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Formación pericial con perspectiva de género

Módulo VI. Criminología crítica y perspectiva de género

Unidad Temática 2
Criminología, género y política criminal.

Universidad Nacional Autónoma de México

Fiscalía Especial para la atención de delitos relacionados


con actos de violencia contra las mujeres en el país

Módulo VI
Criminología crítica y perspectiva de
género

Unidad temática 2
Criminología, género y política
criminal

Autoras: Angela Villeda Miranda e Iris Rocío Santillán Ramírez

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Formación pericial con perspectiva de género
Módulo VI. Criminología crítica y perspectiva de género

Unidad Temática 2
Criminología, género y política criminal.

2.1 Criminología y género


Utilización de las categorías sexo y género en la construcción de un orden
jerarquizado a partir de las diferencias biológicas

Para comprender los diversos mecanismos e instituciones de control social, y el


papel que juegan en la orientación que se da a la aplicación del orden penal hacia
las mujeres, es indispensable apoyarnos en las categorías sexo y género

Desde el momento en que nacemos, dependiendo de si se es niña o niño,


empezamos a recibir un trato diferenciado por parte de quienes nos rodean. Se
nos inculcan valores y creencias que, desde pequeños, delimitarán los atributos y
las aspiraciones sociales que se esperan –socialmente– de nuestra genitalidad; se
nos prepara y educa para comportarnos de cierta manera, a partir de nuestro sexo
y de las expectativas sociales asociadas a él.

La antropóloga Martha Lamas señala que:

• …“el sexo está determinado por las características genéticas, hormonales,


fisiológicas y funcionales que a los seres humanos nos diferencian
biológicamente en tanto que,

• género es el conjunto de características sociales y culturales asignadas a


las personas en función de su sexo”.1

El género es el conjunto de ideas sobre la diferencia sexual que atribuye


características femeninas y masculinas a cada sexo, a sus actividades y
conductas, y a las esferas de la vida; mientras que el sexo se refiere a las
diferencias biológicas y naturales que las personas tenemos al nacer.

Las formas de relación entre mujeres y hombres están determinadas por


códigos, valores y normas en un contexto social dado

Las relaciones están reguladas por un conjunto de normas y códigos sociales,


religiosos, políticos y jurídicos; también por un conjunto de tradiciones, reglas y
roles, que son las bases para el diseño del orden en la sociedad.

1
Lamas, Martha. La perspectiva de género: una herramienta para construir la equidad entre mujeres y hombres. México
1997. SNDIF.

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A lo largo de la historia, los modelos sociales han sido construidos a partir de


considerar valoraciones diferentes para las expectativas y roles asignados a los
géneros, es decir, qué es lo que una sociedad espera acerca del comportamiento
de los hombres y de las mujeres, en los diferentes ámbitos de la vida.

A través de la cultura se trasmiten las normas y valores de una sociedad, su


permanencia y garantía de reproducción se logra mediante el proceso de
socialización y aprendizaje en las instituciones sociales como son la familia, la
escuela, la iglesia, el Estado y los medios de comunicación.

Es decir, este proceso de aprendizaje y reproducción de lo socialmente aceptado


suele garantizar la perpetuación de formas de pensar y de actuar de lo que
significa en contextos particulares de tiempo y cultura, “lo masculino” y “lo
femenino”.

Lo anterior supone también la reproducción de valores negativos y las inequidades


entre los géneros.

Aún cuando la diferencia biológica entre hombres y mujeres no debiera significar,


necesariamente, la construcción de un modelo social fincado en la desigualdad;
en el diseño del orden social establecido, esta valoración, deviene
necesariamente en desigualdad.

El modelo de lo humano es parcial, porque excluye al otro, a quien se le da un


trato desigual.

A partir de la diferencia biológica entre el hombre y la mujer se han construido


diversos escenarios del orden que dan forma a una estructura social
diferenciadora, en donde los atributos culturales asociados al rol femenino
aparecen como naturales; excluyendo el carácter socialmente construido del
género para que emerja como natural y biológicamente determinado.

Es razonable sostener, entonces, tal y como comenta Ana María Fernández


que…”La intolerancia hacia el diferente, el transformar al diferente en peligroso,
inferior o enfermo, forma parte de uno de los problemas sociales de toda
formación social”.

Para ello, uno de sus puntos estratégicos es lograr que la discriminación de


grupos e individuos, el reparto desigual del poder, la riqueza y los bienes
simbólicos y eróticos parezcan naturales.

La naturalización de la injusticia no es un proceso espontáneo; por el contrario,


hay que construirlo. En esta producción de naturalidad, la formación de consensos

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juega un papel decisivo, de lo contrario el orden impuesto a los subordinados sólo


podría mantenerse represivamente.

El poder, junto con las formas represivo-supresivas, pone en funcionamiento


formas productivas de generación de valores, motivaciones y deseos, que operan
en sentido interactivo con gran eficacia (Fernández, 1994: 114-115).

Precisamente lo que expresa el empleo de la categoría género, es el


reconocimiento de lo socialmente construido para hombres y mujeres, en tanto
que el empleo de la categoría “sexo” (masculino o femenino) se refiere a lo
determinado biológicamente. Aquí reside uno de los mayores aportes del
feminismo, en la circunstancia de mostrar que el género no puede ser tratado
como un hecho natural.

Mecanismos de control social: formal e informal

En líneas anteriores se señalaba que la cultura es el vehículo de transmisión de


normas y valores de una sociedad y que la familia, la escuela, la iglesia, el Estado,
el derecho y los medios de comunicación son instituciones sociales de control que,
mediante procesos de aprendizaje y socialización, aseguran la reproducción de
relaciones desiguales y formas de dominación de unos sobre otros.

Por ello, las instituciones y sus mecanismos de control social formal e informal son
relevantes para el estudio de la criminología y, en particular, de la criminología
femenina.

Se entiende por control social, “la estrategia tendiente a naturalizar y normalizar un


determinado orden social construido por las fuerzas sociales dominantes”
(Pavarini y Pegoraro, s/f: 82).

El término control social tiene una doble y contradictoria acepción en el plano


político, se asocia a acciones de imposición, cambio o conservación de un
determinado orden social. El control social es leído a través de categorías de la
ciencia política y jurídica tales como Poder, Dominio, Estado, Derecho, Represión
y Autoridad.

Como categoría sociológica, el control es interpretado a través de otros


paradigmas relacionados con la motivación para la acción; la integración social,
socialización, en una dimensión social no conflictiva, en la cual quien es
controlado no reivindica ninguna “alteridad” con relación a quien ejerce el control
(Pavarini y Pegoraro, s/f: 58 y ss).

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Se entiende por control social formal2 aquel cuyo orden ha sido instaurado por el
sistema jurídico y por control social informal3, “las otras formas producidas por
los restantes sistemas que dotan también de sentido a la realidad…” (Tenorio,
1991: 43).

De manera significativa, los calificativos de formal e informal han estado presentes


en otras áreas del conocimiento como la economía o la administración cuyas
apreciaciones califican como informal aquello que se desenvuelve al margen de la
ley, por ejemplo, la economía informal para diferenciarla de la formal o legalmente
establecida. Como se aprecia, la distinción atiende, en efecto, a cuestiones
“formales”. En este sentido, el Sistema de Justicia Penal, constituido no sólo por
jueces e instituciones, también por las normas jurídicas que le dan vida, es
encarado como instrumento de control social formal. Sin embargo, gran parte de
las actuaciones de sus funcionarios se realizan en la clandestinidad; ello
conduciría a apreciar diversas manifestaciones informales en otras facetas del
Sistema de Justicia Penal y en las diversas representaciones del orden al margen
del control punitivo.

Elena Larrauri precisa que los mecanismos del control social informal deben
estudiarse con especial interés, en particular cuando se trata de explicar la
criminalidad femenina, pues algunos investigadores del fenómeno, de manera
simplista, han tratado de encontrar en su mayor eficacia una razón para justificar
su menor incidencia delictiva en relación con la de los varones (Larrauri, 1994: 1;
Azaola, 1996).

El Control social informal hace referencia a todas aquellas respuestas negativas


que suscitan determinados comportamientos que vulneran normas sociales, que
no cumplen las expectativas de comportamiento asociadas a un determinado
género o rol. Estas respuestas negativas no están reguladas en un texto
normativo, de ahí que se hable de sanciones informales” (Larrauri, 1994: 1).

El control social informal está presente en todos los espacios públicos y privados,
por lo que es importante develar estos mecanismos, como se puede apreciar en
los siguientes ejemplos:

2
La autoridad del Estado para ejercer un control social a través de sus instrumentos normativos como son el derecho. Las
atribuciones del Estado han sido estudiadas críticamente, resaltando algunos aspectos en torno a las fuentes de limitación
de este poder en función de su legitimidad y el respeto a las garantías individuales. Tomado de Margarita Álvarez Tirado,
Artículo Funciones de la pena y Control Social, Universidad Externado, Bógota Colombia. Julio 2007.
3
Dado el conjunto de actores sociales, situaciones y procesos que se expresan en la recreación de mecanismos de control
social informal, existe una preocupación en diversos autores por su delimitación conceptual y reconocimiento de la
complejidad, de esta categoría a fin de aplicarla adecuadamente al análisis crítico de los problemas sociales y penales que
permitan comprender la lógica del orden y formas de control de desorden y la conflictividad. Se sugiere la lectura de
Garland, D., The culture of control. Crime and social order in contemporary society. Oxford, OxfordUniversity Press, 2002.

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a) Papel de la mujer en la reproducción de la fuerza de trabajo y en


educación de los hijos e hijas

La importancia que guarda la mujer como en la reproducción de la fuerza de


trabajo y principal responsable de la educación de los hijos e hijas, le da especial
significación a ese rol, ya que incide en su capacidad de actuación y en su
movilidad social limitando su facultad de constituirse plenamente como ciudadana.

b) El espacio doméstico

El espacio doméstico es una de las formas restrictivas en donde opera con mayor
intensidad y eficacia el control informal.

• El hecho de que exista una educación diferenciada dentro de la familia,


debido a la función social que cada uno de los géneros se le asigna,
determina la escasa movilidad de las mujeres y niñas (sea por la carga de
trabajo en la casa, que se supone le “toca a las mujeres”)
circunscribiéndolas en mayor o menor medida al ámbito de lo privado.

• La mujer adulta, si no tiene independencia económica, experimenta el


control doméstico ejercido por el marido, que adopta diferentes
modalidades: “la cicatería con el dinero, la limitación de las entradas y
salidas, la vigilancia del tiempo libre o la expresión extrema consistente en
malos tratos y palizas” (Larrauri, 1994: 3).

• La preocupación por la sexualidad de la hija joven justifica, a los ojos de


muchos padres, un control más estricto con relación al joven varón.

c) Control informal público

Existen otros espacios informales en donde aparece con mayor rigor el control
hacia las mujeres, denominado el control público difuso, podemos distinguir los
siguientes:

• “Toque de queda simbólico”


Es como una regla no escrita, el hecho de que las mujeres sepan que no
deben ir a determinados lugares y horarios. Elena Larrauri señala que en
este sentido se afirma que la mujer vive bajo “un toque de queda simbólico”.

• La reputación y el honor
Son otros mecanismos de control social informal, que aparecen bajo formas
más sutiles y poco investigadas.

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Existe una distribución de espacios públicos y privados vinculada con la


reputación, en donde de manera evidente se puede apreciar la rigidez de esta
división social imaginaria, pero real, en situaciones como la participación política,
espacios laborales en diversas áreas, acceso a prácticas deportivas y vida
cotidiana.

La cuestión del honor tiene enormes implicaciones legales. Una muestra es una
investigación relacionada con la percepción de los ministerios públicos,
investigadores de víctimas de delitos sexuales al momento de presentar la
denuncia.

Los resultados mostraron de manera contundente que hubo mayor desconfianza


de estos ministerios públicos, cuando la víctima tenía una “honorabilidad” que no
cubría las “expectativas sociales relacionadas con la mujer” o lo que éstos
suponen debe ser el honor de una mujer (dudaron o no les creyeron a las jóvenes,
a las empleadas domésticas, a las novias del agresor, a las prostitutas o a las
mujeres que no presentaban el síndrome de la mujer violada, entre otras)
(González, 1993).

• La imagen de la reputación y honorabilidad mediada por el lenguaje,


de lo que otros u otras dicen respecto al ser hombre o ser mujer.

Al respecto, Patricia Duarte ha reflexionado que “… resulta más o menos natural


pensar o asociar la palabra mujer con honestidad, pecado, envidia, sumisión,
coquetería, prostitución y, la palabra hombre con poder, inteligencia, bravura,
fuerza, etcétera.

De tal manera que…"cuando nos encontramos que existen palabras que expresan
cualidades o atributos considerados tradicionalmente como –viriles– y que no
existe connotación femenina para las mismas, se evidencia una grave mutilación
del lenguaje; pero no solamente eso, tal mutilación también se manifiesta en la
personalidad de los sujetos que no las pueden –poseer–: las mujeres…”

También a través del lenguaje se expresa la dualidad los conceptos, por el sólo
hecho de que tal o cual palabra sea femenina o masculina.

En un diccionario encontramos definiciones como las siguientes:

Hombre público: el que interviene públicamente en los negocios políticos.

Mujer pública: prostituta.

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Hombre de mundo: el que por su trato con toda clase de gente y por su
experiencia y práctica de negocios merece esta calificación.

Mujer mundana: Prostituta.

• El lenguaje utilizado por las mujeres es el lenguaje de la debilidad

Es indudable que el lenguaje nos define; en sus formas de expresión se crean y


transmiten valores y prejuicios asignados a los diferentes sujetos sociales. El
lenguaje oral, las palabras y su significado, la manera en cómo nos expresamos
de nosotros y de los demás forma parte de un discurso que, además de nombrar,
ordena el mundo.

El lenguaje femenino, en general, expresa la dominación a que ha sido sometida.


Un lenguaje que siempre necesita refuerzos, reiterar como: ¿no es verdad?, ¿voy
bien?, ¿me explico? Un lenguaje que se esfuerza por captar la atención del otro,
intercalando preguntas e intentando mantener viva la conversación, acostumbrada
a ser interrumpida por voces más potentes” (Larrauri, 1994: 9-10).

Se han expuesto diversas expresiones del control social informal a las mujeres,
básicamente de consecuencias negativas, sin embargo, no hay que olvidar lo
señalado por Pavarini y Pegoraro (s/f: 81 y ss), que por otra parte, en su acepción
política, el control social crea consensos y produce realidades y rituales de verdad.
Esto significa que en la medida que se modifica la estructura de las relaciones en
una sociedad, se van generando nuevas formas de pensamientos y sensibilidad
social.

Violencia invisible en el orden penal

Se utiliza el término violencia en su acepción de fuerza real o simbólica, en una


construcción social jerarquizada. La violencia se constituye como un ejercicio de
poder mediante el uso de la fuerza física, psicológica, sexual, económica o
política.

La violencia de género y su relación con la criminalidad tiene su origen en un


orden social basado en un sistema de relaciones de género que postula que los
hombres y las expectativas que de ellos se tienen, en relación con la
masculinidad, se encuentran en una situación de privilegio con relación a las
mujeres.

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En este modelo rígido y jerárquico, las diferencias con respecto al paradigma


hombre–mujer implica desigualdad, se tolera o valida la violencia hacia los otros
para controlarlos.

Los diferentes, la otredad, en los modelos autoritarios son forzados a partir del
establecimiento de “normas” que regulan el intercambio entre los sexos, además
de privilegiar los valores masculinos, otorgándoles el poder –real o simbólico–
para dirigir los destinos de los anormales, es decir, los que están fuera de la
“norma” (González et. al, 1993: 13 y ss).

Hay que agregar una práctica apoyada en controles sociales formales e informales
que no contempla la solución negociada de conflictos, sino que trata de resolverlos
por medio del modelo autoritario que reglamenta el empleo de la violencia hacia la
“otra”.

Las instituciones combinan y alternan estrategias y dispositivos de violencia física


y simbólica. Los procesos de violencia simbólica, o apropiación de sentido, se
construyen en las mismas instituciones por las que circulan los discriminados, en
posiciones desventajosas. Es a través de ellas que se les impone la arbitrariedad
cultural de su inferioridad mediante múltiples discursos y mitos sociales, y
explicaciones religiosas y/o científicas”. (Fernández, 1994: 114-115).

Existe una amplia literatura referida al concepto de violencia y su relación con el


género (entre muchos: Bedregal, 1991; Corsi, 1994; Chejter, 1990; Ferreira, 1989;
Giberti, 1992; Grosman, 1992; Vain, 1989), pero, para los efectos del presente
módulo se utiliza el término en su acepción de fuerza real o simbólica, en una
construcción social jerarquizada. La violencia se constituye como ejercicio de
poder mediante el uso de la fuerza física, psicológica, sexual, económica o
política.

La violencia intrafamiliar y el maltrato infantil realizado por la autoridad familiar


representa el ejercicio de un derecho de corrección, generalmente ejercido por el
varón, que socialmente se considera legítimo. La condición de subordinación a la
autoridad del paterfamilia provoca, en innumerables casos, el aislamiento de la
mujer.

También se ejerce violencia contra las mujeres cuando reciben atención médica,
debido a la violencia intrafamiliar, y el médico asienta este hecho como un asunto
de carácter privado, soslayando el carácter público que éste tiene.

Los resultados de esta pérdida de visión sobre el origen del problema son lógicos,
se privilegian las respuestas médicas argumentando trastornos de personalidad,

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enfermedades, patologías, deseos inconscientes, fantasías de agresión y


complejos de castración.

Al respecto del tema, Larrauri ha expuesto que:

“La mujer, que canaliza muchas de sus frustraciones en diversas patologías o en


la automedicación, consigue, con la ayuda médica adaptarse a la situación, pero
no subvertirla. El tratamiento médico, además de atenuar las tensiones sociales,
hace aparecer como producto de una naturalidad biológica algo que está
socialmente determinado” (Larrauri, 1994: 6).

En el ámbito laboral, paralelamente a situaciones de desventaja económica


expresadas en menores oportunidades de empleo, sueldos más bajos en función
del género; subsisten prácticas discriminatorias como exámenes de no
embarazo:requisito condicionante para ser contratadas, o la violencia de género
por el acoso sexual en el espacio de trabajo.

Ante las diversas situaciones de violencia de género, la polémica ha consistido en


lograr el reconocimiento del fenómeno como una práctica discriminatoria y no
como una práctica normal de convivencia entre los géneros.

En este sentido, es necesario hacer visible el problema y reconocer su


gravedad; no significa, automáticamente, que la intervención punitiva del
Estado constituya la manera ideal de solucionarlo.

Hay que ubicar a la mujer tanto el papel de persona activa del crimen como en el
de víctima, al igual que en el reconocimiento de situaciones de
sobrevictimización. Lo anterior porque la eficacia del control social señala que
las mujeres en su papel pasivo delinquen menos. Se puede afirmar que el Sistema
de Justicia Penal al no estar preparado para procesar a las mujeres,
frecuentemente se traduce en mayor severidad de la represión penal.

• Persona activa del crimen o delito

Las mujeres pocas veces aparecen en las codificaciones penales como sujeto
singular de conductas típicas; los delitos que las colocan como autoras las
estigmatizan sin han cometido parricidio, filicidio y, en algunos estados, si han
abortado .

En la construcción de los sistemas punitivos de la modernidad, la mujer


prácticamente fue excluida. Esto permitió al discurso criminológico afirmar, con
generosidad, que el sujeto femenino delinque menos. El razonamiento simplista

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consiste en afirmar que si hay menos mujeres bajo el sistema de reclusión, esto se
debe a una especie de inmunidad predeterminada por una serie de atributos y
características derivadas de su naturaleza. Esto, por cierto, no era visto como un
signo de superioridad, sino como un rasgo explicado por su “natural inferioridad”,
de ahí la severidad con la que se les ajusticia.

La mujer criminalizada, de acuerdo a estas visiones, se muestra frecuentemente


“virilizada” o poseedora de una patología degenerativa, dado que la mujer “más o
menos normal” contraviene a su propia “naturaleza” cuando comete delitos
violentos.

La exclusión penal de la mujer como responsable de conductas típicas, además


de ensañarse con las transgresoras, facilita el control social del género femenino
al garantizar la reproducción social de la conformidad en esa especie de “destino
manifiesto” que se le ha asignado en la codificación penal.

El derecho penal las excluye como sujetos activos, pero agrava la


individualización de la pena que sobre ellas recae, que se basa en un
conjunto de falsedades ordinarias en forma de prejuicios de género que
pretenden legitimar su rol subordinado.

Con respecto a la incidencia del delito de las mujeres, se considera que la mayoría
de ellas se encuentran en la clasificación de primodelincuentes, es decir, que
cometen por vez primera un delito y se enfrentan con el sistema penal y en muy
pocos casos reinciden; a diferencia de los varones, donde es más frecuente que
ocurra.

En el período de 2003 a 2006, de cada 100 hombres registrados como presuntos


delincuentes en juzgados del fuero común y federal, entre 10 y 12 son mujeres
(INEGI. Estadísticas Judiciales en Materia Penal). Esto significa que 88% del total
corresponde a hombres y entre 10 y12% a mujeres.

Se estima que, con relación a la asesoría jurídica que reciben las mujeres, esta es
menor con relación a los hombres, sin que se cuenten con los datos oficiales.

Los registros del Sistema de Justicia Penal señalan que del total de internos,
5.65% son personas de la tercera y cuarta edad. 4.5% del total de la población
femenina en reclusión tiene entre 81 y 99 años de edad, frente a 1.2% de
ancianos varones de las mismas edades. (Cavazos, 2005: 192).

Por lo que hace a los escenarios informales del control social que refuerzan el
ejercido en reclusión, resulta importante destacar que las mujeres libres son las

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que más visitan a los internos; sin embargo, cuando resultan procesadas es
significativo el hecho de ser las menos visitadas.

La reglamentación de la visita íntima de las reclusas demuestra también la


discriminación: para acceder a ella es necesaria la existencia previa de una
relación, si no la hay, de acuerdo con el estudio de Irma Cavazos, “la institución
toma en sus manos la tutela –moral– de las visitas íntimas, permitiéndolas o
negándolas como premio y castigo, porque nunca se facilitan como derecho”
(Cavazos, 2005: 194).

Las prisiones femeninas de nuestro país suponen una pena de privación de la


libertad inequitativa para las mujeres; el “tratamiento penitenciario” acepta y
acentúa los mitos fincados en los roles tradicionales de las mujeres; como se
puede observar en el tipo de trabajo femenino en reclusión, el excesivo control
sobre la sexualidad de las presas, la falta de servicios jurídico-asistenciales para
su género, la férrea disciplina y el abandono institucional para con las presas
madres o con responsabilidades familiares.

• Víctima

Es aquella persona que ha sido violentada y se han vulnerado sus derechos


humanos y, por ende, sus garantías individuales, sea por las instituciones o por
otras personas.

La mujer, además de haber padecido la violación de sus derechos y garantías en


su condición de víctima, tiene que enfrentar cuando decide denunciar el delito, la
presión de ofrecer las pruebas que den fe de que el delito ocurrió.

• Sobre victimización

Se conoce como sobre victimización aquellas situaciones que viven las mujeres
recluidas en la cárcel. Afirma Irma Cavazos que: …“en cuanto a la mujer
delincuente, seleccionada por el sistema, por lo general proviene de las clases
desprotegidas que no han tenido acceso a la educación, y su medio, la ignorancia
y la vida, le han asignado una situación propicia para que sea fácilmente
capturada por el sistema penal, pues carece de poder económico.”
(Cavazos, 2005: 191).

La mujer, capturada por el sistema penal, tiene que superar la carga de la prueba
antes de iniciar la averiguación previa, tiene que convencer que no miente, sobre
todo, en los casos de violencia intrafamiliar y en los llamados “delitos sexuales”.

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En conclusión, de este módulo se desprende la urgente necesidad de incorporar a


la agenda democrática del Sistema de Justicia Penal en México, la condición de la
mujer encarcelada y la severidad de la individualización de las penas que sobre
ésta tradicionalmente recaen, a fin de diseñar políticas públicas que incorporen la
perspectiva de género.

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2.2 Nociones básicas de política criminal


Aunque el fenómeno criminal se ha abordado desde diversas posturas teóricas ha
sido poco el interés que generado la criminología con respecto a la delincuencia
femenina; sin embargo, existen algunos antecedentes históricos de diversas
explicaciones de la conducta criminal de las mujeres, que es importante conocer
antes de abordar las características y orientaciones de la política criminal a nivel
general.

Visiones de la criminalidad femenina

Desde una postura positivista, Cesare Lombroso, quien asistido por el joven
estudiante Gugliemo Ferrero, dedicó su obra La donna delincuente4, la prostituta e
la donna normale a explicar que sólo un reducido número de mujeres llegaban a
ser “delincuentes natas” debido a la poca evolución de éstas con relación a los
hombres; “las mujeres son biológicamente menos activas, llevan una vida más
sedentaria” (cit. en Leganés, Santiago y Ortolá, Ma. Esther, Criminología: Parte
Especial, Valencia, Tirant lo blanc, 1999:142). Sin embargo, contradictoriamente a
lo que se esperaría, llegaron a afirmar que cuando una mujer llega delinquir es
mucho “más peligrosa” que el hombre, ya que “una las ‘cualidades’ de la
criminalidad masculina y las peores características de la femenina: mayor
primitivismo, menor evolución, gran astucia y falsedad” (ídem). Según estos
autores, estas particularidades inclinan a las mujeres criminales a cometer delitos
de sangre, injurias, calumnias, etcétera.

El enfoque endocrinológico explica las diferencias entre hombres y mujeres a


partir de las diferencias hormonales que influyen en el tipo de infracción que
cometen. Según Gray, los varones son más agresivos debido a la mayor
presencia de hormonas andrógenas, lo que incide directamente en delitos
violentos; mientras que las mujeres padecen más miedo que el hombre y sufre
más depresiones y neurosis (Leganés, S. y Ortolá, M., op. cit.: 143).

También han sido frecuentes las explicaciones en el sentido de que ciertos


estados físicos de las mujeres —como la menarquia, la menstruación, el
climaterio, el embarazo o el post-embarazo— pueden influir de manera
significativa para que una mujer delinca, al encontrarse en estados de irritabilidad
y bajo control de sus impulsos. Así, por ejemplo, en 1960, Parker constató que

4
Nicole Rafter al hacer una nueva traducción de La donna delincuente, junto con la historiadora italiana Mary Gibson,
analiza el momento histórico en que esta obra fue escrita. Encontraron que La donna delincuente fue producida durante un
periodo en que el movimiento feminista iniciaba en Italia. Las mujeres activistas demandaban el acceso a la educación, a
las profesiones, igualdad al interior de la familia y el derecho al voto (Rafter, N., 2003)

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62% de los delitos cometidos con violencia por mujeres los llevaron a cabo en la
semana premenstrual (cit. en Leganés, S. y Ortolá, M., op. cit.: 143).

Un año más tarde, Pollack explicaba que:

(…) “durante la menstruación, la mujer comete ‘actos de venganza’ al


sentirse en un status inferior al hombre ya que la menstruación le recuerda
su fracaso de no poder ser hombre. Estos ‘actos de venganza’ pueden ser
delitos de acusaciones falsas, perjurio, incendio, asesinato, robos” (cit. en
Leganés, S. y Ortolá, M., op. Cit.: 144).

Es clara la influencia del psicoanálisis freudiano en este tipo de explicación.

Desde la perspectiva psicoanalítica, vale la pena recordar también el discurso


freudiano con respecto a la supuesta envidia que las mujeres le tienen al hombre
por tener pene y, por tanto, a padecer complejo de castración, que las hace sentir
inferiores.

“…Muy distintas, en cambio, son las repercusiones del complejo de


castración en la mujer. Ésta reconoce el hecho de su castración, y con ello
también la superioridad del hombre y su propia inferioridad; pero se rebela
asimismo contra este desagradable estado de cosas.” (Freud, S., 1972:
134).

La propuesta de Pollack va más allá al formular su tesis sobre la criminalidad


femenina ocultada, que construye a partir de tres argumentos:

• La naturaleza propia de las mujeres es ser más que ejecutoras,


instigadoras de la conducta criminal. Pollack afirmaba que las mujeres son
inherentemente tramposas, manipuladoras, acostumbradas a ser
escurridizas, pasivas y sin pasión;

• Las actividades que desarrollan las mujeres –amas de casa, enfermeras,


trabajadoras domésticas y maestras– les dan mayor posibilidad de
disimular su delito. Un ejemplo que pone este autor es el envenenamiento
de un menor de edad por parte de una mujer, sin que se sospeche del
crimen (del Olmo, R., 1998: 22).

• El principio de la caballerosidad, que consiste en la posibilidad de que


algunas mujeres evadan el Sistema de Justicia Penal por el simple hecho
de serlo. Pollack afirmaba “Es parte de nuestra cultura que la mujer debe
ser protegida por el hombre. La importancia de esta norma convencional

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también afecta nuestra lucha contra la criminalidad femenina” (Pollack,


1961: 5 cit. en del Olmo R., op. Cit.: 22).

Por otra parte, algunos estudios cromosómicos muestran que cierto


cromosoma determina la agresividad del individuo, por lo que al carecer las
mujeres de éste, la posibilidad de que sean agresivas es poco común (García
Pablos, A. 1988: 338), Otra vez, el diagnóstico –para utilizar los términos clásicos
del positivismo y la clínica– frente a una mujer agresiva sería que es antinatural;
mientras que la agresividad de un varón forma parte de su propia naturaleza,
contra la cual es difícil resistir.

Aportes de la criminalidad femenina con perspectiva de género

En los años sesenta, la participación de las mujeres en el ámbito público dio por
consecuencia que algunas se ocuparan de la criminalidad femenina con una visión
distinta: con una perspectiva de género. Así, a principios de los años setenta y en
el marco del Año Internacional de la Mujer, en Estados Unidos y Gran Bretaña,
varias criminólogas criticaron los discursos de la criminología positivista.

Las obras de las estadounidenses Freda Adler y Rita Simon fueron punto clave
para abandonar la clásica orientación que el análisis sobre las mujeres criminales
tenía hasta entonces (del Olmo, R., 1998: 23-24).

Teoría de la masculinidad

Por un lado, Freda Adler en su obra Sisters in crime: The Rise of the New Female
Criminal afirma que el aumento de la criminalidad femenina se debe a los cambios
sociales que han vivido las mujeres, derivado del movimiento de liberación
femenina, esto es, parte de la hipótesis que cuanto más se masculiniza una
mujer*5, más posibilidades tiene de cometer delitos. Este tipo de teorías recibe
justamente la denominación de Teorías de la masculinidad, las cuales han sido
seriamente criticadas, ya que en la realidad, los índices de delincuencia femenina
no han ido en aumento en relación con la masculina, ni tampoco han aumentado
en proporción a la incorporación de la mujer a la sociedad y al mundo productivo
(Del Olmo, R., op. Cit. 23-24 y Leganés, S. y Ortolá, M., op. Cit.; 146-147).

5
Nicole Rafter menciona que uno de los legados de Lombroso es la idea de que las mujeres criminales se masculinizan
más a diferencia de mujeres no criminales (2003:13).

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Criminología, género y política criminal.

Teoría de la oportunidad

Rita Simon recoge diversos datos relacionados con la criminalidad femenina de


varias décadas en su obra Women and Crime, a partir de la cual plantea su tesis
de la oportunidad. Simon afirma que en la medida que las mujeres participan en
actividades exclusivas para el género masculino, el grado de oportunidad para que
ellas delincan se incrementa. La autora también plantea que el movimiento de
liberación femenina ha impactado en el Sistema de Justicia Penal para las
mujeres, en el sentido de que se ha ido abandonando el principio de
caballerosidad y el trato es cada vez más igualitario y, quizá, más severo, en
relación con el hombre delincuente. También la teoría de la oportunidad fue
seriamente criticada por no considerar variables como el proceso de socialización
y el control social que son diferentes para ambos géneros (Del Olmo, R., 1998: 24-
25)

Teoría de la necesidad económica

En 1986, la socióloga estadounidense Eleanor M. Millar en su investigación Street


Women reconoce la importancia de las investigaciones de Adler y Simon; sin
embargo, pone el dedo en la llaga cuando afirma:

“La razón por la cual Adler y Simon interpretaron los datos oficiales de la
manera en que lo hicieron no es por inadecuados análisis de las
estadísticas descriptivas utilizadas ni tampoco por falta de conocimientos
sobre qué tipo de delitos correspondían a las categorías del FBI. Yo
argumentaría que lo crucial fue que ambas interpretaron las estadísticas de
esta forma porque no tenían contacto con quien es la típica mujer
criminal a nivel demográfico y personal…

Históricamente, y especialmente en la actualidad, la típica mujer criminal es


joven y pobre. Tiene escasa educación y habilidades, madre de varios niños
y ha participado en prostitución, un pequeño hurto o un delito relacionado
con drogas”. (Millar, 1986: 5-6, cit. en del Olmo, R., 1998: 25)

De esta manera surge la teoría de la necesidad económica, que vislumbra a la


feminización de la pobreza como elemento de incremento en la criminalidad de las
mujeres y no ya al movimiento de liberación femenina. Lo anterior no significa que
sólo las mujeres –o los hombres– cometen delitos, sino que el sistema penal
selecciona entre las personas menesterosas a su “clientela” y que no son razones
de la naturaleza las que hacen que un hombre o una mujer vulneren las normas
penales.

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Módulo VI. Criminología crítica y perspectiva de género

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Criminología, género y política criminal.

Crítica criminológica feminista

El libro Women, Crime and Criminology, de Carol Smart, fue el primer texto de
crítica criminológica feminista. La socióloga británica afirmaba:

“En muchos estudios criminológicos, la mujer no se menciona, su propia


existencia se ignora o se considera tan insignificante como para tomarse en
cuenta. El desviado, el criminal o el actor siempre es masculino; siempre es
su racionalidad, su motivación, su alienación o su víctima. Y esto es más
que una conveniente elección de palabras; la selección del pronombre
masculino puede decirse que incluye lo femenino, pero en realidad no es
así. La experiencia del mundo de ella nunca se expresa aún cuando puede
ser y frecuentemente es un efecto diferente de la experiencia masculina”
(Smart, 1976: 177 cit. en del Olmo, R., 1998: 26).

En su obra, Smart, denuncia no sólo la invisibilización a la que han estado sujetas


las mujeres que han sido víctimas de delitos, sino peor aún, a la que el Sistema de
Justicia Penal y las teorías criminológicas las han condenado.

A partir de este trabajo, en los años ochenta, las aportaciones criminológicas con
perspectiva de género proliferaron en Inglaterra.

En 1985, la criminóloga británica Pat Carlen publicó su libro Criminal Woman que
consiste en una investigación de campo con mujeres prisioneras en cárceles de
Escocia, la cual continuó en años posteriores, llegando a las siguientes
reflexiones:

• los crímenes de las mujeres son en su mayoría crímenes típicos de quienes


no tienen poder;

• las mujeres en prisión pertenecen desproporcionadamente a grupos étnicos


minoritarios;

• la mayoría de las mujeres en prisión han vivido en la pobreza la mayor


parte de sus vidas; y

• las tipificaciones convencionales sobre la feminidad desempeñan un papel


clave en la decisión de encarcelar o no a una mujer. (Carlen, 1992: 53, cit.
en del Olmo, R., 1998: 28).

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Criminología, género y política criminal.

Constructivismo social

El constructivismo social es otro paradigma de coincidencia. La construcción social


de la realidad es un paradigma propuesto por Peter Berger y Thomas Luckmann,
en el que sostienen que “una ‘Sociología del Conocimiento’ deberá tratar no sólo
las variaciones empíricas del ‘conocimiento’ en las sociedades humanas, sino
también los procesos por los que cualquier cuerpo de ‘conocimiento’ llega a
quedar establecido socialmente como ‘realidad’”(1968: 15).

La criminóloga australiana Adrian Howe señalaría que el proyecto fundamental de


los años ochenta debería ir en el sentido de reconstruir las perspectivas
masculinas sobre las experiencias humanas y reconstruirlas incluyendo los
aspectos característicos de las mujeres para “la construcción de una comprensión
humana más representativa” (Howe, 1990, cit. en del Olmo, R., 1998: 28).

Formas de sexismo

No hay duda que uno de los planteamientos más importantes en esta materia es el
sexismo inmerso en los sistemas de justicia penal en gran parte del mundo.

Margarit Eichler identifica siete formas de sexismo en los textos legales:

• El familismo, que consiste en relacionar siempre a la mujer con su núcleo


familiar; así a las mujeres se les identifica como hijas de…, esposas de… o
madres de…, restándoles identidad como personas individuales que son.

• El doble parámetro se da cuando a una misma situación o conducta se les


valora de manera distinta dependiendo del género de que se trate.
Generalmente la valoración es negativa cuando se trata de cuestiones que
tienen que ver con lo femenino, mientras que, si por el contrario, tiene que
ver con lo masculino: la valoración es positiva.

• El dicotismo sexual radica en partir de que hay conductas o características


humanas que son más apropiadas para un sexo que para el otro.

• El deber de cada sexo consiste en partir de que hay conductas o


características humanas que son más apropiadas para un sexo que para el
otro.

• La sobregeneralización quizá sea la forma de sexismo que más frecuente


vemos en los textos legales, en los análisis criminológicos y en los
programas de política criminal. Se da cuando en un estudio se analiza

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Criminología, género y política criminal.

solamente la conducta del sexo masculino y los resultados se dan como


válidos para ambos sexos. Por el contrario, la sobreespecificación consiste
en presentar como específicos de un solo sexo ciertas necesidades,
intereses y actitudes que realmente involucra a ambos.

• La insensibilidad al género se caracteriza por ignorar la variable sexo como


socialmente válida o importante; y

• El androcentrismo, que se da cuando un estudio, análisis o investigación se


enfoca solamente desde la perspectiva masculina, invisibilizando la
experiencia y necesidades femeninas (Facio, A., 1993: 33-41).

En el siguiente cuadro se resumen las ideas principales de las aportaciones


teóricas a la criminología con perspectiva de género.

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Criminología, género y política criminal.

Aportes de la Criminalidad Femenina con Perspectiva de Género


(Ubicación histórica décadas de los 60, 70 y 80)

Aportación Autor /Autora/Obra Principales planteamientos Consideraciones


teórica representativos
Teoría de la Freda Adler Los cambios sociales producto del Otros autores han
masculinidad Sisters in crime: The movimiento de liberación femenina concluido que los
Rise of the New han influido en el incremento de la índices de
Female Criminal criminalidad femenina. delincuencia
Hipótesis central “cuanto más se femenina no han
masculiniza una mujer, más ido en aumento en
posibilidades tiene de cometer relación con la
delitos” masculina, ni
tampoco han
aumentado en
proporción a la
incorporación de la
mujer a la sociedad
y al mundo
productivo
Teoría de la Rita Simon Su tesis señala que en la medida No considera
oportunidad Women and Crime que las mujeres participan en variables como el
actividades que eran exclusivas proceso de
para el género masculino, el grado socialización y el
de oportunidad para que ellas control social que
delincan se incrementa. El Sistema son diferentes para
de Justicia Penal, como resultado ambos géneros
del movimiento de liberación
femenina es mas igualitario y tal
vez más severo con las mujeres,
con respecto al hombre delincuente

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Módulo VI. Criminología crítica y perspectiva de género

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Criminología, género y política criminal.

Eleanor M. Millar Reconoce las aportaciones de


Teoría de la Street Women Adler y Simon.Resalta
necesidad características sociodemográficas
económica de las mujeres que delinquen.
Distingue la feminización de la
pobreza como elemento de
incremento de la pobreza y no al
movimiento de liberación femenina
Crítica Carol Smart Denuncia la invisibilización a la que Da la pauta para el
criminológica Crime and han estado sujetas las mujeres al desarrollo de
feminista Criminology exponer: … “En muchos estudios estudios e
criminológicos, la mujer no se investigaciones
menciona, su propia existencia se criminológicas con
ignora o se considera tan perspectiva de
insignificante como para tomarse género
en cuenta. El desviado, el criminal
o el actor siempre es masculino;
siempre es su racionalidad, su
motivación, su alienación o su
víctima” Y a la invisibilización a la
que el Sistema de Justicia Penal y
las teorías criminológicas las han
condenado.
Constructivismo Peter Berger y A partir del paradigma de Berger y
social Thomas Luckmann Luckman que señala que en la
Adrian Howe construcción de conocimiento se
deben incluir no solo las
variaciones empíricas, sino los
procesos por lo que formalmente
ese cuerpo de conocimiento se
asume como realidad.
La autora enfatiza que el proyecto
fundamental de los años ochenta
debería ir en el sentido de
reconstruir las perspectivas
masculinas sobre las experiencias
humanas y reconstruirlas
incluyendo los aspectos
característicos de las mujeres para
“la construcción de una
comprensión humana más
representativa”

Concepciones Margarit Eichler En tanto que el sexismo se


y formas de constituye en una ideología de
sexismo género, que va más allá de una
actitud cultural como señala Alda
Facio, es una estructura de poder
concreta y bien establecida.Se

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Criminología, género y política criminal.

identifican las principales formas de


sexismo en los textos legales, que
son a saber:
Familismo: rol de la mujer asociado
siempre al núcleo familiar.
Doble parámetro: Valoraciones distintas
a una misma conducta dependiendo del
género.
Dicotismo sexual: conductas o
características humanas que son más
apropiadas para un sexo que para el
otro.
Deber de cada sexo: conductas o
características humanas que son más
apropiadas para un sexo que para el
otro.
Sobregeneralización: en el estudio de
una situación se analiza solamente la
conducta del sexo masculino y los
resultados se dan como válidos para
ambos sexos.
Insensibilidad al género: Ignorar la
variable sexo como socialmente válida
o importante.
Androcentrismo: Los estudios e
investigaciones se enfocan solamente
desde la perspectiva masculina,
invisibilizando la experiencia y
necesidades femeninas (Facio, A.,
1993: 33-41).

Relación entre Política Criminal y Criminología Crítica

La Criminología Crítica rompe de tajo con el paradigma positivista, ya que su


objeto de estudio no es más el sujeto criminal, y postula que la conducta delictiva
tiene naturaleza social y definitorial; es decir, la conducta delictiva no es
naturalmente delictiva, sino que depende de que otra persona la defina como tal,
es decir, se construye socialmente.

También enfatiza la selectividad y discriminatoriedad del control social. La


criminalidad no es una actividad poco común; sin embargo, la etiqueta de
delincuente o criminal sólo se le aplica a ciertos sectores sociales y/o económicos.
Así, el riesgo de ser etiquetado como delincuente no depende tanto de la
conducta realizada, sino de la posición del individuo en la pirámide social.

La Criminología Crítica dirige su atención al derecho penal, sus instituciones y a


sus operadores sociales (policías, fiscales, jueces y quienes trabajan en las
cárceles), se considera que el derecho penal, definido como el derecho del Estado
de ejercer violencia, es desigual por excelencia. Señala además que el derecho

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Módulo VI. Criminología crítica y perspectiva de género

Unidad Temática 2
Criminología, género y política criminal.

penal es intrínsecamente selectivo, en principio selecciona los bienes jurídicos que


ha de tutelar y en una segunda fase, selecciona a su “clientela”.

Política criminal

Se entiende por política criminal como: “el poder de definir los procesos
criminales dentro de la sociedad y, por tanto, de dirigir y organizar el sistema
social en relación a la cuestión criminal” (Bustos, J. 1996).

Por tanto, hay una convergencia y punto de encuentro entre criminología crítica y
política criminal. Intersección que es fundamental, ya que se llega a cuestionar las
formas, métodos, operación e instituciones.

La política criminal señala que este poder de definición del Estado se formaliza a
través de las leyes y de la dogmática penal; no obstante, se materializa en las
actuaciones de las instancias concretas en que actúan los operadores sociales y
los diferentes organismos auxiliares (asistentes sociales, psicólogos, psiquiatras,
médicos, etc.).

Mirar la cuestión criminal desde la óptica de la política implica ver todos estos
elementos como una unidad, de tal modo que tener la mejor ley todavía no
significa nada y, menos aún, si sólo es en un determinado ámbito (penal o
procesal penal). Se requiere tener un cuerpo coherente de leyes, instancias e
instituciones y operadores sociales (Bustos, J., 1996).

Actualmente existen diversas formas de aplicación de la Política Criminal, pero


éstas no deben constreñirse solamente al aumento de penas, el incremento de
cuerpos policíacos6, más operativos o la estigmatización de ciertos sectores
sociales, todo con el único fin de reducir el índice de denuncias, esto no
corresponde al ideal de política en un Estado social y democrático.

Paradigmas de la Política Criminal

Es importante señalar que existen paradigmas para implantar una Política


Criminal, sobre todo de aquellas relacionadas con el encarcelamiento de las
personas, y que son:

1. Prevención general

6
Sólo por recordar, citemos las políticas de “Ventanas rotas”, conocida en México también como la Ley Giuliani, aplicada
en New York.

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Formación pericial con perspectiva de género
Módulo VI. Criminología crítica y perspectiva de género

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Criminología, género y política criminal.

Plantea la idea de que a través de la norma y del temor a la sanción, las


personas se verán persuadidas a delinquir. Hay dos aspectos a saber:

a) Prevención general negativa: que se distingue por el concepto de


intimidación o temor ante la amenaza de la pena;

b) Prevención general positiva: busca la conservación y refuerzo de la


confianza al Sistema Jurídico Penal (Cavazos, I., 2006: 150).

En los últimos tiempos han renacido las posiciones preventivo generales, con las
cuales nació el Derecho Penal Moderno, pues hay que recordar que la primera
gran obra sistemática y garantista fue la de Feuerbach, quien la elaboró desde un
planteamiento político preventivo general, que precisamente lo plasmó en el
principio de legalidad de los delitos y las penas.

Es importante señalar lo anotado por el penalista chileno Juan Bustos Ramírez:

Una Política Criminal destinada simplemente a intimidar a las personas, de partida


implica rebajar su dignidad, en cuanto estima que todas ellas configuran sus
relaciones sólo con base en la amenaza, en la violencia.

Una política criminal destinada a intimidar y a rebajar su dignidad, como punto de


partida resulta tan falso, que tampoco logran empíricamente comprobar que ello
es cierto o, por lo menos, que la amenaza de la pena tiene tal cualidad en relación
con las personas. En otras palabras, las personas reivindican su carácter de tal y
no de animales, con lo cual echan por tierra el presupuesto básico de esta Política
Criminal, que además para ser coherente tiene necesariamente que llegar al terror
estatal y aún a trastocar la jerarquía de los derechos fundamentales de la persona
en cuanto sólo tiene que guiarse por la frecuencia de los hechos delictivos (o por
su pretendida gravedad puntual, la llamada alarma pública) y no por la
trascendencia del bien jurídico afectado. (Bustos, J., 1996).

2. Prevención especial, que de acuerdo a Von Liszt, actúa de tres


formas:

a) Asegura y protege a la comunidad mediante el encierro a los


delincuentes;

b) Intimida al infractor mediante la pena, para que no cometa futuros delitos.

c) Intenta protegerlo de la reincidencia mediante su corrección (Roxin, K.,


2000: 85-86).

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Unidad Temática 2
Criminología, género y política criminal.

Como puede verse, el objeto de la prevención especial es el infractor de la


norma

Al igual que el modelo anterior, la prevención especial se subdivide en negativa y


positiva.

• Negativa: plantea la necesidad de neutralizar al transgresor, su custodia


en lugares separados, su aislamiento, en fin, su aniquilamiento físico.

• Positiva: propone la idea de rescatar de alguna manera al sujeto


delincuente, de aquí surgen las ideas de resocialización y
readaptación, es decir, modificar al individuo hacia lo que se considera
normal.

Política Criminal en un Estado social y democrático

Juan B. Ramírez parte de los planteamientos de la Criminología Crítica, afirmando


que hoy por hoy en la mayoría de las sociedades existe discriminación en el
ámbito penal, en razón de que se da una desigual distribución de la
criminalización, del poder de definir lo criminal, por tanto, no sólo de bienes e
ingresos.

Recordemos que uno de los principios más importantes de un Estado social y


democrático es la igualdad y, por tanto, es importante reconocer las
desigualdades que existen en el ámbito penal.

“Y justamente esta desigual distribución de la criminalización, obliga a considerar


al propio sistema de control penal como criminalizador y criminógeno, esto es, con
un abuso o exceso de violencia, y, por tanto, ello requiere llevar a cabo su
constante revisión” (Bustos 1996).

Estas consideraciones aplican al caso de las mujeres –también al de los


indígenas, los ancianos, los migrantes y los jóvenes, por ejemplo-, ya que de
manera tradicional se les han expropiado sus derechos.

Otra característica del Estado social y democrático es la libertad. Por tanto, la


Política Criminal no puede ir orientada a reducir irracionalmente las libertades de
quienes habitan un país determinado, por el contrario, debe estar dirigida a
establecer el máximo de espacios de libertad de las personas con el sistema.

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Criminología, género y política criminal.

Un programa de Política Criminal es el de la resocialización o readaptación social,


la cual, de acuerdo a lo planteado por el penalista Bustos Ramírez, estaría
contrariando la libertad de las personas a ser diferentes. Plantea que el Estado
social “ha de permitir y favorecer la participación de todos, por eso fin de
prevención especial, pero dentro de una concepción democrática, es decir,
pluralista, por eso reconocimiento de diferentes subsistemas valorativos dentro de
la sociedad y que entonces no se trate de resocializar, sino exclusivamente de
socialización en un sentido estricto, sólo de no comisión de delitos” (Bustos, J.,
1984: 141).

En ese sentido, de nueva cuenta citando a Bustos:

“…Luego, no sólo la fuerza, la tortura, contradicen la libertad, sino


también la manera como se concibe la relación entre el sistema y las
personas. Esto es, el poder penal no puede ser configurado de tal
manera que excluya el ejercicio de los derechos de una persona o lo
elimine en cuanto tal” (1996).

La Política Criminal de un Estado democrático se encuentra fundada en el


respeto a la dignidad humana y a las garantías individuales. Algunos de los
principios que permiten dicho objetivo son los siguientes:

• Principio de mínima intervención. La intervención del Estado solamente


se justifica en la medida que resulte necesaria para la mantención de su
organización política en el marco de una concepción hegemónica
democrática. La aplicación del derecho penal debe entenderse como la
ultima ratio, es decir, sólo se justifica su aplicación cuando los demás
controles han fallado.

• Principio del bien jurídico. La intervención del Estado sólo puede darse
cuando se trate de la protección de intereses jurídicamente protegidos.

• Principio de acto o conducta. Se garantiza un derecho penal de acto, que


a su vez elimina la posibilidad de sancionar a las personas por lo que son y
no por lo que hicieron o dejaron de hacer.

• Principio de tipicidad. Este principio es parte del principio de legalidad7,


que indica que no hay delito si éste no se encuentra estrictamente descrito
en una norma penal.

7
Respecto al principio de legalidad y todo lo que éste implica se sugiere revisar la obra de Luigi
Ferrajoli, Derecho y razón.

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Criminología, género y política criminal.

• Principio de la dignidad de la persona. El examen del individuo concreto


“señala desigualdades y sometimientos que si no se consideran en cuanto
tales, se revierte en una mayor afección a la dignidad de la persona”
(Bustos, J., 1984: 64).

En ese sentido es que el legislador no puede proponer el mismo tratamiento a


una persona no indígena (que vive en la ciudad) que a una persona indígena, o
a un adulto, o a un menor, o a una mujer, o a un hombre. Además, debe
considerarse en las diversas instancias los diferentes factores de orden social,
cultural y económico que provocaron determinada conducta. Este principio es
sin duda el límite material más importante frente al poder del Estado.

En términos generales se puede afirmar que la perspectiva de género encuentra


en la criminología crítica un campo fértil de desarrollo y, a su vez, ésta aporta
importantes elementos a la Política Criminal -aunque desafortunadamente todavía
un gran número de críticos han decidido ignorar la perspectiva de género en sus
análisis y por consecuencia no abundan- o peor aún, no existen Políticas
Criminales con esta visión.

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