Tema 3. Lectores

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Diócesis de Punto Fijo

Parroquia “Padre Nuestro”


Formación para Proclamadores de la Palabra de Dios

La Palabra de Dios en la vida de la Iglesia


1.- La Palabra de Dios en la Iglesia
1.1. El pueblo de la escucha
1.2. “La Palabra crea la Iglesia y la Iglesia hace la Escritura”
1.3. Puesto central de la Sagrada Escritura
2.- La Palabra de Dios en la liturgia
2.1. Importancia de la Sagrada Escritura en la liturgia

1.- La Palabra de Dios en la Iglesia

1.1. El pueblo de la escucha

La palabra “iglesia” procede del término griego ekklesía. En el ámbito helenístico no


cristiano, “iglesia” era una asamblea de ciudadanos convocados para tratar un asunto
público. El equivalente en la Biblia hebrea es el término qahal que designa al pueblo de
Dios congregado por Dios para darle culto. Así pues, el pueblo de Dios, ya sea Israel en el
Antiguo Testamento, ya sea la Iglesia en el
Nuevo Testamento, tiene su origen en una llamada que se le ha hecho y que debe
escuchar y responder:
. Ambos términos derivan, a su vez, de otros dos que hacen referencia a una voz que ha
llamado previamente para realizar la convocación: ekklesía comparte raíz con el verbo
kaleo que significa “llamar” y qahal derivar del hebreo qol, que se traduce por “voz”.

1. El libro del Deuteronomio une la profesión de fe monoteísta al mandato de la escucha:


“Escucha, Israel: El Señor es nuestro Dios, el Señor es uno solo. Amarás, pues, al Señor, tu
Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas”. Esta exhortación es
el comienzo de una de las oraciones fundamentales del pueblo de Israel que todo israelita
recita dos veces al día.
2. Jesús viene a realizar la última y definitiva convocatoria del pueblo de Dios en torno a su
persona para recibir al inminente Reino de Dios: han de prepararse con la conversión y la
fe. Pero la mayor parte de Israel rechazó la convocatoria de forma que sólo fue acogida
por el pequeño grupo de los discípulos de Jesús. A través del evangelio se ve crecer una
tensión entre los que se adhieren a Jesús y los “escribas y fariseos” que lo rechazan. La
Iglesia es el verdadero Israel, ya que Jesús es el Mesías.

Existe un único Pueblo de Dios. Existe un solo Israel, cuya característica es aceptar y hacer
la voluntad del Padre, “hacer los frutos del Reino”, poniéndose una mano ante sus ojos
para significar que el misterio de fe anunciado por estas palabras es un misterio accesible
sólo a la escucha y no a la visión. En efecto, la identidad profunda del pueblo hebreo ante
Dios es la de ser un pueblo que escucha: por vocación, Israel es llamado, no tanto a ver,
sino, más bien, a escuchar. Los que han acudido a esta convocatoria, forman la Iglesia, que
es una, compuesta de judíos y gentiles: “a cuantos a recibieron, les da poder para ser hijos
de Dios.” La Iglesia es, así, la comunidad que acoge al Verbo y se deja configurar por Él.

1.2. “La Palabra crea la Iglesia y la Iglesia hace la Escritura”


La Palabra de Dios configura a la Iglesia en lo que ha de creer, vivir y celebrar. Es su regla
de fe, moral y liturgia. Pero, a su vez, el pueblo de Dios es anterior a la Sagrada Escritura,
Palabra de Dios escrita, en cuanto que para poner por escrito su revelación, Dios eligió a
hombres del pueblo de Dios, en el que ya se venía aceptando, viviendo y transmitiendo
oralmente la revelación divina. De esta manera, la “Palabra crea la Iglesia”, pero, a su vez,
“la Iglesia hace la Escritura”: “Vosotros no ignoráis que la Sagrada Escritura, y en especial
el Nuevo Testamento, se han formado en el interior del Pueblo de Dios, de la Iglesia
reunida en torno a los apóstoles...
Por tanto, es justo afirmar que, si bien la Palabra de Dios ha convocado y engendrado a la
Iglesia, también la Iglesia misma ha sido, en cierto modo, la matriz de la Sagrada Escritura,
esta Iglesia que ha expresado o reconocido en ella, para todas las generaciones venideras,
su fe, su esperanza y su norma de vida en este mundo.”
Por eso, la Iglesia es el lugar por excelencia de la acogida y comprensión de la Escritura y
de la Tradición. Sólo dentro de la Iglesia la Biblia debe ser leída, acogida e interpretada. Es
patrimonio de todo el pueblo de Dios. Nadie puede adueñarse de ella, privatizarla o
hacerla objeto de su uso y cuánto menos, de abuso particular. Nadie debe erigirse en el
intérprete absoluto de la Palabra.
“El oficio de interpretar auténticamente la palabra de Dios escrita o transmitida ha sido
confiado únicamente al Magisterio vivo de la Iglesia, cuya autoridad se ejerce en el
nombre de Jesucristo. Este Magisterio, evidentemente, no está sobre la palabra de Dios,
sino que la sirve, enseñando solamente lo que le ha sido confiado, por mandato divino y
con la asistencia del Espíritu Santo la oye con piedad, la guarda con exactitud y la expone
con fidelidad, y de este único depósito de la fe saca todo lo que propone como verdad
revelada por Dios que se ha de creer”
La tarea del Magisterio no consiste en sustituir a la Escritura, ni puede cambiarla ni
colocarse sobre ella, sino que debe ponerse a su escucha, custodiarla, transmitirla e
interpretarla auténticamente, bajo la guía del Espíritu Santo.

1.3. Puesto central de la Sagrada Escritura


La vida cristiana encuentra su alimento cotidiano en la Eucaristía y en la escucha de la
Palabra de Dios. Por ello, es necesario “lograr que las actividades habituales de las
comunidades cristianas, las parroquias, las asociaciones y los movimientos, se interesen
realmente por el encuentro personal con Cristo que se comunica en su Palabra. Así,
puesto que ‘la ignorancia de las Escrituras es ignorancia de Cristo’, la animación bíblica de
toda la pastoral ordinaria y extraordinaria llevará a un mayor conocimiento de la persona
de Cristo, revelador del Padre y plenitud de la revelación divina”
Empleando una metáfora: la Palabra de Dios no puede ser una rama más del conjunto del
árbol que es la Iglesia, sino la savia que corre por su tronco y nutre todas sus ramas. Para
ello, “es fundamental que la Palabra revelada fecunde radicalmente la catequesis y todos
los esfuerzos por transmitir la fe. La evangelización requiere la familiaridad con la Palabra
de Dios y esto exige a las diócesis, parroquias y a todas las agrupaciones católicas,
proponer un estudio serio y perseverante de la Biblia, así como promover su lectura
orante personal y comunitaria”.

a) En el anuncio del Evangelio. “Evangelizar constituye la dicha y vocación propia de la


Iglesia, su identidad más profunda. Ella existe para evangelizar.
“Para el creyente, en singular, lo mismo que para toda la Iglesia, la causa misionera debe
ser la primera, porque concierne al destino eterno de los hombres y responde al designio
misterioso y misericordioso de Dios.”
b) En la catequesis. La palabra “catequesis” deriva del verbo katejein que literalmente
significa “resonar, hacer eco”. Según esto, la catequesis es la resonancia de una palabra ya
pronunciada, la Palabra de Dios. El verbo tiene también el significado de “instruir, enseñar
de viva voz, contar”
El fin de la evangelización es llevar a los hombres al encuentro personal con Cristo y la
Sagrada Escritura es mediación insustituible para ello. Los que la anuncian han debido ser
tocados y transformados por la Palabra divina de modo que, al encarnarla en la propia
vida, sean testigos convincentes de la misma. Y a los destinatarios se les ha de poner
directamente ante la Palabra de Dios, de modo que, escuchándola y confrontando su vida
con ella, sean conducidos al encuentro con Cristo, Palabra viva.
Hay un primer momento de anuncio del Evangelio y un segundo momento de
explicitación y de profundización de lo anunciado. Éste es el momento de la catequesis53.
Para que la catequesis logre su objetivo primordial, que es la maduración de la fe, debe
tener como fuente principal la Palabra de Dios, pues toda ella no sólo apunta a Jesucristo,
sino que Él es la misma Palabra de Dios: “La catequesis debe estar totalmente impregnada
por el pensamiento, el espíritu y las actitudes bíblicas y evangélicas, a través de un
contacto asiduo con los textos mismos”
c) En la formación de los fieles. La Biblia sigue siendo el libro más publicado y más
universalmente traducido y el más valorado por los cristianos, pues configura a la Iglesia
en su fe, en su liturgia, en su catequesis, en su pedagogía y, a la vez, ha generado un
lenguaje, una mentalidad, una cultura, sin los cuales no se entendería el mundo actual.
Sin embargo, su lectura y comprensión no siempre es adecuada y suficiente. De hecho, en
no pocas ocasiones, los fieles se encuentran sin argumentos ni instrumentos para afrontar
el necesario diálogo fe-razón, Biblia-ciencia. Se hace, por tanto, urgente entre los seglares
una buena formación en la fe. Comenzando por sus fundamentos bíblicos: conocer más la
Palabra de Dios escrita, profundizar en su sentido, en su lectura y en su interpretación a la
luz de la fe, la Tradición y las ciencias humanas, de modo que todo cristiano pueda dar
razón de su esperanza.

d) En la oración. La primera reacción del hombre que cree es la oración, ponerse a la


escucha del Dios que se ha revelado y que llama a la comunión con Él. Y la mejor manera
de hacerlo no es con nuestros propios medios, sino recorriendo el mismo camino por el
que Él ha descendido a nosotros. Él se nos ha comunicado a través de su Palabra. Por eso,
el mejor modo de hacer oración es a través de la Sgda. Escritura, leída en el seno de la
Tradición. Por eso, sin descartar otros modos de hacer oración, la Iglesia ha recomendado
siempre como medio para entrar en oración la lectio divina considerada como la lectura
creyente y orante de la Sagrada Escritura por antonomasia.

e) La lectio divina sigue cuatro pasos:

- La lectio. El primer paso es leer la Sgda. Escritura varias veces e incluso en voz alta, pues
“la fe entra por el oído”

- La meditatio es la actitud de María ante las palabras del ángel, de los pastores, de
Simeón y de Jesús
. Dentro de este paso se incluye el esfuerzo no sólo de leer repetidamente, sino incluso de
memorizar e incluso de trascribir la página sagrada objeto de la oración. Este contacto,
incluso material con la Palabra de Dios, nos ayuda a escapar de una lectura superficial de
la misma y a no pasar por alto ni juzgar ociosa ninguna palabra.

- La oratio es el contacto con la Palabra en el diálogo con Dios: toma las palabras que
estaba repitiendo en la meditatio para hablar ahora con Dios poniendo “yo” y “tú”.
La oratio tiene diversas formas según las necesidades que cada uno percibe en su interior:
Los Padres distinguían varias clases de oración: arrepentimiento, petición, acción de
gracias, alabanza...: ella guardaba todas las palabras de su Hijo en su corazón y las rumiaba
en su interior. Parece como si el corazón de María fuera un horno en el que entran esas
palabras y allí se amalgaman, se funden unas con otras, se confronten entre ellas y se
clarifiquen e iluminen mutuamente. Cuando se ha leído con piedad y repetido con
docilidad la Palabra de Dios, al martillear las palabras, una y otra vez, de ellas saltan
chispan que caen sobre otros pasajes de la Sagrada Escritura. Una palabra nos trae a la
mente otro texto u otro personaje de la Escritura. Y así, casi sin darnos cuenta, todas las
palabras se van compenetrando entre sí, unos textos son iluminados por otros y vamos
entrando en lo profundo y saboreando la Palabra divina. Para hacer la meditatio nos
podrían ayudar los textos paralelos que nos son propuestos en las diversas ediciones de la
Sagrada Escritura.

- La contemplatio se refiere a esa experiencia básica que consiste en la unión de voluntad


con la voluntad de Dios, en haber llegado a la perfección de la amistad con
Dios, según la definición clásica “amistad es querer lo mismo, rechazar lo mismo”

- La actio: el contacto familiar y cercano con Dios a través de su Palabra impulsa al


creyente a volver al mundo y a sus ocupaciones diarias, convirtiéndose en don de
Dios para los demás por la caridad y transformándolo todo según el querer de Dios.

2.- La Palabra de Dios en la liturgia


La Iglesia es la “casa de la Palabra” en cuanto que la acoge y se deja guiar y configurar por
ella y también en cuanto que en ella resuena y se actualiza cada día en la Liturgia. En
efecto, existe una estrecha relación entre Biblia y Liturgia, pues “todo acto litúrgico está
empapado de la Sagrada Escritura”. De la Sagrada Escritura “se toman las lecturas que se
explican en la homilía, y los salmos que se cantan; las preces, oraciones y cantos litúrgicos
están impregnados de su aliento y su inspiración; de ella reciben su significado las
acciones y los signos”
De igual modo, la Sagrada Escritura es inspiradora de Liturgia: . De este modo, podemos
considerar que la liturgia es la misma Biblia transformada en palabra proclamada, orada y
actualizada.

a) La plegaria eucarística se ha ido formulando desde la tradición del gesto realizado por
Jesús, según los testimonios bíblicos: “Y tomando pan, dio gracias, lo partió́ y se lo dio,
diciendo…”
b) La estructura de la Eucaristía responde al modelo del encuentro del Resucitado con los
dos discípulos de Emaús, narrado por san Lucas: explicación de las Escrituras, a la luz de
Cristo Resucitado, y reconocimiento de su presencia viva en el pan bendecido, partido y
dado por Él en alimento.

c) Las aclamaciones, los saludos a la asamblea y los textos de las oraciones están siempre
inspirados por la Biblia.

d) Al igual que en la revelación en la que Dios se comunica a través de gestos y palabras,


así también en la Liturgia de la Iglesia, Dios actúa por su Espíritu Santo en la conjunción de
gestos y Palabra. Así, por ejemplo, el gesto en el Bautismo es el agua puesta sobre la
frente del que va a ser bautizado y las palabras son “yo te bautizo en el nombre del
Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”. En la Eucaristía el gesto es el pan partido y el vino
ofrecido y las palabras son “esto es mi cuerpo, esta es mi sangre”. No hay separación
entre lo que Dios dice y hace: su Palabra es siempre es siempre viva y eficaz.

Actividad:
El formador deberá explicar los pasos para una correcta Lectio Divina y juntamente con los
asistentes harán una práctica de la misma. Ej: evangelio del domingo que se aproxime.

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