665 04 04 Cuerpos Fiesta
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665 04 04 Cuerpos Fiesta
p. 81-110
México
Universidad Nacional Autónoma de México
Instituto de Investigaciones Históricas
2016
304 p.
Ilustraciones y gráficas
(Serie Divulgación, 12)
ISBN 978-607-02-8332-1
Formato: PDF
Publicado en línea: 13 de enero de 2017
Disponible en:
http://www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros
/historiador/perfiles.html
1
Roger Chartier, El mundo como representación, Barcelona, Gedisa, 1992, p. 59.
2
Alejandro Cañeque, “Espejo de virreyes: el arco triunfal del siglo xvii como
manual efímero del buen gobernante”, en José Pascual Buxó (ed.), Recepción y es-
pectáculo en la América virreinal, México, Universidad Nacional Autónoma de Méxi-
co, Instituto de Investigaciones Bibliográficas, 2007, p. 199-218.
6
Manuel Romero de Terreros, Torneos, mascaradas y fiestas reales en la Nueva
España, México, E. Murguía, 1918, p. 14 y s.
7
Francisco Baca Plasencia, El paseo del pendón en la ciudad de México en el siglo xvi,
tesis de maestría, México, Universidad Iberoamericana, 2009, p. 62 y s., p. 44 y s.
8
Estatutos ordenados por el Santo Concilio III Provincial Mexicano en el año de
1585, publicados con las licencias necesarias por Mariano Galván Rivera, Barcelo-
na, Imprenta de Manuel Miró y D. Marsá, 1870, p. 60 y s.
9
Leticia Pérez Puente, “Cita de ingenios: los primeros concursos por las ca-
nonjías de oficio en México, 1598-1616”, en Francisco Cervantes Bello (coord.),
La Iglesia en la Nueva España. Relaciones económicas e interacciones políticas, Puebla,
Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, Instituto de Ciencias Sociales y
Humanidades “Alfonso Vélez Pliego”, 2010, p. 193-227.
10
Idem.
12
Enrique González, “La universidad: estudiantes y doctores”, en Pilar Gon-
zalbo (ed.), Historia de la vida cotidiana en México, 6 v., México, El Colegio de Méxi-
co/Fondo de Cultura Económica, 2004, v. ii, p. 261 y s.
tamen poético.15 Al parecer nadie advirtió que por esas fechas (con
diferencia de una sola semana) cumplía cien años de fundada la
universidad, hecho que Sigüenza se encargó de resaltar en su rela-
ción conmemorativa del Triunfo parténico treinta años después.16 El
año escolar concluía con otra fiesta mariana, el nacimiento de la
Virgen, el 8 de septiembre.17
Sin embargo, las más vistosas ceremonias universitarias eran las
graduaciones de bachiller, licenciado y, sobre todo, la de doctor. En
esta última, después de presentar una tesis y de someterse a dos
exámenes —uno privado ante cinco sinodales y uno público ante los
doctores de su facultad— la ceremonia “terminaba con un estrepi-
toso sonar de trompetas, poniéndose el nuevo doctor a caballo, para
ser acompañado por la ciudad por los demás de su profesión”.18
Después de ese paseo, el graduado daba a sus expensas una cena
para sus sinodales y los miembros del claustro. Al día siguiente, un
nuevo paseo lo llevaba de la universidad a la catedral, en donde
estaba arreglado un tablado cerca de la puerta oriental para que ahí
se colocaran el virrey, el rector, el maestrescuela del cabildo y los
doctores y maestros de la universidad. Después de una misa y una
ronda de preguntas, se hacía el “vejamen”, sátira ligera en verso y
en castellano sobre un defecto real o imaginario del graduado. Al
final, éste recibía las insignias doctorales de manos del virrey: una
espada y una espuela para los seglares y un anillo y un libro para los
eclesiásticos. Una solemne profesión de fe y un juramento por la
Inmaculada Concepción sacralizaban el acto, y con la entrega de
bonete y borla se le otorgaba el grado. Los asistentes, vestidos con
sus mucetas, togas y bonetes, mostraban con tal atuendo su paso por
la misma ceremonia. Cada facultad se distinguía por el color de sus
Gregorio de Guijo, Diario (1648-1664), 2a. ed., 2 v., México, Porrúa, 1986
15
borlas: blancas para los teólogos, amarillas para los médicos, rojas
para los legistas y verdes para los canonistas.19 A la ceremonia se-
guían los regocijos que incluían banquetes y una corrida de toros.
Es obvio que los costos por derechos a examen, las propinas (que se
repartían entre todo el claustro de doctores) y los gastos de la gra-
duación no podían ser subvencionados por los estudiantes pobres,
quienes nunca llegaban a graduarse, salvo que consiguieran el apo-
yo de un padrino o mecenas. En 1689, el cronista de la universidad,
Cristóbal de la Plaza y Jaén, menciona que sólo había en el reino
130 doctores titulados.20
La universidad era una corporación de corporaciones, cuyos
miembros estaban insertos en el cabildo de la catedral, el Protome-
dicato, la audiencia y algunas de las provincias religiosas. El caso de
la universidad es excepcional y único, al igual que los cabildos civil
y eclesiástico sólo existía una corporación de su tipo en la ciudad.
Otra era la situación de las provincias religiosas que, junto con las
cofradías y gremios, conformarían los espacios más numerosos del
corporativismo urbano.
19
Manuel Romero de Terreros, La vida social en la Nueva España, México, Po-
rrúa, 1944, p. 101 y s.
20
Cristóbal de la Plaza y Jaén, Crónica de la Real y Pontificia Universidad, 2 v.,
México, Universidad Nacional Autónoma de México, 1931, v. ii, p. 295 y s.
21
Jessica Ramírez, “Las nuevas órdenes en las tramas semántico-espaciales de
la ciudad de México, siglo xvi”, Historia Mexicana, v. 63, n. 3 (251) (enero-marzo
2014), p. 1015-1075.
22
Fray Luis de Cisneros, Historia de el principio y origen, progresos, venidas a Mé-
xico, y milagros de la santa imagen de Nuestra Señora de los Remedios extramuros de la
ciudad, México, Imprenta del Bachiller Juan Blanco de Alcázar, junto a la Inquisi-
ción, 1621, p. 38.
23
Alena Robin, Las capillas del Vía Crucis de la ciudad de México. Arte, patrocinio y
sacralización del espacio, México, Universidad Nacional Autónoma de México, Insti-
tuto de Investigaciones Estéticas, 2014.
24
Asunción Lavrin, Brides of Christ. Conventual Life in colonial Mexico, Stanford,
Stanford University Press, 2008, ix+496 p., ils., apéndice, notas, p. 244 y s.
colegios de enseñanza media para los sectores criollos, lo cual les dio
un gran prestigio y les permitió acumular tierras donadas por sus
benefactores para atender sus necesidades. En la capital, los jesuitas
administraban con el nombre de colegios instituciones de muy dife-
rente tipo: San Ildefonso (que fusionó las antiguas residencias de San
Bernardo y San Miguel) funcionaba como casa de habitación y estu-
dio para estudiantes becados, pero no daba cursos; San Gregorio, fue
abierto para dar instrucción elemental a la nobleza indígena de la
ciudad y como una alternativa ante la decadencia del colegio fran-
ciscano de Tlatelolco; San Pedro y San Pablo, denominado colegio
máximo, era el único con cursos regulares impartidos tanto a alum-
nos externos como a aquellos que profesarían en la Compañía. Por
ser el principal colegio, a su costado se construyó el templo desde
donde los jesuitas administraban los sacramentos a la población; La
Profesa para los sacerdotes que harían su cuarto voto, es decir el úl-
timo requisito para ser jesuitas con plenos derechos y donde se im-
partían cursos de retórica para la predicación; San Andrés, original-
mente pensado para albergar a sus novicios, cuando éstos fueron
trasladados al pueblo de Tepotzotlán, el edificio se dedicó a atender
a los misioneros que iban a Filipinas y, con la dadivosa ayuda del
mercader Andrés Carvajal, funcionó también como hogar para algu-
nos jesuitas, como lugar de “probación” para futuros miembros de la
orden y en el xviii como casa para ejercicios espirituales.25
A los templos anexos a los conventos y a los colegios llegaban a
lo largo del día personas de todos los grupos sociales que acudían
a escuchar misas, a recibir los sacramentos y a participar en las fies-
tas litúrgicas. En los templos, los fieles también recibían noticias a
través de los sermones, obtenían goce estético con la música y las
artes visuales y se allegaban informes sobre las novedades aconteci-
das en la vida de sus semejantes. En los presbiterios, las capillas la-
terales, las naves y las sacristías de esas iglesias conventuales era
también común encontrar las lápidas de las tumbas de caballeros y
damas de alcurnia, enterrados a menudo con el hábito de la orden
25
Pilar Gonzalbo, Historia de la educación en la época colonial. La educación de los
criollos y la vida urbana, México, El Colegio de México, 1990, 395 p. (Historia de la
Educación), p. 159 y s.
Pero los templos de los religiosos no sólo eran los centros donde las
provincias religiosas manifestaban su presencia urbana, también en
España, México, Miguel Ángel Porrúa, 1979 (Colección Tlahuicole 2), p. 188.
28
Antonio de Robles, Diario de sucesos notables, 3 v., México, Porrúa, 1972,
v. iii, p. 128.
29
Anónimo, Festivo aparato con que la provincia mexicana de la Compañía de Jesús
celebró en esta imperial corte de la América Septentrional los immarcescibles lauros y glorias
inmortales de san Francisco de Borja, México, Juan Ruiz, 1672.
31
Ibidem, p. 89 y s.
32
Ibidem, p. 143 y s.
33
Lyman Johnson, “Artesanos”, en Louisa Schell Hoberman y Susan Migden
(comps.), Ciudades y sociedad en Latinoamérica colonial, México, Fondo de Cultura
Económica, 1992, p. 255-285.
34
Julio César Cervantes López, La archicofradía de la Santísima Trinidad, una
cofradía novohispana, tesis de maestría, México, Universidad Nacional Autónoma
de México, Facultad de Filosofía y Letras, 2003, p. 24 y s.
35
Nuria Salazar, “El templo de la Santísima Trinidad de México, una historia
en construcción”, Boletín de Monumentos Históricos, México, Instituto Nacional de
Antropología e Historia, tercera época, v. 24 (enero-abril 2012), p. 28-70.
36
Antonio Rubial, Monjas, cortesanos y plebeyos. La vida cotidiana en la época de
sor Juana, México, Taurus, 2005.
37
Ibidem, p. 73.