Capitulo 13
Capitulo 13
Capitulo 13
LA HUIDA DE LA RAZÓN
Pero esto estaba lejos de ser cierto. En algunos sentidos iba a resultar el más
influyente de los tres.
Orwell, a quien veremos primero, fue un casi clásico del Viejo Intelectual en el
sentido de que para él un compromiso político con un futuro utópico, socialista, era
claramente un sustituto de un idealismo religioso en el que no podía creer. Dios para él
no podía existir. Depositó su fe en el hombre pero, al observar el objeto de su fe
demasiado detenidamente, la perdió. Orwell, cuyo nombre era Eric Blair, venía de una
familia de constructores menores del imperio y tenía aspecto de tal. Era alto, enjuto, con
el pero corto hacía atrás y a los lados y un bigote estrictamente recortado. Su abuelo
paterno pertenecía al ejército de la India; su abuelo materno comerciaba con madera de
teca en Birmania. Su padre trabajaba en el Departamento de Opio de la administración
pública de la India. Él y Connolly fueron a la misma escuela privada de buen tono, y
luego ambos asistieron a Eton. Recibió esta educación cara porque, como Connolly, era
un chico inteligente del que se esperaba consiguiera becas y aumentara la reputación de
la escuela. En realidad ambos muchachos escribieron después relatos sobre la escuela,
entretenidos pero devastadores, que la perjudicaron.2 El ensayo de Orwell, “Esos, esos
eran los encantos”, es poco característico de él por lo exagerado, y hasta resulta mendaz.
A. S. F.Gow, su tutor en Eton, que conocía bien la escuela privada, creía que Orwell
había sido convencido con malas artes por Connolly de escribir esta acusación injusta.3
En ese caso fue la única vez que Connolly persuadió a Orwell de embarcarse en una
acción inmoral, en especial una que implicaba mentir. Como observó Víctor Gollancz
con dientes apretados, Orwell era dolorosamente veraz.
Orwell se incorporó a la policía de la India después de dejar Eton, y sirvió durante
cinco años, 1922-27, Cumpliendo sus funciones conoció el aspecto más desagradable
1
Citado en David Pryce-Jones, Cyril Connolly: Diaries and Memoir (Londres, 1938) pág. 292
2
Ensayo de Orwell, “Duch , Duch Were the Joys” publicado primero en Partisan Review, setiembre-
octubre de 1952; reimpreso en George Orwell, Collected Essays, Journalism and Letters (4 vol.
Harmondsworth edición de 1978), Vol. IV, págs. 379-422. la versión de Connolly está en Enemies of
Promise (Londres, 1938).
3
Gow hizo esta acusación en una carta al Sunday Times en 1967; citado en Pryce -Jones
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del imperialismo, los ahorcamientos y los azotes, y encontró que no lo podía soportar.
De hecho, sus dos brillantes ensayos “Un ahorcamiento” y “Disparándole a un
elefante”, quizás hicieron más por minar el espíritu imperial en Gran Bretaña que
cualquier otro escrito.4 Volvió a Inglaterra con licencia, renunció al servicio, y decidió
ser escritor. Escogió el nombre “George Orwell” después de considerar varias
alternativas, P.S. Burton, Kenneth Miles y H. Lewis Allways entre otros.5 Orwell era un
intelectual en el sentido de que cría, al menos cuando era joven, que se podía remodelar
el mundo con el poder del intelecto. Pensaba, pues, en términos de ideas y conceptos,
pero su naturaleza, y quizá su entrenamiento como policía, le dotaron de un interés
apasionado por la gente. Ciertamente su instinto de policía le dijo que las cosas no eran
lo que parecían, y que sólo la investigación y el examen minucioso revelarían la verdad.
De ahí que, a diferencia de muchos intelectuales, Orwell se embarcó en su carrera
de socialista idealista estudiando de cerca la vida de la clase trabajadores. En esto tenía
algo en común con Edmund Wilson, que compartía su pasión por la verdad exacta. Pero
fue mucho más persistente que en cuanto a tratar de conocer a “los trabajadores” y
durante muchos años esta búsqueda de la experiencia fue el tema central de su vida.
Primero alquiló una vivienda en Notting Hill, entonces un barrio bajo de Londres.
Luego en 1929, trabajó en París como lavaplatos y peón de cocina. Pero enfermó
de neumonía-sufría una debilidad crónica pulmonar, que lo mató a los cuarenta y siete
años- y la aventura terminó con una estancia en un hospital de caridad en París, un
episodio descrito con todo su horror en Down and Put in Paris and London (Sin dinero
en París y Londres), en 1933. A continuación vivió con vagabundos y recolectores de
lúpulo, fue pensionista de una familia obrera en Wigan, ciudad industrial de Lancashire,
y tuvo una tienda en un pueblo. Todas estas actividades tenían un propósito: “Sentía que
tenía que escapar, no simplemente del imperialismo, sino de toda forma de dominio del
hombre sobre el hombre. Quería sumergirme, hundirme entre los oprimidos, ser uno de
ellos y estar de su lado contra los tiranos.”6
Por eso, cuando en 1936 estalló la Guerra Civil Española, Orwell no sólo prestó
apoyo moral a la república, como hizo más del 90 por ciento de los intelectuales
occidentales, sino que –a diferencia de virtualmente todos ellos, realmente luchó por
ella. Más aun, quiso la suerte que luchara por ella en el sector del ejército republicano
que llegaría a ser el más oprimido y martirizado, la milicia (POUM) anarquista. Esta
experiencia resultó crítica para el resto de su vida. Típicamente, Orwell quería primero
ir a España y ver la situación por sí mismo, antes de decidir qué hacer al respecto. Pero
llegar a España era difícil, y de hecho la entrada estaba controlada por el partido
comunista. Orwell se dirigió primero a Victor Gollancz, que lo puso en contacto con
John Strachey. Strachey a su vez le envió a Harry Pollitt, el jefe del partido comunista.
Pero Pollitt se negaba a darle a Orwell una carta de recomendación a menos que antes
aceptara unirse a la Brigada Internacional, controlada por el partido comunista. Orwell
se negó, no porque tuviera algo en contra de la brigada (de hecho el año siguiente, en
España, trató de unirse a ella), sino porque hubiera eliminado sus posibilidades de
elección antes de haber examinado los hechos. De modo que se dirigió a la facción de
izquierda conocida como Partido Laborista Independiente. Le hicieron llegar a
Barcelona y le pusieron en contacto con los anarquistas, y fue así como se unió a la
milicia POUM. Barcelona le impresionó, “una ciudad en la que la clase trabajadora
tenía las riendas”, y más todavía por la vida en la milicia, en la que “muchas de las
motivaciones de la vida civilizada –esnobismo, el afán por el dinero, miedo al patrón-
4
Ambos reimpresos en Orwell, Collected Essays
5
Orwell, Collected Essays, vol. I pág. 106
6
Orwell The Road to Wigan Pier (Londres, 1937), pág. 149.
Paul Johnson INTELECTUALES 260
7
Orwell, Homage to Catalonia (Londres, 1937¿8) pág. 102.
8
Citado en Pryce -Jones. Pág. 282.
9
Orwell, Collected Essays, vol. I, pág. 269
10
Orwell, Collected Essays, Vol. IV, pág. 503.
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salida con apartes tales como (referido a Ezra Pound) “uno tiene derecho a esperar que
hasta un poeta tenga una decencia corriente”. En efecto, era un axioma suyo que los
pobres, la gente “corriente”, tenían un sentido más fuerte de lo que él llamaba “decencia
común”, un mayor apego a virtudes simples como la honradez, la lealtad y la veracidad
que los muy educados.
Cuando murió en 1950 su punto de arribo político último no resultaba claro, y aún
se le clasificaba vagamente como un intelectual de izquierdas. A medida que creció su
fama la izquierda y la derecha se lo disputaron, y siguen haciéndolo. Pero en los
cuarenta años transcurridos desde su muerte se le ha utilizado cada vez más como un
palo con que golpear los conceptos intelectuales de la izquierda. Los intelectuales más
solidarios con su clase hace tiempo que le han reconocido como un enemigo. Es así
como Mary McCarthy, a veces confundida en cuanto a sus propias ideas políticas, pero
decididamente poseedora de una conciencia de casa, en su ensayo sobre Orwell le trata
con severidad: Orwell era “conservador por temperamento, tan contrario como un
coronel retirado o un trabajador a los extremos en materia de conducta, vestimenta o
pensamiento”. Era “un filisteo incipiente. En verdad era un filisteo”. Su socialismo era
“una idea improvisada no analizada, pura palabrería”. Su persecución de los stalinistas
fue en ocasiones “simplemente producto de antipatía personal”. Su “fracaso político…
fue un fracaso de pensamiento”. De haber vivido, más tiempo seguramente se habría
desplazado hacia la derecha, de modo que “para él probablemente morir fue una
bendición”.11 (Esta última idea -mejor muerto que anticomunista- es un ejemplo notable
del orden de prioridades de los intelectuales arquetípicos).
Una razón de por qué los intelectuales profesionales se distanciaron de Orwell fue
su creciente convencimiento de que, si bien era correcto seguir buscando soluciones
políticas, “así como un médico debe tratar de salvar la vida de un paciente que
probablemente va a morir”, debíamos comenzar “por reconocer que el comportamiento
político es en gran medida no racional”, y por lo tanto en principio resistente a la clase
de soluciones que los intelectuales habitualmente buscaban imponer.12 Pero mientras
que para los intelectuales Orwell se volvía sospechoso, los de la secta contraria (los
hombres de letras, pos así llamarlos) tendían a entusiasmarse con él. Evelyn Waugh, por
ejemplo, nunca fue un hombre que subestimase la importancia de lo irracional en la
vida. Comenzó a cartearse con Orwell y le visitó en el hospital; de haber vivido éste su
amistad bien podría haber florecido. Lo primero que los unió fue un deseo común de
que P.G. Wodehouse, un autor a quien admiraban, no fuera perseguido por sus
imprudentes programas de radio durante la guerra (que comparados con los de Ezra
Pound eran completamente inocuos). Este fue un caso en que los dos hombres
insistieron en que a una persona individual debe dársele precedencia sobre el concepto
abstracto de la justicia ideológica. Waugh rápidamente vio en Orwell a un desertor
potencial de las filas de la intelectualidad. Anotó en su diario el 31 de agosto de 1945:
“Cené con mi primo comunista, Claud (Cockburn), que me previno contra la literatura
trotskista, de modo que leí y disfruté mucho Rebelión en la Granja, de Orwell”,13 de
igual manera reconoció la fuerza de Mil novecientos ochenta y cuatro, aunque le pareció
poco creíble que el espíritu religioso no hubiese sobrevivido para tomar parte en la
lucha contra la tiranía descrita por Orwell. En su última carta a Orwell, del 17 de julio
de 1949, le argumentó esta cuestión, y añadió: “Mira cuánto me ha entusiasmado su
libro que corro el riesgo de predicar un sermón.14
11
Mary McCarthy, The Writing on the Wall and other Leteracy Essays (Londres, 1970) págs. 153-71
12
Orwell, Collected Essays (edición de 1970) vol. IV, págs. 248-49
13
Michael Davie (ed.), The Diaries of Evelyn Waugh (Londres, 1976) págs. 633.
14
Mark Amory (ed.), The Letters of Evelyn Waugh (Londres, 1980), pág. 302.
Paul Johnson INTELECTUALES 262
Lo que Orwell llegó a aceptar de mala gana y tardíamente -el fracaso del utopismo
debido a la irracionalidad esencial del comportamiento humano- Waugh lo había
sostenido ruidosamente durante la mayor parte de su vida adulta. En efecto, ningún gran
escritor, ni siquiera Kipling, hizo jamás una presentación más clara de la posición
antiintelectual. Waugh, como Orwell creía en la experiencia personal, en ver por sí
mismo, en cuanto opuesta a la imaginación teórica. Vale la pena notar que, aunque a
diferencia de Orwell, no buscó deliberadamente vivir con los oprimidos, era un viajero
empedernido, yendo a menudo por regiones remotas y difíciles. Había visto muchos
hombres y presenciado muchos acontecimientos y tenía un conocimiento práctico a la
vez que novelesco del mundo. Cuando escribía sobre temas serios también tenía un
respeto poco usual por la verdad. Su único trabajo declaradamente político, una
descripción del régimen revolucionario mejicano llamado Robbery under the Law
(Robo protegido por la ley), de 1939, estaba precedido por una advertencia a los
lectores. Dejó bien en claro cuáles eran exactamente sus credenciales para escribir sobre
el tema, y lo insuficientes que le parecían. Les llamó la atención sobre libros escritos
por otros que sostenían ideas distintas de las suyas, y los previno contra formarse una
opinión definitiva sobre lo que ocurría en Méjico basándose exclusivamente sobre su
relato. Subrayó que la literatura “comprometida” le resultaba lamentable. Muchos
lectores, dijo, “aburridos del privilegio de tener una prensa libre”, habían decidido
“imponerse a sí mismos una censura voluntaria” formando clubes de libros (tenía en
mente el Club del libro de Izquierdas de Gollancz) a fin de poder estar completamente
seguros de que todo lo que lean estará escrito con la intención de confirmar sus
opiniones previas. Por eso, para ser leal a sus lectores, a Waugh le pareció correcto
presentar un resumen de sus propias creencias.
Dijo que era conservador, y todo lo visto en Méjico había reafirmado sus
convicciones. El hombre era, por naturaleza, “un exiliado, y nunca llegará a ser
autosuficiente o completo en esta tierra”. Pensaba que las posibilidades del hombre de
alcanzar la felicidad no se “veían muy afectadas por las condiciones políticas y
económicas en que se vive”, y que los cambios súbitos en la situación del hombre
generalmente empeoran las cosas “y son propugnados por gente inadecuada y por
razones incorrectas”. Creía en el gobierno: “los hombres no pueden vivir juntos sin
reglas” pero estas “deberían mantenerse estrictamente dentro del mínimo compatible
con la seguridad”. “Ninguna forma de gobierno dispuesta por Dios” era “mejor que
otra” y “los elementos anárquicos dentro de la sociedad” eran tan fuertes que resultaba
“un trabajo permanente mantener la paz”. Las desigualdades en cuanto a riqueza y
posición social eran “inevitables” y por lo tanto “carece de sentido hablar sobre las
ventajas de su eliminación”. De hecho los hombres “se ordenan naturalmente en un
sistema de clases”, que resulta “necesario para cualquier trabajo hecho en cooperación”.
La guerra y la conquista asimismo eran inevitables.
El arte también era una función natural del hombre, y “es un hecho” que la mayor
parte del gran arte había sido producido “bajo sistemas de tiranía política” pese a que
“no creo que tenga conexión con algún sistema en particular”. Finalmente, Waugh dijo
que era un patriota en el sentido de que, si bien no pensaba que la prosperidad británica
fuera necesariamente perjudicial para nadie, si en ocasiones resultaba serlo, entonces
“quiero que Inglaterra prospere y no sus rivales”.
Waugh describía así a la sociedad tal como era y debe ser, y su reacción ante ella.
Por cierto tenía una visión personal, idealizada; pero siendo un antiintelectual no tenía
inconveniente en admitir que era irrealizable. Su sociedad ideal, tal como la describe en
una introducción a un libro publicado en 1962, tenía cuatro órdenes. En la cúspide
estaba “la fuente del honor y la justicia”. Inmediatamente debajo había hombres y
Paul Johnson INTELECTUALES 263
mujeres que desempeñan cargos para los que son designados desde arriba, y son los
custodios de la tradición, la moral y la elegancia”. Debían estar “preparados para el
sacrificio” pero estaban protegidos de “las infecciones de la corrupción y la ambición
por la posesión hereditaria”; eran “los que alimentan las artes, los censores de las
costumbres”. Debajo de ellos estaban “las clases de la industria y el saber”, educados
desde la infancia “en hábitos de probidad”. Por último, estaban los trabajadores
manuales, “orgullosos de sus técnicas y ligados a aquellos por encima suyo por la
lealtad común al monarca”. Waugh terminaba afirmando que la sociedad ideal era
autoperpetuante: “por lo general un hombre es más apto para aquellas tareas que ha
visto realizar a su padre”. Pero semejante ideal “nunca ha existido en la historia ni
existirá jamás” y “cada año nos alejábamos cada vez más” de él. Pese a todo no era un
derrotista. Decía que no creía en limitarse a deplorar el espíritu de la época y luego
inclinarse ante él: “porque el espíritu de la época son los espíritus de aquellos que la
componen, y cuanto más fuertes sean las expresiones de disidencia con la moda
prevaleciente, mayor será la posibilidad de desviarla de su curso ruinoso”.15
Waugh constantemente y con toda su capacidad, que no era poca, estuvo en
“disidencia con la moda prevaleciente”. Pero, dadas sus opiniones, naturalmente nunca
participó en la actividad política como tal. Como él mismo expresó: “No aspiro a
aconsejar a mi soberana sobre la elección de sus servidores”16 No sólo evitó la política
él mismo, sino que lamentó el hecho de que tantos de sus amigos y contemporáneos, y
no en menor medida Connolly, sucumbieron al espíritu de la época de la década del
treinta y traicionaran a la literatura al politizarse. Connolly fascinaba a Waugh. Le
introdujo, de un modo u otro, en muchos de sus libros, y anotaba los de Connolly con
observaciones marginales airadas y penetrantes. ¿Por qué esta interés? Había dos
razones. Primero Waugh pensaba que Connolly merecía su atención por su ingenio
brillante y porque al escribir era capaz de producir “frase tras frase como salidas de las
manos de un lapidario, deliciosos ejercicios en la parodia, buena narrativa, metáforas
luminosas” y a veces “ de memorable originalidad”.17 Sin embargo al mismo tiempo
Connolly carecía de un sentido de la estructura (o arquitectura, como prefería llamarla
Waugh) literaria, así como de una energía sostenida, y por lo tanto era incapaz de
producir un libro mayor.
A Waugh esta incongruencia le resultó de gran interés. En segundo lugar, y sin
embargo más importante, Waugh vio a Connolly como el espíritu representativo de los
tiempos, y en consecuencia, para ser observado como se hace con un pájaro poco
común. En su ejemplar del libro de Connolly The Unquiet Grave (La tumba inquieta),
que ahora se entra en el Humanitier Research Center de la universidad de Tejas en
Austin, hizo muchas notas sobre el carácter de Connolly. Era “el hombre más típico de
mi generación”, con su “auténtica falta de erudición”, su “amor por el ocio y la libertad
y la buena vida”, su “esnobismo romántico”, “desaprovechamiento y desesperanza” y
“gran don para la expresión”. Pero “estaba trabado por la pereza” y le perjudicaban sus
características irlandesas; por más que tratara de ocultarlo era “el muchacho irlandés, el
inmigrante, nostálgico, mal vestido y avergonzado, rebosando diversión en la taberna,
con una cita a flor de labios, temeroso de las brujas, temerosos del sacerdote de los
pantanos, orgulloso de sus travesuras”, “tenía la creencia profundamente arraigada de
15
Evelyn Waugh, Introducción a T.A. Macherny, The Private Man (Nueva York, 1962)
16
Simposio preelección, Spectator, 2 de octubre de 1959.
17
Evelyn Waugh, crítica de Enemies of Promise, Tablet, 3 de diciembre de 1938, reimpreso en Donat
Gallagher (ed.), Evelyn Waugh: A Little Order: A Selection from his Journalism (Londres, 1977) págs.
125-27.
Paul Johnson INTELECTUALES 264
los irlandeses de que sólo hay dos realidades: el infierno y los EEUU”.18 En la década
del treinta lamentaba el hecho de que Connolly escribiera sobre “la historia literaria
reciente” no en términos de escritores que emplean y exploran sus talentos “cada uno a
su propia manera”, sino como “una serie de desplazamientos, trabajos de zapa,
bombardeos y envolvimientos, o delincuencia partidaria y fraude electoral. Quizá sea el
irlandés que hay en él”. Le culpó severamente por “rendirse” a “las garras” del
compromiso, “el frío y malsano pozo de la política en el que todos sus jóvenes amigos
han caído como por un tobogán”. Pensaba que eso era “un triste final para tanto talento;
el más insidioso de todos los enemigos de la promesa”.19 Pensó que la obsesión de
Connolly con la política no podía durar. Era capaz de cosas mejores, o al menos de otras
cosas. Pero de todos modos, ¿cómo podía alguien como Connolly aconsejar a la
humanidad sobre cómo manejar sus asuntos?
¡Cómo, en efecto! Sin ser en ningún sentido un mal hombre, Connolly presentaba
en un grado poco usual las debilidades morales y características del intelectual. En
primer lugar, sin bien profesaba el igualitarismo (al menos entre 1930 y 1950, cuando
estuvo de moda), fue durante toda su vida un esnob. “Nada me enfurece más que ser
tratado como un irlandés”, se quejaba, y señalaba que Connolly era el único apellido
irlandés de entre los de sus ocho bisabuelos. Venían de una familia de militares y
marinos de carrera. Su padre fue un oficial del ejército mediocre, pero el padre de este
había sido almirante, y su tía condesa de Kingston. En 1953, en un perfil anónimo
publicado en el New Statesman, el crítico John Raymond señaló que Connolly había
adulterado detalles de su biografía en Enemies of Promise (Enemigos de la promesa).
Mientras la edición original de 1938 (y por lo tanto “proletaria) había eliminado toda
referencia a sus vínculos con personas distinguidas y terratenientes, estos fueron
resucitados en la edición revisada de 1948, época en la que las modas intelectuales
habían cambiado.
Raymond hizo notar que Connolly siempre “daba en el blanco” en cuanto a
percibir correctamente esas “tendencias culturales”: “Nadie conoce mejor las poses,
trapacerías y trucos de la literatura inglesa de este último cuarto de siglo.”20
El esnobismo comenzó pronto. Al igual que muchos intelectuales destacados,
como Sartre, Connolly fue hijo único. Su madre, que le adoraba, le llamaba Sprat.
Consentido, egocéntrico y un inútil para los juegos, el internado le resultó duro.
Sobrevivió, en primer lugar por su servilismo entusiasta hacia los chicos de buena cuna.
“Este curso”, escribió exultante a su madre, “tenemos una cantidad bárbara de
nobleza… Un príncipe de Siam, el nieto del conde de Chelmsford, el hijo del vizconde
Malden, que es hijo del conde de Essex, otro nieto de un lord y el sobrino del obispo de
Londres.”21 Su segundo instrumento de supervivencia fue el ingenio. Como Sartre,
descubrió rápidamente que la inventiva intelectual, en especial la capacidad para hacer
reír a los otros chicos le proporcionaba cierta aceptación renuente. Más adelante notó
que “la noticia corría: “Connolly está haciendo reír” y “pronto tenía una multitud
alrededor”. Como bufón de la corte para los chicos más poderosos, a Connolly le fue
bien hasta en Eton, aunque allí se extendió al campo de la sabiduría: “Me estoy
convirtiendo en todo un Sócrates para los alumnos de los primero años del Colegio.”
Conocido como “el que recibió la patada de una mula en la cara”, Connolly usó sus
dotes intelectuales para ingresar en “Pop”, el codiciado grupo de debates, a lo que como
18
Estas notas marginales están analizadas en el artículo de Alan Bell, “Waugh Drops the Pilot”,
Spectator, 7 de marzo de 1954
19
Tablet, 3 de diciembre de 1939.
20
“The joker in the Pack”, New Statesman, 13 de marzo de 1954.
21
Citado en Pryce-Jones, pag. 29
Paul Johnson INTELECTUALES 265
es natural siguió una beca para Oxford. Su contemporáneo Lord Jesel le dijo: “Bueno,
tienen una beca para Balliol y estás en Pop…sabes que no sorprendería que no hicieras
nada más en el resto de tu vida.”
Connolly sabía que corría el espantoso peligro de que esta predicción se
convirtiera en realidad. Siempre fue muy perspicaz en lo que se refería a sí mismo,
como respecto a los demás. Pronto se dio cuenta de que era un hedonista por naturaleza;
describía su meta no tanto como la perfección, sino “la perfección en la felicidad”. Pero
¿cómo podría ser feliz si, no habiendo heredado dinero, se veía obligado a esforzarse?
Waugh tuvo razón cuando señaló su pereza. El propio Connolly confesó “esa pereza que
me ha incapacitado”. En Oxford trabajó muy poco y salió tercero. Luego consiguió un
empleo descansado como amanuense del rico escritor Logan Pearsall Smith, que le
asignó unas pocas tareas y le pagaba un sueldo de 8 libras semanales, muy alto en esa
época. Smith había esperado un Boswell, pero estaba destinado a una desilusión, ya que
actuar como un Boswell requiere una asiduidad enérgica. Además Connolly se casó
pronto con Jean Bakewell, una mujer de buena situación que tenía una renta de 1.000
libras anuales. El parece que la quiso pero fue una pareja demasiado egoísta como para
tener un hijo. En París hubo un aborto chapucero que obligó a Jean a hacerse otra
operación, que significó que nunca podría tener hijos; afectó sus glándulas, aumentó
mucho de peso y su marido perdió interés en ella. Connolly no parece que llegara nunca
a adquirir una actitud madura hacia las mujeres. Confesaba que para él el amor tomaba
la forma del “exhibicionismo del hijo único”. Significaba “un deseo de poner mi
personalidad a los pies de alguien como un cachorro deposita una pelota babeada.”22
Mientras tanto el dinero de Jean bastaba para eliminar la necesidad de un empleo.
Los diarios de Connolly, que llevó de 1928 a 1937, registraban las consecuencias:
“Mañana ociosa.” “Mañana terriblemente ociosa, almuerzo alrededor de las dos” “Estoy
echado en el sofá tratando de imaginar una espesa franja amarilla de sol desparramada
sobre una pared blanca.” “Demasiado ocio. Con tanto ocio uno se apoya con fuerza
sobre todos y todo, y la mayoría cede.”23
En realidad, Connolly no estaba tan ocioso como quería hacer creer. Completó su
aguda crítica de las modas literarias, Enemies of Promise que, cuando por fin se publicó
en 1938, resultó ser uno de los libros más influyentes de la década. Sugería que tenía un
raro don para liderar por lo menos a los intelectuales más gregarios de su generación.
Cuando estalló la guerra española se politizó debidamente e hizo tres visitas a España;
como el Grand Tour, era obligatorio entre los intelectuales de cierta clase, el equivalente
a cerebral de la caza mayor. Connolly tenía la necesaria carta de autorización de Harry
Pollit, que resultó útil en Parcelan cuando arrestaron a su compañero, W. H. Auden, por
orinar en los jardines públicos de Monjuich, un delito grave en España.24
Las versiones de Connolly de estas visitas, en su mayoría en New Statesman, son
agudas y constituyen un contraste refrescante con el gris oscuro de la prosa
comprometida que la mayoría de los otros intelectuales producían entonces. Pero
muestran el esfuerzo que debía hacer para cumplir con su deber de hombre de
izquierdas. “Pertenezco”, decía de sí mismo, “a una de las generaciones menos políticas
que el mundo haya visto más… preferiríamos ir a la iglesia antes que a una reunión
política.” Los “más realistas” de entre ellos (dio como ejemplo a Evelyn Waugh y
Kenneth Clark) habían comprendido que “el tipo de vida que llevaban dependía de una
cooperación estrecha con la clase gobernante”. El resto había “vacilado” hasta que
22
Citado en Pryce-Jones, pag. 40
23
Pryce-Jones, pags. 131-133-246.
24
Cyril Connolly, “Some Memories”, en Stephen Spender (ed.). W.H. Auden: A Tribut (Londres, 1975)
pág. 70
Paul Johnson INTELECTUALES 266
estalló la guerra española: “se han convertido (ahora) en seres políticos enteramente,
creo, a través de los asuntos exteriores”. Pero enseguida anotó que muchos en la
izquierda habían sido motivados por el afán de promover sus carreras o porque “odiaban
al padre o eran desgraciados en la escuela o les insultaban en la Aduano o estaban
preocupados por el sexo”.25 Llamó la atención enfáticamente a la importancia del
mérito, literario tanto como político, y elogió al Axel´s Castle de Edmund Wilson como
“el único libro de crítica de izquierdas que acepta pautas estéticas además de las
económicas”.26
Lo que Connolly estaba sugiriendo era que la literatura politizada no funcionaba.
A su debido tiempo, en cuanto no fue peligroso desde el punto de vista intelectual,
proclamó abiertamente la muerte del “compromiso”. En octubre de 1939 un admirador
adinerado, Meter Watsonm, ideó el papel perfecto para Connolly: director de una revista
mensual de la nueva literatura, Horizon, cuya finalidad específica fue defender la
excelencia literaria frente al espíritu de guerra que invadía todo. Desde el principio tuvo
un éxito llamativo y confirmó la posición de Connolly como uno de los principales
agentes de poder entre la intelectualidad.
Para 1943 sitió que podía permitirse olvidar los años treinta como un error: “La
literatura más típica de esos diez años fue la política, y falló en ambos sentidos, porque
no cumplió sus propósitos políticos y no produjo ninguna obra de mérito duradero.”27
En cambio, Connolly inició el proceso de remplazar la búsqueda intelectual de la utopía
por la adopción de un hedonismo ilustrado. Lo hizo desde las columnas de Horizon y en
otro libro muy influyente, una colección de pensamientos escapistas sobre el placer, The
Unquiet Grave (La tumba inquieta), de 1944. En su juventud Connolly había descrito su
ideología como la “búsqueda de la perfección en la felicidad”; en la década proletaria de
los treinta la había llamado “materialismo estético”; ahora era “la defensa de las pautas
civilizadas.”
Sin embargo, en junio de 1946, cuando la guerra había terminado, Connolly
abordó la tareas de definir su programa en detalle en un editorial de Horizon.28 Fue
típico que fuera el perspicaz Evelyn Waugh el que llamó la atención a esta declaración.
Había estado siguiendo lo que Connolly hacía con mucha atención, pese a todas las
distracciones del tiempo de la guerra; más adelante, en su trilogía Sword of Honour
(Espada de honor) presentaría un retrato satírico de Connolly bajo el nombre de Everad
Spruce, de su revista bajo el título de Survival (Supervivencia) y de sus bonitas
ayudantes intelectuales (en la vida real Lys Lubbock, que compartía la cama con
Connolly y Sonia Bronwell, que fue la segunda señora Orwell), como Frankie y Coney.
Ahora llamó la atención de los lectores católicos del Tablet a la demasía del programa
de Connolly.29 Esta lista de diez objetivos, descritos por Connolly como “los principales
indicadores de una sociedad civilizada”, era la siguiente: 1) abolición de la pena de
muerte; 2) reforma penal, prisiones modelo y rehabilitación de los prisioneros; 3)
eliminación de los barrios bajos y “ciudades nuevas”; 4) luz y calefacción subsidiadas y
“provistas gratis como el aire”; 5) medicinas gratis, subsidios para alimentos y ropa; 6)
abolición de la censura, de modo que cualquiera pueda escribir, decir y representar lo
que quiera, abolición de las restricciones a los viajes y del control de cambios, final de
la intervención de teléfonos o de la formación de expedientes sobre personas conocidas
25
“London Diary”, New Statesman, 16 de enero de 1937
26
“London Diary” New Statesman, 6 de marzo de 1937.
27
Transmisión de radio de 1943 como parte de la serie de Talking to India, de Orwell, citada en Pryce-
Jones
28
Comment, Horizon, junio de 1946.
29
Table, 27 de julio de 1946; reimpreso en Gallagher, págs. 127-31
Paul Johnson INTELECTUALES 267
por sus opiniones heterodoxas; 7) reforma de las leyes contra los homosexuales y el
aborto, y de las leyes de divorcio; 8) limitaciones a la propiedad de inmuebles, derechos
para los niños; 9) conservación de las bellezas arquitectónica y naturales y subsidios
para las artes; 10) leyes contra la discriminación racial y religiosa.
Este programa era, de hecho, la fórmula de lo que iba a llegar a ser la sociedad
permisiva. En efecto, si dejamos a un lado algunas de las ideas económicas menos
prácticas de Connolly, virtualmente todo lo que reclama iba a ser convertido en ley en
la década de 1960, no sólo en Gran Bretaña, sino también en estados Unidos y la
mayoría de las demás democracias occidentales. Estos cambios, que afectaron casi
todos los aspectos de la vida social, cultural y sexual, habían de hacer de la de 1960 una
de las décadas más cruciales de la historia moderan, análoga a la de 1970.
Waugh estaba comprensiblemente alarmado. Sospechaba que hacer lo que
Connolly proponía implicaba la virtual eliminación del fundamento cristiano de la
sociedad y su reemplazo por la búsqueda del placer. Connolly lo veía como el logro
final de la civilización; para otros terminaría en un caos. De todos modos, lo que
incuestionablemente mostraba era cuánto más influyentes son los intelectuales cuando
dejan a un lado la utopías políticas y se dedican a la tarea de erosionar las disciplinas y
normas sociales. Esto lo demostraron Rousseau en el siglo XVIII y de nuevo Ibsen en el
XIX. Ahora se comprobaba de nuevo: mientras que la década politizada de 1930, como
señaló Connolly, había sido un fracaso, la permisiva de 1960 (al menos desde el punto
de vista de los intelectuales) fue un triunfo espectacular.
Connolly mismo, pese a haber preparado la agenda, no participó mucho en la
tarea de lleva a cabo la revolución, pese a que murió en 1974. No estaba hecho para
campañas largas ni empresas heroicas. El espíritu puede que estuviera dispuesto, al
menos a veces, pero la carne siempre era débil. Acuñó una frase, referida a sí mismo,
“en cada hombre gordo hay un flaco encarcelado que hace seña frenéticamente para que
le dejen salir”.30 Pero el Connolly flaco nunca emergió. Fue un antihéroe mucho antes
de que se inventar la palabra. La codicia, el egoísmo y depredaciones menores siempre
marcaron sus pasos. Ya en 1928 una factura de lavandería impagada llevó a Desmond
MacCarthy a denunciarle como un oportunista y un sablista. En efecto, la mayoría de la
gente que le ofreció su hospitalidad tuvo motivos para lamentarlo. Uno encontró en el
fondo de su reloj de pie lo que fue descrito como “detritus de cuarto de baño”. Lord
Berner encontró un recipiente de camarones en conserva mohosos ente sus Chippendale.
Somerset Maugham descubrió a Connolly robando dos de sus mejores aguacates y le
obligó a deshacerse sus maletas y devolverlos. Semanas después se encontraban platos
con restos de comida en cajones de dormitorios, o trozos de tallarines y lonchas de
tocino como señaladotes en los libros de su anfitrión. Además, estaba “la ceniza de
cigarro depositada con distraída malevolencia en el triunfo culinario presentado por la
mujer de un famoso intelectual norteamericano”.31 O el comportamiento poco
caballeresco durante una ataque con bombas en Londres en 1944, mientras Connolly -
como Bertrand Russell treinta años antes- estaba en la cama con una dama de categoría.
Posiblemente fuera Lady Perdita (más tarde, en la vida real, la señora Anni Fleming)
descrita por Evelyn Waugh como uno entre sus intereses en esa época. Pero mientras
Russell saltó de la cama de Lady Constante Maleson en un gesto de generosa
indignación ante la inhumanidad del hombre, en el caso de Connolly el salto fue dictado
por el pánico, y rescatado con una ayuda: “El miedo perfecto aleja al amor.”
30
Esta es la versión (hay otras) que dio John Lehman en el Dictionary of National Biography, 1971-80
(Oxford, 1986) págs. 170-71.
31
New Statesman, 13 de marzo de 1954.
Paul Johnson INTELECTUALES 268
Pese a todo, este defensor de los valores civilizados había puesto el huevo de la
permisividad de un modo bastante similar a como Erasmo puso el huevo de la Reforma.
Pero embrollarlo fue idea de otros, y en ese proceso se añadió a la mezcla un elemento
nuevo y perturbador, que Connolly ciertamente no previó, y de haberlo hecho lo hubiera
deplorado: el culto a la violencia. Es un hecho curioso que la violencia siempre ha
ejercido un poderoso atractivo para algunos intelectuales. ¿De qué otro modo podemos
explicar el gusto por la violencia en Tolstoi, Bertrand Russell y tantos otros pacifistas
nominales? Sartre también fue un hombre fascinado por la violencia, entreteniéndose
con ella bajo una nube engañosa de eufemismos. En ese sentido argüía: “cuando la
juventud se enfrena a la policía nuestra tarea no es sólo mostrar que son los policías los
violentos, sino también unirnos a los jóvenes en la contraviolencia.” O de nuevo: para
un intelectual no dedicarse a la “acción directa” (es decir, violencia) a favor de los
negros “es ser culpable del asesinato de los negros, igual que si realmente hubiese
32
Leon Edel (ed.) Edmund Wilson: The Fifties (Nueva York, 1986) págs. 372 ss.
33
Barbara Skelton, Tears Before Bedtime (Londres, 1987), págs. 95-96, 114-15
Paul Johnson INTELECTUALES 269
oprimido los gatillos que mataron (a los panteras negras) asesinados por la policía, por
el sistema”.34
La asociación de los intelectuales con la violencia se da demasiado a menudo para
que se pueda descartar como una aberración. Con frecuencia toma la forma de admirar a
aquellos “hombres de acción” que practican la violencia. Mussolini tuvo un número
sorprendente de seguidores intelectuales, y no todos eran italianos. En su ascenso al
poder, donde Hitler tuvo consistentemente más éxito fue en las universidades, su
atractivo electoral entre los estudiantes habitualmente superaba su actuación ante la
población como un todo. Siempre actuaba bien entre maestros y profesores
universitarios. Muchos intelectuales fueron atraídos a las jerarquías más altas del partido
nazi e intervinieron en los excesos más horribles de las SS.35 Fue así como los cuatro
Esensatzgruppen o batallones móviles de la muerte que fueron la punta de lanza de la
“solución final” de Hitler en Europa oriental tenían entre sus oficiales una proporción
inusualmente alta de graduados universitarios. Otto Ohlendor, por ejemplo, comandante
del batallón “D” tenía títulos de tres universidades y un doctorado en jurisprudencia.
Stalin también tuvo su época legiones de admiradores intelectuales, y lo mismo ocurrió
con hombres de violencia de posguerra, como Castro, Nasser y Mao Tse-tung.
El estímulo o tolerancia de la violencia por parte de los intelectuales a veces ha
sido resultado de un pensamiento poco riguroso característico. Spain (España), el poema
de Auden sobre la guerra civil española publicado en 1937, contiene el difundido verso
“La aceptación consciente de la culpa en el asesinato necesario.” Este fue criticado por
Orwell, a quien le gustó el poema como un todo, basándose en que sólo podía haber
sido escrito por alguien “para quien el asesinato puede ser necesario en interés de la
justicia” (pero de todos modos eliminó la palabra “necesario”).36 Kingsley Martin, que
en la Primera Guerra Mundial sirvió en la Unidad Cuáquera de Ambulancias, y a quien
repugnaban los actos de violencia de cualquier tipo, en ocasiones se embrollaba al punto
de defenderla teóricamente. En 1952, aplaudiendo el triunfo final de Mao en China,
pero inquieto por informes de que un millón y medio de “enemigos del pueblo” habían
sido muertos, preguntó tontamente en su columna del New Statesman: “¿Eran realmente
necesarias estas ejecuciones?” Leonard Wolf, un director del diario, le obligó a publicar
una carta la semana siguiente en la que hacía esta pregunta intencionada: tendría a bien
Martin “dar alguna indicación…de bajo qué circunstancias las ejecución de 1.5 millones
de personas llevada a cabo por un gobierno es “realmente necesaria”)” Martin
naturalmente, no podía dar respuesta alguna y sus esfuerzos por zafarse del anzuelo en
que se había clavado resultaron penosos de presenciar.37
Por otra parte, a muchos intelectuales ni siquiera el hecho de la violencia les
resulta aborrecible. El caso de Norman Mailer es especialmente esclarecedor, porque él
es de muchas maneras muy típico de la clase de intelectual que hemos estado
examinando.38 Primogénito y único varón de una familia matriarcal, desde el principio
fue el centro de un círculo familiar de admiradoras. Estaba compuesto por su madre
Fanny, cuya familia los Scheider, tenían una posición desahogada y manejaba ella
34
En una entrevista de 1971, citada por Paul Hollander: Political Piligrims: Travels of Western
Intellectuals to the Soviet Union, China anda Cuba, 1928-78 (Oxford, 1981); ver también Maurice
Cranston, “Sartre and Violence”, Encounter, julio, 1967.
35
Michael S. Steinberg, Sabres and Brownshirts: The German Students Path to National-Socialism 1918-
35 (Chicago, 1977)
36
Humphrey Carpenter, W.H.Auden (Londres, 1981)
37
Edgard Hyams, The New Statesman: The History of the First Fifty Years, 1913-63 (Londres, 1963)
págs. 282-84.
38
Para datos sobre el ambiente y carrera de Mailer, ver Hilary Mills, Mailer: A Biography (Nueva York,
1982)
Paul Johnson INTELECTUALES 270
misma un negocio próspero; y sus diversas hermanas. Más tarde se unió al círculo la
propia hermana de Mailer. El chico era un niño modelo de Brooklin, tranquilo, se
portaba bien, siempre el primero de la clase, en Harvard a los dieciséis años; sus
progresos eran acompañados por el aplauso entusiasta de las mujeres. “Todas las
mujeres de la familia pensaban que Norman era una maravilla”. Ese fue el comentario
de su primera mujer, Beatrice Silverman, que además observó: “Lo que menos quería
Fanny era que su pequeño genio se casara”. “Genio “era una palabra que se le oía a
Anny a menudo en relación con Mailer; informaría a los periodista en una de sus
numerosas presentaciones ante un tribunal: “Mi hijo es un genio.” Tarde o temprano las
esposas de Mailer comprobarían con desagrado la existencia del Factor Fanny. La
tercera, Lady Jean Campbell, se quejó: “Nunca hacíamos otra cosa que ir a cenar con su
madre.” La cuarta, una actriz rubia que se hacía llamar Beverley Bentley, recibió
reproches (y de hecho fue atacada físicamente) por hacer observaciones contra Fanny.
Sin embargo, las esposas fueron ellas misma un sustituto adulto del círculo femenino de
su infancia, ya que Mailer siguió en contacto con todas ellas salvo una después de sus
divorcios, ya que, argumentaba: “Cuando uno se divorcia de una mujer, puede entonces
iniciar una amistad con ella, porque la propia vanidad sexual ya está en juego.” En total
hubo seis mujeres, que entre todas le dieron ocho hijos; la sexta espesa, Norris Church,
tenía la misma edad que la hija mayor de Mailer. Hubo también muchas otras mujeres, y
la cuarta esposa se quejó: “Cuando estaba embarazada, él tenía una azafata. A los tres
días de traer el bebé a casa, inició otra relación.” El paso de una mujer a otra recuerda
fuertemente a Bertrand Russell, mientras que el ambiente de harén evoca a Sartre. Pero
Mailer, si bien procedente de un círculo matriarcal, tenía fuertes ideas patriarcales. El
primer matrimonio terminó porque su mujer quería una carrera y Mailer la descartó
como “una partidaria prematura de la Liberación de La Mujer”. De la tercera se quejó:
“Lady Jean sacrificó 10 millones de dólares para casarse conmigo, pero nunca quiso
prepararme el desayuno.” Terminó con la cuarta cuando ella, a su vez, tuvo un amante.
Una de sus mujeres se quejó: “Norman no quiere tener nada que ver con una mujer con
una carrera.” En la reseña de uno de sus libros, en 1971, V. S. Pritchett argumentó que
el hecho de que Mailer tuviese tantas esposas (sólo cuatro hasta entonces) demostraba
que “era obvio que no le interesaban las mujeres sino algo que ellas tenían.”39
La segunda característica que Mailer tiene en común con otros intelectuales es el
talento de la autopublicidad. La brillante promoción de su notable novela de guerra, The
Naced and the Dead (Los desnudos y los muertos), publicada en 1948, fue un trabajo
altamente profesional de sus editores Rinehart, una de las campañas más elaboradas y
por cierto más exitosas del período de posguerra.
Pero, una vez lanzado, Mailer asumió sus propias relaciones públicas, que durante
los treinta años siguientes constituyeron una maravilla y una advertencia para todos, ya
que el trabajo, las esposas, los divorcios, las opiniones, las peleas y la política aparecían
hábilmente entretejidos en una prenda sin costura de autopromoción. Fue el primer
intelectual que hizo un uso efectivo de la televisión para promocionarse, representado
en ella escenas memorables y a veces alarmantes. Percibió muy pronto el insaciable
apetito de acción en vez de meras palabras que tiene la televisión, y por lo tanto se
convirtió en uno de los intelectuales más hiperactivos, siguiendo un rumbo ya piloteado
por Hemingway. ¿A qué debía servir toda esa autopromoción? A la vanidad y al
egoísmo, por cierto: nunca se insistirá demasiado en que muchas de las actividades de
hombres como Tolstoi, Russell y Sartre, aunque racionalizadas superficialmente,
pueden explicarse adecuadamente sólo por el deseo de llamar la atención sobre ellos
39
Atlantic Monthly, julio de 1971.
Paul Johnson INTELECTUALES 271
mismos. Además estaba también el objetivo más mundano de ganar dinero. Los gustos
patriarcales de Mailer resultaban caros. Cuando su cuarta esposa le demandó en 1979,
Mailer adujo que no podía pagarle 1.000 dólares semanales; dijo que en ese momento
le estaba pagando 400 dólares semanales a la segunda, 400 a la quinta y 600 a la sexta;
tenía una deuda de 500.000 dólares, debía 185.000 a su agente y 80.500 por impuestos
impagados, lo que llevó al Servicio de Rentas Internas a embargarle su casa por 100.000
dólares. Su autopromoción estaba obviamente dirigida a atraerle lectores, y lo hizo
ampliamente. Para dar un ejemplo, su largo ensayo “The Prisoner of Sex” (El prisionero
del sexo), que atacaba el feminismo y que fue muy solicitado como resultado de sus
correrías maritales, apareció en Haper´s en marzo de 1971 y vendió más ejemplares en
los kioscos que cualquier otro número de la revista en su historia de 120 años.
Sin embargo, la autopromoción de Mailer también tenía un propósito serio,
promover el concepto que se convirtió en el tema dominante de su obra y su vida: la
necesidad de que el hombre se despoje de algunas de las restricciones que inhiben el
uso de la fuerza personal. Hasta entonces la mayoría de la gente educada había
identificado dichas inhibiciones con la civilización; el poeta Yeats, por ejemplo, había
definido a la civilización precisamente como “el ejercicio del autocontrol”. Mailer
cuestionó este supuesto. ¿Acaso la violencia personal no podía ser a veces, para algunas
personas, necesaria y hasta virtuosa? Llegó a esta posición por un camino tortuoso. De
joven fue el compañero de camino clásico, y llegó a pronunciar dieciocho discursos a
favor de Wallace en la compaña presidencial de 1949.40 Pero rompió con el partido
comunista en la notoria Conferencia Waldorf en 1949, y a partir de entonces sus
opiniones políticas, si bien a veces simplemente reflejaban el consenso de la izquierda
liberal, se hicieron más idiosincrásicas y originales. En particular, su actividad como
novelista y periodista le llevaron a explorar la posición de los negros y de los
presupuestos culturales negros en la vida de Occidente.
En el número del verano de 1957 de Disent, la revista de Irving Howe, publicó
una tesis, The White Negro (El negro blanco), que resultó ser su texto escrito de mayor
influencia, de hecho un documento clave para la época de posguerra. En él analizaba “la
conciencia hip”, la conducta de los negros jóvenes, seguros de sí y decididos, como una
forma de contracultura; la explicaba y justificaba, en verdad instaba a los blancos a que
la adoptaran. Había muchos aspectos de la cultura negra, argumentaba Mailer, que los
intelectuales progresistas debían estar dispuestos a examinar con cuidado:
antirracionalismo, misticismo, el sentido de la fuerza vital y, lo que no es menos, el
papel de la violencia y hasta el de la revolución. Consideremos, escribió Mailer, el caso
real de dos jóvenes que matan a golpes al dueño de una tienda de golosinas. ¿No tuvo su
aspecto beneficioso? “No sólo se asesina a un hombre débil, de cincuenta años, sino
también a una institución, uno viola la propiedad privada, entra en una relación nueva
con la policía e introduce un elemento peligroso en la propia vida”. Dado que la furia,
cuando se vuelve hacia dentro, es un peligro para la creatividad, ¿no era entonces la
violencia, cuando se usa. Exterioriza y desfoga, creativa en sí misma?
Este fue el primer intento seriamente pensado y bien escrito, de dar legitimidad a
la violencia personal (como opuesta a la violencia institucionalizada), y provocó una ira
comprensible en ciertos sectores. En verdad Howe admitió después que él debería haber
eliminado el pasaje sobre el crimen de la tienda de golosinas. En su momento Norman
Podhoretz lo atacó como “una de las ideas más siniestras desde el punto de vista moral
con que me haya cruzado jamás”, que demostraba “dónde puede llevar la ideología del
hipsterismo”.41 Pero un gran número de jóvenes, blancos tanto como negros, estaba a la
40
Mills, págs. 109-10
41
Norman Podhoretz, Doings and Undonings (Nueva York, 1959) pág. 157
Paul Johnson INTELECTUALES 272
espera de una pauta y una racionalización de ese tipo. El negro blanco fue el documento
que autentificó mucho de lo que ocurrió en las décadas del sesenta y del setenta. Dio
respetabilidad intelectual a muchos actos y actitudes hasta entonces consideradas fuera
de los límites que impone la conducta civilizada y añadió algunos ítems importantes y
siniestros a la agenda permisiva que Cyril Connolly había propuesto una década atrás.
El mensaje tuvo mucho más impacto porque Mailer lo reforzó y publicitó a través
de sus propias acciones, públicas y privadas. El 23 de julio de 1960 fue juzgado por su
participación en un alboroto en una comisaría de Provincetown, y se declaró culpable de
ebriedad, pero no de “desorden público”. El 14 de noviembre volvió a ser acusado de
desorden público en un club de Broadway. Cinco días después ofreció una gran fiesta en
su casa de Nueva York para anunciar su candidatura a alcalde de Nueva York. A
medianoche estaba borracho peleando en la calle frente a su casa de apartamentos,
intercambiando puñetazos con varios intelectuales. Como Jason Epstein y George
Plimpton, a media que salían de su fiesta. A las 4.30 volvió de la calle con un ojo
amoratado, un labio hinchado y la camisa ensangrentada.
Su segunda esposa, Adele Morales, una pintora hispano-peruana, le reconvino; él
sacó una navaja con una hoja de 6.5 cm. Y la apuñaló en el abdomen y la espalda. Una
de las heridas tenía 7 cm. De profundidad. Tuvo suerte de no morir. Los procedimientos
legales que siguieron a este incidente fueron complejos; pero Adele se negó a firmar una
denuncia y todo terminó un año después con una sentencia de cumplimiento condicional
y bajo libertad vigilada para Mailer. Sus comentarios mientras tanto no traducían ningún
signo de remordimiento. En una entrevista con Mike Wallace dijo: “Es cuchillo es muy
significativo para un delincuente juvenil. Verá, es su espada, su virilidad.” Añadió que
debería haber justas anuales de pandillas en Central Park. El 6 de febrero de 1961 llevó
a cabo una lectura de sus poemas en el Centro de Poesía de la Asociación Hebrea de
Jóvenes, que incluía los versos “mientras emplee un cuchillo / queda algo de amor”, el
director hizo bajar el telón aduciendo obscenidad. Una ver terminado todo el episodio,
Mailer resumió: “Una década de ira me obligó a hacerlo. Después de eso me sentí
mejor.”42
Mailer también hizo esfuerzos públicos más claramente dirigidos a promover la
contracultura. El hippie Jerry Rubien era uno de aquéllos a quienes The White Negro
inspiró, y Mailer fue el orador estrella de la enorme manifestación contra la guerra de
Vietnam que Rubin organizó en Berkeley el 2 de mayo de 1965. Dijo que la “gran
sociedad” del presidente Johnson se estaba desplazando “del campo hacia la mierda” y
exhortó a 20.000 estudiantes a no contentarse con criticar al presidente, sino que además
le insultaran pegando en las paredes su retrato boca abajo. Uno de los que le escuchó era
Abbie Hoffman, que pronto sería el sumo sacerdote de la contracultura. Arguyó que
Mailer mostraba “cómo uno puede enfocar eficazmente el sentimiento de protesta
apuntando no a las decisiones, sino a las entrañas de los que las toman.”43 Dos años
después tuvo una participación extravagante en la gran marcha sobre el Pentágono, el 21
de octubre de 1967, entreteniendo y provocando a la vasta audiencia con obscenidades,
diciéndoles “Vamos a tratar de metérselo en el culo al gobierno, justo por el esfínter del
Pentágono”, y consiguiendo que le arrestaran y sentenciaran a treinta días de cárcel
(veinticinco de cumplimento condicional). Una vez en libertad, dijo a los reporteros:
“Ya ven, queridos compatriotas norteamericanos, es domingo y estamos quemando el
cuerpo y la sangre de Cristo en Vietnam”, defendió su alusión diciendo que, pese a no
ser cristiano, ahora estaba casado con una cristiana. Se trataba de la esposa número
42
Todo el asunto del apuñalamiento está ampliamente descrito en Mill, capítulo XX, págs. 215 ss.
43
El discurso de Mailer está impreso en su Cannibals and Christians (Collected Pieces, Nueva York,
196) págs. 84-90
Paul Johnson INTELECTUALES 273
cuatro, que después se quejaría de que cuando criticaba a su madre él le pegaba en sus
partes pudendas.
Mailer trajo en efecto a la política el lenguaje del “hip”, la voz de la calle.
Corroyó la hierática del estadista y muchos de los presupuestos que la acompañaban. En
mayo de 1968, en el punto culminante de la protesta estudiantil del Village Voice
escribió, al analizar el atractivo de Mailer: “¿Cómo podía no gustarles Mailer? Mailer,
que predicaba la revolución antes de que hubiera un movimiento. Mailer, que llamaba a
L. B. J. un monstruo mientras liberales de regla de cálculo seguían escribiéndole sus
discursos.
Mailer, que ya sabía de negros, hierba, Cuba, violencia, existencialismo… cuando
la nueva izquierda no era más que un sueño de C. Wright Mills.”44 Pero si bien no cabe
duda de que bajo el tono del discurso político, no resulta claro que elevara su contenido.
Su impacto sobre la vida literaria fue similar. Sus peleas con otros autores competían
con las de Ibsen, Tolstoi, Sartre y Hemingway, y hasta las superaban. Riñó, en privado
y públicamente con William Styron, James Jones, Calder Willingham, James Baldwin y
Gore Vidal, entre otros. Como en el caso de Hemingway, estos enfrentamientos a veces
tomaban formas violentas. En 1956 se informó que se había peleado en los canteros de
flores de la casa de William Styron. Su contrincante fue Bennet Cerf, a quien dijo:
“Usted no es un editor, es un dentista.” En 1971 hubo bofetadas en la cara y cabezazos
con Gore Vidal en un programa de televisión de Dick Cavett; en 1977 el guión fue:
Mailer a Vidal: “Pareces un viejo judío sucio”. Vidal a Mailer: “Bueno, tu pareces un
viejo judío sucio.” Mailer le arroja a la cara a Vidal el contenido de un vaso; Vidal
muerde un dedo a Mailer.45 El debate que siguió a las bofetadas, en el que también
participaba la inofensiva y elegante Janet Flanner, corresponsal del New Yorker de
París, se convirtió en una discusión colérica entre Vidal y Mailer sobre el coito contra
natura. Luego:
44
Jack Newfield en la Village Voice, 30 de mayo de 1968; citado en Mills
45
Mills, págs. 418-19
Paul Johnson INTELECTUALES 274
daba órdenes con tranquila e imperiosa autoridad. Una frase me impactó especialmente:
“¡Un poco de cuidado con esa caja, hombre, está cargada de camisas de oro!”.
Y yo no fui el único impresionado por esta elegante miniatura teatral. En 1946
Tynan y yo éramos de los pocos estudiantes que habíamos pasado directamente del
colegio secundario a la universidad. La gran mayoría habían estado en la guerra;
algunos habían alcanzado grados altos y presenciado o quizá perpetrado escenas de
matanza espantosas. Pero no habían visto nada como esto. Mayores corpulentos de los
Guardias de infantería se quedaron sin habla. A pilotos que mataron a miles en los
bombardeos a Berlín sencillamente se les salían los ojos de las órbitas. Tenientes
Comandantes que habían hundido al Bismark miraban pasmados. Exquisitos
portaestandartes de los lanceros, pulcros oficiales subalternos de los chaquetas verdes se
sintieron relegados a un segundo plano. En el momento exacto, habiendo dominado la
escena creada por él, salió majestuoso seguido por sus esforzados cargadores.
Detrás de este extraño joven había (aunque él en ese momento la ignoraba) una
historia aun más extraña. Podría haber sido sacada directamente de las páginas, no por
cierto de esos ex alumnos y héroes del Magdalen, Oscar Wilde y Compton Mackenzie,
sino de Arnold Bennett. Los hechos relativos a la vida de Tynan han sido todos
recogidos cuidadosamente por su segunda esposas, Kathleen, y publicados en una
biografía tierna y dolida, un modelo en su género.46 Tynan nació (1927) y se crió en
Birmingham, asistió a su famoso colegio y allí progresó notablemente, hizo el papel
principal en Hamlet y ganó una beca para Oxford. Se creyó el hijo único, muy adorado
y consentido de Rose y Meter Tynan, un lencero. Su padre le daba 20 libras por
quincena para sus gastos personales, mucho dinero en esos días. En realidad Tynan era
ilegítimo, y su padre lo que se llama un “personaje” que llevaba una doble vida. Media
semana era Meter Tynan, en Birmingham. La otra media, con su frac, sombrero de
copa, polainas grises y camisas de seda hechas a medida, era Sir meter Peacock, juez de
paz, empresario de éxito, seis veces alcalde de Warrington, y con una Lady Peacock y
varios pequeños Peacock. El engaño salió a la luz en 1948, al final de la carrera de
Tynan en Oxford, cuando Sir Meter murió, la indignada familia legítima se abalanzó
desde Warrington para reclamar el cuerpo, y la llorosa madre de Tynan fue excluida del
funeral. No es algo nunca visto que un estudiante no graduado de Oxford descubra de
repente que es ilegítimo (le ocurrió a otro obligado a retirar el Sir de la chapa con su
nombre) y la respuesta de Tynan fue inventar inmediatamente que su padre había sido
asesor financiero de Lloyd George. Pero el descubrimiento dolió. Eliminó “Peacock” de
su nombre. Por otra parte, los sentimientos de culpa de su madre por lo que le había
hecho al hijo ayudan a comprender por qué, desde el principio, le sobreprotegió y
consintió. En realidad, él siempre la trató como una especie de sirvienta de categoría.
Tynan fue siempre muy mandón; tenía el toque del amo. En Oxford su vestimenta
era principesca en una época en que el racionamiento de ropa aún se hacía cumplir
estrictamente. Además del traje color ciruela y de las camisas doradas tenía una capa
forrada en seda roja, un conjunto entallado de cuero de gama, otro traje, verde botella,
que se decía hecho con paño de mesa de billar, y zapatos de gamuza verdes.
Usaba maquillaje (“sólo un poco de laca arméis alrededor de la boca”47).
Devolvió así a Oxford su reputación de extravagancia estética. Durante toda su estancia
allí fue de lejos la persona más comentada de la ciudad. Montó y actuó en obras de
teatro. Hablaba brillantemente en la Unión. Escribía para las revistas o era su director.
Dio fiestas sensacionales a las que asistían figuras de la farándula londinense (cobraba
una entrada de diez chelines). Tenía una corte de jovencitas y profesores admirativos.
46
Kathleen Tina, The Life of Kenneth Tynan (Londres, 1987)
47
Tynan, págs. 46-47
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Fue quemado en efigie por petimetres envidiosos. Parecía dar vida a las páginas de
Brideshead Revisited, entonces un best-seller reciente, y añadirle otras.
Además, a diferencia de casi todos los que causan una sensación en Oxford, tuvo
éxito en el mundo real. Montó obras de teatro y revistas. Actuó junto a Alec Guinness.
Lo que es más importante, se consagró rápidamente como el periodista literario más
audaz de Londres. Su lema era: “Escribe, herejía, pura herejía.” Fijó en su escritorio el
estimulante slogan “Haz enojar, provoca y lacera, levanta remolinos.” Siguió esas
directrices en todo momento. Le reportaron rápidamente la muy deseada y visible
posición de crítico teatral del Evening Standard, y el mismo puesto, aun más influyente,
en el Observer, entonces el mejor diario de Inglaterra. Los lectores estaban
boquiabiertos ante ese sorprendente fenómeno que parecía conocer toda la literatura
universal y usaba palabras como esuriente, camerano, chichisbeo y eretismo.48 Se
convirtió en una potencia del teatro londinense, que le miraba con temor reverencial,
miedo y odio. Hizo de la obra de Osborne Look Back in Anger (Mirando atrás con ira)
un éxito, e inició la leyenda de los jóvenes iracundos. Por él Inglaterra conoció a Brecht.
Y, lo que no es menos, luchó intensamente por el teatro subsidiado que hizo posible la
obra brechtiana. Cuando Inglaterra creó su propio Teatro Nacional, él fue su primer
director literario (1963-1973) y lo consolidó con un fuerte repertorio cosmopolita: de las
setenta y nueve obras representadas en él durante su gestión, la mayoría fue idea suya, y
la mitad fueron éxitos de taquilla, un récord asombroso. Ya era conocido en los Estados
Unidos gracias a unas magníficas crítica en el New Yorker de 1958-60. Con el teatro
Nacional se creó una fama mundial. En efecto, en la década de 1960 hubo momentos en
que probablemente fue la persona que tenía más influencia en teatro mundial; y, como
he sostenido en este libro, a la larga el teatro tiene más efecto sobre la conducta que
cualquiera de las demás artes.
Y no es que Tynan careciera de un propósito serio. Como Connolly, y de un modo
igualmente vago, vinculaba el hedonismo y la permisividad con el socialismo.
Declaration (1957), el manifiesto de los “iracundos”, contribuyó con su única
manifestación meditada de propósitos. El arte, insistió, tenía que dejar “constancia; debe
comprometerse”. Pero, a su ver, el socialismo debería significar “progreso hacia el
placer” y ser “una afirmación internacional alegre”49
Escribiendo el mismo año en que Mailer publicó The White Negro tenía en parte
la misma intención, acabar con las inhibiciones lingüísticas en el escenario y en el texto
impreso. Nadie en Inglaterra desempeñó un papel más importante en la destrucción del
viejo sistema de censura, tanto formal como informal. Sus esfuerzos por lograrlo eran
enfatizados por gestos políticos más tradicionales, aunque hasta estos tenían un aspecto
permisivo. En 1960, después de muchas maniobras, consiguió meter una palabra soez
en el Observer. Al año siguiente organizó una manifestación en Hyde Park con la ayuda
de gran cantidad de muchachas bonitas. El 13 de noviembre de 1963 realizó su obra
maestra de autopromoción premeditada cuando pronunció la palabra “fuck” (joder”) en
un programa satírico de trasnoche de la BBC. Por un tiempo le convirtió en el hombre
más comentado del país. El 17 de junio de 1969, introdujo el desnudo organizado en el
escenario común con su revista ¡Oh, Calcuta! Llegó a representarse en todo el mundo
con una entrada de taquilla de más de 360 millones de dólares.
Sin embargo, al destruir la censura Tynan también se estaba destruyendo a sí
mismo. Su muerte efectiva en 1980 fue causada por enfisema, producto de fumar
permanentemente con pulmones débiles heredados de su padre. Pero ya un tiempo antes
se había dañado a sí mismo en forma irreparable como se moral por lo que sólo puede
48
Ver Ronald Bryden, London Review of Books, 10 de diciembre de 1987.
49
Declaration (Londres, 1957)
Paul Johnson INTELECTUALES 276
ser llamado una autoinmolación en el altar del sexo. Sus obsesiones sexuales
comenzaron temprano. Más tarde sostuvo que se masturbaba desde los once años y a
menudo hacía alarde de los placeres de esa actividad. Hacia el final de su vida dio una
caracterización obsesionante de sí mismo como una especie en extinción, Tyranosaurus
homo masturbans. También, de muchacho hizo todo lo posible por coleccionar
pornógrafía, cosa nada fácil en Birmingham durante la guerra. Cuando siendo colegial
representó su Hamlet, indujo a James Agate, en ese momento el crítico más importante
y un conocido homosexual, a escribir una reseña del espectáculo. Agate lo hizo, y
también invitó al joven a su avaramente y le puso una mano sobre la rodilla: “¿Eres
homo, mi muchacho?” “Me temo que no” “Ah bien, pensé dejarlo aclarado.”50 Tynan
decía la verdad. A veces le gustaba vestirse con ropas de mujer y no se preocupaba
mucho por desalentar la idea corriente de que era homosexual, por creer que le
facilitaba el acceso a las mujeres. Pero en ningún momento tuvo una experiencia
homosexual, “nunca ni un ligero tanteo”, tal como expresó él.51 sin embargo le
interesaba el sadomasoquismo. Una vez que Agate descubrió esto, le dio la llave de su
amplia colección de pornografía, y eso completó la corrupción de Tynan.
De ahí en adelante acumuló una provisión propia. En su momento varias dueñas
de pensiones y sus dos esposas se tropezaron con ella y quedaron profundamente
desagradadas. Esto resulta curios porque Tynan nunca se preocupó por ocultar sus
intereses sexuales y a veces los declaraba abiertamente. Durante una reunión de la
Oxford Union anunció: “Mi tema es… sólo una correa en el crepúsculo”. Entabló
relaciones con gran número de mujeres jóvenes en Oxford y habitualmente les pedía
que le regalaran sus bragas para colgar junto al látigo que adornaba sus paredes.
Le gustaban las muchachas judías voluptuosas, especialmente aquellas con padres
severos y acostumbradas al castigo corporal. A una de ellas le dijo que la palabra
“corregir” tenía “un buen toque victoriano que hacía pensar en retribución”. Añadió: “la
palabra zurra es muy potente y tiene el toque justo de la colegiala… Sexo quiere decir
zurra y hermoso significa culo y siempre será así.52
esposas que se sometieran a estas actividades que él asociaba con el pecado y la
perversidad y que debían ser gozadas con culpa. Pero cuando fue un factor de poder en
el teatro no tuvo dificultad alguna para encontrar actrices sin trabajo que cooperaran a
cambio de alguna ayuda.
Las mujeres parece que pusieron menos objeciones a su sadismo, que no pasaba
de ciertos límites, que a su vanidad y autoritarismo. Una le dejó cuando se dio cuenta de
que al entrar en un restaurante siempre impedía que se mirara en el espejo. Otra declaró:
“En cuanto una le dejaba él ya no pensaba más en ella”. Trataba a las mujeres como a
posesiones. En muchos sentidos era de buen natural podía ser perceptivo y
comprensivo. Pero esperaba de las mujeres que giraran alrededor de los hombres como
lunas alrededor de un planeta. Elaine Dundy, su primera mujer, tenía ambiciones
propias y llegó a escribir una novela excelente.”* Esto provocó peleas de tipo
espectacular bastante teatrales, con alaridos, platos estrellados y gritos de “¡Te voy a
matar, perra!” Mailer, juez nada despreciable de peleas matrimoniales, ponía muy alto a
los Tynan: “Se pegaban golpes que uno no podía menos que aplaudir como si estuviese
presenciando un combate de boxeo.” Tynan si bien se reservaba el derecho
incondicional de ser infiel, esperaba fidelidad de su consorte, en una ocasión, al volver a
50
Para la versión de Agate (censurada) de su relación, ver su Ego 8 (Londres, 1947), págs. 172 ss.
51
Tynan pág. 32
52
Tynan, pág. 76
*
Preguntado si podría ser buena, Cyril Connolly respondió: “Oh, yo pensaría que no. Sólo una esposa
más que trata de probar que existe”.
Paul Johnson INTELECTUALES 277
a ladrar sin motivo en el parque del hotel, como dicen que hacen cuando pase el Rey del
Mal, invisible para el hombre.”55
Los últimos años de Tynan, un siniestro contrapunto de obsesión sexual y
debilidad física, son narrados conmovedoramente por su viuda y resultan una lectura
aterradora para quienes conocieron y admiraron al hombre. Evoca la llamativa frase de
Shakespeare: “el derroche de espíritu en un erial de vergüenza”56
Víctima aun más impresionante de la actitud permisiva, con una nota más fuerte
de violencia, fue Rainer Werner Fassbinder, quizá el director de cine más dotado que
haya producido Alemania. Fue un hijo de la derrota, nacido en Baviera el 31 de mayo de
1945, inmediatamente después del suicidio de Hitler; fue el beneficiario adolescente y
víctima de las nuevas libertades que intelectuales como Connolly, Mailer y Tynan
trataban de conferir a la humanidad civilizada. En la década del veinte el cine alemán
había llevado la delantera en el mundo. La llegada de los nazis había creado una
diáspora de sus talentos y Hollywood se quedó con la parte del león…; y cuando el
régimen nazi cayó, las autoridades norteamericanas de ocupación impusieron el cine de
Hollywood en tierra alemana. Esta época terminó en 1962, cuando veintiséis jóvenes
escritores y directores de cine alemanes publicaron una declaración de independencia
cinematográfica alemana conocida como el Manifiesto de Oberhausen. Fassbinder dejó
el colegio dos años después, y a la edad de veintiún años ya había filmado dos
cortometrajes. En un mundo alemán de las artes dominado por la sombra de Brecht,
organizó una pequeña productora colectiva conocida como Anfiteatro. En su primera
producción de éxito, él mismo desempeñó el papel de Mac el Cuchillo en la Opera de
tres centavos de Brecht. Si bien en teoría el Anfiteatro era igualitario, en la práctica fue
una tiranía jerárquica y estructurada, con él mismo como déspota, y manejada (se ha
dicho) como Luis XIV manejaba Versalles.57 Utilizó a este equipo para hacer su primera
película de éxito, el amor es más frío que la muerte, rodada en sólo veinticuatro días en
abril de 1969.
Fassbinder se convirtió en el director de cine no sólo más importante, sino además
simbólico de la época permisiva con sorprendente rapidez. Tenía gran voluntad y
autoridad, y el envidiable poder de tomar decisiones rápidas y firmes; esto le permitió
hacer películas de gran calidad rápida y económicamente. La aprobación de la crítica le
llegó pronto. No obtuvo un éxito de taquilla mundial hasta El miedo come el alma
(1974), pero esta era su película número veintiuno. En realidad en los doce meses a
partir de noviembre de 1969 hizo nueve películas de largo metraje. Una de las más
apreciadas, tanto crítica como comercialmente, El mercader de las cuatro estaciones
(1971), tenía 470 escenas y se rodó en doce días. A los treinta y siete años había hecho
cuarenta y tres películas, una cada cien días durante trece años.58 No había días de
descanso. Siempre trabajaba, y hacía trabajar a otros, los domingos. Desde un punto de
vista profesional tenía una autodisciplina fanática y constante. Solía decir: “Puede
dormir cuando esté muerto.”
Esta producción prodigiosa fue lograda contra un trasfondo de desenfreno y
desgaste que hace estremecer. Su padre fue un médico que dejó a su familia cuando
Fassbinder tenía seis años, abandonó la medicina para escribir poesía y se ganaba la
vida administrando propiedades baratas. Su madre fue actriz, y apareció después en
55
Tynan, pág. 333
56
Shakespeare, Sonets, 129
57
Para una relación del surgimiento de Fassbinder y muchos otros detalles curiosos, ver Robert Katz y
Meter Berlina, Love is Colder than Death: The life and times of Rainer Werner Fassbinder (Londres,
1987)
58
Katz y Berling, Introducción, pág. XIV
Paul Johnson INTELECTUALES 279
algunas de sus películas. Después del divorcio se casó con un escritor de cuentos.
Fassbinder pasó su infancia y su adolescencia en un ambiente bohemio, literario,
incierto, amoral e irresponsable.
Leía mucho y pronto empezó a producir obra creativa, cuentos y canciones.
Absorbió la nueva cultura permisiva con la misma rapidez y seguridad con que hizo
todo lo demás. En la nueva terminología hip era un conocedor de la calle. A los quince
años ayudaba a su padre a cobrar los alquileres de los barios bajos. Anunció que se
había enamorado del hijo de un carnicero. El padre le contestó (fue una respuesta
típicamente alemana): “Si tienes que acostarte con hombres, ¿no puedes hacerlo con un
universitario?”59 A partir de entonces Fassbinder se dedicó con ferocidad implacable a
uno de los tres grandes temas de la nueva cultura de los años sesenta: la explotación
desenfadada del sexo por placer. A la vez que crecía su poder en el teatro y en el cine,
también crecieron sus exigencias y su crueldad. La mayoría de sus amantes fueron
hombres. Algunos estaban casados y tenían hijos, y hubo escenas pavorosas de angustia
familiar. Casi desde el principio hubo algo de sadomasoquismo y extremismo. Tomaba
hombres de la clase trabajadora y los convertía en actores tanto como en amantes. Uno,
que él llamaba “mi negro bávaro”, parece que se especializó en destruir automóviles
caros. Otro, un ex prostituto de África del Norte, era homicida y creó momentos de
terror para los colaboradores de Fassbinder, y hasta para él mismo. Un tercero, un
carnicero convertido en actor, se suicidó. Pero a Fassbinder también le interesaban las
mujeres y hablaba como un patriarca de “producir una familia tradicional”. Su actitud
hacia las mujeres era la de propietario. Le gustaba controlarlas. En sus principios,
cuando necesitaba dinero para las películas, utilizaba mujeres que controlaba para servir
a los “trabajadores-huéspedes” inmigrantes, como los llamaban los alemanes. En 1970
se casó con una actriz llamada Ingrid Caven, que creía poder transformarlo en un
heterosexual. La fiesta de bodas se convirtió en una previsible orgía. La novia encontró
la puerta del dormitorio cerrada con llave, y al novio en la cama con el padrino.
Divorciado, Fassbinder se casó finalmente con una de sus editoras de cine, Juliane
Lorenz, pero siguió con su ostentosa vida homosexual en bares, hoteles y prostíbulos.
Sin embargo, por curioso que parezca, a ella le exigía fidelidad. Durante la filmación de
la novela Berlín Alexander-Platz (1980), descubrió que Juliane había pasado una noche
con uno de los electricistas. Organizó una escena de celos y la llamó prostituta; ella le
rompió el certificado de matrimonio en la cara.
Fassbinder también reflejó, tanto en sus películas como en su estilo de vida, el
segundo gran tema de la nueva cultura: la violencia. Cuando era muy joven, parece que
fue muy amigo de Andreas Baader, que ayudó a crear una de las pandillas terroristas
más notorias de Alemania, y de Horst Sohnlein, que hacía proyectiles incendiarios para
el grupo de Baader-Meinhof. Según su amigo actor, Harry Baer, Fassbinder decía a
menudo que estaba tentado de incorporarse al terrorismo, pero que se decía a sí mismo
que “hacer películas sería más importante para la causa que salir a las calles.”60 Cuando
Baader y otros miembros de la pandilla se suicidaron en la prisión de Stammheim, en
octubre de 1977, Fassbinder gritó furioso:”Han asesinado a nuestros amigos.” Su
próxima película, La tercera generación (1979) presentó el argumento de que las
autoridades alemanas estaba explotando la amenaza del terrorismo para que Alemania
fuera totalitaria otra vez, y esto provocó furia.
En Hamburgo una turba golpeó al operador del cine hasta dejarle inconsciente, y
destruyeron la película. En Frankfurt unos jóvenes lanzaron bombas de ácido contra el
cine que la exhibía. En general, Fassbinder recibió subsidios del estado para sus
59
Katz y Berlina, pág. 19
60
Katz y Berlina, págs. 33-34, 125.
Paul Johnson INTELECTUALES 280
películas (eso también fue una señal de los tiempos) pero esta la hizo con fondos
propios: fue una obra de amor, o de odio.
Para entonces había adoptado, y pasaba por el proceso de ser aplastado por él, un
tercer tema de la nueva cultura: las drogas. La tolerancia, la aceptación de las drogas,
siempre había sido un presupuesto implícito de la sociedad permisiva, en particular en
su jerga hip. En la década del sesenta la firma por intelectuales de peticiones que
exigían la liberalización de las leyes sobre drogas se convirtió en una práctica de rutina.
Cuando era joven Fassbinder había conseguido dinero pasando coches robados a través
de las fronteras, pero entonces no parece que tuviera nada que ver con la droga. Era,
naturalmente, parte de la escena hip alemana. Como Brecht, él mismo se diseño un
uniforme adecuado: jeans cuidadosamente desgarrados, camisas a cuadros, zapatos de
charol gastados, una barba fina y rala. Fumaba en cadena cien cigarrillos al día. Comía
una gran cantidad de comida suculenta, ya los treinta años ya había empezado a parecer
hinchado y semejante a un sapo, y declaraba: “Volverse feo es una forma de aislarse…
El cuerpo fuerte y grueso, es un bastión monstruoso contra toda forma de afecto.”61
También bebía en exceso; en Estados Unidos solía beber un litro de bourbon Jim Bean,
y a veces un segundo litro, diariamente. Cuando decidía dormir tomaba gran cantidad de
píldoras, tales como Mandrax. No parece que consumiera drogas duras hasta que hizo
su película Ruleta china, en 1976, cuanto tenía treinta y un años. Pero, entonces,
después de probar la cocaína, quedó convencido de su poder creativo y la consumió
regularmente y en dosis cada vez más altas. De hecho, cuando filmó Bolswisser (1977),
obligó a uno de los actores a desempeñar su papel drogado.
Así los hechos llegaron a su culminación inevitable. En febrero de 1982 ganó el
Oso de Oro en el Festival de Cine de Berlín: espera hacer el truco de la galera ganando
la Palma de Oro en Cannes y el Leon de Oro en Venecia. Pero no obtuvo el premio de
Cannes; en cambio gastó allí 20.000 marcos en cocaína y entregó los derechos de
distribución de su siguiente película por una provisión futura asegurada. Desarrolló un
hábito irregular de ejercer la violencia contra mujeres. En un momento dado, ya sea
bebido o drogado, se había enfurecido y, sin razón alguna, había herido a una scriptgirl
en las piernas. Durante su fiesta de cumpleaños el 31 de mayo, un evento casi público,
había entregado a su ex esposa Ingrid un enorme consolador de plástico, diciéndole que
la haría feliz durante un tiempo. Mantuvo su horario de trabajo y entrevistas, pero su
consumo de drogas, bebida y píldoras prohibidas para dormir creció. En la mañana del
10 de junio Juliane Lorenz le encontró muerto en la cama, con el televisor todavía
encendido. Tuvo lugar una especie de funeral, pero el ataúd estaba vació, ya que la
policía todavía buscaba drogas en su cuerpo.
La moraleja fue tan simple y enfática que no valía la pena perder tiempo en
sacarla, pese a que muchos lo hicieron. Para honrar al artista muerto se sacó una
máscara mortuoria a la manera de Goethe o Beethoven, y ese septiembre, en el Festival
de Cine de Venecia, circularon entre las mesas de los cafés de la Piazza San Marco
copias pirateadas de este objeto horroroso.
Tynan y Fassbinder podrían ser descritos como víctimas del culto al hedonismo.
Además están también los que fueron víctimas de la legitimización de la violencia.
Entre ellos se contó James Baldwin (1924-88) el más sensible y de alguna manera el
más vigoroso de los escritores negros de Estados Unidos en el siglo XX. El suyo fue el
caso de un hombre que pudo haber tenido una vida feliz y completa en virtud de sus
logros, que fueron considerables. Pero a quien, en cambio, el nuevo clima intelectual de
su época volvió intensamente infeliz al persuadirle de que el mensaje de su obra debía
61
Citado en Katz y Berlina, pág. 5
Paul Johnson INTELECTUALES 281
ser el odio, mensaje que entregó con furiosa entusiasmo. Es una prueba más de la
curiosa paradoja por la que los intelectuales, que deberían enseñar a hombre y mujeres a
confiar en su razón, en general los estimulan a seguir sus emociones; y, en vez de instar
a la humanidad al debate y la reconciliación, demasiado a menudo la impulsan al
arbitraje de la fuerza.
El relato que el propio Baldwin hace de su infancia no es fiable por motivos a los
que llegaremos enseguida. Pero de la obra de Fern Marja Eckman, que escribió su
biografía, y otras fuentes, es posible extraer un resumen razonablemente exacto.62 El
ambiente en que vivió Baldwin en el Harlem de los años 20 fue carencial en algunos
sentidos. Fue, en efecto, el mayor de ocho criaturas. La madre no se casó hasta que él
tuvo tres años. El abuelo fue un esclavo de Louisiana. Su padrastro fue un predicador de
domingo, de la secta de los Holy Rollers, que trabajaba en una planta embotelladora por
un sueldo muy bajo. Pero pese a la pobreza la crianza de Baldwin fue buena, aunque
severa. La madre decía que él siempre tenía a uno de sus hermanos o hermanas en
brazo, y un libro en el otro. El primer libro que leyó entero fue La cabaña del Tío Tom,
y lo leyó una y otra vez; su influencia sobre su obra, pese a los esfuerzos que hizo para
erradicarle, fue notable. Los padres reconocieron su talento y lo estimularon; lo mimo
hicieron todos. En las décadas del veinte y del treinta no había derrotismo por
conciencia de raza en las escuelas de Harlem. Se creía que si los negros se esforzaban
podían destacarse. La pobreza no se aceptaba nunca como excusa para no aprender. El
nivel académico era alto. Se esperaba que los niños lo alcanzaran, o eran castigados.
Baldwin prosperó en este ambiente. En la Escuela Pública 24 la directora, Gertrude
Ayer, era excelente; otra maestra, Orilla Millar, le llevó a ver su primera función de
teatro y le estimuló a escribir. En la Escuela Secundaria Elemental Frederick Douglas,
publicó su cuento cuando tenía trece años, en la revista escolar Douglas Pilot de la que
más tarde fue director, dos destacados profesores negros le ayudaron, Countee Cullen,
poeta que enseñaba francés, y Herman Poter.
Cuando era un adolescente escribía con extraordinaria elegancia y se
entusiasmaba con sus adelantos. Al año de dejar la escuela envió un artículo a la revista
en el que aplaudía el “espíritu de buna voluntad y amistad” que hacían de la escuela
“una de las mejores escuelas secundarias elementales del país.”63 A la vez que escritor
consumado ya era entonces un destacado predicador adolescente, que describían como
“muy caliente.” Era admirado, estimulado y muy bien acogido por los ancianos negros
del circuito del tabernáculo pentecostal. Fue luego a una afamada academia de Nueva
York, la Escuela Secundaria de Witt Clinton en el Bronx, que educó entre otros, a Paul
Gallito, Paddy Chayevsky, Jerome Wideman y Richard Avedon. Otra vez publicó su
ficción en la soberbia revista de la escuela, The Magpie (La urraca), que luego dirigió.
También ahí tuvo la amistad de algunos profesores excelentes, que dieron todo el
estímulo posible a su obvio talento.
Los últimos artículos que Baldwin publicó en The Magpie reflejan su pérdida de
fe. Dejó la Iglesia. Trabajó como portero y ascensorista y luego en una obra en
construcción en Nueva Jersey, mientras escribía por la noche. De nuevo hay muchos
ejemplos de cómo fue ayudado y estimulado por sus mayores, tanto negros como
blancos. El escritor negro más importante de entonces, Richard Wright, le consiguió el
Premio del Fondo en Memoria de Eugene F. Saxton, que le permitió viajar a París.
Publicó en el Nation y en el New Leader. Su ascenso no fue sensacional, pero sí firme y
62
Fern Marjs, Eckman, The Furious Pasaje of James Baldwin (Londres, 1968); ver también los obituarios
en New York Times, Washington Post, Guardian, Daily Tegraph y Bryant Rollings, Boston Globe, 14-21
de abril de 1963
63
Citado en Eckman, págs. 63-64
Paul Johnson INTELECTUALES 282
64
The Harlem Ghetto, Commentary, febrero de 1948
65
Ver, por ejemplo, los que están en su colección Notes of a Native Son (Nueva York, 1963)
66
Norman Podhoretz, Breakin’ Ranas: A Political Memoir (Nueva York 1979), págs. 121 ss.
67
Ver “¡Alas, Poor Richard!” en la colección de Baldwin Nobody Knows My Name (Nueva York, 1961)
68
Ver la novela autobiográfica de Baldwin, To Tell I ton the Mountain (Londres , 1954), East River
Downtown en Nobody Knows My Name, y su ensayo en John Hendrick Clark (ed), Harlem: A Community
in Transition (Nueva York, 1964)
69
Citado en Eckman, Págs. 65
Paul Johnson INTELECTUALES 283
70
“Fifth Avenue Uptown: A Setter from Harlem”, Esquire, junio de 1960
71
Eckman, Pág. 65
72
Letter from a Region of My Mind, New Yorker, 17 de noviembre de 1962
Paul Johnson INTELECTUALES 284
El estudio que Chomsky hizo de la sintaxis, que es los principios que gobiernan la
disposición de las palabras o sonidos para formar oraciones, le llevó a descubrir lo que
llamó “universales lingüísticos”. Los idiomas el mundo son mucho menos diversos de
lo que parecen ser, porque todos comparten universales sintácticos que determina la
estructura jerárquica de las oraciones.
Todos los idiomas que él y quienes le siguieron estudiaron se adecuaban a este
patrón. La explicación que daba Chomsky era que estas reglas invariables de la sintaxis
intuitiva están tan en lo hondo de la conciencia humana que deben ser el resultado de la
herencia genética. Nuestra capacidad de usar el lenguaje es una capacidad innata y no
adquirida. La explicación que da Chomsky de sus datos lingüísticos puede no ser
correcta. Pero hasta ahora es la única plausible que ha surgido, y le sitúa firmemente en
el campo cartesiano o “continental.”75
También despertó un gran entusiasmo intelectual, no sólo en círculos académicos,
y convirtió a Chomsky casi en una celebridad, como ocurrió con Russell a raíz de su
obra sobre los principios matemáticos, o con Sartre cuando popularizó el
existencialismo. A estas celebridades se les presenta la tentación de usar el capital
adquirido por su eminencia en la propia disciplina para hacerse de una plataforma y
emitir opiniones sobre cuestiones públicas. Tanto Russell como Sartre sucumbieron a
esta tentación, como hemos visto; y también lo hizo Chomsky. A lo largo de la década
del sesenta, los intelectuales de Occidente, pero en especial en Estados Unidos, se
vieron cada vez más emocionados por la política norteamericana en Vietnam, y por el
creciente nivel de violencia con la que se ponía en práctica. En esto había una paradoja.
¿Cómo es que en un momento en que los intelectuales se encontraban cada vez más
dispuestos a aceptar el uso de la violencia en la búsqueda de la igualdad racial, o de la
liberación colonial, o hasta de la de los grupos terroristas milenaristas, la encontraban
tan repugnante cuando la practicaba un gobierno democrático occidental para proteger a
tres pequeños territorios de la ocupación por un régimen totalitario? No hay ninguna
forma lógica de resolver esta paradoja. Hubo que contentarse con las explicaciones que
ofrecieron los intelectuales, que objetaban la “violencia institucionalizada” por una
parte, y justificaban la contra violencia individual, personal, por otra (y muchas
variantes del mismo tema). Desde el principio fueron suficientes para Chomsky, que
llegó a ser y siguió siendo el más prominente crítico intelectual de la política de Estados
Unidos en Vietnam. De explicar cómo la humanidad adquirió su capacidad para usar el
lenguaje, pasó a aconsejarle cómo conducir su geopolítica.
Ahora bien, es una característica de esos intelectuales que no ven incongruencia
alguna en salirse de su propia disciplina, en la que son expertos reconocidos, y pasar a
los asuntos públicos, en los que podría suponerse que no tiene más derecho a ser oídos
que otra persona. En realidad siempre afirman que su conocimiento especial les da
intuiciones valiosas. Russell sin duda creía que su capacidad filosófica hacía que su
consejo a la humanidad sobre muchos temas valiese la pena ser escuchado (una
afirmación que Chomsky avaló en las conferencias de Russell de 1971.76 Sartre arguyó
que el existencialismo incumbe directamente a los problemas morales planteados por la
guerra fría y a nuestra reacción ante el capitalismo y el socialismo. Chomsky a su vez
llegó a la conclusión de que su labor con los universales lingüísticos era la misma
prueba primaria de la inmoralidad de la política seguida por Estados Unidos en
Vietnam.
75
Ver Chomsky, Cartesian Linguistics (Nueva York, 1966) y sus Reflections on Language (Londres,
1976) Para un análisis esclarecedor de las teorías del lenguaje y del conocimiento, y las conclusiones
políticas que deduce de ellas, ver Geoffrey Sampson, Liberty and Language (Oxford, 1979)
76
Noam Chomsky, Problems of Knowledge and Freedom; The Russell Lectures (Londres, 1972)
Paul Johnson INTELECTUALES 286
* * *
79
La contribución de Chomsky a la controversia Pol Pot está dispersa en muchos lugares, a menudo en
revistas casi desconocidas. Ver su colección Towards a New Cold War (Nueva York, 1982), págs. 183,
213, 382 nota 73, etcétera. Ver también Elizabeth Becker, When the War Was Over (Nueva York, 1987).
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