Poner Límites No Violentos em Ámbito Familiar

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PONER LÍMITES NO VIOLENTOS EM ÁMBITO FAMILIAR

EL DESAFÍO DE CRIAR Y PONER LÍMITES


Criar hijos e hijas da mucho trabajo. Educarlos para que se autocontrol en y comporten
adecuadamente es una parte importante de la crianza en todas las culturas. Las madres, los padres y
cuidadores guiamos a niños, niñas y adolescentes para que aprendan a distinguir entre lo que está
bien y lo que está mal, y sepan cómo manejar sus emociones y conflictos, de manera de favorecer la
responsabilidad y el respeto de las normas sociales
y culturales.
Al poner límites buscamos fundamentalmente que niños, niñas y adolescentes dejen de hacer o
aprendan a hacer algo. Nos esforzamos por educarlos, porque queremos lo mejor para ellos. La hora
de dormir, la hora del baño, las comidas, las tareas escolares y las salidas u otras actividades son las
que suelen aumentar la tensión cuando ocurren de una forma distinta a la que esperamos madres,
padres y cuidadores. A pesar de las buenas intenciones, esta tensión puede ir en aumento y
presentarse con la siguiente secuencia: hablar-convencer-discutir-gritar-golpear.
En muchos casos no es una decisión meditada, sino la consecuencia de la frustración o del enfado
de los adultos. Al llegar a la última etapa de esta secuencia, el clima emocional es de desborde, todo
parece ser una batalla y no se identifican alternativas para relacionarse sin violencia con los niños y
niñas.
Nuestro contexto cultural suele validar el hecho de pegar o insultar a los niños, niñas y adolescentes
como parte del modelo de crianza. Expresiones como «una buena paliza a tiempo previene un mal
mayor», «te pego por tu propio bien», «a mí me lo hicieron de chico y crecí bien» o «la letra con
sangre entra» señalan la naturalización del maltrato y las humillaciones como forma de relacionarse,
al tiempo que desconocen las consecuencias físicas, psicológicas y sociales de la violencia en la
vida de las personas. De esta manera, la violencia se normaliza y se coloca en un lugar invisible.

LA VIOLENCIA NO EDUCA
¿Qué ocurre cuando se usan prácticas de castigo físico o humillaciones verbales
para poner límites a niños, niñas y adolescentes? En general, este tipo de acciones parecen ser
efectivas inmediatamente: El niño o la niña deja de hacer lo que estaba haciendo o cumple con el
mandato de los adultos, al recibir una palmada o un insulto. Pero el motor de esta respuesta es el
temor o el terror a recibir este tipo de tratos
por parte de sus seres más queridos.

Los niños, niñas y adolescentes no aprenden con un golpe o con insultos aquello que sus madres,
padres y cuidadores quieren enseñarles. Tampoco les ayuda a desear portarse bien, ni les enseña la
autodisciplina o conductas alternativas para resolver conflictos, sino todo lo contrario: los hace poco
sensibles ante las experiencias violentas.
Los niños y niñas aprenden principalmente del ejemplo y si se les enseña que los conflictos pueden
resolverse a golpes e insultos, probablemente reproduzcan estos patrones violentos de conducta en
el futuro.
Los niños pueden sufrir distintas formas de maltrato, pero cuando se trata de poner límites las que
aparecen son el maltrato psicológico o físico

¿Qué les pasa a niños, niñas y adolescentes cuando reciben castigos


físicos?
En un primer momento experimentan miedo o terror frente al golpe.
Los niños, niñas y adolescentes al recibir castigos físicos sienten el temor llevado al grado máximo,
es decir, terror. Esto ocurre minutos o segundos antes de recibir el golpe, cuando anticipan lo que va
a acontecer.
Después del golpe no solo sienten un dolor físico, sino emocional. El sentimiento de impotencia
surge luego, como resultado del dolor emocional que resulta de no poder modificar la ira, el enojo o
la frustración que siente su madre, padre o cuidador. Niños, niñas y adolescentes sienten que nada
de lo que puedan hacer en ese momento
hará cambiar la opinión de las personas adultas a su cargo sobre él o ella, o sobre lo ocurrido.
Para sobreponerse de esta experiencia, niños, niñas y adolescentes desarrollan mecanismos de
adaptación a la violencia, como la obediencia extrema o comportamientos violentos. En cualquiera
de los dos casos se ubican en algún lugar del círculo de la violencia: víctima o agresor. Estas
experiencias trascienden el mundo familiar y se amplían a la escuela y la comunidad.

¿Qué les pasa a niños, niñas y adolescentes cuando sus padres o


cuidadores los humillan o insultan?
Los seres humanos construimos nuestro pensamiento a partir del lenguaje. En este proceso, los
vínculos familiares son fundamentales al momento de ir aprendiendo palabras y construyendo
significados. Como esto se da en un contexto afectivo, niños, niñas y adolescentes confían y creen
en lo que sus padres y cuidadores dicen.

Por lo tanto, si se usan palabras humillantes para educarlos o ponerles límites, los hijos e hijas
pensarán que estas palabras realmente los definen como personas.

Aunque algunas madres y algunos padres creen que insultar no es igual que golpear, las palabras
fuertes y humillantes generan los mismos sentimientos de dolor emocional, frustración e impotencia
que el castigo físico en las personas.

¿Qué consecuencias genera el maltrato en la vida de niños, niñas y


adolescentes?
Padres, madres y cuidadores somos responsables de cuidar, proteger y guiar a los niños, niñas y
adolescentes, y para ello debemos poner límites: una tarea difícil, pero necesaria. Buscamos lo
mejor para nuestros hijos e hijas y actuamos con la intención de educar. Sin embargo, algunas
personas adultas a menudo recurren a los golpes, insultos o humillaciones, porque no encuentran un
lenguaje adecuado para hablarles y desconocen
los efectos que tienen estas prácticas.

Las consecuencias físicas, psicológicas y sociales más frecuentes del castigo físico y las
humillaciones verbales en los niños, niñas y adolescentes son:

Baja autoestima
A menudo pueden experimentar sentimientos de inferioridad e inutilidad. También pueden
mostrarse tímidos y miedosos o, por el contrario, hiperactivos buscando llamar la atención de los
demás.

Sentimientos de soledad y abandono


Pueden sentirse aislados, abandonados y poco queridos.

Exclusión del diálogo y la reflexión


La violencia bloquea y dificulta la capacidad para encontrar modos alternativos de resolver
conflictos de forma pacífica y dialogada.

Generación de más violencia


Aprenden que la violencia es un modelo válido para resolver los problemas y pueden reproducirlo.

Ansiedad, angustia, depresión


Pueden experimentar miedo y ansiedad, desencadenados por la presencia de un adulto que se
muestre agresivo o autoritario. Algunos desarrollan lentamente sentimientos de angustia, depresión
y comportamientos autodestructivos como la automutilación.

Trastornos en la identidad
Pueden tener una mala imagen de sí mismos, creer que son malos y por eso sus padres los castigan
físicamente. A veces, como modo de defenderse, desarrollan la creencia de que son fuertes y
todopoderosos, capaces de vencer a sus padres y a otros adultos.

Sufrimiento de daños físicos, incluso la muerte


Los bebés y los lactantes tienen menos posibilidades de defenderse frente a este riesgo mortal.

Síndrome del bebé sacudido (SBS)


Para el bebé menor de dos años el peso de su cabeza corresponde a un 10 % de su peso total y por la
falta de tono muscular de los músculos del cuello no puede afirmarla bien. Cuando un adulto lo
sacude, la cabeza se mueve de tal manera que se provocan importantes choques de la masa
encefálica contra la pared craneana. Esto puede producir serias lesiones de la masa cerebral.

¿Cómo educar a niños, niñas y adolescentes sin violencia?


Para que la autoridad de madres, padres y cuidadores sea vivida y comprendida por los niños, niñas
y adolescentes como algo positivo, debe plantearse en vínculos que promuevan el apego emocional.

Cuando esto ocurre, se produce un alejamiento de las prácticas violentas ya que los adultos
encuentran maneras de manejar sus emociones, reconocer y expresar su rabia, regular su
agresividad y, especialmente, encuentran las palabras adecuadas para comunicarse.

Es fundamental mantener un clima emocional que transmita seguridad y protección, basándose en la


idea de que en toda convivencia pueden aparecer distintos conflictos y para resolverlos se requiere
el diálogo basado en el respeto al otro. Para lograrlo, es importante identificar momentos en los que
las personas adultas se sientan tranquilas para abrir el diálogo o, en los momentos de tensión, tengan
otros modos de recuperar la calma para transmitir seguridad a sus hijos e hijas.

Las personas adultas debemos predicar con el ejemplo. Lo que la madre, el padre o cuidador hace es
más importante que lo que dice. El respeto de la autoridad se genera cuando los adultos le
demostramos que somos consecuentes con nuestros actos y acciones.

Tan importante como cuidar y proteger a los niños, niñas y adolescentes es saber comunicarse con
ellos. Si establecemos una comunicación franca, honesta y sin miedo, generamos un lazo invisible
que nos une para siempre. Esta relación es necesaria para que niños, niñas y adolescentes
desarrollen su fortaleza emocional.

Por medio del diálogo se teje y refuerza el vínculo entre niños y adultos, fomentando el desarrollo
de la empatía.

Exigir y esperar de acuerdo a la edad


En cada etapa de su vida, niños niñas y adolescentes tienen características, necesidades y
potencialidades distintas. Es importante reconocer lo que viven, porque su capacidad de
entendimiento, de razonamiento y de aprendizaje, así como otras características particulares, varían
con la edad.

No son pequeños adultos. Entenderlo es clave, porque no es posible exigir la misma capacidad de
atención y comprensión a un niño de 1 año que a una niña de 5 años, y tampoco es posible aplicar
las mismas sanciones.

En ocasiones, los adultos castigamos injustamente a los niños, niñas y adolescentes, con severidad y
sin entender que la desobediencia de nuestros hijos es parte de un proceso de aprendizaje, de ensayo
y error. Conocer más acerca de su desarrollo evolutivo puede
ayudarnos a saber qué esperar y qué exigirles a la hora de educar y poner límites.
0-12 MESES
¿Cómo son a esta edad?
Los bebés no podrían sobrevivir sin una relación afectiva segura con la mamá, el papá y los
cuidadores, que los proteja integralmente mediante:

La comunicación: Necesitan estar en permanente comunicación con su madre, padre o cuidador,


por medio de la mirada, las palabras y el sentido de su presencia (estando en brazos, sintiendo el
calor corporal y el ritmo cardíaco).

El contacto: Necesitan estar lo más posible en contacto físico. Esto les permite primero fusionarse
con el cuerpo de la persona que los acuna y los contiene, y luego ir delimitando, muy lentamente, su
propio cuerpo.

La alimentación permanente: Además del alimento, necesitan del clima afectivo que implica este
hecho. Ellos sostienen la mirada de la madre, se sienten parte de ella mientras escuchan su voz
amorosa que les habla o canta. El padre y otros cuidadores también pueden alimentar a los bebés en
un clima afectivo amoroso.

Este proceso de apego no ocurre solo con la madre, sino también con el padre y los cuidadores. Es
fundamental que los hombres participen de manera activa en los cuidados de los bebés y los niños y
niñas pequeños, que se involucren en el vínculo con ellos, así como que apoyen a la mamá en su rol.

El establecimiento de un vínculo de apego es esencial en la vida de las personas. Es la fuente del


sentimiento de familiaridad y pertenencia, que primero se vive en la relación con los padres y
madres, luego con los hermanos, hermanas y demás miembros de la red familiar, y se extiende más
tarde a la escuela y la comunidad.

¿Cómo poner límites?


En esta etapa, poner límites está relacionado con ir discriminando y ayudando a los bebés a
entender qué les sucede.

Por ejemplo: Los adultos van «interpretando» el llanto de sus hijos e hijas: «es un llanto porque
tiene sueño, hambre, calor o quiere mimos». Y de esta manera, respondiendo a las necesidades de
los bebés, madres, padres y cuidadores van organizando una rutina más estructurada, a medida que
van creciendo.

Cuando se acercan a los tres meses, los bebés van ajustando su ritmo biológico al entorno, y es un
buen momento para comenzar a enseñarles de a poco algunas reglas de la vida. Para ello los rituales
y las rutinas son vitales, porque ayudan a calibrar el reloj biológico del bebé y a entender algunas
señales. El ritual implica mantener razonablemente los mismos horarios y la misma secuencia de
acciones.

Los rituales cotidianos no pueden ser acciones mecánicas ni cargadas de estrés. Deben ser gestos naturales y
placenteros para el bebé y los papás, mamás y cuidadores. Por ejemplo: El ritual nocturno es especialmente
importante, porque tiene que ser la señal de que la noche ha llegado y con ella el descanso. Es necesario que
el ritmo de la casa se vaya enlenteciendo, las voces bajen y la luz se apague. Vendrá entonces la secuencia de
todas las noches, que podrá ser: baño tibio y placentero, comida, cambio de pañales y ¡a la cuna! Una vez en
ella puede venir la canción de una, el mimo de las buenas noches y el sueño.
1-3 AÑOS
¿Cómo son a esta edad?
Los niños y niñas en esta etapa desarrollan paulatinamente mayor independencia
física de madres y padres. Son muchas las habilidades nuevas que van diferenciando esta etapa de la
anterior. A partir de los nueve meses, los bebés comienzan a gatear y a pararse, y alrededor del año,
a caminar. Es una etapa en que entienden mucho más de lo
que pueden expresar en palabras

Durante el segundo año de vida, el lenguaje comienza a aparecer claramente: empiezan a decir sus
primeras palabras sueltas, luego frases cortas y también empezarán a nombrarse a sí mismos. Los
niños y niñas construyen el significado de la palabra «yo», aspecto que revela su primer sentido de
independencia de la mamá.

Es una etapa en que juegan mucho y ponen su cerebro en funcionamiento de una manera divertida.
Disfrutan imitando lo que hacen los demás y juegan con elementos diferentes que estimulan su
imaginación.

¿Cómo poner límites?


Los límites en esta etapa están relacionados principalmente con dos aspectos: la rutina diaria y la
seguridad integral de los niños y niñas.

Rutina diaria: Los adultos decidimos el horario para despertarse, comer, bañarse y jugar, así como
el lugar donde estas actividades van a ser realizadas. Por ejemplo, comer en la mesa y no en el
dormitorio; o jugar en la sala, pero no en donde se cocina. De esta manera, se proponen límites a
partir de los cuales los niños y niñas aprenden las nociones de tiempo y espacio.

Seguridad integral: Cuando empiezan a caminar, los niños y niñas deambulan de un lado a otro y
tocan todo aquello que está a su alcance, especialmente cosas riesgosas para ellos, como parte de su
aprendizaje.

Guardar las cosas que representen un riesgo para ellos, como objetos cortantes y líquidos
tóxicos, así como tapar los enchufes, etc.

Hablar con ellos suavemente, con palabras concretas y explicaciones breves, como: «esto
lastima», «esto duele» o «esto quema».

Enseñarles a pronunciar las palabras es otra manera de poner límites. Es común que comiencen
teniendo un lenguaje más de bebé (media lengua) que se irá reemplazando por uno más organizado
hacia los tres años. Es importante hablarles correctamente, evitando el uso de diminutivos o
deformando las palabras

Rabietas o berrinches
Ocurren en una edad en la cual los deseos e impulsos son muy fuertes, los niños y las niñas tienen
poca experiencia en tolerar las frustraciones y su lenguaje y sus habilidades de expresión y descarga
todavía son limitados.

Las rabietas o berrinches son un comportamiento normal en el desarrollo. Son más frecuentes e
intensas en algunos niños que en otros y empeoran con la fatiga, el apetito o cualquier tipo de
malestar.
A veces, los padres, madres o cuidadores cedemos frente a estos berrinches y así generamos que
nuestros hijos e hijas identifiquen los mecanismos para desafiar las reglas de la familia, lo que nos
lleva a perder autoridad. Niños y niñas no se sienten seguros ante esta situación, sino todo lo
contrario: encuentran una manera de tener poder sobre su madre, padre o cuidadores.

¿Qué podemos hacer frente a un berrinche o rabieta?

PREVENIRLAS
Distraer y cambiar el foco de atención: Se los puede distraer con algún objeto y otra actividad,
para cambiar el foco de atención de algo que «no se puede», por otra cosa que «sí se puede».
Por ejemplo: el niño está alrededor de una mesa y quiere agarrar el celular de un adulto para jugar.
En un caso así, se puede quitar el celular de la mesa y ofrecerle un juguete u otro objeto alternativo
para que juegue.

Elegir algo: Si la situación lo amerita, se les puede dar la posibilidad de elegir. Por ejemplo:
¿Quieres bañarte antes o después de comer?

Evitar una situación: Si sabemos que una situación los frustra demasiado y los desborda, lo mejor
será evitarla hasta que logren enfrentarla de otra manera. Por ejemplo: no llevarlos a hacer las
compras, que es un lugar donde no pueden tocar nada, comer, ni obtener todo lo que ven.

TOMAR ACCIÓN CUANDO OCURREN


Mantener la calma: No ayuda responder a la rabieta de un niño con una rabieta de adultos. Nuestra
reacción es una lección de cómo poner fin a un conflicto.

Ignorar la rabieta, siempre que sea posible: Si estamos seguros de que el niño o la niña no corre
peligro, entonces tratemos de continuar con lo que estábamos haciendo, como si no pasara nada. Si
estamos en un lugar público, intentaremos ser ciegos y sordos a la reacción de quienes miran desde
afuera y no prestaremos atención al berrinche.

Si no es posible sostener esa actitud porque puede lastimarse o está en un lugar o en una situación
inadecuados, lo cargaremos de manera firme pero no violenta y lo llevaremos a un lugar más
apropiado para dejar que la rabieta se calme sola

Dar contención: Si le cuesta salir de su rabieta y no sabemos cómo ayudarlo, podemos hacerlo
diciéndole: «Te voy a ayudar a que salgas de esto». También lo podemos hamacar, cantarle o
abrazarlo para calmarlo.

No ceder: Nunca vamos a acceder a darle o hacer lo que quería, aunque sea posible o razonable.
Tiene que aprender claramente que una rabieta no lo acerca a ninguna solución. Una vez que la
rabieta pasó, podemos manifestarle la alegría de que haya
recuperado el control y enseñarle cuál habría sido la mejor manera de actuar o de expresar lo que
sentía, estimulando el uso de palabras
3-5 AÑOS
¿Cómo son a esta edad?
En esta etapa el lenguaje y la motricidad continúan su desarrollo con saltos cualitativos.

Es el período de la vida en que el juego es la actividad principal. Empieza siendo una actividad más
solitaria y egocéntrica y, gradualmente, comienza a incluir a otros niños y niñas.
Es el momento en que comienzan a ir al jardín.

Es la etapa en la que aprenden a comer solos, a controlar sus esfínteres, a cambiarse la ropa con
ayuda: señales que van confirmando su sentido de independencia y autonomía.

Hacia los cuatro y cinco años, son activos, se muestran más seguros en sus movimientos corporales,
como correr o saltar, y empiezan a desarrollar su motricidad fina mediante la pintura, el dibujo o
abotonándose la ropa.

Son imaginativos y espontáneos. A veces, confunden la realidad con la fantasía.

Son curiosos y hacen muchas preguntas a los adultos.

Pueden hablar de sus necesidades y emociones, pero les cuesta ponerse en el lugar del otro.
¿Cómo poner límites?
A esta edad niños y niñas son tenaces practicantes de su autonomía. Están descubriendo su poder,
por lo cual muy frecuentemente contradicen y se oponen a las propuestas que se les hacen. Este es
un sano ejercicio de autonomía, aunque muchas veces a los adultos nos resulte agotador.

Si lo que hacen les trae, desde su perspectiva, una consecuencia positiva, probablemente seguirán haciéndolo.
Si lo que hacen les trae una consecuencia negativa, también desde su perspectiva, probablemente no lo hagan
con tanta frecuencia.

La «desobediencia» es normal y esperable. ¡Lo importante es saber manejarla! Nuestra


responsabilidad como madres, padres o cuidadores es enseñarles a aceptar las reglas de convivencia
social, de a poco y de buena manera.

Para facilitar que hagan caso es importante:

Solicitarles su ayuda: Plantearles lo que queremos apelando a su colaboración más que a su


obediencia. Les decimos, por ejemplo: «Necesito tu ayuda, levantá tus juguetes del piso mientras yo
cocino, ¿de acuerdo?».

Participarlos de alguna decisión: Proponerles que decidan sobre algo los ilusiona. No pueden
decidir no bañarse, pero les preguntamos: «¿Cuándo te querés bañar?, ¿antes o después de la
merienda?».

Felicitarlos, alegrarse por su actitud: Siempre que hagan caso, no nos olvidemos de alabar su
actitud y demostrarles la alegría que nos produce.

Explicar las razones de nuestro pedido: Ello contribuye a convencerlos en lugar de hacer que se
sientan obligados. Estas explicaciones no deben darse cada vez, ni ser muy largas. Tampoco es
bueno hacerles creer que solo deben hacer caso si entienden los motivos o están de acuerdo.

Cómo manejar las «desobediencias

Cuando los niños y las niñas nos desobedecen, lo más importante es ¡mantener la calma! Si nos
sentimos desafiados o burlados, nos puede dar mucha rabia y podemos actuar equivocadamente.
Si creemos que el niño o la niña ya conoce los motivos por los que le pedimos que se comporte de
determinada manera, no está bien repetirlos para «convencerlo/a».

Un buen sistema implica hacerle una advertencia efectiva frente al no cumplimiento. En tono
firme, pero sin gritos ni ningún tipo de violencia y una sola vez. La repetición interminable solo
agota la paciencia de los adultos.

Otra buena fórmula es expresarles lo que pasará si no cumplen: «Si no empezamos a aprontarte
ahora, no podrás ir al cumpleaños». Si cumple, no pasemos por alto su buena actitud y alabemos
sinceramente su ayuda, sin reproches y demostrándole la alegría que nos produce.

Si no cumple, es crucial cumplir nosotros con la consecuencia que habíamos anunciado: la pérdida
de alguna diversión o privilegio, o aplicar una penitencia o tiempo fuera, manteniendo nuestra
calma y firmeza.

Si se establece una lucha de poder, lo mejor que podemos hacer es tratar de salirnos de ella. Si es
posible, intentemos retirarnos del lugar donde está el niño, asegurándonos de que no corre peligro.
5-10 AÑOS
¿Cómo son a esta edad?
Es la etapa en la cual los niños y niñas transitan la escuela primaria, con nuevas reglas, rutinas y
responsabilidades.

Entre los cinco y siete años los niños y niñas tienen mucha energía. Su coordinación sigue
mejorando: pueden escribir y manipular mejor los objetos. Siguen teniendo un corto período de
atención. Buscan actividades que involucran acción. Necesitan sentir confianza en sí mismos como
miembros de una comunidad. Son soñadores y sensibles a la aprobación de los demás.

Les gusta competir en juegos de equipo. Distinguen las diferencias de sexo (niño/niña,
hombre/mujer). Se manejan desde un plano intuitivo, en el que el punto de vista que vale es el suyo,
pero aún no comprenden lo abstracto. Comienzan a internalizar normas, patrones de conducta y
comunicación.

Entre los siete y once años el pensamiento es concreto. Están ligados todavía a sus experiencias
concretas y necesitan manipular objetos para comprender. Pueden resolver problemas. Tienen la
coordinación necesaria para aprender destrezas físicas y los períodos de atención aumentan.

Hacia los nueve años comienzan a estar en grupos de su mismo sexo y empieza a ser muy
importante lo que el grupo piense o haga.

¿Cómo poner límites?


En esta etapa, madres, padres y cuidadores deberían poner mayor énfasis en:

Organizar un tiempo para el estudio, las tareas escolares y el descanso.

Organizar un tiempo para la TV, Internet y juegos electrónicos, con control y restricciones.

Organizar una dieta balanceada y con horarios.

Expresar lo que madres, padres y cuidadores esperamos y deseamos para ellos en la etapa escolar.

Reforzar los hábitos de higiene.

A medida que se acerca la preadolescencia, tener espacios permanentes de diálogo, especialmente


sobre los cambios físicos y emocionales, que irán apareciendo.

Brindar información a niños y niñas sobre su cuerpo, su sexualidad y el cuidado de ambos.

Conversar sobre los riesgos vinculados al consumo de tabaco, alcohol y otras drogas.

¿Qué pasa cuando los niños y niñas en esta edad desobedecen? Los adultos en el hogar deberán ponerse de
acuerdo en las reglas de convivencia familiar, así como en las consecuencias en caso de que los hijos e hijas
no las cumplan.

11-17 AÑOS
¿Cómo son a esta edad?
Esta etapa podría dividirse en dos: preadolescencia y adolescencia. Ambas se caracterizan por el
desarrollo de un pensamiento cada vez más abstracto.

La preadolescencia. Entre los 11 y 13 años, aproximadamente Se caracteriza por los primeros


cambios físicos orientados a la madurez psicosexual.

Los preadolescentes, con respecto a la etapa anterior, tienen más desarrollada la capacidad de mirar
hacia el futuro y comprender las consecuencias de sus acciones.

A menudo tienen más tareas y responsabilidades en la escuela y en la casa, así como un mayor
sentido de independencia que en la niñez.

La adolescencia. A partir de los 13 años aproximadamente Presentan grandes cambios físicos en lo


que refiere a altura y peso, así como a la aparición de las características sexuales propias de los
varones y las mujeres.

Es una etapa de cambios permanentes, por lo que los adolescentes pueden mostrar inestabilidad en
el estado de ánimo, desafiar a los adultos y sus creencias, e interés en priorizar las actividades y
opiniones de su grupo de amigos.

Pueden tener deseos de experimentar.

A medida que se acerca la finalización de la etapa liceal empiezan con interrogantes vocacionales y
laborales.

¿Cómo poner límites?


Es importante que las madres y padres estemos atentos a los cambios de los adolescentes, no desde
un lugar de control, sino de acompañamiento. Es necesario conversar y convenir pautas y límites
con ellos respecto a temas tales como: el horario de estudio y de salidas, las fiestas, las compañías,
el consumo de alcohol, tabaco y otras drogas, el cuidado sexual, entre otros.

Es esperable que los adolescentes se cierren al diálogo con los adultos, porque se sienten
controlados por estos. Las figuras adultas son muy importantes para los adolescentes, aun en el
clima conflictivo y demandante en que a veces se dan sus relaciones.

En su proceso de transformación los adolescentes pasan por cambios físicos y emocionales que por
momentos les resultan difíciles de sobrellevar. Por eso, aunque los adolescentes no sean
conscientes, el apoyo y el acompañamiento de los adultos son vitales.

La inmadurez y la irresponsabilidad son rasgos saludables de los adolescentes, quienes madurarán


cuando sea el momento de hacerlo, sin necesidad de ser forzados. Es una etapa en la que los límites
de los adultos también son saludables, si se dan en un marco de sostén y confianza.

En esta etapa, madres, padres y cuidadores podríamos ceder en aspectos que hacen a la
independencia de los adolescentes, como el corte de pelo, la vestimenta y las preferencias
musicales. Pero, al mismo tiempo, deberíamos ser firmes con las pautas y límites que les dan
seguridad y contención.

Como en prácticamente todo lo que tiene que ver con la crianza y con el crecimiento, no hay recetas, ni
mágicas ni universales, pero no es malo cada tanto mostrar que nosotros también revisamos nuestras
posiciones, las pensamos dos veces, sabemos reparar y cambiar de opinión cuando nos hemos equivocado.
LIMITES SIN VIOLENCIA

Poner límites: una demostración de amor y de responsabilidad.

A continuación, se proponen algunos recursos y técnicas que amplían los mencionados


anteriormente y pueden ayudar a los adultos en la difícil tarea de educar y poner límites a los niños,
niñas y adolescentes sin emplear la violencia.

Estas recomendaciones pueden y deben adaptarse a cada etapa del desarrollo del niño, la niña o el
adolescente.

Parar, calmarse y pensar


Cuando el niño, la niña o el adolescente está haciendo algo que no debe y no hace algo que sus
madres, padres o cuidadores esperan, es muy fácil caer en la tentación de «pedir-hablar-gritar-
pegar». Para evitar esto, los adultos podemos detenernos, respirar hondo, calmarnos y hacer una
pausa para pensar desde una visión diferente.

Los adultos podríamos estar en un permanente proceso reflexivo acerca de cómo estamos
ejerciendo la autoridad y cómo estamos siendo vistos por nuestros hijos e hijas.

Decirle lo que debería hacer y lo que no: Los adultos debemos ponernos de acuerdo primero entre
nosotros sobre las conductas deseadas y decirles a nuestros hijos e hijas lo que esperamos que hagan
o dejen de hacer, de manera serena, clara y firme. La actitud del adulto debe transmitir seguridad,
presentar un tono de voz firme y tranquilo y mantener el contacto visual con el niño, la niña o el
adolescente.

Dialogar: A partir de conversaciones, madres, padres y cuidadores podemos guiar a los niños y
niñas a imaginar y expresar los anhelos y metas para su vida, así como compartir momentos de
reflexión acerca de las consecuencias de las acciones que realizan. Además, podemos ayudarlos a
expresar sus emociones, hablar de los conflictos y encontrar maneras para solucionarlos.

Juego, lecturas y música: A través del juego adultos y niños podemos compartir los mismos
códigos y lograr una conexión desde lo emotivo, que ayudará a que los niños pequeños presten más
atención sobre aquello que deseamos enseñarles. Por medio del juego y las canciones, niños y niñas
pueden aprender a hacer cosas, como ordenar sus juguetes.

Leer cuentos: Es otra manera en que madres, padres y cuidadores podemos ir transmitiendo ideas
acerca de las concepciones del mundo, además de ir estimulando el lenguaje, lo que, a su vez,
proporciona más elementos cognitivos y emotivos para que los niños y niñas comprendan lo que las
personas adultas esperan de ellos.

Compartir gustos: Con los niños y niñas mayores, así como con los adolescentes, los adultos
podemos lograr una aproximación similar para dialogar mejor y obtener su atención conociendo y
compartiendo algunas actividades de interés para nuestros hijos e hijas, como sus programas de TV,
juegos electrónicos o temas musicales favoritos,
por citar algunos ejemplos

Abrazar: Uno de los mayores gestos de autoridad es el abrazo. En todas las edades, madres, padres
y cuidadores pueden ofrecer un abrazo como expresión de límite. Al abrazarlos, pueden sentir el
contacto de un cuerpo con el otro: un cuerpo que mece y que acuna trae a la memoria emotiva el
recuerdo físico de los brazos de la madre o de la figura «maternante». El abrazo cálido y firme da
un «contorno», un límite, y es un poderoso mensaje de «hasta acá puedes». Calma la sensación de
angustia y de no sentirse escuchado, que, de alguna manera, los niños, niñas y adolescentes
experimentan cuando se desbordan emocionalmente.

En los momentos de berrinches, característicos de los niños y niñas entre los dos y cinco años,
madres, padres y cuidadores podrían entender que la necesidad de los niños de ser mirados,
atendidos y escuchados es expresada de forma: «¡quiero que me compres un juguete o un
chocolate!». A esta necesidad afectiva desplazada hacia el reclamo de un objeto, que a su vez tiene
un significado afectivo, se podría responder con un abrazo y algunas palabras que contengan, sin
ceder a comprar algo que, en definitiva, el niño o la niña no desea.

Reforzar verbalmente las conductas positivas: Madres, padres y cuidadores, cuando el niño, la
niña o el adolescente tiene un buen comportamiento, podemos emplear frases como: «¡Qué bien!»,
«¡Te felicito!», «¡Lo lograste!», «¡Estoy orgullosa de vos!», «¡Cómo estas creciendo!», «¡Mirá todo
lo que ya aprendiste!», «¿Te diste cuenta de lo bien que hiciste tus tareas?», entre otras. Estas
palabras o expresiones les confirman y validan sus logros, en el proceso de ir aprendiendo a vivir en
el mundo que los rodea. Al escucharlas, comprenden lo que los adultos esperan de él o ella y se
sienten estimulados a seguir haciéndolo, para lograr el reconocimiento

Dejar que asuman las consecuencias de sus actos: A medida que van creciendo, los niños, niñas y
adolescentes van teniendo más responsabilidades en la casa, como cuidar y ordenar sus juguetes o
su cuarto, y en la escuela o liceo, como hacer las tareas y estudiar.

En este proceso de ejercicio de responsabilidad y autonomía, es importante que conozcan y asuman


las consecuencias de lo que hacen o dejan de hacer, siempre y cuando esto no implique riesgos para
su integridad o su salud.

Para ello, las madres, los padres y cuidadores podríamos decirles y anticiparles lo que va a ocurrir si
no actúan debidamente, dejando que los niños, niñas y adolescentes enfrenten sus propias
responsabilidades. Por ejemplo: «Si seguís demorando en vestirte, vamos a perder el ómnibus y
vamos a llegar tarde al cumpleaños de tu amigo». Luego, en un
clima de calma y serenidad, podrían conversar juntos y reflexionar sobre la experiencia vivida y
sacar aprendizajes de ella.

Suspenderles algo que les gusta: Esta forma de sanción se aplica avisándole al niño, la niña o el
adolescente previamente que, si no deja de actuar o hacer determinada cosa que está mal, se le
suspenderá una actividad que le agrada, como, por ejemplo, no podrá ver los dibujos animados o ir
a una fiesta. Madres, padres y cuidadores tenemos que prometer algo que podamos cumplir y luego
cumplir efectivamente con lo estipulado, para no perder autoridad ante nuestros hijos e hijas. Para
los niños y niñas más grandes el método puede aplicarse de forma «más extrema» cuando incurren
sistemáticamente en la trasgresión de una norma o si la transgresión tiene cierta gravedad. Por
ejemplo: Se los podrá privar de algo que les gusta, como jugar a los juegos electrónicos, por una
cierta cantidad de días.

Tiempo fuera: Es un método bastante popular para intentar mejorar el comportamiento infantil,
apropiado para niños y niñas a partir de dos años en adelante. Los variados resultados de su uso
dependen de que se aplique bien o mal. Se entiende por «tiempo fuera» llevar al niño o la niña,
cuando se porta mal, de un ambiente estimulante en que quiere estar a otro no estimulante en el que
no quiere estar.
El niño o la niña va a ese lugar a pensar sobre lo que hizo. Debe ser un ambiente poco estimulante,
aburrido, pero nunca atemorizante. Su función es actuar como un recordatorio que le permita al
niño controlarse la próxima vez que esté tentado a hacer algo que no debe.

El tiempo de exclusión debe ser acorde con la edad del niño, pero nunca excesivo. Una manera de
calcularlo puede ser un minuto por año de edad: si estamos hablando de una niña de cinco años, el
tiempo no debe ser mayor de cinco minutos, si es un niño de ocho años, podría permanecer ocho
minutos.

Mientras dure el tiempo fuera el niño o la niña debe cumplirlo en calma, sin gritos ni pataleos.
Podrá pensar cómo controlarse, disculparse o reparar lo hecho, si es lo que corresponde. Cuando se
lo lleva a ese lugar no es el momento de hablar ni escuchar explicaciones. Desde que se trasgredió
la norma se debe enfocar en cumplir lo acordado, sin hostilidad, pero actuando con calma y firmeza.

Una vez cumplido el tiempo, con tranquilidad, sí es el momento de hablar y reflexionar sobre lo que pasó,
tratando de encontrar soluciones a la situación que motivó el tiempo fuera.

Este método puede aplicarse con ciertas variantes:

Tiempo fuera de la actividad: Se le prohíbe al niño, la niña o el adolescente participar en una


actividad entretenida en la que estaba participando.

Tiempo fuera en otro sitio: Se le prohíbe al niño, la niña o el adolescente participar en la actividad
que estaba participando y se lo envía a otro lugar, como su dormitorio, por un tiempo determinado
conforme con la edad.

Puede ayudar a generar un mejor clima que madres, padres y cuidadores avisen al niño, la niña o el
adolescente que están observando su conducta y le comuniquen que tendrá hasta tres oportunidades
para cambiar su comportamiento. Si no lo hace, irá a otro lugar, por ejemplo, su dormitorio, por un
período de tiempo conforme con la edad. Esto ayuda a que tanto los adultos como los niños, niñas y
adolescentes estén en control de sus emociones, poniendo el foco en la acción que se debe dejar de
hacer.

Recomendaciones para aplicar el “1-2-3”


Padres, madres y cuidadores deben tener en claro previamente qué tipo de comportamientos desean
que niñas, niños y adolescentes dejen de hacer. También deben explicarles que va a tener una
sanción (no violenta), si a la cuenta de tres no cambian de actitud.

Cuando el niño, la niña o el adolescente está teniendo el comportamiento no deseado, uno de los
adultos, lo mirará y dirá, manteniendo un tono neutral y en calma: «Va uno», sin agregar nada más.
A partir de allí, esperará que el niño, la niña o el adolescente deje de hacer lo que se le pide. Si
persiste, uno de los adultos le dirá, en el mismo tono neutral:
«Van dos». Si continúa con el comportamiento, el adulto dirá: «Van tres y te vas cinco minutos a tu
dormitorio» (u otro lugar ya pensado para esto, durante el tiempo correspondiente). Y el niño, la
niña o el adolescente deberá ir a su cuarto por el tiempo asignado.

En el dormitorio, el niño, la niña o el adolescente debe permanecer sin TV, computadora, celular o
juegos electrónicos. Puede leer un libro, descansar o jugar con algún juguete.
Al terminar el tiempo, el niño o la niña regresará y el clima emocional no se verá alterado. Al
contrario, se espera que regrese calmado y que los padres, madres y cuidadores también lo estén.

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