Unidad III - Programa DSIC 2021

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Sinopsis de los contenidos del

PROGRAMA DE DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA CATÓLICA

Unidad III: El Fundamento de la Doctrina Social de la Iglesia Católica.

Decía Juan Pablo II, el 12 de Octubre de 1992, al inaugurar la cuarta conferencia del CELAM en Santo
Domingo, punto 5: “tres elementos doctrinales y pastorales, que constituyen como las tres coordenadas de
la nueva evangelización: Cristología, Eclesiología y Antropología. Contando con una profunda y sólida
Cristología, basados en una sana antropología y con una clara y recta visión eclesiológica, hay que
afrontar los retos que se plantean hoy a la acción evangelizadora”.
Ese es el fundamento de toda la DSIC. Entender quién es Dios, quien es el Hombre y donde puede el Hombre
encontrarse con Dios.

Los primeros cuatro Capítulos del Compendio de la DSIC.

La idea central de toda la DSIC es comprender quién creó al hombre, cómo lo creó y de qué manera se
manifestó a él. Además se ocupa de cuál es la naturaleza más profunda de la DSIC como unidad entre Razón
y Fe, cómo sigue presente el Misterio de Dios en la Historia, es decir, cuál es la naturaleza ontológica de la
Iglesia como realidad humana que vehiculiza lo Divino, y se hace capaz de juzgar la realidad histórica desde
la Tradición Viva de la Fe que es su propia autoconciencia. También se encarga de la “tensión dramática” que
vive cada hombre en su experiencia cotidiana, para ayudarnos a descubrirnos a nosotros mismos como
creaturas de Dios y para comprender así también mejor nuestro entorno social
El primer capítulo nos ofrece el Fundamento Teológico, por lo tanto Cristológico. El capítulo segundo nos
plantea el Fundamento Eclesiológico, en el cual se nos ayuda a entender la naturaleza de la DSIC. En el tercer
capítulo, el más importante para la DSIC, ahonda en el Fundamento Antropológico. Ese capítulo es la piedra
angular de todo el compendio y de toda la DSIC. En el capítulo cuarto comprendemos, a la luz del
Fundamento Antropológico, la naturaleza última de la vida social, cuales son los principios y valores que
configuran su identidad más profunda. Que es lo que hace que la Sociedad sea lo que está llamada a Ser.

Fundamento Teológico (Capítulo I).

Quién nos creó nos hizo imagen y semejanza de su propio Misterio, como comunión trinitaria, como unidad
relacional. Todo lo que creó está en función de la manifestación plena del designio encerrado en este Misterio.
Es decir, nuestra primera actitud es de sorpresa y gratitud por la inmensa grandeza de lo que se nos ha
donado.
El compendio nos lleva de la mano para sumergirnos en este Misterio, comprenderlo. Reconocer el
significado de Ser Imagen y Semejanza de algo tan Bello, Profundo e Inconmensurable.
En las cuatro partes que tiene este primer capítulo se desarrolla cómo y porqué actúa Dios, qué significa que
Jesucristo es un acontecimiento que nos introduce en lo más profundo del Misterio de Dios, en qué consiste
nuestra grandeza humana como semejanza del Misterio de Dios, cómo está presente eficazmente Dios en el
aquí y ahora de la historia.
Dios actúa gratuitamente, es puro don de sí mismo. Se da dándonos el Ser. Este es el principio de la creación
y de la acción gratuita de Dios. Dios está cercano, acompaña al hombre en y dentro de la Historia. Asumió
hasta las últimas consecuencias lo que creó, no nos abandonó, se implicó con nosotros en las circunstancias
históricas que nos tocan vivir.
Jesucristo se manifestó a través de un hecho, es el acontecimiento histórico más decisivo de la historia de la
humanidad. Todo converge en EL. Se reveló como acontecimiento y sigue presente hoy de la misma manera.
En este acontecimiento se nos introduce en el Misterio de los Misterios, la Trinidad. Se nos introduce
haciendo experiencia del contenido de este Misterio que es la Caridad, que nos sale al encuentro a través de
una relación humana.
El hombre refleja el Misterio Trinitario dentro de las relaciones más ordinarias de la vida cotidiana, en
especial en la relación hombre – mujer, y el fruto de esta relación que es la fecundidad: los hijos, la Familia .
En esta relación hacemos experiencia de lo que significa ser imagen y semejanza de Un Dios Trinitario. Dios
quiso salvar al hombre de su incapacidad para vivir esta belleza, esta intensidad humana, esta división
profunda de su propia humanidad. La experiencia cristiana nos salva de esta incapacidad, por eso recupera a
todo el hombre, para que a través de los que han tenido la gracia de esta salvación llegar a todos los hombres,
invitándolos a hacer la misma experiencia de plenitud de lo humano. Esta plenitud se manifiesta como nueva
criatura. Aprendemos a vivir todo desde una trascendencia de lo ordinario como tensión hacia lo eterno. Todo
depende de Él y sólo en esta dependencia puede el hombre ser autónomo.
El Acontecimiento de Cristo permanece en el Acontecimiento de su Presencia histórica que se llama Iglesia.
Es el lugar donde lo humano es rescatado de sus límites, dónde se renuevan todas las relaciones y dónde
aprendemos a vivir un anticipo de lo que esperamos: los cielos nuevos y la tierra nueva. En María
encontramos la encarnación histórica de este anticipo de lo que estamos llamados a vivir, que nos acompaña
en nuestra propia experiencia humana, ella también vivió como esposa y madre, en Familia, en la fatiga del
trabajo cotidiano, administrando una casa y acompañando a su Esposo e Hijo.

El designio de Amor de Dios para la Humanidad.

Dios nos Crea Gratuitamente, nos perdona nuestros pecados, se nos hace cercano, se hace uno de nosotros,
nos revela quiénes somos y decide acompañarnos día a día hasta el final. ¿Qué más podemos querer de Dios?.
Es imposible pensar que Dios pueda hacer algo más por nosotros. Todo lo que podía hacer lo ha hecho. Y
encima, no nos deja de sorprender día tras día con su infinita creatividad, como ahora nos pasa con Francisco.

La Acción Liberadora de Dios en la Historia de Israel.

Su modo de obrar es crear relaciones. Con personas concretas, con las cuales crea un pueblo, hasta llegar a
nosotros. Abraham, Isaac, Jacob, José, Moisés, Los Jueces, Los Reyes, Los Profetas. Personas tras personas,
vínculos tras vínculos. La “Liberación” que es generada por una “relación”. Se implica en primera persona,
desde dentro de la realidad, en las circunstancias cotidianas. El método que inicio con Abraham y con el
Pueblo de Israel, sigue siendo el mismo, nada más que llevado a su máxima expresión.
A esto le llamamos La cercanía gratuita de Dios. El hombre en cualquier experiencia religiosa lo ha captado
como “origen de los que es” y como “medida de los que debe ser”. Es decir como “don” y “tarea”,
administrar convivial y responsablemente el don recibido, con un criterio de fondo “todo cuanto queráis que
os hagan los hombres, hacédselo también vosotros a ellos (Mt. 7, 12)”.
“Yo soy el que soy”, inicia una relación directa con Moisés, y con él crea un Pueblo con “acciones históricas,
puntuales e incisivas”. Siempre Dios comienza desde “la Persona” en comunión con “su Pueblo”.
Dios nos toma en serio, por eso celebra una “Alianza”, y nos propone un “camino humano ”. Ante la ceguera
humana, generada por el pecado original, se nos ofrece una luz, que ilumina el camino, que descifra lo que
somos en “diez palabras”. Que impresionante la discreción de Dios, en apenas diez palabras, está todo el
destino humano. El vínculo con Él y con el Prójimo. Le propone este camino como fruto de una relación en la
cual Él está implicado de manera directa: “El don de la Liberación y de la tierra prometida, la Alianza del
Sinaí y el Decálogo, están, por tanto, íntimamente unidos por una praxis que debe regular el desarrollo de la
sociedad israelita en la justicia y en la solidaridad”. Así se “configura un Pueblo”, con leyes que tocan la vida
real: Año sabático, Año Jubilar, reposo de los campos, condonación de las deudas, liberación general de las
personas y de los bienes. Juan Pablo II decía que “constituyen una doctrina social in nuce”, y que se
convierten en el fulcro de la predicación profética, que busca interiorizarlos.
El Principio de la Creación es un aporte originalísimo que la humanidad se lo debe a la tradición del Pueblo
de Israel. Entender que fuimos Creados, Quien nos Creó y como fuimos creados. Hoy es más importante que
nunca ser conscientes de nuestra “dependencia original”; y de la “imagen y semejanza” que portamos. Esta
conciencia de la realidad esta oscurecida totalmente en el hombre contemporáneo. De ahí su importancia.
Ante la Acción Gratuita de Dios está el pecado del hombre. La Gratuidad es la quintaesencia de Dios. Es su
manera de Ser. Al pecar, no reconocer la dependencia original, el hombre responde a la Gratuidad con el
cálculo y la utilidad, y distorsiona todas las relaciones que son fruto del Don Gratuito, ante todo el vínculo
entre hombre y mujer; Ella te “seducirá” y El té “poseerá”. Juan Pablo II, en sus catequesis, decía que en los
tres primeros capítulos del Génesis está todo el “drama del hombre contemporáneo”. De ahí que necesitamos
ahondar profundamente en este Misterio, sino, no podemos entender la realidad. Es muy significativo que
Juan Pablo II y Benedicto XVI hayan tenido, como interlocutores permanentes a Marx, Freud y Nietzsche,
porque los tres toman como virtudes lo que la Fe Católica consideran consecuencias directas del pecado
original: la concupiscencia de la vista (Marx), la concupiscencia de la carne (Freud) y la soberbia de la vida
(Nietzsche).
Jesucristo cumplimiento del Designio de Amor del Padre.

Estamos llamados a hacer experiencia, si es cierto que, “en Jesucristo se cumple el acontecimiento decisivo
de la historia de Dios con los hombres”. Si esto no se hace experiencia existencial en cada uno de nosotros se
diluye su presencia en la historia. Cristo se hace acontecimiento histórico a través de cada uno de nosotros.
Ese es el mayor desafío que Dios asumió respetando nuestra libertad hasta las últimas consecuencias.
La benevolencia y la misericordia es una Persona, que anuncia a los pobres, libera a los cautivos, da vista a
los ciegos, libertad a los oprimidos, y se convierte en el año de Gracias para cada uno de nosotros hasta el fin
de la historia. Es el “cumplimiento del deseo humano”. El que lo ve a Él ve al Padre, es decir al origen y al
misterio de todas las cosas. Hace de Dios una experiencia tangible, visible, audible. Justamente la Fe se
encuentra, como nos enseña magistralmente Francisco en Lumen Fidei, tocando, viendo y oyendo. Los tres
sentidos que más nos ponen en contacto con la realidad.
Él nos introduce “dentro de la vida Trinitaria”, nos desvela la “relación” que Él tiene con el Padre, como
fuente de la cual nace todo su obrar. Nos invita a formar parte de esta relación. Vivir en El y de Él.
La revelación del Amor Trinitario, la Caridad, es el contenido del Misterio de la Trinidad. Para que a
nosotros se nos haga experimentable este Misterio se nos revela como Paternidad. Somos introducidos a vivir
una Filiación, un vínculo de pertenencia. La experiencia de la Gratuidad y la Sobreabundancia de Dios es lo
que nos hace abrirnos a vivir con los otros lo que hemos recibido: “como yo os he amado, así amaos también
vosotros los unos a los otros”. Este horizonte es infinito, inagotable. Es lo que hace de la vida humana una
experiencia fascinante, porque lo que podemos llegar a vivir no tiene medida. Audazmente afirmaba Juan
Pablo II “la imagen y semejanza de Dios Trino son la raíz de todo el ethos humano”, por eso nuestro
horizonte más alto es la “comunión interpersonal”, como reflejo de la “Comunión Trinitaria”.

La Persona Humana en el Designio de Amor de Dios.

Aquí encontramos uno de los aportes más decisivos que el Concilio Vaticano II ha hecho a la cultura y a la
historia contemporánea. Redescubrir que la vocación más decisiva de la persona humana es una relación, no
una autoafirmación. Aquí está el núcleo del problema del hombre moderno y contemporáneo. Son 400 años
de historia. Vivimos para afirmarnos autónomamente a nosotros mismos o vivimos para realizarnos a través
de la relación con otro.
Cuando afirmamos “el Amor trinitario, origen y meta de la persona humana”, estamos redescubriendo que
“en la comunión de amor que es Dios, en la que las tres Personas divinas se aman recíprocamente y son el
Único Dios, la persona humana está llamada a descubrir el origen y la meta de su existencia y de la
historia”. Por esto San Juan Pablo II ha afirmado en infinidad de oportunidades que el centro de la
Antropología Cristiana estaba en el punto 24 de Gaudium et spes: “el Señor, cuando ruega al Padre que
todos sean uno, como nosotros también somos uno, abriendo perspectivas cerradas a la razón humana,
sugiere una cierta semejanza entre la unión de las personas divinas y la unión de los hijos de Dios en la
verdad y en la caridad. Esta semejanza demuestra que el hombre, única criatura terrestre a la que Dios ha
amado por sí mismo, no puede encontrar su propia plenitud si no es en la entrega sincera de sí mismo a los
demás”.
Decía Francisco en la catequesis del miércoles 2° de abril de 2014: “La imagen de Dios es la pareja
matrimonial, el hombre y la mujer, los dos. No solamente el varón, el hombre, no sólo la mujer, no, los dos. Y
ésta es la imagen de Dios: es el amor, la alianza de Dios con nosotros está allí, está representada en aquella
alianza entre el hombre y la mujer. Y esto es muy bello, es muy bello”.
Por esto podemos afirmar: “La revelación cristiana proyecta una luz nueva sobre la identidad, la vocación y
el destino último de la persona y del género humano”.
Qué necesidad tiene el hombre de hoy de ensimismarse con los primeros capítulos de Génesis. Tienen una
actualidad sorprendente, de ellos nacen “la inalienable dignidad de la persona humana, la sociabilidad
constitutiva del ser humano, el significado del actuar humano en el mundo”.
La certeza que con el tiempo vivimos que “la salvación cristina es para todos los hombres y de todo el
hombre”, nace de la experiencia progresiva que tenemos de ser transfigurados en todas nuestras dimensiones
personal y social, espiritual y corpórea, histórica y trascendente. Es un acontecimiento que nos abraza y nos
abre, regenerando nuestra vida en forma permanente, no dejando que se ahogue o se cierre en sí misma.
Somos provocados a crecer en libertad, a hacernos cargo de nosotros mismos. Por eso somos tensionados por
un Ideal, la Afirmación del Misterio último como significado de nosotros mismos: “El Señor, nuestro Dios, es
el único Señor, y amarás al Señor, Tu Dios, con “todo” tu corazón, con “toda” tu alma, con “toda” tu mente y
con “todas” tus fuerzas”. En el corazón, el alma y la mente, están todas las fuerzas del hombre. Si están
orientadas hacia su Destino, él puede entonces, Amar al Prójimo como a sí mismo. Sin esta experiencia de
Totalidad su corazón, su alma y su mente, quedan aprisionados en un horizonte sin salida, sin capacidad de
afirmar a otro. Queda como única salida la afirmación nihilista de sí mismo. Así está el hombre de hoy.
Este “hombre viejo” es el que puede cambiar por la Fe en un “hombre nuevo”. De ahí que “El discípulo de
Cristo es una nueva criatura”. Es la “gracia” de adherir a una “presencia” que se hace eficaz en los
sacramentos. No de manera automática y alienante, sino como “itinerario de Fe”, como un camino
plenamente humano atravesado por lo divino. Ninguna transformación se producirá en la vida social que no
empiece por “la persona”, siempre se empieza desde el Yo: “la transformación interior de la persona
humana, en su progresiva conformación con Cristo, es el presupuesto esencial de una renovación real de sus
relaciones con las demás personas”. Este es el más original y más importante aporte que el Cristianismo ha
hecho y hace a la Sociedad de todos los tiempos, es el método de Dios, es lo que hizo y hace Cristo. Con el
tiempo nace en el corazón humano que sigue a Cristo “la firme y constante determinación de esforzarse por
lograr el bien de todos y de cada uno”. También la relación con el universo creado y las diversas actividades
que el hombre dedica a su cuidado y transformación.
Hoy nuestra fe se enfrenta a un gran desafío cultural que es verificar la relación entre “Trascendencia de la
salvación y autonomía de las realidades terrenas”. Nuestra tarea consiste en demostrar que “lo humano
cuanto más se contempla a la luz del designio de Dios y se vive en comunión con Él, tanto más se potencia y
libera en su identidad y en la misma libertad que le es propia”. “No existe conflictividad entre Dios y el
hombre, sino una relación de amor en la que el mundo y los frutos de la acción del hombre en el mundo son
objeto de un don recíproco entre el Padre y los hijos, y de los hijos entre sí, en Cristo Jesús: en El, y gracias
a Él, el mundo y el hombre alcanzan su significado auténtico y originario”. “La persona humana, en sí
misma y en su vocación, trasciende el horizonte del universo creado, de la sociedad y de la historia: su fin
último es Dios mismo, que se ha revelado a los hombres para invitarlos y admitirlos a la comunión con Él”.
Desde esta experiencia el hombre aprende a vivir con la conciencia que “la apariencia de este mundo pasa”,
por lo que en todo lo que hace y vive hay una relatividad escatológica y teológica.

Designio de Dios y Misión de la Iglesia.

La tarea que Dios asignó a la realidad humana en la cual El sigue presente es poner al hombre de cara a su
vocación definitiva, que es el cumplimiento pleno de su propia humanidad, por eso “La Iglesia es signo y
salvaguardia de la trascendencia de la persona humana”. Su misión es anunciar y comunicar la salvación
realizada en Jesucristo, que Él llama Reino de Dios, es decir la comunión con Dios y entre los hombres. La
Iglesia constituye el germen y el principio de ese reino. Está a su servicio, generando una presencia que
transfigura toda la realidad desde dentro, sin identificarse con ninguna comunidad o sistema político, sino
recreándolos estando al servicio de la vocación personal y social del hombre. Al despertar al hombre a su
vocación regenera toda la vida social: “El Reino se manifiesta, más bien, en el desarrollo de una sociabilidad
humana que es para los hombres levadura de realización integral, de justicia y solidaridad, abierta al
Trascendente como término de referencia para el propio y definitivo cumplimiento personal”.
Iglesia, Reino de Dios y renovación de las relaciones sociales. La Fe genera un tipo de relación que plenifica
todo deseo humano “ya no hay judío ni griego; ni esclavo ni libre; ni hombre ni mujer”, es un fermento de
redención y de transformación de las relaciones sociales, anticipa el futuro renovando las relaciones
recíprocas. Produce un nuevo ímpetu de libertad y creatividad. Es el mismo misterio de Dios, el Amor
trinitario, que funda el significado y el valor de la persona, de la sociabilidad y del actuar del hombre en el
mundo. El amor recíproco es el instrumento más potente de cambio a nivel personal y social.
La experiencia de los “Cielos nuevos y tierra nueva”, es lo más concreto que existe, ya que abre una
perspectiva que hace que el hombre verifique que nada de lo que lleva a cabo en este mundo se diluye en la
nada, ya que todo es recuperado para el Infinito: “Entonces, vencida la muerte, los hijos de Dios resucitarán
en Cristo, y lo que fue sembrado bajo el signo de la debilidad y de la corrupción, se revestirá de
incorruptibilidad, y, permaneciendo la caridad y sus obras, se verán libres de la servidumbre de la vanidad
todas las Criaturas que Dios creó pensando en el hombre”. Nadie sino Cristo nos puede dar esta certeza: “a
mí me lo hiciste”.
María y su “fiat” al designio de amor de Dios. En María se da el mayor cumplimiento que se puede esperar
de Dios en una criatura humana, es un paradigma insuperable de realización humana: “María , totalmente
dependiente de Dios y toda orientada hacia El con el impulso de su fe, es la imagen más perfecta de la
libertad y de la liberación de la humanidad y del cosmos”.
El Fundamento Eclesiológico (Capítulo II).

Hoy Dios sigue presente a través de la realidad humana, que Él formó, forma y realiza históricamente. Ésta
desde el punto de vista sociológico se llama Pueblo de Dios y desde el punto de vista ontológico se llama
Cuerpo de Cristo. Desde dentro de este Cuerpo Dios nos acompaña, nos acoge, nos educa, nos transfigura.
La DSIC como unidad entre la Razón y la Fe, se da dentro de la dinámica histórica de este Misterio de Dios
hecho realidad humana para el hombre de cada lugar y tiempo. Se nos invita a pertenecernos a Él, en el lugar
que Él eligió para abrazarnos y rescatarnos de nuestros límites y ayudarnos a vivir una vida plenamente
humana.
Podemos verificar históricamente como la capacidad de juzgar la realidad desde el contenido de la Fe tiene
una extraordinaria “razonabilidad” en la comprensión humana del drama del hombre contemporáneo, es decir
una gran adecuación a cada momento histórico. Esto nos permite decir una vez más que la Fe nos propone
una verdadera inteligencia nueva de lo real para vivir los acontecimientos históricos.
En los 130 años que transcurrieron entre la Rerum Novarum y la Fratelli Tutti- con las once encíclicas y una
exhortación apostólica, escritas por siete Pontífices-, podemos observar la gran novedad que la Fe nos trae
para vivir cada momento, la gran profundidad con que cada Papa abrazó las distintas problemática, la gran
capacidad de análisis de los diversos factores de la realidad, abrazando toda su intensidad dramática.
Cuando la Iglesia se manifiesta como morada de Dios con los Hombres, se refiere a que Cristo ha
“fecundado y fermentado la sociedad” desde dentro. En cada catequesis y sacramento el hombre está invitado
a descubrir una nueva inteligencia de la realidad haciendo experiencia de la eficacia de Dios en su Palabra y
en su Presencia Real Eucarística, que produce esta metanoia, este cambio de mentalidad en la manera de
entender y tratar todas las cosas. Justamente la Doctrina Social de la Iglesia intenta ser una unión entre
Evangelización y Promoción humana, es decir cambiar al hombre transfigurándolo, y por lo tanto, cambia la
realidad. Es un deber y un derecho de la Iglesia anunciar el Misterio de la Encarnación y de la Redención.
La insistencia de referirnos constantemente a la necesidad de vivir una inteligencia nueva de la realidad,
surge como intención de superar una manera de entender la DSIC que consideramos errónea. Cómo dijimos
en la introducción, hoy en día muchas veces se reduce la Fe a "moral", "doctrina" o "rito". Esto no es lo que la
DSIC quiere comunicarnos. La esencia de su propuesta consiste en ser una ayuda, a la luz de la Sagrada
Escritura, la Tradición y el Magisterio, para entender la realidad de cada día según lo totalidad de los factores
en juego en cada circunstancia histórica. Es una apertura a todo lo real. Por eso no es una Ideología. Es la
mirada misma de Cristo sobre el hoy de la historia, a través de su Cuerpo Místico, de su pueblo, que interpela
al hombre contemporáneo como lo hacía hace 2000 años.

Misión de la Iglesia y Doctrina Social.

A la luz de todo lo que hemos dicho hasta ahora podemos entender que la Misión de la Iglesia no es posible
en el mundo contemporáneo sin la DSIC, ya que es la modalidad a través de la cual la Inteligencia de la Fe
plasmada en el Catecismo de la Iglesia Católica se manifiesta como Inteligencia de la Realidad.
No es casual el tremendo desconocimiento que se tiene de la DSIC dentro mismo de la Iglesia. Y eso es un
síntoma clarísimo de cómo vivimos la Fe reduciéndola a espiritualismo, moralismo o ritualismo.
Si la Iglesia está llamada a convertirse cada vez más en un “Hospital de Campaña” en medio del mundo
necesita que los Bautizados seamos cada vez más conscientes del contenido de nuestra Fe.

Evangelización y Doctrina Social.

La Iglesia, partícipe de los gozos y de las esperanzas, de las angustias y de las tristezas de los hombres, es
solidaria con cada hombre y cada mujer, de cualquier lugar y tiempo, por eso La Iglesia es morada de Dios
con los hombres. Es servidora de la salvación no en abstracto o en sentido meramente espiritual, sino en el
contexto de la historia y del mundo en el que el hombre vive, en la compleja trama de relaciones de la
sociedad moderna.
Se trata de Fecundar y Fermentar la sociedad con el Evangelio. Lo sobrenatural no debe ser concebido
como una entidad o un espacio que comienza donde termina lo natural, sino como la elevación de éste, de tal
manera que nada del orden de la creación y de lo humano es extraño o queda excluido del orden
sobrenatural y teologal de la fe y de la gracia, sino más bien es en él reconocido, asumido y elevado.
Hoy es más importante que nunca entender el vínculo profundo entre Doctrina social, evangelización y
promoción humana. Es la conexión que se presenta constantemente entre el Evangelio y la vida concreta,
personal y social del hombre. La misión propia que Cristo confió a su Iglesia no es de orden político,
económico o social. El fin que le asignó es de orden religioso. Despertando y ayudando a que el hombre viva
su religiosidad, es decir el reconocimiento consciente de la dependencia original que lo constituye, la Iglesia
genera en el hombre la posición humana más adecuada para enfrentar todos los problemas humanos de orden
familiar, laboral, económicos y políticos. Este es el verdadero significado de la Liberación que la Fe produce
en el hombre y en la sociedad.
De aquí nace el derecho y el deber de la Iglesia de proponer al hombre el camino de la salvación. Se lo salva
al hombre porque se le ayuda a ser él mismo. Este es el sentido de la afirmación más conocida de San Juan
Pablo II: Cristo revela el hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación.
Este derecho es al mismo tiempo un deber, porque la Iglesia no puede renunciar a él sin negarse a sí misma y
su fidelidad a Cristo. El “Ay de mí si no predicada el Evangelio” significa que no se puede renunciar a las
consecuencias que produce el encuentro con Cristo y la totalidad de la persona humana que es despertada a
vivir toda la realidad de manera apasionante, y esto nada ni nadie lo puede detener.

La naturaleza de la Doctrina Social.

La DSIC no pertenece al ámbito de la ideología, sino al de la teología y especialmente de la teología moral, es


un conocimiento iluminado por la fe. Es la cuidadosa formulación del resultado de una atenta reflexión
sobre las complejas realidades de la vida del hombre en la sociedad y en el contexto internacional, a la luz
de la fe y de la tradición eclesial. Su objetivo principal es interpretar esas realidades, examinando su
conformidad o diferencia con lo que el Evangelio enseña acerca del hombre y su vocación terrena y, a la vez,
trascendente, para orientar en consecuencia la conducta cristiana. Por eso hemos dicho hasta el cansancio
que la Inteligencia de la Fe se hace, a través de la DSIC, una nueva Inteligencia de la Realidad.
Refleja los tres niveles de la enseñanza teológica-moral: el nivel fundante de las motivaciones; el nivel
directivo de las normas de la vida social; el nivel deliberativo de la conciencia, llamada a mediar las normas
objetivas y generales en las situaciones sociales concretas y particulares. Estos tres niveles definen
implícitamente también el método propio y la estructura epistemológica específica de la DSIC.
La fe y la razón constituyen las dos vías cognoscitivas de la doctrina social, siendo dos las fuentes de las que
se nutre: la Revelación y la naturaleza humana.
Por eso mismo entra en diálogo cordial con todos los saberes. Se sirve de todas las aportaciones
cognoscitivas provenientes de cualquier saber; y tiene una importante dimensión interdisciplinar: Para
encarnar cada vez mejor, en contextos sociales, económicos y políticos distintos, y continuamente
cambiantes, la única verdad sobre el hombre, esta doctrina entra en diálogo con las diversas disciplinas que
se ocupan del hombre e incorpora sus aportaciones. Ningún saber resulta excluido, por la parte de verdad de
la que es portador. La apertura atenta y constante a las ciencias proporciona a la DSIC competencia,
concreción y actualidad. Este diálogo interdisciplinar solicita también a las ciencias a acoger la perspectiva de
significado, de valor y de empeño que la DSIC manifiesta y a abrirse a horizontes más amplios al servicio de
cada persona, conocida y amada en la plenitud de su vocación.
Es expresión del ministerio de enseñanza de la Iglesia, que es el sujeto que la elabora, la difunde y la enseña.
No es prerrogativa de un componente del cuerpo eclesial, sino de la comunidad entera: es expresión del modo
en que la Iglesia comprende la sociedad y se conforma con sus estructuras y sus variaciones. Toda la
comunidad eclesial, sacerdotes, religiosos y laicos, participa en la elaboración de la DSIC, según la diversidad
de tareas, carismas y ministerios. Las aportaciones múltiples y multiformes, son asumidas, interpretadas y
unificadas por el Magisterio, que promulga la enseñanza social como doctrina de la Iglesia.
Para contribuir a lograr una sociedad reconciliada en la justicia y en el amor, el aporte de la DSIC es de
anuncio y de denuncia. Anuncia una visión global del hombre y de la humanidad, como exigencia, dirección y
formación de las conciencias. Y denuncia, que se hace juicio y defensa de los derechos ignorados y violados,
especialmente de los derechos de los pobres, de los pequeños, de los débiles.
Es un mensaje para los hijos de la Iglesia y para la humanidad. La primera destinataria de la DSIC es la
comunidad eclesial en todos sus miembros, porque todos tienen responsabilidades sociales que asumir. Hay
responsabilidades que competen a los laicos de modo peculiar, en razón de su condición secular de su estado
de vida y de la índole secular de su vocación. Además tiene una destinación universal dirigida a todos los
hombres de buena voluntad.
Se desarrolla bajo el signo de la continuidad y de la renovación. Orientada por la luz perenne del Evangelio
y constantemente atenta a la evolución de la sociedad, la DSIC se caracteriza por la continuidad y por la
renovación. Se mantiene idéntica en su inspiración de fondo, en sus principios de reflexión, en sus
fundamentales directrices de acción, sobre todo, en su unión vital con el Evangelio de Señor. Por otra parte,
en su constante atención a la historia, dejándose interpelar por los eventos que en ella se producen, manifiesta
una capacidad de renovación continua. Es un Magisterio en condiciones de abrirse a las cosas nuevas, sin
diluirse en ellas. Es un taller siempre abierto, en el que la verdad perenne penetra y permea la novedad
contingente. La Fe no pretende aprisionar en un esquema cerrado la cambiante realidad socio-política, sino
que es fermento de novedad y creatividad. Madre y Maestra, la Iglesia no se encierra ni se retrae en sí misma,
sino que continuamente se manifiesta, tiende y se dirige hacia el hombre, cuyo destino de salvación es su
razón de ser.

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