Otto Skorzeny, El Nazi Mas Peligroso
Otto Skorzeny, El Nazi Mas Peligroso
Otto Skorzeny, El Nazi Mas Peligroso
J R G D
Otto Skorzeny,
el nazi más peligroso
en la España de Franco
Las intrigas, negocios y conspiraciones del jefe
de comandos de Hitler, Otto Skorzeny.
De la Legión Carlos V a la Internacional
Fascista de Toledo.
© Francisco José Rodríguez de Gaspar Dones 2021
© Editorial Almuzara, . . , 2021
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COLECCIÓN ENSAYO
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Director editorial: Antonio E. Cuesta López
Edición al cuidado de Rosa García Perea
Corrección de Antonio García Rodríguez
Conversión a epub de Rosa García Perea
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ISBN: 978-84-18709-13-5
A la persona más excepcional que conozco, mi padre
INTRODUCCIÓN
OBJETIVO DE LA INVESTIGACIÓN
«Ante la pervivencia del régimen de Franco se hizo imperativa la
“desnazificación” de España, pues era de temer que
precisamente aquí, bajo los auspicios del general Franco,
pudieran sobrevivir agrupaciones nacionalsocialistas que
desarrollarían posteriormente actividades subversivas».
Carlos Collado Seidel, «España refugio nazi».
Madrid, 8 de julio de 1975. Un elegante coche fúnebre de color negro
se adentra en el cementerio de La Almudena. Lo escoltan siete
vehículos y un motorista. El cortejo se detiene en la puerta de la
capilla del camposanto. En la entrada espera un grupo de unas
treinta personas. Saludan con el brazo en alto al paso del féretro.
Son las diez y media de la mañana. Cuatro empleados de la
Sociedad de Pompas Fúnebres de la calle Galileo cargan el ataúd.
Es grande y pesado. Lo depositan con cuidado frente al altar. Un
ramo de claveles rojos destaca sobre la madera. Expresan
admiración sobre el difunto, homenaje a su persona. Una banda
negra, blanca y roja lo cubre. Son los colores de la bandera de
guerra del III Reich. En alemán se puede leer: Ordensgemeinschaft
der Ritterkreuzträger. Es la Orden de los Caballeros de la Cruz, que
reúne desde 1956 a los condecorados con honores por Alemania en
las dos guerras mundiales. Una Cruz de Hierro, la icónica cruz negra
del ejército alemán, luce estampada sobre la tela con las iniciales de
la orden (OdR). Da comienzo el funeral. Todos se santiguan.
Finalizada la misa, los asistentes vuelven a realizar el saludo
fascista mientras cantan el himno Das Deutschlandlied (La canción
de Alemania). El féretro es conducido al crematorio. Exactamente a
las once y media es incinerado el coronel austríaco de las SS Otto
Skorzeny. El que fue bautizado por los americanos como «el hombre
más peligroso de Europa» es ahora un montón de cenizas. Los
asistentes le despiden cantando la segunda estrofa del Cara al Sol
(«formaré junto a mis compañeros que hacen guardia sobre los
luceros…»), que cierran con sonoros gritos de: «¡España una!
¡España grande! ¡España libre! ¡Arriba España!»
Entre los presentes destacan dos personalidades del régimen
franquista: Raimundo Fernández-Cuesta, exministro y exsecretario
general de FET y de las JONS (Falange Española Tradicionalista y
de las Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista) y, al frente de todos
los cánticos y arengas, Tomás García Rebull, el antiguo responsable
de la Delegación Nacional de Excombatientes (DNE) y figura
destacada del movimiento político conocido como «el Búnker», que
se opuso a cualquier tipo de apertura y reforma durante los últimos
estertores del régimen.
Ambos son en ese momento procuradores de las Cortes
franquistas. No se esconden. No tienen motivo para ello. Despiden a
un camarada nacionalsocialista con todos los honores.
Un excapitán de las Waffen-SS, que actúa como líder en España de
las Juventudes Vikingas (la organización juvenil creada en 1952
como heredera de las Juventudes Hitlerianas e ilegalizada en 1994),
Walter Mattheai, porta las condecoraciones del difunto. Entre todas
destaca la Cruz de Caballero con Hojas de Roble. Se la dio el propio
Hitler en persona por rescatar con vida a su aliado Mussolini en
1943. Una gesta ensalzada hasta la categoría de mito por el régimen
nazi.
La prensa habló durante días del entierro e incineración de Otto
Skorzeny. Se celebraron misas en su honor en la basílica de La
Milagrosa de Madrid con multitud de asistentes. Antiguos camaradas
de Falange, militares en activo, excombatientes de las SS llegados
de varios puntos de Europa e incluso un agente del Mosad, la
agencia de inteligencia israelí; nadie quiso perderse el último adiós
del jefe de comandos de Adolf Hitler. La CIA, el MI6 británico, la
DGSE francesa y el BND alemán tampoco faltaron a la cita. Tenían
que certificar el fin del protagonista de infinidad de sus
memorándums.
Todo quedó documentado con la debida discreción. La ORF2,
televisión pública de Austria, lo grabó desde la distancia,
inmortalizando un sepelio más propio de aquella Alemania que el
mundo conoció entre 1933 y 1945. Skorzeny era un personaje muy
conocido. Legendario en España. Todos los diarios nacionales y la
mayoría de los provinciales recogieron obituarios y recordaron las
hazañas del que era considerado un héroe de guerra. Era el Madrid
de 1975. No ha pasado tanto tiempo.
Sus cenizas se recibieron días después en Austria con honores.
Las imágenes de su entierro en el cementerio de Döbling muestran a
decenas de personas marchando en cortejo fúnebre, con una
guardia de gala de la fraternidad estudiantil Markomannia , en la que
militó de joven y a la que debía las tremendas cicatrices de su rostro
por peleas con sable (schmisse , heridas rituales de las
hermandades universitarias de esgrima).
Los ex oficiales de la Fuerza Aérea Walter Dahl y Hans Ulrich
Rudel, el soldado más condecorado de todo el III Reich, no faltaron a
la cita. Un retrato a lápiz de Skorzeny, junto con un casco de guerra
de las Waffen-SS y varias bandas negras con los emblemas rúnicos
del cuerpo de combate de élite de las Schutzstaffel decoraban el
último adiós a una figura que aún hoy genera admiración y crítica,
fascinación y repulsa, a partes prácticamente iguales.
Gran parte de esta investigación trata precisamente de analizar la
figura del coronel de las SS Otto Skorzeny. De separar el grano de la
paja, al hombre del mito, y mostrar el papel que jugó tanto en la II
Guerra Mundial como en los años posteriores, cuando se alzó como
una figura preminente en varias conspiraciones y juegos de poder
que se generaron durante la Guerra Fría.
La derrota de los fascismos alemán e italiano puso a España en el
punto de mira de las potencias vencedoras de la II Guerra Mundial.
El régimen de Franco, en el pensar de muchos, no debía sobrevivir al
nuevo orden mundial. Era visto como una amenaza. Pero el dictador
gallego se las ingenió para adaptarse y perdurar.
El proceso de ajuste no se gestó de la noche a la mañana. La
España Nacional viró en plena Guerra Mundial de una postura
claramente filonazi a una neutralidad obligada. En los años cuarenta
del pasado siglo, con Alemania devorando Europa a una velocidad
de vértigo, en nuestro país se vivió una campaña de nazificación sin
precedentes.
La prueba ha quedado registrada en la prensa de la época. No
solamente en las hemerotecas de los diarios nacionales que
sobrevivieron a aquellos años, como La Vanguardia o ABC , se
muestra una afinidad extrema con Alemania. Si se amplía ese
rastreo a la prensa de provincias puede verse un respaldo pleno a
los nazis y un apoyo total y absoluto a sus ideas.
No se pretende con este trabajo descubrir el Mediterráneo. Otros
muchos autores, historiadores de reconocido prestigio en su inmensa
mayoría, han ahondado en las relaciones entre España y Alemania
antes, durante y después de la II Guerra Mundial. Toda esa labor me
ha servido de base. Yo no soy historiador. Mi formación procede del
periodismo y es por eso por lo que gran parte de mis fuentes
documentales proceden de ahí. Muchos catedráticos desdeñan
mancharse las manos con la tinta de los viejos diarios, pero la
realidad es que la prensa sirve para dar testimonio cotidiano de lo
que ocurre. Con sus aciertos y sus imprecisiones, sus opiniones y
sus sesgos; pero son una radiografía del día a día, de lo que en un
momento concreto se está viviendo.
Además, mi trabajo se ha centrado en un mundo muy alejado de las
magnas noticias. No he buceado, por así decirlo, en la primera
división informativa, sino en un periodismo de provincias que poco
tiene que ver con los grandes medios nacionales. Y creo que eso es
un punto a favor para afrontar esta investigación, porque
rápidamente acudí a esa otra prensa que, aunque entonaba la
misma canción, lo hacía con otros acordes.
Me explico. Las presiones o la censura de la época no eran tan
elevadas en los medios locales o provinciales. Muchos de ellos eran
demasiado minoritarios y otros más estaban directamente bajo el
control del régimen.
En mi caso concreto, por ser toledano y contar con una ciudad con
una amplia tradición de prensa histórica, pude comprobar
rápidamente todas estas afirmaciones ojeando ediciones locales del
periódico El Alcázar o Imperio, el diario de Falange Española
Tradicionalista y de las JONS. La raíz toledana de esta investigación
es evidente. Innegable e indispensable. Sin mi trabajo como
periodista en La Tribuna de Toledo nunca me hubiera encontrado con
este tema. Quizás jamás me habría interesado por la figura de Otto
Skorzeny, ni por las ramificaciones políticas de esos nazis vencidos,
pero no sometidos.
La admiración española al régimen nazi en los años cuarenta es
palmaria. Se observa claramente un sentimiento de hermandad entre
la Falange española y el nacionalsocialismo alemán. Los avances de
la guerra mundial ocupan lugares destacados en todos los diarios.
Pero, conforme la contienda fue cambiando, las noticias también
bajaron de intensidad. Se hizo necesaria una modulación del
entusiasmo, ya que los estadounidenses empezaron a acechar al
régimen franquista.
Con todo, el sentimiento de hermandad permanecía inalterado en
muchos españoles, despertando el Reich alemán muchas simpatías,
incluso cuando la guerra parecía perdida para ellos. La derrota final
de Hitler tampoco hizo desaparecer ese apego.
La caída de Alemania condenó a España al aislamiento
internacional. Tenía que demostrar que había aprendido la lección.
Los vencedores, Estados Unidos básicamente, decidieron que tener
a Franco en el poder era un mal menor. Su capacidad militar era
irrisoria. No podía hacerles frente, pero sí controlaba España con
puño de hierro. El gobierno del Caudillo no fue académicamente un
fascismo puro. Era un régimen reaccionario que terminó
inventándose el nacionalcatolicismo. Eso le salvó la vida. Porque
EE.UU. sabía que el dictador nunca dejaría expandir las ideas
comunistas que se habían convertido en el nuevo enemigo mundial.
La Guerra Fría, tal vez pensaron, había comenzado y el enemigo de
su contrario era finalmente un colaborador necesario.
El entonces jefe del Estado español supo sacar provecho de esta
situación. Mientras realizaba gestos ante los americanos para
demostrar su buena voluntad y hacer valer su anticomunismo, abría
la puerta de atrás a muchos líderes fascistas de toda Europa,
dándoles cobijo en España y alargando al máximo los requerimientos
de extradición de los países Aliados, cuando no ignorándolos
directamente.
Señalamos a Franco como cabeza visible del régimen, pero lo
cierto es que, acertadamente y de cara a no mancharse más las
manos, las relaciones de la España Nacional con los «refugiados»
nazis siempre se realizaron a través de intermediarios. El general,
como buen gallego que era, trató de jugar al despiste y no mezclarse
con sus antiguas amistades, utilizando siempre a terceros y
desvinculándose personalmente de la llegada casi masiva de
fascistas europeos al país.
En esta investigación se aportan documentos que demuestran ese
doble juego del militar golpista. Mejor dicho, del gobierno franquista,
porque ya hemos dejado claro que el autoproclamado Caudillo evitó
al máximo las relaciones directas.
Una de las fuentes documentales que tienen mayor protagonismo
en esta investigación es la Agencia Central de Inteligencia de los
Estados Unidos, la famosa CIA. Me he decantado por seguir esta
línea porque considero que está poco utilizada por los historiadores,
en parte porque mucha de su información ha permanecido
clasificada hasta hace relativamente escasos años.
Desde la década de 1960 hasta la de 1990, el gobierno de los
Estados Unidos desclasificó la mayoría de sus registros de seguridad
relacionados con la II Guerra Mundial. Sin embargo, sesenta años
después del enfrentamiento, millones de páginas de registros de
guerra y posguerra permanecieron clasificadas. Muchos de estos
graneros de información contenían datos relacionados con crímenes
y criminales de guerra. Esta documentación había sido solicitada sin
éxito a lo largo de los años por el Congreso norteamericano, los
fiscales, los historiadores y las propias víctimas.
En 1998, bajo la presidencia de Bill Clinton, el Grupo de Trabajo
Interinstitucional de Crímenes de Guerra Nazis y Registros del
Gobierno Imperial Japonés (IWG), a instancias del Congreso, lanzó
lo que se convirtió en el mayor esfuerzo de desclasificación de un
solo tema en la historia de EE. UU. Como resultado de este proceso,
más de ocho millones y medio de páginas de registros se han abierto
al público en los últimos años bajo la Ley de Divulgación de
Crímenes de Guerra Nazis y la Ley de Divulgación del Gobierno
Imperial Japonés. Estos registros incluyen archivos operativos de la
Oficina de Servicios Estratégicos (OSS) con un total de un millón
doscientas mil páginas y 114 200 folios de material de la CIA. Se
trata de una información que arroja una importante luz histórica sobre
el Holocausto y otras violaciones de derechos humanos, así como la
colaboración del Gobierno de los Estados Unidos con algunos
criminales de guerra durante la Guerra Fría. Aspecto este último
altamente interesante para el objeto de esta investigación, ya que
mucha de esa documentación ha confirmado la captación por parte
de los servicios de inteligencia norteamericanos de antiguos nazis.
Los documentos del Renovado Archivo del Ministerio de Asuntos
Exteriores (AMAE), depositados en el Archivo General de la
Administración (AGA) de Alcalá de Henares, son otra fuente
primordial de este trabajo, aunque ya lo ha sido antes de otros
muchos. Existe gran cantidad de información consultada por otros
autores sobre la colaboración hispano-germano-italiana entre 1940 y
1943, principalmente en lo que se refiere al abastecimiento de
submarinos, la asistencia de aviones o el despliegue de servicios de
información de la Abwehr alemana y el SIM italiano. Una cooperación
que disminuyó drásticamente conforme se fue tornando la guerra
desfavorable a los intereses del Eje.
Por último, sin el trabajo de historiadores como Manuel Ros Agudo,
Carlos Collado Seidel, Ángel Viñas, Stanley Payne o el periodista e
investigador Javier Juárez, que antes trazaron las relaciones de los
refugiados nazis en España, esta investigación hubiera carecido de
los mimbres necesarios.
Entramados mercantiles, diplomáticos deshonestos, militares
conspiradores, agentes secretos sin principios…, todo ello conforma
el caldo de cultivo que se dio en España tras la derrota de los
fascismos europeos. ¿Tramaron los nazis su resurgimiento a través
de células clandestinas fuera de Alemania? ¿Qué papel jugó España
en la ayuda a fugitivos nazis? ¿Cómo evolucionó el
nacionalsocialismo en nuestro país? ¿Está aún presente el legado de
esos «refugiados»? Les invito a conocer la respuesta a estos y otros
interrogantes en las próximas páginas.
Entierro de Otto Skorzeny en la capilla del cementerio de La Almudena el 8 de julio de 1975.
(Captura de vídeo de la ORF2, televisión pública de Austria)
Walter Mattheai (Creative Commons)
Tomás García Rebull, antiguo miembro de la División Azul, responsable de la Delegación
Nacional de Excombatientes, teniente general del Ejército y procurador en Cortes durante
la dictadura, en el entierro de Otto Skorzeny (ORF2)
Entierro en el cementerio de Döbling. Con sus medallas y un casco de guerra de las SS. A
la derecha, su última mujer, Ilse Lüthje. (Creative Commons)
Los archivos de la CIA cuentan hoy en día con 429 memorándums desclasificados sobre
Otto Skorzeny y más de 63 000 documentos relacionados con criminales de guerra nazis.
(CIA archive)
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UN EJÉRCITO EN LA SOMBRA
«Se repetirá el hecho de que un puñado de hombres bien
instruidos y guiados por un ideal obtendrán la victoria ante una
superioridad numérica de tropas. Yo creo que las así llamadas
«tropas de choque» tendrán en el futuro una misión mucho más
importante que en la última guerra pasada».
Otto Skorzeny, en un artículo publicado por capítulos en el
diario Imperio de Zamora entre el 20 y el 23 de noviembre de
1953 bajo el título «Hacia una guerra futura»
Nada más disparar la última bala de la Segunda Guerra Mundial
comenzó a prepararse la Tercera. Esa fue al menos la sensación
que todas las potencias tenían tras la rendición incondicional del III
Reich. El 8 de mayo de 1945, la firma de la capitulación alemana
cerró uno de los episodios más oscuros de la Historia. Las
celebraciones espontáneas se sucedieron en el bando vencedor,
desde Moscú a San Francisco. La alegría, sin embargo, duró poco,
ya que desde el primer momento los antiguos aliados comenzaron a
mirarse con recelo.
El reparto del imperio nazi quedó acordado en la Conferencia de
Yalta (del 4 al 11 de febrero de 1945) en cuatro zonas militares de
ocupación: estadounidense, británica, francesa y soviética. Berlín
también se cuarteó. Dos bloques con distintas ideologías
empezaron a vivir pared con pared; expresión que alcanzó su cénit
en 1961, cuando los soviéticos levantaron su muro.
Los Aliados se dedicaron a capturar, juzgar y ejecutar a todos los
jerarcas nazis que pudieron. Infinidad de soldados y oficiales
también se sometieron a procesos para demostrar su grado de
implicación en crímenes de guerra. Skorzeny fue uno de ellos.
Pidieron pena capital para él, pero terminó absuelto. Ingresó en un
campo de desnazificación y acabó fugándose, con mayor o menor
implicación de los norteamericanos, mientras EE. UU., Francia y
Reino Unido constituían en su zona la República Federal de
Alemania (RFA), que echó andar oficialmente el 23 de mayo de
1949.
Antes, las tropas de ocupación soviéticas habían transferido
responsabilidades administrativas a los comunistas alemanes en su
zona a finales de 1948, pero no fue hasta el 7 de octubre de 1949
cuando la República Democrática Alemana comenzó a operar como
un Estado «independiente».
Ya en 1946, el primer ministro británico Winston Churchill se había
referido a la frontera ideológica, y no solo física, que dividía a la
nueva Europa. El 5 de marzo de ese año, en una conferencia
impartida en el Westminster College de Fulton (Missouri), el político
inglés pronunció la frase que es considerada por los historiadores
como uno de los momentos clave en el desencadenamiento de la
llamada Guerra Fría: «Desde Stettin, en el Báltico, a Trieste, en el
Adriático, ha caído sobre el continente un telón de acero».
La expresión no era del todo suya, pero ya se sabe que la Historia
la escriben los vencedores. La frase se había elucubrado un año
antes. La utilizó el ministro de Propaganda Joseph Goebbels, en un
artículo publicado en el periódico Das Reich , el 25 de febrero de
1945, con el título: «El año 2000». Decía así:
«Si los alemanes bajan sus armas, los soviéticos, de acuerdo con
el arreglo al que han llegado Roosevelt, Churchill y Stalin,
ocuparán todo el este y el sudeste de Europa, así como gran
parte del Reich. Un telón de acero (ein eiserner Vorhang) caerá
sobre este enorme territorio controlado por la Unión Soviética,
detrás de la cual las naciones se degollarán. La prensa judía en
Londres y Nueva York seguirá aplaudiendo, probablemente».
La puesta en marcha en 1949 de un sistema de defensa colectiva
entre Estados Unidos y sus aliados, la conocida como Organización
del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), y la respuesta de la URSS
años más tarde con el Pacto de Varsovia (1955), tampoco ayudaron
a limar asperezas entre los dos grandes bloques triunfadores de la II
Guerra Mundial.
Ni la Teoría de la Contención del comunismo ni la Doctrina Truman
, con la que se pretendía dar apoyo, según las palabras del propio
presidente norteamericano, «a pueblos libres que están resistiendo
los intentos de subyugación por minorías armadas o por presiones
exteriores», llegaron a funcionar del todo. La guerra civil en Grecia
(1946-1950) fue un claro ejemplo. Tanto es así que la insurrección
comunista en el país heleno fue el primer conflicto bélico de la
Guerra Fría.
Estados Unidos percibió entonces que su posición en Europa solo
estaría garantizada con un equilibrio económico y político. El Plan
Marshall (oficialmente llamado European Recovery Program , ERP)
se dedicó a dar ayudas para levantar la industria, la construcción y
la agricultura de los países castigados por la guerra. Solo así se
iban a librar de la amenaza del comunismo, que tenía una creciente
influencia en todas las naciones gracias a la penuria en la que
habían caído tras la guerra y que no dejaba de poner a la
locomotora rusa como ejemplo de prosperidad para el pueblo.
En España la situación era distinta. El régimen de Franco permitía
tener la certeza de que se perseguiría cualquier germen soviético. Y
eso gustaba a los americanos, hasta el punto de considerar al
nominado eufónicamente Caudillo como un mal menor.
A la sombra de Franco se fueron cobijando antiguos nazis. La
mayoría eran miembros de las SS procedentes de países como
Bélgica, Austria, Suiza, Rumanía, Hungría o Croacia. Mientras ellos
llegaban a España, el dictador negociaba acuerdos con sus nuevos
amigos de conveniencia yankis .
El coronel Otto Skorzeny era uno de los «refugiados» más
conocidos. No podía evitarlo. Su fama le precedía y eso le
encantaba. Una vez tuvo garantizada su seguridad en Madrid, no
tardó ni un segundo en trazar sus planes. Mientras, Europa
atravesaba momentos convulsos en los que trataba de recomponer
su identidad bajo el fuego cruzado de las influencias americana y
rusa.
Desde que el 16 de septiembre de 1950 entró en España por la
frontera de Irún con un visado a nombre de Rolf Steinbauer, el
coronel austríaco comenzó a planificar su ejército de retaguardia.
Existe un informe mecanografiado por el propio Skorzeny,
subastado en 2011 por la casa Alexander Historical Auctions, en el
que, bajo el encabezado de «sobre mis observaciones durante mi
viaje en Alemania», con fecha 21 de marzo de 1951, lo explica todo
con bastante detalle y en perfecto español. Dice así:
«Ya en el mes de diciembre de 1950 me visitó en Madrid el
antiguo agregado militar de Alemania en Italia, coronel J. S. Jandl,
con quien me une una amistad de muchos años. A título de
información le conté de mis proyectos y que Dr. Speidel con
motivo de la visita de dos señores llegados de España había
desmentido nuestras anteriores conversaciones. Coronel Jandl en
consecuencia me aconsejó visitara en ocasión de mi próxima
estancia en Alemania al coronel Schnetz (nota del autor: una mala
transcripción de Schnez) de Stuttgart. Según él sepa el Cor.
Schnetz hace preparaciones similares a los previstos en mi
proyecto, por encargo o por lo menos de acuerdo con Dr. Speidel.
A mediados de febrero de 1951 estuve en Stuttgart y visité al Sr.
Schnetz. Este último enseguida me confirmó que él efectivamente
y en colaboración con el Dr. Speidel perseguía los mismos fines, o
sea sustraer al alcance comunista y así salvar el material humano
alemán, en el caso de una agresión por sorpresa procedente del
Este que lo mismo podría efectuarse por la policía popular
considerablemente reforzada que por los ejércitos checos, polaco
o húngaro. La organización del Cor. Schnetz, sin embargo, hasta
aquel momento solamente se basaba en las cifras de las antiguas
guarniciones de las divisiones de Wurttemberg-Schwaben y
comprendía en total aprox. 10.000 hombres capaces de
defenderse. Al contrario de mi propio proyecto, sin embargo,
aquellos hombres en caso de guerra debían reunirse en la región
de la Selva Negra y después trasladarse unidos a Suiza y allí
ponerse a disposición del Estado Mayor Suizo. Dr. Spediel hasta
quería, y ya en calidad de Consejero Militar Oficial del Gobierno
Alemán, trasladarse nuevamente a Suiza para concretar en
asunto con el Estado Mayor de Suiza.
Alegué ante el Cor. Schnetz sobre todo dos objeciones: 1º) que su
organización sea un poco egoísta por limitarse a solo 10.000
hombres y que 2º) Suiza en caso de guerra seguramente es una
ratonera y que en este caso todas las promesas aliadas referente
al aprovisionamiento por puente aéreo podrían no cumplirse. Las
dos observaciones hacían su efecto, de manera que el Cor.
Schentz y otros dos señores reunidos conmigo convenimos lo
siguiente: a) fusión de su organización con la mía y por
consiguiente ampliación de la base. b) Reconocimiento en un
principio de la mayor conveniencia de una retirada hacia España,
de modo que para el futuro solo queda concretar y asegurar
claramente con los Aliados la marcha a través de Francia, como
ya estaba previsto en nuestros proyectos» .
Más allá de alguna incorrección, que no impide su compresión, el
documento desvela varios aspectos muy importantes. Por un lado,
que Skorzeny conoció al entonces coronel Albert Schnez y sus
planes de reunir un ejército secreto que liberase Alemania en caso
de una invasión de la Unión Soviética. Por otro, que los Aliados
conocían las intenciones de ambos y les habían prometido
«aprovisionamiento por puente aéreo» y «marcha a través de
Francia». Y, por último, que Dr. Speidel estaba al tanto de todo «por
encargo o al menos de acuerdo».
De Albert Schnez ya hemos hablado en el anterior capítulo.
También tímidamente de Speidel, pero, ¿quién era este último y qué
papel jugaba? Era, ni más ni menos, que Hans Speidel (1897-1984),
un general alemán del III Reich que, durante la Guerra Fría, sirvió
como comandante supremo de las fuerzas terrestres de la OTAN en
Europa Central desde 1957 hasta 1963.
Speidel se erigió por méritos propios como una de las principales
figuras del ejército alemán tras la guerra y tuvo un papel
trascendental en el rearme alemán y su integración en la OTAN. Es
considerado como uno de los fundadores de la Bundeswehr , la
actual fuerza armada alemana, principalmente por abordar el tema
de la remilitarización de la República Federal de Alemania después
de la Segunda Guerra Mundial. Parece que, si Skorzeny tenía
verdaderamente a Schnez y Speidel en su bando, o al menos
trabajando en algo similar, la cosa iba muy pero que muy en serio.
Nada más comenzar el año 1951 los viajes del antiguo coronel de
las SS a su antigua madre patria se intensificaron. Aunque en
España ya no se escondía, cada vez que se trasladaba a Alemania
utilizaba su alías del periodista Rolf Steinbauer. Bajo esa máscara
podía operar sin levantar excesivas sospechas.
En su país se encargó de cerrar lucrativos negocios de importación
y exportación, por lo que para muchos investigadores de su figura
es difícil decir si verdaderamente se dedicaba a los negocios y
conspiraba en sus ratos libres, o viceversa. La verdad es que dedicó
amplios esfuerzos a ambos campos. Cerró importantes acuerdos de
exportación de acero mientras era espiado por la CIA, aunque bien
es cierto que mejoró en sus negocios a medida que fueron pasando
los años y se esfumaban sus cálculos de un nuevo conflicto armado
a escala global y con epicentro en Alemania.
No hay duda alguna de que el año clave del llamado «Plan
Skorzeny» fue 1951. Desde enero se sucedieron sus vuelos,
llamando la atención de los agentes norteamericanos en Madrid,
que comenzaron a realizar un seguimiento casi diario de sus
actividades. Hoy en día se puede consultar toda esa ingente
documentación en los archivos digitalizados de la CIA.
Para los servicios secretos norteamericanos el principio de todas
estas peripecias se puede fijar un poco antes, en diciembre de 1950.
En esas fechas, Skorzeny visitó en Fráncfort a Hjalmar Schacht
(1877-1970), el político alemán que llegó a ser ministro de
Economía del Tercer Reich entre 1934 y 1937. El aparente autor del
milagro económico de la Alemania nazi. O a mejor decir: el
financiero de Hitler.
Hjalmar era al parecer el tío de la pareja de Skorzeny, la tercera y
última mujer con la que compartiría su vida, Ilse Lütje, condesa de
Finckenstein. No se sabe si la reunión entre ambos fue por motivos
familiares o económicos, aunque la CIA recogió en un informe que
«hablaron sobre transferir industrias alemanas a España». La
verdad es que ese objetivo valía para sus otros planes, ya que para
él era una forma de ganar dinero y, además, garantizar la
pervivencia del motor económico del extinto Reich.
Con los negocios como marco de fondo, las alarmas saltaron para
los norteamericanos el 28 de diciembre de 1950. Ese día, Skorzeny
tuvo una reunión con el veterano general Heinz Guderian. Sentados
frente a frente «le explicó su plan de transferir doscientos mil
efectivos alemanes a España».
Heinz Wilhelm Guderian (1888-1954) no era un militar cualquiera.
Fue coronel general de la Wehrmacht y jefe del Estado Mayor
General del ejército alemán. Hoy en día está considerado uno de los
mayores genios militares del siglo XX, principalmente por ser
impulsor del concepto de «guerra relámpago» (blitzkrieg ) que tan
buenos y vertiginosos resultados dio a los ejércitos nazis
combinando tanques, bombardeos y fuerzas aerotransportadas.
Nació en Polonia, ingresó en el ejército en 1908 y fue oficial del
Estado Mayor durante la primera Guerra Mundial. Al subir al poder
los nazis, Hitler encargó a este coronel la creación de las unidades
acorazadas. Los comunistas le acusaron de haber hecho revivir, al
servicio de los americanos, la organización del espionaje del III
Reich (diario Imperio , 18 de marzo de 1954).
Como le sucedió a Skorzeny, Guderian fue juzgado por crímenes
de guerra y, pese a las protestas de rusos y polacos, se le declaró
inocente al considerarse también que solo cumplió con su deber de
soldado. Se le liberó en 1948 y siempre defendió que Hitler
representó la elección del pueblo alemán.
Guderian y Skorzeny se conocían desde la guerra. Habían
trabajado juntos en Berlín sofocando el intento de golpe de Estado
de Claus von Stauffenberg, tratando de mantener el control en el
Bendlerblock, la sede de las fuerzas armadas del Reich, durante
unas horas que fueron cruciales ante los rumores de la muerte del
Führer.
En febrero de 1951 los americanos continuaban espiando desde
Madrid al coronel de las SS, que retornó a Alemania para, de la
mano de Guderian, conocer entonces al general Speidel y poner en
común los detalles de sus respectivos planes. Días después de esa
reunión, bajo el interrogatorio de los Aliados, el propio Guderian
manifestó que Skorzeny no le representaba, desmarcándose de sus
intrigas y dejándole en una situación de aparente desprestigio.
En marzo de 1951, el antaño «hombre más peligroso de Europa»
regresó a Madrid y retomó sus negocios de importación y
exportación. No perdió la oportunidad de reunirse con notables
personalidades del régimen franquista que le admiraban y
apreciaban. Compartió mesa con ellos en los mejores locales de la
capital, siendo Horcher su destino predilecto.
Los estadounidenses no dudaron en recoger que una de sus
mejores amistades fue Ramón Serrano Suñer, el exministro de
Asuntos Exteriores que impulsó la creación de la División Azul, la
unidad de voluntarios españoles que se formó en 1941 para luchar
contra la Unión Soviética. Suñer era además cuñado de Carmen
Polo, esposa de Franco. Fue uno de los hombres clave en la
formación del Régimen, aunque en esos años ya había caído en
desgracia por su fanatismo falangista frente a una corriente más
moderada acorde con las nuevas amistades norteamericanas.
El 28 de julio Skorzeny volvió a Alemania. Se registró en el Hotel
Zuflucht, en la Selva Negra, uno de sus destinos favoritos cuando
retornaba a la patria. Los estadounidenses anotaron que pasó «dos
días entrevistándose con contactos». En ese tiempo, la policía
germana llegó a identificarle por la calle y le preguntó qué es lo que
hacía allí, a lo cual, según un informe de la CIA, él respondió que
«visitar amigos».
El 1 de agosto aterrizó en Stuttgart procedente de Zúrich. Y días
después, entre el 7 y el 10, se hospedó en Bremen para, según los
espías yanquis, «hablar con oficiales de las SS». El antiguo coronel
se jactaba a menudo durante sus veladas en Madrid con falangistas
y militares de que mantenía contacto con todos los hombres con los
que había servido. Había estado en muchos frentes, formado y
dirigido a muchas unidades y, aunque la frase fuera claramente una
exageración, dejaba entrever que no descuidaba sus contactos. El
«Plan Skorzeny» iba tomando forma.
El gigantón austríaco tenía una idea muy clara de la futura guerra
que se avecinaba. El enemigo no era otro que la URSS. Años más
tarde, en 1953, expondría públicamente ese concepto bélico en una
serie de cuatro artículos publicados en el diario Imperio de Zamora
bajo el título genérico de «Hacia una guerra futura». Se encuentran
registrados en los números 5 427 (20 de noviembre), 5 428 (21 de
noviembre), 5 429 (22 de noviembre) y 5 431 (25 de noviembre) de
dicho periódico.
En ellos exponía que las nuevas potencias deberán contar en un
futuro no solo con un Estado Mayor militar que lo controle todo en
caso de guerra, sino que habrá que diversificar y añadir también
Estados Mayores «técnicos», «económicos» y «políticos»; «todos
sincronizados entre sí».
El Estado Mayor político se encargaría de «crear condiciones
políticas para las operaciones estratégicas en campos extensos» y
calibrar las consecuencias que tendría la apertura de un nuevo
escenario de guerra. Además, se encargaría de «la guerra
psicológica» mediante la propaganda, que tan buenos réditos dio a
los nazis. «Creo que el ejército alemán solamente ha podido obtener
estos resultados tan satisfactorios porque estaba unido bajo una
idea común, de cuya verdad y justicia quizás estaba plenamente
convencido», escribió el austríaco.
El llamado Estado Mayor técnico, por su parte, se debería encargar
de controlar el trabajo de ingenieros, investigadores y científicos,
teniendo el mando sobre el potencial industrial y agrícola del país.
Sus proyectos «deben ser con miras de futuro y proporcionar todas
las materias primas, particularmente las estratégicas». Puede
considerarse un augurio, pero Skorzeny ya hablaba en 1953 de
cuestiones geopolíticas totalmente vigentes hoy en día.
Por último, estaba el Estado Mayor Económico, que debía trazar la
estrategia para descubrir las debilidades económicas del futuro
enemigo «e intentar debilitarle todo lo posible con el conocimiento
de ese punto flaco». El abastecimiento y el conflicto por los recursos
naturales del Polo Norte ya eran citados por el coronel de las SS.
También apostaba por las tropas de choque para solucionar
problemas ante enemigos de mayor tamaño y potencial, así como
mejorar la organización y compenetración de soldados y oficiales,
que en el caso de «los mandos del ejército alemán durante la última
guerra, creo que fue el motivo principal de nuestra derrota».
Skorzeny desgranó en 1953 conceptos como «estrategia global»,
que Europa se encontraba sin defensas y que los soviets contaban
con la ventaja de tener «una quinta columna» —los partidos
comunistas— en todos los países. Además, apuntó que la Guerra
Fría se iba calentando pero que, pese a todo, «la bomba atómica no
se utilizará». Esta última predicción fue, por suerte, todo un éxito.
Así, sin posibilidad de un gran conflicto abierto ni de usar armas de
gran poder destructivo, el coronel de las SS deducía que la «guerra
futura» se trasladará a otros escenarios en busca de materias
primas, influenciando a otros países y aportando los dos grandes
bloques mundiales operaciones tácticas y tropas de comando de
entre tres a doce hombres capaces de realizar labores de sabotaje
destinadas a debilitar al enemigo; o, llegado el momento, detonar en
ciudades enemigas pequeñas bombas atómicas.
Pese a todo, Skorzeny terminó su serie de artículos sobre la guerra
futura hablando de paz. Todo un giro dramático impropio de un mero
soldado, pero oportuno si tenemos en cuenta que él era más bien un
analista de campo con dotes para la acción. Un ingeniero de
operaciones arriesgadas.
«Valdría la pena reunir a todos los políticos importantes del mundo
para que mediten sobre la posibilidad de conservar la paz en el
mundo», afirmaba mientras esperaba que surgieran «algunos
genios del Este y Oeste que se ocupen de esa cuestión con el
mismo entusiasmo y la misma energía que con la que hoy se
prepara la próxima guerra mundial».
Sentenciaba su último texto, publicado el 25 de noviembre de
1953, afirmando que «solo gastando la mitad de lo que hoy se gasta
en el mundo para el rearme en investigaciones pacíficas, pudieran
alcanzarse éxitos inesperados para el bien de la Humanidad
entera».
Con semejante final parecía imposible que el mismo hombre que
había escrito ese análisis hubiera conspirado años antes para crear
un ejército secreto de retaguardia en España de cara a combatir en
la que, para muchos entonces, era una inminente Tercera Guerra
Mundial entre EE. UU. y la URSS.
Está claro que los estadounidenses conocían sus movimientos y
sus planes. En algunos memorándums de la CIA se recogían
explícitamente que hablaban con él de sus catervas y reuniones, en
su casa, o con su esposa, a la que catalogaban como «una mujer
muy inteligente y de gran belleza» y de la que sospechaban «podía
haberse dedicado al espionaje».
Además, no hay que olvidar que Skorzeny escapó de un campo de
desnazificación con suma facilidad. Permaneció dos años
completamente escondido y reapareció con otra identidad. Antiguos
camaradas nazis, que ahora trabajaban con el visto bueno de los
Estados Unidos en lo que sería la base de la República Federal de
Alemania, le dieron cobijo y le facilitaron identidades falsas. España
colaboró también en su salida aportando visados y, luego, un
pasaporte sin nacionalidad. En Madrid situó su nueva vida. Abrió un
despacho de negocios y prosperó. El coronel austríaco vivió
tranquilo en la capital de España hasta el fin de sus días.
El 27 de febrero de 1957, en una entrevista a Imperio en la que
contestaba a las acusaciones de un artículo distribuido por la
agencia de comunicación «Europa», en el que se aseguraba que
estuvo siempre en la retaguardia durante la liberación de Mussolini,
manifestó que «ahora lo que deseo es paz. Trabajar en paz».
(Número 6 647, página ocho)
Las insidias habían llegado bajo el título de «La verdad sobre Otto
Skorzeny» y el pseudónimo de B. Müller, que Skorzeny pensaba
que era en realidad el barón August Freiherr von der Heydte, un
oficial alemán de paracaidistas. El artículo había armado cierto
revuelo al abrir la corriente de opinión que empañaría al mito y que
hace que hoy en día muchos piensen que el coronel austríaco era
solo un charlatán bravucón con mucha suerte.
Skorzeny volvió a dar entonces su versión de los hechos sobre lo
ocurrido en Gran Saso y, lo que es más interesante, se refirió a su
actual vida en España. Le dejó bien claro al entrevistador J. Antonio
Palomares, «que no quería decir nada públicamente sobre política ni
comentar la situación internacional».
«Usted comprenderá mis razones para querer guardar silencio,
¿verdad? Tengo en el mundo muchos amigos, pero también muchos
enemigos. He rechazado todas las invitaciones que me han hecho
mis antiguos camaradas, los excombatientes alemanes, para que
hablase en sus asociaciones. Si hablase no haría más que
perjudicarme a mí mismo en estos momentos», afirmó Skorzeny,
que reiteró que solo quería trabajar en paz como representante en
España «de maquinaria y aceros austríacos y alemanes».
Era ya el año 1957, había pasado mucho tiempo desde que
terminó la guerra, pero menos desde que en 1951 se lanzara a
conspirar para montar un ejército de retaguardia. Ahora deseaba
tranquilidad, no quería molestar a nadie, en especial a los yanquis.
«Los americanos son unos grandes clientes míos», señaló para
terminar aclarando el motivo último de esa sorprendente y
reconocida relación: «Con motivo de la construcción de bases
aeronavales».
Informe mecanografiado por el propio Skorzeny, subastado en 2011 por la casa Alexander
Historical Auctions, «sobre mis observaciones durante mi viaje en Alemania», con fecha 21
de marzo de 1951.
Albert Schnez (Creative Commons)
Hans Speidel (Creative Commons)
Heins Guderian. (Creative Commons)
6
EL PAPEL DE LA CIA
«Quien con monstruos lucha cuide de no convertirse a su vez
en monstruo. Cuando miras largo tiempo a un abismo, el
abismo también mira dentro de ti».
Friedrich Wilhelm Nietzsche,
«Más allá del bien y del mal» (1886)
España jugó a dos barajas en los últimos años de la II Guerra
Mundial. Pese a los intentos de Hitler y Mussolini de que Franco
participara más activamente en la contienda desde finales de 1940 y
comienzos de 1941, con las reuniones de Hendaya y Bordighera, el
autollamado Caudillo aparentemente se negó y prefirió mantenerse
relativamente al margen del conflicto.
Eso sí, previamente, la ocupación de la ciudad de Tánger el 14 de
junio de 1940, aprovechando la confusión internacional de ese día,
en el que los nazis hicieron su entrada triunfal en París, hizo a los
Aliados ponerse en lo peor. El territorio fue anexionado al
Protectorado Español de Marruecos el 3 de noviembre y la ciudad
empezó a sufrir la represión del régimen, que «reconociendo la
necesidad de reconstrucción espiritual y material de la patria» buscó
«liquidar las culpas contraídas por quienes contribuyeron a forjar la
subversión» que legitimó la Segunda República.
Era la aplicación de la ley del 9 de febrero de 1939, llamada de
Responsabilidades Políticas. Una purga de todo elemento contrario
que les dio el control de Tánger y que, además, permitió a los nazis
abrir un consulado en la ciudad desde el que gestionarían toda su
red de espionaje en el Norte de África.
Franco no entraba en guerra, pero pagaba peajes. Su ambigüedad
comenzaba a desesperar a otro gran líder mundial, Franklin Delano
Roosevelt (1882-1945). El presidente de los Estados Unidos sentía,
a tenor del historiador Joan María Thomas, «animadversión y
antipatía» hacia Franco. El sentimiento, por otro lado, era mutuo.
Los estadounidenses no entraron en la Segunda Guerra Mundial
hasta el famoso bombardeo de su base en Pearl Harbor el 7 de
diciembre de 1941, pero, hasta entonces, a pesar de no participar
en el conflicto de forma directa, sí que habían establecido un envío
constante de armas y equipamiento a sus aliados; Reino Unido,
principalmente.
Su postura también se dejaba notar en ciertas acciones contra las
denominadas potencias del Eje, como el bloqueo de hidrocarburos
hacia Japón que culminó en el ataque de la Armada Imperial.
Roosevelt miraba con sospecha a España. Los británicos habían
puesto el grito en el cielo por la anexión de Tánger y, además, un
informe de su Departamento de Estado, fechado el 25 de noviembre
bajo el título de «España como instrumento de penetración del Eje
en los países hispanoamericanos», advertía de sus intenciones de
influir en el continente americano y Filipinas para crear, a través del
Servicio Exterior de FET y de las JONS, un ambiente
antidemocrático y antiestadounidense que hiciera mirar con buenos
ojos los movimientos totalitarios. EE. UU. no podía aceptarlo, tenía
que tomar cartas en el asunto.
El presidente Roosevelt aceptó bloquear los envíos de suministros
estadounidenses de la Cruz Roja a España tras la petición de los
británicos. Los ingleses pensaban que Tánger era solo el primer
paso para tomar Gibraltar. Poco a poco, los ánimos se fueron
calmando, y más aún cuando el bloqueo a España empezó a afectar
a otros países, como la Francia de Vichy, debido a que estaban
juntos en los mismos acuerdos de envíos humanitarios. Una partida
de leche infantil y vitaminas terminó removiendo la conciencia de
Roosevelt, que también logró ablandar a Churchill.
La ayuda humanitaria norteamericana siguió llegando a España,
aunque solo en forma de trigo. El país necesitaba otros muchos
productos fundamentales. En medio de ese clima se produjo uno de
los escasos viajes de Franco fuera de España. Fue a Italia para
entrevistarse en la localidad transalpina de Bordighera, el 12 de
febrero de 1941, con Benito Mussolini. Hitler había sido el
encargado de orquestar el encuentro. Confiaba en que el padre del
fascismo aplicara su don de gentes y convenciera al testarudo
gallego. Franco fue a regañadientes y en tren. Desconfiaba de los
aviones desde los fatales accidentes de Sanjurjo y Mola. Hombre
precavido sobre el que siempre se ha cernido la sospecha de estar
detrás del sabotaje de aquellos aparatos.
Ramón Serrano Suñer acompañó a Franco. Entonces era el
«Cuñadísimo» y tenía mucha influencia sobre el dictador. Falangista
convencido y filonazi confeso, había empujado al Generalísimo
hasta Italia después de fracasar en Hendaya. La reunión en
Bordighera duró cuatro horas y media y se partió en dos sesiones.
No hubo acuerdo concreto. No por unas excesivas aspiraciones
territoriales, sino por algo más humano.
Al parecer, como mantienen autores como Paul Preston o Luis
Suárez Fernández, Franco dijo finalmente que «la entrada española
en la guerra dependía de Alemania más que de España; cuanto
antes enviara Alemania la ayuda, más pronto podría España hacer
su contribución a la causa mundial fascista».
Mussolini, por su parte, al escuchar tales palabras no pudo
presionar más al dictador español. Años más tarde se diría que
comentó a su círculo de confianza: «¿Cómo puedes empujar a una
nación a la guerra con reservas de pan solo para un día?» Franco
se mantenía en la partida a pesar de tener las peores cartas.
Antes de la reunión con Mussolini, el «Cuñadísimo» había tenido
otro encuentro muy distinto en Madrid. Fue a finales de febrero de
1941 con el coronel norteamericano William Joseph Donovan (1883-
1959), conocido por todos como Wild (Salvaje) Donovan.
Ese hombre, de impecable pelo blanco peinado con raya a un lado,
algún kilo de más y rostro amable, era un abogado, veterano de la
Primera Guerra Mundial, que fue el padre de la inteligencia
estadounidense al crear la OSS.
La Oficina de Servicios Estratégicos, más conocida por su nombre
original en inglés, Office of Strategic Services (OSS), fue el servicio
de inteligencia de los Estados Unidos durante la Segunda Guerra
Mundial y está considerada la antecesora de la Agencia Central de
Inteligencia, la famosa CIA.
Donovan recaló en España tras un periplo encomendado por
Roosevelt para calibrar la situación de la guerra desde Oriente
Medio a los Balcanes de cara a realizar futuras operaciones
ofensivas encubiertas con la OSS. Serrano Suñer fue el encargado
de entrevistarse con él, alegando que Franco estaba muy atareado
con las cuestiones de Estado.
El Cuñadísimo alabó la colaboración de Alemania e Italia con el
nuevo régimen español, incidiendo en que Francia e Inglaterra
siempre apoyaron a su enemigo, el gobierno de la República. Fue
incluso más allá, al responder a la pregunta de qué ganaría España
apoyando al Eje en la guerra. Suñer manifestó con contundencia
que Gibraltar y «un mayor reconocimiento a sus derechos naturales
en África».
Interrogado por Donovan ante una hipotética victoria de los
ingleses, Serrano Suñer argumentó que eso impondría un «gobierno
burgués al resto de Europa y que esta sería un conjunto
heterogéneo de pueblos empobrecidos, demasiado débiles para
resistir el ataque rojo».
El fundador del OSS, demostrando la paciencia que le hizo ser
padre de espías, afirmó que su país tenía la voluntad de apoyar al
Reino Unido en su lucha contra el Eje, pero deslizó una posible
ayuda norteamericana a España. El país se moría literalmente de
hambre, pero el cuñadísimo no dio, aparentemente, su brazo a
torcer.
Samuel Hoare, embajador británico en España entre 1940 y 1944,
el hombre que en 1917 reclutó al entonces editor de periódicos de
derechas Benito Mussolini en nombre del servicio de inteligencia
británico de ultramar con la esperanza de mantener a Italia de su
lado en la Primera Guerra Mundial, afirmó años más tarde, tal y
como recoge el historiador Joan María Thomas en su libro
«Roosevelt y Franco», que Donovan trató a Serrano «como si fuera
un prisionero. Usando toda su habilidad forense, recitó una larga
crítica sin dejarse ninguna acusación, y dejó al ministro casi sin
palabras del enfado».
Por su parte, según el ensayista Heleno Saña, en su libro «El
Franquismo sin mitos. Conversaciones con Serrano Suñer», el
ministro español calificó la entrevista «como una de las escenas
más desagradables que he tenido. Aquel señor vino efectivamente
en plan de censurarlo todo groseramente, de pedirnos explicaciones
de todo», incluso «de amenazarnos». Ambas partes no se cayeron
bien, pero sus países siguieron manteniendo relaciones.
La Cruz Roja americana siguió prestando su ayuda. Leche
condensada, jabón, medicamentos…, pero lo que realmente quería
el régimen franquista eran créditos para poder afrontar la
reconstrucción del país. Los ingleses lo veían con buenos ojos, ya
que servía para contrarrestar la influencia económica alemana.
En aquellos primeros años de la década de los cuarenta, el
régimen nazi contaba con una tremenda fuerza de atracción en
España. Sus agentes, a través de la embajada, habían logrado
controlar medios de comunicación y hojas parroquiales, sembrando
su mensaje y recogiendo los frutos de la germanización. Eso
preocupaba mucho a los Aliados.
Con todo, Franco se negaba a entregar a los judíos españoles
como la Alemania nazi les reclamaba y, además, prohibió a la
División Azul combatir a los Aliados. Solo debían enfrentarse a los
soviéticos. El dictador seguía cambiando de baraja. Era un
superviviente nato.
La guerra avanzaba y ahora, con la entrada en el juego de Estados
Unidos, las cosas comenzaban a pintar mal para el Eje. Franco pasó
de un proceso de auge del fascismo a un distanciamiento cada vez
más claro. La derrota de Alemania terminó por acelerarlo todo. A
partir de 1945 el régimen dio un giro, aparentando tener
mecanismos constitucionales parecidos a una democracia
parlamentaria. La llamada Democracia Orgánica. Los españoles
pasaron a poder participar, aparentemente, de la vida política, pero
no mediante partidos políticos, sino por los considerados como
órganos naturales de asociación: la familia, donde se nace; el
municipio, donde se vive; el sindicato, donde se trabaja.
Ese distanciamiento fascista condenó al ostracismo al cuñadísimo,
que se dedicó a ser procurador en Cortes mientras cultivaba sus
amistades con los antiguos nazis que buscaban refugio en España.
Al margen de los «arreglitos estéticos» del régimen, Franco seguía
pensado que la alianza entre EE. UU. y Reino Unido con la URSS
terminaría rompiéndose más pronto que tarde. Al final, las potencias
occidentales se darían cuenta del peligro bolchevique y él podría
prosperar. Su hombre de confianza, el almirante Luis Carrero
Blanco, también lo pensaba y lo recogió por escrito en un informe
confidencial fechado a finales de agosto de 1945, tras la condena
del franquismo en la Conferencia de Postdam por su pasado, «sus
orígenes, su naturaleza, su historial y su asociación estrecha con los
países agresores».
El escrito de Carrero decía así:
«Las presiones de los anglosajones por un cambio en la política
española que rompa el normal desarrollo del régimen actual,
serán tanto menores cuanto más palpable sea nuestro orden,
nuestra unidad y nuestra impasibilidad ante indicaciones,
amenazas e impertinencias. La única fórmula para nosotros no
puede ser más que: orden, unidad y aguantar».
Esas tres palabras finales se convirtieron en la consigna del
régimen en esos años de incertidumbre. Un mantra repetido hasta la
extenuación que al final fue convenciendo a los americanos a
medida que la Guerra Fría se caldeaba.
Mientras Franco quitaba grasa totalitaria a su régimen, los
americanos habían decidido no perder de vista sus movimientos. Un
mes y medio después de ganar la guerra, en torno al 20 de
septiembre de 1945, la OSS fue disuelta por el entonces nuevo
presidente de los Estados Unidos, Harry S. Truman.
Posteriormente, en 1947 el llamado Acta de Seguridad Nacional
estableció oficialmente la Agencia Central de Inteligencia (CIA). En
España, sus agentes operaban a través del amparo de la embajada,
siendo principalmente militares de las fuerzas aéreas que tuvieron
que infiltrarse en los corrillos del Madrid de la época y comenzar a
tejer una red de influencias.
En medio de este clima de espías y amenaza de Guerra Mundial
era inevitable que la CIA se topara con los planes conspirativos de
Otto Skorzeny. Sus agentes ya le seguían la pista desde su fuga del
campo de desnazificación de Darmstadt.
Como ya hemos señalado con anterioridad, el año clave en el que
se centra esta investigación es 1951. En ese periodo el número de
informes sobre Skorzeny aumenta considerablemente. El mes de
septiembre fue especialmente intenso. En esos treinta días se
recogieron más de quince memorándums sobre el excoronel
austríaco. Uno cada dos días.
El agente que se encargó de ser la sombra del oficial de las SS en
Madrid fue Robert Barton Bieck. Tenía treinta años cuando se le
destinó a la embajada de Madrid y treinta y uno cuando se le
encomendó vigilar al «hombre más peligroso de Europa». Su firma
aparece reflejada en la mayor parte de los documentos que se
guardan hoy en los archivos de la CIA relativos a las actividades del
ex coronel de las SS en España.
Bieck nació el 15 de marzo de 1920 en el corazón de los Estados
Unidos, en una pequeña población denominada Grand Island
situada en el estado de Nebraska. Tras graduarse, abandonó su
pueblo para matricularse en la Universidad de Texas, pero el joven
Robert quería luchar contra los nazis y, dado que su país se declaró
en un primer momento, en palabras del presidente Roosevelt,
«neutral e independiente» ante la invasión de Polonia, decidió
alistarse en la Real Fuerza Aérea Canadiense en 1940.
Allí se convirtió en piloto y, tras la entrada de EE. UU. en la
contienda, en 1942 pidió el traslado a las fuerzas aéreas de su país
entrando con el rango de teniente. Formó parte de una unidad de
bombarderos con base en Inglaterra y, en 1944, alcanzó el rango de
capitán tras realizar varias misiones de piloto de comando y
explorador.
Terminada la II Guerra Mundial retornó a Estados Unidos, tuvo
varios destinos hasta terminar en Perú, en donde aprendió español.
En 1947 se convirtió en el agregado aéreo adjunto de la embajada
de los Estados Unidos en Quito, Ecuador. Posteriormente, entre
1949 y 1950, ocupó ese mismo cargo en la embajada en Praga,
Checoslovaquia. Desde 1950 a 1954 estuvo destinado en Madrid y
a lo largo de su vida ocupó también puestos en las embajadas de
Saigón (Vietnam), Camboya y Laos. Terminó su carrera diplomática
en 1965, siendo Argelia su último destino.
Robert también ejerció como director de Inteligencia para la 7217
División Aérea en Ankara, Turquía, desde 1965 hasta 1966. En los
intervalos entre sus cambios de destino en el extranjero y su retiro,
en noviembre de 1968, estuvo destinado en el Pentágono y otras
instalaciones del Departamento de Defensa en Washington.
Después de la jubilación, trabajó en la industria de la aviación.
Se casó con Mary Jean Bieck y tuvo dos hijos, Robert B. Bieck Jr. y
Christopher E. Bieck. Murió el 22 de junio de 2011 y está enterrado,
con todos los honores, en el cementerio militar de Arlington.
Robert era un hombre culto que hablaba francés y español a la
perfección, pero su principal cualidad era la observación y el
análisis. Además, sus informes estaban redactados con pulcritud,
sin escatimar detalles. Gracias a su trabajo se pueden reconstruir
los días clave en los que Skorzeny quiso poner en marcha su
ejército secreto de retaguardia, las reuniones y viajes que tuvo y las
personas que lo apoyaron.
El mejor ejemplo de ello es el memorándum que redactó el 24 de
septiembre de 1951 bajo el encabezado de «Asunto Objeto: más
actividades del coronel Otto Skorzeny». Lo firma el citado Robert B.
Bieck y se desconoce su destinatario, aunque sin duda era algún
superior en Washington. El documento está estructurado en siete
puntos.
El primero de ellos señala escuetamente la llegada a Madrid del
nazi austriaco el 22 de septiembre procedente de Alemania y las
dos reuniones que tuvo con él: una ese mismo día por la noche, de
una hora de duración, y otra al día siguiente por intervalo de hora y
media.
Con este punto queda claro que la CIA conversaba habitualmente
con Caracortada —apodado así por las cicatrices de su rostro—,
mientras que el resto del documento desvela el grueso de las
cuestiones tratadas.
El segundo punto del escrito comenta que Skorzeny ha estado
«siete semanas» fuera de Madrid, y que durante ese tiempo
«trabajó mucho viajando a lo largo y ancho de Alemania», llegando
a calcular él mismo que recorrió unos dieciséis mil kilómetros.
El motivo de tanta actividad era visitar «a varios amigos» y
mantener «su mano en asuntos alemanes». El nazi destacaba
orgulloso que durante su viaje recibió una acogida muy calurosa,
llegando a bromear con que podía incluso llegar a presentarse a
alcalde en el país germano dado su grado de popularidad.
Pero ese no era el motivo de sus andanzas. El agente de la CIA y
el coronel de las SS estuvieron hablando de «una nueva
organización de antiguos soldados alemanes» que busca «adquirir
la fuerza suficiente como para formar un baluarte que tenga voz en
el Gobierno alemán».
En ese punto tres del memorándum, Skorzeny admitía que no
estuvo muy activo en la formación de la citada organización, pero sí
que había trabajado para hacerla operativa. Además, el espía
estadounidense escribió que Otto se sintió en algún momento
molesto con sus camaradas alemanes cuando alguno de ellos llegó
a afirmar que, dada su condición de exiliado, no tenía capacidad de
mando en la nueva organización.
El punto número cuatro del citado informe cambia un poco de
tercio. El nazi afirmaba tener información para la CIA de dos
personajes concretos, «François Poncet, alto comisionado francés
en la zona francesa, y Rothschild, un banquero francés». Otto
sospechaba que formaban parte de una «red de espionaje ruso
operativa en la zona occidental» y prometía contar más información
en unas dos semanas toda vez que tenía un agente en esa red.
Esos dos personajes eran, ni más ni menos, que el embajador
francés en la Alemania Occidental y un miembro de la familia
Rothschild, de origen judío alemán, que por entonces tenía uno de
los mejores bancos de Francia.
Robert Barton Bieck se atreve en ese mismo punto a plasmar su
opinión al respecto de ese chivatazo y señala que Skorzeny parece
querer tener contactos con alguien de superior rango en la
embajada norteamericana, ya que afirma que entregará más
información «a uno de los representantes del señor Hoover»,
señalando directamente al entonces director del FBI.
El punto quinto del memorándum retoma las cuestiones germanas.
El agente de la CIA recoge que Skorzeny se entrevistó en su viaje
por Alemania con el general Heinz Guderian y el coronel general
Friesner (Johannes Frießner), así como con Messerschmitt, que no
es otro que el famoso diseñador de aviones alemán Willy
Messerschmitt, del que destacaba que no podía entonces trabajar
legalmente en Alemania dibujando diseños de aeroplanos, pero que
viajaba periódicamente a Suiza cargado de papeles y allí se pasaba
algunos días diseñando en una pequeña oficina antes de regresar a
su país.
En este punto, se recoge que Skorzeny admitía que Messerschmitt
había estado también en España, y aunque no estaba fabricando
aviones, sí que trabajaba «en prototipos».
La cuestión le pareció tan sospechosa al agente Bieck que no dudó
en comentar a sus superiores que el ingeniero alemán «y su
organización están trabajando ahora para los españoles». Además,
conociendo la capacidad de producción del citado personaje, para el
espía era «completamente lógico pensar que tenemos a la industria
alemana del aire creándose de nuevo bajo nuestras narices». Un
importante aviso que no debía ser pasado por alto en Washington.
El sexto punto del informe se centraba en uno de los contactos de
Caracortada en su reciente viaje por Alemania. Se trataba de «su
antiguo enemigo el coronel Speidel», que jugaría un papel
determinante años más tarde en el rearme alemán y en su posterior
entrada en la OTAN. Siempre se ha pensado que Hans Speidel era
parte de un ejército secreto de veteranos nazis que operó tras el fin
de la guerra mundial, y esta parte del memorándum lo corrobora, ya
que Skorzeny relató que Speidel quería «que fueran amigos y que
deberían trabajar juntos por el bien de Alemania».
En opinión del nazi austríaco, esta maniobra parecía indicar que
Speidel estaba un poco alejado de la red de influencia y trataba de
buscar aliados, porque si no jamás hubiera pensado en que se
acercara a él.
Además, en ese punto seis se comenta que Skorzeny le expuso al
agente de la CIA que estaba esperando la llegada de varios de sus
camaradas a Madrid. Uno de ellos era un tal «Logowtiz», «un
antiguo y agudo tirador que sirvió bajo el mando de Otto Skorzeny
en las SS y que una vez contabilizó ciento tres rusos en un
«beachhead» (Ndt: frente, cabeza de playa, primera línea de playa
en un desembarco) durante cuatro semanas».
También mencionó a un tal «Neuman», comentando que ese
hombre llegaría pronto a Madrid y que estaría encantado de
presentárselo al agente de la CIA. Ese hombre podría ser en
realidad Werner Naumann, quedando mal registrada una
americanización de su apellido.
Naumann (1909-1982) fue un político y militar alemán que a finales
de abril de 1945 fue nombrado Ministro de Propaganda por Adolf
Hitler en su último testamento después de que Goebbels fuera
ascendido a Reichskanzler. Estuvo presente en el suicidio del
dictador en el Führerbunker, en Berlín, el 30 de abril de 1945 y luego
en paradero desconocido durante muchos años hasta que
reapareció a mediados de 1950.
A su vuelta, formó el llamado «Círculo de Naumann» (también
conocido como Círculo de Düsseldorf o Círculo de Gauleiter), al que
pertenecían varios funcionarios nacionalsocialistas de alto rango de
la época del Tercer Reich. Se trataba de una organización que
pretendía aunar a los movimientos neonazis en Alemania y que se
convirtió en el faro guía de todos ellos. Su perfil se ajustaba, por
tanto, a la perfección en los planes del «hombre más peligroso de
Europa».
El sexto punto de la misiva termina registrando que Skorzeny
recibió entonces una llamada telefónica y conversó en alemán con
alguien al que se refería como «profesor». La ciudad de Toledo
apareció recogida en la conversación en dos ocasiones, y el espía
norteamericano no dudó en anotarla en su memorándum.
El nazi austriaco dijo que la persona que había llamado y a la que
se refería como «profesor» era el francotirador Logowtiz, que se
encontraba en Madrid. Quince minutos después, la criada de
Skorzeny interrumpió la reunión con el agente de la CIA avisando al
nazi de que algunos caballeros le esperaban en el piso de abajo.
Tras unos minutos, el norteamericano se marchó, pudiendo ver tras
una cortina «a cinco o seis alemanes hablando todos en alemán».
El séptimo y último punto del informe, que se encuentra traducido
en su totalidad en los anexos de este libro, cambia completamente
de tema y se centra en la mujer de Skorzeny. Al parecer, Ilse
conversa con el espía estadounidense sobre las ganas que tiene de
viajar a Estados Unidos, pero que no le conceden visado. Ella le
cuenta que en Nueva York vive su hermana, que está casada con
un antiguo capitán del ejército estadounidense, Charles Barnett, y
que quiere regresar a Alemania para ver a su padre, que está
gravemente enfermo. Lo más curioso de todo, es que Ilse le
reconoció al agente de la CIA, «riéndose entre dientes», que su
cuñado era «medio judío». Sin duda alguna, el no va más de las
reuniones familiares para un antiguo oficial de las SS.
Como puede comprobar el lector, los siete puntos del informe de
Robert Bieck están cargados de información. El espía de la CIA
tomó buena nota de todo lo que le comentó Skorzeny y de los
movimientos que se sucedían en su domicilio de Madrid.
Camaradas alemanes estaban llegando a su casa y Toledo quedó
referenciada en dos ocasiones. Se tratara de lo que se tratara,
estaba muy claro que la antigua Ciudad Imperial tenía un papel
relevante.
El 12 de febrero de 1941 Franco se entrevistó con Benito Mussolini en la localidad
transalpina italiana de Bordighera por indicación de Adolf Hitler. (Creative Commons)
William Joseph Donovan (Creative Commons)
Memorándum del 24 de septiembre de 1951 firmado por Robert B. Bieck sobre las
actividades de Skorzeny en los últimos días. (CIA Archive, referencia:
519bdecd993294098d5143e3)
7
AMIGOS DE ALEMANIA
«Spanien - einig!
Spanien - groß!
Spanien - frei!
Hoch Spanien!»
Lema franquista «Una, grande y libre» en alemán.
La elección de España como lugar de refugio no fue casual para
muchos nazis y colaboracionistas del Tercer Reich. El general
Franco había sobrevivido a la II Guerra Mundial y permanecía al
frente del país a pesar de sus alianzas con Hitler y Mussolini. Las
presiones iniciales de los estadounidenses contra su régimen se
tornaron en colaboración y ayuda mutua con los años. España se
convirtió en un pequeño «paraíso fascista», con un régimen
ideológico favorable a sus viejos amigos, a los que aplicó una
exención absoluta de sus crímenes mientras ejercía un poco de
control sobre sus actividades, permitiendo además operar a las
agencias de inteligencia aliadas en su territorio en labores de
vigilancia de esos elementos potencialmente subversivos.
Franco imponía una vez más su doble juego. Daba cobijo a sus
viejos amigos y permitía a los americanos monitorizarlos. Él
quedaba bien con todos y trataba de no verse involucrado,
empleando para ambas cuestiones diferentes interlocutores.
Y es que, si algo hay que destacar de entre todos los documentos
y archivos analizados, es que los encuentros directos de Franco con
ciudadanos extranjeros relacionados con el Tercer Reich son
prácticamente nulos después de la contienda mundial. El
autoproclamado Caudillo evitaba a toda costa que se le relacionara
con ellos, tanto en eventos públicos como actos políticos. Siempre
mantenía la distancia. Y no era algo casual.
Para estar al tanto de las evoluciones de sus particulares invitados,
Franco utilizó diferentes mediadores. Personalidades todas con una
profunda simpatía al régimen alemán que gobernó entre 1933 y
1945.
En relación con la cuestión que analizamos en este trabajo, la lista
de esas personas puede acotarse aún más y centrarnos en los
políticos y dirigentes españoles que mantuvieron contacto con el
coronel Otto Skorzeny, tanto con él en persona como con alguno de
sus directos colaboradores, como el padre Conrado de Hamburgo o
el periodista neofascista Jean Bauverd.
En octubre de 1951, tras los acontecimientos y reuniones en
Toledo, la CIA elaboró un completo memorándum 13 en el que
recogía su trayectoria y las claves de su ya citado plan. El texto
estaba encabezado por una nota que reza así: «La importancia de
este informe radica no tanto en la información aquí contenida, sino
en el hecho de que Otto Skorzeny se la revelara a un grupo de
neofascistas alemanes que visitó España en 1951».
En el documento, además de contar los pasos del coronel de las
SS desde su fuga del campo de desnazificación de Darmstadt, se
enumera la lista de veteranos nazis con los que se había
entrevistado en sus viajes a Alemania en el verano de ese año, en
su mayoría exgenerales de la Wehrmacht y las SS, como el mítico
creador de las Divisiones Panzer Heinz Guderian o los generales
Hans Friesner, Karet Korsemann, Günther Pape y Karl Koller.
Todos los incluidos en esa nómina son reconocidos y contrastados
militares alemanes de carrera, y junto a ellos también figuran los
nombres de Karl Guenpel y Herra Bernhardt, a los que también
otorga el rango de generales, pero cuya identidad no ha podido
contrastarse, más el de Gard Spirilder, un « industrial seguidor de
varios movimientos de derechas» .
Al mismo tiempo, la inteligencia norteamericana advertía que
Skorzeny tenía contacto en España con: «Muñoz Grandes, ministro
del Ejército; con Serrano Suñer, cuñado de Franco; Nicolás Franco,
hermano de Franco y contacto especial de Skorzeny; Montarco,
diputado de Suñer cuando fue Ministro de Asuntos Exteriores; Josef
Schoof, ex de la oficina de propaganda nazi en Madrid, y Jean
Bauverd, notorio neofascista internacional».
La primera persona que figura en esa lista no es ninguna sorpresa.
Como ya tratamos en el capítulo diez, Agustín Muñoz Grandes
había conocido personalmente a Skorzeny en la Gran Peña de
Madrid y ambos tenían constancia, y respetaban, sus respectivas
trayectorias militares. El general de la División Azul era entonces
ministro del Ejército, antecedente del actual Ministerio de Defensa.
Podía decirse sin error que era una de las personas más poderosas
e influyentes de España, con hilo directo e influencia sobre Franco.
Muñoz Grandes estaba al tanto de los planes del antiguo jefe de
comandos de Hitler por las cartas del padre Conrado de Hamburgo,
aunque no se conservan o no se han encontrado aún sus
respuestas. Si es que llegaron a existir.
Ramón Serrano Suñer también ha sido ya aludido en capítulos
anteriores. Era el «Cuñadísimo» de Franco, pero hacía años que ya
no se hallaba en su círculo cercano, desde que en septiembre de
1942 fuera apartado del ministerio de Asuntos Exteriores y de la
presidencia de la Junta Política de la Falange Española
Tradicionalista y de las JONS. Con todo, Serrano seguía teniendo
en 1951 cierta influencia y trascendencia social.
Nicolás Franco (1891-1977), el «contacto especial de Skorzeny»,
no era otro que el hermano mayor del Caudillo. Un oficial de la
Armada Española que inició carrera política durante la II República.
Llegó a ser Secretario General del Partido Agrario, director de la
Escuela Superior de Ingenieros Navales y director general de la
Marina Mercante Española. Fue uno de los principales apoyos de
Franco en la lucha por alzarse como jefe del Estado y durante la
Guerra Civil actuó como embajador en Italia (1937) y en Portugal
(1938), logrando el apoyo del gobierno de Antonio de Oliveira
Salazar al bando sublevado, más el suministro de materiales a sus
tropas y unos acuerdos de colaboración para la detención de los
republicanos que escapaban por sus fronteras.
En 1942 ascendió a general del Cuerpo de Ingenieros Navales de
la Armada. Ocupó el cargo de embajador de España en Portugal
hasta 1957, aunque en los años que ocupan esta investigación no
era infrecuente verlo por Madrid. Ni para reunirse con su hermano ni
para formar parte de la rica vida nocturna de la ciudad.
De ser cierta la buena relación de Skorzeny con Nicolás Franco,
esa serie de coincidencias son suficientes para eliminar cualquier
duda sobre el grado de conocimiento que pudo tener el dictador
español sobre los planes del coronel nazi.
Siguiendo la lista de la CIA sobre los contactos de Caracortada
aparece el apellido de Montarco y la vinculación con Serrano Suñer.
Con esos elementos es fácil presuponer que, sin lugar a duda, se
trata de Eduardo de Rojas y Ordóñez (1909-2005), V Conde de
Montarco, político falangista y ganadero español.
Era uno de los fundadores de Falange Española y tuvo una
relación muy cercana con su líder José Antonio Primo de Rivera. Se
exilió durante la Guerra Civil en Francia y vivió algún tiempo en
Argentina, en donde en 1937 accedió al cargo de inspector de
Falange Española Tradicionalista y de las JONS. Durante la
Segunda Guerra Mundial se enroló en la División Azul y fue
capturado en Bielorrusia por el ejército ruso. Cuando regresó a
España vio que el país había cambiado y los dictados falangistas se
habían difuminado en favor de un autoritarismo religioso menos
molesto a ojos de los estadounidenses.
Sobre el siguiente nombre que figura en la lista de amigos en
España de Skorzeny, Josef Schoof, se tiene poca información. El
periodista Uki Goñi, en su libro «La auténtica Odessa: la fuga nazi a
la Argentina de Perón» (2002), lo destaca como un diplomático nazi
en España. La CIA, por su parte lo sitúa como miembro de la oficina
de propaganda nazi en Madrid. Al fin y al cabo, un nazi con
contactos en el país.
El último de la lista es Jean Bauverd y de él ya se ha tratado
ampliamente en el capítulo anterior.
De esta forma, aunque esos personajes eran para la CIA los
supuestos contactos de Skorzeny en España, hay que destacar que
en su larga nómina de memorándums sobre el libertador de
Mussolini había muchos más, alguno de los cuales ya se ha
mencionado.
Así, ya se vio que, en el día previo a la reunión en Toledo con
antiguos combatientes alemanes, Skorzeny y su mujer Ilse fueron
invitados a almorzar en la casa del Conde de Mayalde.
José María de la Blanca Finat y Escrivá de Romaní (1904-1995)
fue uno de los hombres de máxima confianza de Franco y de
Serrano Suñer, el Cuñadísimo. Aristócrata y abogado, supo moverse
como nadie entre las intrigas de poder del bando sublevado. Llegó a
ocupar tras la Guerra Civil los cargos de director general de
Seguridad (1939-1941), gobernador civil de la provincia de Madrid
(1939-1940), embajador de España en la Alemania nazi (1941-1942)
y, posteriormente, alcalde de Madrid entre 1952 y 1965. También fue
procurador en las Cortes franquistas y miembro del Consejo
Nacional del Movimiento, órgano consultivo subordinado a la
Jefatura de Estado que estaba integrado por todas las fuerzas
políticas que apoyaron el golpe del estado en el año 1936.
José Finat y Escrivá de Romaní fue siempre un apasionado de
Alemania y un defensor del Tercer Reich. En el verano de 1940,
meses antes de la visita de Hitler a España, el líder de las SS
Heinrich Himmler invitó al Conde de Mayalde a conocer el
funcionamiento y el método de trabajo de la seguridad del gobierno
nazi. El 29 de agosto se produjo el encuentro entre ambos.
Como jefe de la Dirección General de Seguridad, José Finat quiso
aprender las prácticas de la Gestapo, la policía secreta de la
Alemania nazi. Ese cuerpo había obtenido en 1936 carta blanca
para todas sus actividades, quedando por encima de la ley al
excluirse de todo control jurisdiccional. Estaba eximida de
responsabilidad ante los tribunales administrativos y destacaba por
aplicar la conocida como Schutzhaft o «custodia preventiva», un
puro eufemismo para referirse a encarcelamientos sin procedimiento
legal alguno. La tortura a los prisioneros fue siempre una forma de
trabajo habitual.
El conde de Mayalde aprendió muchos de esos procedimientos en
su visita a Berlín. Estudió su base legal, y su aplicación, y además
visitó las instalaciones y equipamientos de la Gestapo con el mejor
cicerone posible, el mismísimo Himmler y Reinhard Heydrich, jefe de
la Gestapo. Este último, la «Bestia Rubia», el «Carnicero de Praga»,
el «Verdugo», la persona a la que el propio Hitler catalogó como «el
hombre con el corazón de hierro», actuó como guía personal de
Finat y Escrivá de Romaní. Ni qué decir tiene que el aristócrata
español quedó encantado con aquella visita tan aleccionadora.
En octubre de ese mismo año, cuando Himmler visitó España,
antes de la famosa reunión en Hendaya entre Hitler y Franco, el
Conde de Mayalde devolvió las atenciones recibidas ejerciendo de
anfitrión con el líder de las SS. En la comentada visita a Toledo tuvo
un lugar destacado, ya que José Finat estaba muy vinculado a la
ciudad al ser su mujer, Casilda de Bustos y Figuero, familia del
conde de Romanones y propietaria del Cigarral de Buenavista. Ese
día, como se señaló en el capítulo 7, la Policía Armada estrenó en
Toledo el famoso traje que les daría nombre: «los grises». Ni el color
del atuendo ni la visita del personaje estaban elegidos al azar. Todo
tenía su porqué.
Las atenciones del Conde de Mayalde gustaron tanto a sus
huéspedes nazis que en Berlín se alegraron cuando el 17 de julio de
1941 Franco lo nombró embajador de España en el Tercer Reich.
En noviembre de 1941, el ministro de Asuntos Exteriores Ramón
Serrano Suñer viajó hasta Alemania para reunirse con su gran
amigo José Finat y renovar la firma del Pacto Antikomintern .
El documento se firmó inicialmente el 25 de noviembre de 1936
entre el Imperio de Japón y la Alemania nazi. España se sumó al
acuerdo en marzo de 1939, pero el 25 de noviembre de 1941 se
relanzó el acuerdo tras la invasión de la URSS invitando a varias
naciones a adherirse. En el escrito, los países firmantes se
comprometían a tomar medidas para salvaguardarse mutuamente
de la amenaza de la Internacional Comunista o Komintern , liderada
por la Unión Soviética.
Los gobiernos de Alemania, Italia, España, Japón, Hungría y
Manchuria firmaron el protocolo y Serrano Suñer, tal y como recogía
la crónica del periódico ABC , firmada por el corresponsal Jacinto
Miquelarena (número 11 158, de fecha 28 de noviembre de 1941),
pronunció ese día un discurso que evidenciaba sus simpatías y
odios y mostraba a las claras la postura internacional española.
Con sus palabras, trató de justificar que la guerra civil española
«no tanto fue una contienda interior como una lucha de ideologías y
conceptos morales de valor universal. Los carniceros de Stalin
habían invadido por las fronteras de la democracia el suelo sagrado
de España, llenándolo de surcos sangrientos, y todas las fuerzas
disgregadoras del capitalismo —internacionalista y materialista
como el comunismo— trazaron una línea de alianza con este que
arrancando de Moscú llegaba hasta Washington pasando en
Ginebra por el Consejo de la Sociedad de Naciones, donde
inventaron la fórmula genial de la «No Intervención» cuando ya nos
habían enviado a las brigadas internacionales, cuando descargaban
sus barcos con armamento y municiones en los puertos de España
roja y circulaban por las carreteras los tanques y los carros rusos».
La exposición del «Cuñadísimo» ante la corte hitleriana fue más
allá, y no dudó en alabar que «frente a aquella amistad de los
paladines de la democracia con las hordas del Kremlin, españoles,
alemanes e italianos sellábamos con sangre, en los cielos, en las
sierras y en los mares de España una hermandad de héroes más
fuerte que todos los pactos para defender, a toda costa contra los
bárbaros, los valores esenciales de una civilización en los que
estamos educados y cuyo término no podemos aceptar».
Su posicionamiento ideológico no dejaba margen a la duda y, como
natural consecuencia de aquella hermandad, Suñer no podía olvidar
que «España, desde la iniciación de la gran contienda en la que
Europa se debate, no pudo adoptar la postura fría e indiferente de
país puramente neutral y declaró la «no beligerancia», fórmula, de
un nuevo derecho internacional pragmático que supone una
flexibilidad mayor en las reglas de aquélla». Un modo educado y
barroco de señalar su apoyo sin lanzarse a la guerra, sabiendo
sortear el conflicto y a la vez enviando fervorosos voluntarios a
combatir contra la URSS.
«Ni nuestras dificultades interiores, ni la gran distancia de los
frentes de combate fueron obstáculo para que nuestros camaradas
de la División Azul hicieran su presencia sobre las tierras de Rusia,
mostrando el ardor del soldado español orgulloso de formar en las
filas de los Ejércitos de Europa junto a viejos y nuevos compañeros
de armas en la noble empresa de guerra contra el mayor enemigo
de la Humanidad», afirmó para cerrar su intervención el jerarca
franquista, destacando que la presencia de España en ese acto solo
era incompresible para «los pueblos y los hombres que ciegos por el
orgullo, la soberbia o el egoísmo estarían dispuestos a precipitar al
mundo entero en el abismo de su propia ruina».
No hay duda, Serrano Suñer dejó bien nítido ese 25 de noviembre
de 1941 el sentimiento de España hacia la causa nazi. No era pues
extraño que todos los refugiados del Tercer Reich que terminaron
llegando al país trataran de acercase a él y su círculo de amistades.
El único problema es que ya no era una persona con capacidad de
influir en Franco.
Esa misma postura tan radical y su odio hacia los norteamericanos
terminaron por apartarle del poder de la noche a la mañana apenas
un año después de pronunciar aquellas palabras. Pero a Skorzeny y
los suyos aún les quedaban algunos apoyos de la órbita de Serrano
Suñer de los que tirar.
Se trataba de José Antonio Girón de Velasco (1911-1995), ministro
de Trabajo desde 1941 a 1957. Licenciado en Derecho, fue miembro
fundador de las Juntas de Ofensiva Nacional-Sindicalista (JONS) de
Onésimo Redondo y Ramiro Ledesma Ramos. Era la expresión
política española más cercana a los dictados del nacionalsocialismo.
Los radicales entre los radicales. No querían partidos políticos,
solamente un estado supremacista que lo controlara todo en torno a
un sindicato vertical de carácter nacionalista. De ahí que su
ideología pasara a denominarse nacionalsindicalismo.
Girón de Velasco terminó integrándose en Falange y tomó parte en
la Guerra Civil, ocupando al término de esta el cargo de delegado
nacional de Excombatientes. Recomendado por Serrano Suñer,
poniendo en valor su lealtad a Franco, el dictador le nombró Ministro
de Trabajo en 1941, cargo que ostentó durante dieciséis años,
convirtiéndose en uno de los principales jerarcas del régimen.
Girón de Velasco era un habitual en las reuniones de la Gran Peña
de Madrid y siempre que podía se reunía con dos viejos camaradas.
Eran Tomás García Rebull (1907-1976) e Ignacio Crespo del Castillo
(1908-2008). Ambos se habían conocido en la Academia de
Infantería de Toledo, en donde entraron como cadetes en 1922, y
los dos lucharon en la División Azul. El último era un superviviente
de la batalla de Krasni Bor (10 de febrero de 1943), una localidad
del perímetro urbano de Leningrado donde se libró el que está
catalogado por los historiadores como el enfrentamiento más
sangriento de la 250ª División de Voluntarios de la Wehrmacht.
Aunque las cifras bailan dependiendo de la fuente, cerca de seis
mil soldados de la División Azul hicieron frente a fuerzas del Ejército
Rojo que les multiplicaban por seis en número. Se produjeron más
de cuatro mil bajas entre los voluntarios españoles, y los rusos
sufrieron, al parecer, más del doble.
Crespo del Castillo participó además con Franco en la campaña
militar para controlar la Revolución de Asturias de 1934 y se le
encarceló al principio de la Guerra Civil. Alcanzó el generalato en
1966 y se le nombró jefe de la Brigada Paracaidista, además de
llegar a estar al mando de la División Acorazada Brunete.
García Rebull y Crespo del Castillo se reunían siempre que podían
para recordar viejos tiempos. Eran camaradas y les gustaba lucir
sus medallas de guerra de vez en cuando. La de la 250º División de
Voluntarios tenía una esvástica grabada dentro de una Cruz de
Hierro. Fue como un imán para Skorzeny.
La amistad de este triángulo de personajes se prolongó en el
tiempo y se demuestra en el entierro del coronel de las SS en
Madrid años más tarde, en 1975.
Tomás García Rebull lideró los cantos y saludos fascistas en su
despedida a las puertas de la capilla del cementerio. En aquellos
años ocupaba un puesto como procurador en las Cortes franquistas
y era un elemento visible del grupo político conocido popularmente
como «el búnker» por su dureza y hermetismo. Se oponían
totalmente a la reforma del régimen y defendían a muerte el
Movimiento Nacional, incluso tras el fallecimiento del dictador. A la
cabeza del «búnker» estaba Girón de Velasco, que aglutinaba a
miembros del Ejército, la política falangista, la Iglesia y la
organización Fuerza Nueva del toledano Blas Piñar.
Otro importante personaje al que se le vincula con Skorzeny en sus
años en Madrid es el diplomático Pedro Prat y Soutzo (1892-1969).
Antiguo embajador de España en Rumania, Turquía y Finlandia,
durante la Segunda Guerra Mundial colaboró con la inteligencia
alemana de la Abwehr instaurando «una red de espionaje en los
Balcanes y en la Unión Soviética al servicio de Berlín», tal y como
detalla el investigador y periodista Javier Juárez en su libro ‘La
Guarida del Lobo’ (página 333).
Cuando Skorzeny aterriza en Madrid, Prat era el director general
del Ministerio de Asuntos Exteriores, y su área de competencia era
la política con América. Al parecer, el coronel de las SS conocía el
papel desempeñado para la inteligencia nazi por Prat y entre ambos
surgió una relación de amistad y colaboración. Según el citado
Javier Juárez, Pedro Prat y Soutzo estuvo presente en una reunión
el 16 de julio de 1951, considerada de máximo secreto, que marcó
los cimientos de la futura colaboración con los estadounidenses que
daría lugar a los Pactos de Madrid y la construcción de las bases
yanquis en suelo español.
Prat era, en palabras del investigador Juárez, el «introductor de
Skorzeny entre las autoridades españolas y, sobre todo, ante el
subsecretario de la Presidencia del Gobierno, Luis Carrero Blanco».
Además, el periodista aporta en su libro que Prat y Carrero Blanco
se carteaban con relación al antiguo jefe de comandos de Hitler (al
menos le envió dos memorándums suyos y transcribe por completo
una de esas misivas) y que ambos se reunieron en marzo de 1952.
Skorzeny y Carrero juntos cara a cara. El jefe de comandos de
Hitler frente a la «eminencia gris» del régimen de franquista (véase
la obra del mismo título de Javier Tusell). La figura de confianza de
Franco, su mano derecha, el que llegó a considerarse como
segundo hombre más poderoso del régimen. No se podía tener un
contacto mejor en la España de la época.
En el Archivo General de la Administración de Alcalá de Henares
hay que destacar que se encuentra una carta (legajos del Archivo
Renovado del Ministerio de Asuntos Exteriores, caja 82/9318) de
Skorzeny a Carrero Blanco fechada el 22 de abril de 1953. En ella el
austríaco desmiente «las noticias de la prensa internacional que la
española copia sin más» y que le acusan de estar tras un complot
internacional y la venta de armas. El ex miembro de las SS no tiene
pudor en negar que «la Internacional Fascista no existe» y reiterar
que no trabaja en El Cairo. Niega además que apoye con dinero al
Dr. Naumann, detenido en Alemania en el mes de enero por las
autoridades inglesas, recalcando que no ha ayudado jamás
económicamente al «movimiento».
Se refería a Werner Naumann (1909-1982), que fue secretario de
Estado en el Ministerio de Ilustración Pública y Propaganda de
Joseph Goebbels durante el Tercer Reich. A finales de abril de 1945
fue nombrado Ministro de Propaganda por el Führer en su último
testamento después de que Goebbels ascendiera a Reichskanzler.
Naumann estuvo presente en el suicidio de Hitler en el Führerbunker
en Berlín el 30 de abril de 1945.
Estuvo desaparecido hasta 1950, cuando se descubrió que se
había hecho pasar por un albañil en Alemania Occidental. En pocos
meses formó el llamado «Círculo de Naumann» o «Círculo de
Düsseldorf», al que pertenecían varios funcionarios
nacionalsocialistas de alto rango en la época del Tercer Reich.
Esta organización se convirtió en la más influyente entre las
organizaciones neonazis en Alemania a principios de la década de
1950, e intentó, tras infiltrarse en el Partido Democrático Libre,
incorporar a su gente en los centros legislativos y ejecutivos de
muchos organismos, así como convertir el desarrollo de Alemania
en un canal nacionalsocialista.
Debido a la inacción de las autoridades alemanas, los mandos de
ocupación británicos arrestaron a Naumann y a otros seis líderes del
círculo bajo sospecha de actividad inconstitucional la noche del 14 al
15 de enero de 1953. Naumann fue condenado a siete meses de
cárcel bajo la acusación de liderar un grupo neonazi.
En un memorándum de la CIA sobre las actividades de Skorzeny,
fechado en septiembre de 1951, hay una manifestación de
sobresaliente interés. En ella se decía que «también mencionó a un
Neuman, diciendo que ese hombre llegaría pronto a Madrid y él
estaría encantado de presentármelo. Algo después sonó el teléfono
y la conversación de Otto Skorzeny fue entera en alemán. Skorzeny
se refirió a la otra persona como «profesor» y he escuchado que la
ciudad de Toledo se mencionaba en dos ocasiones».
El Neuman del informe de la CIA bien podría ser Werner Naumann.
Al fin y al cabo, la transcripción se hizo de oído y es frecuente que,
con la pronunciación, bailasen letras de aquel apellido alemán al
registrarlo extranjeros.
Por último, para reforzar los contactos que Otto Skorzeny tenía en
la clase política española, hay que señalar una breve nota hallada
en el archivo personal del coronel que se subastó en los Estados
Unidos. Fechada el 10 de diciembre de 1964, estaba escrita por el
entonces ministro de Información y Turismo, Manuel Fraga Iribarne
(1922-2012). En ella simplemente le venía a decir a Skorzeny que le
agradecía «su amable carta» del día anterior «y la interesante
información que me da en la misma». El fundador del partido
Reforma Democrática —embrión de lo que posteriormente fue
Alianza Popular y, a su vez, del actual Partido Popular— la firmaba
despidiéndose con la frase «queda como siempre suyo buen
amigo».
No se sabe qué información «interesante» le suministró el nazi
austríaco a Fraga, aunque sí se conoce que Skorzeny contaba en
España con carné de prensa expedido por el Ministerio de
Información. Estaba inscrito como «corresponsal de prensa
extranjera» y entre los medios con los que colaboraba estaban
«Deutsche Wochen Zeitung, de Hannover, y Altenaer Kresblatt, de
Altea». El primero era un periódico semanal de extrema derecha
más conocido como el National-Zeitung, fundado en 1951 y cerrado
en 2019. Y el segundo parece ser que se trataba de una publicación
local para alemanes residentes en el municipio alicantino de Altea.
El periodismo parecía ser así otra de las aficiones del poliédrico
«Caracortada», aunque más bien era una tapadera de sus
actividades subversivas, una faceta de su vida en la que sin duda
tuvo mucha influencia otra de sus grandes amistades españolas. Se
trata del periodista Víctor de la Serna y Espina (1896-1958),
militante falangista y pronazi que destacó en España con el género
de la literatura de viajes, aunque siempre orientada a la exaltación
del régimen franquista.
Fue director del diario Informaciones , que según los autores
Eduardo Martín de Pozuelo e Iñaki Ellakuría, en el capítulo nueve
del libro «La guerra ignorada. Los espías españoles que
combatieron a los nazis» , se convirtió en el periódico « más pro-Eje
de todos los periódicos de Madrid». Tanto es así que, en 1945, ante
la noticia de la muerte de Hitler, no dudaron en abrir su portada con
una enorme foto del fenecido líder nazi.
Hijo de Concha Espina, la escritora coetánea de la Generación del
98, heredó en parte su habilidad para las letras, pero siempre tuvo
sus particulares ideas políticas. Era un acérrimo defensor del
nacionalsocialismo. Realizó viajes a Berlín en 1941 y 1943 para
empaparse de la filosofía germana y acompañó al Conde de
Mayalde a una visita al Frente Oriental durante la Segunda Guerra
Mundial.
Algunos historiadores le sitúan como una pieza importante en la
denominada red Grille, organizada en España para canalizar
información y dirigida por el espía del SD Walter Mosig, un alías bajo
el que en realidad se escondía Paul Winzer, diplomático y jefe de la
Gestapo en España y uno de los responsables del Campo de
concentración de Miranda de Ebro durante la dictadura franquista.
Víctor de la Serna solía comer en Horcher con Skorzeny y fue uno
de los testigos el día de su boda con Ilse, en El Escorial, en 1954.
Se le relaciona además con otros dirigentes nazis huidos a España
tras el fin de la Segunda Guerra Mundial, como Carlos Fuldner, al
que se dice que le protegió con sus contactos en el régimen,
ayudándole a él y otros muchos a llegar a Sudamérica.
Otto Skorzeny compartió más que periodismo con él, pero ahí
queda un matiz más de todo un camaleón del mundo de los
negocios y un maestro del engaño y la ocultación.
13 Referencia: 519bdecd993294098d5143e7
Foto de una entrevista realizada a Skorzeny en su domicilio en 1963 en la que muestra una
foto dedicada por Muñoz Grandes con la División Azul. (Creative Commons)
Serrano Suñer, segundo por la izquierda, en una visita al cuartel de las SS en Berlín en
octubre de 1940 como ministro de Asuntos Exteriores. (Bundesarchiv Bild 146-2000-029-
36)
El conde de Mayalde paseando junto a Himmler por los cuarteles de las SS en Berlín el 29
de agosto de 1940 (Bundesarchiv Bild 146-2005-0117)
Serrano Suñer, segundo por la izquierda, junto al jefe de las SS Heinrich Himmler en
octubre de 1940. (Bundesarchiv Bild 146-2000-030-00)
José Antonio Girón de Velasco, ministro de Trabajo, el 6 de octubre de 1941. (Pérez de
Rozas. AFB)
Tomás García Rebull, en sus años en la División Azul (Creative Commons). Portada de
Diario 16 del 17 de noviembre de 1976 hablando de la situación del «bunker» con Blas
Piñar en la foto de la izquierda
Werner Naumann en 1944. (Bundesarchiv Bild 146-1980-033-03)
Telegrama de agradecimiento de Fraga a Skorzeny en diciembre de 1964
Víctor de la Serna, primero por la izquierda, junto al vicesecretario de Educación Popular
Gabriel Arias-Salgado y el jefe de prensa del Reich, Otto Dietrich, durante una visita a
Berlín, en 1943. (Narodowe Archiwum Cyfrowe)
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14 Referencia: 519bdecd993294098d5143b8
15 Referencia: 519bdecd993294098d5143a5
Carta del archivo personal de Skorzeny sobre un contrato de intermediación para la compra
de acero para la Fuerza Aérea de los EEUU y la empresa Klöckner & Co (Alexander
Historical Auctions)
Memorándum de la CIA del 24 de septiembre de 1951 en el que se comenta los negocios
entre Skorzeny y Messerschmitt. (CIA Archive, referencia: 519bdecd993294098d5143e3)
Otto Skorzeny con su mujer Ilse Lühtje en su casa de Irlanda. (Creative Commons)
Skorzeny cenando con Hjalmar Schacht en el restaurante Horcher el 20 de marzo de 1952
junto a otras dos personas sin identificar. (Foto publicada en el diario ABC del 21 de marzo
de 1952)
Uno de los dos lotes de pasaportes y documentación de Otto Skorzeny y su mujer Ilse
subastados en 2002 (Alexander Historical Auctions).
Reinhard Gehlen durante la Segunda Guerra Mundial. (Creative Commons)
14
ENTRAMADO DE SOCIEDADES Y
ORGANIZACIONES SECRETAS
«Un espía debe ser como el diablo;
nadie puede fiarse de él, ni siquiera él mismo».
Joseph Stalin.
Los mitos nazis han hecho volar la imaginación desde el fin de la
Segunda Guerra Mundial. Experimentos, artefactos arcanos,
pruebas armamentísticas, tesoros ocultos, misiones secretas…
Nada ha escapado a la influencia fantástica de los misterios del
Tercer Reich. El coronel Otto Skorzeny no fue una excepción. El
hombre elevado a la categoría de leyenda por los nazis, catalogado
como «el más peligroso de Europa» por los estadounidenses, no
podía quedarse atrás en toda esa generación de historias. Él mismo
las alimentaba y a la vez las criticaba. Le gustaba difuminar la línea
que dividía la ficción de la realidad. Una técnica, por otro lado, muy
utilizada en labores de contrainteligencia; las mismas a las que el
coronel austríaco se dedicó en los últimos meses de la Segunda
Guerra Mundial.
El 18 de abril de 1943, Skorzeny fue ascendido a primer teniente
de la reserva destinado al departamento (Ämter , en alemán;
abreviado Amt) VI del Sicherheitsdienst (en español, «Servicio de
Seguridad»), cuyo nombre completo era Sicherheitsdienst des
Reichsführers-SS , más conocido por todos como por sus siglas:
SD.
Se trataba del servicio de inteligencia de las SS. Fue la primera
organización de inteligencia que se creó en el partido nazi y se
puede decir que fue «hermana» de la Gestapo, aunque mucho más
sutil en sus métodos.
El Amt VI se dedicaba exactamente a la Seguridad Exterior. Es
decir, desarrollaba tareas de inteligencia fuera de Alemania,
principalmente en países aliados y neutrales. Según los cálculos de
los historiadores militares, su servicio tuvo una nómina que fluctuó
entre trescientos y quinientos agentes.
Estuvo dirigida hasta el 22 de junio de 1941 por Heinz Jost y,
posteriormente y hasta el final de la guerra, por Walter Schellenberg,
del que ya hemos hablado en más de una ocasión y al que
Skorzeny describe así en su primer encuentro en su libro «Vive
peligrosamente»: «Al entrar en su despacho me recibió un hombre
relativamente joven, un poco bajo y bien parecido, que se mostró
conmigo extraordinariamente amable. No comprendí mucho de lo
que me explicó acerca de su propia misión. Esto no era extraño,
pues estaba en un terreno completamente desconocido para mí. Yo
sabía que debía instruirme ampliamente sobre lo que tendría que
hacer y que, inmediatamente, tendría que ponerme a trabajar “a
todo gas”. Fui enterado de que, además de asumir el mando de una
tropa especial, compuesta exclusivamente por hombres de las SS,
debía “montar” una escuela de agentes afectos a la Sección VI que,
más tarde, habrían de emplearse para los distintos servicios».
Skorzeny se colocó entonces al frente del bautizado como «Grupo
S del Amt VI del SD». No se pierda ni se asuste el lector con tanta
sigla, lo enrevesado siempre ha servido al espionaje y a la
desinformación. Y era eso mismo lo que pretendían.
En sus nuevas funciones, el libertador de Mussolini se encargaba
concretamente de la preparación y ejecución del sabotaje material,
moral y político. Eran funciones muy amplias y con profundas
repercusiones que hoy en día englobamos en términos como
contraespionaje o contrainteligencia. La tarea concreta de Skorzeny
fue crear desinformación en zonas de conflicto, promoviendo
disturbios e insurrecciones a través de noticias falsas para terminar
realizando actos directos de sabotaje.
Su primera misión como jefe de contrainteligencia de Hitler fue en
Irán, en 1943. Los ingleses habían ocupado los pozos de petróleo
del país y los rusos estaban reagrupándose en el norte, por lo que
los alemanes querían sabotear el abastecimiento del Ejército Rojo
que se hacía a través de trenes persas. El Grupo S del Amt VI formó
a varias unidades alemanas cuya misión fue armar a tribus de la
zona, como los kashgais, y enseñarles tácticas de combate para
atacar los puntos clave de abastecimiento.
Skorzeny recordaba en sus memorias lo arduo de tal cometido:
«Tan solo el que haya cumplido una misión de aquel estilo podrá
hacerse una idea de los cálculos que hubieron de efectuarse y de
las innumerables variaciones de estos. Era preciso revisarlo todo,
absolutamente todo. Desde las armas a los víveres; desde el equipo
hasta las municiones; desde los explosivos hasta los regalos
destinados a los jefes de las tribus».
Hoy en día todos los servicios de inteligencia dedican una
importante cantidad de recursos al contraespionaje, pero en
aquellos años era toda una novedad. Mucho más hacerlo de una
forma tan organizada y meticulosa como llevaron a la práctica los
nazis.
El coronel austríaco destacó en ese nuevo campo, y rápidamente
dominó las técnicas de la infiltración en las filas enemigas y de la
penetración —que no es sino lograr la colaboración consciente o
inocente de un miembro del grupo contrario—, así como los usos del
chantaje y el soborno. Lecciones que no olvidaría a lo largo de su
vida y que fue perfeccionando con el tiempo.
Los estadounidenses, que conocían de sobra al «hombre más
peligroso de Europa», no dudaron en intentar captarlo para sus fines
cuando se entregó voluntariamente tras la rendición de Alemania.
El hecho de que escapara sin problemas de un campo de
desnazificación y que nunca se le persiguiera o se le tratara de
detener así lo demuestra, aunque también es evidente que la CIA
nunca se fio completamente de sus intenciones. Todos eran, al fin y
al cabo, espías.
Skorzeny terminó eligiendo España como su base de operaciones.
Tenía un gobierno totalitario que no le presionó mucho y con el que
supo hacer negocios, y una opinión pública que le era favorable.
Sus éxitos militares despertaban admiración entre la población y
debía aprovecharse de eso.
Como buen antiguo miembro de la contrainteligencia alemana supo
mantener y ampliar su agenda de contactos. En ella figuraban
nombres como el de Otto Günsche, el asistente y edecán de Hitler
que presuntamente fue el encargado de quemar su cuerpo; las
secretarias personales del Führer Gerda Christian y Traudl Junge; la
aviadora Hanna Reitsch o la cineasta Leni Riefenstahl, pasando por
militares como el piloto personal de Hitler, Hans Bauer, el almirante
Dönitz, sucesor del dictador en la jefatura del Tercer Reich, o su
gran amigo el piloto de caza Hans Ulrich Rudel, poseedor hasta su
muerte de la más alta condecoración alemana de su época, la Cruz
de Hierro con Hojas de Roble en Oro, Espadas y Diamantes.
También había registradas direcciones y teléfonos de presidentes
extranjeros, como el de Paraguay, Alfredo Stroessner; el de
argentina, Juan Domingo Perón; o el egipcio Gamal Abdel Nasser.
Un completo listín al que se fueron añadiendo nombres españoles
como el del general de la División Azul Agustín Muñoz Grandes o el
diplomático Antonio Garrigues, embajador de España en Estados
Unidos entre 1962 y 1964.
Desde Madrid, Skorzeny pudo montar una compleja red de
contactos. «Anillos de espionaje», como solía referir en sus
conversaciones con agentes de la CIA, que orbitaban en áreas tan
distintas como la información, la política o la venta de armas.
El jefe de comandos de Hitler fue catalogado tras su muerte por
muchos historiadores y periodistas como un fanfarrón o un
mentiroso patológico. Su grado de participación y heroicidad en el
rescate de Mussolini se puso también en duda en los últimos años
de su vida. Se le acusó de apropiarse del mérito de la misión y
sobre él cayó una pátina de fantasioso que no vamos aquí a rebatir
o apoyar, pero que en el fondo sí que correspondería a un auténtico
trabajo de desinformación y contrainteligencia.
El historiador militar estadounidense Robert Forczyk lo describe en
su libro «Rescate de Mussolini: Gran Sasso (1943)» como « un
soldado mediocre y un ardiente nazi cuya lealtad política siempre
contó más en su carrera que sus habilidades profesionales. Fue un
mentiroso consumado e impudoroso, carente de escrúpulos para
apropiarse de los méritos ajenos o descargar en otros las culpas por
los fallos. Es muy significativo que los únicos éxitos operacionales
de Skorzeny no se alcanzasen contra enemigos bien armados sino
contra antiguos aliados capaces de oponer poca o ninguna
resistencia. Tras la guerra, Skorzeny continuó traficando con
exageraciones y falsedades, que le grajearon la antipatía de sus
compañeros de armas durante la guerra, pero que a menudo fueron
aceptadas como hechos reales por los periodistas extranjeros».
La cuestión era que todo complot disparatado para amantes de la
conspiración siempre aparecía rematado con su nombre, con
Skorzeny como gran maestro de ceremonias. Clones de Hitler,
tesoro oculto de los nazis, intentos de asesinato de cualquier
dirigente mundial… En las páginas de los rotativos no paraban de
atribuírsele las cosas más disparatadas.
Hay que ceñirse, pues, a los hechos puramente demostrables para
tratar de acotar el desdibujado personaje que fue Skorzeny. Por eso
es difícil, cuando no imposible, demostrar la existencia al cien por
cien de tres organizaciones secretas que se han vinculado siempre
a la figura del coronel austríaco. Se trata de las conocidas como
Odessa, Die Spinne (la Araña) y Der Bruderschaft (la Hermandad).
La primera de ellas procede del alemán Organisation der
ehemaligen SS-Angehörigen (Odessa), que significa literalmente
«Organización de Antiguos Miembros de las SS». Se supone que
fue una red de colaboración secreta desarrollada por grupos nazis
para ayudar a escapar a miembros de la SS desde Alemania a otros
países donde estuviesen a salvo, particularmente a Sudamérica.
Todo esto se conjetura, porque nunca se ha encontrado una
prueba real de su existencia. Ningún documento que la referencie
explícitamente antes de 1972, cuando fue utilizada por el novelista
Frederick Forsyth en su obra «The Odessa File».
Sin embargo, el mayor investigador y cazador de nazis del mundo,
el austríaco Simon Wiesenthal (1908-2005), siempre fue un
defensor de su existencia. Su aval es lo único que deja un resquicio
para que alguna vez se encuentre un documento en algún archivo
alemán que demuestre que existía un plan de fuga elaborado bajo
ese nombre en clave.
El azote de los fugitivos nazis, judío de origen ucraniano, estuvo
como prisionero en el campo de concentración austríaco de
Mauthausen-Gusen, en su momento el único calificado por los
funcionarios del Tercer Reich como de «Categoría III», que
englobaba las condiciones de detención más severas. El campo
llegó a tener en su momento de mayor ocupación más de ochenta y
cinco mil prisioneros, muchos de ellos españoles que habían sido
detenidos en Francia luchando contra el fascismo.
En esos años de duro cautiverio, Wiesenthal apuntó y memorizó
todos los nombres de carceleros y verdugos que pudo y nada más
terminar la contienda se dispuso a identificar y perseguir a los
criminales de guerra que trataban de simular su inocencia.
«En mi ciudad, antes de comenzar la guerra había ciento cincuenta
mil judíos; en 1945 solo quedaban ciento cincuenta de aquellos
miles. Siempre pensé que todo en la vida tiene precio, entonces
haber sobrevivido también lo tiene. Y el mío es el de ser el
representante de los que han muerto, de los que se asesinaron»,
manifestó para justificar la que sería desde entonces su principal
misión en la vida. Un trabajo en el que puso mucho empeño.
De esta forma, tras acumular contactos, testimonios y
conocimientos, Simon Wiesenthal comenzó a asegurar que Odessa
era una organización real que se fundó en 1946 para ayudar a nazis
prófugos de la justicia internacional. Su crédito como caza-nazis
daba bastante credibilidad a la cuestión, pero otras fuentes,
paralelamente a su trabajo, comenzaron a sugerir que no era la
única organización secreta de ese estilo en todo el mundo.
En esa última línea, la historiadora húngara Gitta Sereny,
especializada en el Holocausto, escribió en su libro «Into That
Darkness» (1974), basado en entrevistas con el excomandante del
campo de exterminio de Treblinka, Franz Stangl, que Odessa nunca
existió. «Los fiscales en la Autoridad Central de Ludwigsburg para la
investigación de crímenes nazis, que sabían precisamente cómo se
han financiado en la postguerra las vidas de ciertos individuos
actualmente en Sudamérica, han buscado entre miles de
documentos desde el principio hasta el final, pero afirman que son
totalmente incapaces de autentificar la existencia de “Odessa”. No
es que esto importe: ciertamente existieron varios tipos de
organizaciones de ayuda a los nazis después de la guerra, habría
sido sorprendente que no las hubiese habido», registró la
historiadora, que tras la Segunda Guerra Mundial trabajó para la
Administración de las Naciones Unidas para el Auxilio y la
Rehabilitación de personas desplazadas por el conflicto.
Sereny atribuye el hecho de que los miembros de las SS pudieran
escapar no tanto a las actividades de una organización nazi
clandestina como al caos de la postguerra y a la incapacidad de la
Iglesia católica, de la Cruz Roja y de los militares estadounidenses
para verificar las identidades de las personas que acudían a ellos
buscando ayuda para que les expidieran un documento con su
firma. Nueva documentación para empezar una nueva vida.
En esta línea de investigación, la historiadora identifica en su libro
al arzobispo del Vaticano Alois Hudal como uno de los principales
protagonistas de la ayuda ofrecida a algunos nazis a escapar desde
Italia hacia Sudamérica.
La conclusión de Gitta Sereny es que existieron varias
organizaciones, tanto abiertas como encubiertas (incluyendo la CIA,
varios gobiernos latinoamericanos y una red de clérigos católicos
con base en Italia), que ayudaron a los exmiembros de las SS a huir
de Alemania.
El periodista Uki Goñi, en su libro «La auténtica Odessa: la fuga
nazi a la Argentina de Perón» (2002), también realiza un detallado
análisis de la situación de la presunta organización y concluye que
la versión de Sereny, más compleja y menos conspirativa que la de
Wiesenthal, se acerca más a la realidad que pudo haber detrás de
esas fugas reales.
Todo apunta a que la presunta Odessa fue fruto de la colaboración
de distintas personas y organizaciones, especialmente algunos
elementos de la Iglesia católica, pero sin ningún plan establecido ni
siguiendo las órdenes ocultas de ningún jerarca nazi en la sombra.
Un puesto de malo de película que, sin embargo, todos atribuyeron,
cómo no, a Otto Skorzeny durante muchos años. El gigante
austríaco era para muchos, y lo es aún, la mano que movía los hilos
de la organización. Le acusan incluso de recibir barcos con fugitivos
en la casa costera que se compró en la localidad mallorquina de
Alcudia.
Josef Mengele, el ángel de la muerte de Auschwitz; Adolf
Eichmann, el responsable de «la solución final» al problema judío;
su ayudante Alois Brunner; o el ya citado en alguna ocasión oficial
de la Gestapo francesa, Klaus Barbie, son algunos de los nombres
que se vinculan con las rutas de escape nazi, las conocidas como
«líneas de las ratas», y más concretamente con la red Odessa
dirigida presuntamente por Skorzeny.
Si la existencia de Odessa está puesta en seria duda, también hay
muchas brumas en torno a otra organización secreta que se vinculó
con Skorzeny. Se trata de «Die Spinne» (en español, «la Araña»),
una organización posterior a la Segunda Guerra Mundial que se
cree que también ayudó a ciertos criminales de guerra nazis a
escapar de la justicia.
Algunos historiadores consideran que es un nombre diferente, o
una posible rama, de la organización Odessa, ya que ambas
coinciden en su misión de ayudar a los criminales nazis a huir de
Europa. Otto Skorzeny vuelve a figurar en los archivos como el
posible organizador de «la Araña», así como el ya citado en el
anterior capítulo Reinhard Gehlen, el hombre que en 1956 presidió
los servicios de inteligencia de la República Federal de Alemania.
De ser cierto, la presencia del segundo garantizaba la vista gorda
de los norteamericanos, ya que como se ha señalado colaboró con
ellos facilitando información sobre la zona ocupada por los
soviéticos. Además, el espía nazi se ganó a los militares
estadounidenses revelando algunos de los nombres de oficiales que
supuestamente eran miembros secretos del Partido Comunista de
Estados Unidos.
«Die Spinne» podría, por tanto, ser toda una realidad. Pudo ser
uno de los famosos «anillos de espionaje» a los que se refería
Skorzeny en sus conversaciones con los agentes de la CIA. El
periodista y escritor alemán Friedrich Tete Harens Tetens, conocido
como TH Tetens, especializado en el origen y desarrollo del
nacionalsocialismo, experto en geopolítica alemana y miembro de la
Comisión de Crímenes de Guerra de EE. UU., afirmó en los años
sesenta que «la Araña» se superponía a otra organización secreta
que denominó Führungsring (del alemán: Anillo guía) que según sus
datos se trataba de «una especie de mafia política, con sede en
Madrid... que sirve para diversos fines». Tetens iba más allá y
aseguraba en su libro «Los nuevos alemanes y los viejos nazis»
(1961) que «la oficina de Madrid creó lo que se denominó una
especie de Internacional Fascista».
El periodista incluía además a un personaje extra en todas estas
conjuras, el doctor Hans Globke (1898-1973). Se trataba de un
abogado, funcionario y político de alto rango que llegó a ser
subsecretario de Estado y jefe de gabinete de la Cancillería alemana
en Alemania Occidental, de 1953 a 1963. Durante la Segunda
Guerra Mundial, Globke administró la Oficina de Asuntos Judíos del
Ministerio del Interior y fue el autor de la justificación legal de las
leyes antisemitas de Nuremberg, colocando al Partido Nazi sobre
una base legal más firme para justificar su odio sin sentido.
Tras la guerra manifestó haber estado en contra del
nacionalsocialismo y testificó en el llamado Juicio de los Ministerios,
la undécima sesión de las doce celebradas en Nuremberg, contra
muchos altos cargos y funcionarios del Reich.
Con los años, Globke lavó su pasado y se convirtió en una
poderosa autoridad del gobierno de Alemania Occidental, llegando a
considerarse como uno de los funcionarios públicos más influyentes
en el gobierno del canciller Konrad Adenauer. Fue el principal enlace
del gobierno alemán con la OTAN y con diversos servicios de
inteligencia occidentales, especialmente la Agencia Central de
Inteligencia (CIA). Durante toda su vida política tras la guerra, su
papel en el estado nazi se ocultó.
No se ha podido encontrar durante esta investigación ningún otro
documento que corrobore las acusaciones de Tetens, aunque sí hay
que advertir que en la foto de la reunión del Movimiento Social
Europeo (MSE) en Toledo realizada el 28 de septiembre de 1951
hay una persona, justo al lado del político de extrema derecha
holandés Paul van Tienen, que guarda un parecido más que
razonable con Hans Globke. Que el lector saque sus propias
conclusiones.
Al hilo de todo lo dicho, no es posible dejar en el olvido las
evidencias que sugería Werner Smoydzin (1925-2016), un abogado
alemán que se afilió al partido nazi en sus orígenes y que terminó
siendo vicepresidente de la Oficina Federal para la Protección de la
Constitución, un servicio de inteligencia nacional alemán cuya tarea
más importante fue la recopilación y evaluación de información
sobre los esfuerzos contra el orden democrático y la defensa contra
el espionaje. Escribió el 14 de noviembre de 1966 un interesante
artículo en la revista Der Spiegel titulado «¿Se escapó la ‘Araña’?»
(Half die «Spinne» bei der Flucht?).
En él, venía a manifestar que «la supuesta organización de escape
para los exfuncionarios nazis, más conocida como “la Araña”, en
realidad existía», que fue «fundada en el campo de internamiento
austríaco para exnacionalsocialistas en Glasenbach a finales de
1948 y comienzos de 1949 como una organización clandestina»,
que sus fundadores eran los funcionarios austríacos del Tercer
Reich «Stefan Schachermayer y Erich Kernmayer», que luchaban
por la «rehabilitación de los nacionalsocialistas y por la conexión de
Austria con Alemania» y que se trataba de «una institución al
servicio de un servicio secreto occidental» más que de una
«espeluznante» organización sucesora de los nazis.
Además, señalaba al profesor Johannes von Leers como uno de
sus principales miembros. Lo calificaba como «un antisemita
malvado, que sin duda siguió siendo un nacionalsocialista acérrimo
incluso después de la guerra», pero que no era «un temerario» y
que «por su corte» no encajaba con personajes también atribuidos a
«la Araña» como el omnipresente Skorzeny.
Terminaba Smoydzin manifestando que ninguna de las
afirmaciones sobre organizaciones que ayudaban a los nazis a huir
había resistido la investigación en profundidad que había llevado a
cabo el Fiscal General alemán ni de las autoridades de seguridad
del país germano. Pero, desgraciadamente para él, en el público
mundial, estos informes, que «solo pueden explicarse por el
sensacionalismo o la mala voluntad, han dañado la reputación de
Alemania».
El artículo da por tanto una de cal y otra de arena. Confirma la
existencia de «la Araña» por parte de una persona vinculada a la
inteligencia alemana de después de la guerra y, por otro, desmarca
a Skorzeny de su órbita y no le atribuye capacidad de haber
ayudado a huir a jerarcas nazis, sino más bien de tratar de
rehabilitar nacionalsocialistas y conectar Austria y Alemania.
Además, da el nombre de uno de sus principales integrantes,
Johannes von Leers (1902-1965), miembro fundador del partido nazi
y oficial de las Waffen-SS, que se consagró como uno de los
ideólogos más importantes del Tercer Reich, sirviendo como un
funcionario de alto rango del Ministerio de Propaganda de Goebbels.
Fue ensayista y académico, escribió más de una veintena de
trabajos sobre la cuestión judía y el sionismo. Mantuvo una clara
propensión hacia los círculos esotéricos. Procedía del ala izquierda
de NSDAP y puso mucho énfasis en la defensa de una justicia
social y económica.
Después de la guerra huyó a Argentina y, posteriormente, a Egipto,
donde se estableció finalmente y sirvió en el Departamento de
Información del país norteafricano. Además, fue asesor personal del
presidente Gamal Abdel Nasser. Se implicó tanto con el mundo
árabe que terminó convirtiéndose al islam y cambió su nombre por
el de Omar Amin.
La periodista y escritora sueca Elisabeth Åsbrink asegura en su
libro «1947: When Now Begins (2016)» que Johannes von Leers
escapó de Alemania gracias a la ayuda del líder de la extrema
derecha sueca Per Engdahl. Una vez en Argentina, editó un
periódico «que le sirvió de comunicación entre los nazis de Europa y
los escondidos en Latinoamérica» y, posteriormente, «bajo los
auspicios de Haj Amin al-Husseini, el Gran Muftí de Jerusalén, con
quien tuvo un contacto cercano, se trasladó a Egipto».
Llegados a este punto, hay que recordar la figura de Jean Bauverd,
empleado del Ministerio de Propaganda con Goebbels, amigo del
Gran Muftí e impulsor de la reunión de la Internacional Fascista en
Toledo. Un nexo más que posible que hace que muchas piezas de
esta investigación comiencen a encajar.
Parece que «la Araña» sí que tuvo finalmente algo que ver con
Skorzeny, al menos de forma indirecta, aunque él mismo lo negara
en una de sus memorias («La guerra desconocida»). «En medio de
las peripecias de las guerras “calientes o frías”, la prensa mundial no
dudaba que era yo quien preparaba, por aquí y por allá, algunas
revoluciones y organizaba la Internacional Nazi o Die Spinne (la
Araña), misteriosa maña de múltiples actividades, todas ellas
criminales o subversivas», escribió defendiéndose el coronel de las
SS. Una mezcla de medias verdades con mentiras.
Otra de las organizaciones que se vinculó con Skorzeny fue «Der
Bruderschaft» (la Hermandad), de la que ya se ha hablado
anteriormente en el capítulo 11. Se trataba de una presunta
asociación clandestina de antiguos miembros del Tercer Reich que
querían que los valores que ellos consideraban como positivos del
nacionalsocialismo perduraran, y revisar todos los elementos que le
habían condenado al fracaso, de los que culpaban únicamente a la
figura de Hitler y su círculo cercano, no al movimiento político.
Rechazan la democracia en favor de gobiernos totalitarios y
propugnaban la creación de una nación europea que pudiera plantar
cara a la URSS. Estaban en consonancia ideológica con todos los
dictados que promovía el Movimiento Social Europeo, eran
nacionalsocialistas y, por lo tanto, un grupo que encajaba
perfectamente en los posibles contactos de Skorzeny.
Por último, en esa maraña de sociedades que se vincularon con el
antiguo jefe de comandos de Hitler hay que señalar a la
«Kameradenwer» (en español, «La obra de los camaradas»),
fundada en Argentina por el laureado piloto Hans-Ulrich Rudel con el
objetivo de ayudar a colegas nazis a escapar hacia Sudamérica y
Oriente Próximo. Posiblemente, otro nombre más para una ruta de
escape. Al fin y al cabo, era básicamente eso, se denominara como
se denominase.
Rudel y Skorzeny fueron muy buenos amigos durante toda su vida.
Tanto que, en su entierro, el mítico piloto de caza se encargó de
dirigir la oración de despedida del liberador de Mussolini antes de
introducir sus cenizas en el suelo del austríaco cementerio de
Döbling. La prensa del país registró que nunca desde el fin de la
guerra se había visto tanto saludo nazi ni tanto ex miembro del
Tercer Reich reunido públicamente.
La última organización que hay que destacar en relación con los
movimientos de Otto Skorzeny es la única de la cual sí que puede
garantizarse su existencia. Se trata de la HIAG (en alemán:
Hilfsgemeinschaft auf Gegenseitigkeit der Angehörigen der
ehemaligen Waffen-SS , literalmente «Asociación de ayuda mutua
de ex miembros de Waffen-SS), una organización de veteranos
nazis fundada en 1951 que negaba el Holocausto y cuyo objetivo
principal era lograr la rehabilitación legal, económica e histórica de
las SS.
La HIAG estableció contactos con partidos políticos de
ultraderecha y empleó muchos esfuerzos en promulgar el
negacionismo histórico a través de periódicos, libros y actos
públicos. Para ello se sirvieron principalmente de una editorial,
Munin Verlag. La organización, que no pudo ocultar su extremismo
durante mucho tiempo, sí que supo mantenerse en funcionamiento
durante cuarenta y un años, hasta que terminó disolviéndose en
1992.
La figura de Otto Skorzeny fue muy exaltada como héroe de guerra
y gran cerebro táctico en los actos y publicaciones de la HIAG,
obviando su vinculación ideológica y cualquier atisbo de culpabilidad
por los crímenes de la Segunda Guerra Mundial. Su intención era
crear una visión edulcorada de los miembros de las SS,
contribuyendo a un cambio de imagen de la guardia pretoriana de
Hitler en la cultura popular europea.
Gracias a ese trabajo de divulgación sesgada, en los años setenta
Skorzeny era un ídolo para la juventud alemana. Tres días después
de su muerte, el periódico Deutsche National Zeitung registró un
obituario en el que se recogían frases como «sirvió a Occidente
hasta el final» o su «camino continuará». Un mes más tarde, el
mismo periódico dedicó un artículo a página completa titulado «Otto
Skorzeny, el retrato de un héroe».
Parece así evidente que, aunque el propio coronel austríaco lo
negara siempre que tenía oportunidad, sí que estuvo relacionado
con personas que favorecieron la huida de nazis a países seguros
de Sudamérica y que trataban de limpiar el nombre de las SS. Otra
cosa es demostrar si existieron o no todas las organizaciones
secretas a las cuales se les atribuye la logística de esos traslados.
Quizás ese aspecto es lo de menos, quedarse con el detalle cuando
lo que importa es el problema de fondo.
Sin duda, a Skorzeny le gustaba que se citaran esas sociedades y
que lo vincularan a ellas. Sacaba réditos tanto de su existencia
como de su ficción. Por un lado, le proporcionaba la notoriedad que
necesitaba para sus negocios y ser considerado una figura
preminente del nazismo, y por otro le permitía usar el escepticismo y
la fantasía que desprendían para negar su existencia y su
pertenencia. Desinformación en estado puro. Una coartada perfecta
para seguir operando.
Skorzeny, a la derecha realizando el saludo nazi, estuvo al cargo del Grupo S del Amt VI
del SD. (Bundesarchiv Bild 146-1972-109-18A)
Hans Globke en 1951. (Creative Commons)
Johannes von Leers (Creative Commons)
Hans-Ulrich Rudel (Creative Commons)
15
16 Referencia: 519bdecd993294098d514405
17 Referencia: 519bdece993294098d514450
Oskar Lange (Creative Commons)
Periódico The Mercury del 3 de junio de 1946 sobre la cuestión atómica en España
(Biblioteca Nacional de Australia)
Miembros de la 13ª División de Montaña de las SS nazis, conocida como Handschar; en
croata, ‘sable’. (Bundesarchiv)
Caja de balas 9 mm. corto para pistola realizada en octubre de 1962 en la Fábrica de
Armas de Toledo
Gamal Abdel Nasser alcanzó el poder en 1954, dos años después del golpe militar de 1952
(Creative Commons)
Rafi Eitan (Creative Commons)
Heinz Krug (Creative Commons)
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