Cómo Deben Participar de La Santa Misa
Cómo Deben Participar de La Santa Misa
Cómo Deben Participar de La Santa Misa
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¿Qué es lo que realmente sucede durante la Santa Misa?
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Pero está dispuesto a cargar con nuestros pecados porque sólo así
podremos ser salvados. Al Señor le harán sufrir hasta la muerte los azotes
y los clavos en su carne, pero más le duelen nuestros pecados.
5. Lecturas y Evangelio
6. El ofertorio:
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Maltratado, aguantaba, no abría la boca; como cordero llevado al
matadero, como oveja muda ante el esquilador, no abría la boca.
[Is 53: 7]
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En este momento, desde lo alto de la Cruz, Nuestro Señor, próximo a la
muerte, entrega su espíritu:
12. La intinción:
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¿Cómo debemos participar de la Santa Misa?
1. Esmero en la participación:
1.2. Realizar con la mayor devoción todas las prácticas religiosas. ¿Cómo
debemos comportarnos si hemos sido invitados a entrar en la Casa donde
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habita la Divina Majestad? Esa Casa es precisamente el Templo. Y
nosotros no estamos asistiendo ni a un show ni a un evento cultural.
2. Modestia y recogimiento:
2.2. No fijarse en quién entra o quién sale. Tampoco dejarse distraer por
las personas que faltan el respeto a Jesús sacramentado, al murmurar o al
hacer ruidos, al contestar teléfonos o a llevar a niños mal educados en la
fe. Aunque estas acciones ofendan al Señor, no somos nosotros quienes
tenemos la autoridad para llamarles la atención. En la Casa del Señor no
podemos ser sino humildes, conscientes de que somos pecadores.
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Para mucha gente, estas normas sobre la modestia eran
demasiado rigurosas. Sin embargo, según pasaba el tiempo, el
Padre Pío se hizo todavía más estricto sobre este punto.
3.1. No te rías, por respeto al lugar santo. Si Jesús está siendo sacrificado
en el altar, ¿qué significa que nosotros nos riamos?
3.3. Respeto al que está a tu lado. Evitar hacer gestos o movimientos que
distraigan al prójimo.
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dirigidas a mí. Es Cristo quien nos habla y debemos responder con amor
y respeto.
4.3. Procurar no hablar con nadie a no ser que la caridad o una verdadera
necesidad lo exijan. Sobre todo en el saludo de paz que le damos al
prójimo. En este momento no se “rompen filas”, no es un receso en el que
volvemos a la mundanidad cotidiana. Nuestro saludo debe ser lo más
respetuoso y silencioso posible; una inclinación o un abrazo no deben ser
motivo de risa o desorden. No moverse del lugar donde nos encontramos
para ir a saludar a quien está lejos. Lo mejor sería inclinar la cabeza
saludando así a quien está más distante.
6.2. Que por medio de ti, las demás personas se vean estimuladas a
glorificar y a amar al Padre del cielo.
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7. Al salir de la iglesia:
Si cumplimos fielmente estos siete puntos que San Pío de Pietrelcina nos
enseña, veremos cómo nuestra salud espiritual mejora rápidamente.
Recuperaremos el valor de nuestros templos y capillas como espacios
sagrados donde podemos refugiarnos del desorden mundano, la bulla y la
velocidad, todo aquello que nos causa estrés y ansiedad. Cada vez que la
sobreactividad mundana nos esté venciendo, podremos ir a la Casa del
Señor y en ella encontraremos paz, silencio, un universo completamente
diferente al desorden de afuera. En cada templo no sólo debe haber una
atmósfera diferente, sino también un tiempo diferente, un modo de ser
diferente. Sólo eso podrá salvarnos de la ansiedad y la desolación que hoy
se vive de forma cada vez más grave en nuestra sociedad. Si no
enseñamos a nuestros hijos a valorar esto, les estaremos quitando el
último refugio en el que podrían encontrar ellos un alivio a las
perturbaciones de la vida cotidiana.
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¿Qué hacía y qué sentía el Padre Pío luego de la Santa Misa?
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¿Cómo celebraba el Padre Pío la Santa Misa?
[...]
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En el confiteor [«Yo confieso ante Dios Todopoderoso...»], como
acusándose de los más graves pecados cometidos por todos los hombres,
se daba fuertes y sordos golpes de pecho. Y sus ojos permanecían
cerrados sin lograr contener gruesas lágrimas que se perdían entre su bien
poblada barba.
El tiempo discurría veloz, pero, ¡él estaba fuera del tiempo! Por ello su
misa duraba hora y media y hasta más.
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que lo ve expirar y que, destrozada por el dolor, muda, recibe el cuerpo
exangüe en sus brazos y que puede apenas prodigarle alguna suave
caricia. Viendo su llanto, sus sollozos, yo temía que el corazón le
estallase, que se desmayara de un momento a otro. El Espíritu de Dios
había invadido ya todos sus miembros. Su alma esta arrebatada en Dios.
Con frecuencia le oía repetir entre lágrimas: «¡Dios mío! ¡Dios mío!»
La gente, atónita, no podía hacer otra cosa que doblar las rodillas ante
aquella mística agonía, aquella total aniquilación.
Concluida la misa el Padre Pío ardía con un fuego divino encendido por
Cristo en su alma, por atracción.
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¡La misa del Padre Pío! No hay pluma que pueda describirla. Sólo quien
ha tenido el privilegio de vivirla, puede entender…
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Todo el Calvario.
Yo lo he visto temblar a Ud. cuando sube las gradas del Altar. ¿Por
qué? ¿Por lo que tiene que sufrir?
No por lo que tengo que sufrir, sino por lo que tengo que ofrecer.
Padre, ¿por qué llora Ud. casi siempre cuando lee el Evangelio en la
Misa?
Nos parece que no tiene importancia el que un Dios le hable a sus
criaturas y que ellas lo contradigan y que continuamente lo ofendan con
su ingratitud e incredulidad.
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Nadie.
Padre, ¿por qué llora en el Altar y qué significan las palabras que
dice Ud. en la Elevación? Se lo pregunto por curiosidad, pero
también porque quiero repetirlas con Ud.
Los secretos de Rey supremo no pueden revelarse sin profanarlos. Me
preguntas por qué lloro, pero yo no quisiera derramar esas pobres
lagrimitas sino torrentes de ellas. ¿No meditas en este grandioso misterio?
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¿A Ud. también se los clavan?
¡Y de qué manera!
Padre, durante la Misa, ¿dice Ud. las siete palabras que Jesús dijo en
la Cruz?
Sí, indignamente, pero también yo las digo.
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Es toda una misericordia interior y exterior, todo un abrazo. Pídele a
Jesús que se deje sentir sensiblemente.
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Mi deseo es infinito, pero la verdad es que, por desgracia, tengo que decir
que nada, y me da mucha pena.
Padre, ¿por qué llora Ud. al pronunciar la última frase del Evangelio
de San Juan: «Y hemos visto su gloria, gloria como de Unigénito del
Padre, lleno de gracia y de verdad»?
¿Te parece poco? Si los Apóstoles, con sus ojos de carne, han visto esa
gloria, ¿cómo será la que veremos en el Hijo de Dios, en Jesús, cuando se
manifieste en el Cielo?
¿Y los ángeles?
En multitudes.
¿Qué hacen?
Adoran y aman.
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