El Matrimonio Como Sacramento

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El Matrimonio como Sacramento

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Cristo no ha instituido nada nuevo respecto al matrimonio. Lo que ha hecho es


restaurar el matrimonio en su primera originalidad y llamar a los hombres y
mujeres a que vivan el amor matrimonial respondiendo al primer designio del
Creador, que el varón y la mujer sean «una sola carne» como quiso Dios desde
siempre.

Pero precisamente para vivir ese amor matrimonial natural en toda su


autenticidad, Jesús llama a vivir el matrimonio como sacramento del amor de Dios
que se nos ha revelado en Jesucristo. El sacramento no es algo añadido al
matrimonio. Es sencillamente el matrimonio vivido desde la fe cristiana, vivido
como «signo», como «sacramento» del amor de Dios que se nos ha manifestado
en Cristo.

Por lo tanto, cuando una pareja «se casa por la Iglesia», se compromete a vivir su
matrimonio desde la fe cristiana y a vivirlo en concreto como «sacramento» del
amor de Dios. Pero, ¿qué quiere decir vivir el matrimonio como sacramento? Para
entender bien esto tenemos que comprender qué es un sacramento. Si lo
logramos, descubriremos un horizonte insospechado y una riqueza inmensa para
vivir el matrimonio.

1. El hombre es sacramental

Sacramento es una palabra que viene del latín «sacramentum» y significa «signo»,
«señal». Sacramento es, pues, algo que nos descubre, nos revela, nos manifiesta
otra realidad que, de lo contrario, se nos quedaría oculta. Por ejemplo, el anillo de
bodas que vemos en la mano de una persona es una señal, un signo, un
«sacramento» de que esa persona está comprometida, casada con alguien.

Por eso, podemos decir que el hombre es sacramental, tiene una estructura
sacramental. En el ser humano hay todo un mundo íntimo, invisible, misterioso que
se descubre, se desvela, se manifiesta a través del cuerpo.

El hombre es miedo, amor, ternura, gozo, tristeza, proyectos, interrogantes,


cansancio, debilidad, entusiasmo, pasión, solidaridad, lucha, esperanza... Es todo
un mundo de vida, de interioridad que se revela y se encarna hacia filera a través
de la corporalidad.

Nuestro cuerpo es el gran sacramentó, el medio de expresión que nos permite


manifestarnos y comunicarnos con los demás. Las miradas, los gestos, las

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palabras, la sonrisa, el beso, los abrazos, los golpes, las manos, el rostro... el
cuerpo entero nos permite «sacramentalizar», es decir, expresar y vivir todo lo que
hay en nuestro interior.

Gracias al cuerpo nos expresamos, nos realizamos, nos comunicamos, nos


encontramos con los demás. Podemos decir que el hombre es sacramental, es algo
interior, invisible, espiritual, que se expresa y se realiza en y a través de un cuerpo
visible, sensible, palpable. El ser humano vive, crece, se realiza de manera
sacramental.

2. La necesidad de sacramentalizar la vida

Precisamente, debido a su estructura sacramental, el ser humano siente la


necesidad de «sacramentalizar» la vida. Y cuanto más profundamente se vive a sí
mismo y más profundamente vive su relación con las personas y con las cosas,
más hondamente siente esta necesidad de “sacramentalizan” su vida.

Los antropólogos han descubierto que el hombre se hace presente en el mundo a


tres niveles:

En un primer nivel, el ser humano se asoma al mundo como un extraño. Apenas


conoce ni entiende nada. El hombre primitivo (o el niño actual) se admira ante las
cosas y los fenómenos. Contempla todo con curiosidad, se asombra, teme, adora,
venera. Es la primera actitud, la más primitiva y elemental, básica.

En un segundo nivel, el hombre va dominando las cosas y los fenómenos. Los


analiza, los controla, los trabaja, los domestica, los transforma, los organiza. Es el
«homo faber» que desarrolla la ciencia, la técnica, el dominio del cosmos.

Hay un tercer nivel, cuando el hombre se acerca a las cosas y a los hechos para
darles un valor simbólico. Las cosas ya no son entonces meros objetos para ser
contemplados o para ser trabajados y dominados. Se convierten en signos,
señales, llamadas. Entonces las cosas y los hechos son portadores de un mensaje,
de una vivencia. Adquieren un valor sacramental. Vamos a verlo de manera más
concreta:

El hombre sacramentaliza de manera particular algunas cosas: todos los árboles


pueden ser recuerdos de experiencias vividas bajo su sombra, pero aquel árbol del
caserío tiene algo especial; todas las cocinas pueden ser evocadoras, pero la
cocina de la casa donde uno nació guarda algo único.

El hombre sacramentaliza de manera particular algunos hechos: se toman muchas


copas, pero es distinta la copa para celebrar un encuentro; se come todos los días,
pero es diferente un banquete de bodas, una cena intima...

El hombre sacramentaliza algunos momentos o fechas particulares: todos los días

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parecen iguales, pero es diferente el día del aniversario de bodas, el cumpleaños,


la fiesta del pueblo, el día de una despedida, de un encuentro.

El hombre sacramentaliza también algunas personas de manera muy especial:


todas las personas pueden despertar nuestro amor o amistad, pero hay personas
únicas: la novia, el abuelo, la madre, el amigo.

Es decir, el hombre no sólo es sacramental sino que va cargando de valor


simbólico o sacramental el mundo en que vive. Va sacramentalizando su existencia
y todas esas cosas, hechos, momentos, personas se convierten en pequeños o
grandes «sacramentos» que evocan, alimentan y acrecientan su existencia.

3. Jesucristo, Sacramento de Dios

Para un creyente, el mundo entero se puede convertir en «sacramento» de Dios.


Dios es misterio invisible e insondable, pero está en la raíz misma del mundo y de
la vida. Y, por ello mismo, se puede anunciar, sugerir y manifestar a través de
hechos, experiencias, fenómenos que nos pueden hablar de El. La creación entera
se puede convertir en «señal» de Dios.

De manera particular, las personas con su fuerza creadora, su inteligencia, su


capacidad de amar, su libertad, su misterio son el mejor signo, la mejor señal que
nos puede hablar de Dios.

Pero el cosmos está atravesado por el mal y los seres humanos están tocados por
la malicia y el pecado. Para el cristiano, hay un hombre único, verdadero
Sacramento de Dios, en el que Dios se nos ha manifestado y revelado como en
ningún otro: Jesucristo.

Por la Encamación, el misterio insondable de Dios se nos ha manifestado de


manera visible en Jesús. Dios es amor insondable, perdón, acogida, respeto,
cariño, preocupación por los seres humanos. Pues bien, ese Dios invisible se nos
manifiesta, se «sacramentaliza» en Jesús. En él «reside toda la plenitud de la
divinidad corporalmente» (Col 2, 9). En él «se ha hecho visible la bondad de Dios y
su amor a los hombres» (Tt 3, 4).

El cuerpo de Jesús, sus gestos, sus palabras, sus abrazos a los niños, su bendición,
su perdón, sus curaciones, su acogida, sus manos, su cercanía a los necesitados,
su entrega hasta la muerte, todo él es Sacramento de Dios. En Jesucristo se
expresa y se hace presente de manera eficaz el amor de Dios a los hombres.
Jesucristo es el gran Sacramento de Dios, el primer Sacramento de Dios.

Estando Jesús presente no hace falta ningún sacramento. El que se encuentra con
ese hombre se encuentra con Dios. El que se pone en contacto con Jesús se pone
en contacto con Dios. El que escucha de sus labios el perdón, es perdonado por
Dios. El que es curado por Jesús queda sanado por Dios. Los hombres pueden

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encontrarse con el Dios invisible a través de la humanidad de Jesús que es su gran


Sacramento.

4. La Iglesia, sacramento de Jesucristo

Por la resurrección, Jesucristo desaparece del horizonte visible de nuestra vida y


queda sustraído del plano visible, sensible en el que nosotros nos movemos. Ya no
nos podemos encontrar directamente con el Cuerpo de Jesús. Quedamos, de
alguna manera, privados de ese gran Sacramento de Dios que es Jesús.

Pero, incluso después de la muerte y resurrección de Jesús, no se pierde la


dimensión sacramental en el encuentro con Dios. Respetando la estructura
sacramental del hombre profundamente ligado al cuerpo y al mundo de lo
sensible, Dios continúa ahora ofreciéndose de manera sacramental a través de la
Iglesia.

La Iglesia es ahora «el Cuerpo de Cristo», la comunidad que le da cuerpo a


Jesucristo, la comunidad donde se ofrece Jesucristo a través de gestos visibles,
sensibles, captables. En esta comunidad llena de mediocridad, debilidad y pecado
se realiza, sin embargo, algo decisivo: la presencia sacramental de Jesucristo.

Podemos decir que la Iglesia entera, en su totalidad es sacramento de Jesucristo.


En la Iglesia Cristo se hace presente de manera sacramental en medio de los
hombres. Todo en la Iglesia tiene una dimensión sacramental: las personas que
formamos esta comunidad, los evangelios que se proclaman entre nosotros, los
gestos cristianos que realizamos, el amor a los necesitados, la oración de los
creyentes, los ritos sagrados, los símbolos. Todo lo que hacemos y vivimos desde
la fe puede sacramentalizar y hacer presente a Jesucristo nuestro Salvador.

5.- Los siete sacramentos

Todo en la Iglesia es sacramental, pero hay acciones y gestos donde ese carácter
sacramental adquiere una densidad particular. De la misma manera que todo
puede ser signo de amor entre los esposos, pero el abrazo conyugal
sacramentaliza de manera más eficaz e intensa su amor.

Hasta el siglo XII se empleaba la palabra «sacramento» para designar a muchos


gestos y acciones eclesiales. San Agustín cuenta hasta 304 «sacramentos». A
partir del siglo XII, se hace un esfuerzo de selección para delimitar los gestos
sacramentales más nucleares. Por fin, el Concilio de Trento define los siete
sacramentos no de manera arbitraria sino articulándolos en torno a los ejes
fundamentales de la vida o los momentos claves de la vida cristiana.

Los sacramentos son, por lo tanto, la concreción y actualización de lo que es la


Iglesia: sacramento de Cristo, el cual es, a su vez, Sacramento de Dios. Cuando
celebramos o vivimos un sacramento, realizamos un gesto humano al que le

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damos sentido desde la fe; realizamos ese gesto no de manera privada a nuestro
arbitrio, sino de manera eclesial, dentro de la Iglesia sacramento de Jesucristo; y
así nos encontramos con Cristo que es el gran Sacramento que nos lleva al
encuentro con Dios.

Por lo tanto, lo primero es realizar un gesto humano que encierra una fuerza
expresiva importante: una comida (Eucaristía), un gesto de perdón (Penitencia),
una entrega mutua de dos personas (Matrimonio).

En segundo lugar, ese gesto humano tiene sentido cuando es vivido desde la fe.
Los sacramentos suponen fe. Sin la fe, el sacramento no dice nada, no habla nada.
Los sacramentos realizados sin fe se convierten en ceremonias vacías, ritos so-
ciales, gestos ridículos.

En tercer lugar, ese gesto vivido desde la fe no es algo individual o privado, ni


siquiera de un grupo particular. Cada sacramento es una toma de contacto, una
inserción en la Iglesia, un gesto eclesial, pues sólo la gran comunidad eclesial es el
sacramento de Jesucristo.

En cuarto lugar, esos sacramentos no son ritos muertos sino gestos de encuentro
personal con Cristo que es el gran Sacramento que nos lleva a Dios. Cada
sacramento según su modalidad nos pone en contacto con Jesucristo y por medio
de él con Dios. Es Cristo el que perdona, Cristo el que alimenta, Cristo el que une
en el amor.

6.El Sacramento del Matrimonio

Después de este recorrido ciertamente un poco largo, estamos preparados para


comprender mejor qué es vivir el Matrimonio como sacramento y cuál es la riqueza
y las posibilidades que ofrece el matrimonio cristiano.

6.1. Proyecto de vida matrimonial

Lo primero que hacen los novios cristianos, como cualquier otra pareja, es
comprometerse a una vida matrimonial. Este proyecto de vida es la base humana
del sacramento, el gesto que va a ser sacramentalizado desde la fe.

Por tanto, los novios se comprometen a compartir sexualmente su vida, como


expresión de un amor mutuo que exige fidelidad, como una realidad que desean
sea reconocida socialmente y como una comunidad de amor abierta a la
fecundidad.

La base humana del sacramento del matrimonio no son unos elementos materiales
(como el pan y el vino de la Eucaristía), no es un gesto exterior (como el lavado
con agua del bautismo), sino la misma vida de los nuevos esposos, su entrega
mutua, su encuentro amoroso. Es esta vida matrimonial la que va a convertirse en

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signo, en sacramento cristiano.

6.2. El Matrimonio, sacramento del amor de Dios

Lo nuevo y original de los novios cristianos es que, animados por su fe cristiana, se


comprometen a vivir su matrimonio como signo, como expresión, manifestación o
«sacramento» del amor de Dios que se nos ha revelado en Cristo.

Al casarse en Cristo, los novios cristianos dicen públicamente a toda la comunidad


cristiana lo siguiente: «Nosotros queremos vivir nuestro amor matrimonial como un
signo, una manifestación, una encamación, un sacramento del amor de Dios.
Todos los que veáis cómo nos queremos, podréis intuir de alguna manera cómo
nos ama Dios a todos. Queremos que nuestro amor y nuestra vida matrimonial os
recuerden a todos cómo os quiere Dios».

Precisamente por esto, los novios son los ministros del sacramento del matrimonio.
No les casa el sacerdote, sino que se confieren el sacramento el uno al otro y lo
reciben el uno del otro. El novio le casa a la novia y ésta le casa al novio. Cada uno
de ellos se ofrece al otro como gracia, representa para el otro el amor de Dios
hecho visible y sensible en el amor humano matrimonial.

Al comprometerse a vivir su amor matrimonial como sacramento, se dicen el uno


al otro lo siguiente: «Te amo con tal hondura, con tal verdad, con tal entrega y
fidelidad que quiero que veas siempre en mi amor matrimonial el signo más claro,
la señal más visible, el «sacramento» mejor de cómo te quiere Dios. Cuando
sientas cómo te quiero, cómo te perdono, cómo te cuido, podrás sentir de alguna
manera cómo te quiere Dios».

Los esposos cristianos pueden descubrir el amor de Dios en muchas experiencias


de la vida y en muchos lugares del mundo. Para ellos Cristo es, sobre todo, el
Sacramento de Dios y a ese Cristo lo pueden descubrir en la Iglesia de muchas
maneras: en la Eucaristía, o en el sacramento de la Reconciliación. Pero para ellos,
su propia vida matrimonial, su encuentro, su amor matrimonial es el lugar
privilegiado para ahondar, disfrutar y saborear el amor de Dios, encarnado en
Cristo y comunicado a través de su Iglesia.

6.3. El matrimonio como estado sacramental

El matrimonio no es solo un sacramento; es un estado sacramental. La boda no es


sino el punto de partida de una vida matrimonial que queda sacramentalizada. Por
eso, toda la vida matrimonial, con todas sus vivencias y expresiones, tiene un
carácter sacramental para ellos, es fuente de gracia, expresión eficaz del amor de
Dios que se hace realmente presente en su amor matrimonial.

La mutua entrega, el perdón dado y recibido dentro del matrimonio, las


expresiones de amor y ternura, la intimidad sexual compartida, la abnegación de

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cada día con sus gozos y sufrimientos, con su grandeza y su pequeñez, con sus
momentos sublimes y su mediocridad... toda esa vida matrimonial es sacramento,
lugar de gracia, experiencia sacramental donde Dios se hace realmente presente
para los esposos.

Por eso, los esposos cristianos viven toda su experiencia humana y su vida
cristiana de manera matrimonial, de manera diferente a los no casados. Los
esposos cristianos pueden y deben encontrarse con el perdón de Dios en el
sacramento de la Reconciliación, pero pueden y deben encontrarse también con el
perdón de Dios que se les ofrece en el perdón que mutuamente se regalan el uno
al otro. Los esposos cristianos pueden y deben alimentar su vida y su amor
cristiano en la Eucaristía de la comunidad, alimentándose del cuerpo del Señor,
pero pueden y deben alimentar su vida y su amor en el disfrute gozoso de su amor
matrimonial. Necesitan acercarse a la comunidad eclesial a la que pertenecen, su
mismo matrimonio lo viven como sacramento dentro de esa comunidad eclesial,
pero ellos viven toda su vida cristiana de manera matrimonial.

Este carácter sacramental da una hondura y plenitud diferente a su abrazo


conyugal. Los esposos cristianos no «hacen el amor», sino que lo celebran. El acto
del amor es una celebración, una fiesta, donde los esposos con su propio cuerpo,
con su capacidad erótica, con la fusión de sus cuerpos y sus almas, con el disfrute
compartido, hacen presente en medio de ellos a Dios. Es sobre todo en esa
experiencia íntima donde mejor pueden entender y saborear su amor matrimonial
como sacramento del amor de Dios.

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