosas de las que veía.
-Pues aún no ha visto nada V. Md. -replicó-, que hay tanto que ver en mí como tengo, porque
nada cubro. Veme aquí V. Md. un hidalgo hecho y derecho, de casa de solar montañés, que si
como sustento la nobleza me sustentara, no hubiera más que pedir. Pero ya, señor licenciado, sin
pan y carne no se sustenta buena sangre, y por la misericordia de Dios, todos la tienen colorada
y no puede ser hijo de algo el que no tiene nada. Ya he caído en la cuenta de las ejecutorias,
después que hallándome en ayunas un día, no me quisieron dar sobre ella en un bodegón dos
tajadas; pues, ¡decir que no tiene letras de oro! Pero más valiera el oro en las píldoras que en las
letras, y de más provecho es. Y con todo, hay muy pocas letras con oro. He vendido hasta mi
sepultura, por no tener sobre qué caer muerto, que la hacienda de mi padre Toribio Rodríguez
Vallejo Gómez de Ampuero (que todos estos nombres tenía) se perdió en una fianza. Sólo el don
me ha quedado por vender y soy tan desgraciado que no hallo nadie con necesidad de él, pues
quien no le tiene por ante le tiene por postre, como el remendón, azadón, pendón, blandón,
bordón y otros así.
Confieso que, aunque iban mezcladas con risa, las calamidades del dicho hidalgo me
enternecieron. Preguntéle cómo se llamaba y adónde iba y a qué. Dijo que todos los nombres de
su padre: don Toribio Rodríguez Vallejo Gómez de Ampuero y Jordán. No se vio jamás nombre
tan campanudo, porque acababa en dan y empezaba en don, como son de badajo. Tras esto dijo
que iba a la Corte, porque un mayorazgo roído como él en un pueblo corto, olía mal a dos días, y
no se podía sustentar, y que por eso se iba a la patria común, adonde caben todos y adonde hay
mesas francas para estómagos aventureros.
-Y nunca, cuando entro en ella, me faltan cien reales en la bolsa, cama, de comer y refocilo de lo
vedado, porque la industria en la Corte es piedra filosofal, que vuelve en oro cuanto toca.
Yo vi el cielo abierto, y en son de entretenimiento para el camino, le rogué que me contase cómo
y con quiénes y de qué manera viven en la Corte los que no tenían, como él, porque me parecía
dificultoso en este tiempo, que no solo se contenta cada uno con sus cosas, sino que aun
solicitan las ajenas.
-Muchos hay de esos -dijo-, y muchos de estos otros. Es la lisonja llave maestra, que abre a
todas voluntades en tales pueblos. Y porque no se le haga dificultoso lo que digo, oiga mis
sucesos y mis trazas, y se asegurará de esa duda.
Capítulo VI
En que prosigue el camino y lo prometido de su vida y costumbres
«-Lo primero ha de saber que en la Corte hay siempre el más necio y el más sabio, más rico y
más pobre, y los extremos de todas las cosas; que disimula los malos y esconde los buenos, y
que en ella hay unos géneros de gentes como yo, que no se les conoce raíz ni mueble, ni otra
cepa de la que descienden los tales. Entre nosotros nos diferenciamos con diferentes nombres;
unos nos llamamos caballeros hebenes; otros, hueros, chanflones, chirles, traspillados y caninos.
Es nuestra abogada la industria; pagamos las más veces los estómagos de vacío, que es gran
trabajo traer la comida en manos ajenas. Somos susto de los banquetes, polilla de los bodegones,
cáncer de las ollas y convidados por fuerza. Sustentámonos así del aire, y andamos contentos.
Somos gente que comemos un puerro y representamos un capón. Entrará uno a visitarnos en
nuestras casas, y hallará nuestros aposentos llenos de huesos de carnero y aves, mondaduras de
frutas, la puerta embarazada con plumas y pellejos de gazapos; todo lo cual cogemos de parte de
noche por el pueblo para honrarnos con ello de día. Reñimos en entrando el huésped: «¿Es
posible que no he de ser yo poderoso para que barra esa moza? Perdone V. Md., que han comido
aquí unos amigos, y estos criados...», etc. Quien no nos conoce cree que es así y pasa por
convite.
Pues ¿qué diré del modo de comer en casas ajenas? En hablando a uno media vez, sabemos su
casa, vámosle a ver, y siempre a la hora de mascar, que se sepa que está en la mesa. Decimos
que nos llevan sus amores, porque tal entendimiento, etc. Si nos preguntan si hemos comido, si
ellos no han empezado decimos que no; si nos convidan no aguardamos a segundo envite,
porque de estas aguardadas nos han sucedido grandes vigilias. Si han empezado, decimos que sí;
y aunque parta muy bien el ave, pan o carne el que fuere, para tomar ocasión de engullir un
bocado, decimos:
-Ahora deje V. Md., que le quiero servir de maestresala, que solía, Dios le tenga en el cielo (y
nombramos un señor muerto, duque o conde), gustar más de verme partir que de comer.
Diciendo esto, tomamos el cuchillo y partimos bocaditos, y al cabo decimos:
-¡Oh, qué bien huele! Cierto que haría agravio a la guisandera en no probarlo. ¡Qué buena mano
tiene!
Y diciendo y haciendo, va en pruebas el medio plato: el nabo por ser nabo, el tocino por ser
tocino, y todo por lo que es. Cuando esto nos falta, ya tenemos sopa de algún convento
aplazada; no la tomamos en público, sino a lo escondido, haciendo creer a los frailes que es más
devoción que necesidad.
Es de ver uno de nosotros en una casa de juego con el cuidado que sirve y despabila las velas,
trae orinales, cómo mete naipes y solemniza las cosas del que gana, todo por un triste real de
barato.
Tenemos de memoria, para lo que toca a vestirnos, toda la ropería vieja. Y como en otras partes
hay hora señalada para oración, la tenemos nosotros para remendarnos. Son de ver, a las
mañanas, las diversidades de cosas que sanamos; que, como tenemos por enemigo declarado al
sol, por cuanto nos descubre los remiendos, puntadas y trapos, nos ponemos, abiertas las
piernas, a la mañana, a su rayo, y en la sombra del suelo vemos las que hacen los andrajos y
hilachas de las entrepiernas. Es de ver cómo quitamos cuchilladas de atrás para poblar lo de
adelante; y solemos traer la trasera tan pacífica, por falta de cuchilladas, que se queda en las
puras bayetas. Sábelo sola la capa, y guardámonos de días de aire y de subir por escaleras claras
o a caballo. Estudiamos posturas contra la luz, pues, en día claro, andamos las piernas muy
juntas, y hacemos las reverencias con solos los tobillos, porque, si se abren las rodillas, se verá
el ventanaje.
No hay cosa en todos nuestros cuerpos que no haya sido otra cosa y no tenga historia. Verbi
gratia: bien ve V. Md. -dijo- esta ropilla; pues primero fue gregüescos, nieta de una capa y
bisnieta de un capuz, que fue en su principio, y ahora espera salir para soletas y otras cosas. Los
escarpines, primero son pañizuelos, habiendo sido toallas, y antes camisas, hijas de sábanas; y
después de todo, los aprovechamos para papel, y en el papel escribimos, y después hacemos dél
polvos para resucitar los zapatos, que de incurables, los he visto hacer revivir con semejantes
medicamentos.
Pues ¿qué diré del modo con que de noche nos apartamos de las luces porque no se vean los
herreruelos calvos y las ropillas lampiñas?, que no hay más pelo en ellas que en un guijarro, que
es Dios servido de dárnosle en la barba y quitárnosle en la capa. Pero por no gastar con barberos,
prevenimos siempre de aguardar a que otro de los nuestros tenga también pelambre y entonces
nos la quitamos el uno al otro, conforme lo del Evangelio: «Ayudaos como buenos hermanos».
Traemos gran cuenta en no andar los unos por las casas de los otros, si sabemos que alguno trata
la misma gente que otro. Es de ver cómo andan los estómagos en celo.
Estamos obligados a andar a caballo una vez cada mes, aunque sea en pollino por las calles
públicas; y obligados a ir en coche una vez en el año, aunque sea en la arquilla o trasera. Pero si
alguna vez vamos dentro del coche, es de considerar que siempre es en el estribo, con todo el
pescuezo de fuera, haciendo cortesías porque nos vean todos y hablando a los amigos y
conocidos aunque miren a otra parte.
Si nos come delante de algunas damas, tenemos traza para rascarnos en público sin que se vea;
si es en el muslo, contamos que vimos un soldado atravesado desde tal parte a tal parte, y
señalamos con las manos aquellas que nos comen, rascándonos en vez de enseñarlas. Si es en la
iglesia, y come en el pecho, nos damos sanctus aunque sea al introibo. Levantámonos, y
arrimándonos a una esquina en son de empinarnos para ver algo, nos rascamos.
¿Qué diré del mentir? Jamás se halla verdad en nuestra boca. Encajamos duques y condes en las
conversaciones, unos por amigos, otros por deudos, y advertimos que los tales señores, o están
muertos o muy lejos.
Y lo que más es de notar es que nunca nos enamoramos sino de pane lucrando, que veda la
orden damas melindrosas, por lindas que sean, y así, siempre andamos en recuesta con una
bodegonera por la comida, con la huéspeda por la posada, con la que abre los cuellos por los que
trae el hombre. Y aunque, comiendo tan poco y bebiendo tan mal no se puede cumplir con
tantas, por su tanda todas están contentas.
Quien ve estas botas mías, ¿cómo pensará que andan caballeras en las piernas en pelo, sin
media, ni otra cosa? Y quien viere este cuello, ¿por qué ha de pensar que no tengo camisa? Pues
todo esto le puede faltar a un caballero, señor licenciado, pero cuello abierto y almidonado, no.
Lo uno, porque así es gran ornato de la persona; y después de haberle vuelto de una parte a otra,
es de sustento, porque se cena el hombre en el almidón con sus fondos en mugre, chupándole
con destreza.
Y al fin, señor licenciado, un caballero de nosotros ha de tener más faltas que una preñada de
nueve meses, y con esto vive en la Corte; y ya se ve en prosperidad y con dineros, y ya en el
espital. Pero, en fin, se vive, y el que se sabe bandear es rey, con poco que tenga.»
Tanto gusté de las extrañas maneras de vivir del hidalgo, y tanto me embebecí, que divertido con
ellas y con otras, me llegué a pie hasta las Rozas, adonde nos quedamos aquella noche. Cenó
conmigo el dicho hidalgo, que no traía blanca y yo me hallaba obligado a sus avisos, porque con
ellos abrí los ojos a muchas cosas, inclinándome a la chirlería. Declaréle mis deseos antes que
nos acostásemos; abrazóme mil veces, diciendo que siempre esperó que habían de hacer
impresión sus razones en hombre de tan buen entendimiento. Ofrecióme favor para introducirme
en la Corte con los demás cofrades del estafón, y posada en compañía de todos. Aceptéla, no
declarándole que tenía los escudos que llevaba, sino hasta cien reales solos, los cuales bastaron,
con la buena obra que le había hecho y hacía, a obligarle a mi amistad.
Compréle del huésped tres agujetas, atacóse, dormimos aquella noche, madrugamos, y dimos
con nuestros cuerpos en Madrid.