Thapar (Tempo Cíclico e Tempo Linear Na Índia Antiga)
Thapar (Tempo Cíclico e Tempo Linear Na Índia Antiga)
Thapar (Tempo Cíclico e Tempo Linear Na Índia Antiga)
Romila Thapar es licenciada por la Universidad del Punjab y doctora por la Universidad de Londres. Ejerció de
profesora adjunta en la Universidad de Delhi y después en la Cátedra de Historia de la India Antigua de la Universidad
Jawaharlal Nehru de Nueva Delhi, en la que ahora es profesora emérita de Historia. Además, es miembro honorario del
Lady Margaret Hall (Universidad de Oxford) y ha ejercido de profesora invitada en las universidades de Cornell y
Pensilvania, así como en el Collège de France (París). Entre sus publicaciones destacan: Asoka and the Decline
of the Mauryas; Ancient Indian Social History: Some Interpretation; From Lineage to State; History
and Beyond; Sakuntala: Texts, Readings, Histories; y Cultural Pasts: Essays on Indian History, junto con
un libro para niños titulado Indian Tales.
L
as ideas heredadas de los dos últimos siglos atribuyen a la tradición india una concepción
exclusivamente cíclica del tiempo. En contraste con el tiempo básicamente lineal de la
civilización europea, el tiempo indio consistiría en una repetición infinita de ciclos, cosa que
también lleva implícita la idea de que el tiempo cíclico excluye todo sentido de la historia. Ello
contribuyó a la teoría de que la civilización india era ahistórica por naturaleza. La conciencia histórica,
se postulaba, requería que el tiempo fuera lineal y se moviera como una flecha entre el origen y una
conclusión final escatológica. Los conceptos del tiempo y el sentido de la historia, por consiguiente,
estaban entrelazados.
Los primeros estudiosos europeos que trabajaron sobre la India buscaban crónicas históricas del
subcontinente bebiendo en fuentes sánscritas, pero no supieron encontrarlas. La excepción a esta regla,
según se decía, era el Rajatarangin de Kalhana, una historia de Cachemira escrita en el siglo XII. Se trata
en efecto de una asombrosa historia premoderna de la región, que, sin ser un ejemplo aislado (pues este
género está presente en otras crónicas regionales), sí es el más notable. Los demás no fueron tenidos en
cuenta, quizá porque los círculos de eruditos europeos los conocían menos o acaso porque el hecho de
caracterizar a la civilización india por la falta de conciencia histórica hacía tanto más necesario que esa
historia fuera “descubierta” gracias a las investigaciones de los estudiosos que dieron en llamarse
orientalistas.
Se afirmaba que el tiempo circular de la India, que se repetía incesantemente y carecía de puntos
que señalaran con claridad principio y final, impedía distinguir entre mito e historia y negaba la
posibilidad de acontecimientos únicos, requisito indispensable para que exista algún tipo de visión
histórica. Ello reducía al mínimo la importancia de las actividades humanas. Se decía que la elaboración
del ciclo era una fantasía numérica destinada a subrayar el carácter ilusorio del universo. Tampoco había
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la menor tentativa de postular que la historia avanzara hacia la meta del ‘progreso’, una idea de
importancia capital en la Europa decimonónica. En el presunto descubrimiento del pasado de la India,
la investigación seguía partiendo de las premisas intelectuales propias de la Europa del momento.
Según tales premisas, Asia, y especialmente la India, no eran sólo distintas de Europa sino
básicamente su opuesto. Asia era ‘la otredad’ de Europa. Mientras Karl Marx y Max Weber buscaban
paradigmas muy diferentes para comprender la estructura de la economía política asiática o la función
de la religión en Asia, otros pensadores de menor entidad (pero influyentes en ciertos sectores), como
Mircea Eliade, hablaban del concepto indio del tiempo como del mito del eterno regreso de los ciclos
temporales, con lo que la historia quedaba excluida.
Al margen de todo lo dicho, el tiempo era tan necesario para la creación de la cosmología y la
escatología como lo era un calendario para la cronología histórica. La existencia de una cronología
histórica y de un sentido de la historia que, según algunos sostenemos ahora, aparecen claramente en
los textos indios, significa que en realidad había por lo menos dos conceptos del tiempo: uno cíclico,
presente sobre todo en la elaboración de la cosmología; y otro lineal, observable con claridad en las
fuentes que, según la antigua tradición india, guardaban relación con el pasado.
Deseo postular aquí no sólo que había dos conceptos del tiempo diferenciados, como el cíclico y
el lineal, sino también que no eran paralelos ni independientes entre sí. Quiero insistir además en que
había conciencia de la función de cada uno de ellos y en que, en los puntos de intersección entre
ambos, se producía un enriquecimiento mutuo del pensamiento. Trataré de ilustrar este extremo
describiendo el uso de los tiempos cíclico y lineal en la India antigua, a menudo simultáneo pero fruto
de percepciones e intenciones distintas. A veces esas dos formas coincidían en un punto de tal manera
que se potenciaba el significado de una y otra. Como historiadora, mi planteamiento consiste en
estudiar esas formas e intersecciones a través de los textos ligados a la percepción del pasado.
El concepto del tiempo puede verse influido por su medición en calendarios. Los cambios
estacionales, y por lo tanto paisajísticos, traían aparejada una forma ‘terrenal’ de cálculo del tiempo. Los
héroes del clan Kuru que aparecen en textos del primer milenio a.C. realizan incursiones para robar
ganado en la estación seca y regresan con los rebaños capturados justo antes de que empiecen las
lluvias. La medida del tiempo por estaciones favorecía también lo que cabría denominar el tiempo
ritual. Los ritos domésticos eran sobre todo los de paso, pero el clan solía congregarse para celebrar
complejos ritos estacionales. El altar de sacrificios simbolizaba el tiempo, y el ritual venía a marcar la
regeneración por el propio paso del tiempo.
Paralelamente a esas formas de cálculo temporal había un sistema más exacto que requería elevar
la mirada al cielo y se fundaba en la observación de los dos cuerpos celestes más conspicuos, el sol y la
luna, y también de las constelaciones. A mediados del primer milenio a.C., esas observaciones
proporcionaban la escala del día lunar (el tithi, a su vez con múltiples subdivisiones: los muhurtas), las
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quincenas (pakshas) marcadas por la luna llena y la luna nueva y el mes lunar (o masa). Pero los
intervalos más largos delimitados por los solsticios (uttarayana y dakshinayana) se basaban en el recorrido
del sol. La combinación de los calendarios lunar y solar se refleja en los cálculos que hasta el día de hoy
marcan la fecha de la mayoría de los festivales.
Algunos cambios son fruto de los contactos con la astronomía helénica, alentados por la
contigüidad entre el reino indio y el helénico en el noroeste del subcontinente. Las estrechas relaciones
comerciales por vía marítima entre la costa occidental de la India y los puertos del Mar Rojo y la ribera
oriental del Mediterráneo aportaron también conocimientos procedentes del arte de navegar. En
Alejandría, lugar de gran efervescencia en ese terreno, también se conocían las teorías indias. Los
estudios helénicos sobre astronomía y matemáticas fueran traducidos del griego al sánscrito.
El astrónomo indio Varahamihira, que vivió a mediados del primer milenio d.C., señaló que los
griegos, aunque inaceptables desde el punto de vista de la sociedad de castas, merecían no obstante el
mayor respeto como videntes (rishis) por sus conocimientos de astronomía y astrología. Es interesante
destacar que, un par de siglos más tarde, estudiosos indios residentes en la corte bagdadí de Harun-al-
Rashid llevaron a los árabes la matemática y la astronomía indias, entre cuyos logros más destacados
suelen mencionarse la numeración india y el concepto del cero.
Por aquel entonces, la astronomía india incorporaba cada vez más el movimiento de los planetas
y el cálculo solar.
Para integrar esos cambios hacía falta una medida de tiempo lo suficientemente amplia, lo que
llegó con la adaptación de la idea de yuga. Aunque al principio correspondía a un ciclo de cinco años, la
noción de yuga se fue ampliando progresivamente hasta cubrir lapsos de tiempo inconmensurables. El
término, procedente del verbo “yoke”, remite a la conjunción de cuerpos planetarios. El yuga iba a
convertirse en la unidad del tiempo cosmológico y cíclico. Quienes extendieron el tiempo cíclico
utilizaban cifras colosales, deseosos quizá de impresionar a su público.
El más largo de esos periodos era con mucho la kalpa, infinita e inconmensurable, que se inicia
con la creación y se prolonga hasta el cataclismo final que destruye el mundo. ¿Y cómo se calculaba tal
cosa? En ciertos casos se representa la kalpa con referencias espaciales, describiéndola de tal modo que
es imposible aprehenderla en términos temporales. Resulta interesante que a menudo se trate de fuentes
ligadas a círculos que la ortodoxia brahmánica tachaba de heréticos. En un texto budista aparece la
siguiente descripción: si hay una montaña en forma de cubo de aproximadamente tres millas de arista, y
si una vez cada cien años viene a rozar su superficie un pañuelo de seda (suspendido según algunos del
pico de un águila que la sobrevuele), una kalpa será el tiempo necesario para erosionar esa montaña. La
descripción que figura en un texto de la secta Ajivika resulta igualmente desmesurada: si hay un río que
es ciento diecisiete mil seiscientas veces mayor que el Ganges, y si cada cien años se retira un grano de
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arena de su lecho, el tiempo requerido para vaciarlo de arena sería una unidad de tiempo, y una kalpa
correspondería a tres mil de esas unidades.
Aunque la idea recurrente de “cada cien años” introduce una dimensión temporal manejable a
escala humana, la imagen es fundamentalmente espacial, y afirma la imposibilidad de medir semejante
infinitud casi hasta el punto de negar el tiempo. La duración de una kalpa es una transgresión deliberada
del tiempo, concebida por quienes eran conscientes del tiempo histórico. En sentido estrictamente
literal, el pañuelo de seda no habría tardado en deshilacharse. Por otra parte, ¿quién sería capaz de
vaciar de granos de arena el lecho de un río en movimiento?
Algunos astrónomos de la época, sin embargo, lejos de concebir el tiempo como algo infinito,
proponían una duración concreta de la kalpa: cuatro mil trescientos veinte millones de años, cifra que
iba a aparecer en más de un contexto. Según una teoría más relacionada con la astronomía, las
matemáticas y la cosmología, el tiempo debía medirse por los grandes ciclos, o mahayugas. Esta era una
de las teorías del tiempo cíclico frecuentes en los textos brahmánicos. Existe pues un punto de contacto
entre la cosmología y la astronomía en cuanto a las cifras utilizadas para describir la duración de las
edades y los ciclos, aunque no está claro si los astrónomos las tomaron prestadas de los creadores del
tiempo cíclico o si fue a la inversa. Tal vez la cosmología tratara de ganar en legitimidad recurriendo a
los guarismos utilizados por los astrónomos. Las diferencias entre ambos campos quedan claras al
observar las cifras, distintas de las anteriores, que iban a manejar astrónomos posteriores.
Cada mahayuga o gran ciclo constaba de cuatro ciclos menores, los yugas, que eran de duración
desigual. El patrón con que está configurado el mahayuga y en el que se sostiene la teoría cíclica parece
apuntar a algún tipo de agente superior. Una teoría afirmaba que el universo está regulado por el
tiempo. Las cuatro edades o yugas se sucedían en el orden siguiente: el primer yuga era Krita o Satya,
consistente en cuatro mil años divinos encajados entre dos periodos crepusculares de cuatrocientos
años cada uno; después venía Treta, yuga de tres mil años también precedido y seguido de periodos
crepusculares de trescientos años; a continuación llegaba Dvapara, de dos mil años de duración, con
sendas fases de penumbra de doscientos años; y por último Kali, cuyos mil años se abrían y cerraban
con cien años de transición. Todo ello suma doce mil años divinos, que deben multiplicarse por 360
para obtener la cifra correspondiente en años humanos. Un gran ciclo dura, por lo tanto, 4.320.000
años de los nuestros.
Se trata de un juego en torno al número 432, que va aumentando con la adición de ceros. ¿Fue
esta fantasía numérica fruto del entusiasmo de haber descubierto los usos del cero por aquel entonces?
Tal vez el concepto de ciclo haya reforzado la idea de la reencarnación incesante del alma (karma y
samsara), creencia frecuente en muchas sectas religiosas. El nombre de las cuatro edades fue tomado del
de otras tantas jugadas de los dados, cosa que introduce un elemento de azar en el tiempo. La edad de
Kali, que es la actual, corresponde a la jugada perdedora. Se calcula que empezó en una fecha
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equivalente al año 3102 a.C., y como sólo han pasado 5.000 de los 432.000 años humanos que va a
durar, nos queda por delante un larguísimo futuro de decadencia antes de llegar al cataclismo final. A
guisa de escala se nos dice también que una vida humana dura lo mismo que una gota de rocío en la
punta de una brizna de hierba al amanecer.
Tras la progresión aritmética descendente en la duración de los cuatro ciclos se adivina la
tentativa de instituir un sistema numérico ordenado. Hay cifras que se consideraban mágicas, como el
siete, el doce o incluso el cuatrocientos treinta y dos, como ocurre en otras culturas contemporáneas.
Los ciclos, al no ser idénticos, dejan margen para nuevos acontecimientos. Dada la diferencia de
duración, los hechos no podían repetirse con exactitud, y por lo tanto un suceso podía ser único. El
círculo no regresa al punto de partida sino que avanza hacia el siguiente círculo, que será algo más
corto. Esta concatenación de círculos podría estirarse hasta dar lugar a una espiral, una onda o incluso
una línea no muy recta. Cabe preguntarse pues si habría que verlos como ciclos o más bien como
edades.
La duración decreciente de las edades no respondía simplemente a la voluntad de seguir un
patrón matemático. Se dice también que corre paralela a una decadencia del dharma, u orden social,
ético y sacro de la sociedad definido por la casta superior, que es la de los brahmanes. El primero y más
largo de los yugas correspondía, en sus inicios, a la edad de oro, pero el paso del tiempo se acompaña de
un progresivo deterioro cuyo corolario es la decadente edad de Kali. Los signos de la degeneración son
fácilmente perceptibles: el matrimonio deviene necesario para la procreación, pues hombres y mujeres
dejan de nacer como parejas adultas; el cuerpo humano empieza a acortarse y reducirse; la longevidad
mengua drásticamente; se hace necesario trabajar; y menudean herejes y viciosos. En el concepto del
tiempo de muchas otras culturas aparecen descripciones similares aplicadas a las épocas de decadencia.
El declive del dharma se compara con un toro que se sostiene sobre cuatro patas al principio y va
perdiendo una en cada edad. Hay pues un cambio sustancial de una edad a la siguiente.
Para recalcar la decadencia inherente a la edad de Kali también se describe la progresiva inversión
del régimen de castas que rige las normas sociales. Las castas inferiores asumirán el rango y las
funciones de las superiores, hasta llegar al extremo de celebrar ritos que antes les estaban vedados.
Aunque se trata en parte de una profecía, también está latente el miedo a que la inestable coyuntura
actual acabe subvirtiendo el orden vigente. De ahí que los reyes, que no pertenecen a la kshatriya (casta
aristocrática) sino que son de origen más oscuro, muchas veces de la casta inferior de los shudras o
incluso ajenos al sistema de castas, puedan acceder con facilidad a la categoría superior. Se les llama
kshatriyas degenerados, pero ello no merma un ápice su autoridad. Un desastre aún mayor advendrá
cuando las mujeres empiecen a emanciparse. Tal cosa también erosionará la sociedad de castas, cuya
supervivencia exige la subordinación de la mujer. Será, en efecto, el mundo al revés. Parte de la lógica
del tiempo cíclico es que en cada ciclo haya vaivenes hacia arriba y hacia abajo. El retorno a la edad de
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oro exige que se cierre el ciclo y que ello ocurra en condiciones diametralmente opuestas a lo que sería
la utopía.
Cuando la decadencia se agudice los fieles huirán a las colinas y esperarán la llegada del brahmán
Kalkin, considerado la décima reencarnación de Visnú, quien restaurará las normas de la sociedad de
castas. El de Kalkin es un concepto paralelo al del advenimiento del último Buda, Maitreya, llamado a
salvar la auténtica doctrina de la desaparición y a restablecer el budismo. Resulta interesante que
muchas de esas figuras salvadoras surjan o despierten renovado interés a principios de la era cristiana,
cuando los sistemas de creencias que las alumbran (vaisnavismo, budismo, zoroastrianismo y
cristianismo) están en íntimo contacto unos con otros en el territorio que va desde la India hasta la
ribera oriental del Mediterráneo.
El del Kaliyuga era un concepto recurrente en fuentes muy diversas, pero los detalles de la teoría
cíclica vienen expuestos en textos concretos, entre otros el gran poema épico Mahabharata, cuya versión
más antigua data del primer milenio a.C., el código de deberes sociales y obligaciones rituales conocido
como Dharmashastra de Manu, escrito en los albores de la era cristiana, y los puranas, textos religiosos
más accesibles y populares de los primeros siglos d.C. En las obras épicas, las teorías del tiempo cíclico
figuran en las secciones que en opinión general fueron agregadas por brahmanes en algún momento
posterior, cuando la épica se convirtió en literatura sacra. Los autores de los dharmashastras también eran
brahmanes. Aunque se dice que muchos de los puranas son obra de bardos, en la práctica también
fueron retomados y corregidos en buena medida por manos brahmanes. Existe pues una autoría común
que sustenta esas ideas.
El vínculo historiográfico con las teorías modernas reside en el hecho de que esos fueran los
textos analizados y traducidos por orientalistas como William Jones, Thomas Colebrooke o
H.H.Wilson, estudios alentados con el propósito de ayudar a los británicos a entender mejor las leyes,
credos y usos precoloniales y también de investigar el pasado de la India. Ahora bien, dada la
importancia que se otorgó a esos textos desde el principio, la descripción del tiempo cíclico que en ellos
figura vino a ser considerada la única forma de cálculo temporal existente en la India. Es comprensible
que James Mill no viera en las concepciones indias del tiempo más que la pretensión de remontarse a
un origen muy antiguo, pero más difícil resulta entender que H.H.Wilson no tuviera en cuenta el
modelo lineal de tiempo que aparece por ejemplo en el Visnú Purana, obra que no sólo estudió
exhaustivamente sino que también tradujo.
En el detallado relato de los acontecimientos del Kaliyuga que ofrece el Visnú Purana aparecen
varias clases de tiempo lineal. El capítulo vamsha-anu-charita consiste en una serie de genealogías y listas
de linajes dinásticos. Las genealogías se refieren a jefes de clan, calificados de kshatriyas, y abarcan un
centenar de generaciones. No conviene tomarlas al pie de la letra sino más bien interpretarlas como
representaciones del pasado. La palabra utilizada para designar un linaje es vamsha, nombre que se da al
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bambú y otros tipos de caña y que brinda una analogía simbólica elocuente y a todas luces adecuada,
pues las cañas crecen por segmentos, cada uno de los cuales brota de un nódulo. Las imágenes insisten
en el carácter lineal, expresado en lo que cabría llamar “tiempo generacional”, correspondiente a la
sucesión de generaciones. Esta forma de rememorar el pasado data de los primeros siglos d.C. y, según
se sabe, fue utilizada para malear los derechos y la condición de gobernantes ulteriores invocando
pretendidos vínculos dinásticos.
Hay sin embargo soluciones de continuidad. Existen marcadores temporales que separan entre sí
las categorías de tiempo generacional. El primero de ellos es el gran Diluvio que anegó el mundo y que
forma la bisagra entre el periodo pregenealógico y la sucesión de generaciones de jefes clánicos. Cada
uno de los gobernantes de la edad antediluviana regía los destinos de la gente durante muchos miles de
años. Al subir las aguas, el dios Visnú, encarnado en un pez, se aparece al caudillo Manu y le ordena
construir un barco, que después atará a su cuerno y remolcará en plena galerna hasta dejarlo a salvo en
el Monte Meru. Cuando amaina el temporal, Manu sale del barco y engendra el linaje de cuantos
nacerán para formar los clanes gobernantes. La idea del Diluvio se menciona por primera vez en un
texto de aproximadamente el siglo VIII a.C. y ulteriormente está desarrollada en los puranas. Su
marcado paralelismo con los mitos mesopotámicos lleva a pensar que puede tratarse de una adaptación.
Después del Diluvio se elaboran las supuestas genealogías de los antiguos héroes o kshatriyas. La
sucesión de generaciones se divide en dos grupos cuya denominación respectiva alude al sol y la luna,
simbolismo de dualidad y eternidad frecuente en los mitos, el yoga, la alquimia y muchos otros ámbitos.
Las líneas solar y lunar marcan sendos modelos de linaje. En el solar, o Suryavamsha, prima el hijo
mayor y se registra únicamente la línea constituida por los primogénitos. El patrón genealógico forma
líneas paralelas verticales. En la obra épica Ramayana las familias de alto rango pertenecen al linaje solar.
El lunar, o Chandravamsha, forma un sistema segmentario cuyas líneas genealógicas se abren en
abanico porque todos los hijos, reales o supuestos, así como sus descendientes, figuran en él. La ventaja
de este tipo de sistemas segmentarios es que pueden integrar más fácilmente en una genealogía a grupos
diversos, agregándolos a los ya existentes. Este es el modo en que está estructurada la sociedad en la
otra gran obra épica, el Mahabharata.
El linaje solar se va extinguiendo poco a poco, pero las personas de ascendencia lunar convergen
en el segundo marcador temporal, la famosa guerra supuestamente librada en el campo de batalla de
Kurukshetra, cerca de Delhi, y descrita en el Mahabharata. Prácticamente todos los héroes de la época
participan en la gran batalla, y de muchos de ellos nunca más se supo. Dicen las crónicas que aquella
guerra puso fin a la gloria de los antiguos héroes y a la aristocracia kshatriya. En la representación del
pasado, la guerra marca la transición entre la edad de los héroes y la siguiente, que es la dinástica. Signo
inequívoco de cambio es que la crónica pasa de ser narrada en pasado a serlo en futuro y a revestir un
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carácter profético, con lo que entra en juego la astrología, especialmente apreciada en círculos
cortesanos.
En mi opinión, las genealogías que integran el tiempo generacional corresponden al modelo lineal
del tiempo. Los textos adscritos a lo que se llama la tradición histórica (itihasa purana) pretenden
describir el pasado “tal como era”. El Diluvio parece separar el tiempo mítico del tiempo histórico. Hay
un claro comienzo después de ese evento, y también un claro final con la guerra. La flecha del tiempo
atraviesa imperturbable las generaciones hasta alcanzar el campo de batalla. El hecho de que las listas
genealógicas puedan ser en parte inventadas (como ocurre con todas las listas de ese tipo) no es muy
importante, pues es la percepción de la forma del tiempo lo que es lineal. Ello resulta aún más obvio en
el siguiente capítulo, donde se describen las dinastías que gobernaron buena parte de la India
septentrional.
En esa sección del Visnú Purana la narración se limita en gran parte a una lista de nombres de
gobernantes, acompañados a veces de un escueto comentario. En ocasiones se mencionan los años de
reinado, hecho que subraya aún más la concepción lineal del tiempo. A diferencia de las familias de
kshatriya del capítulo anterior, las dinastías no guardaban entre sí vínculos de sangre y rara vez
pertenecían a la supuesta casta de los reyes (la kshatriya). En la práctica, el oficio de gobernar parece
abierto a cualquier casta, en lo que constituye un nuevo ejemplo de la subversión propia del Kaliyuga.
El nombre de dinastías y gobernantes se ve confirmado a veces por otras fuentes, como las
inscripciones que tanto empiezan a menudear.
El capítulo de los puranas donde se describe la sucesión de gobernantes trae aparejados, en
definitiva, tres tipos de tiempo. Para aludir a los gobernantes antediluvianos (los Manus) se emplea lo
que cabría llamar tiempo cosmológico, que va incluso más allá de los grandes ciclos. En la práctica, esta
es una forma de remontarse al tiempo antes del tiempo, a una época distante de los otros dos referentes
temporales de dimensión más humana (genealogías y dinastías), con los que empieza a surgir lo que
convencionalmente se considera la historia. Es posible que esta mudanza al tiempo histórico se
acompañara de otra forma de cálculo temporal ligada más estrechamente a la historia: la creación de las
eras.
Tal vez el uso de una era en particular, samvatsara, relacionada con la historia cronológica,
obedeciera a la conciencia de un mayor poder político localizado en la corte real. Las inscripciones más
antiguas son las del emperador Asoka de la dinastía de los Mauria, que gobernó en el siglo III a.C.
Están fechadas en años de reinado contados a partir del momento de la subida al trono. El comienzo
de la era más antigua corresponde a la muy utilizada era Krita (58 a.C.), denominada más tarde Malava
pero conocida popularmente como Vikrama. Mucho se ha debatido acerca de su origen, que los
expertos coinciden actualmente en vincular con Azes I, un monarca relativamente intrascendente. Su
asombrosa continuidad hasta el presente parece apuntar a la existencia de referentes más poderosos que
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el simple acceso al poder de un rey menor, pues las eras suelen caer en desuso al declinar una dinastía.
Es posible que hubiera un nexo con la astronomía, dado que la ciudad de Ujjain, por donde pasaba el
meridiano de referencia para calcular la longitud, se encontraba en el territorio reivindicado por los
malavas.
El inicio de las eras subsiguientes, en cambio, vendrá siempre marcado por un acontecimiento
histórico, como ocurre con las eras Shaka (año 78 d.C.), Chedi (años 248-249), Gupta (319-320),
Harsha (606) y tantísimas otras. Muchos de sus iniciadores eran al principio reyezuelos de poca monta
que a la larga consiguieron fundar vastos reinos. La era Chalukya-Vikrama (1075 d.C.) fue utilizada
como símbolo de prestigio para legitimar no sólo las aspiraciones hegemónicas del rey Vikramaditya VI
de la dinastía chalukya, sino también su usurpación del trono. La creación y el abandono de eras se
convirtieron en actos de afirmación política, o dicho de otro modo: la continuidad de una era entraña la
continuidad no sólo del calendario sino también del recuerdo de lo que esa era representa. La ideología
implícita en el hecho de iniciar una nueva era es materia digna de estudio por parte de los historiadores.
Los sucesos ligados a la historia dinástica no eran el único motivo para iniciar una nueva era. En
el mundo budista se hizo frecuente el cálculo del tiempo basado en el año de la muerte del Buda (el
maha-pari-nirvana), que en general se situaba en el 486 ó 483 a.C. Últimamente, sin embargo, algunos
expertos han cuestionado ese cálculo y agregado unos cuantos años, a veces incluso un siglo, a la fecha
de referencia. Lo importante sin embargo es que los eventos descritos en textos budistas, por ejemplo
cónclaves religiosos, creación de monasterios, subida al trono de reyes y otros de parecida índole,
suelen situarse en el tiempo en relación con la muerte del Buda, a la que se asigna una fecha concreta y
definitiva.
El prurito de exactitud temporal e histórica de las crónicas budistas se manifiesta en el hecho de
que recojan y describan lo que consideran sucesos históricamente importantes, por ejemplo: la historia
de la orden budista o sanga que arranca con el fundador histórico, Gotama Buda; las relaciones entre la
orden budista y el estado; la fundación de sectas disidentes y los acontecimientos que llevaron a ello; las
actas de donación de tierras o bienes o de inversiones; y asuntos relativos a la disciplina monástica.
Todo ello guarda vínculos diversos con el tiempo lineal. El calendario budista, en suma, remitía a lo que
se consideraban eventos de la vida del Buda y la historia de la orden. No obstante, la base lineal de la
cronología budista se yuxtaponía a la idea de los ciclos temporales, que no eran los mismos que en los
puranas pero sí igual de complejos. Ese rasgo no era exclusivo del budismo: los centros jainitas del
primer milenio d.C. mantenían anotaciones semejantes. Ello supone la existencia de historias diversas
que, para resultar legítimas, debían ser hasta cierto punto coherentes. No siempre, desde luego, estaban
destinadas a una interpretación literal, y hoy en día ni siquiera se plantea tal posibilidad: al contrario, es
preciso descodificarlas mediante el lenguaje social y culturalmente predominante de la época.
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El tiempo histórico es un requisito previo para lo que hoy se consideran los “anales de la historia
antigua de la India”: se trata de inscripciones dictadas por una serie de gobernantes, funcionarios y otras
personalidades. A menudo relatan, aunque sea brevemente, la historia cronológica y secuencial de una
dinastía. A veces eran documentos jurídicos que daban derechos sobre tierras y constituían la prueba de
una escritura de propiedad. El hecho de fechar con precisión un documento le confería más autoridad y
autenticidad. La donación de tierras o bienes a una instancia religiosa debía tener lugar en el momento
más adecuado o prometedor para que redundara en mayor mérito del donante, momento que
determinaba escrupulosamente un astrólogo y se hacía constar en la inscripción que daba fe del acto de
donación. En otros tipos de donaciones también se consignaban las fechas exactas. Gracias a esta
precisión podemos calcular la fecha de las inscripciones y su equivalente en el calendario gregoriano.
Gran parte de la cronología histórica de la India antigua reposa en el cálculo de esas fechas,
cuidadosamente analizadas por indólogos. Pero curiosamente nunca ha habido mucho interés por
trascender la estricta cronología y deducir las concepciones del tiempo que subyacían a tales sistemas de
datación.
Casi todas las familias gobernantes publicaban inscripciones en las que registraban la versión
oficial de los acontecimientos de un reino. Muchas eran las actividades encaminadas a legitimar el
poder, sobre todo en situaciones de rivalidad, y entre ellas figuraba la donación de tierras, en particular
a instancias religiosas que después formaban una red de apoyo a la familia gobernante. Ello permitía a
familias de oscuro origen que habían alcanzado el poder reivindicar un estatuto equivalente al de otras
familias de importante abolengo, pretensión que los beneficiarios de sus donativos se apresurarían a
secundar. El acta que acompañaba la donación debía estar inscrita en material no perecedero, como
piedra o cobre. La propia donación debía despertar asombro, y a menudo se esperaba que fuera más
generosa que las precedentes o las de caudillos rivales, cosa que en cierto modo remite a las funciones
primitivas del potlatch.
A partir de aproximadamente el siglo VII empieza a menudear otra clase de textos históricos que
combinan distintos elementos de tiempo lineal como las genealogías, las historias dinásticas y las eras.
Se trata de la llamada literatura charita, biografías de reyes u ocasionalmente ministros con las que se
ensalzaba a un gobernante contemporáneo narrando el origen de su familia y la historia de sus
antepasados, en especial de los que llevaron a la familia al poder. El evento central de su reinado, en
opinión del biógrafo y presumiblemente del propio rey, venía relatado con los oportunos aderezos
literarios, a veces bastante floridos, como resulta frecuente en la literatura cortesana. Esas biografías
respondían a menudo a la voluntad de legitimar la usurpación del trono y la violación de la regla de
primogenitura. A veces se requería la intervención de una deidad para justificar los actos del rey, y si
esas intervenciones eran demasiado frecuentes el lector entendía que la intención del biógrafo era
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distinta de la enunciada. Pero independientemente del propósito de las biografías, en ellas se describían
y presentaban de forma lineal una serie de hechos importantes del reinado de un monarca.
El tiempo lineal confería legitimidad también a las crónicas dinásticas o de historia regional. Se
trata de los textos denominados vamshavalis, término que cabe traducir literalmente como “caminos de
sucesión”. El más célebre y citado es el Rajatarangini de Kalhana, aunque también hay obras similares, si
bien menos imponentes, que provienen de otras regiones. Cuando un territorio dejaba de ser visto
como feudo señorial para constituir más bien el estado que una dinastía reivindicaba como propio, se
reunían y ensamblaban los archivos históricos en forma de crónica, que se mantenía actualizada con
todos los sucesos considerados importantes. En sus capítulos iniciales, esas crónicas exponían la
genealogía de héroes antiguos de los puranas con quienes se emparentaba a los gobernantes locales. El
hecho de escribir la crónica de una región pasó a ser otra forma de reconocer la región como entidad y
de legitimar la línea de gobernantes que se sucedían en ella.
En esos textos el tiempo es lineal. La hipótesis de un tiempo cíclico puede estar implícita pero no
deja de ser algo remoto. Tampoco se niega su existencia, y además está presente en los cálculos a gran
escala: deidades y avatares tienden a aparecer en los ciclos más antiguos. Los acontecimientos a escala
humana, en cambio, están referidos a un tiempo lineal porque éste resulta más práctico para narrar los
hechos con propiedad. Ello no impide referencias ocasionales al tiempo cíclico. Una inscripción del
siglo VII, por ejemplo, relata un suceso de la era Shaka (78 d.C.) y remite, para bien situar la cuestión, a
una fecha del Kaliyuga. Pero aunque pudiera añadirse una referencia a algo como el Kaliyuga, lo que
parecía indispensable era una fecha histórica.
Para los protagonistas de crónicas y biografías quizá no resultara halagüeña demasiada insistencia
en las características del Kaliyuga, que al fin y al cabo es la edad de la jugada perdedora y de la extinción
del dharma. Si la biografía pretendía ser elogiosa, difícilmente cabía describir el presente como un
periodo de decadencia e involución. En las inscripciones se presupone la continuidad del tiempo a más
largo plazo, más allá incluso del gran ciclo, pues la fórmula de rigor proclama siempre que el donativo
debe durar “mientras duren la luna y el sol.” El tiempo se concebía desde muchos planos distintos.
Hasta aquí he tratado de mostrar que en la India antigua se empleaban varias formas de cálculo
temporal, y que tan habitual era el concepto de tiempo lineal como el de tiempo cíclico. La elección
dependía de la función que se asignaba a una forma particular de tiempo y de quienes intervenían en el
asunto. A veces ambas formas aparecen entreveradas, y otras veces una de ellas engloba a la otra. En un
capítulo del Visnú Purana se describen prolijamente las diversas edades del tiempo cíclico, y en otra
parte se presentan en detalle las genealogías de los héroes y gobernantes de las dinastías de la edad de
Kali.
Como especialistas en rituales, los brahmanes suelen referirse al tiempo en su forma cíclica,
dividido en cuatro edades. Sin embargo, como depositarios de genealogías y autores de inscripciones y
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biografías de reyes, su punto de referencia inmediato es el tiempo lineal. Pero aunque se crucen u
ocasionalmente se contengan una a otra, las dos formas de tiempo cumplen funciones claramente
diferenciadas. El uso simultáneo de más de una de ellas y su representación en capas superpuestas
denotan una cierta conciencia de que distintos segmentos de la sociedad pueden alimentar distintas
concepciones del pasado. Para integrar bien este hecho, el historiador necesita cierta sensibilidad a la
hora de interpretar el pasado como el fruto de múltiples percepciones dentro del dédalo que forman los
usos del tiempo.
Quizá la presencia en un mismo texto de más de una forma de tiempo tenga por objeto señalar al
lector cosas distintas sobre cada una de ellas.
Dentro del tiempo lineal también puede haber diferencias. El tiempo genealógico, basado en una
sucesión de generaciones, siempre se encuentra al principio de la crónica y precede a lo que podríamos
llamar lo conocido e histórico, como queda patente en las listas sucesorias del Visnú Purana y en las
crónicas regionales. Ello permite por un lado hacer hincapié en la continuidad y por el otro distinguir
entre dos clases de pasado, anteponiendo una a la otra de forma intencionada y reiterada.
Tras los primeros quinientos años d.C. se tiende a introducir el pasado allí donde resulte factible
para elaborar una genealogía y reivindicar legitimidad o incluso, ocasionalmente, derechos de
propiedad, sobre todo en los casos en que haya algún tipo de desacuerdo o litigio. El pasado entrañaba
una cierta actitud respecto al tiempo. Para mucha gente el cuarto ciclo, aunque inscrito en el gran ciclo
o mahayuga, abarcaba el tiempo lineal, los trazos rectilíneos de la supuesta historia de héroes y reyes. Las
eras se pusieron de moda y se hicieron indispensables; los anales epigráficos de las diversas dinastías
empezaron a aplicar sistemas exactos de datación; y las sociedades regionales estaban dispuestas a
patrocinar la redacción de biografías de reyes y crónicas del pasado. Cundió un cierto sentido de la
historia, tácito en algunas fuentes pero más visible en otras.
Quizá la arraigada idea de que en la sociedad india sólo hay tiempo cíclico se esté resquebrajando,
pero ni siquiera su rechazo ha llevado aún a reconocer que en algunos de los primeros textos indios
despuntan ya ciertas formas de historia. Es probable que la demostración de la presencia del tiempo
lineal ayude a dar ese paso. Puesto que todas las sociedades son conscientes de su pasado, tal vez resulte
fútil hablar de una sociedad que niega la historia sólo para poder afirmar que es única o distinta de lo
que supuestamente sería normal.
Los dos conceptos del tiempo no agotan las variaciones sobre el tema. Tomando sólo los textos
indios aparecen ya multitud de imágenes utilizadas para representar el tiempo. Hay quien postula que
éste fue el creador que engendró el cielo y la tierra, las aguas y el sol, el sacrificio y los versos rituales,
que montaba un caballo con siete riendas, exhibía mil ojos y carecía de edad; o que era la deidad eterna
por cuya intervención acaba muriendo todo lo que tiene vida. Para otros, el tiempo era la causa última
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que reside entre el cielo y la tierra y teje el pasado, el presente y el futuro a lo largo y ancho del espacio.
Otra imagen también muy sugerente describe el tiempo como regulador del universo.
Los colectivos que forman una sociedad visualizan el tiempo de manera variable, casi siempre
dependiendo del modo en que lo utilicen. Los creadores de mitos, los biógrafos de reyes y los
recaudadores de impuestos se remiten a imágenes del tiempo en cada caso distintas. Cabe distinguir
entre tiempo cosmológico y tiempo histórico. El primero podría ser una fantasía sobre el tiempo,
aunque una fantasía consciente y meticulosamente elaborada, reflejo por lo tanto de los autores y de su
mundo interior. El segundo, basado en la función utilitaria del tiempo como medida, también es una
cuidadosa elaboración pero refleja otro tipo de inquietudes. Para entender el tiempo como metáfora de
la historia, que es lo que propongo en estas líneas, quizá tengamos que estudiar los numerosos modelos
que de él existen y los puntos de intersección entre ellos.
Notas
1. Texto de una clase sobre “El tiempo” impartida en la Universidad de Cambridge y publicada en la obra: Time,
Katinka Ridderbos (comp.), Cambridge University Press, 2002.
Referencias
Eliade M., Cosmos and History: the Myth of the Eternal Return, Nueva York, 1959.
Eliade M., “Time and Eternity in Indian Thought”, en Man and Time, Nueva Jersey (Estados Unidos) Princeton University,
1957 (Bollingen Series, XXX.3).
Pathak V.S., Ancient Historians of India, Bombay (India), Asia Publishing House, 1966.
Thapar R., Interpreting Early India, Delhi (India), Oxford University Press, 1992.
Thapar R., Time as a Metaphor of History: Early India, Delhi (India), Oxford University Press, 199
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