Poner Límites No Violentos em Ámbito Familiar
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LA VIOLENCIA NO EDUCA
¿Qué ocurre cuando se usan prácticas de castigo físico o humillaciones verbales
para poner límites a niños, niñas y adolescentes? En general, este tipo de acciones parecen ser
efectivas inmediatamente: El niño o la niña deja de hacer lo que estaba haciendo o cumple con el
mandato de los adultos, al recibir una palmada o un insulto. Pero el motor de esta respuesta es el
temor o el terror a recibir este tipo de tratos
por parte de sus seres más queridos.
Los niños, niñas y adolescentes no aprenden con un golpe o con insultos aquello que sus madres,
padres y cuidadores quieren enseñarles. Tampoco les ayuda a desear portarse bien, ni les enseña la
autodisciplina o conductas alternativas para resolver conflictos, sino todo lo contrario: los hace poco
sensibles ante las experiencias violentas.
Los niños y niñas aprenden principalmente del ejemplo y si se les enseña que los conflictos pueden
resolverse a golpes e insultos, probablemente reproduzcan estos patrones violentos de conducta en
el futuro.
Los niños pueden sufrir distintas formas de maltrato, pero cuando se trata de poner límites las que
aparecen son el maltrato psicológico o físico
Por lo tanto, si se usan palabras humillantes para educarlos o ponerles límites, los hijos e hijas
pensarán que estas palabras realmente los definen como personas.
Aunque algunas madres y algunos padres creen que insultar no es igual que golpear, las palabras
fuertes y humillantes generan los mismos sentimientos de dolor emocional, frustración e impotencia
que el castigo físico en las personas.
Las consecuencias físicas, psicológicas y sociales más frecuentes del castigo físico y las
humillaciones verbales en los niños, niñas y adolescentes son:
Baja autoestima
A menudo pueden experimentar sentimientos de inferioridad e inutilidad. También pueden
mostrarse tímidos y miedosos o, por el contrario, hiperactivos buscando llamar la atención de los
demás.
Trastornos en la identidad
Pueden tener una mala imagen de sí mismos, creer que son malos y por eso sus padres los castigan
físicamente. A veces, como modo de defenderse, desarrollan la creencia de que son fuertes y
todopoderosos, capaces de vencer a sus padres y a otros adultos.
Cuando esto ocurre, se produce un alejamiento de las prácticas violentas ya que los adultos
encuentran maneras de manejar sus emociones, reconocer y expresar su rabia, regular su
agresividad y, especialmente, encuentran las palabras adecuadas para comunicarse.
Las personas adultas debemos predicar con el ejemplo. Lo que la madre, el padre o cuidador hace es
más importante que lo que dice. El respeto de la autoridad se genera cuando los adultos le
demostramos que somos consecuentes con nuestros actos y acciones.
Tan importante como cuidar y proteger a los niños, niñas y adolescentes es saber comunicarse con
ellos. Si establecemos una comunicación franca, honesta y sin miedo, generamos un lazo invisible
que nos une para siempre. Esta relación es necesaria para que niños, niñas y adolescentes
desarrollen su fortaleza emocional.
Por medio del diálogo se teje y refuerza el vínculo entre niños y adultos, fomentando el desarrollo
de la empatía.
No son pequeños adultos. Entenderlo es clave, porque no es posible exigir la misma capacidad de
atención y comprensión a un niño de 1 año que a una niña de 5 años, y tampoco es posible aplicar
las mismas sanciones.
En ocasiones, los adultos castigamos injustamente a los niños, niñas y adolescentes, con severidad y
sin entender que la desobediencia de nuestros hijos es parte de un proceso de aprendizaje, de ensayo
y error. Conocer más acerca de su desarrollo evolutivo puede
ayudarnos a saber qué esperar y qué exigirles a la hora de educar y poner límites.
0-12 MESES
¿Cómo son a esta edad?
Los bebés no podrían sobrevivir sin una relación afectiva segura con la mamá, el papá y los
cuidadores, que los proteja integralmente mediante:
El contacto: Necesitan estar lo más posible en contacto físico. Esto les permite primero fusionarse
con el cuerpo de la persona que los acuna y los contiene, y luego ir delimitando, muy lentamente, su
propio cuerpo.
La alimentación permanente: Además del alimento, necesitan del clima afectivo que implica este
hecho. Ellos sostienen la mirada de la madre, se sienten parte de ella mientras escuchan su voz
amorosa que les habla o canta. El padre y otros cuidadores también pueden alimentar a los bebés en
un clima afectivo amoroso.
Este proceso de apego no ocurre solo con la madre, sino también con el padre y los cuidadores. Es
fundamental que los hombres participen de manera activa en los cuidados de los bebés y los niños y
niñas pequeños, que se involucren en el vínculo con ellos, así como que apoyen a la mamá en su rol.
Por ejemplo: Los adultos van «interpretando» el llanto de sus hijos e hijas: «es un llanto porque
tiene sueño, hambre, calor o quiere mimos». Y de esta manera, respondiendo a las necesidades de
los bebés, madres, padres y cuidadores van organizando una rutina más estructurada, a medida que
van creciendo.
Cuando se acercan a los tres meses, los bebés van ajustando su ritmo biológico al entorno, y es un
buen momento para comenzar a enseñarles de a poco algunas reglas de la vida. Para ello los rituales
y las rutinas son vitales, porque ayudan a calibrar el reloj biológico del bebé y a entender algunas
señales. El ritual implica mantener razonablemente los mismos horarios y la misma secuencia de
acciones.
Los rituales cotidianos no pueden ser acciones mecánicas ni cargadas de estrés. Deben ser gestos naturales y
placenteros para el bebé y los papás, mamás y cuidadores. Por ejemplo: El ritual nocturno es especialmente
importante, porque tiene que ser la señal de que la noche ha llegado y con ella el descanso. Es necesario que
el ritmo de la casa se vaya enlenteciendo, las voces bajen y la luz se apague. Vendrá entonces la secuencia de
todas las noches, que podrá ser: baño tibio y placentero, comida, cambio de pañales y ¡a la cuna! Una vez en
ella puede venir la canción de una, el mimo de las buenas noches y el sueño.
1-3 AÑOS
¿Cómo son a esta edad?
Los niños y niñas en esta etapa desarrollan paulatinamente mayor independencia
física de madres y padres. Son muchas las habilidades nuevas que van diferenciando esta etapa de la
anterior. A partir de los nueve meses, los bebés comienzan a gatear y a pararse, y alrededor del año,
a caminar. Es una etapa en que entienden mucho más de lo
que pueden expresar en palabras
Durante el segundo año de vida, el lenguaje comienza a aparecer claramente: empiezan a decir sus
primeras palabras sueltas, luego frases cortas y también empezarán a nombrarse a sí mismos. Los
niños y niñas construyen el significado de la palabra «yo», aspecto que revela su primer sentido de
independencia de la mamá.
Es una etapa en que juegan mucho y ponen su cerebro en funcionamiento de una manera divertida.
Disfrutan imitando lo que hacen los demás y juegan con elementos diferentes que estimulan su
imaginación.
Rutina diaria: Los adultos decidimos el horario para despertarse, comer, bañarse y jugar, así como
el lugar donde estas actividades van a ser realizadas. Por ejemplo, comer en la mesa y no en el
dormitorio; o jugar en la sala, pero no en donde se cocina. De esta manera, se proponen límites a
partir de los cuales los niños y niñas aprenden las nociones de tiempo y espacio.
Seguridad integral: Cuando empiezan a caminar, los niños y niñas deambulan de un lado a otro y
tocan todo aquello que está a su alcance, especialmente cosas riesgosas para ellos, como parte de su
aprendizaje.
Guardar las cosas que representen un riesgo para ellos, como objetos cortantes y líquidos
tóxicos, así como tapar los enchufes, etc.
Hablar con ellos suavemente, con palabras concretas y explicaciones breves, como: «esto
lastima», «esto duele» o «esto quema».
Enseñarles a pronunciar las palabras es otra manera de poner límites. Es común que comiencen
teniendo un lenguaje más de bebé (media lengua) que se irá reemplazando por uno más organizado
hacia los tres años. Es importante hablarles correctamente, evitando el uso de diminutivos o
deformando las palabras
Rabietas o berrinches
Ocurren en una edad en la cual los deseos e impulsos son muy fuertes, los niños y las niñas tienen
poca experiencia en tolerar las frustraciones y su lenguaje y sus habilidades de expresión y descarga
todavía son limitados.
Las rabietas o berrinches son un comportamiento normal en el desarrollo. Son más frecuentes e
intensas en algunos niños que en otros y empeoran con la fatiga, el apetito o cualquier tipo de
malestar.
A veces, los padres, madres o cuidadores cedemos frente a estos berrinches y así generamos que
nuestros hijos e hijas identifiquen los mecanismos para desafiar las reglas de la familia, lo que nos
lleva a perder autoridad. Niños y niñas no se sienten seguros ante esta situación, sino todo lo
contrario: encuentran una manera de tener poder sobre su madre, padre o cuidadores.
PREVENIRLAS
Distraer y cambiar el foco de atención: Se los puede distraer con algún objeto y otra actividad,
para cambiar el foco de atención de algo que «no se puede», por otra cosa que «sí se puede».
Por ejemplo: el niño está alrededor de una mesa y quiere agarrar el celular de un adulto para jugar.
En un caso así, se puede quitar el celular de la mesa y ofrecerle un juguete u otro objeto alternativo
para que juegue.
Elegir algo: Si la situación lo amerita, se les puede dar la posibilidad de elegir. Por ejemplo:
¿Quieres bañarte antes o después de comer?
Evitar una situación: Si sabemos que una situación los frustra demasiado y los desborda, lo mejor
será evitarla hasta que logren enfrentarla de otra manera. Por ejemplo: no llevarlos a hacer las
compras, que es un lugar donde no pueden tocar nada, comer, ni obtener todo lo que ven.
Ignorar la rabieta, siempre que sea posible: Si estamos seguros de que el niño o la niña no corre
peligro, entonces tratemos de continuar con lo que estábamos haciendo, como si no pasara nada. Si
estamos en un lugar público, intentaremos ser ciegos y sordos a la reacción de quienes miran desde
afuera y no prestaremos atención al berrinche.
Si no es posible sostener esa actitud porque puede lastimarse o está en un lugar o en una situación
inadecuados, lo cargaremos de manera firme pero no violenta y lo llevaremos a un lugar más
apropiado para dejar que la rabieta se calme sola
Dar contención: Si le cuesta salir de su rabieta y no sabemos cómo ayudarlo, podemos hacerlo
diciéndole: «Te voy a ayudar a que salgas de esto». También lo podemos hamacar, cantarle o
abrazarlo para calmarlo.
No ceder: Nunca vamos a acceder a darle o hacer lo que quería, aunque sea posible o razonable.
Tiene que aprender claramente que una rabieta no lo acerca a ninguna solución. Una vez que la
rabieta pasó, podemos manifestarle la alegría de que haya
recuperado el control y enseñarle cuál habría sido la mejor manera de actuar o de expresar lo que
sentía, estimulando el uso de palabras
3-5 AÑOS
¿Cómo son a esta edad?
En esta etapa el lenguaje y la motricidad continúan su desarrollo con saltos cualitativos.
Es el período de la vida en que el juego es la actividad principal. Empieza siendo una actividad más
solitaria y egocéntrica y, gradualmente, comienza a incluir a otros niños y niñas.
Es el momento en que comienzan a ir al jardín.
Es la etapa en la que aprenden a comer solos, a controlar sus esfínteres, a cambiarse la ropa con
ayuda: señales que van confirmando su sentido de independencia y autonomía.
Hacia los cuatro y cinco años, son activos, se muestran más seguros en sus movimientos corporales,
como correr o saltar, y empiezan a desarrollar su motricidad fina mediante la pintura, el dibujo o
abotonándose la ropa.
Pueden hablar de sus necesidades y emociones, pero les cuesta ponerse en el lugar del otro.
¿Cómo poner límites?
A esta edad niños y niñas son tenaces practicantes de su autonomía. Están descubriendo su poder,
por lo cual muy frecuentemente contradicen y se oponen a las propuestas que se les hacen. Este es
un sano ejercicio de autonomía, aunque muchas veces a los adultos nos resulte agotador.
Si lo que hacen les trae, desde su perspectiva, una consecuencia positiva, probablemente seguirán haciéndolo.
Si lo que hacen les trae una consecuencia negativa, también desde su perspectiva, probablemente no lo hagan
con tanta frecuencia.
Participarlos de alguna decisión: Proponerles que decidan sobre algo los ilusiona. No pueden
decidir no bañarse, pero les preguntamos: «¿Cuándo te querés bañar?, ¿antes o después de la
merienda?».
Felicitarlos, alegrarse por su actitud: Siempre que hagan caso, no nos olvidemos de alabar su
actitud y demostrarles la alegría que nos produce.
Explicar las razones de nuestro pedido: Ello contribuye a convencerlos en lugar de hacer que se
sientan obligados. Estas explicaciones no deben darse cada vez, ni ser muy largas. Tampoco es
bueno hacerles creer que solo deben hacer caso si entienden los motivos o están de acuerdo.
Cuando los niños y las niñas nos desobedecen, lo más importante es ¡mantener la calma! Si nos
sentimos desafiados o burlados, nos puede dar mucha rabia y podemos actuar equivocadamente.
Si creemos que el niño o la niña ya conoce los motivos por los que le pedimos que se comporte de
determinada manera, no está bien repetirlos para «convencerlo/a».
Un buen sistema implica hacerle una advertencia efectiva frente al no cumplimiento. En tono
firme, pero sin gritos ni ningún tipo de violencia y una sola vez. La repetición interminable solo
agota la paciencia de los adultos.
Otra buena fórmula es expresarles lo que pasará si no cumplen: «Si no empezamos a aprontarte
ahora, no podrás ir al cumpleaños». Si cumple, no pasemos por alto su buena actitud y alabemos
sinceramente su ayuda, sin reproches y demostrándole la alegría que nos produce.
Si no cumple, es crucial cumplir nosotros con la consecuencia que habíamos anunciado: la pérdida
de alguna diversión o privilegio, o aplicar una penitencia o tiempo fuera, manteniendo nuestra
calma y firmeza.
Si se establece una lucha de poder, lo mejor que podemos hacer es tratar de salirnos de ella. Si es
posible, intentemos retirarnos del lugar donde está el niño, asegurándonos de que no corre peligro.
5-10 AÑOS
¿Cómo son a esta edad?
Es la etapa en la cual los niños y niñas transitan la escuela primaria, con nuevas reglas, rutinas y
responsabilidades.
Entre los cinco y siete años los niños y niñas tienen mucha energía. Su coordinación sigue
mejorando: pueden escribir y manipular mejor los objetos. Siguen teniendo un corto período de
atención. Buscan actividades que involucran acción. Necesitan sentir confianza en sí mismos como
miembros de una comunidad. Son soñadores y sensibles a la aprobación de los demás.
Les gusta competir en juegos de equipo. Distinguen las diferencias de sexo (niño/niña,
hombre/mujer). Se manejan desde un plano intuitivo, en el que el punto de vista que vale es el suyo,
pero aún no comprenden lo abstracto. Comienzan a internalizar normas, patrones de conducta y
comunicación.
Entre los siete y once años el pensamiento es concreto. Están ligados todavía a sus experiencias
concretas y necesitan manipular objetos para comprender. Pueden resolver problemas. Tienen la
coordinación necesaria para aprender destrezas físicas y los períodos de atención aumentan.
Hacia los nueve años comienzan a estar en grupos de su mismo sexo y empieza a ser muy
importante lo que el grupo piense o haga.
Organizar un tiempo para la TV, Internet y juegos electrónicos, con control y restricciones.
Expresar lo que madres, padres y cuidadores esperamos y deseamos para ellos en la etapa escolar.
Conversar sobre los riesgos vinculados al consumo de tabaco, alcohol y otras drogas.
¿Qué pasa cuando los niños y niñas en esta edad desobedecen? Los adultos en el hogar deberán ponerse de
acuerdo en las reglas de convivencia familiar, así como en las consecuencias en caso de que los hijos e hijas
no las cumplan.
11-17 AÑOS
¿Cómo son a esta edad?
Esta etapa podría dividirse en dos: preadolescencia y adolescencia. Ambas se caracterizan por el
desarrollo de un pensamiento cada vez más abstracto.
Los preadolescentes, con respecto a la etapa anterior, tienen más desarrollada la capacidad de mirar
hacia el futuro y comprender las consecuencias de sus acciones.
A menudo tienen más tareas y responsabilidades en la escuela y en la casa, así como un mayor
sentido de independencia que en la niñez.
Es una etapa de cambios permanentes, por lo que los adolescentes pueden mostrar inestabilidad en
el estado de ánimo, desafiar a los adultos y sus creencias, e interés en priorizar las actividades y
opiniones de su grupo de amigos.
A medida que se acerca la finalización de la etapa liceal empiezan con interrogantes vocacionales y
laborales.
Es esperable que los adolescentes se cierren al diálogo con los adultos, porque se sienten
controlados por estos. Las figuras adultas son muy importantes para los adolescentes, aun en el
clima conflictivo y demandante en que a veces se dan sus relaciones.
En su proceso de transformación los adolescentes pasan por cambios físicos y emocionales que por
momentos les resultan difíciles de sobrellevar. Por eso, aunque los adolescentes no sean
conscientes, el apoyo y el acompañamiento de los adultos son vitales.
En esta etapa, madres, padres y cuidadores podríamos ceder en aspectos que hacen a la
independencia de los adolescentes, como el corte de pelo, la vestimenta y las preferencias
musicales. Pero, al mismo tiempo, deberíamos ser firmes con las pautas y límites que les dan
seguridad y contención.
Como en prácticamente todo lo que tiene que ver con la crianza y con el crecimiento, no hay recetas, ni
mágicas ni universales, pero no es malo cada tanto mostrar que nosotros también revisamos nuestras
posiciones, las pensamos dos veces, sabemos reparar y cambiar de opinión cuando nos hemos equivocado.
LIMITES SIN VIOLENCIA
Estas recomendaciones pueden y deben adaptarse a cada etapa del desarrollo del niño, la niña o el
adolescente.
Los adultos podríamos estar en un permanente proceso reflexivo acerca de cómo estamos
ejerciendo la autoridad y cómo estamos siendo vistos por nuestros hijos e hijas.
Decirle lo que debería hacer y lo que no: Los adultos debemos ponernos de acuerdo primero entre
nosotros sobre las conductas deseadas y decirles a nuestros hijos e hijas lo que esperamos que hagan
o dejen de hacer, de manera serena, clara y firme. La actitud del adulto debe transmitir seguridad,
presentar un tono de voz firme y tranquilo y mantener el contacto visual con el niño, la niña o el
adolescente.
Dialogar: A partir de conversaciones, madres, padres y cuidadores podemos guiar a los niños y
niñas a imaginar y expresar los anhelos y metas para su vida, así como compartir momentos de
reflexión acerca de las consecuencias de las acciones que realizan. Además, podemos ayudarlos a
expresar sus emociones, hablar de los conflictos y encontrar maneras para solucionarlos.
Juego, lecturas y música: A través del juego adultos y niños podemos compartir los mismos
códigos y lograr una conexión desde lo emotivo, que ayudará a que los niños pequeños presten más
atención sobre aquello que deseamos enseñarles. Por medio del juego y las canciones, niños y niñas
pueden aprender a hacer cosas, como ordenar sus juguetes.
Leer cuentos: Es otra manera en que madres, padres y cuidadores podemos ir transmitiendo ideas
acerca de las concepciones del mundo, además de ir estimulando el lenguaje, lo que, a su vez,
proporciona más elementos cognitivos y emotivos para que los niños y niñas comprendan lo que las
personas adultas esperan de ellos.
Compartir gustos: Con los niños y niñas mayores, así como con los adolescentes, los adultos
podemos lograr una aproximación similar para dialogar mejor y obtener su atención conociendo y
compartiendo algunas actividades de interés para nuestros hijos e hijas, como sus programas de TV,
juegos electrónicos o temas musicales favoritos,
por citar algunos ejemplos
Abrazar: Uno de los mayores gestos de autoridad es el abrazo. En todas las edades, madres, padres
y cuidadores pueden ofrecer un abrazo como expresión de límite. Al abrazarlos, pueden sentir el
contacto de un cuerpo con el otro: un cuerpo que mece y que acuna trae a la memoria emotiva el
recuerdo físico de los brazos de la madre o de la figura «maternante». El abrazo cálido y firme da
un «contorno», un límite, y es un poderoso mensaje de «hasta acá puedes». Calma la sensación de
angustia y de no sentirse escuchado, que, de alguna manera, los niños, niñas y adolescentes
experimentan cuando se desbordan emocionalmente.
En los momentos de berrinches, característicos de los niños y niñas entre los dos y cinco años,
madres, padres y cuidadores podrían entender que la necesidad de los niños de ser mirados,
atendidos y escuchados es expresada de forma: «¡quiero que me compres un juguete o un
chocolate!». A esta necesidad afectiva desplazada hacia el reclamo de un objeto, que a su vez tiene
un significado afectivo, se podría responder con un abrazo y algunas palabras que contengan, sin
ceder a comprar algo que, en definitiva, el niño o la niña no desea.
Reforzar verbalmente las conductas positivas: Madres, padres y cuidadores, cuando el niño, la
niña o el adolescente tiene un buen comportamiento, podemos emplear frases como: «¡Qué bien!»,
«¡Te felicito!», «¡Lo lograste!», «¡Estoy orgullosa de vos!», «¡Cómo estas creciendo!», «¡Mirá todo
lo que ya aprendiste!», «¿Te diste cuenta de lo bien que hiciste tus tareas?», entre otras. Estas
palabras o expresiones les confirman y validan sus logros, en el proceso de ir aprendiendo a vivir en
el mundo que los rodea. Al escucharlas, comprenden lo que los adultos esperan de él o ella y se
sienten estimulados a seguir haciéndolo, para lograr el reconocimiento
Dejar que asuman las consecuencias de sus actos: A medida que van creciendo, los niños, niñas y
adolescentes van teniendo más responsabilidades en la casa, como cuidar y ordenar sus juguetes o
su cuarto, y en la escuela o liceo, como hacer las tareas y estudiar.
Para ello, las madres, los padres y cuidadores podríamos decirles y anticiparles lo que va a ocurrir si
no actúan debidamente, dejando que los niños, niñas y adolescentes enfrenten sus propias
responsabilidades. Por ejemplo: «Si seguís demorando en vestirte, vamos a perder el ómnibus y
vamos a llegar tarde al cumpleaños de tu amigo». Luego, en un
clima de calma y serenidad, podrían conversar juntos y reflexionar sobre la experiencia vivida y
sacar aprendizajes de ella.
Suspenderles algo que les gusta: Esta forma de sanción se aplica avisándole al niño, la niña o el
adolescente previamente que, si no deja de actuar o hacer determinada cosa que está mal, se le
suspenderá una actividad que le agrada, como, por ejemplo, no podrá ver los dibujos animados o ir
a una fiesta. Madres, padres y cuidadores tenemos que prometer algo que podamos cumplir y luego
cumplir efectivamente con lo estipulado, para no perder autoridad ante nuestros hijos e hijas. Para
los niños y niñas más grandes el método puede aplicarse de forma «más extrema» cuando incurren
sistemáticamente en la trasgresión de una norma o si la transgresión tiene cierta gravedad. Por
ejemplo: Se los podrá privar de algo que les gusta, como jugar a los juegos electrónicos, por una
cierta cantidad de días.
Tiempo fuera: Es un método bastante popular para intentar mejorar el comportamiento infantil,
apropiado para niños y niñas a partir de dos años en adelante. Los variados resultados de su uso
dependen de que se aplique bien o mal. Se entiende por «tiempo fuera» llevar al niño o la niña,
cuando se porta mal, de un ambiente estimulante en que quiere estar a otro no estimulante en el que
no quiere estar.
El niño o la niña va a ese lugar a pensar sobre lo que hizo. Debe ser un ambiente poco estimulante,
aburrido, pero nunca atemorizante. Su función es actuar como un recordatorio que le permita al
niño controlarse la próxima vez que esté tentado a hacer algo que no debe.
El tiempo de exclusión debe ser acorde con la edad del niño, pero nunca excesivo. Una manera de
calcularlo puede ser un minuto por año de edad: si estamos hablando de una niña de cinco años, el
tiempo no debe ser mayor de cinco minutos, si es un niño de ocho años, podría permanecer ocho
minutos.
Mientras dure el tiempo fuera el niño o la niña debe cumplirlo en calma, sin gritos ni pataleos.
Podrá pensar cómo controlarse, disculparse o reparar lo hecho, si es lo que corresponde. Cuando se
lo lleva a ese lugar no es el momento de hablar ni escuchar explicaciones. Desde que se trasgredió
la norma se debe enfocar en cumplir lo acordado, sin hostilidad, pero actuando con calma y firmeza.
Una vez cumplido el tiempo, con tranquilidad, sí es el momento de hablar y reflexionar sobre lo que pasó,
tratando de encontrar soluciones a la situación que motivó el tiempo fuera.
Tiempo fuera en otro sitio: Se le prohíbe al niño, la niña o el adolescente participar en la actividad
que estaba participando y se lo envía a otro lugar, como su dormitorio, por un tiempo determinado
conforme con la edad.
Puede ayudar a generar un mejor clima que madres, padres y cuidadores avisen al niño, la niña o el
adolescente que están observando su conducta y le comuniquen que tendrá hasta tres oportunidades
para cambiar su comportamiento. Si no lo hace, irá a otro lugar, por ejemplo, su dormitorio, por un
período de tiempo conforme con la edad. Esto ayuda a que tanto los adultos como los niños, niñas y
adolescentes estén en control de sus emociones, poniendo el foco en la acción que se debe dejar de
hacer.
Cuando el niño, la niña o el adolescente está teniendo el comportamiento no deseado, uno de los
adultos, lo mirará y dirá, manteniendo un tono neutral y en calma: «Va uno», sin agregar nada más.
A partir de allí, esperará que el niño, la niña o el adolescente deje de hacer lo que se le pide. Si
persiste, uno de los adultos le dirá, en el mismo tono neutral:
«Van dos». Si continúa con el comportamiento, el adulto dirá: «Van tres y te vas cinco minutos a tu
dormitorio» (u otro lugar ya pensado para esto, durante el tiempo correspondiente). Y el niño, la
niña o el adolescente deberá ir a su cuarto por el tiempo asignado.
En el dormitorio, el niño, la niña o el adolescente debe permanecer sin TV, computadora, celular o
juegos electrónicos. Puede leer un libro, descansar o jugar con algún juguete.
Al terminar el tiempo, el niño o la niña regresará y el clima emocional no se verá alterado. Al
contrario, se espera que regrese calmado y que los padres, madres y cuidadores también lo estén.