Ambiente en La Epoca Colonial Brailovsky

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El ambiente en la época colonial

LA DESTRUCCIÓN DE LA AGRICULTURA INCAICA

La historia ambiental de la Argentina se inicia con una de las catástrofes


ecológicas más serías que hayan ocurrido en el país: la destrucción del
sistema incaico de agricultura en terrazas, perpetrada por los conquistadores
españoles. Este desequilibrio ecológico fue la principal herramienta utilizada
para consolidar una conquista que, de otro modo, hubiera resultado
políticamente inestable. Porque la única manera que tenía un puñado de
hombres de hacer perdurable su dominio sobre un pueblo entero era
destruyendo los medios de subsistencia de esa población. Para verlo con
mayor claridad, tenemos que hablar de la agricultura incaica.

El imperio incaico fue un espectacular ejemplo de eficiencia en el manejo


de la tierra y en el respeto al equilibrio ecológico de la región. Ningún
sistema posterior consiguió alimentar a tanta población sin degradar los
recursos naturales. Los incas basaron su civilización en una relación
armónica con su ambiente natural, integrado por los frágiles ecosistemas
andinos, y desarrollaron complejos y delicados mecanismos tecnológicos y
sociales que les permitieron lograr una sólida base económica sin deterioros
ecológicos.

Se pueden ver aún las terrazas de cultivo, construidas como largos y


angostos peldaños en los faldeos de las montañas, sostenidos por piedras
que retenían la tierra fértil. Las terrazas cumplían la función de distribuir
regularmente la humedad. Allí el agua de lluvia iba filtrándose lentamente
desde los niveles superiores a los inferiores, utilizándose plenamente la
escasa cantidad de líquido disponible. En las áreas más lluviosas y en las de
mayor pendiente, las terrazas permitían evitar la erosión, al impedir que el
escurrimiento superficial del agua de lluvia arrastrara las panículas del suelo.
También facilitaron el aprovechamiento de los diversos pisos ecológicos.

Pero las tenazas no eran solamente defensivas, sino que constituían la


base de un trabajo posterior. Ese espacio se rellenaba con cieno traída de
zonas más bajas y se abonaba con suelos lacustres y algas, lo que
significaba un acto de verdadera construcción del suelo agrícola.

El suelo de las tenazas se mezclaba con guano, el excremento de aves


marinas acumulado en las islas y coscas. Este recurso era cuidadosamente
administrado, porque de él dependía en buena medida la alimentación de la
población: para extraerlo, cada aldea tenía asignada una parte de isla o
costa, marcada con mojones de piedra que no era permitido alterar. “Había
tanta vigilancia en guardar aquellas aves, que al tiempo de la cría a nadie
era lícito entrar en las islas, so pena de la vida, porque no las asombrasen y
echasen de sus nidos. Tampoco era lícito matarlas en ningún tiempo. So la
misma pena”, dice el Inca Garcilaso de la Vega.11

Se practicaba regularmente el barbecho, es decir, el descanso del suelo


para permitirle recuperar su fertilidad en forma natural. En la costa y los
valles fertilizaban con cabezas de pescado, que enterraban con semillas de
maíz en su interior. Para este cultivo también utilizaron excrementos
humanos secados al sol y pulverizados. En el esfuerzo por alimentar a una
población en crecimiento, no hubo recurso que dejara de utilizarse.

Había muy poco suelo que fuera naturalmente apeo para el cultivo y había
que construirlo metro a metro. Su explotación no hubiera sido posible sin
riego, porque la mayor parte de la zona andina es árida o semiárida. Había
que ir a buscar el agua a las nacientes de los arroyos y encauzarla mediante
una red de canales. Se describen algunos principales, de muchos kilómetros
de largo y hasta cuatro metros de diámetro, pero aun para una pequeña su-
perficie atenazada se consideraba que valía la pena hacer un canal de gran
longitud. Para eso, se hacía un surco a lo largo de las montañas y se lo
cubría con grandes losas de piedra unidas con tierra para que el ganado no
lo destruyese. A veces, al cruzar un valle, era necesario sostener el canal
sobre columnas para que el nivel del agua no perdiese altura,
construyéndose acueductos similares a los romanos.

En el actual territorio argentino, los cronistas españoles señalan que los


habitantes de los Valles Calchaquíes “siembran con acequias de regadío”. En
la antigua ciudad de Quilmes encontraron una represa, prolijamente
confeccionada en piedra, aprovechando una depresión natural del terreno.
De ella salía un canal de riego. En Catamarca existen restos de terrazas con
lajas verticales adosadas, que facilitan la condensación de las gotas de rocío.
De este modo, transformaban al rocío en un recurso productivo y lo
utilizaban para el riego.

El origen de estas tecnologías está ligado a la lenta evolución del


poblamiento andino. En el noroeste del actual territorio argentino, los
cultivos en terrazas estuvieron ampliamente difundidos. Algunas tenazas
fueron construidas durante el imperio incaico, en tanto que otras
corresponden a culturas previas que habían alcanzado un alto grado de
desarrollo.

En algunos valles andinos se encuentran restos de técnicas de cultivo que


aparecen como antecesoras de las terrazas incaicas. Por ejemplo, en Iglesia
(provincia de San Juan), unos mil años antes de Colón se desarrolló una
cultura que construyó obras de regadío, las que permitieron el cultivo de
cierras que no pueden ponerse en producción con las tecnologías actuales.
Se trataba de grandes sistemas de piedra, que recolectaban el agua de los
arroyos y la desviaban por medio de acequias hacia las parcelas de cultivo.
Cuando estos canales pasaban por terreno arenoso, impermeabilizaban su
fondo con piezas de cerámica.

Los sitios de cultivo son terrenos deprimidos artificialmente, a los que


llegan los canales. Están rodeados por un borde de piedras que cumplía la
misma función de defensa que su equivalente en las terrazas incaicas. Se
trata, básicamente, del mismo principio: hacer plano un relieve escarpado,
proteger los bordes de las parcelas para evitar la erosión y regarlas
artificialmente por medio de canales y cisternas.

La diferencia entre las precarias acequias indígenas y las grandes obras de


ingeniería incaicas no estriba en los principios ecológicos que las rigen sino
en la organización social que las sustenta. Las comunidades familiares
descubrieron la forma de cultivar los Andes sin erosionar el suelo, pero fue
necesaria una organización social más compleja a fin de que esa tecnología
sirviera para alimentar a millones de personas.

El maíz y la papa constituían la base de la alimentación, esencialmente


vegetariana, pero también se cultivaban unas cien especies más, debido a
un cuidadoso trabajo de domesticación efectuado a lo largo de varios siglos.
La tecnología de conservación de alimentos estaba adecuadamente
desarrollada: para carnes, el secado y salado en forma de charqui. Para la
papa, el chuño: papa helada a la intemperie, desecada por congelamiento
(liofilización) y molida.

También tenían una ganadería muy desarrollada, la que combinaban con


un manejo racional de la fauna silvestre. Utilizaban llamas y alpacas como
bestias de carga y para la producción de lana y carne; de esta última
consumían muy poca cantidad. En cambio, su dieta era rica en proteínas
vegetales.
Empleaban las vicuñas y alpacas para producción de la más fina lana,
destinada al Inca y a su corte. Las vicuñas no pudieron ser domesticadas,
por lo que las capturaban, les cortaban la lana y las volvían a soltar. Lo
hacían en grandes cacerías anuales, en las que tenían especial cuidado en no
lastimar a ningún animal. Nunca las esquilaban a fondo, para que no
corriesen el riesgo de morir de frío. Es decir, que consideraban a los
animales salvajes como un recurso que debía ser cuidado y utilizado
racionalmente.

Este conjunto de prácticas evidencia un muy elevado desarrollo


tecnológico logrado sin mecanización alguna: las piedras se partían y pulían
golpeándolas unas con otras, y se ubicaban a pulso, con ayuda de sogas
pero sin poleas, rolos ni ruedas. Los metales se fundían sin fuelle, soplando
el fuego a pulmón a través de tubos de cobre. Los únicos instrumentos de
labranza fueron las azadas para deshacer terrones, y palos aguzados para
remover el suelo y enterrar las semillas.

El único recurso abundante parece haber sido el recurso humano, por lo


cual no se desarrolló ninguna técnica de ahorro de mano de obra. Por el
contrario, el pleno empleo era prioritario. No tener trabajo era tan mal visco
que aún en la actualidad puede verse a las kollas hilar mientras caminan, y
los viejos tenían la obligación explícita de eliminar los piojos, que era una
forma de cuidar el estado sanitario de la población.

En el imperio incaico cada uno cultivaba la tierra que le habían adjudicado


(nadie era propietario), pero además, en forma colectiva, trabajaban las
tierras destinadas a mantener a los sacerdotes y al Inca, quien a su vez
asignaba el producto al mantenimiento de la nación. Es decir que, además
de lo que el agricultor consumía, producía reservas colectivas que se
almacenaban en grandes galpones, a lo largo de las rutas.

Todo se contabilizaba mediante un sistema decimal que se anotaba en


cordones de diferentes colores (quipus) que se enviaban al Inca. Con el
mismo sistema, se lo mantenía informado anualmente y en forma exacta de
la composición de la población, de los nacimientos y de las muertes. A pesar
de los avances de la computación, hoy ningún país cuenta con información
tan actualizada.

Esta información se le hacía llegar por medio de correos (chasquis) que


corrían por excelentes caminos en forma tan sincronizada que las noticias
viajaban a razón de 500 kilómetros diarios.

Las reservas permitían mantener a los que no estuvieran en condiciones


de trabajar, a la corte, a aldeas que hubieran sufrido una sequía, a
asentamientos en formación que aún no tuvieran cosechas. En todo
momento los soldados podían encontrar víveres, vestidos, calzados y armas
para hasta treinta mil combatientes en un solo galpón.

Las reservas bélicas eran necesarias para este imperio en expansión,


aunque no se usaban en todos los casos. A veces lograban la expansión por
el convencimiento, como en el caso del "reino de Tucma” (Tucumán), cuyos
embajadores fueron a ofrecer vasallaje al Inca. Extraño imperialismo éste,
que podía expandirse a partir del consenso que creaba, al ofrecer una
organización social más deseable que la de los pueblos vecinos.

La primera medida luego de una conquista era la construcción de caminos


que anexaran las nuevas tierras, la capacitación de artesanos, agricultores,
ingenieros y burócratas en escuelas especiales y la iniciación de los cultivos.
El conjunto componía un sistema muy estable que permitía mantener a los
combatientes —no había casta militar—, a la burocracia administrativa y a la
nobleza.

Con tan poca maquinaria, la mano de obra pasaba a tener una importancia
fundamental y era considerada un recurso valioso que, al igual que el suelo,
el agua, el ganado, el guano, era preciso mantener y conservar. A la época
de la llegada de los conquistadores españoles había una población estimada
entre 10 y 30 millones de habitantes, perfectamente vestidos y alimentados,
con un sistema de seguridad social que alcanzaba a los huérfanos, a las
viudas, a los ancianos y a las familias de aquellos que habían sido convoca-
dos a las armas.

Este sistema de seguridad social se reflejaba incluso en aspectos tales


como el orden de prioridad asignado a las tierras de cultivo: “Mandaba el
Inca que las cierras de los vasallos fuesen preferidas a las suyas, porque
decían que la prosperidad de los súbditos redundaba en buen servicio para el
rey; que estando pobres y necesitados, mal podían servir en la guerra ni en
la paz”,24 dice el Inca Garcilaso.

La organización por la cual se logró la preservación y el desarrollo de los


recursos humanos y naturales es el rasgo característico del imperio incaico.
Este era en realidad reciente; no tenía más de cuatro siglos. La base
económica que permitió organizar las prácticas de producción agraria y de
conservación de la naturaleza preexistente era:

* El imperio (representado por el Inca, considerado de origen divino) era


el propietario de todas las tierras y demás recursos naturales, lo que facilitó
el manejo integrado de esos recursos.

* El desarrollo de complejos sistemas administrativos de educación y


control de la fuerza de trabajo.

* Cada familia disponía de parcela tierra como necesitara para su


subsistencia, pero ni un centímetro más. No había moneda ni esclavos;
tampoco había latifundios ni guerras por la propiedad privada de hombres o
de bienes.

* Dentro de su comunidad, el campesino era un trabajador libre porque


sólo estaba regido por un ordenamiento global que abarcaba a la sociedad
entera, personificada en el Inca y representaba localmente por la burocracia
del imperio. Ese ordenamiento regulaba todas las horas de todos sus días y
los de toda su familia: había castigos por perder el turno de riego, por
sembrar o cosechar fuera de las fechas preestablecidas, por no casarse y, en
general, por cualquier actitud calificada como antisocial.

El resultado fue una sociedad centralizada y fuertemente autoritaria, que


aplicó ese autoritarismo para superar las fuertes restricciones ecológicas del
ambiente andino, proporcionando a esa población los niveles de vida más
altos de su historia.

"Todos universalmente sembraban lo que habían menester para sustentar


sus casas —dice el Inca Garcilaso— y así no tenían necesidad de vender los
abastecimientos, ni encarecerlos, ni sabían qué cosa era carestía. [...] De
manera que lo necesario para la vida humana, de comer y de vestir y calzar
lo tenían todos, que nadie podía llamarse pobre ni pedir limosna. Todos
sabían tejer y hacer sus ropas, y así el Inca, con proveerlos de lana, los
daba por vestidos. Todos sabían labrar la tierra y beneficiarla, sin alquilar
otros obreros. Todos se hacían sus casas, y las mujeres eran las que más
sabían de todo. Habían tanta abundancia de las cosas necesarias para la
vida humana, que casi se daban de balde.’0*

COLONIZACIÓN Y DESERTIZACIÓN

Cuando llegaron los españoles, de todo lo que vieron, sólo les interesó el
oro y la plata para enviar a la metrópoli y para su enriquecimiento personal.
Se repartieron las tierras y esclavizaron a sus pobladores.

Introdujeron “el ganado y el cultivo de la alfalfa, del trigo, de la vid, por el


único medio practicable en una región donde las tierras eran tan escasas y
que consistía en el traslado de los indios y en su sustitución por el ganado y
los cultivos comerciales.*’ [...] Para el español, no sólo las innovaciones eran
lucrativas, sino que la propia despoblación no presentaba mayor
inconveniente, ya que había gente de sobra para compensar tal pérdida, y
sobre todo, porque el sistema debilitaba, como se quería, a los pueblos
sometidos y expulsaba del campo a los contingentes necesarios para la
explotación de las minas y la edificación de las nuevas iglesias, palacios y
casas, enganchados como criados o para el servicio doméstico, en calidad de
yanaconas, o aun permitía obtener esclavos pan las haciendas que
comenzaban a crearse en el altiplano y la costa.”

Desorganizado el sistema de protección social de una población cuya


iniciativa se había aletargado por siglos de regulación autoritaria, se
sucedieron épocas de hambrunas. Una enfermedad hasta entonces
desconocida, la viruela, encontró a los indios sin resistencias naturales.
Entre el hambre, las epidemias y el brutal trabajo en las minas, se calcula
que después de 150 años de conquista sólo quedaba del 4 al 5 por ciento de
la población anterior a la llegada de los españoles. La red de riego quedó
casi paralizada por falta de mantenimiento. Las terrazas y los acueductos
fueron abandonados. Dice Garcilaso que "los españoles, como extranjeros,
no han hecho caso de semejantes grandezas; antes parece que, a sabiendas
o con sobra de descuido, han permitido que se pierdan codas”/7

Al mismo tiempo, la introducción del arado por los españoles "ocasiona un


verdadero retroceso en la agricultura, por lo menos en los índices de
producción”.18 En efecto, el uso de arados constituía una tecnología
adaptada a condiciones diferentes, de las cuales la escasa pendiente era
determinante. Al utilizarlos en la región andina, se desarticularon los
delicados equilibrios ecológicos que sustentaban el sistema de cultivos
incaicos y en poco tiempo los surcos del anido se transformaron en cárcavas
de erosión. Finalmente, la erosión del suelo fue tan acentuada que gran
cantidad de áreas de cultivo debieron ser abandonadas completamente.
Este fenómeno es paralelo al proceso de desertización de amplias zonas
explotadas por los incas. Se abandonó la estrategia de manejo de cuencas
hídricas, y en áreas de escasez de leña se cortaron los árboles que protegían
las nacientes de los arroyos. De este modo, los arroyos se secaron y
disminuyeron las posibilidades de sustentar población en esas tierras. Por
ese motivo en la quebrada de Humahuaca “el agua ha ido disminuyendo a
través de los tiempos; por ello los campos regados fueron reduciéndose en
superficie y las acequias rebajando su altura a medida que en necesario
abandonar las terrazas más elevadas. Esto está muy claro en Coctaca,
donde actualmente, por falta de agua, no se cultiva ni la décima parte de los
terrenos que utilizaron los indígenas, cuyas admirables acequias no llevan ya
una gota de agua”.'5'’

£1 paso siguiente fue la organización del sistema de explotación en


grandes haciendas. Sobre lo que quedaba de los valles que habían
alimentado a tanta gente se estructura la producción comercial, no pan
subsistencia, sino pan el mercado. El Nuevo Mundo conoce así, por primera
vez, la paradoja de una agricultura que provoca hambre en vez de saciarla.

En 1573 Jerónimo Luis de Cabrera informa al rey de España de la


existencia de más de seiscientas poblaciones que debían albergar a unos
treinta mil indígenas, que se extinguieron rápidamente por el esclavizante
trabajo a que fueron sometidos en las encomiendas. Un jesuita explica que
en Tucumán "atribuyen la disminución de indios en aquel país a los malos
tratamientos que los españoles les daban por causa del cultivo, recolección,
carda e hilado” del algodón.49

Este ataque a los naturales del país no se detuvo en las personas ni en su


suelo, sino que alcanzó también a animales y plantas. La vicuña comenzó a
ser muerta para aprovechar su lana, mientras que los conquistadores
utilizaron muy pocas de las plantas cultivadas antes de su llegada. Algunas,
como el maíz, el tomate y la papa, modificaron radicalmente la dieta de
varios países europeos y posibilitaron una expansión considerable de la
población de esos países.

Pero las demás plantas cayeron en el olvido, desplazadas, a veces por el


trigo, la cebada y el algodón, otras veces por el desierto. Algunas de estas
plantas se extinguieron, especies que perdieron sin duda las variedades más
productivas, que provenían de una cuidadosa selección efectuada durante
muchos siglos. Otras subsisten como curiosidad, convertidas en "plantas de
pobres", sin que se haya intentado utilizarlas en una escala distinta de la
economía de auto subsistencia. Valdría la pena recordar que uno de los
cultivos más importantes del mundo actual, la soja, fue durante siglos
considerada también corno una “planta de pobres" y despreciada por esa
razón. Veamos algunos ejemplos (que incluyen vegetales de la zona andina
y de fuera de ella):'11'4*

* La quínoa (Chenopodium quínoa). Es una especie en vías de extinción.


Se trata de un cereal, del cual son comestibles las hojas y el grano. Puede
utilizarse para elaborar harinas, preparar sopas, guisos, etc., con una alta
concentración vitamínica. La planta resiste las peores condiciones de altura y
sequedad de la Puna.

* El tarwi, altramuz o lupino perla (Lupinus mutabilis). Es una leguminosa


que se cultiva con facilidad y resiste las heladas, la sequía y muchas plagas.
Su semilla contiene tanto aceite como la de soja y mucha más proteína.

* El mango (Bromus mango), cereal extinguido en cultivo. Aún se


encuentran plantas silvestres en Neuquén y Río Negro.

* El madi (Madia sativa), planta anual con granos oleaginosos. Fue


cultivada en Neuquén y Río Negro, pero se extinguió antes del siglo XIX,
sustituida por el olivo.
Ésta no era una planta desconocida. Su uso estuvo ampliamente difundido
en Chile y fracasaron los intentos de reintroducirla en nuestro país. Un diario
de Buenos Aires testimonia en 1819: “El madi es una planta indígena o
propia de Chile, de cuyas semillas (que produce en gran abundancia) se
extrae una cantidad prodigiosa de aceite dulce, de buen sabor, claro y del
mismo color que el de las aceitunas. Se cultiva en abundancia en la
campaña de Chile, principalmente en la provincia de Concepción, y su aceite
sirve para los mismos usos que el de las aceitunas”. Agregan que “el olivo
no es de todos los climas, ni produce todos los años con igual abundancia;
pero el madi produce sus semillas y prospera anualmente, en todos los
diversos temperamentos de Chile"“

Citan a un cura francés, el P. Feuille, quien lo califica de “aceite


admirable” y agrega que “para mí es más dulce y de sabor más agradable
que la mayor parte de nuestros aceites de aceitunas, y su color es el
mismo”. Servía para alimentación, para iluminación y para la fabricación de
jabones. El aceite se extraía por presión o por infusión en agua hirviendo.

“Todo indica —concluye el diario— que esta planta debe venir a Buenos
Ayres con abundancia, y puede abastecer al país a corto precio.” Indicaba
más adelante que un aumento de la demanda podría reducir aún más los
precios del aceite de madi.

* El amaranto (Amaranthus caudatus). Es una planta anual que alcanza


unos dos metros de altura, debido a que su fotosíntesis es excepcionalmente
eficiente. Es parecido a los cereales y produce vainas grandes, similares a
las del sorgo. Su contenido en hidratos de carbono es parecido al de los
verdaderos cereales, pero el de proteínas y grasas es superior. El pan hecho
con harina de amaranto tiene un delicado aroma a nuez. Su semilla tiene un
elevado porcentaje de lisina, un aminoácido que en general falta en las
proteínas vegetales.
* La ajipa (Pachyrrhisu ajipa), de raíz carnosa como la remolacha, pero
emparentada con los porotos. Se cultivaba en el noroeste argentino, y
actualmente está en vías de extinción.

* El yacon (Polymnia edulis), perenne de la familia del girasol. Se comen


sus raíces gruesas y carnosas. De reducida difusión actual en Salta y Jujuy.

* La oca (Oxalis tuberosa). Sus tubérculos amarillos o rosados tienen


gusto a castañas. Se cultiva actualmente en la Puna de Salta y Jujuy hasta
los 4.000 metros sobre el nivel del mar.

* El ulluco (Ullucus tuberosa). Suele llamárselo “papa lisa". Se cultiva


entre los 3.000 y los 4.000 metros de altura en la Puna.

* La achira (Cuntía edulis), de gruesos rizomas comestibles; se cultiva en


forma reducida en Salta y Jujuy, pero se puede dar hasta en Buenos Aires.

* El jamaichepeque (Mara/ita arundinacea), herbácea perenne de zonas


tropicales. Se cultivaba en el norte de la Argentina; sus gruesos rizomas
producen una fécula alimenticia.

Así, el destino de los dominados fue sufrido por los hombres y por su
ambiente: las poblaciones dispersadas y hambreadas, los templos
demolidos, las terrazas y los acueductos abandonados, la tierra erosionada,
secos los arroyos, muertos los animales, olvidadas sus plantas.

LOS PRIMEROS CRONISTAS:

LA NATURALEZA COMO ENEMIGO

Ahora nos interesa conocer la visión opuesta de la misma realidad; es


decir, cómo veían los primeros conquistadores la naturaleza americana. Esa
misma naturaleza que había sido cuidadosamente administrada y preservada
por las civilizaciones precolombinas aparece como hostil a los primeros
conquistadores. Para los que salían de su pueblo y se iban a correr .mundo,
los ríos aparecían como demasiado caudalosos, las llanuras demasiado ex-
tensas, los animales extraños y codo en América tenía las proporciones de la
desmesura. Se encontraron con un mar de agua dulce, tan enorme que
nadie lo hubiera creído rio; con la leyenda de ciudades cuyas casas eran de
placa con los tejados de oro, y también descubrieron una flor puesta allí por
Dios para recordar con su forma el drama de la Pasión.

En este tablado de maravillas, la vida podía perderse a cada instante:


América era hostil, lo eran sus ríos y sus plantas, sus indios y sus animales.
Cuenca un cronista que los tigres se comieron a los primeros seis hombres
que tocaron tierra en la expedición de Pedro de Mendoza.'"’

En América parecían no regir las leyes de la naturaleza. Cristóbal Colón ve


sirenas en la desembocadura del Orinoco y también se encuentra con un rio
cuyas aguas eran tan calientes que no se podía mecer la mano en ellas.

Antonio Pigafetta, el cronista de Hernando de Magallanes, cree ver plantas


que caminan. Los habitantes de la Patagonia le parecen gigantes: “Este
hombre era tan grande que nuestra cabeza llegaba apenas a su cintura. Las
mujeres son tan grandes como los hombres, pero en compensación, son
más gordas. Sus tetas, colgantes, tienen más de un pie de longitud. Nos
parecieron bastante feas; sin embargo, sus maridos mostraban estar muy
celosos”.18 De aquí nació una leyenda de gigantes que, durante un siglo,
pobló de estos seres los mapas del sur del continente. En todos ellos se ad-
vertía que la Patagonia (extendida por algunos hasta la actual provincia de
Buenos Aires) era “tierra de gigantes”.

Por la misma época, se imprimía en Italia un libro que mostraba grabados


de unos hombres con cabeza de perro que aullaban a la luna y eran muy
comunes en el actual territorio brasileño.
Un viajero que pasó por Buenos Aires a principios del 1700 nos habla de
un pájaro “habitante de las lejanas montañas" que durante el día sigue el
curso del sol, con los ojos fijos en él, y de noche llora su ausencia. También
menciona un monstruo cuadrúpedo con cabeza humana, con un gran ojo en
medio de la frente, largas orejas y labios de mujer, que no sólo describe sino
también dibuja.

Pero el horror a la naturaleza alcanza su máximo en el libro que dio


nombre a nuestro país, en La Argentina, el poema de Martín del Barco
1
Centenera. Este autor, apenas sube por el Delta, advierte que "el río hace
aquí muchos islones /poblados de onzas, tigres y leones", y llena la tierra de
una zoología fantástica, dictada por el miedo. Describe perros que morían
bailando, arrojándose voluntariamente en el fango ardiente de una laguna.
Habla de un animalito llamado “carbunclo”, pequeño, con un espejo en la
frente, “reluciente como la brasa ígnita en recio leño”.

Encuentra la tierra llena de amenazas. Los peces atacan al hombre, aun


después de la muerte: “Un pez palometa que freía / pensaba una mujer
enharinado / de la sartén saltó muy de repente / y el dedo le cortó
redondamente1'. En los ríos acecha el peligro: un hombre “en la boca de un
pez perdido había / lo que el pez le cortó con gran porfía”.

Se cruzó con una sirena y la describe "en medio de esta laguna y aún
gimiendo / y sus doradas crines esparciendo”. En otro lugar escuchan ruidos
misteriosos y piensan "que son diablos que vienen en pos de ellos / y
vuelven erizados los cabellos". Habla de mariposas que se vuelven ratones y
que terminan siendo una plaga peor que la langosta. Después de describir
varias clases de gusanos, explica: “De unos y otros he comido”.

El magnífico espectáculo de las cataratas le provoca estas reflexiones:


“Arriba de aquí están los remolinos / que es cosa de admirar y gran espanto
(...] Un peñasco terrible está tajado / de al lado se arroja y cae muy furioso.
/ El estruendo que hace es muy sobrado /y el humo al aire tiene tenebroso.
/ Las aves huyen de él. Los animales. / En oyendo su estruendo sin pereza /
caminan no parando apresurados / y con el temor las colas enroscadas”.

En esta tierra hostil, los hombres de la expedición de Mendoza se


comieron los caballos y las ratas, las piernas de un ahorcado, y uno de ellos,
el brazo de su propio hermano.S2 Los de la expedición de Caboto iban de isla
en isla del Paraná buscando serpientes y “el que podía haber a las manos
una culebra o víbora y macarla, pensaba que tenía mejor manjar de comer
que el rey”.

También comían osos hormigueros y se quejaban amargamente por ello:


“La carne de este animal es sucia y de mal sabor, pero como las desventuras
y necesidades de los españoles fueron muchas y muy extremadas, no se ha
dejado de probar a comer”. Entre las cosas sorprendentes que se les cruzan
están los zorrinos, animal que "da un tal olor aborrecible, que da mucha
pena y parece que se entra a la persona en las entrañas”.55

A cada paso, les llama la atención lo que encuentran por su fealdad, es


decir, por sus diferencias con lo que ya conocían. Véase, por ejemplo, esta
descripción del tapir: "Es animal bien extraño, que siendo de una especie es
semejante a muchas o un monstruo natural compuesto de varías especies.
Es del tamaño de un borrico, el pelo castaño y largo; la cabeza de jumento,
las orejas de muía, los labios de becerro. En el hocico tienen una trompa que
alargan cuando se enojan”. En sus entrañas “a veces se encuentra la piedra
bezoar más estimada que la de los guanacos, por ser más eficaz antídoto
contra el veneno, como enriquecido de más poderosa virtud”.

Si decían esto del tapir, qué no dirían del yacaré: "Se le cree a este pez
yacaré un animal sumamente horroroso y dicen que debe ser un basilisco y
que envenena y hace gran daño en las Indias”. En otra edición, aparece
indias, en minúscula, aludiendo a las supuestas costumbres sexuales de este
reptil. “Y cuando este pez o animal sopla su aliento a alguno, entonces éste
debe morir, pero todo esto es fábula. También se cuenta que no hay más
medio de acabar con este pez que el de mostrarle un espejo y tenérselo por
delante, porque él mismo se mire, porque así, al ver su propia fealdad,
cendra que caer muerto al punto.

Otro animal fantástico es el yaguaro, del que "suponen que escarba con
prontitud increíble por debajo del agua las barrancas de los ríos, hasta que
las hace derrocar sobre las embarcaciones”.18

El miedo a la naturaleza aparece asociado al miedo a los hombres que


vivían en ese ambiente. Los indios eran seres monstruosos, que no se sabía
si tenían alma como el resto de los hombres. Cuando finalmente un Papa
decidió que sí la tenían, aparecieron innumerables tratadistas que, con
abundancia de citas de Aristóteles, explicaron que los indios eran débiles
mentales y que eso los convertía en siervos a natura, es decir, hombres
cuya constitución natural los hacía más aptos para la servidumbre que para
la libertad.

Abonaron esta opinión los testimonios de viajeros, misioneros y cronistas


que trataron con los indios en los primeros tiempos de la conquista. Así, Del
Barco Centenera afirma que los indios del Chaco comen cristianos y que él y
sus compañeros sólo consiguieron salvarse porque los indios tenían cosas
mejores para comer, ya que la carne de cristianos era "también por desa-
brida aborrecida”.60 Otros verán hombres con cola en Chiloé y Tierra del
Fuego.

Por su parte, un misionero describe esta escena: “Entrando de repente en


los pueblos, como fieras acometen al rebaño, hacen presa de los muchachos
que pueden para su comida. Suelen andar vagando de noche por los
campos, como borrachos o locos. Comen brasas de fuego como si fueran
guindas. Dudoso es de creer, y yo confieso que lo tuve por patraña, pero
desengañóme la experiencia que hizo uno en presencia mía, mascando
carbones encendidos como un terrón de azúcar".61

La intención de este mensaje es clara: estos seres tan poco humanos que
mastican fuego y comen personas no pueden ser considerados como iguales
a los europeos. La esclavitud será el tratamiento más piadoso que pueda
dárseles.

Dos siglos más tarde todavía se encuentran rastros de este miedo a la


naturaleza americana, esta vez usado como pretexto “científico” para
bloquear su explotación productiva. Félix de Azara, un autor partidario de
estimular la ganadería extensiva en el Rio de la Plata y desalentar la
agricultura y la industria, se esfuerza por demostrar la rareza de las
condiciones meteorológicas americanas. Afirma que “una tempestad el día 7
de octubre de 1789 arrojó piedras de hasta diez pulgadas de diámetro a dos
leguas de Asunción”.

Y por si no bastaran estos bloques de hielo de veinticinco centímetros que


caían del cielo, se dedica a hablamos de los rayos: “En cuanto a rayos —
afirma—, caen diez veces más que en España, sobre todo si viene la
tormenta del noroeste”. Explica que eso no puede deberse a bosques ni a
serranías, y concluye que "es preciso conjeturar que aquella atmósfera tiene
más electricidad o que posee una cualidad que condensa más vapores y que
los precipita más prontamente, causando los meteoros citados”.6*

Esta no en una opinión aislada, sino que se enmarcaba en una comente de


pensamiento que volvía a insistir en lo extraña que era la naturaleza en
América. En fecha tan tardía como 1790, los sabios de la época afirmaban
que en todas las Indias de Occidente —y aun en las zonas tropicales— la
tierra era tan fría a 6 o 7 pulgadas de profundidad que los granos se helaban
al sembrarse. Por eso, explican, los árboles de América, “en lugar de
extender sus raíces perpendicularmente, las esparcen sobre la tierra, hori-
zontal, evitando por instinto el hielo interior que los destruye”.61

Así, los naturalistas inventan una ecología tan fantástica como la zoología
de los primeros cronistas. La tierra americana era tan helada que enfriaba el
aire y por eso en los trópicos no había animales grandes. De allí deducían
que las semillas traídas de Europa no podrían germinar, y que si lo hacían,
darían unas plantitas raquíticas, tan endebles como los animales domésticos
que se importaban.

Contaban el fracaso de un comerciante que en 1580 había tratado en vano


de aclimatar guindos. Del trigo, sembrado con grandes cuidados, decían que
sólo producía una hierba espesa y estéril que había obligado en muchas
regiones a abandonar su cultivo. De la viña decían que no prosperaba, aun
plantada en zonas semejantes a las regiones de los grandes viñedos de
Europa. Del café, que no podía engañar el gusto de quien hubiese probado
los de Oriente. Del azúcar, que era preferible cualquier otra a la del Brasil,
considerada como la mejor de América.

Poco a poco, esta naturaleza va siendo dominada, y su degradación se


presenta como mejoramiento. A fines del siglo xviii se decía que esa frialdad
del suelo americano se iba transformando por el continuo crítico, por el
talado de los árboles y matorrales, por la “sequedad” de las lagunas y “el
calor de las habitaciones”, que templaban “la constitución del aire”.

También la agricultura calentaba la tierra, por la labranza, que al remover


el suelo facilitaba la entrada de los rayos del sol, y por las “sales de las hojas
y plantas que, acumuladas en una larga serie de años, forman por su
corrupción un mejoramiento natural”, como lo habían deducido al observar,
sobre todo, el crecimiento extraordinario de algunas plantas “en terreno
allanado por el fuego”.

Es decir, que para “mejorar” un bosque había que quemarlo y que la obra
humana deseable era acelerar en pocos años el mismo proceso de
depredación de la naturaleza que había necesitado muchos siglos en Europa.
A lo largo de nuestra historia volverá a repetirse muchas veces esta
concepción de la pura y simple destrucción como objetivo, a veces con una
finalidad productiva, otras por una mera deformación cultural.

EL RECURSO MINERO: LA PLATA DEL POTOSÍ

El abandono de algunos recursos tiene como contrapartida la explotación


intensiva de otros. La economía colonial está orientada hacia la extracción
de metales preciosos. Su obtención condiciona todas las demás actividades,
influye fuertemente en la distribución espacial de la población y genera
definidas condiciones de calidad de vida.

La estructura productiva colonial tiene por finalidad principal la


satisfacción de las necesidades de circulante de la metrópoli. De una amplia
gama de posibilidades de extracción de excedentes (dada por una oferta
natural extremadamente rica y ampliamente diversificada y una abundante
población indígena) se adopta una solución muy restringida: la
especializaron de la colonia en la producción de una única mercancía, la
mercancía dinero.

La historia económica de Buenos Aires comienza mucho antes de su


fundación por Garay. En realidad, empieza en una fría noche de 1545
cuando el indio Huallca se perdió en los cerros alto peruano buscando una
llama. Encendió una fogata para calentarse y las piedras le devolvieron el
reflejo. El cerro era de plata. ¡Pótojsi!, dijo (ha brotado). Y durante
doscientos años la gente continuó creyendo que la plata del Potosí crecía
como las plantas, renovándose continuamente, al tiempo que la sacaban y
embarcaban para Europa. Comenzaba la era de la plata.

La posesión de territorios coloniales suplió en España al desarrollo


artesanal e industrial, proveyendo la capacidad de compra de esos productos
en los mercados europeos. El metálico, según Quevedo, nace en las Indias
honrado / donde el mundo le acompaña / viene a morir en España / y es en
Génova enterrado. El metal nace en el cerro del Potosí, actualmente en
territorio boliviano. De allí baja una larga corriente de-plata, que crea en su
trayecto centros comerciales y artesanales en toda la región central de
nuestro territorio. La economía minera da su nombre al río de la Plata, más
tarde a nuestro país y genera una particular organización del espacio
nacional. Potosí se transforma en el centro de la vida colonial durante los
siglos XVI y XVII.

De 1503 a 1660 Llegan a España 16 millones de kilos de plata, el triple de


las reservas totales europeas, originadas en su mayor parte en las minas del
Potosí. Siguiendo la doctrina mercantilista —que identificaba la mercancía
dinero con la riqueza misma—, las autoridades coloniales no regularon la
producción de plata, con lo cual generaron en su país una acelerada inflación
y provocaron la mina de gran número de actividades artesanales. _

En los extremos del largo camino seguido por la placa se desarrollaron dos
ciudades muy distintas. En uno de ellos, Buenos Aires, como el puerto
necesario para comunicar Potosí con la metrópoli. Un puerto cuyo
movimiento no guardaba relación con las actividades productivas de las
áreas más próximas a él, sino que era la continuidad lejana de las riquezas
del Potosí. Los lingotes de plata llegaron a representar hasta el 80 por ciento
del valor de las mercaderías que salían por Buenos Aires. La mayor parte de
lo que ingresaba era contrabando. Se formó así una ciudad predominan-
temente comercial, cuya riqueza no se basaba en la producción sino en el
intercambio, característica que tendrá su importancia política en los años
subsiguientes.

En la otra punta del camino, la Villa Imperial del Potosí, ciudad fantástica
que en 1660 contaba con 160.000 habitantes, igual que Londres y más que
Sevilla, Madrid, Roma o París. La plata llenó la ciudad de riquezas y
ostentación: al igual que en la corre del rey Arturo, de todas parces llegaban
caballeros y soldados de fortuna, cubiertos con lujosas corazas, para
sostener duelos con los campeones de la Villa; y los relatos de estos duelos,
hechos por cronistas de la época, parecen páginas de un libro de caballerías.
Se construyeron 36 iglesias y en 1658 una procesión recorrió las calles
empedradas especialmente con lingotes de plata.6’'4*

Si hablamos de Potosí es porque esta ciudad sintetiza una serie de


problemas ambientales característicos de la época, pero además prenuncia
los de la nuestra: urbanización desordenada, contaminación del aire, del
agua y del suelo. Recordemos que estamos anee una de las ciudades más
importantes del mundo.

Lo primero que vemos es el diseño urbano. Las leyes de Indias tenían


normas muy rigurosas que establecían la forma de las calles, su diseño en
cablero de ajedrez, la distribución de funciones de las distintas actividades,
de los edificios públicos y religiosos. Etcétera. En Potosí no hubo nada de
eso. La ciudad nació como un campamento minero, construido por gente de
paso que esperaba hacer fortuna en un par de años y después irse cuando
se agotaran las vetas. Pero el metal tardó dos siglos en comenzar a escasear
y en ese tiempo se hizo un asentamiento de formas tan confusas como las
grandes ciudades actuales. Sus habitantes “de nada cuidaron menos que de
la población”, según dice un tratadista de la época,47 quien agrega que "cada
uno se situó donde quiso, de manera que fueron formando unas calles
demasiado angostas y largas, para asegurar el tráfico y abrigarse de los
vientos fríos de la siena”.

Potosí es una ciudad sucia y muchas de sus calles “están siempre


inundadas de inmundicia”. Por la actividad de la ciudad y la cantidad de
animales que entran y salen “es inmensa la cantidad de basura que se
recoge; y con la que han ido arrojando a los extremos del pueblo, se han
formado unos cerros que casi igualan a los edificios más altos de la Villa”.

También el agua venía contaminada, ya que la ausencia de un diseño


urbano planificado hacía que las cañerías que llevaban agua a la ciudad
pasaran primero por el hospital. Tanto los caños de agua limpia como los de
aguas servidas eran de barro cocido, con frecuentes grietas. El resultado es
que “se filtran recíprocamente las aguas, de unos a otros”. De este modo,
ocurre que “las aguas puercas con que se han purificado los paños de la
enfermería, infecten las demás aguas con que se mezclan, causando, cuando
no sea enfermedad, un notable asco al vecindario”.69

Pero los mayores efectos eran los vinculados directamente con la


explotación minera. De lo que actualmente es el norte de la Argentina, de
Bolivia y de Perú, Potosí recibe mano de obra. La mita era la obligación de
los pueblos indios de entregar cierta cantidad de miembros aptos para
realizar trabajos durante un lapso determinado. El virrey Toledo creó las
reducciones de indios, que actuaron como “formidables proveedoras de
mano de obra obligada”.70 Si bien recibían un salario por su trabajo, puede
calificárselo de una forma disimulada de esclavitud, ya que “sólo bajo el láti-
go"71 pudo ese sistema funcionar con eficiencia. Agreguemos que se parecía
canto a la esclavitud que fueron necesarias ordenanzas posteriores para
evitar que aparecieran falsos mineros pidiendo que les repartieran indios, los
que después eran vendidos a los mineros de verdad.

Esta orientación en el uso de los recursos provocó una notoria


sobreutilización de los recursos humanos, manifestada en la degradación y
destrucción física de gran cantidad de hombres a lo largo de varios siglos.
Las estimaciones oscilan, según los autores, entre tres y ocho millones de
muertos, una magnitud comparable a la de las víctimas de Auschwitz.
Según testimonio de Mariano Moreno, “de las cuatro partes de indios que
salen para la mica, rara vez regresan las tres enteras”. El humo de los
hornos contaminaba el aire de tal manera que no había paseos ni sembrados
en un radio de seis leguas alrededor del cerro, y sus efectos sobre los
hombres eran igualmente deteriorantes. El dominico fray Domingo de Santo
Tomás lo calificaba de “boca del infierno”. El padre Calancha afirmaba que
morían diez indios por cada moneda, y un virrey del Perú, el conde de Alba,
decía que, de exprimirse esas monedas, se les sacaría más sangre que plata.

La base de esa gran urbe industrial era el cerro Rico, que estaba horadado
por cinco mil bocaminas, que se juntaban dentro como los huecos de una
esponja. Para extraer el mineral, pasaban los indios de la superficie helada a
la temperatura ardiente del socavón, “y ordinariamente los sacan muertos y
otros quebrados las cabezas y piernas y en los ingenios cada día se
hieren".73 Los mitayos hacían saltar el mineral a punta de barreta y después
lo subían cargándolo a la espalda, por escalas, a la luz de una vela.

La muerte por accidentes no era el único riesgo, ni siquiera el principal. En


Potosí encontramos las primeras intoxicaciones masivas provocadas por la
contaminación industrial. La molienda del mineral se efectuaba en trapiches
movidos por energía hidráulica. Las mazas “levantan tanto polvo con el
impulso, que no podrá sufrirlo quien no esté acostumbrado a respirar dentro
de estas oficinas”. Ese polvo genera la silicosis, enfermedad característica de
los mineros, que provoca serias lesiones pulmonares.

El mayor problema, sin embargo, fue el envenenamiento con mercurio. La


toxicidad de este metal es conocida desde hace mucho tiempo. Y en la
actualidad es uno de los mayores riesgos vinculados con la contaminación
industrial. Sus principales efectos son neurológicos: provoca temblores
asociados a un estado de rigidez muscular; contracciones dolorosas;
alteraciones en la voz, que pierde sus modulaciones y se vuelve monótona;
trastornos de carácter; ceguera. Con frecuencia provoca también lesiones en
el estómago y en los riñones. En dosis elevadas es mortal.

En Potosí se utilizó el mercurio para extraer la plata por amalgama. Se


mezcló el mineral en polvo con el mercurio en grandes cubas calentadas con
pasto seco por falta de leña. Cuando los mineros terminaron con toda la
vegetación natural del cerro y sus alrededores, dejaron entibiar al sol la
mezcla, pero mandaron a los indios a amasarla diariamente con los pies,
para acelerar la incorporación del mercurio al metal. En ambos casos, los
vapores tóxicos hicieron estragos en los trabajadores. Según una
investigación efectuada por Juan de Solórzano en 1619, “el veneno
penetraba en la pura médula, debilitando los miembros todos y provocando
un temblor constante, muriendo los obreros, por lo general, en el espacio de
cuatro años".6

El insumo estratégico para la producción de plata es el mercurio, y la


forma en que se manejó refleja la actitud de la Corona hacia el desarrollo de
sus colonias. Se estableció el monopolio real para la producción y venta de
mercurio. A fin de asegurar un mercado amplíale prohibió mezclar el
mercurio con hierro al preparar la extracción por amalgama, ya que esta
mezcla permitía ahorrar mercurio. (Este ahorro hubiera disminuido la
contaminación.

No solamente se obligó a los empresarios mineros a usar la tecnología


más costosa, sino que se encareció deliberadamente este insumo. El grueso
del mercurio utilizado era importado de España, de los yacimientos de
Almadén. Se redujo a propósito la producción de las minas peruanas de
Huancavelica, que podrían haber abastecido cómodamente las necesidades
del Potosí, y, durante largos años, se las mantuvo clausuradas. Cuando no
alcanzaron los envíos de mercurio español, la Corte prefirió comprarlo en
Alemania antes que activar los yacimientos locales, a punto tal que el
descubridor de una mina de mercurio próxima al Potosí fue asesinado para
evitar su explotación.17

Esta forma de usar los recursos naturales y humanos tiene su


correspondencia en la forma de usar el espacio. Potosí organiza el espacio
económico de la colonia. De Chile recibe trigo, potros, carne seca, pieles y
vinos; de Perú recibe mercurio cuando el rey lo permite. Desde el actual
territorio argentino se envía carne seca, vinos, aguardientes y tejidos a lomo
de mula, cuya cría se hace con el propósito de “adaptar los equinos a las
necesidades como bestias de carga y a las condiciones ambientales”.
Tucumán y Santiago del Estero le proporcionan ropas de algodón. De las
minas de "La Carolina (San Luis) le llega oro en grandes cantidades para su
acuñación, la que debía efectuarse en Potosí porque las autoridades
coloniales privilegiaban el control de las actividades económicas por encima
del desarrollo regional.

El alejamiento de las costas actuó como una forma de proteccionismo de


hecho, estimulando una economía autosuficiente, al tiempo que la demanda
del Potosí alentó la producción para el consumo. Sin embargo, esta compleja
gama de actividades se desarrolló ocupando una fracción muy reducida del
territorio colonial. El país tiene la forma de un larguísimo camino que une
Buenos Aires con Lima y Potosí, según el actual trazado de la ruta 9, con
algunos desvíos laterales que llevan a San Juan, a Mendoza, a Corrientes, a
Paraguay. Pero la mayor parte del territorio, o es tierra de indios, o es el
desierto.

LA PAMPA HÚMEDA. UN DESIERTO INHÓSPITO

Los conquistadores encontraron desierta la pampa y no hicieron nada por


poblarla ni por explotar sus recursos naturales. Veamos las razones de esta
conducta y las causas de este despoblamiento.
Llamamos región pampeana a una amplísima estepa herbácea de unos 52
millones de hectáreas, de temperaturas benignas, lluvias repartidas en
forma relativamente regular a lo largo del año y suelos profundos con alto
contenido de materia orgánica.

En tiempos prehistóricos, esta pampa estuvo habitada por grandes


animales, cuyos esqueletos petrificados descubrió Ameghino cerca de la
costa, en las proximidades de Mar del Plata. ¿Qué hacían allí? Una hipótesis
razonable es que muchos de esos animales no fueran oriundos de la pampa,
sino que viniesen en grandes migraciones, provocadas por cambios
ecológicos ocurridos en sus lugares de origen. Es probable que, “huyendo de
las condiciones en extremo desfavorables del interior, grandes cantidades de
mamíferos llegasen a morir entre los médanos de la costa, atraídos por la
ilusión de un precario refugio”.

Estos animales eran: el megaterio, un herbívoro del tamaño de un


hipopótamo; el tozolón, también enorme, o el gliptodonte, un peludo de
dimensiones de pesadilla. Tan grande era el gliptodonte, que los primeros
naturalistas de nuestro país afirmaron que los hombres primitivos utilizan su
caparazón como vivienda, afirmación que no está demostrada.

Estos animales pastaban en una amplia llanura cubierta de pajonales de


gran altura. Esa llanura tenía pocos árboles, y en verdad no se sabe si eran
pocos o poquísimos, como tuvo después, pero hay quien sostiene que los
tuvo en alguna cantidad, y que después los fue perdiendo.

Los animales que hemos nombrado tenían un depredador natural, un


mamífero más pequeño que ellos, pero con buena especialización para la
caza: el hombre. En 1915 se encontró un toxodón fósil con una punía de
piedra clavada en un hueso, señal de que alguien intentó cazarlo y el animal
escapó herido. Pero la incidencia humana en su extinción no parece deberse
a la caza, sino a la mayor frecuencia de incendios, ocasionados por los
primeros grupos humanos. Es significativo que hayan sobrevivido sólo los
animales adaptados a convivir con cierta frecuencia de incendios. Esto
significa que las actividades humanas podrían haber tenido una incidencia
ambiental de envergadura, aun en épocas prehistóricas. Ello provocó
alteraciones en la ecología de las pampas. La más importante fue su
despoblamiento.

Los hombres eran cazadores y debían desplazarse hacia donde


encontraran su alimento. Con la desaparición de los grandes mamíferos
prehistóricos disminuyeron enormemente las posibilidades de caza en la
región, los hombres debieron emigrar y la pampa se transformó en un
desierto.

Los hombres se fueron a los bordes de la pampa, siguiendo a los


guanacos, hasta lugares como las sienas de Tandil y de la Ventana. El
guanaco era la base de la dieta del hombre prehispánico. También su cuero
proporcionaba vestimenta y era insustituible en la confección de los "toldos”
que usaban como habitación.

Es decir, que la distribución de los hombres en el espacio estuvo


determinada por la de los guanacos. "Estos animales —dice Guillermo
Madrazo— prefieren, como es sabido, territorios ventilados y frescos, lo que
estaría en relación con su extrema sensibilidad hacia las picaduras de los
insectos. Y estos últimos —la ‘sabandija’ a que aluden los antiguos viajeros
(jejenes, mosquito, tábanos) eran abundantísimos en la pampa deprimida
virgen. Existen referencias de que la ‘sabandija' era tan agresiva en los sitios
bajos que en ocasiones los propios caballos sedientos debían refugiarse en lo
alto de los médanos donde corría la brisa, sin poder acercarse a la orilla de
las lagunas.”“1

Con los guanacos en la región serrana y en la Patagonia, en una tierra sin


árboles y sin cuevas, con pocos cursos de agua y con bastantes lagunas
saladas, la pampa estaba lejos de parecerse a un paraíso. Recién se pobló
con la expansión de la hacienda cimarrona, multiplicada a partir de las pocas
cabezas que trajeron los españoles.

El sentimiento de lo infinito

Pampa es un término indígena que significa llanura. Para Humboldt su


aspecto “llena el alma del sentimiento de lo infinito".*2 Su vegetación
natural son las gramíneas. Dos siglos atrás se trataba de altos pajonales,
interrumpidos de cuando en cuando por un ombú o un pequeño monte de
chañar. La ausencia de árboles se explica por la densidad del pajonal, que
sombreaba las semillas y las plantas jóvenes e impedía su desarrollo.

Un viajero asombrado afirma en 1691 que "de Buenos Aires a Córdoba se


extiende una llanura de más de 200 leguas, en la que no se ve un solo
árbol”.

Si, a pesar de todo, algún árbol conseguía crecer, era difícil que durase
mucho; en zona de frecuentes tormentas eléctricas y de abundancia de
pastos secos, los incendios de campos fueron muy frecuentes. Es probable
que esos incendios hayan terminado con cualquier árbol que se aventurara
en el interior de la pampa, a excepción precisamente del ombú, cuyo
carácter prácticamente incombustible lo mantenía a cubierto, y del chañar,
cuya brotación por las raíces se activa por el fuego.

A pesar de todo, había árboles, pero no en plena llanura, sino en las


márgenes de los ríos y arroyos. Sauces, ceibos, sarandíes, acacias negras
formaban un espeso bosque de ribera que en los arroyos menores se unía
por encima para crear un bosque en galería con un microclima mucho más
húmedo, bajo el cual vivían abundantes aves acuáticas, como las garzas;
peces como el dorado; reptiles como la tortuga de agua, o mamíferos como
la nutria o coipo.
Con las inundaciones, en el Delta y ríos mayores se les agregaban
jaguares que venían flotando en grandes balsas de camalotes por el Paraná
y el Uruguay, y que se refugiaban entre los árboles de la orilla. Desde las
primeras épocas de la conquista, su abundancia los hizo peligrosos y
siguieron siéndolo hasta bien entrado el siglo XIX; Darwin no pudo estudiar
el Delta y volvió prontamente a su barco, asustado por huellas frescas y
rugidos. Por algo el Tigre se llama así.

Fuera de los arroyos, el paisaje era monótono. A mediados del siglo XIX,
describe Martín de Mousse: "Sobre esta enorme superficie, tan llana, tan
igual, los menores pliegues del terreno cobran proporciones extraordinarias
para la vista; el espejismo, tan frecuente en verano, hace que las matas de
hierba parezcan palmeras y siembra lagos e islas imaginarias en este mar de
pasto”.

Pero si bien la vegetación y la topografía eran monótonas, la fauna parece


haber sido lo suficientemente abundante como para despertar el interés del
viajero: “Numerosas tropillas de vacas —dice De Mousse— y de caballos
recorren la pampa; el corzo, el avestruz vagan por allí, saltan en libertad; el
jaguar o tigre americano, el lobo rojo (aguará) se multiplican en los juncos
que bordean las lagunas para sorprender a sus presas; la iguana se desliza
entre las matas alcas, y la vizcacha, la marmota del Plata, cava sus refugios
y vigila la entrada de los mismos, lanzando gritos roncos, la pequeña
lechuza gris del desierto”.

Los nichos ecológicos

Volvemos atrás para formularnos una pregunta: ¿por qué se reprodujeron


las vacas y los caballos de los españoles a la velocidad que lo hicieron? O,
desde otro punco de vista: ¿por qué no se extinguieron? Recordemos que un
principio ecológico bastante comprobado es que hace falta una cierta
dimensión mínima para que una población animal subsista en estado
salvaje. Si hay muy pocos ejemplares, los accidentes, las enfermedades
genéticas agravadas por los cruzamientos consanguíneos y una serie de
factores. Concurrentes terminarán haciéndolos desaparecer.

El número mínimo de ejemplares que tienen que existir para que esa
población sobreviva depende de la especie y del hábitat del que se trate.
Cuanto más hostil el hábitat, serán necesarios más ejemplares para
sobrevivir; si es más acogedor, bastará con unos pocos.

En este caso, el hábitat resultó especialmente acogedor porque la pampa


había perdido los representantes de un nicho ecológico: el de los grandes
herbívoros.

Recordemos que nicho ecológico es la función que ocupa el conjunto de


individuos de una especie dentro de un ecosistema, especialmente el lugar
que ocupan en las cadenas alimentarias. En otras palabras, qué come ese
animal, quién lo come, quién lo parasita, qué plantas abona con sus
deyecciones, qué semillas necesitan pasar por su tracto digestivo para
después germinar, etc. En definitiva, qué roles, qué tipo de relaciones tiene
ese animal con el conjunto de seres vivos y el medio físico de su ecosistema.

Cuando aparece una especie nueva en un ecosistema y esa especie


encuentra su propio nicho ecológico ocupado por otra, lo más probable es
que se produzca una competencia que, en casos extremos, lleva a la
desaparición de una de las dos. Por ejemplo, la introducción del ciervo
colorado europeo en los bosques patagónicos fue un factor muy importante
en el retroceso de las poblaciones de huemules, porque ambos competían
por los mismos pastizales. El resultado: el ciervo colorado, más grande y de
cuernos mayores que el huemul, fue desplazándolo y condenándolo al
hambre.

Por el contrario, las vacas y los caballos que trajeron los españoles se
encontraron con una llanura que no tenía grandes herbívoros, o por lo
menos, que no tenía herbívoros tan grandes como ellos. Se les presentaba
como un enorme espacio vacío.

Cuando hablamos de la multiplicación del ganado cimarrón, nos resulta


difícil imaginar la magnitud real que tuvo este fenómeno. Por eso queremos
contar que en julio de 1800 los hacendados de la ciudad de Santa Fe
resolvieron emprender una gran matanza de la yeguada cimarrona, “porque
no sólo destruían las sementeras, sino también arrastraban consigo las crías
mansas y las muías cuando bajaban a abrevar al Salado".86

Por su parte, el jesuita Falkner cuenta que los caballos cimarrones “andan
de un lugar a otro contra el viento, y en un viaje que hice al interior el año
1744, hallándome en estas llanuras durante tres semanas, era su número
tan excesivo que durante quince días me rodearon por completo. Algunas
veces pasaron por donde yo estaba en grandes tropillas a todo escape,
durante dos o tres horas sin corearse; y durante codo este tiempo, a duras
penas pudimos yo y los cuatro indios que entonces me acompañaban
libramos de que nos atropellasen e hiciesen mil pedazos”.87

Al ocuparse este nicho ecológico, se observa que había otro nicho


escasamente ocupado, que es el de los carnívoros capaces de comerse a
estos grandes herbívoros, ya sea estando vivos —mediante su caza—, ya
sea después de muertos. Escaseaban los animales cazadores y animales
comedores de carroña, que además pudieran adaptarse a la vida en llanuras
abiertas, lo que parece no ocurrió con el jaguar.

Detrás de las vacas y los caballos llegaron sus depredadores, los perros
cimarrones, que formaron grandes jaurías. Se multiplicaron a punto cal que
debieron organizarse expediciones militares para combatirlos. En 1775 se
pide a los hacendados que, con sus peones y caballos y las armas
necesarias, efectúen “correrías y matanzas de perros”.88
Una investigación hecha por el Cabildo concluyó que los perros cimarrones
se comían las dos terceras partes de los terneros que nacían cada año, lo
9
que da una idea de la envergadura del problema. Al respecto, vale la pena
transcribir el testimonio de un viajero: "Se han multiplicado tan bien de
modo que cubren todas las campañas circunvecinas y viven en cuevas
subterráneas que trabajan ellos mismos, y cuya embocadura parece un
cementerio por la cantidad de huesos que la rodean.

Y quiera el cielo que, faltándoles la cantidad de carne que encuentran


ahora en los campos [e] irritados por el hambre, no acaben por asaltar a los
hombres. El gobernador de Buenos Aires comenzó a enviar soldados para
destruirlos; una tropa armada de mosquetería hizo grandísimos estragos,
pero, al volver a la ciudad, los muchachos, que son aquí impertinentísimos,
empezaron a perseguirlos haciéndoles burla y llamándolos mata-perros, de
lo que se avergonzaron tanto, que no han querido volver más”.

Una vez muertos vacas y caballos, las aves de presa se ocupan de lo que
hayan dejado los perros. Alcides D’Orbigny advierte que el número de
buitres tiene que haber crecido enormemente con la introducción del
ganado.91 Ocurrieron cambios similares con las poblaciones de
microorganismos. La mayor concentración de ganados no sólo facilitó la
reproducción de sus enemigos visibles sino también la de sus enemigos
microscópicos; se multiplicaron las epizootias, que ocasionaron gran
mortandad. Los testimonios sobre la cantidad de ganado cimarrón son lo
suficientemente contradictorios como para que podamos pensar que sus
poblaciones sufrían cambios muy acentuados. Más adelante, Mariano Moreno
constatará en una escancia de Gualeguaychú que “este tiempo ha estado
sujeto a epidemias, que según la exposición del capataz Leiva, llegó el caso
de no encontrar una res que carnear para el alimento”. '

La expansión del ganado cimarrón posibilitó una actividad ganadera


basada en la caza. Se la llamó “vaquerías" y consistió en la caza de ganado
cimarrón para abastecer de carne a las ciudades y para la exportación de
cueros, sebos y carne salada. A lo largo del siglo XVIII se acentúan los
testimonios que reflejan cambios importantes en las poblaciones de ganado
cimarrón, debido en parte a las alteraciones climáticas habituales de la
región y, en mayor medida, al exceso de caza efectuada por españoles e
indios. Las grandes sequías —que analizaremos en detalle más adelante—
hacían desaparecer los pastos, lo que hizo morir de hambre a importantes
cantidades de animales.

Con respecto a la actitud de los indios, en 1717, el Cabildo de Buenos


Aires decide tratar con los jefes indios “para velar de común acuerdo por la
preservación del ganado", y declaraba que el único medio era "nombrar por
guarda mayor de ellos a los indios gentiles pampas nombrados Maripalquan
y Jatil".'^ Estos acuerdos no fueron muy duraderos, pues pronto volvieron
los indios a la más lucrativa actividad del cuatrerismo.

Los tiempos ecológicos no coinciden con los tiempos económicos: la


demanda de cueros creció más rápidamente que la capacidad de
reproducción del ganado cimarrón, lo que afectó la existencia misma del
recurso. Estos desequilibrios comenzaron a hacerse visibles a partir del
Tratado de Utrecht (1715), que otorgaba a Gran Bretaña facilidades para la
importación de esclavos y daba recíprocamente a los vecinos de Buenos
Aires autorización para comerciar con Brasil. Así se multiplicaron las
posibilidades de exportación de cueros, sebos y carne salada. El aumento de
las vaquerías empujó el ganado hacia el sur, y las estancias rebasaron la
línea de fronteras en su busca. Este aumento de las oportunidades
económicas se utilizó para concentrar la riqueza: desde el primer momento,
las autorizaciones para vaquear estuvieron en manos de un número
restringido de vecinos y la ocupación efectiva de la tierra (300.000
hectáreas) otorgada en propiedad también estuvo concentrada en pocas
manos.

En la zona que abarca actualmente Uruguay, norte de Buenos Aires, sur


de Santa Fe y Entre Ríos, “se realizaba una matanza anual estimada en
600.000 cabezas, para el consumo, la industria saladeril y la extracción de
cueros”.

Se vaqueaba especialmente en primavera, lo que, al coincidir con la época


de las pariciones, aumentaba innecesariamente la mortandad del ganado.
Eran frecuentes prácticas depredatorias, como el sacrificio de vacas
preñadas (para hacer asados de nonatos) o de equinos para utilizar el cuero
de sus patas en la confección de botas de potro, desperdiciando el resto del
animal. En otras palabras, se manejó el recurso ganadero como si fuera
inagotable, a pesar de las repetidas advertencias de quienes afirmaban que
"los hijos del país contribuyen con su método desordenado a destruir el
ganado“.97

Las vaquerías se hicieron más frecuentes a partir del Reglamento de


Comercio Libre de 1778, que permitió la exportación masiva de cueros a
España, en una escala mucho mayor de lo que permitía el contrabando. En
ese año se exportaron 150.000 cueros. Al año siguiente, ya eran 800.000,
en canto que en 1783 se vendieron 1.400.000 cueros, en un clima de
preocupación por la subsistencia de esta riqueza.

Desde el punto de vista ecológico era el peor momento. Ya había habido


sequías de alguna importancia en 1748 y 1758, ante las cuales la única
respuesta fue ordenar rezos al patrono de la ciudad. Pero después aparecen
cuatro sequías muy seguidas, que impiden la producción de los paseos
necesarios para alimentar el ganado. En 1773, la falta de lluvias y la
langosta expusieron a la población a “perecer de necesidad" o a “sufrir una
próxima epidemia ocasionada por el hambre”. También fueron extremada-
mente secos los años 1777, 1779 y 1781, como surge de las actas del
Cabildo.

En ese momento, las poblaciones de ganado cimarrón se encontraban en


decrecimiento por el sobreuso del recurso en condiciones climáticas
adversas. Las autoridades coloniales intentaron ordenarlas vaquerías para
evitar la extinción del ganado y, al mismo tiempo, mantener el monopolio.
Porque las condiciones ecológicas que posibilitaron la reproducción de vacas
y caballos también hicieron posible la repoblación de la pampa. Hacia el fin
de la época colonial, los indios habían vuelto a ocupar la provincia de Buenos
Aires, convertidos en jinetes y en comedores de vacas y yeguas, y había
aparecido un grupo social intermedio: los mestizos, gauderios o gauchos.

“Las manos destructoras de los gauderios —decía el virrey Arredondo—


matan las reses que se les antoja, algunos para comer un pedazo de asado,
dejando inútil lo restante, y aun hasta el cuero; y los otros únicamente para
sacarles el cuero y venderlo a personas que. En consiguiendo su lucro, no
tienen escrúpulos en cuanto al modo de adquirirlo.”

En consecuencia, el mismo Arredondo estableció un cuidadoso sistema de


controles sobre los cueros recibidos en las barracas para su exportación,
previniendo así su comercio ilegal. Sin embargo, el cuatrerismo seguía a la
orden del día: lo practicaban los gauchos pobres para su sustento, lo
practicaban los indios, pero también los grandes propietarios, quienes con
mucha frecuencia se alzaban con el ganado de sus vecinos. Mariano Moreno
lamentaba que en estas fértiles campañas, que un tiempo atrás contaban
por millones el número de sus ganados, se hubieran reducido de tal manera
que apenas era “una débil imagen de la opulencia antigua”.100

Finalmente, los ganados cimarrones se fueron extinguiendo y quedaron


solamente los que se criaban a campo abierto, en grandes estancias. Para
tener una idea de la magnitud de la riqueza despilfarrada, podemos citar un
par de cifras de Félix de Azara. Este autor estima que hacia el año 1700
había en la Pampa Húmeda unos 48 millones de cabezas de ganado, es
decir, una cantidad próxima a la que existe actualmente. En 1800 sólo
quedaban 6 millones y medio de cabezas. Aun cuando estas estimaciones
puedan ser exageradas —en más y en menos, respectivamente—, no es por
eso menos significativa la intensidad de la depredación. Haría falta más de
un siglo para reconstruir los rodeos perdidos por un manejo irresponsable.101

LA SUBUTILIZACIÓN DEL SUELO AGRÍCOLA

Y SUS CONSECUENCIAS SOCIALES

Cada sociedad utiliza, abandona o degrada los recursos naturales de una


manera particular, lo que afecta, también de un modo particular y distintivo,
las condiciones de vida de la población. Una constante del manejo de
recursos durante la época colonial es la falta de aprovechamiento de la
aptitud agrícola de los suelos, debido a las condiciones de tenencia de la
tierra. En 1774 había en la ciudad de Buenos Aires 10.000 habitantes y sólo
33 agricultores. Había 186 propietarios de grandes extensiones, pero la
población de la campaña bonaerense era de 6.083 personas. La tierra había
sido distribuida en latifundios, a pesar de que las leyes de Indias establecían
que la tierra se entregase “sin exceso entre descubridores y pobladores
antiguos y sus descendientes y sean preferidos los más calificados”.102 Los
campos, desiertos, incultos, tenían precios muy bajos, ya que no contaban
con trabajo incorporado: en 1610 una legua en Lujan (es decir, 2.500
hectáreas a 60 kilómetros de Buenos Aires) valía lo mismo que un traje.

Hay otras tres razones que condicionan esta forma de manejo del recurso
suelo: la tradicional aversión al trabajo manual de los hidalgos castellanos,
únicos propietarios, la ausencia de mano de obra asalariada, y la falca de
tradición agrícola de los indígenas pampeanos.

Los inmigrantes encontrarán ocupadas las escasas tierras libres de indios


y no tendrán trabajo estable. Junto a las mejores tierras potencialmente
agrícolas del mundo, se vive “en la inseguridad continua del pan de cada
día". “El proletario —en el medio urbano— lleva una vida miserable, en
pobrísimos ranchos. Come los restos del matadero, la limosna de la casa
solariega. El trabajo es inútil: todos los oficios a su alcance están ocupados
por los siervos.”'03 A menudo roba para poder comprar una mujer a los in-
dios. Si el dinero no le alcanza, la comprarán entre varios. Las relaciones
familiares así formadas se llamaron aparcería.

A pesar de tanta miseria, la situación alimentaria no parece haber sido


sería, debido a la gran cantidad de carne vacuna disponible. Según un
viajero, en Buenos Aires, “a la oración se da muchas veces carne de balde,
como en los mataderos, porque todos los días se matan muchas reses, más
de las que necesita el pueblo, sólo por el interés del cuero”.'04

Aun en una sociedad tan rígidamente estructurada, las diferencias en el


uso de los recursos naturales generan diferencias en la calidad de vida: “Sus
casas (las de los horticultores de la ciudad de Buenos Aires) son más
aseadas y con más muebles, sus vestidos son algo mejores. Saben también
hacer sus guisados de carne y de sus vegetales, y comen también pan, que
son cosas poco comidas por los pastores”.1"5

La subutilización del suelo agrícola contrasta con otras experiencias


latinoamericanas. En México, las comunidades agrícolas precolombinas
proporcionan la base social para la continuación de la actividad agrícola
durante la colonia. En Brasil se da el fenómeno inverso al registrado en el
Río de la Plata: se sobre utiliza el sucio. En el Brasil colonial, “cuando una
tierra se agota, se va más al sur o más al oeste, dejando atrás un país
devastado, porque se es incapaz de devolver al suelo lo que se le quitó”.1

La abundancia de mano de obra esclava bloqueaba el desarrollo de


aquellas actividades que hubieran evolucionado mejor con personal
asalariado. Hacia 1600 un peón de campo ganaba 100 pesos de plata al año.
Por la misma suma se compraban los 15 o 20 años de trabajo que da un
negro esclavo. Ello impidió el desarrollo de actividades industriales y
artesanales más especializadas, las que, por otra parte, fueron
permanentemente saboteadas por las autoridades coloniales.

El desinterés por la agricultura se refleja en un informe entregado al


Cabildo en 1790, en el que se enumeran las causas de la decadencia de la
ganadería. Entre otras, la atribuyen al "abuso” de sembrarse trigo, maíz y
otras especies en las mismas estancias, “de que proviene que por custodiar
las mieses se perdiguen y ahuyentan los ganados”.07

Félix de Azara explica las razones económicas de este abandono de la


agricultura. “Una estancia de diez mil cabezas de ganado vacuno —dice—
procrea en el Río de la Plata 3 mil anuales, y bastan para su cuidado un
capataz y die2 peones.” Esos once hombres producen, cuidando vacas, una
renta de 5.250 pesos anuales. Si se los ocupara en sembrar trigo darían una
ganancia de 1.53S pesos, es decir, tres veces y media menor. Aclara que
para este cálculo “no se tiene en cuenta la mayor extensión de tierra que
necesitan los ganados, porque sobran y están baldías”. De este modo, la
ganadería latifundista predominó en el espacio económico del Río de la Plata,
si bien el 62 por ciento de las exportaciones fue el metal del Potosí.

Las conclusiones políticas que saca Azara son extremadamente


interesantes. En los casi dos siglos siguientes, aparecerán muchas veces
quienes intenten llevarlas a la práctica. Refiriéndose al país, dice Azara:
“¿Qué otra industria le puede dar lo que el pastoreo, que casi no necesita
aprendizaje, instrucción ni talento? No quiero decir con esto que se
proscriban todas las artes y oficios, sino que se abandonen a sí mismas para
que se reduzcan a lo necesario". Recomienda también “proteger y fomentar
el pastoreo, sacando con esta mira la gente que se pueda de las ciudades
populosas, donde es más perjudicial que útil, y no hace más que subsistir a
costa de la gente del campo".

Esta economía pastoril mantiene a la población rural en la miseria. Los


ranchos se construyen con barro extraído del río y se los arma con cañas y
arbustos. Disponían de una entrada, pero no de puertas ni ventanas. En
ocho o diez metros cuadrados, durmiendo sobre el piso de tierra, se
hacinaban diez o quince personas, a menudo con perros y gallinas, potrillos
y terneros.

Pero hubo excepciones en este universo pastoril: evidencias recientes,


surgidas de cuidadosos análisis de contabilidades de estancias de la época,
indican que durante el último tramo del período colonial la agricultura llegó a
tener cierto desarrollo, coexistiendo con la ganadería que comenzaba de a
poco a organizarse más sistemáticamente.

Tanto en la Banda Oriental como en una franja de unos 100 kilómetros de


ancho a lo largo del Paraná y del río de la Plata en territorio bonaerense, se
establecieron en la periferia de las estancias numerosos campesinos sin
tierra propia. Estaban en pequeñas parcelas dedicadas principalmente al
cultivo de trigo y complementariamente del maíz, la cebada y la horticultura.
Contabilizando los registros de diezmos (impuestos equivalentes a la décima
parte de la producción agraria destinados al mantenimiento de la Iglesia) se
calculó que la producción cerealera de la región pudo haber llegado a unas
100.000fanegas (en el orden de las 4-5.000 toneladas), destinadas tanto al
autoconsumo como a la venta a las poblaciones.

Los registros laborales de estancias y chacras muestran tendencias


inversas: durante la cosecha del trigo las estancias se despueblan de
peones, que aparecen con máximos en las chacras y viceversa el resto del
año. Esto nos permite postular que la cesión de pequeñas parcelas alrededor
de las estancias para una producción de autoconsumo pudo haber sido la
forma que hallaron los estancieros para retener la mano de obra temporaria
en los alrededores y disponer de ella en los picos de actividad ganadera,
exceptuando los meses de verano. En el trabajo antes mencionado se
describe cómo los servicios de agricultores en las estancias ganaderas, de-
jando los sembradíos a cargo de sus familias, eran actividades usuales que
les permitían aprovechar a pleno la mano de obra familiar y obtener ingresos
adicionales fuera de su pequeño campo. Esta estructura agraria significaría
que la agricultura pampeana temprana tuvo, como la de un siglo más tarde,
un carácter subsidiario de la ganadería.

Pudo haber originado, sin embargo, conflictos por el uso del espacio rural,
en tanto necesariamente debe de haber existido alguna delimitación natural
o artificial de campos de pastoreo para proteger los cultivos. Incluso el
espacio ganadero debió de sufrir diferenciaciones, ya que el vacuno se
concentró en estancias, y el equino, mular, lanar y avícola, en los campos de
labranza.

En las pequeñas aglomeraciones ganaderas las condiciones de vida no


eran buenas. A fines del 1700 se establecieron saladeros en la costa del
Paraná, donde hoy se encuentran San Nicolás, Ramallo y San Pedro. “En
todos estos saladeros se habían formado pequeñas poblaciones que vivían
hacinadas. Mujeres con numerosas criaturas se habían establecido en
pequeñas viviendas de los alrededores, pero era tal el egoísmo de los
hacendados, que muchas de esas pobres gentes ayudaban en las faenas, sin
otro beneficio que las achuras y partes sin valor de las reses.’'":”

Las condiciones ambientales eran tan malas como las sociales.


Probablemente por la contaminación originada por los nuevos saladeros, en
1778 se declaró una epidemia de cólera, que se extendió hasta el año
siguiente. Fueron afectados San Nicolás, San Pedro. Baradero, Arrecifes,
Pergamino y San Antonio de Areco. Las primeras víctimas fueron los pobres
que vivían en las afueras de los pueblos, cerca del río, pero pronto afectó a
toda la población.

Se pidieron médicos a Buenos Aires y el Cabildo los envió, pero en vista


de su inutilidad se ocupó de mandar capellanes para que, al menos, salvaran
las almas. A principios de 1779, los pueblos afectados ofrecían un aspecto de
ruina, abandono y desolación. Las autoridades coloniales prefirieron
desconocer las causas ambientales de esta epidemia ya que, de lo contrario,
hubieran debido exigir alguna desinfección para las aguas residuales de los
saladeros. A fin de evitar esto, el comandante militar de Pergamino explicó
que ‘‘muchas muertes tuvieron lugar por no tener los enfermos fe en la
medicina”.

Con estas precauciones, no sorprende enterarse de la repetición del cólera


morbus en la misma zona en 1796.

UN PAÍS SIN ÁRBOLES

Hemos visto que la región pampeana en una llanura completamente


desprovista de árboles. Pero para levantar una ciudad hace falta madera.
Para hacerla funcionar, para transportar sus productos, para cobijar,
alimentar y calentar a la población, fue necesario arrasar con codos los
árboles existentes en varias leguas a la redonda. Fueron inútiles las
previsiones efectuadas ya en 1590 por el Cabildo para ^vitar que
desaparecieran los pocos “algarrobos” que había “en el ejido de esta ciudad,
hacia el Riachuelo de los Navíos. Lo mismo ocurrió con la prohibición de
cortarlos sauces de la costa del Riachuelo, emitida por el mismo Cabildo y
rápidamente olvidada.

La escasez de leña dio origen a la civilización del cuero. Los muebles, las
puertas de las casas y a veces sus techos, las cercas de los jardines y hasta
las llantas de las carretas se hicieron de cuero.112
“La leña es muy cara —dice un viajero—. No se encuentran en los
alrededores más que algunas, apenas propias para quemar. Todo lo que es
necesario para la armazón de las casas, la construcción y reparación de las
embarcaciones que navegan por el río, viene del Paraguay en balsas.”11* Por
la permanente escasez de madera se quemaban pajas y cardos, huesos y
bosta de animales. Muchas veces se mataban ganados cimarrones para
hacer fuego con sus huesos y su grasa.114

Existían algunas reglamentaciones para el uso del recurso forestal. Pero


para entender sus implicancias, tenemos antes que hablar un poco de la
forma en que aparecen los intereses públicos en la legislación colonial. Las
viejas leyes de Castilla y las posteriores de Indias tuvieron su sustento en el
orden feudal, en el cual la propiedad privada de los bienes era sólo una de
varias formas de apropiación. En ese orden feudal, la importancia de los
bienes de uso colectivo era mucho mayor que en la actualidad, y, por ende,
también lo era la defensa jurídica de esos bienes.

Para las Partidas de Alfonso el Sabio existen los bienes que son comunes a
hombres y animales; los bienes comunes a hombres solamente; los que
pertenecen al común de algún pueblo; los que pertenecen a un hombre solo
y los que no pertenecen a ninguno.

Otra ley expresa que “son comunes a toda criatura el aire, el agua de la
lluvia, de la mar y su ribera”. Este carácter común del aire y del agua
significa que necesariamente cualquier persona es parte interesada en
cualquier litigio que afecte a estos recursos naturales. Del misino modo, “los
ríos, puertos y caminos públicos son comunes aun a los que son de tierra
extraña”."7 Un comentarista aclara que el agua salada es propiedad de todos
los hombres, en tanto que el agua dulce es propiedad del rey, quien la
entrega al común de alguna villa. En ese caso, las aguas “dejan de ser reales
y pasan a ser públicas”.
Pero los bienes públicos eran más numerosos, y los montes o bosques
estaban incluidos entre ellos: “Fuentes, plazas, ferias, mercados, casas de
Cabildo, ejidos, montes, dehesas y todas las semejantes de cada pueblo, son
comunes al morador de él, pobre o rico, mas no lo son para los forasteros
sin licencia de éstos”.

Estas leyes no fueron un resabio arcaico: se aplicaron efectivamente y el


aumento de los bienes públicos fue una política explícita de los reyes de
España, en especial en lo que hace ni uso colectivo de los recursos
naturales:

* En 1518, Carlos V manda: “Pongan en las riberas sauces, álamos o


árboles, de que los vecinos se aprovechen en leña, madera y frutos”.

* En 1533 insiste: “Hagan que los montes, pastos y aguas de los lugares y
montes contenidos en las mercedes hechas sean comunes a los españoles e
indios”.121

61

* En 1541 dice “que los paseos, montes y aguas sean comunes en las
nuestras Indias". “

A partir de aquí, son innumerables los ejemplos en los cuales los reyes
reiteran que son de uso común los recursos agua y suelo; este último para
extracción de leña y también para el pastoreo del ganado. La mecánica de
defensa de estos intereses en la siguiente: como se trataba de bienes de uso
público, los vecinos denunciaban ante el Cabildo cualquier impedimento que
tuviesen para el uso de esos bienes. La escasez del recurso forestal en la
región pampeana hacía especialmente importantes estos mecanismos de
defensa de quienes debían utilizarlo. Por ejemplo, un vecino denuncia a un
alférez por haberle impedido cortar madera y cañas en el pago de
Magdalena, siendo los montes de uso común. El Cabildo falla a su favor y
ordena se le haga justicia. Del mismo modo, en 1695, los vecinos de Buenos
Aires piden al Cabildo que logre la derogación de un impuesto que el
gobernador había colocado a la extracción de madera de los montes
naturales, insistiendo los demandantes en su carácter común. El Cabildo
envía el reclamo a España y es aceptado.1

Estas normas suponían una licencia previa para la explotación forestal, la


que se otorgaba teniendo en cuenta el riesgo de agotamiento del recurso.
Sin embargo, las leyes de protección de los recursos naturales suelen ser
fácilmente violables. Se plantaron durazneros en el Delta del Paraná,
aprovechando las condiciones ecológicas del área, que facilitan su
reproducción natural. Estos durazneros servían para provisión de fruta y
leña, por lo cual no debían ser talados sino podados periódicamente. Este
cuidado se tenía también con los durazneros silvestres, o, al menos, eso era
lo que estaba reglamentado. Aparecieron continuas quejas por el no
cumplimiento de esas normas, ya que los vecinos, negligentes o
desesperados, arrasaban con todo árbol que tuviesen delante. En algunas
ocasiones, cortaron untos durazneros que dejaron a Buenos Aires sin frutas.
En 1778 el Cabildo recibe una queja por la presencia de botes y canoas en el
Paraná “para cortar no solamente la rama de los árboles de duraznos, sino
los troncos, por cuya razón se halla en el día esta ciudad careciendo de
aquella fruta”.

La falta de leña provocaba maniobras especulativas con el carbón», según


puede deducirse de un oficio del virrey “sobre precaver la escasez,
monopolio y excesos que se notan en la venta del carbón”.

Tal situación continúa en los primeros años de vida independiente, en los


que se administra el recurso forestal con los mismos criterios de asignar
prioridad a] interés público. Así, en 1812, el gobierno ordena levantar una
fábrica de carbón que existía en Chascomús, por “el inconveniente que
sobrevendría de privar a los dueños, y aun a los vecinos de Chascomús, del
auxilio de la leña y maderas para corrales, porque siendo aquellos montes
de poca consideración, luego concluirían con ellos los carboneros”. Por ello,
los envían a las islas del Tordillo, cuyos montes "no sufrirán mengua por su
mucha extensión”.1* Para proteger esta explotación fue necesario fundar el
primer pueblo bonaerense situado al sur del Salado, la actual ciudad de
Dolores.127

En distintas partes del territorio colonial aparecen conflictos por el uso del
recurso forestal. Por ejemplo, San Luis actúa como área proveedora de
maderas para la fabricación de carretas, barriles, muebles, etc., en Mendoza
y San Juan. El crecimiento económico de estas últimas (a partir de sus
vínculos con Chile y con el Potosí) provocó tal demanda de madera que
afectó la continuidad de los bosques puntanos. En consecuencia, en 1627 se
dispuso que no se talaran árboles sin autorización del Cabildo local, lo que
originó inmediatas protestas de artesanos y comerciantes mendocinos y
sanjuaninos.1*8 Testimonios posteriores indican que la prohibición no fue
efectiva.

De todos modos, fueron pocos los que se preocuparon por la conservación


de los montes naturales. Uno de ellos fue Belgrano, quien obtuvo un decreto
del virrey que prohibía la tala del curupay, que amenazaba con extinguir los
monees de este árbol rico en tanino. El decreto establecía que sólo podía
arrancarse la corteza de los Árboles en pie, aunque no existía —ni podía
existir— ningún mecanismo eficaz de contralor.

Si ésa era la situación de los bosques naturales, puede imaginares la de


los implantados. En 1802, el Semanario de Agricultura exalta el patriotismo
de un hombre que había tenido la insólita idea de plantar en su estancia de
Magdalena un monte de dos cuadras cuadradas de diversas especies de
árboles.13" Si dos cuadras de árboles justificaban un articulo elogioso, era
porque no había nadie que plantase ni un solo arbolito.

En la región pampeana, la deforestación de las márgenes de los ríos y


arroyos provocó fenómenos de erosión. Estos fueron muy visibles en el caso
del Riachuelo, cuyo puerco natural había sido la verdadera razón de la
localización de Buenos Aires en el sitio en que fue fundada. Al principio, los
barcos entraban bastante bien al Riachuelo, pero más tarde tuvieron que
quedarse esperando que subiera la marea para poder ingresar. Ya en 1703
advierten que la entrada al Riachuelo es difícil, "por los bancos que tiene en
su canal en que cada día varan los botes siempre que el río baja”.'51 Pasaron
unos años y el Riachuelo se fue taponando a sí mismo. Los sedimentos que
arrastraba fueron elevando el nivel del fondo en la desembocadura,
aumentando así las dificultades de ingreso al puerco. A fines del siglo XVIII,
los barcos tenían que entrar “a la sirga”, es decir, arrastrados por caballos o
bueyes desde la orilla, ya que no tenían agua para seguir navegando.

Ésta es la razón por la cual los invasores ingleses no desembarcaron


directamente en el puerto del Riachuelo, cuyos pobres cañones no hubieran
podido detener a la flota enemiga. Simplemente, porque no tenían agua
para entrar.

Los sedimentos cambien se encargaron de cegar el canal que usaban los


barcos para entrar en el Riachuelo, hasta que se descubrió que éste tenía un
segundo canal natural, oculto y medio obstruido por bancos de arena y
juncos, pero perfectamente aprovechable en sustitución del anterior, ya
inutilizado.

Existen dos elementos que quizás hayan influido bastante en la rápida


colmatación de la boca del Riachuelo. Los señalamos aquí porque son los
mismos que encontrará Ameghino, un siglo más carde, como causas de la
degradación de los suelos en la provincia de Buenos Aires. En cien años se
repetirán en gran escala.
El primer elemento es la deforestación de las márgenes del Riachuelo. Los
árboles servían, entre otras cosas, para fijar el suelo con sus raíces.
Eliminados los sauces y ceibos, al retirarse cada sudestada se llevaba el
suelo de la orilla. Como la zona de inundación era muy extensa y la fuerza
de las tormentas mucho mayor que la de hoy (recuérdese que ahora hay
edificios que paran el viento), el resultado es que las aguas desbordadas
tenían mucho para arrastrar.

A ello se agrega un segundo elemento, que es la utilización del Riachuelo


como aguada para el ganado. Las pezuñas de los animales removían un
suelo sin protección y lo pulverizaban, lo que hacía más fácil su arrastre por
las lluvias.

Todo esto aumentó la cantidad de tierra que el Riachuelo llevaba en


suspensión. Si hubiera desembocado con mucha fuerza en el río de la Plata,
quizás esa tierra se hubiera ido un poco más lejos. Pero como el Riachuelo
tiene muy poca pendiente en su desembocadura —y en esa época
desembocaba en una forma mucho más abierta que ahora—, sus aguas
llegan al Plata con mucha lentitud. Aquí Las afectan las mareas del río de la
Plata y los vientos, que muchas veces las hacen volver atrás. Este
movimiento de ida y vuelca favorece la decantación de la tierra en
suspensión, que cae en el fondo y allí se queda, taponando la entrada del
Riachuelo e inutilizándolo como puerto.

Esta compleja cadena de efectos ecológicos no fue comprendida en la


época, por lo cual nadie planteó con claridad que una manera de conservar
al Riachuelo como puerto era reforestar sus márgenes.

Sin embargo, se alzaron algunas voces solitarias en defensa de la


conservación de los bosques y la necesidad de forestación. Los argumentos
utilizados se vinculan, principalmente, con la herencia que se dejará a las
generaciones futuras. Así, Belgrano afirma que "hacer plantíos es sembrar la
abundancia por todas partes y dejar una herencia pingüe a la posteridad*’.

En otro artículo plantea el principio de que la política ambiental debe


imponer restricciones que pasen aun por encima del derecho de propiedad.
Esta es una cuestión que veremos repetirse cuando el país sea atacado por
las mangas de langosta. “Causa el mayor sentimiento —dice Belgrano— ver
cantos árboles muertos, a cuya existencia hacía siglos que concurría la
naturaleza: se presiente ya lo detestables que seremos a la generación
venidera, si no se ponen los remedios activos para que los mismos
propietarios no abusen de los derechos pensando sólo en aprovecharse del
producto presente.”

Similar fue la posición de Hipólito Vieytes, quien afirmó que “cuidaron muy
poco nuestros abuelos que a su posteridad quedase el grande beneficio que
pudo haberle proporcionado el plantío de árboles en la campaña".111 En otro
artículo dice: “Bárbaros, dirán (nuestros hijos), que han desnudado la tierra
después de haber vegetado en ella inútilmente, de las plantas más preciosas
que la naturaleza bienhechora había hecho producir, envidiosos de que os
sobreviviesen estos soberbios vegetales, no quiso vuestra mano
exterminados dejar en pie una sola planta que arguyese vuestra desidia e
ignorancia".1,5

LA FAUNA INAGOTABLE

Todos los testimonios de los primeros cronistas y viajeros coinciden en


describir la abundancia de la fauna. Acostumbrados a zonas europeas,
densamente pobladas desde hacía siglos y que habían exterminado a los
animales salvajes hacía mucho tiempo, les asombró verlos en cal cantidad.
No sabían —y no llegaron a enterarse— que esas grandes poblaciones de
animales eran el resultado de un delicado equilibrio al cual contribuyeron las
tribus indígenas que, siendo cazadoras, efectuaron un cuidadoso manejo de
sus presas para evitar su extinción.
Pero veamos cómo cuentan viajeros y cronistas lo que ven. De Santa Fe
dicen: “Hay mucha caza en ella, de venado y avestruces y perdices y
codornices”.116 En la desembocadura del río Carcarañá había “muchas
maneras de caza, como venados y lobos y raposas y avestruces y tigres”.

Los indios de estas regiones “se sostienen en montería de venados y de


avestruces y de otros animales”. También hay “otros animales que quieren
parecer conejos”. Hay “puercos de agua”, que se cazaban con redes para
comer su carne; faisanes “naturales y pintados”, “patos de agua negros, del
tamaño o poco menos que los de España, y son muy buenos para comer".140
Los conquistadores se encontraron con “infinitos avestruces”.141 En las islas
del Paraná “había tantas garzas que pudiéramos henchir los navíos que
llevábamos con ellas”.

Al ver la cantidad de peces del Paraná, un cronista dice que “hay tanto en
el río y péscanlo que es cosa no creedera”.143 Los indios pescaban con redes
y en los bañados con flechas. Los cronistas elogian este pescado como el
mejor del mundo. “Es Carito el pescado de río, que echando la cuerda o red,
salía llena, y que comió y pescó muchos siluros mayores y mejores que los
de acá, salmonetes y otros pescados en abundancia.”1-14 Por donde vayan
encuentran la misma abundancia. De la laguna Mar Chiquita (en la provincia
de Dueños Aires) dice un misionero: “Este mar chico, como lo llaman los
indios, tiene mucha variedad de peces grandes y pequeños”.145

Lo mismo ven en sitios tan alejados como las islas Malvinas. Los primeros
exploradores se encuentran con este panorama: “La abundancia de lobos,
leones y elefantes marinos era notable e inmensas colonias de pingüinos y
otras aves marinas poblaban las coscas. Los gansos salvajes y avutardas
formaban asimismo grandes bandadas en el interior, y eran tan confiados
que los primeros exploradores cuentan que los cazaban con garrotes. En
cuanto a los zorros, su mansedumbre y curiosidad los llevaba a echarse al
agua para acercarse a las embarcaciones ancladas cerca de la costa”.

Con tantos animales cerca, a nadie se le ocurrió que después pudieran


llegar a faltar, de manera que se hicieron matanzas en gran escala de todas
las especies utilizables económicamente. En el puerto San José, ubicado en
Bahía Sin Fondo (península Valdés), hacia 1780 se envió un barco para cazar
ballenas: "Su diputación arponeó no menos de 50 dentro del mismo
puerto”.'47 Lo mismo ocurría con los lobos marinos. La expedición de
Bougainville a las Malvinas en un solo día mató de 800 a 900 lobos. En la
región del Atlántico Sur, en 1775 un solo barco obtuvo 13.000 pieles. En
1797 actuaron cuarenta barcos; significa un ritmo de matanza de varios
cientos de miles de lobos marinos al año, lo que no podía dejar de
comprometer la existencia misma del recurso. ¿Cómo había cantos? La
ausencia de población humana en las islas permitió que las poblaciones
animales pudieran expandirse hasta los límites impuestos por su hábitat
natural, que en esta zona eran muy amplios.

Si bien algunos recursos faunísticos se dilapidan, hay otros en los que


comienza a discutirse su conservación, o a advertirse que se encuentran
amenazados. Por ejemplo, cuando se presenta al virrey Loreto un proyecto
de unir mediante canales las lagunas de Guanacache con el río
Desaguadero, el virrey pregunta si no podría '’seguirse el perjuicio de que
las lagunas se agoten o falte en ellas el pescado”. Aclaremos que el pescado
que se consumía en Mendoza provenía de estas lagunas y que su
importancia en la dieta de la población colonial era mucho mayor que en la
actualidad.

- Al respecto, es interesante una discusión efectuada en el Cabildo de


Santa Fe. En julio de 1769, el alcalde de primer voto se queja en el Cabildo
de la maneta en que se comercializan los sábalos. En la laguna de Añapiré
(al norte de la de Guadalupe) se pescaban en gran cantidad; los pescadores
volcaban las redes sobre la playa y después de elegir los sábalos de mayor
tamaño, dejaban morir a los demás. El alcalde atribuye a esta práctica la
escasez y carestía del pescado. El Cabildo le contesta “que la laguna es
inagotable de pescado”, pues todo lo recibe del Paraná “por las aguas que de
dicho río le entran continuamente”. Agregan que el sábalo está caro por el
mal tiempo, que impide la salida de los pescadores.150 Sabemos así que las
autoridades coloniales consideraban "inagotable” la existencia de peces del
Paraná, lo que justificaba una técnica de pesca basada en matar muchos
más ejemplares que los que después se iban a consumir.

También utilizaron técnicas depredatorias en la caza de la vicuña, animal


perseguido por La calidad de su lana. Al respecto, debemos desmentir el
mito que habla de la rareza de las vicuñas en esta época. Había tantas que,
en 1797, en la zona de Atacama» (actualmente en el límite entre Bolivia y
Chile) se encontraron tres mil de ellas muertas por las nevadas de la
cordillera.

Los indios, siguiendo en parte la tradición incaica, las capturaban en


rodeos hechos con cuerdas. Sin embargo, no las esquilaban vivas como
habían hecho los incas, sino que las sacrificaban primero. Y es que en la
sociedad incaica, la obtención de lana estaba sujeta a normas establecidas,
que tenían una base conservacionista. Después de la conquista, la lana se
transforma en mercancía y su obtención se rige por las leyes de la ganancia:
es más rápido, eficiente y barato matar a las vicuñas que esquilarlas vivas.
Para esquilarlas hacen falta muchos hombres especializados. Para cazarlas,
unos pocos hombres y unos cuantos perros, que después se alimentarán con
las vicuñas muertas.

Un ensayista de la época cuenta que “pasan los vecinos de Salta, con


infinidad de perros, y hacen unas batidas que arrean millares de vicuñas".
Agrega que “el modo mis común en las cacerías de Atacama es esperarlas
en las aguadas donde bajan a beber al mediodía con el excesivo calor del
sol; los indios se esconden con sus perros dentro de unas pircas y allí se
mantienen observando cuando salen del arroyo hacia la serranía; luego al
punto sueltan los perros que son diestrísimos, y a poco trecho de carrera
van desjarretando multitud de vicuñas, porque la vez que beben se hartan
de manera tal que con el peso del agua pierden la mitad de su agilidad y
fácilmente las alcanzan y matan los perros".

Precisamente, la vicuña fue una de las pocas especies objeto de


preocupación durante la época colonial, y el asunto no inquietó a un
burócrata cualquiera, sino al mismo rey. Así, en 1777 aparece una Real
Cédula que prohíbe a los indios matar vicuñas en las cacerías y que sólo
puedan esquilarlas delante de un veedor que nombrasen las autoridades. La
Audiencia de Charcas protestó porque se les podía arruinar un negocio y
finalmente la orden quedó en firme pero no se cumplió nunca.

Algo parecido pasó con la prohibición de cazarlas durante las épocas de


cría y parición “para evitar la aniquilación de la especie”. En realidad, no era
más que aplicar las leyes de Castilla, que reglamentan la caza.1*' Se las
perseguía justamente en esa época, porque es cuando coman menos, para
no desamparar a sus crías. El autor citado anteriormente sostiene que “por
más que abunde esta especie, es de temer que según vaya creciendo la
población y se aumente el trajín, abriéndose caminos por donde estos
animalitos nacen, viven y se crían, si no se pone regla en sus matanzas y
correrías, al cabo llegará a consumirse o se disminuirá notablemente, o al
menos, retirándose en las asperezas más insuperables de las montañas y
cerros, llegará a hacerse rara la especie y en extremo cara una materia que
ahora se adquiere a tan poco costo”.15*
EL AMBIENTE URBANO

La fundación de ciudades

La ciudad americana es distinta de la ciudad europea. Allí, ciudades


amuralladas, laberintos de callejuelas a la sombra de las almenas: torres
cuadradas de los castillos moros, torres redondas de las fortalezas
cristianas. Son ciudades de hecho, edificadas y pobladas a medida que las
necesidades económicas y militares lo iban requiriendo. En Toledo, en
Córdoba, en Granada, hay calles tan estrechas que podría saltarse del
balcón de una casa a la de enfrente. En Sevilla se apoyan casas sobre la
vieja muralla romana, para no tener el trabajo de levantar la pared del
fondo.

Nada de eso ocurre en América. Aquí las ciudades nacen codas calcadas
unas de otras, con su plaza mayor al centro, con los mismos edificios
situados de la misma manera, y con las calles cortándose en exacto ángulo
recto, como en un tablero de ajedrez. Aquí se puede atravesar una ciudad
de una punta a la otra, en sentido longitudinal y transversal, sin abandonar
nunca la línea recta. En Europa, las calles son siempre curvas.

La ciudad europea está hecha por los vasallos. Nobles y burgueses la


fueron construyendo de a poco. La ciudad americana tiene el sello del rey.
Las normas urbanas precisas son la manifestación física del poder real, que
imita el campamento romano. En cualquier lugar que se funde una ciudad,
se la hará como manden las leyes. Así, Carlos V ordena que cuando se
funden« ciudades “sea el sitio levantado, sano y fuerte”. Que su trazado sea
en damero: "Cuando hagan la planta del lugar, repártanlo por sus plazas,
calles, a cordel y regla, comenzando desde la plaza mayor y sacando desde
ella las calles a las puertas y caminos principales".

Veamos los criterios urbanísticos y ambientales con que se planearon


estas ciudades. Sobre el lugar en que se funde, sigue diciendo el rey Carlos:
‘‘No elijan sitios para poblar en lugares muy altos, por la molestia de los
vientos y la dificultad de servicio y acarreto, ni en lugares muy bajos, porque
suelen ser enfermos. Si no se pudiesen excusar de los lugares altos, funden
en parte donde no estén sujetos a nieblas, haciendo observaciones de lo que
más convenga a la salud y accidentes. En caso de edificar a la ribera de
algún río, disponga la población de forma que saliendo el sol, dé primero en
el pueblo, que en el agua”.

Un poco más tarde, se insiste en preservar la salubridad de las nuevas


ciudades, por dos vías concurrentes:

* Eligiendo los lugares de mayor aptitud ecológica para el uso urbano:


“Que el terreno y cercanía sea abundante y sano. Que no tengan cerca
lagunas ni pantanos, en que se crían animales venenosos, ni haya
contaminación de aires ni aguas”.155

* Pero también orientando los usos del espacio para que los
establecimientos más contaminantes se ubiquen aguas abajo de la
población: “Que los solares para carnicerías, pescaderías, tenerías y otras
oficinas que causan inmundicias y mal olor, se procuren poner hacia el río o
mar, para que con mayor limpieza y sanidad se conserven las ciudades”.156

En cumplimiento de esta última ley, los saladeros y las barracas de cueros


se instalaron en el Riachuelo, situado aguas abajo de la ciudad de Buenos
Aires. Por la misma razón, cuando se produjeron epidemias entre los negros
esclavos que se traían a Buenos Aires, el virrey Arredondo dispuso que
hicieran un período de cuarentena en el Riachuelo y que sólo pudieran
bañarse en ese río.157

Con respecto al clima, se establece que “de la plaza salgan cuatro calles
principales, una por medio de cada costado; las cuatro esquinas miren a los
cuatro vientos principales, porque saliendo así las calles de la plaza no
estarán expuestas a los cuatro vientos". También se indica el ancho de las
calles en función del grado de asoleamiento que en cada situación se
necesita: “En los lugares fríos sean las calles anchas y en los calientes
angostas'.

En otra ley se fija que el estilo arquitectónico sea el mismo en rodas las
casas, por razones estéticas: “Los pobladores dispongan que los solares y
edificios sean de una forma, por el ornato de la población”.1“También se
fijan normas de diseño que eviten la contaminación: [que patios y corrales
sean] “de la mayor anchura posible, con que gozarán de salud y
limpieza”.161

Estas pocas leyes configuran, sin embargo, un cuerpo urbanístico sólido.


Bastaron para dar su fisonomía a las ciudades americanas. Algunas de sus
normas, como las referidas a la localización de industrias contaminantes o
las que recomiendan la uniformidad de estilo en los edificios, no están
vigentes en la actualidad y sería bueno que se aplicasen. Pero veamos un
poco cuál era la contrapartida de estas leyes sobre el mundo real.

La vida urbana

A pesar de las normas higiénicas, las ciudades eran sucias e insalubres. A


fines del 1700, en Montevideo “se cría tanta multitud de ratones que tienen
las casas minadas y amenazando ruina". En la misma ciudad, no se pueden
criar pollos porque las ratas atacan los gallineros, “se comen los huevos y
aniquilan los pollos, sacándolos de debajo de las alas de las gallinas”.
Buenos Aires no estaba mejor, ya que "los ratones salen de noche por las
calles, a tomar el fresco, en competentes destacamentos”.162

Esta insalubridad no se debía al crecimiento urbano. Buenos Aires fue


insalubre casi desde el principio. “Callejones, callejuelas y plazuelas, huecos
y aceras, perduraron, hasta fines del siglo xviii y aun más, en un estado de
absoluto abandono, invadidos por las aguas y lodazales durante los
prolongados inviernos de estas comarcas, y sus vecinos fuertemente
diezmados por las pestes durante los más fuertes días del estío.”161

¿Cómo se respondía ante esas epidemias? El 10 de diciembre” de 1685,


ante una de estas emergencias, se ordena oficiar rogativas para evitar la
mortandad de habitantes, sin ninguna medida más concreta. Lo mismo
hacen en 1733. Es necesario esperar a 1769, durante una epidemia de
disentería, para que el Cabildo pida que "se haga la apertura de uno o varios
cadáveres" para tratar de saber algo sobre la enfermedad. Del mismo modo,
en 1781, ante una epidemia de tuberculosis, ordenan la desinfección de
habitaciones y la cremación de ropas y muebles de los enfermos.

En realidad, el principal problema ambiental de la ciudad de Buenos Aires


parece haber sido la existencia de aguas estancadas en las que proliferaban
agentes transmisores de enfermedades. La costumbre de tirar basura a las
calles agravaba esta situación al contaminar aun más las aguas. En 1772, el
Cabildo emite un bando en el que ordena que “los pantanos que hubiere en
las calles de su barrio, harán que se cieguen.1“No le hicieron ningún caso.
Todavía habrá que esperar un siglo hasta la epidemia de fiebre amarilla y un
poco más hasta la intendencia de Torcuato de Alvear para que esa medida
se cumpla.

También el Cabildo reinterpreta una ley ya citada, para que en la


construcción de las casas se tengan en cuenta no sólo los aspectos estéticos
sino también los sanitarios: “Ninguno podrá fabricar casa sin previa noticia
del Comisionado de su distrito, quien le señalará la altura en que ha de
poner el piso de ]a casa, según la situación de la calle, de modo que en lo
posible tengan en adelante la igualdad y proporción que deben, y se eviten
los pantanos por falta de comente a las aguas”.
Por razones similares se prohíbe tirar basuras en el frente de las casas,
“sino que, juntándola dentro de ellas, a la noche, o a la hora que pudieren,
vayan sus esclavos a arrojarla a las zanjas o a parajes donde se les señale”.

La repetición indefinida de las mismas prohibiciones (hecha siempre con el


lenguaje de quien lo está prohibiendo por primen vez) nos muestra su
inutilidad. Salteamos, entonces, varios textos repetidos y nos encontramos
con un bando de 1784 en el que se prohíbe arrojar agua contaminada a la
calle: “No se viertan aguas inmundas, por lo que perjudican a la salud
pública llenando la calle de mal olor y de insectos".164

Por su parte, Domingo Belgrano Pérez afirmaba que "las más de las calles
están inmundas a causa de arrojarse a ellas de las casas todo género de
basuras; se dejan también permanecer en ellas a muchos animales muertos,
que, arrojados a los mismos pozos y pantanos que existen, algunos con
bastante agua, llega ésta a corromperse con la putrefacción en tal manera
que exhala unos vapores pútridos que no sólo son ingratos para el olfato
sino en mi concepto nocivos para la salud”. A esos vapores atribuye “las en-
fermedades epidémicas de que esta ciudad hace tiempo se halla
infestada".167

Al discutirse los problemas urbanos, se presenta una propuesta ordenada


sobre trazado, constitución e higiene de las calles de Buenos Aires. En esta
propuesta se sugieren algunas obras públicas, incluido el saneamiento de los
pantanos. Para no llevar los costos más allá de las posibilidades del
municipio, se sugería emplear como mano de obra a los presos. Veamos
algunos de los puntos presentados:

* Establecer restricciones al tránsito de carretas en la zona céntrica. (Se


aplica transitoriamente durante la gestión de Vértiz.)

* Construir desagües pluviales.


* Obligar a que panaderías y molinos "salgan de la ciudad”, porque ‘‘estas
oficinas son el manantial de los infinitos ratones que destruyen y contaminan
las casas, de la polilla, gorgojo, y otras mil sabandijas contrarías a la
sociedad y al bienestar de los vecinos".

* Desalojar las viviendas ubicadas en las áreas inundables. “Se intime a


cuantos se hallan poblados en las riberas y bajos del río desalojen dichos
terrenos con la posible anticipación.

El balance de resultados es definitivamente desalentador y nos muestra la


lentitud con que suelen aplicarse algunas medidas elementales de política
ambiental. Los desagües tardaron un siglo en construirse. La prohibición de
efectuar loteos para viviendas en bajos inundables data recién del primer
gobierno de Perón. A doscientos años de esta propuesta, la mayor parte de
los establecimientos insalubres (tanto los contaminantes como los criaderos
de ratas) siguen en zonas densamente pobladas. Por último, el problema de
la circulación en el microcentro aún no ha sido resuelto y no tiene otra
solución que la expuesta en 1781: restringir el tránsito de vehículos.

En resumen, se hizo muy poco por mejorar la vida urbana. Una de las
pocas cosas que se hicieron fue comenzar a empedrar las calles, “debido a
los enormes pantanos que se formaban en las calles más céntricas, pues
hubo uno tan hondo a pocas varas de la Catedral, que se pusieron centinelas
para evitar que la gente que lo atravesaba a caballo se ahogara al quererlo
pasar”.16’'

LA UTILIZACIÓN INTENSIVA DEL RECURSO HUMANO: LAS


MISIONES JESUÍTICAS

En el área nordeste del actual territorio argentino se estructuró una


organización económica basada en el paternalismo. A diferencia de) criterio
minero con que se empleó el recurso humano en el Potosí, los jesuitas
manejaron a la población indígena como un recurso renovable, tendiendo a
maximizar simultáneamente su productividad y su reproducción. Esta
organización tuvo un carácter dual:

* La relación de los indios con la institución combina elementos feudales


con otros provenientes de las primitivas comunidades agrarias guaraníes,
como por ejemplo, la ausencia de propiedad privada. Los indios no manejan
dinero ni participan en ningún aspecto organizativo. Los artesanos entregan
el producto de su trabajo a cambio de bienes muebles y del permiso para
usar los inmuebles de la orden. Los agricultores están adscritos a la tierra,
en forma similar a los siervos de la gleba en Europa. Se reglamenta cada
instante de sus vidas, e incluso, por las noches, una campana despierta a los
casados para recordarles su obligación de procrear.170

* La economía externa de las misiones tiene características de capitalismo


comercial. Se produce para el mercado y se exportan excedentes que
permiten acumular capitales fuera de las zonas productivas.171

Esta organización social basada fundamentalmente en la explotación


gratuita de la mano de obra indígena, con alto grado de especialización,
permitió un mayor nivel de vida de la población indígena, ya que ésta fue
tratada como un recurso que debía renovarse. Empero, las diferencias con la
organización social del resto del país impidieron que las misiones
estructuraran el espacio regional. Actuaron como una economía de enclave y
se dispersaron después de la expulsión de los jesuitas.

El carácter dual de la organización social pudo mantenerse durante un


período prolongado, mediante una completa separación de funciones que
impedía el acceso de los indios a responsabilidades administrativas. Un autor
que elogia a los jesuitas señala, sin embargo, que “la equivocación más
perjudicial consistió en no capacitar equipos gubernativos. Y lo evidente es
que la omisión fue deliberada. El cuidado por ilustrar y promover al nativo
llegó hasta su idoneidad técnica. En ciento cincuenta años, ningún indio
consiguió trasponer la línea divisoria que le impedía el acceso a una real
aptitud de gobierno”.

El resultado fue una eficiencia económica tan alta que nos lleva a pensar
en lo que hubiera sido el resto del territorio de haberse aplicado una política
de desarrollo similar y habérsela mantenido en el tiempo. Porque las
misiones (incluidas las de Tucumán) producían: algodón, hilos, tejidos, ropa
y tapicería, yerba mate, tabaco, carne y cuero, vacunos, mulares, equinos,
ovinos, porcinos, productos de tambo, todas las hortalizas domésticas, frutas
—especialmente citrus—, arroz, cacao, maíz, trigo, harinas, viñedos, azúcar
y melaza, jabón, lana, relojes de sol y mecánicos, armas de fuego y de filo,
pólvora, colorantes, curtiembre, talabartería, lomillería, maderas, extracción
minera, libros, instrumentos musicales, toda la orfebrería y platería del
culto, ladrillo, piedra de cantera, alfarería y cerámica industrial, utensilios,
herramientas manuales y mecánicas, muebles, canoas, balsas y
embarcaciones de calado fluvial, rodados menores y carretas de carga. Una
parte muy importante de estos productos se exportaba.

En cambio, la importación de productos era relativamente mínima: sal,


vidrio, metales en bruto, papel, instrumentos de acero.

La eficiencia social y tecnológica de las misiones fue la verdadera razón de


su destrucción, ya que una economía autosuficiente era incompatible con la
estrategia de complementación y dependencia llevada a cabo por la Corona.
En 1767 se ordenó la expulsión de los jesuitas y se designaron
administradores que se ocuparon de enriquecerse mediante el saqueo de las
misiones. Se las desorganizó hasta tal punto que en 1795 un informe oficial
se lamenta diciendo que “las misiones, en el pie en que se hallan, son muy
gravosas al Estado".1”
EL ESFUERZO INÚTIL DE MANUEL BELGRANO

Hacia el final de la época colonial se efectúan algunos intentos de avanzar


en un uso más racional de los recursos naturales y humanos. En 1795 se
crea el Consulado de Buenos Aires, destinado a fomentar el comercio, la
agricultura y la industria, similar a las sociedades económicas que existían
en la Península. Su secretario, un economista de lujo: Manuel Belgrano. Pero
Belgrano se pasaría el resto de su vida gritando en el vacío, presentando
proyecto tras proyecto para sembrar trigo y lino y cáñamo y planear árboles
y premiar innovaciones tecnológicas y crear institutos de enseñanza técnica,
y tantas propuestas que constituían en realidad un plan de desarrollo
completo.

Belgrano cuenta en su autobiografía que para los funcionarios coloniales


'‘no había más razón, ni más justicia, ni más utilidad, ni más necesidad que
su interés mercantil; cualquier cosa que chocase con él, encontraba un veto,
sin que hubiese recurso para atajarlo”.

Veamos las principales propuestas de Belgrano sobre crecimiento


económico, utilización y preservación de los recursos naturales. Muy pocas
de ellas fueron llevadas a la práctica durante el régimen colonial o durante
las primeras décadas de vida independiente. La mayor parte (especialmente
las referidas al cultivo de la tierra en la región pampeana) fueron
implementadas, un siglo después, por la llamada Generación del 80. Otras,
como la creación de una marina mercante nacional, debieron esperar al fin
de la Segunda Guerra Mundial. Finalmente, algunas de las recomendaciones
de Manuel Belgrano —como las referidas a la rotación de cultivos o a la
protección de bosques— todavía están esperando su implementación. En su
memoria de 1796, Belgrano explica que “todo depende y resulta del cultivo
de las cierras; sin él no hay materias primeras para las artes; por
consiguiente, la industria no tiene cómo ejercitarse, no puede proporcionar
materias para que el comercio las ejecute. Toda prosperidad que no esté
fundada en la agricultura es incierta”.

Para fomentar la agricultura, recomienda establecer una escuela de


agronomía, "donde a los jóvenes se les hiciese conocer los principios
generales de la vegetación y desenvoltura de las siembras donde se les
enseñe a distinguir cada especie de tierra por sus producciones naturales (es
lo que hacen los ecólogos en la actualidad, comando especies testigo para
cada cipo de ambiente), y el cultivo conveniente a cada una; los diferentes
arados que hay y las razones de preferencia de algunos según la calidad del
terreno (este aspecto aún está tratado en forma insuficiente en las escuelas
de agronomía actuales, ya que no se vinculan adecuadamente las
herramientas y maquinarias que se deben usar con el tipo de suelo sobre el
que se harán las labores); el número de labores, su profundidad según la
naturaleza del terreno (piénsese en el método de “labranza cero",
desarrollado en los últimos años siguiendo este principio); los abonos y el
tiempo y razón para aplicarlos; el modo de formar sangrías en los terrenos
pantanosos: la calidad y cantidad de simientes que convengan a esta o
aquella cierra, el modo y necesidad de prepararlas para darlas en la berra; el
verdadero tiempo de sembrar; el cuidado que se debe poner en las tierras
sembradas; el modo de hacer y recoger una cosecha; los medios de
conservar sin riesgo y sin gastos los granos; las causas y el origen de codos
los insectos y sabandijas, y los medios de preservar los campos y graneros
de ellas; los medios de hacer los desmontes; los de mejorar los prados; los
de aniquilar en la tierra los ratones y otros animales perjudiciales".
Podríamos agregar que en la actualidad casi nadie hace desmontes sin
erosionar la tierra y que no se practican formas efectivas de aniquilar los
ratones.

Tanto en temas generales como en cuestiones concretas, Belgrano se


revela como un agudo observador y un profundo conocedor de la ecología
agraria. Por ejemplo, en sus críticas a la práctica bíblica de dejar la tierra en
barbecho y sus recomendaciones de aplicar la rotación de cultivos. “El
pretendido descanso de la tierra no debe existir —dice—, sus perjuicios son
considerables, como que queda expuesta a los calores del sol, se debilita
exhalándose codas las sales y aceites que tiene, los aires además atraen
infinidad de semillas de yerbas que llamamos inútiles por no conocer sus
cualidades, y que se absorben todos aquellos jugos que alimentan a las
planeas que nosotros pusiésemos."

En cambio, “lo que deberá observarse es no sembrar una misma semilla


seguida, sino variar y dejar pasen tres o cuatro años sin sembrar en aquel
mismo lugar semillas de una misma especie". En caso de no poder
efectuarse la rotación de cultivos, recomienda cambiar al menos la variedad
de (trigo que se siembra, porque sus requerimientos en materia de
nutrientes nunca serán idénticos a los de la variedad que se sembró antes.
"Igualmente —dice— se consiguen buenas cosechas sembrando siempre
granos diferentes de los que se hayan recogido, es decir, si este año siembro
trigo del país, el que viene sembraré de Córdoba."

Del mismo modo, sugiere cercar las tierras con árboles, para aprovechar
sus maderas y frutos, e insiste en “hacer los mayores esfuerzos en poblar la
cierra de árboles, mucho más en las tierras llanas, que son propensas a la
sequedad, cuando no estaban defendidas; la siembra de los árboles
contribuye mucho para conservar la humedad, los troncos quebrantan los
aires fuertes, y proporcionan mil ventajas al hombre".

Para difundir la agricultura recomendaba repartir tierras y herramientas


entre los alumnos de la futura escuela de agronomía, en condiciones de
subsidio. En realidad, esto no era nuevo sino que la idea estaba en el
ambiente; en 1795 el síndico del Cabildo había recomendado regalar tierras
a los pobres para estimular el progreso de la agricultura. Al año siguiente,
Félix de Azara pedía exactamente lo mismo en una memoria al virrey.1’4 Por
supuesto que no les hicieron el menor caso. La tierra era, desde épocas muy
tempranas, el bien de especulación por excelencia, y a ningún funcionario
colonial se le iba a ocurrir repartirla entre los pobres. Tampoco se les
ocurriría a los gobiernos patrios hasta fines del siglo XIX.

Así como hubo estancieros que combinaron provechosamente la actividad


ganadera con la cesión gratuita de pequeños campos a sus peones, otros
terratenientes se opusieron cerradamente a que se repartieran tierras entre
los pobres. Uno de los argumentos que usaron fue que, si se entregaban
tierras, iba a escasear la mano de obra y los jornales subirían demasiado. Un
artículo publicado en 1804 decía que "creciendo a cada paso los cultivadores
propietarios vemos desaparecer con una rapidez increíble las manos
mercenarias que deben emplearse en su socorro, y [vemos también alzarse
los jornales en la misma proporción que decrece el número de los que, no
teniendo otra propiedad alguna que el trabajo de sus brazos, se hallan
precisados a venderlo”.'” Esta concepción de que es necesario mantener
sumergida a una proporción importante de la sociedad, concentrada la pro-
piedad territorial y subutilizados los recursos naturales constituirá el
esquema de pensamiento de un importante sector social a lo largo de los
siglos XIX y XX.

También Belgrano propuso un sistema de extensión agraria basado en los


cultivos demostrativos, para que los productores pudieran apreciar
directamente las ventajas de los métodos y cultivos propuestos. Al ser la
Iglesia la única institución que llegaba a todos los puntos del país, Belgrano
sugería que los extensionistas fuesen los mismos curas de parroquia,
quienes harían los cultivos y enseñarían a sus feligreses algún nuevo método
de labranza que adoptasen. Agregaba que "no se crea que es ajeno al
ministerio eclesiástico el instruir y el comunicar luces sobre el cultivo de las
tierras, artes, comercio, etc., pues el mejor medio de socorrer la mendicidad
y la miseria es prevenirla y atenderla en su origen'*. Recordemos que sólo
con la agricultura sólidamente instalada en la región pampeana comenzaron
a aplicarse estos principios, a fines del siglo XIX, y que el Instituto Nacional
de Tecnología Agropecuaria (INTA) recién se fundó en 1958, es decir, a 160
años de esta propuesta de Belgrano y que aún hoy su cobertura no alcanza
a todo el país, ni la extensión agraria basada en cultivos demostrativos ha
tenido aún la difusión propuesta por Belgrano.

No necesitamos decir que la escuela de agronomía no se fundó, y que lo


mismo pasó con la escuela de arquitectura y la compañía de seguros,
también propuestas por Belgrano desde el Consulado.

Con la escuela de náutica pasó una cosa más complicada. Belgrano


consiguió que comenzara a funcionar por iniciativa local, sin autorización
española. Cuando la Corona se enteró, la mandó cerrar, diciendo "que estos
establecimientos podrían ser de utilidad en una provincia que tuviese mayor
instrucción que la de Buenos Aires", pero que aquí “más bien servían para
adorno y lujo y no para su ilustración”. Más adelante agregaban que "si en
Buenos Aires sobraba el dinero, lo mandasen a España en vez de dedicarlo a
gastos semejantes”.'7* Por su parce, Belgrano señala que "la aprobación de
la Corte nunca se obtuvo, y no [se] paró hasta destruirla".

Cuando Belgrano propuso un sistema de aguas comentes para la ciudad


(que era la forma más segura de prevenir las epidemias), la burocracia lo
bloqueó anteponiéndole otros proyectos alternativos.

Usaron la misma estrategia para impedir la construcción de instalaciones


en el puerto de Buenos Aires. El Consulado había hecho los planos para
construir un enorme muelle sobre el río de la Plata, un murallón de 720
metros de largo. Llegaron a construir apenas 70 metros cuando la Corona
española envió a un ingeniero hidráulico que se encargó de bloquear la obra
proponiendo otra mejor, pero mucho más costosa. Este ingeniero quería “un
canal, cuya excavación dirigida en línea recta, tenga su principio en un
recodo del Riachuelo, cerca de Barracas”; es decir, en la actual Vuelta de
Rocha. El canal debía terminar delante del Fuerte (hoy Casa de Gobierno).
Para dar una idea de lo desmesurado del proyecto, diremos que ni siquiera
se había conseguido hacer un camino medianamente aceptable que uniera
Barracas con la Plaza Mayor. Mucho menos, entonces, un canal navegable,
que por otra parte no había con qué pagar.

En 1802 Belgrano propuso establecer una curtiembre en Buenos Aires. Se


preocupó por evitar la tala de los árboles necesarios para obtener el tanino.
Como las operaciones de curtido utilizan .cal, propuso ofrecer premios a
quien descubriera nuevas caleras. El progreso de esta industria necesita
buenos químicos, de modo que intentó fundar un instituto experimental de
química. Pero como en el país del cuero no había nadie que supiera curtirlo,
el Consulado pidió a España el envío de maestros curtidores para enseñar a
los futuros obreros. “Pero la Corona no se expidió al respecto, ni permitió el
envío de aprendices a España.”181

A pesar de tantos obstáculos, Belgrano se las arregló para promover el


cultivo del lino. En 1802 envía una cantidad a España para que conocieran
su calidad y lo usaran como materia prima en la industria textil de la
metrópoli. No le contestaron nunca. Ni siquiera un acuse de recibo. El misino
silencio de siempre.

EL BLOQUEO AL DESARROLLO

Hacendados y caminos

La estrategia económica de las autoridades coloniales se basó en bloquear


permanentemente el desarrollo de las actividades productivas locales e
impedir la utilización de los recursos naturales. Se suponía que cuanto más
se enriquecieran las colonias, mayor sería su aspiración a la independencia;
en consecuencia, su empobrecimiento fue uno de los pilares de la estrategia
económica y política de la metrópoli.

Una economía colonial sólo puede entenderse si se tiene en cuenta su


carácter complementario de la economía metropolitana. América latina
actuaba como proveedora de metales preciosos o de materias primas, o
proporcionando mercados de consumo. Le estaba vedada otra forma de
crecimiento o de utilización de sus recursos, como lo demostró la destrucción
de la experiencia jesuítica.

Esta situación se vio agravada por la falta de desarrollo industrial en la


propia España y por la política de Carlos V (emperador de Alemania y
España) y sus seguidores de desalentar la industria en la Península. Una
política suicida paralizó los telares y obligó a importar lienzos. El comercio
monopolista de Sevilla quedó en manos extranjeras y lo mismo ocurrió con
la industria y las finanzas. La economía española se parecía más a la de una
colonia que a la de una metrópoli, y las mismas autoridades que arruinaron
su propio país también impidieron el crecimiento de sus pertenencias
americanas.182

Este tipo de situaciones genera siempre conflictos entre los distintos


grupos involucrados. La fuerza o la capacidad de influencia de cada sector
serán decisivas en esta lucha, de la que saldrán grupos privilegiados y
grupos postergados. La forma en que se usarán los recursos naturales
durante todo el período colonial estará fuertemente signada por estos
entredichos.

Uno de los principales conflictos se vincula con la circulación de


mercancías por todo el territorio. Para eso tenemos que hablar de la
encomienda, una institución que tiene el carácter ambiguo que le da la
coincidencia del tránsito del feudalismo al capitalismo con el hecho de que se
trata de una institución colonial. En principio, era un conjunto de indios
asignados a un señor feudal para que éste les enseñara la religión y los
instruyera en hábitos de trabajo. Sin embargo, a medida que esas
comunidades van dejando de ser autosuficientes, "los indios comienzan a
producir para el mercado y el señor vive con la mente puesta en el
185
intercambio”

Sobre la base del trabajo gratuito de los indios, los encomenderos


comienzan a acumular capitales. Estas fortunas se reinvierten en un circuito
comercial, complementario de la economía europea, que asume
progresivamente formas capitalistas. Los hacendados se vuelven
importadores y necesitan imponer sus productos frente a otros importadores
y frente a los productores locales.

Así, se establece una guerra abierta entre el puerto de Buenos Aires, que
en uno de los principales centros internacionales del contrabando, y la
burguesía comercial limeña, que monopolizaba el comercio legal sobre el Río
de la Plata. Los artículos contrabandeados desde Buenos Aires hacían fácil
competencia a los precios exorbitantes que se cobraban desde Lima.

Los limeños contraatacaron gestionando con éxito la creación de una


"aduana seca" en Córdoba, en el año 1622. Se trataba de una muralla de
incomunicación comercial entre Buenos Aires y el interior. No había ningún
proyecto de política económica detrás de esta aduana. Simplemente la
defensa de los privilegios de los comerciantes de Lima.

A tal punto, que uno de los objetivos principales del Consulado de Buenos
Aires fue el fomento, por todos los medios posibles, del denominado "camino
de los Porongos”, una ruta alternativa que iba hasta Tucumán, pero pasando
por Santa Fe. Este camino permitía evitar el gravoso impuesto de Córdoba a
las tropas de cañetas que se dirigían con mercaderías hacia el norte.

Para comprender la importancia de los caminos, hay que recordar que la


ocupación española del territorio es ínfima: apenas unas pequeñas
manchitas sobre un fondo controlado por los indios o el desierto. Los
caminos tienen la condición de supervivencia de las economías regionales.

Pero al gobierno colonial no le interesaban los caminos. Una Rea) Cédula


de 1764 prohibió la apertura de un camino que uniera el Paraguay con Salta
y Jujuy, una vía que hubiera permitido ahorrar 2.000 kilómetros. Se
argumentó que “facilitar los estorbos y demoras que había interpuesto la
naturaleza era sólo allanar los conductos de acercar al interior del Perú los
malos riesgos”.185

En 1778 se demuestra la navegabilidad del Bermejo: una expedición va


desde Ledesma (en aquel momento en Salta) hasta Corrientes en sólo 14
días. Vértiz señala que su uso permitiría abrir vías “muy útiles e importantes
al comercio y reducciones”.186 Sin embargo, no se hace nada para que esa
vía de comunicación se use regularmente.

Incluso parece haber existido un interés especial en impedir su utilización.


Porque en 1585 se había fundado la ciudad de Concepción del Bermejo (en
un lugar próximo a lo que hoy es Tres Isletas, en la provincia del Chaco).
Esa ciudad serviría de nudo de comunicaciones entre el centro y noroeste de
lo que hoy es la Argentina, con el Paraguay. Y entre Santiago del Estero,
Tucumán y Salta con el litoral fluvial. Se trataba, en consecuencia, de una
posición muy estratégica para el comercio colonial. Pero los indios la
destruyeron en 1631 y en los casi dos siglos siguientes la Corona no intentó
reconstruirla. El Chaco siguió siendo un territorio hostil que podía ser
bordeado pero no atravesado.

Así como se impedía la construcción de nuevas vías de comunicación, se


hacía un mantenimiento insuficiente de las existentes. Mariano Moreno
calificaba a la principal de esas vías (la que unía Buenos Aires con el Alto
Perú, constituyendo la base de la traza de la actual ruta 9) de “caminos
enteramente destituidos de las comodidades de la vida".187

Veamos cómo afectaba este conjunto de restricciones a una producción


regional concreta: tomemos, por ejemplo, el caso del vino cuyano. Esta
producción generó una gama muy amplia de Actividades, como la
elaboración de vasijas de barro para los vinos y la construcción de carretas y
carretones para su utilización en el tráfico. Pero la producción de vinos sufre
gran número de altibajos en la época colonial, debido a la política de
desalentar la producción local para abastecer al país desde la metrópoli.
Felipe II, en su Instrucción a los Virreyes, emitida en 1595, prohíbe toda
producción de uvas y vino en la colonia. Felipe III confirma esta política en
1620 y Felipe IV lo hace en 1628.

Los habitantes de la colonia resistieron esta política ruinosa y continuaron


la producción local. De manera que el rey no tuvo otra alternativa que volver
a autorizar los viñedos y, “usando benignidad y clemencia, ordena y manda
que los poseedores de viñas pagasen cada año a razón del dos por ciento de
todo el fruto que de ellas sacasen”. Es decir, se convirtió una prohibición ino-
perante en una fuente de recursos para la Corona.

Pero autorizar su producción no equivalía a dar las posibilidades para


vender los vinos y aguardientes. Porque emitían fuertes impuestos, que
constituían barreras a su expansión y estimulaban la compra de sustitutos
por vía del contrabando de importación. Por ejemplo, un barril de
aguardiente valía 6 pesos en las provincias cuyanas. El mismo barril, llevado
a Salta, tenía un costo de 25 pesos, como consecuencia de diversos
impuestos y fletes. Existían tributos tan leoninos como la sisa, de Salta, que
gravaba con 6 pesos cada barril de aguardiente que pisara la provincia,
aunque no se vendiera allí. Es decir, que uno solo de los impuestos tenía un
valor equivalente al del costo de producción.

Por las mismas razones, un bañil de aguardiente puesto en Buenos Aires


tenía un costo de 20 pesos, en tanto que el aguardiente importado desde
Brasil o Europa costaba entre 10 y 12 pesos. De este modo, la introducción
de productos extranjeros provocó la paralización de las destilerías
regionales; este fenómeno se aceleró a partir del Reglamento de Comercio
Libre, de 1778. Los sanjuaninos hacían presente este hecho en 1803,
exponiendo el estado ruinoso de la industria vitivinícola, que no podía
competir con los aguardientes extranjeros, en virtud del alto costo de los
fletes y de los impuestos locales.188-189

Gobernar es despoblar

En forma coherente con lo ya enunciado, las autoridades coloniales


impiden la explotación de los recursos naturales de la Patagonia e, incluso,
dificultan su ocupación física. Comentando las numerosas exploraciones
geográficas efectuadas en esa costa, dice Pedro de Angelis: "Ningún
provecho sacó la Corte de Madrid de estos reconocimientos; la apatía era su
estado habitual, y sólo cuando recelaba un rompimiento con alguna potencia
europea, se despenaba de su letargo para ordenar que se exploraran las
costas del sur, no con el objeto de poblarlas, sino para desalojar a los
extranjeros”. Por ejemplo, el virrey Melo mandó explorar la boca del río
Colorado, no para fundar poblaciones, sino para buscar franceses.

En realidad, esta historia comienza cuando el gobernador de Buenos Aires


recibe una Real Cédula, fechada el 21 de mayo de 1684, en la que le
ordenan abandonar todas las poblaciones de indios situadas sobre la costa
patagónica. Tenía que trasladarlas a más de 30 leguas de la costa "por ser
más conveniente esté despoblada dicha costa, para que nunca hallen abrigo
los extranjeros enemigos, ya que no es posible fortificarlas con las armas
reales”.191

Esta Real Cédula es el más importante antecedente de la errónea política


argentina de mantener las fronteras vacías, pensando que la mejor defensa
posible es el desierto. Durante más de un siglo de vida independiente se
impedirá el desarrollo de Las actividades productivas en las áreas de
frontera. Como consecuencia de ello, muchas de esas zonas se encuentran
en la actualidad más vinculada a los países limítrofes que al territorio
argentino.

El jesuita Falkner recorre la Patagonia en 1744 y advierte que existían


zonas que podrían ser fácilmente utilizadas por los ingleses como bases
militares. Desde la Patagonia, sostiene, es fácil atacar las poblaciones
chilenas de Valdivia y Valparaíso.192 Su libro provocó una conmoción en
España, por la cual se ordenó la fundación de Carmen de Patagones y la
exploración del río Negro.

Sin embargo, poco tiempo después se volvía a la vieja política de


despoblar. El virrey Vértiz recomendó en 1778 levantar las poblaciones
sobre la costa patagónica, como una forma de ahorrar fondos. Le hicieron
caso y en 1783 el rey dispone destruir el fuerte de San José en Bahía Sin
Fondo.193

Algo parecido ocurrió con las islas Malvinas. El virrey Avilés explicó a su
sucesor que de las islas "no sacamos provecho alguno y únicamente por
motivos de Estado mantenemos su posesión”.194 Efectivamente, ingleses y
franceses las habían ocupado previamente y las habían utilizado como base
para la caza de ballenas y lobos marinos. Después de una larga negociación,
en 1775 los ingleses abandonan definitivamente sus instalaciones
malvinenses en Puerto Egmont, Para controlar su eventual regreso, los
españoles patrullan la zona y encuentran indicios de que el lugar había sido
visitado por loberos y balleneros británicos, que en tierra convertían en
aceite la grasa de esos animales. La mejor forma de evitar esas actividades
era, sin duda, sustituir a los ingleses en el uso de esos recursos y ocupar las
instalaciones, cuya importancia debe valorarse en relación con la muy
escasa infraestructura existente en las islas. Sin embargo, en vez de
utilizarlas para explotar los recursos locales, los españoles destruyeron
totalmente Puerto Egmont en 1780, “prendiendo fuego al misino tiempo al
torreón, almacenes y casas, desapareciendo el primero totalmente”.

Esta política se sostiene mediante la censura que reprime las opiniones


contrarias: en 1802 el virrey Del Pino clausura el Telégrafo Mercantil, único
periódico del Río de la Plata, a raíz de un artículo de Juan de la Piedra
titulado: "Circunstancias en que se halla la provincia de Buenos Aires e islas
Malvinas y modo de repararse”, en el que se recomendaba el desarrollo de
actividades productivas en las zonas desiertas, incluidas las islas.196

No sólo se persiguieron las actividades productivas localizadas en áreas


remotas. Hasta el saladero sufrió las consecuencias de esta política
restrictiva. Esta industria de salazón de carnes producía carne salada al sol,
en seco, destinada a los mercados esclavistas, ya que, según un viajero
inglés, “los negros parecen ser la única gente que puede comerla”.197 La
ausencia de maestros saladeros y la actitud negativa de las autoridades
coloniales impidieron el desarrollo de una industria de salazón en salmuera,
que exportara productos destinados a soldados y marinos europeos.198 Del
mismo modo, el virrey Loreto impidió que Lavardén ensayara la pesca y
salazón de pescado en las costas patagónicas, porque sostenía que tales
actividades estimulaban el contrabando.

Se bloquearon todas las tentativas de desarrollo y utilización racional de


recursos. Durante toda la época colonial se mantuvo la prohibición de
introducir ganado merino por temor a que una industria textil local
compitiera con la de la metrópoli. La lana de vicuña no podía transformarse
localmente y debía ser vendida al rey. También aparecieron restricciones
contra el cultivo del "algodón o cualquier otra planta cuyo fruto pudiera ser
industrializado”. La orden de arrancar las vides se complementó con otra de
arrancar los olivos, para forzar la importación de aceite desde España. Las
razones eran siempre las mismas, se explicitaran o se disimulasen: un
territorio cuyos recursos naturales se utilizan plenamente es más difícil de
controlar que un área empobrecida. Así, son las condiciones políticas las que
deciden sobre el uso y destino de los recursos naturales.

LOS COMIENZOS DE UNA POLÍTICA SANITARIA

Hacia el final de la época colonial se producen los primeros intentos por


establecer una política sanitaria. Corresponde a Vértiz la creación del
Protomedicato en 1778. Esta entidad actuará como tribunal médico,
academia de medicina y vigilante de la salud pública. Nos interesa
especialmente su actuación ante la epidemia de 1802, porque se trata de la
primera respuesta científica integral ante un problema del medio ambiente.

Ante la epidemia, el Protomedicato dictamina que es necesario tomar una


amplia gama de medidas de higiene urbana, algunas de las cuales ya habían
sido propuestas o intentadas sin demasiados resultados, o sin haber hecho
los esfuerzos necesarios para lograrlas. Se recomendaba la limpic2a de
calles, la inhumación de animales muertos, el traslado de talleres a los
arrabales, la inspección de corrales urbanos para controlar el
encharcamiento y la acumulación de basuras, el traslado de éstas lejos de la
ciudad, la limpieza de los mataderos, el control sanitario de las reses para
consumo a fin de evitar el carbunclo, tomar Jejos de la ciudad el agua para
consumo, el aislamiento de enfermos contagiosos, control de fraudes en
alimentos y bebidas, purificación del aire en hospitales y cárceles, aireación
de templos donde se velaban cadáveres, cuarentena de esclavos para evitar
la viruela, la sama y la hepatitis.3,1

En forma coherente con estas propuestas, se funda en 1804 la Junta de


Sanidad, cuya función no era “conservar la vida de los habitantes, sino
precaver los males de que pueda ser asaltada".2“1 Se trataba de un
organismo de medio ambiente, que debía efectuar verificaciones sanitarias
en buques, realizar el control bromatológico del pan, carnes, frutas y
verduras, eliminar basuras de

La ciudad, y controlar los efluentes de establecimientos cales como las


curtiembres, a los que se calificaban como “bastantes para producir
epidemias”.

Después de cada epidemia se adoptarán medidas similares. Sin embargo,


a medida que el tiempo pase, los controles irán relejándose hasta que una
nueva epidemia obligue a pensar en ellos. Pero generalmente no se
reconocen los antecedentes y la experiencia, sino que se suele proceder
como si cada vez fuese la primera.
NOTAS

31. Garcilaso de la Vega. Inca: Comentarios reates, Buenos Aires, Espasa


Calpe, 1970.

32. Narváez, Pedro Sotelo: "Relación de las provincias del Tucumán”, en


Relaciones geográficas de Indias, Perú II, Madrid, 1885.

33. Casano, Eduardo: "El altiplano andino", en Historia r/e la Nación


Argentina, tomo I, Academia Nacional de la Historia, Buenos Aires, El
Ateneo, 1961.

34. Garcilaso de la Vega, op. cit., en reí. 31.

35. ídem anterior.

36. Ribeiro, Darcy: Las Ameritas y la dvilización, ionio 1. CEAL, Buenos


Aires, 1969, y Murray,John V.: "Social Stmcture and Economics Themes in
Andean Ethnohistory”, en Aniropological Quartetly, Washington, 1961.

37. Garcilaso de la Vega, op. cit., en ref. 31.

38. Romero, Emilio: “Cultivo intensivo en terrazas”, en Historió económica


del Perú, Universo, Lima, s/f.

39. Casanova, Eduardo: “La quebrada de Humahuaca”, en Historie de la


Nación Argentina, tomo I, op. cit., en ref. 33.

40. Cappa, Ricardo, S. J.: Estudio crítico acerca de la dominación española


en América, pane III: "Industria agrícola pecuaria llevada a América por los
españoles”, tomo V, Madrid, 1890.

41. Editorial de la revista Comercio Exterior, Banco Nacional de Comercio


Exterior S.A., México, Vol. 28, N® 11, noviembre de 1978.

42. Victmeyer, Noel D.: "Las plantas de pobres", en CERES, revista de la


FAO, mano-abril de 1978, y en Comercio Exterior, noviembre de 1978.

43. Parodi, L. R.: La agricultura aborigen argentina, Buenos Aires,


EUDEBA, 1966.

44. Revistas Dinamis N° 66, Buenos Aires, mayo de 1974, y Encuentro,


año II, N” 8, Buenos Aires, junio de 1979.

89

45. El Censor, del 21/1/1819, en Biblioteca de Mayo, tomo VIII, Buenos


Aires, Senado de la Nación, 1960.

46. Cit. en Zabala, Rómulo, y Gandía, Enrique de: Historia de la Ciudad de


Buenos Aires, romo 1, Secretaria de Cultura de la Municipalidad de Buenos
Aires, 19B0.

47. Sobre esta ficción, un conocido autor de ficciones comenta: "Hecho


indudablemente exagerado, que nunca han justificado los descubrimientos
posteriores”. Verne, Julio: Los grandes viajes y los grandes viajeros,
Ediciones Colombino Hermanos, Montevideo, 1947.

48. Pigafetta. Antonio: Primer viaje en torno riel globo (1519-1521),


Buenos Aires. CEAL, 1971.

49. Reproducido en Zavala, Silvio: Servidumbre natural y libertad cris-


liana, Facultad de Filosofía y Leerás, Instituto de Investigaciones Históricas,
N° 67, Buenos Aires, Peuser, 1944.

50. Feuillée, Louis: Diario de observaciones /¡sitas, matemáticas y botáni-


cos, cit. en La Nación, 10/7/1983.

51. Del Barco Centenera, Manin: La Argentina, Buenos Aires, 1912.

52. Schmidl, Ulrico: Viaje al Rio de la Plata, en "Viajes por América del
Sur”, tomo II, Aguilar. Madrid, 1962.

53. Ramírez, Luis: cit. en Madero, Eduardo: Historia del puerto de Buenos
Aires, Buenos Aires, Imprenta de la Nación, 1902.

54. Fernández de Oviedo y Valdés, Gonzalo: Historia natural de las Indias,


Islas y Tierra Firme del Mar Océano, tomo II, Madrid, 1851.

55. ídem anterior.

56. Lozano, Pedro, S. J.: Descripción corogràfica del Gran Chaco


Gualambá, Instituto de Antropología, Tucumán, 1941.

57. Schmidl, op. cit., en ref. 52.

58. Azara. Félix de: Descripción del Paraguay y del Rio de lo Piala, en
"Viajes por América del Sur”, tomo II, Aguilar, Madrid, 1962.

59. Zavala, op. cit., en ref. 49.

60. Del Barco Centenera, op. cit., en ref. 51.

61. Tisscra, Ramón: De la civilización a la barbarie. La destrucción de las


misiones guaraníes, Buenos Aires, A. Peña Lillo, 1969.

62. Azara, ídem ref 58.

63. Informe al Consulado de Lima, en que trata de las Producciones de


este Virreinato, de su comercio interior y exterior, de las causas de su
abatimiento y de los remedios para su restauración, 1790, Biblioteca
Nacional de Lima.

64. Zapata Gollán, Agustín: La fauna y la jlora de Santa Fe en tos prime-


ros cronistas, publicación del Departamento de Estudios Etnográficos y
Coloniales N® 3, Santa Fe, 1944.

65. Martínez Arzanz y Vela, Nicolás de: Historia de la Villa Imperial de


Potosí, Buenos Aires, 1943.

90

66. Capoche, Luis: Relación genero! de la Villa Imperial de Potosí, Madrid.


1959.

67. Cañete y Domínguez, Pedro Vicente: Descripción de la provincia del


Polos!, Potosí, 1952.

68. Idem anterior.

69. ídem anterior.

70. Bagú, Sergio: "Economía de la sociedad colonial", en Ensayo de


historia comparada de América latina, cap. V. Buenos Aires, 1949,

71. [dem anterior.

72. Moreno. Mariano: “Disertación jurídica sobre el servicio peno- nal de


los indios en general y sobre el particular de yanaconas y mícaiarios". cii. en
Palacios, Alfredo L.: Esteban Echeverría, albacea del pensamiento de Mayo,
Buenos Aires. Claridad. 1955.

73. Capoche, op. cit., en ref. 66.

74. Cañete y Domínguez, op. cit., en ref. 67.

75. Vilklón, A., y Monclós, A.'. Contaminación ambiental, causas y va-


loración, Barcelona, JIMS, 1974.

76. Galeano, Eduardo: Las venas alienas de América latina, Buenos Aires,
Siglo XXI, 1973.

77. Cañete y Domínguez, op. cit., en ref. 67.

7B. Tjarks, Germán: “Panorama del comercio interno del Virreinato del Río
de la Piara en sus postrimerías”, en Humanidades, t. XXXVI, Facultad de
Humanidades y Ciencias de la Educación, Universidad Nacional de La Plata,
i960.

79. Frengiielli, Joaquín: “La serie geológica de la República Argentina en


sus relaciones con la antigüedad del hombre", en Historia de la Nación
Argentina, vol. 1. Buenos Aires, 1962.

80. Vignati, Milcíadcs Alejo: “Los restos humanos y los restos industríales",
en Hiitoria..., ídem ref. anterior.

81. Madrazo, Guillermo: Las pampas: los aborígenes, Buenos Aires, CEAL,
Col. El País de los Argentinos, 1977.

82. Cit. en De Angelis, Pedro: Colección de obras y documentos, t. VII I,


vol. B, Buenos Aires, Plus Ultra, 1972.

83. Stepp. Antonio, S. J.: cit. en Documentos para la historia argentina,


tomo IX, Buenos Aires. 1918.

84. Darwin, op. cit., en réf. 26.

85. Moussy, Martin de: Description géographique et statistique de la


Confédération Argentine, Paris, F. Didot, 1860.

86. Tjarks, op. cit., en réf. 78.

87. Falkner, Tomás: Descripción de la Patagonia y de las partes contiguas


de la América del Sur, Buenos Aires, Hachette, 1957.

88. Zabala y Gandía, ídem réf. 46.

91

89. Archivo General de la Nación: Acuerdos del extinguido Cabildo de


Buenos Aires, 1789-1790, (. IX, acuerdo del 12/5/1790.
90. Cir. en Torre Revello: “Viajeros, relaciones, cartas y memorias", en
Historia de la Nación Argentina, op. cit., t. 4.

91. D'Orbigny, Alcides: Maje a la América meridional, Madrid. Aguilar,


"Viajes por América del Sur", t. IV, 1962.

92. Moreno, Mariano: "Un caso de abigeato” (escrito del 9/3/1808), en


Papeles del Archivo, Buenos Aires, Archivo General de la Nación, 1942.

93. Madrazo, ídem rcf. 81.

94. Acuerdos..., ídem ref. 89.

95 Varios autores: Diagnóstico preliminar del área Sudate de lo provincia


de flurtios Aires, Buenos Aires, CEUR, 1967.

96. Montoya, Alfredo: Historia de los saladeros argentinos, Buenos Aires,


Raigal, págs. 28-29.

97. Diario, año 1783, tomo 160 MS de la Biblioteca Nacional de Lima.

98. Zabila y Gandía, ídem ref. 46.

99. Cit. en Santamaría, Daniel; Las pampas: el poblamiento colonial,


Buenos Aires, CEAL, Col. El País de los Argentinos, 1977.

100. Moreno, Mariano: ídem reí 92.

101. Azara, Félix de; Memoria sobre el estado rural Hel Río de la
Piala, Buenos Aires, Bajel, 1943.

102. Ley X, tít. 15, lib. IV, Recopilación de leyes de Indias de 1680.

103. García, Juan Agustín: La ciudad indiana, Buenos Aires, Antonio


Zamora, 1955.

104. Concolorcorvo: Lazarillo de ciegos caminantes, Buenos Aires,


CEAL, 1967.

105. Azara, Félix de, cic. en García, op. cic., en ref. 103.

106. Chaunu, Pierre: Historia de América latina, Buenos Aires,


EUDEBA, 1968.

107. Acuerdos del extinguido Cabildo, op. cit., acta del 12/3/1790.

108. Gelman, Jorge: “Nuevas imágenes de un mundo rural, la cam-


paña riopbtense antes de 1810”, en Ciencia Hoy, 1:5, 1990.

109. Garrctón, Adolfo: Historia de San Nicolás de los Arroyos, La


Piara, Archivo Histórico de Provincia de Buenos Aires, 1937.

110. Bcsio Moreno, Nicolás; Historia de las epidemias de Buenos


Aires, en Publicaciones de la Cátedra de Historia de la Medicina de UBA,
Buenos Aires. 1940.

111. Zabala y Gandía, op. cit., en ref. 46.

112. “La civilización del cuero”, en Todo es Historia, Buenos Aires,


1972.

113. Bougainville, L. A.: Viaje alrededor del inundo, Buenos Aires,


Espasa Calpc, 34 ed., 1954.

92

114 De Azara, op. cit., en réf. SS.

115. Alfonso el Sabio: Partida 3. de. 28. ley 2.

116. ídem anterior, ley 3.

117. Idei» anterior, ley 6.

118. Escalona Agüero, Gaspar de: Gasopliilaciiiin Reguim Perubicun,


Madrid. 1775.

119. Alfonso el Sabio, ídem, réf. 115, ley 9.

120. Carlos V: ley XV, tic. 7, lib. VII, Recopilación de leyes de Indias
de 1657.

121. Carlos V: ley VII, tic. 17. lib. IV, Recopilación de leyes de Indias
de 1680.

122. Ministerio de Obras Públicas de In Provincia de Buenos Aires:


Compilación de Referencias documentales que demuestra» que los reservas
para ribera en hi costa al noroeste de Buenos Aires son bienes públicos del
Estado, La Plata, 1935.

123. Acuerdos del extinguido Cabildo... op. cic., actas del 12/7/1667
y exp. de 1695.

124. Idem anterior, serie II, c. IX.

125. ídem anterior, serie IV, t. III, acu del 8/2/1809.

126. ídem anterior, serie IV, c. V. acta del 7/2/1812.

127. Freije, Eduardo: Reseña histórica del partido de Mar Chiquita y


sus pueblos, La Placa, Archivo Hiscóriao de la Provincia de Buenos Aires,
1964.

128. Santamaría, Daniel: Poblamiento puntano y riojatto, Buenos


Aires, CEAL, Col. El País de los Argentinos, N® 77, 1978.

129. Tjarks, Germán: El Consulado de Buenos Aires y sus


proyecciones en ¡a historia del Rio de la Plata, Universidad de Buenos Aires,
Facultad de Filosofia y Letras, 1962.

130. Cit. en Levene, Ricardo: “Riqueza, industrias y comercio durante


el Virreinato’’, en Historia de la Nación Argentina, op. cit., t. 4.

131. Cit. en Brailovsky, Antonio Elio: £1 Riachuelo, Buenos Aires.


CEAL, Col. La Vida de Nuestro Pueblo, 1982, op. cit., en ref. 15,

132. Ddgrano, Manuel: Escritos económicos, Buenos Aires, Raigal,


1954, artículo del Corno de Comercio, del 28/4/1810.

133. ídem anterior, arcículo del 9/6/1810.

134. Vieytes, Juan Hipólito: Antecedentes económicos de la


Revolución de Mayo, Buenos Aires, Raigal, 1956, artículo en el Semanario de
Agricultura, 15/12/1802.

135. ídem anterior, artículo del 30/5/1804.

136. Crónica de Pero López de Souza, en Ríwm Trimestral do Instituto


Historico Ceograpltico do Brasil, t. XXIV, Río de Janeiro, 1861.

137. Ramírez, en op. cit., en ref. 53.

138. Fernández de Oviedo, op. cit., en ref 54.

93

139. ídem anterior.

140. ídem anterior

141. Zúñiga, Juan de, cit. en Medina, José Toribio: Las viajes de
Diego Cania de Moguer aI Río de la Piala, Santiago de Chile, 1908.

142. Ramírez, op. cit., en ref. 53.

143. Ramírez, ídem anterior.

144. Zúñiga, op. cic., en reí. 141.


145. P. Cardiel, cit. en Furlong CardiíF, Guillermo: Eiilre los pampas
(¡c Buenos Aires, Buenos Aires, 1936.

146. Correa Luna, Hugo: "Descripción y conservación de su natura-


leza silvestre”, en Anales de la Sociedad Científica Argentina, abril-junio de
1975. “Campaña Científica a las islas Malvinas», 1974.

147. Notas de Justo Maesoal libro: Parish, Woodbine: Buenos Aires y


las Provincias del Río de la Piala, Buenos Aires, 1856.

148. Correa Luna, op. cic., en ref. 146.

149. Cic. en Martínez Sierra, Ramiro: El mapa de las pampas, Buenos


Aires, 1975.

150. Archivo Histórico de Sanca Fe; Acias del Cabildo de Santa Fe,
MS, T. XIV, 1769-1799, folio 12 vis.

151. Leyes de Castilla, N® 1, 3, 8 y 10, ríe. 8, Libro 7.

152. Cañete y Domínguez, op. cic., en ref. 67.

153. Recopilación de Leyes délos Reinos de las Indias, lib. IV, rít. 7,
ley 1, de 1523, Madrid, 1641.

154. Idem anterior.

155. ídem, libro IV, ríe. 7, ley III.

156. ídem, ley V.

157. Cit. en Brailovsky, op. cit., en ref. 15.

158. ídem ref. 153, ley IX.

159. ídem anterior, ley X de Felipe II.

160. ídem, ley XVII.


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201. ídem anterior.

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