La Calle Oscura (Parte 5)

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VI

S OBRE la fachada hay un letrero dora


do, que dice "Joyería-Jewellery" . En
cima, el nombre del establecimiento y
el del propietario . "El diamante azul" . Mario
Romaneschi . Hay dos vidrieras pequeñas con
sortijas, brazaletes y algunos relojes que repo-
san sobre un ajado terciopelo negro .

Mario acaba de escribir a casa . Ya regresó


del banco el mensajero con el giro de los cien
balboas a nombre de Paolo Romaneschi, y ya
tiene escrito el sobre . Firenze. Italia . Italia,
con letras muy grandes, porque Mario escribe
a mano . Mario tiene algunas dudas acerca de
la ortografía italiana ; pero, le comprenden

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siempre lo que dice, sobre todo cuando manda


un giro . Y Mario escribe en español también
y en inglés, aunque sólo sea los pedidos de la jo-
yería, y es poca la literatura . Italiano, inglés
y español . Ya es mucho y Mario se siente muy
ufano . Cuando Mario llegó a Panamá no ha-
blaba más que en italiano, y se sintió un poco
triste al encontrar al tío Aurelio, bigotudo, mal
vestido y arrugado, y oliendo siempre a estiér
col de caballo . Mario fué soldado cuando Musso-
lini empezó la guerra de Abisinia, y aunque no
tuvo ocasión de probar su valor contra las lan
zas de los desnudos guerreros del Negus, ni
realizó más actos de servicio que algunas guar
dias en los campamentos, el señor Paolo deci
dió enviarlo a Panamá tan pronto como lo li-
cenciaron . Y a las quejas de su hijo, que se
lamentaba del calor y de una América distinta
de la imaginada, con un tío Aurelio de coche
ro paseando gringos y turistas a bordo de su
victoria, el viejo marmolista florentino contes-
taba con frases muy largas en las que se exal-
taban los méritos de la paciencia y se anun-
ciaban para Italia terribles cataclismos . Y cuan-
do el Duce lanzó sus legiones sobre Albania y
sobre Grecia, las cartas de Florencia solamente
referían defunciones y desgracias . Mario se

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resignó, y algunas veces hasta acompañaba a


Aurelio a buscar yerba para el flaco caballejo
que arrastraba el coche, y conversaban larga-
mente en el trayecto .

Un día Mario tuvo un maletín y algunas jo


yas dentro . El aprendizaje fué muy breve, por-
que su instructor se hallaba muy lejos de ser
un especialista . Tenía una abundante clientela ;
eso, sí. Gentes humildes y sencillas que gus-
tan invertir difíciles ahorros en una sortija de
piedra azulada, en unos aretes, en una cadena .
Son pequeñas vanidades de la gente, que el se
ñor Manzini sabía cultivar muy bien, admitien
do cambios y devoluciones y otorgando largos
plazos.

El señor Manzini tenía cuatro hijas, sin que


Dios premiara sus bondades concediéndole un
varón . Y la mayor, la más bella de las cuatro,
bien podía casarse un día con el joven Mario .
Se llamaba Edda, porque Aurelio, su padrino,
lo mismo que el señor Manzini, guardaban en
su corazón ingenuo y desterrado una honda
admiración por Mussolini, que había hecho de
Italia un país grande y temible . Y Mario em-
pezó a vender joyas falsas y baratas, a visitar
hogares pobres y a cobrar cuentas menudas .

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Pero se cansó de andar y decidió abrir una


tienda. Ya vendrían a buscarle . Aurelio se
atusó muchas veces los bigotes en prolongadas
reflexiones, y decidió ayudar al sobrino en los
gastos de la instalación . El señor Manzini, por
su parte, aportó abundante provisión de aretes
y cadenas, y se abrió la joyería .
El dinero fluía fácil y la boda se cumplió en
domingo . Edda estaba cada día más bella, pe
ro sonreía muy poco, porque se sentía infeliz .
Había estado en un colegio caro y tenía aspira-
ciones. Invitada a cumpleaños y otras fiestas,
había conocido algunas casas muy distintas de
la suya, y jóvenes alegres, con carros lujosos .
Pero una muchacha italiana, aunque haya naci-
do en Panamá, tiene que casarse con un com-
patriota. Otra cosa sería inconcebible para
Aurelio, para el señor Manzini, y hasta para el
propio Mario . Por eso se casaron, aunque en
Edda fermentaban ideas muy distintas y, con
discreta reserva, detestaba todo lo italiano . To-
do ; hasta el idioma, que nunca quiso aprender,
la comida, y aquel vino que bebían su padre y
su padrino y sus amigos hasta emborracharse y
empezar a cantar unas canciones tristes que ella
no entendía .

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LA CALLE OSCURA

A Edda le gustaba el baile y le gustaban las


fiestas y los trajes lujosos .
Y Mario trabajabatodelíaprgnmuchapltyoder
volver a Italia, seguramente sin saber que no
regresa nadie . Nadie. Ni Aurelio, ni el señor
Manzini . Y Edda no quería vivir fuera de Pa
namá . Edda se aburría mucho en casa, oyen
do radio, sin ir al cine más que algunos sába-
dos, y se aburría mucho también si iba a casa
de su padre . Por eso se pasaba tanto tiempo
delante del espejo con temor de verse marchi-
tar, y por eso accedió un día a que un amigo la
invitara a pasear en carro. Mario no se daba
cuenta . Mario sólo proyectaba su atención ha-
cia el dinero ; hacia las facturas y hacia aque-
llos libros grandes con lomo de piel que guar-
daban el secreto de sus crecientes ganancias .
Algunas prendas de seis dólares vendidas en
treinta . A plazos, desde luego, con el riesgo de
perderlo todo . Pero la gente pobre paga bien,
y la felicidad de Mario se dilata .

Una noche, Edda no volvió. Hubo alarma y


mucho susto, hasta que Franceses, la mayor de
las solteras contó la verdad . Edda estaba bien
y muy contenta. Se había ido para Costa Ri
ca, no importa con quien . Y, seguramente vol-
vería . Volvería feliz, a su manera . El hogar

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de los Manzini se estremeció hasta los cimien


tos, y las quejas y las maldiciones se mezcla
ban en algarabía .

Mario nunca pudo comprender aquello, en


una mujer italiana, y se concentró al trabajo
tratando de olvidar la grave humillación sufri
da . Después, fué la guerra . Las blindadas divisiones italianas pasaron por Florencia en di .reLcuigóon,ahls rteunpoc

más aprisa, y un poco derrotadas ya . Detrás,


los aliados. Un mundo extraño y nuevo de
uniformes, tanques y cañones, que hicieron tem-
blar los severos palacios florentinos con la pe-
sada estridencia de sus engranajes . El viejo
Paolo, el marmolista, se siente desolado y teme
por su prole . Sobre todo, por Silvia, dema-
siado niña y demasiado hermosa para quedar
allí al lado de la marmolería y a la vista de
tanto soldado enemigo . Y Mario necesitaba
compañía, después de lo de Edda .

Mario hace sus cálculos con un lápiz en la


mano . Silvia le podrá ayudar a vender en la
tienda y el pequeño Augusto servirá de mensa-
jero . Los pasajes, en tercera, pagados en dó-
lares, no resultan caros . Y Silvia llegó a Co-
lón con un traje de lana grueso y unos zapatos

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LA CALLE OSCURA

muy feos y unos ojos verdes muy abiertos . Muy


abiertos, y muy verdes, con manchas azules, co-
mo si le hubiera robado al mar un trozo de
paisaje de tanto mirarlo.

Silvia se compró otra ropa y pronto llegó a


la conclusión de que su hermano era un hom-
bre malhumorado y muy mezquino . Y que el
destino de una mujer como ella no podía ser,
en modo alguno, el pequeño mostrador de una
tienda visitada con frecuencia por algunos grin-
gos y por jamaicanos, sobre todo .

Silvia abre más los ojos, pero sin candor .


Tiene que casarse y tiene que casarse pronto,
aunque le inquieta una duda. Una duda que
tiene su raíz en el Jardín Botánico de Floren-
cia y que sigue hasta el Boboli . Y en un jo
ven aviador convaleciente de una herida grave
y en un perfume que le regaló a cambio de na-
da ; de sus besos y de sus caricias, y de su ino-
cencia, que murió oliendo a heliotropo . Por
eso César no le sirve . César dice cosas agra-
dables ; pero no tiene dinero, y es latino y con
prejuicios. César no es el hombre que ella ne-
cesita para llegar a la Zona y tener comisa-
riato y carro nuevo . El gringo surge pronto, y
la boda es cosa fácil. Pero el hombre aquel,

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tan grande, tiene accesos de furor terrible cuan-


do se emborracha, y Silvia tiene miedo de que
la asesine un día . Es un miedo elemental ; un
miedo físico . Y después que nace el niño deci-
de regresar a Italia . El divorcio se arregla muy
pronto ; como el matrimonio, pues hasta hay
ya unos formularios hechos . Silvia se marcha
con una sentencia a su favor y una pensión
asegurada. Es modesta, pero basta . Y se des-
pide de César con un poco de amargura, que
le pasa pronto . Silvia no puede ser nunca fiel
más que a un recuerdo . A un recuerdo joven,
a una gorra ladeada, a un bigote rubio, y a un
perfume de heliotropos. Sabe que nunca más
volverá a verlo, porque después lo mataron . Se
estrelló con un avión, volando una mañana so
bre el Rhin
. Pero le queda el recuerdo del Jardín Botánico y del Boboli, y las mujeres aman
mucho los recuerdos . Los recuerdos nunca de
cepcionan, porque a medida que se esfuman
se van reconstruyendo a voluntad . Además,
los recuerdos no envejecen, como le pasa a
la gente .

Mario vuelve a contemplar la dirección


. Fir.yLIeatnzlsoimbcduentlirumpe

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-Buenos días .

-¿Qué tal?

La visita de César no le agrada . Nunca le


agradó . Un contemplativo ; un soñador ; un fra-
casado, que no tiene ni automóvil . Además,
salía con Silvia por ahí, sabiéndola casada . Sil-
via, como Edda . . . Las mujeres . . . La expre
sión de Mario se endurece un poco . No puede
remediarlo, porque sus emociones son siempre
poderosas .

-Quisiera un reloj . Un reloj pequeño ; de


mujer . No muy caro . . . a ser posible .

El joyero se suaviza. La visita, es de com-


prador . Un reloj, de mujer . . . doce balboas . . .
catorce, con el nuevo impuesto . Y César pa-
gará cuarenta. Pero . . . ¿Un reloj de mujer?
¿Para quién será? César ya no está casado .
Alicia vive ahora con su hermana, la maestra,
y dicen que es amiga de un político importan-
te . Alicia . . . Edda . . . Silvia . . . Las mu-
jeres . . .

Mario, al acordarse, siente cierta solidaridad


con César y decide pedir sólo treinta y cinco
balboas, siempre que pague al contado, En otro

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caso . . . el riesgo existe siempre, y más con los


bohemios ; con los escritores y los periodistas,
que son gente informal y mala paga .

-Me gusta este. ¿Cuánto?


-¿Va a pagarlo, o quiere crédito?
-Supongo que tiene que ser así . Puedo de-
jarle diez balboas ahora, y el resto lo paga-
ré . . . ¿Cuánto es que vale?
-Es un reloj muy fino, y garantizado por
un año. A prueba de agua, de golpes . . .
César se impacienta .
-No es para ningún buzo, ni para un boxea-
dor tampoco . Y nadie se baña con reloj . Dí-
game cuánto.

Mario no puede prescindir de la rutina, que


se funda en años de experiencia .
-Acero inoxidable . Es un reloj eterno . . .

-Tampoco es necesario que sea eterno, por-


que la gente se muere . ¿Cuánto?
-Para usted . . . Déjeme ver . . .

Mario sigue en dudas . ¿Cuarenta . . . ? ¿Trein-


ta y cinco . . . ?

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-Sí . Puedo dárselo en treinta y siete cin-


cuenta. No gano nada ; casi nada . . .

-Está bien . Envuélvalo para regalo . Ya


comprenderá que no es para mí .

El joyero se siente locuaz mientras busca pa-


pel fino y una cinta .

-¿Qué le pasó en el brazo- ¿Se cayó?

-Nada . . . Una chiva . . . Nada de impor-


tancia. ¿Qué sabe de Silvia?

-Poco . Hace tiempo que no escribe. Vive


en Roma, ahora . Está bien ; eso, sí . Trabaja
con una compañía de turismo y acompaña a los
excursionistas gringos . Como habla inglés . . .

-Sí ; es verdad .

Entra un ritmo de tacones con melena lar-


ga del color del cobre y unos senos retadores .

-¿Qué hubo, Herminia . . . ?

Mario se interrumpe en su labor para hablar


con la joven y César se aparta discreto simu-
lando contemplar unos servilleteros fabricados
con troquel .

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-¿Vienes a recoger tu encargo . . .? Creo


que ya está arreglado .

La mentira parece poco convincente al pro


pio Mario, que añade algo en voz baja .Hineramsoíyhcdeansrlupobe

un solo tacón . La cintura, así, quebrada, acen-


túa su feminidad . César sale hasta la puerta
y contempla la calle . Dos gringas encanecidas,
con el pelo teñido de violeta, observan unos di-
jes y deciden entrar .

-Espérate un momento, Herminia . . . Cé


sar ; aquí tiene su reloj . Tome el recibo . . .

Herminia contempla con mirada atenta un


brazalete de plata . El examen no parece complacerla .muCcéhsoarpienq guramte

Mario no pudo hacerle todavía el elogio de la


joya, sin duda regalada .

-Gracias . . . Sí . . . sí . . . Está muy bien


envuelto . . . Ya vendré por aquí la otra se-
mana .

César sale y mira distraído el reloj grande


de la joyería . Son casi las doce . Anoche se
acostó muy tarde . ¿A qué hora? No lo sabe .
A las diecisiete cuartillas nuevas . Diecisiete .

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Se levantó agotado . No podía seguir por la


fatiga ; por la molestia del brazo . Si no hu-
biera tenido que comprar el regalo para Celia,
seguiría escribiendo . ¿Seguiría, en realidad?

Atento a las desigualdades de la acera y al


curso de sus pensamientos, César camina des-
pacio con el sol abierto sobre la cabeza . No lo
siente . El sol es una cosa natural, perfecta .
Siempre igual, haciendo el mismo recorrido .

Elvira ha salido de la escuela y camina hacia


su casa . Se detiene un momento en el quiosco
del cojo Mendizábal y le pide a Encarnita una
soda fría. Mientras bebe, ve pasar a César por
la esquina de la sastrería del chombo . Parece
abatido, contemplando el suelo y con la guaya-
bera un poco arrugada .

Elvira piensa otra vez en Alicia, que vive


triste y amargada, preocupándose en silencio
por el porvenir incierto . Huraña, pensativa
siempre, y concentrada, porque cuando la ale-
gría es profesión, no es frecuente la risa es-
pontánea . Y Alicia tiene que ir a muchas fies-
tas, y reír, cantar, bailar y mostrarse gozosa,
alegre y despreocupada . Si no fuera así, ya no
la invitarían para animar las reuniones, y per
dería la protección de aquellos señores . Y aho-

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ra César camina también abatido y con un brazo vendado


. ¿Por qué se separarían? Si hu
bieran seguido juntos . . . Después de casarse
parecían muy contentos, cuando iban a la pla-
ya, a Chame, y César contaba cosas, y habla-
ba de la gente conocida y comentaba los suce-
sos. Es absurdo que Alicia viva en forma tan
extraña, teniendo que beber y que fingir ; y que
haya niños como Yeyo, que nacen así, como si
fueran plantas ; y mujeres viles, como "La Pi-
chona" que, según le han dicho . . . La vida
tiene aristas muy agudas, y la gente parece em-
peñada en hacerla más difícil . La envidia, la
avaricia, el egoísmo, la maldad . . . Y los ni-
ños . . . los niños de su escuela, y los de todas
las escuelas, crecen y van acercándose a ese mun-
do de bajas pasiones, que es como irse sumer-
giendo en un charco de aguas malas . . . En los
pueblos, en los campos, no es así . Hay también
su ruindad y sus envidias y algunos rencores
pequeños. Pero allí donde la gente tiene el co-
lor de la tierra, la tierra es más humana, y da
pródigamente sus frutos y flores . Y cuando
hace sol todo se alegra ; y cuando llueve sube
desde el suelo una fragancia que el cemento
ignora . Aquí, con sol, la calle sigue siendo
oscura, triste, sucia . . .

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Delante del callejón donde la vieja Chana si-


gue friendo pescado, hay grupos de mozalbetes
que viven en la vecindad. Cambian cigarrillos
y frases obscenas y algunos juegan trompo,
riendo en carcajadas estridentes . Sobre la ca-
beza de la anciana, cuelga pendiente de un cla-
vo, una lata oxidada con una planta de albaha-
ca, que parece condensar la escasa pureza del
barrio en sus pequeñas hojas, tan tiernas y tan
verdes .
-¿Qué hubo, Elvira?
Elvira se detiene ante el saludo, y su ondu-
lante pensamiento queda fijo .
-¡Eh! ¡Rosa! ¿Qué tal?
Elvira siente mucha simpatía por Rosa . Le
recuerda la Normal ; el uniforme azul de los do-
mingos y de los días de fiesta ; los paseos por el
parque, y las charlas optimistas en los dormi-
torios y en el comedor . Además, Rosa es buena
y formal . Tiene a su marido y a sus hijos, y
cuida de aquel niño, Yeyo, que no sabe de quién
es. Debía casarse, claro está . Un día le ha-
blará de ello, porque Elvira ya sabe la verdad ;
y Pancho, el de la chiva, parece ser también
buena persona .
Rosa ha empezado a relatarle cosas .

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- . . . y te digo que hemos pasado el gran sus-


to . Figúrate tú . La primera vez que lo de-
tienen . . . Parece que era un borracho . . . Por
suerte, no fué nada ; pero hubiéramos que-
dado . . .
A Rosa no le gusta referir a nadie sus pro-
blemas económicos ; sus dificultades intimas, y si
Carmen, "La Pichona", las conoce, es porque
aquella mujer lo sabe todo siempre . Por eso es
"La Pichona", y la gente le consulta cosas .
Rosa no sabe de qué hablar ahora . Quisiera
comentar con Elvira el suicidio de la pobre Ju-
lia, que tanto la atribula ; pero no se atreve .
Elvira es maestra y no podría comprender la fa-
tal decisión de aquella joven que se arrojó por
un balcón rompiéndose la nuca . Carmen, "La
Pichona", y Julia son dos pensamientos que se
enredan formando una maraña . Elvira habla
de Yeyo .
-Estoy muy contenta con él . Es listo y apli-
cado . . . muy educadito y serio . . . Es un gran
niño . . .
-Sí ; es verdad . . . Y nos ayuda mucho ;
vieras . . .
Las necesidades domésticas que alivia Yeyo
con su trabajo, vendiendo periódicos y lavando

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LA CALLE OSCURA

carros, vuelven a gravitar sobre Rosa, orién-


tándola hacia confidencias que no quiere ha-
cer . . .

-Me alegro mucho de que vaya a la es-


cuela . . . y, sobre todo, que esté contigo . Figú-
rate . . . Y Pancho está muy contento tam-
bién . . . Bueno, niña . . .

Rosa sigue hacia la tienda a comprar sal y


frijoles, y piensa en Elvira y en la escuela ; pe-
ro es sólo un momento . La imagen de Julia,
muerta en el pavimento de la calle, con la ca-
beza destrozada, le hace sentir un estremeci-
miento . El hombre iba a dejarla, así . . . con
dos chiquillos . . . y largarse tan tranquilo para
allá, para su tierra . . . Sí . Así son . . . todos .
¿Y Pancho . . . ?

Carmen, "La Pichona", está preocupada . Ha


visto a Rosa conversar con Elvira y seguir
luego a la tienda . Y Don Benito tiene prisa.
Le ha ordenado regalar a Rosa unos aretes fi-
nos, de coral y oro, y ofrecerle alguna plata ;
pero Carmen, "La Pichona", no se atreve toda-
vía . Rosa está ahora muy contenta de tener a
Pancho en libertad y en casa, después del so-
bresalto de la detención, y es preferible espe
rar . Tendrá que calmar a Don Benito, que se

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muestra impaciente ; pero si le dijera algo a


Rosa lo echaría todo a perder, porque Rosa es
como es, y quiere a su marido, que es joven y
fuerte . Sin embargo, debe hablar con ella . Ha-
blar, de cualquier cosa . Y Carmen, "La Picho-
na", acecha su regreso .

Componiéndose la greña y haciendo sonar las


chinelas, Carmen, "La Pichona", aparta la cor-
tina de cretona floreada ; abre la rejilla y pone
pie en la acera . En la mano lleva cinco reales
y rondándole por la cabeza sus malignos pen-
samientos, que nunca la abandonan . Si Rosa
se negara a verse con Don Benito, perdería su
protección y un buen cliente, ahora que los negocios andmlcosintrgadeTomsy

la mucha competencia que hay . Pero, Rosa


puede hasta enojarse . Tal vez el dinero no le
importe mucho, y menos ahora, que Pancho
puede seguir con la chiva y que Yeyo vende ca-
si todos los periódicos, ayuda a Víctor a la-
var los carros y gana bastante plata .

Carmen, "La Pichona", sigue andando . En la


esquina sigue Leonidas, el griego que vende fru-
tas, al frente de su tinglado . Unas gringas con-
templan los tableros de la lotería que las ven-
dedoras abren sobre sus rodillas, y cinco mar¡-

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LA CALLE OSCURA

nergs de un barco argentino pasan muy despa


cio mirándolo todo . Un soldado de anteojos, que
parece un profesor, muy alto y desgarbado, to-
ma unas fotografías de la calle, donde están ali-
neadas varias carretillas . Un vendedor de ta-
males hace equilibrios con su bicicleta, para
andar despacio pregonando, y el chino del chop
Buey bosteza parado en la puerta .
El encuentro de Rosa y Carmen, "La Picho-
na", se produce normalmente .
-Ya tienes a tu marido, niña .
-Sí ; le digo . . .
-¿ . . . y estarás contenta . . .?

Rosa se sonríe ; pero el recuerdo de Julia le


sigue pesando . Porque la veía mucho pasar por
la calle ; porque jugaron de niñas, allá en La
Chorrera ; porque era pobre también, y porque
el soldado la iba a dejar sola con los dos chi-
quillos . El rostro de Rosa se nubla otra vez .
-Desde luego, Carmen . ¿Cómo no? Pero es
que esto de Julia . . . me tiene . . . Cuando pien-
so que la vi el domingo, y hasta conversamos
algo . . .
"La Pichona" advierte en seguida que puede
aprovechar aquella pesadumbre . El cadáver

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RENATO OZORES

destrozado de la pobre Julia, con su pelo cho-


lo teñido de sangre y el cuello torcido en un
gesto trágico, puede dejarle provecho .
-Si es lo que te decía . . . Los hombres, son
todos iguales . . . Si esa chica hubiera sido in
teligente y viva . . . ¡Ay! Bastante que yo se
lo dije . . . No te enchocles con ninguno, ni
ña . . . no seas tonta . . .
-Pero, si lo quería, Carmen . . .
-¡Qué querer, ni qué querer! Eso son his-
torias . . . Además, que podía vivir con él, si le
gustaba . . . porque eso no quita . . . Y . . . ya
ves . . . Iba por ahí, por "La Ranita" a . . . na-
da. Porque no quería saber de nadie . . . Lo
que Ignacio le daba así, de vez en cuando, por
lo que ayudaba a consumir . . . Pero, fíjate, que
había un teniente . . . Me lo dijo Emilia . . . que
le hubiera dado . . . Y nunca quiso, la muy
bruta, por estarse así, con su soldado, que aho-
ra se marchaba y la dejaba en las latas . Ya
tú ves . . . Porque, la verdad, es que se mató
por eso . . . Porque el hombre la dejaba y no
tenía un centavo . . .
Rosa escucha atenta sintiendo que algo se le
desmorona dentro . Porque todo lo que dice Car-
men suena como la verdad .

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LA CALLE OSCURA

Llega Yeyo dando saltos con rostro radiante .


Ya vendió "La Hora", y además, por la maña-
na ayudó a Víctor a lavar dos carros . Yeyo
trae plata en el bolsillo . Más de un peso de ga-
nancia, que luego le dará a Rosa . Entra por
el callejón del patio, bebe agua de la pluma que
está al lado del lavadero donde Chon trabaja y
regresa hacia la calle, hasta que Rosa lo llame
a comer . Pero Yeyo se detiene bruscamente en
medio del callejón . En el patio estallan gritos
estridentes y el niño se vuelve . Los mozalbetes
del trompo interrumpen su juego ; Chana se lim-
pia las manos en el delantal de dril y Rosa en-
tra precipitadamente con revuelta mirada de an-
siedad, porque piensa en el pequeño que dejó
solo en el corredor .
En el patio hay ya un pequeño grupo y unos
brazos que sostienen el inanimado cuerpecito
del chiquillo, que sangra en abundancia por la
cara. Tiene abierta la frente en una herida
larga y ancha de bordes blancuzcos .
Crece el alboroto y todo son órdenes y expli-
caciones .
-!Apúrense . . .! Hay que llevarlo aprisa al
Dispensario . ¿Qué hacen ahí . . .?

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RENATO OZORES

Chon, la lavandera, es la mejor informada .


Iba a tender una sábana cuando el pequeño
cayó .
-Es una vergüenza, cómo tienen ese corre-
dor así, con la baranda rota .
-Pero, niña . . . ¿Quién se iba a imaginar . . . ?
-Si ya gateaba . . . Ya no es tan pequeño . . .
-¿Dónde estaba la mamá . . .?
-¿ . . . y las hermanas . . . ? ¿No pudieron . . . ?
La lavandera logra, al fin, hacerse oír .
-Fué la Providencia . . . Lo vi cuando ca
yó . . . Primero fué sobre las cuerdas . . . Eso
lo salvó . . . luego, hasta el suelo . . . ¡Ay, Dios
mío, qué susto!
-¿Por qué no lo llevan, ah?
La noticia ya llegó a la calle y rueda aprisa
por el barrio. Yeyo corre velozmente hasta la
esquina para buscar una chiva .
-Pare, por favor, señor . . .
-¿Qué quieres . . .?
Yeyo apenas puede hablar . El susto y la ca-
rrera le privan del aliento, y la tos le ahoga .

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LA CALLE OSCURA

-Un chiquillo . . . un chiquillo de Pancho. que


se acaba de caer al patio . Sangra mucho . . .
hay que llevarlo al Dispensario, ya . . . Por fa-
vor . . .
La chiva, detenida en medio de la calle, es-
torba el tránsito . Las bocinas encienden la pro-
testa y llega un guardia blandiendo el silbato .
El chivero inquiere más detalles acercándo
se a la acera .
-¿De Pancho el de "La Chiricana" . . .?
-Sí, señor . Y sangra mucho . . .
-Tráiganlo, pues. Lo llevamos ahora mis-
mo . ¿Dónde está?
-Aquí . . . Ya viene . . .
-En el patio continúa el alboroto con voces
de urgencia .
-Pero, ¿por qué no lo llevan . . .?
-Ya fueron a avisar . . .
-Busquen una chiva . . . un carro . . . pronto.
¿No ven este niño?
Rosa no logra hacer nada ; ni pensar siquiera .
Se siente aturdida . Yeyo le sacude un brazo .
-Vamos. Ya encontré una chiva .

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RENATO OZORES

Rosa se deja llevar detrás de Víctor, que car-


ga la criatura, y de Yeyo que abre paso . A su
lado, con rostro compungido, está la vieja Gha-
na, que se santigua varias veces murmurando
rezos . Las mujeres de la vecindad empiezan a
tejer su glosa .
-¿Dónde es que estaba la mamá . . . ?
-En la tienda, creo . . .
-O hablando por ahí . . .
Alguien mira para comprobar que Carmen,
"La Pichona", ya no está en el patio, y aven-
tura el comentario .
-Creo que estaba con Carmen . . .
-Ahora están muy compinchas . . .
-¡Niña! Siempre . . . Es por la novela . . .
-También nosotras vamos a oír radio . . .
-¿Qué se traerán . . .?
El viejo Don Marcelo, el ciego, que se alar-
mó con el barullo, sale al corredor en camiseta
y demanda informes de su hija con golpes de
bastón y grandes voces .
-¡Chon . . . ! ¡Chon . . . ! ¿Qué es lo que pa-
sa? ¿Hay fuego?

- 26 2 -
LA CALLE OSCURA

-¡Nada, pues! ¡Cálmese! ¡Un niño que se


cayó! ¡No es nada!
Don Marcelo se interna en el cuarto y palpa
el aire en busca de la mecedora . Con su boca
sin dientes murmura denuestos .
-Los niños . . . ¡Si cayeran todos . . .!
En la calle, al lado de la chiva, hay ya aglo-
meración . El guardia interviene para acomo-
dar al niño y llama a un compañero que pasa
en motocicleta .
-Un chiquillo que se lastimó . Parece que
está mal . Llévalos al Dispensario, para que
puedan llegar pronto .
-Vamos . ¡Apártense!
Más que la voz conminatoria, es el ruido del
motor, acelerado, el que dispersa a la gente. La
motocicleta parte rauda y la chiva sigue, indis-
cutible dueña de la ruta .
Yeyo está asustado todavía y mira hacia el
chiquillo, que parece dormido, con la boca abier-
ta y muy pálido todo ; pero el aullido de la mo-
tocicleta que abre paso, y la bocina constante
de la chiva, le elevan el pensamiento hacia pla-
nos nuevos . Porque Yeyo ha montado en chi-
va muchas veces, para hacer trayectos cortos .

- 26 3 -
RENATO OZORES

Desde calle J hasta Calidonia, o desde el Merca


do hasta 5 de Mayo, parando a cada rato, si
guiendo despacio, y a la expectativa de algún
pasajero . Ahora es muy distinto .
El chiveromanejsguido,qzáprveima,sn
mirar a los lados, sin cuidarse del tránsito ni
de los guardias, que al oír la sirena saben en
seguida que la urgencia manda . Yeyo ha visto
pasar así algunas veces el carro del Presidente,
y otros carros, con una bandera . Yeyo piensa
en todo esto, porque Yeyo es niño . Por eso su
pensamiento se aparta por momentos del chi-
quillo herido.

Rosa se frota la cara y contempla absorta el


extraño rostro de la criatura . Avanza una ma-
no y, con timidez, le toca el pecho .
-¿Alienta . . . ?
Víctor interrumpe sus cavilaciones acerca de
los caseros, de las condiciones en que tienen que
vivir los pobres, y de las cosas que dirá al
grupo de sus contertulios cuando esté de vuelta .
-¿Ah . . .?
-¿Que si estará . . . vivo?
-¿Vivo? Claro que sí . Está dormido ; eso

- 26 4 -
LA CALLE OSCURA

es todo . Los chiquillos no se matan ni de a


vaina ; no te preocupes . Además, casi no san-
gra ya.
Al llegar al hospital, Yeyo se acuerda de la
noche que vió a Pancho detenido, de la enfermera
gordayelméic antojs,ybuc
ansiosamente un rostro conocido para aliviar su
inquietud . Todo el personal es distinto. Hay
médicos ; hay también enfermeras, y los guar-
dias de siempre ; pero no son los mismos .
Víctor entra decidido y reclama auxilio . La
enfermera mira, recoge al chiquillo con mucha
destreza y se lo muestra al médico que lleva en
la mano una jeringuilla de inyecciones y en los
ojos una expresión de fatiga . Después, una
puerta blanca se cierra tras ellos .
Víctor expresa su recelo con una sonrisa y
alzando las cejas ; pero tranquiliza a Rosa .
-Ya verás . . . lo cosen ahí, un poco y . . .
no creo que tenga nada .
Estalla adentro un llanto con grito sonoro .
Rosa se anima, porque su pequeño vive . Vive
y llora . Las madres, y sólo las madres, pueden
distinguir el llanto de un hijo . Y aquel llorar
desesperado y con ahogos, le parece un mila-
gro . Rosa sonríe y se vuelve habladora .

- 265 -
RENATO OZORES

-¿Oyeron . . .? Está llorando . . . llorando . . .


No debe tener nada grave . . .
Yeyo mira a Rosa y mira Víctor . Los mira
desde abajo, desde su estatura, tan pequeña,
buscando sonrisas para enlazar con la suya . El
niño levanta su apretado pecho y contempla a
Rosa .
-¿Ya vió . . .?
Rosa se acerca a un muchacho con piernas
vendadas, que parece dormitar, y a una vieja ne-
gra que bosteza enseñando un diente . Necesi-
ta hablar con alguien y contar el susto . Mien-
tras no lo cuente, lo tendrá allá adentro ; es un
peso grande que le duele mucho .

y como hay unos barrotes . . . la suer-


te, las cuerdas, que si no . . . pero si es que . . .
La puerta se abre dejando pasar un destello
y aparece la enfermera con el niño en brazos .
Blanco el uniforme, blanca la cofia sobre el ca-
bello negro y blanca la venda que envuelve la
frente de la criatura .
-¿Cómo se les cayó, ah? ¿Un niño tan pe-
queño . . . ? Llévenlo y cámbienlo, que está ori-
nado . Y tráiganlo el jueves para curarlo . . .
Le han cogido tres puntos . . .

- 26 6 -
LA CALLE OSCURA

Luego, se enfrenta a la vieja con una pre-


gunta .
-¿Y, usted? ¿Trajo ese papel . . .?

Rosa quiere estar segura.

-Pero . . . ¿está bien el chiquillo . . .? ¿No


tiene . . . nada?

-Nada más que el golpe . . . la herida esa .


Se pudo matar ; pero nada roto .

Y a la vieja .

-Pase.

Afuera, el chivero quiere que quede constan


cia del valor de su contribución .
-La suerte también que lo trajimos en se-
guida . Sangraba mucho .
El guardia de la motocicleta conversa con un
compañero .
-¿Qué fué, por fin . . . ? ¿ Cómo está el mu
chacho?
Víctor resume el informe.
-Tres puntos nada más . . . y gracias por
todo .

- 267 -
RENATO OZORES

De regreso, en la misma chiva, el chiquillo,


con los ojos húmedos de las pasadas lágrimas,
mira sonriente . El cansancio del llanto y el re-
gazo materno le adormecen pronto .

En la calle oscura todo sigue igual .


Mábeanld,izcojvesdayptil as
heladas . Leonidas, el griego, ofrece a una grin-
ga un cartucho de maíz tostado y, asomada so-
bre su rejilla, la chomba Ruby, conversa con
Elvia.
Rosa sube hasta su cuarto y acuesta al chi-
quillo después de quitarle la ropa mojada . Cu-
ra los granos a la niña y empieza a barrer ;
pero se interrumpe para dar a Yeyo frijoles y
arroz . Luego, tendrá que lavar, que coser al-
gunas cosas y preparar la comida . También
quiere bañarse y arreglarse el pelo y hasta pin-
tarse un poco para cuando llegue Pancho . Por-
que Pancho no es como los otros hombres ; esos
de que habla "La Pichona" . No todos pueden
ser igual . Alguno será diferente . Como Pan-
cho . Pancho la quiere . . . La ha querido siem-
pre. Habla poco, porque él es así, y llega can-

- 268 -
LA CALLE OSCURA

sado. Pero es muy trabajador y serio . . . Y


Pancho la quiere . . . Son cinco años ya . . . o
seis, casi . . .

Carmen, "La Pichona", no ha podido disfru-


tar su siesta . Rumia sus intrigas y anda preo-
cupada . Ahora, con lo del chiquillo va a ser
más difícil convencer a Rosa, porque estará asus-
tada y se creerá, además, un poco culpable . Tal
vez piensa que si no hubiera estado parada en
la calle hablando con ella, no habría pasado un
susto tan grande . Por eso no es bueno que si-
gan los chismes que le oyó a Felisa y a otras
vecinas .

Carmen, "La Pichona", sale hasta la calle a


estudiar el aire .

En el grupo de mujeres que hay cerca de Cha-


na, se olvidó el asunto ; pero Carmen, "La Pi-
chona" lo vuelve vigente haciendo aspavientos.

se cayó, porque se cayó, pues . . . To-


dos los chiquillos se caen . . . Ella no puede
tenerlo amarrado, ni puede estar todo el día
pendiente de él . . . Tiene mucho que hacer . . .
y aunque hubiera estado arriba, en el cuarto,
se hubiera caído lo mismo . . . Son esos barro-
tes condenados, que no acaban de arreglar nun-

- 26 9 -
RENATO OZORES

ca, y eso que ya se le dijo a Don Jacinto varias


veces . . . Son unos desconsiderados . . . Como
si una no pagara . . . Si es lo que yo les digo . . .
y el muchacho se hubiera podido caer aunque Ro-
sa estuviera con él . . .
La conversación se apaga . Los argumentos
de Carmen parecen convencer al grupo que, al
saber que la criatura no ha sufrido un percan-
ce grave, pierde interés en el suceso . "La Pi-
chona" lo comprende y quiere encender la ter-
tulia con el tema infalible .
y al puertoriqueño ese, que vivía con
Julia, ya se lo llevaron los gringos para la
Zona . . .
-¿Preso . . . ?
La perspectiva dramática dibuja gestos de in-
terrogación .
-No . Qué va . . . ¿ Los gringos . . .? Si hu-
biera sido con una mujer de ellos, sería distin-
to . Ahora lo fletan para allá, para donde sea,
y en paz . Les apuesto lo que quieran a que ni
de los hijos se ocupa . Si así son los hombres ;
no se extrañen . . .
-¿Dónde están los chiquillos?
-Oí decir que los llevaron para la Cruz Ro-

- 270 -
LA CALLE OSCURA

¿Dónde más? Pero tendrá que venir la


ja . . .
mamá de ella a buscarlos y llevárselos para
Chorrera, porque lo que es, él . . . Y a que no
les da tampoco ni un centavo . . .
Las hipótesis de Carmen se han convertido
en verdades, y por aquel grupo de mujeres cré-
dulas e ingenuas empieza a correr sordamente
un hondo recelo por todos los hombres .
-Qué va a dar . . . Si te he visto, no me
acuerdo . . .

Una chiva, "La Chiricana", llega en forma


súbita y acelerada golpeando los baches y espantando a los niños que juegan en la calle.

Pancho se baja de un salto y penetra airado


por el callejón empujando, sin ver, a Elvia y a
Felisa .
Carmen, "La Pichona", suelta el comentario .
-Ya debe saberlo . . . Y viene bravo . . .
¿Por qué? ¿Que tiene él que hacer?
-¿Quién se lo diría . . . ?
-El chivero ; seguro . . . Lo hallaría por
ahí . . . Ellos se conocen todos .

- 271 -
RENATO OZORES

-Pero debió decirle que no era nada . . . que


el muchacho estaba bien . . .
Pancho sube la escalera a saltos, vibrando,
tenso por la cólera . Desde que en el muelle in-
glés le dijo el chivero que había llevado a su
hijo al Dispensario se sintió alarmado . Sobre
todo, al no poder saber los detalles, ya que chi-
vas, carros y camiones llenaban la calle y no
pudieron detenerse mucho, con tanta bocina y el
silbato impaciente del guardia .
Rosa siente un sobresalto al ver a Pancho
parado en la puerta .
-¿Qué fué lo que pasó? ¿Dónde está el chi-
quillo? ¿Por qué se cayó? ¿Y . . . tú . . . dónde
estabas?
Las preguntas saltan, se atropellan y pare-
cen golpear a Rosa .
-El chiquillo está ahí . . . está dormido . . .
Déjalo ; está bien . Nada . . . se cayó . . .
-¡Se cayó al patio! Se cayó al patio, ¿no
es eso?
-Sí .
-¿Dónde estabas tú . . . ? ¿ Dónde . . . ?
-Estaba en la calle . . .

- 2 72 -
LA CALLE OSCURA

-En la calle . . . en la calle . . . ¿Qué hacías


en la calle?
-Hablaba con Carmen . . . Hablábamos de . . .

No pudo seguir, porque la primera bofetada


le cerró la boca . Las siguientes la aturdieron
y sólo el instinto le hizo gritar .

-¡No, Pancho! ¡Me matas!


Pancho sigue enfurecido y al pegar se enar-
dece .
-¡Matarte, es poco! ¡La calle . . . hablan-
do . . .! ¡Tú, con esa vieja zorra!

Los golpes caen sobre Rosa, que se dobla so-


bre las rodillas lanzando alaridos. Pancho la
levanta por la ropa que gime en desgarro, pe-
ro se detiene cuando ve la sangre. Rosa san-
gra por la boca y por una grieta que se le abrió
en la mejilla . Sangra también por el cuello,
porque la cadena, halada con fuerza, se le hun-
dió en la carne antes de romperse .

El tropel de vecinos se agolpa en la puerta,


pero sin entrar . Al fin se abre un claro y apa-
rece el guardia . Es un guardia viejo con mu-
cha experiencia.

- 2 73 -
RENATO OZORES

-¿Ya acabó la fiesta . . .? ¡Usted es un sal-


vaje! Mire cómo ha puesto a esta pobre mu-
jer . ¡Vámonos para la Guardia!
Rosa siente la vergüenza de la situación y
trata de arreglar el pleito .
-No es nada . Déjelo . . . Son cosas nues-
tras . . .

El guardia insiste .
-Vamos, les digo.
-No se meta, pues . . . ¿ Cómo vamos a ir
así? ¿A dónde vamos a ir? ¿Qué le importa
a nadie?
-Sí importa . Yo cumplo con mi obligación.
Y digo que vamos . Así, que apúrense .

El niño despierta y empieza a llorar pero no


le oyen. La niña de los nacidos se acerca a su
madre y Yeyo, con un trompo en la mano, se en-
cuentra indeciso porque sufre tirones de los dos
afectos . Pancho y Rosa . Rosa y Pancho.
Rosa se limpia la sangre con un pañuelo
arrugado y sigue ensayando excusas frente a
aquel guardia que trata de romper el grupo .
-Ustedes váyanse . . . Nada hacen aquí . . .

- 2 74 -
LA CALLE OSCURA

-Pero, señor . . . Déjelo . . . ¿A dónde voy


a ir yo con esta cara así?
-A la Guardia. Es bueno que la vean . . . A
ver qué dice el Corregidor . . .
-Pero, yo no quiero que le hagan nada a
él . . . Es mi marido . . . Soy su mujer . . . y si
tuvimos una discusión . . . ¿qué le importa a
nadie?

El guardia se impacienta porque ya está


viejo y por el calor del cuarto .
-Mire, niña . . . A mí, no me importa . Co-
mo si la mata y ese es su gusto. Pero es mi
obligación. Yo estoy de servicio, y si después
pasa una vaina, y yo no la reporté . . . Va-
mos . . . Apúrense . . .
-Pero, ya le digo que no pasó nada . Yo
no quiero que lo castiguen . . .
Pancho, ceñudo y hermético, siente que el fu-
ror vuelve a crecer. No quiere la compasión
de nadie . Ya lo perdonó el señor aquel del atro-
pello con el brazo roto, y ahora Rosa también
quiere perdonarlo . ¿Por qué? ¿Por qué lo va
a perdonar, si tenía razón al pegarle? No
quiere la piedad de Rosa . Quiere hablar en la
Guardia ; contar lo que pasó, y que la autoridad

- 275 -
RENATO OZORES

decida . Y si lo castigan, quedará preso, porque


multa no puede pagarla . ¿Por qué van a casti-
garlo? ¿Por pegarle a su mujer, que dejó al
chiquillo solo para ir a hablar con "La Picho-
na"? ¿No van a saber en la Guardia quién es
"La Pichona", cuando lo sabe todo el mundo?
Por eso interviene . La voz es ronca y grave .
-Vamos . Vamos, a donde usted diga . Va-
mos ya.

Rosa vuelve a protestar .


-¿Cómo voy a ir yo por la calle, así, con
esta cara? Es una vergüenza . Además, tengo
que curarme un poco .
-Si quiere que la curen, vamos al Dispen-
sario .
-No . No. Al Dispensario, no .
Víctor, enterado, apunta el remedio.
-Eso que tiene, es nada . Si no quiere ca-
minar . . . llame un radio-patrulla .

El guardia accede en seguida . Los años no


le privan de apreciar los encantos de Rosa y
comprende aquella resistencia .
-¿Hay un teléfono por aquí?

- 2 76 -
LA CALLE OSCURA

Enfrente ; al lado, en la abarrotería.


-Bueno, pues ; pero vayan bajando . . .
Mientras camina por el corredor, seguido de
Pancho, el guardia reflexiona . Puede llamar al
cuartel para que avisen a un radio-patrulla ; pe-
ro . . . ¿debe hacerlo? Después de todo, aquello
no tiene importancia . Es algo que pasa todos
los días en los barrios estos . Si fuera en Be
.lcauvinsdtoeb rvicopalá,
cerca de las Embajadas y cuidando casas buenas,
no pasaba nada ; pero, por aquí . . . Además,
que si le toca venir al radio-patrulla del sar-
gento López, se va a poner bravo . Llamarlo
para una pendejada así . . . Ya una vez le di-
jo . . . Y Pancho es un buen tipo, que hace po-
co estuvo detenido por un atropello, y lo pueden
fregar, si vuelve ahora .
En el callejón, el guardia se detiene y espe-
ra por Rosa . Con la escolta de vecinos, y Ye-
yo a su lado, Rosa llega componiendo el gesto.
-Bueno . . . Miren . . . Les voy a dar un
chance . No los voy a llevar nada esta vez .
Pero déjense de pereques y pórtense como gen
te civilizada.
El guardia pasa al lado de la niña Chana y
de unos muchachos, que miran indiferentes .

- 2 77 -
RENATO OZORES

Pancho siente condensada la contrariedad . Aquel


final sencillo le disgusta . Era mucho mejor
contar la verdad y que alguien le dijera a Ro-
sa que Carmen, "La Pichona", era una mala
mujer, que sólo podía hacerle daño . Y Pancho
estaba muy contento cuando se encontró al chiv
.Eerocsadtlmueingbésa muy contento, porque ac ba de hacer un contrato pa-

ra llevar unos músicos a Río Mar, donde ha-


bría un gran paseo, porque le iban a pagar veinte
te balboas, y porque Rosa se pondría feliz . En
cambio, ahora . . . Ahora, Pancho no quiere vol-
ver a la chiva . Ha puesto en un bolsillo apar-
te la plata del hindú, y el resto se lo beberá .
Toda la tarde . Hasta que acabe el dinero ; y
beberá ron para emborracharse pronto, y no
pensar en Rosa ; ni en el niño ; ni en Carmen,
"La Pichona" ; ni en el guardia que, a su lado,
habla sin parar .

y lo hice por tí, también . Después de


lo del atropello . . . Con la paliza que le diste
a tu mujer . . .
Pancho no habla. Pancho no habla casi nun-
ca más que lo necesario, y con el guardia no
tiene de qué conversar . Ni siquiera le agrade-
ce el no haberlos llevado detenidos para así

- 278 -
LA CALLE OSCURA

aclararlo todo . Ahora, Pancho sólo quiere lle-


gar a la cantina y beber unos tragos. Varios,
y seguidos . Después, más tarde, cuando lleguen
los otros, quizá juegue dominó .

Rosa se lava la cara varias veces, porque el


agua le hace bien, y se dispone a coser . Car-
men, "La Pichona", llega con unos frascos y
con unas vendas .

-Niña . . . Déjame ponerte ahí un poco de


hielo . . . Se te va a hinchar mucho, si no . . .
Tengo aquí mercuriocromo y un poco de mento
lathum ; ya verás . . . ¡Qué barbaridad . . . ! Por
eso yo no quise verlo . . . Le hubiera dicho lo
que se merece . . .

Rosa está indignada. Todos los vecinos han


visto su humillación. Y lo del chiquillo no fué
más que un accidente . La prueba está en que
todos los vecinos opinan así . Nadie dice lo con-
trario . Había ido a la tienda . . . y fué a causa
de la baranda y de los barrotes . . . Si vivieran
en otra parte . . . Como Elvira, que tiene buena
casa . . . Claro que Elvira es maestra, aunque
también la hermana la ayuda, con seguridad .

- 27 9 -
RENATO OZORES

Sí. Alicia también trabaja ; trabaja en una ofi-


cina del Gobierno y dicen por ahí . . . Es lista,
Alicia . . . o como Olga, la mujer de Celso . Por
que Celso gana buena plata, allá en San Fran
cisco . . . Si Pancho quisiera . . . pero chivero
nada más, y trabajando siempre para el indio . . .
Si Pancho no chupara tanto y fuera vivo . . .
Porque hay que ser vivo . Si no, se friega una,
como la pobre Julia . . . Como la pobre Julia,
que la iban a dejar así . . . Tiene razón Car-
men . . . Si Pancho quisiera . . . ¿Cómo se las
arreglan otros, que no son chiveros . . .? Y te
nerla a ella así, y encima pegarle tan duro, por
que el chiquillo se cayó al patio por el hueco de
los barrotes . . . Y que no pasó nada, después
de todo . Sí . Pancho, es como los demás . Cual-
quier día también puede dejarla con los tres
muchachos . . . Y diciendo esas cosas de Car-
men, que es la única vecina que viene a ayu-
darla ; que se ocupa de ella . . .
-Ya no me duele .

-No hagas caso . Te puede doler después . . .


Y el hielo es para que no hinche, y el mercuroi
.EoscTerPman,hquí lvje
hubiera podido matar . . . con esas manos . . .
Hay que ver cómo te puso la cara . . .

- 2 80 -
LA CALLE OSCURA

En el patio hay un nuevo alboroto. Elvia


está con el ataque y se ha golpeado la cabeza
contra una columna . Chana corre, tropezando,
y Felisa trota agitando la masa de sus nalgas
enormes . Se inclina sobre la enferma para me-
terle un trapo en la boca, pero no puede sepa-
rar los dientes . Con la vista extraviada y el
rostro salpicado de saliva, la epiléptica se agita
en bruscos estremecimientos . Por entre las pier-
nas le corre un reguero de orina que le moja
el traje. Sobre la baranda de escalera y corre-
dor se asoman los de costumbre . Pero la cu-
riosidad está atenuada por la mucha repetición
del espectáculo . Aquello de Elvia pasa pron
to . Luego, duerme un rato, y después no se
acuerda . Sólo sabe que le dió un ataque cuan
do se muerde la lengua, o cuando recibe un gol-
pe fuerte, como ahora .
Rosa y Carmen se retiran hacia el cuarto pa-
ra proseguir la cura . "La Pichona" está ansio-
sa por saber la reacción de Rosa, aunque tiene
la certeza de que aquel disgusto va a favorecer
sus planes . A las seis de la tarde tiene que l amar a Don Benito
.
-Pues, sí, niña . Y menos mal que no te ha
dañado las orejas . . . Tengo ahí, abajo, unos
aretes que quiero que veas . . . para tí . . .

- 281 -
RENATO OZORES

-¿Unos aretes . . . ?
-Sí . De oro y de coral . ¡Vieras qué be
lleza . . . ! Grandes . . . Para tí, que tienes el
cuello tan lindo . . .
-¿Para mí . . . ? ¿De coral . . . ?
Rosa sabe que necesita un espejo, una peini
.lAas,íunozptyrasmucho
pequeñas cosas . En unos aretes de coral nunca
pensó . Pero sabe que le gustan mucho, cuan-
do los ve en otras orejas, o al pasar, en la vi-
driera de la joyería .
-Para tí . . . claro . Ya verás . Eso, si te
gustan . . . Luego vienes a verlos abajo .
-Pero . . . para mí, ¿por qué? ¿Por qué me
los regala . . . ?
-No seas tonta . . . Ya verás . . . Eso no
es nada . . . Estate quieta y déjame frotarte
esto .
Yeyo acaba de coger su paquete de "El Pa-
namá América" y corre veloz con otros vende-
dores frente al Instituto, en un despliegue de
carreras ágiles y gritos .
Junto al mostrador de la cantina, Pancho es-
tá un poco mareado ya .

- 28 2 -
VII

E
E LVIA está en la calle . Mira a todas par-
tes con mirada incierta y come un ma-
mey parada en un cuadro de sol que po-
ne manchas ocre en su piel, tan prieta . Sobre
el cuello flaco le tiembla un poco la cabeza de
pelo apretado sujeto en trencitas, y la pulpa
oscura de la fruta mezcla sus colores con el de
los labios gruesos . Elvia come labio lo mismo
que fruta. Todo es muy sabroso . Después se
ríe sin saber por qué . Se ríe, porque está con-
tenta ; con los dientes grandes y muy blancos, y
cierra los ojos. Elvia está feliz y luce así su
gozo con aquella risa . Cuando Elvia se ríe, la
calle se alegra y parece que no está tan oscura .
Elvia va a la tienda . Camina muy despacio

- 283 -
RENATO OZORES

con sus piernas flacas arrastrando las chinelas


rotas . A veces se para y mira cualquier cosa .
Un niño que llora ; un carretillero que vende
carbón, o una vecina que pega a un muchacho .
Luego, sigue andando, vuelve a detenerse y al
fin, llega hasta la tienda .
Víctor ha sacado a la acera su cajón de fru-
tas. Hoy tiene nísperos . Nada más que níspe-
ros . Reclina el taburete de cuero lustroso con-
tra la pared, y empieza a fumar . Ha lavado
tres carros en distintas calles, y en el taller
en que trabaja Lou empezó a simonizar otro .
Víctor tiene fama de sabio y prudente, y gente
que le escucha . Gente que se sienta cerca, o
que queda de pie . Víctor lee periódicos y anda
mucho por Santa Ana, oye cosas y oye comen-
tarios .
Víctor es tableño . En Las Tablas, hace mu
cho tiempo, aprendió el oficio de carpintero,
Se casó con Petra un año por Santa Librada,
y durante la guerra vino a Panamá para traba-
jar en la Zona. Después estuvo empleado en
varias empresas constructoras de la capital, pe-
ro ahora no consigue empleo y en su casa, al-
gunas veces, hay mucha necesidad . Tiene cuatro
hijos . Dos están enfermos ; uno es limpiabotas
y otro muy pequeño . Y Petra es reumática .

- 2 84 -
LA CALLE OSCURA

Víctor tiene dos hijos más con otra mujer, que


vive en Juan Díaz, que de vez en cuando le pi-
de dinero, porque ahora está sola y no tiene
marido . Víctor lava carros . Siempre hay ca-
rros que lavar cuando se lavan por un peso .
Un balde, unos cuantos trapos y un cepillo fuer-
te para el barro de las llantas ; es todo lo que
hace falta . No se puede cobrar más de un pe-
so por lavar los carros que están en la calle .
Son esos carros, algo vagabundos, que no tienen
garaje ; carros callejeros que se quedan tristes
y que envejecen pronto al agua y al sol, En
los carros finos, tan lustrosos siempre, se co-
bra un balboa . Víctor hoy lavó tres carros y
después fue al taller de Lou . Mañana hará lo
mismo. También va al Mercado a comprar
sus frutas y el pescado que le encarga Chana
y el tasajo que algunas veces comen en la casa .
Todo esto lo hace porque Petra se siente muy
mal con el reumatismo .

Víctor habla con frecuencia de las -negocia-


ciones y de política, porque va mucho a Santa
Ana. Habla de la Coalición y del Matadero y
del Renovador ; habla de los chombos y habla
de la crisis . Víctor sabe cosas y la gente le
oye . Cuenta historias de allá, de su pueblo, y
refiere hazañas, tal vez inventadas . Ahora,

- 2 85 -
RENATO OZORES

Víctor no quiere trabajo como carpintero . Dice


que lo busca y que pregunta ; pero no es ver-
dad . Vendió las herramientas hace mucho tiem-
po y sólo le quedan dos serruchos viejos y un
par de formones . Víctor anda mal de plata,
pero ahora le gusta ser independiente, y lavan-
do carros no tiene patrono . Y también tiene
más tiempo para conversar y andar por la
calle .

Víctor siente antipatía por los jamaicanos


desde que trabajó en la Zona ; pero ahora no
habla mal de ellos . Cuando llevaron aquel ca
rro al taller de Lou para que le pusieran forro
nuevo a los asientos y le dieran brillo a la ca
rrocería, el chombo le dió el camarón . Y son
seis balboas. Es trabajo grande, porque la ce-
ra se seca en seguida y hay que frotar mucho .
Pero, seis balboas es bastante plata . Víctor no
quiere hablar mal de los chombos, porque Lou
y Ruby son muy serviciales . Ruby trabaja en
un club house
de la Zona y siempre consigue algunas cosas para los vecinos en el comisariato
de Curundú . Ruby es muy atenta y muy edu
cada, y lo mismo Pearl, la mamá de ella y de
Lou, aunque nunca pudo aprender español .
Ahora Víctor prefiere hablar mal de los blan-
cos, que son dueños de todo, sin ser panameños .

- 2 86 -
LA CALLE OSCURA

Porque, para Víctor, no hay más panameños que


los del interior, y estos siempre están fregados .
-Si no son los políticos . . . Pero casi nunca
les dan puestos grandes, tampoco . . . Aquí hay
que ser capitalino y blanco . . . ¿Cuántos Presi-
dentes hubo del interior . . . ? Díganme, para
ver . . .

Con frecuencia, Víctor deja condensado su


credo social .

- . . . no hay panameños, les digo . . . ¿ Dónde


están . . .? Recorran la Central, para ver . . .
Turcos, indios, chinos y españoles . . . Y espa-
ñoles, menos mal, porque son gente de uno . . .
Pero hay de todo . . . Por donde quiera que va-
yan . . . Aquí mismo . . . El griego ese de la
fruta, que la tienen monopolizada ; ya se sa-
be ; . . . Para vender fruta importada, uvas, ci-
ruelas y cosas así, hay que ser griego ; si no,
nada . . . y no sé por qué a la gente le gusta
esa fruta, que la cogen verde y no sabe a nada .
Y aunque fuera madura . . . Es lo que les di
go . . . Ahí tenemos al bachiche de la joyería,
con el hermanito . . . El dueño de "La Ranit
.Ylao"me,ibrcsnpjñMdzáqauli,ersn co

¿De quién son los parados . . .? De griegos . . .

- 2 87 -
RENATO OZORES

¿ Y los cabarets . . .? ¿Y las tiendas esas? Los


negocios todos, de extranjeros . . . Y uno aquí,
fregado siempre . . . ¿No hay panameños . . . ?
No tenemos unión ; es lo que pasa . A Santa
Ana ya no vamos casi gente del interior . . .
¿De quién son las casas . . .? También de extran
jeros, o de hijos de extranjeros, que es la mis
ma vaina . . .
Alguien contradice un poco .
-No . No es lo mismo . . . Si a eso va-
mos . . . Tus viejos, o los abuelos . . .
-¡Panameños todos! De Las Tablas mismo .
Claro que, si vamos a ver . . .
La gente entra y sale en la abarrotería gran-
de, y en la otra tienda que vende cosas más
baratas . Es una tienda pequeña, que no tiene
refrigeradora y que vende ñame, yuca, otoe y
frijoles negros, y hasta raspadura . Y la ave-
na esa, de cajeta, que da premio siempre ; va-
sos o platos.
Elvia viene de regreso . Camina despacio y
chupa una paleta que le regalaron .
∎ s

Carmen, "La Pichona", ha corrido las corti-


nas y allá, en su recámara, echa las cartas a

- 28 8 -
LA CALLE OSCURA

una viuda gorda y cuarentona de mucha pechu-


ga que aspira a casarse con un hermano del
difunto . El naipe tendido es muy poco elocuen-
te y por eso Carmen prefiere usar su inven-
tiva .

-Tendremos que probar otra vez . Estése


tranquila y concéntrese un poco . Piense en ese
hombre . Diga . . . ¿cómo es él . . . ? ¿Tiene mu-
cha plata . . .?
-Mucha, no . . . Pero tiene más de lo que
tenía mi marido, el pobre . . . Sí, tiene sus
reales . . . Tiene una casita y una tienda buena
allá en Pueblo Nuevo .

-¿Cómo anda de edad . . .? Y . . . ustedes . . .


¿se tratan . . .?

-Tiene unos cincuenta, pero se conserva de


lo más bien . Va, a veces, a verme ; pero un
ratito . . . La casa es de él . . . No me dice nun-
ca nada . . .

Carmen no quiere defraudar a la viuda que


se limpia el sudor muy sofocada y vuelve a ba-
rajar con mano maestra.

-Ya le dirá . . . Corte . . . No. Con la otra


mano . . . Tiene que salir ; va a ver . . .

- 2 89 -
RENATO OZORES

Las cartas se acuestan, pero no dicen nada .


Como siempre . "La Pichona" se concentra y
mira al tapete. Luego, con el índice, golpea
una sota .
-Aquí está . . . ¿El no es mujeriego? ¿No
parrandea . . .?
La viuda sonríe y piensa en la calva del aba-
rrotero, en sus lentes gruesos de miope y en su
bigotito .

-¡Qué va a parrandear . . .! No le gusta na-


da más que hacer dinero . . . ¿Mujeres? Si
acaso, la chola que tiene en la tienda . Pero no
lo creo, porque esa muchacha tiene su marido,
y tiene varios hijos . Y ninguno es de él . Es
como muy tímido.
"La Pichona" piensa que ya sabe bastante,
y aventura el consejo . Algo insinuado nada
más, puesto que la viuda tiene que volver .
-Procure hablar con él . . . pero no en la tien-
da . . . Dígale que alguien la pretende ; pero
que usted . . . qué va . . . que no quiere hom-
bre . . . que no necesita . . . que está muy tran-
quila como está . . .
La viuda no entiende tanta sutileza .

- 2 90 -
LA CALLE OSCURA

-Pero, si le digo eso . . . Además, que yo,


sí quiero casarme . Yo estoy joven todavía, y
no voy a pasarme la vida así, sola . . .
-Usted no comprende . . . Déjemelo a mí, y
cuénteme qué hablaron . Pero dígale eso . . .
Venga en seguida y miramos las cartas . Si
no se decide . . .
-¿Qué . . . ?
-Podemos probar . . .
-¿Qué cosa?
-Las gotas . . .
-¿Gotas . . . ?
-Sí. No se alarme . Nada que haga daño .
Las preparo yo . Son un poco caras ; pero nunca
fallan. Estoy tan segura, que podría pagarme
sólo la mitad y el resto después . Después de
la boda.
-¿Cómo se preparan . . . ?
-Ya se lo diré . . . Pero, no ahora . . .
La viuda se ve ya en la tienda detrás de la
caja, llevando a casa latas de jamón y buenas
conservas .
-¿No podría dármelas ahora . . . ?
-No están listas. Además, que es necesario

- 2 91 -
RENATO OZORES

que él vaya a su casa y que tome algo ; alguna


bebida . Cuando le eche las gotas, no nota el
sabor, así que vaya acostumbrándolo a que to-
me algo . Llámelo y pídale consejo para algu-
na cosa, que eso le gusta mucho a los hombres,
y bríndele algo . . . Café, o algún trago . Y
hable con él y cuéntele lo que yo le digo. Ne-
cesitamos saber lo que dice . . .
Carmen, "La Pichona", despide a la viuda
y guarda el balboa. Mira con desdén las car-
tas y hace el paquete de nuevo . Las cartas . . .
Carmen, "La Pichona", sabe bien lo que hace .
Si aquel hombre piensa que la viuda es muy
exigente, es seguro que se asusta . Cincuenta
años . . . Un hombre soltero y a esa edad, es ra-
ro . . . Pero, a todos les gustan las comodidades
Y si la viuda sabe hacer las cosas . . . Lo malo
es que parece algo bruta . . . las cartas . . . las go-
tas . . . pura necedad ; pero algo se gana . Si le
da las gotas, serán veinte pesos . . . Contempla
el billete y le mira el número . Termina en dos
sietes.
Carmen, "La Pichona", sale a comprar chan-
ces y un poco de azúcar para el café de la
cena .
* w

- 2 92 -
LA CALLE OSCURA

El patio está en sombra . Chon recoge con


cuidado la ropa para ir a planchar, Tiene tres
canastas grandes í apretadas, pero está conten-
ta . Es mejor así . Varias casas de blancos que
le dan trabajo y la señora Obdulia, la de la pen-
sión, la recomienda a los huéspedes para la ro
pa fina, porque Chon lava a mano, con tabla í
jabón . Los tobillos de Chon están siempre hin-
chados, con algunas llagas í bultos morados que
destilan un agua de color de ámbar í hasta un
poco de pus . Por eso Chon prefiere la plancha .
Cuando está subida a la tabla que hay en el lava-
dero, siempre se salpica í se moja un poco . Y
le duelen las manos ; las uñas se rompen, la piel
se le arruga í las piernas sufren . Planchar es
mejor, aunque suda mucho . El cuarto es oscuro
ro í necesita encender la luz . Y la bombilla,
tan cerca, da mucho calor, lo mismo que la plan-
cha . Pero, ahora, Chino tiene una plancha muy
buena que Rubí le compró en el Comisariato .
Es una plancha nueva, grande í liviana. Nueve
balboas . A Chon le gustan mucho las cosas del
Comisariato, como los cigarrillos para Don Mar-
celo, que son más baratos í que le compra Rubí .
Le gustan esas cosas desde que el viejo traba-
jaba en la Zona . Fué pintor y carpintero, a
veces, y luego, guardián, y siempre traía cosas

- 293 -
RENATO OZORES

del Comisariato. Luego, Don Marcelo quedó


ciego de una infección, y fue jubilado . La cuen
ta es muy fácil. Dieciocho años de trabajo, un
balboa por año . Dieciocho balboas mensuales .
Pero es que Don Marcelo nació en Pedasí y la
pensión de dieciocho balboas mensuales de ju-
bilación que ahora le pagan es lo que le corres-
ponde. Si Don Marcelo hubiera nacido en Ca-
lifornia, o en Arizona, sería muy distinto . En
tonces, tal vez no habría quedado ciego siquiera,
porque su trabajo sería otro y no hubiera teni-
do aquella infección . Pero, en todo caso, su
pensión de jubilado sería un poco mayor, por-
que un gringo no puede vivir con dieciocho bal-
boas al mes, cuando ya está inútil para traba-
jar. Un panameño es distinto, y nadie tiene la
culpa de que Don Marcelo naciera en Pedasí y
que se hubiera enfermado de los ojos . Por eso
Chon tiene que trabajar muchas horas cada día .
El cuarto cuesta doce balboas, y la Fuerza y
Luz, casi siempre cinco, porque Chon plancha
mucho y gasta corriente y no quiere que nadie
le haga trampa en el medidor . De la jubilación
de Don Marcelo le queda un balboa al mes para
la comida y para la ropa y las medicinas . Por
eso Chon lava con los pies enfermos, y por eso
tiene que planchar tres cestas de ropa, que ya

- 294 -
LA CALLE OSCURA

están colmadas . Y menos mal que ahora ya no


se usan tanto los sacos de dril bien almidona-
dos . Pero, hay guayaberas, que tienen muchas
alforzas, pantalones y muchas camisas, y fun-
das y sábanas .

Con la lata de agua remoja un poco la ropa


y vuelve a su cuarto renqueando . Don Marce-
lo, en la mecedora, siempre está enojado . Es
la impertinencia de los viejos . Saben que es-
tán indefensos ; que nadie puede hacerles daño,
y abusan de todos. Don Marcelo está ciego ha
ce cinco años y vive al amparo de su hija Chon .
Porque los demás hijos andan por el mundo .
Uno vive ahora en Colón. Maneja una camio-
neta que reparte pan, y es boxeador tambien .
El otro está preso por marihuanero, por contra-
bandista, y porque en una cantina cortó a un
guardia con una cuchilla . La hija mayor vive
en Chiriquí . Ahora ayuda en la cocina del hos-
pital de David y le dan la comida, porque que-
dó viuda con cinco muchachos . Chon ha sido
esteril . Tuvo dos maridos . Uno era bombero
y otro policía, y ambos la dejaron . Entonces em-
pezó a lavar . Cuando puso cuarto, Don Marcelo
vivía en una pensión y vino a vivir con la hija .
Luego, quedó ciego y aquí se quedó con los
dieciocho balboas de jubilación . Pero, Don Mar-

- 295 -
RENATO OZORES

celo piensa que Chon no hace nada. Como no


puede mirarle sus llagas, ni verla lavar, pien
sa que se pasa el día vagando, de charla, y que
su dinero basta para todo . Por eso regaña.
Por eso, y porque es viejo, con las articulacio-
nes duras, y porque no duerme . Y porque es-
tá ciego, y a veces tropieza y se lastima . Por-
que no ve el agua que bebe, ni ve el sol, ni la
gente.

-¡Chon!
-¡Ya voy . . . !
-¿Dónde estás . . .? Quiero agua . . . ¿ Que
hora son . . .?
-Es temprano . . . !Espere . . .!
-¿No está la comida?
-Si es temprano . . . ¿Por que no se ca-
lla . . .?
-¡Carajo! ¡Dame agua!
Entra Felisa, gorda, sudorosa y de muy mal
humor .
-Tu viejo es fregón, ¿ah?
-E1 pobre está solo . . . No se siente bien . . .

- 296 -
LA CALLE OSCURA

-Chon sube la escalera trabajosamente con


la última canasta, mientras Don Marcelov.inosculftera

-¡No andes puteando por ahí, y dame


agua . . .! ¡Zorra! ¿Quieres que me muera . . .?

-Calle, por favor . . . Vengo con la ropa . . .


Ahora le doy . . .

Chon entra en el cuarto y da al viejo un to


tumo de agua de la pluma . Antes de encen
der la plancha tendrá que calentar la cena .

Felisa se encierra en su cuarto . Se quita la


ropa y se pone una bata . El cuarto de Felisa es
el de la esquina . Un cuarto pequeño, con la
puerta hacia el patio . Tiene una cama doble,
porque está muy gorda, y la sobrina duerme allí
tambien, y una estantería vieja, de caoba . Y
una mesa donde corta la ropa que le encargan,
unas sillas y la máquina de coser . Tiene tam-

.Dtsbeuaifépnjodqkñclrómí,thayeudnoslcm,tyáunaes

tablillas con ollas y pailas y unos cuantos pla-


tos, cucharas y vasos . Detrás de la puerta tiene
unos cajones con manteca y sal, lentejas, frijo-

- 297 -
RENATO OZORES

les, tres o cuatro plátanos, un poco de yuca y


algo de arroz . El galón de kerosín, de vidrio,
está al lado del balde de lavar la ropa .

A través del delgado tabique de madera, Fel


.isaoye"LPchnaoverscalguin
El cuarto de Carmen, que se abre a la calle y
tiene rejilla, se separa del de la modista por
unos tableros . Felisa siente que crece su con
trariedad . "La Pichona" gana plata fácilmen-
te y vive bien, sin hacer nada . Conversar con
la gente, echar las cartas, preparar ungüentos
y hacer esas cosas . Eso, no es trabajo . Y tiene
mucha ropa y buena y bastantes muebles, un
cuarto a la calle y un radio muy grande . Se
levanta tarde ; puede bañarse con calma y dor-
mir la siesta. Duerme hasta las tres, porque
hasta esa hora no abre la puerta ni tiene visi
tas . También Tomasa vive bien y está siempre
contenta . Pero a Tomasa la ayuda su hija. Y
Herminia es muy lista ; siempre bien vestida,
siempre bien calzada . Y Elvira, y Alicia . . .
Tienen también radio y refrigeradora ; y un
cuarto grande con baño privado . Eso, es vivir
bien . Elvira es maestra, y Alicia trabaja en
algo del Gobierno . Trabaja, y va a muchas

- 298 -
LA CALLE OSCURA

fiestas. Por eso quería el traje y le mandó


recado por Encarnita para que se lo llevara
pronto.

Felisa está disgustada porque cosió toda la no


che para terminar aquel traje de Alicia . Le
dolían los ojos y para alejar el sueño tomaba
café, porque Felina no puede dormir la siesta y
en la noche siempre se acuesta temprano, des-
pués de oír la novela en la radio de "La Picho-
na" . Acaba de regresar de la cana de Alicia,
y no pudo cobrar . Alicia no estaba, y Elvira
no quino pagarle .

-, . . lo siento mucho, Felina, que se haya


molestado en venir . . . pero no me atrevo . . . en
mejor que ella lo vea y que se lo mida antes . . .
déjelo, ni quiere . . . yo le diré . . . y no se preo-
cupe . . .
Ahora, mandará a Encarnita a cobrar . En
carnita en muy pequeña ; pero ya trabaja, por
que nmuylistay erminólaesculahcetimpo
. Ayuda al cojo Mendizábal en el quiosco de
refrescos, y gana un peno por semana . El cojo
Mendizábal la deja beber alguna soda y comer
galletas y raspado
; unos raspados que Encarnita sabe prepararse en un vano grande de cartón,
con mucho jarabe y mucha leche condensada .

- 299 -
RENATO OZORES

Por eso Encarnita come poco en casa y,


además, le da el peso a Felisa, que le hace la ropa
y le compra zapatos ; zapatos de lona, que son
más cómodos y más baratos . Encarnita la ayu
da, aunque es pequeña todavía. La niña es so-
brina ; hija de Ricardo, que quedó viudo, con
varios muchachos . Ricardo trabaja en el Ma-
nicomio y mandó a los hijos a Los Santos a vi-
vir con la abuela . Pero, Encarnita quiere ser
modista y se quedó aquí, con la tía . Y, aunque
está en el quiosco ayudando al cojo, por la tar
de cose ; aprende a bordar y ayuda a Felisa .
El hijo de Felisa, en cambio, no la ayuda na
da . El hijo de Felisa se llama Belisario y es
blanco y buen mozo. Felisa nunca tuvo más
que ese hijo. Cuando era joven y no estaba
gorda, Felisa cosía en una casa de señores de
mucha familia. Uno de los hombres se llama-
ba Carlos, y fue el padre de Belisario . Cuan
do Carlos se casó, siguió viendo a Felisa y al
niño y ayudándola con algún dinero, aunque no
tuvieron más hijos. Pero, luego, Carlos y su
esposa se fueron a vivir a los Estados Unidos,
y el murió al poco tiempo . Felisa quiso educar
bien al hijo, y buscó clientes para su trabajo
de modista. Ahora, Belisario trabaja con unos
gringos y tiene un carro azul . Se casó con

- 3 00 -
LA CALLE OSCURA

la hija de un español, y vive en Vista Hermo


sa . Pero Belisario nunca ve a Felisa, ni le
manda plata ; tal vez se avergüenza un poco de
verla tan gorda, con la piel morena y el pelo
apretado . Porque Belisario tiene hijos rubios .
Felisa los vió una vez . Una vez que Belisario
salía del cine con ellos y con su mujer . Habla-
ron un rato ; pero empezó a llover y se separa-
ron . A veces, Felisa ve a su hijo en la calle y
él le da algo para los chances . Nada más . Hay
hijos así. En cambio, Herminia sí es buena
con Tomasa . Y Chon, con el ciego .
Al pensar en Chon, con sus piernas ulcera
das y sus cestas de ropa, Felisa se consuela un
poco. También piensa en Chana, tan vieja y
tan laboriosa, con su hija epiléptica y aquel
hijo deportista, jugador de beisbol, que viaja
al exterior, que es tan famoso, y que tampoco
se acuerda de que tiene madre . . . Y en Rosa,
con su marido, Pancho, que ahora le pega . . .
y en Petra, con el reumatismo, y en Víctor sin
trabajo, con dos hijos enfermos ; uno con el
asma y el otro baldado . . .
Felisa suspira y se levanta para hacer arroz .
Busca en una olla los frijoles que tiene a re-
mojo y saca la paila .
M M

- 30 1 -
RENATO OZORES

Elvia está ayudando a Chana a recoger las


latas y a retirar el fogón, porque el día decli
na y la jornada acaba,

Chana sabe que está vieja, y le preocupa Elvía


.Dj;Eeólspdotirqanmubñ,áplorstai de

San Miguel, entre el verdor jugoso y fuerte de


sus bosques tupidos, el polvo de oro de sus pla-
yas pequeñas, recogidas, íntimas, entre los acan-
tilados grises ; y el aullar del viento, tan lleno
de sal, sobre la marea ondulante de los bongos,
de las palmeras y de los guayacanes . Chana
trabajó siempre en las islas, desde que era ni-
ña, y cuando fué mayor y vino de sirvienta a
Panamá. Y cuando vivió con Emilio, tan negro
,tanreidoy panero,qucidab
los caballos de carrera de algunos señores, y
que murió ahogado en el mar, porque estaba
borracho cuando se volcó el cayuco en que anda-
ban él y otro detrás de una tintorera, aquí en
la bahía . No es el trabajo lo que inquieta a
Chana . Es Elvia . Desde que tuvo aquellas
fiebres, cuando era pequeña, le empezaron los
ataques . A veces, pasa un mes sin que le dé
ninguno . En otras ocasiones, se repiten pron-
to. Y Elvia no lo advierte ; no se da cuenta
de nada . Puede estar riendo, hablando, senta-

- 30 2 -
LA CALLE OSCURA

da, o quizá dormida . Y se cae al suelo, esté


donde esté. Rígida primero ; luego, con las con-
vulsiones . Muchas veces se golpea el cráneo y
se muerde la lengua . Después, se duerme . Es
un sueño corto . Y cuando despierta, no recuer-
da nada . Chana se preocupa, porque si se
muere, o se enferma un día, y tienen que lle
varla al hospital . . . ¿qué será de Elvia . . . ?

Estas inquietudes no alcanzan a Elvia. El


vía come fruta ; anda por la calle, oye lo que
dicen y siempre está contenta . Nunca tuvo no-
vio, y menos marido. Algunas veces en la pla-
ya, ya al anochecer, se entregaba a alguno, a
un desconocido, sin saber por qué . Le gustaba
el juego, torpe, breve, brusco ; pero lo olvida-
ba pronto . Chana lo sabía, porque ella se lo
dijo y porque una vez tuvo que llevarla al mé
dico con una infección . Elvia apenas recorda
ba ningún episodio y no pudo siquiera concebir
un hijo . Por eso Chana sigue preocupada .
Piensa que si Elvia tuviera marido, se podría
curar de los ataques. Si tuviera un hijo . . .
Elvia es como Chon, que no tuvo tampoco . Pe
ro Chon está sana y puede valerse. Aquello de
las piernas, es nada . Cuando el mal está den-
tro y no sale, es mucho peor .

- 303 -
RENATO OZORES

Ahora Chana recoge sus cosas hasta el día


siguiente . La misma rutina. Colar el cafe y
hacer las comidas . Freír el pescado que le com-
pra Víctor en el mercado, porque el que traen
las carretillas es más caro, y hervir el chichem
e. Chana se levanta siempre antes del ama-
necer . Mucho antes que Yeyo, que vende pe-
riódicos y madruga mucho .

En la calle los muchachos aprovechan lo que


queda de luz de la tarde y juegan pelota . La
bola es de trapo y el bate es un palo cual-
quiera . Todo es arbitrario ; hasta las esquinas
que marcan las bases . Leonidas teme por sus
frutas y por su armatoste cuando la pelota
vuela y un chiquillo corre mirando hacia
arriba .

-¡Chambón!
-¡Ajo . . .! ¿No puedes correr . . .?
No . Yeyo, no puede correr. Yeyo está can-
sado . Hace un gran esfuerzo para sonreír .
Vendió "La Estrella" por la mañana y luego
fue a la escuela . Salió temprano para vender
"La Hora" ; pero, por la tarde ya no pudo ir
al "Panamá America" . Ahora, juega, porque

- 304 -
LA CALLE OSCURA

hay que jugar. Pero Yeyo está asustado, por


que antes le dió tos y escupió un poco de san
gre. Cuando fue a lavarse a la pluma del pa
tio, Chon estaba recogiendo ropa y le preguntó
.

-¿Te caíste, o te pegaron . . . ?


-No . . . Nada . . .
-¿Y eso, pues . . .?

Yeyo no sabía lo que era, ni de donde salía


aquella sangre, que era poca y de un color muy
claro . Bebió agua y volvió al juego ; pero no
puede correr porque el pecho le duele cuando se
fatiga, aunque los compañeros gritan y protes-
tan . Le duele, como le dolió otras veces, que tuvo
que sentarse a descansar un rato . Ahora, tiene
gana de que termine el episodio y cojer el ba-
te, porque es más descansado, o encontrar pre-
texto para irse de allí . El pretexto es Rosa.

Rosa y "La Pichona" pusieron unas cuerdas


entre los barrotes para evitar que el niño vol-
viera a caerse, y después se sentaron para ha-
blar de Pancho ; pero la conversación quedó
truncada, porque desde abajo llamaron a Car-
men. Ahora, Rosa quiere hablar con "La Pi-
chona" antes de que empiece la novela y Ile-

- 305 -
RENATO OZORES

gue más gente . No sabe de qué quiere hablar,


porque sus ideas están muy confusas ; la mejillaledulyamnchárde lpómuo

no desaparece . Pero, Carmen, "La Pichona",


siempre dice cosas que la ayudan a pensar.
-i Yeyo . . . !
Como siempre, Yeyo acude presuroso . Y,
además, contento de dejar el juego .
-Compra media libra de café . ¿Tienes
plata . . .?
-No .
-Cójelo de la cajeta, entonces .
-¿Y . . . los periódicos mañana . . .?
-Hay bastante allí . . . y algo traerá Pancho,
si no va a jumarse . . . Yo voy a un mandado .

Yeyo se encamina dócil hacia el callejón y


Rosa lo llama .

-i Oye . . .! Subes el café y calientas agua . . .


y si viene Pancho, me avisas ; pero no le di-
gas dónde estoy.
Mientras sube la escalera seguido de Chon
con su cesto de ropa, Yeyo piensa que Rosa
hace mal en hablar con Carmen, porque la vió

- 3 06 -
LA CALLE OSCURA

entrar en su cuarto . A Pancho no le gusta, y


por eso le pegó . Podría volver a pegarle y a
Yeyo le preocupa esto . Le preocupa, porque
quiere a Rosa ; porque quiere a Pancho también
y a las dos chiquillas, y al niño pequeño . Y
cuando Rosa y Carmen ataban las cuerdas en-
tre los barrotes para cerrar el hueco, Rosa ha-
blaba de irse para La Chorrera . A Yeyo se le
olvidó cuando estuvo en la calle jugando con
los otros ; pero ahora se acuerda de las pala-
bras de Rosa .

si vuelve a tocarme, me largo para


mi casa . . . con los chiquillos . . . ¿ Que se ha-
brá creído él . . .? ¿Por qué tengo yo que ser
la que me ocupe de todo . . .? Bien vió que es
to estaba roto . . . Para mi casa, con los chi-
quillos, y que se vaya a rodar . . .

Aquellas palabras de Rosa vuelven a la me-


moria de Yeyo mientras levanta la cortina que
cubre el estante y busca un peso en la cajeta
de cartón . Se siente inquieto . Tampoco le
agrada que Rosa le haya dicho que no diga a
Pancho . . . Si Pancho le pregunta, tendrá que
mentir. Y Pancho quizá le pegue si se ente-
ra . Si Pancho se enoja con él, y Rosa se va . . .
Para La Chorrera . . . tan lejos . . .

- 30 7 -
RENATO OZORES

Yeyo vuelve al corredor . Allí están las ni-


ñas con otros muchachos de la vecindad . Juegan
con papeles, con un trompo sin punta y con
una cuerda que quedó en el suelo . Yeyo las
mira como si las viera por primera vez, o co-
mo si fuera a dejar de verlas . Y a la molestia
que siente en el pecho, a aquel dolorcito, se une
una opresión .
Cuando Yeyo baja la escalera, el viejo Don
Marcelo regaña a su hija y Felisa, en bata, espulga.Cehlanryozstdeunbal

Elvira retiran sus cosas y dan muchas vueltas


en el callejón . La vieja le ordena.
-Yeyo, por favor . . . Dile a Víctor, que ma-
ñana quiero tres libras de mero y cuatro de
sierra . Ya el sabe lo otro .
Yeyo marcha pensativo . Cuando va a cru-
zar la calle hacia la abarrotería, llega un ca-
mión nuevo que reparte cigarrillos . Aquella
carrocería de colores claros, limpia y reluciente,
resulta insólita en la calle, al lado de dos ca-
rros viejos y de una carretilla con lona mu-
grienta . Yeyo se distrae . Creyéndole ocioso,
los otros muchachos le tiran la bola .
-Te toca a ti . . .
-No puedo .

- 308 -
LA CALLE OSCURA

Es casi de noche y las luces brillan ; pero la


calle sigue siendo oscura . Yeyo se aproxima
a Víctor .

-Dice niña Chana . . .

-¿Qué . . . ?
que el mero.. la sierra . . .
-Está bien . ¿Te lo dijo ahora . . . ?
-Sí .
Yeyo sigue hasta la tienda a buscar café . El
comentario de Víctor le llega y le inquieta .
ya ven . . . es lo que les decía antes . . .
esa pobre vieja . . . y la hija . . . si se muere un
día, a la muchacha habrá que llevarla para el
hospital, si acaso la aceptan . . . ¿ Quién va a
hacerse cargo de ella . . .? Si les digo . . .
Con la fragancia del café en las manos, Ye-
yo vuelve hacia la casa. De un peso, un real
vuelto. Nueve reales, media libra de café . El
café es sabroso, caliente y con leche, como el
de Manolo, el del "Venecia", y también ne
gro, como el de niña Chana . Pero . . . nueve
reales . . . Son veintidós periódicos que hay que
vender . Veintidós, o veintitrés . . . y eso demo-
ra, a veces . . .

- 309 -
RENATO OZORES

Yeyo se apresura. Recuerda que Rosa le di-


jo que calentara agua . Lo va a hacer así . Y
cuando hierva en el tacho bajará a buscarla .
Así, tal vez suba antes de que Pancho llegue .
Si Pancho ve a Rosa en la casa no habrá dis-
cusiones ni mentiras, y será todo como siem-
pre . Y tal vez vayan al cine, aunque en la
cajeta queda poca plata y hay que dejar, si-
quiera, doce reales, para "La Estrella" de ma-
ñana . Pero, Pancho puede traer dinero . . .

9 s

Carmen, "La Pichona", calienta la leche pa


ra su cafe . Siempre cena poco, porque almuer-
za bien. Y luego, al acostarse, vuelve a tomar
leche caliente, con un trago de ron .
-Niña, siéntate . . . ¿No quieres café . . .?
Ya sabes que es mi cena . Una micha con un
poco de café con leche . . . A mi edad . . . ¿Te
preparo una taza? Hay bastante, te digo . . .
Carmen, "La Pichona", prefiere esperar. Ro-
sa quiere algo, y debe decirlo ; pero, no se atre-
ve. Por eso está así, callada y muy quieta.
Carmen, "La Pichona", sabe hacer hablar .

-Déjame prepararte una taza . Toma al-

- 310 -
LA CALLE OSCURA

go . . . Ya es tarde . ¿Ya comiste, o vas a


esperar por Pancho? ¿Y si viene tarde . . .?
Anda . . . No seas tonta .

Rosa lamenta que aquella conversación que


tenía con "La Pichona" en el corredor queda-
ra cortada .

-¿Quién la llamó antes? ¿Era algo de


apuro?
-No . . . Era una señora, que quería sa-
ber . . . algo de un hombre ; de un hombre que
quiere ver si . . .
-¿Y . . . le echó las cartas . . .?
-Bueno ; sí . Y, además, le dije lo que te-
nía que hacer .
-Carmen . . . Usted sabe mucho . . . Cono-
ce a los hombres . . .
-¡Ay, mi hijita . . . ! ¡No tienes idea . . .
¡Con lo que yo los lidié . . . ! Son todos igual .
Son unos cerdos, egoístas, malos . . .
-Carmen . . . Echeme las cartas . . . Yo
quiero saber . . . Nunca me lo hizo . . .
-¿Las cartas . . . ? ¿A ti . . . ?
RENATO OZORES

"La Pichona" no quiere confesar, ni a Rosa,


la farsa de su negocio ; la infantil credulidad
de las gentes que tratan de encontrar en la ba-
raja la fe que no tienen . Pero quiere dar a
Rosa pruebas de sinceridad .

-No . No es necesario . Te echaría las car-


tas las veces que hiciera falta, si no supiéramos
ya bien todo lo que pasa .

-Pero . . . ¿ Qué pasa . . .? ¿Usted cree que


Pancho tiene otra mujer? Ya le dije que un
día que llegó en fuego y hediondo a perfume,
manchó la almohada de colorete . Yo no se . . .
¿Usted que cree? ¿Qué piensa de eso que le
dije de esta tarde . . .?

-¿De que . . . ?

-De eso de marcharme .

-Eso es una tontería, Rosa . No pienses


más esas cosas .

-Pero . . . ¿Usted qué cree? Dígame la ver-


dad. Si Pancho tiene otra mujer . . .

-No sé si la tiene, o no . Pero eso es lo


mismo . No tiene importancia . De lo que de-
bes estar bien segura es de que si encuentra

- 312 -
LA CALLE OSCURA

alguna por ahí que le guste más . . . por lo que


sea . . . te deja plantada . . Como todos . Si no
hay más que ver lo que pasa . . .

Rosa parece meditar .


-No puedo creerlo, ¿ De Pancho . . . ? Tan-
tos años que llevamos . . .

-No te fíes de los años . El está muy jo-


ven todavía, lo mismo que tú . . . y puede que-
rer aprovecharse . . .
-Entonces . . . usted me aconseja que no me
marche . . .
-¿Por esa tontería de la pelea . . .? ¿Dónde
vas a ir . . .?
-¿Lo llama tontería . . .? ¡Mire como tengo
la cara! Yo decía irme a mi casa, a La Cho-
rrera, y llevarme a las niñas y al pequeño . Y
si él quería, que me fuera a buscar .
-¿A buscar? ¡No, niña! ¡Ni lo sueñes!
No conoces a los hombres . . . Allí te queda-
rías, pudriéndote . . . ¿ Qué vas a hacer tú en
La Chorrera? No te acostumbrarías ya . . . A
ti te gusta ir al cine y andar por ahí . . . ¡Hi-
ja, si estás muy bonita todavía! Sería una
pena . . .

- 313 -
RENATO OZORES

-Entonces . . . ¿qué hago? Si vuelve a pe-


garme . . .
-Tal vez lo haga . . . Bueno ; no le des mo-
tivos . . . No le digas que hablamos . . . Lo que
debes hacer, es . . . ya te lo dije. ¡Avívate y
sácale partido al mundo! Aprovéchate de los
demás, como los otros se aprovechan de ti . Pe-
ro usando tu cabeza . . .
-No la entiendo . . . ¿Qué puedo hacer
yo . . .?
Carmen, "La Pichona", siente que todas sus
palabras se estrellan contra aquel candor . Ro-
sa no entiende sus insinuaciones, aunque son
muy claras .
-Mira . . . A propósito . . . No has visto los
aretes esos que te dije . . . los tengo aquí . . .
Los aretes salen de un papel de seda . Oro
en filigrana y varios corales .
-Son preciosos . . .
-Pruébatelos . . .
-¿Para qué . . . ?
-Si te gustan, son para ti . Ya te dije . ¿No
te acuerdas?
-Pero . . . ¿por qué me los regala . . . usted?

- 314 -
LA CALLE OSCURA

En Rosa se abre una sospecha que le duele


un poco ; pero la detenida contemplación de los
aretes obra de sedante .

-No te los regalo yo, mi hijita . ¿Qué más


quisiera que poder hacerlo . . .?
-¿Quién, pues . . . ?

-Don Benito . . . Siempre me está hablando


de ti . Lo has impresionado . Le gustas mucho,
y ya te dije que, el pobre, es tan desgraciado
con su esposa . . .

-Pero . . . ¿qué quiere ese hombre de mí?

-Quiere verte . . . Tratarte algo más . . .


Conversar contigo. Ya te digo que no hace
más que . . .
-Bueno . . . Pero él . . . él no se casaría con-
migo . Tendría que divorciarse . . .

-Quien sabe . . . quien sabe . . . Lo que tienes


que hacer es tratarlo . . . Eso, depende de ti . . .
Pero, tienes que ser amable con él, cariñosa . . .

-Si dice que quiere verme . . . ¿Dónde? Po-


demos vernos donde la otra noche . . . con
usted . . .

- 315 -
RENATO OZORES

-No, Rosa . No seria prudente. La gente


habla mucho . . . Y él está casado aún . . . No.
No puede ser . . . Hay que ser discreto, ¿No
comprendes?
-Pero . . . ¿entonces . . .?
-Ya te avisaré . Ahora, por lo pronto, co-
ge los aretes . . .
-No puedo, Carmen . . . Si Pancho los ve,
con seguridad me pregunta de donde . . . Cues-
tan mucho .
-¡Pero, hija! ¡Qué ocurrencia! Dile que
estábamos hablando de eso ; de que te los ga-
naste, cuando se puso tan bravo . . . Y . . . en
cuanto al señor ese, Don Benito, déjame de
cirte . . .
La conversación sigue en voz baja . Las fra-
ses se arrastran . Carmen, "La Pichona", es-
tá satisfecha . Rosa parece indecisa y hasta se
sonríe.
puedes tener lo que te dé la gana . . .
Y si Pancho te deja, puedes arreglarte bien . . .
*
El agua del tacho hierve alborotada . Yeyo
baja la mecha de la estufa y sale para llamar
a Rosa . En el corredor ve a Pancho, que
llega.

- 316 -
LA CALLE OSCURA

-¿Ya comiste . . . ?
-No . Todavía . . .
-Pero . . . debe estar . . . Tengo prisa . Ne-
cesito salir.
-¿En la chiva . . . ?
-No. Tuve dos pinchazos . Las llantas es-
tán muy gastadas, y no tengo repuesto . La
dejé ahí . . . en el gato, cerca del Mercado .
Tengo que volver . . . Tenía hambre . Vine
por eso .
Mientras habla, Pancho se sirve la cena .
Arroz y frijoles, un poco de carne y un par
de tajadas .
-¿Hay café?
-Iba a colar. Estaba esperando que lle-
gara . . .
-No esperes . Cuélalo y come tú también,
si quieres . Y dale a las niñas. Puedes venir
conmigo a arreglar las llantas, si no estás muy
cansado .
Yeyo hace el café y en dos platos pone la
comida de las dos chiquillas, que se encaraman
en el asiento trabajosamente . Las dos caritas

- 317 -
RENATO OZORES

pringosas encima del plato, con el pelo sucio y


el vestido roto, comen en silencio . La mayor
se rasca siempre los nacidos, y a la otra, que
está resfriada, se le caen los mocos . Pancho
las levanta y las lleva al baño que está en el
extremo del corredor . Les lava la cara, les
atusa el pelo y vuelve con ellas para que sigan
comiendo . El pequeño duerme, y la frente ven-
dada sujeta los ojos de Pancho . Pancho mira
a Yeyo, que come callado, y mira a las niñas .
Pancho tiene en la cabeza muy malas ideas,
porque adivina que Rosa está hablando con
Carmen .

Pancho se levanta y Yeyo le sigue en silen-


cio. Marchan por el corredor, hasta la escale-
ra . Pancho se detiene.

-Tú, mejor te quedas . . . Tú madrugas mu-


cho, y a lo mejor, vengo tarde . . .
-Puedo regresar . . .
-No, quédate .
-¿Qué le digo a Rosa . . . ?

Pancho piensa que Yeyo es aún muy peque-


ño para entender ciertas cosas . Pero, el co-
mentario brota .

- 318 -
LA CALLE OSCURA

-A Rosa, nada. ¿ Por qué no está en ca-


sa . . .? Las niñas . . . tan cochinas, sin lavar
siquiera . . .
Yeyo esboza la excusa, porque ha com-
prendido .
-Estaban jugando . . . Rosa estaba aquí, ha-
ciendo la cena . Yo la vi . Me mandó a bus-
car el café .
Pancho baja la escalera y junto al lavadero
se detiene para beber agua . Felisa está en la
puerta echándose fresco con un calendario, pe-
ro al ver a Pancho se oculta, discreta . No
quiere preguntas, ni brindar respuestas, pues
sabe que Rosa está con "La Pichona" . La som-
bra del callejón borra la imagen de Pancho .
Felisa se asoma de nuevo y al ver a Encar
nita en el patio le ordena un recado .
-Vas y que te diga si le queda bien . . . que
te dé la plata . . .
Encarnita sale y Yeyo la sigue . No sabe
qué hacer . La calle está sola . Ya no está, ni
Víctor . Por la esquina, lejos, pasan tres sol-
dados y un jeep de la Zona con un guardia y
varios MP. Carmen, cuchichea .
-No, niña. ¡Qué ocurrencia . . . 1 Cómo voy
a ir contigo . . . No podrían hablar de nada . . .

- 319 -
RENATO OZORES

Mañana te llevo para que sepas donde es . . .


Damos un paseo . . . Es allá, en Paitilla . . . es
un chalecito . . . Tienes que entender . . .
e ∎

Tina, la nicaragüense, va hacia "La Ranita"


oliendo a colonia, y muy empolvada . El cabe-
llo está oscuro, porque ya no tiene plata para
teñírselo . Piensa en la carta que recibió hoy,
y en que necesita cuatro mil balboas . Son
cuatro mil balboas . . . para terminar el pago
de la casa que tiene en Managua . Cuatro
mil balboas . . . ¿Cuántos córdobas? Ya no se
acuerda . Treinta y dos mil ; treinta y cinco
mil . . . Es mucho dinero . . . Tardará dos años,
y eso, con suerte . . . Si volviera el gringo . . .
Si Carmen quisiera . . . Carmen tiene amigos ;
pero no la llama . Y los hombres cada vez se
vuelven más tacaños .
∎ k

Carmen, "La Pichona", ya encendió la radio .


Va a empezar la novela y llegan las vecinas .
Llega Petra con su reumatismo, Elvia, Felisa
y Chon . También llega Olga. Olga tiene ra-
dio, pero le gusta comentar en el grupo de las
vecinas .

- 32 0 -
LA CALLE OSCURA

-Ese hombre es malo . . . ¿Cuándo lo cas-


tigarán?

-Malo, como todos.


-Esta novela, sí es buena . . .
-Son cosas que pasan ; eso es la verdad .
Yeyo asoma a la rejilla su cara morena y
Rosa lo ve .
-¿Calentaste el agua . . . ? ¿Hiciste el café?
-Pancho estuvo . . .

Rosa se levanta con un sobresalto. Yeyo


aclara .
-Estuvo y se fue . Tenía la chiva dañada
ahí cerca . . . unas llantas . . .
-¿Comió . . . ? ¿Comieron las niñas . . . ? ¿Y
el pequeño . . .?
-Ya comimos todos . El chiquillo, duerme .
-¿Preguntó por mí?
-No.

Rosa vuelve hacia su silla . La actitud de


Pancho la ofende y le molesta .

-321-
RENATO OZORES

-Bueno, pues . . . Vete a dormir, o quédate,


si quieres . ¿Te quedó plata para los perió-
dicos?

-Sí . Hay catorce reales.


-¿Y Pancho . . .? ¿No dejó nada?
-No . Tal vez después . . . Con lo de las
llantas . . .
Rosa no contesta, pero arruga el gesto . To-
ca los aretes, que ya lleva puestos y se tran-
quiliza . Ya está decidida. Irá a ver al hom-
bre, y tendrá dinero . Para sus zapatos y pa-
ra su ropa ; y para las niñas . . . Pancho, que
haga lo que quiera . . .

La voz de la radio vibra emocionada hacien-


do el resumen de un punto dramático . Se oye
un grito agudo y un portazo . Luego, unos ge-
midos . Las comadres tiemblan, y una llora un
poco .

-Que hombre ese . . . parece mentira . . .

Carmen, "La Pichona", va a seguir su glosa,


pero se refrena. Si sigue insistiendo en que
todos los hombres son unos granujas, Rosa
puede arrepentirse. Porque Rosa, ahora, pien
sa en Don Benito, y Carmen lo sabe . Rosa

- 32 2 -
LA CALLE OSCURA

-Pero . . . Es inútil . . . Lo he intentado


muchas veces . Si lo intentara de nuevo . . .
No es posible . . .
Parece que la resistencia de Tallín, la resis
tencia íntima, que se obstina en negar, empieza
a quebrantarse.
-Tienes que hacer frente a la verdad . Basta
ya de hacerle quiebros, porque la verdad te
busca. Es tu vocación . Tienes que pintar.
¡Pinta! Pinta para ti, y olvídate de los demás .
Eso no importa . No importa nada . Pinta só
lo para ti, y si fracasas, si fracasas ante tí
mismo, entonces serás otro . Y entonces podrás
hacer tus letras y tus carteles y las marinas de
Ignacio con resignación y hasta con alegría .
Pero, tienes que encontrar antes la verdad, mi-
rándola a la cara. Y la verdad, tu verdad, es-
tá en las telas, lo mismo que la mía ha de es-
tar en las cuartillas .

-Es terrible . . . si tú supieras . . . Es algo . . .


es desesperante.
-Ya lo sé . Nada nuevo me puedes decir . . .
Tus telas blancas, que no dicen nada . Y mis
cuartillas, así ; lo mismo. Las gavetas llenas
de proyectos, de cuentos comenzados, de nove-
las muertas ; lo mismo que tus bocetos . Pero,

-223-
RENATO OZORES

del hueco aquel de la baranda . Rosa lo cerró


después, con unas cuerdas . . . Si lo hubiera
hecho antes . . . El mismo debió haberlo he-
cho . . . No . No debe culparla a ella por lo
sucedido. Además . . . que nunca le había di-
cho a Rosa que no hablara con Carmen . Rosa
no podía saber que a él no le gustaba que
fueran amigas . . .

Pancho decide terminar el trabajo y regre-


sar pronto a casa . Tal vez llegue a tiempo, an-
tes de que Rosa duerma . Habrá ido a oír la
novela . . . Como todas . . . Todas van . . . Car-
men tiene radio, y Rosa se aburre . Tiene que
coser, lavar y cocinar también . . . y son tres
chiquillos, y Yeyo .

La curva de las reflexiones de Pancho que-


da bruscamente rota. El tubo, rajado a lo lar-
go, resulta inservible. La llanta está cortada.
Tal vez fué a causa de una piedra, o de un
trozo de vidrio . Pancho sufre ante la contra-
riedad inesperada y murmura varias maldicio-
nes. Tendrá que ir a casa de Martínez a pe-
dirle un tubo . Quizá Martínez tenga . Son
compañeros y Martínez es muy buen amigo y
hombre servicial . Pero Martínez vive en Pueblo
Nuevo . ¿Y si no está en casa . . . ? ¿Si no tiene

- 324 -
LA CALLE OSCURA

el tubo . . .? Tal vez Lin, entonces . . . Pero,


en todo caso, no podrá ver hoy a Rosa . Llega
rá muy tarde a casa y estarán dormidos to-
dos . No podrán hablar . . . Hablar, para que
Rosa sepa que ya no está enojado . . . hablar,
para hablar, como otras veces . . .

Pancho pone dentro de la chiva la llanta y


el tubo, y se consuela un poco pensando en los
músicos y en aquel contrato .

w s

Encarnita llega con la respuesta .

-Tía . . . Dice la maestra, que la hermana


no está. Que vaya usted mañana como al me-
diodía, o un poco más tarde, que la niña Ali-
cia quiere decirle algo de los botones . . . y de
las mangas . . .
Chon está planchando y Felisa hilvana una
tela blanca . Carmen, "La Pichona", bebe leche
y ron.
Rosa cura los nacidos de la niña mayor, que
ya está dormida. Tiene que lavar los platos, y
coser un poco. Rosa espera a Pancho, aunque
no sepa por qué . . . Si Pancho llegara . . . co-
mo ha sido siempre . . . si hablara con ella y

- 3 25 -
RENATO OZORES

volviera a abrazarla, sería todo como antes . . .


como antes . . . Pero Pancho maneja la chiva
hacia Río Abajo buscando una llanta y un tu-
bo que sirva . Rosa no lo sabe y Pancho no
llega . Rosa tiene sueño.

Todo está en silencio y Rosa se duerme, so-


la, allí en su cama, con el niño al lado . Na-
da más que el niño, y un mal pensamiento .

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