Jesus. Pan y Palabra de Vida

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JESUS: PAN Y PALABRA DE VIDA

Juan 6: 22-40

Una búsqueda interesada


Juan 6: 22-27
La multitud se había quedado al otro lado el lago y esperaron porque se habían dado cuenta de que no había
más que una barca, y que los discípulos se habían ido en ella sin Jesús; así es que dedujeron que Él tendría que
estar por allí cerca. Después de esperar algún tiempo; empezaron a darse cuenta de que Jesús no volvía.
Habían llegado a la bahía algunos barcos de Tiberíades, tal vez para refugiarse de la tormenta de la noche
anterior. Los que estaban esperando se embarcaron y volvieron así a Capernaún.
Al descubrir; para su sorpresa, que Jesús ya estaba allí, le preguntaron que cuándo había llegado. Jesús,
sencillamente, no contestó a la pregunta; la cosa no tenía el menor interés y entró en materia de inmediato.
“En lo único que estáis pensando es en la comida”, les dijo. Es como si les dijera: “Estáis tan ocupados
pensando en vuestro estómago que no os acordáis de vuestra alma”.
Hay dos clases de hambre: el hambre física, que puede satisfacer la comida física; y el hambre espiritual, que
aquel alimento no puede saciar.
Lo que Jesús quería decir era que aquellos judíos no estaban interesados nada más que en cosas materiales.
Habían recibido una comida inesperadamente gratuita y abundante, y querían más. Pero hay otras hambres
que sólo Jesús puede saciar. Está el hambre de verdad: sólo en Jesús se encuentra la verdad de Dios. Está el
hambre de vida: sólo en Jesús encontramos vida en abundancia. Está el hambre de amor: sólo en Jesús se
encuentra el amor que sobrepuja al pecado y a la muerte. Sólo Jesús puede satisfacer el hambre del corazón y
del alma.
Por eso Jesús puede satisfacer el hambre de eternidad: Él es la verdad encarnada de Dios; y Dios es el único
que puede satisfacer plenamente el hambre del alma que Él mismo ha creado.

La obra que Dios espera


Juan 6: 28-29
Cuando Jesús hablaba de las obras de Dios, los judíos pensaban en términos de «buenas obras». Estaban
convencidos de que se podía ganar el favor de Dios haciendo buenas obras. Para ellos, la humanidad se dividía
en tres clases: los buenos, los malos y los de en medio; éstos últimos, si hacían una buena obra, pasaban a la
categoría de buenos, y si mala, a la de malos. Así que, cuando los judíos le preguntaron a Jesús sobre las obras
de Dios, esperaban que estableciera una lista de cosas. Pero no es eso lo que dice Jesús.
La respuesta de Jesús es sumamente breve: Dijo que lo que Dios espera de nosotros es que creamos en el que
Él ha enviado. Él es quien vino a decirnos que Dios es nuestro Padre y nos ama y quiere perdonarnos por
encima de todo.
Pero esa nueva relación con Dios desemboca en una cierta clase de vida. Ahora que sabemos cómo es Dios,
nuestra vida tiene que reflejar ese conocimiento: La esencia de la vida cristiana es una nueva relación con
Dios, una relación que Él nos ofrece, y que hace posible la revelación que Jesús nos ha traído de Dios; una
relación que conduce al servicio, pureza y confianza que son un reflejo de Dios en nuestras vidas. Esta es la
obra que Dios quiere que hagamos, y para la cual nos capacita.

Los judíos demandan señales


Juan 6: 30-34
La conversación es aquí típicamente judía en terminología, trasfondo y alusiones. Jesús acababa de presentar
una gran credencial: creer en Él era la verdadera obra de Dios. “Muy bien, -le dijeron los judíos- ¿luego Tú
pretendes ser el Mesías? ¡Demuéstralo!”
Todavía seguían pensando en la alimentación de la multitud, e inevitablemente se retrotrajeron con el
pensamiento al maná en el desierto y los rabinos creían firmemente que, cuando viniera el Mesías, repetiría el
milagro del maná. La provisión del maná se consideraba la obra cumbre de la vida de Moisés, y el Mesías no
podría por menos de superarla. En otras palabras: los judíos estaban desafiando a Jesús a que produjera el pan
de Dios para justificar sus pretensiones. No consideraban que el pan que habían comido los cinco mil era el
pan de Dios en el sentido que ellos esperaban; procedía de panes terrenales y se había multiplicado como pan
terrenal. El maná, creían, había sido otra cosa diferente, y sería la prueba definitiva.
La respuesta de Jesús era doble. En primer lugar, les recordó que no había sido Moisés el que les había dado el
maná, sino Dios. Y en segundo lugar, les dijo que el maná no había sido el verdadero pan de Dios, sino sólo un
símbolo. El pan de Dios era el que había descendido del Cielo para dar a la Humanidad, no la simple
satisfacción del hambre física, sino la vida. Jesús presentaba sus credenciales de que la única verdadera
satisfacción se encuentra en Él.

Jesús: El Pan de Vida


Juan 6: 35-40
Este es uno de los grandes pasajes del Cuarto Evangelio, y de todo el Nuevo Testamento. En él encontramos
dos grandes líneas de pensamiento que debemos tratar de analizar.
1) En primer lugar, ¿qué quería decir Jesús con: “Yo soy el pan de la vida”?
No basta con tomarlo sencillamente como una frase bonita y poética.
El pan sostiene la vida. Es algo sin lo cual la vida no puede proseguir; pero, ¿qué es la vida? No cabe duda de
que es mucho más que la mera existencia física. La vida verdadera es la nueva relación con Dios, esa relación
de confianza y obediencia y amor que ya hemos considerado. Esa relación sólo es posible por medio de
Jesucristo; sin Él no podemos entrar en ella. Es decir: sin Jesús puede que haya existencia, pero no vida.
Por tanto, si Jesús es esencial a la vida, se le puede describir como el pan de la vida. El hambre de la situación
humana termina cuando conocemos a Cristo y, por medio de Él, a Dios. En Él el alma inquieta encuentra
reposo; el corazón hambriento encuentra satisfacción.
2) En segundo lugar, este pasaje nos despliega las etapas de la vida cristiana. Vemos a Jesús en las páginas del
Nuevo Testamento, en la enseñanza de la Iglesia, a veces hasta cara a cara. Habiéndole visto, acudimos a Él
como alguien accesible y entonces creemos en Él. Es decir, le aceptamos como la suprema autoridad acerca de
Dios, de nosotros mismos y de la vida. Eso quiere decir que no acudimos a Él por mero interés, ni en igualdad
de términos; sino, esencialmente, para someternos. Este proceso nos da la vida. Es decir, nos pone en una
nueva relación de amor con Dios, en la que le conocemos como nuestro Amigo íntimo; ahora podemos
sentirnos a gusto con el que antes temíamos y no conocíamos.
Esta posibilidad es gratuita y universal. La invitación es para todos los seres humanos. No tenemos más que
aceptarlo, y ya es nuestro el pan de la vida. El único acceso a esta nueva relación con Dios es por medio de
Jesús; sin Él nunca habría sido posible, y aparte de Él sigue siendo imposible. No hay investigación de la mente
ni anhelo del corazón que pueda encontrar a Dios aparte de Jesús.
Detrás de todo este proceso está Dios. Dios no se limita a proveer la meta; también mueve el corazón para
que le desee; obra en el corazón para desarraigar la rebeldía y el orgullo que podrían obstaculizar la entrega
total. No podríamos ni siquiera empezar a buscarle si no fuera porque Él ya nos ha encontrado.
Lo único que puede frustrar el propósito de Dios es la oposición del corazón humano. La vida está ahí para que
la tomemos... o para que la rechacemos.
Cuando la tomamos entra en la vida una nueva satisfacción. El corazón humano encuentra lo que estaba
buscando, y la vida deja de ser un mero vegetar para ser algo lleno a la vez de emoción y de paz; y entonces
tenemos seguridad hasta más allá de la muerte.
A esta nueva y definitiva experiencia humana, sólo a través de Él, Jesús hace referencia al definirse como el
Pan de la Vida, que nos garantiza la Vida Eterna…

PALABRAS DE VIDA ETERNA


Juan 6: 59-71
“Dura es esta palabra…”
Juan 6: 59-62
No nos sorprende que los discípulos de Jesús encontraran difícil de entender su predicación en la sinagoga de
Capernaún.
Pero la palabra griega que se usa aquí es skléros, duro, que quiere decir, no difícil de entender, sino difícil de
aceptar. Los discípulos sabían muy bien que Jesús había estado presentándose como la misma vida de Dios
que había descendido del Cielo, y que nadie podía vivir esta vida ni enfrentarse con la eternidad sin someterse
a Él.
Aquí nos encontramos con una verdad que vuelve a aparecer en cada época. Una y otra vez no es la dificultad
intelectual lo que impide que muchos se hagan cristianos, sino la altura de la demanda moral de Cristo. En el
corazón de toda religión tiene que haber misterio, por la sencilla razón de que allí está Dios. Es natural que las
personas no podamos comprender plenamente a Dios. Cualquier sincero pensador aceptará que tiene que
haber misterios.
La dificultad real del Cristianismo es doble. Demanda un acto de rendición a Cristo, aceptarle a Él como la
autoridad final; y demanda un estándar moral de la más alta calidad…
Los discípulos se daban cuenta de que Jesús se había presentado como la misma vida y Mente de Dios venida
a la Tierra; la dificultad de la gente era aceptar aquello como verdad, con todas sus consecuencias. Hasta el día
de hoy hay muchos que rechazan a Cristo, no porque se lo pone difícil al intelecto, sino porque desafía a la
vida.
Jesús continúa afirmando que algún día los hechos demostrarían que tenía razón. Lo que decía era en
realidad: “Os resulta difícil creer que Yo soy el pan, eso esencial para la vida, descendido del Cielo. Pues bien,
no tendréis dificultad en aceptarlo cuando un día me veáis ascendiendo de vuelta al Cielo”. Es un anuncio de la
Ascensión, definiendo a su Resurrección como la garantía de esas credenciales que presentaba a sus oyentes…
Él no fue simplemente alguien que vivió noblemente y murió heroicamente por una causa perdida; es el único
cuyas credenciales han sido confirmadas por el hecho de su resurrección.

El espíritu que da vida…


Juan 6: 63
Jesús sigue diciendo que lo único absolutamente imprescindible es el poder vivificador del Espíritu; la carne no
puede hacer nada. Podemos expresarlo muy sencillamente de una manera que nos dará por lo menos algo de
su significado: La cosa más importante es el espíritu en el que se realiza una acción.
El verdadero valor de una cosa depende de su finalidad. Si comemos nada más que por comer, somos unos
glotones, y nos hará más daño que bien; pero si comemos para mantener la vida, para cumplir mejor con
nuestro trabajo, para estar sanos, tiene sentido comer… Si uno pasa un montón de tiempo haciendo deporte
sin más, está, en el mejor de los casos, perdiendo el tiempo. Pero si dedica un tiempo al deporte para
mantener su cuerpo en forma y así poder hacer mejor su trabajo para Dios y sus semejantes, el deporte deja
de ser algo trivial y pasa a ser importante.
Las cosas de la carne adquieren su verdadero valor del espíritu con que se hacen.
Jesús añade: “Mis palabras son espíritu y vida”. Él es el único que nos puede decir lo que es la vida, poner en
nosotros el espíritu en que debe vivirse y darnos la fuerza para vivirla… Cristo es el único que puede darnos un
verdadero propósito en la vida, y el poder para desarrollar ese propósito frente a la constante oposición que
nos viene de dentro y de fuera.

Los que no creen


Juan 6: 64-65
Jesús se daba perfecta cuenta de que algunos, no sólo rechazarían Su ofrecimiento, sino que lo rechazarían
hostilmente.
Nadie puede aceptar a Jesús a menos que le mueva el Espíritu de Dios; pero uno puede seguir resistiendo a
ese Espíritu hasta llegar al punto en que ya no podrá cambiar de actitud. El que le resiste es excluido, no por
Dios, sino por su misma actitud.

Reacciones ante Cristo


Juan 6: 66-71
Aquí tenemos un pasaje henchido de tragedia, porque es el principio del fin. Había habido un tiempo cuando
la gente venía a Jesús en grandes multitudes. Cuando estuvo en Jerusalén para la Pascua, muchos vieron sus
milagros y creyeron en su Nombre (2:23). Tantos vinieron a que los bautizaran los discípulos de Jesús que su
número creaba problemas (4:1, 39, 45). En Galilea, la muchedumbre había salido en su seguimiento el día
antes (6:2)…
Pero ahora el cariz había cambiado; desde ahora en adelante habría un odio creciente que culminaría en la
Cruz… Juan nos introduce en el último acto de la tragedia. Son circunstancias así las que revelan los corazones
de las personas y las muestran tal como son en realidad. En estas circunstancias había tres actitudes ante
Jesús.
a) Hubo defección. Algunos se volvieron atrás y dejaron de andar con Jesús… Se fueron separando por varias
razones.
Algunos vieron claramente hacia dónde se dirigía Jesús. Uno no se podía desafiar a las autoridades como Él lo
estaba haciendo y salirse con la suya. Eran seguidores de conveniencia. Se ha dicho que el temple de un
ejército se ve en cómo pelea cuando está cansado. Los que se marcharon habrían permanecido con Jesús
siempre que su carrera hubiera estado en ascenso; pero a la primera sombra de la Cruz le dejaron.
Otros esquivaron el desafío de Jesús. Su punto de vista era que habían venido a Jesús para sacar algo; cuando
fueron desafiados a dar se volvieron… Nadie puede dar tanto como Jesús; pero, si acudimos a Él solamente
para recibir y nunca para dar, seguro que acabaremos por volverle la espalda. La persona que quiera seguir a
Jesús debe tener presente que en su seguimiento hay siempre una cruz.
b) Hubo deterioro. Esto lo vemos especialmente en Judas… Jesús debe de haber visto en él un hombre que Él
podía usar en su obra. Pero Judas, que podría haber llegado a ser un héroe, resultó un villano; podría haber
sido un santo y se volvió un traidor…
Hay una terrible historia de un artista que estaba pintando la última Cena. Era un gran cuadro, y le llevó
muchos años. Como modelo para el rostro de Cristo usó a un joven de rostro transparente en su nobleza y
pureza. Poco a poco fue completando el cuadro con los rostros de cada uno de los discípulos, hasta que le
llegó el día en que necesitaba un modelo para Judas, al que había dejado para el final. Salió a buscar su tipo en
los barrios más bajos de la ciudad y en las guaridas del vicio. Por fin encontró a uno cuya cara era tan
depravada y viciosa que cumplía los requisitos. Cuando estaba para terminar el tiempo que tenía que posar,
aquel hombre le dijo al artista: “Tú ya me habías pintado antes… Yo fui el modelo para tu Cristo”… Los años
habían obrado un terrible deterioro.
c) Hubo resolución… Esta es la versión que Juan nos da de la gran confesión de Pedro en Cesarea de Filipo
(Marcos 8:27; Mateo 16:13; Lucas 9:18). Fue precisamente una situación así la que produjo la lealtad del
corazón de Pedro. Para él, el hecho era que no había absolutamente nadie al que ir después de haber estado
con Jesús. Por decirlo de alguna manera, Jesús era el único que tenía palabras de vida eterna.
La lealtad de Pedro tenía sus raíces en su relación personal con Jesucristo. Habría muchas cosas que Pedro no
entendía; estaría a veces tan confuso y despistado como cualquier otro. Pero había algo en Jesús por lo que
habría estado dispuesto a morir.
En último análisis, el Cristianismo no es una filosofía que podemos aceptar, ni una teoría a la que nos
adherimos. Es una respuesta personal a Jesucristo. Es la lealtad y el amor que da una persona porque el
corazón no le deja hacer otra cosa.

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