RA919.4 Spanish St-Jude-Thaddeus
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Patrón de los desesperados o de los que
o de los que padecen tribulaciones
De entre todos los hechos prodigiosos que a través de los años las personas devotas han atribuido
a San Judas, quizás el mayor de todos sea la devoción que la gente siente por él. Aunque algunos de los
principales santos de la iglesia— S. Ambrosio, S. Jerónimo, y, en particular, S. Bernardo de Claraval—
dejaron testimonios de admiración hacia S. Judas, y otros como Santa Brígida de Suecia se distinguieron
por su devoción, ésta no llegó a difundirse hasta el presente siglo. Hay personas que opinan que la falta
de atención a S. Judas se debió a que la gente lo confundía con Judas Iscariote, aquel que traicionó a
Jesús. Cualquiera que sea el motivo, la devoción popular a S. Judas no es un fenómeno reciente, sino que
se ha desarrollado de una manera notable, convirtiéndose en la devoción más ardiente hacia un santo de
la iglesia católica, a excepción de la devoción a María, la Madre del Señor.
¿Quién es S. Judas?
¿Quién es este S. Judas que inspira tal confianza y devoción? ¿Quién es este santo al que tantas
personas acuden en la actualidad para recibir ayuda?
S. Judas—uno de los doce apóstoles y hermano de Santiago el Menor—es, en muchos sentidos,
una misteriosa figura. Aparece en el relato evangélico y desaparece de éste en la forma de un personaje
oscuro, casi como si, deliberadamente, tratase de sumir su propia personalidad en la de Cristo en
lugar de atraer atención alguna hacia sí mismo. Este carácter oculto propiamente dicho es uno de los
motivos de que permaneciera desconocido y olvidado durante tantos siglos.
La aventura en Persia
Otro de los relatos acerca de S. Judas cuenta del tiempo en que él y S. Simón—cuya festividad se
celebra con la de S. Judas el 28 de octubre—estuvieron en Persia.
Por aquel entonces, el comandante en jefe de los ejércitos babilónicos, general Varardach, estaba
preparándose para entablar batalla contra poderosos invasores procedentes de la India. Como era
costumbre, por mediación de los magos de la corte, Zaroes y Arfaxat, el general recurrió a los dioses
paganos solicitándoles información sobre el resultado del inminente combate militar, pero no recibió
respuesta alguna. Como creían que los dioses estaban guardando silencio debido a que S. Simón y S.
Judas se hallaban en el área, los magos pidieron a Varardach que trajese a los dos apóstoles ante
la corte.
—¿Qué misión les trae por aquí?—Preguntó el general babilónico.
—Ustedes tienen gran poder, pues han silenciado a nuestros dioses—dijo Varardach—así que les
pido que me digan cuál va a ser el resultado de la batalla—.
Los apóstoles se negaron a contestar pero dieron permiso a los ídolos para que esta vez
respondieran a los magos. La respuesta de los falsos dioses fue que habría una guerra larga y penosa
con muchísimo sufrimiento y muerte por parte de ambos contendientes.
Atemorizado, el general volvió a acudir a los apóstoles quienes le tranquilizaron,—“Tus ídolos
mienten, pues mañana, a esta misma hora, se presentarán emisarios de tu adversario pidiendo la paz
bajo tus condiciones”—.
Sin saber a quién recurrir frente a estas versiones contradictorias, Varardach mandó que se
detuviera tanto a los apóstoles como a los magos hasta el día siguiente a fin de averiguar si S. Simón y
S. Judas estaban en lo cierto.
Tal y como lo predijeron los apóstoles, a la misma hora vinieron embajadores de paz de parte del
enemigo, solicitando un tratado de paz bajo las condiciones del general.
—Pongan en libertad a estos hombres—ordenó Varardach, refiriéndose a S. Simón y a S. Judas. Y
añadió,—Den muerte a Zaroes y a Arfaxat—.
—No, perdónales la vida—insistieron los apóstoles. —Hemos venido a dar vida no a destruirla—.
Sorprendido del modo de obrar de S. Simón y S. Judas, e impresionado por el hecho de que
rechazasen recompensa alguna en pago de sus servicios, Varardach los introdujo a la corte del rey
de Babilonia.
Nuevamente, los apóstoles se enfrentaron a la oposición y la magia demoníaca de Zaroes y
Arfaxat, quienes, a pesar de que S. Simón y S. Judas les habían salvado la vida, aborrecían a los dos
discípulos de Jesucristo porque habían triunfado sobre sus dioses paganos. No obstante, en presencia
La última jornada
De acuerdo a las tradiciones populares que hemos venido siguiendo, S. Judas continuó
haciendo viajes como misionero durante muchos años, convirtiendo vastos números de personas en
Mesopotamia, Armenia, Persia e incluso es posible que en el sur de Rusia.
Durante la última jornada a la que le enviara su divino primo, una turba de idólatras, a la que
probablemente incitaran Zaroes y Arfaxat, se le echó encima, apaleándole hasta la muerte con garrotes.
Hoy en día, casi 20 siglos después, al apóstol todavía se le representa con un garrote en memoria de su
martirio.
Otro símbolo que en ocasiones se asocia con S. Judas es el hacha, puesto que después de haber
sido aporreado hasta la muerte fue decapitado con un hacha. Asimismo, con frecuencia aparece
una llama cerniéndose sobre la cabeza de S. Judas, simbolizando el hecho de que él fue uno de los
apóstoles en los que descendiera el Espíritu Santo en la forma de lenguas de fuego; además representa
el don de la comunicación políglota que se concedió a los apóstoles en ese momento.
Ya durante siglos, los restos mortales tanto de S. Simón como S. Judas han yacido en la iglesia
matriz de la cristiandad, la basílica de S. Pedro en Roma. Remontándonos hasta el año 1548,
encontramos una crónica que dice que el papa Pablo III otorgaba indulgencias plenarias a aquellos que
visitaban la tumba de S. Judas el día de su festividad, el 28 de octubre.
El historiador Eusebio, en esta ocasión citando a Hegésipo (muerto el año 180 a.c.), remite una
tradición concerniente a los nietos de S. Judas. Aparentemente, el emperador Domiciano se enteró
de que había miembros de la familia de Jesús (y, en consecuencia, del linaje de David) viviendo en
Palestina. Los convocó a que comparecieran ante su presencia y los interrogó en cuanto a su posición
en la vida y sus creencias. Estos eran labradores de poca envergadura que se ganaban el sustento
y pagaban los impuestos que les correspondían cultivando pequeñas parcelas de terreno. Cuando
Domiciano les pidió información acerca de Jesucristo y de su reino, los descendientes de S. Judas
replicaron que el reino de Cristo era espiritual. El emperador los dejó ir en libertad y poco tiempo
después cesó la persecución de los cristianos. Cuando regresaron a su tierra natal, los nietos de S. Judas
reanudaron su misión de dirigir iglesias locales en Palestina, donde se les conocía y respetaba por su
parentesco con el Señor y su testimonio de El (Historia eclesiástica, III, 20).
La epístola de S. Judas
Entre los escritos del Nuevo Testamento que el Espíritu Santo ha inspirado para que sean pábulo
y norma de nuestra fe, se halla una epístola supuestamente escrita por “San Judas, siervo de Jesucristo
y hermano de Santiago”. Dicha epístola va dirigida a “aquéllos a los que Dios ha llamado; quienes han
hallado el amor en Dios Padre y han sido protegidos de todo mal en Jesucristo”, es decir, a todos los
cristianos ( Jds 1,1). En la Biblia, esta epístola ocupa el penúltimo lugar entre los escritos del Nuevo
Testamento y aparece inmediatamente a continuación de todas las demás epístolas y justo antes del
libro del Apocalipsis. Constituye en sí un escrito breve, que consta de un solo capítulo compuesto de
25 versículos. Más que una epístola, es en efecto una amonestación a perseverar con firmeza en la fe de
Jesucristo contra aquellos que pudiesen tergiversar o repudiar dicha fe.
Modernos eruditos dedicados al estudio de la Biblia han señalado que hay motivos válidos para
sostener que no podría haber sido un apóstol el que escribiera esta epístola: 1) hace alusión a las
predicciones de los apóstoles como si formasen parte de algo que perteneciera al pasado ( Jds 1,17-
18) y 2) considera la doctrina de la fe como un hecho ya establecido y consumado ( Jds 1,3). Por
esta razón, los eruditos han brindado básicamente dos soluciones a la interrogante en lo referente a
la paternidad literaria de esta epístola. Algunos hacen una distinción entre un S. Judas, el hermano
La devoción a S. Judas
Es sorprendente que la devoción a S. Judas se diseminara con tal rapidez en los tiempos modernos.
En la iglesia de los Padres y en la alta Edad Media, la devoción a los doce apóstoles y a S. Pablo
era muy viva. Sus estatuas daban la bienvenida a los fieles en los pórticos de las iglesias y basílicas
románicas o rodeaban a Jesucristo en el ábside detrás del altar. Como es de suponer, S. Pedro y S. Pablo
figuraron prominentemente en esta devoción propagada a los apóstoles. Pero no fue hasta el último
periodo de la Edad Media que algunos santos eminentes recordaron a S. Judas de un modo particular.
El renombrado S. Bernardo de Clairvaux, quien murió en 1153 y al que se declaró Doctor de la
Iglesia en 1830, lleva la reputación de haber tenido una ardiente devoción al Santo de lo Imposible.
Otro santo de la Edad Media con gran devoción a S. Judas era Sta. Brígida de Suecia, nacida a
principios del siglo XIV y canonizada a finales del mismo siglo.
Los claretianos establecieron la Liga de S. Judas en 1929 como una organización sin fines de
lucro con grupos comprometidos a continuar los programas claretianos de esperanza y cambio, además
de fomentar la devoción de S. Judas en los Estados Unidos. Provee apoyo en las operaciones de varios
ministerios claretianos en los Estados Unidos. Los ministerios primordiales son:
• Fomentar y mantener la devoción a S. Judas, el santo patrón de esperanza, a través de los
Estados Unidos;