Jinkis - Vergüenza y Responsabilidad
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En las últimas Pascuas, un desgarro del tiempo descorrió los tenues velos de una memoria
de realidad temblorosa que, para los argentinos, no tiene contornos definidos. Por allí se
coló, soplando en todas direcciones, el aliento pánico, caliente y a la vez gastado, de una
vergüenza que nos envuelve a todos.
Entre el momento anterior y el instante siguiente, 'entre la ley conocida como "del punto
final" y la llamada ley de "obediencia debida" o de "exculpación", se consuma la pérdida
de una dignidad que pudo haber sido.
Un proyecto de destrucción económica del país se acompañó de secuestros, torturas y la
muerte de miles de personas. Más tarde, luego de una derrota bélica que permitió el
establecimiento de una base extranjera en las Malvinas, los militares argentinos
escamotearon la delimitación de responsabilidades, faltando así, no ya a las leyes de la
nación, sino también al código de justicia militar, y especialmente a su propio código de
honor.
Pero ahora se suma, y a mi juicio no es menos grave —pues la conducta vergonzante no
equivale a afirmar que-no se ha obrado mal, a veces es incluso lo contrario—, ahora se
suma, digo, que el conjunto de la sociedad civil, a través de sus- representantes electos,
declara de hecho y por omisión, no sin apelar a toda clase de eufemismos, que algunos
"delitos atroces y aberrantes", la tortura entre otros, no son tales, o que las personas que
los cometieron no son punibles por haber actuado "...en estado de coerción bajo
subordinación a la autoridad superior...".
No es este lugar para analizar las circunstancias políticas que condujeron a estos
resultados, ni para discutir las razones jurídicas que se presentaron para hacerlos viables.
Pero es el lugar para levantar un reparo que es anterior. Nuestra objeción es ética.
Por supuesto que podemos argumentar, pero lo haremos de una manera que pueda
interesar a los psicoanalistas que ya están interesados en ello.
Ahora nos parece oportuno quitar el plural de forma —aunque sé que son muchos los que
están solos en esta objeción—, y decir que lo ocurrido es algo que se puede no aceptar.
Así lo hago.
*
Alguna vez Jacques Lacan pudo escribir: "Que renuncie quien no pueda incluir en su
horizonte la subjetividad de su época"[i]. Y aunque se dirigía a los psicoanalistas, cualquier
lector de sus Escritos está en condiciones de advertir que así excluía cualquier complicidad
complaciente con la subjetividad de su época.
Hay momentos en que uno se ve inclinado a creer que el desconocimiento reaccionario o
la admiración declamada que suelen provocar los modelos distintos con que, tanto Freud
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como Lacan, han sabido ocuparse de los acontecimientos que incluyeron a sus épocas en
la historia, marcando así más la historia que a sus épocas, se desdice en la falta de
consecuencias que han tenido sobre nosotros. Pero no indico el lado fallido de una
enseñanza: si esas obras fundan un discurso que llamamos psicoanalítico, en el que
afirmamos estar incluidos, no se trata de medir la obediencia que debernos a nuestros
maestros, como de situar mejor el alcance de una práctica a la que —por una vez es
cierto— nada nos obliga.
Pero entonces, y si es así, ¿por qué habría de intimidarnos aquella voz apostrofa cuando
podemos ser interpelados por ella y escucharla ahora en su manera exhortativa? Que
renuncie quien no pueda incluir en su horizonte la subjetividad de su época.
Cada uno sabe que hay cosas que dan a la vida de cada uno su medida. El psicoanalista,
'que tal vez ya no puede estremecerse ante la reducción del hombre a la paradoja de
aquel famoso y a la vez indiferenciado junco, debe sin embargo admitir que aquel junco
frágil, aquella pequeñísima nada, fue reconocida en su más dura dignidad cuando se
descubrió su condición esencial en el deseo. Por allí ronda su medida; y esa quiso ser la
apuesta del texto que inauguraba el primer número de esta revista al ocuparse,
precisamente, de la obediencia.
El deseo no es para el psicoanalista una categoría, sino la consecuencia estricta a la que lo
expone el ejercicio de su práctica. Si el hombre dividido por el lenguaje habla sin saber lo
que dice, aquel deseo lo vuelve responsable de lo que dice, mientras las formas de
traicionarlo, que parecen converger en ese no saber, envuelven al sujetó en las brumas
flotantes de una culpabilidad morosa.
Responsable; aquel de quien es esperable una respuesta. No digo "conciente de lo que
hace" ni "que se hace cargo de lo que dice", sino culpable de lo que hace y dice. En el
clivaje entre culpa y responsabilidad se anida la fuente de un malestar ante el cual
filosofías políticas y jurídicas dispares han optado por recurrir electivamente a la
psicología. ¿Por qué? ¿Por qué la psicología cumple la función que la modernidad llama
ideología?
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que "automatizados en el régimen de obediencia irrestricta tenían el deber legal de
cumplirlos..."[ii].
Dejemos para otro lugar el análisis de este texto, cuya crítica, por otra parte, no es obvia.
Aquí, las citas apenas quieren ilustrar este recurso insistente a la psicología para volver a
reiterar: ¿por qué? Y estamos interesados en recordar una respuesta de Lacan que nos
permitirá afirmar que no deja de haber una relación entre el valor que adquiere la
psicología en el discurso político y el rechazo a la psicologización del psicoanálisis.
Antes de enunciarla, nos parece oportuno mencionar un breve momento de la filosofía
aunque, en un punto, pareciera desdecir esa respuesta que ahora retardamos. Para M. D.
Hume[iii], la psicología es psicología de la naturaleza humana; de allí se deriva casi
automáticamente la jerarquía principal que le concede en el edificio de las ciencias. Nos
importa destacar cómo la introduce para asentar las bases de un discurso de filosofía
política: esto se hace precisamente en el momento en que se deja de lado la discusión
clásica sobre el origen de la autoridad (origen divino o natural, o contrato social).
A partir del reconocimiento de que no hay sociedad sin una instancia de autoridad, es
decir, cuando se desdeña la cuestión de su legitimidad, se vuelve posible para Hume (pero
no tan sólo para él) la entrada de una psicología que estudie las vías indirectas del
ejercicio del poder (la opinión) y, especialmente, la génesis de la obediencia.
En verdad, Humano innova demasiado, y el utilitarismo está próximo. Es necesario que
cada uno niegue la presencia de su deseo y admita en cambio el "Interés general que no
es sino uno de los nombres del orden garantizado por la autoridad. En la obediencia
pasiva a este orden —son sus términos—, se reconoce el interés real del sujeto.
Dos razones nos guiaron para citar a Hume entre tantos otros. La primera, porque el autor
no exige (aunque lo desee) el carácter razonable de ese orden. Cuando se deja de lado la
legitimidad de la autoridad, el problema deja de ser quién gobierna para convertirse en la
cuestión psicológica de comprender qué significa obedecer. Nos parece existir un lazo
estructural entre la suspensión de la cuestión de la legitimidad de la autoridad y la
autoridad que adquiere la psicología en el discurso de la filosofía política. Este lazo, más
allá del autor elegido, no cesa de repetirse a lo largo de la historia, y de hecho, el dictamen
de Gauna aprieta su nudo hasta el extremo patético de una claudicación que ninguna
dialéctica podría soslayar[iv].
La segunda razón reside en que, estando Hume interesado en arruinar la teoría del
contrato social, postula que el sujeto psicológico sólo encuentra su verdadero lugar como
sujeto político por el deber de sumisión. Pero de este modo, es fácil advertirlo, tanto el
objetivo logrado como el medio de alcanzarlo, destruyen la ilusión de autonomía del
sujeto psicológico. ¿No es esto un contrasentido para la función política de la psicología?
Justamente, nos interesa indicar que la psicología siempre ha flotado en ese
contrasentido, sosteniendo la autonomía del sujeto y despojándolo de la lógica de su
acción[v].
De cualquier forma, quien suponga que el régimen monárquico necesitaba de la
obediencia ciega tanto como el sistema capitalista de la autonomía, descuida que esta
autonomía es el fetiche erigido como homenaje irónico a una obediencia que ya no es
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ciega, palabra que sólo significaría "bien visible", y que excluida ahora de lo visible, queda
entramada en los índices/ de un malestar abrasivo.
Hemos querido indicar que la tarea de la psicología no se agota en el esfuerzo por
enderezar la espalda servil y agachada del yo, ni en pasar el trapo por la superficie
espejeante de la realidad en la que puede apreciar su figura. "Toda la psicología moderna
está hecha para explicar cómo un ser humano puede conducirse en la estructura
capitalista"[vi]. Afirmación que puede alcanzar tantas significaciones como asentimientos
puede despertar. ¿Qué vale entonces para Lacan, al menos, según uno de sus lectores?
Digamos para empezar que ese mismo lector no dejó de sentir un ligero alivio cuando en-
contró que dicha frase fue enunciada tres años antes de 1968. ¡No era pues un efecto
mayo! Tampoco es una frase.
El rechazo de Lacan a toda psicología y muy especialmente a cualquier psicologización del
psicoanálisis, está fundado en una cuidadosa y sistemática crítica que terminó por
desbaratar la noción de una identidad yoica fundada en la trama de falsas creencias. Sin
embargo, cuando se cita esta crítica no siempre se advierte que la misma no tiene
consecuencias desarticulada de la afirmación que comentamos.
Son varios los seminarios de Lacan que se sostienen y hasta se organizan alrededor de
sucesivas lecturas y comentarios del cogito cartesiano. No es el momento de su análisis,
pero recordemos sumariamente —no queremos distraernos— lo que hoy nos parece
pertinente: si la marcha de Descartes no está animada por la búsqueda de la verdad, sino
por alcanzar una certeza, a partir de Descartes, quien se desembaraza de la verdad
transfiriéndosela a Dios, es decir, justo cuando se deja de buscar la verdad se vuelve
posible saber. A eso Lacan lo llama ciencia.
El estilo de este saber de la ciencia —que está marcado por establecerse en un campo
ajeno a la dialéctica de las relaciones del sujeto y el saber—, es el de ser acumulativo. Pero
esta acumulación del saber se posibilita precisamente en el olvido de aquella expulsión de
la verdad que anida en su fundamento.
Toda la psicología moderna, dice Lacan, "trata de construir las condiciones que hagan
posible el sujeto que corresponde a una sociedad dominada por la acumulación del
capital". Esta empresa, siempre según Lacan (pero aclaremos nuestro énfasis: seguiría
siendo nuestra afirmación, aunque nos equivocáramos en la interpretación de Lacan),
hace de la psicología una verdadera metafísica del capitalismo, encargada de establecer y
sostener la identidad del sujeto que pueda mantenerse delante de esta acumulación del
saber. A contramano, toda la obra de Freud no es otra cosa que la reintroducción, pero ya
en el tiempo histórico de nuestra ciencia, de la cuestión de la verdad, es decir, del sujeto
que falta a ese saber. La realidad del síntoma, que define el campo de lo analizable, no
concierne sino a los modos singulares de replantear la relación de un sujeto con su saber.
A este descubrimiento freudiano, Lacan agrega una dimensión inquietante: cada vez que
el sujeto Y se aproxima a su verdad, troca esta verdad por lo que él llamó objeto a.
Si nos apresuramos a identificar este objeto con la mierda, hacemos como Ferenczi:
confundimos la acumulación con el atesoramiento. Lacan, en cambio, no dejó de
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privilegiar la producción, aunque la haya situado en disyunción con la verdad.
Nos interrumpimos en la vía que aquí se abre, para no atenuar nuestro, acento: el
"deseo", el "goce", no son antiguos conceptos de alguna psicología antropológica
revalorizados por el psicoanálisis, y el uso que Lacan hace de ellos implica siempre una
interpretación del fundamento psicológico de estas categorías políticas[vii].
*
La responsabilidad, es decir, el castigo, es una característica
esencial de la idea del hombre que prevalece en una sociedad dada.
Jacques Lacan
Muestra sociedad ve acentuarse los ideales que exaltan el individualismo en una medida
sólo comparable al hecho de que no hay lugar sino para los intereses de grupo. El derecho
no parece poder resolver esta violencia. Podríamos agregar que incluso la ignora
alegremente, es decir, que río sólo se desentiende del asunto, sino que la alimenta cuando
reduce el castigo a una finalidad predominantemente correctiva. No conforme, agrega
una pincelada "científica", e introduce al psiquiatra como experto en higiene mental. "El
psicólogo —dirá Lacan— tiene abierta la puerta del pretorio".
La criminología, tal vez porque en ella intersectan las profesiones de educar y gobernar,
fue un lugar electivo para tentar a los analistas a introducir allí la tercera de las
imposibilidades. En los primeros tiempos del psicoanálisis, las incursiones de los analistas
en los diversos campos de la cultura y hasta su inclusión más o menos tangencial en
distintas prácticas sociales, se acompañó las más de las veces de un descuido por todo lo
que estorbase el afán de ampliar el campo de investigación y verificación de los entonces
recientes descubrimientos. El estilo intrusivo de ese movimiento no dejó de contribuir a
las resistencias generadas, pero a pesar de la audacia ampulosa de algunos pasos en falso,
se obtuvieron enseñanzas y hasta resultados nunca desmentidos.
Somos deudores de aquellas imprudencias, pero el actual reconocimiento social del
psicoanálisis ha invertido la desmesurada oferta de aquellos tiempos en una demanda
cuya magnitud sólo es comparable al desconocimiento que implica adecuarse a ella.
¿Debemos entonces ser más prudentes? Apresurémonos a negarlo: si la temperancia fue
una virtud entre los antiguos, ahora podría verse reducida a la forma circunspecta con que
la miseria exhibe su cara de mediocridad.
Aunque los trabajos pioneros no desecharon la ocasión de someter al criminal al diálogo
analítico, el psicoanalista de hoy no puede desconocer que los méritos de su intervención,
en muchos casos indiscutibles, quedan anulados por la calificación que se reserva a su
lugar. Especialista o experto, la autoridad que se le concede es la misma que restringe el
alcance de su discurso. ¿Cómo entonces y en razón de qué, aquél cuya función primera es
no confundir al sujeto de la enunciación con sus enunciados, admitiría parlotear bajo esa
marca que lo desdice? Quisiéramos creer que no lo hace en nombre de algún
humanitarismo: en la medida en que el psicoanálisis logra que un sujeto diga lo que ignora
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que sabe, está claro que el psicoanálisis no tiene los límites de la tortura.
No obstante, si bien es cierto que bajo aquel título su intervención en .un proceso judicial
difícilmente lo sustraiga de la función mistificante y homeostática que la psicotecnocracia
cumple en la babel de nuestras referencias simbólicas, una vez retirado el analista de ese
compromiso, nada le impediría alentar el estudio de las particularidades en los casos ya
juzgados: el beneficio será para el psicoanálisis.
Aquí se vuelve posible un primer paso, al que podemos darle una formulación negativa:
abstenerse de contribuir al manipuleo psicológico que, si desde siempre fue uno de los
instrumentos del discurso político, nunca como ahora contó con un mercado que ofreciera
entre sus mercancías más devaluadas la responsabilidad de cada uno[viii].
Este primer paso lo sería de una vía que, para los psicoanalistas, Lacan llamó “política de
lo imposible", denominación que tiene la virtud de recordar otros engendros
psicoanalíticos que se presentaron bajo la apariencia de la antinomia. Si lo imposible y la
política se han mostrado reticentes a entablar relaciones, comenzar por la paradoja es por
supuesto saber que estamos sólo en el comienzo, pero también es saber que es el
comienzo de lo que hasta ahora no ha tenido lugar.
Al segundo paso en esta vía llamémoslo, provisoriamente, incomodar. Si fuera objetivo o
intención, se lo podría tildar de provocativo. Aclaremos entonces que es el nombre
anticipado del efecto que se obtendría por entrometernos con la letra de las leyes.
Impertinencia a la que nos autoriza el hecho de que sean las mismas leyes las que se
ocupen de nuestros asuntos y se presenten como un saber sobre esos asuntos: los
fundamentos psíquicos que pueden limitar la responsabilidad de una conducta, la
premeditación y las intenciones, la jerarquía de las relaciones entre las personas y la
legitimidad o ilegitimidad del amor entre ellas... etcétera.
En un artículo —en cuya lectura podría autorizarse lo que aquí enunciamos—, Freud nos
sorprende con la conclusión de que “El médico dejará para el jurista la tarea de establecer
para los fines sociales una responsabilidad arbitrariamente restringida al yo
metapsicológico''[ix]. Entendemos que no se quiera usurpar las funciones sociales del
jurista pero no entendemos por qué habría que dejarlo tranquilo cuando el mismo Freud
no lo hace: al descubrir queja intencionalidad no puede restringirse a las fronteras del yo,
extiende el campo de la responsabilidad mucho más admitir la psicología del jurista.
Cuando se encuentra que el culpable de un delito es un demente, o que en su momento,
por embriaguez o algún otro factor que se juzgue determinante de la obnubilación de la
conciencia del sujeto, el mismo no se halla en posesión de su razón, las leyes considerarán
a estas circunstancias como atenuantes decisivos para decidir la imputabilidad o no del
actor del hecho. No nos interesa discutirlo, sino indicar que hay mucha psicología en los
fundamentos de este proceder.
Las leyes permiten que los jueces puedan creer que en las citadas circunstancias el
hombre no es responsable de sí mismo, y que el raciocinio del que se muestra capaz en
esos estados no es suficiente para considerar que él lo gobierna. De esto se suele concluir,
según un estilo que lleva todas las marcas de una creencia (cuyos resortes debiéramos
poder explicitar), que el tal hombre es incapaz de tener una intención.
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Nosotros decimos que si se pudiera reconocer en los relieves mórbidos de un crimen sus
coordenadas simbólicas, no se volvería por eso irreal el crimen, y la intervención de un
analista siempre iría en el sentido de reintegrar esas coordenadas a la historia del sujeto
quien se volvería entonces responsable de un crimen real Esa responsabilidad, como lo
deja adivinar nuestro epígrafe, no se configuraría acabadamente sin el castigo[x].
La psicología de nuestra legislación podría aquí levantar sus protestas humanitarias, pero
a ello puede responder la inversión del argumento. Nuestra práctica nos muestra diversas
configuraciones psíquicas que constituyen la estofa misma de lo que se llama
"normalidad", y que ellas se caracterizan para cada uno por un grado tal de coerción que
vuelve imposible adjudicarle la libertad de la intención que el jurista quisiera reservarle.
Esto hace de la premeditación, hay que decirlo, un nido de víboras, aunque aquí,
reiterémoslo, sólo apuntamos a la psicología que anida en nuestra ley.
Este número de la revista incluye una primera traducción al español de un trabajo de Hans
Kelsen sobre la "Psicología de las masas y análisis del yo", que Freud recogiera en Imago,
en 1922. Lo hacemos para atenuar las fronteras universitarias que se interponen entre la
interpretación psicoanalítica y los saberes "positivos", para proteger no se sabe a cuál de
ellos; la llamada "neutralidad" no puede confundirse con la ocasión, hecha-sistema, de
desentenderse de ellos. Pero también lo publicamos porque, a pesar de las reservas que
podríamos levantar contra el conceptualismo del autor, apreciamos que haya recurrido
precisamente al psicoanálisis para excluir a la psicología como fundamento de una teoría
del derecho. Lo que no obliga a compartir sus resultados.
El lector habrá más que advertido las reiteradas veces en que interrumpimos un desarrollo
hasta hacerlo lindar con la forma apenas esbozada de una indicación. No sólo se debe a
que la invitación insinuante de un trabajo posible sea el rasgo que hemos reservado para
estas editoriales; también callamos. Callamos lo que habría de ser el tercero de los pasos
en la vía que proponemos: enunciar lo que apenas son nuestras sospechas, sólo serviría
aquí para disimular lo que ignoramos. También es cierto que callamos algunas cosas que
no dejamos de saber, sólo que —lo dijimos al comienzo— hemos elegido otro sitio para
decirlas.
Finalmente quisiéramos, en un punto al menos, reducir al mínimo la posibilidad del
equívoco. Si los analistas hemos aprendido que los escritos llamados "sociales" de Freud
no son intrusiones en campos que le serían ajenos y que, al contrario, pertenecen al
núcleo propiamente teórico del psicoanálisis, esto también ha de valer para nosotros sin
necesidad de colaborar en la inflación de esa realidad comercial que todavía se sigue
llamando Cultura.
Si ocuparse de la venganza, la traición, la apuesta, la indiferencia, el derecho, testimonia
que el psicoanalista no está exilado de los asuntos de la polis, esto no significa que puede
desprenderse de sus vestiduras profesionales y perderse en la calle entre la gente;
significa que esos asuntos son los suyos porque él, el psicoanalista, está tomado por ellos
en su práctica. "De nuestra posición de sujeto somos siempre responsables, dice Lacan, y
agrega: llamen a eso terrorismo donde quieran". ¿Cómo queremos llamarlo? Si le
quitáramos la nota exasperada que sin duda responde a la calidad de sus interlocutores
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no elegidos, ¿no podría resonar allí, esta vez para nosotros, el soll Ich werden freudiano?
NOTAS
[i] Lacan, J.: Ecrits, París, Seuil, 1966, p. 321.
[ii] Todos los párrafos citados corresponden al punto VII (salvo la última frase que pertenece al puntoIX) del
dictamen producido por el Procurador General de la Nación, Juan Octavio Gauna, dirigidoa la Suprema Corte
de Justicia, con fecha 6 de mayo de 1987.
[iii] Cfr. The Pbilosophical Works of David Hume, ed. Green y Grosse, Londres, 1963. En lo que concierne a
Hume, nuestro texto no hace mucho más que parafrasear la interesante presentación quehace Bernard
Pautrat en Cahiers pour I'analyse 6.
[iv] Incluso un teórico del deber de sumisión tan extremo como Hume, se ve necesitado de aclarar: "Es
necesario siempre, en los casos extraordinarios en los que la obediencia entrañaría con toda evidencia la
ruina pública, dejarse ir a la obligación primitiva y originaria: Salus populi suprema lex... Siendo entonces la
resistencia admitida en las circunstancias extraordinarias, la única cuestión que se plantea a los buenos
espíritus concierne al grado de necesidad que pueda justificar la resistencia, y volverla legítima o loable".
(De l'obeissance passive -1752-, en los Cahiers citado).
[v] Aquí nuestra interpretación se aleja y disiente de la de Pautrat.
[vi] Esta y las citas que siguen provienen del seminario de Lacan, Problemas cruciales del psicoanálisis.
[vii] Operación que invierte la de Hegel. Su Filosofía del Derecho se abre proponiéndose remediar el hecho
de que "no se encuentra fácilmente una ciencia filosófica en tan descuidada y mala situación como la ciencia
del Espíritu que comúnmente se llama psicología". Y efectivamente, podría leerse la extensa introducción
como la psicología que Hegel coloca en la base de su teoría del derecho. Edic. UNAM, México, 1975, p. 30.
[viii] Los últimos seminarios de L'envers de la psychanalyse, y los primeros de D'un Autre a l'autre, nodejan
de hablar de ello.
[ix] Freud, S.: "La responsabilidad moral por el contenido de los sueños", O.C., vol. VIII, Biblioteca Nueva,
Madrid, 1974, p. 2895.
[x] “Para hacernos comprender hasta el fin —insiste Lacan—, opongamos un hecho que, por ser constante
en los fastos de los ejércitos, toma su alcance del modo amplio y a la vez seleccionado bajo el cual se opera,
desde hace un siglo, en nuestras poblaciones el reclutamiento entre los elementos asociales de los
defensores de la patria, del orden social, a saber, el gusto que se manifiesta en la colectividad así formada,
en el día de gloria que la pone en contacto con sus adversarios civiles, por la situación que consiste en violar
una o varias mujeres en presencia de un macho de preferencia adulto y previamente reducido a la
impotencia, sin que nada haga presumir que los individuos que la realizan se distingan antes o después,
como hijos o como esposos, como padres o ciudadanos, de la moralidad normal. Simple hecho que se puede
calificar de diverso por la diversidad de la creencia que se le acuerda según su fuente, e incluso de divertido
por la materia que esta diversidad ofrece a las propagandas.
Nosotros decimos que este es un crimen real, aunque sea realizado precisamente en una forma edípica, y el
autor sería justamente castigado si las condiciones heroicas en las que se lo tiene por cumplido, no hicieran
con la mayor frecuencia asumir la responsabilidad al grupo que cubre al individuo", (Lacan: Ecrits, p. 431/2).