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Catriona

Continuación de Secuestrado o memorias de las últimas


aventuras de David Balfour en su patria y en
el extrajero, donde trata los infortunios causados por
el asesinato de Appin; sus problemas con el abogado
Lord Grant; su cautiverio en el peñon de Bass; el viaje
por Holanda y Francia y las singulares relaciones con
James More Drummond o Macgregor, un hijo del
notable Rob Roy, y su hija Catriona, escrita por
él mismo y ahora presentada por R.L.S.
Título original:
Catriona, a sequel to Kidnapped, Being memoirs of the further adventures of David
Balfour at home and abroad in with Lord Advocate Grant; captivity on the Bass Rock;
journey into Holland and France; and singular relations with James More Drumond or
Macgregor, a son of the notorious Ron Roy, and his daughter Catriona, written by
himself, and now set forth by R.L.S., Londres, 1893

© De la presentación y apéndice: Vicente Muñoz Puelles, 2009


© De la ilustración: Enrique Flores, 2009
© De esta edición: Grupo Anaya, S. A., 2009
Juan Ignacio Luca de Tena, 15. 28027 Madrid
www.anayainfantilyjuvenil.com
e-mail: [email protected]

Diseño y cubierta: Gerardo Domínguez


Retrato de autor: Enrique Flores

Primera edición, octubre 2009

ISBN: 978-84-667-8481-8
Depósito legal: Na. 2.243/2009
Impreso en RODESA
(Rotativas de Estella S. A.)
Impreso en España - Printed in Spain

Las normas ortográficas seguidas en este libro son las establecidas


por la Real Academia Española en su última edición de la Ortografía,
del año 1999.

Reservados todos los derechos. El contenido de esta obra está protegido por la Ley,
que establece penas de prisión y/o multas, además de las correspondientes indemnizaciones
por daños y perjuicios, para quienes reprodujeren, plagiaren, distribuyeren o comunicaren
públicamente, en todo o en parte, una obra literaria, artística o científica,
o su transformación, interpretación o ejecución artística fijada en cualquier tipo
de soporte o comunicada a través de cualquier medio, sin la preceptiva autorización.
Catriona

Robert Louis Stevenson

Traducción:
Luis Sánchez Bardón

Presentación y apéndice:
Vicente Muñoz Puelles

Ilustración:
Enrique Flores
PRESENTACIÓN

ROBERT LOUIS STEVENSON

Es sabido que Henry James admiraba la eficacia narrativa de Robert


Louis Stevenson, pero le reprochaba que escribiese relatos de aventuras,
que a su juicio resultaban poco realistas.
«Yo he sido niño, pero nunca he ido a buscar un tesoro escondido»,
llegó a escribir.
En su réplica, Stevenson dijo:
«Aquí hay una paradoja. Porque, si nunca ha buscado un tesoro es-
condido, queda suficientemente demostrado que nunca ha sido niño.
Pues nunca ha habido un niño, a excepción del señor James, que no
haya buscado oro, y no haya sido pirata, y comandante militar, y bandi-
do de las montañas, que no haya peleado y sufrido naufragios y prisio-
nes, y empapado sus manitas en sangre, y que no se haya desquitado
con gallardía de una batalla perdida y haya protegido triunfalmente la
inocencia y la belleza».
A lo largo de sus cuarenta y cuatro años de vida, Robert Louis Ste-
venson pareció estar buscando siempre ese tesoro escondido, y luchando
por las causas perdidas.
La vida de este hombre valeroso, que medía un metro y noventa cen-
tímetros y era delgado como un espectro, a causa de la tuberculosis, fue
en gran medida una mudanza permanente, una fuga en busca de la sa-
lud. En 1888, su necesidad de un clima benigno le hizo embarcarse
rumbo a las islas del Pacífico, que visitó en compañía de su madre
Maggy, señora de Thomas Stevenson, de su mujer, Fanny Vandegrift
Osbourne, y de los hijos de Fanny, Belle Strong, a quien dictaba con
frecuencia, y Lloyd Osbourne, para quien había escrito La isla del te-
soro, en tantas noches como capítulos.
Al principio, el aire marino y la emoción de la aventura restauraron
la salud de Stevenson. Durante tres años, viajaron por el Pacífico orien-
tal y el central, y pasaron mucho tiempo en Hawai, donde Stevenson se
convirtió en un buen amigo del rey David Kalakaua. También visitaron
las islas Gilbert, Tahiti y el archipiélago de Samoa.
En 1890, Stevenson compró trescientos acres de terreno al pie del
monte Vaea, y construyó una casa que llamaría Vailima, que significa
«los cinco ríos», toda de madera verde oscuro con un techo rojo de hierro
ondulado. Era el comienzo de la leyenda de Tusitala, como empezaron a
llamarle los nativos, «el narrador de cuentos». Los samoanos se acos-
tumbraron a consultarle sobre sus asuntos, y pronto se involucró en la
política local. Convencido de que los oficiales europeos que gobernaban
a los nativos eran unos incompetentes, Stevenson publicó Pie de pági-
na para la historia, una encendida protesta contra el colonialismo.
Tuvo tiempo, además, de escribir algunos libros extraordinarios,
como Catriona (1893), que puede leerse de manera independiente pero
también como la continuación de Secuestrado (1886), ya que ambas
comparten a David Balfour, el protagonista, y Catriona empieza exac-
tamente donde la otra termina, el 25 de agosto de 1751, a las puertas
del Banco de la British Linen Company.
Stevenson fue una celebridad en su época. Pero durante algún tiem-
po, sobre todo a partir de la eclosión de la literatura moderna, tras la
Primera Guerra Mundial, se le consideró un autor exclusivamente ju-
venil, cuando no de terror. A finales del siglo XX se inició su recupera-
ción. Ahora, por fin, es visto como un artista de gran alcance y percep-
ción, un ensayista y crítico social, un magnífico poeta y un testigo
importante de la historia colonial en el Pacífico. Independientemente de
su valoración académica, Stevenson es uno de los autores más aprecia-
dos y traducidos por los lectores de todo el mundo.
«Desde la niñez, Robert Louis Stevenson ha sido para mí una de las
formas de la felicidad», escribió Jorge Luis Borges.

Vicente MUÑOZ PUELLES


A Charles Baxter,
procurador. Procurador: Persona
con facultad para
ejecutar gestiones
Mi querido Charles: económicas y
Es sino de las segundas partes defraudar a quienes las espe- legales en nombre
de otra.
raban, y mi David, dejado a su suerte durante más de un lus-
tro en el despacho de la British Linen Company, debe contar Sino: Destino.
con que su tardía reaparición se reciba con gritos, si no con
Lustro: Período
proyectiles. Con todo, cuando recuerdo los días de nuestras ex- de cinco años.
ploraciones, no me falta la esperanza. Seguramente habremos
dejado en nuestra ciudad la semilla de alguna inquietud. Al-
gún joven patilargo y fogoso debe de alimentar hoy los mismos
sueños y desvaríos que nosotros vivimos hace ya tantos años; y
gustará el placer, que debiera haber sido nuestro, de seguir por
entre calles con nombres y casas numeradas las correrías de
David Balfour, reconociendo a Dean, Silvermills, Broughton,
el Hope Park, Pilrig y la vieja Lochend, si todavía está en pie, y
los Figgate Whins, si nada de aquello desapareció, o de echarse
a andar a campo traviesa (aprovechando unas largas vacacio- A campo traviesa:
nes) hasta Guillane o el Bass. De un lugar a otro
cruzando a través
Puede que así su mirada reconozca el paso de las generacio- de un terreno o un
nes pasadas y considere, sorprendido, el trascendental y preca- campo.
rio don de su existencia. Trascendental:
Tú aún permaneces —como cuando te vi por primera vez, y Que es muy
en la última ocasión en que me dirigí a ti— en esa ciudad ve- significativo y tiene
consecuencias muy
nerable que siempre siento como mi propia casa. importantes.
Y yo, tan lejos, perseguido por las imágenes y recuerdos de
mi juventud, tengo ante mí, como en una visión, la juventud Precario: Que es
poco estable, poco
de mi padre y la de su padre y toda una corriente de vidas que seguro o poco
desciende hacia el Norte remoto, arrastrando un rumor de ri- duradero.
sas y de lágrimas, hasta arrojarme, al fin, envuelto en una
inundación brusca, a estas islas lejanas.
Y yo, admirado, humillo mi cabeza ante la gran novela del Humillar: Inclinar.
destino.

R. L. S.
Vailima Upulu, Samoa, 1892
PRIMERA PARTE

EL LORD ADVOCATE1

1
Es el principal representante jurídico de la Corona en Escocia y sus funciones
equivalen a las de Attorney General (Fiscal del Tribunal Supremo en Gran Bretaña).
I. Un mendigo a caballo

El 25 de agosto de 1751, hacia las dos de la tarde, sa-


lía yo, David Balfour, de la British Linen Company1, es-
coltado por un mozo que me llevaba una bolsa de dine-
ro, mientras algunos de los jefes más encopetados de la Encopetado: Que
casa salían a despedirme desde las puertas de sus des- es o se precia de
ser de alto linaje.
pachos. Dos días antes, e incluso hasta ayer por la ma-
ñana, era yo una especie de pordiosero al borde de un
camino, cubierto de harapos, contando mis últimos che- Harapos: Ropa o
lines; tenía por compañero a un condenado por traición trozo de tela roto,
sucio y muy
y con mi propia cabeza puesta a precio por un crimen gastado.
que había alborotado a todo el país. Y hoy se me daba
Chelín: Antigua
por herencia una posición en la vida, era un terratenien- moneda inglesa,
te, con un ordenanza del banco cargado con mi oro, car- vigésima parte de
tas de recomendación en los bolsillos y (como suele de- la libra esterlina.
cirse) con todos los triunfos en la mano. Ordenanza:
Se daban, sin embargo, dos circunstancias que bien Empleado.
pudieran trastocar el buen derrotero que habían tomado Derrotero: Rumbo,
mis asuntos. Una era la difícil y peligrosa negociación dirección.
que debía llevar a cabo; la segunda, el lugar en que me
encontraba. La enorme ciudad sombría, y la agitación y
el ruido de tal cantidad de gentes, resultaban para mí un
mundo nuevo tras los ribazos pantanosos, las arenas de Ribazo: Porción
la costa y los apacibles campos en que había vivido has- de tierra con
elevación y declive
ta entonces. Me abatía particularmente aquella multitud pronunciados.
ciudadana. El hijo de Rankeilor era flaco y corto de talla;
apenas me cabían sus ropas y realmente no me favore-
cían para ir pavoneándome delante del ordenanza de un
banco. Vestido así no conseguiría sino hacer reír a la
gente y (lo que era peor en mi caso) hacerme blanco de Blanco: Fin, objeto.
habladurías. Así que resolví procurarme ropa a mi me-
dida y, mientras caminaba al lado del ordenanza que lle-

1
Banco creado en Escocia en 1746.
12 Robert Louis Stevenson

vaba mi bolsa, le eché el brazo al hombro, como si fuéra-


mos un par de amigos.
Me equipé en la tienda de un comerciante de Lucken-
booths: nada que pecase de lujoso, pues no tenía la in-
tención de presentarme como un «mendigo a caballo»,
sino honestamente y como correspondía, de forma que
impusiera respeto a los criados. De allí me fui a un ar-
Armero: Vendedor mero donde conseguí una espada común, tal como cua-
de armas. draba a mi posición en la vida. Me sentía más seguro
con el arma, aunque (más bien ignorante de su uso) se
podría decir que suponía un peligro más. Mi ordenanza,
que era evidentemente hombre de cierta experiencia,
Atavío: conjunto de juzgó que había seleccionado mi atavío con acierto.
prendas con que se
cubre el cuerpo.
—Nada que llame la atención —dijo—, una vestimen-
ta decente y sencilla. Y en cuanto al espadín, a buen se-
Espadín: Espada de guro que conviene a vuestro grado; pero, si yo estuviera
hoja muy estrecha o
triangular. en su lugar, habría dado mejor fachada a mi dinero.
Y me propuso que comprara unas calzas en la tienda
Calza: Prenda de de una señora del bajo Cowgate2, prima suya, que las te-
vestir que
antiguamente nía de lo mejor.
cubría el muslo y la Pero yo tenía asuntos más urgentes a mano. Me ha-
pierna.
llaba en esta vieja ciudad tenebrosa, lo más parecido del
Conejera: mundo a una conejera, no solo por el número de sus ha-
Madriguera dónde bitantes, sino también por el laberinto de sus travesías y
se crían conejos.
callejones cerrados. Un lugar, ciertamente, donde a un
Caer en suerte: extranjero no podía caerle en suerte hallar a un amigo,
Tocar de manera más si este era otro extranjero. Y aun suponiendo que
casual.
atinase a dar con él, era tanta la gente que se apiñaba en
estas altas casas, que bien pudiera pasarse buscando un
día entero antes de acertar con la puerta justa. Lo común
era contratar un mozo, de los que llamaban caddies3; al-
guien que hacía de guía o piloto, conduciéndole a uno a
Diligencia: Trámite. donde necesitara ir y (hechas las diligencias) trayéndole
de nuevo a donde se hospedara. Pero estos caddies, em-
pleados siempre en la misma clase de servicios, y te-
niendo por fuerza de su oficio la obligación de estar
2
Calle de Edimburgo situada a cinco minutos a pie del castillo de Edimburgo.
Cowgate debe su nombre a que era el lugar donde, en siglos pasados, se arreaban las
vacas hacia el mercado de la ciudad.
3
Palabra con la que, en Escocia, se designa a una persona encargada de peque-
ños trabajos.
Catriona 13

bien informados de cada casa y persona de la ciudad,


habían acabado por constituir una hermandad de es- Hermandad:
pías; y yo mismo sabía, por los relatos del señor Camp- Alianza.
bell4, cómo se pasaban las informaciones de unos a
otros, con qué avidez curiosa iban dando cuerpo a sus Avidez: Ansia,
conjeturas en torno a los asuntos de quienes los emplea- codicia.
ban, y cómo eran los ojos y los dedos de la policía. En Conjetura:
las circunstancias en que me hallaba habría sido prueba Sospecha, hipótesis.
de muy escaso juicio poner tal hurón a mis talones. De- Juicio: Razón,
bía realizar, tres visitas, todas necesarias y sin posible di- sentido común.
lación: a mi pariente el señor Balfour de Pilrig; al aboga-
Hurón: Persona que
do Stewart, el cual llevaba los asuntos de Appin; y a averigua lo secreto.
William Grant, Esquire5 de Prestongrange, Lord Advocate (Coloquial).
de Escocia. La del señor Balfour no era una visita com- Dilación: Retraso.
prometida y, además (puesto que Pilrig se hallaba en la
región), confiaba en poder hallar el camino por mí mis-
mo, con la ayuda de mis piernas y mi conocimiento del
escocés. Pero las dos restantes eran casos diferentes. No
solo se trataba de la visita al agente de Appin, en medio
del escándalo que rodeaba a Appin debido al asesinato,
lo cual era peligroso de por sí, sino que tal visita, ade-
más, era incompatible con la otra. Yo estaba dispuesto a
pasar, en el mejor de los casos, un mal rato con el Lord
Advocate Grant; pero ir a verle recién salido de la casa
del agente de Appin era hacer un flaco favor a mis pro- Hacer un flaco
pios asuntos y, muy probablemente, sería la perdición favor: Hacer algo
que no reporta
de mi amigo Alan. Proceder así me daba, en conjunto, la ayuda o beneficio a
impresión de estar de una parte corriendo con la liebre, la consecución de
un objetivo.
y de otra, cazando con los podencos; nada de lo cual me
satisfacía en absoluto. Decidí entonces realizar primero Podenco: Perro
lo que debía solucionar con el señor Stewart y el lado ja- de caza.
cobita6 del asunto, y aprovechar para ese propósito la
guía del ordenanza que tenía a mi lado. Pero acababa de
darle la dirección, cuando empezó a llover —cuatro go-

4
Pastor protestante, encargado de su educación. (Véase Secuestrado, primera par-
te de las aventuras de David Balfour, publicado en el n.º 41 de esta colección).
5
Tratamiento honorífico que se daba a los que no poseían títulos nobiliarios. Era
el primer peldaño, por así decirlo, de la nobleza británica.
6
Los jacobitas pertenecían al partido legitimista inglés y escocés, que sostuvo,
después de 1688, la causa de Jacobo II (1633-1701) contra Guillermo III de Orange
(1650-1702), rey de Inglaterra, Escocia e Irlanda (1689-1702).
14 Robert Louis Stevenson

tas sin consecuencias, a no ser por mi nuevo atavío— y


buscamos cobijo en un tramo a cubierto, en la entrada
de un callejón sin salida.
Tentado por la curiosidad, di unos pasos hacia el in-
terior del callejón. El pavimento de la estrecha calzada
descendía en pendiente. Las casas, increíblemente altas,
pendían a cada lado combadas en sus aleros, un piso so-
Partida: Conjunto bre otro, creciendo hasta lo alto donde solo se mostraba
poco numeroso de
gente armada. una cinta de cielo. Por lo que pude atisbar por las venta-
nas y por el aspecto respetable de las personas que en-
Sobretodo: Prenda traban y salían, estas casas debían estar habitadas por
de vestir amplia,
ligera y con mangas gente de buena posición; todo lo que veía del lugar me
que se lleva sobre la interesaba como si fuera parte de una novela.
ropa.
Aún me absorbía esta contemplación, cuando sonaron
Airoso: Elegante y tras de mí pasos secos y rítmicos entre un ruido de armas.
desenvuelto. Al darme la vuelta rápidamente vi una partida de solda-
Lacayo: Criado cuya dos y, en medio de ellos, a un hombre de estatura elevada
principal ocupación cubierto con un sobretodo. Caminaba un poco inclinado
era acompañar a su como si iniciara un gesto de cortesía airoso e insinuante:
amo.
sus manos oscilaban con un movimiento de aplauso con-
Librea: Uniforme de tenido y dejando asomar la astucia en su rostro noble.
gala que usan
algunos empleados Creí sentir sobre mí sus ojos, pero no pude encontrar su
para desempeñar su mirada. Este cortejo pasó a nuestro lado hasta detenerse
oficio. ante una puerta del callejón, que fue abierta por un lacayo
Mosquetón: Arma de rica librea, conduciendo dos soldados al prisionero al
de fuego más corta interior de la casa y quedando el resto al pie de la puerta,
que el fusil.
apoyados en sus mosquetones.
Tocado: Adorno Ningún suceso en las calles de una ciudad ocurre sin
que se pone sobre el acompañamiento de desocupados y chiquillos. Y así
la cabeza.
sucedió ahora; pero la mayoría se disolvió pronto, hasta
Escarapela: Adorno no quedar más que tres personas. Una de ellas era una
de cintas de joven que vestía como una dama y cuyo tocado comple-
colores, que
componen un taba una escarapela con los colores de los Drummond. En
círculo o rosetón. cuanto a sus compañeros o (mejor diría) servidores, eran
Desharrapado: domésticos desharrapados, tales como los que yo había
Andrajoso, vestido visto por docenas en mis viajes por las tierras altas. Los
con harapos. tres conversaban gravemente en gaélico. El acento de
Gaélico: Dialecto esta lengua me era particularmente dulce porque me re-
de la lengua céltica cordaba a Alan; y aunque la lluvia había cesado y mi or-
que se habla en
ciertas comarcas de denanza tiraba de mí para que nos fuésemos, yo me
Irlanda y Escocia. aproximé aún más al grupo con la intención de escu-
Catriona 15

char. Regañados acaloradamente por la dama, los otros


se excusaban servilmente, por lo que deduje que ella
pertenecía a una casa principal. Mientras sucedía esto,
los tres buscaban con insistencia sus bolsillos y, por lo
que pude adivinar, terminaron por reunir apenas medio
ochavo entre todos. Esto me hizo sonreír mientras mira- Ochavo: Antigua
ba a estos montañeses, siempre los mismos, con su refi- moneda de cobre
española.
nada educación y sus bolsas vacías.
De pronto, la muchacha volvió casualmente la cabe-
za y vi entonces su rostro por vez primera. No hay cosa
más admirable que la forma en que el rostro de una mu-
jer se adueña de la mente de un hombre y ahí permane-
ce sin que él sepa nunca decir por qué; como si hubiera
sido precisamente eso lo que él deseara. Tenía unos ojos
maravillosos, relucientes como estrellas; mas no fueron
solamente sus ojos, pues lo que más vivamente recuerdo
es el dibujo de sus labios entreabiertos cuando ella se
volvió; sea por lo que fuese, permanecí allí mismo, mi-
rándola como alelado. Ella, como si no se hubiese dado
cuenta hasta entonces de tener a alguien tan cerca, me
miró un poco más detenidamente y quizá con más sor-
presa de lo que permiten las normas de la estricta corte-
sía. Por mi ruda cabeza provinciana, pasó la idea de que Ruda: Torpe.
ella pudiera haberse impresionado ante mi flamante Flamante:
atuendo, con lo que enrojecí como una amapola; es de Resplandeciente.
suponer que a la vista de mi azoramiento ella sacara sus
Azoramiento:
propias conclusiones, porque se apartó a un lado del ca- Sobresalto,
llejón con sus sirvientes y allí, donde yo no podía ya oír inquietud.
nada, volvieron a su disputa.
Hasta aquel momento habían cautivado mi admira-
ción algunas muchachas, pero rara vez con una intensi-
dad tan brusca; y, más bien, me habían impulsado mis
sentimientos hacia atrás que hacia adelante, pues me
sentía extremadamente vulnerable frente a las burlas de Vulnerable: Frágil,
las mujeres. desvalido.
Cabe pensar que yo tenía en esta ocasión razones de
más para seguir mi antigua práctica, pues acababa de en-
contrar a esta joven en la calle, siguiendo, por lo visto, a
un preso y acompañada por dos desharrapados monta- Cariz: Aspecto.
ñeses de mal cariz. Pero había algo más; era evidente Fisgonear: Fisgar,
que la chica pensaba que yo había estado fisgoneando en husmear.
16 Robert Louis Stevenson

sus secretos, y yo no podía, con mis nuevas ropas y mi


espada y desde la posición de mi nueva fortuna, sufrir ta-
les sospechas. El «mendigo a caballo» no podía tolerar
verse rebajado hasta ese punto, o, al menos, no ante esta
joven dama. Me dirigí, pues, a ella, quitándome el fla-
mante sombrero con mis mejores modales.
—Señora —dije—, me siento obligado, por respeto a
mí mismo, a hacerle saber que no entiendo el gaélico. Es
cierto que escuchaba, pues tengo amigos que viven en las
Highlands7 y me es muy querido el acento de su lengua;
mas, en lo que toca a vuestros asuntos privados, si os hu-
bierais expresado en griego, podría haber entendido algo.
Reverencia: Ella me hizo una leve y distante reverencia.
Inclinación del —No ha habido ofensa —dijo con un precioso acento
cuerpo en señal de
respeto o que parecía inglés (pero más agradable)—, cualquier
veneración. gato puede mirar al rey.
—No tengo intención de ofenderos —respondí—.
Versado: Ejercitado, No estoy versado en los modales de la ciudad. Nunca,
instruido. hasta hoy, había puesto mis pies en Edimburgo8. To-
madme por lo que soy: un muchacho del campo; mejor
quiero confesarlo que lo descubráis vos misma.
—Ciertamente, no es común que los extraños hagan
sus encuentros en mitad de la calle. Pero si sois del cam-
po, eso cambia las cosas. Yo soy tan del campo como
vos; de las Highlands, como veis, y también me siento le-
jos de mi casa.
—Apenas hace una semana que llegué a la ciudad
—dije—. No ha pasado una semana desde que me ha-
llaba en los brezales de Balwhidder.
—¿Balwhither?9 —exclamó—. ¿Venís de Balwhither?
Ese nombre y todo lo que evoca me llena de alegría. Por
poco tiempo que hayáis estado allí, sin duda debéis de
conocer a algunos de mis parientes o amigos.
7
Región montañosa del norte de Escocia, que estaba dividida en Highlands (tie-
rras altas) y Lowlands (tierras bajas); los naturales de las primeras son los highlanders,
y los otros, los lowlanders.
8
Edimburgo, en la costa este, es la capital del Estado y sede del gobierno de Es-
cocia desde 1437. El Reino de Escocia fue independiente hasta 1707.
9
Pueblo situado en el lago Voil en el centro de Escocia. En esta región de las
Highlands vivían muchos miembros de los Macgregors, el clan al que pertenecía Ca-
triona. (La variante ortográfica depende de quién habla: David utiliza la forma
«Blawhidder», y Catriona, la de «Balwhither»).
Catriona 17

—Viví en la casa de un hombre honrado y bondado-


so, llamado Duncan Dhu MacLaren —contesté.
—Sí, conozco muy bien a Duncan y le dais los califi-
cativos que merece; mas, por muy cabal que él sea, su Cabal: Persona
íntegra.
esposa no lo es menos.
—Es cierto, son excelentes personas y el lugar muy
hermoso.
—¿Acaso hay otro semejante en todo el mundo? Amo
esa tierra, su olor y hasta las raíces que allí crecen.
Me sentía cautivado por la vehemencia de aquella jo- Vehemencia:
ven. Apasionamiento,
ímpetu.
—Ojalá pudiera haber traído conmigo el perfume de
aquellos brezales —dije—. Y aunque lamento mi torpe- Brezal: Lugar
poblado de brezos.
za por haberme dirigido a vos de un modo tan desenfa-
dado, creo que ahora tenemos cosas en común. Os rue-
go, señora, que no me olvidéis, se me conoce por David
Balfour, y hoy es un día muy afortunado para mí, pues
acabo de recibir el legado de mi patrimonio y hace muy Legado: Herencia,
dote.
poco que me he librado de un peligro de muerte. En re-
cuerdo de Balwhidder, recordad mi nombre, al igual Patrimonio:
que yo recordaré el vuestro, en memoria de este día Conjunto de bienes
propios.
afortunado.
—Mi nombre está proscrito —dijo en tono altivo—. Proscrito:
Hace más de cien años que no ha estado en lenguas de Condenado,
desterrado.
nadie, salvo a escondidas, como el hada del cuento10.
Utilizo el nombre de Catriona Drummond.
Ahora ya sabía a qué atenerme. En toda Escocia no
había sino un solo nombre proscrito: el de los MacGre-
gors. Sin embargo, lejos de huir a este contacto indesea-
ble, me comprometí aún más en él.
—He convivido con alguien que estaba en esa misma
situación —dije—, y espero que será uno de vuestros
amigos. Le llaman Robin Oig.
—¿Es cierto? —exclamó—. ¿Conoce a Rob?
—He pasado una noche en su compañía.
—Sí, es un ave nocturna —dijo ella. Gaita: Instrumento
musical de viento
—Teníamos allí una gaita —añadí—. Podéis adivinar típica de Escocia,
cómo pasamos nuestro tiempo. Galicia y Asturias.

10
Según la superstición popular, a las hadas no había que llamarlas nunca por su
nombre.
18 Robert Louis Stevenson

—En cualquier caso, no podéis ser un enemigo —di-


jo—. Su hermano estaba ahí hace un momento, con los
Casaca: Prenda casacas rojas11 alrededor. Yo le llamo mi padre.
ceñida, con manga —¿Es posible? —exclamé—. ¿Sois hija de James
larga y faldones
hasta la rodilla. More?
—Soy su única hija; la hija de un preso. Es posible
que lo haya olvidado, al menos por una hora, hablando
con extraños.
En este punto uno de los sirvientes, dirigiéndose a
ella en un pésimo inglés, le preguntó qué debía hacer
Rapé: Tabaco en «para lo del rapé». De una ojeada me apercibí de los ras-
polvo que se aspira gos de este hombre bajo, patizambo, pelirrojo y de una
por la nariz.
gran cabeza, que más tarde, a mi costa, habría de cono-
Apercibirse: Darse cer mejor.
cuenta, percatarse.
—Hoy ya no se puede hacer nada, Neil —le contestó
Patizambo: Que ella—. ¿Cómo pensáis comprar rapé sin dinero? Esto os
tiene las piernas enseñará a ser más cuidadoso otra vez, y creo que James
torcidas hacia fuera
y junta mucho las More no estará muy complacido con Neil, hijo de Tom.
rodillas. —Señorita Drummond —dije—. Ya os he dicho que
estoy en mi día de suerte. Aquí tengo un ordenanza de
banco a mi disposición y recordad que recibí la hospita-
lidad de vuestra propia tierra de Balwhidder.
—Nadie de mi gente os la dio.
—Ah, bien —dije—, pero estoy en deuda con vuestro
Aire: Canción. tío, al menos por unos aires de gaita. Y, además, os he
ofrecido mi amistad y no me la habéis rechazado cuan-
do hubiera sido su momento.
—Si se tratara de una gran suma, este gesto os hu-
biera honrado, pero os diré de lo que se trata. James
More permanece encadenado en la prisión, pero desde
hace algún tiempo le traen aquí cada día a la casa del
Advocate.
—¡A la casa del Advocate! —exclamé—. ¿Es ahí...?
—Esta es la casa del Lord Advocate Grant de Preston-
grange. Aquí se trae a mi padre continuamente. Con qué
fin, no tengo la menor idea; pero parece que hay para él
Atisbo: Indicio. un atisbo de esperanza. Durante ese tiempo no me han
dejado verle, ni escribirle siquiera, así que aguardamos

11
Los soldados ingleses recibían esta denominación debido al color rojo de sus
uniformes.
Catriona 19

en las calles del reino a que pase y cogemos la ocasión al


vuelo para entregarle, mientras pasa, unas veces su
rapé, y otras, algo por el estilo. Y he aquí que ahora este
vástago de desdicha, Neil, hijo de Duncan, ha perdido Vástago:
mi moneda de cuatro peniques, que era el dinero para el Descendiente, hijo.
rapé, y James More va a quedarse con las ganas y pensa- Penique: Moneda
rá que su hija le ha olvidado. inglesa que equivale
a la centésima parte
Saqué seis peniques de mi bolsillo, se los di a Neil y de la libra esterlina.
le mandé ir al recado. Después me dirigí a ella:
—Esa moneda de seis peniques vino conmigo de
Balwhidder.
—Ah —dijo—, veo que sois un amigo de los Gregara.
—No quisiera engañaros de nuevo —dije—, apenas
conozco a los Gregara y aún sé menos de James More y
sus asuntos, pero en el poco tiempo que llevo en esta ca-
lle me parece que habéis dejado de ser una extraña para
mí. Decid mejor «un amigo de la señorita Catriona» y os
equivocaréis menos.
—Lo uno no puede ir sin lo otro —dijo.
—Aun así, lo intentaré —repuse yo.
—¿Y qué vais a pensar de mí? —exclamó—, sino que
ofrezco mi mano al primer desconocido?
—No pienso nada, a no ser que sois una buena hija.
—Debo devolveros el dinero. ¿Dónde os alojáis?
—A decir verdad, aún no tengo donde, pues no llevo
ni tres horas en la ciudad; pero, si me dais vuestra di-
rección, me permitiré el atrevimiento de ir yo mismo a
buscar mis seis peniques.
—¿Puedo confiar en vos hasta ese punto?
—No tengáis ningún temor.
—James More no toleraría lo contrario. Me hospedo
más allá de la aldea de Dean, en la orilla norte, en la
casa de la señora Drummond-Ogilvy de Allardyce, una
amiga íntima que tendrá mucho gusto en daros las gra-
cias.
—Allí me veréis tan pronto como mis asuntos me lo
permitan —dije.
Luego, el recuerdo de Alan vino de nuevo a mi men-
te y me precipité a decir adiós.
No podía sino pensar, una vez que me despedí, que
habíamos sido, durante el breve encuentro, extraordina-
20 Robert Louis Stevenson

Franco: Sincero. riamente francos y que una dama más discreta se habría
Retraída: Poco mostrado más retraída. Creo que fue el ordenanza quien
comunicativa, me sacó de estos pensamientos tan poco galantes.
tímida.
—Creí que erais un joven con algo más de buen juicio
Galante: Cortés. —comenzó a decir enfurruñado—, pero parece que es-
táis a un buen trecho de llegar a eso. No andarán mucho
tiempo juntos el loco y su plata. ¡Vaya!, así que sois un
Calavera: Hombre galán picarón y además también sois un calavera. ¡Estar
juerguista e de cháchara con muñecas de un centavo!
irresponsable.
—Si os atrevéis a hablar de esa dama... —comencé a
decir.
—¡Una dama! —exclamó—. Dios bendito, ¿qué
dama? ¡Llamar a eso una dama, amigo! La ciudad está
llena de ellas: ¡Damas! Ya se nota que no conocéis toda-
vía Edimburgo.
Me invadió un sentimiento de cólera.
—Ya basta! —exclamé—. Conducidme a donde os he
dicho y mantened cerrada vuestra asquerosa boca.
Él me obedeció a medias, pues, sin dirigirse directa-
mente a mí, cantaba, aludiéndome descaradamente
Estentórea: Muy mientras caminábamos, con una voz estentórea y desafi-
fuerte, ruidosa y nada:
retumbante.

Cuando Mary Lee bajaba por la calle, se le voló la toca;


ella echó una mirada de reojo a su salto de cama
y todos vinimos del este y del oeste,
vinimos todos a ¡a la vez,
vinimos todos del este y del oeste
a cortejar a Mary Lee.

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