Talleres-Oracion Vol 2 Compressed-4
Talleres-Oracion Vol 2 Compressed-4
Talleres-Oracion Vol 2 Compressed-4
AGUSTINIANA
Portada:
Simone Martini, Detalle del Polidíptico San Agustín,
Museo Fitzwilliam, Cambridge.
Internas:
• Grabados de Boetius Bolswelt, Iconographia Magni
Patris Aurelii Augustini, 1624, Amberes.
• Ilustraciones de Steve Erspamer.
SUMARIO
Introducción 7
Métodos de oración (Apéndice) 13
Oración final de los talleres 23
T aller 21: Taller de la Acción del Espíritu Santo II 27
Taller 22: Taller del Padrenuestro I 31
Taller 23: Taller del Padrenuestro II 37
Taller 24: Taller del Padrenuestro III 43
Taller 25: Taller del Padrenuestro IV 49
Taller 26: Taller del Padrenuestro V 53
Taller 27: Taller del Padrenuestro VI 57
Taller 28: Taller del Padrenuestro VII 63
Taller 29: Taller del Padrenuestro VIII 67
Taller 30: Taller del Padrenuestro IX 73
Taller 31: Taller del Padrenuestro X 79
Taller 32: Taller del Padrenuestro XI 83
Taller 33: Taller del Padrenuestro XII 89
Taller 34: Taller del Padrenuestro XIII 95
Taller 35: Taller del Padrenuestro XIV 101
Taller 36: Taller del Padrenuestro XV 107
Taller 37: Regresa al Corazón (Taller de Interioridad I) 113
Taller 38: Regresa al Corazón (Taller de Interioridad II) 119
Taller 39: Regresa al Corazón (Taller de Interioridad III) 125
Taller 40: Regresa al Corazón (Taller de Interioridad IV) 131
Abreviaturas de las Obra deSan Agustín
Citadas en el Texto1
1
Señalamos entre paréntesis el número del volumen dentro de la colección de las Obras completas de
san Agustín, en la traducción española de la Biblioteca de Autores Cristianos (BAC).
Orar con san Agustín nos ayuda a buscar a Cristo siguiendo el modelo que
el santo Obispo de Hipona nos ha dejado, y poder beber, de esta manera,
del rico manantial de su espiritualidad. Para san Agustín orar es, ante todo,
abrir nuestro corazón delante de Dios para dialogar familiarmente con
él2; escuchar en la intimidad de nuestro corazón su voz para podernos
disponer a cumplir su voluntad todos los días de nuestra vida, porque “Tu
mejor servidor es aquel que no tiene sus miras puestas en el oír de tus labios
lo que él quiere, sino en querer sobre todo aquello que ha oído de tu boca”3.
Esta segunda parte de estos Talleres de Oración que ahora te ofrecemos
son una renovada invitación a seguir las huellas espirituales de san Agustín
en su búsqueda de Dios. Una búsqueda que debe ser modelo para nuestra
búsqueda personal, ya que san Agustín buscaba para hallar, y hallaba para
seguir buscando con mayor ardor 4. Es nuestro deseo que estos nuevos
Talleres de Oración sean, para ti y tu comunidad, un nuevo aliciente para
que sigas buscando y hallando a Dios, como san Agustín y con san Agustín.
En esta segunda parte, como peregrinos que van avanzando hacia la
Ciudad de Dios y que todos los días avanzan caminando con los pies de los
afectos 5, te invitaremos a que profundices en el modelo más excelente de
oración, que es el Padrenuestro (Mt 6, 9-13). Lo haremos en este segundo
volumen de la mano de san Agustín, apoyándonos particularmente en sus
catequesis sobre el Padrenuestro a los competentes; es decir, a quienes
se preparaban para el bautismo. Te ofrecemos también, en este segundo
volumen, una serie de talleres que hemos llamado de “Interioridad”,
donde te acompañaremos a vivir de una manera especial la invitación
de san Agustín de “regresar al corazón”6, que es precisamente uno de
los movimientos espirituales esenciales del santo Obispo de Hipona.
3
conf. 10, 37.
4
trin. 15, 2.
5
en. Ps. 83, 4.
6
Cf. Io. eu. tr. 18, 10.
b. Se pueden atenuar las luces del lugar o bien, apagar las luces colo-
cando unas velas para crear ambiente de recogimiento.
1. Invitar a los que lo deseen a hacer una oración en voz alta para agra-
decer, alabar a Dios o hacer una petición.
b. Se pueden atenuar las luces del lugar o bien, apagar las luces colo-
cando unas velas para crear ambiente de recogimiento.
f. Una vez que el animador note que ya han participado los que querían
participar, según el ambiente que haya puede hacer una de dos cosas:
1. Invitar a los que lo deseen a hacer una oración en voz alta para agra-
decer, alabar a Dios o hacer una petición.
b. Se pueden atenuar las luces del lugar o bien, apagar las luces colo-
cando unas velas para crear ambiente de recogimiento.
1. Ser escrita en un cartel grande para que todos la puedan ver y sin
dificultad repetir en el interior.
1. Invitar a los que lo deseen a hacer una oración en voz alta para agra-
decer, alabar a Dios o hacer una petición.
g. En ese momento, todavía con la música suave de fondo, con las velas
encendidas en las manos y sin romper el clima de oración, según el am-
biente que haya, puede hacer una de dos cosas:
1. Invitar a los que lo deseen a hacer una oración en voz alta para agra-
decer, alabar a Dios o hacer una petición.
b. Se pueden atenuar las luces del lugar o colocar algunas velas estra-
tégicamente.
b. Se pueden atenuar las luces del lugar o colocar algunas velas estra-
tégicamente.
(En las primeras sesiones puede haber mucha gente que haya acudido
por curiosidad y posiblemente no tenga experiencia de oración. Por ello,
no conviene alargar excesivamente estos primeros momentos de silencio
en el taller. Cada animador debe estar atento a la concentración o a la
distracción de cada uno de los participantes, y no alargar el momento si
percibe que alguno o algunos ya no están orando).
b. Se pueden atenuar las luces del lugar o colocar algunas velas estra-
tégicamente.
Para finalizar la lectura de los textos (no debe alargarse en exceso este
b. Se pueden atenuar las luces del lugar o colocar algunas velas estra-
tégicamente.
Así, pues, la oración tiene una dimensión pasiva y otra activa. Es pasiva,
pues la oración es un don de Dios que el ser humano recibe y, aunque
el ser humano tenga que empeñar su propia voluntad y entendimiento,
quien da la gracia de la oración es Dios. Por ello, la faceta activa de la ora-
ción corresponde principalmente a Dios, por medio del Espíritu Santo,
que es quien va forjando en el interior del ser humano la imagen de Cristo
(Ef 3, 17). Por otra, parte el mismo Espíritu Santo es quien edifica la vida
del creyente sobre una roca firme (Mt 7, 24-27) y quien, finalmente, va rea-
lizando en interior del ser humano la obra de la santificación.
Oír y no hacer, es edificar sobre arena; oír y obrar, es edificar sobre piedra;
no oír ni hacer, es no edificar6.
4
Io. eu. tr. 40, 9.
5
f. et op. 25, 47.
6
en. Ps. 102, 28.
B. EJERCICIO DE ORACIÓN
7
Io. eu. tr. 23, 1.
Somos moneda de Dios, moneda que hemos salido del tesoro; por el pe-
cado se borró lo que en nosotros estaba impreso; vino a reformarla el mis-
mo que la había formado, pide su moneda como el César pide la suya (...)
Dad al César las monedas, a Dios entregaos a vosotros mismos, y enton-
ces será impresa en nosotros la verdad (Io. eu. tr. 40, 9).
El Padrenuestro era, por tanto, una oración que ocupaba un lugar im-
portante en tiempo de san Agustín. Por esta razón le va a dedicar varios
comentarios a lo largo de su vida como pastor de la Iglesia de Hipona.
De este modo, el primer comentario agustiniano lo encontramos en un
sermón que predicó siendo todavía un joven presbítero de la iglesia de
Hipona, al explicar el Sermón de la Montaña De sermone Domini in Monte
(el Comentario al Sermón de la Montaña). En este primer comentario tene-
mos, ya en germen, muchos elementos que posteriormente desarrollará
san Agustín en otros sermones, sin que por ello esta primera explicación
pierda su valor.
(…) Nosotros hemos recibido el espíritu de adopción, el cual nos hace cla-
mar: ¡Abba!; esto es, ¡Padre! (…) Padre nuestro. Con este nombre se inflama el
amor, pues, ¿qué cosa puede ser más amada de los hijos que su Padre?8
Y este gran afecto que debe encender el corazón de los hijos al pronun-
ciar el nombre del Padre, es lo que señala san Agustín en la explicación
que hace del Padrenuestro en la catequesis a los neófitos, invitándoles a
decir la palabra ‘Padre’ con todo el corazón y con afecto, para que la reci-
tación del Padrenuestro tenga efecto en todos los creyentes; es decir, para
que mutuamente la comunidad se encienda en el amor de este Padre, que
es Dios:
8
s. dom. m. 2, 4, 16.
9
s. 56, 5.
Vais a comenzar a tener a Dios por Padre cuando hayáis nacido por medio
de la Iglesia Madre11.
B. EJERCICIO DE ORACIÓN
10
s. dom. m. 2, 4, 16.
11
symb. cat. 1, 1.
Tenemos un Padre
De este modo, en la explicación que les dio a los obispos del África del
Norte sobre el Credo, en el 393, que ha quedado recogida en la obra De
fide et símbolo, san Agustín destaca la omnipotencia de Dios, en primer
lugar, en la creación. Dios lo ha hecho todo de la nada y no hay ninguna
otra fuerza o potencia que se pueda comparar con Dios:
Así, pues, los que creemos en Dios Padre omnipotente, debemos afirmar
que no hay ninguna criatura que no haya sido creada por el Omnipotente12.
San Agustín estaba convencido de que nada sucedía por azar, casuali-
dad, conjunción de los astros o por la fatalidad. Todo lo que sucede, acon-
tece porque Dios así lo quiere, o bien lo permite, o porque él mismo lo
12
f. et symb. 2, 3.
Así, pues, una vez que san Agustín ha hablado de los rasgos propios del
padre que pueden describir a Dios, señala el Hiponate una serie de carac-
terísticas propias de una madre, que también pueden ayudar a conocer
algunas peculiaridades de Dios.
B. EJERCICIO DE ORACIÓN
16
en. Ps. 26, 2, 18.
en. Ps. 26, 2, 18: Es padre porque crea, llama, manda y gobierna; madre,
porque abriga, alimenta, amamanta y conserva.
Por otro lado, san Agustín, frente a la desgracia, nos invitaría, ante todo,
a la confianza en Dios. Dios nunca abandona a sus hijos, a aquellos que
creen en él. Por ello, no se puede pensar que Dios no tenga poder para ac-
tuar e impedir el mal. El obispo de Hipona señala que no se puede poner
en duda la omnipotencia de Dios. Dios lo puede todo y no hay ninguna
fuerza superior a él.
Quien piense que Dios no es todopoderoso para apartar lejos los males
que sufren los justos, es por lo mismo un insensato; porque no entiende que
así, como es impío decir que Dios es injusto, así es impío negar que es omni-
potente (…)19.
Por otra parte, san Agustín es consciente de que muchos justos sufren
diversos males. Por ello, señala que la tribulación y el momento de dolor y
sufrimiento es el momento en el que no hay que abandonar la plegaria y
17
en. Ps. 54, 2.
18
ep. 140, 2, 4.
19
q. 82, 2, 3.
Por otra parte, la fe debe llevarnos a estar seguros de que Dios siempre
escucha y acoge la oración de aquellos que se dirigen a él con un corazón
filial; y también, que Dios, en todo momento, busca el bien y la salvación
de aquellos que lo aman, particularmente, por medio de las situaciones
difíciles y adversas.
(…) Es de la más perniciosa impiedad dudar que hay Dios, y que es tan
justo como es omnipotente. Ninguna causa se ofrece más probable de por
qué los justos sufren ordinariamente en esta vida, sino porque eso les es pro-
vechoso21.
Todo ello es una invitación a orar con confianza a Dios, sabiendo que
él siempre tiene sus oídos abiertos para acoger las plegarias de aquellos
que le suplican.
B. EJERCICIO DE ORACIÓN
20
en. Ps. 118, 10, 5.
21
Idem.
Quien piense que Dios no es todopoderoso para apartar lejos los males
que sufren los justos, es por lo mismo un insensato, porque no entiende
que así como es impío decir que Dios es injusto, así es impío negar que
es omnipotente (…) Establecidos brevemente los principios según las cir-
cunstancias de la cuestión propuesta, a saber, que es de la más perniciosa
impiedad dudar que hay Dios, y que es tan justo como es omnipotente,
ninguna causa se ofrece más probable de por qué los justos sufren ordi-
nariamente en esta vida, sino porque eso les es provechoso. (q. 82, 2, 3).
c. Como cierre de sesión, se puede leer despacio y saboreando cada pa-
labra la oración de sol. 2, 6, 9, o escuchar una canción: “Padre Nuestro, Padre
Bueno” (Carlos M. Voces; disco “Despertar la interioridad dormida”).
San Agustín está convencido de que Dios, como Padre, nos ama y está
dispuesto a otorgarnos todo aquello que nos pueda ayudar a la salvación.
No obstante, el mismo Obispo de Hipona se pregunta, si Dios es omni-
potente y conoce todas las cosas, ¿por qué necesitamos orar y presentar
nuestras súplicas ante él, si Él ya conoce lo que necesitamos?
22
s. 56, 4.
No obstante, san Agustín señala con claridad que no nos será lícito pe-
dir algo que no esté incluido en el Padrenuestro, que es el modelo más
excelso de oración cristiana:
B. EJERCICIO DE ORACIÓN
23
Idem.
24
ep. 130, 17.
25
s. 56, 4.
Mt 6, 7-9
Al orar no habléis mucho, como los paganos, que se figuran que por
mucho hablar van a ser escuchados. No seáis como ellos, porque vuestro
Padre sabe lo que necesitáis antes de pedírselo.
Vosotros pues, orad así:
Padre nuestro que estás en los cielos (…)
Ep.130, 17: (…) quien sabe dar buenos dones a sus hijos nos obliga a pe-
dir, buscar y llamar. Lo hace, aunque sabe lo que necesitamos antes de
pedírselo y puede mover nuestro ánimo. Esto puede causar extrañeza, si
no entendemos que nuestro Dios y Señor no pretende que le mostremos
nuestra voluntad, pues no puede desconocerla; pretende ejercitar con la
oración nuestros deseos, y así prepara la capacidad para recibir lo que nos
San Agustín nos invitará a saber dar siempre gracias a Dios en nuestra
oración (1 Tes 5, 18); sabiendo que todo lo que sucede en nuestras vidas
entra dentro del plan de Dios, con el propósito de conducirnos a la salva-
ción. Por eso, desde esta convicción, de que nuestra vida está en las manos
de Dios, debemos orar siempre dando gracias a Dios, ya que, como dice
san Agustín, tendríamos que llevar siempre en nuestros labios y en nues-
tro corazón las palabras ‘gracias a Dios’:
¡Gracias a Dios! Pues, ¿qué cosa mejor podemos saborear en el alma, llevar
en la boca y expresar con el cálamo, que ‘gracias a Dios’? Nada puede decir-
se con mayor brevedad, ni oírse con mayor complacencia, ni entenderse con
mayor sublimidad, ni realizarse con mayor provecho”26.
Es verdad que es fácil dar gracias a Dios cuando las cosas van bien o
cuando no hay mayores dificultades. Pero, cuando aparece la tribulación,
la frustración y el dolor, no es tan sencillo agradecer. No obstante, san
Agustín nos invitará a no abandonar la acción de gracias en ningún mo-
mento (Salmo 117):
26
ep. 41, 1.
Todo creyente debe, pues, dar siempre gracias a Dios por todos los be-
neficios que recibe. San Agustín es consciente de que los seres humanos,
27
ep. 144, 2.
28
ep. 130, 26.
29
Idem.
B. EJERCICIO DE ORACIÓN
ep. 130, 26: Si algo acaece en contra de lo que hemos pedido, hemos de
tolerarlo con paciencia, dando por todo gracias a Dios, sin dudar lo más
mínimo de que lo más conveniente es lo que acaece por voluntad de Dios
y no por la nuestra. Nuestro Salvador se nos puso de modelo cuando dijo:
Padre, si es posible, pase de mí este cáliz, pues transformando la voluntad
humana, que tenía por su encarnación, añadió en seguida: pero no lo que
yo quiero, sino lo que quieres tú.
(…) Hay en nosotros una docta ignorancia, por decirlo así; pero docta por
el Espíritu de Dios, que ayuda a nuestra debilidad. En efecto, dice el Apóstol:
(…) el Espíritu viene en ayuda de nuestra debilidad; porque no sabemos lo
que hemos de pedir como conviene; mas el mismo Espíritu interpela por no-
sotros con gemidos inenarrables31.
Por otro lado, san Agustín nos invita a reflexionar que no recibimos
aquellos que pedimos porque oramos sin fe; es decir, sin creer que vamos
a recibir aquello que le pedimos a Dios. Se trataría de aquellas ocasiones
31
ep. 130, 28.
Por otra parte, san Agustín se percata que no recibimos aquellos que le
pedimos a Dios porque sencillamente no nos conviene. Dios, como Padre,
sabe aquello que nos conviene en cada uno de los momentos de nuestra
vida y nos invitará a confiar en Él. Nosotros podemos llegar a creer que hay
cosas que son indispensables para nuestra vida, y por eso se las pedimos
a Dios. No obstante, Dios sabe que esas cosas no nos van a hacer ningún
bien sino, todo lo contrario; por eso no nos las otorga:
(…) Que nadie se enorgullezca si Dios le escucha cuando pide con impa-
ciencia lo que no le convendría pedir. Y, juntamente, para que nadie se apo-
que y desespere de la divina misericordia para con él, si Dios no le escucha
cuando quizá pide algo cuya recepción sería riguroso tormento o ruina, por
dejarse el beneficiario corromper por la prosperidad. En esos casos no sabe-
mos pedir como conviene33.
32
s. 168, 5.
33
ep. 130, 26.
34
ep. 130, 26.
San Agustín nos invita a orar con confianza; a llamar, buscar, pedir en la
puerta de Dios, sabiendo que Dios es Padre y quiere dar, con la consciencia
de que el don más grande que Dios quiere otorgar es el del Espíritu Santo:
B. EJERCICIO DE ORACIÓN
Lc 22, 41-44
Y se apartó de ellos como un tiro de piedra y puesto de rodillas oraba
diciendo: ‘Padre, si quieres, aparta de mi esta copa; pero no se haga mi
voluntad, sino la tuya’. Entonces se le apareció un ángel venido del cielo
que le confortaba. Y sumido en agonía, insistía más en su oración. Su su-
dor se hizo como gotas espesas de sangre que caían en tierra.
35
ep. 130, 17.
36
s. 61, 6.
Ejercicios Espirituales Agustinianos
59
c. Como cierre de sesión, se puede leer despacio y saboreando cada
palabra la oración de sol. 1, 1, 4.
Dios mío, escúchame
Dios, de ti proceden hasta nosotros todos los bienes, tú apartas to-
dos los males. Dios, nada existe sobre ti, nada fuera de ti, nada sin ti.
Dios, todo se halla bajo tu imperio, todo está en ti, todo está conti-
go. Tú creaste al hombre a tu imagen y semejanza, como lo reconoce
todo el que se conoce a sí. Óyeme, escúchame, atiéndeme, Dios mío,
Señor mío, Rey mío, Padre mío, principio y creador mío, esperanza mía,
herencia mía, mi honor, mi casa, mi patria, mi salud, mi luz, mi vida.
Escúchame, escúchame, escúchame según tu estilo, de tan pocos co-
nocido (sol. 1, 1, 4).
d. Finalmente, se debe rezar juntos la oración de san Agustín (pág. 23) y
el animador dar las instrucciones para la próxima sesión.
(…) Se entiende que las palabras Padre nuestro que estás en los cielos, sig-
nifican que está en los corazones de los justos, donde Dios habita como en
su santo templo. Asimismo, también, a fin de que aquel que ora quiera que
resida en sí mismo aquel a quien invoca, y con esta noble emulación sea fiel a
la justicia, que es el mejor presente para invitar a Dios a establecer su morada
en el alma37.
37
s. dom. m. 2, 6, 18.
Este hecho de ser templos de Dios, debe llevarnos a vivir una vida de
santidad, con la consciencia de que nuestros cuerpos son templo de Dios;
pues Dios habita dentro de cada uno de nosotros, y alejarnos de todo tipo
de impurezas y de acciones que no sean coherentes con esta presencia de
Dios:
Tú mismo eres templo de Dios. Cuando entras, cuando sales, cuando estás
en tu casa, cuando te levantas, eres templo. Mira lo que haces; procura no
ofender al que mora en él; no sea que te abandone y te conviertas en ruinas39.
Por otra parte, san Agustín nos invitará a entrar en nuestro interior, para
ser capaces de contemplar y de adorar a Dios que mora en nuestro cora-
zón como en un templo, y quitar todo aquello que pueda impedir su pre-
sencia, haciendo de Dios el centro de nuestras vidas por medio del amor:
Finalmente, san Agustín nos recordaría que, si bien es cierto que cada
creyente es templo de Dios y es un “cielo”, pues Dios habita en su interior,
también toda la comunidad es un templo de Dios; pues quienes forman
38
ep. 92, 1.
39
S. 82, 13.
40
En. Ps. 131, 6.
B. EJERCICIO DE ORACIÓN
41
En. Ps. 131, 5.
Por ello, san Agustín recalca, en primer lugar, que lo que le pedimos a
Dios es que nos conceda la gracia de vivir de tal manera, que su nombre
sea respetado y venerado por aquellos que contemplen las buenas obras
de los creyentes y no, por el contrario, que por las malas acciones de quie-
nes son creyentes, el nombre de Dios sea ultrajado y despreciado. Así lo
dice san Agustín en su comentario al Sermón de la Montaña:
Por otra parte, san Agustín explica, en sus sermones dirigidos a los ca-
tecúmenos, que aquello que se pide al decir “santificado sea tu nombre”,
no es que el nombre de Dios sea santo, pues ya lo es; sino que, quienes lo
invocan como santo, sean santificados por la acción de Dios. San Agustín,
en este caso, se refiere al hecho de ser santificados por Dios; señalando
que la meta de la vida cristiana consiste precisamente en esto: en alcan-
zar la santidad; en ser santificados por la acción de la gracia de Dios en
el corazón de cada creyente. Esta frase del Padrenuestro debiera ser una
invitación a vivir en santidad y a recordar que la santidad no es la obra del
ser humano, sino que es la obra de la gracia de Dios en el corazón de cada
creyente:
B. EJERCICIO DE ORACIÓN
San Agustín, al explicar estas palabras del Padrenuestro señala, por una
parte, que Dios ya está reinando, tanto en la tierra como en el cielo y que
nunca ha dejado de reinar ni dejará de hacerlo:
44
s. dom. m. 2, 6, 20.
45
Idem.
Pero a nadie será permitido ignorar el reino de Dios cuando su Hijo unigé-
nito venga del cielo, no sólo de una manera espiritual, sino también visible,
en forma de hombre, el hombre del Señor, a juzgar a los vivos y a los muertos.
Después de cuyo juicio, esto es, después que se haya hecho la separación en-
tre los justos y los pecadores, (…) se completará, por todos lados, la vida bien-
aventurada eternamente en los santos, como ahora los ángeles celestiales,
muy santos y muy bienaventurados, son sabios y felices iluminándolos Dios
sólo46.
B. EJERCICIO DE ORACIÓN
Mt 25, 31-40
48
s. 57, 5.
49
ep. 130, 21.
50
s. dom. m. 2, 6, 21.
Hb 10, 7
B. EJERCICIO DE ORACIÓN
La cuarta petición es: “El pan nuestro de cada día dánosle hoy”. El pan coti-
diano, significa todas las cosas necesarias para el sustento de la vida presente
(…)56.
56
s. dom.m. 2, 7, 25.
57
Idem.
“Danos hoy nuestro pan de cada día”. Te proclamas mendigo de Dios. Pero
no te ruborices; por rico que sea uno en la tierra, siempre es mendigo de Dios59.
Por otra parte, san Agustín insiste, en este sermón a los catecúmenos,
en el pan de la palabra de Dios que es preciso recibir y comer todos los
días como alimento del alma:
58
s. dom. m. 2, 7, 26.
59
s. 56, 9.
60
s. 56, 10.
El alimento carnal para el sustento de cada día, sin el cual no podemos vi-
vir. (…) La Eucaristía, (…) es nuestro pan de cada día; (…) La fuerza que en él
se simboliza es la unidad; para que, agregados a su cuerpo, hechos miembros
suyos, seamos lo que recibimos. Entonces será efectivamente nuestro pan de
cada día61.
B. EJERCICIO DE ORACIÓN
Jn 6, 44-51
Abrazando el Camino
Abrazando el Camino
En primer lugar, san Agustín deja claro que nadie, en esta vida mor-
tal, puede vivir sin pecado; y que es preciso hacer una transformación en
nuestro corazón. Pasar de ser fariseos soberbios -que hacen de la oración
una autoalabanza sintiéndose buenos y santos y, por ello, desprecian a los
demás-, para convertirnos en unos publicanos que, ante Dios, al momen-
to de hacer oración, reconocen sus propios pecados y están dispuestos a
perdonar a su prójimo:
63
S. 58, 6.
Digamos, pues, cada día: “Perdónanos nuestras deudas así como nosotros
perdonamos a nuestros deudores”; digámoslo con corazón sincero y haga-
mos lo que decimos. Es una promesa que hacemos a Dios; un pacto y un con-
venio. El Señor tu Dios te dice: «Perdona y te perdono. ¿No has perdonado?
Eres tú quien fallas contra ti mismo, no yo»65.
64
S. 56, 11.
65
s. 56, 13.
B. EJERCICIO DE ORACIÓN
Mt 18, 21-35
No dormir en la desesperación
No obstante esto, Médico mío íntimo, hazme ver claro con qué fruto
hago yo esto. Porque las confesiones de mis males pretéritos -que tú
perdonaste ya y cubriste, para hacerme feliz en ti, cambiando mi alma
con tu fe y tu sacramento-, cuando son leídas y oídas, excitan al cora-
zón para que no se duerma en la desesperación y diga: «No puedo»,
sino que le despierte al amor de tu misericordia y a la dulzura de tu
gracia, por la que es poderoso todo débil que sé da cuenta por ella de
su debilidad (conf. 10, 4).
No dormir en la desesperación
No obstante esto, Médico mío íntimo, hazme ver claro con qué fruto
hago yo esto. Porque las confesiones de mis males pretéritos -que tú
perdonaste ya y cubriste, para hacerme feliz en ti, cambiando mi alma
con tu fe y tu sacramento-, cuando son leídas y oídas, excitan al cora-
zón para que no se duerma en la desesperación y diga: «No puedo»,
sino que le despierte al amor de tu misericordia y a la dulzura de tu
gracia, por la que es poderoso todo débil que sé da cuenta por ella de
su debilidad (conf. 10, 4)
Dios no tienta a nadie con aquella tentación por la que uno es engañado
y seducido. Pero, a algunos, ciertamente, por un profundo y oculto juicio, los
abandona en ella. Una vez que él se haya retirado, sabe el tentador qué ha de
hacer. Si Dios lo abandona, no halla quien le ofrezca resistencia y, acto segui-
do, se constituye en poseedor. Para que Dios no nos abandone decimos: “No
nos dejes caer en la tentación”71.
Por otra parte, san Agustín señala, una vez más siguiendo la Sagrada
Escritura, la dimensión de prueba que tiene la tentación. De este modo,
a partir del texto del Eclesiástico (Eclo. 34, 10), “Quien no ha sido tentado,
¿qué cosa puede saber?”, san Agustín invita a sus oyentes a reflexionar so-
bre la dimensión pedagógica de la tentación; es decir, como un momento
en el cual el ser humano es puesto a prueba, para que reconozca su propia
fragilidad, su debilidad; para que perciba hasta qué punto sus concupis-
cencias lo han limitado, y para que confíe más en Dios y deje que la gracia
prepare su voluntad, cooperando con esa gracia por medio de una sana
ascesis:
Mas una cosa es ser tentado, y otra consentir en la tentación. Porque sin
tentación, ningún hombre puede estar probado ni para sí mismo, como está
escrito: “quien no ha sido tentado, ¿qué cosa puede saber?”72.
Existe otra tentación que recibe también el nombre de prueba. De ésta está
escrito: “El Señor vuestro Dios os tienta para saber si le amáis”. ¿Qué significa
71
s. 57, 9.
72
s. dom. m. 2, 9, 30.
B. EJERCICIO DE ORACIÓN
St 1, 12-15
Ninguno cuando sea probado, diga: ‘Es Dios quien me prueba’; porque
Dios ni es probado por el mal ni prueba a nadie. Sino que cada uno
es probado por su propia concupiscencia que le arrastra y le seduce.
Después la concupiscencia, cuando ha concebido, da a luz el pecado; y el
pecado, una vez consumado, engendra la muerte.
Pequeñuelo soy
Pequeñuelo soy
“Mas líbranos del mal”. Quien quiere ser librado del mal, atestigua que
está metido en él. Por esto dice el Apóstol: “Redimiendo el tiempo, porque los
días son malos” (Ef 5, 16). Pero ¿quién es el que quiere la vida y ama el ver
días buenos? ¿Quién no lo va a desear, siendo así que todo hombre, mientras
vive en esta carne, no tiene sino días malos? Haz lo que se dice a continua-
ción: “Refrena tu lengua del mal y tus labios para que no hablen con engaño.
Apártate del mal y haz el bien (Sal 33, 14-15); busca la paz y sigue tras ella”.
De esta forma carecerás de días malos, y se habrá cumplido lo que pediste:
Líbranos del mal79.
Pero, a pesar de eso, los fieles siervos de Dios no deben desesperar de ob-
tener aquella sabiduría que se concede también en la vida presente. Consiste
ésta en apartarse con cautísima diligencia de todo aquello que por revelación
de Dios comprendemos que debe evitarse; y apetezcamos con ardentísima
caridad todo aquello que por revelación de Dios entendamos que se ha de
amar80.
San Agustín nos invita a desear la ciudad de Dios, el reino de los cielos,
sabiendo que, mientras caminamos, tenemos que afrontar muchas tribu-
laciones pero que nunca nos faltará la gracia de Dios. Por ello, en medio de
estas luchas, suspiramos como peregrinos por la patria del cielo:
Cuando decimos “mas líbranos de mal”, nos excitamos a pensar que no es-
tamos aún en aquel lugar bueno en que no padeceremos mal alguno. Y esto
último que se dice en la oración dominical abarca tanto, que el cristiano, so-
metido a cualquiera tribulación, gime con esa fórmula; con ella llora; por ella
comienza; en ella se para, y por ella termina la oración. Era menester valerse
de palabras para imprimir en nuestra memoria las realidades mismas81.
B. EJERCICIO DE ORACIÓN
b. Se sugiere usar la frase: “La victoria que vence al mundo es nuestra fe”.
1 Jn 5, 3-4
Pues en esto consiste el amor a Dios: en que guardemos
Sus mandamientos.
Y sus mandamientos no son pesados,
Pues todo lo que ha nacido de Dios vence al mundo,
80
s. dom. m. 2, 9, 25.
81
ep. 130, 21.
Ep. 130, 21: Cuando decimos mas líbranos de mal, nos excitamos a pensar
que no estamos aún en aquel lugar bueno en que no padeceremos mal al-
guno. Y esto último que se dice en la oración dominical abarca tanto, que
el cristiano sometido a cualquiera tribulación gime con esa fórmula, con
ella llora, por ella comienza, en ella se para y por ella termina la oración.
Era menester valerse de palabras para imprimir en nuestra memoria las
realidades mismas.
Es cierto que encontramos muchas veces en los libros santos palabras he-
breas no traducidas, como amén, aleluya, raca, hosanna, etc. Algunas, aun-
que hubieran podido traducirse, conservaron su forma antigua, como acon-
tece con amén y aleluya, por la mayor reverencia de su autoridad82.
De este modo, sabemos que los fieles de Hipona usaban esta palabra
todos los días al momento de comulgar; ya que en la Iglesia de Hipona, a
82
doc. chr. 2, 11, 16.
Ante su garantía (La Eucaristía) dices cada día “Amén”. Has recibido la
prenda; cada día se te dispensa. No pierdas la esperanza tú que recibes la vida
de esta prenda85.
Una idea similar es la que va a exponer dentro del sermón 229 A (Guelf.
7), al hablar sobre la presencia real de Cristo dentro de la Eucaristía, en
relación con la dimensión eclesial y comunitaria del cuerpo de Cristo. De
este modo, los fieles son cuerpo de Cristo y al comulgar, reciben lo mismo
que ellos son: el cuerpo de Cristo. A estas dos realidades, a la pertenen-
cia a la Iglesia, cuerpo de Cristo, y a la realidad de lo que se recibe en la
Eucaristía, que es también cuerpo de Cristo, es a lo que el creyente respon-
de “amén”, cuando se acerca a recibir la eucaristía dentro de la celebración
83
ep. 54, 2
84
Cf. s. 56, 10; s. 57, 7; s. 112 A; ep. 54, 2.
85
s. 334, 2.
86
s. 229, 3.
87
s. 229, 3.
88
s. 229 A, 1 (Guelf. 7, 1).
89
Io. eu. tr. 41, 3.
2 Cor 1, 18-22
Te amo a ti solo
2 Cor 1, 18-22
Te amo a ti solo
90
Cf. conf. 7, 16.
91
Cf. conf. 3, 7.
92
Cf. conf. 7, 13.
Amad y no améis; amad unas cosas y no améis otras. Hay, en efecto, cosas
cuyo amor es provechoso y cosas cuyo amor es un estorbo. No ames lo que te
es un estorbo si no quieres encontrarte con un tormento. Lo que amas de la
tierra es un estorbo...95.
93
conf. 10, 38.
94
Cf. conf. 3, 1.
95
s. 311, 4.
Pero ¿dónde estabas entonces para mí? ¡Oh, y qué lejos, sí, y qué lejos pe-
regrinaba fuera de ti, privado hasta de las bellotas de los puercos que yo apa-
centaba con ellas!96.
Así, pues, tanto el hijo pródigo como san Agustín recapacitan y regre-
san a su interior (Lc 15, 17) para, en ese lugar de intimidad, escuchar la voz
del Padre; la voz de Dios, que los invita a regresar, a evitar la dispersión, y
encaminarse hacia Él. Mientras el ser humano no haga ese alto en su vida,
como lo hizo el hijo pródigo y el mismo san Agustín, su vida seguirá dis-
persa, esclava del pecado y abocada finalmente al fracaso y a la muerte;
pues lejos de Dios no hay vida: “Buscad lo que buscáis, pero sabed que no
está donde lo buscáis. Buscáis la vida en la región de la muerte: no está allí.
¿Cómo hallar vida bienaventurada donde no hay vida siquiera?”98.
B. EJERCICIO DE ORACIÓN
Lc 15. 11-20
Un hombre tenía dos hijos. El más joven le dijo: ‘Padre, dame la par-
te de la herencia que me corresponde.’ Y el padre repartió los bienes
entre ellos. Pocos días después, el hijo menor vendió su parte y se
marchó lejos, a otro país, donde todo lo derrochó viviendo de manera
desenfrenada. Cuando ya no le quedaba nada, vino sobre aquella tie-
rra una época de hambre terrible y él comenzó a pasar necesidad. Fue
a pedirle trabajo a uno del lugar, que le mandó a sus campos a cuidar
cerdos. Y él deseaba llenar el estómago de las algarrobas que comían
los cerdos, pero nadie se las daba. Al fin se puso a pensar: ‘¡Cuántos
trabajadores en la casa de mi padre tienen comida de sobra, mientras
que aquí yo me muero de hambre! Volveré a la casa de mi padre y le
diré: Padre, he pecado contra Dios y contra ti, y ya no merezco llamar-
me tu hijo: trátame como a uno de tus trabajadores.’ Así que se puso en
camino y regresó a casa de su padre.
“Todavía estaba lejos, cuando su padre le vio; y sintiendo compasión
de él corrió a su encuentro y le recibió con abrazos y besos.
Tarde te amé…
¡Tarde te amé, belleza tan antigua y tan nueva, tarde te amé! Y he aquí
que tú estabas dentro de mí y yo fuera, y por fuera te andaba buscando;
y deforme como era, me lanzaba sobre las bellezas de tus criaturas. Tú
estabas conmigo, pero yo no estaba contigo. Me retenían alejado de ti
aquellas realidades que, si no estuviesen en ti, no serían.
(conf. 10, 38)
Tarde te amé
¡Tarde te amé, belleza tan antigua y tan nueva, tarde te amé! Y he aquí
que tú estabas dentro de mí y yo fuera, y por fuera te andaba buscan-
do; y deforme como era, me lanzaba sobre las bellezas de tus criaturas.
Tú estabas conmigo, pero yo no estaba contigo. Me retenían alejado
de ti aquellas realidades que, si no estuviesen en ti, no serían. Llamaste
y clamaste, y rompiste mi sordera; brillaste y resplandeciste, y ahuyen-
taste mi ceguera; exhalaste tu fragancia y respiré, y ya suspiro por ti;
gusté de ti, y siento hambre y sed; me tocaste, y me abrasé en tu paz.
Cuando yo me adhiriere a ti con todo mi ser, ya no habrá más dolor ni
trabajo para mí, y mi vida será viva, llena toda de ti. Pero ahora, como
al que tú llenas lo elevas, me soy carga a mí mismo, porque no estoy
lleno de ti (conf. 109, 38-39).
b. Como cierre de sesión, se puede leer despacio y saboreando cada
palabra la oración de conf. 10, 29, o escuchar una canción: “Revivir” (José
Manuel González Durán OAR; disco: “Agustín íntimo”, pista 12), o “¡Qué tar-
de te amé!” (José Manuel González Durán; disco: “Agustín íntimo”, pista 4), o
“Tarde te amé” (José Manuel González Durán OAR; disco: “Confieso tu amor”,
pista 7).
Tú eres mi vida
San Agustín, por ello, tomará una frase del profeta Isaías, leído según la
versión bíblica que él tenía a la mano, que decía: “Regresad prevaricadores
al corazón” (Is 46, 8).
99
Cf. conf. 8, 29.
Por ello, san Agustín, en este regreso al corazón, invita a verificar y con-
frontar los propios sentimientos. Con ello, subraya que el regreso al interior
no tiene una función intelectual o filosófica, como querían los pensadores
de su tiempo, sino que tiene fundamentalmente una función afectiva y de
encuentro con Alguien que nos ama:
“Vuelve al corazón; mira allí qué es lo que tal vez sientes de Dios: allí está la
imagen de Dios. En este hombre interior habita Cristo, y en el hombre interior
serás renovado según la imagen de Dios (…)”102.
Es mendigo todo aquel que, sin atribuirse nada a sí mismo, lo espera todo
de la misericordia de Dios y llama cotidianamente a la puerta del Señor...103
103
en. Ps. 106, 14.
Ef 3, 14-19
Por esta causa doblo mis rodillas ante el Padre de nuestro Señor
Jesucristo,
de quien toma nombre toda familia en los cielos y en la tierra,
para que os dé, conforme a las riquezas de su gloria, el ser fortaleci-
dos con poder en el hombre interior por su Espíritu;
para que habite Cristo por la fe en vuestros corazones, a fin de que,
arraigados y cimentados en amor,
seáis plenamente capaces de comprender con todos los santos cuál
sea la anchura, la longitud, la profundidad y la altura,
y de conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, para
que seáis llenos de toda la plenitud de Dios.
Regresa al corazón
Vuelve al corazón; mira allí qué es lo que tal vez sientes de Dios: allí está
la imagen de Dios. En este hombre interior habita Cristo, y en el hombre
interior serás renovado según la imagen de Dios (…)”
Mendigos de Dios
Es mendigo todo aquel que, sin atribuirse nada a sí mismo, lo espera todo
de la misericordia de Dios y llama cotidianamente a la puerta del Señor
(en. Ps. 106, 14).
Este encuentro con Dios sólo puede darse cuando el ser humano ha
unificado sus potencias; ha ordenado sus amores y se ha decidido a buscar
sólo en Dios su propia felicidad:
Este será el que tenga el amor ordenado de suerte que ni ame lo que no
debe amarse; ni deje de amar lo que debe ser amado; ni ame más lo que se
debe amar menos; ni ame con igualdad lo que exige más o menos amor; ni
ame, por fin, menos o más lo que por igual debe amarse106.
104
conf. 3, 11.
105
en. Ps. 118, 22, 6.
106
doctr. chr. 1, 27, 28.
Si amáis a Dios, arrebatad al amor de Dios a todos los que con vosotros
están unidos y a todos los que se hallan en vuestra casa. (…) arrebatadlos a
gozar y decidles: Engrandeced conmigo al Señor”107.
Por ello, san Agustín nos invitará a no vivir una espiritualidad que des-
linde y separe Cristo Cabeza, de Cristo cuerpo. La riqueza del encuentro
en la oración con Cristo Cabeza se debe mostrar y manifestar en mi en-
107
en. Ps. 33, 2, 6.
108
ep. Io. tr. 10, 8.
109
c. Faust. 12, 10.
110
en. Ps. 75, 9.
111
Cf. Const. 12.
112
trin 1, 12, 27: “Contemplando por la fe al que es igual al Padre, podemos purificar nuestros corazones”.
Mt 25, 31-40
Dar a Cristo
Si amáis a Dios, arrebatad al amor de Dios a todos los que con vosotros
están unidos y a todos los que se hallan en vuestra casa. (…) arrebatadlos
a gozar y decidles: Engrandeced conmigo al Señor”. (en. Ps. 32, 2, 6)
Dar a Cristo
Así, pues, san Agustín se siente llamado a entrar en su interior, pues de-
sea unificar todas sus potencias y descubrir al Dios que lo inhabita porque
lo ama. Para san Agustín, el elemento que debe sobrecoger a todo ser hu-
mano es saber que Dios lo ha amado (1Jn 4, 19), y lo ama hasta tal punto
de habernos dado a su propio Hijo (Rm 8, 32), quien no sólo se abajó hasta
hacerse hombre igual en todo a nosotros, menos en el pecado, sino que
aceptó también por amor la humillación máxima de la muerte y de la cruz
(Fil 2, 8ss).
¡Oh cómo nos amaste, Padre bueno, que no perdonaste a tu Hijo único,
San Agustín, pues, entra en su interior para tener esta experiencia fuer-
te y definitiva del amor de Dios; para experimentar que no hay nada más
fuerte que ese amor (Ct 8, 6), y vivir toda su vida en sintonía con el amor
de Dios. De aquí que sus escritos estén llenos de imágenes de fuego, de
incendio, de arder, pues el amor es fuego vivo que desea hacer arder en
su amor a todos aquellos que se acercan a Dios. Por eso, nos recuerda san
Agustín, que un verdadero proceso interior debe llevar a esta experiencia
fuerte de Dios que es fuego vivo. Así lo señala san Agustín, comentando el
pasaje del Antiguo Testamento en donde comenta el texto que indica que
Dios es “fuego devorador” (Dt 4, 24):
113
conf. 10, 69.
114
sol. 1, 1, 5.
115
c. Adim. 13.
Y en este encuentro con Dios no podemos sino quedarnos por una par-
te maravillados, por el infinito amor con que nos ha amado y nos ama y,
por otra parte, aterrorizados por la gran diferencia entre Dios y nosotros.
Así lo señala san Agustín bellamente en las Confesiones:
B. EJERCICIO DE ORACIÓN
116
conf. 7, 16.
¡Oh cómo nos amaste, Padre bueno, que no perdonaste a tu Hijo único,
sino que le entregaste por nosotros, impíos! ¡Oh cómo nos amaste, ha-
ciéndose por nosotros, quien no tenía por usurpación ser igual a ti, obe-
diente hasta la muerte de cruz,(…) conf. 10, 69.
¡Oh cómo nos amaste, Padre bueno, que no perdonaste a tu Hijo único,
sino que le entregaste por nosotros, impíos! ¡Oh cómo nos amaste, ha-
ciéndose por nosotros, quien no tenía por usurpación ser igual a ti, obe-
diente hasta la muerte de cruz,(…) (conf. 10, 69).