VALENZUELA
VALENZUELA
VALENZUELA
CENTRO
DE INVESTIGACIONES
DIEGO BARROS ARANA
CHILE DURANTE LA EPOCA COLONIAL,
LA SERENA
UEVA IMPERIAL
F I ~ Alvaro
: Jara, Guma y sociGdad m Chi&
22
"f...] il impwtc de bdtir unc histoire du politiqw,
qui soit uw histoire du pouvoir sow t o w s s a f a m
qui ne sonl pnr toutcs palitiques,
une histoire qui incluc notamment
b symbolique et l'imaginairc".
J A Q ~ LE GOFF,prefacio a la segunda
ediddn de La muaellc histoin (1988)
23
Las primeras hipdtesis surgidasluego de la lectura del documento de 1789-citado
en el prefacio- mostraron precozmente la complejidad que escondia el barniz
l6dico del evento. Nos parecia evidente la b6squeda de legitimacidn del poder
mon&quico, a un nivel festivo-simbdlico, en 10s confines de un continente
que no conoci6 la presencia fisica de ningtin rey. De hecho, m lejania lo
obligaba a delegar una parte de sus poderes y de su upresencia” en ciertas
autoridades que lo representaban a nivel local. Asi, estas iiltimas d a n
papeles protaghicos en las celebraciones y atrafan las miradas y Ias intencio-
nes. La participacidn, al mismo tiempo, de notables y poderosos locales per-
mitia su integracibn, a nivel del campo visual, en una alianza administrativa y
cromatica con 10s vicarios del monarca Un iiltimo actor de esta “dramatiza-
ci6n” politica era lo sagrado. La Iglesia participaba con todo su arsenal litiir-
gico y su armamento persuasivo. El hecho de ser el intermediario oficial ante
la divinidad otorgaba al clero un lugar irreemplazable en el sen0 del sistema
de poder de la epoca.
Avanzando en el tema, constatamos que la serie de rituales y de festivida-
des que formaban parte de estas manifestaciones no eran especificas de las
celebraciones reales, sin0 que tambien se ejecutaban, ajust5ndolas a la contin-
gencia, para otros eventos excepcionales de la vida pliblica local, repitigndose
de una forma miis o menos similar y con mayor frecuencia.
Lo que comenzo como una aproximacion monogrifica am sujeto especifi-
co se extendi6 r5pidamente a todo un universo de formas y de contenidoscultu-
rales polivalentes y de larga duracibn. En la biisqueda de sus raices, aunque sin
caer ni en el “idol0 de 10s origenes”, criticado por Marc Bloch, ni en la aiieja
causalidad lineal y teleologica hegeliana, criticada por Michel Foucault, este
estudio retrocedio en el tiempo. Desde la Europa medieval, pasando por la
proyeccion hacia el “Nuevo Mundo”, nuestralejana colonia ser5 un receptciculo
de fonnas elaboradas en otro contexto. La Contrarreforma catcilica -tan cara a
la monarquia- y la estktica barroca les darfin, miis tarde, su estructura general y
una marca de larga duracih. Luego, el absolutismoborbhico y el neoclasicismo
republican0 readaptarb a sus objetivos espe&cos una estrategia ya suficiente-
menteasentada
Por otra parte, el hecho de trabajar sobre una colonia perif&ica, orientada
en terminos politicos hacia una “guerra” interna contra 10s indigenas del sur,
nos Ilevd a reflexionar respecto a la eventual originalidad local de esta repro-
ducci6n. En efecto, Santiago,que era apenas u n villomo del imperio, no cont6
m kzpktica con la presencia de un representante estatal titular de la monar-
quia durante l a r p dCcadas, hasta el establecimiento del tribunal de la Real
Audiencia, en 1609. Esta institucidn encamabauno de 10s mkimos atributos
de la soberania monkquica. Por lo mismo, su instalacidn generark un espacio
de acci6n politica de pan relevancia local y un peso simbdlico que definirk
parte de 10s ejes centrales del campo de las liturgias publicas de la ciudad. Ello
explica el que escogieramos dicha fecha como inicio formal de nuestro estu-
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dio. En lo que respecta a la otra figura politica del reino, el Gobernador, dste
residia la mayor parte del tiempo en el sur, en la capital de la guerra, que era
la ciudad de Concepcion, y solo iba a Santiago en circunstancias especificas o
durante 10s periodos invernales. Solo a comienzos del siglo XVIII lo vemos
quedhdose mis tiempo en la capital civil y, entre 1709 y 1715 -a partir de una
decision del gobernadorJuan Andres de Ustkiz-, instaltindose alli definitiva-
mente. De hecho, este momento marca el limite cronoltigico final de la inves-
tigacion.
El comentarista de una ponencia de Antonio Bonet Correa insiste asi sobre el inter& de
observar la utili&& de las formas lihirgicas peninsdares en 10s diferentes territorios del
imperio, =en el que se producen distintaa versiones que van desde las r n h altas y costosas hash
10s remedos provincianos y pobres. El estudo de estereotipos y sucedineos, de formas rigdas
y de etiqueta cortesana hasta las rnanifestaciones popdares enraigadas en la tradxion son
d i p s de una atenta inspeccien":Antonio Bonet Correa, "La fiesta barroca como p k t i c a del
poder", p. 48.
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ceremoniales, de mecanismos de sociabilidad y de religiosidad, de gestos y de
signos protocolares entre 10s diversos actores del poder sera parte de un ima-
ginario singular, ligado a la ambicion identitaria de pertenecer a una d t u r a
diferente a la mestiza americana Sentirse de raiz castellana, comportursc como
un castellano, sera el horizonte de todo hispano~riollo~.
Pese a la situation modesta y periferica de una ciudad como Santiago, el
hecho de estudiar la versi6n colonial marginal de las grandes festividades
europeas en este microcosmos urban0 nos permitid profundizar en el andisis
sobre el conjunto de las ramificaciones funcionales de estas manifestaciones
en el universo local del sistema de poder. En efecto, Santiago adopta rapida-
mente las formulas festivas importadas reproducihdolas en tanto que canales
regulares de las celebraciones “propias”. Asi, s e r h 10s eventos, las institucio-
nes y 10s personajes de la ciudad, 10s rn& directos y “vitales” para el ritmo
local, quienes irnprirnirh el verdadero sentido final de las expresioneslithgicas
del sistema El “temperamento festivo local” -se@ 10s Erminos de Michel
Vovelle6- se transformar&,entonces, en el engranaje comtin y permanente.
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entonces, el objeto de estudio que presentamos, abarcando la tradicidn y la
coyuntura, 10s intereses del imperio espaiioly las realidades regionales, la ideo-
logia y el imaginario que alimenta y sostiene al sistemamonkrquico colond, la
moda estktica y 10s poderes locales, lo sagrado y lo profano, etc.: las liturgias
persuasivasde representacidn y legitirnaciondel poder se nos presentan en toda
su dimensi6n compleja y polivalente. Nuestra opcidn metodologica y nuestras
hipotesis se ligan, asi, con las tendendas historio@icas que buscan restituir el
andamio de tensiones que constituyen una sociedad, no ya a partir de una re-
constitucidn global y jerarquizada de todas sus instancias, sin0 privilegiando un
punto de entrada particular: un evento, mayor o menor, una trayectoria biogr5-
fica, la historia de una comunidad, la singularidad de una prtictica, etcetera8.
De esta forma, las hip6tesis que han guiado nuestra investigacion surgen
de la confluencia de una serie de reflexiones epistemol6gicasy metodol6gicas
que han iluminado el trabajo con las fuentes documentales. El estudio del
espectciculopdblico como instancia de poder y en el context0 hispanoameri-
can0 del siglo XVII, debe considerar, necesariamente, la obra deJose Antonio
Maravall, para el cual la fiesta constituye una herramienta de control hegemo-
nico y de legitimacidn institucionaP. Edrnund Leach la analiza en tanto meca-
nismo que refuerza el tejido de la sociedadIo,y Victor Turner enfatiza su papel
en un proceso de integracidn social -efectiva o simb6lica-ll. Paul Veyne ve la
relacion entre gobiemo y festides publicos como un contrato simbdlico, el
“circo” de 10s gobernados12.Sin querer caer en un sincretismo simplista, pen-
samos que estas cuatro aproximaciones son congruentes entre si y permiten
dar cuenta de las diferentes aristas de un mismo objeto: la fiesta o ceremonia
pliblica como instrumento funcional a un sistema de poder, persuadiendo,
creando consensos, generando actitudes, conductasy representacionesmenta-
les colectivas respecto a la autoridad, al control, a las prohibiciones y trans-
gresiones, a las fuerzas sobrenaturales, etcetera.
En la reflexidn precedente podemos insertar el concept0 de “violenciasim-
b6lica” propuesto por Pierre Bourdieu. Este autor se refiere asi a la imposicidn
de la cultura -normas, valores, hcibitos- de la clase o p p o dominante, a 10s
miembros de 10s grupos dominados. Un segundo aspecto de esta idea corres-
ponde al proceso por el cual estos iiltirnos se sienten “obligados”areconocer la
cultura dominante como legftima y a ver la suya como ilegiti~na’~.
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El conflicto eventual se encontraria, entonces, en el encuentro entre las
“subculturas”de una sociedad y esta imposici6n simb6lica m h o menos cons-
ciente. Un conflicto que puede ser exteriorizado per0 que, en general, pasa
inadvertido a traves de canales silenciosos.De hecho, podemos establecer una
relacidn clam entre la hipotesis de Bourdieu y la idea de “hegemoniacultural”
propuesta por Gramsci al hacer referencia a la aceptaci6n de la cultura de 10s
p p o s udominantes”por parte de 10s grupos “subordinados”.Aceptacien que
tiene lugar sin que gobernantes ni gobemados Sean necesariamente conscien-
tes de las consecuencias o de las funciones politicas que ella conlleva. Lo que
aparece como decisivo, por lo tanto,no es solamente el sistema consciente de
ideas. Lo decisivo ser5 la vivencia -por la mayoria de 10s individuos- de un
proceso social organizado por 10s valores y las significaciones de 10s grupos
dominantes, que barb pasar las presiones y 10s limites de un sistema econ6-
mico, politico y cultural especifico como presiones y limites de la simple
experiencia y del sentido comunL4.
La argumentaci6n nos lleva necesariamente a Michel Foucault y a su blis-
queda de la construccion, a traves de las practicas sociales y de 10s discursos
sobre la “verdad”, de las representadones historicasprovisorias y discontinuas
de la “realidad”. Esta liltima, asi, responderia a las configuracionesespecifcas
que en distintas &pocasy lugares se habnan dado entre el “saber”y el “poder”.
A partir de esta alianza se estableceria lo que Foucault denomina “disparitivcrs
de dominm’6ny<materializados en creaciones tecnol6gicas -como la clinica
siquiatrica o la ctb-cel-, en postuladosjuridicos, en instancias coercitivas, etc.IS.
L a perspectivaanterior dejaabierta, asinos parece, laposibilidadpara ampliar
dicho concepto hacia 10s mecanismos persuasivos del sistema de poder, incor-
porando la idea de “imposicion simbblica”vista en Bourdeu. Ello nos permi-
tiria aplicar el concepto de “dispositivode dominacidn” a todo el universo de
ceremonias y ritos emanados y/o referidos a dicho sistema, y que constituyen
nuestro objeto de estudio.
Si nos acercamos por este camino a campos tem&ticosmi% tradicionales,
como 10s que se estudian bajo la denominacidn de “historiapolitica” -la auto-
ridad y su contestation, el gobierno y 10s gobernados, las instituciones y ac-
ciones burocraticas, el proceso de toma de decisiones, la llamada “clase poli-
tics", la legitimidad y 10s mecanismos de legitimacidn, las leyes y 10s
reglamentos, la persuasi6n de la opini6n pliblica, etc.-, las posibilidades del
andisis se ensanchan enormementeL6. h i , 10s fendmenos politicos del pasado
I+ ...,
Burke, Sociolofia op. cif, p. 98.
l5 De Michel Foucault vdase Lordre du discours. Lc$oon inaugurale au Colllgc de Pram
proononclc IC 2 &cembrc 7970, Minofisica del pod0 y Lo ocrdad y [as formas jwfdicus. Para,un
andisis de la primera parte de su obra en el context0 intelectual en que se forjb, v h e Luce
Giard (dir.), MiCircI Foucuulf. Lire l’mme, especialmente el articulo de Jacques Revel. ’Le
moment historiographique”.
l6 Cf. Renf REmond (dir.), h u r URC hisloire poliliquc; Jacques Julliard, “La politique”;
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ven disminuir su c a r p hist6rica individual y se ven implicados en procesos
m b complejos que comportan mdtiples variables. La idea es permitir una
apertura epistemol6gica y hermeneutics, y armarse de herramientas rnetodo-
16gicas y conceptuales para observar 10s hechos y las formas del pasado con la
flexibilidad necesaria para penetrar en procesos vividos en 10s rincones pro-
fundos de la sociedad, en ese conjunto de elementos culturales, de creencias,
de imfigenes, de actitudes y de representaciones que evolucionan lentamente y
que rnodelan una “mentalidad c~lectiva”’~.
El poder, comprendido como un sistema de dominacidn y de control so-
cialIR,y provisto de un marco administrativo adecuado, alcanza sus objetivos
sobre la base de mecanismos coercitivos, disuasivos y persuasivos, con el fin
de obtener la obediencia a sus mandatos y su propia estabilidad en el tiempo.
Sin embargo, el fundamento esencial sobre el cual se basarala dominacidn no
reposa1-5 sobre 10s pilares m k objetivos de control, sin0 sobre el ma~cosubjetivo
de 10s mecanismos persuasivos, “las formas simbdlicas, las prkticas rituales
en las cuales se ha alojado el discurso ideo16gico”1Y. La domznaci~niimb~Zicala
entendemos, asi, como una herramientavital en la construction de todo Esta-
do.
Esta aproximacion a la historia politica valoriza, asi,todo un conjunto de
representaciones colectivas cuyo estudio nos lleva a un t6pico de investiga-
cion que, segiin Jacques Le Goff, podriamos insertar en el domini0 de una
“antropologia politica hist6ricanZ0:el anasis de factores psicosociales donde
la irnagen de lo que “debe ser” es alimentada en forma permanente a traves de
todo un conjunto de expresiones pdblicas cargadas de sentido y socialmente
inkgradoras. El sistema de poder va a cultivar asi lo que se podriaconceptualizar
como la cremGia en su legtimidad”.
”Nuestra deuda con la llamada “historiade las mentalidades” es fundamental. Sus aportes
permitieron a 10s historiadores de las dicadas de 10s setenta y ochenta la comprensibn -en la
larga duration- de formas de comportamiento social, de phcticas colectivas m& que indivi-
dudes. de h a i t o s enquistados, de sistemas de valores, de inclinaciones morales, de actitudes
frente al poder y sus diferentes expresiones, etc. V i a e el articulo deJacques Revel, ”Mentalith”,
en A. Burpiere, Dictionnaire des scinccs historiqucs. Sin duda debemos mencionar el kabajo
clisico y, en buena medida, pionero. de Michel Vovelle, Idiologies el mmtolitis.
111 cf. Pierre Clastres, La s o c i conme
~ I‘Etat.
Is ExpresiBn de An& [email protected], en una reflexibn a proposito de 10s trabajos de Mona
Ozouf y Michel Vovelle sobre la fiesta: art. “Anthropologie hstorique”, Dictionnuire..., p. 58
(traducci6n nuestra).
zo “Priiface a la nouvelle idition”, en Le Go& Chartier et Revel, op. cit., p. 1Z
2’ En lo que concierne al concepto de “ueencia” y a su enorme fuerza interna a nivel del
imaginario colectivo, ver Jose Ortega y Gasset, “Ideas y aeencias”. Tambiin debemos men-
cionar la obra dnsica de Max Weber, Econurnia y soncdad. &born L sociohgia comprmiva, en la
cud trabaja en profundidad el concepto de “domination” y su relacion con 10s diferentes tipos
de legitimacion del poder. Para efectos del presente trabajo, si bien es grande la tentacibn de
l i p nuestras hip6tesis al concepto de “legitimaci6n carismiticampropuesto por dicho autor.
9610 podriamos hacerlo de una forma muy relativa. En efecto, en la tipologia que 61 utiliza, la
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L o s actos rituales y las ceremonias -estas ultimas entendidas como un
conjunto articulado de ritos- deben comprenderse, por lo tanto, como ‘‘actos
de comunicaci6n”. Estos se llevan a cab0 atraves de conductasconvencionales
no-verbales -inclinar la cabeza, izar una bandera, sentarse o avanzar en medio
de un cortejo en un l u p privilegiado...-, en una relacidn visual con simbolos
no-verbales -la c m , una bandera o estandarte, un catafalco funerario, el sello
real, la representacidn plhtica de un santo...- y con el apoyo de un trasfondo
de cddigos sonoros adecuados a la ocasion -ritmo sincopado de instrumentos
militares, cantos y mfisica religiosa, descarga de armas de fuego, repique de
campanas...?
Nos inclinamos a adoptar, en consecuencia -y pese a 10s riesgos de su
imprecisibn-, el Emino “simbolo”utilizado por Clifford Geertz, que designa
cualquier objeto, accidn, hecho, calidad o relacidn que sirva como vehiculo de
una concepci6nZ3.En lo que concierne a nuestro objeto, s& las concepciones
del sistema de poder dominate las que s e r h canalizadas a traves de 10s diver-
sos “Simbolos”liifirgicos y las que d ~ a estos n liltimos su significacidn.
Otra contribucidn de Geertz a nuestra investigaci6n es la importancia que
le atribuye a las emociones y a 10s sentimientos en tanto que “artefactos cultu-
Tales”. Las liturgias y 10s eventos festivos se senfan, justamente, del impact0
ernocional de sus fonnas y contenidos, apelando a lareceptividad sensitiva de
la comunidad.
Como consecuencia l6gica de 10s argumentos anteriores, aplicados en el
context0 de America colonial, aparece en nuestra linea de estudio un actor
medular y evidente del espacio liturgico: la Iglesia Ella controla y fundamen-
ta una parte esencial de este universo de representaciones, en tanto que institu-
cidn del sistema de poder -sobre la basejun’dica del Real Patronato-. Ademb,
en tanto que intermediaria oficial de las fuerzas sobrenaturales, adquiere un
papel especial y definitivo en la alirnentacih de lalegitimacion ideol6gica de
aplicacion sociologicade esta idea se refiere a la autoridad proyectada por una persona presente
corpodmente y no diluida en un universo de simbolosy de representaciones vicarias, como
sucedia con el ejercicio de la autoridad del Rey en AmCrica Weber se aplica, en todo caso, a
dar la necesaria complejidad al tip0 puro, cuando apunta que, en prminos historicos, la
tipologia de carismas es m y variada y entremezclada. No es inutil sefialar, en todo caso, que
uno de entre ellos, el denominado “carisma institucional”, podria aproxirnarse a la realidad
particular de nuestra reflexi6n sobre Am6rica colonial. Esto tambien es pertinente respecto a la
idea de “rutinizaci6n” del carisma, si lo ligamos a la importancia de la repeticidn en el tiempo
de 10s mecanismos liMrgicos de IegitimaciBn: cf. pp. 170-173, 193-197 y 203. Sobre las
misscaras rituales del poder, en la perspectiva de la configuration de un espacio simbdico
emotivo legitimante, v k e Carmelo Lson Tolosana, La imagen del RFJ (monarqria, nabw y
Po& ritual cn lo Casa de 10s Austrias), p. 136. TambiEn el trabajo de Jeanjacques Wunenburger,
L a f i e , le jnr et k Sam6
22 Cf. Carole Leal Curiel, El discurso k lo jidelidad. Conrtrnui6n social 1 1 eJpan’o c m o
30
dicho sistema, diseiiando una frontera difusa y ambigua entre “lo politico” y
lo propiamente religioso.
Lo sagrado y su intermediario institucional participan, ai.,en forma di-
recta y estrechamente ligados aeste juego legitimante. En una sociedad donde
lo visual y lo gestual tienen un peso decisivo en la estructuraci6n de represen-
taciones mentales de las jerarquias y de 10s roles sociales, 10s rituales eclesias-
ticos, acentuados por el Barroco militante de la Contrarreforma,van a jugar
un papel determinante en la configuracibn y alimentacih de un imaginario
colectivo sensible y persuadible.
En consecuencia,la “fiestapolitica”,durante el period0 estudiado, la enten-
demos como una forma elaborada de ritual, una liturgia cfvico-religiosa consti-
tuidapor ceremonias solemnes en el templo y en otros espacios urbanos carga-
dos de ~irnbolismo~~, con procesiones o cortejos laicos, etc. Todo ello sin olvidar
10s eventos ludicos m&s o menos profanos, 10s ruidos apote6sicos y las ilumina-
ciones nocturnas extraordinarias. Las diversiones piiblicasjuegan un papel im-
portante no solo porque aportan el atractivo de un gozo colectivo -aparente-
mente inocuo-, sino, tambien, como lo veremos, porque apoyan 10s objetivos
legitimantesde 10s actores del poder, quienes cuentan en ellas con otras posibi-
lidades de presencias simb6licas. La fiesta politico-religiosa comprendia, asi,
ritos diferentes y polidmicos, mas o menos serios, m a o menos estereotipados
por la ley y la costumbre, que se incluian con sus cbdigos, sus momentos y sus
lugares especificos en la globalidad del evento.
De ahi nuestro interes por valorizar como veta historiogr8ica una ‘‘antro-
pologia del ritual”, en 10s terminos planteados por Claude Rivi6reS, a partir
de un estudio “morfoldgico” de las liturgias -inchyendo las fiestas oficiales,
las ceremonias publicas, y 10s ritos y simbolos de un amplio espectro sacro-
profano- asi como su “funcibn” social e ideo16gicaZ6.
En definitiva, el concept0 de “ceremonia”, ese ‘konjunto articulado de
elementos rituales que fijan a trav6s de 10s objetos, 10s gestos y las palabras el
lugar que corresponde a cada uno en la jerarquia de pod ere^"^', constituye el
nodulo de nuestra aproximacibn ala historia politica. En tanto que expresi6n
sublimada de dichas jerarquias, 10s ritos y las ceremonias estereotipadas se
ligan a la estructura misma de cada sociedad. De ahi el hecho que cuando
estudiamos estas iiltimas debemos reflexionar sobre el funcionamiento de lo
que Lucy Mair llama “unidades rituales”, constituidas por 10s diversos grupos
sociales. Debemos interrogamos sobre las fonnas a traves de las cuales el
31
status de ciertas personas, grupos o instituciones SG r&a en 10s roles rituales
que les son asignadosz8.Cuando se analizan diferentes ceremonias, conside-
rindolas como hechos zmtitucionak, es fundamental preguntarse c6mo, p a n
que, d6nde y quien l a efechia.
A esas preguntas globales se agregan cuestiones m a especificas: ZCorno
se reproducen, en una capital imperial periferica, 10s mecanismos simb6licos
que portan la legitimacidn de 10s poderes dominantes? LD6nde est&el papel
de lo religioso en esta estrategia? X n que espacios y bajo que criterios se
posicionan 10s actores locales? ZQue hay de particular y de general en esta
reproduccion en Santiago durante el period0 estudiado? LQuien es legitimado
y c6mo?...En fin, estos puntos forman parte de las mtiltiples interrogantes que
guiaron el didogo con nuestras fuentes y a l a cuales daremos respuesta en las
paginas siguientes.
28 Lucy Mair, Introducci~ha la anlropologia social, pp. 214-215. Como seiiala Claude
Riviere, “Tanto en un mundo religioso como en las sociedades civiles, 10s ritos tienen como fin
reiterar y refolzar lazos, expresar conflictos para superarlos (lo que plantea el problema de 10s
logos y de 10s niveles de la integracion), renovar y revivificar creencias, propagar las ideas de
una cultura y darles una forma (lo que remite a una dimension coptiva), delimitar roles e
intentar estructurar en compartimientos la manera a traves de la cud una sociedad o un grupo
social se piensa”: “Pour une approche des rituels seculiersn (traduccih nuestra).
32
PRIMERA PARTE
El valle del rio Mapocho se present6, desde 10s primeros momentos de la con-
quista, como el lugar ideal para la reproduccidn de un espacio urban0 europeo.
Desde mediados del siglo xw,Santiago del Nuevo M e m o comienza a trans-
formarse lentamente en un asentamiento de base referencial para 10sinmigrantes
hispanos. La configuracidn institucional alcanzada a principios del siglo m,
con la instalacidn de 10s principales organismos estatales, corona el proceso de
consolidacion de su rol politico. A ello se agrega la estabilizaci6n economica
del Valle Central -con lamodestia de produccidn y de intercambios que carac-
terizara a la “ruralizaci6n”chilena-, el movimiento d i n h i c o producido por el
mestizaje y las diferenciaciones sociales, las migraciones -externas e internas-,
la estructuracib de las jerarquias locales, etc. Por su parte, la elite regional,
bashdose en su riqueza relativa y en su prestigio, adquiere tempranamente el
control sobre el Cabildo de la ciudad. A partir de el, imprimirk todo el peso de
su presencia en el despliegue local del sistemaimperial, transformhdose en un
factor politico complementario a la burocracia estatal. Santiago se alza, asi,
como el principal oasis de urbanism0 del reino; un polo colonizador, equidis-
tante de La Serena -hacia el norte- y de la frontera araucana del sur. Un peque-
fio villomo del imperio donde t a m b i b se desarrollarb las condicionesnecesa-
rias para implantar, a su vez, 10smecanismos de persuasion simbolica del poder.
UNA“ISLA” URBANA
La capital civil
parte a la guma
35
te, donde el sistema estatal -justitia, administracicjn, defensa, Iglesi%...- podra
estructurar la malla institucional armhnica de su poder y sentar 10s pilares
fundamentales del dominio en el “Nuevo MundonB.
La pequefia ciudad de Santiago respondera a esos mismos objetivos. En
1541, Pedro de Valdivia escoge un valle apropiado, estrah5gico para la defensa
y, no menos importante, con caracterkticas geogr&cas similares a su lejana
Extremadura. No debemos olvidar que la reproducci6n americana de 10s ele-
mentos culturales europeos no s610 respondera a objetivos de dominio sino a
una necesidad vital de 10s propios inmigrantes hispanos: el refuerzo de sus
raices identitarias. Chile central presentaba, asi, un espectro ambiental propi-
cio para el reencuentro psicol6gico con el terruiio ca~tellano~~.
Sin embargo, las preocupaciones del imperio y la presencia del Estado se
c e n w n , por esa epoca, en las dificultades para dominar a las poblaciones
a r a ~ c a n a sDurante
~~. todo el siglo XVI Santiago vivir&en un segundo plan0 y
al ritmo de la actividad belica del sur, pues s e r h 10s habitantes de la capital
quienes llenarb ias necesidades guerreras y logisticas de la lucha. Los vecinos
ricos debian contribuir con parte del or0 extraido por sus indios encomenda-
dos, con alimentos, caballos, sillas y vestimentas. Ademas, muchas veces se
veian contreiiidos a ir personalmente a combatir, ofrecer parte de su mano de
obra y hasta a sus propios hijos a fin de refonar las lfneas h i ~ p a n a sApenas
~~.
llegados 10snuevos gobemadores, sus primeras cjrdenes eran preparar grandes
sembrados, domar potros y fabricar toda clase de manufacturas para enviarlas
a la frontera”.
36
Concepcidn asume una funcidn paralela y de creciente preponderancia
frente a la capital oficial. Centro de la atencidn politica, por ser la urbe vecina
a la zona de guerra, en ella habitaba el gobernador del rein0 y su familia
durante la mayor parte de su mandato e incluso fue sede de la primera Au-
diencia Real establecida en el pais, entre 1567 y 1575. Lagran contraofensiva
indigena de fines de siglo y la consiguienteperdida de las fundaciones urbanas
implantadas a1 sur del rio Biobio cambiari, sin embargo, la inclinacion de la
balanza. El establecimiento de un ejercito malariado y, de hecho, permanente,
eliminari casi por completo la participacionactivade 10shabitantes santiaguinos
en la guerra, comenzando por la supresidn de la participaci6n militar obliga-
toria%.El nuevo escenario de una frontera estable, por su parte, marcara el
papel futuro de Concepcion como una plaza de predominio militar, transfor-
miindose en un bastidn de proteccidn de las regiones de paz ubicadas hacia el
norte.
Desde comienzos del siglo xw,entonces, se consolida la primacia de la
ciudad de Santiago, la finica capaz de abrigar el tejido civil del gobierno
estata13j. Mientras a lo largo de dicho siglo se mantuvo vigente el esquema
militar en La Serena, Concepcidn y Chi1l5d6,Santiago reproducia progresi-
vamente un modelo de vida urbana civil y burocfitica. Un modelo basado en
la ciudad administrativa, centro de la principal red de organismos contralores
y reguladora del trace comercial del Valle Central. La refimdaci6n -en 1609-
de la Real Audiencia, ahora en forma permanente y en Santiago, vendra a
poner el sello definitivo a su rol de capital politica, pese a que el gobernador
continuar6 su ausencia por largas decadas, entretenido en 10sjuegos bklicos
del sur. Como indicaba a fines del siglo XVIII el cronista Vicente Carvallo y
Goyeneche,
34EI 16 de agosto de 1633, el obispo de Santiago escribia a l rey : ”[. .I que no teniendo
antes con qu6 pagar la gente de guerra sena fanoso para sustentarla hace-r que 10s vecinos de
esta ciudad que g a a b a n de la paz conuibuyesen para la guerra y por no venir de Espafia la
gente necesaria cuando era menester socorros apercibir a 10s vecinos y moradores para susten-
tarla. Esto ceso despuCs que se librb el situado como se vi0 antes de la venida de 10s oidores
algunos aiios que se hallaron s6los 10s gobernadores que por no tenex necesidad no hacian 10s
dichos apercibimientos ni se cobraban derramas porque era suficienteel situado para pagar la
gente que militaba entonces y venir rnb socorros de ella de Espa~ia,por haber de que se
pagasen sus sueldos”: B.N.B.M.Ms., vol. 238, pza 6434, 5s. 351-360.
Armando de Rambn, Santiagode Chdc (1547-199?).Historia de una socudad mbaq pp. 41-
42; Vicente C a r d l o y Goyeneche, hcnfkihz historico-gcogrdfica del wino de Chile, C.H.Ch.,
tom0 x, pp. 101-102; Crescente E m h r i q Hutma de Chile duranfe los go6imos de Carah Rmndn,
Merln dc la Fumtc y Jaraqutmadu, tomo 11, p. 27; Barros kana, Hisfmi0..., op. at, tom0 v, p. 341.
Vease la obsewacibn que hacen al respecto 10s viajerosJorge Juan y Antonio de Ulloa,
Relacion hisforica del oiage a lo America meridional, tomo 111, lib. n. p. 340.
37
estragos a atravesar las comentes del caudaloso Maule, y logrando au-
mentarse en las tranquilidades de una perpetua paz, se hizo el centro del
comercio de todo el reino entre sus provincias, y con estos reinos y 10s del
Ped y Buenos AireP7.
El peso rehtivo
de supoblacibn ...
L a estabilidad adquirida por Santiago en su rol de capita del reino era percibida
como la consecuencia natural de su ubicacicin geo@ica, alejada del teatro de
la guerra y equidistante del resto de 10s asentamientosurbanos. Asi lo explica-
ba el gobernador Luis Merlo de la Fuente al Rey, criticando 10s proyectos del
jesuita Luis de Valdivia -promotor de la "guerra defen~iva"~*- de trasladar
nuevamente la Audiencia a Concepci6n. Luego de seiialar la distancia
desproporcionadaque existia entre estadltima y las otras "ciudades", compa-
rabala ubicacidn central de la capital chilena con la que tenia Madrid respecto
deEspaiia,
38
“[. .I en todo semejante la ciudad de Santiago porque es la cabecera princi-
pal de aquella gobernacibn y es la m&s abastecida y populosa de todo el
reino, y est5 treinta leguas de la ciudad de Mendoza y sesenta de la de San
Juan de la Frontera y ochenta de la de San Luis de Loyola [estas t r e s
ubicadas en la provincia trasandina de Cuyo] y setenta de Coquimbo y
sesenta de la de San Bartolome de Chill&.r~y setenta de la Concepcion. De
modo que est5 en contorno y medianiade todas las dichas ciudades
3g Carta de 4 de abril de 1623, B.N.B.M.Ms., vol. 125, pza 2247, 5s. 117-130.
40 Benjamin Vicuna Mackenna, Hisfmk de Sontiago, en obrus cornfihtas, tom0 X IT], p. 174.
+* Carta al Rey, 10 de febrero de 1632, B.N.B.M.Ms., vol. 238, pza. 6432, fjs. 340-346;
reproducidatambign en C.D.A.S., I, pp. 150-151. La misma informacidn la repite en o b carta
de 16 de agosto de 1633, B.N.B.M.Ms., vol. 238, pza 6434, 5s. 351-360. En 1620 el Cabildo
contaba en 250 el nfimero de sus vecinos: Barros Arana, Histmia..., Op. tit., torno W ,p. 284. Por
su parte, Armando de Ramdn seiiala para fines del si~loXVIla cifra de 350-400 vecinos, de 10s
cuales 26 eran encomenderos: Santiago & Chile..., op. cit, pp. 47-48. Veanse las dormadones,
alp dispersas, del cronista Antonio Vhquez de Espinosa (c1614), en su Dcfcripcidn del reina de
Chilc [1630],par& relativa a Chile del COmpcndioy dcscripn’dn dc &s Indios Omdtntahr, pp. 4043.
39
gobernador Alonso de L a poblacion hispanocriolla de la capital -
incluyendo su jurisdiccion proxima- ascenderia a unas dos mil personas (in-
cluidos 10s religiosos), rnh otros nueve mil habitantes, entre indigenas, africa-
nos y "castas". Un informe elaborado en 1610 por el oidor Gabriel de Celada
seiialaba para este mismo distrito u n total de dos mil ochocientos indios tribu-
t a ~ i o sA
~~lafecha
. del terremoto de 1647 el radio propiamente urbano conta-
ba, por su parte, con cerca de cuatro mil personasQ4.
Hacia fines del mismo siglo la poblacion total de la jurisdicci6n capitalina
no habria experimentado una pan variacidn. M b bien su crecimiento se habria
estancado, llegando a un nlimero de doce mil a quince mil habitantes. Se@
Armando de Rambn, sin embargo, el cambio se habria producido en tenninos
de sus proporciones uracialesn.Este autor comenta que, luego de revisar 10s
padrones de bautizos de la parroquia del Sagrario (conjurisdiccion en el casco
urbano), queda claro que haciael period0 1681-169510s gruposhispanocriollos
-con toda la ambigtiedad que esta denominacibn tenia, en vista del abundante
mestizaje que lo alimentaba- ya llegaban a formar una may~ria.'~.
Bahia de Penco (Cancepcion:. Amedee Frkicr, Relation du DOyQgC de la Mer du Sud (1716).
primpales SUECSOS de la conguista y grrmo del r ' n o de Chik hash d n i b de 7659,p. 186. Cf.Juan
Benavides, "Arquitectura e ingenieria en la epoca de Carlos 111. Un legado de la Ilustracion a
la Capilania General de Chile", quien seiiala que hacia 1730 la capital tendria solo entre ocho
mil y diez mil habitantes. S e e Diego Barros A m a comienzos del Sig10 xwn toda la
r
poblaci6n del reino no pasaba de ochenta mil habitantes, aumentando a cerca de ciento veinte
mil hacia 1740: Histwia..., op. cif, torno VII, pp. 313-315.
40
En todo caso, el aparente estancamiento d e m o g d c o y el numero relati-
vamente bajo de la poblaci6n de Santiago cambia completamente de sentido
al compararlo con la situaci6n de las otras “ciudades” del reino. Hacia co-
mienzos del siglo x ~cuando
, la poblacih urbana de la capital se acercaba a
10s treinta mil habitantes, ninguna otra ciudad alcanzaba aun 10s siete mil, ni
siquiera Concepcibn, que a la saz6n era residencia de un Obispo, cabecera de
una intendencia, asiento del poder militar del reino y centro del comercio de
la regi6n sup6.
La situaci6n de 10s otros asentamientos era atin m& modesta. En 1712, el
viajero AmedCe Fr6zier se sorprendia de que, fuera de la capital, apenas exis-
tieran otras urbes “que valgan m8s que nuestras aldeas”.La Serena -se@n este
francb- contaba con una distribucicin espacial que la hacia parecer una ciu-
dad, “pero 10s pocos habitantes que hay, la incomodidad de las calles sin
pavimento, la pobreza de las casas edificadas de barro y cubiertas con rastro-
jos, la hacen parecerse a un A fines del siglo XVIII tenia s610 2.519
habitantes -de 10s cuales la mitad eran hispanocriollos-, lo que implicabauna
debil proporcibn si la comparamos con 10s quince mil habitantes existentes en
toda su provincia a rnediados de la misma c e n t ~ r i a ~ ~ .
Valparaiso, a comienzos del siglo XVII, no era mks que una aglomeracih
de chozas alrededor de unapobre iglesia S610 concentrabaun mayor numero
de personas -de forma efimera, en su mayor parte venida de la capital- cuan-
do arribaba o partia alw
b a r ~ oS~e~e .n FrCzier, a comienzos del siglo xvm,
,,&apL4,,dxIx . -x&
A,.. L ,I;=,,,,, ,“:7” ‘a# -
V
isa de la Serena. Frbzier, ap.
t cit. l1716).
41
Rahia de Valparaiso, YrCzier, op. ,ciL (1716).
este puerto no era miis que una pequeiia aldea poblada de unas ciento cincuen-
ta familia, de las cuales s610 unas treinta e r a de “blancos”.Y si bien a media-
dos del mismo siglo habia alcanzado 10s dos mil habitantes, era superado por
la recientemente fundada villa de SanJose de Logroiio (1743),capital de la
provincia, que contaba con tres mil personas5D.
Por su parte, Chilliin, a mediados del siglo XVIII, aiin eramuy pequeiia, con
s610 doscientos atrescimtoshabitantesy entre ellos muy pocos hi~panocriollos~~.
Santiagono d o era una “isla”de la zona de paz por su diferencianotoria con las
otras urbes en t h i n o s de tamafio fisico, poblacion y peso politico. Lo era,
ademiis, como consecuenciade la dispersion demograficay de lagran ausencia
de otros asentamientos en el Valle Central hasta avanzadasdecadas del siglo XVIZI.
Laruraliiaci6n que caracterizo al reino provoc6 un aislamiento fisico dristico de
la capital. Esta qued6 rodeada por extensosespacios donde las linicas “concentra-
ciones” poblacionales eran las casas centrales de las grandes propiedades
agropecuarias, ciertos conventos dispersos y 10s ”pueblos de indios”. Algunos
caminos permitian una fr@I comunicacih, per0 eran inseguros y generalmente
estaban en mal estado, lo que demoraba enorrnemente laduraci6n de 10s viajes.
S6lo el puerto de Valparaiso permitiauna ligazon maritima con las otras “ciuda-
des”, aunque en general la gente viajaba muy poco. En su gran mayoria, 10s
habitantes del reino pasaban toda su vida en la localidad que 10s vi0 naceP.
En 1700, el obispo de Concepcion escribia al rey manifestando el estado
de “barbarie” en que habia encontrado la parte de Chile comprendida entre
dicha ciudad y Santiago, no habiendo visto una sola aldea, sin0 solamente
ranchos dispersos por el campo. La inoperancia de 10s proyectos, las arraiga-
das costumbresy el peso aplastante del estilo de vidarural abortaban lamayor
parte de 10s intentos urbanizadores. Por eso, por ejemplo, hub0 de pas= m b
de un siglo entre la decision de poblar el partido de Quilloh en 1607, y la
fundacibn oficial -si bien a h sobre el papel- de la villa de San Martin de la
Concha, en 1717j3.A mediados del siglo XVIII 10sviajerosJorge Juan y Antonio
conveniente, le hall6 yermo [...]me causd admiracion que, siendo este sitio tan menesteroso,
estuviese con poco resguardo I...]”: carta del Gobemador al Rey, 29 de enero de 1611, ut. en
Err5nriz, Hisloria..., op. ciL, p. 197.
Perez Garcia, Historiu..., op. cil, C.H.Ch., torno XXII, pp. 86 y 88. Reciin a fines de
dicho sigh el puerto a l c d 10s tres mil habitantes (Carvallo y Goyeneche, Desm’pn’tin... op.
cik, C.H.Ch., tomo x, p. 91) Uegando a alrededor de cuatm mil quinientos en 1808.
Juan y De Ulloa, (4. cit., torno 111, lib. 11, pp. 345-346.
j2 Barros Arana. Histwia ..., (4. d., tomo WI,pp. 405-406.
Eduardo Cavieres y Renir Salinas, Amor, sex0 y mahinwnio en Chile hadicional, p. 93.
Una constatacion similar en Carvallo y Goyeneche. Dcsrriptidn..., (4. cit., C.H.Ch., torno X.
43
de Ulloa sefialaban que el corregimiento de Rancagua, pese a contar con un
pueblo que hacia de cabeza administrativa,era considerado como “de campa-
iia”: “ L l h a s e assi (sic),porque la gente, que hay en 61, vive esparcida en 10s
campos sin union,ni formalidad de poblacidn, cada uno en su casa, y distantes
mas de otras cuatro, seis, o miis l e g ~ a s ” ~ ~ .
En 1692, el gobernador Tom& Marin de Poveda, infomando al Rey sobre
sus proyectos de fundar al menos una villa por cada corregimiento del reino,
no dejaba de expresar 10s inconvenientes. No s610 habia que hacer un pan
esfuerzo estatal por estimularlas, sin0 que ni siquiera las planteaba como
asentamientospermanentes. S e e n 61, con estas urbes se daria el primer paso
en el acercamiento de 10s habitantes males a la “vida politica”, “aunque no se
pueda conseguir que vivan en ellas todo el aiio sino que sdlo se junten [para]
las festividadesde Corpus, Pascuas y Semana Santa”55.
El censo general llevado a cab0 en 1778 entrega nuevos elementos para el
andisis. El obispado de Santiago contaba con unapoblacion global de 203.732
habitantes (exceptuando la provincia de Cuyo). Si consideramos que a esa
fecha la poblacidn de la capital era cercana a 10s veinticuatro mil habitantesy
le sumarnos la escasa poblacih de 10s otros villorrios que conformaban el
marco urban0 de la epoca, podemos darnos cuenta de la gran desproporcion
que existia entre este liltimo y el mundo rural.Algo similar acontecia con el
obispado de ConcepciBn, que contaba con 105.114 habitantes y cuya ciudad
capital congregaba menos de siete mil al tenninar el sig10~~.
44
A fines de la kpoca colonial habian ya en el reino treinta “ciudades”,la
mayorfa fruto de un vasto plan de fundaciones urbanas puesto en pficticapor
las autoridades ilustradas. Su impacto, sin ernbargo, f i e mucho m h lento de
lo que pretendian sus promotores. Muchos de 10s pueblos establecidos lo eran
casi sdlo de nombre, pues contaban con u n a cuantas casas agrupadas alrede-
dor de la iglesia parroquial y no tenian r n h que algunos centenares de habi-
tantes. Entre todas concentraban menos de un tercio de lapoblacion total del
rejmP.
Santiago se mantuvo, asi, relativamente, con su modestia y caracter pro-
vinciano, y en rnedio de un peso rural omnipresente, como el principal asen-
tamiento urbano.
;UNA SOCIEDAD D I N ~ v ~ I C A ? ~ ’
Gabriel de Avilbs, ”Relaci6n de gobierno que dej6 el seiior marques de Aviles, presi-
dente de Chile, a su sucem el seiior don Joaquin del Pino ( 17!&1797)n, p. 170; Barros kana,
Historia..., sp. cit., tomo VII, pp. 453-454.A fines del siglo, la villa de San Agustin de Talca,
fundada recih en 1742, a medio camino entre Santiago y Concepcion, tenia, despuis de estas
dos, la pobladdn m b numerosa del reino, con cerca de cinco mil habitantes: Carvallo y
...,
Goyeneche, Desnipcik op. cit., C.H.Ch., tomo X, pp. 70 y 91. Esta realidad se mantuvo m b
alla del period0 de soberania borbonica, como lo constataba a mediados del siglo XIX el
natudista franc& Claude Gay, Agricllhra ddma, pp. 154-1.5.5.
Una version preliminar de este capitulo se public6 bajo el titulo: “Une sociiti
depersonnalisie? Ordre colonial et rekents identitaires ? Santiago
i du Chili au x w Csi6de”.
59 Cf. Louis C. Faron, “Effects of Conquest on the Araucanian Picunche during the
Spanish Colonisation of Chile: 1536-1635”;Leonard0 L e h , La m ~ 1 7 ndc~ la socicdad iudfgma
en Chile cmtraly In ultima gucrra de 10s Romaumes, 7547-7558.
45
reproduccion de 10s rnodelos liturgicos. En Santiago, como veremos, y a dife-
rencia de las provincias de Mesoam6rica y 10s Andes centrales, la presencia
indigena relativamente menos nurnerosa y efectivamenternb desestructurada
en las festividadespublicas permitid unareproduccihn m h pura e hispanizante
del modelo cultural europeo.
La poblaci6n aborigen, ademb, sufrir5 algunos de 10s problemas comu-
nes al resto del continente como la caida demogriifka causada por 10s trasla-
dos y condiciones de trabajo y por las enfermedades pandhicas. El tifus y la
viruela se convertirSn en verdaderas CatAstrofes, sabre todo durante el siglo
m~“. De hecho, las actas del Cabildo nos informan con frecuencia de reunio-
nes destinadas a %onferir la procesidn y rogativas por la peste, que en tanto
estrago de las vidas va haciendo en las casas de esta ciudad, chacras y estancias
de su jurisdiccionn6’.Por cierto, las sequias y terremotos aumentarh con ciex-
ta regularidad las condiciones propicias para la aparicicn de las enfermedades.
Los indigenas serrin afectados profundamente, adern&, por el gran proceso
aculturizador vivido entre 10s habitantes no europeos de la capital, a raiz de la
inmigracidn de poblaciones diversas. A laf5cil desestructuraci6n original de las
debilescomunidadesprehispbicas se sum- asi, la presencia crecientede etnias
desplazadas de regiones diferentes: indios esclavos tornados en la guerra de
Arauco62;indios “CUZCOS” originarios del Perti, descendientes de 10s que habfan
sido trasladados luego de la invasidn inca o con 10sprimeros espafioles; indios
traidos desde el norte del reino, desde Tucumh o desde laislade Chiloe; indios
huarpes de la provincia transandma de Cuyo, literalmente deportados por sus
5o Ver in& anexo No 2.
61 Acta de 19 de noviembre de 1663, A.C.S., =VI, p. 206. Cada epidemia que azotaba a
la dudad provocaba expresiones similares. En 1676, por ejemplo, el procurador del Cabildo
seiialaba que “la peste general que padecia esta ciudad la tenia muy digida, porque eran cada
dia muy repetidas las muertes aceleradas que de ella se ocasionaban”: acta de 10 de octubre de
1676, A.C.S., xq p. 60; en 1705, segundo fio consecutivo de otra epidemia, el corregidor
proponfa redoblar el clamor a la ayuda divina, “respecto de que se padece la grande epidemia
que se experimenta en esta dicha ciudad, de que ha muerto mucho ndmero de gente”: acta de
10 de marm de 1705, A.C.S., m,p. 425.
El informe de 1614 elaborado por el oidor Machado, ya citado, seiialaba la cifra de once
d esclavos indigenas instalados en todo el obispado de Santiago: Z e n Espabnols..., Op. cif.,
p. 373. Por su parte, el informe del oidor Gabriel Celada, elaborado en 1610, informaba al rey
que de 10s dos mil ochocientos indigenas tributarios existentes en el distrito de la capital, m k de
dos mil eran a11md~-indios rebeldes- capturados en la frontera: informe de 6 de enero de 1610,
pacsirn Armando de Ramon confirma esta informacih, calculando que por esa misma epoca 10s
indigenas conformaban una proporcidn cercana al70% de la poblacih de Santiago, per0 m6.s
de 10s dos terdos no eran originarios de su distrito. sin0 traidos como prisioneros de Arauco
(alrededor del 40% de la poblaci6n total de la ciudad): Santiago & Cluk..,op. cit., p. 48. A fines
del siglo xvn este panorama habia cambiado, pues la mayor cantidad de indios procedian ahora
de la *zona de paz” del Valle Central, pese d25% que a k suministraba la cautividad de p e r m
Un 57Oh & era de origen no santiaguino, en todo cam. En el sector hspanocriollo. en cambio,
sblo el 17% provenia de fuera de la capital, con 83%santiaguino (de acuerdo con padrones de
bautiim): Armando de Ramon, Historia urbana. Una rnctndnhgfa aplicuda, pp. 77-78.
encomenderos, que prefirieron emigrar a Santiago63.Los africanos, aunque de
menor importancia cuantikdva -debido a su alto costo en relacion con la ren-
tabilidad de la production predominante- serkn significativos dentro de 10s
lfmites de la capital64.Ademh, su presencia aumentarala diversidad en la com-
position etnica de la ciudad por el hecho de que tambib provenian de origenes
etnicos diversos (de Guinea, de Angola, del Congo,...)65.
Si bien a lo largo del siglo XVII el numero de habitantes no hispanos s e p i a
siendo superior -aunque en caida proporcional- y pese a que la aculturaci6n
perdia su fuerza relativa a medida que aumentaba la distancia con el centro
urbano', la mezcla y "desorden" Ctnico permitieron que Santiago se desarro-
llara rkpidamente como un centro de predominancia hispihica.
La dispersion de las identidades originarias se reforzaba con la imposi-
ci6n general de la cultura espaiiola -partiendo por la lengua- y por la confor-
maci6n de una estructura social basada en el criterio de fenotipo que operaba
en toda Hispanoamhica, y cuya expresirin mas acabada fue el sistema de
"castas". Pese a la flexibilidad y ambigiiedad de 10s limites, definidos por la
composicidn y las dominancias de 10s componentes "raciales" de 10s indivi-
duos, este modelo, que recordaba a la sociedad estamental del "Viejo Mundo",
adecuado ala experiencia arnericana, permiti6 un mayor control aculturador
de la poblacih no europea6'. Ello se lograba a l imponerle un esquema de
diferenciaci6n de origen extern0 -el fenotipo- que asimilaba como conjuntos
compactos agrupos humanos de orfgenes diferentes.
Para todos estos sectores, ahora desprovistos de identidad etnica y comu-
nitaria propias y orignales, la insercion social pasara de preferencia a traves
de 10s canales coloniales oficiales, en una estrategia de supe~posici6nde estruc-
turas corporativo-identitas,
47
La Iglesia, por ejemplo,jugarir un papel fundamental, canalizando a trav6s
de la ortodoxia y el ritual oficial unavertiente decisiva de esa integracion. Las
cofradiasreligiosas, asi, se servian del mismo esquema de “castas” para definir
sus componentes, reforzando, al pasar, la legithidad del modelo, eltinico que
otorgaba una identidad vaida y aceptada por el sistema dominante. De ahi
que insistamos en las consecuencias que esto traera sobre el papel relativa-
mente “despersonalizado” que habria adoptado la participacion de esos gru-
pos en las fiestas y ceremonias publicas de Santiago -en relacidn con otras
ciudades americanas-. La identidad l i t ~ g i c ade estos grupos compartia y se
reforzaba con las mismas carencias esenciales de su identidad etnica, incluso
si consideramos a estas cofiadias corno instancias catdlicas “apropiadas”en un
seqtido subcultural por 10s no europeos. De ahi que, si bien se les veiapartici-
par con rasgos “propios”, siempre quedaban subordinados a 10s esquernas y
espacios de integracion impuestos por el sistema hispanom.
4a
el proceso de diferenciacidn &tnico-jerkrquicade Santiago69.Incluso para cier-
tos eventos pliblicos este modelo se extendia simbdlicamentea la representa-
ci6n de todo el conjunto de la sociedad. Para las celebraciones por el naci-
miento del principe Felipe Prdspero (1656),por ejemplo, el Cabildo dispuso,
como era costumbre, que cada corporaci6n se encargara de organizar una
parte de 10s actos. Lo interesante es que para ordenar dicha participacidn no
s610 se designaron comisarios para 10s artesanos, sino tambien para el “gre-
mio” de 10s indios “CUZCOS”, para el de 10s “indios naturales de esta tierra”,
otro para 10s “pardos ”, otro para 10s cornerciantes, etc6tera’O.
El establecimiento de una sene de corporaciones artesanales se halla en la
base del desarrollo de un Tim&htlocal,’en un lugar indeterminado entre 10s
grupos intennehos y el “bajo pueblo” urbano, aunque mas cercano de este
fdtimo. L o s oficios gremializadosresponderin al mismo proceso de reproduc-
cion del modelo cultural hispano, intentando repetir las caractensticas, la or-
ganizacion -sobre la base de las categorfas de maestro, oficial y aprendiz- y el
rol urbano que jugaban en Europa”. Esquema extern0 y transplantado, como
todo el ideario jerkrquico-estmental que iluminaba la sociedad colonial. La
realidad americana, sin embargo, les irnprimid sus ambigiiedades e imperfec-
ciones. Los grernios chilenos caxecieron de la solidez institucional de sus refe-
rentes europeos y 10s artesanos eran muy deficientes y de escasa especializa-
cion, cambiando de oficio con frecuencian.
La capital chilena repetia con ello, en todo caso, patrones comunes al resto de las urbes
americanas: Leal, op. cif., p. 61; De RarnBn, Historia urbana..., Op. n’t., p. 178 y ss.; Sergio
@
Villalobos et at!, Hisfwza de Chi& pp. 173-174. El establecimiento de gremios aparece docu-
mentado desde 10s primeros aiios de la conquista, lo que c o n f i a la importancia de la
reproduccibn de este esquema jerzirquico-laboral dentro del modelo hispano trasplantado:
vease, por ejemplo, el acta del Cabildo de 5 de mayo de 1559, A.C.S., XVII, pp. 67-68;tambidn,
Julio Alemparte, E! Cabildo en Chile mlonial (orrgcRcs rnunicipaks de las republicus hispanoanmi-
urns). p. 149. Serg~oGrez Toso hace una revision de 10s trabajos sobre este tema en 10s
capitulos introductorios de su libro De In ’tegcnLracion delpueblo” a la huclga general. GLnrris y
evolucih histdrica del mommiento popular en Chile (1810-7890).
’’>Acta del Cabildo de 13 de enero de 1659, A.C.S., xxxv, p. 431.
’ Cf. Grez, op. n‘f., pp. 46-51; Mario a n g o r a , E s l r a t r ~ c l d nsocial urbana en Chib (siglos
m,xwrypn’mera mitadrlclmr).
7z Barros Arana, Hktoria ..., op. n‘t., tomo VII, p. 408; Guillermo Seymour, Los g r n i o s dc
nrtesanos en el Chilc colonla4 pp. 30-42. Tambih se daba el cas0 de artkulos fabricados y
vendidos al margen del circuit0 oficial, por aprendices de artesanos y sin la autorizacidn del
maestro del oficio:Jaime Eyzaguirre, “Nota para la crdnica social de la Colonia. El gremio de
zapateros de la ciudad de Santiago”.
Si bien desde un comienzo hubo gremios de artesanos, las fuentes no mencionan pintores,
escultores ni doradores, como ocurrio en otras capitales coloniales. En 1559 las actas del Cabildo
infonnan sobre la existencia de sastres, calceteros, zapateros, carpinteros, espaderos, tejeros,
herreros, herradores y orfebres o “plateros”: acta del 5 de mayo de 1559, A.C.S, MI, pp. 67-68.
Hacia 1614 habia en la captal cuatroaentos nueve artesanos:ciento veinticuatro carpinteros,
cien curtidores, treinta y tres sastres, ochenta y un zapateros, tms sederos, dos “mdowos de haccr
jarcia” (cordeleros),treinta albaiiiles, siete herreros, diecinueve tinajeros, seis canteros y cuatro
49
El gremio, en todo caso, brindaba un contenido de identidad a sus miem-
bros: un oficio comtin, una cofradfa religiosa y un santo protector especificos,
por ejemplo. Una nueva imposici6n identitaria que venia a entrecruzarse con
las referencias &tnicasde sus miembros, haciendo atin m a compleja la posi-
cidn social de 10s individuos: 10s gremios semian, asi, de estrato comun a un
conjunto heterogeneo de indigenas, mestizos, “castas”y... espaiioles pobres.
La jerarquizacidn no estaba ausente, en todo caso, en este microuniverso
social. El gremio de 10s plateros formaba la “aristocracia” de la artesania
colonial. Por su prestigio escapaba al rango social bajo, quedando en el liltimo
escal6n de 10s grupos medios. La discriminacih Ctnica era parte de su funcio-
namiento, pues se prohibia el ingreso a personas de nacimiento ilegitimo, de
mala costurnbres o cuyo origen fuese de “mala rw”(indigenas, “castas”,...)i3.
En segundo lugar de prestigio venian 10s carpinteros, canteros y albaiiiles,
encargados de todo lo referente ala construccidn, obras pfiblicasy decoraci6n
urbanistica. El alarife, por ejemplo, que actuaba como director de obras en el
sen0 del Cabildo, era escogido entre 10s maestros de estos gremios. Algunos
se transformaban en personajes de relativa importancia social y con una cierta
“concienciaburguesa” que incluso 10s llev6 a oponerse a decisionestomadas
por esa c0rporaci6n’~.
En cada gremio, adem&, se repetia la jerarquizacihn etnica comlin al sis-
tema social. Los espaiioles -y 10s asimilados a ellos- parecen numerosos entre
10s maestros, mientras que 10s oficiales son habitualmente indigenas o indivi-
duos pertenecientes a la categoria de “castas”. En fin,el acceso a un gremio
podia ser considerado como un verdadero paso de ascenso social, ya que esta-
pintores de casas, “que todos asistian, y Vivian en 10s arrabales de la ciudad de Santiago”:
Vizquez de Espinosa, op. dit, p. 4.5. En 1652, al nombrar 10s examinadores respectivos, el
Cabildo uta: barberos, carpinteros, zapateros, orfebres y silleros (que trabajaban el cuero y 10s
cordobanes). En 16.54, por su parte, e m quince 10s gremios: barberos, carpinteros, herradores,
sastres, zapateros, orfebres wo y platan-, silleros, bronceros, hojalateroq santeros, sederos,
sombrereros, carroceros y coheteros(i): Carlos Pefta Otaegui, Sanliap de siglo m @lo. Connfurio
RPtorim e iconogrrfFco & fu jbrmacidn y cooluci6n m Ios cuatro sighs de su exisUttdid, p. 103.En 1693,
con rnotivo de la eleccibn de maestros mayores, se contaban once: orfebres, caleseros y carrocems,
herreroq espaderos. carpinteros, zapateros, botoneros, sombrereroq silleros, sastres y fleb6tomos:
EugeNo Pereira Mas, Historia &I arte en el reim dc Chi&, p. 55. Por su parte, Armando de Rambn
indica que entre 1680 y 1700 la capital cont6 con 10s siguientes maestros artesanos -sin incluir
ofidales ni aprendices-: dieddis orfebres -de 10s cuales dos “mplnlay mu-,veintisiete carpin-
teros, dos albafiiles, un cantero, frees pintores, dos silleros, diecisiete herreros, un estribero, tres
armeroq cuatro caldereros, un espadero, dos fundidores, trece sastres, dnco sombrererosy diez
zapateros: Hisioria urbana.... Dp. cil., pp. 145-148.
i3 Pereira, Historia dcl aTte..., op. n’f., passim. Cf. el reglamento del gremio de plateros de
1802 en la misma obra de Pereira, pp. 289-291. Este tip0 de discriminacian, en todo caso,
tambiCn la experimentaban 10s gremios europeos de la Cpoca, s e w lo recuerda Peter Burke,
La cultnra popular en la Ewopa modema, pp. 77-78.
i 4 Pereira, Hisloria &I arte..., 9. cit., pp. 23 y 25.
50
bareservado a una minoria restringida en la cud se valoraba jerhquicamente
la “proximidad sanguinea” con 10s “blancos”.
En general, por lo tanto, la pertenencia a l sector no europeo se presentaba
como un obstkculo a ese ansiado “ascenso”, que en el cas0 de 10s indlgenas,
por ejemplo, podia llegar a eliminar el trabajo obligatorio en la en~omienda’~.
El linico camino para dejar de ser un “inferior”, pues, pasaba por negar su
propio origen y dqar deparecerlo que se era. Habia que intentar aproximarse
-asimilarse, si fuese posible- a 10s grupos hispanocriollos.
51
precede al abandon0 total de la vestimenta tradicional, el empobrecimien-
to del conjunto de piezas y la introducci6n de piezas nuevas conllevan la
aparici6n de nuevas reglas de composici6nmn.
52
"[...] arreglados entre el comiin de la gente, y reputadospormestizos [...]
por ser cuasi indiferentes en color y contextura, todos vestidos de una
suerte que no se distinguen con 10s bozales que tienen al trabajo de la
tierra de 10s infieles [.. I y muchos de$gurudOsgozan de indulto rebozados
con lo mestiZonE1.
Josi Fernindez Campino, Relncidn &l obispado de Sanliago, pp. 55,59 y 65 (destacados
nuestros). Viase, sobre este tema, Alejandra Araya, Ociosos, uagabundos y malcntrctcnidos cn
Chile colonial.
82 Langue, "De la munificence...", Op. n't. y "Les identitks...", Op. n'l, paFJim.
83 GBngora, YEstratiRcaci6nsocial...", op. cit.; Patricio Daza, l!%tes, stat c l tdmfill nationah
53
Toda esta diferenciacidn relativiza, por lo tanto,las representacionesde la
epoca sobre 10s ideales de ascenso social. Por sobre la meta de ser un “espa-
iiol” -ambicidn de indigenas, mestizos y “castas”coloniales- existia otro refe-
rente, general, dominante y compartido por 10s hispanocriollos de estratos
modestos y medios: el ideal de pasar por un ‘caballero hidalgo”, un “noble”.
Un ideal presente desde el comienzo de la conquista, en que el “Nuevo Mun-
do” aparecid como un gran trampoh para una sene de grupos menosprecia-
dos o bloqueados en sus aspiraciones por una sociedad castellana donde el
nacimiento determinaba el futuro. Los ideales medievales emigraron al mis-
mo tiempo que 10s colonizadores. Estos 10s reimplantaron en un temtorio
donde el pasado humilde podia ocultarse exitosamente gracias a la ostenti-
cidn de nuevas riquezas, 10s honores obtenidos en la conquista military, sobre
todo, el hecho de uabr mdr, de vivir noblementeR4.
Si bien al comienzo la mayor parte de 10s conquistadoresvenian de capas
sociales mas o menos similares, las diferentes oportunidades de enriqueci-
miento y el acceso a elementos simb6licos restringidos, como la obtencidn de
una encomienda, con su trasfondo seiiorial, van a establecer una progresiva
diferenciacidna partir del nddulo fundador. Ello no hara sino acentuar, por un
lado, la ostentaci6n de la hidalguia obtenida o supuesta y, por otro, -para la
mayoria hispanocriolla m a r p a d a de dicho estrato privilegiado- la ambici6n
de acceder a ella... al menos intentando vivir conforme a algunas de las pautas
culturales emanadas de dicho sector.
Asi, la definicidn ideal aristocratizante de “espaiiol”no concernia en reali-
dad m h que a una parte de la poblacidn hispanocriolla del Santiago del siglo
XW: la elite. El ideario seiiorial colonid, como una de lasbases de lajerarquizau6n
social americana, tuvo su crisol en la c o n f i p c i 6 n de este sector. Un nddulo de
poder y de riqueza, y centro de referencia perrnanente del rest0 del universo
humano que p a b a en torno a sus dicmenes. Carno &rmaJean-Paul Zufliga,
“[...I
en una sociedad que se piensa dividida en estamentos, la elite -la
“nob1eza”- es el ejemplo permanente para 10sotros grupos sociales: inclu-
so con matices, ella constituye el grupo m h disciplinado a nivel religioso
y el m5s homogeneo culturalmente. [...] El modo de vida de la elite cum-
ple asi un doble rol: para 10s espaiioles pobres, constituye un ideal social
a alcanzar; para las castas, es un modelo a
54
El lugar de esta elite no estaba definido por un estatuto juridico, como la
aristocracia europea, sino m h bien por una serie de elementos materiales y
simbdlicos que la llevaban a ser percibida y reconocida como el p p o diri-
gente por excelencia. Sin duda, la base esencial era la tierra Luego de la
conquista, el Valle Central se transformar&progresivamente, en el “coraz6n”
social y econ6mico del reino y sus grandes propiedades en verdaderos mode-
10s de organization ‘‘politica” del amplio mundo agrario, encabezados por su
propietario, ...el “seiior”.
El hecho de tener una encomienda -independiente del niunero de indige-
nas que la compusieran- significaba, por su parte, la pertenencia directa e
indiscutida a1 sen0 m5.s rancio de dicho grupo: el de las familias fundadoras.
Por lo dem&s, la identificacidn entre seiior feudal -“sefior de vasallos”- y
encomendero era parte del vocabulario comlin, cargando con ideales medie-
vales su legitirnacion social“. Asi, el termino “vecino feudatario” (encomen-
der0 habitante en la ciudad) se utilizaba corrientemente por oposicidn al de
morador (ciudadano no encomendero), incluso si un buen nrimero de docu-
mentos reagrupaban bajo el m i n o “vecinos” a todo el patriciado urbano.
Pese a la disminucidn en n6mero de indigenas y a su consiguienteperdida de
importancia economica, la encomienda sigui6 siendo una referencia nominal
del status“nob1e”de su “poseedor”.Ello explica, sin duda, el aumento paradd-
jico del niimero de pequefias encomiendas otorgadas a lo largo del siglo estu-
didoB7.
En este proceso social no debemos olvidar la temprana tendencia a la
perpetuacidn de las encomiendas como posesidn familiar, costumbre que acen-
tu6 el caracter s e d de 10s indigenas encomendados. Si bien las leyes de 1542
estipulaban una herencia limitada a la primera descendencia del encomendero
original, la priictica normal fue incluirlas dentro del conjunto de posesiones
que sustentaban el status de las principales familiasg8.
aristocrdticu de Chile desfiutk dc la conguisca, 7580- 1660. Ya en 1610, el informe citado del oidor
Gabriel de Celada daba cuenta de esta situacion: “Y habiendo sido este reino uno de 10s m&q
poblados de todas las India y que ha habido en El encomenderos de dos a tres mil indios, no
hay de presente encomienda que pase de cien indios y casi todas son de a cuarenta, cincuenta,
sesenta indios. Y se han apurado y consumido de modo que no han quedado en todo el distrito
de esta ciudad dos mil ochocientos indios tributarios, y de estos m&sdc dos mil son aucaes
cogidos en la guerra”: cit en Errh.uk, Historia de Chile..., Dp. cit, passim.
I8 L a aparente similitud de la encomienda indigena con las formas feudaleseuropeas ha sido
estudiada, entre oms, por Mario GBngora, en su Encomndrros y eshncierm..., a$. cif. Alli se
insiste, sin embargo, sobre las diferenciaspresentadas en la institudon americana, sobre todo en
thninos juridicos, d carecer -a su juicio- de aspectosesendales presentes en el “Viejo Mundo”.
55
El nacimiento de la %ristocracia" chilena se enmarca en este eje temprano
y definitivo: la toma de conciencia de que su posicidn de dominio, al carecer
de una riqueza estable y abundante, debia sustentarse en la alimentaddn per-
manente de un imaginario del poder de larga tradicidn europea. Su origen
belico -el aporte militar y econdmico a la guerra de Arauco- y seiiorial -la
reparticidn oligiirquica y a vocacidn hereditaria de las tierras y de 10s hom-
bres- se151-1 explotados como 10s soportes identitarios locales de dicho grupo.
Como seiialaJean-Paul Zufiiga, la raz6n binaria seiior/vasallo, que 10s hispa-
nos aplican a la realidad americana, y que es comiin ala representacidn colo-
nial del "Nuevo Mundo", en Chile habria alcanzado proporciones especifcas.
hi,a diferencia de Mexico o Ped, donde la existencia de una aristocracia
indigena prehisphica hubo de ser respetada e integrada al sistema de referen-
cias nobiliarias europeas, nada de ello existid sobre el temtorio chileno. Por
otra parte, lalejania de 10scentros de poder de la monarquia (Madrid o Lima),
unido a la debil presencia de asentamientos urbanos, permitid elaborar desde
un comienzo y por largo tiempo un sisterna de poder local caracteristico. Los
indfgenas vencidos se encontraron frente a una sociedad espaiiola donde la
irnagen ideal del conquistador y del primer hbitadorrefonaba una conciencia
de superioridad y de "posesi6n" indiscutible.
Hacia fines del siglo XVII, el desarrollo de una nueva forma de mano de
obra, a partir de la perdida de importancia econdmicatanto de la encomienda
como de la esclavitud indigena -practicada legalmente con 10s araucanos en-
tre 1608y 1683-, mantendrii estas categdrfas de representacidn y de domina-
cidn. El inquilinaje campesino, si bien no tendrii una raiz social directa con el
indigena de encomienda,ird transformando progresivamente su caracter ori-
ginal de arrendatario de tierra en un verdadero sistema de mano de obra
estable, sedentarizado en las grandes propiedades, adscrito a su 'inventarionsY.
De esta forma, el sistema socioeconomico colonial demostr6 la flexibili-
dad adecuadapara ir remodelando sus diversos factores productivos de acuer-
do a las exigencias y requerimientos que se fueron presentando a 10 largo de
10s siglos. Esta capacidad adaptativasen%,justamente, el soporte indispensable
de la perpetuacidn de un imaginario del poder rural basado en ciertas constan-
Entre elloq la v i n d a c i h personal y el tip0 de fidelidad especifica que existia en torno al Feudo
medieval, el papel jugado por el Estado en la dislribucih americana de esta mano de obra, etc.
En la pkctica, sin embargo, pensamos que estos aspectos se aproximaban, existiendo una
cercania con el concept0 de "seiior de vasdos". El propio cancepto de "Estado", cn el context0
de su accion local, debe someterse amdhples relativizaciones, surgidas de laspropias caracteris-
ticas chilenas -entre las males debemos incluir el papel perif6rico y r n q m a l de esta provincia
dentro del imperio espaiiol-. En todo caso, la existencia de un fuerte e imborrable "espiritu
sefiorial" entre 10s krratenientes del Valle Central constituye un rasp desarrollado histkica-
mente a lo largo de toda la %oca colonial: cf. pp. 117-119.
*' El proceso general de la conformacibn de esta mano de obra se halla explicado y
documentado en Mario Gbngora, O r i p a2 lox inquiltnos de Chile c m d
56
tes de las relaciones laborales establecidas en el mundo agrario. A la enco-
rnienda indigena, asi, le mcediiel inquilinaje, como nueva forma de dependen-
cia servil. Su permanencia por generaciones en una misma propiedad ligada,
muchas veces, a una misma familia de propietarios, implicarala recreacion de
un universo de relaciones laborales especiales; un sistema de mecanismos
patriarcales y clientelisticos que caracterizarh el sistema social rural impues-
to por la hacienda desde fhes del siglo XVII. La presencia de 10s inquilinos
como mano de obra estable, permanente y de confianza, adscrita a la propie-
dad como uno m5s de sus componentes productivos,refonarzi, as[, el "espiritu
seiiorial" de 10s primeros tiempos y lo p e r p e t u e .
Por ello, pensamos que la representacion colectiva de la estructura de
domini0 local -basada en el control posesivo de tierras y de hombre@ pot la
misma fuerza de 10s factores que la originaron -referente seiiorial europeo
que cred el apetito conquistador de ascenso social, frustracidn de riquezas
materiales,...- y por su papel de autorreferenciafundadorade la elite local -ser
descendiente de, o ligarse familiarmente con, 10s primeros terratenientes-en-
comenderos- escapo progresivamente alas condiciones objetivas que la sus-
tentaron. Dicha representacion pervivid mils all5 de la dr5stica caida demo-
g S c a de las encomiendas y de su consiguiente perdida de signification
econornica y se instal6 como un pivote permanente del sistema de poder en
Chile.
Por otra parte, en la linea de 10s factores simb6licos que sustentaban la
representacion colectiva de estas elites eran muy importantes, por ejemplo, 10s
signos exteriores de dicha calidad, sobre todo en un pais con una "nobleza" de
origen tan sui gmerir. El tren de vida, la vestimenta, la vivienda, entre otros
elementos, van a ser 10smedios m h visibles de proclamar la excelenciade un
individuo y de su familia.
Debemos insistir en la dkbbil presencia del Estndo en 10s campos chilenos. Ya en 10s
escasos villomos que salpicaban el reino, eran 10s grandes propietarios quienes t c n i a n el
monopolio corporativo dc 10s cabildos. Mis alla de 10s limites urbanos, en la gran extensidn
rural que conformaba la casi totalidad del temtorio, eran ellos tambien quienes asumian el
ejerciao del control "politico". En cierto sentido, si habia alguna posibilidad de proyectar la
presenaa estatal en 10s campos erajustamente gracias al papel de dichos terratenientes, a traves
del cargo de Alcalde de Hermandad, que se ocupaba oficialmente de administrarjusticia en el
mundo rural. El origen espaiiol de dicho cargo se confudia, de hecho, con 10s intentos
absolutistas de 10s Reyes Catdicos por extender su mano hastalos ~Xtimosrincones feudales de
la Peninsula. El mismo intentn se observa en la colonia en el nombramiento de corregidores y
oficiales de milicias rurales. Sin embargo, el hecho de que todos ellos eran designados entre 10s
mis poderosos propietarios y que su nombramiento debia pasar por una refrendaci6n formal
del propio Cabildo de Santiago -para el obispado respectivo-, relativizaba su emanacidn
estatal. En la pnictica, pensamos que era m b bien un refueno extern0 que buscaban 10s
principales "seiiores", a fin de coronar su posicidn de liderazgo entre sus pares regionales. El
ejerdcio de estos cargos quedaba, asi, a completa discreci6n de un mismo conglomerado
social dominante, encabezado par la elite de la capital.
57
El moddo militar
En la realidad chilena del siglo xw, la guerra contra 10s indigenas araucanos,
real o imaginaria, aportaba un refuerzo simb6lico alas fuwtes de prestigio y
de status de las elites hispanocriollas, realimentando el imaginario medieval
de 10s aiios de conquista. La proyeccidn sensible de la experiencia bClica del
sur facilito la recreacion de un halo de ennoblecimiento ligado al sacrificio, a
10s valores militares y a 10s servicios rendidos a la Corona por 10s contempo-
r b e o s o sus ancestros, fundadores de 10s “linajes” respectivos, que echar5
profundas raices en la autorrepresentacih de su superioridad. Vemos, asi,que
en todos 10s infonnes y peticiones enviados a Espaiia, la calidad de [descen-
diente de] conquistador -como la de encomendero- adquin-avalidez autom6-
tica de hidalpfag’.
Dicha proyeccion, por lo demfis, atraviesa el conjunto de la estructura
social de la capital chilena, pues la estratificacih jerarrquica militar se plantea
como modelo de la sociedad civil, incluso si la capital chilena no posee un
sector militar regulaP. Esto es importante de retener para el futuro andisis de
las liturgias pliblicas, pues las fuentes apuntan con frecuencia la participacidn
de 10s “cuerpos militares” de la ciudad en dichos eventos.
En realidad, estas milicias urbanas no eran sino otro esquema de organiza-
cion -que respondia a1 esquema militar tradicional, pero de tip0 no profesio-
nal y circunstancial- de la misma sociedad civil. Una estructura de identidad
corporativa que funcionaba mfompuraZela al sistema de “etnias”, de cofra-
dias, de grernios, etc. Su oficiahdad salia de la misma elite o de algunos gru-
pos interrnedios prestigiosos. Los soldados que constitufan las compaiiias o
“batallones” eran 10s miembros de 10s grupos medios, de 10s gremios,
hispanocriollospobres, mestizo^...^^.
Este esquema militar se superponia, en efecto, a las formas tradicionales
de la jerarquia civil. Por 10 demris, 10s cortqos de ciertas celebraciones religio-
sas anuales, como la del Corpur Christ<contaban tradicionalmente con la par-
91 Nestor Meza, Lo concim’a fioliticu c h i h a durante la Monarquia, pp. 55-57. Cf. la carta
58
ticipaci6n de una parte de estas ”tropas”,... la misma fiesta donde se veian
desfilar a otros sectores de la sociedad, bajo las formas corporativo-identitas
diseiiadas por las cofradias y 10s gremios. Los individuos, montudos entre estas
estructuras, compartian sus identificaciones y participaban en las festividades
en tanto que miembros de una cofradia o de una corporacih de artesanos, o
en tanto que %oldados” de compaias conformadas por personas que compar-
tian una misma capa “sanguinea” o un mismo oficio, segin la organizacibn
prevista por las autoridades y por la costurnbre local: 10s pequeiios y media-
nos comerciantes, por ejemplo, eran agrupados bajo forma de “gremio”,pero,
para la octava del Corpus, debian participar bajo la forma del “batall6n” de
milicias que le era exclusivos4.
Bajo esta misma Iogica, todo miembro de la elite santiaguina poseia un
grado militar que hacia relucir cada vez que podia, y que era ostentado como
marca de prestigio, signo ostensible de su calidad. Estos grados senian, por su
parte, no sdlo como signo de superioridad fiente al resto de la sociedad, sino
como una referencia de las jerarquias individuales en el propio sen0 de dicho
grupo. L o s grados de Maestre de Campo, de General, de Sargento Mayor y
Capith, diferenciaban escalones sociales especificos. Los dos primeros, 10s
miis altos, eran monopolizados generalmente por el grupo de encomenderos.
El grado de Capith, muy corriente entre la elite, estaba en el limite con 10s
grupos intermedios, pues era portado tambien por 10s mercaderes que habian
adquirido una cierta notoriedad. Muchos de estos, por su parte, eran alferez o
tenientes -primer escalon de la oficialidad- e, incluso, se veia a ciertos artesa-
nos que portaban t a m b i b este 6ltimo gradog5.
Dentro de estajerarquizacibn honorifica debemos agregar el hecho de que
con 10s nuevos gobernadores llegaban prestigiosos oficiales desde Espaiia, que
luego acompaiiaban a la maims autoridad hacia la frontera del sur. La elite
santiaguina se esmerabapor acogerlos y por mostrar explicitamente la simili-
tud de sus rangos y valias con 10s nuevos llegadoss6.
En este mismo sentido, vemos que 10s encomenderos y sus familias, por
ejemplo, constituian las “compaiiias de la nobleza”. Ello explica la existencia
esporadica de problemas de etiqueta entre las compaiiias de infanteria y las de
caballeria en algunos actos publicos. Tradicionalmente, las ultimas eran mas
59
prestigiosas y conformadas por 10s estratos elevados y, por lo tanto, disfruta
ban de preferencias protocolaresg7.Por lo demh, 10s alardes efectuadosregu-
larmente en la plaza principal, miis all6 de ser un ejercicio prktico, eran de
aquellos eventos que cumplian la funcion de mostrar quienes eran 10s indivi-
duos detentores del poder local.
Si en determinadas ocasiones ceremoniales se intensificabatodo este “dis-
fraz” militar de la sociedad santiaguina, ello se debia a factores externos como
la presencia en la capital del gobernador del reino. Este era muchas veces de
tradici6n militar, generalmente asentado en Concepcidn y acostumbrado,por
lo tanto, a las formas de una sociedad regida por la presencia predominante de
un ej&cito profesional.
La intensificacidn circunstancial de la militarizacidn l i ~ g i c en
a Santiago
podia deberse tambien a la existencia de una coyuntura belica en el sur. En
1670, por ejemplo, en medio de una ofensivaindfgenade ciertaimportancia, el
gobernador -que acababa de ser promovido de la direccidn de la plaza-herte
de Valdivia- propuso al Cabildo de la capital el establecirniento de un voto
anual a la Santisima Trinidad, en el colegio de 10sjesuitas. El Cabildo acept6
de inmediato y decidi6 preparar “[...a] las compafiias del batalldn con sus
armas y en la forma que se acostumbra el dfa de Corpus, para que asistan a esta
fiesta por ser el fin principal a que se ordena solicitar 10s divinos auxilios a
nuestras armas y estado de la gllerrangg.
60
De ahi que insistarnossobre el papel puramente hononfico de las nomina-
ciones militares en Santiago, con todo el peso simbdlico que ello acarreaba en
la configuracidn y jerarquizasih de la elite. Un ejemplo sintom5tico lo tene-
mos con el gobernadorJuan Henriquez, quien, llegado en 1671 a Santiago y
sin conocer la realidad local, solicitaba el asesoramiento del Cabildo -por lo
tanto, de la elite institucionalizada-:
Adaptmiones, extenszones
y rejherzos de h elites
m m o de 1655, A.C.S., XXXV, pp. 28-29. El Gobemador. por su parte, habia ordenado la
entrada en accion de 10s "vecinos feudatarios". y de 10s capitanes y ofidales veteranos de
Arauco que habitaran en la jurisdiction de la capital: acta del Cabildo. 2 de septiembre de
1655, A.C.S., XXXV, pp. 84-85.
gg Acta del Cabildo, 25 de septiembre de 1671, A.C.S., XXXVIII, p. 176. El general Gaspar
de Ahurnadaya poseiaun grado de Maestre de Campo diecinueve afios antes: vCase el acta de
Cabildo de 22 de noviembre de 1652, A.C.S., XXXIV, p. 280. Sobre el carader eminentemente
honorifico de estos grados, ver Gdngora, Encommdcros..., op. cit., p. 100.
loo Ziuiiga, EFpagnoLr..., op. cit., passim
61
La caida demo@ca indigena y de 10sparhetros de la economia de conquista
conllevd una reorganizaci6n en la base del sistema econ6mico local. La elite
originaria carecia de 10s recursos que permitian asegurar su modo de vida, pues
una encomienda ya no constituia en si misma un indicador de la situacion eco-
nomica de su propietario, aunque el prestigio ligado a su estatuto mantenia su
importancia. hi,10s limites sociales estrictos que se establecieron en el siglo
m para la “posesibn”de esta fuena de trabajo y de prestigio debieron flexibilizar-
se. Con el correr del siglo XVII, en las elites yano se puede diferendar claramen-
te 10s grupos de vecinos feudatarios de 10s de rnoradores, pues rnuchos de estos
liltimos, si bien no tienen encomiendas,las tuvieron en el pasado o pertenecen a
10s mismos linajes familiares que a h las poseen. Sus apellidos “contienen”una
c a r 5 de “nobleza”,un prestigio commin y reconocido socialmente,y remontado
-dire& o indirectamente- a la 6poca de la conquista.
L o s limites aristocraticos se abren, tambien, para profitar del espiritu de
10s negocios. Los mercados del ejercito del sur y de Lima-Potosi permitieron
otorgm nuevas bases materiales a dichos notables, a1 hacerlos beneficiarios
directos de 10s resortes locales de dicho triifico. En este sentido, si bien alp-
nos poderosos de provincia participaban activamente en distintos eslabones
de la cadena, s e r h las elites de la region santiaguina, encabezadas por el
Cabildo de la capital, quienes conducirh el sistema.
La ciudad es tambien un centro de negocios en relacion con la amplia
ruralidad del resto del territorio. La actividad comercial, sin embargo, estarri en
manos de un sector nuevo, con origenes diversos, per0 reencontrados en una
situaci6n comiin: el poder que brindaba el enriquecimiento -product0 de su
papel de intennedihos comerciales- y la ambicion por acceder a la cima de las
jemquias. Mercaderes criollos, per0 sobre todo espaiioles, pasan a ocupar dicho
control y buscan unaintegracidn equivalente a l poder econ6mico que detentan’O’.
Al lado de 10s negocios, la tierra era la base definitiva de la economia
chilena y constituia uno de 10s requisitos simbolicospara acceder plenamente
a l status de elitelOa.Su adquisicibn ser6, pues, una de las vias que e n s a m 10s
nuevos grupos, aprovechando la relacion tan estrecha que 10s ligaba: era gra-
cias a ellos, justamente, que 10s grandes propietarios exportaban su produc-
cion @cola.
Otro mecanismo de integracidn sera directamente la alianza matrimonial,
aportando suculentas dotes provenientes de sus negocios. Si bien el elemento
62
econdmico dominaba las bases de sustentaci6n de la definicibn de la elite, no
debemos olvidar que el ideal nobiliario marcaba con una impronta profunda a
la sociedad colonial, y factores como el prestigio o la antigiiedad del linaje
cobraban gran importancia al momento de establecer las alianzas. De esta
manera, la pertenencia a un linaje ilustre -“noble”, en 10s t6rminos utilizados
en la epoca- se mantenia como requisito del reconocimiento colectivo necesa-
rio para formar parte de dicho p p o y, por lo tanto, uno de 10s principales
parhetros de 10shombres de negocios para la eleccion de alianzas familiares.
Asi, todas las diferencias en el origen de la elite terratenienteimercantil del
siglo XVII van a ser digeridas a traves de una trama inextricable de matrimo-
nios que tendieron a fundir en un solo p p o a esta capamultiforme. Alianzas
intimas, que permitieron la adopcion, por parte de allegados ricos, de apelli-
dos prestigiosos, la hornologacion y el reconocimiento de la paridad de sus
respectivos prestigios y, en fin, la homogenizaci6n de un grupo “noblen com-
pacta en el cual se privilegiara la constataci6n del exit0 social.
As< pues, las elites del siglo XVII se adaptaron a las nuevas condiciones
materiales del reino a traves de un proceso de renovacidn de sus miembros.
Ellas englobaron progresivamente a 10s nuevos poderosos, ajenos al lustre
hidalgo otorgado por 10s ascendientes conquistadores, pero que rkpidamente
se vieron investidos del aparataje simbdlico apropiado, agregando a su poder
economico y comercial la obtention de titulosy g~adosmilitares, accediendo
a 10s principales cargos eclesihticos y del Cabildo.
Adem& de la incorporacion de grandes mercaderes y de oficiales del ej&-
cito, las elites procuraron tambien fundirse con elementos que renovaran el
halo nobiliario. Los altos funcionarios de la Corona y ciertos letrados -espe-
cialmente abogados, formados en las universidades de Espaiia, Lima o Char-
cas- apostaban tambien sobre su prestigio para concretar matrimonios venta-
josos y ser aceptados progresivamente en el sen0 del grupo aristocrLtico. Las
familias de 10s gobernadores y de 10s funcionarios de la Audiencia, pese a la
prohibicion legal, proporcionaban c6nyuges potenciales muy apetecidos. Hlos
no s610 alimentaban las esperanzas nobiliarias de las elites coloniales, sino
que procuraban una garantia de apoyo politico y judicial en 10s negocios
familiares, ampliada por la movilidad geogrkfica de 10s funcionarios en sus
diferentes destinaciones en el curso de su carrera
Todo lo anterior relativiza 10s esquemas bajo 10s cuales la historiogTafia
ha estratificado la sociedad de Santiago colonial. Ella insistia, por ejemplo,
sobre el statu social intennedio de 10s mercaderes, sin considerar las reales
proyecciones de ascenso social que brindaban 10s negocios y el dinero, facto-
res aparentemente despreciados por 10s grupos tradicionalesio3.
63
En fin, conviene insistir en que m h all&del origen y de 10s porcentajes
sanp-neos cargados de prestigio, el denominador comtin de todos 10sque qui-
sieran estar en la cima social era el modo de uida La divisa fundamental era "vivir
de manem noble", tener una apariencia y un comportamiento, una vestimenta y
un hribztdt, que reflejaran el ideal hidalgo que se queria proyectar. Es este aspect0
-el m5s exterior de todos- el que permite integrarse al p p o de la elite y ser
reconocido por el resto de la sociedad como un miembro de la aristocracia Es
un modelo de vida importado y comprendido dentro de una cultura de l a
apariencias a travCs de la cud tiende a definirse lo esencial del honor de este
grupo104;un apoyo simbhlico auna autorrepresentacidnnobiliariavividae ima-
ginada en este villomo ped6rico del imperio espaiiol. Asi lo tenia claro, ya al
comienzo de la conquista, el poeta Alonso de Ercilla, cuando escribia a Felipe I1
solicithdole algunamerced o encomienda de unos seis milpesos, "[ . .I porque
con menos no se puede pasar [.. I, pues es servicio de V[uestra]. M[ajestad]. que
tengan lustre en este reino 10s que lest5n t a obligados
~~ a senir como
Desde otra perspectiva, debemos recalcar el rol aculturizadorjugado por
ese modo de vida, por 10s comportamientos, apariencias y gestos hispanos,
asociados a la imagen de ascenso y de Cxito social -porque emanan de 10s
grupos dominantes- y de salvacidn post mortem -porque son manipulados mo-
ralmente pot la Iglesia-. En medio de u n conglomerado no europeo tan diver-
so en su origen como en sus referencias de identidad, dichas formas, reprodu-
cidas y estereotipadas a partir de aquella "nobleza" local, atraerh al conjunto
de la poblaci6n como un poderoso iman simb6lico.
La "aristocracia" actuar5, de esta forma, no s610 como un nddulo de poder
y de riqueza, sino tambih como un centro de referencia cultural y un ejemplo
permanente para el resto del universo humano que buscaba un mejor espacio
en la sociedad. Su modo de vida consti--a un ideal social para 10s hispano-
criollos pobres y un modelo a imitar para 10s mestizos y "castas". Este "espe-
jo" funcionaba, asi, en todos 10s rincones del imaginario social, en todos 10s
registros culturales del parecer, incluso al momento de la muerte. La elite
capitular seiialaba esta situacidn en 1694, apropdsito de la discusidn sobre la
reglamentacihn de gastos funerarios de particulares -a partir de la pragmatica
suntuaria dictada por el rey en 1691-: "[. .I y asimismo se,hareconocido que
las personus infiriores procuram portarse a la manera que 10s nobhs, de que
resulta, no s610 el pererst- igualar sino es el de destruirse[
en ESlrali$cucibn ..., Op. cit., propone un esquema bastante rigido de 10s estratos sociales colo-
niales, en el cud la aristocraaa ocupa la cuspide y es seyida por el estamento eclesihtico.
&lo en tercer l u p aparecen 10s mercaderes y 10s 'hombres de ley" - 1 d o s y profesionales-.
IM Langue. "De la munificence...", op. ciL, p. 51 y ss.
la5 Carta de 30 de octubre de 1559, en Medina, B i b l w h ..., op. ni., torno 111, pp. 387.388.
IO6 Acta del Cabildo, 9 de julio de 1694, A.C.S., XLIII, p. 171 (destacado nuestro). La
pragmatica real de 26 de noviembre de 1691 est5 reproducida en C.D.A.S.,III, pp. 483-499.
64
hQml?X!TURA Y CO-VROL DEL ESPACIOLo7
El cora&n de la ciudad
Vdase tambidn la cidula de 22 de marm de 1693, reprodudda en anexo N” 22, que retoma 10s
articulos de la pragmfica anterior relativos a duelos y himulos.
A’ Vease el plan0 de Santiago incluido como anexo No 1.
’OB angora, El .%&do ..., op. cit., p. 69.
65
miento, pues en ellase realizaba el actojuridic0 de la fundacidn oficial, acam-
paban 10s primeros pobladores y desde alli se delineaban las calles y se repar-
tian las parcelas de la futura ciudadLog. Su eshuctura habia sido definida en las
Ordenam de dmcubrimientos, nuGuaspobhGionGsy jjacificcaciones,de 1573. Alli se
detenninaba con detalle su ubicacidn, disposicih, dimensi6n y composici6n
arquitecthnica; una sistematizacih del espacio publico fundacional reservado
al poder y al c0mercio:“En la plaza no se den solares para particulares, dense
para la firbrica de la iglesia y casas reales y propias de la ciudad y ediffquense
tiendas y casas para tratantes, y sea lo primer0 que se edifiquenllO.
De esta forma, en la plaza de armas de Santiago, el COSTADO NORTE estaba
reservado a 10s edificios del poder civil. A principios del siglo MI, estaban
aun en construcci6n las llamadas “casas reales”, donde se encontrarian las
modestas habitaciones del gobernador y las oficinas para la Audiencia, conta-
duria y tesoreria real. En un edificio contiguo hncionaba el Cabildo y la
ckcel pablica. En el primer piso de esta vereda, corredores y portales s e r v i a n
de antesala a las secretarias de dichos organismos y alas oficinas de 10s escri-
banos, mientras que en el segundo piso se encontraban las salas de sesiones”’.
En las llamadas “casas reales” era donde debfa residir eventualmente el
gobernador, cuando no estaba en Concepcidn. Aunque en general, a lo largo
del siglo XVII, por el caracter esporkdico o la brevedad de sus estadias en la
capital, s610 ocupaba algunas habitaciones o preferia mas bien alojarse en las
casas particulares de vecinos notables. Sdlo hacia 1709-1715,bajo el gobierno
IO9 Hacia mediados del siglo XVIII, 10s viajcros Jorge Juan y Antonio de Ulloa redcaban
la imitacidn que veian en la plaza mayor de Santiago respecto a la de Lima: op. cit., tom0 111,
lib. 11, p. 330. Por su parte, la descripci6n que hace de La Serena a principios del siglo XVIIel
viajero franc& Am&e FrBzier responde a 10s rnismos cinones de un modelo comlin: ‘[ . .I las
calles son perfectamente derechas, alineadas de U M extremidad a la otra como en Santiago,
s e g h 10s cuatro puntos cardinales del horizonte; de levante al poniente, y del septentrionalal
sur. Las manzanas que forman son tambien de la mismamedida, cada una con su acequia [.. I”:
Relafion du ooyage... (edici6n en castellano), op. cit., p. 123. Vease el trabajo colectivo Forum et
plaza myor dam L m o d e hispaniqrre, especialmente 10s articulos de Franqois Chevalier, “La
‘plwmayor’ en AmCrique espagnole. Espaces et mentalitb: un essai” y de Antonio Bonet
Correa, “Le concept de plaza mayor en Espagne depuis le xviCsi&&”. De este ljltimo autor, El
urbanism0 en Espatia e Hispunoamirica, p. 182. V6anse tambiin 10s trabajos recopilados en
“P1azas”etsociabilitd en Europe et en A W p e Lafine ; Main Durston, “Un regimen urbanistico
en la America hispana colonial: el trazado en damero durante 10s siglos XVI y XVII”; Miguel
Rojas-Mix, La phm mayor: el urbanisma, instrumento de domini0 colonial; Armando de h d n ,
‘Urbanizaci6.n y dominacion. Reflexidn acerca del rol de las ciudades en America Latina
(1535-162.5)”.
I’” Cit en Bonef El urbanitmo..., op. at., p. 180.
Las obras de estos edificioshabian comenzado a fines del siglo XVI, pero su tenninaci6n
fue lenta. Las “casas reales” y del Cabildo seguian en construccidn en 1633, por falta de
jornaleros: De h d n , Suntingo de Chile..., op. cif., p. 61. VCase tambik Alonso de Ovalle,
Msibricm relaci’dn del reino de Chik y de las misiollls y minisfnios que ejncita en dl la Compariia de
J e d , C.H.Ch., torno XII, lib. v, p. 269 y 9s.
66
de Andr6s de Usthiz, cuando este decidio radicarse definitivamente en Santia-
go, se procedio a la reconstruccidn del edificio de la Audiencia, destinando un
sector especifico de su costado oeste para el “palacio” de la m k i m a autoridad.
Por estos aiios, tambien, el Cabildo cambi6 su frontis a fin de que todos 10s
edificios ofiuales del costado norte presentaran una fisonomfa comm e impo-
nente, formando un s610 cuerpo1I2.
En el COSTADO PONIENTE fue establecida la iglesia principal, erigida como
catedral luego de que el papa Pi0 IV, por bula de 1561, habia designado a
Santiago como sede episcopal. En la esquina suroeste se levantaba la residen-
cia del Obispo, construida por Francisco Salcedo hacia 1630. Como en toda
ciudad americana, la catedral ocupaba un lugar preferente y destacado del
centro, aunque en Santiago su frente miraba hacia una calle lateral. Su entrada
principal, durante el siglo xw,se ubicara en el patio de acceso cormin a la casa
del Obispo y a las oficinas y salas del Capitulo. Hacia la plaza mayor sdlo
darauna puerta lateral secundaria -la ”puerta del perd6n”- a la que se accedia
atravesando el cementerio. Este, por su parte, se extendiapor sobre la cuadri-
cula de la “manzana episcopal”, penetrando algunos metros en el recinto de
dicha plaza*13. Esta orientation so10 cambiar5 hacia la plaza luego de la re-
construccidn llevada a cab0 en 1745. El edificio estaba terminado desde co-
mienzos del siglo XVII, per0 se derrumb6 con el terremoto de 1647, que marca-
ria la sene de destmcciones sismicas regeneradoras del espacio arquitectonico
de la capital chilena
En el COSTADO SUR de la plaza, por su parte, se alineaba una serie de
edificios de dos pisos con residenuas de ricos comerciantes en el segundo piso
y tiendas bajo portales en su planta baja, tal como habia sido establecido en
1573 por las Ordmlyas de descubrimientos.... El llamado “Portal del Conde” o
“de Sierra Bella” -en alusi6n a Crist6bal Mesias, conde de Sierra Bella, que
h e uno de sus principales propietarios- mantenia, asi, su aspect0 similar a h
a fines del siglo X V I I I ~ ~ ~ .
:12 De Ramhn, Santiago de Chile..., op. cif., pp. 86-88; Benavides, “Arquitectura e ingenie-
ria...”, op. c i ~ p.
, 103. Ver tambik las actas del Cabildo de 31 de agosto de 1639, A.C.S., XXXI,
p. 393 y de 14 de marm de 1656, A.C.S., xxxv, p. 172.
113 Emma de Ramon, O h yfc. Hisloria de la calcdral deSanfiap, 7547-1769. La presencia
de la IRlesia en el centro de la ciudad americana, a un costado de 10s edificios del poder civil,
marcaba una situadon diferente a Espaiia, donde la mayoria de las plazas mayores no conta-
ban con un templo. Con ello se seiialaba el rol singular que le cabia, al lado del Estado, en el
control del “Nuevo Mundo”: Chevalier, “La p&za mayor...”, op. tit., p. 111. Las Ordcnuws b
descubrimiento de 1573, establecian: “[...I que de todas partes sea visto [el edificio de la iglesia
principal] porque se pueda ornar mejor y tenga m&sautoridad, as de procurar que sea levan-
tad0 del suelo de manera que se aye de entrar en e1 por gadas”: Bonef El urbanisma..., Op. cif,
p. 181.
‘I4 Entre estas residenuas deslacaba, a fines del siglo XVII, la del tesorero real y vecino
notable Pedro de Torres. Vease De Ramon, Santiago de Chi&..., op. cit., pp. 90-91; Carvallo y
Goyeneche, Desn$cidn ..., C.H.Ch., torno x, p. 31.
67
El COSTADO ORIENTE presentaba una estetica similar, al menos hasta el
terremoto de 1647: unalinea de edificios ''todunia a lo untiguo",como infonna-
ba Ovalle, de dos pisos y con balcones -estos tiltimos tambien existian en el
costado sur-, para presenciar 10s eventos publicos, en la mis fie1 tradicidn
penins~lar"~.
Debemos detenernos unos instantes sobre las consecuencias que trajeron
10s movimientos teltiricos que asolaron esta regi6n americana, como sucedid
con gran parte del continente vecino a la cordillera de 10s Andes. Durante el
siglo XVII, cada diez o veinte aiios un gran sismo hacia que Santiago cayera en
ruinas. El de 1647 fue particularmente desastroso, agravado por el hecho de
que, salvo temblores de menor importancia,no se tenia memoria de un evento
parecido desde 158O1I6. No s610 la catedral, sino la totalidad de edificios reli-
giosos y civiles h e destruida, toda la rudimentaria infraestructura urbana da-
iiada y una buena parte de la poblacidn diezmada o maltre~ha'~'.
Cada terremoto obligaba a reconstruir lo desplomado, lentamente, para
volver a derrumbarse con el sismo siguiente. La marca de estos eventos fue
indeleble en la conciencia de todas las generaciones. Ella implicaba no 610
unaretroalimentacidn regular de la conciencia del castigo divino -conforme a
la religiosidad predominante1IR-sino, tambih, en terminos del espacio urba-
no, una carencia de tradicih arquitecthica. Los estilos podian sucederse li-
bremente, sobre las ruinas, sin oposiciones retrdgradas. La memoria de la
ciudad se detenia en el trazado de sus calles y en la ubicacidn original de sus
principales establecimientos,sinfijarse en su alzado. Cuando hablamos de 10s
"[ . .I todos 10s altos con buen ventanaje para ver 10s toros y demL fiestas que alli se
hacen*: Ovalle, op. cik C.H.Ch., tom0 xn, lib. v, p. 269. Hada fines del siglo XWI, al parecer,
este costado habna perdido su armonia con el del sur, presentando una fachada de largas
paredes, sin ventanas, y un sitio baldio donde el Cabildo dispuso, en 1722, que se mataran 10s
animales cuya came se vendia diariamente en la plaza.
Cf. infit+ anexo No 2 .
El escribano del Cabildo relataba: "1 . .I que al punto que comenzo a temblar comenza-
ron a mer 10s edificios que se habian hecho en discurso de m i s de cien &os, y con notable
sentimiento, en toda la ciudad, ni su jurisdicih, no quedo ninguno chico ni grande que no se
hubiese de habitar, despues de remendado, con grandfsimo riesgo, y e n particular 10s conven-
tos y templos de ella [...I;obligando a celebrar en las campaiias, huertas y calles. Murieron,
sepin se ha entendido, en la ciudad y su jurisdician, habiendose abierto por muchas partes de
ella la tierra, m h de seiscientas personas de todas calidades": acta de 8 de mayo de 1647,
A.C.S., xxx111, p. 189. La Audiencia, por su parte, calculaba en dos millones de pesos las
p6rdida.s materiales de la ciudad y en alrededor de mil 10s muertos, lo que alcanzaria a cerca
del 25% de la poblacion urbana: De Ramon, Santiago k Chile..., op. Lit., pp. 74-78. Viase,
tambien, el articulo de Emma de Ramdn, 'La sociedad santiaguina frente a una catfutrofe:
1647-1651".
'LaV6aseeste espiritu, por ejemplo, en las cartas pastorales del obispo de Santiago en 1688
y 1690: Sinadas diomsanos del Arpb~padnde Santiago de Chik cekbradospor los ilusfrisimos snSores
doctor don pay Bemardo Cawasco Saavedra /7688] y doctor don Manuel de Alday y Aspee [7763],
pp. 323-328.
68
distintos edificios de la plaza mayor o de otros lugares de la ciudad, pues, se
debe tener conciencia de que habian largos periodos, a veces decenios, en 10s
que estos no existian, o sus instituciones funcionaban en construcciones
provisorias; su reconstruccidn demoraba, hacihdose conforme lo permitian
10s recursos de la capital. El nuevo edificio, por su parte, podia ser m b o
menos diferente al anterior, dependiendo de 10s estilos de moda que se cono-
cieran en la lejana colonia ~ h i l e n a ~ ~ ~ .
Centro del poder, de la vida publica y del comercio -con su mercado cotidia-
no-, la plaza de m a s era un centro que tambien se destacaba visualmente por
la altura de sus edificios, en relacidn con el resto de la ciudad. En general,
sobre todo por temor a 10s temblores, las casas eran de un s610 piso, construi-
das de adobes y madera, y cubiertas de tejas. Algunos propietarios de mas
recursos las ocultaban bajo un disfraz exterior que semejaba la piedra, con
barro y cal, siguiendo el ejemplo de Lirnalza.
Hacia 1610, Antonio Vkquez de Espinoza seiialaba que Santiago tenia
346 casas y de ellas 285 “de h e n edifiio’; con huertas y jardines. En 1657 la
cfia alcanzaba las 526 casas y hacia 1700, su numero se habia duplicado, con
un poblamiento que habia sobrepasado 10s limites del m a d o original de la
ciudad. En 1707, esta contaba con 997 propietarios y mil cams edificadas121.
Obviamente, estas cifras ocultan una gran heterogeneidad, pues la estrati-
ficacidn social vista en el capitulo anterior se implantaba con toda su comple-
jidad en la distribucidn del espacio urbano. Asi, tal como en un comienzo el
grupo de conquistadores formaba una capa homoghea que fue poco a poco
jerarquizhdose conforme ala posibilidad de acceso alas fuentes de riqueza y
de prestigio, la ciudad respondera a un proceso similar. Ella h e repartida
desde su centro neurdgico siguiendo 10s intentos conscientes de las elites -a
traves del control del Cabildo- de marcar una diferenciacidn estamental y de
fijar determinados sectores para la residencia de 10s diferentes estratos de la
lIg CI. Juan y De Ulloa, op. cis torno III, lib. 11, p. 331; Gabriel Guarda, “lglesias, capillas
y oratorios de la ciudad de Santiago de Chile, 1541-1817”.La catedral es un buen ejemplo de
esta transitoriedad de la arquitectura. En 1650, el obispo Gaspar de Villarmel habia logrado
reconstruirla, pero cay6 nuevamente con el temblor de I657 (que fue terremota en Concep-
cion). Volvia a reconstruirse a partir de 1667, pero h e destruida con el terremoto de 1670;
reconstruida y consagrada nuevamente en 1687. Luego vino el gran sismo de 17.0,que arras6
la ciudad. L a catedral se volvio a restaurar recien a partir de 1745, annque ahom con un plan0
diferente, siguiendo la moda neoclisica Vease el acta de Cabildo de 28 de noviembre de
lfiR7, en que se disponen fiestas y comdas de toros por la consagracion de la nueva catedral.
lZo Juan y De Llloa, op. cit., tom0 nr, lib. I, p. 38 y ss., para el ejemplo de Lima,y torno
III, lib. 11, pp. 330-331, para el cas0 de Santiago.
lz1 Vizquez de Espinosa, op. cif., passim; Enrich, op. d., tom0 I, p. 645; De Rambn,
Hittoria lrrbana..., op. cil., pp. 13 y 16.
69
poblaci6n. Las inmigraciones de mano de obra indigena y la complejizaci6n
6tnico-social de la ciudad no europea, contribuyeron a poblar 10s barrios
perif&icos, haciendo de 10s conceptos de urbanizacion y de estratificaciondos
fen6menos constitutivosde m rnismo proceso.
A partir de 10s contornos de la plaza mayor, por lo tanto, el espacio se
jerarquizaba progresivamente, tanto en el nivel social de la poblacion como
en la calidad de las habitaciones y de las condiciones urbanas. Las residencias
de la aristocracia ocupaban 10s terrenos de mayor valor, en las manzanas en
torno al centro de la ciudad, donde aparecen habitando 10s m b altos grados
militares'22.Su presencia se extendia, adem&, por las calles de 10s costados
oriente y poniente de la plaza en direccidn al sur, hasta la Caiiada -por la calle
"de Ahumada" y la que pasaba por el costado de 10s agustinos-, donde tam-
bi6n aparecen residiendo varios capitanes'". Alonso de Ovalle infonnaba,
justamente, que el lugar donde estaba instalado el convent0 agustino "es el
sitio de 10s mejores del lugar y no hay ninguno que est6 mas en medio del
comercio"'24.Armando de Ram@ por su parte, apunta que el nivel social y
econ6mico de muchos de 10s moradores de la Caiiada permitia la existencia
de edificios s6lidos y m5s costosos,junto a 10s grandes conventos de francisca-
nos y c1arisaP.
Las casas de esta elite terrateniente-mercantil se distinguian por la relativa
suntuosidad que les permitia el "enriquecimiento" vivido desde las primeras
decadas del siglo XVII. L o s m b poderosos acentuaban su ostentacih constru-
yendo sus casas con dos pisos y adornkndolas de torrecillas y balcones. Al
igual que 10s edificios de la plaza de m a s , estas caracteristicas las hacian
realzar visualmente en medio de un paisaje de casas bajas y mondtonas, desta-
cando simbblicamente, por lo mismo, el grado de importancia de sus propie-
tarios.
Hacia 10s limites semi-rurdes de la ciudad, 10s p p o s de espaiioles mo-
destos y de mestizos artesanos cedian lugar d espacio de indigenas, "castas" y
marginales, habitantes segregados en 10s barrios perif6ricos. Hacia el norte
del n o Mapocho se i r h constituyendo progresivamente 10s barrios "popula-
res" que en el siglo XVIII se identificarin como "La Chimba" y "La Cafiadilla",
y que entroncaban con el llamado "camino de Chile", paso obligado de todo
el trfico que descendia de la cordillera, del norte y de Valparaiso. Esos s e r h
En las actas del Cabildo correspondientes a mayo de cada cuio, cuando se preparaba la
procesi6n de Cotps Cli&i, se sefialaban las calles del recorrido, denominadas de acuerdo alos
notables que alli habitaban, 10s que aparecen con sus respectivos grados militares: vbase, por
ejemplo, A.C.S., XLVII, pp. 162 y 247-248; A.C.S., L, pp. 136 y 195. La relacih proporaonal
existente entre altos precios de terrenos y proximidad al centro de la ciudad ha sido estudiada
en varios de 10s trabajos de Armando de Ramon.
'23 Cf. acta del Cabildo, 6 de marzo de 1699, A.C.S., XLIV, p. 235.
'" O d l e , op. c i f , C.H.Ch, torno MI,lib. v, p. 272.
De Ramh, Hhtoria urbana ..., op. tit., p. 17.
70
10s espacios ocupados tradicionalmente por la poblaci6n indigena, la mayoria
emigrada desde otras regiones, corn0 hemos visto.
Al sur de la Cdada, poi su parte, surgieron, entre 1675 y 1690,los “ba-
mos” de San Diego, San Francisco, del Hospital y del Carmen, en referencia
a 10s principales edificios del sector. Alli se habian constituido sitios peque-
iios, con construcciones modestas que daban al conjunto el aspect0 de un
ranchdo provisional126.
Luego, en limites bastante vagos, 10s espacios habitados por estos p p o s
se confundian rfipidamente con el mundo agrario, pues el villomo capitalino
estaba rodeado de una primera cintura de chacras y viiias, para seguir a conti-
nuaci6n con las grandes estancias ganaderas. No debemos olvidar el peso
omnipresente que ejercla el mundo agrario sobre esta capital colonial. Pese a
su indudable rol urbano en la regidn, Santiago mantenia a ~ en n el siglo XVIII
su caracteristica semicampesina, con su plaza mayor actuando como centro
del comercio agricola local, pemanentemente ocupada por animales,produc-
tos y gente venida de 10s campos cercanoslZ7.
Lo urbano
controladopor lo sagrado
‘16 De Rambn, Historia urbana ..., op. cit., pp. 88-89y 178.179.
!17Barros Arana, Historia..., @.tit., toma 111, p. 174. Este autor indica que si bien durante
el siglo XVIII las antiguas parcelaciones urbanas se habian subdividido, continuaban siendo
amplias, por lo que la mayoria de las casas tenian en su interior un huerto y crianza de aves
domesticas: tomo IV,pp. 284-285.
Cf. Lucien Febvre, Elprobkma de la innedulidud en el d ~ l m.o La religidn deRabdaiS, pp.
310-312.
71
conjuraban 10s peligros, con plegarias y procesiones, y se obtenia la Facia.
La campanas cumplian un rol de verdadero medio de comunicacidn de ma-
sas, convocando a la comunidad no 610 para eventos religiosos sin0 tambien
para emergencias civiles, a traves de codigos auditivos comprensibles por
todos. Las de 10s conventos, por su parte, marcaban cotidianamente las horas
canhicas, dominando el tiempo artificial de la vida urbana, marcando peri6-
dicamente el papel de referente esencial que cumplian para toda la comuni-
dadlB. Como seiialaJean Duvignaud, las iglesias, en pleno proceso de expan-
sidn arquitecthnicaa partir de fines de la Edad Media, heron concebidas para
una ciudad que domina, resume e informa, fijandole sus cteen~ias’~~.
En terminos visuales, junto a 10s edificios de la plaza y a las habitaciones
de 10snotables, las verdaderas referencias espaciales, por su altura, su numero
y su distribucibn, s e r h las iglesias y 10s conventos, cada vez mas numerosos
al avanzar el siglo x w . Sus campanarios,por su elevacion superior, se destaca-
ban con preeminencia y 10s claustros mas importantes, como 10s de 10s con-
ventos de mercedarios, dominicos, agustinos y franciscanos,eran tambikn de
dos pi so^'^^. Adem&, cada templo tenia delante una pequeiia plazoleta que,
corno lo apuntaba Ovalle, servia no solo para sus procesiones sin0 tambien
como centro de sociabilidad y referente espacial para el barrio respectivo’”“.
Por otro lado, tanto en la documentacidn oficial como en la costumbre popu-
lar, muchas de las calles fueron designiindose con el nombre de 10s estableci-
mientos religiosos que se ubicaban en su transcurso. La urbe compartia su
toponimia, asi, entre 10s diferentes actores del poder, pues no debemos olvidar
las calles bautizadas con 10s apellidos de sus habitantes notables, ni tampoco
la calle... “del Rey” -entre el n o Mapocho y la plaza de armas, por el costado
oriente del convent0 de Santo Domingo-.
A partir de la catedral, en el centro simbdlico del poder colonial, el San-
tiago castellano pareciera abrazar su radio de asentamiento con unaiglesia en
129 Viase nuestro tmbajo “La percepddn del tiempo en la Calonia: poderes y sensibilidades”.
I3O Jean Duvignaud, Sociologia dd tcabo. Emuyo sobre !us sonbras coleclivas, p. 83. Louis
Marin nos habla, asi de una “manipulaci6n” del espacio que preexiste al desfde -procesion o
cortejo-, en raz6n de 10s ejes y calles escogidos y tambien del emplazamiento de 10s edificios
-religiosos o civiles-; una manipdadan que %e acompGa necesariamente de la producci6n
de un espacio que le es especifico”:“Une mise en signi€icationde I’espace social: manifestation,
cortege, defile. procession (notes semiotiques)”,p. 50 [traduccion nuestra].
l3I Ovalle, op. cif., C.H.Ch., tomo XII, lib. Y, pp. 271-273.
13* OF. cif., p. 269. Corno para toda la estructura fundamental de la ciudad americana,
heron las propias O r h a w a s de descubrtmrentas de 1573, las que establecieron la distribucih
de 10s diferentes templos y monasterios en las “plazas menores” -la “plaza mayor” era el sitio
resewado a la catedral o templo principal-, y en forma proporcional a l espacio de la ciudad:
Bonet, El urbanism..., qb. cif., p. 181. Mfis alla de 10s limites urbanos, al igual que ocuma en
la Espaia de la ipoca, las ciudades como Santiago tambien actuaban como cenuos devocionales
para la zona rural de su entorno, cuyos habitantes conociau muy bien la geografia sagrada de
templos, santos, imigenes milagrosas y reliquias locales: cf. William Christian, Reltgtosidad
local en lo Espada de A l $ e I4 p. 186.
72
cada punto cardinal. Este papel se acentuaba, por supuesto, dada la pequeiiez
de la ciudad edificada. De hecho, el espacio que definimos como el centro
original de Santiago habia estado delimitado desde el siglo XVI por una serie
de ermitas o pequeiias capillas alejadas del centro. Si bien no tenian un cult0
permanente, ellas definian, al mismo tiempo, 10s extramuros de la ciudad y 10s
limites de la devocidn "ortodoxa" e~paiiola'~~. El cristianismo se instalb, asi,
en el espacio de fundacion urbana de 10s europeos antes de que 6ste fuese
edificado. La Iglesia marc6 simbblicamente, con su monopolio de la protec-
ci6n sobrenatural, el espacio de la ciudad castellana imaginada y legali~ada'~~.
Poco a poco, la ciudad h e estructurkndose de acuerdo a Areas de influen-
cia donde predominaba la presenda de una orden religiosa especifca. hi, por
el XORTE, a principios del siglo XVII la poblaci6n llegaba hasta el no Mapocho,
en la parte flanqueada por el convento de 10s dominicos. Este habia sido fun-
dado en 1557, aunque recien en 1570 se levantaria su primera iglesia, que fue
destruidajunto con el convento por el terremoto de 1647. M& all5 del Mapocho,
como lo hemos visto, se extendian terrenos agricolas, especialmente de viiias,
y el sector de la Chimba, habitado progresivamente por estratos bajos. En
todo caso, el Area norte de la capital era de influencia predominantemente
dominica, no s610 a partir de su gran convento, que limitaba el espacio propia-
mente urbano, sino tambien por las tierras de que e r a propietarios en 10s
alrededores del cerro Blanco o de Montserrate. La ermita de Montserrate -
fundada en recuerdo de una devoci6n similar en Cataluiia-, h e incluso cedida
a esta orden en 1576135. Ya en la decada de 1580,los dominicos habian hecho
suya la advocaci6q trasladando su cult0 al convento y ocupando esas tierras
para alq~ilarlas'~~.Alli estaba tambikn la gran viAa de la orden. Su presencia
Hacia el node -si bien alejada del espaao urbano-: la capilla de Nuestra Seiiora de
Montsede, establecida junto al cerro Blanco desde 10s comienzos de la conquista; hacia el
poniente: la capilla Santa Ana, establedda por el Cabildo en 1587;hacia el sur-poniente: Sa n
k a r o , establecida en 1575; hada el sur: la capilla de Nuestra Sefiora del Socorro, establecida
por Pedro de Valdivia luego de la fimdacion de la dudad; h a a a el oriente: la capiUa de Santa
Lucia, en la colina del misrno nombre, tambien establecida en 10s primeros afios, y San
Saturnine, al pie de ella, fundada en 1577: De Ramon, Santiago & Chife.., e. n't., pp. 67-68.
13( Corno recordaba el jesuita Alonso de Ovalle, el peso primordial que tenia lareligi6n en
la cultura hispinica hada que 10s mayores esfuemos de construccion se hubicran orientado,
desde el comienzo de la conquista, a la elevacidn de 10s templos principales, induso antes de
ascntar 10s primeros edificias civiles: Dp. n't., C.H.Ch., tom0 mr, lib. V, p. 270.
I M En el Arcluvo Nacional, rondo Real Audienda, vol. 321, se encuentra un juiao de
Pedro Gdrnez Pardo con el convento de Santo Domingo sobre tierras en el barrio de la
Chimba. Entre 10s docurnentos del proceso se encuentra una escritura de donacidn de las
%erras de Montserrate" hecha por Pedro de Valdivia a In& de Sukez el 2 de enero de 1550,
y la escritura posterior de donaci6n de esas rnismas tierras al convento de Santo Domingo,
hecha par Rodngo de Quiroga -fundador de la ennita- y su esposa Inis de Suirez el 23 de
noviembre de 1576.
'36 Carta del obispo de Santiago a l Rey, 18 de febrero de 1585, C.D.A.S., I, p. 29.
73
religiosa en el sector se refon6 con la fundacion de un establecimiento de
estricta observancia -1arecolecci6n dominica- en la dacada de 1660137.
Por el PONIENTE, la predominancia era jesuita, pues la mayor parte de la
urbe edificada finalizaba en el Colegio Maxim0 de San Miguel. Apenas llega-
da esta orden, en 1593, establecieron una pequeiia capdla y al afio siguienteya
estaba en funciones una rudimentaria escuela. El resto de la parcela les fue
donado en 1620por un notable piadoso y con todo este conjunto formaron su
establecimiento. Luego del terremoto de 1647 se emplearon cerca de treinta
afios en su reedificaci6n, surgiendo de ella unaimponente iglesia barroca que
perdur6 hasta su incendio en el siglo m.A juicio de varios observadores, era
el templo m5s destacado y suntuoso de la capital13*.En la esquina encontrada
se establecio, en 1625, el internado o convictorio de San FranciscoJavier,
destinado a la enseiianza de hijos de familias acomodadas.
Miis hacia el oeste, las quintas, huertas y viiias se extendian en el horizon-
te, ya rural. La presencia de edificios eclesibticos s610 estaba marcada por la
ermita, m6s tarde parroquia, de Santa Ana (1587;parroquia desde 1635).In-
cluso, todavia a mediados del siglo MI, esta iglesia, asi como la capilla de San
&aro (1575;erigida parroquia en 1775), en La Cafiada, seguian siendo consi-
deradas como rurales y como 10s liltimos bastiones de la &dad ~astellana'~~.
M S tarde este sector de predominanciajesuita se extendid con una dona-
ci6n de terrenos al borde del Mapocho hecha en 1678 por una rica viuda
retirada a l monasterio de las carmelitas. Los jesuitas construyeron alli el cole-
gio de San Pablo, destinado a 10s religiosos de tercer grad0 en la formacibn, y
levantaron una pequefia iglesia, incluyendo su respectivapla~oleta'~~. Algunos
L37 Por esos mismos aiios -1663-, un poco m h al JUT,en pleno barrio de 'La Chimba", se
estableda la recolecci6n franciscana -el LConvento de Recoletos de la Orden del SerSico
Padre San Francisco"-, fundado por donacib de Nicolb Garcia, un rico alfaez veterano. Al
parecer, la presencia franascana en el lugar ya estaba atestada desde 1645, fecha en que dicho
donador habia terminado de reconshuir una antigua ennita que habria servido de base al
convento: Guarda, 'lglesias, capillas...", Op. cii, pp. 140 y 148.
La opinion del jesuita Almso de Ovalle, que alababa la superioridadde dicho templo (Op.
CI'L, C.H.Ch., tomo XII, lib. v, p. 2721,h e corroborada amediados del siglo xvn~ por 10s viajeros
Jorge Juan y Antonio de Unoa: "h iglesias de 10s conventos son capaces;las m h fabricadas de
ladrillos, y otraa de piedra; distinguiCndoseentre todas lasde la Compaiiia por la mejor arquitec-
tura, que luce en ellas; las parroquias ni en fAbrica, ni en la decencia de 10s interiores adomos se
les ipualan, falthdoles mucho para pamchceles": Op. nl, tomo m,lib. 11, p. 332. A comienzos
del mismo siglo, el viajero F r a n d s AmCdCe Fr15zierseiialaba: ' higlesias son ricas en dorados;
per0 toda la quitectura ea de mal gusto, si se exceptria la de 10s jesuitas": op. dt, p. 80.
Las autoridades -civiles y religiosas- estaban conscientes del papel jugado por errtas
iglesias perifEricas. 1,uego del terremoto de 1647, por ejemplo, el Cabildo acordaba: '[ . .I que
se d@orden de reedificar la mpilla de el seiior San Limro, pues tiene madera para ello, que
estan sin misa ni consuelo espiritual todas las personas que habitan por aquella parte donde
est& que son muchas": A.C.S., XXXIII, p. 285.
IU) En el documento oficial por el mal se hacia la donacih, Ana Elores -la propielaria-
seiialaba: "Que par cuanto es del servicio de Dios Nuestro Sefior erigir y fabricar templos
74
afios despuks, en 1686, se estableci6 en este sector semi-urbano la e d t a y
beaterio de Sank Rosa de Lima -dependiente de la orden dominica-, que h e
refundada como monasterio en 1754.
El extremo SUR-PONIENTE de la capital tambi&nseria controlado en parte
por 10sjesuitas con su colegio de novicios (1646?)y la pequefia iglesia de San
Miguel, construida a fines del siglo XVII (1699)en respuesta a la expansi6n de
la ciudad hacia esos lugares. En este mismo sector se habia instalado, en 1660,
el colegio de novicios agustinos. En 1701,losjesuitas llegarfan a establecerse,
tambih, en el extremo sur-oriente,un poco mas alla del monasterio del “Car-
men Alto”,al instalar una Casa de Ejercicios de San Ignacio -1lamada “de la
Ollena”, por el nombre del lugar-. Con ella lograban atraer la poblacidn
rural que poblaba esa zona, transfonnada en uno de 10s espacios por 10s que la
urbe comenzaba a extenderse progresivamente desde fines del siglo XVII.
Por el SUR, como lo hemos visto, la ciudad se detenia en la caiiada, k e a de
influencia de 10s franciscanos y agustinos. En la parte central de esta avenida
se alineaba un bloque de presencia religiosa que comprendia, por el costado
sur y en hilera hacia el poniente: la iglesia y el colegio franciscano de San
Diego de Alcal5 (1663);el convento principal de esta misma congregaci6n; el
hospital de SmJuan de Dios (c. 1550),con el convento de la orden establecido
en 1617. Por el costado norte encontramos el monasterio femenino de Santa
Clara, llamado “de antigua fundaci6n” (1604)-dependiente, tambien, de la
orden fran~iscana-’~’ y el monasterio de las agustinas (1574).Equidistante en-
tre ambos se encontraba, a su vez, el convento masculino de 10s agustinos
(1595),aunque estaba separado de la Cafiada por una manzanaurbana.
Es importante conservar el dato de que el convento franciscano surgi6 a
partir de la ermita de Nuestra Seiiora del Socorro, fundada con laimagen que al
parecer el propio Pedro de Valdivia habria traido desde Espaiia En 1554 este
lugar h e cedido a 10s franciscanos, que construyeron alli su iglesia y el edificio
del convento, comenzados a fines del siglo XVI y terminados recien en 1618.
El monasterio de las agustinas, por su parte, era la fundaci6n m h extensa
y rica de la ciudad en el siglo mi, con m5s de cuatrocientas personas, entre
monjas y criadas. Sus celdas eran costosas (fuerade la dote, entre tres y cuatro
mil pesos), por lo que todas sus novicias provenian de la aristocracia, lo mis-
mo que el gran nfimero de niiias confiadas a su cuidado y enseiianza.
donde se celebre el cult0 divino y especialmente pot su gran necesidad que todas las personas
que viven y tienen sus casas y moradas en estos barrios adonde e s t i f’undada dicha iglesia y ser
gente muy pobre que no tienen comodidad de salir para las iglesias de la ciudad a oir misa
I...]”:A.N.R.A., vol. 2938, pza 10, tit. por De Ramon, Histwia u r b a ..., ~ op.cit., p. 23. Cf.
tambien Carvallo y Goyeneche, Desnipcidn..., op. cit., C.H.Ch., tomo x, pp. 46-47.
‘ ( I Sus fundadoras provenian de un antiguo convent0 instalado en la ciudad de Osorno.
Luego de la contraofensivaindigena de 1598, que destruyo las ciudades del sur, debieron huh
a Santiago.
75
Frente a la3 agustinas se encontraba el colegio franciscano de San Diego,
por cuyo costado este pasaba el camino tradicional del Valle Central. Dicha
arteria servia como la entrada sur a la ciudad y era utilizada cotidianamente
para desarrollar el tn%co comercial con el campo inmediato.
Mas all&de la Cafiada, el progresivo poblamiento del sector sur motiv6,
en 1686, el establecimientode la parroquia de San Isidro Labrador, una tosca
iglesia de adobones, aislada de la ciudad en medio de chacras y orientada
hacia esos suburbios semi-rurales. Su propia advocaci6n se ligaba directamen-
te a lavida del campo, por lo que su devoci6n h e importante desde el comien-
zo, siendo apoyada por laimagen que aJli habia del santo, tallada en
Hacia el ORIENTEde laciudad, por tiltimo, predominaban 10s mercedarios,
con la calle delimitadapor su convento de tres parcelas imponentes, estableci-
do desde 1549 sobre un sitio donado por el Cabildo. Entre 1562 y 1580, gra-
cias a otra donaci6n proveniente de Rodrigo de Quiroga -uno de 10s suceso-
res de Pedro de Valdivia- construyeron la que seria la primera iglesiaterminada
en la ci~dad’*~. A este gran convento se unia la ermita de Santa Lucia (c. 1541)
-tambiCn bajo control mercedario-, que le otorgaba un peso sagrado a la
colina del mismo nombre, y la capilla de San Saturnino (ermita desde 1577).
Mucho m h tarde se instalaria, hacia el sur-oriente, el rnonasterio “del Cam-ien
Alto”. La donaci6n de 10sterrenos h e hecha por un veterano militar, Francis-
co de Bardesi, y las fundadoras-de la reforma de sank Teresa- vinieron desde
el monasterio de Chuquisaca, establecihdose en 1689.
En febrero de 1678, por su parte, en plena coraz6n de la ciudad, se habia
instalado el monasterio de Santa Clara denominado “de nueva fundacidn”.
Gracias al dinero legado por otro notable piadoso (Alonso del Campo
Lantadilla),dicha orden pudo adquirir una de las manzanas m h valiosas, en la
esquina de la plaza mayor144.
I+* De Ramdn, Santiago & CMc..., op. cit., p. 119. Su aislamiento espacial lo perdid recidn
76
LOS PILARES INSTITUCIONALES
77
Dentro de este proceso de jerarquizaci6n administrativay territorial, un
gran paso se dio al formar, por sobre estared de gobernadoresy de audiencias,
grandes submetr6polis coloniales con capitales en MCxico yen Lima.Gracias
a su supremacia administrativase convirtieron en 10s centros politicos, econ6-
micos y culturales del continente, subordinando muchas veces a sus intereses
locales 10s de las provincias que dependian de sujurisdicci6n. A la cabeza de
estas grandes unidades administrativasse hallaba el Virrey que, como su nom-
bre lo indica, representaba personal y directamente las funciones del Monarca
Dicha representacidn -su caracteristica principal- se acentuaba por el cariicter
nobiliario de sus titulares, por la calidad y extension de sus poderes y por el
boato y magnificencia de su presencia.
El Virrey presidia la Audienda establecidaen su ciudad de asiento y estaba
facultado para legislar en nombre del Rey para casos especifcos en su jurisdic-
cidn. Si bien esta prerrogativa tambi6n la cornpartian 10s gobernadores, 10s
virreyes, lo mismo que las audiencias,podian hacerlo en forma de “provisiones
reales”, con un sello original de la monarquia que era conservado en las oficinas
de dicha institucibn.AI estampar este sello el documento adquir-avalidez como
emanado de la propia mano del Rey, con lo cud las disposiciones se revestian
de un aura de autoridad superior e impersonal.A diferencia del papel colegiado
de la Audiencia, el Virrey encarnaba el objetivo piramidal y monocriitico de la
burocracia colonial, al servir de prolongacidn corporal de 10s conceptos de
soberanfa y de carisma propios al MonarcalG.En t6rminos de gobierno, el Vi-
rrey, tal como el Gobernador de unaprovimia, podia autorizar nuevas conquis-
tas,o t o r p encomiendas, proveer oficios, conceder perdbn, etc. Actuaba tam-
bidn como Capith General de 10s ejercitos de su jurisdiction, a excepci6n de
10s territorios que estaban designados especifcamente con este rango, por su
importancia estr&gica o su inestabilidad b&aU7.
La administraci6n de ultramar, como vemos, establecia una separaci6n
entre las distintas esferas administrativas y, al mismo tiempo, una superposi-
ci6n y acumulacion de el!as, en funci6n de las realidades locales. A lo largo
del siglo XVI, la organizacidn estatal y el derecho indiano convirtieron, subdi-
vidieron o reunieron a Ias colonias americanas en entidades de administracidn
militar, civil, de justicia, de hacienda,...S d o paulatinamente se h e definiendo
una cierta uniformidad en cuanto alas caracteristicasinstitucionalesy atribu-
ciones para el gobierno de las distintas provincias. h i , fueron muchas m&s las
entidades creadas como gobernaciones simples, bajo una autoridad encargada
’‘ Pietschmann, Op. n’t., pp. 137-141. Se@ 10s viajerosJorge Juan y Antonio de m o a :
“La majestad de este empleo, a excepcion de la de 10s sobemnos, es de las mayores que se
conocen, y todas las ceremonias de el son correspondientes a la &@dad y gerarquia del
titulo”: Op. tit., tomo nr, p. 52.
I” S e e n las ordenanzas respectivas de 1546, el Virrey,como representation personalisima
del monarca espaiiol, podia hacer u ordenar lo mismo que 61, “de cualquier calidad o condi-
ci6n que sea o pueda ser [dicha decision]”: Gbngora, El Estado..., op. cit., p. 64.
78
de la administracicin civil y de justicia en primera instancia, que las estableci-
das como audiencias -distritos de administracidn judicial suprema- o como
capitanias generales -circunscripcion de administracihn militax-.
Luego veniaunajerarquia paralela, product0 de la superposici6n de juris-
dicciones y de la respectiva acumulacidn de cargos en sus autoridades titula-
res. El modelo para estas combinacioneslo daba el propio Virrey, que era, a la
vez, Gobernador, Capitsin General y presidente de la Audiencia de la capital.
La reuni6n de todos estos cargos -cada uno de 10s cuales representaba la
cabeza juridica de una esfera de administracidn- en la mano de una sola per-
sona, era considerada como la constitucidn de una entidad relativamente a u t 6
noma y sujeta directamentea la rnetr6p0li“~.
Guardando las proporciones,UM situacicinsimilar se presentad en el caso
de Chile, donde sus caracteristicas locales lo Ilevarh a asumir un peso politi-
co de un cierto nivel regional, pese a sus condiciones perifhicas ”estructura-
les”. Lapresencia estatal se inicio aqui como la de cualquier entidad temtorial
marginal del continente, bajo el mando de un Gobernador. A causa de laper-
manencia del roce bdico con la poblacidn abongen del sur, sin embargo, la
Corona design6 ala colonia chilena como capitanh general. Esta alta denomi-
naci6n castrense -que compartia con las provincias centroamericanasde Cuba,
Guatemala y Nueva Granada (Venezuela y Colombia) y con las islas Filipi-
nas-, le otorgaba un halo de superioridad jurisdiccional en relaci6n con otras
provincias del imperio americano.
Por esta condicidn, Chile se presentaba con mks atractivo en la carrera
funcionaria o en la petici6n de nombramientos reales en relaci6n con otras
unidades similares. Los gobernadores, que al mismo tiempo asumian las atri-
buciones del cargo de Capitiin General, poseian, asi, elevados grados militares
-honorificos o profesionales- y muchas veces titulos nobiliarios y de 6rdenes
militares (de Santiago y de Calatrava, e~pecialmente)’~~.
En 1567, el establecimiento de una Audiencia Real en Concepci6n com-
plet6 la trilogia de cargos a m u l a d o s , al agregar al Gobernador/Capith Ge-
neral el titulo de presidente de dicho tribunal. Con ello no s610 se acentuaba la
importancia relativa de la autoridad chilena, sino tambien -al menos norninal-
mente- la independencia politica respecto al virreinatoUo.
majeskzd caf6!ica del wy don Carior II nueslm snior, tom0 11, lib. 111, tit. III, ley xxx, se indxa: “Que
el virrey del Peni y Audiencia de Lima no se entrometan en el gobiemo de Chile, si no here
en casos graves, y de mucha impartancia.[...].Es nuestra voluntad, que 10s virreyes del Feni y
Audicncia de Hma no impidan. ni embaracen a l Presidente, Governador y Capitan General
de Chile en el govierno, si no here en casos graves I...]”. Si bien esta disposiuon se dict6 en
1597, mando en Chile se habia suprimido su Audienua, al parecer se mantuvo la costumbre
79
Elgobernador chilmo:
un vicario militarfimte a la capital civil
"[ ...I y porque 10s gobernadores del dicho reino de Chile se han de recibir
en la ciudad de Santiago, como cabeza de aquellagobernacidn, y atento la
necesidad de ir derecho ala ciudad de la Concepcion o al herte de Arauco,
y porque asi conviene por esta vez, y sin pejuicio de la costumbre y
derecho de la dicha ciudad [...I, mando al Cabildo [.. I de la dicha ciudad
de la Concepci6n [...I tomen y reciban de vos [.. I el juramento
de nombrarlo con sus tres titulos. Por su parte, el viajero francis Amidie Frizier apuntaba a
comienzos del siglo XVIII: "Aunque el Presidente depende del Virrei del PexG, el alejamiento
disminuye mucho su dependencia, de modo que se le puede considerar en Chile como Virrei
tambiin I...]": $I. cit., p. 83.
15' Hay ocasiones en que 10s nuevos gobemadores llegaban primer0 a Santiago, cam0
sucedia con 10s que venian por tierra desde Buenos Aires. No obstante, luego de cumplir 10s
ritos de rigor, continuaban rumbo al sur. Sabre este tema puede encontrarse una infoxmaci6n
m C detallada en nuestro trabajo: "Conllicto y equilibrios simb6licos ante un nuevo actor
politico: la Real Audiencia en Santiago desde 1609".
' Acta del Cabildo, 1 de abril de 1605, A.C.S., X X I , p, 200. En la sesion de 8 de j d o ,
5
.
1
&scutienda sobre la inminente venida del nuevo Gobernador a la capital, se insiste en prepararle
80
Sin embargo, para efectos de nuestra indagacidn, debemos subrayar las
consecuencias que trafa su ausencia prolongada de Santiago en relacidn con el
papel que debiajugar en el universo ritual del poder. En efecto, vemos que su
papel de representante vicario del carisma y de la soberania monkrquica, rol
orientado a la persuasi6n legitimante de la cabeza lejana y que se basaba en su
presencia corporal en esas ceremonias, se ejercici la mayor parte del tiempo
lejos de la capital. El Gobernador s610 las presidia en Santiago cuando ellas
coincidian con su eventual estadia invernal o por razones e~peciales’~~.
Recien a fines del siglo XVII y sobre todo a partir de 1710, cuando el
gobernador Juan AndrCs de Ustiiriz decide instalarse definitivamente en la
capital, podemos hablar de un aparato estatal de presencia unitaria permanen-
te, centralizado en sus decisiones y en su proyeccidn politica a nivel simboli-
~ 0La ~representaci6n
~ ~ . de un modelo cortesano de poder se reherza en las
primeras decadas del siglo XVIIX,adem&, par la presencia de la propia familia
del gobemador, de sus criados y de una guardia militar personal, al estilo del
virrey peruanoE5.Per0 Cste sera un proceso propio del siglo borbdnico y de
las fuerzas constructivistas y absolutistas que marc- su dinamismo.
un recibimiento ostentoso, en la idea de que esta ciudad “es cabeza de gobernacidn y donde
siempre se han recebido 10s gobernadores que a gobemar el reino han venido”: @. cit, p. 213.
...,
Cr. Carvallo y Goyeneche, Dcsmipcidn op. cit.. C.H.Ch., torno VIIX, p. 227. Esta
funci6n ceremonial, como receptor corporal de parabienes o condolencias con rnotivo de un
acontecimiento monirquico, era en muchos aspectos similar al de 10s vimeyes: cf. Manuel
Josef de Ayalq Diccianan‘o dc g a b i m o y legislacion de Indias, torno 11, pp. 34 y 36. En 1710, en
rnomentos en que el Gabernador decidia instalarse definitivamente en Santiago, descubrid
sorprendido la ausencia de la costumbre de efectuar estas ceremonias, por lo que ordend su
inmediata instauracion: carta del Gobernador aJ Rey, 20 de octubre de 1710, A.G.I., “Chile”,
vol. 88, s/P.
En las actas del Cabildo comienzan a aparecer asi, a partir de esta fecha, frecuentes
alusiones al gobemador presente en la ciudad, debido a la obligaci6n de darle cuenta de sus
resoluciones mis importantes. Viase, por ejemplo, la sesidn de 18 de julia de 1711, A.C.S.,
XLVII, p. 109. Hacia 1712. el viajero Am6die FrCzier confirmaba que esta autaridad residia ya
en forma permanente en Santiago, sefialando que sblo estaba obligada a i r a la frontera cada
tres aiios: Frezier, op. cif., p. 82. Por su parte, Vicente Carvallo y Goyeneche anota hacia fines
del siglo XVIII: -En la antieedad, hacian 10s gobernadores una estaci6n pasajera en esta
ciudad, porque la conquista y g u e m de 10s indios pedian su presencia en la frontera, hasta que
pacificados aquellos naturales en fin del siglo anterior, se estableao se residiesen seis meses en
el aiio en ella y 10s otros seis en el de la Concepcidn; per0 alterado este establecimiento, han
determinado su permanencia con la carp de visitar la frontera dos o tres veces en el tiempo de
su gobiemo. Y a h esta pt.iictca la redujeron a una sola visita resewando volver por aquellos
lados cuando lo pida algun asunto interesante”: Desm$cibn..,Dp. &., C.H.Ch., torno x, p. 32.
3’ Sobre la presencia de la familia del Gobernador, vease, por ejemplo, acta del Cabildo
de 5 de octubre de 1717, A.C.S.. L, pp. 155-156. Sobrc el establecimiento de su +a en
Santiago, veanse la cartas del gobernador Francisco Ibaiiez al Rey, de 20 de agasto y de 19 de
septiembre de 1708, A.G.I., “Chile”, vol. 87, s/P. Sobre la guar&a del Virrey. cf. Juan y De
Ulloa, op. cil., III, lib. I, p. 52.
81
Lo Real Adimcia MI Santiago
‘j6El concepto de ‘cork”, tmbajado a partir del rnodelo aportado par Norbert E lias para
la Francia de Luis XIV, puede resultar uti1 para comprender, en su sentido global, alpnos
aspectos de la sodedad del Antiguo Regimen; entre ellos, sus aspectos ceremonides: La sonlfe
de cow. Para el mundo americano esta comparacidn ya ha dado resultados en el trabajo de
Fernando Urquiza, “Etiquetas y conflictos: el obispo, el virrey y el Cabildo en el Rio de la
Plata en la segunda mitad del siglo xvnr”. Aqui, 10s componentes de la sociedad cortesana
europea son sustituidos por 10s p p o s institudonales urbanos del universo colonial, por lo
que el paradigma sociol6gico de Eliaa rnantiene su validez. Las tesis de Elias tambien han
iluminado dgunos estudios sobre Espaiia, como se ve en 10s trabajos reunidas par Jos6
Martinez M i l h bajo el titulo: La mite de Felipc Ifi cf. especialrnente su inboduccion: “ L o s
estudms sobre la corte. Interpretacidn de la corte de Felipe 11”.
”’ Ovalle, Op. cit., CHCh., torno XU, lib. V, p. 276.
‘5n S e e lo dspuesto en R.L.I., lib. XI,tit 15, ley LVII.
Sergio Villalobos Histwia ddpueblo chiieno, torno 11spp. 44-52. Fue bajo Felipe I1 que
las audiencias se elevaron d grad0 de cancillerias, con derecho de imponer el sello y de poder
dictar disposiciones en nombre del Monarca
a2
cion y al Gobernador que a E residia. De hecho, si la Audiencia s610 dura en
su primera instalacion escasos siete af~os(1567-1575),ello se debit, en un grad0
importante al papel preponderantemente militar de la ciudad del sur, de sus
habitantes y de sus autoridades16".
I6O Vease, al respecto, la opinion de RosaJes, oft. cif., torno 11, p. 831. Un anilisis detallado
en Leonard0 Mazzei, "Fundaci6n y supresi6n de la primera Audiencia de Chile: Concepuon
( 15 67-157.5)".
Carta al Rey, 10 de febrero de 1632. B.N.B.M.Ms., vol. 238, pza. 6432, fj. 436. M i s
detalles sobre esta coyuntura politica en Valenzuela, "Cbnflicto y equilibrios...",Op. n't., pnrsim
a..., Op. cit., tomo IV, pp. 232-233. Esta misma idea habia sido
162 Barros k a n a , Histari
propuesta par el jesuita Luis de Valdivia, como parte de su plan de "guena defensiva".
Pierre Chaunu, L'ESpagnc de Chrlcs Quint, tom0 11, p. 431.
Por ejemplo, la cidula enviada al gobernador Lope de Ulloa, en 25 de julio de 1620,
seiiala: "[ . .I y porque conviene a mi servicio y a la administraci6n de mi justicia que la dicha
Audiencia conozca de las cosaa que le tocaren, os mando no os embaraceis en ellas [.. I":
B.N.B.M.Ms., vol. 272, pza. 7876, fjs. 50-52.
83
dkcada de 1630las criticas ala audiencia de Santiago desaparecen, apuntando
con ello a una consolidaci6n de su papel tutelar sobre la zona de paz.
Un sueti0 cortwano
para lus eLii?es
165 Por ddula de 10 de rnarzo de 1579, el Rey ordenaba a la Audiencia de Santo Doming0
que no participase en las fiestas populares dc carnaval -como lo hacia hasta ese momento-,
"por ser en desautoridad de lo que representaban y ocasidn de que se les tuviere en menos de
lo que era necesario [.. I, pues aunque fuese rnotivo de regocijo y fiesta no les era decente y
podia causar menor respeto del que era necesario":Ayala, op. n'i, tomo 11, p. 16.
Gaspar de Villarroel, Gobimo eclesidrtuo p a o ~ my u n i h de los dos cudillos, pont@io y
regio, torno 11, pp. 5, 7 y 8.
Barros Arana, Histma...,ap. cil., pp. 234-235.
84
gos y promociones, con esquivamiento de inculpaciones por delitos, etc. La
relacion estrecha con las elites locales constituia una alianza d e mutuo inte-
r & P . Ella afncaba la comunicacion intrinseca de 10s distintos pilares del
sistema de poder, la que luego se materidizaria simbdlicamente en la partici-
pacion c o m b en las distintas expresiones litirgicas. Las elites, por un lado,
podian ofrecer riqueza, tierras, prestigio local,... Los oidores, de su parte, otor-
gaban apoyo politico y un apetecido ennoblecimiento de aura rnajestuosa,
producto de la gran respetabilidad de sus cargos y del hecho de que fueran
letrados y juristas de prestigio. Como indicaba el jesuita Alonso de Ovalle:
“Tambien sirve la Real Audiencia de que pase a Chile con sus ministros
mucha nobleza, y como se van sucediendo unos a otros y se van acimen-
tando en aquella tierra, ayudan a su poblacidn y aumento, con que se
continua la trabazon y correspondencia con Espaiia I...],y no se puede
negar que aunque accesorio, es de mucho lustre para la ciudad la autori-
dad que da a sus fiestas y actos piiblicos, la asistencia de un tribunal de
tanta veneracidn yrespeto [...In1@.
(destacadonuestro).En febrero del mismo aiio, el Obispo habia criticado el hecho de que “hoy
a entrado la locura de 10s trajes tan apriesa que trabajan s610 para sustentar la vanidad,
olvidados de sus oblipciones y s610 acordados que sus padres y abuelos sirvieron a Vluestra]
M[ajestad]”: at en Barros Arana, Historia..., 9.cit., torno IV, p. 285. Algunos aiios m h tarde,
85
A partir de esta situaci6n -histdrica, socioldgica y antropoldgica-, y a
pesar de las -des distancias que separan la experiencia francesa de la chile-
na, la proposicidn metodoldgica de Norbert Elias sirve para iluminar una
cierta idea de vida cortesana que vemos surgir a partir de la instalacion de la
Real Audiencia en Santiago. Como sefiala Roger Chartier,no se trata de ana-
lizar la corte en si, sino la sociedad que ha sido dotada de una corte y que se
organiza a partir de ella. La Corte, entonces, sirve de referencia para la
estructuracion del conjunto de relaciones sociales. Su funci6n es principal-
mente la de establecer una distincidn entre el hombre de Corte y el vulgar.
Per0 la Corte, si bien preserva la especificidad minoritaria de un estilo de
vida, es tambien el punto desde el mal se transmiten las nuevas conductas que
van a extenderse a otras capas de la sociedad”.
Partiendo de esta hipdtesis podfiamos evaluar el equilibrio que se logra
entre la Audiencia y el antiguo Cabildo como la conformacion de un nodulo
institucional de referencias comportamentales para la comunidad; la encarna-
cidn administrativa de un sistema de signos y de fonnas culturales que servian
como modelo formal al conjunto de la sociedad; un espejo, en fin,del rnodelo
hisphico que se buscaba reproducir y de las jerarquias que se intentaban
legitimar, entre 10s cuales las formas ceremoniales y las presencias liturgicas
ser6.n sus reveladores m h simbolicos.
De hecho, en 1710, el gobemador And& de Ustkriz hablaba de Santiago
como el asiento de una corte, debido a que alli residia,justamente, la Audien-
cialn. Ya nuestro recurrente cronista Alonso de Ovalle, a mediados del siglo
XVII, luego de criticar las consecuenciasnegativas que trajo su instalacidn en el
aumento de 10s gastos suntuarios de las familias notables, subrayaba que al
menos debian existir algunos costos inevitables =quetrae consigo el vivir en
corte11)173.
La presencia de la Real Audiencia contribuirfi con su parte de protocolo
fundamental a aproximar a la elite de Santiago al sueiio cortesano de la rnetrd-
poli limefia, alejhdola, a nivel irnaginario, del rol perif6rico objetivo que
cumplia la modesta capital de una gobernacion marginal del imperio espaiiol.
Esta representacion mental, llevada a la prfictica social, significargno s610 un
despliegue local inedito de toda la complejidad del orden protocolar colonial,
sin0 tambien, a nivel de las prWicas culturales de la sociedad civil, una re-
creacidn de un estilo de vida y de una practica ostentatoria de las apariencias
que s e r h funcionales alas nuevas pautas culturales catalizadas desde 1609.
el jesuita Alonso de Ovalle quiza hacia referencia a este mismo Obispo al momento de
describir su visi6n de 10s gastos suntuarios de las elites: Ovalle, op. n’t., C.H.Ch.. tomo XII, lib.
V, pp. 275276.
I” Roger Chartier,“Priface”, en Elias, La sociiri..., op. n’t., passim
In Carta al Rey, 20 de octubre de 1710, A.G.I., ‘Chile”, vol. 88, SIP.
Ovalle, op. tit., C.H.Ch., torno XII, p. 276,pusrim.
86
EL CABILDO:
LM ELITFS L V S ~ C I O N A L I Z A D A S
Pietschman,@. cit, pp. 115-116. SeIpin lo recordaba el pmpio Monarca, era el ayun-
tamiento de Sevilla el que habia servido de modelo para el “Nuevo Mundo”: c6dula de 11 de
abril de 1738, cit en Ayala. op. cif., torno I, pp. 170-171.
la Antonio Dominguez Ortiz,EZAnfiguo R@mcn: Los Rcyar Cut6licos y losdwhias (tomo III
de la ffisforia de Esparia Allhguoru], pp. 10-13, 116 y ss.; Pietsdunann, op. d.,
pp. 27-30. Sobre
la extension a Amcrica de la Santa Hermandad, viase R.LI., lib. IV, tit. np.
87
ta, por otra parte existia la amenaza real de que ello diera pkbulo para la
formacibn de una nobleza autbnoma y contestataria, al ejemplo de lo que
habia sucedido en la propia Espaiia.
En la prktica, se l o p 6 un delicado equilibrio en favor del sistema de
poder global. Por un lado, las aristocraciaa locales, institucionalizadas, mode-
raban o incluso podian llegar a anular el poder de la Corona en sus lejanas
posesiones. Al mismo tiempo, sin embargo, y pese a sus origenes “democrati-
COS”, la base jun’dica del Cabildo americano se convertir& en el transcurso del
siglo XVI, en una delegaci6n del poder real, conforme al espiritu centralizador
que habia sido refonado bajo Felipe 11.
Luego de la elecddn anual del nuevo cuerpo municipal, a comienzos de cada afio, este
haaa UM visita oficial a la Audienaa y al gobemador -si estaba cn la dudad-, quien procedfa
entonces a confinnar ceremonialmente sua cargos: Carvallo y Goyeneche, Desnipcidn..., op.
cif.. C.H.Ch., tom0 x, p. 35. Si el Gobernador estaba ausente, era el Corregidor quien asumia
este papel, tomando el juramento oficial de 10s regdores en su nombre: un ejemplo se puede
ver en el acta del Cabildo de 16 de febrero de 1706, A.C.S., XLVI, pp. 24-25. S e e la reflexidn
juridica de Mario Ghgora, “La libertad del Cabildo indiano es, pues, producto direct0 de un
privilegio del Rey, que deja subsistente en el fondo la regalia, per0 que codiere un derecho
electoral, considerado como fuente de honor para la ciudad, y de poder para sua vecinos m h
importantes”: EIEstado ..., Dp. cit, p. 77.
88
que provecho por el lucimiento que ninguno puede ya escusar en este puesto,
nunca le falta dueiio por ser de mucha autoridad, crkdito y estima”’”.
En tknninos de estructura administrativa el Cabildo de Santiago estaba
compuesto, ademl, por dos alcaldes ordinarios, uno que en teon’a representa-
ba a 10s habitantes titulares de una encomienda -el “alcalde de vecinos”- y el
otro a aquellos que no la tenian -el “alcalde de moradores”-. Ambos eran
monopolizados por 10snotables m5.s poderosos y entre sus funcionesprkcticas
estaba el servir de jueces de primera instancia en las causas civiles y crimina-
les. El Concejo se componia ta.mbien de un cuerpo central de ocho regidores,
divididos, en principio, segtin el mismo criterio que 10s alcaldes, es decir,
entre vecinos y moradores, si bien a partir de 1612, en que seis de estos cargos
se transformaron en venales y vitalicios, esta divisidn dej6 de responder a la
realidad.
En teoria, tambien, existian otros seis cargos venales, aunque no de por
vida: un aErez real (encargado de la custodia del penddn reuestandarte de la
ciudad),un alguacil mayor (encargado de la ejecucion de las medidas coerciti-
vas decretadas por el Cabildo), un fiel ejecutor (encargadodel abastecimiento
de la ciudad y del control de la produccion y distribution de bienes y servi-
cios), dos alcaldes de la Santa Hermandad (conjurisdiction en las areas mra-
les prhximas), un depositario general (funcionario a quien se confiaba la cus-
todia y la gestion de 10s bienes en litigio) y un escribanoIB.
Este ordenamiento era m b bien teorico, pues en la prgctica el niimero
total de integrantesmuchas veces estaba incompleto. Las sesiones del Concejo
nos muestran que ello se debfa a que no se habian hecho las nominaciones
anuales respectivas 0,como o&amb fiecuentemente,porque 10sregidores
vitalicios ejercfan al mismo tiempo una funci6n paralela, por suplir a un titu-
lar 0, simplemente, por haber comprado el cargo. En el cas0 de las funciones
de fiel ejecutor, por ejemplo, estas se ejercian por turn0 entre todos 10sregidores,
conforme a una cedula de 1566I8O.
In Por ckdula de 16 de junio de 1537 el Rey habia ordenado que 10s corregdores pudiesen
entrar en laa sesiones del Cabildo todas las veces que les pareciere conveniente ya nuestro
servicio y causa publica”: RLI., 11, lib. IV,tit. 9, ley W .Para las sesiones m e importantes debia
estar, d e preferencia, el propio Gobemador en persona: Op. n‘t., leyes 11, I I I y v. V i a e tambikn
Juan y De Ulloa, op. cit., tom0 m, lib. 11, pp. 333-334.
llB Ovalle, op. n’t., C.H.Ch., tomo XII,lib. V, p. 275.
Irn Existia una sene d e cargos administrativos secundarios, cuyos titulares no asistian
regularmente alas sesiones, si bien algunos eran ocupados por miembros de familias importan-
tes: procurador, abogado, receptor de multas, algunos “tenientes de alguaciles” (encargados
de la policia local), un alcalde de aguas (encargado de la infraestructura de regadfo),un alarife
(encargado de 10s trabajos publicos), un sindico mayordomo (ocupado de llevar las cuenta~de
gastos de la instituci6n),... A lo largo del siglo XVII la mayona de estos cargos heron puestos
a la venta en rernate.
Los regidores vitalicios m u c h veces acumulaban otra Fund6n comprando el cargo
respectivo. L c s ejemplos son mdtiples y se repiten a lo largo de todas las sesiones del periodo.
89
La division en torno a la posesign o no de una encomienda surgid a partir
de lapropia complejizaci6n de la elite colonial. Desde sus comienzos el Cabildo
habia sido una instituci6n monopolizada por 10s encomenderos y el propio
concepto de vccino, que en su origen designaba a todo habitante masculino "dis-
tinguido" y que fiese jefe de familia con casa puesta en la ciudad, se transformo
en sinonimo de dicha condicih. De hecho, en 1528 y 1529 se habian dictado
c6dulasreales seiialando que dlo estacategoriade pobladores-10s ''encomenderos
benemeritd- podian ocupar 10s oficios concejiles. En 1554, sin embargo, el
gran poder adquirido en America por este grupo obligi a la Corona ha dictami-
nar la elegibilidad municipal de lodos 10s habitantes masculinos "principales",
con la sola condici6n de que vivieran dentro de la ciudad respectivaIsl.
En 1575, 'en consecuencia, vemos a las elites de Santiago buscando su
equilibrio interno al reclamar ante la Audiencia -en Concepcion- para que se
respetaran las nuevas normas. Ese aiio, el mercaderJer6nimo de Molina obtuvo
del tribunal una resolucih estableciendo que se debia repartir equitativamente
el ntimero de cargos entre 10s propietarios de una encomienda y aquellos no-
tables que no la tuvieran. En todo CEO, se mantuvo unajerarquia formal entre
ambos, product0 del gran peso simbolico que mantuvo la posesi6n de una en-
comiendam& all&de la caida de su importanciaecondmica.Esto explica el hecho
de que el alcalde de vecinos fuera denominado tambien alcalde de "primer
voto" -en contraposicidn al alcalde de moradores o de "segundo voto"-. Ello
traia consecuencias en la jerarquia de la toma de decisiones y de la ubicaci6n
espacial en las ceremonias. Como lo hemos apuntado, sin embargo, esta sepa-
racidn era sobre todo nominal, pues la rnayoria de 10s alcaldes de moradores
pertenecieron alas mismas familias de encomenderos o se hallaban ligados a
ellas por alianzas rnatrimoniales, de padrinazgo o de intereses econ6micos182.
En 1684, para dar un caso, vemos al capitin Antonio de Llana, regidor vitalicio, que habia
adquirido, adernas, el puesto de Receptor General de Penas de Ciimara y que, al mismo
tiempo, ejerda como Fie1 Ejecutor de tumo. Lo mismo sucedia con el capitin Matias de Taro,
regidor vitalicio que a frnes de 1683 habia actuado paralelamente como Depositario General
y que ahora ocupaba el lugar de un alcalde aasente: acta del Cabildo, 24 de m m o de 1684,
A.C.S., xu, p. 278. En 1707, el alguacil mayor Bsumia tambien el cargo de Alcalde de Aguas:
acta del Cabildo, 7 de enero de 1707, A.C.S., XLVI, p. 77.
Ayala, op. cit., tomo 11, pp. 177-178. V h e tambih Meza, op. dt., p. 55; Pietschmann,
op. dt., pp. 115-116; Alemparte, op. dt., p. 99 y ss.; Gbngora, E l f i h ~ d...,
o op. dt., pp. 74-77.
Una demostracibn mono@ica de este proceso en ZLiiiiga, "Cabildo colonial...", oP.
dt., pm'm Este mismo autor seiiala en su tesis doctoral que de 10s 161 alcaldes ordmarios que
ocuparon el municipio entre 1602 y 1700, 112 eran descendientes directos de familias de la
elite de encomenderos de Santiago, Cuyo o Concepcion, o se habian casado con sus descen-
dientes: Espagnols..., op. d!., pp. 412-414. A mediados del sigh XVIII 10s viajerosJorge Juan y
Antonio dc Ulloa insidan en que el "cuerpo de la dudad" se componia de "la m b lucida
noblcza" : op. at., torno 111, lib. I, p. 54. Ver tambi&nDe Rambn, Santiago de Chi&..., Dp. cit, pp.
52-54; Alemparte, op. cit., p. 99 y ss. Cf. el cat&logo de alcaldes que se encuentra en Carvallo
y Goyeneche, Dcmlpnbn..., op. dt., C.H.Ch., tomo IX,"Apendice".
Cargos en a m . . . para h elites
91
MBs que una p u p a entre dos sectores antagonicos, el conflict0 suscitado
por la primera venta pliblica de cargos del Cabildo se debe observar como el
sintoma de una coyuntura de cambio. L a elite tradicional estaba viviendo un
proceso de renovacidn social en que la integracion del grupo de mercaderes
venia a aportarle la riqueza y el dinamismo econ6mico que estaba perdiendo.
El temor inicial a un reemplazo de sus roles protag6nicos se desvanecid en las
d6cadas siguientes y la transacci6n de 10s cargos se hizo una costumbre co-
mente’86.
Por lo demh, 10s cargos de Alcalde y una parte de 10s regidores se man-
tuvieron bajo latradicibn de cooptaci6n, en la que el propio sen0 del Concejo
elegia a fines de cada aiio 10s sucesores para el period0 siguiente. M h a h , las
firmas adosadas al pie de las sesiones permiten apreciar la escasa rotacion que
se daba entre sus integrantes. Son 10s mismos personajes, tanto para 10s apelli-
dos tradicionales como para 10s “hombres nuevos”, que se ven actuando por
aiios, a veces decenios, y solo con cambios a nivel de sus ubicaciones nomina-
les en cargos diferentes.
Una situaci6n similar sucedia en el cas0 de 10s oficios venales. Si bien estos
eran otorgados de por vida, el propietario podia revenderlo a otra persona -a
traves de la “renunciaci6n”- con lo que lograban transmitirlo entre generacio-
nes continuas. En este mismo sentido, la costumbre estipulaba que 10s cargos
honorificos podian t r a n s m i h e en el sen0 de un mismo grupo fa~niliar’~’.
En 1618, por ejemplo, a poco de recibir la confirmaci6n real, Isidoro
Sotomayor -el primer Alferez Real que habia comprado el cargo- lo traspasa-
ba por “renunciaci6n”a Francisco de Eraso, descendiente de la elite traditio-
nal. Poco tiempo despues este liltimo asume, ademis, como regidor vitalicio.
Bajo este titulo ocup6 el cargo de Alf6rez prgcticamente hasta su muerte, en
1671, entre otras funciones ejercidas en forma paralela, como la de Alcalde en
do a alpno de ellos en su ausencia: vcase, por ejemplo, acta del Cabildo, 22 de junio de 1635,
A.C.S., xxxx, p. 111. El Alferez tiene un papel simbolico central en el Cabildo, pues su figura
institucianal se encarna en l a m b vieja trahcion castellana de 10s fueros municipales y repre-
sentala leqtimacion nobiliaria prekndidapor 10s descendientes de la elite originaria del reino.
Antes de su venta era un nombramiento anual por cooptation que efectuaban 10s capitulares
entre 10s notables principales de la ciudad: cf., por ejemplo, actas del Cabildo de 24 de junio
de 1568, A.C.S., XVII, pp. 236-237, de 24 de julio de 1581, A.C.S., XVIII. p. 316 y de 24 de julio
de 1582, A.C.S., XIX, pp. 39-40.
Como ejemplo de un remate del cargo de Regidor, viase el acta del Cabildo de 23 de
diciembre de 1684, A.C.S., xu, pp. 322-333.
Sobre el traspaso de 10s cargos perpetuos, ver A.C.S., ,.J “Inaoducci6nn, p. xw. Los
precios de las cesiones de cargos a veces alcanzaban sumas muy altas. En 1649,por ejernpla,
Valeriano de Ahumada pag6 13.200 pesos por el de Alcalde de la. Smta Hermandad para uno de
sus hijos; en 1618, Pedro de Recalde, capith y propietario de navios, pa@ 29.000 pesos por el
de Alguacil Mayor. El hecho de que fueran c a r p pficticamente honorificos da cuenta de la
importanaa simbdlicaque representaba la pertenenaa a esta instituaon: Z f i g a , Espugnolr.., Dp.
cif, p. 419.
92
diferentes periodos anuales. El prestigio de Eraso, heredado y alimentado con
roles municipales, se vi0 refonado en 1649 al obtener. .. una encomienda. En
la decada de 1640, paralelamente, vemos actuando como procurador del Ca-
bildo a su hijo, Domingo de Eraso. A la muerte de su padre, este hereda la
encomienda familiar y ya en 1683 accede al cargo de Alferez Real, que tam-
bien mantiene en su poder en forma pr6cticamente perpetua. Domingo ad-
quiere inmediatamente el cargo de Regidor propietario y es ascendido d gra-
do militar de Maestre de Campo. En su calidad de Alferez Real, se le ve
reemplazando frecuentemente a 10s alcaldes ausentes.
Otro ejemplo contemporheo al de Eraso fue el de Valeriano de Ahumada,
hijo de un importante encomendero -Juan de Ahumada-, que h e varias veces
regidor y alcalde del Cabildo de Santiago durante el siglo XVI. Valeriano co-
mienza a aparecer en las actas de la institucion por 1625,bajo las funciones de
Alcalde ordinario. En 1639 se le ve actuando como Corregidor y en 1642
adquiere un cargo de Regidor propietario o vitalicio, siendo ascendido al gra-
do militar de General. Su hijo, Gaspar de Ahumada, a su turno, tambien adqui-
rib un cargo de Regidor propietario, llegando a ser Corregidor en el aiio
1671 El Cabildo siguid, mi, durante el siglo XVII, en manos de unos pocos
clanes familiares poderosos, que habian integrado en su sen0 a 10s =hombres
nuevos".
Lasfunciones politicas:
del rol a la pretmibn
1B8 El rseguimiento de 10s casos de Eraso y de Ahumada fie ha hecho a partir de las
siguientes Fuentes: actas del Cabildo de 26 de mayo de 1625, A.C.S., XXXI, p. 25; de 5 de a g o s t 0
de 1634, A.C.S., XXXI, p. 31; de 7 de agosto de 1637, A.C.S., XXXI, p. 258; de 7 de enero y 18
de febrero de 1639, A.C.S., XXXI,pp. 355 y 371; de 16 de abril de 1642, A.C.S., XXXII, p. 175;
de 16 de noviembre de 1646, A.C.S., XXXIII, p. 142; de 30 de mayo de 1648. A.C.S., XXXIII, p.
291; de 7 de abril de 1659, A.C.S., XXXV, p. 452; de 21 de agost0 de 1671, A.C.S., X X X V I I ~p.
173; de 19 de didembre de 1671, A.C.S., XJOCVIII, p. 195; de 17 de abril de 1685, A.C.S.. XLII,
p. 32; de 12 de septiembre de 1687, A.C.S., UI, p. 224 y de 14 de diciembre de 1691, A.C.S.,
XLII, p. 426; Zlifiiga, Ejpagnolr..., op. nf., p. 262, nota 107; Gonzdez Avendaiio, op. cit., pp.
138-139; Della M. Flusche, "Church and State in the Diocese of Santiago, Chile, 1620-1677:
A Study of Rural Parishes", pp. 256-257.
Sin embargo, cuando el Gobernador se hallaba en la ciudad, la jurisdiccidn del
Corregidor fie limitaba a su distrito urbano.
93
de la capital quien tomaba el juramento a las autoridades civiles y militares
que nombraban 10s gobernadores para 10s corregimientos rurales. Lo mismo
sucedia, evidentemente, para todas las designaciones que ataiiian a la propia
ciudad. El Cabildo presentaba, q u i , una clara faceta como participante en la
soberania real, a1 recibir oficialmente dichos nombramientos -varies de 10s
cuales emanaban de la propia Espaiia- y otorgar, “m nomhe de Su Majestad”,
el cargo respectivo y las insignias del mandolgO.
Debernos insistir sobre la dCbil presencia del Estado en 10s campos del
Valle Central. Ya en 10s raros villorrios dispersos por el reino, 10s grandes
propietarios detentaban, como hemos vista, el monopolio corporativo de 10s
concejos, lo que constituia un fuerte contrapeso a la accion de la Corona. M h
alla de 10s limites urbanos, en la gran extensidn rural que formaba la casi
totalidad de la provincia colonial de Chile, dichos personajes y sus familia
tarnbien asumian el control “politico”. En cierto sentido, si habia una posibi-
lidad de proyectar la presencia del Estado en 10s campos era justamente gra-
cias al espacio de poder local controlado por estas oligarquias. De esta mane-
ra, 10s puestos “politicos”,como 10s de Alcalde de la Santa Hermandad y 10s
de Corregidor de distritos rurales, asi como 10s grados de milicias, permitian
captar para el sistema monfirquico las redes de control regional.
Desde otro punto de vista, el hecho de que -en lo que respecta a la juris-
diccidn del obispado de Santiago- 10s notables designados para estos puestos
debiesen ratificar formalmente su nominacidn ante el Cabildo de la capital,
nos hace ver estas nominaciones m h bien como un refuerzo extern0 buscado
por 10s principales ‘seiiores” santiaguinoscon el fin de coronar su posicidn de
liderazgo entre sus pares regionales. El ejercicio de estos cargos se mantenia,
asi, totalmente dependiente de un conglomerado social dominante, ala cabeza
del cud se encontraba la elite de la capital.
El Cabildo, entonces, como cabeza de las poblaciones urbanas -nddulos
de control imperial- actuaba co’mointermediario entre su poblacidn y las
miximas autoridades del Estado. Es ante ella que se dirige el Gobernador o el
propio Monarca para hacer cumplir en laprictica sus disposiciones. La princi-
pal autoridad del reino, incluso, debia presentar su nombramiento oficial y
jurar p6blicamente como t l ante el Concejo de Santiago, en tanto que ciudad
a
cabecera de gobernaci6n. En 1692, por ejemplo, el nuevo Gobernador, Tomiis
Marin de Poveda, fie recibido en su cargo por el Cabildo de San Luis de
Loyola, en la provincia de Cuyo, primera ciudad de la jurisdiccidn del reino
que tocd en su viaje por tierra desde el R-0de la Plata. Sin embargo, esta h e
s610 una recepcidn a titulo preliminar. La recepcion definitiva del mando se
llevd a cab0 unos meses m5.s tarde, cuando c m 6 10s Andes, ante el Cabildo
Vease un ejemplo en el acta de 5 de febrero de 1717, A.C.S., L, pp. 118 y 121. Las
insignias correspondian a las “varas de justicia”, que simbolizaban el poder de diversas
funcionarios, principalmente de 10s corregidores y de 10s alcaldes.
94
de Santiago, momento en el cual asumid tambien como presidente de la Au-
diencia*l.
El juramento, por su parte, comprendia una sene de compromisos relati-
vos al deber de la nueva autoridad de respetar 10s privilegios y gracias reales
concedidas eventualrnente a la ciudad. Esta erauna formula que recordaba la
tradici6n medieval de la institucih y cierta nostalgia -si bien formal- por la
independencia que en su origen gozaba respecto a lamonarquia. En todo caso,
no debemos desligar esta referencia de la obsesidn nobiliaria que rondaba
entre la elite criolla, siempre dispuesta a manipular 10s elementos de un pasa-
do que legitimara su posicidn social.
Sobre esta base, el Cabildo jugabaun papel esencial en eluniverso lit@$
co que rodeaba la legitimacidn del sistema de poder. En su rol de intermedia-
n o de lamonarquia, todo acontecirnientoreal que mereciera celebrarse le era
comunicado en primer lugar, afin de que dispusieralo necesario en la ciudad.
En efecto, era el Cabildo quien se encargaba de financiar y organizar estos
eventos -con sus fondos y la participacidn de las corporaciones- asi como las
celebraciones pliblicas por la llegada de un nuevo Gobernador, de oidores o
de obispos, por triunfosmilitares del imperio, etc. Con su presupuesto insti-
tucional se financiaban tambien diversas manifestacionesreligiosas anuales o
extraordinarias donde, por supuesto, dicho Concejo participaba activamente y
con una presencia protagonica, como verernos rnk adelante.
Dentro de sus funciones de alta polftica, el Cabildo podia, tambien, infor-
mar al Rey de la gesti6n adrninistrativa de las autoridades, de las necesidades
y problemas de su distrito, etc. En fin, era una institucion en intima relaci6n
con la polftica imperial y, a la vez, con Clara conciencia de su rol en el sistema
local de poder. En el Cabildo se fraguaba, entonces, la principal comunidad de
intereses entre el Estado y 10s linajes de poderosos particulares. Servia corno
un pilar institucional de la monarquia al mismo tiempo que como una ventana
para el posicionamiento politico de las elites.
En el cas0 del Cabildo de Santiago, dicha conciencia adquirid raices pecu-
liares pues, con anterioridad al establecimiento de la Audiencia y a lo largo de
decenios de una presencia m5s que esporadica del gobernador, h e pdctica-
mente la unica institucion de poder politico efectivo en el distrito. Durante
medio siglo se habia galvanizado el rol de “bisagra” que jugaba entre el Esta-
do y la sociedad civil, reposando en un rnonopolio del control objetivo y
simb6lico en manos de la elite local.
La Audiencia significd una lirnitacih importante en dicha experiencia de
larga duraci6n. En el iinico plan0 en que el Cabildo pudo oponer ciertaresisten-
cia -si bien por breve tiempo- h e en el del protocolo, punto grave y sensible
ya que revelador de jerarquias y correlato de 10s espacios de poder objetivo. A
poco de instalado el tribunal ya se habiapresentado el primer conflicto, a raiz
19’ Carta al Rey, 28 d e abril de 1692, B.N.B.M.Ms., vol. 168,pza. 3492, fjs. 101-102.
95
de que el oidor decano habfa dispuesto una ubicacih secundaria para el Con-
cejo en una importante procesi6n religiosa que tuvo lugar por las calles de la
ciudad. En esa oportunidad la corporacidn reivindic6: “[...I su puesto y lugar
que desde que esta ciudad se fund6 ha tenido en semejantes procesiones y
actos pliblicos, debiendo tener este Cabildo lugar preeminente y distinto, y
porque en esto este Cabildo quiere se guarde el derecho que se le debe y el
lugar que ha llevado [...In1g2.
Otro documento de 1619, proveniente del propio archivo de la Audiencia,
nos revela, en un p e s o expediente, la permanencia de puntillosas desavenen-
cias protocolares entre ambas instituciones, a raiz de la procesion de Corpus
ch~tt193.
Acostumbrada a ocupar en forma exclusivala titularidad en procesiones y
actos pliblicos, la elite capitular se vi0 obligada a cornpartit su protagonismo
y ceder el primer lugar al tribunal real. No obstante, y pese al hecho de que a
diez aiios de su instalaci6n aun no se lograba una completa. readecuacidn de
las ubicaciones ceremoniales, 10s reclamos y tensiones se van haciendo m5s
espor&dicos. Los roces seguirh existiendo, pero ya no en el sentido anterior,
esto es, de reivindicacidn frente a un sentimiento de “usurpaci6n”. Coinci-
diendo con lo apuntado en phmfos anteriores, a lo largo de la decada de 1620,
ya pasado ese primer tiempo de “ajuste” institucional, el orden de las ptece-
dencias se clarific6 y la preeminencia de la Audiencia se impuso. En terminos
del imagmario litlirgico, sin embargo, la cuota real de poder que continuara
manejando el Cabildo se unira a una autompresentacion sobrevaluada de su
rol simbolico y de su peso en el sistema.. Dicha imagen estarii basada en el
peso de aquel medio siglo de domini0 casi absoluto (1541-1609),y alimentada
por la ausencia persistente del Gobemador, que compensara la aparente p&di-
da de su posid6n politica frente a la Audiencialg4.
A ello se agregara la conciencia nobiliaria que rnarcaba su historia como
grupo social y que debia manifestarse en forma explicita cada vez que fuese
posible. En la memoria colectiva de la elite capitular resonaban 10s terminos
en que se habia dirigido a ella el rey Carlos V, en 1556, al comunicar su
renuncia a la corona en favor de su hijo. El Monarca, copiando f6rmulas me-
dievales, dirigia, asi, su carta al “Consejo,justicia e regidores, mbalhos, escu-
deros, oficiales e hombres bumos de la ciudad de Santiago del Nuevo Extre-
mOn19s .Desde 1554, ademh, fecha en que se le otorg6 un escudo de m a s , las
sesiones del Cabildo eran encabezadasbajo 10s Exminos de “Muy nobhy muy
96
leal ciudad de Santiago de Chile” (destacadopor nosotros). La asimilacidn del
h i n o “ciudad” al de “Cabildo” y, en consecuencia, al del grupo social que
lo componla, se presentaba con frecuencia en las actas de sus sesiones, par lo
que la ecuacidn “ciudad noble” = “elite noble” era una autorrepresentacidn
vivida en forma consciente e intensa’”.
De esta forma, a lo largo del siglo XVII la elite institucionalizada no solo
estarii omnipresente en toda ceremonia ptiblica -civil o religiosa- sino que su
participacihn serit. sobreactuada, recargada y revestida de un aura cortesana
exagerada para el nivel relativo de la importancia de Santiago. Sus sesiones
dejan entrever, en muchas ocasiones, 10s gastos desmedidos que se hacian en
las ceremonias piiblicas m b importantes. A veces, incluso, se debia obtener
algiin crgdito, hipotecando el presupuesto del aiio siguiente. Los propios capi-
tulares se mostraban siempre dispuestos a donar de su bolsillo a fin de aumen-
tarla espectacularidaddel evento y, en consecuencia, de su propia presenciaw.
Paradojalmente, esta actividad litiirgica “desproporcionada” sera retro-
alimentada en forma mutua con lapropia Real Audiencia que, como lo hemos
visto, venia ya recargada de una gran aura simbolica al representar u n atributo
esencial del Monarca Entre ambos formarib el n6dulo de esta “corte sobredi-
mensionada” que se reprodujo en la capital chilena. La oposici6n y 10s conflic-
tos, si bien frecuentes, no perturbarh el sentido general de fluida comunica-
ci6n entre todos estos pilares institucionales del poder, ni la base de equilibrio
al que llegaron. Este sentido univoco de sus funciones se expresar5, por exten-
s i h , en el discurso visual de su presencia lihlrgica.
Ig5 La cidula real e s t i reproducida en C.D.M., 11, pp. 26-28 (destacado nuestro).
Ig6 Sobre la asociacion sembtica entre “ciudad“ y “Cabildo”, vease un ejemplo en el acta
de 21 de marzo de 1686, A.C.S., vol. XLII, p. 121. L o s miembros del Concejo asumian induso
una actitud paternalistdpatriarcal -que cabia muy c6modamente con su automepresentadon
sefiorial- en relacion con la imagen de su papel en el sistema: “I. .I y porque nuestro intento
m C es de ser padres de esta republica y procurar su bien, aumento y conservation[...]": acta
del Cabildo, 23 de octubre de 1631, A.C.S., XXX, pp. 289-293.
:97 Estas situaciones son numerosas a lo largo del periodo. Algunos ejemplos interesantes
se pueden ver en las actas del Cabildo de 14 de agosto de 1617, A.C.S., xxv, pp. 218,249 y 253;
de 13 de mayo de 1639, A.C.S., x x x ~ p. , 383; de 26 de mayo de 1646, A.C.S., XXXIII, p. 108;
de 14 de mmzo de 1656, A.C.S., m,pp. 171-172; de 19 de diciembre de 1663, A.C.S., =VI,
pp. 228-229; de 6 de junio de 1681, A.C.S., XU, pp. 37-38 y de 9 de octubre de 1711, A.C.S.,
XLVII, p. 120.
97
SEGUNDA PARTE
EL PODER
ENTRE DRAMATIZACIoN
Y SACRALIZACI~N
REPRESENTACION DEL REY
Y LITURGIA MONhLRQUICA
DELA EUROPA
MEDIEVAL A LQS “TIEMPOS MODERNOS”
R e a l e .y sacralidad
La cdspide politica, por lo tanto, era mucho miis que una persona determina-
da, m b que la encarnaci6n de la accion coercitiva del Estado. En el extenso
imperio espafiol, el b y , pese a su lejania e invisibilidad, constituia el referen-
te comiin y definitivo para todos 10s habitantes. Para lograr y mantener este
objetivo politico, se debiarecrear una imagen permanente de su superioridad
en la mente de 10s slibditos. No bastaba con vivir bajo una ideologia moniir-
101
quica, sin0 hucer creer en el poder de su detentor y en la legitimidad de su
ejercicio. La clave era alimentar perpetuamente una sene de representaciones
sobre la realeza, cuya tradicidn de larga duraci6n hist6rica habia probado su
efectividad. Este es el camino que debemos seguir para clarifkar la base men-
tal de larepresentacidn colectiva del poder que va a reproducirse en America.
Sin duda, debemos retroceder en el tiempo y en el espacio para encontrar
10s elementos que configuraron progresivamente dicha imagen ideal y sus litur-
gias legitimates. Pese a Ias adaptaciones regionales que se observaron en la
colonizaci6n americana y a 10s altos grados de sincretismo vividos en las regio-
nes de intensa presencia nativa, la representacibn monkquica dominante, asi
como 10s rituales que la acompaiiarh, vendr6.n mayoritariamente de Europa.
Estas imzigenes y representaciones,por lo demtis, debemos proyectarlas rnh
alla de la peninsula iberica, reubiciindolas en la globalidad de supuestos
doctrinaxiosy de herramientas ceremoniales que tienen como crisol principal a
la Iglesia Catolica Su relaci6n estrecha con las monarquias del Occidente cris-
tiano desde la alta M a d Media, asi como la profusibn de imagenes facilmente
homologables en el contexto politico, a nivel de las representaciones ideologi-
cas -1as analogias entre Crista y el Rey son el principal ejemplo- eran recursos
metaf6ricos generalizados. La Iglesia tambi6n participaba activamente en las
ceremonias publicas, alas cuales aportaba una gran bateria ritualLgs.Las formas
y signos previstos en las celebraciones de su cdendario lihirgico afectaron her-
temente la estructura de las que se realizaban por 10s monarcas, adaptando a
prop6sitos seculares formatos que eran originariamentereligiosos.
Por lo demas, el peso de lo sagrado en el funcionamiento del imaginario
politico no h e , en n i n g h caso, una exclusividad del Occidente medieval’=.
Toda una tradici6n de estudios antropolbgicos, encabezados por el trabajo
clhico deJames G. Frazer -j7ie Go& Bough- nos seiialan que estarelacion es
intrinseca a la organizacidn social de toda comunidad, en que la detentaci6n
del poder conlleva el que sus jefes se revistan de 10s atributos y de la esencia
de la divinidad, transformiindose en sus vicarios terrenales privilegiados”.
Con toda esta fuerza ancestral, la relaci6n entre poder monbquico y po-
der eclesihtico en Europa tejerii su trama mits estructurada en el tip0 de mo-
narquia teocrgtica que se desarroll6 entre 10s siglos VI y wn. El Rey adquiere
alli el titulo de Rex Deigratia Es decir, su imagen escapa a 10s mortales -SUS
102
siibditos- y alcanza directamente el aura legitimante obtenida a traves de la
doctrina cristiana: el misteno, la inconmensurabilidad del poder celeste; en
fin, la presencia divinaZ0’.De estaforma, la teoria ascendente del poder, que ve
a este iiltimo como naciendo en el sen0 de 10s sibditos, darfilugar a una teoria
descendente, la que configurara a la ideologfa mon5rquica en un proceso de
larga duraci6n.
En efecto, en terminos juridicos y sociales, serP el concept0 de “gracia
real” el que comenzara a primary dejando a 10s subditos sin poder exigx, en
Mrminos legales, prticticamente nada de su Rey. Todo privilegio, derecho o
participaci6n en el sistema se transformaba en una donaci6n del monarca, la
que provenia, a su vez, de la gracia divina superior. Incluso, si este Rey debia
gobernar de acuerdo con el derecho -bien que &ste era generalmente una
manifestacibn de su propia vobntas- y sin oponerse a las “leyes divinas”,
disponia de un poder supremo sobre su temtorio: Dios le habia confiado el
reino en su totalidad, incluyendo laicos y eclesihticos, lo que implicaba su
intervenci6n en 10s dominios doctrinarios y administrativos, sin dejar dudas
respecto a que su funcion era de caracter politico-religioso*”!!.
El Rey asumia tambien una figura paternal protectora, encargada por el
Ser Supremo de mantener la seguridad fisica y moral que s610 61podia garan-
tizar. Segtin Bertrand deJouvenel, este personaje aparecia entonces como el
conservador de la fuerza y la cohesion “nacionale~“~”~. El “bien comun”, el
inter& general del reino y de sus s6bditos se transforman, asi, en objetivos
siempre sometidos al criterio decisivo del MonarcaM4.
M h all5 del anklisis filosofico y teoldgico que esta concepcidn puede
suscitar, lo que nos interesa en este estudio son las consecuencias que ella
implicd, en terrninos simb6licos, para la representaci6n colectiva del poder y
de su legitimidad. Como resultado del lazo estrecho tejido entra la cabeza del
control politico y la esfera religiosa, el sistema profitaba de imtigenes podero-
sas, que se introducian en el imaginario colectivo. Asi, en el Medioevo era
normal que el Rey fuese considerado como vicario de Dios, su lugarteniente
sobre la tierra, disfrutando de una comunibn estrecha y particular con 61. El
Rey no podfa equivocarse, su justicia eracorrecta y el siibdito debia obedecer
a la voluntad superior. Esta concepcion, pese a las resistencias m6s o menos
masivas y mas o menos exitosas que hub0 de enfrentar a traves de 10s siglos,
se transform6 en un supuesto que 10s subditos incorporaron, con mayor o
menor intensidad, como un elemento vital de su existencia social.
201 Walter Ullmann, Historia del pm-arnientn politico en la Edad Media, p. 125
zo2 Walter Ullmann, Aim9ios de gobierno y politica en la Edad Media, pp. 25-27.
l O 3 Bertrand de Jouvenel, Du pouvoir. Hislotre nature& de sa croassam.
103
Fue la instauraci6n de la ceremonia de coronaci6n real, desarrollada a partir
del siglo E,que vino a otorgar la expresicin litfirgica suprema a esta encarna-
ci6n cuasidivina.En el transcurso de la misa de 'consagracicinn monkrquica,
el Rey accedia a la gracia en el momento culminante de la liturgia y con un
gesto defmitivo: el rito de la unci6n. En ese momento se ponia sobre su cabeza
el aura mistica del poder supremo y se transfonnaba en "el ungido del Sefior".
Por cierto, el hecho de que estaunci6n fuese conferida por un obispo suponia
una vdorizacih de 10s intennediarios oficiales ante 10s cielos, sin cuya parti-
cipaci6n directa no era posible obtener la concesi6n divina. Tehricamente,
esta situaci6nharia desaparecer el lazo direct0 entre el monarca y Dios, como
lo sugiere Ullmannm. Sin embargo, la imagen que aquel proyectaba en la
sociedad, en el sentimiento com6n de 10s nibditos, era la de una figura intoca-
ble, majestuosa, inmensamente poderosa y estrechamenteasociada a 10spode-
res ocultos y misteriosos de la religi6n predominante.
A partir de su coronacicin-unci6n, en consecuencia, el Rey es percibido de
una forma claramente diferente de 10s otros m o d e s , por sobre todos -ima-
gen sostenidamaterialmentepor la altum del trono y la distincicin de su hibitat-
y disputando la prioridad simb6lica con la principal autoridad eclesi&ticazo6.
Su poder estaba ahora legitimado, sancionadopor Dios e internalizado por la
sociedad.
El ejemplo de 10s reyes franceses actuando como taumaturgos es, en este
sentido, muy significativo, como se puede constatar en el estudio clhico de
Marc Bloch207.Como indica este autor, para comprender este fencimeno debe-
*Os Ullmann, Rincipios..., Dp. dl.,p. 145. Esta hip6tesis es trabajada tambikn por Alain
Boureau en Lr simple corps du mi.
zo6 Carmelo l i s h subraya el distanciamiento espacial del Monarca y m aislamiento Iisico de
10s hombres comunes wmo un atributo compmhdo con la divinidad: sp. tit., p. 92. Cf. el estudio
de Jacques Le Goff, "Aspectsreligieux et sacr& de la monarchie franpise du xCau xmCsiPde".
2a7A partir del 40 XI y hasta el siglo xvn~
se desarrollala creencia general, compartidainduso
por 10s propios reyes, de que estos poseian una facultad milagrosa, un poder para curar ciertas
enfermedades, cam0 las esdfulas, 9610 tochdolas y haciendo el sign0 de la cruz sobre la cabeza
del enfermo. La importancia del ritual, entonces, se manifiesta mmo esenaal en este tip0 de
representadones, puesto que las hace visibles y les da la consagraci6n social en el imagimuio
colectivo. En primer lugar, porque la adquisicidn de estm poderes sobrenaturalesdependen dc una
manifestaci6nlitiugica espedca l a coronacih y la unci6n del Rey, que le otorgan capaadades
temporales y espirituales-. En segundo lugar, la "operaci6n mMca", el tacto de 10s tumores, se
enmarcaba bajo fdrmulas rituales especificas (el Rey, por ejemplo, comulgaba con las dos especies
antes de imponer sus manos sobre 10s "pacientes"). En tercer lugar, el eventa se realizaba en un
ambiente particularmente imponente, en un espado y un tiempo especiales -lo que separaba a esta
prictica de la vida cotidha, acordbdole un acenta extraordinaria-. T d o ello hacia de este
fendmeno un acto que emocionaba y movilizaba alas masas, alimentando verdaderas peregrina-
ciones anuales. Bloch subraya la idea de que en el "aha" popular, 10s man- e m consideradm
como verdaderos seres sobrenaturales: Lor reyes fuumatu7gq p. 229.
104
mos insertarlo en ese ambiente de veneracidn religiosa, impregnada de lo
maravilloso, en que vivian 10s pueblos europeos y con la cual rodearon a sus
gobernantesdurante la baja Edad Media. Un ambiente en que la familiaridad
con lo sobrenatural, reservada en principio a la clase sacerdotal, se extendia a
10s monarcas por la propia dignidad con que se hallaban investidos.
Dicha representacidnposefa una fuerza tal que la hizo pervivir m h all5 de
10s limites rnedievales, pese a la acci6n y al discurso de 10s reformistas religio-
sos, pese a las cnticas y a 10s nuevos planteamientos politicos formulados por
10sfildsofosy tedricos que entraron en escena con 10s “Tiernpos Modernos”. La
imagen popular del monarca tender5a rnantener su caracter “sagrado”y sdlo se
Obvimente, no preten-
vera afectada en el h b i t o de las elites intelectualesZoB.
demos excluir el peso que estas tienen en el desenvolvimiento hist6rico de toda
ideologia; sin embargo, para el universo que q u i nos interesa, el de las repre-
sentaciones mentales colectivas, su discurso aun debia pasar por muchas barre-
ras, en la larga duracih, antes de llegar al u g r ~ ~ ~ ” 2 0 9 .
El concept0 de “realeza sagrada” constituia una creencia que funcionaba
en un nivel de registro colectivo independiente de las discusiones teoldgicas.
Una creencia apoyada no s610 por 10s ritos de su consagracicin, en que se
intentaba un paralelo con la ordenacidn sacerdotal, sino que llegaba hasta el
ejercicio de la funcidn de dikconos en las grandes ceremonias del calendario
a n d de la Iglesia, a partir del siglo xw. Otro gesto singular era la cornunion
bajo las dos especies (el pan y el vino), reservada al clero. Las interrelaciones
entre la Iglesia y el Estado, a este mismo nivel simbdlico, se traducian tam-
bien en el us0 intercambiado de una serie de insignias y prerrogativas, como
en el cas0 del Papa, que adornaba su tiara con una corona de oro, vestia del
color p q u r a imperial y era precedido por 10s estandartes imperiales cuando
cabalgaba en alguna procesidn solemne por las calles de Roma. Los monarcas
medievales, por su parte -al menos en Francia-, llevaban bajo la corona una
mitra, vestfan ropas clericales y recibian un anillo, al igual que un obispo
durante su consagraci6nz14
En fin, 10s paralelos litfirgicos se sostenian, repetimos, en un ambiente
cargado de religiosidad y de una sensibilidad abierta a recrear este tip0 de
imagenes todopoderosas. Si bien la teologfa se preocupd de explicitar ia dife-
Robert Mandrou, htrodum’6n a la Francia m o d m (1500-7640). Ensayo dc psidogin
histdrica, pp. 122-125.
am S e e n la expresidn d a d a por Michel Vovelle, De la cave uu gwnier. U n i f i n h i r e ctl
A o n c n u au mifsikde. De lairtoire sociale d laictoire dcs mmtalitts. De hecho, la vieja ueencia en
el don taumabirgico de 10s reyes constituyd uno de 10s elementos mLs importantes de la ‘fe”
monirquica que se expandib en Francia con Luis XIV. El rim m6dico se extinguild.recih con
Carlos X, luego de su consagracidn en 1825: Bloch, a$. cit., pp. 14 y 301-315.
Emst Kantorowia, Los dos cucrpos del rcy. Un estudio dc teologia polifica medieval, pp. 188-
189. A fines del siglo XIV, por ejemplo, el rey de Francia se desplazaba en sus entradas
solemnes debajo de un $io, en lo que s d a una transferencia del ritual usado en la pmcesion
de Corpus Chrlsti: Roy Strong, Ark y podn. Ftah del Rcnanmtcnto, 1450-1650, p. 33.
105
rwcia, es claro que para el vulgo la dipdad real participaba de la dignidad
sac~.dotalComo indicaJacques Revel, 10s conceptos de lo sagrada, de lo reli-
gioso, de lo sacerdotal y de lo taumatlirgico, si bien diferentes, se refieren a
aspectos que constituyen "un sistema articulado, que caracteriza un campo
sem5ntico del poderreal y de sus representaciones"2".
?'IJacques Revel, "Laroyautt? &e: Elements pour un debat" (traduction nuestra). Luc
de Heusch nos pone en guardia, justamente,al seiialar: "He aqui un primer y muy frecuente
error de estimaci6n: reservar el titulo de sacerdote o de mago a aqudllosque se muestran mmo
tales y que ejercen abiertamente la manipulacidn de las fuerzas sagrad?. AI lado de estos (y, a
veces, sin que lo sepan), existen otros sacerdotes y magos a pesar suyo": "Powune dialectique
de la sacralit6 du pouvoir", p. 15 (baduccion nuestra).
Kantorowicz, op. cit., passim.
Esta concepcion es analizada bajo un prisma interesante en el trabajo de Michel de
Certeau, Lo fable mystique. m-mfsi.?ck, pp- 107-127. A diferencia de la redeza la Iglesia
contaba con un "cuerpo natural'' Uesucristo)que tambidn era inmortal luego de la instauracion
del dogma de la transubstanciacion, con el IV Concilio de Letrin (1215):Kantorowicz, op. cit.,
p. 27.Se@n Ralph Giesey, sin embargo, esta interpretaci6n contemplarfa una confusi6n de la
doctrina de 10s "dos cuerpos" con las dos "naturalens" de Cristo (divina y humana), que
constituye un d o p a . El cuerpo misiico de la Iglesia, s e e n este autor, estaria encabezado en
realidad por el cuerpo natural -POI lo tanto mortal-del Papa: Clrhnonrcllclpuissannsouoerainc.
France, W-mfsizcks, pp. 12-15.
106
cida desde mediados del siglo XIII, design6 en un primer tiempo a la eucaristia
y, en un segundo periodo, quiz0 significar la Iglesia en sus aspectos sociologi-
cos y eclesioldgicos. No obstante, al constituirse como un claro instrumento
de legitimaci6n, esta concepcidn fue transportada y adaptada a la esfera esta-
tal, significando, entonces, la comunidad politica -el “cuerpo mistico” del
Estado- encabezado por su Rey. Este dtimo era considerado, en consecuencia,
como la encarnacion de ese mismo Estado.
L a representacidn de esta comunidad a partir del modelo del cuerpo hu-
mano, cuyos 6rganos armonizaban pese a las diferencias de sus funciones y
cuya unidad prevalecia gracias a su cabeza, era una idea que remontaba a
Aristdteles y que luego 10s padres de la Iglesia adoptaron y transmitieron
exitosamente. La representacih ideolcigica de la sociedad medieval europea
se concibio morfoldgicamente s e w este modelo, a partir del cual 10s siibdi-
tos no eran vistos como individuos sin0 como miembros de diferentes cuerpos
menores -corporaciones artesanales, cofradias, etc.- y de 6rdenes jerh-quicos
-10s estamentos sociales- que constituian 10s verdaderos miembros y cirganos
activos del cuerpo politico. La distribudon de estas entidades era concebida
s e e n una relacidn analogica que, en la topografia del cuerpo, las localizaba
s e e n 10s valores simbdlicos atribuidos a cada 6rgano. Cada uno de entre
ellos funcionaba, por su parte, como un pequefio modelo a escala del gran
cuerpo constituido por toda la comunidad y dirigido por una “cabeza” singu-
lar:el Rey214.
Con la incorporation del concepto de dignitas, a fines del siglo XIV, esta
ideologia refuena el cardcter metafisico trascendente, imperecible, de la rea-
leza, puesto que hace suponer que las atribuciones del poder e s t h asociadas al
cargo y no a la persona que lo ejerce. Lapmpetuldaddel cuerpo m‘stico politi-
co -la eternidad, en el cas0 del cuerpo mistico de la Iglesia- que le confiere la
dipitas, se t r a d u d en una digniias regia uque no muere nunca”. Es la realeza,
en tanto cuerpo -rein0 incluido- que se proyecta en el tiempo, independiwte
del cuerpo natural, mortal e intrascendente, e independiente de 10s poderes
especificos ejercidos por un monarca. Al momento de la muerte fisica de este
liltimo, 10s dos cuerpos se separan y el politico es transmitido al cuerpo natu-
ral del sucesor. Esta d2gnitu.r mayeskitica, que alcanza una superioridad ina-
lienable, se expresa en la compostura solemne, no esponthea y grave, y en el
aislamiento protocolar -elementos tan caros a 10s Habsburgo espaiioles-, que,
en el imaginario de sus subditos, hace trascender la humanidad de la autori-
dad. La energia que emana de dicho concepto permite al rey su paso ideol6gi-
co y ritual de lo humano a lo divino215.
21‘ Cf. Michel Feher (el a!.), Fragmcnlos para IM historia del mcrpo humano.
2L5Kantorowicz, Op. cif., pp. 20-27. Ralph Giesey desarrolla la teoria de 10s dos cuerpos en
m aspect0 ceremonial, en su estudio: LC rm’ ne mncarrljamais. LLS obsequcs rogah dam la Fram I
la Renaissance.
107
Acontecimimtos y cchbran’oncs
216Cf.Giesey, ChhplmiaL..,$I. cit, p. 68; Strong, (9. ci#., pp. 22-23; Roberto Lopez, “La
imagen del Rey y de la monarquia en las relaciones y sennones de las ceremonias publicas
gallegas del Antiguo Regimen”,pp. 197-198;Noel Coulef ”Les entrees solennelles en Provence
au XI\* siecle. Apequs nouveaux sur les entrees royales franpises uu bas Moyen Age”.
Los uporks modrmos
109
nos, meEiforas de 10s pueblos sometidos, alegorias de vicios y virtudes, etc.
Todo ello, unido por frases y glosas latinas, celebraban la grandeza augusta,
por ejemplo, de un Carlos V, bajo cuyo reinado el ya mitico Sacro Imperio
Romano-Germhico parecia haber renacido220.
Es claro que toda esta simbologfano era comprehensiblepara la mayoria
iletrada del pliblico. La utilizacidn de temas cada vez m L mitol6pcos y eso-
t6ricos y la opci6n de erudition simbolica que tomaban 10s conceptores de
estas escenografias celebrativas se alejaban ostensiblemente del universo de
imageries que posefa el hombre comiin. Su mensaje persuasivo so10 podia ser
decodificado por 10s grupos urbanos altos, con cierto grado de educacion
letradaZz1.Sin embargo, este hermetismojugaba plenamente dentro de 10s ob-
jetivos ideoldgicos de la cpoca, al proyectar la sensaci6n de la inconmensura-
bilidad de un poder cuya magnitud no se podia comprender, pero si admirar.
La magnificencia y la suntuosidad, a lo que se unia la incomprensidn de unos
c6digos que, para la mayor parte de 10s espectadores, sdlo actuaban por im-
presion sensual, serian 10s conceptos claves de las cortes de 10s siglos JCVIy
mu.
Humanistas, arquitectos y artistas se unen a las innovaciones de la inge-
nieria y del decorado m o d , yautilizadas por la liturgiareligiosabajomedieval,
con el fin de transmit3 las nuevas concepciones ideol6gicas a traves de una
combinacidn naturalistalartificial del espacio piiblico. Un proyecto estetico
orientado a la nueva i m a m del Monarca, con vistas a atraer emocionalmente
la lealtad de sus siibditos. No hacia falta que el pitblico no iniciado compren-
diera cadauno de 10selementossimbolicos, como reclama Adeline R u ~ q u o i ~ ~ ,
sin0 mas bien que se vim impactado por el conjunto visual. Sobre todo, que
sintimu colectivamente, a traves de las mhcaras de grandiosidad estetica, las
jerarquias del orden social y la legitimidad del sistema de poder.
156. No se debe dejar de lado, en todo caso, el fondo cultural c o m h que estaba en la base de
sabios y de simples, como era la herencia tranwitida por la Edad Media en materia de
actividad liidica y la pervivencia de elementos paganos indoeuropeos. En relacion con la
moda por lo cbico, pues, no estamos frente a una ignomncia absoluta de 10s mitos y costam-
bres antiguas: cf. Jean Jacquot y Elie Konigson (eds.),LesPtGs dc lo Rmissance, vol. III, p. 13.
22z Si bien el Barroco, como estilo artistico, cornprendi6 tendencias bastante diversifidas
en relacidn con las realidades de 10s paises europeos donde se desamollo (cortesano, catdlico,
burguds, protestante,...), las m h importantes heron las del "Barroco cortesano" y del "Barro-
co catdico". Ambos se enmatcaban en la direcci6n sensual. monumental y decorativa que
caracterizaba al estilo, s610 que la orientacion era diferente: cf. Arnold Hauser, Hisloria s o d
de lo Iitcratura y del a r k torno 11, p. 91.
223 Adeline Rucquoi, "De loa reyes que no son taumaturps: 10s fundamentos de la realaa
en Esp&a", p. 60. Una idea similar, para la kpoca barroca, es sostenida por A. Bonet, "La
fiesta...", op. n'L, p. 61 y p r Jose A n b n i o Maravall, LQ nchura._..Dp. dl., pp. 482-483.
110
ELREFERENTE HISPANO
Una m k i h divina
12‘ LisBn. op. cit., pp. 95-96; Rucquoi, “De 10s reyes...”, op. n’L, p. 76.
125 Incluso algunos reyes castellanos utilizaron una estatua de este ap6stol, que re encon-
traba en la catedral de Santiago de Compostela, en la ceremonia de corunacion. La escultura
tenia un brazo mechico articulado que al accionarlo armaba caballero al nuevo my, sin
intervencion humana: Tebfilo h i s “Une royaue sans sacre: la monarch castillane du bas
Moyen Age”,p. 429. S e g h Adeline Rucquoi, dicha estatua se conservaba en Burgos: Histoire
rntdihale de la Pkinsuie ibhiqae, p. 327.
111
ahi que el rol jugado posteriormente por la monarqufa frente a la Iglesia en
America no se p e d e separar de esta misidn previa como ‘defensora de la fen
en el “Viejo Mundo”.
El peso de esta evolucion hist6rica especifica influirri en la configuraci6n
ideol6gica del poder real peninsulary en su representacich colectiva En Castilla,
por ejemplo, no existian el ritual de coronaci6n de 10s reyes franceses ni sus
poderes magicos taumat5rgicos, pero eso no era una carencia para su legitimi-
dad. Por lo demh, las coronaciones, bautizos, rnatrimonios, funerales, entra-
das a ciudades y otros acontecimientos similares siempre conllevaron
escenificacionesliturgicas de una monarquia apegada al juego persuasivo de
10s simbolos, per0 que no contaba con ceremonias particulares que confirma-
ran el c d c t e r sagrado de su poder. Dicho carhter se hallaba integrado en sus
propios fundamentos te6ricos y amparado en su ‘misidn divina” de defensa y
extensi6n del cristianismo.
El marc0 idcoZ6gico
para el imaginario politico
112
ciones como las Cortes y 10s Cabildos urbanos, que jugaban un papel de con-
trapeso al ejercicio de la autoridad del Monarca.
Asi, desde la primera mitad del siglo xv, el podcr rcuEub.roluto proclamado
por 10s reyes de Castilla, estark sometido a una sene de normas, en funcidn del
juramento -red o supuesto- que el soberano prestaba desde la epocavisigbtica
antes de ser coronado y reconocido por su "pueblo", conforme a l derecho
escrito. Una forma de contrato, el pactum, especificado en la tradition de 10s
fueros urbanos y en las Cortes, garantizaba, a su vez, el derecho natural de
dichos nibditos frente al MonarcaZz9.
A diferencia de Castilla y de Portugal -que tenian su poder directamente
de Dios-, en 10s otros reinos de la Peninsula la imagen de 10s monarcas que
ascendian al bono era revestida con un aura ceremonial y una simbologia
especial. Ello tendia a marcar el rito de paso que 10s llenaba de presencia
divina frente a 10s poderes feudales que 10s limitaban. Los reyes de k e n ,
por ejemplo, a partir del siglo XJII heron autorizadospm el Papa a autocoronarse
en la catedral de Zaragoza; un siglo mks tarde, Pedro IV -1lamado "el Cere-
monioso"- emprendia la composici6n de 0rdinun'one.r que reglamentarian en
adelante 10s ritos de unci6n y de coronaci6n. Estos se desarrollar5n en medio
de una solemne liturgia eclesibtica, concelebrada por las principales autori-
dades religiosas y gran cantidad de clero. Todos ellos orienkdn el oficio y su
disposicion gestual hacia la persona radiante del Monarca que sera parte, en-
tonces, de una "ordenacion" -ordinatio regis- que lo homologarti, incluso en
sus vestimentas, a un sacerdotenO.Antes del acto, el nuevo Monarca debia
jurar defender, como sus predecesores visig&icos, a la Iglesia y a la fe, y
respetar las libertades y 10s privilegios de sus slibditos, quienes a su vez le
prometian obedienciaa'.
113
Para efectos de Ias hipbtesis que p i a n la presente investigacibn, quere-
mos insistir sobre el hecho de que entre 10s reyes castellanos-vicarios de Dios
por su misi6n intrinseca- y 10s de 10s otros reinos peninsulares -que lo eran
por imposici6n ritual- el hilo comm era la participacibn legitimante de las
Cortes y estamentos de la sociedad. Era el consentimiento manifiesto de di-
chos representantes del “cuerpo politico” que “hacia” en gran parte al Rey
medieval. El imaginario corporal, asi, siendo parte de la representacitin de la
sociedad que era comdn a Europa, se arraigara en la propia conformacitin
institucional de la Peninsula L a idea de corpus my5tImrn -que traslada al uni-
verso del Estado aquella antigua concepci6n eclesihtica-, se inserta c6moda-
mente en la mettifora organicista de 10s reinos ib6ricos: un Rey como cabeza
de la cual emanan 10s sentidos y las directrices que accionan 10s “miembros”
del cuerpo politico -1as Cortes, 10s ayuntamientos,...-, 10s organiza y les da un
sentido coherente y una identidad comun, respetando sus diferenciasrepona-
les.
Lo anterior se c o n j u w , paradejicamente, con la estrategia de centraliza-
cion generada a partir de la uni6n entre Castilla y Aragijn, y reforzada luego
del triunfo definitivo en la reconquista. Dicha politica agregara a 10spolos de
atraccion tradicionales -el Rey y la religion-, el plan0 administrativo, a partir
de la estructuraci6n bumcr5tica del Estado que llegara a completarse bajo
Felipe 11. Para ello, 10s Reyes Cat6licos actuaron apelando a nuevos o viejos
organismos, ahora puestos a su servicio. Las Cortes apoyarfrn con el consenso
colectivo de sus representados -1as elites- la obra politica de 10s soberanos,
pues 10s conflictos con la aristocracia de 10s distintos reinos se terminarh con
el triunfo de un principio real tradicional: al ser el primer0 de 10s nobles, el
m h noble de todos ellos, el que tenia la sangre m h pura, el Rey conservabasu
preeminencia en la escala ~ ~ c i aDel hecho,
~ ~ ~ las
. aristocracias se sentiran hon-
radas de participar en las funciones y altos cargos de la administracibn. Esta
cooptaci6n se acentuark con la vida cortesana desarrollada alrededor del mo-
narca desde mediados del siglo XVP.
114
Un aporte fundamental a este proyecto estatal unificador y centralizador
sera el de la religion. L o s Reyes Catdicos, conforme a la tradicidn medieval,
se definen como mandataries de un poder superior, el de la divinidad, h n t e al
cud son responsables de la principal gesti6n de su mandato: la administracidn
dejusticia. El Monarca refiema, con ello, la imagen de persona "objetiva" por
excelencia, en el sentido de que sus decisiones son h decisiones correctas.
Como principe cristiano, era bueno y just0 "por naturaleza". Su palabra siem-
pre apuntaba en la direccih adecuada, ya que se ligaba a aquella presencia
sobrenatural reivindicada
En medio de este proceso, la expansitin a America presentaba un nuevo
desafio y un replanteamiento de la dintimica politica, pues la unidad ya no se
plantearia solamente en t h n i n o s de la Peninsula Se trataba de extender la
administracih monkquica sobre 10s nuevos territorios proyectando la pre-
sencia del Rey en t6rminos objetioos -leyes, autoridades vicarias, etc.- y subje-
tiuos -recreaci6n de una imagen legitimante que funcionase sin la presencia
material del gobernante superior-, Jugando con sus particularidades regiona-
les, Espaiia aparecia como una potencia europea, estructurada en torno acier-
tas formas culturales comunes y en busca de su unidad politico-territorial,
&ora transcontinental.
En este sentido, otro apoyo ideol6gico importante fue el de la tradici6n de
10s regionalismos peninsulares y del imaginario corporativo. Ambos se im-
bricaban con la nueva tendencia centralizadora,justamente, porque el concep-
to de realeza en la peninsula iberica medieval nunca estuvo basada en la
uniformizacion,sino en el reconocimiento, por parte de todos 10s stibditos de
un reino, de lo esencial: un solo Rey, una sola religidn. Esta caracteristica es
importante para comprender la evolucion imperial del dominio territorial
bajo 10s Habsburgo, pues permitira extender la presencia del control politico
por sobre las enonnes diferendas locales. El Rey, asi, gracias a su Gorpus mystinrm,
trasciende 10s reinos, provincias y etnias que se hallan bajo su dominio. El rol
de su imagen escapa al gobierno concreto y se situa en una funcidn de ligaz6n
de las partes diferentes".
Sipendo al antroptilogo Carmelo Lis6n, vemos que esta idea abstracta
de "totalidad" implicauna continuidad en el tiempo y en el espacio. Respecto
a la primera, ya se ha hablado de la perpetuacidn inmortal de 10s atributos del
cargo. En cuanto a la ubicuidad espacial, el Rey estaba en todas partes a traves
de sus documentos, insignias, leyes, estatuas, pinturas y virreyes que lo dupli-
caban y lo representaban. Esta proyeccidn imaginaria -cuyos atributos corn-
intento poi universalizar la lengua castellma como idioma ofiaal (aunque ello s610 se impon-
&a verdaderamente con las Borbanes, en el side XMII). La organization burodticano dejari
de lado la fiscalizacidn directa sobre 10s representantes de la manarquia, a traves de inspectores
-10s llamados '%eedores"- y, al thmino del servido, con el llamado "juido de residencia".
231 Li~h, Op. cit., pp. 98-99.
115
partfa con la divinidad, por cierto- se produce a partir de la recreaci6n de una
bateria de ceremonias y de simbolos que se orientan a la renovaci6n perma-
nente de su legitimidad y de la del sistema de poder que 61 encabezaba.
Todo este proceso de robustecimiento de 10s poderes -real y subjetivo- de
10s monarcas hispanos habia tomado nuevo impulso bajo Carlos V. En 1520,
por ejemplo, este reorganiz6 las categorias superiores de la nobleza ( g a d m y
titulm). Con ello no s610 se retomaba la politica de cooptacidn estatal de di-
chas fuenas autonomas sino que se creaba una tensidn diferenciadora a nivel
protocolar que fue utilizada en provecho de la propia imagen del soberano.
Nadie debfa confimdir el papel de estos grupos en la cumbre de la piraimide
social, sobre todo su punto culminante -el Rey- que marcaba con ello su
unicidad y distancia Con esto se refonabauna especie de culto a la dfmencia
en la jerarquia del sistema de poder, que seria propulsada decisivamente con
la etiqueta borgofiona -impulsada por el mismo Carlos- y, mks tarde, con el
Barroco.
El impulso wt.4tico
de los Habsburgo
116
veia sobrecargada por la “reconfiguracidn”,bajo su d o , del antiguo ylegen-
dario Sacro Imperio Romano-Germ&nico. Gracias a este nuevo emperador,
por casi cuarenta aiios se extendi6 por toda Europa una serie de mitos referi-
dos a la posibilidad de una gran monarquia catolica y universal, que lleg6 a
adquirir visos de milenarismo. La coincidencia de este evento con la moda
renacentista tuvo como consecuencia que Carlos V, m6s que n i n e otro
monarca, fuese representado como un imperutorromano.
Como lo hemos seiialado en el punto anterior, las fiestas pliblicas que se
organizaban en su honor eran una profusidn espectacular de todo un universo
de imagenes de la Antigiiedad clhica que se orientaban a celebrar su poder
augusto. Su figura proporcion6 a 10s humanistas y artistas del Renacimiento
un vehiculo viviente a quien podian aplicar todo el repertorio redescubierto.
Junto con 10s festivales, las “peregrinaciones ceremoniales” -corn0 las
denomina Roy Strong- a traves de su imperio europeo representaron un m a
politica utilizada arnpliamente. A ello se unian las entradas pomposas en las
ciudades por las que pasaba. Las metaforas plbticas y literarias daban m o ,
alli, a la canahacidn simb6lica de la ideologia del poder y a la exaltacidn
heroica de la majestad real236.
Esta representacion no terminaria con su abdicacibn, en 1555.Ambas ra-
mas de la dinastia -en Austria y en Espaiia- la heredaron para sus propios
reyes e hicieron pleno us0 de la pompa imperial en la configuracion de la
mitologfa local que rodeo a sus monarcas. Asi, pese a su peso aparentemente
coyuntural, 10s elementos de la esMtica renacentista que llegaron a Espaiia
pasarh a ser una parte fundamental de la liturgia politica y de la imagen
colectiva proyectada por 10s Habsburgo peninsulares. Sus diversos compo-
nentes festivos -corn0 10s arcos de triunfo y 10s carros alegdricos- conforma-
r h una herencia de estilos y formas profanas que sex5n asimiladas por la
estetica del Barroco. El Monarca, mi, seguirgsiendo asimilado alegoricamente
a un Hercules, a Apolo, el Sol, la Aurora, ...; o incluso como centro de una
procesibn, o recibido en su entrada a una ciudad entre palmas y ramos de
olivo, bajo un palioZ3‘.Lo mismo sucederd con el protocolo cortesano flamen-
co, que tarnbien se proyectara en el tiempo entrelazindose con 10s vericuetos
barrocos de la etiquetaminuciosa que envolvera cada segment0 de poder.
En las exequias reales, por su parte, 10s catafalcos efimeros -ubicados en
el crucero de las principales catedrales del imperio- resumirin visualmente,
en las alegorias plhticas que 10s decoraban, las virtudes, reinos y exitos del
fallecido, asi como la bienaventuranza eterna de su alma y de su dinastia. La
Strong, of. cif.,p. 87 y ss. Adeline Rucquoi; indica que con la llegada de 10s Habsburgo
entraron tambien a Espafia las historias populares relativas a un poder “milagroso” de 10s reyes
como exorcistas: “De 10s reyes...”, p. 83, nota 31; s e w Bloch, seria una tradici6n que se
encontraria ya cn algunos escritos hispanos del siglo XIV: of. n’t., pp. 145-147.
Diversos ejemplos se pueden encontrar en la recoplacion hecha por Jenaro Alenda y
Mia, Rclaciona de solemnidah y j e s t u s pdblicas & Espa7iu.
117
imagen de lamuerte va a ser un toposrecumnte durante el siglo XVII, cuando
tedricos y artistas insisten sobre la precariedad de la vida y del poder. Sin
embargo, larepresentacion del ave fenix -que, en lamitologa clgsica, renace
inmortal de sus propias cenizas- se adosa permanentemente a la figura del rey
hispano, custodiando desde lo alto de su monument0 mortuorio, en 10s escri-
tos politicos o en la dramaturgia. L a conciencia de un mando de corta dura-
cion se combinaba, asi, con la idea medieval de una dignidad real que no
muere, pues siempre es unamisma: dignitas non morifur, en palabras de Diego
Saavedra F a j ~ ~ d Cono ~ ~el ~Barroco,
. pues, es todo un universo semiotico-
ritual comiin que se mantiene presente en el conjunto de celebraciones pdbli-
cas, tanto de la monarquia como de la Iglesia, reforzando la trama compleja
que unia a ambos poderes.
A partir del reinado de Felipe 11, la figura del Monarca retoma el papel de
guardih de la ortodoxia religiosa que hicieron suyo 10s Reyes Catolicos. Bajo
su gobierno, la mitologia simbolica que con su padre habia ensalzadola figura
y el poder real, deriv6 en algo indivisible del triunfo de la ortodoxia. Los
pensadores politicos espaiioles, a diferenciade Maquiavelo y de otros idedlogos
italianos, dejaron de ver en el Rey a un representante inmediato de Dios para
considerarle como un magistrado de podereslimitados al servicio de la justi-
cia y de la I g l e ~ i aEl
~ ~poder
~ . de la monarquia espaiiola se justificara am-
pliamente, as& por su papel tradicional en la preservation de lafe, baluarte del
catolicismo previo y posterior a la Reforma. Espaiia y la dinastia de 10s Habs-
burgo habian sido 10s elegidos del Todopoderoso para difundir su verdad por
el mundo. Ese mismo rol redundarfi., a su vez, en el peso que adquirir5 la
devocion y la liturgia religiosa barroca en la vida publica de la epoca.
El b y , primer devoto del reino, participa profunda y sinceramente del
imaginario contrarreformista. Los Habsburgo espaiioles van a ser monarcas
ligados a la religiosidad local de patronos protectores y sus visitas a 10s san-
tuarios peninsulares quedarh registradas en la memoria como grandes acon-
tecimientos del lugar, compartiendo con sus slibditosun mismo cult0 fetichista
a las reliquias, como amuletos sanadoresuO.Como paladines de la Iglesia
23B Cit. por Josd Luis Bermejo Cabrero, Mhimas, plincipios y simbolospolituo~(UM afwoxi-
m n ' l n histbricn), pp. 78-79. VCase tambien Javler Varela, La mumte del rey. El ceremonial
funnario de la monarquia eJpairoia (1500-1885), pp. 49-53.
239 Una description bastante detallada de 10s planteamientos ideologicos de la epoca se
encuentra en el trabajo de Jose Femhdez-Santa Maria, Razdn de &&ado y politica en c l p m a -
miento espafiol del E a r n (1595-1640).
En este sentido, William Christian apunta:"I. .I es posible que en esta complacenaade iaS
gentes al comprobar que el monarca era devoto de sus mimos santos se diem una especie de
118
contrarreformista, 10s monarcas del siglo XVII intervendrh decididamente en
10s procesos de santificaci6n de bienaventurados de su Lo mismo
s u c e d d con la instauracidn de nuevos cultos en agradecimiento al apoyo
celestial, sobre todo en torno a la figura de la Virgen Maria242.
Todo el aparato de la religiosidad barroca (procesionesespectaculares con
imagenes, exposicidn del Santisimo Sacramento y reliquias, misas, etc.) se
pondr5 en funcionamiento para brindar apoyo ala monarquia en las coyuntu-
ras dificiles, desde una batalla hasta una enfermedad. En fin, 10s monarcas
compartirh el mismo temor de toda la sociedad ante una divinidad culpa-
bilizante y presta en todo momento a castigar 10s pecados de la humanidad.
Este imaginario -en el que el providencialismo competia intensamente con el
absolutismo- ilurninarano 6 1 0 el comportamientopersonal de 10s soberanos
sino la propia acci6n de gobierno. La politica y la moral encontrar&nun terre-
no f6rtil cormin.
El ciclo de la vida y el momento de la muerte se orientaban intima y
pcblicamente al reencuentro con un M& AUa tenebroso. Un M5.s All&,en
todo caso, que le aseguraba la gloria eterna, pues era indudable para todos que
’ ~ . IV,en todo caso, se
el Rey que moria iba directamente a 10s c i e l o ~ ~Felipe
asegurd de su salvaci6n al ordenar en vida que se hicieran misas regulares por
Contrarreforma -1gnacio de Loyola, Francisco Javier, Teresa de Avila, Felipe Neri- y del
protector Isidro “el Labrador“, asi como la presion ejerdda previamente para fadlitar sus
procesos ante Roma, rcvelan la importancia de dicho objetivo. Estas canonizaciones no s610
recogtan la manirestacidn de la devoci6n sincera de la monarquia sino que eran a la vez un
biunfo “politico”, como confiiacion simb6lica de su liderazgo religioso. Para el cas0 ameri-
cano, la primera santa, Rosa de Lima, s e e beatificada por Clemente IX en 1668,tambih bajo
las instanaas de la Corona espaiiola. Su culto h e rkpidamente ordenado por c6dula real de 14
de mayo del mismo aiio. No paso mucho tiempo a n t e s de que fuera canonizada, por Breve de
Clemente X, de 12 de abril de 1671,la que fue comunicada con unfnioridad a las autoridades
americanas, por cedula de 19 de noviembre de 1670,“para que lo hagsiis notorio y nuestros
subditos prosigan en su devocidn con el fervor que se le debe a 10s rnhitos de santa tan
favorecida de Dios Nuestro Seiior“: C.D.A.S., 111, pp. 206,226,237-239,266-267 y 402-403.
AI ser establedda como patrona de las provincias del Peni, Chile h e incluido en su cult0
vativo y su devocidn adquiri6 rapidamente gran popularidad, se@n lo indicaba el obispo de
Santiago en carta al Rey de 28 de febrero de 1680: C.D.A.S., I, p. 330.
242 Un buen ejemplo de la ”sumisi6n”de lairnagen del Manama a ladefensa de la artodoxia
119
61 en todos 10s conventos, a fin de acumular merecimientos y “llevar este
alivio de antemano”%. Esta preocupacidn se debici, quiz$ alas visiones de sor
Maria de Agreda, quien habia confiado al monarca que su esposa, Isabel de
Borbdn, habria estado un ail0 y veintiseis &as en el Purgatorio. Sin embargo,
aunque este castigo provisorio formaba parte fundamental del Mas AU6 en la
escatologia catdlica desde su Kdescubrimiento”en la Edad Mediaa5, no cabia
la posibilidad de una espera semejante para 10s reyes ni, en general, para 10s
miembros de su familia.
Desde las representaciones pliisticas a 10s sermones, la imagen del sobera-
no se aprodrnaba, asi, a la de un santo. Todas las seiiales enviadas por c8dulas
a trav6s del imperio durante la eventual enfermedad, al producirse el deceso y
id efectuarse sus exequias hacian comprender que 61 y su familia eran felices
predestinados.Este mensaje marcabauna desigualdad sensible frente a lamuerte
en relacicin con el resto de la sociedad y, al mismo tiempo, reforzaba laperpe-
tuaci6n de esta imagen del alma real en beneficio de sus sucesores dinasticos.
En 10s funerales del siglo XVII, por ejemplo, se les asimilaba a 10s reyes bibli-
cos o a 10sapdstoles, dado su esfueno por extender el cristianismo. Aveces su
muerte, como la de Cristo, se asemejabametafrjricamentea una expiacih, por
medio de la cual la comunidad purgaba sus culpasD6.
La representacicin de su majestad se recargaba de sacralidad y 10s atribu-
tos divinos que la recubrian se refonaban. El Rey reafirmaba regularmente
esta relacicin con lo sagrado en varios actos lihirgicos del calendario eclesil-
tico: ocupaba el “lugar” de Cristo en el lavado de 10s pies y en la comida de
pobres, para Semana Santa; para Epifania, 10s d i c e s pasaban por sus manos
antes de ser consagrados; acompaiiaba el viktico en la procesidn de Corpus
au Varela, op. n’t., pp. 32, 66, 94 y 138. Luego de su muerte, el anuncio oficial que se
transmiti6 a todo el imperio confirmabala evidencia del lugar ocupado por su alma: “Habien-
do sobrevenido al Rey mi sefior una grave enfermedad y recibido 10s santos sacramentos, fue
Dios Nuestro Sefior servido de llevarle para si a 10s diez y siete del pasado, mostrando assi en
la muerte como en la vida su ejemplar xptiandad (con que se puede ten- piadosamente por
cierto que e s t i gozando de su Divina Majestad)”: cedula de la reina gobemadora anunciando
el deceso de Felipe IV al obispo de Santiago, 24 de octubre de 1665, C.D.A.S., III, p. 589. Esta
preocupacidn obsesiva por el M b Nla se veia, ademis. en la enorme cantidad de misas part
mrtm que dejaban estipulados 10s testamentos males. Desde la9 diez mil ordenadas par 10s
Reyes Catdicos la cifra aumento hasta las trescientas cincuenta mil por el alma de la reina
Maria L i s a Gabriela de Saboya, s e e n 10s deseos de Felipe V Varela, Op. cit., p. 85. Cf. la
cedula dirigida al obispo de Santiago, en 25 de m a n o de 1684, a fin de incentivar en 10s
conventos y templos de sujurisdiccion laoracib por todaslas h i m a s del Purgatorio: C.D.A.S.,
I, p~;~:51-352.
Jacques Le Goff, La musanu du hgatoire.
216 Varela, 3. cit., p. 107. Fernando Bouza Alvarez, en su articulo “La majestad de Felipe
11. Construcddn del mito real”, presenta un interesante an5lisis sobre la imagen del Rey que se
presentaba en 10s elogios impresos a su muerte. Si bien 10s umceptos de absolutismo, fe y
ortodoxia no se encontraban en forma explicita, subyacen en gran parte de dicho imaginario
literario.
120
Christi, etc. Como insisteJavier Varela, era en el ceremonial, m b que en la
obra de 10s escritores panegiristas o idedlogos, donde se manifestaba el caris-
ma de 10s monarcas y su rol de lugartenientes de la divinidad2”.
En este sentido, podriamos deducir que 10s Habsburgo espaiioles habrian
retomado expresiones sacralizadorasde la realeza francesa Unagran diferen-
cia, sin embargo, se dio en la acci6n pivotal que jug6 el espiritu impuesto por
la cultura flamenca a la imagen del monarca espaiiol desde Felipe I1 y a lo
largo del siglo XVII.
Fue en 1548 cuando Carlos V decidi6 reproducir 10s modos y formalis-
mos de la etiqueta ceremonial de la corte de Borgoiia en el circulo del princi-
pe Felipe. El estilo de dicho protocolo era mucho m8s rico en magnificencias
y ostentaciones que el sobrio y austero de Castilla, aunque no se desplazaron
totalmente 10s usos de esta iiltima L a dignidad mayestktica -la dignitas- que
hemos seiidado miis aniba, y que en 10s Habsburgo de Espafia se t r a d u c s en
un comportamiento grave, una actitud solemne y un aislamiento protocolar,
era parte de la herencia castellana al mismo tiempo que del aparato ritual
flamenco. La novedad h e sobre todo la intensidad y rigidez con que lamezcla
de nuevas y viejas fonnulas se implant6 en la Peninsula.
Por otro lado, a partir de Felipe 11, mientras se consolidaban dichos ele-
mentos ceremoniales y festivos espectaculares de las liturgias publicas, surgfa
una exigencia de disciplina y ascesis generalizada, retroalimentada con el es-
piritu contrarreformista en boga La ‘@aaedudy rnajestud”quedebia mostrar el
gobernante se traducian en la rigurosidad de maneras, la compostura del cuer-
PO, el andar pausado, el semblante sereno y el gesto mesurado. A lo largo del
siglo XVII, 10s Habsburgo hispanos cultivariin, asi, la interpretacidn de un pa-
pel de divinidad casi inaccesible -en palabras de Bartolome Bennassar-, ro-
deando sus audiencias oficiales y su presencia pfiblica de r i b s aparatosos. Las
reinas, por su parte, daban laimpresi6n de deslizarse lentamente; se decia que
no tenian pies...248.Una disposici6n imperturbable que se reflejaba en la rigda
etiqueta cortesana y en una moda por las vestimentas negras que pas6 a ser
parte de la imagen clbica de la dinastia. El us0 del color negro acentuaba
aquella sacrosanta gravedad de la autoridad, por lo que ya bajo Felipe I1 co-
memo a extenderse hacia el conjunto de la nobleza y, rkpidamente, por todos
10s circuitos de la administracibn estatal.
Los Habsburgo espaiioles prefirieron asi ser adorados a distancia, ubic6.n-
dose en una cima inalcanzable, rn& bien que corno taumaturgos entre masas
de enfermos -corn0 10s reyes franceses-, administrando la justicia directamen-
te -como 10s Reyes Catolicos- o visitando sus dominios -corn0 Carlos V-. La
gravedad borgofiona cop6 la imagen tratada y vivida por el soberano quien,
"[...coma] alma del cuerpo politico que forma la repfiblica, debia gobernar
121
desde un lugar misterioso y recondito, al igual que el alma rige y concierta sin
ser vista 10s movimientos del cuerpo human^"^'^.
L o s propios te6ricos del Barroco aconsejaban a 10s gobernantes, el secre-
to, la dificultad de comprension, la obscuridad en funci6n de lo dificil, como
metodos para cautivar e irnponer por via extrarracional la fuerza de la majes-
tad:“El secreto del Principe le hace m& semejante a Dios, y, por consiguiente,
le granjea majestad y reverencia, suspende 10s vasallos, turba 10s e n e m i g o ~ ” ~ ~ ~
Una imagen, por lo tanto, que estaba marcada por un tab6 jeriirquico
supremo que le correspondia,justamente, por la fuena sagrada que emanaba
de ella. Un Rey que, a partir de la elevacion al trono, se revestia de un misterio
que lo alejaba del comfm de 10s mortales. El teatro de Lope de Vega y de
Calderdn de la Barca, asi, en plena “decadencia” del siglo XVII, se orientara a
mostrar al Rey como el linico referente capaz de salvaguardar la continuidad
y estabilidad de 10s valores comlines: la paz, la prosperidad, la libertad, el
orden, la justicia,...2j1. Ai lado de la “Madre-Iglesia” estaba, pues, este “Padre-
Rey”, protector de sus fl’lbditosy otorgador de gracias. Una imagen ben6fica y
peligrosa a la vez, como lo era la representacidn mental de “Dios-Padre”.
Este conjunto de imggenes “teol6gicas” de la monarquia se reforzaban
con el hecho de que todo acontecimiento de alguna importancia aparente para
su devenir era amplificado por el ambiente festivo que se le otorgaba y se
convertia de pronto en algo desmesurado. UM imagen, por lo tanto, al mismo
tiempo, centradora y estabilizadora, encantadora y fascinante. Como seiiala
Bartolome Bennassar, el brillo de 10s trajes y uniformes, la suntuosidad de
palacios y escenografias,todo participaba en la creaci6n de una ilusion colec-
tiva en la que 10s monarcas y principes “eran de una esencia diferente en la
que se reconocia la huella de D ~ o s ” * ~ ~ .
Este Rey, lejano en sus palacios peninsulares, era, sin embargo, un ser
omnipresente y omnisciente en todos 10s rincones de su imperio. La tradition,
como hemos visto, asimilaba su ubicuidad espacial a la idea abstracta de “to-
tahdad” que ligaba simbdicamente -y misticamente- las partes separadas o
diferentes. L o s ritos protocolares, 10s simbolos y las etiquetas de majestad que
manipulaban en su nombre sus autoridades vicarias, alirnentaban pennanente-
mente este trGmGndum in~cesible.Debemos retener, en consecuencia, el papel
fundamental de estos vicarios mon5rquicos, como canales que imgaban cons-
tantemente las estrategias de seduccidn afectiva sobre 10s slibditos a traves de
10s extensos territories del imperio espafiol.
24s Varela, op. tit., p. 47. El ejemplo del palacio de El Escorial y su arquitectura laberintica
122
UNA IGLESIA “MILITANTE,
SUFFUENTE Y TRIUNFANTE”
Un ins&ummto tradicional
La aspiracion manifestadapor 10s reyes europeos en el sentido de controlarla
institution eclesiastica se concreto en Espafia a travCs de la tradicibn cesaro-
papista de Bizancio que, conservada desde 10s reyes visigodos, asignaba a 10s
monarcas el deber de velar no solo por la fe de sus subditos, sino tambien por
el funcionamiento de la Iglesia en sus dominios. A patir de esta premisa, 10s
123
monarcas medievales ejercieron un control tradicional sobre esta institucidn
asimilhdola a su propio proyecto estatal. Los reyes de Castilla, por ejemplo,
a lo largo de la reconquista van a ir estructurando la administracidn del espa-
cio a partir de las divisiones eclesihticas de la epoca visigoda. Luego, apoyh-
dose en este organigrarna, solicitaron y obtuvieron del papado la ‘restaura-
ci6n” de sus obispados. A partir del siglo XI, ademh, el nombramiento de
obispos debia pasar por la aprobacion del soberano.
Las Purtidar de Castilla,justamente, fund& 10s derechos de la Corona a
intervenir en las elecciones episcopales -el “derecho de presentaci6n”- sobre la
base de que 10s reyes habian erigido iglesias en 10s territorios arrancados al
islam y que las habian dotado y privilegiado -el derecho de “patronaton-. Esta
prktica, en todo caso, habia sido confirrnada por el papa Gregorio IX,en l23PD.
As< el Rey podia contar, para cumplir con funciones politicas y religio-
sas, con un episcopado fie1y generalmente dotado de culturajuridica. En este
sentido, vemos que el alto clero secular participaba abiertamente de este siste-
ma, colaborando en diferentes cargos estatales: desde miembros del Consejo
Real y embajadores, hasta capellanes y confesores.
Otro mecanismo de control h e el economico. En 1247, poco antes de la
campaiia de Sevilla, Fernando 111recibia del papado la autorizacion para re-
caudar parte del diezmo eclesihtico con el objetivo de financiar la continua-
cidn de la guerra. Si bien este cobro era por un period0 determinado, se trans-
form6 enuna costumbre permanente y pas6 a ser parte de 10singresos ordinatios
de la Corona castellana. Lo mismo sucedid con la parte de 10s ingresos ecle-
siaSticos que debian enviarse a Roma para la cruzada.
El control moniirquico tambih se producia a nivel de las ordenes men-
dicantes, rnuy fuertes en la peninsula I b e c a durante la baja Edad Media En el
momento en que 10s Reyes Cat6licos encontraron la paz que les permitia
potenciar su politica estatal, la reforma de las ordenes regulares fue tomada
como uno de sus proyectos principales. En 1493, mi, obtuvieron del papa
Alejandro VI las bulas que les confiaban esta rnisi6n. Un proceso que ya venia
dhdose, en la prirctica, desde 1487. Todas heron reducidas a la observancia de
sus respectivas reglas -a veces con us0 de la fuerza- y la Corona confirrnd su
papel dominante ante una Iglesia vista en thninos “nacionales”.
En fin, la creaci6n de la Inquisicion castellana, en 1478, inscrita en una
perspectiva de purificacidn escatologica de la alteridad no ortodoxa, otorg6
un nuevo instrumento al Estado. La tolerancia tradicional entre cristianos,
musulmanes y judios, pese a 10s roces belicos, cedi6 paso a una exclusidn
riFda que buscaba eliminar todaposibilidad de pluralismo religioso. A partir
de 1492 -para 10s judios- y de 1501 -para 10s musulmanes- la opcibn seria la
conversidn o el exilio.
124
Lajustificaci6n del Santo Oficio se darii, a partir de entonces, con respecto
a 10s nuevos conversos y a la eventual continuacidn en secreto de sus antiguas
religiones. El establecimiento de este tribunal, adem&, se realizaba bajo el
sign0 de una petici6n real, lo que anunciaba su futura instrumentalizacidncon
fines politico-estatales:10s reyes obtuvieron de Roma el derecho de nombrar
10s inquisidores y de establecer 10s tribunales a su voluntad.
En fin,luego de 10sjudios y moriscos, 10s protestantes y la aplicacidn de
las normas del concilio de Trento mantedrb lavalidez de esta institucidn y de
su funci6n. La Inquisici6n se proyectarii, asi -en palabras de BartolomC
Bennassar- como una institucidn “al servicio del Estado tanto como de la fe”.
Un instnunento de unificacidn religiosa -como medida de politicainterior- y
de control de las masas2M.
La Iglesia hispana participaba, de estamanera, de una dependencia tradi-
cional respecto de la monarquia. Los cargos de seculares y la labor de 10s
regulares estaban en directa relaci6n con 10sintereses politicos y con la direc-
ci6n doctrinaria que la propia Corona deseaba imprimirles. Tradicionalmente,
por lo tanto, el papado tendrzi unainjerencia relativamente h t a d a y siempre
en acuerdo con 10sreyes. A partir del siglo XVI, debemos m a r a todo ello la
idea de continuidad y ue se fog6 entre el termino de la ernpresa de “reconguis-
ta” peninsular y 10s comienzos de la conquista americana. Una idea que se
extendie a todos 10s niveles sociales e institucionales comprometidos con el
Estado durante el perfodo historic0 precedente.
125
Santiago apbstol, encabezando las tropas espa.tiolas en un combate, ahuyenta a 10s araucanos.
Ovalle, op. U L
126
y beneficioseclesiWcos, etc.u7 Se agregaba, adem&, el llamado wgim cxcquahrr,
a trav& del cud la Corona se reservaba la facultad de otorgar el “pase regio”.
Este era necesario para publicar en sus dominios10s documentas emanados de
Roma (breves, decretos, bulas,...).Antes de obtener esta autorizacibn, dxhos
textos debian ser revisados por el Consejo de India, a fin de que no contempla-
ran elementos contrarios a la soberania 0 , sirnplemente, a la voluntad real258.
Los Yrecursosde fuena”, por dtimo, implicaban la posibilidad de apelar ante
10s tribunales seculares contra 10s fallos dictados por la justicia eclesibticam.
Estas disposiciones apostblicas establecian a 10s reyes espaiioles como
patronos de todas las iglesias americanas. Por ello -y conforme a la tradici6n
de la reconquista peninsular- estaban obligados a fundarlas y dotarlas econo-
micamente. Adem%, se le otorgaba a la Corona la facultad exclusiva de auto-
rizar la erecci6n de templos “y todos 10s d e m b lugares pfos, arzobispados,
obispados, abadias, prebendas, beneficios y oficios eclesibticos”260.
Los obispos debian infonnar peribdicamente si habian visitado su didce-
sis, 10s sacramentos administrados y el nlimero de fieles (siibditos),parroquias
y d o c & i w de su jurisdiccibn. Tambien tenian que seiialar el cuidado puesto en
la predicacion destinada a eliminar 10s pecados pdblicosZ6’.En fin, incluso, el
numero de sacerdotes ordenados -que no podian s e r ilegitimos, mestizos, ni
mulatos- era regulado por la autoridad rnoniZrquicaz6*.
2b2 Cf. carta del obispo de Santiago, Bernard0 Carrasco, a l Key, 20 de mano de 1684,
C.D.A.S., I, pp. 350-351.El Rey tambien dictaba las cidulas que ordenaban la celebracidn de
127
Las drdenes religiosas dependian tanto o mis de la Corona que el clero
secular. El10 se debia a que la justificacion principal del patronato americano
habia sido la obligacicin del Estado de financiar, administrar y coordinar la
cristianizacion de 10s indigenas. Para el cas0 de Chile, por ejemplo, la Corona
debia evaluar los informes que se le enviaran respecto a la evolution de la labor
misional; evaluaci6n que nun- dejaba de estar en relaci6n con sus intereses
politicos en la region aiin no dominada del sur. Luego, el envio de monjes
misioneros corn-a siempre por cuenta de la Real Hacienda, que por una bula de
1501 se quedaba con una parte de 10s diezmos que cobraba El gobernador
chileno, por su parte, debia apoyar politica y materialmente su instalacion, en
correlacion con 10s planes belicos y 10s “tratados de paz” del momentoZm.
Este sera el marco juridico-ideoldgico de la transformaci6n de la Iglesia
colonial en uno de 10s pilares esenciales del control social y mental de las
lejanas poblaciones americanas. Un proceso amparado en el incontestable as-
cendiente sicoldgico que ejercia el clero sobre la sociedad,bajo su rol esencial
de intermediario y exegeta de 10s misterios de la divinidad cristiana En con-
junto, la tendencia regalista y sus disposicionesjuridicas, al distanciar de Roma
al clero americano y absorberlo en el engranaje de la administraci6n estatal,
hicieron de 61 un instrumento funcional a la monarquia hispanam.
fiestas en honor de misterios especiales (por santos, por la Inmaculada Concepcion, etc.).
Induso, dertos aspectos del ceremonial del culto, como veremos mas adelante, eran determi-
nados por la normativa real, mis alla del marc0 general del ritual romano: Leal. op.cit., p. 185;
R.L.I., I, lib. I, tit. 6: “Del Patronazgo Real en las Indias”.
253 Luego del pa& f d o a raiz del Parlamento de Yumbel(1692),por ejemplo, la Corona
envid desde E s p a a cuarenta misioneros jesuitas y diez franciscanos: Medina, BiblioUrn..., op.
n’t, vol. 11, p. 349. S e g h una bula de 1522, el Monarca teniala facultad de regular el nfimero y
controlar la idoneidad del dero regular que pasase a AmMca, lo mismo que la instalacidn de
nuevas Brdenes: Villalobos, Hi~fariadcl pueblo ..., op. cit, tomo HI, p. 87. Con respecto a la
necesaria autorizacidn real para fundaciones de regulares, la ley seiialaba explicitamente: ”[. .I
antes de fabricar iglesia, convent0 ni hospido de religiosos, se nos de cuenta y pida licencia
especialmente, como se ha acostumbrado en nuestro Consejo de Indias,con el parecer y licencia
del prelado diocesano, conforme a l Santo Concilio de Trento, y del Virrey, Audiencia del
distrito, o gobernador“:RLL, I, lib. I, tit. 3, ley I. En el cas0 de conventos dotados y fundados
por la Real Hacienda, las capilli mayores debian reiervarse al Monarca -aunque Cste no visitara
nunca el lugar-. Las otras capillas podian asignarse para cultos especificos y para el entierro de
particulares, aunque siempre bajo la aprobacidn de 10s virreyes y audiencias locales. Estas
autoridades debian privilegiar, ademl, a las personas que se hubieran destacado en el servicio
a la Corona En el cas0 de las catedrales, la asignaddn de capillas a particdares debfa pasax par
una autorizacion directa del Rey: R.L.I., I, lib. I, tit 3, ley vi; tit. 6, ley mi.
*aS e w Horst Pietschmann, el absolutismo temprano que se manifest6 en F q c a d u m -
te el siglo XVI se apoyo en an parte en toda esta manipulacidn de la Iglesia por parte del
Estado moniirquico:“En resumidas cuentas, habra que partir no de que la Iglesia se servia del
Estado para lograr sus objetivos I.. ], ni de que el Estado se prestaba particularmente al apoyo
de 10s intereses eclesiasticos, sino que antes bien, de que el Estado sup0 aprovechar, en forma
realmente magistral, a la religidn y, por medio de ella, tambikn a la Iglesia para la realizacidn
de su politica”: op. cit., p. 64.
128
Por lo demas, como hemos insistido con anterioridad, la Iglesia h e utili-
zada tambien en terminas especificamente politicos, corno un organism0 in-
terrnedio para adrmnistrary controlar 10sdiferentes reinos. L o s obispos, encar-
gados de velar por las buenas costumbres, dictaban decretos sobre asuntosque
dependian de lajurisdiccion civil, rnuchos de 10s cuales eran luego promulga-
dos en 10s sinodos diocesanos. Ello implicaba que la Corona aprobaba esta
aparente "intromisi6n" en las facultades de sus vicarios laicos. Los obispos,
adernb, podian ser consultados acerca de su opinion personal sobre la accion
de gobierno de las autoridades locales, sobre el estado material y adrninistra-
tivo de su distrito y la forma de solucionar sus problemas, e incluso sobre la
idoneidad de 10s funcionarios realeP5.
El exit0 del patronato se debi6,justamente, a que el Estado no ejercia una
subordinaci6n ahogante. Adem&, en sentido inverso, la Iglesia se ampar6 de
la utilidad de este manto protector para perseguir sus propios objetivos, cons-
truyendose una posici6n de poder paralela y ligada simbi6ticarnenteal Esta-
d P . El domini0 w an0 sobre Amhicareposaba, asi,sobre lainterdependencia
y el control cruzado de 10s h b i t o s laico y religioso del poder. Interdependencia
que jugaba sobre la noci6n de 10s bratos secular y eclesibtico de la justicia
real. La direction era dada por la cabeur, a partir de la figura del Monarca,
seguido por sus principales vicarios coloniales, quienes tambidn se deben ana-
lizar a partir de la confluencia de las dos vertientes del sistema: la laico-estatal
y la religiose-eclesiistica.
265 Por ddula de 5 de julio de 1661, por ejemplo, la Corona ordenaba a 10s obispos de
Santiago y de Concepcidn que le informaran sobre el estado de la frontera belica del sur luego
de la contraofensiva indigena de 1655, y quc "con particular especulacidn y cuidado os
infarm&sde las cosas de esas provincias y muy especialmente de las de guerra y de la gente de
caballeria y infanteria que tiene el ejercito I...], que gente tienen 10s rebeldes y con qui.
forlificacionesse hallan, y c6mo han procedido las personas que han gobernado e n este tiempo
las dichas provincias [...I, y si en la distribucion de la hacienda ha habida la buena cuenta y
razon que conviene y c6mo han abrado 10s dichos gobemadores en la distribucion de ella; y
de todo me enviareis una relacidn muy particular y distinta": C.D.A.S., ni, pp. 583-585. Otro
ejemplo es el del obispo Diego de Humanzom, que por carta dirigida al Rey en 21 de marzo
de 1666 reclamaba por la conducta del gobernador Francisco de Meneses: B.N.B.M.Ms., vol.
152, pza. 3032, tjs. 66-70. Por cedula de 2 de agosto de 1715, por su parte, el Monarca
informaba a todos 10s obispos americanos: "[ ..I he considerado que para la direccidn y acierto
[-del gobierno-] no debo ni puedo buscar mis propios ni adecuados instnunentos que 10s de
10s prelados, que, como ministros de Dios y de su iglesia, y al mismo tiempo consejeros m'os
I...]alumbrcn mi rmh y dirtjan mis dcscos, dicihdome cada uno I...)10s medios que juzgare
convenientes para evitar las ofensas a Dios y merecer su agrado": C.D.A.S.,IV, pp. 387-388
(destacado nuestro). Cf. tambien Barros Arana, Hisloria ..., e.cit., tomo IV,pp. 237-238; tom0
V, pp. 325-328.
z6 Practicamente toda la obra Gobtcrno cclesidstico pan$co y u n i h de los dos cuchillos,
ponhjcio y rcgio del obispo de Santiago Gaspar de Villarroel, constituye una aceptacion
explicita del regalisma. Sus p5ginas se dedican a aportar ejemplos 'hsttjricos" que contribui-
rian a r e f a m el caracter de revelacidn -de origen biblico- de esta dependencia
129
IglGsia y cristian&cih
Respecto a 10s indigenas que se mantenkn en actitud h o d , por ejemplo -como el cas0
de 10s araucanos- una disposicih de 1575 estipulaba: Conciirtense con el cacique principal,
que esti de paz, y confina con 10s indios de guerra, que 10s procure afraer a su tierra a divertirse,
o i otra cosa semejante, y para entonces e s t h alli 10s predicadores con algunos espaioles, 6
indios amigos secretamente, de manera, que aya seguridad, y quando sea tiempo se descubran a
10s que fueren llamados;y ellos,juntos con 10s demh, por sus lenguas 6 interpretes, comiencen
5 enseiiar la doctrina christiana: y para que la oigan con mas veneradon y admiracion, est&
revestidos lo menos con alvas, o sobrepellices,y estolas, y con la Santa Cruz en las manos [.. I.
Y si para causarles mas admiracion y atencion pareciere cosa conveniente, podr6n usar de
musica de cantoresy ministrileq con que conmuevan i 10s indios b se juntar, y de otros medios,
para amansar, pacifica, y persuadir B 10s que estuvieren de guerra”: RLI., lib. I, tit. lo,ley IV.
26u VEase, al respecto, el sugerente trabajo de Guillaume Boccara, “El poder creador: tipos
130
En esta aparente ambigtiedad no debemos olvidar el peso de la mentalidad
colectiva occidental, que veia en 10s acontecimientos terrenales negatives un
castigo divino por 10s pecados de la humanidad. De esta forma, las distintas
crisis que sufrira el imperio espaiiol repercu~knen todos sus reinos atraw3 de
edictos dirigidos a 10s obispos y a 10s provinciales de las drdenes regulares con
el fin de insistir en el control moral de la poblaci6n. La idea seri reencontrar la
gracia eliminando 10s "pecados p6blicos", sobre todo 10s de orden sexual, cola-
borando con las autoridades civilesen la "reforma de las costumbres", s e e 10s
tknninos de la epoca En 1662, por ejemplo, en una cedula enviada a todas las
autoridades civiles y religiosas de AmMca, el monarca confirmaba:
"[ . .I la continuacih con que han perseverado [.. I tantos af~osha la cala-
midad de las guerras, rebelion de provincias, muertes de principes, nau-
fragios en las navegaciones, pestes y otras innumerables adversidades [...]
muestra bien c u h ofendido tenemos a Dios Nuestro Seiior [. .I deseando
aplacar a Dios, sabiendo que el medio m h acepto a su Divina Majestad y
con lo que mas se inclina y granjea su misericordia es el de la reformaci6n
de las costumbres, el escusar escanddos y pecados publicos
"[.. I
envien por sus diocesis clerigos o religiosos de toda virtud y ejemplo
a missiones, tanto por 10s pueblos de indios como de espaiioles, para que,
predicando y exhortando a 10s subdilos a penitencia, se pueda esperar el
fruto [...I, encarghdoles mucho a 10s doctrineros el cuidado en la educa-
ci6ny enseiianza de 10s indios[...Inn1.
270 Cedula de 10 de actubre de 1662, C.D.A.S., IV,p. 526. La misma orden la vemos en
una ckdula anterior enviada a l obispo de Concepci6n, cuyo tenor lo sabemos par la carta
respuesta de este ultimo, de 28 de febrero de 1627: B.N.B.M.Ms., vol. 238, pz-a. 6412,fjs. 212-
216. Vease tambien la referencia que se hace a una c@dulasimilar, de 7 de nowembre de 1682,
en el sinodo episcopal de 1688, Sinodos diousanos ..., Op. cif., cap. x, const. 11 y III, pp. 64-65.
271 G5dula de 1662, cit. en nota anterior (destacado nuesfro).Otra cedula similar, de 30 de
131
en esta ciudad [Santiago-] para lareformacidn del pueblo, clero y conven-
tos [..I y a todos mis sermones y pl&ticasordinarias he dado a entender lo
que V[uestra].M[ajestad].me mandapor lacedula citada [...] yen particular
de 10s indios, negros y otras personas miserables que por su rudeza y barba-
rismo se reducen en mayor dificultad a la direccidn y politica [...Inm.
El podcr de la lcngtca
132
deskcar5 la Compaiiia deJesus, cabeza de esta moderna estrategia. Su labor
superaba ampliamente a la de las restantes comunidades de regulares, que no
siempre cumplian con la actividad requerida Asi redamaba el obispo Francis-
co Salcedo, en 1632, quejhdose por el excesivo nurnero del clero en una villa
tan modesta corno Santiago,
El adoctrinamimto rehtivo
en Chile central
Carta del Obispo al Rey, 10 de febrero de 1632, B.N.B.M.Ms., vol. 238, pza. 6432, f j s .
340-346; reproducida tambiin en C.D.A.S., I. pp. 150-151. VBase tambi6.n Barros Arana,
Hutaria ..., op. cit., tomo N, pp. 250-251.
. 21-22; Ovalle, op. cit., C.H.Ch.,
Enrich,op. c i ~ pp. vol. XIII, p. 211 y as.; Barros Arana,
Hutoria..., op. c i ~ tom0
, v, pp. 334-335; torno VI, pp. 243-247. Pese a las prohibiciones que
elabor6 el concilio de Lima de 1613, destinadas a depurar el culto de todas aquellas manifesta-
ciones que habian sido toleradas hash esc mornento, la pectica se mantuvo inalterada durante
todo el siglo XVII. La incorporacion de danzas, musicas y vestimentas indigenas o atricanas,
asi, formaba parte del espiritu barroco americano, haciendose presente con energia en las
pnncipales celebraciones del calendario lit~irgico,como la dc Corpus clrrisli
133
Si bien su implantation h e muchas veces m L nominal que real, 10s pue-
blos de indios constituyeron un proyecto de ciertautilidad al esfuerzo norma-
tivo y "civilizador" de la labor misional. Sobre ellos se proyect6 una red
eclesiQtica de doctrinas y curatos de indigenas; esto es, unidades jurisdiccio-
nales de evangelizacih organizadas en torno a unaparroquia y a cargo de un
sacerdote "doctrinero". Teoricamente, W e debia ocuparse de la evangeliza-
ci6n de toda la poblacion -incluida la hispanocriolla- distribuida en las gran-
des propiedades agricolasy en 10s pueblos de indios que se encontraban en su
d i s t r i t ~El
~ ~escaso
~ . nlimero de doctrineros y la gran extensidn de estas unida-
des, sin embargo, obstaculizaron pemanentemente la laboP8.En todo caso,
como lo seiialaba el obispo de Santiago en 1641,los pueblos de indios no eran
en general mas que lugares de referencia y de identificacihn de 10s indigenas
que se encontraban diseminadospor toda la extension de cada parroq~ia~'~. En
realidad, eran las estanciaslas verdaderas unidades de concentraci6n de pobla-
cion no hispanocriolla, en su calidad de mano de obra.
La dispersi6n en que se encontraba la poblaci6n de Chile central unida a
la distancia que separaba las distintas estancias, por lo tanto, relativizarh
significativarnentela imponente estructura adoctrinadora proyectada por la
Iglesia imperial. Como indicaba un informe mandado elaborar por el mismo
obispo Villarroel, un aiio m8s tarde,
"[ . .I es sin duda imposible que 10s curas de 10s partidos puedan enseiiar
las oraciones e instruir 10s indios [.. I, estando tan divididos en tanta mul-
titud de estancias distantes en tantas leguas, que e s t h unas de otros veinte
134
leguas y nos de por medio que en el verano no se pueden pas= y menos
en el invierno [...]"280.
"I . .I
que en ese Reino, donde lospocospueblos que hub0 se han despobla-
do, asipor las continuas pestes de que han muerto 10s indios como por 10s
encomenderos [, que] 10s han extraido de ellos, agreghdolos a sus estan-
cias para el beneficio de sus haciendas [.. I, no solo no es posible el
practicarse dichas escuelas porno haber pueblos de indios, sin0 muy d@l
el que Sean doctrinados en nuutra saniafe y la reciban con el conocimiento
necesario a su salvaci6n"281.
280 Infonne sobre el estado de 10s pckrocos e iglesias del obispado, 10 de febrero de 1642,
C.D.A.S., I, p. 197. A comienzos del siglo m n la situaci6n segufa siendo similar y el Obispo
del momento, Luis Francisco Romero, reclamaba por las consecuendas nefastas que ella
provocaba a nivel de la instruccion, "pues con vivir la gente en campafm, divididos unos de
otros con distanda de legum m&s o menos, no puede haber escuela en ninguna parte por la
imposibilidad de que concurran 10s niiios": carta al Rey, 24 de enero de 1710, C.D.A.S., I. pp.
436-437.
28: Informaci6n retomada en c6dula de 27 de abril de 1692, publicada en Francisco de
135
un infome enviado al rey por el oidor Soldxzano y Velasco, en 1657, sobre la
poblaci6n de 10s distintos corregimientos del obispado de Santiago2".
El amplio espacio rural de Chile central se mantendr& en consecuencia, al
menos hasta el proceso de fundacionesurbanas del siglo x q como un espec-
tro human0 y geoflico de dificil control. Mas a6n, en pleno "despotismo
ilustrado", 10s obispos de la capital seguian reclamando por la extension
inmanejable de 10s curatos, la dispersi6n de su poblacidn y la necesidad de
destinar sacerdotes misioneros en apoyo a 10s escasos p5rrocos ruralesm5.
Santiago -y 10s otros escasos villomos de su obispado- mostrarit, asi, un
rostro de"sobrecontrol", con sus monasterios, conventos y templos distribui-
dos a lo ancho de su espacio urbano. En lo que concernia al numero de sacer-
dotes, ya la visita ad lzmzna efectuada por el Obispo en 1609 constataba la
desproporcidn: de un total de 191 religiosos seculares en el obispado, 156
residian en la En la ciudad, por su parte, segin lo ordenaba el sinodo
de 1688, todas las iglesias seculares debian convocar a son de campana a la
poblacidn, sobre todo a la "gente de servicio", para predicarles la doctrina,
especialmente durante 10s doming0 de Cuaresma y de Advient~~*~.
Fuera de 10s limites urbanos, la labor misional -y de occidentalizacih-
desplegada sobre la poblaci6n no hispanocriollase debilitaba r5pidamente. Ya
en las chacras que rodeaban a la capital se podian encontrar indigenas que no
sabian siquiera persignamem".
28* Z e g a , Espagnolr..., op. cit, p. 372. Hacia fines de la misma centuria vemos fundonando
I36
Y BANLOCO
CONTRARREFORMA
La nueuu militancia
de unu piedad tradicional
mos en otro capitulo, estas entidades, que podrian ser vistas a priori como canales efectivos de
sodalizacidn del catolicismo oficial, presentan, bajo el barniz de su rdglamentacibn, unaprktica
ambigua caracteristica del proceso de hibndacibn cultural del mundo colonial. La sola existencia
de e s m corporaciones, por lo tanto,no invalida lo que hemos apuntado respecto a la fragilidad
del adoctrinamiento catblico fuera del espacio propiamente urbano.
2R9 Bennassar, "En Espagne ...", Dp. cit, p. 264. El erasmismo, asi, entroncaba con el
espintu de reforma interna de fines de la Edad Media llamada dmotio modem. La innuencia de
Erasmo lleg6 a ser importante en la elite culta del clero y a nivel de la burocracia ministerial y
cortesana. Buena parte de 10s consejeros y el propio eecretario personal de Carlos V comulp-
ban con esta doctrina, lo que contribuy6 a que las prirneras reacaones de Espaiia a la Reforma
estuvieran lejos de ser negativas.
137
litante en su “lucha”doctrinariay militar contra 10s protestantes. Se confirma,
entonces, el c d c t e r mesi6nico de la corona espaiiola, “primogenita de la
Iglesia, cat6lica por antonornasia”m.
La gloria de Dios se asentar&como el ideal supremo que debia ordenar el
quehacer humano, desde la politica del Estado hasta el iiltimo rinc6n de la
conciencia individ~al~~’. Ella debia ser el elemento unificador por excelencia.
De ahi que haya sido manipulada eficazmente para revestir la imagen real con
un rol similar. El catolicismo postridentino r e f o n d , de esta forma, un orden
social y religioso de origen medieval. Se@n Maximiliano Salinas, desde fines
del siglo x v ~se habria revalorizado una sacralidad d e tip0 seiiorial -“Nuestro
SnZorJesucristo”-; unareligiosidad centrada en la figura del padre, que vigila,
controla y castiga. En el orden autoritario y jerirquico de esta religosidad
patriarcal -que se conjugaria simbdlicamente con el orden politico-m,on&qui-
co-, las principales virtudes eran la humildad, el ”temor a Dios”, la obedien-
cia y sumisi6n a la voluntad del padrSg2.S e g h fray Luis de Granada, cam-
pe6n de la Contrarreforma espaiiola, la obediencia a Dios se debia cumplir
porque E1 era “Monarca y universal Setlor y Emperador del rnundo [...] asi
como a Rey se le debe suma obediencia y r e v e r e n ~ i a ” ~ ~ ~ .
La herencia medieval se observar6 tambih en la propia devocion, a partir
de la revalonzacion de la mortificacibn y de la penitencia corn0 formas de la
piedad tradicional: desgarrar 10s cuerpos, usar cilicios en privado y flagelarse
en pliblico, hacer correr hilos de sangre, todo ello constituiauna imitacidn de
10s sufrimientos del propio Jesucristo y un gesto ligado directamente a la
expiacifin de 10s pecados%. En este mismo sentido, la Contrarreforma, en
contraposici6n al mensaje protestante, tendid a refonar el rol de 10s sacramen-
tos y de 10s dogmas, como vias esenciales del culto. La Trinidad o la propia
Transubstanciaci6nYpor ejernplo -esta liltima celebrada en Sevilla desde el
siglo XUI- pasarb a ser elementos~ardinales2~~. L a devocibn a 10s santos y a la
Varela, op. tit., p. 87.
*91 Asi lo seiialaba expliatamente laley que encabez6 la Reopilacibn de 41%
& 10s rcinos dc
h Indzus... (1680),ya citada
291 Sobre la imagen colectiva de un Dios cristiano punitivo, vease Jean Delumeau, Lnpmr
spirituoliti a d t i p el nyfipue, dncfrine ef histoh, pp. 1.010-1.023; y Chnstian, op. tif., p. 224.
donde el autor habla de una “expiaci6n imitativa”.
zgj Cf. para America, pot ejemplo, RL.I., I, lib. I, tit. 1, Ieyes x x ~(de 1619) yxxr~(de 1626),
sobre cultos al Santisimo Sacramento a lo largo del G o .
138
Virgen Maria, como lo hemos vista anteriormente,formara parte preferencial
de la nueva comente religiosa que se expandid bajo 10s Habsburgo.
El concilio de Trento habfa determinado,en fin,una sene de disposiciones
destinadas a cambiar o renovar sustandalmentelas bases del catolicismo. En-
tre las r n b importantes destacaban: la depuraci6n de la doctrina,la revaloracidn
de 10s sacramentos, el refuerzo de la separacidn entre lugares sagradosy luga-
res profanos, labfisquedade la autonomia y del poder de la Iglesia, larenova-
cidn administrativa y reordenacibnjeriirquicade la institucionalidadeclesih
tica y la preocupacidn por el recto comportamiento del clerow6.
La Contrarreforma centr6 su nueva politica en torno a la liturgia y a la
prkctica religiosa colectiva Estas debian convertirse en 10s principales instru-
mentos de adoctrinamiento y de defensa c o m k frente a 10s enemigos de la
“Verdad”.Se necesitaba extender el culto, enseiiar 10s dogmas, establecer ins-
tsumentos de ”propaganda”que socializaran el mensaje doctritiaP7.El propio
marc0 litfirgico de base, la misa, tambien fue reorganizado conforme al nuevo
espiritu y a 10s ataques protestantes. De hecho, en la sesidn de septiembre de
1562 del concilio de Trento se condenaban las interpretaciones que veian la
Eucaristia como una “conmemoraci6nn de la Crucifixidn. De esta forma, se
reforzaba la doctrina fijada once aiios antes, proclamando que Cristo estaba
“contcnido vcrdaderanmte, realmente y swtancialmente” bajo las especies
sacramentales”m.
En fin, a pa,rtir de las conclusiones de Trento surgid una nueva codifica-
cidn de 10s ceremoniales, de 10s gestos rituales, del rol de la predica y de 10s
sfmbolos dogmgticos, del calendario anual de fiestas, etc., todo lo cual se
concretd en 1614 con la elaboracidn de un nuevo ritual roman0 para us0 ofi-
cial de la liturgia cat61icawg.
296 Sobre las tensiones del cristianismo durante este periodo, vdanse 10s trabajos de Pierre
Chaunu, &list, cuhre et socitti. E S S Qsur ~ Rqorme et Conk-Rqormc (1517-7620) y de Anne J.
Cruz y MayElizabeth Perry (eds.), Culture and Control in Counter-Refonnation Spain. Cf.
t a m b i h Jean Delumeau, Un c h i n d’hirtoire: &rtiicntt et christianisation
2g7 En 1597 el papado decidi6 fundar un establecimiento orientado especif-ente a
difundir su nuevo mensaje: la Congrcgcriio de Aopodanda Fide. A partir de 1622 sera la respon-
sable de todos 10s a s u n t ~ sreferidos a la mision y consolidad6n de la creencia religiosa entre
10s laicos.
2g8 Cit. en Foguel, op. 151..p. 153. Vease tambien el articulo deJ. Riviere, “La messe durant
la periodc de la Ri.forme et du Concile de Trente”, en A. Vacant, E. Mangenot, y E. Amann
[din.), Dictionnairc de Mologrc c u d o l i p e cuntcnml I‘mpost des doctrines I la thioZogie catholipe,
lcurs preuocs cl h r hisloire, torno x, primera parte, pp. 1.086-1.142.
299 Los libros oficiales de la liturgia romana son: el m isa el breviario, el pontifical, el
ritual, el ceremonial de obispos y el martirologio. Como consecuencia de la3 indicadones del
concilio de Trento, cl breviario y el misal heron 10s primeros corregidos bajo Pi0 V (bula
Quod Q nobis, 1570); Gregorio XIII, que habia reformado el calendario en 1582, publica
tambien la edicion del nuevo martirologio, en 1584; Clemente VI11 10 hace con el pontifical,
en 1.596; en 1600 publica el ceremonial de obispos y una nueva edicibn del breviario y del
139
L a magnitud y 10s objetivos del cambio hicieron que este confluyera, ade-
m h , con una revolucidn a nivel de la cultura estetica. Un nuevo movimiento
de formas que debia dar cuenta del espiritu impreso a la reaccidn catdlica. En
fin, un estilo que jugara con la esencia de la persuasion, influyendo en las
conciencias de 10s hombres y atrayendolos a mantenerse o integrarse en el
sen0 de la ortodoxia religiosa y del sistema social vigente; este sera el rol del
Barroco.
Manipuhcibn arte‘tica
yprrictica n o c i o n a P
Desde comienzos del siglo XVII y hasta bien avanzado el siglo XVIII, el Barroco
se convertira en la guia estetica oficial. M& alla de su impacto en el arte
plbtico tradicional, nuestro objetivo es analizar cdmo este movimiento afectd
las formas de la priictica externa de la religiosidad, a nivel del cult0 y de la
liturgia pfiblica. En efecto, el espiritu de Trento otorgo a estas prhticas una
funcion de pedagogia moralizadora. Conforme a este objetivo, ellas debian
ejercer un impacto sobre las masas, integrand0 las artes visuales y auditivas
en una sinfonia de esplendor y de voluptuosidad afectiva. Todo esto se im-
bricaba, por cierto, con las vias coercitiva y disuasiva materializadas por la
Inquisicidn y el brazo secular de las autoridades y leyes laicas, en un tiempo
en el que 10s b i t e s eran lo suficientemente finos como para confundir 10s
intereses, 10s objetivos y 10s medios.
El arte cristiano se proyectara como un verdadero me&o did6ctico, entre
el omamento recargado y la decoracidn monumental y sensual. El Barroco se
presentark, entonces, como una cultura destinada a crear admiracidn, orienta-
da a la persuasion por la via del asombro. Una estrategia que procurark con-
mover e impresionar directarnente, interviniendo en las pasiones y 10s afectos.
Es de&, apelando a 10s resortes sicologicos rn& intimos y emotivos con el fin
misal; Paul0 V publica el ritual en 1614, y corrige la liturgia monhtica; finalmente, en 1634,
Urban0 VI11 lleva a cab0 una revisi6n del misal: voz uLiturgien, en Vacant, Mangenot y
Amann (dirs.), op. ci!., b m o IX, primera parte, pp. 814815. Cf. la voz “Missel romain”, en F.
Cabrol y H. Ledercq, Dictionnairc d‘archiologu drrktienne et I Iilurgic, especialmente la parte
titulada: “Le missel romain dcpuis I’invcntion de l’irnprimerie [ x v ~ ~ - si&cle)”,
xx~ pp. 1.485-
1.490.
3w No est5 d e m b subrayar que a l utilizar el concept0 de “manipulaci6n”no apelamos aJ
sentido que frecuenternente se le asigna, como engaiio consciente previsto por un “manipula-
dor” en confru I un “manipdado”. con el fin de alcanzar un objetivo politico, social, etc. En
el context0 analizado, quienes “manipulaban” el espacio de las representacioncs plisticas y
mentales crcian en la verdad de las irnigenes a traves de las cuales manipulaban y en 10s
objehvos que se buscaban; eran parte de su cosmovison y de sus propios objetivos personales
e institucionales. El acto de manipulacion religiosa de las conciendas, entonces, en el marc0 dc
la militancia contrameformista de la Iglesia, se nos aparece como un simple -aunque a la vez
grandloso y complejo- gesto de proselitismo, a partir de su representacion del mundo.
140
de mover las voluntades en la direcci6n deseada por el sistema de poder. En
fin, se buscaba suscitar la adhesibn de 10s individuos a una actitud o proyecto
~ ’ . ello, uno de sus pivotes principales sera el cult0 a lo
d e t e r m i n a d ~ ~Para
extremo, al movimiento sublime y a la tension sensorial, al dramatismo de la
expresi6n estetica y de la gesticulacion de las imagenes. Una devoci6n exte-
riorizada dominate, a1 lado de un concept0 de religiosidad paradhjicamente
opuesto, mas bien intimo, de contemplacion mistica, que se mantendra como
otro de 10s canales privilegiados de la prfrctica religiosaN2.
La Cpoca barroca, por lo tanto, h d renacer, en Espafia como en Am&ica,
una serie de vivencias y de experiencias de espiritu medieva1303.Mas a h ,
se@n Bartolome Bennassar, durante el siglo XVII se habria vivid0 una suerte
de transformaci6n de la devocion en supersticion. Ello se vena animado por la
valorizaciiin de modelos misticos de santidad -como el de Teresa de Avila- y
que tenian su proyeccidn social en las religiosas contemplativas de 10s con-
ventos y en las beatas. Estas filtimas, muy comunes tambien en Am6rica, eran
mujeres que vivian fuera de 10s conventos per0 cuyaactitud devocional perso-
nal las revestia de un halo de santidad; imagen que, sin duda, era legitimada
por una comunidad cada vez r n b predispuesta a buscarlos signos y prodigios
de dicha bienaventuranza terrenal. Milagros, visiones, Cxtasis y revelaciones
fueron 10s soportes de las representaciones imaginarias de la “nueva” devo-
ci6n c o l e c t i ~ a ~ ~ ~ .
La imagen, el icono, tan atacados por la critica protestante, reasumirh un
papel estrategicoprotagdnico en el nuevo plan catdico. Su poder de sugestitjn
irracional, conocido y manipulado por largo tiempo305,adoptark una fisono-
rnia ligada a 10s nuevos objetivos y al espiritu militante imperantem. Su utili-
una forma “esencialmente afectiva, gestual, tradicional, de vivir el Evangelio”; “[ . .I una forma
de religidn pfLnica puramente gestual, que no espera sino un poco de cornprensidn y de
atenddn en la cripula para dar origen a esa religidn barroca que constituye una de las riquezas
de la Iglesia catdica [. .I arraigada en latradicidn medieval tomada en su totalidad” : L%pap...,
op. a t . , tom0 11, pp. 531 y 558 (traduccidn nuestra). Cf. tambikn Hauser, op. d f . , torno I, pp.
164-165; torno 11, pp. 91 y 104-105; Burke, La cultura..., Op. n’f., pp. 120-123.
3D4 C f. Antonio Dominguez Ortiz, “Iglesia institucional y religiosidad popular en la
Espaiia barroca”.
305 En Espa~ia,esta era una prictica corriente a fines de la Edad Media y que se acentuo
induso antes dc las recomendaciones de Trento en favor de una pedagogia religiosa a traves de
la imagen. Corno testimonio de ello estaba la gran profusion de retablos policromados en 10s
altares a lo largo del siglo XVI.
306 La justificacian de las representadones plcticas de personajes sagrados que h e pro-
mulgada por el concilio de Trento en 1563 se fundaba sobre las ideas de santo Tomb de
Aquino. Entre ellas, la idea de que las irnhgenes t m k n la capaddad de instruir a 10s iletrados,
la prernisa de que el misterio de la Encamacidn y 10s ejemplos de 10s santos p o d i a perdurar
141
zaci6n s e d influida, ademb, por las ideas racionalistas que se desarrollartin
paralelamente en una parte de la elite intelectual. De ahi tambien el recurso a
las creaciones tecnicas y a 10s artificios mecanicos que intentaban descifrar y
controlar 10s resortes ocultos de la naturaleza. Desde la moral, la politica y la
economia hasta el teatro, la poesia y el arte en general, sufren un proceso de
"tecnificaci6n" y cam dentro de la sintesis que estaba surgiendo pararenovar
a la vieja escolLstica
El Barroco, en este sentido, no so10 es heredero de lareligiosidad medie-
val, sino tambiCn de 10sprincipios generados por el Renacimiento y proyecta-
dos a traves del Manierismo. Como hemos visto al hablar de la estetica festiva
ligada al poder politico, la influencia clhica de la Antigiiedad profana se
cuela por las rendijas del catolicismo, de lamano con 10s jesuitas3'". Lamitolo-
@agreco-latina, las formas plbticas y arquitect6nicas y la noci6n de espect.6-
culo ligada a la fiesta piiblica se heredanin junto con la voluntad de aproximar
artes liberales y mec&nicas, de establecer una intimidad entre ciencia y arte,
entre teoria y priictica, etc. El Barroco permitirk asi, una dificil conciliacih
entre la ktica cristiana ortodoxa y la antigiiedad pagana, en el plan0 de las
formas estkticas.
El optimism0 renacentista, sin embargo, habia cedido el lugar a la duda y
la oscuridad, confirmadas por el desconcierto de las guerras de religi6n. A
partir de esta situacidn se reforzd un lenguaje estetico criptico y rebuscado,
incomprensible para legos, lleno de simbologfas paganas, per0 interpretadas
como alegorias de la monarquia o del catolicismo. El misterio, la confusion, la
carencia de equilibrio y la falta de sirnplicidad serin conceptos claves aplica-
dos a la nueva estetica. Ellos estarin ligados a la blisqueda de expresiones
vehementes y contomeadas, desde el vocabulario hasta la arquitectura, pasan-
do por las fiestas y liturgias religiosas. Sus expresiones s e r h utilizadas para
configurar una apologia de la religion y del poder ininteligible e inconmensu-
rable.
El Barroco, de esta manera, intentaba impactar a travQ de un lenguaje y
un discurso laberintico, de una ornamentacion rebuscada y aplastante. Un
mensaje univoco que impresionase y cautivase alas masas por la dificultad de
en la memoria y la idea de que las emociones se estimulaban con mayor eficaaa por medio de
la v i s t a que por el oido: David Freedberg. Elpodcr de los irn6gms. Estudios sabre la hrstmin y la
fernin de la rcspnes&z, p. 197.
3m Cf.Franpis de Dainville, "AUigorie et actualig sur les triteaux des jksuites", acerca de
lautilizacibnde 10s motivos de la tragedia clhica en el Leatro jesuita de laFrancia del siglo xvn.
Es interesante su explicacion sobre lainterpretacian cristiana que se les daba a 10s personajes,
hiroes y situadones paganas en dichas representauones. VCase tambikn el articulo de Margaret
M. M'Gowan, "Les jdsuites ?A Avignon. Les f6tes au service de la propapnde politique et
religieuse". Esta autora analiza la ejecucidn de alegorias teatrales con motivos clhicos, orga-
nizadas por 10sjesuitas para las mtradas reales y celebradones pontificales en Avignon duran-
te 10s siglos XVI y XVII.
142
las formas bajo las que se revestia, subyugando las conciencias y 10s sentidos
del espectador. La doctrina y el objetivo moral “barroquizados”se insertarh
en un sentidomegalomano y monumental de la celebracidn pablica; un culto
a lo extremo, a la exageracidn que provoque admiracidn, que obnubile, con-
mueva o violente. En fin, esta estrategia persuasiva insistira en un juego de
contradicciones tensionalescomo una de las bases conceptualesque la alimen-
tan.Este juego harS variar el universo de sus expresiones entre lo mistico y lo
militante, lo sagrado y lo profano -lo ortodoxo y lo pagano-, lo divino y lo
k e n o , lo religioso y lo politico...
Esta manipulacih consciente se onen- a crear una “tension espiritual”
que, en terminos del culto divino, apelarii a 10s recursos ambientales: el silen-
cio grave se conjugarii con una musica imponente, la obscuridadnocturna con
la claridad de cientos de cirios, el hieratismo de las esculturasreligiosas con el
dramatismo impreso a la predica del sacerdote, etc.; en fin, toda una estrategia
encargada de lograr la empatia de 10s asistentes.
Dicha logica funcionaba dentro de una manipulacidn de cariictermasivo,
donde el anonimato de 10s individuos daba piibulo a la sugestidn c ~ l e c t i v a ~ ~ .
La expresidnreligiosa de masas, revalorizada por la Contrarreforma, asi como
las fiestas politicas ligadas al poder mon5rquico, se convertirh en las ocasio-
nes apropiadaspara la ostentacion estetica, el despliegue de las grandezas y de
las invencionesmechicas. De ello se deriva el papel decisivo que le cup0 a la
procesi6n y a 10s cortejos laicos en el conjunto de las fiestas de la epoca: su
carkter masivo, la idea de movimiento, la ilusion de integracion social, la
posibilidad de multiplicar escenarios e imeenes, etcetera.
La fiesta barroca, ademas, tiene un cargcter urbano y piiblico; ella se des-
arrolla en las calles, con la participacidn de todos sus habitantes y 10s de su
entomo rural. Es un evento preparado para que lo vean todos y para que todos
se sientan tocados profundamente por el cargcter impreso a la ceremonia:
doloroso, en el cas0 de las fiestas cuaresmales y de funerales; alegre, en con-
memoraci6n de la resurreccidn del Salvador y en la jura de un nuevo Rey
terrenal, por ejemplo. La manipulaci6n visual llegaba muchas veces a trans-
formar el espacio urbano, creando una escenografia gigantescaque modifica-
ba temporalmente -durante 10s dias que duraba el evento- su apariencia ex-
tema. Desde las ciudades mas ricas hasta 10s modestos villorrios de provincia,
10s ayuntamientosse encargaban de financiar de cualquiermanera este sueiio
efimero. Dependiendo de 10s medios, la fantasia podia ir muy l ~ j o s ~ ~ ~ .
3un seguimos aqui la interpretacion propuesta por Maravdl, La culfuru &Z Bamco..., op.
cil., pnssim .
Antonio Bonet relata, asi, UMS fiestas religiosas llevadas a cab0 en Cordoba en 1636.
M i , unas casas en ruinas se transformaron en una montaiia artificial, con bosques y cascadas.
En un sitio vecino se formaron grandes depositos de agua que se soltaban al paso de la
procesion, surtiendo arroyos y hentes. Habia incluso un pequeiia lago con patos y peces. En
143
La cstrategia barrocu
en una lejana colonia
10s d o l e s revoloteaban una serie de ayes atadas con hilos para que no pudiesen escapar. El
cuadro lo completaban algunos animales salvajes: tres jabalies sujetos con cadenas y un lean
imitado en carton. En la parte m L alta de este “escenario” se producia un combate alegorico
entre una persona armada de flechas y la figura de un d r a g h que representabala “impiedad”.
La lucha terminaba con la muerte de este dltimo y la proclamacian del triunfo de la verdadera
religion: Bonet, “La fiesta barroca...”, op. tit., pp. 62-64.
310Cf.Jean Delumeau, Rutsate7 ctprotkgci. Lc sentimt de simcuritt dam I’Occidd d’uutrcfois.
144
damente como un poder autosuficiente. Su cariicter distintivo era dado por la
obediencia absoluta a sujerarquia, la disciplina interna, su estricta sistema de
reclutamiento y de formacidn y, en fin, la designacidn de 10s superiores direc-
tamente del General en Roma. Por otra parte, nada se hacia entre ellos sin una
planificaci6n previa.
Sobre esta base organizativa y espiritual, 10sjesuitas adoptaron el Barroco
como su lenguaje estetico oficial. Sacerdotes militantes y arte persuasivo se
transformaron, asi, en la combinacibn ideal para irradiar a todo el planeta la
religiosidad contrarrefonnista. Todos 10smedios de propaganda y de influen-
cia, desde el plilpito y el confesionario hastala imprenta, la enseiianza escolar
y las relaciones estrechas con la elite social y politica heron ocupados protagd-
nicarnente por estos “soldados”. Una estrategia proyectada desde sus iglesias
recargadas de dorado, de omamento y de movimiento interior, a traves de sus
velutas de yeso retorcidas. En el espacio piiblico, ello se expresaba atravb de
las solemnes y llamativas manifestacionesexternas que acompaiiaban sus ce-
lebraciones sacramentales,las que se planteaban como verdaderos paradigmas
de la estrategia persuasiva, de la manipulacidn visual y de la religiosidad
drarniiti~a~’~.
Luego de su instalaci6n en Chile, en 1593, sus ostentosas fiestas y proce-
siones, revestidas con mdsica y fuegos de artificio, d& la pauta para la
’ ~ . bien entendido, en un marco urbano
devocidn colectiva de la B p o ~ a ~Ello,
como Santiago, donde el espacio y la estructura social se prestaban mas o
menos para una accibn de este nivel. En el contexto indigena del sur, que fue
donde la orden concentr6 mayormente su atencibn, esta manipulaci6n ritual
debia hncionar necesariamente de una forma diferente3I3.
En el h b i t o urbano, que es, por cierto, el que aqui nos preocupa, durante
el siglo XVII Santiago va concretando a escalaregional las lineas directrices del
nuevo espiritu, pese a su lejania de 10s principales centros coloniales del con-
tinente. La devocidn se estructur6, por cierto, sobre la base del clbico calen-
dario liturgico oficial, donde 10s puntos culminantes estaban dados por las
fiestas de Semana Santa y del Corpus Chrkti. En ellas se expresaba claramente
31’ Cf. Luce Giard y Louis de Vaucelles (dirs.), Lcs#suites d l2ge borogw (1540-1640).
312 Barros Arana, Hirloria..., Dp. cit., tom0 IV,pp. 246-248 y 287.
313 Cf. Rolf Foerster, “La conquista bautismal de 10s mapuches de la Araucania”. En el
contexto bdlico del sur, la interrelacion simbolica entre cristianimo y perra se conjug6 en
una forma ideal bajo el espiritu militante de esta orden. La empresa evangelizadora, concebida
a su vez como empresa “militar”,aparece explicitamente en las palabras del jesuita Miguel de
Olivares; refiridndosea 10s religiosos que salian de lacasade formacion misionera de Bucalemu,
sefiala que “eran ya soldados armados de todas las m a s ofensivas y defensivas, para salir a
pelear en campaiia”: Haloria miliur, cioily sagrada dclrcino de Chih Ica 17671, C.H.Ch., tomo
IV. Vease tambien Jorge Pinto, “Frontera, misiones y misioneros en Chile. La. Araucania,
1600-1900”, en Jorge Pinto (el at!), Misiom m la Araucunia, ?6W-7900;Boccam, “El poder
creador...”, passim
145
La procesidn del Corpus Domini en el Cuzca (ca 1680).
146
el valor puesto en las procesiones publicas como vehiculos de ligaz6n social a
la Iglesia y al sistema de poder en general.
Toda la semana previa al Corpus estaba llena de misas solicitadasy finan-
ciadas por 10s distintos actores politicos de Santiago. Para el dia central de la
celebracidn, ademas, se incluian en la gran procesidn todos 10s estamentos
socio-profesionalesy el abanico etnico, convirtii5ndose en una verdadera fiesta
colectiva: una mezcla aparentemente contradictoria de las dimensiones sagra-
day profana. El Cabildo era quien disponiala participaci6n de 10s gremios de
artesanosde la capital. Estos se incorporaban con sus propias jerarquias inter-
nas y con algunas invenciones mechicas producidas por sus respectivas pro-
fesiones. Entre ellas, las m& comunes eran 10s carros alegoricos, diferenciados
por algunos signos que identificaban al gremio, y 10s tradicionales “cabezu-
dos” y “gigantes”, s e g b la tradici6n del Corpus de Sobre esos ca-
rros, a veces se interpretaban pequeiias piezas teatrales que enfatizaban el
misterio que se celebraba. A su lado desfilaban las imiigenes sagradas de 10s
patronos de sus respectivas cofradias.
La procesibn, por su parte, y conforme al espiritu de la liturgia contrarre-
formista, estaba estructurada como una gran herramienta de sugesti6n visual a
fin de revalorizar -de valorizar, en el cas0 de las colonias americanas- el papel
tradicional de 10s rituales catolicos como soportes de misterios y dogmas; en
este caso, el de la transubstanciacidn, tan criticado por 10s protestantes. La
custodm, con sus rayos dorados que encerraban el ucuerpo de Cristo” y en las
manos de 10s intermediarios oficiales entre el cielo y la tiema, guiaba un
movimiento humano que se desplazaba por la ciudad, abarcando las principa-
les arterias de la vida urbana. En ellas, diferentes altares y adornos marcaban
detenciones rituales donde las distintas drdenes regulares y cofradias hacian
su aporte especifico ala procesidn. La liturgia era coronada aveces por expre-
siones profanas de jubilo: salvas disparadaspor las milicias, fuegos artificiales,
comdas de toros, etcetera
La Semana Santa, por su parte, se convirti6 en otro escenario anual ideal
para dar libre expresion a la estetica militante y omnipresente de la religiosi-
dad colonial. A diferenciad e la explosi6n de alegria del Corpus, en este cas0 la
dramatizacibn jugaba esencialmente con 10s sentimientos de tristeza y culpa-
bilizacion. Desde el martes hasta el &bad0 santo, el dolor y la ansiedad colec-
tiva por purgax 10s pecados y congraciarse con la divinidad lograban copar la
vida de la ciudad. El dolor fisico y extrovertido formaba aqui un complemen-
147
to esencial, a traves de las procesiones de flagelantes y penitentes. El cariicter
procesional y ptiblico de la estrategia barroca lograba su m b clam fisonomia
y las celebraciones se volcaban cornpletamente a la calle en una expresidn
externa y colectiva que llegaba a transformarse en un verdadero delirio gene-
ralizado. En efecto -se@n William Christian- estas procesiones desplegaban
una disciplina ascc5tica y publica y, a1 misrno tiempo, una especie de “teatro
sagrado”, ligado a la Pasi6n de Cristo3”.
La expresion dramiitica perfilaba claramente el espiritu impresionista y la
intensidad de la devoci6n de la epoca, que llegaba a fuertes extremos. Una de
las claves de lamanipulacidn de contradiccionescon la que jugaba el Barroco
era, justamente, el enfrentamiento tensional entre dolor y alegrfa. La Semana
Santa, en ese sentido, ejemplificabauna forma de ordenar la prkctica religiosa:
la evoluci6n desde la contricidn y el sufrimiento merecido hacia la alegria
desmesurada por la resurreccibn, en el dorningo de Pascua. Todo ello en un
sentido espectacular y colectivo,donde la tension provocada llegaba a su limi-
te en el momento en que se pennitia su liberacidn “descontrolada”en el ulti-
mo dia3I6.
148
propias cofradias, a fin de integra en este sistema a la mayoria de la poblaci6n
que no pertenecia aun gremio de artesanos. Todos 10s habitantes de la ciudad,
desde la elite hacia abajo, tenian un lugar definido en alguna cofradia reserva-
da a su estrato. De esta forma, la Iglesia abarcaba a todos 10s grupos sociales,
canalizando la religiosidad colectiva en forma diferenciada. El orden y las
jerarquias se mantenian en su objetividad cotidiana y en la subjetividad de las
formas y estructuras festivas, dando a1 mismo tiempo la sensaci6n de unibn
social y e~piritual~’~.
En este sentido, el esquema de cofradias implantado en Amencatuvo que
comprender, adem& de 10s criterios profesionales y sociales, el criterio Ctni-
co. El universo festivo se impregnaba, asi, del mestizaje biolcigico y cultural
que alimentaba a la sociedad colonial. Los indigenas, sobre todo, per0 tam-
bien 10s africanos y las “castas”, debian ser incorporados de alguna forma al
sistema de signos y de prkcticas impuestos al conjunto de la sociedad, si bien
en 10s rangos inferiores que les estaban reservados. La religiosidad colonial,
en este caso, se presto facilmente para canalizar estanecesidad, pues el organi-
grama de cofradias era lo suficientemente flexible como para incorporarnue-
vos criterios de seleccion. A h v & de e m s organizacionesse onentar6 institucio-
nalmente el adoctrinamientoy la preparacion para la actuaci6n devocional de
estos grupos en el calendario litbgico. Alonso de Ovalle nos informa, asi, de
la participacion publica del conjunto de las organizaciones corporativo-iden-
titarias para la fiesta de Corpus Christi:
318 Jose Jaime Garcia Bernal, “Vinculo s o a d y vinculo espiritual: la fiesta publica en la
E s p ~ aModerna”.
Ovalle, op. cif., C.H.Ch., vol. XII, lib. v, pp. 285-287.
149
ban, por el espectaculo que brindaban, la cofradias de penitentes que reco-
rrian, azokkdose y gimiendo, las principales calles de la ciudad en la noche de
Jueves Santo. En estas procesiones “de sangre”, tres grupos sociales distintos
recordaban ptiblicamente el extremo doloroso de la muerte de Cristo: 10s
vecinos y miembros de la elite, que salian desde la capilla de la Veracruz, del
convento mercedario; un grupo numeroso de indigenas, que se organizaba en
el convento de San Francisco; y otro menor, de “negros”, que partia desde la
iglesia de 10s dominicos.
Estas formas devocionales no se limitaban, en todo caso, a la Semana
Santa. De hecho, a escala menor, las formas tensionales e integrativas de esa
festividad se repetian en buena parte del aiio. En 10s conventos y monasterios
se organizaban, asf, liturgias similares para celebrar a “sus” santos, a advo-
caciones y virgenes ligadas especificamente a cada orden y a 10s patronos de
sus cofradias. Estas ceremonias se sumaban, asi, alas propiamente diocesanas
del calendario lihirgico anuaP’.
Las procesiones pitblicas reforzaban en la practica, por medio de la expe-
riencia visual y corporal, 10s avances del adoctrinamiento. Debido a este rol
de ”prueba de fen asignado a la procesi6n penitencial, y no s610 por ser mas
numerosos, es que, por ejemplo, 10s indigenas, %egrosn y “castas” de Santia-
go, organizados en sus respectivas cofradias, llevaban a cab0 la mayor parte
de las procesiones que se desamollaban para Semana S a r ~ t a ~Debido~ ’ . a este
rol, tambien, la Iglesia en Amdrica, asi como en la propia Espaiia, participaba
plenamente de todos 10s “excesos” del Bmoco. A propdsito de 10s indigenas
y de su participacibn en Corpw Christ( por ejemplo, Ovalle seiiala que reco-
rn-an las c d e s inundando el espacio publico con su danza y su mlisica, inser-
tos en la gran procesi6n general que comprendia a todo el universo sociocultural
de la ciudad: “Estan grande el n6mero de esta gente y tal el ruido que hacen
con sus flautas y con la voceria de su canto, que es menester echarlos todos
por delante, para que se pueda lograr lamkica de 10s eclesihticos y cantores
y podernos entender con el gobierno de la p r o c e ~ i b n ” ~ ~ ~ .
azo Vicuiia Mackenna, Hisloria de Santiago..., op. dt, torno I, pp. 353-354.
En total, a lo largo de la Semana se realizaban catorce procesiones. U M des~xipcion
general de ellas se encuentra en Villalobos, Hirtwiu dclpaeblo ..., Op. tit, torno 111, pp. 136-137.
Una descripcion de epoca en Ovalle, op. tit., C.H.Ch., vol. XII, lib. V, pp. 289-291,donde se
detallan lat c o f r d a s que participaban en esa ocasion: por 10s jesuitas, una cofradia de %e-
gos” y una de indigenas; por la orden de 10s dominicos, una cofradia de ‘negTos”, una de
espaiioles (llamada ‘de la Piedad”) y otra conformada exclusivamente por “nobles” y enco-
menderos; por la orden de 10s agustinos, una cofradia de mulatos; por la orden de 10s
mercedarios, una de indigenas, otra de artesanos espaiioles -una de las nuis r i a , por cierto-
y otra conformadapor vecinos y ”caballeros” (Ilamada‘de 1aVeraCm”);por ultimo, la orden
franciscana se hacia presente con una cofradia de indigenasy otrade espaiioles (llamada “de la
Soledad”); esta dtima era la m h antigua y de mayor reputacion en Santiago.
322 Ovalle, op. cit., C.H.Ch., vol. XII, lib. v, pp. 285-286. Cf. Berta Ares Queija, “La danxa
de 10s indios: un camino para laevangelizacion del virreinato del Peni”;Juan Carlos Estenssoro,
150
Dicha aceptacion se daba pese a que la clipula eclesiktica no siempre
estaba de acuerdo con la direcci6n que tomaban esas expresiones. Estas eran
observadas muchas veces como ligadas a una religiosidad popular supersticio-
sa y milagrera.
En todo caso, la permisividad respecto a ciertas formas heterodoxas era
parte de las incongruenciascon las que jugaba conscientemente el sistema. L a
tdctica barroca de captacion cultural permitia esas manifestaciones “autknti-
cas” justamente para lograr una mejor llegada a dichos sectores. El objetivo
era que estos fueran haciendo propios el mensaje y la prktica de una misma
religion exhuberante, mas all2 de las diferencias engendradas por sus
especificidades culturales. Una estrategia de dominacidn persuasiva que se
explicaba muy bien dentro de una “doctrina de la acomodac%n”, sefialadapor
Peter Burke para la Europa de la k p o ~ aAl ~ mismo
~ ~ . tiempo, dicha permisivi-
dad daba la impresion de un respeto por la alteridad subcultural de 10s dife-
rentes componentes ktnicos.
En este mismo sentido, las cofradias, al igual que 10s gremios -en un
plan0 diferente- permitian recrear ciertos lazos identitariosentre 10s sectores
no hispanocriollos. Una “identidad”, sin embargo, construida entre sujetos
agrupados confonne a un estereotiposociorracial generalizador impuesto des-
de arriba, que no respondia necesariamente a la diversidad de la sociedad de
Santiago colonial. De ahi que dicha identidad hese mas bien artificial y, por
lo mismo, fr&gil y de facil manipulacidn por parte del sistema que la habia
creado3”. Una identidad que, ademiis, era reconstruida de acuerdo con 10s
parkmetros externos dictados por la prktica religiosa catdica. Debemos re-
cordar aqui la estrategia colonial que analizamos en la primera parte de este
trabajo y que estaba en la base de este proceso, es decir, la superposicidn de
todas estas instituciones corporativo-identitas, de lo cud podemos ver un
ejemplo de manipulacion simbdlicacuando 10s indigenas participaban en las
procesiones del Carpwengalanados con sus ornamentos y trajes “distintivos”,
per0 portando estandartes que identificaban “oficialmente”cada ” p a r d d a d ”...
M u s m y sociedad coloniab. Lima, 1680-1830; del mismo autor, “Los bailes de 10s indios y el
proyecto colonial”; Pilar Gonzalbo Aizpuru, “Las fiestas novoluspanas: espectkculos y ejem-
plo”.
32R Ekta tictica conttarreformista permiti6 integrar fiestas y h5bitos arraigados en la d t u r a
15 1
pendones que, como artefactos,tambien eran utilizados como signos de iden-
tificaci6n de las cofradias y de 10s gremios de artesanos.
Aqui encontramos algunas de las claves para entender el exit0 de esta
estrategia de control social, desarrollada en medio de una aparente contradic-
cidn: por un lado, se observabauna sectorizaci6n 6tnico-social de la devocidn
colectiva y se consewaban ciertas formas culturales ”propias” en la estetica de
la expresi6n festiva procesional de cada grupo. AI mismo tiempo, sin embar-
go, estos grupos se expresaban desde el interior del molde occidental de una
cofradia, bajo el control de una orden religiosa. La alteridad de 1as apariencias
se veia sumida en un engranaje dominate y generalizador, orientado por una
instituci6n comun, un mismo conjunto de dogmas,... una misma divinidad.
Habia adem& un vinculo que unia simb6licamente a estas agrupaciones de
indigenas, “negros”, “castas”,hispanocriollos pobres y ricos, etc.: el hecho de
que una misma orden religiosa organizara a cofradias de origenes sociales y
~5tnicosdiferentes. Era ella la que les imprim-a 10s parkmetros comunes y 10s
limites a la religiosidad “espontiinea”.
En la perspectiva anterior podemos agregar lo sefialado para el Peni por
Juan Carlos Estenssoro, en el sentido de que a lo largo del siglo XVII la practica
cooptativa va dejando de lado el us0 de la “alteridad”, desplazada por un
proceso de “cristianizacidn” excluyente de 10s bailes y cantos religiosos de
indigenas, “negros”y “castas”.La nueva formula del proyecto colonial tende-
ria a la producci6n artistica adhm “paraindios”, “furu negros” y ”para castas”,
elaborada por 10s grupos hispanocriollos concernientes y sobre la base de la
asimilacion de elementos culturales espafioles (contenidos,formas,instrumen-
tos musicales, tecnicas, et^.)^^^.
Kuestra hipbtesis, por lo tanto, sugiere que, en Santiago, esta operacidn de
“acomodacidn”habria cumplido exitosamente su cometido. A diferencia de
otras regiones americanas, la transculturaci6n y confusi6n de identidades de
10s grupos no hispanocriollos, asi como la especial densidad eclesi5stica en el
espacio urban0 de la capital chilena, habrian permitido a la Iglesia lograr un
nivel importante de control sobre el conjunto de la sociedad urbanardo.
152
“acomodaci6n” le daba la flexibilidad necesaria para ampliar el espacio de
participacidn rnh alla de donde llegaban las otras ordenes. Bajo estaperspec-
tiva, la Compafiia se habia transformado en la organizacidn ideal para difun-
dir la devoci6n barroca por todos 10s intersticios de la sociedad.
De la misrna rnanera, esta orden integraba y lograba manipular en forma
mas eficiente las especificidadessocioculturales de 10s diferentes integrantes
de sus cofradias. La de 10s indigenas, por ejemplo -la mas antigua entre las
que a p p a b a n a este sector Ctnico en la capital- se distinguia por el hecho de
que el adoctrinamiento se llevaba a cab0 a traves de sermones, catecismos y
oraciones hechas en su propio idioma. La estrategiajesuita era, en este sentido,
mas directa Ello, pese a que 10s indigenas de 10s alrededores de la ciudad
mantenian un contacto estrecho con 10s hispanocriollos y, por lo mismo, po-
d i a eventualmente entender el castellano. De hecho, esta era la reahdad es-
grimida por las otras drdenes para predicar siempre en la lengua europea.
Paralos jesuitas, sin embargo, “el us0 del idiomanativo excitamh facilmente
las simpatias del auditorio,las cuales disponen el coraz6n a aceptar la doctrina
que se les predica, y aun el entendimiento a c~mprenderla”~~~.
Siendo aquel un tiempo donde predorninaba la liturgia hecha de sugestio-
nes masivas, la cofradia indigena de 10sjesuitas tambien volcaba su aporte al
calendario festivo. En sus procesionespara Sernana Santa,justamente, se m a -
claba la cultura “ancestral”con un concierto de p o n e s e imagenes catolicas
de origen ortodoxo.
No rnenos lucidas y provocadoras eran las procesiones llevadasa cab0 por
la cofradia de “negTosnesclavos, pese a su notable inferioridad numerica en
relaci6n con la anterior. Por cierto que no era una originalidad jesuita organi-
zar una cofradia especifica de este p p o , ya que tambih la t e n i a 10s domini-
cos. Lo que si destacaba en su practica devocional era el gran despliegue de
escenificacion dramatica. Para el dia de Epifania, por ejemplo, estos morenos
sacaban un total de trece andas con diversos grupos de estatuas relativas al
nacirniento de Jestis. Ellas circulaban por la ciudad en rnedio de la musica,
danzas e indumentariasafricanas“tradicionales”. La calle se veia transportada
de la cotidianeidad habitual hacia una algazara estrepitosa y colorida. A lo
largo del recomdo no faltaban representaciones de combates simbdlicos y
gestos de sumision de 10s participantes a otra imagen del nifio Jesus que des-
cansaba en su pesebre. El dia terminaba con una serie de arengas y alegorias
teatrales preparadas por 10s religiosos jesuitas y ejecutadas ante un numeroso
concurso de e s p e c t a d ~ r e s ~ ~ .
Per0 10s jesuitas no s610 proyectaban estas practicas sobre 10s p p o s no
europeos de la sociedad colonial, sino tambien -quiza primordialmente- so-
bre los sectores hispanocriollos.Sus relaciones con la elite politica y con los
153
grupos de poder en general, formaban parte de lavida colonial y remontaban
hasta el confesor personal del monarca hispano. No era extraiio, por lo tanto,
que, al igual que mercedarios, dominicos y franciscanos, 10s jesuitas reserva-
ran una de sus cofradias m6s importantes para canalizar corporativamente la
devocidn de 10s grupos altos. Por lo demh, a lo largo del calendario litfirgico
o en determinadas fiestas extraordinarias, esta cofradia de 10s “caballeros”,
adscrita al colegio que tenia la Compafiia en Santiago, participaba activamen-
te en la dramatizacidn religiosa que inundaba el espacio pliblico.
Estapr;ictica, vertida al espacio pliblico, tenia una clave de pan alcance alec-
cionador a nivel de las mentalidades colectivas: el gran nlimero de imagenes
de santos, de cristos y de virgenes que inundaba todos 10s lugares y momentos
de la vida colectiva -y privada-. Un culto a la representaci6n iconogrkfka
heredero de la devocibn medieval y, al mismo tiempo, reivindicado por el
catolicismo en oposici6n a la iconoclasiaprotestante. Una “necesidad fisica de
lairnagen” -en palabras de Pierre Chaunu- que habia caracterizado a la pie-
dad popular espaiiolaprevia al Barroco y que ahora era reforzado y transmiti-
do al “Nuevo MUXI~O”~~.
En general, 10s diferentes santos curnplian roles intermediarios especif-
cos en la vida de la comunidad, especializbdose en distintos tipos de calami-
dades. Tambien estaban presentes, dependiendo de sus “especialidades”,en 10s
distintos estadios de lavida de 10s individuos. Estadiferenciacih se asociaba,
por otra parte, a la red de cofradias, conventos e iglesias que animaban la
religiosidad de Santiago,permitiendo la identificacidn de cada p p o con “sun
propio santo o virgen. En las grandes procesiones, por lo tanto, la conjuncidn
littirgica de estas imageries y, tras ellas, 10s distintos estratos socioculturales a
10s que apatronaban y protegian, configuraba una parte fundamental del re-
fueno simbdlico permanente de las ligaduras del sistema. La imagen maternal
de Man’a, por su lado, tambib con sus distintas advocaciones, otorgaba un
halo protector decisivo al lado del resto de proyecciones paternas: Dios,Jesu-
cristo, 10s santos y martires,...
Dichas im&genes, materializadas en figuras de madera, se constituian en
10s soportes fisicos fundamentales de la religiosidad procesional de la epoca.
Ellas encabezaban e inspiraban alas masas, canalizando sus emociones y sir-
viendo de referencia para la devoci6n personal.
La cofradia de indigenas que dependia de la Compaiiia, por ejemplo,
participaba en la procesi6n de Corpw detras de una serie de imagenes trans-
329 Chaunu, L%pagne ..., op. cif., torno 11, p. 594. Cf. Serge Gmzinski, La guewa de las
imdgmcs. De Cristdbal CoIh a “ B h L Runner” (1492-2019).
I54
portadas en andas. Destacaba entre ellas la figura del niiiojeslis vestido yasu
usanza” y que en palabras del cura Ovalle causaba ‘gran temura y devo-
~idn”~~~.
El mayor lo50 se alcanzaba, sin embargo, a l otorgar movimiento artifi-
cial y expresividad teatral a las figuras. El impact0 emocional, entonces, era
pleno, y la fugacidad del momento parecia haber detenido al tiempo: las imC
genes se rnovian, lloraban y argumentaban en silencio, movidas por ocultos
resortes artificiales que se encontraban bajo las andas.
fdonso de Ovalle describid, con la emocidn propia de un protagonista,
10s distintos especticulos de estatuas articuladas previstos para la Semana San-
ta en Santiago. La imagen de la Veronica hinckndose y limpiando el sudor de
Cristo, y luego mostrando su imagen estampada en el pafio, era algo que
conmovia. Lo mismo provocaba la escena del crucificado despidiendose de su
madre, “que suele causar gran emoci6n y lagrimas por la propiedad y perfec-
cidn con que se r e p r e ~ e n t a ” ~ ~ ~ .
Para Epifania, las estatuas que iban en las andas transportadaspor la cofra-
dia de “negros”tambien efectuaban movimientos gracias a mecanismosocul-
tos. Entre ellas, habia una nube que venia al encuentro de la Virgen y que se
abria de irnproviso, dejando ver, ante 10s ojos espectantes y alucinados del
p6blico, una multitud de kngeles portando 10s simbolos de la pasi6n. El niiio
Jesus, sentado en las rodillas de su madre, se acercaba a ellos y Maria lo
contemplaba haciendo un ademin con sus manos y su cabeza. Cabe destacar
que las figuras eran de tarnaiio natural, decoradas y vestidas con gran vistosi-
dad, como correspondiaa la estetica barrocam’.
Miguel Luis Amunategui, por su parte, estudiando las primeras represen-
taciones dram&ticasllevadas a cab0 en Chile, recalca el gusto permanente que
reinaba en las procesiones de la epoca por representar lo miis real y vivamente
posible 10s pasos o misterios que se trataba de celebrar: “Asi era comun ver,
en el curso de la Cuaresma y Semana Santa, llorar a las imagenes de 10s
santos, agonizar a la de Cristo y descender del cielo 10s 5ngeles a sostener a
Maria desfallecida por la fuerza de su
Se trataba,obviamente, de imigenes simples, fmto del arte nistico propio
de una colonia marginal del imperio espaiiol. Sus diseiios y sus movimientos
330 Ovalle, op. ciL, C.H.Ch., vol. xiI, lib. v, p. 291.
331 Op. dl.,pp. 289-290.Isabel Cruz recalca que la obra de este jesuita no d o revela la
importancia temprana en Chile de la escenogaf‘ia y el espect5culo religioso, sino que refleja
tambien el papel fundamental que cumplian las irn6genes de devoci6n -en particular las
esculpdas- como protectoras de 10s fieles y “verdaderas”representadones de =lo santo”: A&
y sonedad en Chile, 7550-1650.
332 Enrich, of. n l., tom0 I, parsim
333 Miguel Luis Amunitegui, LnsprimGmr yft%?.s&cianw dramdticas en Chic, p. 20.En 1674 a
rajz de las fiestas que se llevaron a cab0 en Mdxico por la beatificacih de Rosa de Lima, un
cronista se refda a las imagenes que tomaron parte en las procesiones como seres vivos y no mmo
estaluas inettes: Elisa Vargas Lugo, “Las fiestas de la beatification de Rosa de Lima”, p. 101.
155
no tenian comparacion con 10s niveles que alcanzaban en 10s ostentosos cen-
tros virreinales americanos o en ciudades de tradicional importanciareligiosa,
como Cuzco. Sin embargo, en el contexto de la $oca, lo natural y lo sobrena-
turd mantenian su peso mayoritario por sobre la voluntad.
La precariedad que esta visi6n colectiva aportaba a la condicion hurnana
era vivida en el sen0 de esta devoci6n de im&genes con las ambigiiedades
propias a la confusi6n mental entre representacion y realidad. De ahi que
cualquier creacion artificial de este tip0 lograba el objetivo que se buscaba y a
nadie dejaba indiferente. De esta forma, un minimo de dramatizaci6n estetica
y un contexto de culpabilizaci6n aplastantepodian conducir la percepcion de
estas imagenes hacia la empatia colectiva tan cara al Barroco, como lo apunta
David Freedberg334.
En consecuencia, estas imagenes podian ser facilrnente ligadas a estrate-
@as de desestabilizacihn emocional caracteristicas,por ejemplo, de la Semana
Santa. De igual rnanera, ellas encabezaban las principales procesiones
expiatorias, como nos informa el viajero franc& Amedee Frezier, testigo de
unJueves Santo en Valparaiso, hacia 1712:
“En la tarde del mismo dia, despuis de un se7mijn sobre 10s dolores de
Maria, se efectu6 la ceremonia del descendimientode la cruz con un cru-
cifijo hecho a po@’sito del m h o modo c m o se podria descender a un hombre. A
medida que se quitaban 10s clavos, la corona y 10s otros instrumentos de
la Pasih, el digcono se 10s pasaba a una Virgen vestida de negro que pm
medio de resortes 10s tornaba en sus manos y 10s besaba uno de&& de otro.
Por fin, cuando hubo descendido de la cruz, se le coloco con 10s brazos
doblados y la cabeza derecha en un sepulcro magnifico, entre hermosos
pafios blancos guarnecidos de encajes y bajo una rica colcha de damasco.
Este lecho-sepulcro est&decorado con una esplendida escultura dorada y
rodeada de bujias. En la mayor parte de las pmoquias del Peni y de las
iglesias de la Merced se guardan estos lechos para esta solemnidad, que la
llaman el ‘Entiem de Cristo’. Estando as< se le condujo por las calles al ,
fulgor de las velas; varios penitentes que acompaiiaban laprocesihn iban
cubiertos con un sac0 de tela abierto por la espalda y~sedisciplinaban de
modo que se veia comer la sangre por la parte descubierta [.. I.
Se dice que en Santiago se pagan consoladores para contener el celo
de esta especie de flajelantes que se azotan unos a otros, a cual m h y
mejor. Otros que no estaban dispuestos a despedazarse, acompafiaban el
entierro cargados con un pesado trozo de madera sobre el cuello, a lo
largo del cud llevaban 10s brazos extendidos en cruz y amarrados con
fuerza, de modo que, no pudiendo corregir la desigualdad del peso que 10s
334 Freedberg, op. cil, pp. 198-199. Cf. tambien el articulo de Michael Oppitq “Anthropo-
logie visuelle”, pp. 741-742.
156
arrastraba, ya a derecha, ya a izquierda, 10s demh veianse obligados a
sostenerlosde cuando en cuando y arreglar el contrapeso; lamayor parte
eran mujeresy, como la procesidn duraba bastante, a pesar del auxilio, se
rendian bajo el peso y habia necesidad de d e ~ a t a r l a s ” ~ ~ ~ .
157
penitencias como de niiia, porque no tenia disciplina, y asi de hojas de
maiz las hacia y otras de liitip, y convidaba a un prim0 hermano nombra-
do Clemente Tello, que Cramos de una edad, que nos fuCsemos a azotar;y
como en el patio no habia imagen a quien estar adorando, habia en un
rincon del patio un palo clavado y deciamos fuese el Sefior cmcificado,y
delante de 61nos est&bamosa z o t a n d ~ ” ~ ~ ~ .
Dramatizacionar arpeciacuhres:
el papel de 10sjesuitas
ciL, p. 16. “En ocasiones -seiiala Peter Burke- 10s predicadores se veian obligados a dejar de
158
Desde 10s piilpitos, magnificos y recargados de decoracicin, el sacerdote se
encontraba en medio de su ’’pfiblico”,en el lugar ideal para dar libre curs0 a
su histrionismo y cargar a la palabra divina de la fuena persuasiva que la
&pocademandaba. En Europa, eran famosos 10s sermones llevados a cab0 por
10s jesuitas en sus misiones rurales. Alli utilizaban toda suerte de relaciones
imaginarias, metiiforas impresionantes relativas al infierno y al castigo divino,
y objetos materiales que simbolizaban l a sensaciones que se querian provo-
car. El temor y la angustia, la ansiedad y el arrepentimiento, en fin,todo tip0
de sentimientos podian ser evocados salvo 10s que tuvieran que ver con la
tranquilidad y la estabilidad de 10s espiritus.
A escala regional, la misma situacion se repetia en todos 10s lugares don-
de ar~ibaban~~’. En Santiago, la d n i c a de Alonso de Ovalle recuerda el fervor
con que predic6 un sacerdote durante las fiestas de 1620, ordenadas por Felipe
111 para apoyar la determination papal sobre la concepci6n inmaculada de
Maria, y que deriv6 en una inesperada, entusiasta y bulliciosa procesi6n por
las calles de la c i ~ d a d ~ ~ ~ .
No nos debe extraiiar, entonces, que fueran justamente estos “soldados”
10s que introdujeran las primeras representaciones teatrales en el reino de
Chile. Como hemos insistido, la dramatizacion de la doctrina en la practica
hablar durante casi un cuarto de hora, dehido a 10s lamentos y su~pirosdel pfiblico”: La culturn
popuhr. .., op. cit., p. 327.
3 4 1 En Mixico, apunta Serge Gruzinski, 10s jesuitas organizaban su pr6dica en torno a
visiones que habian tenido 10s propios indigenas, “recurriendo a UM dramatization delibera-
da con trazas de psicodrama colectivo, que arrastraba toda o una parte de la comunidad a
estados de depresion o de excitacidn profundos en que se mezclaban el dolor, las l@imas, la
estupefacdbn, el temor, a veces el pinko. Los jesuitas hrindaban a los indios una incitation a
la vision, una estandarizacion de sus delirios y algunos modelos de interpretaci6n”. En el
fondo, se@ el mismo autor. estanamos frente a una verdadera “pedagogia jesuita de lo
imaginario”: la colonimn6n de lo imaginnrio. Socicdadcs indigcMs y occidcn&fimcibn en el Mixicu
espanol. Siglos xn-mr~, pp. 196-197.
342 “El dia que toco a nuestro colegio hacer su fiesta, predici, a la miss el padre provincial
que entonces lo era de aquella F’rovincia, y en el fin del sermon se sintio tan movido del afecto
de m o r y devodon de la soberana Virgen, que con extraordinario fervor convido a l pueblo
a que viniese despues de corner n la procesion que salia de nuesbzt iglesia [..I. Edificose el
auditorio de la piedad y devocion del predxador, pero nose juntamente de lapropuestacomo
de una cosa impracticable e imposible. Sin embargo, acudierou todos a su hora, 10s m h por
curiosidad de ver en lo que paraba una cosa tan nueva, que a b solo propuesta pareua cosa
digna de risa; tomaron todos sus ramos de oliva en las manos y comenzando a salir la
procesion y a entonar 10s nuestros las coplas, h e cosa maravillosa que el misrno Sefior que
inspiro al predicador que propusiese cosa tan uueva y exiraordinaria, movi6 juntamente a su
pueblo y a toda aquella noble dudad [.. I y de esta rnanera cantando por las calles, llevaron la
imagen a la catedral, donde saliendo a recibirla el Cabildo Eclesiistico en forma de procesion,
cantando sus himnos, h e tal la voceria del pueblo cantando sus coplas que obligaron n 10s
canonigos a dejar su canto y acompaiiarlos en su devocion, cantando todos como niiios”:
Ovalle, Op- cit, C.H.Ch., vol. XI,lib. v, p. 294.
159
devocional fue un soporte preferencial de toda la epoca. El drama “profesio-
nal” vendria a refonar el espiritu general. Por ello, a lo largo del siglo XVII las
distintas drdenes se heron encargando de transportar y de adecuar las tecnicas
desarrolladas en Europa y de poner en escena algunas piezas teatrales para
festejar sus fiestas a n u a l e ~Pequeiias
~ ~ ~ . obras, eso si, como las mascaradas que
hemos visto mi% arriba, donde se veian las influencias manieristas hash las
primeras decadas del siglo XVII.
En las fiestas de 1620, por ejernplo, la cofi-adiade “caballeros” pertene-
ciente a la Compaiifa organiz6 una gran mascarada noctuma. En ella estaban
representados 10s principales monarcas de la cristiandad, encabezados por el
Papa. Ante este todos le suplicaban que impulsarala creencia en dicho miste-
rio. El cortejo fue cerrado por un c m o alegorico que simbolizaba a la propia
Iglesiaw.
En 1633, vemos un despliegue similar para las fiestas pfiblicas en honor
del bienaventurado Francisco Solano, declarado oficialmente como patron0
de Chile en la “interminable” p e r m del sur. Se@n 10s modelos desarrollados
en Perii (Lima, Potosi, Cuzco,...) se intent6 hacer mascaradas mezdando 10s
aportes artisticos que hacian 10s gremios a la procesi6n de Corpuscon creacio-
nes de Ias cofradias, de las 6rdenes religiosas y del colegiojesuita. Los ciclos
tradicionales de las estaciones climaticas, imkgenes de dioses grecorromanos
y una representacitin de las “cuatro partes del mundo” -tematica de gran
circulaci6n en AmCrica- se desplegaron durante varios dfas, asi como come-
dias y comdas de toros,juegos de caiias, cabalgatas nocturnas con antorchas,
etcetera345.
Tmbi6n se representaban modestos autos sacramentales,si bien no alcanza-
ban la grandiosidad de aquellos memorables espectkculos sevillanosU6.En 10s
34a Sobre el rol adquirido por el teatro en la estrategia contrarrrformista en Europa, ver el
trabajo de Duvigneaud, Soliologin del ternfro..., Op. cif., especialmente pp. 78-92 y 279-284.
Sobre el impacto del teatro impresionista “a la italiana” y la generalizacion de la escena con
perspectiva en profundidad, op, cif., pp. 247,258-263 y 282. Cf. tambien 10s estudios reunidos
por Jose Maria Diez Borque en: Eafro yfiesfa m e[ Barroco. Bpafia e Iberoarnkrica
344 Enrich, Op. cit., tom0 I, p. 361; Ovalle, op. df., C.H.Ch., vol. XII, lib. v, pp. 293-296.
3 4 jI. Crus Arte y son’edad ..., op. cit., pp. 187-189. Hay que subrayar que la estatua del
Futuro santo (su canonizacion no se concretaria sino en 1726) presidio todas estas festividades
bajo un dose1 de terciopelo verde: Medina, HiJtoria de La Merafura..., op. cif., tomo I, pp. 219-
227. Acerca dc las “cuatro partes del mundo”, v6anse las representaciones en la pintura harroca
analizadas por Teresa Gisbert, en “La fiesta y la alegoria en el virreinato peruano”,p. 163. Por
lo dem6.s. esta alegoria fue parte de las fiestas de Potosi por la canonizacion de lgnacio de
Loyola, en 1622.
El auto sacramental era un tip0 de teatro apologiitico y alegorico que se prescntaba como
una excelente herramienta para la catequesis dentro de la estratqa de persuasion visual que
dominaba en el Barroco. De hecho, Bsta h e la forma contrarrefonnistaque adoptaron 10s dramas
lihirgicos medievales en Espaf~aL o a autos sacramentales habian surgdo, de hecho, para defen-
der el d o p a de la Transuhstanciacion.Ahora, adquirieron un Fundamento teologico ortodoxo
de candente actualidad que, en su configuracidn tea& definitiva, desarrollaba una tesis en
160
conventos, al momento de celebrar 10s aniversariosde santosy bienaventurados
de la orden, se representaban sobre todo pequeiias comedias y 10s llamados
acoloquios”.La mayoria de las piezas estaban centradas en la vida de dichos
santos, en algunos dogmas principales, en pasajes de la historia biilica, et^.^^^.
Ellas s e n i a n , sin embargo, para distribuir el rnensaje doctrinal mezclando la
palabra y el gesto, 10s disfraces, las tramoyas y todo el juego de apariencias
orientado a estimular y a provocar ai publico.
Los actores profesionales eran escasos, lo que daba lugar a una participa-
cion rnk activa de 10s aficionados integrantes de las distintas cofradias, de 10s
gremios o aun de novicios y sacerdotes. Actores y espectadores se confundian,
asi, potenciando la llegada del mensaje estCtico.
En las fiestasgenerales, como Semana Santay Corpur Christ<las representa-
ciones se sucedian en 10s diferentes &as, transformiindose en una verdadera
competencia de lucimiento que se sumaba a las procesionesMa.Ellas participa-
ban, por lo tanto, y pese a su modestia provinciana, del mismojuego de emocio-
nes y de adrniracion que el provocado por el us0 regular de artificiosmecfinicos
y de figuras casi vivas que se ponian en escena en aquellas vistosasprocesiones.
En ese sentido, una expresion teatral muy comente h e la de 10s llamados
“cuadros vivientes”. Estos consistian en una sola escena, e d t i c a e interpreta-
da generalmente sobre un carro mbvil que circulaba en medio de la procesi6n
o cortejo. Su decoracidn y simbologia, asi como algunas frases explicativas
que rodeaban al carro, permitian su interpretacibn. Su impact0 era tanto mks
grande cuanto que mezclaba el imaginario de la estatuaria devocional con la
expresividad teatral. Memiis, presentaba menos dificultad para ser ejecutado
en rincones apartados y pobres como Chile.
alabanza al sacramento de la Eucaristia, por lo que se le consideraba un tema especial para ser
interpretadoen la fiesta de Cospuc Cntirti,tanto en la Peninsula -donde tenemos 10s famosos autos
sacramentales de Sevilla- como en Amkrica: Josi Rojas Garcidueiias, El fafro de N u m a *a&
m el nglo m. Sobre Sevilla, Lled, op, cit; Lucette Elyane R o w , ‘La f&tedu Saint Sacrement a
Seville en 1594. F k a i de definition d’une lecture de formes”.
j4’ No tenemos informacidn especifica sobre las obras que circulaban en el rnedio chileno
durante el siglo XWI, per0 debenan corresponder aadaptaciones locales de repertonos espatio-
les o virreinales.En general, adembde la base ternitica del auto sacramental, 10sternas versarian
sobre la vida y glorificacidn de santos y r n f i e s , diilogos aleg6ricos sobre las virtudes, la
Fuena de 10s sacramentos, las consecuencias del pecado, 10s misterios sagrados -en especial la
Inmaculada Concepaon, tan cara alos Habsbup-, etc. Tampoco debian faltar a l p a s obras
de Lope de Vega, s e e n 10s elementos tangenciales que nos entregan 10s textos de J o e Toribio
Mcdina, Bibliograjk de la rmprmta en Santiago de Chile dcsde sus orgenes h a s & f i b m dc 7 8 1 7 ~L a
imprcnta cn Lima (1584-7824). Cf.la obra de Guillermo Lohrnann Villena, El artc dramcitico cn
Lima durantc cl Virreinolo y el articulo de Jorge Bemales Ballesteros, ’Consideraciones sobre
el Barroco peruano: portadas y retablos en Lima durante 10s siglos x v ~ yi xvm”.
j4*Ovalle, Op. cit., pauim; M.L. hmunatep, Lar prirncras rgrcSnrlacims..., Op. cil, pp. 5- 16.
161
Expresando el gesto y el movimiento de dolor o de alegria que correspon-
dia a la ocasibn, estatuas y actores servian de modelo a 10s fieles que iban tras
ellas en una procesi6n o que 10sobservaban en una representacidn. En el cas0
de esta dtima, el didogo abierto y dirigido -cuando el cuadro era hablado- se
unia a la expresion visual. Ello podria considerarse como una manipulaci6n
de apariencias miis Clara y efectiva, per0 que sin duda, por lo que hemos visto,
no desplazaba en su funci6n protaghica a aquel lenguaje silencioso de las
imfigenes procesionales.En efecto, cualquiera que fuese el tip0 de representa-
cion teatral, la mayor parte de las veces se hallaba insert0 en un conjunto
festivo donde primaban las procesiones publicas, el vehiculo primordial, in-
sistimos, de la devocidn colectiva
Los jesuitas, 10s mi% activos en este arte, comemaron la priictica del teatro
local en Chile a partir de la forma de 10s autos sacramentales. Los religiosos
preparaban las piezas con esmero, ajustando la trama a la sencillez de 10s
espectadores, per0 manteniendo el nivel intelectual delos argumentosteologicos
o morales que se querian probaF'. En estamisma linea, tambien eran comu-
nes las representaciones en forma de coloquios, ditilogos misticos y competen-
cias podticas sobre la historia sagrada. Estas eran ejecutadas por 10s alumnos
m& calificados del colegio que tenia la Compafiia en la capital, quienes apa-
recian en el espacio pliblico con trajes adaptados alas circunstan~ias~~".
El peso del teatro religroso h e pricticamente absoluto hash comienzos del
siglo m u . A diferencia de Espaiia, donde debia competir con la floreciente y
popular comedia profana, en Chile esta ultima solo se manifestabaen ocasiones
muy especiales, generalmente al interior de 10s propios conventos. Esta
predominancia se observari incluso en las piezas representadas con ocasi6n de
celebraciones de origen laico, como era el cas0 de l a ligadas al poder politico.
En fin,todas estas expresiones dramfiticas apelaban a sentimientos y te-
mores profundos, a representaciones mentales que debian retroalimentarse
permanentemente, s e e n la concepcidn contrarreformistay se@ la estrate-
gia colonial de evangelizaci6n.En lo que seria una aparente paradoja, la esla-
bilihdreligiosa ponia una de sus principales bases de control sobre un tip0 de
arte @zero, creado para la ocasion. Era el especkido fuga del Barroco el que
162
dictaba la forma de la devocidn, cierto, per0 dicha fugacidad no se reservaba
solo para decorar rnajestuosamente el interior de una iglesia o para animar
deterrninadas fiestas extraordinarias. Lareligiosidad de la 15poca, en medio de
sus contradiccionesvoluntarias, si bien fomentaba un estilo de vida contem-
plativo, privilegiaba la devoci6n volcada hacia el exterior, hacia el espacio
pliblico. Los sentimientos intimos y la devocion personal debian expresarse a
traves de la devocibn de todos, de la expresividad colectiva. A ello debemos
agregar la regularidad con que se manifestaba esta est5tica, aplicada a toda
celebracion del ciclo litfirgico, lo que kndra consecuencias esenciales sobre
las formas de las liturgias laicas, como veremos m6.s adelante.
351 CF.in& anexo N“ 2.Una aproximaci6n monogrirftca a este tema 8e puede ver en el
trabajo de E. de Ramh, ”La sociedad santiaguina..”, crp. cit.
163
que se cernia sobre ella. Asi, por ejemplo, a raiz de las noticias que llegaron a
Santiago sobre el tememoto de Lima en 1687, se organizd una “tipica” cele-
bracion barroca de expiacicjn colectiva. La base emotiva era proporcionada
por 10s recurrentes conceptos de culpabilizacidn, dolor, angustia y ansiedad,
ante una experiencia concreta de destruccidn apocalipticamuy presente en la
memoria de la capital ~ h i l e n 3En
~ ~la. sesion del Cabildo Eclesihtico de 17 de
febrero de 1688, entonces,
352 Sin ir mis lejos, durante este mismo aiio Santiago sufria 10s estragos de “la peste”. En
julio, el Cabildo Eclesibtico detenninaba UM pan procesion por este motivo: A.C.E., libro
3*, 5s. 23-23v.
A.C.E., libro 3”, 5s. 27v-28v; reproducida en B.N.B.M.Ms., vol. 271, pza. 7831114,
5s. 57-58.
164
LA LITURGIA RELJGIOSA
AL SERVICIO DEL IMPERIO
La renovacidn del catolicismo que se desarrolld desde mediados del siglo XVI
tendr5 efectos "fundacionales" en regiones hispanoamericanas de estableci-
miento europeo tardio, como Chile, marcando en forma definitiva las tecnicas
de evangelizacidn y las formas de religiosidad. En Santiago, de hecho, su
proceso de consolidacion tuvo una relativa coincidencia cronol6gica con el
proceso de estabilidad urbana e institucional que se inicid con el siglo XVII.
El peso ornnipotente de la mano divina, omnipresente en el imaginario de
la epoca, asi como el papel adquirido por la liturgia y la fiesta religiosa, ya sea
en la formas candnicas o a traves de sus acomodaciones barrocas, impregna-
r h la reproduccidn del modelo cultural y servirtin de base para la socializa-
ci6n de todo un conjunto de expresionesculturales y de representaciones so-
bre las relaciones de poder. En este contexto, el control de la Iglesia, a traves
del Regio Patronato, permitira a la Corona canalizar en forma eficiente y
directa la imagen de unidad politica que emergia del concept0 de corpur
mysticurn La estructura eclesiMca era una red poderosa y extensa, much0 mks
que el aparato administrativo del imperio, a lo que se sumaba el hecho de que
10s reyes del siglo XVII participaban en forma profunda del mismo universo
religioso que englobaba a 10s habitantes de sus dominios. El dolor y la gloria,
canalizados a traves de la liturgia barroca, m e z c l m sentimientos y confundi-
r h objetivos religiosos y politicos, conformando, asi, un pilar persuasivo fun-
damental del imperio espaxiol.
Suplicasy expiaciones
por el Rey, por nosotros...
Antes que todo, y aunque parezca obvio, debemos partir por subrayar el es-
quema lit6rgico bhico por el cud se canalizaba toda la participacion religio-
sa L a Eucaristia era, sin duda, el rito central de todo evento que se relacionara
con el poder o con la vida colectiva en general, pues era el centro referencial
de la vida cotidiana, de la sociabilidad y del imaginario de 10s habitantes. L a
Eucaristia era el Sacramento de legtimacidn simb6lica por excelencia, pues
alli se concretaba el dogma fundamental del cristianismo contrarreformista:la
presencia material de la divinidad. Era el momento en el que 10s hombres
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