Jesús de Nazaret (III) : El Mesías
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Un asunto de considerable importancia práctica en la actualidad es que Jesús repudia expresamente la idea de que
las formas de religión, una vez arraigadas, puedan ser arrancadas y replantadas con las semillas de una flor
extranjera: «Si intentáis levantar las cizañas, arrancaréis el trigo con ellas». Nuestras empresas de proselitismo
misionario son, por tanto, completamente contrarias al consejo de Jesús. (…) Un cristiano sería, en su religión, un
judío iniciado por el bautismo en vez de por la circuncisión, que aceptaría a Jesús como el Mesías y las enseñanzas
de Jesús como de mayor autoridad que las de Moisés. (…) El que fue judío como Jesús y lo conoció, pudo seguirlo
sin dejar de ser judío. (George Bernard Shaw, prefacio de «Androcles y el león», 1912)
So, if you are the Christ, the great Jesus Christ, prove to me that you’re not fool… walk across my swimming pool. If
you do that for me, then I’ll let you go free. C`mon, King of the Jews! («Canción de Herodes», Jesucristo Superstar)
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En tiempo de Jesús existían diversas formas de interpretar los conceptos de la religión judía y el cumplimiento de la Torá,
palabra de uso variable que solía referirse a la ley mosaica escrita en la Biblia y también, para muchos, la trasmitida de
manera oral.
La mayoría de los judíos de a pie, como ocurre en cualquier sociedad, mantenía un sencillo respeto a las normas
básicas de su religión, pero sin grandes elaboraciones ni compromisos exagerados. Obviaban algunas de las normas
más incómodas de la Torá o buscaban maneras ingeniosas de sortearlas. Por ejemplo, la prohibición de abandonar el
hogar en sábado podía resultar muy inconveniente para la vida cotidiana, así que muchos interpretaban que el «hogar»
era el perímetro de su población.
Casi cualquier precepto, concepto o dogma podía variar de significado dependiendo de quien lo definiera. La palabra
«mesías» es el mejor ejemplo. Procedía del verbo mashah, que significa «aplicar aceite»; mesías significa, por tanto, «el
ungido». En la Biblia hebrea el verbo mashah aparece en diversos contextos —por ejemplo, para designar el acto de
barnizar un escudo—, pero tiene verdadera significación religiosa o política cuando se refiere a una persona a quien se
ha aplicado un aceite aromático o consagrado durante algún tipo de ceremonia. En el mundo antiguo, la unción era parte
habitual de las coronaciones y los nombramientos de sacerdotes; por extensión, referirse a alguien como «el ungido»
constituía una muestra de reconocimiento de su importancia incluso aunque no tuviese un título o cargo oficial. Así,
«Mesías» podía ser sinónimo de rey y sumo sacerdote, pero también de gran profeta, o podía ser una manera simple de
dignificar a un individuo de entre los demás.
No había en la Biblia hebrea una definición concreta y unitaria de lo que es un Mesías, así que el uso que la gente hacía
de la expresión «el ungido» iba variando según los cambios culturales y religiosos. Cuando Jesús afirmaba ser el
Mesías, hablaba del concepto con el que los judíos de su época asociaban ese término y, aunque no todos imaginaban
al Mesías con los mismos rasgos, sí estaban de acuerdo en una cosa: cuando el Mesías llegase, lo haría para sentarse
en el trono de Israel.
Ya vimos cómo la helenización de Palestina provocó un agrio enfrentamiento entre el judaísmo sacerdotal de los
saduceos progriegos y el judaísmo rabínico de los fariseos antigriegos. El enfrentamiento había tomado dimensiones
bélicas con la revuelta de los macabeos, pero durante la dominación romana los judíos ya no chocaban las espadas
entre sí por estas cuestiones. Los romanos practicaban un estricto laissez faire en lo tocante al judaísmo de la Palestina
ocupada y se abstenían de inmiscuirse en los asuntos religiosos locales, asuntos que no les importaban o ante los que
sentían, incluso, cierto respeto.
Los judíos palestinos, con todo, entendían muy bien que los ocupantes romanos podían ser muy tolerantes cuando todo
estaba tranquilo, pero también que eran ocupantes obsesionados con el orden público y que podían responder con una
brutalidad extrema ante cualquier conato de disturbio religioso. Todo el Mediterráneo podía contar historias sobre cómo
los romanos, llegado el caso, podían en plantar decenas o centenares de cruces a las puertas de una ciudad o a las
veras de los caminos, dejando que los cadáveres de los crucificados fuesen devorados por aves rapaces y se pudriesen
al sol como tétrica demostración de su intransigencia ante las revueltas.
En el primer tercio del siglo I d.C., pues, las disputas religiosas se mantenían en el terreno de lo doctrinal. Por
descontado, seguían existiendo varias facciones convencidas de que su visión religiosa era la única correcta. Los
saduceos y los fariseos, en particular, seguían personificando la división entre el judaísmo helenizado, que bajo gobierno
romano había recuperado su poder institucional, y el judaísmo conservador de las clases populares. Había otros grupos
minoritarios, como los esenios y los zelotes, quienes también se caracterizaban por interpretaciones casi opuestas de lo
que suponía ser un buen judío.
Los saduceos, aristócratas helenizados que componían la clase sacerdotal de Jerusalén, eran un equivalente
aproximado de la actual cúpula de la Iglesia católica, con la diferencia de que los saduceos sí podían casarse y tener
hijos. De hecho existían enteras líneas familiares de sacerdotes: los kohanim, término del que procede el actual apellido
«Cohen». Además, la palabra «saduceo» daba a entender el carácter genealógico del sacerdocio, puesto que indicaba
que descendían del sumo sacerdote Sadoc, personaje del antiguo Israel bíblico y asistente de los reyes David y
Salomón. Se ocupaban de los asuntos administrativos del Templo como ejecutores de la ley mosaica y recaudadores
del impuesto religioso. En el Templo, además, se realizaba el acto piadoso más relevante del judaísmo: el sacrificio
pascual. Cada fiesta de la Pascua los creyentes acudían al Templo, el único lugar donde estaba permitido matar un
cordero como ofrenda a Dios. Después, cada creyente se llevaba su cordero a casa (o a su campamento, en caso de
haber venido de otro lugar) y lo cocinaba para celebrar una cena ritual junto a sus allegados. Por este motivo, cada
Pascua se producía una gran afluencia de gente hacia Jerusalén y los Evangelios cuentan que Jesús murió en Jerusalén
porque había acudido allí para celebrar la Pascua.
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Los romanos no deseaban interferir en estas festividades y solo querían prevenir desórdenes, por lo que trataban de
llevarse bien con la casta sacerdotal, que era la encargada de organizar el evento. Los saduceos, a su vez, también
intentaban llevarse lo mejor posible con los romanos. Primero por afinidad cultural, pues ya comentábamos en partes
anteriores que las élites romanas estudiaban en griego temarios muy parecidos a los que estudiaban las élites
palestinas. Y segundo, por conveniencia: los saduceos habían visto disminuido su poder institucional durante el periodo
macabeo-asmoneo, pero lo habían recuperado gracias a Roma.
Lo que los saduceos no habían recobrado era la influencia directa sobre las clases populares. El Templo era
reverenciado por todos los judíos y la institución del sacerdocio no era puesta en duda, pero eso no significaba que los
saduceos fuesen vistos con buenos ojos por el judío común. Para los más conservadores o piadosos, los saduceos
conformaban una cúpula impura, colaboracionista, corrupta y avariciosa. Su amistad con los ocupantes romanos, su
presunto uso ilegítimo de las donaciones al Templo para engrosar sus fortunas personales o su indecorosa vida conyugal
y social eran algunos de los motivos de desaprobación por parte de otras facciones. Las diferencias eran también
doctrinales: los saduceos insistían en que la Torá escrita era la única guía de conducta de inspiración divina que los
judíos debían seguir. Por supuesto, pretendían reforzar la idea de que ellos, como custodios de las escrituras, constituían
la única autoridad moral. Sin embargo, también esta era una idea muy discutida.
Las sinagogas no habían dejado de canalizar la religiosidad cotidiana del pueblo. Continuaban sin tener carácter sagrado
y, por trazar otra analogía, se parecían más a escuelas parroquiales desprovistas de santuario que a parroquias
propiamente dichas, pero sus líderes, los maestros de la Torá o «rabís», eran figuras cruciales en las comunidades
locales, sobre todo en el ámbito rural. Dado que la Biblia hebrea solía hablar en términos de narraciones o metáforas que
apenas contenían guías de creencias concretas o catecismos (del griego κατηχισµός, «adoctrinamiento»), los rabís
ayudaban a que el ciudadano pobre y sin educación formal pudiese navegar en la inconcreta complejidad de su antigua
religión. Los rabís tampoco negaban la importancia del Templo como centro ceremonial y admitían que las guerras
religiosas entre judíos eran cosa del pasado. Si los saduceos se sentían cómodos y protegidos por el amor que sus
amigos romanos demostraban por el orden, los fariseos, alejados del poder, habían hecho lo único que podían hacer:
volverse mucho más espirituales y pacifistas. Aun así, la diferenciación entre el judaísmo rabínico y el sacerdotal era
muy profunda, resultado inevitable de siglos de evolución paralela.
Los fariseos no eran la única vertiente del judaísmo rabínico, pero sí lo dominaban y su visión conservadora era la
imperante. No eran un grupo uniforme, no había una «iglesia farisea» como tal, pero compartían un núcleo de creencias
y las diferencias entre fariseos eran menos que las cosas que tenían en común. Pese a la mala fama que los posteriores
textos cristianos crearon en torno a los fariseos (causa de que el término haya sido usado como sinónimo de hipócrita o
malvado), en su tiempo eran vistos como una alternativa de mayor estatura moral frente al establishment saduceo. No
solo eran partidarios de una observación más estricta de las leyes, sino que habían aprendido a convencer antes que
imponer. Pensaban que las leyes no se limitaban a los antiguos y no siempre útiles preceptos de las escrituras. Para
ellos, la tradición oral era también una fuente de doctrina y también formaba parte de la Torá. Dado que había que saber
interpretar esa tradición oral, los fariseos favorecían el debate y veneraban la razón como herramienta para alcanzar la
sabiduría, más allá de la lectura pasiva de los textos sagrados.
Todavía rechazaban la helenización de las élites. Su pensamiento tenía una pátina nacionalista, ya que rechazar el uso
del griego era como hoy rechazar el uso del inglés, una forma de darle la espalda a lo que sucede en la esfera intelectual
internacional. Esto tenía sentido; para el palestino medio, la «esfera internacional» no existía más que como una ignota
máquina de fabricar invasores.
Otra diferencia clave era que los fariseos creían en la vida después de la muerte y afirmaban que los hombres serían
recompensados o castigados por sus actos en el más allá, posibilidad desdeñada por el dogma oficial de los saduceos
(quienes, por ejemplo, tampoco creían en la existencia de ángeles). Debido a esto, los fariseos concedían especial
importancia al libre albedrío, a la capacidad humana para decidir entre el bien y el mal, por lo que predicaban la caridad,
la humildad, la mansedumbre y otras virtudes personales que ayudasen a que cada individuo pudiese salir indemne del
juicio divino al que sería sometido cuando muriese.
Si los saduceos eran un equivalente aproximado de la jerarquía católica y los fariseos eran antecedentes del judaísmo
rabínico posterior o de los primeros grupúsculos cristianos, los esenios eran un antecedente de las órdenes monacales.
Todavía más obsesionados por la pureza moral que los fariseos, los esenios se alejaban de la sociedad, retirándose a
pequeñas comunidades en las que compartían sus bienes y hacían voto de pobreza o castidad. Su aislamiento los hacía
irrelevantes desde el punto de vista político, aunque tienen gran importancia en el estudio histórico debido a los textos
que dejaron atrás, como los famosos «pergaminos del Mar Muerto».
En cuanto a los zelotes, eran la facción más nacionalista del judaísmo palestino. Les disgustaba que los saduceos
hicieran migas con los ocupantes romanos. También es de suponer que el pacifismo de los fariseos debía de parecerles
insuficiente. Los zelotes, de hecho, se alzaron en armas contra los romanos al poco de nacer Jesús. Su líder, Judas de
Galilea, lideró una rebelión fallida contra los nuevos impuestos imperiales. Sesenta años después, en el año 66 d.C., los
zelotes volvieron a impulsar una revolución que terminaría degenerando en una desastrosa guerra (durante la cual, para
variar, los romanos demostraron una implacable dureza). Se identifica a los zelotes por su extremismo político hasta el
punto de que uno de sus subgrupos más agresivos es conocido como «los hombres del puñal» o sicarios (del término
sica, un arma a medio camino entre el puñal y la espada corta). La tradición dice que uno de los discípulos de Jesús era
zelote, aunque es difícil imaginar a un zelote convencido siguiendo a un pacifista como Jesús.
Estas cuatro perspectivas ni siquiera eran las únicas, lo cual muestra que el judaísmo palestino del siglo I no puede ser
considerado una religión homogénea. Era tal su antigüedad y había atravesado por tantos procesos de cambio que no
existían dos maneras iguales de interpretar las escrituras o la tradición. Eso sí, algunos conceptos estaban muy
extendidos entre casi todos los creyentes. Uno de ellos era la relativamente nueva figura del Rey Mesías, que
personificaba la necesidad de recuperar la autonomía y unidad del reino de Israel.
Las escrituras contenían diversas profecías que anunciaban la futura llegada de varios tipos de enviados de Dios. Los
judíos palestinos habían ido incorporando esas profecías al nuevo concepto de Mesías. En la religiosidad colectiva, los
Mesías como grandes figuras del pasado fueron desplazados por un Mesías que pertenecía al futuro. Bajo esta nueva
acepción se escondía una mezcolanza desordenada de mitos antiguos y referencias a personajes bíblicos. La manera
concreta de imaginar esa figura dependía, pues, de la visión particular de cada corriente religiosa, incluso de cada
individuo concreto.
Muchos judíos de la época imaginaban al Mesías como un líder político y militar que estaría al mando de un ejército.
Otros lo imaginaban como un sumo sacerdote dotado de grandes poderes. Había incluso quienes esperaban una figura
celestial que descendería de entre las nubes rodeado de ángeles, en cuyo caso podían asimilarlo al enviado de Dios que
vendría a la Tierra para juzgar a los creyentes en el fin del mundo (el uso que se le da al título «Hijo del Hombre» en el
Nuevo Testamento deriva de esta visión). Mesías diferentes con un objetivo común: reimplantar la dinastía de David. El
establecimiento del nuevo reino de Israel podía estar asociado también a fenómenos sobrenaturales. Por ejemplo, podría
haber una serie de desastres en los que se purgarían los pecados de la humanidad, antes de que se produjese la
resurrección física de los muertos y los creyentes gozasen de una vida eterna (también física) en un Israel convertido en
paraíso terrenal desprovisto de enfermedades, hambre, guerras y, por supuesto, de romanos. Así pues, el Mesías
necesitaba vencer a los enemigos de Israel, ya fuese por la espada o mediante milagros al estilo de Moisés. ¿Y quiénes
eran los enemigos de Israel en el siglo I? Los susodichos romanos. Por descontado, a una mayoría de judíos les parecía
insensata la sugerencia de enfrentarse a las poderosas legiones imperiales. Los zelotes lo ansiaban, pero muchos otros
palestinos tenían bastante con intentar cumplir los preceptos religiosos más básicos en mitad de una vida pobre y sin
expectativas como para además ganarse la ira de los romanos.
Entre los saduceos y las clases altas la aparición de un Mesías era desdeñada como una superstición. Entre las clases
populares había posturas variadas. Para algunos, la llegada del Mesías era una esperanza abstracta más que una
certeza sobre un hecho inminente que iba a suceder en el mundo real. Para otros sí era una esperanza concreta y, así,
surgía de vez en cuando algún aspirante a Mesías que podía reunir un pequeño grupo de seguidores. También se
encontraría con detractores, aunque anunciarse como Mesías constituía más una extravagancia que una grave ofensa
religiosa.
Si se hablaba de un futuro Rey Mesías era, desde luego, porque alguien lo había estado anunciando. Desde unos ciento
cincuenta años antes del nacimiento de Jesús abundaban ciertos personajes que anunciaban la inmediatez del
cumplimiento de las profecías bíblicas mediante la pronta llegada del Rey Mesías. Eran los llamados «profetas
apocalípticos». Hoy asociamos la palabra «apocalipsis» con el fin del mundo, pero su significado literal es «revelación»;
la confusión proviene del hecho de que estos profetas solían anunciar el fin del mundo o, más bien, el fin del mundo
como lo conocían. En realidad sus anuncios eran apocalípticos porque procedían de una revelación y el término preciso
para definir sus visiones sobre el fin del mundo es «escatológico», que significa «lo que trata sobre lo último». Como
curiosidad, en español también se usa «escatológico» para lo relacionado con la materia fecal por una simple
casualidad, ya que hay dos palabras griegas, éskatos y skatós, que suenan casi igual y han tenido la misma
transcripción fonética en nuestro idioma.
Los profetas apocalípticos judíos podían anunciar la llegada de un Mesías o podían presentarse como Mesías ellos
mismos. Jesús fue un profeta apocalíptico porque predicaba un mensaje que le había sido revelado directamente por
Dios, y escatológico porque trataba sobre el inminente fin del mundo conocido. En esto, Jesús no era una figura anómala
ni inusual. Una divertida escena de La vida de Brian parodia esta proliferación de profetas apocalípticos y, pese a la
obvia exageración cómica, la secuencia tiene base histórica. Jesús también anunciaba el cumplimiento casi inmediato de
las profecías bíblicas y hablaba de algo que debía ocurrir en años o, como mucho, en décadas. En los propios
Evangelios se lo retrata insistiendo sobre esa inmediatez, como cuando dice a sus discípulos: «No conoceréis la muerte
antes de que estas cosas sucedan». La inminencia del cumplimiento de las profecías mesiánicas también está recogida
en los textos cristianos más antiguos conocidos, las epístolas de Pablo de Tarso, quien también parecía pensar que
todo lo anunciado por Jesús iba a suceder en aquella misma generación.
La famosa frase «Mi reino no es de este mundo» es una evidente adición posterior al mensaje original de Jesús. El reino
del que hablaba Jesús solo tenía sentido para sus seguidores si era el reino de Israel de un milenio atrás, el de David.
Cambiado y repleto de prodigios, pero terrenal. Porque ese era el reino del que hablaría cualquier aspirante a Mesías en
el primer tercio del siglo I. No en vano, incluso la tradición cristiana recuerda que los romanos ejecutaron a Jesús bajo la
acusación de presentarse como un rey (con el famoso letrero de la cruz que exponía con sorna el nombre del reo y la
causa de su ejecución: Iesus Nazarenus Rex Iudaeorum, «Jesús de Nazaret, rey de los judíos»). Esto demuestra que a
ojos de los romanos no había otra manera de interpretar lo que era un Mesías sino un aspirante a rey, aunque se puede
discutir si la sola mención del título «rey de los judíos» bastaba para provocar a los romanos si no venía acompañada de
algún otro incidente.
El judaísmo de Jesús
Michael York como Juan el Bautista en Jesús de Nazaret (1977). Imagen: ITC Films / RAI.
Recordar que Jesús practicaba la religión judía puede parecer insistir sobre lo obvio, pero aún subsiste la idea errónea
de que Jesús se separó del judaísmo para fundar una nueva religión. No hay ningún indicio de que lo hiciera. En el
Evangelio de Marcos, el más temprano, escrito décadas después de su muerte por un autor que no era palestino, Jesús
aparece retratado como un judío piadoso desde casi cualquier punto de vista. Muestra respeto a las leyes mosaicas.
Predica en sinagogas y cita la Biblia hebrea. No intenta convertir a romanos ni a los griegos, sino a sus compatriotas de
Galilea y a sus congéneres de Judea. Su mensaje original parece haberse conservado bien en las décadas de tradición
oral, puesto que en los escritos del ámbito grecorromano que conocemos hoy Jesús tiene poco de grecorromano. El
núcleo mollar de su prédica en esos textos es muy característico de lo que cabría esperar de un profeta apocalíptico
palestino del siglo I. Su mensaje es un mensaje judío.
Tampoco existen motivos de peso para creer que Jesús pensó que ese mensaje fuese aplicable a los gentiles. Le
hubiese sorprendido, y quizá incluso escandalizado, saber que terminaría convirtiéndose en el centro de la religión oficial
del Imperio romano. Gracias a las cartas de Pablo de Tarso sabemos que los primeros seguidores judíos de Jesús —
liderados por su discípulo Simón Pedro y su propio hermano Santiago— ni siquiera querían admitir a gentiles en su
grupo. De la actitud de los discípulos de Jesús, que hoy calificaríamos de xenófoba y que era criticada con tanta acritud
por Pablo, cabe deducir que el propio Jesús había hablado de cosas que concernían solo a los judíos y que, o bien se
había opuesto a la salvación de los gentiles, o bien ni siquiera se había molestado en aclarar si los gentiles eran dignos
de formar parte del futuro reino de Israel. Hay episodios de los Evangelios muy ilustrativos al respecto, porque parecen
estar ahí para justificar que los gentiles sí pueden merecer la salvación. Un gran ejemplo es el episodio de la mujer
fenicia a la que Jesús niega su ayuda por ser una extranjera (al menos hasta que ella le hace cambiar de idea, ¡el único
momento del Evangelio de Marcos en que Jesús está equivocado y termina reconociendo su error!). La escena parece
una rectificación del evangelista a la mentalidad original de los cristianos de Jerusalén, pero ya hablaremos de ello más
detalle.
Lo que sí se ha debatido mucho es la corriente concreta de judaísmo que Jesús practicaba. Algunos han llegado a
especular con la idea de que fuese un zelote, recordando que, según la tradición, uno de sus discípulos pertenecía a ese
partido. También recuerdan que en la vida de Jesús debió de haberse producido algún incidente turbulento que fue
recogido por la tradición oral y que podía haber justificado su crucifixión, como su arrebato agresivo en el Templo.
También señalan el hecho, aceptado por los historiadores, de que los romanos lo ejecutaron bajo la acusación de
sedición, cosa que quizá requería algo más que una simple declaración religiosa sobre su identidad mesiánica. Sin
embargo, aunque sí pudo haber alguna trifulca provocada por él (el incidente del Templo parece verosímil), no hay
indicios de que Jesús defendiera una revolución. Su tono debió de ser el de alguien que habla también de paz, humildad
y mansedumbre, pues en la tradición temprana no hay rastro alguno de mensaje combativo. Además, si él se
consideraba el Mesías, no podía pretender expulsar a los romanos por medios violentos, cosa que de todos modos
hubiese sonado extraña en boca un carpintero galileo que no estaba precisamente al frente de un ejército y cuyo número
de seguidores nunca debió de ser muy grande, no lo bastante como para que sus contemporáneos escribiesen sobre él
como sí hicieron sobre otro profeta apocalíptico, Juan el Bautista.
Es tal el pacifismo que impregna casi todo el mensaje de Jesús que otros han defendido la posibilidad opuesta de que
Jesús fuese un esenio o perteneciese a un grupo cuasi monástico. Citan sus periodos de retiro, el hecho de que no
estuviese casado o el que dijese a sus seguidores que pusieran sus bienes en común. Sin embargo, según la tradición
temprana, Jesús no huía de una posible contaminación moral, sino que gustaba de juntarse con el pueblo y parece ser
que ni siquiera rechazaba a reconocidos pecadores en su entorno. No se le conoce pareja —tampoco se afirma que
fuese célibe—, pero admitía a mujeres entre sus discípulos y no parecía muy preocupado por la moral sexual. En sus
dichos no hay casi nada sobre sexualidad, algo que contrasta mucho con la doctrina de algunos de los primeros
patriarcas cristianos (como Pablo de Tarso, quien sí parecía obsesionado con los temas carnales). Los Evangelios,
aunque escritos en comunidades influidas por el legado de Pablo, no retratan a un Jesús puritano, sino a un Jesús
preocupado por cuestiones de justicia social y económica. El Jesús del Nuevo Testamento, recordemos, condena con
énfasis a los ricos, pero no a prostitutas, adúlteros u homosexuales. De hecho, por ejemplo, su mención al divorcio y el
adulterio contrasta tanto con el resto de su mensaje que algunos estudiosos sostienen que se trata de una interpolación.
El asunto es complejo, porque otro pasaje del que sí se sabe con seguridad que fue inventado con posterioridad (el
momento en que Jesús detiene la lapidación de una mujer adúltera), aun siendo falso, demuestra que en la tradición
cristiana primitiva no se veía a Jesús como alguien que considerase el sexo un problema relevante. El puritanismo
sexual de muchos cristianos siempre ha tenido que basarse en otros textos, porque es casi imposible deducir una moral
sexual estructurada de los dichos atribuidos a Jesús.
El Jesús de los primeros textos cristianos, que habla mediante parábolas y pretende convencer antes que imponer, pero
que defiende la necesidad de cumplir la Torá, encaja mucho mejor con otro grupo religioso. Esto, dadas las ideas
inculcadas en el imaginario por la tradición cristiana, puede sonar muy sorprendente, pero hoy se sugiere que Jesús fue
un fariseo. O, al menos, un fariseo sui generis. Muchas de sus ideas concretas son ideas farisaicas. Como mínimo es
innegable que el judaísmo de Jesús es el judaísmo rabínico de las sinagogas, lo cual encaja con un hombre de clase
humilde que había crecido en una pequeña población galilea, y ya hemos visto que el rabinismo estaba dominado por el
pensamiento fariseo.
Los historiadores también suelen coincidir en una idea recogida en los Evangelios, pero muy incómoda para los propios
autores de aquellos textos: que Jesús fue discípulo de Juan el Bautista, quien predicaba el arrepentimiento porque
esperaba algún acontecimiento inminente, que muy bien podía ser la llegada del Mesías. Es dudoso que Juan llegase a
creer que Jesús era el Mesías como cuentan los Evangelios (y mucho más dudoso que fuese su primo), pero el hecho
de que Jesús fuese bautizado por Juan —esto es, admitido entre sus seguidores— es algo que los historiadores
consideran muy probable, por motivos que ya explicaremos.
En todo caso, Jesús no fue una figura revolucionaria, ni siquiera inusual, dentro del judaísmo palestino del siglo I. Se
formó en las sinagogas. Se convirtió, como otros, en creyente del anuncio apocalíptico de Juan. En algún momento
decidió que él mismo era el protagonista de ese anuncio. Todo esto encaja en el judaísmo de su generación. Incluso en
la tradición temprana de los cristianos alejados de Palestina, Jesús es tan característicamente judío que resulta difícil
encontrar elementos paganos en su mensaje (aunque sí los hubo luego en su biografía, cada vez más adornada por los
distintos autores de los Evangelios conforme transcurrían las décadas).
Fueron más bien los seguidores de Jesús quienes, después de su ejecución, dieron una vuelta de tuerca a su figura para
crear un nuevo concepto: el Mesías crucificado y penitente, el «cordero de Dios». Esto sí constituía una novedad porque,
por primera vez, algo relacionado con Jesús chocaba de manera frontal con la visión religiosa de la mayoría. Un Mesías
derrotado por los romanos sonaba tan absurdo que pudo haber sido olvidado, pero su crucifixión inspiró un sorprendente
proceso religioso: el Mesías ya no estaba aquí para restaurar el reino de Israel, sino para cumplir unas promesas que
empezaron a volverse cada vez más abstractas y que se fueron retrasando en el tiempo hasta terminar en el único lugar
donde todavía podían ser sostenidas: la eternidad.
(Continua aquí)
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51 comentarios
Rafa
08/12/2018 at 11:02 · Reply
Enhorabuena por esta serie de artículos. Es agradable encontrar este rigor histórico entre tanra gente que se limita
a citar a Osiris y Mitra obviando toda la base, de tradición claramente judía.
eduardo roberto
08/12/2018 at 15:12 · Reply
Excelente divulgación histórica!, pero me gustaría saber en qué pasaje del Nuevo Testamento se afirma que Jesús
era carpintero. Talvez provenga de alguna otra fuente, porque la imagen que dan las escrituras lo describen como a
uno que, convencido de su misión redentora, no cesaba de caminar. Muchas gracias por la lectura.
Pascual
11/12/2018 at 17:52 · Reply
El «error» proviene de que San Jerónimo tradujo la palabra artesano por carpintero, pero podía ser
también alfarero, o picapedrero, etc.
Oscar
08/12/2018 at 16:10 · Reply
Jesús de Nazareth, el hombre que partiò la historia de la humanidad en 2, antes y despues de El; y también el que
ha partido en dos la historia personal de aquellos que lo hemos dejado entrar en nuestras vidas. Jesucisto, el
Redentor, la Segunda Persona de la Santísima Trinidad que se encarnó en el vientre de María Santísima; el
Emmanuel, el Dios con nosotros.
Amante
10/12/2018 at 1:05 · Reply
-¿El de la Mari entonces?
-Sí, ese.
Agustín
11/12/2018 at 14:28 · Reply
Que tiene una carnicería que hace chaflán, no?
varlak
20/01/2019 at 13:30 · Reply
Tu ni te has leido los articulos, no?
varlak
20/01/2019 at 13:31 · Reply
Totalmente de acuerdo, me parecen unos articulos super interesantes, pero echo en falta referencias
en un tema tan dicutido, posiblemente uno de los mas discutidos del ultimo par de milenios.
Ricardo Herrero Gonzalez
08/12/2018 at 19:00 · Reply
Relato sobre Jesus lleno de manipulaciones tendenciosas.
Dando como verosímiles o tildandolas de agregaciones o invenciones posteriores a pasajes de los evangelios
según su conveniencia.Para querer presentarnos un Jesus solamente humano y fracasado.
Pensais como los hombres no como Dios
Ahh!!
13/12/2018 at 7:47 · Reply
Es que los cuatro evangelios por completo, son invenciones posteriores.
Oppiano Licario
08/12/2018 at 22:15 · Reply
Otra entrega de este producto dirigido a un tipo de consumidor muy concreto que no dudará en comprarlo.
Las afirmaciones gratuitas descansan en el famoso axioma de que el papel lo aguanta todo.
Eso sí, entretenido, para echarse unas risas el sábado.
Elmío
08/12/2018 at 23:57 · Reply
Muy buen artículo. El hecho de que a la gente beata parece ser que no le guste, habla bien de él ;)
Jose
09/12/2018 at 3:46 · Reply
Jesucristo sí existió, y existe, es el personaje de una historia. La duda de si Jesús, el hombre, existió
o no es otro debate, y aunq la mayoría cree q sí es solo eso, no hay pruebas suficientes para
verificarlo a ciencia cierta, pero sí algunas circunstanciales q lo sugieren, pero en ambos casos es
creer. En mi opinión no existió, sino q mezclaron a varios personajes reales en uno solo.
Julius
09/12/2018 at 13:55 · Reply
En una palabra, que los evangelistas eran un tanto mentirosillos y tenían una capacidad inventiva bastante
desarrollada.
varlak
20/01/2019 at 13:35 · Reply
Entre los evangelistas (que escribieron el texto 4 decadas despues y traducido al griego) y el
emperador constantino que fue el que puso o quito evangelios segun le vino bien, y los 19 siglos de
detras, donde los distintos momentos politicos/personales del vaticano han interpretado la biblia como
les ha dado en gana, no me entra en la cabeza que gente que se dice creyente siga fiandose de lo
que dice ni una palabra de la biblia.
Ojo, ya no hablo de creer en el dios que Jesus proclamaba o creer en el mismo Jesus, cada uno que
crea (en el aspecto espiritual de creer) pero en el aspecto racional, no creo que nadie pueda negar
que la biblia y la iglesia catolica son un propaganda y cuentos orquestados desde el poder.
Joder, que Jesus y sus seguidores eran anti ocupacion romana y la biblia tal y como la conocemos fue
un grupo de libros elegidos por un emperador romano….
Rawandi
09/12/2018 at 14:22 · Reply
Muy buen artículo, aunque resulta un poco equívoco respecto a lo que opinaban los saduceos y los fariseos sobre
la vida en el más allá.
Los saduceos creían que el alma del difunto tendría en el más allá una vida que sería tal como la pinta la Biblia
hebrea, o sea, una existencia aburrida, sin premios ni castigos, mientras que los fariseos, individuos mucho más
fantasiosos que los saduceos, sí que esperaban recibir un gran premio o un gran castigo en el más allá.
Julio Lorente
09/12/2018 at 14:38 · Reply
Jesús, si es que existió realmente, nunca escribió nada. Nazaret tampoco parece que existiera en esa época. Los
que escribieron fueron sus interesados seguidores. Los Evangelios que son 4 no coinciden. Son un relato adaptado
para que Jesús apareciera como el Mesías que cumplía lo que las escrituras profetizaban, como su nacimiento en
Belén justificado por un Censo que era de otros años. Se han eliminado los Apócrifos, cuando son de la misma
época y en algunos casos de los mismos autores. Son claramente escritos publicitarios, un inteligente marketing
para una religión naciente. Para mi el verdadero «maestro» fue Pablo. Hasta el punto que si Jesús hubiese vivido
no sería cristiano. El solo quería reformar el judaísmo. El dijo que su reforma era para los judíos no para los demás
(gentiles). Lo que tenemos hoy es pablismo.
Felipe
09/12/2018 at 18:06 · Reply
No acabo de entender por qué se le da validez histórica a la existencia de Jesús. Recomiendo la lectura de este
documento: https://laicismo.org/data/docs/archivo_852.pdf donde se puede ver con nitidez que quienes escribieron
los evangelios solo conocían el griego, eran seguidores de Pablo de Tarso y posteriores a él y nunca pisaron
Palestina. De hecho, ni siquiera parece que Nazaret existiera en aquellos tiempos y se creó uno varios siglos
después para atender a los visitantes.
Alfonso
18/01/2020 at 22:38 · Reply
El consenso entre los historiadores es que Jesús existió. Sería muy retorcido inventar un judío y luego
evolucionarlo al Cristo de los gentiles. Es muy enrevesado.
Mercedes
09/12/2018 at 22:06 · Reply
Muy interesante esta serie de artículos sobre la figura de Jesús. Me están gustando mucho. ¡Enhorabuena!
mercurio
10/12/2018 at 0:31 · Reply
Iesus Nazarenus Rex Iudaeorum,no es Jesus de Nazaret(ciudad que no existia),sino Jesus el Nazareno(grupo al
que pertenecia:los nazarenos).
Roberto
10/12/2018 at 2:09 · Reply
Un bloguero judío escribió hace un tiempo que Jesús era obviamente un fariseo, porque solo así se explica que se
pasa la mitad de los evangelios en discusiones teológicas con otros fariseos. Creo que su artículo se llama «Rabí
Yoshua Ben Yosef» o algo similar. No es nada tan elaborado como esta serie de artículos, pero me parece
recomendable.
Carlos F. Cantalejo
10/12/2018 at 9:39 · Reply
Es indignante que un trabajo así no cite las fuentes en que se basa.
Por ejemplo, cuando relata: «…porque otro pasaje del que sí se sabe con seguridad que fue inventado con
posterioridad (el momento en que Jesús detiene la lapidación de una mujer adúltera), aun siendo falso, …».
Tal vez efectivamente sea falso como dice, pero es deber del autor citar la fuente de una información tan categórica
para que los lectores lo podamos discernir.
Oppiano Licario
10/12/2018 at 20:17 · Reply
Ahi está la tergiversación interesada el autor: el llamado «pericope adulterae» no se trata de un pasaje
falso. Lo que está en tela de juicio según los expertos es si lo escribió San Juan o no.
Ejemplo de aclaración al respecto en la traducción de la Biblia de Jerusalén:
«Esta perícopa, 7:53 – 8:11, omitida por los testigos más antiguos (mss, versiones y Padres), y
desplazada por otros, con estilo de colorido sinóptico, no puede ser del mismo San Juan. Pudiera
atribuirse a san Lucas, cf. Lc 21:38+. Su canonicidad, su carácter inspirado y su valor histórico están
fuera de discusión.6»
Ahora compara eso con la afirmación gratuita de «inventado» del autor.
sofía haveljemut
10/12/2018 at 12:53 · Reply
«Mis palabras no pasarán». Y no pasaron.
A me veces me vence la ociosidad y me paro a ver los comentarios sobre este tipo de artículos o noticias
relacionadas, y todo para colegir, una y otra vez, que los ateos más recalcitrantes, tan proselitistas ellos (también),
necesitan chapotear una y otra vez en su propia vanidad. Qué fatuos, madre. El estribillo es tan viejo como cansino:
«Jesús no existió y punto”. ¿Pruebas? Ninguna. Hay más evidencias de la existencia de Jesús que de otros
muchos personajes históricos de cuya existencia no se atreverían a dudar, pero ¡ah!, a ese buenazo ensangrentado
que apela a mi conciencia ni mijita de agua. ¡Qué despropósito, creer yo en esas gaitas con lo listo y erudito que
soy, por favor! Y luego se ponen muy sesudos y te hablan del rigor.
Miren, queridos resentidos, de verdad que no merece la pena que pierdan el tiempo atacando verdades privadas y
profundas de millones de congéneres. Ya deberían saber que es completamente inútil. Como lo es (también) que
exijan todas las pruebas habidas y por haber del paso de un hombre que partió la Historia en dos. Ahí es nada. Si
existieran todas esas pruebas que piden, no existiría la FE; sólo tendríamos frente a nosotros una inmensa
montaña de certezas y, en tal caso, no seríamos personas con libre albedrío, seríamos meros robots, esclavos de
un todopoderoso tirano. Si lo piensan bien, Dios tiene un gran sentido del humor. Para más información, la inmensa
metáfora del Génesis. Busquen y tal vez hallen. Un saludo, resentidillos. ¡Y mucho ánimo!
X. Abando
10/12/2018 at 17:17 · Reply
Si NO EXISTIÓ ADÁN (v. Darwin), presunto autor, juntamente con Eva, del pecado original por el que
la humanidad, según la doctrina de la Iglesia, perdió su inocencia y su inmortalidad primigenias y se
convirtió en mortal y pecadora, hasta el punto de hacer necesario el envío de un redentor divino,
entonces la pretendida historia del pecado original, de la redención y, en definitiva, la del propio
Jesucristo, presunto hijo de Dios y redentor por El enviado, no son sino mitos. Jesucristo no existió.
Bowie
10/12/2018 at 23:37 · Reply
Eres un genio, Abando. Todo un Darwin. Enhorabuena, campeón.
M.
12/12/2018 at 18:07 · Reply
Para estar tan segura de su fe la veo muy reactiva y pelín faltona. Pero no se preocupe, ánimo
también. Sin acritud.
Álvaro
10/12/2018 at 15:20 · Reply
Se seleccionan los pasajes evangélicos creíbles a conveniencia para llevar el agua a su molino, que no es otro que
circunscribir a Jesús a la tradición «mesiánica» judía en forma de «iluminao» más o menos simpático e
intrascendente, con un evidente y alarmante desconocimiento del Cristianismo espiritual y de su tradición
investigadora, lo cual le arrancaría su papel revolucionario, complejo y profundo y lo reduciría a un «mindundi»
histórico, ético y religioso; que posiblemente sea el deseo no confesado del autor.
X. Abando
10/12/2018 at 18:12 · Reply
Partiendo del hecho probado (aunque negado por los creacionistas) de que los humanos somos el resultado de la
evolución de otras especies precedentes, como Darwin dejó establecido, podemos lógicamente deducir que:
1) No hubo creacion expresa de Dios => 2) Adan no existió =>
3) No hubo pecado original =>
4) No fue necesario un redentor divino => 5) Jesucristo no existió, es solo un mito.
Si Jesucristo no existió, entonces, ¿quién y qué fue ese tal Jesús, tan vacío ya de contenido, de cuya supuesta vida
y milagros nada dejaron escrito los romanos?
varlak
20/01/2019 at 18:01 · Reply
Me flipa que vayas de logico por la vida y digas la barbaridad de «4) No fue necesario un redentor
divino => 5) Jesucristo no existió, es solo un mito»
Que no haga falta un redentor, cosa que no discuto, no significa que Jesus no existiera, obviamente
X. Abando
10/12/2018 at 18:24 · Reply
Partiendo del hecho probado (aunque negado por los creacionistas) de que los humanos somos el resultado de la
evolución de otras especies precedentes, como Darwin dejó establecido, podemos lógicamente deducir que:
1) No hubo creacion expresa del hombre 2) Adan no existió
3) No hubo pecado original
4) No fue necesario un redentor divino
5) Jesucristo no existió, es solo un mito.
Si Jesucristo no existió, entonces, ¿quién y qué fue ese tal Jesús, tan vacío ya de contenido, de cuya supuesta vida
y milagros nada dejaron escrito los romanos?
Jorge D. A.
11/12/2018 at 11:07 · Reply
No es el cometido de la ciencia demostrar la inexistencia de Dios. Para esta ridícula tarea os tenemos
a vosotros, los ateos practicantes que, por mucho que se os explica, seguís confundiendo la ciencia
con el ateismo.
Dioscórides
13/12/2018 at 21:44 · Reply
¿ Que problema tienes con el ateísmo? Ya estás viendo lucecitas donde no las hay
Válgame el señor, dedica tiempo y fondos públicos a los colegios religiosos privados
concertados para que gente como tú que a todos horas están viendo herejes, brujas,
ateos, curas pedófilos y gente de mal vivir.
Esto te pasa por leer libros de cuentos y fábulas y creerte que son hechos históricos.
Léete a Flavio Josefo,historiador, de familia de sacerdotes, que acaudillo una rebelión
contra Roma y que se pateó Palestina hasta que en el 71 y con 30 y pico de años se
trasladó a Roma, no tuvo conocimiento del Jesús y sus hazañas- Vamos que no se sabía
y nadie le había dicho ni mú.
Solo en tus «Antigüedades Judias», se menciona a un tal Jesús, de lo que ya es sabido
es una interpolación posterior.
Tómatelo con calma y no culpes de todo a los ateos. Tanto el problema como la solución
la tienes en casa de Dios.córides.
Un saludo.
Jorge D. A.
15/12/2018 at 8:03 · Reply
Y esto es lo que te pasa a ti por leer demasiada literatura del género
«código da vinci». Un contra saludo.
Ahh!!
13/12/2018 at 8:10 · Reply
Efectivamente. La iglesia católica creó el pecado original, lacra con la que nacen todos los humanos.
Pero algo fallaba: Jesús, el mesías, el redentor, el hijo de dios no podía nacer con el pecado original,
algo heredado de sus padres. Pero claro, la cosa se complica porque entonces tenemos a María (que
luego ascendería a los cielos), con el pecado original heredado de sus padres.
No pasa nada, a mediados del siglo XIX un Papa de Roma se inventa como dogma de fe que María
no nació con el pecado original porque eso trastoca las cuentas. Y ahí lo tenemos: «El dogma de la
Inmaculada Concepción».
Pero son tan torpes que ni teniendo en sus manos la educación de toda una sociedad durante muchos
siglos (dos desde la invención del dogma), han sido capaces de explicárselo correctamente a sus
seguidores. Si preguntamos a la gente, la mayoría confunde sistemáticamente el dogma de la
inmaculada concepción (de María)-cuya fiesta acaba de celebrarse-, con la concepción espiritual por
una paloma (de Jesús).
Cuando algo es claro es claro y se puede explicar sencillamente. Si ni así, teniendo todo el poder para
ello, se consigue explicar clara y coherentemente, la sospecha nace por sí misma.
Nest
10/12/2018 at 20:17 · Reply
Con todo respeto Abando, hay mucho escrito, dejo un apunte.
Flavio Josefo, el testimonio no cristiano de la existencia de Jesús – iVoox
https://www.ivoox.com › Por Pedro Riba
Puedes aceptarlo o no. Tu decides, libremente. Sólo me permitiré aseverarte que es algo que te encontrarás en su
momento como el eje de todo, y que así será. Saludos
Casimov
10/12/2018 at 23:18 · Reply
«Jesucristo existió porque no se puede demostrar lo contrario». Demasiados años adoctrinando con religión en los
colegios, dejando de lado la lógica, el humanismo y el pensamiento crítico producen este tipo de «argumentos».
Moderado Álvarez
11/12/2018 at 7:21 · Reply
“Jesús no existió y punto”, se dice más arriba. ¿Demasiados años adoctrinando en el ateísmo? “Y
punto”. No se hable más. Estáis cargados de razones y fuentes fidedignas, di que sí.
Jesper
11/12/2018 at 10:49 · Reply
Un dato para mí importante es que Marcos quien fuera, no sabía nada de la infancia de Jesús no le interesaba, y
sin embargo los que le copiaron lo sabían todo. Una historia que se construye hacia atrás con el objetivo de
demostrar algo. Coincido con los que no creen que Jesús existió realmente. No era necesario .
Jorge
11/12/2018 at 13:33 · Reply
Más allá del debate en los comentarios sobre la existencia de Dios, bastante absurdo, procede felicitar al autor por
esta serie de artículos. Una gran exposición y resumen del contexto histórico de los hechos
Ricardo López-Díaz
12/12/2018 at 9:01 · Reply
Felicito al autor de estos artículos. Son excelentes. Echo de menos las referencias bibliográficas. Es decir, me
gustaría saber cuáles son algunas de las fuentes de las que se ha traído toda esta información. Enhorabuena y
muchas gracias.
Angel
13/12/2018 at 11:35 · Reply
«Un asunto de considerable importancia práctica en la actualidad es que Jesús repudia expresamente la idea de
que las formas de religión, una vez arraigadas, puedan ser arrancadas y replantadas con las semillas de una flor
extranjera: «Si intentáis levantar las cizañas, arrancaréis el trigo con ellas». Nuestras empresas de proselitismo
misionario son, por tanto, completamente contrarias al consejo de Jesús».
La interpretación que hace de esa cita está totalmente sacada de contexto y no tiene nada que ver con lo que el
pasaje está intentado enseñar. Igual podía utilizar esa cita para decir que Jesús estaba prohibiendo a los judíos
emigrar fuera de Israel. El mensaje no tiene nada que ver con lo de mantener intactas o no las raíces judías, sino
con la idea de hacer purgas dentro de la Iglesia.
El evangelio de Marcos, el más antiguo, se escribió en los años 60 en griego por alguien que era (o había sido)
claramente judío, buen conocedor del judaísmo y del territorio que describe, constantemente explica a los lectores
el significado de ciertos términos arameos o tradiciones judías o lugares. Eso de «escrito décadas después de su
muerte por un autor que no era palestino» no parece conforme a lo que se sabe de esos textos.
La idea de que Jesús estaba convencido de que «el fin del mundo» iba a llegar inminentemente, y por lo tanto
claramente se equivocó, también es una idea «histórica» que sólo tiene sentido si eliminamos todo elemento
espiritual. El Reino de Dios tiene, como tantas cosas en la Biblia, dos dimensiones simultáneas, una terrena (la
Iglesia) y una celestial (el Paraíso). En ese sentido Jesús no se cansó de enfatizar la idea de que todos debíamos
estar preparados para el Juicio porque podía llegar en cualquier momento, y de hecho la muerte puede llegar en
cualquier momento y todos los que escuchaban a Jesús en cuestión de días, meses o años acabarían
presentándose ante Dios en el Juicio. Por otro lado en la dimensión terrena el Reino de Dios que había de llegar se
constituyó en la Iglesia. Pero la Iglesia no es el Reino completo, pues sólo al final de los tiempos quedará completo
cuando Jesús mismo «se siente en el trono». Mientras tanto la Iglesia actúa de vicario y es como cuentan buena
parte de las parábolas del Reino, una semilla que crece, algo que «está pero todavía no». Puesto que la Iglesia
llegó el día de Pentecostés, también Jesús tenía razón cuando decia que era inminente y que no pasaría esa
generación sin que la gente lo conociera. Todas las parábolas del Reino describen a la Iglesia o al Paraíso (previo
juicio) o a ambas cosas a la vez.
Y así muchas otras cosas. Aunque se agradece el esfuerzo por contextualizar la figura de Jesús, ya de entrada el
hecho de plantearse «un Jesús histórico» presupone que el Jesús de la Biblia no es histórico y por tanto hay que
depurar los Evangelios de todo elemento sobrenatural y después leer entre líneas para conocer un poco de ese
Jesús histórico. Evidentemente si a Jesús le quitan todo rastro sobrenatural, profético o milagroso, lo que queda
tiene interés cero, un simple ejemplo de uno más de entre los muchos pirados judíos del siglo I que tuvo la suerte
de ser utilizado como excusa para que otro grupo de pirados se inventara toda una historia flipante…
Alejandro
15/12/2018 at 0:55 · Reply
me ha gustado
CrisTorres
19/12/2018 at 17:14 · Reply
Es muy frustrante como los creyentes se llenas la boca pidiendo citaciones, fotos, radiografías… y no dan un solo
argumento para sus fantasias delirantes.
No hay que creer a pie de la letra lo que dice el autor para sentir que hay algo muy inconsistente en su historia
«sagrada». Jesus se debería estar revolcando en su tumba si supiera que sus enemigos transformaron y usaron su
propósito para salirse con las suyas y expandir su imperio.
Que daño mental y que daño social terminó causando. Hoy los ricos conservadores, catolicos y cristianos, reunen
dinero y se casan con iguales por intereses económicos… si que se debería estar revolcando en su tumba.
Planck
18/05/2019 at 16:40 · Reply
No existió. Fue el equilibrio de diferentes vértices de la sociedad (de sus agentes implicados por el control de la
misma) el que hizo emerger al personaje. ¿Se inspiraron en alguien? Seguro, en muchas personas, además de en
innumerables elementos a los que, desde un respeto profundo para todos los creyentes, podríamos llamar
‘mágicos’. La aproximación honesta, rigurosa y científica a este asunto establece como principal hipótesis que el
origen del cristianismo a través de la figura de Jesús tiene como piedra angular una ficción, una mentira, que, no
obstante, como otras grandes mentiras en la Historia, caló y permeó siglos y siglos a lo largo y ancho del globo
terráqueo.
Alfonso
18/01/2020 at 22:42 · Reply
Muy interesante y completo. Enhorabuena.
Antonio Piñero apunta que el carácter revolucionario de Jesús está también en el pasaje de «al César lo que es del
César y a Dios lo que es de Dios», donde incita a no pagar impuestos. A César se le pagaría en moneda romana y
al Templo en siclos de plata. Por tanto, a falta de moneda romana, no pagar.
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