El Espacio en La Arq. Virreinal
El Espacio en La Arq. Virreinal
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EL SIGLO XVI
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LOS ATRIOS
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dentro del atrio aparecen las "posas", otra novedad mexicana de este
ritual de funciones indoeuropeas; las posas equivalen a los santuarios
secundarios que rodeaban las plazas sagradas indígenas y, en lo euro-
peo, a las capillas laterales de una catedral cuya techumbre simboliza
la bóveda celeste. Ellas también lucen esta abierta intimidad espacial.
Su ubicación en los cuatro extremos angulares del atrio hace que deli-
miten el espacio sagrado y justifiquen su dimensión. Lo delimitan pues-
to que el culto religioso en su desarrollo espacial, al efectuarse las
procesiones, las toca en el tránsito, posando o reposando en ellas. Sus
dos arcos en correspondencia con los dos muros ciegos de su fondo,
puede decirse que reciben, y limitan, como brazos abiertos, en ángulo,
el área del atrio. Las posas son cabezas que vuelven su rostro al centro
espacial y sus brazos se prolongan por los pasillos procesionales, que
como invisibles naves enlazadas forman así una especie de girola cua-
drada, sensible, aunque no ostensible. Las posas precisan la dimensión
del espacio; atrás de ellas está ya lo laico, lo civil, la calle. Si desapa-
recieran las bardas atriales, que son el límite real del espacio, pero
quedaran las posas, el límite virtual de este mismo espacio seguiría
sintiéndose y con ellas la funcionalidad de los ejes (figura 2). A la vez,
si se dejaran las bardas, pero se movieran las posas restringiendo o ex·
pandiendo el rectángulo del atrio que configuran, se sentiría la necesi-
dad de replegar la barda atria! hasta ellas para recuperar el orden de
los trazos.
Hay también reciprocidad espacial entre la portada de la iglesia,
la capilla abierta y las posas, ya que éstas sin aquéllas no tendrían la
jerarquía ni la rígida secuencia entre sí, debidas a la procesión que sale
de la iglesia y a ella vuelve como origen y meta final. Por otra parte,
el espacio vital frente a la capilla abierta se justifica por ella y podría
crecer o disminuir arbitrariamente; podría ser caprichosamente elás-
tico sin la presencia de las posas delimitantes. Así ha sucedido en algu-
nos conventos en los que destruidas las posas, la referencia desapareció
con ellas y el atrio se perdió, quedando la capilla abierta como una
cabeza cercenada de su cuerpo al que ya no puede regir. Las capillas
posas son los guardianes del espacio que domina la capilla abierta.
Las bardas del atrio también son, de lo más significativo en esta
organización mexicana del espacio. IS Son más estéticas que últiles, sirven
IS "El muro es, en términos generales, la contraparte de la terraza o pavimento
y bastan estos dos elementos para postular un sistema arquitectónico. En su forma
más simple (es decir, sin la función adicional de sostener el techo) cabe considerar
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más para hacer sensible el espacio que para defenderlo y sus almenas,
transportadas de los altos muros, tienen más de rítmica empalizada
que de hostil ofensa. Acentúan los límites clarificándolos, pero no asfi-
xiándolos, por eso la barda no necesita una gran altura para conseguir
su objeto organizador, aclarador y definidor. Sorprende la escasa altura
de estas bardas cuyas almenas son mojoneras de fronteras ideales y un
énfasis matemático y rítmico ante los horizontes. Límite vibrante, pero
ordenado, pues tras él pueden asomar otras construcciones o la irre-
gularidad del paisaje y por más caóticos que sean los perfiles que haya
atrás de la barda, el desorden se detiene ante ellas, porque el espacio
del atrio ha quedado sujeto a composición. Lo que está afuera es como
un telón de fondo escenográfico en el que las irregularidades ya no pue-
den destruir la composición segura, quieta y solemne del gran espacio
abierto.
En Teotihuacán la "ciudadela" y la plaza frente a la pirámide de
la Luna y en Monte Albán el gran espacio abierto bordeado de edificios,
expresan un concepto espacial no lejano de los atrios cristianos, como
pudiera creerse. Quizá subconscientemente, es el antecesor más directo
de ellos, yesos espacios tienen también en el centro pequeños altares
o adoratorios, como los otros la cruz.
Los atrios cristianos, tan armónicamente configurados, no podían
dejar de hacer sensible el punto central de la vastedad de su espacio,
punto que siendo equidistante de los principales elementos reuniera
en él algo así como los radios de una rueda, las relaciones métricas
ahí convergentes. Las grandes cruces marcaban el punto de unión de
los dos ejes principales y, desde ellas, el ojo podía girar en torno y
apreciar la solemne frontalidad de la portada de la iglesia, las capillas
posas, los ingresos al atrio y al interior de la capilla abierta. El ángulo
visual se inclinaba necesariamente desde la cruz hasta el altar de la
capilla y, sobre todo, la vista en perspectiva de las bardas atriales hu-
al muro como una pantalla y, en consecuencia, puede, en conjunción con una super~
ficie pavimentada, proporcionar una definición del espacio. Su característica vertical
no sólo sugiere medida, sino que también implica cercamiento, aunque con esta
palabra no queremos dar la idea de un área totalmente circundada por paredes. La
definición completa, por ejemplo, de un área rectangular mediante cuatrO muroS
adyacentes sólo es un caso especial de la fundó n general del muro, aunque por lo
común es este sistema el que se impone a la mente, cuando se utiliza el término
"cercamiento", Ya vimos que una superficie horizontal de dimensiones finitas, formal-
mente determinada, proporciona la base material para una disposición arquitectónica;
sin embargo, este elemento -aunque completo en un sentido práctico-- carece del
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yendo hacia los ángulos extremos y siendo recibida y detenida por las
capillas posas, que sólo vistas desde la cruz muestran idéntica distorsión
en perspectiva al espectador. La cruz es, pues, en estos atrios, el punto
de vista más apropiado para gozar y sentir la estática grandiosidad de
los espacios abiertos, el orden en la variedad, la armonia entre los
volúmenes construidos y los espacios abiertos configurados. Con el
~istema logrado, de referencia de este espacio geometrizado y conver·
gente a ~n centro, era lógico que el efecto plástico espacial pidiera un
elemento que sintetizara la razón de ser de todo el conjunto y. así, la
fonsecuencia simbólica es la erección de las cruces tan grandiosas como
~l espacio que señalan y a las que el arte esculpió amorosa y primora-
$amente.
LAS IGLESIAS
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le toca saber dejarse llevar por esta sensación, para que después el espec-
tador pueda aprender y dominar la arquitectura con una más cabal
apreciación de sus cualidades. 6
Para quien ha penetrado (:n las grandes iglesias góticas o renacentistas
de Europa, que podrían ser comparables por estilo y época a las mexi-
canas del siglo XVI~ y ha penetrado también en las grandes naves de
Actopan, Huejotzingo (lámina 1), Tepeaca o Cuitzeo, sabe muy bien
que hay algo distinto, solemne e impresionante en estas últimas iglesias.
Existe en ellas un espacio que no tiene ni la tensión en fuga vertical
gótica, ni la precisión hierático-matemática, a veces acompañada de
colosalismo aplastante, propia del Renacimiento. Este espacio de las
iglesias mexicanas, amplio y alto como el gótico, es un espacio sereno,
nítido, en el que todo se abarca de un vistazo. No hay allí las fugas
laterales producidas por naves y capillas, no hay tampoco la violenta
atracción hacia el fondo, producida por un exceso de longitud acen·
tuada por el ritmo de columnas laterales, ni tampoco la presión interna
producida por el dominio total de la altura en relación con la anchu·
ra. La estructura muestra sus paños verticales constructivos totalmente
lisos, y en lo alto se encuentra una noble serenidad en las cubiertas,
de grandes cañones corridos o con ricas bóvedas nervadas, o bien amba&
se combinan, como es frecuente en estas iglesias y noblemente cierran
el espacio a una proporcionada altura. Todo se traduce en un sereno
equilibrio de las dimensiones, ni lo ancho, ni lo alto, ni lo profundo
prevalecen en demasía; por ello este espacio ni se fuga ni se ahoga y
participa tanto de la elevación gótica, como de la razonada elegancia
del Renacimiento. Sus grandes proporciones nunca llegan a destruir el
sentido de la escala humana, que aquí respira a sus anchas en un tono
de sublimación. Es una escala que no se siente aplastada ni envanecida;
es un espacio que admira, pero que no arrebata; no hay violencia
en él, porque es de una rotundidad antropométrica tal, que sugiere
la figura de un torso tranquilo y seguro de sí mismo, que respira sere-
namente, que se expande y contrae con rítmica vida.
Los muros espesos, lisos y altos, apenas horadados por ventanas que
6 "La definición más precisa que se puede dar hoy de la arquitectura. es aquella
que tiene en cuenta el espacio interior. La arquitectura bella, será la arquitectura
que tiene un espacio interno que nos atrae, nos eleva, nos subyuga espiritualmente;
la arquitectura "fea", será aquella que tiene un espacio interno que nos molesta y
nos repele. Pero lo importante es establecer que todo lo que tiene espacio interno~
RO es arquitectura." Bruno Zev, op. cit., p. 19.
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ser descartada." George Kubler, Mexican Architecture.· of the sixteenth century. New,
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Haven. YaleUniversity Press, 1948, vol. n, pp. 238-239. (Párrafos traducidos por
Elisa Vargas Lugo.) Véase también al respecto el importante libro de John Me
Andrew, The open-air churches 01 Sixteenth-Century Mexico. Cambridge, Massachus-
setts. Harvard University Press, 1965.
8 "El templo debía ser público, es decir, abierto al pueblo para que pudiese asis-
tir a todas las ceremonias que en él se celebraban, pero la clausura del convento, que
-.ecluía a las monjas en un mundo aparte, exigía que dicho templo fuese construido,
en tal forma que, gozando de libre acceso por parte del pueblo, pudiese servir a las
monjas, sin que éstas fuesen molestadas en su recogimiento. La solución es perfecta:
se edifica un templo de una sola nave para que ocupe menos espacio y su eje prin-
cipal se traza paralelo a la vía pública, con lo cual se logra darle iluminación per-
fecta y permitir el libre acceso a los fieles sin molestar en 10 mínimo a las hijas de
Dios que habitan el monasterio. Se desarrolla ampliamente el coro, que a veces·
se ve casi tan grande como la misma nave, y además, es doble, es decir, uno en la
planta baja y otro arriba; el coro bajo está dividido del templo por una reja cuyos
hierros presentan hada afuera picos terribles que parecen simbolizar las garras de
un dragón que defendiese a las monjas del peligro exterior; a los lados de esta reja
dos ventanillas, las cratículas, que permiten a las monjas recibir la comunión sin
que el sacerdote penetre a ia clausura; el coro alto n? ostenta esa reja formidable,
sino otra más sencilla, pero cubierta, como la de abajo con mamparas de tela que
permiten ver desde el intenor y no toleran que la mirada del pueblo se dé cuenta
de lo que acontece en los. coros." Manuel Toussaint, Arte colonial en México. Im-
prenta Universitaria, 1948, p. 193.
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que el espacio se tamice o filtre tras ella, pero sólo después de haber
colmado la caja interior.
El espacio que crean estas iglesias monjiles resulta similar al de los
cofres o baúles, con su planta rectangular, sus cuatro paños verticales
planos, y su tapa, o sea la comba de las bóvedas; la cerradura o chapa
son las portadas pareadas en su costado. En pocos ejemplos es tan claro,
como en estas estructuras, la idea de que la arquitectura es la "caja
mural" del espacio.
Vale la pena observar cómo en estas iglesias se unifica la paridad,
pues la sensación de unidad que producen se basa precisamente en la
acertada función de elementos paralelos: dos son los ejes paralelos prin-
cipales, el de la iglesia y el de la calle, que se funden en la fachada
constituida a su vez por dos portadas iguales; dos son los paños princi-
pales interiores, el retablo y la fachada coral; y dos son también los
coros que se unifican en las rejas donde los dos mundos, el secular y
el claustral también se tocan.
IGLESIAS PARROQUIALES
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" S"La Cúpula, es una de las más nobles e impresionantes formas de la expresión
monumental, es la característica arquitectónica predominante de este país. México
es singularmente un país de cúpulas. Fuera de Oriente probablemente ningún otrO'
pueblo del mundo tiene tantas cúpulas, en el verdadero sentido de la palabra, es decir,
sobre arco! de sólida mampostería Casi todos los pueblos indios del México central
tienen su iglesia cupulada. En pueblos insignificantes, que no están en el mapa
ge.Qeral, se ven surgir racimos señoriales de cúpulas, que serían un acontecimiento
~n cualquiera de nuestras grandes ciudades. No hay exageración al decir que las
~~pulas se encuentran en ('ste país literalmente a millares." Silvestre Baxter, La
arquitectura hispano-colonial en México. Introducción y notas de Manuel Toussaint.
México, 1984. p. 13.
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EL BARROCO
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TORRES Y CÚPULAS
de prisa, casi siempre sin un plan general, f como el tiempo que duró la dominación
española no fue suficiente para revestir las estructuras. frecuentemente elementales,
el interés decorativo fue reconcentrdndose en determinados puntos - fachadas, torres
, cúpulas. :tstas parecieron enfocar desde un principio, todo el sentimiento artístico
de la colonia, y el1as constituyen, hoy día, el producto más importante, más típico
y más abundante de la arquitectura del virreinato." Doctor Atl, Iglesias de México.
Publicaciones de la Secretaría de Hacienda. México, 1924, vol. 1, p. 8.
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• Naturalmente que sus autores no imaginaban que algún día, oficinas y deparo
tamentos con su vulgar servidumbre de tinacos. antenas y alambrados profanarían
este sagrado nivel, destruyendo f.U tersa armonía y hasta aplastando u ocultandÜl
los hasta hace pocos años incuestionables y únicos poseedores: las cúpulas y torres.
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LAS FACHADAS
De las fachadas sólo se adquiere cabal aprecio hasta que se está pró.
ximo a ellas y se les puede contemplar en toda su dimensión, por lo
que requieren un enfoque particular del espacio, una determinada área
vada que les permita lucir completas, un embudo aéreo más o menos
profundo, formado por la confluencia de los ángulos visuales del espec-
tador hacia ellas. El barroco, con su irreprimible comunicabilidad, se
arrojó con denuedo a las calles y, para esto, su arma natural fueron las
fachadas. 12 Fachadas esplendorosas para llamar la atención y en las que
.se vuelca de tal manera el espíritu del estilo, que bastan ellas para darnos
cuenta de las características regionales y de su pretensiones comunica·
tivas; en Italia son siempre ponderadas y no olvidan su abolengo c1asi~
<:ista; son hieráticas en Inglaterra; nerviosas en Austria y Alemania; ele-
gantes y palaciegas en Francia; son eclécticas y multifacéticas en España,
y en América se encuentran las más complicadas y exuberantes.
En el caso de nuestro barroco, la fachada no es sino un muro plano
lujosamente revestido; es peculiar en ellas una acentuada planimetría
y un riguroso orden compositivo. Con sus simuladas estructuras de pilas-
tras y columnas son un emparrillado adherido verticalmente en un muro
plano. Constan generalmente de tres calles verticales seccionadas por
tres cuerpos horizontales que se superponen, de modo que los tres
ejes verticales se equilibran con los tres horizontales, anulándose así
mutuamente sus impulsos. Como esquema compositivo resulta de lo
más dásico, equilibrado y, por lo tanto, estático y ordenado. Una vez
logrado este esquema lógico, se permite a la fantasía que vuelque en él
12 "Función urbanística de las fachadas independientes del espacio interno. En mu-
<hos ejemplos del periodo barroco, la autonomía de las paredes exteriores no es un
hecho arbitrario, sino responde a una· nueva visión de los espacios urbanísticos. El
barroco busca una narración. Continúa una delimitación ininterrumpida de la calle
Q de la plaza, niega la volumetria aislada del Renacimiento. Las paredes de un
edificio, y especialmente sus fachadas. no constituyen ya el limite del espado interno
del edificio, sino el límite del espado interno de la calle o de la plaza, y, por tanto,
.están caracterizadas en nombre del vacio urbanístico." Bruno Zevi, C1J. cit., p. 142.
.nota 9.
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LAS PLANTAS
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RETABLOS Y BÓVEDAS
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arte que busca trascenderse. Esa expresión del estilo, más a flor de piel
que contorsionando la estructura, bien la sintieron los neoclásicos en el
siglo XIX, a quienes les bastó arrasar los retablos dorados y rasurar los
estucos de las bóvedas para tener espacios claros y solemnes, acordes con
su intención clasicista. Bastó la sustitución de la ornamentación sim~
bólica barroca por otra, con el nuevo "buen gusto" neoclásico, para
cambiar el "rostro" aunque el esqueleto estructural haya permanecido.
En Europa se hubiera tenido que destruir toda la estructura, porque
desde la planta a la cúspide, todo es barroco y por ello la ornamentación
resulta con frecuencia superflua y hasta estorbosa, pues parece flotar
arrebatada en el remolino espacial y detenida sólo un momento en su
paso a una meta exteri0r; de allí el aspecto de cosa innecesaria o desin-
tegrada y, por consiguiente, superficial.
En México el ornato sobrecargado de los retablos, fachadas y bóvedas
se muestra, por el contrario, necesario, y, aunque parezca un contra~
sentido, trepa y se desarrolla en ordenado reposo, jamás se ve arrebatado
por el espacio, ni desprendido en inexplicable torbellino; por el con~
trario, crece y llena todo, pero siempre dentro de un equilibrio seguro
y rítmico.
Puede decirse que el barroco europeo se estremece desde sus cimien-
tos, que se agita desde la raíz, y que, por consecuencia, los muros y las
bóvedas viven en constante inestabilidad, delimitando un espacio en
expansión que desea liberarse de todo límite y que se hincha en forma
explosiva, alabea los muros y rasga las bóvedas, que ilusoriamente simu~
lan abrirse con malabarismos pictóricos y ornamentales. Es espacio que
se expande galácticamente, fugándose de su propio núcleo; es un barroco
esencialmente centrífugo, de limites convulsos tendientes a la indefi-
nición.
Por el contrario, nuestro barroco no se interesa por la agitación o el
movimiento estructural, por eso la falta de novedades constructivas u
originalidades de plantas, ya que con ese desinterés iba paralela una
falta de emulación entre los arquitectos "cultos" o artífices acreditados
por buscar hallazgos or:ginales; no se pretendían novedades constructi-
vas, sino un progresivo enriquecimiento emocional-religioso. Por eso tam-
poco molestaba ni se criticaba la monotonía de las plantas y así en cam-
bio, se aplaudía la "ínspiraila riqueza de las tallas" en las fachadas y
retablos. Es un barroco que tampoco se deleita en curvar los muros y ras-
gar las bóvedas, que no funde sus limites espaciales, ni pretende ilusiones
ópticas, sino, por lo contrario, busca la claridad y exactitud dimensional.
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CONCLUSIÓN
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Miembro capital de este cuerpo fue la Nueva España y por eso al:
hablar aquí del barroco mexicano y sus características espaciales, sin
afán nacionalista, tenemos siempre en la mente la .hermandad y seme-
janza con el resto del barroco americano, de la que sólo escapa del tema
tratado, por circunstancias históricas y raíces culturales peculiares, el
área brasileña.
Con base en las comparaciones que acerca del arte barroco se han
hecho en este trabajo, podemos sintetizar nuestras reflexiones conforme
al esquema siguiente:
EL ESPACIO
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