La Consagración

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La consagración

Un día de 1966 en que se dirigía desde Ciudad


de México al balneario de Acapulco, Gabriel
García Márquez tuvo la repentina visión de la
novela que había venido rumiando durante
diecisiete años. Consideró que ya la tenía
madura, se sentó a la máquina de escribir y
trabajó ocho y más horas diarias durante
dieciocho meses seguidos, mientras su esposa
se ocupaba del sostenimiento de la casa.
En 1967 apareció Cien años de soledad, novela
cuyo universo es una sucesión de historias
fantásticas perfectamente hilvanadas en un
tiempo cíclico y mítico: pestes de insomnio,
diluvios, fertilidad desmedida, levitaciones... Es
una gran metáfora en la que, a la vez que se
narra la historia de las generaciones de los
Buendía en el mundo mágico de Macondo, desde
la fundación del pueblo hasta la completa
extinción de la estirpe, se refleja de manera
hiperbólica e insuperable la historia colombiana
desde los tiempos de la independencia hasta los
años treinta del siglo XX.
Cien años de soledad mereció este juicio del
gran poeta chileno Pablo Neruda: "Es la mejor
novela que se ha escrito en castellano después
del Quijote". Con tan calificado concepto se ha
dicho todo: la novela no sólo permitía equiparar
a su autor con Miguel de Cervantes, sino que
constituyó un hito en la historia literaria de
Latinoamérica al ser señalada como una de las
mejores realizaciones narrativas desde los
tiempos de Don Quijote de la Mancha. El éxito
entre el público acompañó esta valoración:
figura entre los libros que más traducciones
tiene (cuarenta idiomas por lo menos) y que
mayores ventas ha logrado, alcanzando las
cifras de un verdadero best seller mundial.

Gabo en los tiempos de Cien años (Barcelona,


1969)
El éxito de Cien años de soledad situó a García
Márquez en la primera línea del Boom de la
literatura hispanoamericana y supuso el
espaldarazo definitivo para aquel fenómeno
editorial que, desde principios de los 60, estaba
dando a conocer al mundo la obra de los nuevos
y no tan nuevos narradores del continente: los
argentinos Jorge Luis Borges, Ernesto
Sábato y Julio Cortázar, el peruano Mario Vargas
Llosa, los uruguayos Juan Carlos Onetti y Mario
Benedetti, el chileno José Donoso, el
paraguayo Augusto Roa Bastos, el
guatemalteco Miguel Ángel Asturias, los
cubanos Alejo Carpentier, José Lezama
Lima y Guillermo Cabrera Infante y los
mexicanos Juan Rulfo y Carlos Fuentes, entre
otras figuras. Tras el aplauso unánime del
público y de la crítica, García Márquez se
estableció en Barcelona y pasó temporadas en
Bogotá, México, Cartagena y La Habana.
Durante las siguientes décadas escribiría cinco
novelas más y se publicarían tres volúmenes de
cuentos y dos relatos, así como importantes
recopilaciones de su producción periodística y
narrativa. De los quince años que mediaron
hasta la concesión del Nobel cabe destacar la
colección de cuentos La increíble y triste historia
de la Cándida Eréndira y de su abuela
desalmada (1973), la novela "de dictador" El
otoño del patriarca (1975), tema recurrente en
la tradición hispanoamericana, y un nuevo
prodigio de perfección constructiva y narrativa
basado en un suceso real y alejado del realismo
mágico: la Crónica de una muerte
anunciada (1981), considerada por muchos su
segunda obra maestra.
Varios elementos marcan ese periplo: se
profesionalizó como escritor literario, y sólo
después de casi veintitrés años reanudó sus
colaboraciones en El Espectador. En 1985
cambió la máquina de escribir por el
computador. Su esposa Mercedes Barcha
siempre colocaba un ramo de rosas amarillas en
su mesa de trabajo, flores que García Márquez
consideraba de buena suerte. Un vigilante
autorretrato de Alejandro Obregón, que el pintor
le regaló, presidía su estudio; en una noche de
locos, el artista lo había atravesado con cinco
tiros del calibre 38 para zanjar una disputa entre
sus hijos sobre quién lo heredaría. Finalmente,
dos de sus compañeros periodísticos, Álvaro
Cepeda Samudio y Germán Vargas Cantillo,
murieron, cumpliendo cierta prefiguración
escrita en Cien años de soledad.
Premio Nobel de Literatura
En la madrugada del 21 de octubre de 1982,
García Márquez recibió una noticia que hacía ya
tiempo que esperaba por esas fechas: la
Academia Sueca acababa de otorgarle el ansiado
premio Nobel de Literatura. Se hallaba entonces
exiliado en México, pues el 26 de marzo de 1981
se había visto obligado a salir de Colombia para
eludir su captura; el ejército colombiano quería
detenerlo por una supuesta vinculación con el
movimiento M-19 y porque durante cinco años
había mantenido la revista Alternativa, de corte
socialista.
La concesión del Nobel fue todo un
acontecimiento cultural en Colombia y en
Latinoamérica. El escritor Juan Rulfo opinó: "Por
primera vez después de muchos años se ha dado
un premio de literatura justo". La ceremonia de
entrega del Nobel se celebró en Estocolmo los
días 8, 9 y 10 de diciembre; según se supo
después, disputó el galardón con el novelista
británico Graham Greene y el alemán Günter
Grass.

En la entrega del Nobel (1982)


Dos actos confirmaron el profundo sentimiento
latinoamericano de García Márquez. A la entrega
del premio fue vestido con un clásico e
impecable liquilique de lino blanco, por ser el
traje que usó su abuelo y que usaban los
coroneles de las guerras civiles, y que seguía
siendo de etiqueta en el Caribe continental. Y
con el discurso "La soledad de América Latina"
(leído el miércoles 8 de diciembre de 1982 ante
la Academia Sueca en pleno y cuatrocientos
invitados y traducido simultáneamente a ocho
idiomas), intentó romper los moldes o frases
gastadas con que tradicionalmente Europa se ha
referido a Latinoamérica, y denunció la falta de
atención de las superpotencias hacia el
continente.
El flamante Nobel dio a entender cómo los
europeos se han equivocado en su posición
frente a las Américas, quedándose tan sólo con
la carga de maravilla y magia que se ha asociado
siempre a esta parte del mundo, y sugirió
cambiar ese punto de vista mediante la creación
de una nueva y gran utopía, la vida, que es a su
vez la respuesta de Latinoamérica a su propia
trayectoria de muerte. El discurso es una pieza
literaria de elevado estilo y de hondo contenido
americanista, una hermosa manifestación de su
personalidad nacionalista, de su fe en los
destinos del continente y de sus pueblos.
Confirmó asimismo su compromiso con
Latinoamérica, convencido desde siempre de
que el subdesarrollo afecta a todos los
elementos de la vida latinoamericana; los
escritores de esta parte del mundo deben, por
consiguiente, estar comprometidos con la
realidad social total.
Con motivo de la entrega del Nobel, el gobierno
colombiano, presidido por Belisario Betancur,
programó una vistosa presentación folclórica en
Estocolmo. Presentó además una emisión de
sellos con la efigie de García Márquez dibujada
por el pintor Juan Antonio Roda, con diseño de
Dickens Castro y texto de Guillermo Angulo, a
propósito de la cual el escritor colombiano
expresó: "El sueño de mi vida es que esta
estampilla sólo lleve cartas de amor".

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