Menores A t1 13
Menores A t1 13
Menores A t1 13
Esta lección está basada en Mateo 28:1-15; Marcos 16:1-11; Lucas 24:1-12; Juan 20:1-18; y “El Deseado de todas las
gentes”, capítulos 80-82.
Resumen: Podemos compartir con entusiasmo las buenas nuevas de la muerte y la resurrección de Jesús.
EL CABALLO QUE LLORÓ
Por Gladys Vest Delong
Jaime estaba tan enojado que gritó: "¡Vamos, Negro! ¡Sigue! Yo no quiero arruinar el día por pasarlo nada más que
trabajando”.
Negro echó a andar a un trote regular, y pronto muchacho y caballo estaban junto a un gran tronco sumergido en el
arroyo. Jaime tomó la cadena que colgaba del balancín y, el que a su vez estaba afirmado en la pechera con dos tiros,
y la ató firmemente al tronco. Tomando las riendas de su mano, retrocedió y gritó: “Vamos, Negro, tira”. El caballo
se afirmó y tiró. El tronco no se movió.
“Tira, Negro, tira”. El caballo volvió a afirmarse de nuevo y tiró; pero el tronco aun así no se movió.
A Jaime se le enrojeció la cara. Gritó aún más fuerte: “Negro, no estás ni siquiera probando. Tira ahora o de lo
contrario verás”.
Negro se dio cuenta por el tono de la voz de su amo que éste estaba enojado, de manera que atesó de nuevo las
patas, y tiró. El tronco no se movió.
Jaime pensó en el juego de pelota que se estaba perdiendo y se enloqueció de ira. Tomó un palo y comenzó a
castigar al caballo. Entre golpe y golpe gritaba: “Tira, Negro, te digo que tires”. Pero Negro no hacía ningún esfuerzo.
Se quedó donde estaba, con las patas flácidas, y todo temblando por los golpes que recibía.
Finalmente, Jaime se apaciguó y dejó caer la vara. Se acercó al caballo con la intención de tomar la brida y ayudarlo a
tirar. Pero en el momento de tomarla, su mano se detuvo en el aire. En su rostro se advirtió un sentimiento de
vergüenza, remordimiento y sorpresa.
¡El pobre Negro estaba llorando! Grandes lágrimas rodaban por la cara del caballo.
Jaime se sorprendió porque no sabía que un caballo podía llorar. Se sintió avergonzado y le remordía la conciencia al
pensar que había castigado a un amigo tan fiel como Negro.
Y ahora las lágrimas brotaron de los ojos de Jaime y le rodaron por las mejillas. Extendió sus brazos y con ellos rodeó
el cuello del caballo y oprimió su mejilla contra él. Ahora el muchacho y el caballo lloraban juntos.
“Negro – y la voz de Jaime era suave y trémula –. ¡Nunca más haré esto! Perdóname. Desde ahora en adelante
vigilaré mi genio”.
Tomó luego las riendas. En voz muy suave dijo: “Probemos una vez más, Negro. Yo te ayudaré. Si esta vez no
logramos mover el tronco, iremos a casa sin él”.
Tiró entonces suavemente de las riendas. Negro levantó la cabeza, atesó sus patas y tiró.
El caballo se encaminó hacia la casa a un trote tan largo que Jaime tuvo que correr para darle alcance. Mientras
corría, un pensamiento le llenó la mente: “¡El amor lo logró! ¡El amor lo logró! Donde el enojo y el castigo
fracasaron, el amor lo logró”
Cuando llegaron al lugar donde guardaban los troncos, Negro se detuvo pacientemente mientras Jaime desenganchó
la cadena del tronco. Dirigiéndose luego a la cabeza del animal, Jaime echó de nuevo los brazos al cuello del caballo.
“Gracias, Negro – susurró –, por haberme enseñado algo que necesitaba aprender. Prometo que nunca lo olvidaré”.
Tu y yo somos como ese caballo, llevamos la carga del pecado a cuestas, es una carga muy pesada y no podemos con
ella.
Jesús podía haber decidido castigarme por mi pecado, que cada vez que hiciera algo mal recibiese un castigo. Pero no,
Jesús decidió tratarme con amor, con mucho, mucho amor. Con tanto amor que puso su vida en la cruz para que yo
pueda ser perdonado y estar con Él por la eternidad. Además, resucitó y con su resurrección puso fin al enemigo, al
pecado y a la muerte. Y ahora con amor me guía, perdona e intercede (ruega por mi) para que pueda un día cercano
estar con Él por la eternidad. ¡qué amor más grande!
EL TESTIMONIO DE UN JOVEN
EN UNA pequeña aldea de Etiopía, tres muchachos decidieron ir juntos a la escuela primaria adventista de Kuyera.
Habían asistido probablemente a la escuela de su propia aldea y habían aprobado tal vez el tercer grado, pero
querían aprender algo más.
Consiguieron el permiso de sus padres y se fueron a pie hasta la escuela, que quedaba a un día de viaje. Cuando
comenzó el año escolar, fueron admitidos en cuarto grado. Las clases les gustaban mucho, y en ellas aprendieron no
sólo a leer y escribir, sino también las maravillosas historias de la Biblia y lo que ella enseña acerca del sacrificio de
nuestro Señor Jesús en la cruz, su resurrección y su segunda venida. Y, por supuesto, conocieron la verdad del
sábado.
Cuando terminó el año escolar, hablaron con el director de la escuela y le pidieron que les permitiera regresar al año
siguiente, y se fueron. Al llegar a una de las primeras aldeas de su región, buscaron un lugar donde pudiesen dormir
y comer. Luego invitaron a los aldeanos a venir para escucharlos.
La mayoría de los habitantes de la comarca eran mahometanos; pero pensaron que esos muchachos no podían ser
peligrosos, y acudieron muchos. Un hombre llamado Ereso se interesó en forma especial. Como tenía una memoria
prodigiosa se dedicó a contar a otros lo que había oído, y continuó así la obra de los muchachos después que éstos
hubieron regresado a la escuela.
He aquí cómo procedía: Asistía a todos los funerales que se celebrasen en el vecindario. Esperaba hasta que
hubiesen terminado las ceremonias, y luego reunía a la gente y les hablaba de la resurrección.
-¿Dónde aprendiste todo esto? - le preguntaban. - ¿Cómo sabes que es la verdad? ¿Acaso has ido a la escuela y
sabes leer?
Ereso tenía que confesar que no sabía leer ni había ido a la escuela de la misión, y decidió visitarla, para asegurarse
de que los muchachos le habían dicho la verdad.
En la escuela se encontró con uno de nuestros evangelistas etíopes, y éste le dio estudios bíblicos durante varios
días.
Volvió luego Ereso a su pueblo, y no se limitó a hablar en los entierros, sino que yendo de casa en casa hablaba a la
gente de toda la historia de la salvación. Su instructor, el evangelista le visitó como un año más tarde, y encontró que
Ereso había ganado a su esposa para la verdad. También había construido una capilla donde cada sábado se reunían
de veinte a treinta hombres para escuchar el mensaje que Ereso les predicaba.