Nerina Arreche)

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Carta de un sobreviviente al

genocidio
Genocidio y Violencia de Estado
aproximaciones teóricas y
conceptuales

Alumna: Nerina Arreche, 17 Años, Argentina.


Tema: Eje principal 1) Definición del Genocidio
y agregado de 4) Violencia de Estado en
América Latina.

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“Adaia Nájera”
¿Cómo puedo comenzar una carta sin destrozar mis recuerdos, mente y alma?
Me llamo Adaia Nájera, tengo 93 años y soy sobreviviente del genocidio Nazi. El
genocidio el cual acto atroz que es la destrucción de una Nación o grupo de personas, yo lo
sentí como una destrucción directa hacia el alma, que envenena y mata, que no vuelve a ser
lo de antes.
El genocidio que comenzó en 1939 me quito todo, me quito mi esperanza, me quito mi
dignidad y mi infancia. No tuve una infancia deseada, cuando creí que la tenía en su
máxima expresión, armas de fuegos irrumpieron en mi casa. Yo viví el horror en persona,
que es separarte de tu padre, que es oír los gritos desgarradores de tu madre, que es sentir
esa angustia de que todo es tu culpa y que no hay remedio alguno, más de rezar y rezar.
Nos llevaron en un camión, todo oscuro por dentro que cualquier rayo de sol que ingrese
era tapado y desolado. Estaba asustada abrazando a mi madre mientras rompía en llanto
quebrantador, no podía entender lo que ocurría, pero más adelante sabría que todo esto era
una tortura, que mi padre se volvió en un "desaparecido" más dentro de la gran multitud de
familias devastadas.
Ese camión fue la última sensación de libertad que sentí, era muy joven, tenia 11 años
como saber que realmente era la libertad propia, sin embargo, me la arrebataron sin
preguntar.
Ingresamos en un pequeño pueblo, donde nos colocaban etiquetas como las vacas, usaban
la insignia no solo para estigmatizar y humillar a los judíos, a mi gente, sino también para
segregarnos y para vigilar y controlar cada uno de nuestros movimientos. A mi me pusieron
la estrella amarilla que resaltaba en mi sucio vestido blanco, esa insignia nos distinguía
tanto a mi como a mi madre también.
Mi madre era una mujer tranquila que irradiaba paz, pero en aquella época debía de mostrar
su fuerza y no decaer frente a mi, ambas nos mantuvimos juntas e inseparables, ella era mi
apoyo a pesar del paradero de mi padre que no sabíamos que era la última triste imagen de
su persona en nuestros recuerdos. Volviendo a las insignias, mi madre me explico que
estábamos en un gueto, un gueto era un pueblo de menor diámetro donde estaban las
personas excluidas por la sociedad, es decir, nosotros los judíos, quienes involuntariamente
nos encontrábamos allí siendo manipulados y torturados por aquellos que portaban su
insignia roja del orgullo y obedecían a la tiranía del Führer. Allí habían otras personas más
no judías, pero que decidieron voluntariamente convivir de una manera que nos
despreciaban totalmente por nuestra ideología.

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El primer día fue lo más duro, como se reían aquellas personas de nosotros, de una pobre e
inocente niña como yo, era totalmente nefasto pero no podíamos hacer nada, los judíos y
las mujeres se parecían, no tenían voz ni voto para decidir sobre su futuro, sino que poseían
dueños que los esclavizaban y los pisoteaban hasta morir.
Tenía miedo, miedo de ser alejada de lo único que me quedaba, mi madre, intentaba
contener la lagrimas pero era imposible ¿Por qué me pasaba todo esto a nuestra familia?
¿Por qué nosotros? Éramos una familia feliz y perfecta, hasta ese entonces.
Los nazis, los militares consumidos por servir a su patria teñida de sangre de inocentes, nos
asignaron una casucha, nos toco con otra mujer, se llamaba Heidi Askershaw, ella estaba
muy asustada y deprimida por la perdida de sus dos hijos, ellos fueron enviados en otro
camión y hasta el día de hoy, desde su tumba sigue su lucha. Hablando de la tumba, la casa
tenía parecidos con la misma, si se podría llamarse así; tenía dos habitaciones, en una era la
cocina y baño, y en la otra el dormitorio. Las condiciones eran desfavorables y tenía una
colchón miserable para dormir entre tres.
El lugar era inhumano, pero debíamos de estar allí a la fuerza, no teníamos opción alguna
de poder irnos por voluntad propia.
A la noche pasamos frio extremo, no teníamos sabanas para cubrirnos, ni siquiera eso,
¿Cómo tres personas podían vivir allí?
Al día siguiente, nos tuvimos que levantar a las 6 de la mañana, cada militar iba casa por
casa para sacar bruscamente a los judíos para hacerlos trabajar incansablemente. Nosotras,
nos encontrábamos en el gueto de Lodz, lo que significaba que los nazis establecieron 96
plantas y fábricas que producían materiales de guerra, es decir, nosotros éramos esclavos
inauditos productores de armas para asesinar a nuestros hermanos. El dolor profundo que
conllevaba mi madre era inimaginable, estar tantos años con amigos, familiares, y de un dia
para otro tener que elegir si vivir bajo tierra donde los muertos yacen, o sobrevivir en el
vació de las armas. Las armas se vuelven peligrosas dependiendo de las personas, y
lastimosamente nosotras las hacíamos sabiendo a quienes se las entregaríamos. Lo peor de
todo ¿Qué era lo peor? ¿Comer migajas o ser parte del genocidio Nazi?
No nos daban comida, nos daban sobras de lo que ellos comían, no había nada más que
migajas de panes o sopas vencidas, mi estomago cada día sufría de hambre y hay veces que
mi madre me daba lo de ella para que yo comiera mientras que se debilitaba más y más.
Así era lo mismo día tras día levantarnos a duras penas, ir a trabajar para sacrificar a los
judíos, volver a nuestra casucha empolvada y destrozada, comer lo que había lo que no se
encontraba, y dormir con el frio sin piedad.
Pero, aprendimos algo, los nazis comenzaron a llevar a cabo la “Solución Final” en esos
días, los judíos estimados incapaces de trabajar eran los primeros en ser fusilados o
deportados, nosotras no podíamos no ir a trabajar o estar débiles pero lamentablemente
Heidi, la señora que estaba con nosotros cayo en una profunda depresión, sumado a ello su

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anemia e hipotermia del causante frio que nos rodeaba, su final ya había llegado sin que
ella supiera.
En una mañana, irrumpieron los soldados en nuestra casa, tal como aquella vez que nos
arrebataron a nuestro padre y dignificad propia, entre gritos se la llevaron a Heidi, ella
apenas podía poner fuerza para alejarse de los monstruos que eran, el primer campanazo
sonó y la multitud la rodeaba junto con otros judíos que estaban a punto de ser asesinados.
A cada uno los llevaron a la horca, le pusieron una soga en el cuello y al segundo
campanazo, cayo al oscuro hoyo sin tener tiempo a asimilar lo que estaba pasando. El tercer
campanazo sonó, y todo el silencio se asomo entre nosotros provocando un sentimiento de
miedo y empatía por ella y los demás, esto tenia que acabarse. Pasamos un año entero allí,
contaba los días para salir de mi condena, no lo soportaba más, pero cuando creía que todo
esto iba a acabar, llegaba lo peor.
Un día de 1940, los militares con su represión, nos hicieron entrar a la fuerza nuevamente
en un camión, yo creía que nos iban a devolver a casa, que todo esta pesadilla estaba por
terminar, pero recién comenzaba.
A todas las mujeres judías nos pusieron en un camión camino a un lugar desconocido, un
lugar donde nadie salía con vida, a un centro de concentración Nazi. Escuche a los militares
hablar, nos llevaban justamente al centro de concentración de Auschwitz, yo no sabía que
era aquello pero cuando voltee a mirar a mi madre, estaba con la mirada perdida y con los
ojos llenos de lagrimas, algo malo iba a ocurrir.
Cuando llegamos allí, nos agarraron una por una y nos separaron, comencé a desesperarme,
vi como se la llevaron a mi madre de mi y como ella gritaba al igual que yo, mi alma se
estaba corrompiendo y mi corazón destrozado, lo que menos quería estaba ocurriendo.
Me llevaron a una especie de habitación cerrada, donde había una larga fila de mujeres
enigmatizadas, cuando mire hacia delante estaban siendo despojadas de sus vestiduras y
siendo rapadas de su cabello. Yo amaba mi cabello pelirrojo, era lo único que me hacia
sentir una señorita, una niña.
Llego mi turno y me hicieron desnudar y con toda la vergüenza del mundo me quitaron mi
ultimo aliento de ser lo que anhelaba, una mujer. Mientras me rapaban, observaba con
tristeza mis cabellos caer. Cuando terminábamos, nos dieron una bata y nos llevaron a un
tipo de caballeriza donde duermen los caballos, pero allí no había ninguno. Había maderas
como "camas" y ya había muchas mujeres. Asustada decidí preguntar una por una para
encontrar a mi madre, todas parecían iguales con las batas y rapadas, y cuando me estaba
por dar por vencida pregunte a una de las mujeres.
-Señora, disculpe ¿No ha visto a mi madre? No la encuentro.- La mujer se dio vuelta y
comenzó a llorar, era mi madre, nos abrazamos desconsoladamente, porque al fin
estábamos juntas nuevamente en todo aquel destierro.

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Allí comenzaba el verdadero terror, los primeros días dormíamos como podíamos, entre
cientos de mujeres en un recinto tan pequeño con sueños muertos. Cada una velaba por algo
o por alguien en silencio, nadie lo reprochaba. Nos daban menos que en el gueto, las
condiciones eran peores de lo que esperábamos, casi luchábamos por lo que quedaba y
además de aquello nos hacían trabajar con lo débil que estábamos.
Primeramente nos hacían limpiar los "baños" que eran simples tachos donde nos
encontrábamos nosotras. Esto fue por un largo tiempo, mientras realizábamos esto veíamos
por los hoyuelos de las maderas que eran nuestras paredes, cada vez que llevaban a mujeres
a cámaras de gas y de allí, nunca más volvían.
Durante todo aquel trayecto vimos como experimentaban con niños y primordialmente con
gemelos, los adoctrinaban con la ideología nazi, los torturaban, y finalmente si no lo
lograban, los fusilaban.
Luego de todo aquello, en 1941 comenzamos con trabajos forzados para exhumar los
cuerpos enterrados y quemarlos en enormes trincheras en “hornos” improvisados hechos
con rieles de ferrocarril. Era horriblemente terrible, ver a cientos y miles de judíos muertos
y llevarlos a una tumba no deseada, no quería hacer aquel trabajo pero sabíamos que iba a
ocurrir si no lo realizábamos.
Los nazis nos despreciaban y muchas veces se llevaban a mujeres que volvían
ensangrentadas por sus malos tratos, abusos y violaciones a ellas, quedaban devastadas y
nosotras la socorríamos, pero ya no había nada que hacer, al poco tiempo morían, y una de
ellas murió en mis brazos diciendo que quería volver a ver su esposo con quien soñaba
pasar el resto de su vida. Todo allí era dolor y sufrimiento, veía todas las torturas que
pasaban, no sabía que era realmente, pero de algo estaba segura, era algo injusto, un
genocidio, estaba consciente que estaba viviendo una matanza masiva a mi gente, sin la
ayuda del Estado y sin el termino acuñado del genocidio hasta 1944 por Lemkin.
Lemkin supo realmente que es lo que vivimos nosotras, que es escapar y sobrevivir, pero
nadie prestaba atención ni nadie sabia que lo que vivíamos era un genocidio, un holocausto,
un arrebato de nuestros derechos humanos y de que estaba viviendo uno en carne propia.
Tuve la oportunidad de leer su libro luego de muchos años después de todo lo superado, y
entendí que el humano no es lo que parece, sino que absorbe todo lo de los medios y lo
aplica, busca pelea con otras personas siendo lo mismo, personas. El gobierno, sus
presidentes, el Estado, nos hace separarnos más y más y en aquella época, había un quiebre
total entre todos nosotros, entre supuestamente personas y judíos.
Retomando mi mal recuerdo, estuvimos con aquel trabajo y viviendo en aquellas míseras
condiciones hasta 1945, mientras iban y venían mujeres de nuestro "pabellón" como
carceleras a la cámara de gas para nunca más ser vistas. Nos castigaban con la muerte si no
seguíamos las reglas, y entre ellas, no se permitían los piojos sino aquellas judías que lo
poseían, serian cercenadas vivas.

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En aquellos años mi cabello creció, no tanto como antes, no era el mismo. Pero mi madre se
pasaba horas tratando de ver y sacar a los piojos, no quería ese final para mi. Sin embargo,
hubo un rayo de esperanza en toda aquella multitud quebrantada, se oían rumores de que la
guerra estaba llegando a su fin y entre eso, el Führer se había quitado la vida, los Nazis,
alemanes sin rumbo, iban perdiendo la guerra, exactamente eso significaba nuestra libertad.
Los militares alemanes ingresaron a nuestro lugar desterrado, preguntaron quienes vendrían
con ellos y no hubo respuesta ¿Quién quería irse si llegaban los Norteamericanos a nuestro
llamado de ayuda? De pronto, se escucho una explosión y fuertes gritos, estábamos siendo
invadidos por los militares Estadounidenses, los cuales liberaron a cada caballeriza y entre
esas, la de nosotras, salimos corriendo de aquel centro sin saber a donde íbamos pero una
cosa sabíamos, éramos libres.
Éramos libres de la represión Nazi donde nos despreciaban, erramos libres de las torturas,
abusos y violaciones que nos perpetraron durante años, éramos libres de aquellas
vestimentas y cortes de cabello que nos hacían menos de lo que éramos, éramos libres.
Después de todo aquello, se sentía extraño volver a la normalidad, volver a respirar aire
puro sin gases tóxicos y tocar el pasto con mis pies descalzos, con mi madre éramos dignas
de volver a vivir, volver a renacer como el ave fénix, volver a ser nosotras. Decidimos
volver a empezar, lejos de allí, no queríamos volver a Polonia después de vivir todo aquello
horripilante que ningún ser humano de hoy en día soportaría. Primeramente viajamos a
Luxemburgo, para poder comenzar de cero, mi madre consiguió un trabajo de mesera y yo,
quería retomar mis estudios a la edad de 17 años. Estudiaba y ayudaba a mi madre en lo
que podía. Después de unos largos años de ahorro suficiente, decidimos tomar la radical
decisión sobre irnos a América, decidimos mudarnos al país de Argentina. Creíamos que
allí estaríamos mejor, mejor social y políticamente bien, nuestro estado mental necesitaba
ayuda después de pasar 6 años en un holocausto y con traumas, pesadillas y malos
recuerdos, necesitábamos cambiar de aires.
Al principio estábamos bien, ya tenía 21 años y cursaba aún mis estudios, mientras mi
madre recibía ayuda de todo el lío que traía en su cabeza. Pero no todo era tan malo, aún
guardo aquel momento en mi memoria, el 1 de octubre de 1953, conocí a un joven, llamado
Esteban Rodríguez, su nacionalidad era Mexicana y migro hacia Argentina en busca de una
mejor calidad de vida, era un año mayor que yo, el tenía unos 26 años mientras que yo 25.
Él me demostró que cualquier lugar puede ser bello a su manera aún sabiendo su pasado.
Yo estaba a punto de finalizar mis estudios y quería trabajar en Servicios Sociales, que
cualquier ser humano no tuviera que pasar por lo mismo que viví, que sea integrado en la
sociedad y tenga una buena calidad de vida, mi futuro consistía en ayudar. Mientras
Esteban ya trabajaba de psicólogo a escala provincial, era muy reconocido en nuestro
barrio.
En el transcurso del tiempo, 5 años más tarde decidimos vivir juntos y todo el dolor de
aquel oscuro pasado, serían sanados, o eso creía. Pude trabajar de lo que soñaba aunque
hubo obstáculos acá en Argentina, la mujer era menos que el hombre y el salario era

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desigualitario, por lo tanto, yo luche por eso, luche por la integridad física de cada mujer
que lleva su fuerza por dentro y puede hacer lo mismo que un hombre. Fui criticada pero
mientras tenía el apoyo de Esteban y mi madre, estaba bien por ello. También quería dejar
una huella, una huella autodidacta sobre los derechos humanos y hablar sobre lo
innombrable, el genocidio armenio. Se debía de hablar de aquellos temas que no se
tocaban, y yo era una de las miles de voces alzadas en diversos países.
Luego de todo aquello, en mi búsqueda por la igualdad humanitaria y sus derechos civiles,
en 1968, Esteban me propuso matrimonio y decidimos casarnos, fue lo mejor de mi vida, a
pesar de todo el caos la vida me recompensaba insaciablemente.
Sin embargo, todo aquello se derrumbaría nuevamente. En agosto de 1972 en medio de una
Revolución, quedé embarazada, estaba feliz y orgullosa por todo lo logrado con mi fiel
esposo. Pero como mencione el sin embargo, no todo fue así. En 1973 tuve a mi bebe y la
llame como el primer nombre de mi padre, Schuel Nájera, mi esposo dijo que ponga mi
apellido, ella llevaba sangre judía del Nájera, el era el elegido dentro de toda la
supervivencia. En 1976, cuando comenzó la dictadura de desaparecidos, temíamos por
Schuel, ya tenía 2 años pero era buscados por los militares como bien saben.
Una mañana del 1 de septiembre de 1976, los militares argentinos irrumpieron en nuestra
casa, de pronto los recuerdos me invadieron y quede inmóvil, otra vez el sufrimiento estaba
pasando. Mi bebe se lo estaban llevando, y allí reaccione llorando, Esteban comenzó a
pelear con un militar cuando lo balearon en el pecho y se fueron sin dejar rastro y todo
destrozado. No dejaba de gritar y llorar, gritos totalmente desgarradores, Esteban no
reaccionaba, no respiraba, todo se perdió.
Ese primero de septiembre, murió Esteban en mis brazos tal como aquella mujer en la
caballeriza, y ese primero de septiembre me arrebataron a mi hijo, a mi angelito de mis
manos. Después de todo ese shock y mi corazón devastado, me prometí a mi misma
encontrarlo, encontrar a Schuel Nájara, en 1977 se fundo Abuelas y Madres de Plaza de
Mayo, mujeres dolidas que buscaban en silencio a quienes se fueron y nunca más
volvieron, tanto hijos, nietos y bisnietos. Cuando salió a la luz esta organización secreta, yo
fuertemente me aferre a ello, el pañuelo blanco vivía en mi cabeza, recordando así a mi
bebe y mi esposo que fueron llevados ese mismo día. Me aferraba a la idea de que aún
estaba allí afuera con otra familia y que lo encontraría. Hasta el día de hoy sigo luchando,
sigo buscándolo, sigo desesperada por el. Es un "desaparecido" más del genocidio como mi
padre aquel fatidico día.
“Espero que algún día el ser humano comprenda que las grandes perdidas las
producimos nosotros mismos sin saber el dolor que causaran a millones de personas
más.”
“En memoria de todos aquellos que perdieron familiares, amigos y conocidos, el
genocidio debe de exterminarse y dejar renacer una cura para aquellas idas y vueltas,
por un mundo por más paz y menos muertes, por un mundo igualitario en donde nadie
pierda a nadie y que sea lo deseado.”

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Historia escrita por Nerina Arreche inspirada en
todos aquellos sobrevivientes del genocidio mundial.
No más muertes, más igualdad y cambiar el mundo
con nuestros derechos correspondientes.
Humanidad.

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