Estoicismo
Estoicismo
Estoicismo
Durante cinco siglos, desde finales del siglo IV a. C. hasta finales del siglo II d. C. el estoicismo es la
filosofía hegemónica. Se habla de tres etapas: Antiguo, medio y nuevo. Los estoicos pretenden restituir a la
filosofía el papel fundamental de comprender el Universo y de buscar el camino para una vida humana y
feliz. Sus doctrinas teóricas y prácticas se basan en la convicción indemostrable de que el universo es un todo
ordenado. El ser humano a través de la razón puede conocer, a sí mismo y ese cosmos ordenado del que
formamos parte.
Pese a la idea popular de que el estoicismo consiste en aceptar el infortunio y apretar los dientes ante
él (o lo que es lo mismo tomarse las cosas con filosofía), el concepto central del estoicismo y de Séneca es
asignar valor sólo a aquello que nadie puede quitarnos. El valor entonces reside en cosas como la virtud, y no
en un abrigo de piel nuevo o en una tarjeta de crédito. Para los estoicos, el objetivo es conservar el poder
sobre uno mismo. Si usted valora algo que le pueden quitar, se pone en manos de aquél que quiera o pueda
quitárselo. Piense en la cantidad de poder que tiene un ladrón de coches sobre aquellos de nosotros que no
hemos perfeccionado una actitud estoica. Sólo aquello que puede ir contigo al salir de un sitio sin tiempo de
coger nada es lo que tiene valor.
Los estoicos son los que mejor han ejemplificado la subordinación de la filosofía a la felicidad por
mediación de la virtud. Entre el 300 a.C. Y el siglo II d.C. Se distinguen tres épocas en el desarrollo de la
escuela estoica. El estoicismo antiguo, el medio y el nuevo. Su fundador fue Zenón de Citio que la estableció
en Atenas en el llamado Pórtico de las pinturas, decorado con cuadros de Polignoto, y este lugar dio nombre
al grupo. Murió de muerte voluntaria. El gran impulso como doctrina se lo dió Crisipo de Tarso.
Entre las doctrinas que más han influido en la historia de la filosofía destacan: La necesidad de orden
cósmico, representada en la idea de destino y providencia, la idea del ciclo cósmico o eterno retorno, Dios
como alma del mundo, en la ética, la autosuficiencia y la libertad del sabio y el deber o hacer lo que hay que
hacer. El cosmopolitismo y el derecho natural.
Para los estoicos el universo es un organismo vital, unitario y singular. Todas las cosas singulares son
creaciones de una divina fuerza originaria en permanente y eterna actividad. Esta teoría opuesta a Aristóteles
es un consciente panteísmo que pretende superar el dualismo platónico entre lo sensible y lo suprasensible, y
neutralizar la oposición entre necesidad y finalidad, entre materia y forma. El cosmos como divinidad es,
pues, la causa originaria, la razón y el sentido del universo, la materia y la forma, la energía última que
incluye en su seno, por igual, la necesidad y la finalidad de todas las cosas y de todo acontecer. La
subordinación de lo particular a la ley cósmica.
El emperador Marco Aurelio que había asumido las doctrinas del estoicismo las mantuvo en su vida
personal y en todas sus actuaciones como hombre de estado. Las doctrinas estoicas del valor, de la
imperturbabilidad y de la fidelidad al deber se unen en él para dar la verdadera grandeza de un señor.
Resistió al delirio y el afán de poder, a la arbitrariedad, los dispendios, el adocenamiento. Despreció
el lujo y las comodidades, envuelto en una sencilla capa de soldado, pasó su vida –casi toda ella en los
campamentos de sus legiones- cumpliendo con su deber y atendiendo a los cuidados del imperio.
Por eso dice: “Si queremos conocer bien el exacto valor de las personas, habremos de estudiar lo que
piensan, qué persiguen y cuáles son las cosas que desprecian. El hombre vale más o menos según sea el valor
de aquellas cosas a las cuales ha consagrado su vida”.
Los autores antiguos discrepaban sobre la participación en la vida pública. Séneca recoge las
posiciones encontradas de epicúreos y estoicos, yo creo que de los escépticos también. Para Epicuro el sabio
debe ocultarse de la vida pública, por tanto no debe intervenir en política, y para el escéptico, el sabio debe
mostrarse indiferente frente a las cosas, por tanto debe suspender su juicio y moverse de acuerdo con el
fenómeno, con lo que aparece. Para Zenón el estoico el sabio no busca el poder por el poder, y si lo acepta es
por los beneficios que puede aportar a la sociedad. El siente la obligación de servir a los demás en la vida
pública, si las circunstancias no lo desaconsejan. Pero ha de ser consciente que tal aceptación irá en contra de
su tranquilidad de ánimo, de su ocio (otium), necesario para la contemplación. Séneca como ya hemos visto
aconseja el abstencionismo político, pero a pesar de ello, se lanza de bruces al poder y a la riqueza.
Nacido en Córdoba, un rincón provincial de la Hispania romana, allá por el año 4 a.C., Lucio Anneo Séneca
fue hijo de un famoso retórico Marco Anneo Séneca (Séneca el viejo 54 a.C.- 39). Al morir su madre se hizo
cargo del pequeño su tía que lo llevó a Roma siendo el filósofo muy joven. Allí estudió retórica y filosofía
entre los años 15-25, año en el que una enfermedad le llevó a Egipto para reponerse, aprovechando que Cayo
Valerio esposo de su tía era prefecto en ese país. Volvió a Roma en el año 31, comenzó una carrera política y
de orador encomiable, fue nombrado cuestor en el 33.
Para darse cuenta del difícil momento histórico que le tocó vivir sólo hemos de pensar que desarrolló su
talento durante el gobierno de tres de los emperadores más exóticos y crueles del Imperio romano: Calígula,
Claudio y Nerón. Séneca es un pensador atractivo por su complejidad. Su vida arroja zonas de claroscuro y
su pensamiento tiene ambigüedades, incoherencias, ideales éticos y políticos y una relevancia fuera de toda
duda, como así lo ha reconocido la historiografía filosófica y moral. Su ambición de poder y de fortuna
contrasta con la elevación de sus miras morales, con la compasión y el heroísmo ético que desplegó, lo cual
le hacen un pensador atractivo leído y citado sin cesar.
En este atormentado escenario, Séneca se pregunta con insistencia la cuestión básica de la conducta moral:
qué es lo bueno, el bien o qué es lo que caracteriza la conducta correcta. Esta pregunta no es novedosa,
Platón, Aristóteles, Epicuro, Zenón, Pirrón etc. se la plantearon también con desigual éxito; pero Séneca se
da cuenta que sigue siendo pertinente por dos razones:
-Porque existen respuestas muy dispares y a veces contradictorias a la misma cuestión, que impiden
concretar qué es lo bueno.
-Porque la respuesta teórica que se da, condiciona la actitud del sabio, o del ciudadano de hoy.
Según Tácito se puede ser un gran hombre, aun estando sometido al poder del príncipe despótico, si se sabe
actuar moderadamente y con la suficiente deferencia, eliminando el servilismo hacia el príncipe. Cuando en
política es imposible tener un resultado satisfactorio, ocurre que se termina por fijar un límite en que la
política se opone a un imperativo moral.
Cuando Nerón empezó a despojar de sus riquezas a los santuarios y a saquear el Imperio, Séneca decidió
pedirle su renuncia para evitar quedar involucrado en un sacrilegio tan odioso
El estoicismo dio continuidad a dos tradiciones del pensamiento griego: el problema de la felicidad y el ideal
de la sabiduría. La originalidad de Séneca a esta preguntas radica en que el bien está ligado a la honestidad,
mientras que en la mayoría de las escuelas filosóficas, la honestidad nunca aparecía en las definiciones del
bien, que surgían por analogía a partir de experiencias virtuosas y, por lo tanto, confusas. Para Séneca los
términos bueno y honesto (summum bonum est, quod honestum est) son equiparables; dicho abruptamente no
puede haber bondad sin honestidad (nihil est bonum, nisi quod honestum est), ambos términos son
inseparables. La honestidad añade un precisión a lo bueno que lo hace perfecto, por tanto honestidad y
bondad están unidas.
Pero, a pesar de esta claridad con afirmar que el bien coincide con lo honesto no hemos todavía
proporcionado una respuesta satisfactoria porque nos queda precisar qué es lo honesto. Para Séneca el deber
vincula el bien y lo honesto. El sabio debe realizar su bondad en el ámbito de la obligación, es en la ética en
donde se adquiere la perfección humana. Por ello, dice en la Epistola, 10, 5 “Vive con los hombres como si
dios te viera; habla con dios como si los hombres te oyeran”. El hombre adquiere esta perfección alcanzando
la virtud mediante el uso de lo que lo hace hombre o mujer: su racionalidad (no sus sentimientos) común.
La moralidad forma parte de la felicidad: el sabio será un buen hijo, un buen esposo y un buen ciudadano, y
estos deberes se sitúan en el mismo plano que la búsqueda de la seguridad personal merced a una actitud de
desprecio hacia la muerte y hacia la buena o mala fortuna; Séneca no parece establecer ninguna diferencia
entre ellos. Ahora bien, sabemos que una cosa es la felicidad y otra la moralidad, la felicidad es un estado
interior que depende de las circunstancias, de la suerte o del humor. A veces tenemos lo necesario para ser
feliz pero no somos ni mucho menos felices. El estoicismo no va tan lejos sólo se pregunta quién tiene todo
para ser feliz y qué hace falta para serlo. La razón es que la felicidad no es un sentimiento interior sobre el
que sólo puede juzgar el interesado: son los otros, la colectividad o la sabiduría de los otros, quienes deciden
si un hombre puede ser declarado feliz. Un destino feliz es un destino susceptible de ser envidiado por un
hombre honesto, nos repugnaría proclamar feliz a un villano: nos asquearía estar en su piel.
Séneca añora un cosmopolitismo necesario en política, añora una sociedad sin barreras, construída sobre el
origen común de todos los mortales. Para ello precisa superar los individualismos y las tiranías hacia las que
los seres humanos tienden. Todos debemos construir esa sociedad universal, en la que hay un sentido para lo
humano, para lo que es común a todos: la idea de Humanitas. Esa sensibilidad que nos une a todos (“somos
miembros de un gran cuerpo”, Epist. 95, 52) hace aflorar la conciencia social, los sentimientos de
solidaridad, amor recíproco y justicia. El estoico ya sabía que su patria era el mundo, Séneca advierte que el
sabio debe superar cualquier localismo patriótico ligado a la diferencia. El amor a la humanidad, la
filantropía, es la convicción en la igualdad entre los hombres que poseen el mismo origen (Séneca, De otio,
4, 11). Lo contrario, dice Séneca en De Beneficiis, es comportamiento de necios.
La perfección moral es la base de la unidad del género humano, perfección que afecta al individuo primero,
pero que debe proyectarse hacia la sociedad, ya que quien trabaja con éxito para sí debe trabajar para ayudar
a la sociedad común. Existe una especie de solidaridad cósmica muy estoica, que se veía reflejada en la idea
de ciudadanía en un imperio romano múltiple. En ese escenario la idea de la humanitas, idea y palabra
inexistente entre los griegos, es el ideal romano difundido por Cicerón, Séneca y Marco Aurelio. La idea
fundamental de este cosmopolitismo es que la unidad entre los hombres genera un deber recíproco de
solidaridad: la actitud altruista. Debemos ser solidarios, según Séneca, por compartir la misma naturaleza con
nuestros semejantes, porque los hombres han nacido para amarse los unos a los otros, y por ello, hasta los
esclavos son hombres y antes que esclavos son seres humanos. Ese es el significado que concreta con la frase
“debes vivir para el otro si quieres vivir para ti” (Epist. 48, 2).
Los autores antiguos discrepaban sobre la participación en la vida pública. Séneca recoge las posiciones
encontradas de epicúreos y estoicos, yo creo que de los escépticos también. Para Epicuro el sabio debe
ocultarse de la vida pública, por tanto no debe intervenir en política, y para el escéptico, el sabio debe
mostrarse indiferente frente a las cosas, por tanto debe suspender su juicio y moverse de acuerdo con el
fenómeno, con lo que aparece. Para Zenón el estoico el sabio no busca el poder por el poder, y si lo acepta es
por los beneficios que puede aportar a la sociedad. El siente la obligación de servir a los demás en la vida
pública, si las circunstancias no lo desaconsejan. Pero ha de ser consciente que tal aceptación irá en contra de
su tranquilidad de ánimo, de su ocio (otium), necesario para la contemplación. Séneca como ya hemos visto
aconseja el abstencionismo político, pero a pesar de ello, se lanza de bruces al poder y a la riqueza.
Hay, no obstante, impedimentos que deben alejar al sabio de la política: la salud, la ancianidad o la inutilidad
del esfuerzo. Esto último es interesante, porque cuando la corrupción hace inviable el esfuerzo es
desaconsejable la participación en asuntos políticos. Cuando la corrupción de una sociedad convierte en
inútil todo esfuerzo político el sabio debe abstenerse. Esa es la condición del buen ciudadano, y la
constatación de que esta es la situación normalizada de la vida pública, le lleva a Séneca a cierto pesimismo
social que le hace infravalorar las tares políticas. En estas situaciones el sabio sólo puede ejercer cierta crítica
y resistencia contra la injusticia reinante. Todo esto nos lleva a preguntarnos si fue Séneca un filosofo
oportunista que hacía lo contrario de lo que decía en sus escritos, o bien, atrapado por la corrupción política,
tuvo que atenerse a la dura realidad del poder y soportar estoicamente la imposibilidad de cambiarlo.
Séneca fue consciente de la imposibilidad de conciliar la actividad política, -y esto es lo que ha recogido la
mentalidad popular- con la posesión de uno mismo, la autonomía y la libertad de pensamiento. Séneca le
recomienda a Lucilio (su amigo) que reserve tiempo para el ocio en medio de sus múltiples ocupaciones, y
sea consciente de que la dedicación a otros implica la pérdida de uno mismo. Propone recuperar la propia
intimidad, su propio ocio necesario para la propia sabiduría. La sabiduría que en el fondo es el fundamento
de la acción correcta. La acción política sólo rinde beneficios si va acompañada del otium que es el humus, la
placa base de la reflexión. El ocio en su aparente inutilidad es una actividad enormemente productiva, el
saber retirarse es productivo pues abre las puertas de la reflexión que beneficia a toda la humanidad.
¿Comprendió Séneca esto mismo que él explicaba? Las opiniones se dividen. Existieron críticas por su afán
de acumular riquezas, poniendo en duda su sinceridad ética. Él respondió a sus críticos en el De vita beata,
defendiendo que no es necesario que el sabio prescinda de los bienes externos. A este propósito desarrolla su
teoría sobre el uso de los bienes, el sabio no ama las riquezas, pues no las considera buenas. Las prefiere en
cuanto materia indiferente, y una vez conseguidas las convierte en materia de uso correcto. Según el
razonamiento estoico, las riquezas no son un bien ni tampoco un mal en sí mismas, son cosas indiferentes, el
sabio no las coloca en su alma (No hace mejor al caballo los frenos de oro, Epist. 41, 6) sino en su casa, y
las usa correctamente para ayudar a los demás. El sabio se sirve de las riquezas mientras que el necio las
tiene por sus dueñas (el camino más corto para alcanzar las riquezas pasa por despreciarlas, Epist. 62, 3). Un
razonamiento impecable que lleva en sí mismo el gérmen de la desconfianza
Esta es la contradicción que le afectó al final de su vida. El estoico Séneca se siente impotente contra el mal
y la imposibilidad de evitarlo, se siente cansado y a un paso del “aburrimiento moral”. En este sentido,
Séneca fue el primero en la antigüedad que describió los síntomas del “tedio vital”, previendo así los
principios constitutivos de una “depresión” típica de la modernidad. Séneca distingue entre la melancolía y
la pena: la primera tiene causas diversas, diferentes y puede haber sido engendrada por una pena, pero los
efectos, los síntomas se separan del mal que los causó. La pena es algo más directo, más sencillo y
primitivo, menos sutil. En la pena es el mundo el que parece que no tiene sentido, nos falta algo y esa
limitación es la responsable de nuestra indolencia. Pero en la melancolía, se produce un fenómeno más
relevante, pues soy yo mismo el que no tiene valor, pierdo mi significado en el mundo, me convierto en un
inútil social y espiritual, he perdido el gusto de vivir
Estos son los síntomas del tedio vital, el mal moderno descrito hasta la saciedad por Freud: el mal sin
nombre, la depresión. El tedio es la enfermedad del tiempo; él traduce una incapacidad de situarse en el
tiempo y de comprenderlo. Hay que aprender a vivir, porque toda la vida es breve: “la vida es como una
pieza de teatro: no importa cuánto tiempo dura, sino lo bien que ha sido representada” (Epist. 77, 19).
Cuando somos conscientes de ello, somos felices, y cuando no lo somos debemos ser capaces de nombrar, de
saber comprender la enfermedad que lo impide. Ese es el trabajo del filósofo-médico, el de un analista que
detecta los ruidos interiores del alma (Epist., 56) y los reduce a murmullos inconsistentes y soportables
Inicialmente denominada melancolía (del griego clásico μέλας "negro" y χολή "bilis") y frecuentemente
confundida con ella, la depresión (del latín depressus, abatimiento) es uno de los trastornos psiquiátricos más
antiguos de los que se tiene constancia. A lo largo de la historia se evidencia su presencia a través de los
escritos y de las obras de arte, pero también, mucho antes del nacimiento de la especialidad médica de la
psiquiatría, es conocida y catalogada por los principales tratados médicos de la antigüedad. El origen del
término melancolía se encuentra, de hecho, en Hipócrates, aunque hay que esperar hasta el año 1725 en el
que el británico Sir Richard Blackmore rebautiza el cuadro con el término actual de depresión. Hasta el
nacimiento de la psiquiatría científica, en pleno siglo XIX, su origen y tratamientos, como el del resto de los
trastornos mentales, basculan entre la magia y una terapia ambientalista de carácter empírico (dietas, paseos,
música...), pero con el advenimiento de la biopsiquiatría y el despegue exitoso de la farmacología pasa a
convertirse en una enfermedad más. De hecho el éxito de los modernos antidepresivos (especialmente la
fluoxetina, más conocida por uno de sus nombres comerciales: Prozac, y rebautizada como píldora de la
felicidad) ha reforzado el mito del fármaco de la sociedad occidental del siglo XX. La medicina oficial
moderna considera cualquier trastorno del humor que disminuya el rendimiento en el trabajo o límite la
actividad vital habitual, independientemente de que su causa sea o no conocida, como un trastorno digno de
atención médica y susceptible de ser tratado mediante farmacoterapia o psicoterapia.
La filosofía helenística había construido la figura del hombre ideal en torno al sabio. El sabio poseía
la suprema perfección: poseedor de la verdad, imperturbable, autárquico, libre, generoso, clemente,
sobrio, impasible, humano, virtuoso, feliz, etc., y escribieron algunos textos con instrucciones claras
de cómo podíamos conseguir serlo. Sin embargo, no es tan fácil ser un sabio y el propio Séneca en
su vida dilatada hasta su suicidio, por orden del emperador Nerón, fue un ejemplo de esas tensiones
que a modo miltoniano de paraíso perdido y paraíso recuperado sufre el ser humano en su eterna
tarea de cumplir su deber con la justicia, con la ciudad y consigo mismo.