Ius Commune, II, Recepción
Ius Commune, II, Recepción
Ius Commune, II, Recepción
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esta línea deben colocarse también diversos tratados o monografías de autores italianos
que influyeron notablemente en la redacción de similares obras hispanas.
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Las clases populares, especialmente las más aferradas al Derecho
consuetudinario, de factura más sencilla y asequible a su mentalidad, mostraron una
hostilidad inicial a la aplicación de los nuevos principios y normas. La resistencia será
mayor en lo que respecta al desarrollo del procedimiento judicial, que en comparación
con el ordenamiento tradicional era extremamente complicado.
Esta oposición popular contra los juristas como clase profesional, en tanto que
mantenedores de un complicado sistema jurídico y procesal frente al que recelaba el
pueblo llano, llegó a echar hondas raíces en la literatura de la época, así en la de género
culto como en la de índole satírica o aforística.
En general, cabe decir que en los primeros tiempos halló la nueva corriente un
ambiente poco propicio a su expansión, especialmente en los territorios que contaban
con una antigua tradición jurídica consuetudinaria popular más consolidada (Navarra,
Bizkaia, Castilla, Aragón, Cataluña Vieja...), en contraste con los de reciente
incorporación, como Mallorca o Valencia, carentes de un sistema anterior estabilizado.
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Siguiendo un itinerario cronológico y geográfico, cabe afirmar que Cataluña
es la pionera en la acogida de los nuevos Derechos, cuyas primicias se han fijado en
torno a la mitad del siglo XII. El hecho podría explicarse por la proximidad geográfica y
las intensas relaciones políticas y económicas habidas tradicionalmente entre los países
catalanes y el Mediodía francés y el norte y el centro de Italia; pero no van a faltar
también algunas dificultades y oposiciones.
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Derecho propio del país, así consuetudinario como legal, cuyas lagunas sólo cabía llenar
con el recurso a las normas o principios de los nuevos Derechos. Pero también en parte
se daba, ya de entrada, una preterición de aquellas normas autóctonas por la natural
tendencia de los hombres de curia a servirse de estos últimos, en los que se habían
educado. Y, además, fue frecuente que las alegaciones a las obras de romanistas y
canonistas se verificaran incluso a modo de interpretación del propio Derecho oficial de
los monarcas y de sus códigos o adaptación del mismo a las nuevas circunstancias. A tal
punto llegaría esta inmoderada utilización de los textos del Derecho común y sus
comentaristas, sobre todo en la práctica de los tribunales, que ya desde mediados del
siglo XIII varios soberanos de diferentes reinos peninsulares se vieron obligados, bajo la
presión de diversos sectores sociales del país, a promulgar disposiciones prohibitivas o
restrictivas de este empleo del Derecho común en la práctica de los tribunales.
Pero tales medidas represivas de los soberanos (que, en el fondo, más que una
oposición formal al nuevo Derecho aparecían como una celosa defensa de los
respectivos ordenamientos jurídicos nacionales) fueron ineficaces en la práctica (pues
no cortaron la proliferación de tales alegaciones forenses) y en algún modo hasta
contraproducentes. Así, las aludidas disposiciones de Jaime I y de Pedro III al ofrecer la
alternativa de recurrir al sensum naturalem (sentido común) o a la equidad o buena
razón, en defecto de leyes propias del país, brindaban a jueces y juristas el cauce
indirecto de invocar y aplicar las leyes romanas y canónicas y las doctrinas de los
autores, en tanto éstas eran estimadas por aquéllos como la expresión más acabada del
sentido común y la equidad. Y, en efecto, este recurso usual a las leyes romanas y
canónicas iría ganando terreno en la vida de los diferentes reinos, sobre todo en
Cataluña, durante los siglos XIII a XV, hasta tenerse ya dicha aplicación como
establecida por costumbre, según opinión de los más renombrados juristas de la época,
en consideración a su indiscutible cualidad de justas y equitativas. Con ello preparaban
el clima para el reconocimiento oficial del Derecho común como supletorio del propio
país, que se daría en varios reinos a fines de la Edad Media y principios de la Moderna.
La presión de los juristas motivó que entrado el siglo XV algún soberano (Juan
II en 1427) permitió invocar en los tribunales castellanos las opiniones de solamente
cuatro acreditados glosadores italianos, dos romanistas y dos canonistas. En concreto,
prohibió alegar en los juicios doctrinas posteriores a Juan de Andrés en Derecho
Canónico y a Bártolo de Sassoferrato en Derecho Civil, lo que suponía el
reconocimiento de la posibilidad de citar doctrinas anteriores a ambos.
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No obstante, esta pequeña apertura quedó cerrada al final de la época con la
derogación expresa del permiso, en virtud de una Pragmática de los Reyes Católicos
(1499), confirmada posteriormente, que volvía al exclusivo reconocimiento de la
legislación del reino como derecho que había de regir en la práctica, sin ninguna
concesión a la jurisprudencia romano-canónica. Sólo se admitió la alegación en juicio
de Bártolo y, en su defecto, de Baldo de Ubaldo –en Derecho Civil– y del abad
Panormitano y Juan de Andrés en Derecho Canónico. Con ello, la justicia popular de
albredrío y fazañas tendió a reducirse, sobre todo en Castilla y Navarra, a favor de una
justicia real articulada en torno a la Corte (llamada Corte Mayor en Navarra), a los
territorios o comarcas (merindades y bailíos) y a las villas y ciudades (alcaldes del rey).
Consta sin embargo que en los siglos de la Edad Moderna, las opiniones de
juristas y comentaristas fueron ampliamente invocadas y valoradas en los ámbitos
judiciales.
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hablarán más tarde de la materia a clavibus, la que tiene que ver con “las llaves” de la
Iglesia, conferidos por tanto a San Pedro.
El privilegium fori era absoluto: los clérigos no podían renunciar a él; los
tribunales laicos debían declararse incompetentes. Este privilegio se extendía a lo penal
y a lo civil. Desde el momento en que un clérigo estaba de por medio, como demandado
o demandante, los tribunales eclesiásticos eran los únicos competentes, con apenas
algunas excepciones (singularmente en lo que concierne a posesiones feudales). Hubo
un número enorme de conflictos de jurisdicción y también numerosos abusos. Y puesto
que la prueba de que una persona pertenecía al estado eclesiástico se fundaba en algunos
elementos aparentes –hábito y tonsura–, se daba la picaresca, y a finales del siglo XIII
se ha calculado que había en Francia 20.000 falsos clérigos.
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cuerpos, legitimación de los hijos, etc.), los testamentos (cuando contenían un “legado
piadoso” a favor de una institución eclesiástica), y la falta de ejecución de una promesa
hecha bajo juramento (porque faltaba a una promesa solemne hecha a Dios). Los
tribunales laicos contestaban a menudo la competencia de las jurisdicciones
eclesiásticas en estas dos últimas materias; pretendían tener al menos competencia
concurrente, con preferencia en favor del tribunal inicialmente elegido. A partir del
siglo XIV los tribunales eclesiásticos perdieron la competencia en estas materias. La
cuestión se arregló en ocasiones mediante acuerdos locales.
Con independencia del cauce anterior de aplicación práctica del Derecho, las
nuevas corrientes del Derecho común se manifestaron también de manera efectiva en el
plano de la producción legislativa de los soberanos de la Baja Edad Media y, en general,
de la ordenación normativa de los diferentes círculos jurídicos, así regionales como
incluso locales. Los monarcas de los diferentes reinos peninsulares –pese a estas
actitudes esporádicas negativas a que acabamos de aludir– se inclinaron generalmente
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hacia los principios del Derecho romano y del canónico en la obra de renovación de sus
respectivos sistemas jurídicos.
5.3.1. Castilla
Como exponente más señero de este aspecto de la recepción bastaría citar las
obras legislativas de Alfonso X el Sabio, monarca de Castilla y León entre 1252 y
1284: el Fuero Real pero, sobre todo, el Código de las Partidas, versión castellana del
ius commune, como ha podido ser calificado justamente, dada su profunda inspiración
en el mismo según la interpretación de los comentaristas italianos. Su aplicación
efectiva se demoró casi un siglo, a causa de las resistencias populares ya comentadas.
En el Prólogo de las Partidas se dice que éstas son una síntesis de los principios
morales, religiosos y jurídicos de la época desde el punto de vista de los intereses del
rey. Hay una influencia predominante del Derecho Común, tanto del Derecho romano
recepcionado (compilación justinianea, doctrina de los glosadores), como del Derecho
canónico. Los preceptos van precedidos de una argumentación donde se señalan incluso
las influencias de la ley, característica que, para algunos autores, denota que fueron
diseñadas en principio como obra para el estudio del Derecho y no para su aplicación.
Otra vía de entrada oficial del Derecho Común es la admisión global; es decir,
de los mismos textos en bloque como un Derecho supletorio del propio del reino, ya
fuera el general del reino, ya el particular de algunas localidades, merced al
establecimiento por vía normativa de un orden de prelación con vistas a la
aplicación en los tribunales. Esto es lo que ocurrirá, por ejemplo, en Cataluña, Mallorca
y Navarra.
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necesidades de la sociedad de la Baja Edad Media y la unánime convicción de los
juristas quebrantarían aquel recelo y oposición popular de los primeros tiempos y
conducirían sin dificultades hacia tales reconocimientos oficiales de supletoriedad del
Derecho común (integrándolo en el cuadro de las fuentes propias del respectivo sistema)
como culminación legal de una situación de hecho, generalizada ya en todos los
ambientes.
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nuevos métodos, desconocidos hasta entonces y que han de llegar casi hasta nuestros
días: la glosa, el comentario, la communis opinio, etc.
No tendría sentido hacer ahora una lista de los juristas hispánicos, pero a título
emblemático cabe dejar constancia de las figuras más destacadas en entre los
canonistas y los civilistas:
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Cataluña no se queda atrás en la elaboración medieval de la ciencia jurídica, y
ofrece la manifestación más importante de buenos juristas en los siglos XIV-XV, que ha
permitido que se la califique como la Escuela jurídica catalana. Se dedican al
comentario de los Usatges de Barcelona y de las Constitutions de Catalunya (Jaume
Callís, Jaume de Montjuïc, Jaume Guillem Vallseca, Jaume Marquilles). También
Tomás Mieres, elaborador de la doctrina del pactismo catalán. Todos ellos conocen bien
el Derecho Común, y no ahorran esfuerzos por conseguir la integración o armonización
de este derecho con el derecho tradicional catalán.
A pesar de esta realidad, el siglo XVI fue el más brillante para los estudios
universitarios y la producción doctrinal de los juristas. A pesar de lo señalado, se
conocen importantes humanistas españoles, destacando especialmente Diego de
Covarrubias, un jurista que ocupó altos cargos en la burocracia regia y llegó a ser
obispo de Ciudad Rodrigo. Es autor de varias obras de literatura jurídica y tuvo una
especial presencia en la Universidad de Salamanca. En el campo del Derecho Canónico
destacan autores como el aragonés Antonio Agustín. Otros autores destacados de este
período son: Pichardo, Vinuesa, Antonio y Francisco Ramos de Manzano.
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por juristas prácticos. Es común que los docentes pasen luego a formar parte de la
burocracia regia. En los siglos XVI y XVII abunda un tipo de obras del género
denominado “literatura consiliar” o “dictaminadora”, escrito desde una perspectiva
práctica, del que destacamos las Alegationnes en Castilla y Navarra. En la Corona de
Aragón prolifera la “literatura decisionista”, que consiste en comentarios a las
sentencias judiciales. Este género no se desarrolla en Castilla, ya que aquí las sentencias
no dejaban lugar a comentarios puesto que no contenían los fundamentos del juez.
Dentro de estos géneros, destacan las obras del castellano Rodrigo Suárez (Alegationes
et Consilia) y de los catalanes Fontanella y Peguera. En Navarra el Archivo General del
reino conserva un códice titulado Allegaciones iuris, y que contiene una amplia
colección de alegaciones, informaciones y dictámenes jurídicos del siglo XVII.
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como las introducidas en la legislación castellana por las Leyes de Toro (1505), más
bien con el propósito de resolver situaciones de confusión e incertidumbre en la misma;
otras de menor alcance, como algunas Constituciones de Cortes de Cataluña, relativas a
extremos de Derecho sucesorio. Pero debe afirmarse, también que, en la práctica, las
reformas no realizadas por la legislación en el campo del Derecho privado las
efectuaron los juristas por su cuenta, interpretando y reelaborando, en todas partes, el
Derecho nacional (de los respectivos reinos) a la luz del Derecho común, con frecuentes
deformaciones de su sentido originario, intentando encuadrar las instituciones
autóctonas dentro los esquemas conceptuales del Derecho romano. El fundamento,
vicisitudes, alcance y resultados de esta labor fueron distintos, con todo, en los
diferentes territorios, en razón al papel –oficial u oficioso– que venía desempeñando el
Derecho común.
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Las Cortes de Toro de 1505 promulgaron 83 leyes sobre cuestiones de
Derecho civil, sucesorio, matrimonial, de obligaciones, procesal, penal, etc. Estas leyes
ordenan la aplicación jurídica y actualizaron el corpus legislativo de la Corona de
Castilla (Fuero Juzgo, Partidas, Ordenamiento de Alcalá, etc.). Las Leyes de Toro
fueron la base para la Nueva Recopilación, dictada por Felipe II en 1567, y la Novísima
Recopilación, elaborada ya en vísperas de la Edad contemporánea (1805).
Por las Leyes de Toro de 1505, puede afirmarse que la ordenación o tabla de
fuentes prevista en estas disposiciones se mantuvo sin alteración hasta las reformas del
siglo XIX.
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2. Según la forma o criterio de ordenación del contenido, se diferencian:
a) Sistemáticas. Las normas se ordenan en razón de la materia correspondiente.
Se clasifican en libros y títulos.
b) Cronológicas. Las normas están ordenadas por fecha de promulgación. Son
las primeras recopilaciones que aparecen dada la escasa dificultad que entraña su
elaboración.
3. Según la técnica utilizada al momento de recopilar las normas, pueden ser:
a) Literales. Respetan íntegramente la versión original de la norma. Se dan en
Navarra, Aragón y Cataluña, territorios donde no hay mucho material normativo.
b) Refundidos. Se sintetizan las normas dispersas sobre una misma materia
creando derecho nuevo. Exigen una norma regia que sancione su validez. Son propias
de Castilla. La técnica de la refundición es dificultosa, y en Castilla no fue utilizada con
habilidad.
7. La singularidad navarra
A partir del mismo siglo XIII, se fueron añadiendo nuevos preceptos al texto
original, en un trabajo de acarreo normativo que culminó a finales del siglo XIV. El
Fuero General de Navarra nunca fue promulgado oficialmente, y algunos autores
consideran que éste carácter se obtuvo con su inclusión en la Recopilación de Chavier
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(1686). A pesar de ser una obra privada y anónima, y carente de promulgación oficial,
contenía la tradición foral del Derecho navarro que los reyes juraban guardar y, en su
caso, mejorar (“jurar los fueros y a no empeorar los derechos de los navarros”,
como recoge el propio FGN). Con el paso del tiempo se fue imponiendo en su papel
de Derecho general del reino. Escrito en romance navarro, es un texto arcaico tanto por
su lenguaje como por el Derecho e instituciones que regula, muchas de ellas
impermeables al Derecho romano.
Entre los muchos aspectos que regula el FGN, destacamos la adopción de unas
normas institucionales entre el monarca y los súbditos, el régimen familiar y sucesorio,
la regulación de los desafíos o retos entre los nobles, las relaciones entre señores y
campesinos, la convivencia entre las gentes de las tres religiones (cristianos,
musulmanes y judíos), la atención que presta a las cuestiones de procedimiento, o a la
resolución de conflictos entre dos partes, etc. Es un instrumento que los grupos
privilegiados del reino, especialmente los nobles (ricohombres y señores solariegos)
utilizan para imponer su modelo cultural y consolidar su propia hegemonía social frente
a los vasallos (campesinos pecheros, collazos, siervos).
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características de todas las recopilaciones fueron los enfrentamientos entre el rey y las
Cortes sobre el contenido de las mismas. Esos conflictos tuvieron como consecuencia
que muchos de los intentos de recopilaciones se frustraron.
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