El Espacio en La Arq. Virreinal

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DOI: http://dx.doi.org/10.22201/iie.18703062e.1966.35.

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EL ESPACIO EN LA ARQUITECTURA RELIGIOSA VIRREINAL


DE MÉXICO

Por Manuel González Galván

EL ESPACIO es objeto de gran significación para nuestra época, su análisis


y máximo aprovechamiento nos es vital, hoy, cuando las rápidas comu-
nicaciones lo acortan y la sobrepoblación congestiona las ciudades.
La arquitectura contemporánea, percibiendo el impacto de esta civi·
lización expansiva abandona su tradicional desarrollo horizontal y se
repliega en verticales absorbentes, en colosales edificios que super·
poniendo niveles lanzan al espacio lo que la superficie ya no puede
contener.
El antes primordial aprovechamiento de la extensión cede paso a
la utilización del volumen. La apreciación de plantas en desarrollo
bidimensional, al dominio de los alzados tridimensionales. El expansio-
nismo es, por necesidad, una de las grandes características de nuestro
siglo, consecuentemente, la apreciación de los valores espaciales ha sido
una de las preocupaciones de la crítica moderna del arte, así como la
revisión de las soluciones espaciales del pasado, tema de apasionado
interés, a tal grado, que hablar de espacios parece estar de moda. Ello
es solamente la natural consecuencia evolutiva de la misma crítica que
al buscar respuesta a problemas que siendo actuales no son precisamente
nuevos, encuentra la explicación en el posible aprovechamiento de las
experiencias del pasado. Así, la crítica se justifica y se hace necesaria
históricamente cuando supera la simple elucubración arqueológica y
alcanza una relación vital; búsqueda y descubrimiento que a su vez le
sirve de apoyo para estimar los valores intemporales del arte. 1
1 Como en seguida se verá con claridad, nosotros somos partidarios de una posi.
ción moderna, y desprejuiciada· en la historia de la arquitectura, y de una actuali·
zación de Ía cultura tradicional a la luz del pensamiento arquitectónico moderno.
Pero el método de estos arquitectos frente a los monumentos no es el de una seria
investigación moderna; la antiacademia si no en las' declaraciones, en los hechos,
ha llevado demasiado a menudo a la anticultura, es decir, a la antihistoria. Si la
lucha contra la decoración debía conducir necesariamente a un desinterés por los
valores decorativos de la arquitectura tradicional, ¿qué decir de los valores volumé-
tricos propugnados por el funcionalismo, y de los valores espaciales propugnados por
la tendencia orgánica? Una vez afirmada una c;onciencia moderna en la arquitectura,
es lógico revelar lo moderno en lo antiguo.' La acadellli~ dice: "}:studia lo antiguo

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En la actualidad hay un conocimiento más amplio y directo de los


monumentos por ser más fácil el acceso a ellos y estarse enriqueciendo
cada vez más la documentación histórica y estilística. por ello la crítica.
acorde con las inclinaciones propias de la época. se interesa hoy espe-
cialmente por la razón de ser de los espacios arquitectónicos.
Por la historia sabemos cuándo se hicieron los monumentos, por la
estilística cómo se hicieron y el círculo de comprensión sólo queda
cerrado al entender por qué se hicieron así. El porqué dieron deter-
minada configuración espacial sus creadores a nuestros monumentos
novohispanos es justamente el motivo de las observaciones anotadas
en esta parte del ensayo. De una manera tan superficial como fácil ha
sido acusada la arquitectura novohispana de ser tan rica en imagina-
ción decorativa como aburrida, monótona y falta de vitalidad en la
disposición de plantas y alzados, es decir, en lo que atañe directamente
a la configuración espacial. Al estudiarla y analizarla así se hace una
disociación de sus valores y se concluye que siendo un arte predominan-
temente suntuario adolece de pobreza en los más esenciales valores
arquitectónicos, aceptándose, sin embargo y sin reparo, la contradicción
de que fue un arte de imaginación fecunda en lo ornamental y pobre
a la vez en las estructuras, o sea, que variedad y monotonía corren
paralelas. Y si el rico aprovechamiento de lo ornamental en contraste
con las estructuras estereotipadas no puede ser negado. sí, en cambio,
debe ser explicado, pues sería tanto como aceptar una desconcertante
conciencia-inconsciente de sus creadores. Sin duda la consideración del
problema nos llevará a entender ese contraste, al sondear la intención
voluntaria con que este arte administró y jerarquizó, de acuerdo con
sus fines, los diversos ingredientes formales que lo integran.
Esta falta de objetivación de la arquitectura virreinal, ha creado el
prejuicio de su anquilosamiento arquitectónico, prejuicio justificado,
generalmente, por tomar como referencia la esplendorosa movilidad
estructural alcanzada por el arte europeo, sobre todo, en la época barro-
ca. Se insiste demasiado en ver nuestro arte desde el punto de vista
"colonia!", es decir, de trasplante, de sujeción, como un arte mimético
de los patrones del viejo mundo. Por ello, la decoración que aquí
evolucionó a la par y hasta superó en· abigarrado esplendor la producti-
para hacer lo nuevo" -o bien- "En lo antiguo está lo nuevo." Nosotros decimos exac-
tamente lo contrario: "Profundiza lo moderno, individualiza sus valores, para poderlos
encontrar de nuevo en la arquitectura antigua, y as! amarla." Bruno Zevi, Saber ver
la arquitectura. Ed. Poseidón. Buenos Aires. 1958, nota 4, p. 137.

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vidad europea, se lleva toda la atención y el aplauso y se la puede mos·


trar con justificado orgullo nacionalista. 2 En cambio, la impasible y
reiterada repetición de plantas y alzados convertidas en dogmático canon
durante tres siglos es observada con desaire o se la calla prudentemente
como un pecado que se trata de olvidar; sobran dedos de la mano para
citar, entre los miles de ejemplos "coloniales", las plantas movidas y
"verdaderamente barrocas". Por otra parte, la prácticamente nula biblio-
grafía y las escasas referencias al c:entido espacial de la arquitectura
virreinal parece mostrar que este aspecto no fue objeto de preocupa-
ción, ni en su tiempo, ni posteriormente. Así, la investigación resulta
más difícil en este tema, pues por inexplorado se corre el peligro de
perderse, de caer fácilmente en una arbitraria elucubración personal
o en una emotiva e ilusa distinción espadal inexistente.
Podemos aprovechar la abundante crítica acerca de la arquitectura
europea, tan medida y analizada, y justamente apoyarnos en ella como
término comparativo, buscando poner de relieve más las diferencias que
las naturales similitudes, con el fin de encontrar por contraste lag
diferentes distintivas. Sin pretender con ello la superioridad o inferio·
ridad de un arte u otro, se trata de señalar sencillamente lo distintivo,
puesto que está suficientemc'nte demostrado que la influencia europea
no eclipsó, sino antes bien promovió, la capacidad creadora en estas
tierras, de las que se puede decir -con Burckhardt- que "verdadera-
mente grande 10 es la nación que toma mucho de los demás y lo transo
forma en substancia propia".
Justamente apreciando los valores originales del arte europeo y compa-
rándolos con los nuestros se hace patente el grado de influencia, pues lo
que en Europa brilla y no se encuentra aquí nos da su limite de continui-
dad y el grado de resistencia local a las influencias. Esa resistencia se forta-
2 "Si en los más viejos edificios americanos de inspiración española las normas
metropolitanas apenas se modifican con algún acento provinciano debido a la inter-
pretación de los frailes arquitectos o a la mano de obra indígena, en el barroco la
América virreinal, encuentra su más adecuada expresión arquitectónica y crea tipos
de poderosa originalidad y de singular belleza, que no solamente superan a 10 euro-
peo contemporáneo, sino que a veces, se proyectim sobre ello para reavivar la tradi.
ción fatigada y enriquecerla con nuevas aportaciones .
. . . resulta una arquitectura de inigualable riqueza morfológica cuyo reciente cono-
cimiento ha causado en los medios europeos verdadero estupor.
"El antiguo virreinato de Nueva España es acaso, en todo el mundo, uno de los
centros más importantes de arquitectura barroca, que sólo aquí es llevada hasta las
últimas consecuencias." Marqués de Lozaya, Historia del arte hisPdnico. Ed. Salvat.
Barcelona, Buenos Aires. 1945, vol. IV. pp. 22~-224.

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lece tras un decidido empeño de claridad e inmovilidad espacial, que sien-


do tradicionalmente mexicano delata, con su presencia activa, durante el
curso de los tres siglos virreinales y aún hasta nuestros días, algo que po-
dríamos llamar, parafraseando a Worringer, una mexicana "voluntad de
espacio" o también la reafirmación de esa "mismidad" que Chueca
Goitia justamente considera como una prueba de personalidad y fuerza,
no de un estilo en particular, sino en términos más amplios, de una
forma de cultura, •

EL SIGLO XVI

Asombra comprobar cómo unos cuantos años después, de la Conquista,


los trazos urbanos de México tienen ya un definido carácter propio,
que se dintingue por la organización arquitectónica en torno a espa-
cios muy amplios, delimitados ya sea por conjuntos religiosos, como en
el caso de los conventos y sus atrios, o bien por disposiciones urbanís-
ticas, como en las ciudades con sus catedrales, parroquias y palacios en
relación a las plazas. En la composición del espacio hubo una fusión
clara del sentido organizador hispánico con la sensibilidad indígena
para lograr la grandiosidad. La "traza moderada" de 1539, dictada por
el virrey Antonio de Mendoza de ::tcuerdo con los provinciales de las
órdenes monásticas, y las "Ordenanzas sobre descubrimiento nuevo y
población", dictadas por Felipe n, en 1563. fueron engendradas y na-
cieron precisamente obligadas y configuradas, porque habia que encauzar
la pujanza americana, El siglo dieciséis logró la conjunción. con sor-
presas mutuas; para el indígena, la novedad de la arquitectura europea,
con sus muros y bóvedas capaces de aprisionar inmensos espacios inte-
riores y hacerlos sensibles, como a una escultura en negativo delimitada
por la "caja mural"; para el europeo, la novedad del espacio abierto
arquitecturado, el descubrimiento de la funcionalidad de lo no cubierto,
Así surgen los conjuntos conventuales en los que como centros cere-
moniales prevalece la disposición prehispánica, con la mole de la igle-
• "Nos apj)yamos, pues -tal creemos-, sobre un hecho, un factum, y no una
entelequia; sobrt" una comunidad de hombres que viviendo en una misma tierra, un
destino común, Sf" han representado el mundo de una cierta manera,
Las ligaduras, los vínculos que han unido y que unen a estos hombres son estrechos.
son reales; comunidad de suelo, sangre, historia. lengua. Forman una casta histórica
que, puesto que existe, expresa su propia mismidad, por la vía del arte, que es la que
ahora aquí nos interesa," Fernando Chueca Goida. Invariantes Castizos de la Arqui·
tectura Española. Editorial Dossat, S. A, 1947. p. 10,

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sia y el convento frente al atrio bardeado. Esto equivalía al volumen


piramidal construido frente al vacío de las plazas en el antiguo México
y los ejes norte-sur y oriente-poniente, se cruzaban precisamente en el
centro del atrio, donde se colocaba una cruz, y quedaban marcados re-
gularmente por los vanos de acceso al espacio abierto 3 (figura 1).

LOS ATRIOS

Penetrar en estos atrios es sentir cómo surgió de golpe el espacio


mexicano, ya no indígena, mas tampoco europeo.
Disposición espacial que surge como respuesta a una función antes
inexistente en ambos continentes. Las "capillas de indios" o "capillas
abiertas", tan exclusivas de México, ya al nombrarlas pregonan la no-
vedad: son capilIas, sí, para el rito católico y son de indios. sí, pero
ya para indígenas cristianos. Capillas en que el rito cristiano, con quince
siglos de limitar sus recintos sagrados, ahora por primera vez, de ma-
nera consciente y sistemática, los abre, presionado por la atávica tra-
dición del rito prehispánico, del culto al aire libre de tradición local.
Trasunto de la plaza ritual es el atrio, y del cúe o adoratorio, la capilla
abierta. 4 Este indigenismo se impone y transforma lo europeo, y ambas
personalidades, la indígena y la hispánica, se funden distinguiéndose
a la vez, como en el hijo que aunque con personalidad propia, permane-
cen en él los rasgos del padre y la madre, lo heredado de ambos, y
con ello va configurando su propio carácter. .
Como complemento y corroboración del espacio abierto sacramentado,
8 "Los olmecas definieron los lineamientos básicos que, durante veinte siglos,
seguidan los pueblos precolombinos: la ciudad sagrada como centro de la vida en
comunidad, trazada sobre dos ejes perpendiculares dirigidos a los puntos cardinales:
Desde entonces los macizos y los espacios libres fueron ordenados en una disposición
que permaneció inalterable hasta la época de la Conquista: las plazas rodeadas dé
plataformas y pirámides, respondiendo así a las necesidades del culto espectacular
que las grandes masas populares rendían a sus dioses." Raúl Flores Guerrero, Histo-
ria general del arte mexicano. Época prehispánica. Ed. Hermes. México-Buenos Aires,
1962, p. 20.
4 "Las capillas abiertas representan quizás la única analogía posible entre el
templo cristiano y el teocali indígena; en ambos la religión se practica al aire libre;
los sacerdotes son los únicos que ocupan el espacio cubierto y los fieles se encuen-
tran en el gran patio cerrado, exactamente como en· los adoratorios indígenas. Cons-
tituyen, además, estos edificios el tipo más original de arquitectura religiosa en la
época colonial, pues que es diverso en su concepción de los que existían en Europa,
por ejemplo, las murallas musulmanas." Manuel Toussaint, Arte colonial en México.
Universidad Nacional Autónoma de México. México, 1962, p- 13.

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dentro del atrio aparecen las "posas", otra novedad mexicana de este
ritual de funciones indoeuropeas; las posas equivalen a los santuarios
secundarios que rodeaban las plazas sagradas indígenas y, en lo euro-
peo, a las capillas laterales de una catedral cuya techumbre simboliza
la bóveda celeste. Ellas también lucen esta abierta intimidad espacial.
Su ubicación en los cuatro extremos angulares del atrio hace que deli-
miten el espacio sagrado y justifiquen su dimensión. Lo delimitan pues-
to que el culto religioso en su desarrollo espacial, al efectuarse las
procesiones, las toca en el tránsito, posando o reposando en ellas. Sus
dos arcos en correspondencia con los dos muros ciegos de su fondo,
puede decirse que reciben, y limitan, como brazos abiertos, en ángulo,
el área del atrio. Las posas son cabezas que vuelven su rostro al centro
espacial y sus brazos se prolongan por los pasillos procesionales, que
como invisibles naves enlazadas forman así una especie de girola cua-
drada, sensible, aunque no ostensible. Las posas precisan la dimensión
del espacio; atrás de ellas está ya lo laico, lo civil, la calle. Si desapa-
recieran las bardas atriales, que son el límite real del espacio, pero
quedaran las posas, el límite virtual de este mismo espacio seguiría
sintiéndose y con ellas la funcionalidad de los ejes (figura 2). A la vez,
si se dejaran las bardas, pero se movieran las posas restringiendo o ex·
pandiendo el rectángulo del atrio que configuran, se sentiría la necesi-
dad de replegar la barda atria! hasta ellas para recuperar el orden de
los trazos.
Hay también reciprocidad espacial entre la portada de la iglesia,
la capilla abierta y las posas, ya que éstas sin aquéllas no tendrían la
jerarquía ni la rígida secuencia entre sí, debidas a la procesión que sale
de la iglesia y a ella vuelve como origen y meta final. Por otra parte,
el espacio vital frente a la capilla abierta se justifica por ella y podría
crecer o disminuir arbitrariamente; podría ser caprichosamente elás-
tico sin la presencia de las posas delimitantes. Así ha sucedido en algu-
nos conventos en los que destruidas las posas, la referencia desapareció
con ellas y el atrio se perdió, quedando la capilla abierta como una
cabeza cercenada de su cuerpo al que ya no puede regir. Las capillas
posas son los guardianes del espacio que domina la capilla abierta.
Las bardas del atrio también son, de lo más significativo en esta
organización mexicana del espacio. IS Son más estéticas que últiles, sirven
IS "El muro es, en términos generales, la contraparte de la terraza o pavimento
y bastan estos dos elementos para postular un sistema arquitectónico. En su forma
más simple (es decir, sin la función adicional de sostener el techo) cabe considerar

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más para hacer sensible el espacio que para defenderlo y sus almenas,
transportadas de los altos muros, tienen más de rítmica empalizada
que de hostil ofensa. Acentúan los límites clarificándolos, pero no asfi-
xiándolos, por eso la barda no necesita una gran altura para conseguir
su objeto organizador, aclarador y definidor. Sorprende la escasa altura
de estas bardas cuyas almenas son mojoneras de fronteras ideales y un
énfasis matemático y rítmico ante los horizontes. Límite vibrante, pero
ordenado, pues tras él pueden asomar otras construcciones o la irre-
gularidad del paisaje y por más caóticos que sean los perfiles que haya
atrás de la barda, el desorden se detiene ante ellas, porque el espacio
del atrio ha quedado sujeto a composición. Lo que está afuera es como
un telón de fondo escenográfico en el que las irregularidades ya no pue-
den destruir la composición segura, quieta y solemne del gran espacio
abierto.
En Teotihuacán la "ciudadela" y la plaza frente a la pirámide de
la Luna y en Monte Albán el gran espacio abierto bordeado de edificios,
expresan un concepto espacial no lejano de los atrios cristianos, como
pudiera creerse. Quizá subconscientemente, es el antecesor más directo
de ellos, yesos espacios tienen también en el centro pequeños altares
o adoratorios, como los otros la cruz.
Los atrios cristianos, tan armónicamente configurados, no podían
dejar de hacer sensible el punto central de la vastedad de su espacio,
punto que siendo equidistante de los principales elementos reuniera
en él algo así como los radios de una rueda, las relaciones métricas
ahí convergentes. Las grandes cruces marcaban el punto de unión de
los dos ejes principales y, desde ellas, el ojo podía girar en torno y
apreciar la solemne frontalidad de la portada de la iglesia, las capillas
posas, los ingresos al atrio y al interior de la capilla abierta. El ángulo
visual se inclinaba necesariamente desde la cruz hasta el altar de la
capilla y, sobre todo, la vista en perspectiva de las bardas atriales hu-
al muro como una pantalla y, en consecuencia, puede, en conjunción con una super~
ficie pavimentada, proporcionar una definición del espacio. Su característica vertical
no sólo sugiere medida, sino que también implica cercamiento, aunque con esta
palabra no queremos dar la idea de un área totalmente circundada por paredes. La
definición completa, por ejemplo, de un área rectangular mediante cuatrO muroS
adyacentes sólo es un caso especial de la fundó n general del muro, aunque por lo
común es este sistema el que se impone a la mente, cuando se utiliza el término
"cercamiento", Ya vimos que una superficie horizontal de dimensiones finitas, formal-
mente determinada, proporciona la base material para una disposición arquitectónica;
sin embargo, este elemento -aunque completo en un sentido práctico-- carece del

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yendo hacia los ángulos extremos y siendo recibida y detenida por las
capillas posas, que sólo vistas desde la cruz muestran idéntica distorsión
en perspectiva al espectador. La cruz es, pues, en estos atrios, el punto
de vista más apropiado para gozar y sentir la estática grandiosidad de
los espacios abiertos, el orden en la variedad, la armonia entre los
volúmenes construidos y los espacios abiertos configurados. Con el
~istema logrado, de referencia de este espacio geometrizado y conver·
gente a ~n centro, era lógico que el efecto plástico espacial pidiera un
elemento que sintetizara la razón de ser de todo el conjunto y. así, la
fonsecuencia simbólica es la erección de las cruces tan grandiosas como
~l espacio que señalan y a las que el arte esculpió amorosa y primora-
$amente.

LAS IGLESIAS

Si al penetrar en los atrios se siente de inmediato la configuración


plástica dada al ~spacio abierto, apenas traspuesto el umbral de las
jglesias conventua]esde] siglo XVI, el contemplador recibe el impacto
de la continuidad de los conceptos espaciales ya considerados. En esos
interiores son aún más obvios aquellos conceptos, por tratarse de espa-
cios cerrados y perfectamente delimitados. Sus límites son fijos, reales,
constituidos por los mUl"ü;s y las bóvedas, que crean volúmenes espaciales
~is]ados. En el exterior la "transparencia" de sus límites virtuales cons-
tituida por las bardas atriales permite adivinar el caos fuera de él. En el
~nterior eso ya no sucede y la sensibilidad, al no poder distraerse, es
arrebatada y envuelta por el espacio interno que se impone totalmente
y hace más ostensibles sus cualidades específicas; el espacio se hace pal-
pable, medible y apreciable .
. Absorbidos, pues, nos envuelve tanto el espacio como la caja mural,
formamos parte de una escultura vacía, o en negativo. Esta cualidad
plástica, absorbente, es exclusiva y distintiva de la arquitectura; todas
las demás artes nos dejan físicamente fuera de ellas, sólo la arquitectura
es capaz de un ap~deramiento tal, de manera que a la sola sensibilidad
com.poncnte visualmente necesario para cualquier forma de construcción espacial.
Este componente es el muro, el cual, en virtud de su opacidad, obstruye la extensión
de la visual más allá del área que define, y "refleja" de este modo la percepción del
espectador (como cabría llamar convenientemente al sujeto que participa de cual·
quier ordenamiento espacial) y lo retiene dentro de dicho ordenamiento." R. D.
Martieassen, La idea del espacio en la arquitectura griega. Ed. Nueva Visión. Buenos
1\lrc$, 1958. p. 19.

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le toca saber dejarse llevar por esta sensación, para que después el espec-
tador pueda aprender y dominar la arquitectura con una más cabal
apreciación de sus cualidades. 6
Para quien ha penetrado (:n las grandes iglesias góticas o renacentistas
de Europa, que podrían ser comparables por estilo y época a las mexi-
canas del siglo XVI~ y ha penetrado también en las grandes naves de
Actopan, Huejotzingo (lámina 1), Tepeaca o Cuitzeo, sabe muy bien
que hay algo distinto, solemne e impresionante en estas últimas iglesias.
Existe en ellas un espacio que no tiene ni la tensión en fuga vertical
gótica, ni la precisión hierático-matemática, a veces acompañada de
colosalismo aplastante, propia del Renacimiento. Este espacio de las
iglesias mexicanas, amplio y alto como el gótico, es un espacio sereno,
nítido, en el que todo se abarca de un vistazo. No hay allí las fugas
laterales producidas por naves y capillas, no hay tampoco la violenta
atracción hacia el fondo, producida por un exceso de longitud acen·
tuada por el ritmo de columnas laterales, ni tampoco la presión interna
producida por el dominio total de la altura en relación con la anchu·
ra. La estructura muestra sus paños verticales constructivos totalmente
lisos, y en lo alto se encuentra una noble serenidad en las cubiertas,
de grandes cañones corridos o con ricas bóvedas nervadas, o bien amba&
se combinan, como es frecuente en estas iglesias y noblemente cierran
el espacio a una proporcionada altura. Todo se traduce en un sereno
equilibrio de las dimensiones, ni lo ancho, ni lo alto, ni lo profundo
prevalecen en demasía; por ello este espacio ni se fuga ni se ahoga y
participa tanto de la elevación gótica, como de la razonada elegancia
del Renacimiento. Sus grandes proporciones nunca llegan a destruir el
sentido de la escala humana, que aquí respira a sus anchas en un tono
de sublimación. Es una escala que no se siente aplastada ni envanecida;
es un espacio que admira, pero que no arrebata; no hay violencia
en él, porque es de una rotundidad antropométrica tal, que sugiere
la figura de un torso tranquilo y seguro de sí mismo, que respira sere-
namente, que se expande y contrae con rítmica vida.
Los muros espesos, lisos y altos, apenas horadados por ventanas que

6 "La definición más precisa que se puede dar hoy de la arquitectura. es aquella
que tiene en cuenta el espacio interior. La arquitectura bella, será la arquitectura
que tiene un espacio interno que nos atrae, nos eleva, nos subyuga espiritualmente;
la arquitectura "fea", será aquella que tiene un espacio interno que nos molesta y
nos repele. Pero lo importante es establecer que todo lo que tiene espacio interno~
RO es arquitectura." Bruno Zev, op. cit., p. 19.

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derraman la suficiente luz, nunca destruyen el dominio de lo masivo;


teciben la bóveda que, si es de cañón, se une al muro sin marcar transi-
ciones entre la curva del intradós y la recta del paño sustentante. No
hay impostas ni cornisas divisorias, si acaso unas franjas pintadas con
grutescos denotan ligeramente esa unión. Así, el espacio no encuentra
interrumpidos sus paños limite por ningún elemento volumétrico (lá-
mina 2).
Cuando se trata de las bóvedas nervadas, tampoco éstas interrumpen
la planimetría de los muros, y la conjunción de sus nervios y plementos
se queda en lo alto, absorbida en ménsulas. Estas bóvedas son como
solemnes paraguas en suspensión, en las que los esfuerzos estructurales
parecen perderse en su reciprocidad y no transmitirse a columnas o apo-
yos aislados; por el contrario, se funden en la seguridad del apoyo con-
tinuo que ofrece el muro corrido. Aquí también el espacio no sufre
tensiones dinámicas y salvaguarda su serenidad de tal manera que las
bóvedas de nervadura en México, pese a sus diseños tan ricos y a veces
más que muchas de las grandes catedrales góticas, no producen la peculiar
sensación de esqueleto activo, propia de la verdadera arquitectura ojival.
Lo ascendente y lo descendente no es característico de estas bóvedas;
ellas simplemente están. Lucen con mayor abundancia en los ábsides
y así es aún más sensible la armonía espacial, que logra que ia profun-
didad no sea sino el enlace de, la anchura y la altura; la nitidez tridi-
mensional se acusa al fondo, como en descansada meta (lámina 3).
Estos ábsides tampoco tienen nada de la calada transparencia del
deambulatorio gótico, o del remolino de la girola. Sólo son nichos colo-
sales para alojar la cabeza esculpida de este espacio interior. Es tal
la compacta unidad del espacio en estas iglesias, sin protuberancias pro-
ducidas por capillas cruceros o cúpulas, que siendo necesario dar jerar-
quía simbólica al presbiterio, al sancta sanctorum" lógicamente apareció
la presencia sistemática y típicamente mexicana del arco triunfal. Suave
anillo, perfil que denota como índice marcador el tramo más sagrado de
esta compacta unidad interior y la distingue de la nave.
Exagerando la imagen, el conjunto del atrio y la iglesia nos sugiere
un cuerpo humano en cruz. Si la licencia simbólica va más allá y nos es
permitida, creeríamos ver en esto una· especie de expresión arquitectó-
nica del cuerpo místico de Cristo, es decir, los distintos miembros de
la iglesia configurando un todo. En esa unidad los miembros arqui-
tectónicos no pueden sobrevivir fuera de ella y si bien tienen individua-
lidad, no alcanzan autonomía absoluta, pues aislados perderían su sentido.

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Cabe ahora preguntar na:,ta que grado es verdaderamente original


de Méxic',) ~ste tratamiento de la composición espacial y cuáles podrían
ser sus antecedentes más mmediatos, ya que nada surge por generación
espontánea. La pregunta ha sido ya planteada por George Kubler, pero
es difícil encontrar la cumplida respuesta. 7 Queda en claro que: "El
estilo mexicano de las iglesias de una sola nave progresa más allá de sus
antecedentes peninsulares en la unificación y clarificación, no sólo de la
planta, sino de las masas y el volumen", esto es, de los espacios. Ese
progreso o novedad de matiz mexicano al no tener claros antecedentes
europeos debe tenerlos en la tradición local, de manera que, algo del
sentimiento plástico prehispánico sobrevivió y se infiltró y mezcló con
factores constitutivos del momento histórico, como son lo económico.
lo social, lo ideológico, etcétera. De esa mezcla surgió la nueva sustan-
cia: lo mexicano, de la necesidad imperiosa de responder con sinceridad
y llaneza lógica a estas nuevas necesidades económicas, políticas y re-
ligiosas de la circunstancia histórica local. Ésta hizo que los frailes y
alarifes hispanos se adaptaran y dieran solución a funciones que no
podían conocer en Europa y, a su vez, que el indígena pusiera esfuerzo,
mano de obra y sensibilidad a programas arquitectónicos para él total-
mente nuevos. No resulta extraño que esta recíproca entrega e inter-
cambio produjera la originalidad mexicana.
En todo caso. la lección artí~tica aportada por los conjuntos conven·
tuales del siglo XVI novohispano, fue de una efectividad y de un arraigo
tal en el gusto de la nueva sociedad aquí nacida y configurada, que su
sentimiento plástico espacial habrá de prevalecer en siglos siguientes.
resistiendo el influjo europeo, absorbiéndolo y transformándolo a la
medida de sus intereses. En el transcurrir de los años el rico venero
l' "En ninguna de estas iglesias, sin embargo. de Mondujar o Trujillo o la Magda.
lena en Valladolid, nos encontramos la ligera fortificación, con apariencia de castillo,
de los ejemplos mexicanos. Los usuales techos de baja pendiente y gabletes, son
desconocidos o extraños al patrón mexicano. Los ejemplares españoles producen sólo
un plan básico, con el cual estamos familiarizados en México, en un diseño confuso
y con frecuencia oscuro. El estilo mexicano de las iglesias de una sola nave. progresa
más allá de sus antecedentes peninsulares en la unificación y clasificación, no sólo
C:e la planta, sino de las masas y volumen. Las obras de Lorenzo Vázquez, Rodrigo
Gil de Ontañón y Francisco Becerra. solas. son inadecuadas para considerarlas en rela-
ción con la fórmula mexicana. ¿De qué fuente, sin embargo, derivaron esos artistas
españoles la planta de una cola nave? No es nativa de España. Si estos hombres hu-
bieran permanecido ael todo dentro de las modas peninsulares, hubieran desarrollado
la planta criptocolateral que es normal al gótico catalán, y sin duda, a toda Espafia
en la época de los Reyes Católicos.

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europeo sirve de incentivo a la no menos rica imaginación americana


y así en el arte bárroco encontrará, como dice el mismo Kubler, su
~'idioma por excelencia". El barroco mexicano aprovecha la lección del
siglo XVI~ que persevera en la configuración de espacios, cuyas caracte-
rísticas serán en adelante: composición sujeta a ejes centrados y recti-
líneos, límites definidos, nitidez dimensional y una ordenada y solemne
quietud. Dejamos por ahora de lado el análisis de otras obras y de un
rico tema como el del urbanismo, donde se pueden también encontrar
rasgos peculiares, que merece consideración aparte.
En el siglo XVII, el programa constructivo monástico va cediendo· el
gitio al clero secular. La población va polarizándose en las ciudades de
mayor importancia; capitales de provincia en lo civil; sedes episcopales
en lo eclesiástico o centros de industria y comercio en lo económico;
pero, es más, todos estos factores a la vez se unen en centros urbanos
que vendrán a ser las capitales de intendencia en el siglo siguiente. o
de Estados a partir del siglo XIX.
Los grandes conjuntos conventuales del XVI quedan, sin mayor desen-
volvimiento, señoreando pequeños poblados que se cobijan y adorme-
cen a su sombra. Pero su lección artística no se perderá y así como en
ellos se fundieron tradiciones plásticas para formar algo nuevo, a su
vez transmitirán un sentimiento plástico propio que servid de herencia~
aprovechada y enriquecida por el estilo barroco, que habrá de colmar
las dos centurias siguientes.

IGLESIAS DE CONVENTOS DE MONJAS

Los conceptos de claridad espacial y rigidez. de las plantas se conti-


nuaron en el siglo xvu por una voluntad compositiva y necesidad didác-
ti~a, cuya efectividad se había probado en el siglo XVI.
Desde luego, Rodrigo Gil de Ontañón y Lázaro de Velazco, describieron la planta
de una sola nave como muy útil para edificios de tamaño mediano. En efecto, 10$
Gerónimós utilizaron esa planta para sus fundaciones secundarias. Pero el hecho de
que una nueva planta encuentre uso, no cuenta para sus orígenes.
Hemos ya sugerido en alguna parte de este volumen, la posibilidad de asociar
fos ejemplares hispano-mexicanos con las ,iglesias de una sola nave del siglo 'XIII
del suroeste francés. El emplazamiento, planta, estructura, masas, volumen y efectO'
visual de los dos tipos, todo justifica la asociación. La tesis ha sido discutida, pero
permanece eihécho de que la reconcentración franciscana en los años de 1530 a
1540 era en el sur de Francia y de que muchos frailes franceses vinieron a México..
1 Por el momento la hipótesis debe dejarse sin mayor argume~uación;pero no debe

ser descartada." George Kubler, Mexican Architecture.· of the sixteenth century. New,
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l. HuejOlzingo, iglesia del Con\'cnto.


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3. Acolm:U1 , abside de la iglesia con\'cnmal.


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7. Fachada del Sagrario Metropoli tano. ~·I éx i co.


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8. Ig lesia dc la Soledad , Oasaca.
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10. Iglesia de los catorce Santos, Frunconia.


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).J. Retablo Mayor de Santa l'risca. Taxco.


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12. nó\'eda del C:ulIcfÍn de torelo, T epolzoll:iu .


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13. Iglesia de la Sa lud, Venecia.


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14. Conjulllo exterior de Santa Prisca, Taxco.


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15. Igksia del Con"enlo de Ollobeuren, Suabia .


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16. (.OU\·CIHO de Wilhcring, Austria. hcsco en una bóveda rcpresen rando " El T riu nru
de la Iglesia".
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,-
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Dos son los más significativos tipos. de construcción religiosa en el


siglo XVII: las iglesias de conventos de monjas, erigidas para la vida con··
templativa bajo la influencia de la pasividad femenina, y las parroquias,
destinadas a la vida activa y organizada del clero secular.
Las iglesias de monjas, aunque existentes en todo el mundo hispánico,
en México tienen una multiplicidad mayor y aquí también, su progra·
ma distributivo es tan perfectamente sistematizado y respetado, que al·
canza una fórmula inamovible y categoría arquitectónica. 8
Como en el XVI, los antecedentes europeos de las iglesias de conventos
de monjas se pierden y no son suficientes para explicar su distribución
espacial, la reiterada y por ello monótona repetición de sus elementos.
En estas iglesias es imprescindible la presencia de tres elementos arqui.
tectónicos distintivos: coros unificados, su prolongación en una sola nave~
y en un costado el ingreso a través de dos entradas pareadas. En el si·
glo XVIII se añadió otro elemento, muy importante, constituido por la-
éúpula antepresbiterial.
Por razón de su función ambivalente, ya que estas iglesias mezclan
la vida claustral con la pública, la masa del templo es frontera entre
el convento monjil propiamente dicho· y la calle y su espacio interno

Haven. YaleUniversity Press, 1948, vol. n, pp. 238-239. (Párrafos traducidos por
Elisa Vargas Lugo.) Véase también al respecto el importante libro de John Me
Andrew, The open-air churches 01 Sixteenth-Century Mexico. Cambridge, Massachus-
setts. Harvard University Press, 1965.
8 "El templo debía ser público, es decir, abierto al pueblo para que pudiese asis-
tir a todas las ceremonias que en él se celebraban, pero la clausura del convento, que
-.ecluía a las monjas en un mundo aparte, exigía que dicho templo fuese construido,
en tal forma que, gozando de libre acceso por parte del pueblo, pudiese servir a las
monjas, sin que éstas fuesen molestadas en su recogimiento. La solución es perfecta:
se edifica un templo de una sola nave para que ocupe menos espacio y su eje prin-
cipal se traza paralelo a la vía pública, con lo cual se logra darle iluminación per-
fecta y permitir el libre acceso a los fieles sin molestar en 10 mínimo a las hijas de
Dios que habitan el monasterio. Se desarrolla ampliamente el coro, que a veces·
se ve casi tan grande como la misma nave, y además, es doble, es decir, uno en la
planta baja y otro arriba; el coro bajo está dividido del templo por una reja cuyos
hierros presentan hada afuera picos terribles que parecen simbolizar las garras de
un dragón que defendiese a las monjas del peligro exterior; a los lados de esta reja
dos ventanillas, las cratículas, que permiten a las monjas recibir la comunión sin
que el sacerdote penetre a ia clausura; el coro alto n? ostenta esa reja formidable,
sino otra más sencilla, pero cubierta, como la de abajo con mamparas de tela que
permiten ver desde el intenor y no toleran que la mirada del pueblo se dé cuenta
de lo que acontece en los. coros." Manuel Toussaint, Arte colonial en México. Im-
prenta Universitaria, 1948, p. 193.

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es el puente de contacto. Así, el juego del espacio interno y del espacio


externo obligó a una lógica colocación del templo con respecto a la
<aBe, de manera que, dos grandes ejes paralelos lo definen; uno perte.
neciente al espacio interior de la iglesia, el otro al eje longitudinal de
la calle, pero ambos están centrados y son estáticos en sus fugas por un
tercer eje unificador, correspondiente al ingreso. Así tenemos una es pe·
de de H, en la que el paralelismo encuentra como punto de reposo el
eje transversal, que no por corto deja de ser el más importante y es-
darecedor, pues el que fija la conjunción haciendo de la paridad, uni-
dad (figura 3). Es curioso ooservar cómo en estos templos se logra
perfectamente el equilibrio de elementos paralelos. pero distintos, para
hacer prevalecer la armonía plástica. El fiel de esta balanza se apoya
precisamente en las dos portadas idénticas y juntas a media nave, que
se contrapesan haciendo inmóvil el cuerpo de la iglesia; en los extremos,
la cúpula por un lado y la torre por el 'otro, limitan volumétricamente
el edificio. Lo que la cúpula podría vencer en densidad de volumen
-esférico, la torre lo equilibra en volumen cilíndrico; así quedan fijos
y estáticos los volúmenes exteriores y tienen en la fachada su punto de
relación y contacto. Toda la estructura corre con la serena fluidez de
los vasos comunicantes y la posible fuga de la perspectiva callejera
queda casi anulada y antes bien se fija con las portadas pareadas. Volu·
men construido y volumen abierto, quedan rígidamente sometidos a
ordenada relación.
En el interior se prolonga esa unificación de la paridad; son iglesias
de una sola nave, sin cruceros, y como se entra a ellas por un costado,
el espacio interno se fuga ante el espectador hacia los extremos; sin
-embargo, es detenido de inmediato por los paños límites, por el testero
plano en un lado y por el alzado del coro en el otro, ambos de idéntica
dimensión. Sabiamente se echó mano de la decoración para de una sola
vez unificar, distinguir y equilibrar estos dos elementos, poniendo el
rico retablo en el testero y frente a él, haciéndole juego, la fachada del
coro, en composiciones preciosamente ornamentadas. Las rejas, pinturas
1 tallas cumplen varias funciones, pues si bien embellecen el paño, se·
paran la clausura de lo secular; encierran y funden en una sola como
pacta unidad el espacio de los coro! altos y bajos. Sin las fachadas de
los coros la gran masa espacial del interior de la iglesia perdería su
dara unidad, viéndose seccionada en uno de sus extremos, pero con
ellas el espacio encuentra este tope que lo limita. Lo que llamo "facha·
da" es una gran mampara, en que la transparencia de las rejas permite

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que el espacio se tamice o filtre tras ella, pero sólo después de haber
colmado la caja interior.
El espacio que crean estas iglesias monjiles resulta similar al de los
cofres o baúles, con su planta rectangular, sus cuatro paños verticales
planos, y su tapa, o sea la comba de las bóvedas; la cerradura o chapa
son las portadas pareadas en su costado. En pocos ejemplos es tan claro,
como en estas estructuras, la idea de que la arquitectura es la "caja
mural" del espacio.
Vale la pena observar cómo en estas iglesias se unifica la paridad,
pues la sensación de unidad que producen se basa precisamente en la
acertada función de elementos paralelos: dos son los ejes paralelos prin-
cipales, el de la iglesia y el de la calle, que se funden en la fachada
constituida a su vez por dos portadas iguales; dos son los paños princi-
pales interiores, el retablo y la fachada coral; y dos son también los
coros que se unifican en las rejas donde los dos mundos, el secular y
el claustral también se tocan.

IGLESIAS PARROQUIALES

A partir del siglo XVII, la iglesia parroquial, con su planta en cruz


latina, su cúpula en el crucero, sus muros rectilíneos y su fachada y
testero planos, es el modelo más abundante y difundido que sirvió de
ejemplo dogmático a la arquitectura eclesiástica del virreinato. Es el
patrón que resume las lecciones espaciales anteriores y que considerado
perfecto en cuanto a símbolo, funcionalidad litúrgica y efectividad plás-
tica, ya no interesó renovar, antes por el contrario, sí reafirmar, durante
toda la vida de la Nueva España.
Como novedad añadida a la sencillez espacial del siglo XVI, las parro-
quias aportan el crucero y la cúpula. Es decir, dos ejes espaciales nuevos,
uno transversal y otro vertical cuyas direcciones a manera de T inver-
tida o triángulo, seccionan el monolítico espacio de las iglesias-caja ante·
riores y las dividen en dos partes desiguales al formar la cruz, de manera
que la sección menor de la nave o "cabecera" queda destinada al espa-
cio sagrado, o sea el presbiterio, y el resto de los brazos, aun los mismos
cruceros, quedan para los fieles. El punto de confluencia resulta pues
de primordial importancia, ya que es unión y frontera a la vez, y as!
para acentuar y sujetar mejor este punto y reducir a la unidad la posible
disparidad que por diferencias dimensionales pudiera surgir entre nave,

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cabecera y cruceros, aparecen las cúpulas, cuyo espacio sólo es apre-


ciable plenamente cuando se está bajo de ellas, entonces atrae y pola-
riza las diferencias de la masa espacial reduciéndolas a unidad. Cabe
hacer notar, que si bien México es quizá el país con mayor número de
cúpulas como ya lo observó Baxter, s sin embargo, éstas no se sujetan
al típico patrón europeo, en el que predomina la línea curva en todos
Jos elementos como el anillo, tambor, media naranja y linterni11a. Esta
circularidad europea, que siempre sugiere rotación, aquí se esta tiza y el
mayor porcentaje de las cúpulas mexicanas es el de formas ochavadas.
Así se preserva la rectilineidad, y el espacio cupular, que podría obligar
a lo curvilíneo y esférico, se cubica y faceta, que es tanto como decir
que se aquieta. Aun en las bóvedas de media naranja, nunca se pintaron
"glorias", con excepción de Villalpando en la catedral de Puebla, ni se
perdió la nitidez de la superficie; por el contrario, a esta superficie, se
la marcó y dio textura por medio de las decoraciones aplicadas y. según
el caso, se procuró acentuar los gajos. La cúpula resulta así una corona
solemne, que aunque sin predominar en el espacio interior, como fue la
idea renacentista, sin embargo, anuda los simbólicos brazos interiores
mientras su volumen marca en el exterior la importancia del espacio
que cubre y sobre el que gravita.
Así, la solemne cruz de corazón abultado, se manifiesta dara, tanto
en el volumen espacial interior como en la masa exterior, configurando
":n concepto de unidad eclesiástica tan gustosamente aceptado, que se
convirtió en patrón inamovible, en el que solamente e.l tratamiento de
las superficies sufrió evolución, mas no el de la composición general.
La rectilíneidad de plantas y alzados pennitió que las iglesias que se
levantaron a ]0 largo de tres siglos pudieran acomodarse en cualquier
circunstancia dentro de la retícula de la ciudad y fueran una pro-

" S"La Cúpula, es una de las más nobles e impresionantes formas de la expresión
monumental, es la característica arquitectónica predominante de este país. México
es singularmente un país de cúpulas. Fuera de Oriente probablemente ningún otrO'
pueblo del mundo tiene tantas cúpulas, en el verdadero sentido de la palabra, es decir,
sobre arco! de sólida mampostería Casi todos los pueblos indios del México central
tienen su iglesia cupulada. En pueblos insignificantes, que no están en el mapa
ge.Qeral, se ven surgir racimos señoriales de cúpulas, que serían un acontecimiento
~n cualquiera de nuestras grandes ciudades. No hay exageración al decir que las
~~pulas se encuentran en ('ste país literalmente a millares." Silvestre Baxter, La
arquitectura hispano-colonial en México. Introducción y notas de Manuel Toussaint.
México, 1984. p. 13.

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longación de. ella; su cubicidad se integra a la cuadrangularidad de las


manzanas, y la planimetría de sus alzados es la respuesta correcta a la
cúbica estructuración de las poblaciones.

EL BARROCO

Las curvilíneas iglesias del barroco europeo responden perfectamente


a una tradición urbana de irregularidades, pues 10 quebrado y pin-
t-oresco que allá es habitual (figura 4) , entre nosotros resulta exótico, 10
"Y así como una movida planta europea se acomoda perfectamente en un
terreno asimétrico o responde con su masa pintoresca a las sorpresivas
perspectivas callejeras, las iglesias novohispanas son, con sus volúmenes
cúbicos y rígidos, la' respuesta lógica y perfecta a un tradicional orden
espacial, manifiesto desde la época prehispánica en la planimentría
y regularidad de las plazas y centr6s ceremoniales, y en el virreinato,
en los reticulados trazos urbanos (figura 5) y en los atrios del siglo XVI
donde lo rectilíneo domina soberano (figura 1). Es más, una conciencia
de dilatación espacial y de re~erencias volumétricas claras explica el
hecho de que en nuestro barroco se subrayan determinados elementos co-
mo fachada, torres, cúpulas y retablos, descuidando los muros laterales y
volúmenes secundarios. Esta aparente discordancia podría ser tomada
como un defecto de composición, y hay quien así lo considera; 11 pero
10 "Guanajuato es una de las grandes ciudades, mineras mejicanas del periodo
virreina], y, precisamente por serlo, rompe en su traza con la cuadricula de rigor.
Recuérdese el caso. comentado de Tasco, y nos referiremos al de Zacatecas. Asentada
sobre las misma lomas de las minas, sus calles ascienden tortuosas por las empinadas
laderas del estrecho valle. Los de:miveles son grandes.' ganando en efecto pintoresco
lo que pierde en regularidad. Para el europeo, acostumbrado a visitar ciudades
encaramadas en 10 alto de los mon tes para defenderse mejor de sus enemigos, el
espectáculo no es sorprendente. Para el mejicano, habituado a las poblaciones esta-
blecidas por los españoles en las llanuras o en los "amplíos valles resulta excepcional."
Diego Angula iñiguez. Historia del arte hüpanoamericano. Ed. Salvat. Barcelona,
1950, vol. n, p. 751.
11 "Desgraciadamente éstos son en la mayoría de los casos, cosas aisladas del resto
del edificio. Ya Quatremere de Quinsy en su Diccionario de la arquitectura. había
hecho notar la falta de relación, en muchos edificios europeos. entre su estructura
mural y la cúpula que la l.Oron:lba. En México esta falta de relación constructiva
y decorativa, constituye un defecto capital. Las más bellas cúpulas parecen grandes
bibelots colocados sobre muebles sin terminar. La explicación de este defectP es
Úcil. Las Órdenes religiosas necesitaban muchos templos. í.stos· eran construid~

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si observamos los templos virreinales, no sólo como edificios aislados~


sino como integrantes de una población y aun de todo el paisaje, salta
. a la vista el acierto de ese llamar la atención sobre lo que señorea el
espacio, o sea, las fachadas como referencia de límite de calles y plazas,
y las torres y cúpulas para señalar perspectivas más dilatadas.

TORRES Y CÚPULAS

Al acercarnos a cualquiera de nuestras características ciudades anti-


guas, situadas en lomas o en valles, el conjunto urbano se mostraría
anónimo, si no fuera porque cobra personalidad e identidad con el sobre-
salir de cúpulas y torres, ya que aun el volumen de las iglesias se hunde
y confunde con el núcleo de construcciones y las fachadas, tampoco se
muestran a la distancia, en cambio torres y cúpulas al sobresalir inde-
pendientes se manifiestan íntegras, tanto más si acentúan su volumen
llamando la atención sobre él por medio de la riqueza ornamental y el
color (lámina 4). Torres y cúpulas son elocuentes referencias, pues
basta la relación plástica que guardan entre sí para darnos cuenta, desde
la distancia, de la orientación, dimensión, volumen e importancia del
templo al que corresponden, aunque éste propiamente no pueda ser
apreciado claramente a primera vista. El esplendor decorativo y la poli-
cromía también adquieren, desde lejos, efectividad expresiva, pues al
acentuar ,el individualismo de los elementos que recubren, acentúan la
personalidad del monumento y crean un indisoluble compromiso plás-
tico entre la obra y el paisaje, siendo juez y árbitro el espacio. El gran
regalo de nuestras ciudades al paisaje son precisamente las cúpulas y las
torres, y a su vez el paisaje responde a ellas; éste proporciona la ampli-
tud espacial y la pureza atmosférica para que luzcan como joyas bien
engarzadas en él.
N o debe olvidarse que la impresión espacial, no sólo depende de la
dimensión~ sino también de la claridad fis¡ca~ pues un espacio dilatado

de prisa, casi siempre sin un plan general, f como el tiempo que duró la dominación
española no fue suficiente para revestir las estructuras. frecuentemente elementales,
el interés decorativo fue reconcentrdndose en determinados puntos - fachadas, torres
, cúpulas. :tstas parecieron enfocar desde un principio, todo el sentimiento artístico
de la colonia, y el1as constituyen, hoy día, el producto más importante, más típico
y más abundante de la arquitectura del virreinato." Doctor Atl, Iglesias de México.
Publicaciones de la Secretaría de Hacienda. México, 1924, vol. 1, p. 8.

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se torna inapreciable, sin condición de transparencia, la niebla o el humo


son los más incontrolables enemigos del espacio. Lo niegan aunque
exista y no es arbitrario pensar que estando nuestro suelo en "la región
más transparente del aire", con mayor seguridad de su efecto lanza el
arquitecto al espacio las cúpulas más policromadas y las torres más
ricas en ornamentación y en variedad de formas barrocas, a sabiendas
de que la brillantez del sol hará que resalte el color y la transparencia
del aire hará lucir el detalle ornamental.
En nuestras poblaciones que aún conservan su proporción urbana de-
la época virreinal -que es tanto como decir barroca- y en las que la
vida moderna no ha modificado su trazo o levantado edificios dema-
siado altos, se pueden percibir claramente dos niveles espaciales distin-
tos, dos estratos que se complementan. En el inferior predomina la masa
sobre el vado, y está constituido propiamente por la población, esto es..
por las manzanas de construcción compacta zanjadas por las calles y dejan-
do de vez en cuando el vacío de las plazas. Este primer estrato es compacto
pero bullente, es lo habitado, lo utilizado, aunque rígidamente contro-
lado por la parrilla de calles, donde el espacio fluye en forma rectilínea
como líquido canalizado. Sobre ese estrato se extiende un plano, apre-
ciable aunque intangible, que descansa al nivel de las azoteas y a partir
del cual se encuentra el estnto espacial superior vado y abierto al infi·
nito. En él penetran cúpulas y torres con predominio exclusivo y lo
hacen engalanándose lo mejor posible, a sabiendas de que serán pobla-
dores únicos de las alturas y que su mayor oficio es puramente estético,.
pues dignifican y ennoblecen este nivel superior del espacio. •
Puede compararse el aspecto tradicional de las viejas poblaciones.
con un juego de ajedrez, en el que el trazado de la ciudad con su nítida
y rígida cuadrícula, sería el tablero. Sobre de él se levantan torneadas Y'
bellas las cúpulas y las torres, a manera de las piezas de juego, dejando,
espacios libres que centran y atraen el interés y que son las plazas. Sin
torres ni cúpulas estas ciudades serían tan anónimas como un tablero
sin uso, y de hecho esto sucede en algunas poblaciones, que por ello
carecen de atractivo. Bien lo han sentido los ilustradores cuando al
representar, vista desde lejos, una ciudad, han querido destacar su per-

• Naturalmente que sus autores no imaginaban que algún día, oficinas y deparo
tamentos con su vulgar servidumbre de tinacos. antenas y alambrados profanarían
este sagrado nivel, destruyendo f.U tersa armonía y hasta aplastando u ocultandÜl
los hasta hace pocos años incuestionables y únicos poseedores: las cúpulas y torres.

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sonalidad y belleza y han vigorizado su lápiz o su pincel hasta exagerar


-el trazo, al llegar a la representación de las cúpulas y las torres, daros
índices de lo mejor que las ciudades ofrecen y de sus gustos y magnifi-
tCendas.

LAS FACHADAS

De las fachadas sólo se adquiere cabal aprecio hasta que se está pró.
ximo a ellas y se les puede contemplar en toda su dimensión, por lo
que requieren un enfoque particular del espacio, una determinada área
vada que les permita lucir completas, un embudo aéreo más o menos
profundo, formado por la confluencia de los ángulos visuales del espec-
tador hacia ellas. El barroco, con su irreprimible comunicabilidad, se
arrojó con denuedo a las calles y, para esto, su arma natural fueron las
fachadas. 12 Fachadas esplendorosas para llamar la atención y en las que
.se vuelca de tal manera el espíritu del estilo, que bastan ellas para darnos
cuenta de las características regionales y de su pretensiones comunica·
tivas; en Italia son siempre ponderadas y no olvidan su abolengo c1asi~
<:ista; son hieráticas en Inglaterra; nerviosas en Austria y Alemania; ele-
gantes y palaciegas en Francia; son eclécticas y multifacéticas en España,
y en América se encuentran las más complicadas y exuberantes.
En el caso de nuestro barroco, la fachada no es sino un muro plano
lujosamente revestido; es peculiar en ellas una acentuada planimetría
y un riguroso orden compositivo. Con sus simuladas estructuras de pilas-
tras y columnas son un emparrillado adherido verticalmente en un muro
plano. Constan generalmente de tres calles verticales seccionadas por
tres cuerpos horizontales que se superponen, de modo que los tres
ejes verticales se equilibran con los tres horizontales, anulándose así
mutuamente sus impulsos. Como esquema compositivo resulta de lo
más dásico, equilibrado y, por lo tanto, estático y ordenado. Una vez
logrado este esquema lógico, se permite a la fantasía que vuelque en él
12 "Función urbanística de las fachadas independientes del espacio interno. En mu-
<hos ejemplos del periodo barroco, la autonomía de las paredes exteriores no es un
hecho arbitrario, sino responde a una· nueva visión de los espacios urbanísticos. El
barroco busca una narración. Continúa una delimitación ininterrumpida de la calle
Q de la plaza, niega la volumetria aislada del Renacimiento. Las paredes de un
edificio, y especialmente sus fachadas. no constituyen ya el limite del espado interno
del edificio, sino el límite del espado interno de la calle o de la plaza, y, por tanto,
.están caracterizadas en nombre del vacio urbanístico." Bruno Zevi, C1J. cit., p. 142.
.nota 9.

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sus frondas en la variedad y cantidad que quiera, que lo invada todo


hasta casi oct1ltar la estructura y comunicar con su repertorio de formas
un impulso ascensional, un sacudimiento hacia loaIto, muy acorde
con los fines trascendentalistas del estilo. Pero siempre queda. y se
adivinará en el fondo la inmóvil y segura estructura, como se adivina
la inmovilidad del dogma y la coordinación doctrinal tras las mil formas
y la relativa libertad que puede adoptar la predicación. Debido al
exacerbado derroche ornamental "al lado de las fachadas mejicanas,
parece austero lo más profuso y abigarrado del barroco europeo". 13
Y sin embargo, asombra comprobar que todo esto sucede sin destruir la
ordenación, preestablecida por un severo esquema geométrico, y respe-
tando el plano inmóvil en que se despliega.
Una típica fachada del barroco europeo, con sus desplantes ondulados
a lo Borromini (lámina 5) o sus avances y retrocesos volumétricos a la
manera austriaca y alemana, ofrece y requiere para su comprensión
numerosos ángulos visuales. El espectador, para conocerla, puede y
debe moverse para descubrir sus numerosas facetas, y seguir el ángulo
entre numerosas visuales. Así, el espacio requerido para la total capta-
dón de una de esas fachadas, exige movilidad, pues se despliega como
un abanico frente al monumento (figura 6) (lámina 6). Son fachadas
que se estructuran siguiendo un esquema volumétrico y por tanto son
polifacéticas; un exceso decorativo fundaría. sus perfiles y las haría
confusas. con lo que el ornato resultaría superfluo y en casos estorboso
y por ello lo suprimen. Todo lo contrario sucede en nuestras fachadas,
cuya estructura se basa en diseños geométricos y no volumétricos, y por
lo tanto, su planimetría requiere un exceso de ornamentos que, lejos
de perder su trazo, lo acentúan intensificando el claroscuro (lámina 7) .
Así como una ondulada fachada europea exige al espectador que se
mueva frente a ella con ritmo de péndulo, nuestras fachadas requieren
que el contemplador escape lo menos posible del eje perpendicular a
ellas, pues de lo contrario, su composición y perfiles no hacen sino dis-
torsionarse hasta desaparecer. Fachadas como las de el Sagrario Metropo-
litano o Tepotzotlán, para citar dos casos de los más espléndidos y iiig-
nificativos, vistas tangencialmente se pierden por completo, plegándose
en un solo perfil quebrado, confuso y sin interés.
Un esencial frontalismo las rige, de tal manera que el principal mo-
vimiento que debe seguirse para su aprecio es unidireccional, de avance

18 Marqués de Lozoya, op. cit., p. 226.

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o de retroceso, pero siempre perpendicular a ellas (figura 7). De lejos,


el conjunto despliega la nitidez de su composición; de cerca admira
la exquisitez del detalle. La riqueza ornamental es un factor primor-
dial para cautivar la atención, pues en su concentración atrae el inte-
rés y lo absorbe de tal manera, que todo espacio circundante se abstrae
y se dirige a la fachada, al grado que sólo existe en función y al servicio
de ella; la distancia, la luz y el color se aprovechan para dar énfasis
a este centro focal. La casi compulsiva intensidad de nuestras fachadas se
justifica y explica en su clara intención didáctica; son como una gran
lúgina arquitectónica donde los iletrados, como en la Edad Media,
deben leer un mensaje doctrinal y, para la sordera del alma, deben oír
un canto espiritual. Son verdaderos sermones plásticos inspirados por la
fe, estructurados como la ¿loctrina y floridos como la ret6rica. Cuando
se lee una inspirada página o se contempla un devoto lienzo o grabado.
éstos no deben movnse en el espacio para poder cumplir su finalidad.
De aquí que resulte lógica y no paradógica la peculiar conjunción, en
nuestras fachadas barrocas, de rigidez compositiva y desbordamiento
ornamental, de monótona planimetría y fantástica variedad.
Una volumétrica y móvil fachada del barroco europeo, con su intelec-
tualismo formal, sugiere la idea de ser un objeto estético al que hay
que dar vuelta para admirarlo y gozar su belleza. Una planimétrica y
frontal fachada del barroco americano incita más a la meditación que
a la sola contemplación, busca tanto enseñar como agradar; es má!;
religiosa que artística. Distinta actitud, distinta intención; por ello,
distinta solución. Hay mayor esteticismo en lo europeo y mayor religio-
sidad en lo americano.
En nuestro barroco las fachadas no solamente debían ser el bello
lastro del edificio, sino expresar lo que guardaba en su interior; su
función no se cumplía con sólo' cerrar y proteger artísticamente un
espacio, sino que debía ser un reflejo de su interioridad, espejo de su
alma. Así, la fachada se convirtió en retablo, peculiaridad americana
y muy especialmente mexicana, que varios investigadores han hecho
notar. 14 Lo anterior sugiere que gozosamente se entroncó y continuó
14 Angulo 1iiiguez, hablando de Lorenzo Rodríguez, tiene un párrafo muy signi-
ficativo al respecto, al aclararnos cómo "el hecho es que, familiarizado sin duda
con la arquitectura de los retablos de estípites. e impulsado probablemente por el
ejcmplo de Jerónimo de Balbás, Lorem:o Rodríguez logra trasladar estos retablos al
exterior 'Y labral'los en piedra, y lo consigue con tal acierto, que' su iniciativa forma
escuela en brcves años.

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la línea de la antigua tradición local, de mostrar el santuario al aire


libre, de manifestar el culto al espacio abierto. Díganlo si no, esas fa-
chadas como la del Santuario de Ocotlán, y la de Panoda, en Tlaxcala,
o la de San Francisco, en Oaxaca, que cobijadas bajo un gran arco y
rehundidas, sugieren la idea de que el presbiterio avanzó hasta el atrio;
otros ejemplos más se pueden presentar, como las fachadas de San Juan
de Dios en México, de la Salud en San Miguel Allende, o la de San
Cristóbal en Mérida, que son verdaderos ábsides externos. Estas facha-
das, frente a plazas o amplios espacios libres, son la versión barroca y
dieciochesca de las capillas abiertas del siglo XVI, y sólo bastaría poner
un altar en el umbral de sus puertas para que fuera completa la función
ritual y plástica de esta característica solución mexicana.
Su concavidad podría parecer en contradicción con el sentido pla-
nimétrico antes anotado y, sin embargo, no es así, puesto que con ello
Ite recrudece el frontalismo, ya que el espectador queda más obligado
que nunca a colocarse en el eje frontal, pues si no, arriesga perder la
visión completa de la obra. Bastaría rebasar lateralmente los límites
espaciales virtuales de esa especie de pasillo conducente a la fachada,
y sujeto al eje frontal, para que aquélla se distorsione, o pierda a la
vista su plenitud, al irse ocultando necesariamente por uno de sus extre·
mas a medida que el ángulo visual se aleje de dicho eje frontal. Los
límites de visualidad son como rieles espaciales, que existen y que se
sienten, aunque no se puedan ver ni palpar. Es curiosa la coincidencia
de lo anterior con el dogma o misterio religioso, que en alguna forma
tiene relación con la fachada, ya que puede ser aceptado o rechazado;
se puede estar dentro o fuera de su proyección, pero la libre elección
no altera su esendal inmovilidad.
Lo cóncavo, siempre sugiere introspección y lo convexo extroversión.
"En realidad, el concebir las portadas como un retablo y el trasladar a ellas las
formas creadas en éstos, no era nuevo. Ya hemos visto como a fines del siglo xvn se
llamaba retablos a las mismas puertas laterales de la catedral de México, pero, tal
vez, ahora las consecuencias fueron más trascendentales que en las épocas anteriores
por las características especiales adquiridas por el retablo. tste había perdido el sen-
tido de creación arquitectónica renacentista de soportes y entablamentos. Era ya
más un muro decorado que una organización arquitectónica con soportes y cubiertas.
y algo de ese carácter será lo que distinga a la fachada mexicana de su escuela.
No en vano al ensalzar San Vicente en 1768 la fachada del Sagrario nos recuerda
¡egún hemos visto, que: 'No cede ventajas la labor de su cantería a las sutilezas
que permite la docilidad de la madera para los mayores esmeros'," Diego Angulo
tñiguez, op. cit.~ vol. 11, pp. 560-561.

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En América se tiende a lo cóncavo, en Europa a lo convexo. El gusto


por la concavidad está muy acorde también con esa actitud de concen-
tración que muestra nuestro barroco. En lo religioso, está manifiesto en
]0 plástico, en el abigarramiento ornamental, que contrasta con la des-
nudez en los cubos de torres o de los paños laterales.
En los casos en que no son planas o cóncavas las fachadas mexicanas,
de todos modos no liberan al espacio de su servidumbre al frontalismo,
ya que cuando adquieren un suave y acogedor término medio entre el
plano y la curva, al abombarse o abocinarse, siguen manteniendo el
predominio del eje central. Los ejemplos son abundantes, entre ellos
podrían citarse como representativos: La Soledad en Oaxaca (lámina
8), la Catedral y el Santuario de Guadalupe en San Luis Potosí, San
Francisco en Puebla, la parroquia de Metepec, San Diego y la portada
lateral de la Valencia en Guanajuato y Santo Domingo en Zacatecas.
Hay muchos otros ejemplos que afinnan esa constante del barroco me-
xicano, que 10 hace tan diferente del europeo. En éste la constante es
a la inversa, o sea el predominio de lo convexo, que excepcionalmente
llegó a mostrarse en nuestro país, como en los casos de las portadas del
"Pocito", en los avances de las portadas de la Basílica de Guadalupe
en México. y en la fachada de la Compañía en Oaxaca.

LAS PLANTAS

En gran parte el efecto espacial de toda arquitectura se engendra


en la planta sobre la que se desarrolla el edificio, y depende de ella,
La planta es para la arquitectura, como su raíl y sustento; los apoyos, co-
lumnas y muros, son como el tronco; la cubierta. con todo su complicado
sistema estructural, es como las ramas y el follaje. Así. es el todo como
un ser vegetal.
Algo de lo más desconcertante en el barroco de México es la repetición
sistemática -en las miles de iglesias que se levantaron de la estereo-
tipada composición en forma de cruz latina, cuando no de simple rec-
tángulo. Son muy raros los casos en que se rompió con ese patrón,
para erigir los edificios sobre una planta en que predominara la curva,
como son: "El Pocito" en la Villa de Guadalupe, Santa María la Re-
donda, y la desaparecida iglesia de Santa Brígida en la ciudad de Mé-
xico; en las provincias solamente se cuenta con el caso de la Tercera
Orden, en Sombrerete, Zacatecas.

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La rareza de estas plantas curvilíneas en México es la excepción que


confirma la regla de rectilineidad y planimetría con la que el barroco
local conscientemente no quiere romper.
Si en verdad el arte virreinal hubiera sido "colonial" en el sentido
tributario, se habrían seguido en forma incondicional, o al menos imi-
tativa, las plantas y la disposición espacial de los grandes monumentos
barrocos españoles; pero, vemos que no fue así, pues hay un regusto
consciente, y hasta un.¡ satisfacción, en la sencillez y claridad de las
plantas, que no puede atribuirse a pereza mental o falta de imaginación,
ya que los retablas y fachadas superan los modelos españoles en inven.
tiva y variedad formal, como ya lo apuntó Lozoya (ver la nota 2) .
Solamente Kubler, en Ars Hispaniae} 15 publica más de 15 plantas cur-
vilíneas españolas que nUnGi llegaron a imitarse aquí. pues el espacio
en el barroco mexicano gustó de permanecer fiel a una tradicional cla-
ridad y rigidez, que recuerda la dispendiosidad volumétrica y el vado
monumental, característicos en México desde la época prehispánica.
España, por su parte, siguió fiel a su tradición espacial gótica y árabe,
con laberínticos interiores en donde sólo el recorrido por ellos aclara
la forma del monumento. Queda en España, sobre todo en sus iglesias-
salón, algo de mezquita y mucho de catedral gótica, cuando los nume·
rosos y enriquecidos apoyos marcan un ritmo, interrumpiendo la nitidez
espacial y el silencio de su volumen. Las catedrales de Cádiz y Granada
son testimonio de 10 anterior, con sus girolas curvas de innumerables
15 George Kubler, Arquitectura de los siglos XVII y XVIII. Ed. Plus Ultra. A~
Hispaniae. V-XIV. Madrid, 1957. Véase también como ejemplo de un caso raro en
México el estudio de Justino Fernández sobre la desaparecida Iglesia de Santa Brígida.
Publicaciones del 11 Congreso Internacional de Historia de América, t. IlI, pp. 438-454'.
Buenos Aires. 1938.
El análisis, tanto de las plantas como del espacio interior de los más representativoS
ejemplos del barroco italiano y centroeuropeo, ha conducido a la crítica moderna
a conclusiones exageradamente enfocadas al carácter o estilo dado por la estructura,
poniendo en lugar muy secundario, cuando no excluyente, a lo decorativo, por consi-
derarlo más, como un añadido que como el ingrediente arquitectónico del espacio
que es.
Así se llegan a limitar las múltiples posibilidades del estilo y se condicionan
sus expresiones con categóricas y excluyentes afirmaciones: "He aquí unos muros
levantados. Los unen las bó,'edas y una cúpula. Podría nacer una iglesia romántica,
una iglesia renacentista, pero no una iglesia barroca." Opinión de Pierre Charpentrat
en su. por lo demás. excelente libro dedicado al barroco y llevado dentro de la
mejor escuela actual de análisis crítico-arquitectónico. Pierre Charpentrat, Barroco,
Italia y Europa Central. Ed. Garriga. s_ A. Barcelona, 1964, p. 131.

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efectos de perspectiva. En México no hay una sola girola, ni siquiera en


las catedrales, y cuando una planta tiende a rematar en círculo, como
en Santa María la Redonda, éste es, simplemente, un ábside hinchado;
el espacio no circula, y no siendo un deambulatorio, el eje visual de la
nave permanece a la vista rectilíneo, sin fluidez, ni mucho menos con esé
ir y venir del espacio elíptico italiano 16 (lámina 9).
En la rigidez de las plantas mexicanas no hay escapatoria posible; la
frontalidad de la fachada y el eJe rectilíneo de ella, se continúan y corro-
boran en el interior; la fachada es el anuncio del remate final consti-
tuido por el retablo de fundo. Su frontalismo anticipa también la plani.
metría de los límites interiores, donde el eje principal es definitivamente
aprisionado y lanzado recta y directamente al retablo del fondo, por la
delimitación de los muros laterales, que severamente aprisionan la masa
espacial y definen sus límites y dimensiones. Una vez logrado ese efec-
to de nitidez espacial, puede venir cualquier irregularidad o añadido
secundario, pero ya no perturbará lo esencial del espacio y, así, el apa·
rente caos al añadir capillas o retablos laterales no afecta el sentido de
la básica unidad. Es digno de observarse que en nuestras iglesias es
frecuente advertir que no existe correspondencia ni simetría entre un
costado y otro del monumento; retablos de distinto diseño y dimensión
se encuentran frente a frente en las naves y cruceros, o bien, lo que es
más significativo, capillas que se abren en los costados invitando a pe-
netrar en ellas, sin que el lado opuesto se equilibre por igual. Lo ad-
mirable es, sin embargo, que el espacio esencial de la nave principal, no
se perturba. Está tan fuertemente asegurado el fiel de la balanza que no
resiente que se cargue alguno de los platillos (figura 7). Volviendo al
símil vegetal, la planta de nuestras iglesias barrocas tiene la austeridad y
rigidez de un cacto, un órgano o nopal, del que pueden brotar, o no,
-hijuelos en todo similares a él, pero que en casos de existir no hacen
sino complementarle y enriquecerle sin afectar su plenitud, y cuando
están ausentes, tampoco le hacen falta.
16 Angulo, refiriéndose al carácter general del barroco mexicano dice de él que:
"Siente placer en ver moverse lal! formas sobre una superficie. muy rara vez hun-
diéndoSe en la profundidad. No gusta de mqver los muros del edificio para ofrecemos
planos que, con su oblicuidad, confundan nuestro sentido de la orientación en el
espacio, y por eso procura que los muros se ajusten a la clara y sencilla trama de la
cuadrícula. El templo borrominesco de San Carlos en Roma resultaría tan anómalo
en México, a este respecto, COmo en la penimlUla. Como veremos. las plantas movidas
-de este tipo sólo adquieren carta de naturaleza, dentro de la arquitectura hispano-
americana, en el Brasil" Diego Angulo miguez, op. cit., vol. II, pp. 495-496.

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Fachada, nave y retablo, aunados por el eje rectilíneo y límites plani-¡


métricos, constituyen una unidad en sí, que es como un sol indepen~
diente, pero en torno al cual pueden gi~ar astros menores, las capillas~·
que también poseen su propia órbita de. distintas calidades y propor-
ciones a él sujetas, haciéndole corte y beneficiándose de él, pero sin afec-
tarle, ni a la unidad de su propio sistema, aunque eso sí, enriqueciéndolo.
Quien haya visitado iglesias tan mexicanas como el santuario de Atoto-
nilco, cerca de San Miguel Allende, o las del valle de Puebla, con su.
pintoresca irregularidad, o las grandes parroquias, con sus numerosas
adiciones, hechas por el tiempo, podrá darse cuenta precisa de lo dicho.
Todo lo contrario sucede en el barroco europeo, pues basta una ojeada
a sus plantas representativas para darse cuenta de su multidireccionali-
dad. El eje principal se fracciona y fuga lateralmente, lejos de encontrar
límites murales planimétricos que lo aprisionen o encaucen; éstos tienden
a desaparecer, 17 y la definida nitidez del volumen espacial, que entre
nosotros es tradicional y fue preservada por el barroco, en lo europeo
es intencionalmente esfumada 18 (lámina 10). Para ello, desde la planta
se buscó la fluidez, la flexibilidad, 19 que el barroco europeo llevó a
sus más caras y representativas exageraciones, sobre todo, en países
alejados de la clásica serenidad. 20 Pero aun en los más fantásticos y deli-
17 "Al límite del espacio le' falta d carácter de una terminación definida. El muro
está disuelto, la luz penetra a través de sus numerosas aberturas. El edificio ya no
está en relación con la tierra y la ley de gravedad parece en suspenso. Así también
el espacio carece de una pareja extensión: es movimiento, respira y vive." (Lo ante-
rior se refiere a la Iglesia de Peregrinación de Wies.) Hansseter Landolt, "El espacio
de la arquitectura barroca." Anales del Instituto de Arte Americano e Investigaciones
Estéticas, vol. 9, Buenos Aires, 1956, p. 57.
18 "Resulta que nosotros no podemos visualizar de un golpe la impresión espacial:
sólo podemos experimentarla gradualmente. A ello se agrega todavía que la com-
posición decorativa de las bóvedas no destaca las diferentes partes de las mismas.
sino por el contrario, confunde sus límites." (Se refiere a la iglesia de Peregrinación
de los ~atorce Santos en el Valle del Main, Franconia). Hansseter Landolt~ op. cit.,
p.60.
1P "El muro ondulado de invención de Borromini dio flexibilidad a la piedra,
transformó el muro pétreo en un material dúctil., El muro ondulado es el corolario
adecuado de los amplios espacios en el sistema de la planta. flexible.:' Giedioll•
Sigfrido, Espacio, tiempo y arquitectura. Ed. Científico-Médico. Barcelona,. 1961~
p. 113. 3' edición. .
20 "Romo siempre rehuyó los extremos. Bemini era napolitano, y Nápoles er~
española. Hay que dirigirse. pues, a España o Portugal. y desde luego a Alemani~
ai se quiere realmente sentir la emoción de los extremos. y de los excesos, El barro~
ca llegó tarde a estos países, pero fue acogido con gran fervor. No existen en Italia

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rantes ejemplos del barroco europeo no se llega a un caótico desorden,


y el sentido de unidad se salva gracias a una rigurosa simetría) tan
imprescindible allá como relativa aquí.
La inestabilidad y el intenso Ínovimiento del espacio europeo requiere
un perfecto equilibrio entre los elementos opuestos para evitar cualquier
irregularidad. no ya de ornamento, sino de masas y espacio. De otro
modo se rompería el equilibrio y se llegaría al desenfreno, donde no
cabe ya explicación racional posible, puesto que se entrará en el reino
de especulaciones puramente emocionales.

RETABLOS Y BÓVEDAS

, Es muy significativo el hecho de que en los libros donde se habla


del barroco europeo abundan las plantas de los edificios, para poder
aclarar la idea espacial, porque en aquel barroco el movimiento de las
plantas, por sí solo, explica y aclara en mucho la forma espacial que
sobre ellas actúa. N o sucede así en el barroco mexicano, donde las plan-
tas, por su estereotipada monotonía en la distribución y composición,
casi no dicen nada; en cambio es necesario ilustrar con fotografías o
dibujos los alzados para dar una idea del indescriptible hervor plástico
y del esplendor de este barroco (lámina 11). Lo anterior equivale a
decir que los planos verticales y los paños delimitadores llevan toda la
responsabilidad del estilo) principalmente los retablos y los estucos en
las bóvedas. Nuestro barroco comunica a través de ellos el espíritu del
estilo y, así, constituyen la voz y el idioma que acogió para expresarse,
ya que, sin ellos casi enmudece. Por esto es injusto el juicio tan frecuente
como despectivo de considerar que es un "barroco decorativo", como si
sólo hubiera sido una artesanía monumental, un juego o delectación
ornamental que no alcanzara la categoría de arte mayor y apenas el
decoro en lo "decorativo".
Es más comprensivo y lógico suponer que la voluntad formal de nues-
tro barroco escogió la sencillez espacial y la complicación decorativa
tomo ingredientes esenciales, a fin de compenetrarlos y fundirlos de
acuerdo con su peculiar gusto plástico y sus intenciones didáctico-
religiosas. A fin de cuentas no es un "arte por el arte" mismo, sino un
interpretaciones tan orgiásticas entre realidad y ficción como las que vemos en algu,-
nas iglesias españolas y en muchas del sur de Alemania, pertenecientes al siglo XVID.;·
Nikolaus Pevsner. Esquema de la. arquitectura europea. Ediciones Infinito. Buenos
Aires, 1957, p. 203.

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arte que busca trascenderse. Esa expresión del estilo, más a flor de piel
que contorsionando la estructura, bien la sintieron los neoclásicos en el
siglo XIX, a quienes les bastó arrasar los retablos dorados y rasurar los
estucos de las bóvedas para tener espacios claros y solemnes, acordes con
su intención clasicista. Bastó la sustitución de la ornamentación sim~
bólica barroca por otra, con el nuevo "buen gusto" neoclásico, para
cambiar el "rostro" aunque el esqueleto estructural haya permanecido.
En Europa se hubiera tenido que destruir toda la estructura, porque
desde la planta a la cúspide, todo es barroco y por ello la ornamentación
resulta con frecuencia superflua y hasta estorbosa, pues parece flotar
arrebatada en el remolino espacial y detenida sólo un momento en su
paso a una meta exteri0r; de allí el aspecto de cosa innecesaria o desin-
tegrada y, por consiguiente, superficial.
En México el ornato sobrecargado de los retablos, fachadas y bóvedas
se muestra, por el contrario, necesario, y, aunque parezca un contra~
sentido, trepa y se desarrolla en ordenado reposo, jamás se ve arrebatado
por el espacio, ni desprendido en inexplicable torbellino; por el con~
trario, crece y llena todo, pero siempre dentro de un equilibrio seguro
y rítmico.
Puede decirse que el barroco europeo se estremece desde sus cimien-
tos, que se agita desde la raíz, y que, por consecuencia, los muros y las
bóvedas viven en constante inestabilidad, delimitando un espacio en
expansión que desea liberarse de todo límite y que se hincha en forma
explosiva, alabea los muros y rasga las bóvedas, que ilusoriamente simu~
lan abrirse con malabarismos pictóricos y ornamentales. Es espacio que
se expande galácticamente, fugándose de su propio núcleo; es un barroco
esencialmente centrífugo, de limites convulsos tendientes a la indefi-
nición.
Por el contrario, nuestro barroco no se interesa por la agitación o el
movimiento estructural, por eso la falta de novedades constructivas u
originalidades de plantas, ya que con ese desinterés iba paralela una
falta de emulación entre los arquitectos "cultos" o artífices acreditados
por buscar hallazgos or:ginales; no se pretendían novedades constructi-
vas, sino un progresivo enriquecimiento emocional-religioso. Por eso tam-
poco molestaba ni se criticaba la monotonía de las plantas y así en cam-
bio, se aplaudía la "ínspiraila riqueza de las tallas" en las fachadas y
retablos. Es un barroco que tampoco se deleita en curvar los muros y ras-
gar las bóvedas, que no funde sus limites espaciales, ni pretende ilusiones
ópticas, sino, por lo contrario, busca la claridad y exactitud dimensional.

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La riqueza decorativa ("s empleada, no para fundir límites o confundir


elementos, sino para perfilar y denotar las distintas partes estructurales.
Basta contemplar, como prueba, el indescriptible desarrollo de los estu-
cos y las yeserías, sobre todo en Puebla y Oaxaca que, pese a su insupe-
rable y abigarrada riqueza, siempre perfilan, y hasta puede decirse que
con insistencia dibu jística, y ponen de relieve las diferencias entre los
distintos elementos arquitectónicos. El muro no se funde con la bóveda,
ni la pilastra con el arco, y hasta las partes secundarias están vigorosa-
mente marcadas como las aristas y lunetos (lámina 12). En Europa el
espacio se fuga, produce ilusiones de perspectiva. y se pintan "glorias"
que simulan infinita expansión; aquí, al espacio se le ponen y marcan
claros límites, y éste parece que retachara o se estrellara con estrépito
plástico en los espumeantes retablos y rugosas bóvedas; en esto estriba
el dramatismo de nuestros interiores.
Allá, espacio en fuga, aquí espacio a presión; así se explica la nece-
sidad de la cúpula que sirve de válvula de escape. El gótico, en su ele-
vación total, no necesitó de cúpulas, y el barroco típicamente euro-
peo, con su total expansión del espacio y el movimiento estructural,
hizo lo mismo 21 (lámina 10).
En México, de manera necesaria y obsesiva, aparecen las cúpulas;
embudo absorbente para esa presión interior del espacio, que sólo a
través de ellas logra eS<.apar, para subir, pero no en fuga, sino severa-
mente conducido a un término simbólico, representado por la alba palo-
ma del Espíritu Santo, que en ningún otro país ha encontrado tantas
linternillas-nido como en México. Esa necesidad de dar salida a la pre-
sión espacial explica también las extrañas cuanto características solu-
ciones de superposición de cúpulas, que se escalonan creando en su inte-
rior un cono irregular por el que asciende en espacio configurando
una especie de hueca pirámide polifacética, como sucede en los cama·
21 Hablando del interior de la iglesia de Viergehnheiligen o de "Los catorce Santos".
"Aquí, no obstante,· la cúpula, parte más importante del edificio, ha desaparecido.
En su lugar aparece la reunión de cuatrob6vedas de forma diversa (esférica y elip-
soidal): el coro, la nave y los dos cortos cruceros. La compenetración de los compli-
cados volúmenes de estas bóvedas requiere. el empleo de arcos de doble curvatura.
Las correspondientes curvas revelan el sistema en que los diferentes espacios quedan
enlazados.
. "No hay ninguna partícula de espacio que quede desintegrada del conjunto. La
necesidad de pasar desde; cada subdivisión a la otra sección del proyecto; que la
incluye, produce el efecto ·final de que todo el interior está en movimiento." Sigfrid9.
Giedion. op. cit., p. 134.

9&
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fines de las casas de Loreto, en Tepozotlán y S~n Miguel Allende, para


sólo citar dos casos representativos.
En plan comparativo diríamos que el espacio en el barroco europeo
tiende a la esfera, (lámina IS) mientras que en el mexicano al cubo
(lámina 14). Aquél es un espacio que gira o rueda expandiéndose en
torno a un centro. éste permanece sin girar, pero es vibrante, como una
masa líquida cuyo continente fuera golpeado y toda ella temblara, pero
sin moverse volumétricamente. En nuestro barroco cada fachada, cada
retablo, cada bóveda, tienen su vida propia, como animada por una
línea sin fin en el plano. El conjunto resulta una suma de remolinos
que agitan la superficie y presionan las márgenes, pero sin que la esta·
bilidad se destruya.
En el barroco europeo, sobre todo en los ejemplos de movimiento y
riqueza más enardecidas, en Amtria y Baviera, el espacio tiene un carác-
ter explosivo, como si la "caja mural" fuera impotente para sujetarlo
y todo parece o simula lanzarse al infinito, desgarrando las bóvedas
y resquebrajando los muros, que ondulan adquiriendo una textura pas-
tosa y una ductilidad que, con el ingrediente de la ilusión pictórica,
resulta evanescente en las bóvedas. Es un barroco transformista que a
medida que asciende del cimiento a las bóvedas, parece pasar por los
estados de la materia: sólido al contacto de la tierra, líquido en el
medio y gaseoso en las alturas. Así, por sobre pedestales y columnas
de perfiles aún recios, aún sólidos, los muros se alabean, los arcos cara-
colean, y el ornato, como espuma de un mar agitado, se revuelve entre
rocallas y florescencias que sugieren un medio acuoso, para que final-
mente, en la cúspide, todo acabe disolviéndose, por obra y magia de la
pintura, entre vaporosidades lumínicas agitadas por el revoloteo angé-
lico, apenas capaces de contener la muchedumbre de bienaventurados
en marcha al infinito (láminas 15 y 16).
Como reverso de la medalla de ese mundo extrovertido, nuestro bano-
co se mue$tra introvertido, pues tiende a la concentración; las estruc-
turas muestran una hermética y nítida cerrazón; lejos están de desgajarse
o abrirse al infinito, por el contrario, como cofres donde ordenadamente
se guardan tesoros fantásticos, aprisionan el espacio, impidiéndole que,
como en Europa, dilapide la riqueza ornamental. Al paso de los años y
con el avance del estilo, la ornamentación simbólica se va acumulando
y sedimentando para producir un fértil mundo interior autosuficiente,
un mundo de cara a sí mismo, introspectivo, que rumia teología y de

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ella se alimenta en esos jardines de mágicas arborescencias constituidos


por los retablos.
En el barroco mexicano el retablo es como un blanco cuyo centro
atrae el dardo de la atención; ahí converge todo, pues ahí está concen-
trado lo esencial; 22 el altar y el sagrario en la base, y un poco más
arriba, el nicho con la imagen venerada, quedan de tal manera entro-
nizados, que el resto es como un gran dosel o marco, y la imaginería y la
ornamentación, ya sea vegetal o geométrica, acude múltiple, esplen-
dorosa y reverente a rendir pleitesía a ese centro gravitacional.
N ada se aleja sino que, por el contrario, se coordina y dirige hacia
el retablo, y aunque éste se despliega a lo ancho y a lo alto, no rebasa el
plano límite que le ha sido marcado. Al respetar sus propios limites
y conservar su unidad individual, el retablo adquiere, por consiguiente,
autonomía, es una obra en sí aunque se incorpore a un conjunto; no es
tampoco un fragmento de ornamentación, entendido éste como algo aña-
dido o a lo más complementario, sino que es un ingrediente arquitectó-
nico necesario para que la obra adquiera su defintivo carácter artístico
y simbólico y no quede en simple construcción (lámina 17).
El retablo es como el soplo de vida para la expresión de carácter de
nuestros espacios barrocos. Es generador de energía que rompe la serena
mudez del espacio haciéndole vibrar y comunicándole ese característico
vigor capaz de sacudirnos emocionalmente. Es distinto, aunque equi-
valente, al arrebato que nos produce el espacio del barroco europeo, y
hay que insistir en que existe una diferencia sutil, pero clara, entre
la sensación de arrebato y la de sacudimiento. El arrebato sugiere arran-
que, desprendimiento, ruptura, alejamiento, fuga... como en lo euro-
peo; la sacudida: fuerza, presión, detención, aprisionamiento... como
en lo mexicano.
La serie de circunstancias religioso-sociales y culturales hicieron que
el barroco en Europa se realizara centrífugamente, en tanto que al
~2 "Ya sabemos 10 sencill.:> que relativamente fue Churriguera en la piedra y los
desnudos que (también relativamente) fueron los barrocos en sus interiores, salvo
concentraciones de decoración siempre polarizadas en puntos determinados. El periodo
siguiente, el rococó, fue más cálido y abundante en cuanto al adorno interior que el
barroco. Una reforma rococó e incluso neoclásica dentro de un templo barroco,
siempre es más distraída, policroma y juguetona que el propio interior barroco."
A. Garda Bellido, Estudios del barroco español. Avances para una monografia de los
Churrigueras. Archivo Español de Arte y Arqueología núm. 17. Madrid, mayo-agosto.
1930.

H~)
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pasar a América por el tamiz de España, se concibe én forma esencial·


mente centrípeta.
Allá es barroco de lucha, aquí barroco de meditación; justamente
por eso Weisbach 28 le llama al europeo "arte jesuítico", de contrarre-
forma; en cambio, aquí la lucha es interior, no trata de rebatir, ni de
presentar batalla, sino de profundizar en lo aceptado.
Allá es polémico~ aquí didáctico; aquél con su actividad, su movi·
miento, su anhelo y gusto por las "glorias", sugiere la iglesia militante;
éste, con su rigidez, su inmovilidad, su celo dogmático, su monólogo
formal, y su imagineriJ. poblada de místicos, ascetas y sobre todo de
mártires, sugiere la iglesia purgante. Así. ambos son distintos, pero com-
plementarios, configuran los dos rostros de la moneda barroca cuyo
fin es la adquisición del último y máximo valor: la salvación, sintetizada
en el concepto de la iglesia triunfante.

CONCLUSIÓN

Las observaciones hechas sobre el sentido espacial del barroco mexi·


cano se pueden hacer extensivas a las demás posesiones españolas de
América, pues sólo relativamente se puede hablar de originalidades
absolutas entre ellas; hay en todos estos países un indudable común deno-
minador espiritual que loS liga y que se expresa culturalmente de manera
muy enfática en el arte barroco.
Si en la época prehispánica las relaciones en el Continente eran esca-
sas, o si posteriormente a la independencia de los países americanos se
ha caído en aislamientos nacionalistas, en la época de la dominación
española la unidad espiritual fue asombrosa; virreinatos, capitanías y
audiencias fueron como los dedos de una mano, todos distintos en tama-
ño e importancia, y aun con funciones diferentes, pero siempre obe-
deciendo a un impulso común. Objetiva o materialmente, nada lo prueba
con tanta claridad como el esplendoroso barroco, "la expresión por
excelencia" de Latinoamérica, según opinión de varios investigadores.
Así como la comunidad europea produjo el arte gótico, cuando aquello
se llamó simplemente "la cristiandad", América produjo su barroco
cuando las fronteras no eran aún el rompecabezas actual y cuando el
denominador común era "las Indias".
23 Weisbach Werner. El barroco, arte de la contrarreforma. Espasa Cal pe, S. A
Madrid, 1948.

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Miembro capital de este cuerpo fue la Nueva España y por eso al:
hablar aquí del barroco mexicano y sus características espaciales, sin
afán nacionalista, tenemos siempre en la mente la .hermandad y seme-
janza con el resto del barroco americano, de la que sólo escapa del tema
tratado, por circunstancias históricas y raíces culturales peculiares, el
área brasileña.
Con base en las comparaciones que acerca del arte barroco se han
hecho en este trabajo, podemos sintetizar nuestras reflexiones conforme
al esquema siguiente:

EL BARROCO EN EUROPA EN AMtRICA

Plantas: Curvilíneas Rectilíneas


Fachadas: Convexas y polifacéticas Cóncavas y planimétricas
Muros: Curvos Planos
Cubiertas: Indefinición ilusionista Definición estructural
Ejes: Variedad direccional U nidad direccional
Composición: Simetría constante Asimetría frecuente
Volúmenes: Esférico Cúbico

EL ESPACIO

Perspectivas : Divergentes Convergentes


Límites: Ondulantes Vibrantes
Carácter: Centrífugo Centrípeto.

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