Dios de La Fe
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Dios de La Fe
PRÓLOGO
La elaboración que doy ahora a la publicidad es una reproducción de la lección inaugural que, con motivo de mi
llamamiento para la cátedra de Teología Fundamental de la Facultad Católica de Teología de la Universidad de
Bonn, mantuve el 24 de junio de 1959. Al texto de la lección, sin modificaciones, le ha sido añadida, una serie de
anotaciones para la fundamentación científica de lo que en él se dice. Meta de mi elaboración era aclarar el
problemático trasfondo de una frase demasiado manida desgraciadamente, y con ello entrarle hasta el fondo a una
cuestión que tanto para la propia orientación interior de la teología católica, como para el diálogo entre las
confesiones, es de alta importancia. Es para mí una satisfacción saberme, en la realización de esta tarea, unido con
las más profundas intenciones de mi maestro Gottlieb Söhngen, al igual que con las de mi predecesor Albert Lang.
Dedico estas líneas a la memoria de mi padre, que ha acompañado con participación cuidadosa todos mis trabajos,
hasta que en el pasado agosto, inesperadamente, fue llamado de este mundo.
Bad Godesberg, en la fiesta de Santo Tomás de Aquino, 1960.
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I. EL PROBLEMA
1. La tesis de Tomás de Aquino
En primer lugar, la respuesta de Santo Tomás de Aquino, que puede concretarse en pocas palabras. Vaya por
delante que Tomás, naturalmente, no conoce el planteamiento moderno de la cuestión, pero que sabe del asunto y
entra en él. Su opinión se dejaría exponer de la siguiente manera: para Tomás caen el Dios de la religión y el Dios de
los filósofos por completo el uno en el otro, el Dios de la fe, por el contrario, y el Dios de la filosofía, se distinguen
parcialmente; el Dios de la fe supera al Dios de los filósofos, le añade algo. La «religio naturalis»;y esto es: cada
religión fuera del cristianismo; no tiene ningún contenido superior, ni puede tenerlo, al que le ofrece la doctrina
filosófica de Dios.
Todo lo que contenga por encima o en contradicción con ésta es caída y embrollo. Fuera de la fe cristiana, la filosofía
es, según Tomás, la más alta posibilidad del espíritu humano en general [7] . Max Scheler habla aquí, y no sin
derecho, de un sistema parcial de identidad del Aquinate, que identifica las religiones extracristianas, según su
contenido de verdad, con la filosofía, y mantiene sólo la fe cristiana fuera de esa total identidad [8] .
Esta procura una imagen de Dios nueva, más elevada que la que pudiera nunca forjarse y pensar la razón filosófica.
Pero la fe tampoco contradice la doctrina filosófica de Dios; para iluminar su relación con ella se dejaría aplicar más
bien, y con sentido, la fórmula «gratia non destruit, sed elevat et perficit naturam» [9] .
La fe cristiana en Dios acepta en sí la doctrina filosófica de Dios y la consuma. Dicho brevemente: el Dios de
Aristóteles y el Dios de Jesucristo es uno y el mismo; Aristóteles ha conocido el verdadero Dios, que nosotros
podemos aprehender en la fe más honda y puramente, así como nosotros en la visión de Dios al lado de allá
aprehendemos un día más íntimamente y más de cerca la esencia divina. Se podría tal vez decir sin violencia del
estado de cosas: la fe cristiana es, al conocimiento filosófico, de Dios, algo así como la visión del fin de los tiempos
de Dios es a la fe. Se trata de tres grados de un camino entero unitario.
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«Dios de los filósofos» es el Dios al cual no se le reza, con el que sí hay unidad; esto es, la unidad que piensa el
pensamiento como la «más profunda verdad;, pero ninguna comunidad que esté fundada por Dios mismo. De eso se
trata en la afirmación de que hablar de la revelación del nombre de Dios es un antropoformismo primitivo. Este
argumento no es otra cosa que la desesperada contradefensa del yo que quiere permanecer cabe sí mismo, que no
quiere dejarse abrir, que no quiere dejarse empujar de su ser en el punto central, que se quiere afirmar contra el Dios
que le creó... Porque todo esto piensa con ese concepto tan decisivo para el testimonio bíblico, tan chocante para el
pensamiento filosófico de Dios, con el concepto de «nombre de Dios»: el misterio esencial que se abre por la
revelación del Dios verdadero, personal, que sólo puede ser conocido en cuanto tal en esa revelación. El Dios de la
revelación es el cognoscible sólo en la revelación. Dios, como es pensado fuera de esa revelación, es otro; es un
pensado; por tanto, no el personal; no es ése, cuya esencia es comunicarse [11] .
La contraposición entre Dios de fe y Dios de filósofos, tal y como sale a la luz en el hecho del nombre de Dios, se
aguza hasta el extremo en el nombre central de Dios en la Biblia: Yahvé. La Biblia hebrea parafrasea y aclara este
nombre con las palabras: «aehjaeh asaer aehjae»: Yo soy el que soy; los LXX ponen, en lugar de la doble forma
activa, en el segundo caso, el participio: Egw eimi o wn (Ex. 3, 14); del yo soy se llega así al que es. Con lo cual se
tomaba una decisión de imprevisible alcance, puesto que con esta traducción se proporcionaba un punto de partida
decisivo para la síntesis de la imagen griega y bíblica de Dios. Los efectos de esta traducción sobre la teología
patrística y escolástica son conocidos.
Para ella estaba claro que Dios se llama aquí el que es, y con ello revela su esencia metafísica, que consiste en que
es «ens a se», en el que esencia y existencia coinciden en unidad. Es decir: lo que es el concepto supremo de la
ontología y el concepto concluyente de la doctrina filosófica de Dios aparece aquí como la declaración central del
Dios bíblico sobre sí mismo. Esta palabra garantiza así la unidad de Escritura y filosofía, y es una de las abrazaderas
más importantes que unen ambas. El nombre Yahvé es concebido como declaración de la esencia, en la que Dios
descubre el originario fondo metafísico de su ser, de modo que en verdad ya no se trata exactamente de un
«nombre», sino de un «concepto». En este lugar inserta la crítica de Brunner, que dicho brevemente consiste en la
afirmación de que así se pone cabeza abajo el sentido de la declaración bíblica, de que se la trastoca hasta lo más
íntimo. «Fue un completo malentendido, devastador en sus efectos, el que los padres de la Iglesia griegos cayesen
en leer en el nombre de Yahvé una definición ontológica. El «yo soy el que soy» no puede ser traducido especulativa
y definitivamente: yo soy el que es. En ello no sólo se falla el sentido de esa declaración; con ello se invierte el
pensamiento bíblico de revelación en su contrario: se hace del nombre, de lo indefinible, una definición. El sentido de
la paráfrasis del nombre es exactamente éste: «yo soy el lleno de misterio y quiero seguir siéndolo; yo soy el que
soy. Yo soy el incomparable, y por esto no para definir, no para nombrar» [12] . En otro lugar habla Brunner de un
malentendido ni más ni menos trágico en sus consecuencias [13] , y condena el guión establecido por Agustín entre
ontología neoplatónica y conocimiento bíblico de Dios [14] . No se trata aquí para Brunner de un malentendido
exegético particular, que siempre es una y otra vez posible, sino de la falsificación central del mensaje bíblico, ya que
precisamente en el nombre de Dios tropiezan las contraposiciones extremas una con otra: a una parte está el Dios,
que en la nominación de su nombre se da a conocer en cuanto tú y se abre al hombre, se le ofrece para comunidad.
A la otra parte, el pensamiento filosófico, que en la revelación del nombre ve un antropomorfismo, con lo cual en
último término rechaza la revelación misma. «El pensamiento de razón que se basta a sí mismo no quiere reconocer
lo que viene de más allá de su propia posibilidad» [15] . «Quiere... sólo verdad, que tiene el signo: yo pienso, pero no
verdad, cuyo signo es: ahí tienes ... » [16] . El error de los padres y escolásticos consistiría, por tanto, en que con su
síntesis de Dios de la fe y Dios de los filósofos leen en un lugar lo que es precisamente radical contraposición y fallan
y falsean así la esencia de la revelación cristiana hasta el fondo.
Con esto está impulsado hasta su hondura, última posible, el enfrentamiento de Dios de la fe y Dios de los filósofos.
Aquí se convierte en pregunta por la esencia del cristianismo en general, en pregunta por la legitimidad de la síntesis
concreta, que da forma al cristianismo de pensamiento griego y bíblico, en pregunta por la legitimidad de la
coexistencia de filosofía y fe, y por la legitimidad de la «analogía entis» en cuanto positiva puesta en relación de
conocimiento de razón y conocimiento de fe, de ser de naturaleza y realidad de gracia; y finalmente también en
cuestión decisión entre comprensión católica y protestante del cristianismo [17] En una palabra: la problemática Dios
de la fe y Dios de los filósofos resume entendida así, como en punto de ignición, problemática entera de
fundamentación de la teología, que en el cosmos de las disciplinas teológicas es la grave a la par que bella tarea del
teólogo fundamental.
El problema es grave y serio. Puede uno aproximarse a él si se escudriñan, exacta y hondamente, ambos conceptos
de Dios para conocer lo que tienen de esencial. Sólo un par de alusiones en esta dirección pueden intentarse aquí.
Procedamos del concepto filosófico de Dios, que se nos presenta, en frente del Dios de la fe de manera aguzada,
como el concepto de Dios de la filosofía griega [18] . No basta para su comprensión conocer y adoptar una
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determinada forma de definición. Hay que ver más bien la relación en que está este concepto de Dios para con el
mundo espiritual y religioso en el que fue encontrado y en el que se ordenaba de una u otra manera. Porque,
indudablemente, también el concepto precristiano filosófico de Dios ha estado en alguna relación con la religión, que
era también entonces otra cosa que filosofía, y sólo cuando se considere tal relación estará visto el concepto
filosófico del Dios de los griegos como tal rectamente y por completo. Igual vale en principio para cada concepto
filosófico de Dios. Esta relación es perceptible en la distinción estoica de tres teologías, que nos conduce a la raíz del
concepto de «theologia naturalis», aquí constantemente en el trasfondo. La Stoa distingue: «theologia; mythica;
civilis; naturalis» [19] . A este exacto complejo pertenece la filosófica «theologia naturalis» de los griegos; quien
busque entenderla independientemente la entiende de manera falsa. Con esta partición estoica, tal y como es
desarrollada sobre todo en los cuarenta y un libros de «Antiquitates rerum humanarum et divinarum», de M. Terentius
Varro (116-27 a. de Cristo), queda de hecho exactamente acertado el problema del monoteísmo filosófico de los
griegos, o sea de su doctrina filosófica de Dios [20] . ¿Qué se busca con esta partición? Vale por de pronto el
observar que no se trata en manera alguna de tres miembros de igual rango. La separación de «theologia civilis» y
«mythica» tiene primariamente carácter apologético y reformador. «theologia civilis» ha de ser descargada y
separada en lo posible de la teología mítica caída en descrédito con lo cual la estrecha conexión de hecho entre
ambas es innegable. El enfrentamiento debería tal vez con más exactitud de ser simplemente: «theologia civilis» y
«theologia naturalis». Preguntémonos ahora lo que significa esta diferencia. Varro la verifica muy cuidadosamente,
según los factores particulares de cada teología. La «theologia mythica» es asunto de los poetas, la «theologia
civilis», asunto del pueblo, y la «theologia naturalis», asunto de los filósofos o de los «physici». No olvida de advertir
que el pueblo se ha sumado a los poetas en la cuestión capital. Una segunda diferencia atañe al lugar respectivo en
la realidad, al que está ordenada cada teología. Según esto, a la teología mítica corresponde el teatro, a la política la
polis, a la «natural» el cosmos. Aquí se hace ya visible de manera radical la profunda contraposición interior, que
separa, de una parte, la teología mítica y política, y de otra, la teología natural. Ya que las indicaciones de lugar son
por sí mismas completamente dispares. El lugar de la teología mítica y política está determinado por el ejercicio
humano, del culto; el lugar de teología filosófica, por el contrario, por la realidad de lo divino que está frente al
hombre [21] . La contraposición se radicaliza más aún en la tercera distinción que Varro propone, y que se refiere
contenido de las tres teologías. La teología mítica tiene por contenido las diversas fábulas de dioses, los «mitos»
precisamente que juntos son «el» mito; la teología política tiene por contenido el culto del estado; la teología natural,
finalmente, responde a la pregunta guión o qué son los dioses, «si son con Heráclito, de fuego, o con Pitágoras, de
números, o con Epicuro, de átomos; y todavía otras cosas que los oídos pueden soportar más fácilmente dentro de
las paredes escolares, que fuera, en la plaza del mercado» [22] . Dios de la fe y Dios de los filósofos, está uno
tentado de decirlo también aquí; y también aquí tiene que ver la fe con personas de encuentros vivos y la filosofía
con la fórmula apersonal... Esta distinción en el enfrente divino de la teología conduce a una última contraposición
que deja finalmente desnudo el meollo propio del problema. La «theologia naturalis» tiene que ver con la «natura
deorum», las otras dos teologías con los «divina instituta hominum».
Con lo cual está en último término reducida toda la distinción a la metafísica teológica,. de una parte, y religión
cultual, de otra. La teología civil no tiene, al fin y al cabo, ningún Dios, sino solamente «religión»; la teología natural
no tiene religión alguna, sino sólo una divinidad [23] . La contraposición entre religión y Dios de los filósofos está
llevada aquí, en la situación religiosa y espiritual de la antigüedad descrita por Varro a su seriedad última.
La filosofía, no separada aún de la física, pone al descubierto la verdad de lo real y así también la verdad del ser de
lo divino. La religión toma su camino independientemente a ella no le va nada en adorar lo que la ciencia descubre
como el Dios verdadero; se coloca más bien fuera de la cuestión de la verdad y se subordina solamente a su propia
legalidad religiosa. Con esta separación de verdad religiosa y realización religiosa ha puesto Varro, o si se quiere el
pensamiento estoico por él representado al descubierto y muy perspicazmente, la problemática propia del politeísmo
antiguo, incluso se puede decir el problema fundamental de cualquier religiosidad politeísta. Porque, ¿en qué
consiste propiamente la esencia del politeísmo? No está captada con la afirmación de que el politeísmo adora
muchos dioses, mientras que el monoteísmo conoce sólo un Dios. Semejante declaración permanece parada en la
superficie. En alguna forma, si bien muy oscurecida todavía, los politeísmos, los cuales, a su vez, no pueden medirse
todos por el mismo rasero, saben también, por regla general, que el absoluto a fin de cuentas es sólo único. Este
saber puede tener configuraciones de muy diverso tipo, se puede expresar en la idea del «deus otiosus» de las
religiones primitivas, en la idea de la moira omniimperante como potencia que domina dioses y hombres en la
elevada forma del concepto filosófico de Dios de un Platón o un Aristóteles (y no hay que desconocer que, desde el
punto de vista de historia de las religiones, el primer motor aristotélico representa una variación clásica del motivo del
«deus otiosus»). Las configuraciones son plurales, pero en ninguna parte falta por completo el saber en torno a la
unidad del absoluto. El constitutivo decisivo del politeísmo, que le constituye en cuanto tal politeísmo, no es la falta
de la idea de unidad, sino la representación de que lo absoluto en sí y como tal no es apelable para el hombre [24] .
Por eso ha de resolverse a invocar los reflejos finitos del absoluto, los dioses, que no son precisamente «Dios
tampoco para él» [25] . Porque Dios, esto es, el absoluto mismo, no es, para decirlo una vez más, apelable [26] , y la
esencia del monoteísmo, como se muestra ahora, consiste precisamente en que se atreve a apelar al absoluto en
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cuanto absoluto en cuanto Dios, que, al mismo tiempo, es el absoluto en sí y el Dios del hombre. Dicho de otra
manera: el riesgo audaz del monoteísmo es apelar al absoluto; el «Dios de los filósofos» y el Dios del hombre;, el
Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, uno con otro. El guión que Agustín ha puesto «entre ontología neoplatónica y
conocimiento bíblico de Dios» [27] , es, desde el monoteísmo legítimo, la manera concreta en que para él ha de
representarse el guión entre Dios de los filósofos y Dios de la fe, Dios de los hombres. Más aún, con la constatación
de que el Dios mudo e inapelable de los filósofos se ha hecho en Jesucristo Dios que habla y que escucha, ha
ejecutado la exigencia interior plena de la fe bíblica.
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positivamente, la indigencia misionera. Lo filosófico designa, por tanto, ni más ni menos, la dimensión misionera del
concepto de Dios, ese momento con el que se hace comprensible hacia fuera. Así es también evidente que la
apropiación de lo filosófico fue realizada ampliamente en el momento en que el judaísmo, poco expansivo, quedaba
disuelto por una religión expresamente misionera, el cristianismo. La apropiación de la filosofía, tal y como fue
ejecutada por los apologetas, no era otra cosa que la necesaria función complementaria interior del proceso externo
de la predicación misionera del Evangelio al mundo de los pueblos. Si para el mensaje cristiano es esencial no ser
doctrina esotérica secreta para un círculo rigurosamente limitado de iniciados, sino mensaje de Dios a todos,
entonces le es también esencial la interpretación hacia afuera, dentro del lenguaje general de la razón humana. La
verdadera exigencia de la fe cristiana no puede hacerse visible en su magnitud y en su seriedad, sino por guión con
aquello que el hombre ya de antemano ha captado en alguna forma como lo absoluto [35] .
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