Burn Before Reading - Sara Wolf

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Aria

Aria Clau
Brisamar58 Caronin
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Clau Gerald
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Kath Sttefanye
Leidy Vasco
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Nayari
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Nelshia
Yiany

Sttefanye

Aria
Índice
Sinopsis

Beatrix Cruz, Bee abreviado, tiene exactamente un objetivo: darle una patada
en el culo a la depresión de su padre. Tiene un plan a prueba de errores:
1. Conseguir entrar a la escuela de élite Preparatoria Lakecrest con una beca.
2. Estudiar como loca.
3. Graduarse en NYU y convertirse en psicóloga.
Nada puede interponerse en su camino, ni siquiera los famosos y ricos
hermanos Blackthorn de Lakecrest. No Fitz Blackthorn, con su flirteo y sus
habilidades de élite para hackear, tampoco Burn Blackthorn con su altura
intimidante y rostro sin emociones, y ciertamente tampoco el pecaminosamente
apuesto Wolf Blackthorn, que entrega “tarjetas rojas” a los estudiantes que le
desagraden, y expulsa a los que siguen haciéndolo.
Pero cuando Bee se alza en defensa de un estudiante, enfada a Wolf, y de
repente este está impaciente por quitarle la beca. Para mantenerla, Bee hace un trato
con el diablo, el mismísimo padre Blackthorn; espiar a los hijos del señor Blackthorn,
hacerse amiga de ellos, y descubrir sus secretos a cambio de quedarse en Lakecrest.
Se supone que traicionar la confianza de los hermanos Blackthorn va a ser fácil.
Hacerse amiga de los chicos Blackthorn hace que sea difícil.
Y enamorarse de Wolf hace que sea imposible.
(Este libro contiene lenguaje y situaciones que pueden ser inapropiados para
lectores jóvenes).
1
i les dijera que la Preparatoria Lakecrest arruinó mi vida para siempre, no
me creerían.
—¡Pero, Bee! —dirían—. ¿Cómo puede un conjunto de edificios
centrados en el aprendizaje de la secundaria arruinar tu joven y prometedora vida?
—Y los miraría directamente a los ojos y agarraría sus manos inocentes e ingenuas y
diría tres palabras:
Wolfgang Alexander Blackthorn.
Y estarían confundidos, por supuesto, porque ¿quién es él, y cómo puede una
persona arruinar una vida para siempre? Preguntarían. Demonios, todavía yo lo
hago, incluso después de todo este tiempo.
Pero comencemos desde el principio, ¿verdad? Dios, se siente bien decir eso.
Como esta es una historia propia, algo largo y épico que merece ser escrito. Tal vez
no. Lo arruiné de verdad, después de todo.
Como sea. Lo haré de todos modos. Un pequeño error nunca antes me detuvo.
También estoy escribiendo en estilo cavernícola, con tinta y papel en lugar de mi
computadora portátil. Ya tuve suficiente de computadoras y teléfonos. Tuve a
suficientes personas enviándome mensajes de texto sin parar sobre lo mucho que me
equivoqué. Y santa mierda, en verdad lo eché a perder.
El bolígrafo y el papel también son más seguros. Nadie puede hackearme,
especialmente Fitz, el astuto bastardo. Llegaremos a él, no se preocupen. Todo lo que
necesitan saber es que Fitz es inteligente. Más inteligente que yo, lo que me gusta
pensar es una hazaña en sí misma.
¿Dónde demonio estaba? Oh, correcto. Con Wolfgang Blackthorn, y cómo
arruinó mi vida.
Y mi corazón.
Comencemos por el principio.
Mi nombre es Beatrix Cruz, y no importa lo que diga nadie más, así fue como
sucedió.

***
Comenzó hace tres meses, cuando alguien dejó una nota muy útil e informativa
en el casillero de Eric Jones.
No me gustaba Eric. Todavía no me gusta. Apenas lo conocía en ese momento,
pero teníamos juntos clase de arte y acababa de empezar en Lakecrest y le pedí que
me pasara el carboncillo, lo cual era lo más próximo a un amigo que había hecho
hasta el momento. La nota era una tarjeta roja, con solo la palabra DETENTE. Lo
supe porque su casillero estaba justo al lado del mío, y lo vi tomándola con manos
temblorosas.
Me miró, su cabello castaño oscuro, que siempre me recordaba a un trapero
sucio, temblando junto con el resto de su cuerpo. Siendo un miembro amable y
considerado de la sociedad, expresé mi preocupación con delicadeza.
—¿Qué pasa, amigo?
Eric hizo un gesto a la tarjeta. Me tomó un tiempo, pero resolví su enigma.
—Ah, entonces o contrajiste temblores en la mandíbula, o se supone que debo
saber de qué se trata. Te das cuenta de que llevo aquí dos semanas, ¿verdad?
—Es una tarjeta roja —susurró.
—¿De... un partido de fútbol? —lo intenté. De repente pareció aún más
asustado—. ¿Un maestro? ¿El director? Lo tengo, ¡el partido de fútbol del director!
Mientras jugaba charadas en solitario, los ojos de Eric fueron por encima de mi
hombro, y pude oír un débil crescendo de risa, carcajadas, y buenos días. En ese
momento, repasé los catorce días en Lakecrest, pero ya sabía quién estaba causando
el alboroto.
—Los Blackthorn. —Suspiré, y me volví para ver cómo se acercaban. Eran
deslumbrantes, por decir lo menos. Los tipos guapos de su calibre no solían aparecer
hasta la universidad. O hasta que encendías el televisor. Incluso en una escuela del
noroeste del Pacífico rica-muy rica como Lakecrest, donde cada uno de los
estudiantes manejaba su propio BMW o Mercedes o, al menos, un nuevo Prius, la
gran mayoría de los chicos no le daban un segundo pensamiento a su apariencia.
Claro, todos usan el mismo uniforme a cuadros gris y bronce con botones, pero
algunos sabían cómo tomar duchas más de una vez a la semana, y algunos sin duda
lo llenaban mejor que otros, gracias a la pubertad.
Desafortunadamente, los hermanos Blackthorn lo llenaban de la mejor
manera. Desdichadamente y por desgracia, a todas las chicas de la escuela les
encantaban. Eran sus genes, algunas susurraban. Una vez atrapé a dos profesoras
discutiendo si se trataba o no de cirugía plástica. Dios sabe que podrían
permitírselas, con su padre como director ejecutivo de una enorme empresa naviera.
Lo que sea que haya sido, funcionó. La gente bonita consigue todo lo que quiere, y
nadie las detiene. Todos los que pasaban a los hermanos Blackthorn en la habitación
les daban un “hola” o un ligero saludo, incluso los chicos y las chicas más tímidas les
daban miradas persistentes.
Me conocen, papel y bolígrafo. Saben que desprecio absolutamente a las
personas que lo tienen fácil. Y los Blackthorn lo tenían tan fácil. Eran ricos. Eran
preciosos. Y a todos les agradaban. Vivían vidas encantadoras.
O eso pensé en ese momento.
De todos modos, no era el hecho de que todo el mundo los mirara
constantemente y los viera por el resto de la eternidad hasta que salieran de la
habitación lo que me molestaba. Era el hecho de que nunca parecía importarles la
atención.
Ahí estaba Bernard, o Burn, para abreviar. Más alto que sus hermanos, al
menos una cabeza, era el mayor de los tres, el de último año. Sus ojos verdes siempre
tenían los párpados pesados, como si estuviera perpetuamente a punto de quedarse
dormido, aunque no tenía las mismas pestañas oscuras y gruesas y pómulos altos
que sus hermanos. Sabía que estaba en el equipo de baloncesto de Varsity, y era la
razón por la cual Lakecrest había ido a los estatales durante cuatro años. No hablaba
mucho, pero no era necesario. Con su altura y anchura, era más que un poco
intimidante. Algunas personas lo llamaban “el oso”, medio en broma, medio
aterrorizados. Ahora que lo pienso, definitivamente era la razón principal por la que
la gente le daba a los hermanos Blackthorn un espacio tan amplio, físicamente
hablando.
El segundo hermano era Fitzwilliam - Fitz, para todos los que estaban fuera de
su familia. Aparte del hecho de que su madre estaba claramente en un gran viaje
victoriano en Inglaterra cuando les puso los nombres a sus hijos, era el más
agradable. Y por “agradable” quiero decir que se dignaba a reconocer a la gente. A
veces. Si eran lo suficientemente bonitos para su gusto. Sonreía más que los otros
dos hermanos. Una vez, incluso le guiñó un ojo a una chica, y la pobre dejó caer los
libros de texto en su pie y cojeó durante toda una semana con una sonrisa atónita en
el rostro. Los maestros y el personal de Lakecrest eran tan susceptibles a sus
encantos que, tenía esa manera en la que, con una sonrisa y un cumplido, hacía que
hasta el señor Nomsky, el viejo maestro entrecano de inglés, se suavizara. Fitz era
parte del club de ciencias de computación, aunque escuché de los otros miembros
que nunca asistió a una sola reunión después de la escuela.
Fitz tenía el cabello ondulado como encaje dorado, pulcramente peinado hacia
atrás, y los mismos ojos verdes que Burn, pero con un toque más amigable. Era el
único con pecas en la nariz, y vestía su uniforme como si fuera una toga informal,
con la corbata floja y la chaqueta colgando de los hombros. Era el menor de los tres,
y lo mostraba en la forma en que nunca se tomaba nada en serio. Tenía tres clases
con él, ya que también era estudiante de segundo año, y ni una sola vez lo vi tomar
un lápiz o intentar leer el libro. Y, curiosamente, los profesores tampoco insistían en
que lo hiciera. Lo atribuía a la injusticia general de la riqueza hasta que vi los
resultados de sus pruebas; no menos del 98% en cada prueba individual. Y aquí
estaba yo, que se reventaba el trasero desde el momento en que llegaba a casa de la
escuela hasta la medianoche solo para conseguir un 80% en uno de los planes de
estudio más estrictos, orientado a la universidad en el país. No hace falta decir que
lo odiaba. Todavía lo hago, en realidad, pero en aquel entonces lo odiaba sin
conocerlo.
Y finalmente, llegamos al gran emperador de todo mal: el propio Wolfgang. No
siempre caminaba entre los otros dos, pero parecía gustarle, como si fueran sus
gárgolas personales en lugar de sus hermanos. Más alto que Fitz, pero con el cabello
más corto que Burn, Wolfgang - Wolf, para abreviar, porque por supuesto siempre
hay un “para abreviar” con ellos, caminaba como una serpiente moviéndose en la
arena; en silencio total y en equilibrio perfecto. Creo que eso es lo que intimidaba a
la mayoría de las personas: que parecía que nunca podía estar alterado, molesto o
desviado, ni siquiera pasando por un tornado. Había algo inquebrantable en la forma
en que alzaba su cabeza, sus anchos hombros. Asustaba a la gente. Bueno, tal vez
también era el hecho de que parecía que odiaba todo. Donde los ojos de sus
hermanos eran verdes, los de Wolf eran marrón verdoso, avellana si realmente
querías ponerte chiflado y poético con algo así como el color de ojos de satanás. En
cualquier caso, los ojos de Wolf quemaban. Quemaban con un veneno profundo que
solo puedo describir como desprecio total. Su mirada siempre era aguda, y
comenzaba a doler un poco si mantenías contacto visual con él por mucho tiempo.
Era una pequeña bendición que su cabello fuera oscuro y revuelto, se metía en sus
ojos y ponía un amortiguador entre el mundo y su fuego ácido. A diferencia de Fitz,
usaba su uniforme perfectamente planchado, aunque siempre mantenía varios
anillos de plata en diferentes dedos, y en secreto jugaba con ellos, volteándolos en
torno a su piel en los momentos de espera, o incluso al caminar. El hermano del
medio, Wolf era un junior, y ya circulaban rumores de que era capaz de ir a la Liga
Ivy. Estaba en el equipo de natación de Varsity, y nada más.
Burn era el más tranquilo, Fitz era el coqueto, y Wolf era el desagradable.
Todos sabían eso.
Y a medida que se acercaban a Eric y a mí, me di cuenta por la mirada de Eric
y la forma en que comenzó a temblar con más fuerza, que fueron quienes le dejaron
la tarjeta roja. Lo agarré de sus dedos y lo agité mientras los hermanos Blackthorn
se acercaron.
—Entonces ustedes fueron quienes le dieron a Eric esta rara e ineficaz nota de
papel con la palabra DETENTE, ¿eh? —pregunté. Wolf hizo girar un anillo en su dedo
y me señaló con su mirada volcánica.
—Esto no te involucra a ti, becada. Te sugiero que mantengas tu nariz fuera de
esto —me gruñó.
Burn, obviamente acostumbrado al veneno habitual de Wolf, cerró los ojos y se
apoyó en los casilleros mientras tomaba una siesta casual. Fitz se volvió hacia la
barandilla del pasillo y vio pasar las nubes, como si estuviera aburrido de todo.
Becada. Por supuesto, usaría el hecho de que soy la única becada en esta escuela en
mi contra. Todos los demás tenían mamitas y papitos que podían pagar por un lugar
tan prestigioso. Respiré profundo.
—Y te sugiero que vuelvas a Hot Topic y les regreses toda su sección de angustia
juvenil que claramente te tragaste y reutilizaste como personalidad.
Burn abrió un ojo. Fitz volvió la cabeza por encima del hombro, arqueando una
ceja. Wolf entrecerró sus ojos de largas pestañas en rendijas. Eric probablemente se
orinó sobre sí mismo.
—¿Quién te crees que eres? —preguntó Wolf. La forma en que lo dijo, oscura,
baja y dentada como un cuchillo, me hizo dar cuenta por una fracción de segundo de
por qué Eric podría tener los pantalones mojados. Debajo de todo ese miedo de chico
rico, Wolf tenía furia, un fuego real y terrible. Burn podría haber sido la fuerza detrás
de los Blackthorn, y Fitz la afabilidad, pero Wolf era el miedo.
—Solo soy una becada —dije alegremente para contrarrestar su oscuridad—.
Metiéndose en sus propios asuntos.
—Definitivamente no lo eres —intervino Fitz con una dulce sonrisa, una voz
como la miel fresca en comparación con la harapienta de Wolf—. Esto no es de tu
incumbencia.
—Tienes razón. Un segundo. —Levanté la tarjeta y la rompí por la mitad,
dejando que el papel cayera al piso. Siempre me ha gustado el drama. Y una pelea
justa. Eric contra los tres Blackthorn no era justo bajo ninguna definición en el
sistema solar. Le sonreí a Fitz—. Ahora es asunto mío.
Eric dejó escapar un sonido como de lechón exprimido detrás de mí. Un
murmullo recorrió la multitud interesada mirándonos. Burn se enderezó, de repente
frunciendo el ceño. Wolf tenía menos sentimientos neutrales al respecto. Se inclinó
tan rápido que apenas tuve tiempo de respirar, su altura se elevó sobre mí. Vi sus
hombros, pero no le di la satisfacción de mirarlo, así que fijé mi mirada en su
garganta. Flotó, justo en frente de mí, ninguna parte de nosotros se tocaba, y, sin
embargo, sentí como mil kilos de carbones en mi piel.
—La beca McCaroll es de la que cuelgas de un hilo, ¿verdad? —murmuró, y
aunque sus palabras fueron más silenciosas, ardieron aún más.
No le di gracia de una respuesta. Se rió, el sonido completamente sin sentido
del humor.
—¿Quién crees que paga por esa beca?
—La escuela —respondí.
—Y la escuela paga con donaciones —dijo—. De las cuales el setenta y cinco por
ciento es donado por Blackthorn Shipping Industries, LLC.
Tragué tan fuerte que juré que lo había oído.
—Tu padre tiene depresión, y tu madre trabaja horas extras en Southern
General. Lakecrest es la única forma en que puedes entrar en NYU a ese grado de
psicología de alto nivel que siempre quisiste, ¿no?
El nudo en mi garganta cayó sobre mi estómago.
—¿Cómo lo sabes?
—Si te veo interferir con mis tarjetas rojas otra vez, te irás —siseó—. No beca.
No NYU. Nada.
Todos mis músculos se bloquearon, ya que había sido envenenada. Mi cabeza
daba vueltas tan rápido que ni siquiera noté que Wolf y sus hermanos se iban, hasta
que Eric me dio una palmadita en el hombro.
—Oye, ¿estás bien? —preguntó. Su voz y el timbre de la campana tardía me
sacaron de allí.
—S-Sí, estoy bien. Tan bien como puedes estar cuando has sido amenazada por
el propio Beelzebub.
Eric asintió, recogiendo la mitad de la tarjeta roja que había roto.
—¿Qué fue eso? ¿Por qué te lo dieron en primer lugar? —pregunté. Eric se
encogió de hombros.
—Tarjetas rojas. Son una señal para el resto de la escuela, básicamente,
cualquiera que consiga uno será rechazado por el resto de Lakecrest.
—¿Qué? ¡Eso es una locura!
Se encogió de hombros.
—Así es como son las cosas aquí. Wolf se las da a las personas que hacen algo
que no le gusta.
—¿Sabes lo que fue?
Suspiró.
—Tengo una idea, espero que sea la correcta.
—No puedes simplemente… —Inhalé, sintiendo que la sangre corría de vuelta
a mi palpitante cabeza—. ¡No puedes dejar que esos imbéciles consentidos te
presionen así! ¿Qué importa si no les gusta lo que hiciste? ¿Y si son ricos? ¡No les
respondas!
Eric se rió, el sonido era amargo.
—Es Lakecrest, Bee. Todos les responden.
—Bueno, estoy segura como el infierno de que no lo haré.
Él negó y comenzó a caminar hacia su clase.
—Entonces no durarás mucho aquí. ¿Oíste hablar de Mark Gerund?
—¿De quién?
—Estudiante de primer año, hace unos dos años, era un chico becado, pero
luego se peleó con Wolf en la escuela, como en una dura pelea a puñetazos.
—Seguramente no fue asesinado por un puñetazo. —Me reí nerviosamente.
Eric se encogió de hombros.
—Lo que sea que le haya pasado, nunca lo volvimos a ver en la escuela. Los
profesores tampoco lo mencionan, desapareció. Wolf parecía bastante feliz después
de eso. —La campana tardía sonó, y Eric comenzó a irse—. Mierda, tengo que irme.
Gracias por tu ayuda.
Lo vi irse, sintiéndome entumecida y fría.
2
asé el resto del día tratando de sacarme de la cabeza las palabras de Eric
y la presión de Wolf sobre mi piel. Y con eso, quiero decir, que me
acurruqué en la biblioteca. Mi santuario. Mi lugar seguro.
La biblioteca de Lakecrest era un hermoso edificio de cristal, con mesas de
madera clara y bancos apilados con cómodas almohadas. Superaba toda la escuela,
que en aquel entonces pensaba que era increíble. Todavía lo es, los edificios son todos
de ladrillos viejos cubiertos de hiedra, con pilares romanos y jardines bien cuidados
y pasillos de un libro de cuentos, con enrejados cubiertos de flores. La mayoría de las
flores se marchitaban en este punto, dado que en octubre el aire se va volviendo frío.
La biblioteca era el lugar en el que me alejaba de todos los demás, con sus ostentosos
autos y joyas y charla incesante por sus nuevos iPhone y quién tendría una fiesta en
la casa ese fin de semana.
Me enojé, y pasé una página de mi libro, clavando mi trasero más
profundamente en la silla acolchada. Sabía que este lugar era para gente rica cuando
presenté mi solicitud, pero no sabía que era tan malo. Estaba cegada por las
increíbles credenciales de los maestros y la tasa de aceptación que los estudiantes
habían obtenido en grandes universidades. A diferencia de la mayoría de mis
compañeros, sabía exactamente lo que quería de la secundaria: una universidad
mejor. No quería unirme a un club ni asistir a fiestas. Quería buenas notas y salir tan
pronto como fuera humanamente posible.
Mi teléfono sonó en mi bolsillo, y lo saqué. Era un Samsung barato, pero hacía
lo único que quería de un teléfono: llamar a las personas y tal vez enviarles mensaje
de texto, si mamá podía pagar la factura ese mes.
—Hola, papá —susurré—. Estoy en la biblioteca.
—Oh, lo siento, pensé que la escuela había terminado. —Su voz sonó tan
pequeña, ese día—. Te llamaré de nuevo…
—No, está bien, ya terminé, solo estoy recogiendo algunos libros antes de irme
a casa.
—Estoy tan orgulloso de ti, ¿lo sabes? —Pude escuchar la sonrisa en sus
palabras—. No puedo dejar de alardear de ti con los vecinos. Mi hija, yendo a
Lakecrest, de todos los lugares.
Me reí.
—Lo sé. ¿Cómo estuvo tu día?
Se aclaró la garganta.
—¿Sabes cuándo volverás a casa?
Cambio de tema. Mi estómago se revolvió. Eso nunca era una buena señal.
—Como en media hora, ¿cómo suena eso?
—Genial, creo que comeremos espagueti esta noche, así que no hay prisa.
—¡Spaghetti al respecto! —dije con acento italiano. Papá se rió un poco de
nuestro viejo chiste, pero estaba tan cansado que apenas lo escuché.
—Hasta pronto, Bee.
—Nos vemos.
Tenía que llegar a casa, lo sabía. Papá no sonaba tan bien, y mamá no estaría
en casa por otras setenta y dos horas, ya que su turno en el hospital esta semana era
doble. Necesitaba a alguien allí con él, y era la única.
Por mucho que quisiera quedarme y ver la puesta de sol sobre el terreno, me
levanté, arrojé mis libros en mi bolso y los revisé con la bibliotecaria.
—Ah. —Se subió las gafas en su nariz—. Eres la estudiante con la beca McCaroll,
¿no?
—Sí. —Me moví incómoda—. ¿Realmente me destaco tanto?
—Eres una de las tres estudiantes de esta escuela sin bolso de diseñador.
Nos reímos, y ella volvió a hablar.
—Te veo tanto aquí que pensé que deberías estar estudiando duro para algo.
Tienes que mantener buenas notas para conservar la beca, ¿eh?
—Sí, y un ensayo, todos los meses.
Sus ojos se agrandaron.
—Vaya. Eso es mucho trabajo.
—Vale la pena. —Le sonreí. Seguía revisando mis libros, leyendo los títulos en
voz baja.
—El Cerebro Moderno, Un Estudio de Química y los Estados de Ánimo,
Conciencia Mental para el Inconsciente. —Me miró—. ¿Tendrás una clase de
psicología pronto?
—Algo así. —Agarré los libros y los puse en mi bolso—. Que tenga buena noche.

***
Caminé por el césped y hasta el estacionamiento, ahora vacío de Jaguares y
convertibles cromados. Mi pequeño Volvo gris me esperaba, arrojé mis cosas y me
fui hacia mi casa. El ambientador de aire horriblemente maloliente de mamá se
balanceaba en el espejo retrovisor, una taza de café vacía con manchas de lápiz labial
todavía estaba en el portavaso. Normalmente la dejaba en el trabajo y la recogía
después, pero en cualquier otro momento el auto era de ella. En los días cuando
estaba en casa, tomaba el autobús. Me gustaba conducir. Papá no podía hacerlo, no
desde que se enfermó, así que presioné para obtener mi licencia para no estar
totalmente atascada en casa con mamá en el trabajo.
Los abetos brillaban en la carretera, perforando el sol poniente con oscuras
puntas de lanza. La puesta del sol es la única vez que no duele al mirarlo, pensé.
Los ojos de Wolf, por otro lado, nunca se atenuaban.
—¡Fuera de mi cabeza! —Apreté los dientes. La mirada de Wolf ignoró mi
demanda, y se quedó en mis recuerdos como una mala mancha.
Sé cómo averiguó de mi beca, todos los maestros lo saben, y aparentemente la
bibliotecaria también. Cuando me uní por primera vez a Lakecrest, corrieron algunos
rumores: ¿quiénes podrían ser mis padres? ¿Por qué manejaba un auto tan barato?
¿Por qué mi cabello estaba tan trágicamente cubierto de puntas abiertas? No sería
difícil juntar dos y dos; de que era la estudiante becada. Pero las otras cosas: ¿dónde
trabajaba mi mamá, papá estando enfermo, mi deseo de ir a la Universidad de Nueva
York? ¿Cómo sabía Wolf sobre algo de eso? Eso era material privado y personal.
Incluso sabía que quería ser psicóloga. Cómo…
Pensé en todo lo que escribí sobre la NYU. Era el único ensayo, lo que escribí
para obtener la beca McCaroll en primer lugar. Debe haber leído eso. No iba
exactamente anunciando que quería ser psicóloga, y lo único que tenía que decir
sobre la NYU fue al comité de becas.
Así que Wolf de alguna manera se coló en una lectura de mi ensayo. ¿Por qué?
¿Por qué molestarse con algo tan insignificante como eso? Tal vez era fisgón. La
verdad hizo conocer su pequeña voz claramente; no era fisgón. Les daba tarjetas
rojas a las personas que hacían cosas que no le gustaban. Leyó mi ensayo para saber
todo de mí, así sabría exactamente qué tipo de problema tendría la estudiante
becada, y si cumplía o no con sus pequeñas reglas.
—Tarado —murmuré, deteniéndome en el camino de entrada de casa. La vista
de nuestro dúplex desató una profunda ira que no sabía que tenía dentro. Al menos
mi casa estaba libre de las Blackthorn.
Subí las escaleras y fui recibida en la entrada por un olor a quemado. Una ola
de terror me recorrió, ¿era un incendio? Tenía que sacar a papá, antes de que el humo
lo hiriera a menos que ya lo hubiera hecho…
Dejé caer mis bolsas y corrí dentro, cubriendo mi nariz con mi manga.
—¿Papá? —grité. Encontré la fuente del humo en la cocina: una olla de salsa de
tomate estaba ardiendo. La quité y apagué la flama, abrí la ventana de la cocina para
dejar salir el humo—. ¡Papá! —Abrí las puertas de su habitación, mi cuarto, el baño,
finalmente lo encontré sentado en el borde de la bañera, mirando al suelo—. Ahí
estás. —Me desplomé a su lado. Mis ojos se clavaron en sus muñecas, pero papá se
burló y murmuró:
—No me hice daño, si eso es lo que te preocupa.
—Yo no… —Aparté mis ojos de sus muñecas y miré su demacrado rostro. No se
había afeitado en unos días, pero rara vez lo hacía en estos días—. Lo siento, no quise
decir nada, papá, estaba preocupada. Dejaste la salsa en la cocina, y yo...
—Sé lo que hice, Bee —espetó, levantando la cabeza. Mamá siempre decía que
me parecía mucho a él, con el cabello gris marrón, como un zorro plateado en verano.
El suyo era más gris que el mío, con rayas blancas apenas visibles en sus sienes. Los
ojos de papá son como los míos, azules, pálidos y ligeramente demasiado grandes
para nuestras caras cuadradas, pero enrojecidos e irritados la mayoría de las veces—
. Estaba preparando la cena. Vine aquí para tomar mis pastillas… —Respiró—. Y
luego me di cuenta: ¿por qué las tomo en absoluto, si no hay nadie en casa por quien
tomarlas?
Me sentí mal del estómago.
—Papá…
—Me hacen normal —dijo de manera uniforme—. Me hacen actuar como una
persona normal, ¿verdad? Entonces ¿por qué debo tomarlas si estoy solo la mayor
parte del día? Si estoy solo, puedo ser tan anormal como quisiera. Puedo…
Titubeó, sus ojos se apagaron mientras me miraba.
—Lo siento, Bee. No quise asustarte.
—Está bien. —Sonreí, saltando y agarrando un vaso de papel y sus pastillas del
armario. Lo llené de agua y se lo tendí. Intenté sacar lo poco que recordaba de los
libros que había revisado. No debería confrontarlo directamente, según decían los
libros, pero siempre debería centrarme en el bienestar del paciente—. Si no quieres
tomarlas hoy, está bien. Es solo que, podrías sentirte mejor si lo haces.
Papá miró las píldoras y luego me vio.
—Está bien.
Lo vi tragarse las pastillas con agua, y aunque su sonrisa después pareció
forzada, seguía siendo una sonrisa.
—Bueno, quemé la cena.
—¡Spaghetti al respecto! —canté—. Puedo pedir una pizza.
Papá asintió con cansancio.
—Podrías hacerlo.
Observé a papá mientras nos acomodábamos para las telenovelas en el sofá.
Era algo que siempre habíamos hecho juntos; tomar un tazón de palomitas de maíz,
encontrar el espectáculo más hilarantemente malo, y burlarnos de todos los
sobredimensionados giros de la trama. Ese solía ser mi ideal el sábado por la noche.
Ahora, sin embargo, era una historia diferente.
Papá lo intentó; al comienzo de su diagnóstico, sé que hizo todo lo posible cada
día para actuar como si nada estuviera mal. Pero eso duró cuatro meses. Los días en
que no se levantaba de la cama comenzaron a volverse más y más frecuentes, y se
sentía mal por quedarse en la cama tanto tiempo. Era un círculo vicioso. Mamá lo
comprendía y lo quería, pero sus peleas se volvían cada vez más frecuentes. En
realidad, no eran “peleas” tradicionales, la mayoría de las veces papá se retiraba a su
taller en el sótano antes de que estallara una verdadera pelea. Cuando aparecía,
mamá lo acusaba de escapar de sus problemas, de ser un cobarde, y todo volvía a
comenzar, otro día, durante una cena diferente. A veces, ella iba allí tras él, y la oía
llorar desde el sótano. Cuando salían, eran un poco más amigables uno con el otro.
No sé lo que pasaba allí, y nunca lo haría. No podía soportar escuchar el llanto por
más de unos pocos segundos. Siempre sentía que el sonido en sí era un monstruo
que intentaba abrir mi pecho.
Empecé a pensar que yo era la verdadera cobarde. Ni siquiera podía consolar a
papá, o mamá, cuando más lo necesitaban.
Llegó la pizza, y papá y yo comimos con gusto. Sugerí más televisión después.
La televisión siempre era una buena forma de pasar tiempo juntos sin exigir
demasiado de él. Pero papá insistió en limpiar la olla quemada, así que subí a mi
habitación y abrí los lomos de mis nuevos libros.
“Sobre todo”, decía el libro. “Debe recordar que la depresión y los
pensamientos suicidas son el resultado de un desequilibrio químico en el cerebro.
Es una enfermedad, no una condición del carácter del paciente, y debe tratarse
como cualquier enfermedad, como un malestar que no está bajo el control de
nadie”.
—No está bajo el control de nadie —repetí, y lo anoté en mi cuaderno morado
de cuero. Es el mismo en el que escribo ahora, en realidad. Empecé a guardar uno
solo para tener todas las cosas importantes disponibles, si papá tiene un episodio
particularmente malo, o se me olvidaba qué decir cuando hablaba con él. No podía
darme el lujo de decir algo equivocado y hacer que me odiara aún más. Me prometí
que solo mejoraría su enfermedad, no la empeoraría.
Un golpe en mi puerta me hizo alzar la mirada.
—Adelante.
Mamá asomó la cabeza por la puerta y sonreí.
—Mamá, ¿te dejaron salir?
—Denise tomó mi turno —dijo—. Realmente lo necesitaba, y me trajo a casa
también, ¿cómo te fue esta noche?
Se estaba refiriendo a papá. Era la misma pregunta que hacía cada vez que
llegaba a casa después de un largo turno. Abrí la boca para contarle sobre la sartén,
sus pastillas, y luego me detuve. Sus ojos se veían tan cansados, los círculos debajo
de ellos eran de un púrpura violeta y su cabello desordenado. Un leve olor a
antiséptico se adhería a ella. Negué.
—Estuvo bien, comimos pizza y vimos televisión.
—Uf, eso suena como el cielo. —Exhaló un suspiro—. ¿Y cómo te va? ¿La escuela
todavía está bien?
—Aparte del hecho de que estoy bastante segura de que soy la única que sabe
cómo limpiar mi propia habitación en todo el campus, sí, es genial.
Mamá se rió entre dientes.
—Así de mal, ¿eh?
—Juro que vi a alguien vistiendo un collar de diamantes. En P.E.
Su sonrisa hizo que mi corazón se hinchara un poco, incluso cansada, era tan
bonita.
—Increíble. No puedo creer que hayas elegido esa escuela.
—Verás, cuando sea mundialmente famosa y obscenamente rica, ¡te
arrepentirás de habérmelo preguntado alguna vez!
—Está bien, tigre. —Se rió de nuevo y miró alrededor de la habitación—. ¿No
extrañas todos tus viejos carteles y fotos? Las paredes se ven tan desnudas.
—Se llama atmósfera, mamá. No puedo concentrarme en álgebra si una banda
de chicos sin camisa sigue mirándome.
—¿Qué hay de tus viejos libros? ¿Los de fantasía? ¿También los guardaste?
—Tengo libros de texto para leer ahora.
Ella negó.
—Está bien, lo entiendo, deja tu uniforme y lo plancharé cuando me levante,
pero por ahora, me estoy cayendo.
—Está bien. Dulces sueños.
—Dulces sueños, Bee —dijo, y cerró mi puerta. Solté un largo suspiro y miré las
paredes en blanco. Solían estar cubiertas de cosas que me gustaban: bandas de
chicos, anime, musicales y viejos programas de televisión. Conservaba libros
también, en una enorme estantería; todos los favoritos de mi infancia combinados
con mis nuevos amores. Como una pequeña ardilla fanática del invierno, solía
coleccionar figuritas, camisetas de bandas, la última trilogía de fantasía firmada por
el autor: cualquier cosa y todo respecto a las personas y los medios que me
obsesionaban. Pero especialmente libros.
Los libros eran mi pastel, mi crack. Podía comer toda una trilogía de libros en
un día, fácil. Cuando estaba leyendo de verdad, cuando papá no estaba enfermo, solía
leer cuarenta libros al mes. Loco, lo sé. Me tomaba la mayor parte de mi tiempo, pero
no me importaba en absoluto. No tenía nada mejor que hacer. A veces incluso
intentaba escribir, sentada en mi computadora portátil y soñar en mundos de
fantasía para que mis personajes se pasearan por ahí. Nunca le mostré mi escritura
a nadie, principalmente porque estaba avergonzada, y sobre todo porque no era
buena.
Antes de que papá se enfermara, quería ser escritora.
Sé que suena tonto, lápiz y papel. Todos quieren ser escritores. Todo el mundo
quiere ser estrella de rock también. Pero realmente lo deseaba. Estaba lista para ir a
la escuela, haciendo una lista de las mejores escuelas de escritura, como Sarah
Lawrence. Soñaba con leer todo tipo de literatura, escribir mi propio tipo de
literatura, rodeada de gente que amaba los libros tanto como yo.
Pero no estaba destinado a ser.
El día que mi padre fue diagnosticado fue el mismo día en que investigué los
mejores programas de psicología universitaria que pude encontrar, y las mejores
secundarias para ayudarme a entrar en ellos. Me concentré y cambié mis
calificaciones de C a todas A. Dos semanas después del final del primer año en mi
antigua secundaria, ingresé al concurso de ensayos de becas McCaroll para Lakecrest
y gané.
Vi mi armario, donde había montones de cajas de cartón, todas mis cosas viejas
e infantiles dentro de ellas. Mis libros estaban allí, llamándome. Siempre había
estado tentada de volver a abrirlos, navegar entre los mundos que solía amar, pero
en el último segundo recordaba la cara de papá cuando escuchó su diagnóstico, la
expresión de mamá cuando llegaba a casa, cansada y difícilmente compuesta, y todas
mis ansias egoístas de relajarme se desvanecían de inmediato.
No tenía tiempo para jugar en tierras de fantasía. Papá me necesitaba. Mamá
me necesitaba.
Seguí con mi tarea y lo reprimí, pero por mucho que tratara de concentrarme,
la imagen de los iracundos ojos de Wolf se deslizaba en mi cerebro quemando entre
todas esas ecuaciones y derivadas. El hecho de que creía que conocía a mi familia no
hacía más que molestarme, una y otra vez, como frotar sal en una herida.
Hablaba de un gran juego, en su castillo dorado con su cuerpo perfecto, dinero
infinito y pequeñas batallas de poder con tarjetas rojas, pero no sabía una mierda
sobre mí.
3
e fui a la cama enojada con Wolf. A la mañana siguiente, me levanté
ligeramente ofendida. Estaba dispuesta a perdonarlo. Quizás. Si
decidía pagarme un millón de billones de dólares.
Excepto que mamá me dejó en la escuela y él tuvo que hacer que lo odiara de
nuevo.
Siempre sabías cuándo los hermanos Blackthorn estaban por ahí, porque allí es
donde se juntaban las personas. Un círculo de gente rodeaba a otras dos personas en
el patio, una parte cubierta de hierba del campus donde la gente solía pasar el rato
antes de que sonara la campana. Las dos personas en cuestión eran Wolf, y un chico
de primer año que reconocí como parte del equipo de natación también. Fitz y Burn
esperaban a Wolf lejos de la multitud, apoyados en una columna y observando todo.
Luché para llegar al borde del círculo, apenas captando las palabras.
—¿Quién es ese?
—Wolf necesita dejar de molestar a los estudiantes de primer año. Pero no le
digas que dije eso.
—¡Mira a ese tipo! Es tan grande para un estudiante de primer año.
Era cierto: el estudiante de primer año tenía casi la estatura de Burn y el doble
de ancho. Sus músculos se hinchaban de su uniforme, como si hubiesen crecido
demasiado rápido como para mantener su propia piel. Wolf estaba de pie frente a él,
su chaqueta perfectamente apretada y sus ojos avellana entrecerrados, su cuerpo
exactamente opuesto al del estudiante de primer año: delgado y elegante y enrollado
como un resorte.
—Te preguntaré nuevamente, ¿vas a parar? —Wolf casi gruñó.
El estudiante de primer año apretó su carnoso puño, una tarjeta roja se
asomaba de él.
—No sabes cómo es.
—No, no lo sé. —Wolf elevó sus cejas apretadas y duras—. Y tampoco lo harás
tú si continúas así.
—No me detendré. —El estudiante de primer año tensó la mandíbula con
orgullo—. Me importa una mierda lo que digas.
Mi pecho se hinchó un poco. Bien por él, de pie frente al sentido trasero de
Wolf. Wolf, por otro lado, ni siquiera parpadeó. Se acercó a la multitud, donde una
chica estaba bebiendo café helado. Le dijo algo, y ella le dio el resto. Fue un silencio
extraño, hasta que Wolf se acercó al estudiante de primer año y le echó el café sobre
la cabeza.
La multitud dio un grito ahogado a medias. Algunos comenzaron a reír. El
estudiante de primer año parecía mortificado, enojo profundamente en sus ojos,
pero no le dio tanto como una mirada a Wolf. Wolf, por otro lado, lo miró
directamente, como si fuera a lanzar un golpe. Acababa de enemistarse con un tipo
que probablemente podría doblarlo por la mitad, pero parecía imperturbable y
valiente hasta el punto de ser arrogante.
—Te detendrás —dijo Wolf—. O haré que te detengas. Es tu elección:
controlarte o que yo lo haga por ti.
El estudiante de primer año solo podía mirar al suelo, pero incluso yo podía
decir que quería gruñir “vete a la mierda”. Apreté los dientes. Me estaba enfermando
solo de ver eso. Ya tenía suficiente. Caminé hacia el centro, entre el estudiante de
primer año y Wolf. Inmediatamente pasó su gruñido hacia mí.
—¿Qué diablos estás haciendo, becada?
—Vaya, es extraño como yo también tengo una pregunta para ti, es decir, ¿eres
en verdad un enojón, o solo lo haces para presumírselo a tu papá?
Un segundo murmullo recorrió la multitud. Mantuve la cabeza alta. La mirada
salvaje de Wolf prácticamente me estaba abrasando desde adentro hacia afuera.
Abrió la boca, y en ese segundo el timbre sonó, lo suficientemente alto como para
romper la tensión y dispersar a la multitud en una docena de direcciones. El
estudiante de primer año se apartó de nosotros, goteando café mientras lo hacía. En
un abrir y cerrar de ojos, solo estábamos Wolf y yo. Seguiría su juego mirándolo, pero
estaba demasiado nerviosa en ese momento.
—Sigues metiéndote en mi camino —gimió.
—Alguien tiene que hacerlo —dije—. ¿Has visto una sola caricatura después de
la escuela? ¿De qué otro modo podemos defendernos contra los males del acoso
escolar? —¿A quién engaño? Probablemente creció viendo orquestas en Berlín en
lugar de ver televisión.
Me sorprendió mi propia valentía, pero luego me di cuenta de que mi boca se
estaba moviendo en piloto automático, nacido de esa clase de ansiedad que te aplasta
el pecho. ¿Podría realmente quitarme mi beca? Incluso si pudiera, eso no quería
decir que simplemente me quedaría de brazos cruzados y lo vería hostigar y humillar
a otras personas. No cuando sabía cuánto daño psicológico puede hacer. La mirada
de Wolf permaneció en mi rostro, sobre mi chaqueta, en mi falda, calcetines largos y
converse gastados.
—Tienes las mejores calificaciones de la clase de segundo año detrás de Fitz —
dijo Wolf finalmente—. Pero en realidad eres una completa idiota.
—Prefiero ser una idiota que un matón sádico y malcriado —le respondí, mi
rostro poniéndose rojo.
—Así es cómo piensas de mí. —Cruzó los brazos sobre el pecho.
—No pienso en ti en absoluto —espeté, dejando que la ira y el miedo
alimentaran mi lengua—. A diferencia del resto de los idiotas impresionados por las
estrellas en esta escuela, literalmente, no pienso en ti, porque, resulta que las
personas que me amenazan no están en mi lista de por los que doy una mierda.
¿Quieres quitarme mi beca? Adelante. Ve a llorarle a tu papi. Pero estoy segura como
el infierno de que no lo dejaré ir fácilmente. Lucharé contigo. Lucharé con tus
estúpidos hermanos. Lucharé con tu papá. Lucharé contra cualquiera que se
interponga ante lo que quiero en la vida. Entonces adelante. Pruébame. Pero no digas
que jodidamente no te lo advertí.
Volteándome, me alejé, mi corazón latía como un pájaro frenético contra mis
costillas. La adrenalina chamuscaba mis venas, mi cuerpo listo para cualquier cosa.
Si intentaba correr detrás de mí, lo patearía en las nueces y correría. Si intentaba
acercarse a mí otra vez como ayer, golpearía su rostro.
Si no estaba segura antes, ahora lo estaba; odiaba a Wolfgang Alexander
Blackthorn con cada fibra de mi cuerpo.
Pero para odiar mejor a tu enemigo, debes llegar a conocerlo mejor. Y no quería
dejar que un poco de desprecio recién descubierto se interpusiera en mi forma de
descubrir el trato de Wolf. Cuanto más supiera de él, mejor podría defender mi beca.
Pregúntenle a cualquiera en la Preparatoria Lakecrest sobre la vida personal de
los hermanos Blackthorn, y harán una de dos cosas; A. Pretender que no te conocen,
ni a los hermanos Blackthorn, o incluso a su propio trasero, o B. Permanecer mudos
de forma selectiva durante un mínimo de tres minutos mientras los miras
expectantemente esperando una respuesta.
Lo descubrí en el almuerzo. O lo intenté. Resulta que, si te enfrentas al chico de
oro de la escuela, se corre la voz, y obtienes algunas miradas desagradables y todo el
valor de un contenedor de basura. Incluso la mesa de almuerzo habitual en la que
me sentaba con algunas chicas no amenazantes me dijo que no podía sentarme allí.
Mi único refugio en esta infernal cafetería: desaparecido. Un tipo me dio un codazo
para que tirara mi bandeja, sus amigos se rieron desde una mesa muy lejos. Pasaba
desapercibida, como un cartón, o una decoración monótona que a nadie le
importaba, y ahora era la enemiga pública número uno. La gente podría haberse
sentido ambivalente sobre mí antes, pero seguro que ahora me odiaban. Pero estaba
bien, no vine a este lugar para hacer amigos, de todos modos.
Le pregunté a todos los que no arrugaron la nariz de inmediato lo que sabían
sobre los hermanos Blackthorn, y todos me dieron la misma respuesta. Toses.
Olfateos. Un ligero carraspeo de garganta. Algunas chicas que no parecían odiarme
se desvanecieron extremadamente impotentes. Finalmente, dejé toda esperanza de
conversar inteligentemente con mis compañeros y volví la mirada hacia los
maestros. Más de varios me dijeron que era una pregunta inapropiada y luego me
echaron de la clase antes de que pudiera discutir.
Sin embargo, triunfé con la señora Greene. Una maestra joven y educada, tenía
cara de bebé y el tono más hermoso de piel castaña que jugaba con sus blusas y faldas
flotantes. Era la profesora de química, por lo que probablemente ayudaría, cuando
la interrogué, estaba medio distraída con dos productos químicos peligrosos juntos.
—¿Los hermanos Blackthorn? —dijo—. Oh Dios, ¿por qué me preguntas eso
ahora? ¿No puedes esperar hasta después de la clase?
—Bueno, no. Verá, estoy escribiendo un ensayo de historia titulado “Una
mirada profunda a ejemplos de Homo Sapiens con sus cabezas peligrosamente
enterradas en sus propios traseros”, y necesito hacerlo en el próximo período. Me
olvidé de hacerlo.
—Eres la mejor estudiante de mi clase, Bee. No puedes esperar que me crea eso
—me dijo la señora Greene frunciendo el ceño, y casi dejando caer su vaso—. Oh, no
sé nada de ellos, ¿sí? Incluso si lo supiera, el señor Blackthorn está en el consejo
escolar, así que no podría simplemente decírtelo. Me cortaría la cabeza.
—Sé que a mucha gente probablemente le cortaría la cabeza por mezclar
sustancias químicas de aspecto muy aterrador en la misma habitación que uno de
sus alumnos. Mientras no tengo equipo de protección —canté.
La señora Greene se quedó boquiabierta.
—¡Irrumpiste!
—Aun así… —Miré mi mano—. ¿Es eso un poco de ácido lo que veo,
quemándome la piel? ¡Ayuda! ¡Alguien que me ayude!
—¡Está bien! —siseó la señora Greene, bajando los vasos—. No tienes que gritar,
sé que perdieron a su madre cuando eran jóvenes.
De repente me sentí mal por fisgonear. Casi lo suficiente como para detenerme.
La palabra clave aquí era “casi”.
—Sé que todos los años, sin falta, se ausentan el 8 de enero. El señor Blackthorn
dijo una vez durante una reunión que visitaban su tumba —gruñó la señora Greene—
. ¿Ya estás feliz? Por favor vete, hoy tengo mucho que preparar para el laboratorio.
—¿Mark Gerund realmente dejó de venir a la escuela después de haberse
peleado con Wolf hace dos años?
La señora Greene de repente parecía nerviosa.
—Sí, era nueva aquí cuando sucedió, así que no lo recuerdo muy bien, pero sí,
creo que se retiró en ese momento, ahora por favor, si no te importa, tengo que volver
a trabajar.
—Correcto, lo siento, realmente no voy a acusarla de esto.
Suspiró.
—Lo sé, yo tampoco.
—¿Por qué?
—Por ser demasiado lista para tu propio bien ¡Ahora vete! —Se acercó y me sacó
por la puerta del aula, golpeándome detrás con un grito ahogado—. ¡Gracias!
Le di vueltas en mi cabeza por el resto del día; los Blackthorn perdieron a su
madre. No podría imaginarme la vida sin mi madre, es una roca, una isla, todo lo que
mantiene unida a nuestra familia. Si alguno de nosotros, papá, mamá o yo, ya no
estuviéramos allí, nos derrumbaríamos.
A veces me corroía, que papá pudiese no estar. Era una parte natural de
estudiar mucho sobre la depresión y el suicidio, supongo. Nos juró que nunca lo
haría, pero siempre temía que algún día llegara a casa y estuviera en la bañera, o
colgado del techo, o...
Cerré los ojos y negué. No ahora. Saca esos pensamientos de tu cabeza, Bee.
No están ayudando.
—Señorita Cruz, ¿está con nosotros?
La voz del señor Brant diciendo mi nombre me sacó de allí. Me enderecé en mi
escritorio y asentí.
—Sí.
—¿Puede decirme qué estábamos discutiendo en este momento?
Mis ojos se dirigieron a mi libro de texto, a la pizarra, pero no había nada en
ella. Me mordí el interior de la boca, la sensación de una docena de ojos en mí me
mareó. Siempre tenía una respuesta para el señor Brant. Eso era, como, lo mío. La
historia es mi mejor tema.
—No puedo recordarlo.
—Bueno, tal vez lo recuerde mejor si lo escucha la próxima vez —insistió el
señor Brant. Asentí mientras un murmullo recorría la clase. En la parte de atrás,
podía ver a Fitz, con el cabello recogido, con la barbilla apoyada en los brazos
cruzados, como si solo levantara la mirada de su lugar habitual para dormir en el
escritorio. Sus ojos verdes atraparon los míos, y rápidamente desvié la mirada.
Lo último que necesitaba en ese momento era la atención de un Blackthorn.
Pero la tuve de todos modos. Después de la clase, Fitz se acercó a mi escritorio.
—Hola, becada. —Sonrió—. No creo que hayamos sido presentados
formalmente todavía.
—Desafortunadamente, ya sé quién eres —le dije, apresuradamente metiendo
mis libros en mi bolso—. Y tres veces desafortunado, tengo otra clase a la que llegar
al otro lado del campus, así que si me disculpas…
Puso su cuerpo entre la puerta y yo. Traté de hacer que mi mirada imitara una
espada de sierra, pero no se desvaneció en absoluto. Solo siguió sonriendo.
—Ni siquiera me has dicho tu nombre.
—Ya sabes mi nombre —dije.
—Bueno, claro, quiero decir, soy yo quien hackeó la computadora de mi padre
y le robé una copia de tu ensayo.
Mi boca se abrió un poco.
—¿Qué?
—Me escuchaste. —Fitz se rió, sus ojos verdes brillaron—. Sus contraseñas son
siempre muy fáciles de adivinar. Supe tu nombre hace semanas. Pero me gustaría
escucharlo de ti. Ya sabes, ¿fingir que somos personas normales que se presentan
por primera vez?
—No tendríamos que hacerlo si no hubieras hackeado a tu padre —titubeé—.
De todos modos, ¿por qué querías tanto saber de mí?
Fitz se encogió de hombros.
—Wolf me pidió que lo hiciera. Siempre me está pidiendo que investigue a los
nuevos chicos.
—¿Por qué? ¿Está paranoico de que alguno de ellos pueda arruinar su preciosa
escuela?
—Oh, dulce ingenua y mal vestida bebé.
—¿Mal vestida? —farfullé.
—Escucha, esta escuela ya está arruinada. —Fitz me ignoró—. No has estado
aquí el tiempo suficiente para notarlo.
—¿Estás hablando del materialismo alucinante o de la actitud engreída?
—Eso es solo lo de la superficie. —Fitz negó—. En caso de que no lo hayas
notado, el dinero hace que las personas se sientan bien haciendo cosas estúpidas.
—Igual que tu hermano y sus tarjetas rojas.
Al principio de mi carrera en Lakecrest, aprendí que Fitz nunca fruncía el ceño.
Su rostro se volvía neutral, y tal vez incluso aburrido, pero nunca, nunca fruncía el
ceño. Excepto esta vez.
—Wolf es el único que está haciendo algo bueno por esta escuela.
Me reí, pero me detuve cuando me di cuenta de que no estaba bromeando.
—Lo siento, pensé que estabas probando una rutina de comedia de stand-up.
¿No es lo que está pasando aquí?
—No espero que me creas. —Fitz negó—. Claramente odias a Wolf, después de
todo.
—Lo único que odio es que las personas asuman lo que siento por otras
personas.
—Cariño… —Fitz puso una sonrisa de miedo mientras se burlaba de mí—. Nadie
lo asume. Tu odio por él esta mañana fue tan claro como que el cielo es azul.
—De acuerdo, me atrapaste, odio a los burlistas arrogantes. Extraño, ¿eh?
Nadie más parece hacerlo.
—Te diría que le des una segunda oportunidad, pero claramente no eres del tipo
indulgente —dijo.
—Wolf y tú son un paquete —logré decir—. Así que voy a decir esto una sola vez;
no quiero tener nada que ver contigo, o él, ni con el alto tampoco. O su padre rico.
Solo déjenme en paz, y dejen de amenazarme con mi maldita beca...
La sonrisa de Fitz se hizo más grande y pícara como su rizo.
—Es una pena que te vayas pronto. No me he divertido tanto en mucho tiempo.
Incluso Burn parecía un poco menos muerto en el interior con tus payasadas esta
mañana, y eso es mucho decir.
Mi estómago se cae. ¿Me iré pronto? Eso quiso decir…
—Es extraño —presionó Fitz—. Siempre llegamos un poco tarde, pero hoy, Wolf
insistió en que llegáramos a la escuela temprano para darle a ese estudiante de
primer año la tarjeta roja, como si quisiera evitarte, o algo así.
—¿Por qué es extraño?
—Pensé que lo odiabas. —La sonrisa de Fitz se convirtió en una mueca—.
Mírate, haces preguntas sobre él como si te importara.
—No me importa, solo quiero... ¡Uf! Bien, no me lo digas. Solo aléjate de mí. —
Me puse mi mochila al hombro y comencé a caminar hacia la puerta. La voz de Fitz
me detuvo.
—Nunca trata de evitar a la gente, Beatrix, al contrario, de hecho, los confronta
constantemente, pero por alguna razón, quiere evitarte a ti.
Lo miré por encima de mi hombro.
—Dile que el sentimiento es mutuo.
Salí del aula, la adrenalina sacudiéndome de nuevo. Cada vez que hablaba con
uno de los chicos Blackthorn cara a cara, me ponía tan nerviosa que apenas podía
ver bien. Es la beca. Sabía que lo era. Tenían el poder de quitármela, de sacar de la
foto mi arduo trabajo con un chasquido de sus dedos. Podrían cortar mi vida con
guillotina, y estaba esperando que bajaran la cuchilla. Lo hicieron con Mark Gerund.
Podrían hacerlo conmigo.
Abrí mi casillero, una tarjeta roja se resbaló del interior. La recogí y leí la
palabra que ya sabía que estaba en ella.
DETENTE.
Miré alrededor en busca de cualquier señal de los hermanos. Tenían que estar
cerca, listos para abalanzarse a la matanza. Sabía exactamente lo que Wolf quería
que dejara de hacer. Lo había dejado muy claro esta mañana. Esto era solo una
formalidad. Quería que dejara de interferir.
Pero como el infierno si hacía lo que quería. Todos los demás lo hacían. Todo
el mundo probablemente lo haría, por el resto de su mimada vida. Pero no iba a darle
esa satisfacción. Nadie merecía el respeto de Beatrix Cruz, tenían que ganárselo.
Moví las manos para romper la tarjeta roja en dos cuando una voz profunda me
asustó sin piedad.
—No haría eso si fuera tú.
Miré alrededor y vi a Burn, medio escondido en las sombras al lado de los
casilleros, a pesar de su altura. Su cabello corto y rizado se balanceaba con la brisa,
sus ojos me miraban cansados sin nada del veneno de Wolf o la diversión de Fitz.
Solo parecía completamente aburrido.
—¡Jesús en un plato de queso! ¡Me asustaste! —dije.
—Lo siento —murmuró—. No era mi intención.
—¿Qué pasa con los chicos Blackthorn que me molestan hoy? ¿Me oíste cuando
les dije a todos que se mantuvieran alejados de mí?
—Te escuché —dijo Burn, su voz se suavizó incluso cuando la mía se hizo más
fuerte. Estaba tan tranquilo que de alguna manera me sentía tonta por estar tan
nerviosa. Respiré profundo.
—¿Wolf los puso en esto?
La cara de Burn no hizo muchos movimientos, pero frunció un poco el ceño en
esta ocasión.
—¿Nos puso?
—Fitz también habló conmigo. Trató de decirme lo extraño que era que se
levantaran temprano, o algo así. No sé, dejo de escuchar los tonos de voz
condescendientes cuando duran más de cinco segundos.
Escuché una risita, y pestañeé. Ese no pudo haber sido Burn. Nunca lo había
visto sonreír, y mucho menos reír. Pero ahí estaba, la más pequeña de las sonrisas
en su rostro, aunque se desvaneció rápidamente cuando encontré sus ojos.
—Cuando Wolf comenzó, no estaba de acuerdo con sus métodos —dijo Burn—.
Todavía no lo estoy. Cuando me dijo lo que planeaba hacer, intenté convencerlo de
que no lo hiciera.
—Obviamente, eso no salió demasiado bien.
Burn siguió, su voz firme.
—No lo ayudé al principio, tampoco Fitz, era tonto, pensamos, pero luego lo
vimos.
Sus ojos color verde jade se alejaron un poco, ya que estaba profundamente
metido en su memoria.
—¿Vieron qué? —intenté
—La escuela. Se... transformó. Mejoró. Todos le temían a Wolf, y él lo sabía, y
lo usaba. Las tarjetas rojas hicieron que la gente pensara dos veces antes de hacer
cosas terribles.
—Lo siento, tengo que ser lenta o algo así, porque no entiendo seriamente lo
que es tan bueno acerca de intimidar a las personas para que hagan lo que tú quieres.
Burn me estudió, no me devoró con los ojos como Wolf, sino que me vio lenta
y directamente a la cara. Sin fuego, sin ácido. Solo neutralidad.
—Espero que te quedes, Beatrix —dijo finalmente.
—¿Por qué?
Burn volvió a callar, y luego murmuró, casi para sí mismo:
—Nunca he visto a Wolf acercarse tanto a alguien.
Fruncí mis cejas.
—¿Qué?
—Él no… hace toda la cosa conmovedora —dijo Burn—. Y odia acercarse
físicamente a las personas. Pero tú… ese día con Eric y la tarjeta roja…
Se detuvo, pero el momento del que estaba hablando me golpeó con un claro
recuerdo. El calor corporal de Wolf, la forma en que su sombra bailó sobre mi piel.
Se había acercado demasiado. Pero aparentemente eso no era algo propio de él.
—Burn, qué demonios...
—Solo... hazme un favor —dijo Burn—. Y quédate en esta escuela, si puedes.
Sin decir una palabra, se alejó. Yo farfullé en el aire, moviendo mis manos con
confusión. No solo los hermanos Blackthorn eran molestos como el infierno, eran
obtusos. Los tres eran muy diferentes, pero compartían una cosa en común: nunca
se detenían a explicarse.
—Bien. —Metí mis libros en mi bolsa—. Bien, no expliques nada nunca, eso está
bien y es elegante y definitivamente es algo que hace la gente normal. —Me moví
para romper la tarjeta roja con frustración, pero algo me detuvo. Si lo hacía, Wolf
estaría más enojado, ¿no? Bajaría esa cuchilla de guillotina en mi cabeza aún más
rápido. ¡Argh! ¡Odiaba haber tomado alguna decisión por su culpa en primer lugar!
Era una mierda, y él era una mierda, y…
Mi bolso zumbó y saqué mi teléfono. Papá me estaba llamando. Agarré el
teléfono con fuerza, el plástico de sus bordes se hundió como dientes en mi palma.
Le dije que estaba casi en casa, y que llegaba tarde al autobús. Lo que estaba, gracias
a cierto hermano Blackthorn. Contesté con un nudo caliente de terror en mi
estómago.
—No estoy en Lakecrest por mí. —Descansé mi mentón sobre el frío metal de
mi casillero y murmuré hacia él—. Esto no es sobre mí. Este lugar es por papá. NYU.
La Universidad de Nueva York, Bee. No te desvíes. Eso es todo lo que importa. Si
odias las entrañas de Wolf, ignóralo, y haz lo que tengas que hacer para salir de aquí
con un brillante currículum universitario.
Me lo repetí todo el camino hasta la parada del autobús. Si lo decía bastantes
veces, se consolidaría en mi cerebro como una verdad, y podría dejar de atrapar el
fuego ofensivo cada vez que veía la cara de Wolf. En teoría. Pero, Dios mío, mis
teorías eran horribles últimamente.
Saqué uno de mis libros de psicología y comencé a leerlo, así que no noté la
lustrosa limusina negra que se acercaba a la acera. Incluso si lo hubiera hecho,
probablemente habría pensado que era alguien que iba a ser recogido de la escuela
por su chofer privado, algo que muchas veces había visto en este punto para estar
sorprendida. Entonces la voz grave me golpeó cuando dijo mi nombre.
—¿Señorita Cruz?
Levanté la vista para ver al hombre más guapo y anciano que había visto,
sentado en el asiento trasero de la limusina, con la ventana baja. Su cabello era casi
blanco por la edad, pero su rostro tenía finas y profundas líneas que le daban un
aspecto más majestuoso. Sus cejas eran gruesas y su nariz era ligeramente
pronunciada, y sus labios formaban una sonrisa.
—Así que usted es la señorita Cruz, me presento, mi nombre es Nathaniel
Blackthorn, y soy presidente de la Junta Escolar de la Preparatoria Lakecrest.
El padre de Wolf. El hombre al que le envié mi ensayo para la beca McCaroll.
El tipo al que Fitz hackeó para obtener el mismo ensayo. Estaba tan preocupada por
impresionarlo cuando estaba tratando de ingresar a esta escuela. De repente, mi
corazón se sintió como si hubiera sido dirigido directamente a mi caja torácica. Me
puse de pie y alisé mi falda.
—H-Hola, señor. Lo siento, no sabía…
—Tenemos algo de qué hablar, me temo —me interrumpió sin problemas y
sonrió con ojos arrugados—. Se trata de su beca.
—Oh. C-correcto. —El corazón en mi garganta comenzó a latir con dificultad.
Eso era, ¿no? Iba a abrir la boca y a decirme que mi beca fue revocada—. Por favor,
si hay algo que pueda hacer para mantenerla.
Para mi sorpresa, el señor Blackthorn se rió entre dientes.
—Ah, entonces es consciente de cuánto le disgusta mi hijo. He estado pensando
que esto ya pasaba por algún tiempo. Excelente, eso demuestra que es mucho más
lista de lo que pensaba.
Levanté la vista, confundida.
—No entiendo.
—En ese caso, ¿sería tan amable de encontrarse conmigo en Ciao Bella esta
noche?
El restaurante italiano más elegante de este lado de la ciudad.
—No estoy segura de que debería...
—No quise ponerla en una posición incómoda, señorita Cruz. Solo esperaba
hablar con usted en un lugar donde ninguna de nuestras familias pudiera estar al
tanto de la conversación.
Sus palabras eran pesadas y lentas, ya que tenían un doble significado en ellas.
Fruncí el ceño, pero el señor Blackthorn continuó.
—Le estoy ofreciendo una forma de que pueda salvar su beca, señorita Cruz.
Me sentí estúpida por sonrojarme, pero lo hice de todos modos.
—Mire, señor Blackthorn, no creo que esto sea apropiado...
Se rió, esta vez, con mucho movimiento y en alto.
—Oh, querida, tiene razón, sería un horrible cabrón si eso fuera lo que quisiera,
¿no? Pero no, estoy muy feliz siendo viudo, gracias. Mis intereses están en su
posición, señorita Cruz, dentro de esta escuela. Creo que hay algo que puede hacer
por mí que agradecería muchísimo.
Debió ver lo confundida que estaba, porque sonrió.
—Simplemente encuéntrese conmigo en Ciao Bella a las siete de esta noche.
Pregunte por Blackthorn, discutiremos los puntos más delicados allí. Lo espero con
ansias.
No esperó a que confirmara o negara. Simplemente subió su ventana tintada, y
la limusina se alejó. Y así es como supe que era un Blackthorn de verdad, porque se
fue sin explicar nada en absoluto.
4
na chica me está esperando cerca de mi moto en el estacionamiento
después de clases.
Pero no es nada nuevo. A las chicas siempre, por alguna razón u
otra, les ha gustado esperar cerca de mi moto. He aprendido a vivir con ello, de la
forma en que aprendes a vivir con los mosquitos. Vivir con ellos no es un problema.
El problema es que últimamente, se ha vuelto mucho peor.
Las más estúpidas se sientan en la moto como si fueran las dueñas. Las
inteligentes solo se quedan de pie, admirándola.
Hoy es del primer tipo.
Es una junior en mi clase de Cálculo… ¿Miranda? ¿Minnie? Algo fácil de olvidar
que comienza con M. Está sentada en la silla de mi moto, estirándose, como si fuera
una cama. Su cabello está pintado de rojo y rizado con una agonizante precisión
como su delineador, y usa el uniforme azul marino, la falda tan alta hasta su cintura
sin que reciba miradas de los profesores. Me saluda cuando me ve. Le doy dos
segundos para que trate de adivinar que mi mirada significa que tiene que moverse.
No lo hace.
—Hola, Wolf. —Sonríe—. ¿Qué vas a hacer hoy?
Ella, como todos en la escuela, sabe que no me gusta que las personas toquen
mi moto sin mi permiso. Y aun así lo está haciendo. Todavía estoy confundido
respecto al por qué creen que estando cerca de mi moto van a conseguir algo. ¿Mi
atención? Quizás. Aunque el por qué quieren la atención de una persona con tan
corto temperamento como yo, no tengo idea. Esta chica ha decidido saltarse el
respeto y moverse directamente a donde le voy a prestar atención. Y la tendrá. Solo
que no de la manera que quiere.
—Muévete —le digo. La chica guiña un ojo y acaricia los manubrios.
—Oh, vamos, Wolf. Hemos estado en la misma clase desde siempre. Lo menos
que podrías darme es un “hola”, o un “hola, hermosa”.
—¿Por qué lo haría? —pregunto sin expresión.
—Quizás, para ser amable. —Se revisa sus uñas.
—Yo no soy amable.
Su risa es agradable, aunque su personalidad no lo sea.
—Por eso me gustas. Así que supongo que está bien. Por ahora.
—Muévete —repito, mis palabras bruscas y secas—. O te tendré que castigar.
Se sonroja.
—Bueno, ¡si insistes!
Frunzo el ceño. Ella está comenzando a darme dolor de cabeza. Si fuera Burn,
o Fitz, fácilmente podría moverla con muy poco daño, pero esa no es una opción para
mí. Nunca lo había sido. Mis palabras y ojos tienen que quemarla tanto que quiera
moverse. He perfeccionado el quemar a las personas como una forma de arte para
sobrevivir. Pero hoy no va a suceder.
Un apagado sonido de choque nos hace dar la vuelta hacia una chica que
desesperadamente levanta muchos libros de texto del suelo. Una chica que resultó
molestarme esta mañana. Beatrix Cruz.
—Dios mío, no ella —se queja Miranda—. Me molesté tanto por lo que te dijo,
Wolf. Realmente voy a pelear con ella.
—Conmovedor —digo—. Pero no tienes que defenderme.
—¡Ella es tan arrogante! —Miranda señala a Beatrix—. ¡Solo mírala!
Lo hago. Beatrix junta sus libros cuidadosamente y los toma entre sus brazos,
mientras va hacia su auto. La manera en que camina es algo insegura, pero
determinada. El viento juega con su cabello, algo se atora en la esquina de sus fríos
y sonrojados labios. El uniforme le queda de una manera que rara vez le queda a las
demás, la hace ver más joven de lo que sus ojos delatan. Es fácil ignorar la carga que
tiene en sus hombros cuando están cubiertos por la chaqueta azul marino. En los
ángulos correctos, cuando la atrapas en algún libro o cuando sonríe por algo que
leyó, casi parece la adolescente sin preocupaciones que debería ser.
El encantamiento del momento se pierde cuando Eric camina, ofreciéndose a
ayudarla con sus libros. Mi piel se calienta. No tiene idea de lo que él ha hecho, y le
permite ayudarla, sus manos tocándose, su sonrisa sin ver la maldad que oculta.
—Es tan gracioso. —Miranda se ríe—. Si de verdad comienza a salir con Eric, y
él intenta hacer lo que hizo de nuevo…
—Muévete, ahora. —Mi voz se siente como ácido en mi garganta, y Miranda
salta.
—Dios, está bien.
Me coloco el casco y enciendo la moto tan fuerte que todos en el
estacionamiento me voltean a ver. Beatrix y Eric incluidos. Recordándole a Eric que
mi presencia es suficiente para que tenga que hacerle alguna excusa a Beatrix y se
aleje. Dios, Beatrix, siendo tan ignorante, no se ve muy feliz al respecto, enviándome
una furiosa mirada mientras salgo del estacionamiento. Está bien. Dejen que se
enoje conmigo. ¿Qué es otra gota de odio en el mar de disgusto que ya siente por mí?
Si las cosas hubieran sido diferentes, si lo hubiera manejado diferente, si nos
hubiéramos conocido de otra manera.
Niego y me detengo en el semáforo. Es inútil pensar así. Lo que está hecho,
hecho está, no importa lo mucho que desee haberlo hecho diferente.
—¡Aquí está nuestro chico!
Sigo la voz, para ver a Fitz, sentado en el convertible de Burn, con Burn
conduciendo. Fitz me saluda, su rizado cabello revuelto por todos lados a causa del
viento.
—¿Qué te sucede hoy? ¿Por qué todo ese lio? Podría haber jurado que querías
que las personas te vieran, o algo así, pero eso no puede ser verdad. ¡Tú eres
antisocial, hermano! ¡Tienes una reputación que mantener!
Pongo los ojos en blanco y no digo nada. Burn asiente hacia mí, y yo asiento
hacia él.
—Esta noche, cena —dice simplemente Burn. Me encojo de hombros. Él no está
equivocado, es ese día del mes en que papá intenta que estemos todos juntos en una
misma habitación para comer. A veces es un restaurante. A veces es en casa. Pero
siempre es lo mismo, comida preparada por un chef, no por él. Conversaciones
desesperadas por respuestas. Miradas de lástima y largos discursos. Gigantescos
intentos de manipulación.
¿Y la peor parte? No podemos evitarlo, aunque queramos. Bueno, podríamos.
Solíamos hacerlo, durmiendo en el auto de Burn a orillas del camino, pero eso
significaba que al día siguiente sería incluso peor. Y el día después de eso. Evitar La
Cena, solo se convertía en cuatro Cenas más que evitar, así que habíamos acordado
asistir a la primera y superarlo.
La luz se pone verde, y Burn me sonríe.
—Carreras.
Asiento, y enciendo el motor. Él hace lo mismo. Fitz se abrocha el cinturón
como si su vida dependiera de ello.
—Oye, uh, yo aquí, siendo la voz de la razón por primera vez en mi vida, quizás
es una ¡mala idea!
Las luces verdes parpadean, y salgo disparado por la calle. El auto de Burn
puede ser espectacular y poderoso, pero mi moto acelera de 0 a 90 en un parpadeo.
Él suyo toma mucho más, pero cuando me alcanza, comienza a pasarme. Acelero,
ambos cuello a cuello a 126 kilómetros por hora. El grito de niña de Fitz es apenas
audible por mi casco y el rugir del viento. El camino a nuestra casa está
prácticamente vacío, la colina siendo la prueba perfecta para el nuevo sistema
hidráulico de mi moto. El convertible de Burn siempre es más rápido en estas
colinas, con más caballos de fuerza, pero recorto lo más que puedo y gano algo de
ventaja. La parte más difícil de esta carrera se acerca, una curva en la que puedes ver
un bosque. Siempre la tomo lentamente. Es una completa locura tomarla a más de
56 kilómetros.
Miro a Burn, su sonrisa pegada a su rostro. Él no es alguien que demuestre
demasiadas emociones, no desde que mamá murió, pero en momentos como estos,
y especialmente cuando estamos corriendo, él es tan feliz. Regocijado. Lo conozco;
lleva su cuerpo al límite, haciendo lo que sea para llegar ese centímetro más lejos,
más rápido. Es su forma de probarse a sí mismo, al mundo. A veces, se siente como
si estuviera probando la suerte, invitándola a llevárselo como se llevó a mamá.
Ambos nos estamos acercando a la curva a 126 kilómetros. Es un juego de quién
va a ser el cobarde; ¿quién se va a detener primero? Quien lo haga, pierde, es muy
difícil regresar de una curva así sin tener camino recto, y es una colina hasta casa.
Siempre pierdo, y es justo en este punto cuando sucede siempre. Pero no esta vez.
Esta vez voy más lejos. Esta vez, lo seguiré hasta donde nadie ha podido.
La curva se acerca rápido, mi corazón está latiendo muy rápido. Es ahora o
nunca. Si no desacelero, si él no desacelera…
Freno, y Burn me pasa zumbando, jalando el freno de emergencia y dando la
vuelta sin esfuerzo. Maldito. Es tan bueno en eso. Envidia e irritación luchan dentro
de mi cabeza; él es tan jodidamente bueno, pero es un imbécil. Es un movimiento
bastante peligroso. Si el camino estuviera más húmedo, o si sus frenos fueran peor,
iría directo a ese acantilado.
Conduzco el resto del camino a casa. La entrada esta inmaculadamente
cuidada, por supuesto. Papá le paga a nada más que cuatro jardineros para que
mantengan los setos y árboles de roble lo más perfectos posible. Las apariencias son,
y siempre serán, lo más importante para él.
La casa no es en la que crecimos, papá la vendió cuando mamá murió. Era
mucho más pequeña, y mucho menos ostentosa que ésta. Esta tiene pisos de mármol
blanco, una gran escalera, dos “cuartos de estar” y una habitación para el piano.
Todas las pinturas son originales, todos los jarrones de Japón. Después del funeral,
papá se lanzó a las cosas materiales, en poner esas frivolidades de los “ricos” para
poder ocultar su dolor. No siempre fue así. Cuando mamá estaba viva teníamos una
gran casa en los suburbios. Papá no era la cabeza de la corporación en ese entonces.
Pero cuando se convirtió en CEO, el dinero lo cambió. Mamá también vio el cambio,
y peleaban constantemente. Y luego ella murió. Y en lugar de abrirle los ojos a papá
para cambiar, fue exactamente lo opuesto. Le cerró los ojos, tan fuerte como pudo,
por tanto tiempo como le fue posible.
Entonces, poner un pie en la nueva casa siempre se sentía un poco triste, para
mí. Como si fuera una cáscara, un ataúd para el amor que mamá y papá alguna vez
tuvieron… un ataúd para nuestra familia, y la manera en que solíamos ser; inocentes
y felices y cientos de veces menos solitarios.
Burn y Fitz ya están fuera del convertible, Fitz siendo una ira temblante.
—¿Que parte de, “nunca voy a ir con ustedes si sacan esa mierda de nuevo” no
entienden? —exige. Burn lo ignora y me mira a mí.
—Perdiste.
Apago el motor y bajo el pedal de la moto, sacándome el casco.
—Quizás has perdido —digo—. La cabeza. Eso fue lo más rápido que te he visto
tomar la curva.
Se encoje de hombros.
—Tenía que probar el nuevo inyector de gasolina que le puse.
—Esa es una excusa ridícula, y lo sabes —respondo.
—La próxima vez, ¿quizás puedas probarla sin tenerme en el asiento del
pasajero? —dice Fitz. Burn no dice nada, volviéndose a subir al convertible para
estacionarlo en el garaje. Hago lo mismo. Friz entra furioso a la casa, murmurando
algo como “locos”.
—Él está lloriqueando, pero tiene un punto, Burn —digo. La oscuridad del
garaje hace difícil ver su rostro, no es que estaría mostrando alguna emoción—. No
hagas nada ridículo con él en el auto.
—Entonces, ¿está bien si soy solo yo? —pregunta Burn. ¿Qué puedo decir? ¿No?
¿Sí? ¿Cómo le explico que nada de eso está bien, que hacerlo por si solo podría
matarlo o lastimarlo? Pero no le importa. Nunca escucha, solo sale y hace cualquier
cosa riesgosa que quiere hacer. No hay punto en decir nada. Así que guardo silencio.
Finalmente, Burn da la vuelta y entra a la casa, y eventualmente lo sigo.
Esperaba al chef personal de papá en la cocina preparando la cena, pero no
había nadie. Extraño. Me había equivocado con la fecha de La Cena, pero eso nunca
sucedía. Había ocurrido tanto que habíamos creado un radar interno que nos
señalaba el día. Reviso la oficina de abajo, nada. La oficina de arriba, vacía. Papá no
estaba.
Desconcertado, me dirijo a mi habitación. Paso a la desordenada habitación de
Fitz, donde está tecleando en su extenso sistema de computadoras. Contenedores
vacíos de comida rápida en toda la superficie, sus ropas volando como un tornado en
su closet. La única cosa en su habitación que se mantiene limpia es su computadora.
Tiene cuatro monitores conectados a un escritorio de hierro negro, y dos monitores
más en la pared. Su silla es enorme, y se mueve de teclado a teclado, escribiendo esto
o aquello. A veces, tiene una competición de un juego como Call of Duty, haciendo
que grite obscenidades, pero no hoy. Hoy solo escribe, cientos de líneas blancas en
la pantalla negra que básicamente molesta a todos menos a él.
—El chef no está aquí —digo, tocando su puerta.
—A menos que haya creado el código de cómo hacer una poción invisible —
ofrece Fitz, sin apartar la mirada de sus monitores.
—Lo cual no ha hecho.
—Nunca sabes. —Fitz se encoje de hombros—. Quizás Harry Potter es real.
—No lo es.
—Deja de matar mis esperanzas y sueños. Oh, espera, ese es tu pasatiempo
favorito. Me disculpo.
Sé que Fitz está demasiado furioso para estar echando esa “pelea verbal”. Es
inútil hablar con él hasta que tenga diez minutos calmado, así que me dirijo a mi
habitación.
La habitación de Burn está junto a la mía, la puerta completamente abierta
revelando lo vacías que están sus paredes y lo aburridos que son sus muebles. Burn
quizás sea el más temerario de nosotros, pero también es extrañamente el más
modesto, todo desde las cortinas hasta las sábanas son grises. Un gimnasio personal
está ubicado en la esquina de su habitación, con unas pesas, y una elíptica, y una
caminadora. De nosotros tres, es quien está menos tiempo en casa, siempre
corriendo o en excursiones, así que no tiene mucho en su habitación aparte de su
ropa. En los raros momentos en que elige estar en casa, le gusta cortar pequeños
trozos de madera. Mamá le enseñó cómo hacerlo cuando era niño. Él es bueno en
eso; animales de madera con piel detallada y garras están alineadas en la ventana de
su habitación.
Camino a mi habitación y cierro la puerta detrás de mí. Prefiero la privacidad
más que Burn y Fitz. No soy tan activo como Burn, ni tan descuidado como Fitz.
Estoy en algún lugar en el medio. Mi cama está cubierta con una simple cobija, mi
computadora es decente pero no de alta tecnología como la de Fitz. Tengo algunas
pesas y pelotas de peso en la esquina de mi habitación que uso para calentar antes y
después de la práctica de natación. La única decoración en mi pared son espadas; la
vieja espada decorativa de la marina de la Segunda Guerra Mundial de mi abuelo, el
machete con hoja de oro de mi mamá que recibió como regalo de un oficial mexicano,
y una elegante katana tradicional, que mi papá me dio como soborno. Lo odio, pero
no puedo odiar algo tan hermoso y bien hecho como la katana, así que la tengo con
el resto de mi colección.
Lanzo mis guantes y chaqueta a la cama, y me acomodo en la computadora. A
veces Fitz y yo jugamos juntos, pero sé que está demasiado molesto en este momento.
Navego aburridamente por Facebook y Twitter, no ha ocurrido nada emocionante o
nuevo. No tengo cuentas de redes sociales por mi propia vanidad, o conexión con los
otros, es únicamente para mis tarjetas rojas. Las redes sociales te dan pistas sobre la
vida de una persona, tan fácil como una nuez partida. Todo lo que toma es escarbar
un poco en la red de Lakecrest para encontrar todo lo que necesito saber de si es algo
real o no. Fotografías, tweets, marcas de tiempo, todo es evidencia que junto y guardo
en mi arsenal. Fitz siempre se ofrece a ayudar, pero me rehúso, sabiendo que su
ayuda es de la clase que nos metería a la cárcel si no fuera cuidadoso. Le gusta pensar
que es el mejor hacker que está cerca, y no me malinterpreten, él es bueno. Pero sé
que sufre el síndrome de gran pez en el pequeño estanque. Él es bueno, pero siempre
existen personas que son mejores.
Así que rechazo su ayuda. Rechazo la ayuda de quien sea. Yo hago todas mis
investigaciones, todas mis indagaciones. A Burn le gusta decirle “stalkeo”. No puedo
culparlo, es básicamente stalkeo. Pero he trabajado mucho para hacer de Lakecrest
un mejor lugar. No voy a detenerme ahora.
Fitz una vez me preguntó “por qué”. Por qué me esforzaba tanto en hacer la
escuela mejor. No estaba seguro. Todavía no estoy seguro. Después de Mark, (trato
de ignorar el dolor que me está recorriendo), no tengo nada más. Estaba en el fondo,
sin luz a la vista. Necesitaba hacer algo, lo que fuera. Inicié con algo pequeño; con
los de clase alta que molestaban y perseguían a los de clase baja. Y luego se movió a
detener peleas, hacer que los que vendían drogas fueran expulsados. Era una
pequeña ironía que Fitz se las arreglará para conseguir drogas, aunque hayan
expulsado a la mayoría de ellos. Él no dijo nada, nunca se quejó de que le estaba
haciendo difícil satisfacer su hábito; un hábito que Burn y yo odiábamos admitir,
pero más odiaba interferir. Es difícil decirle a tu hermano menor que deje de meterse
pastillas, cuando Burn busca ataques de adrenalina y yo alejo a cualquiera que afecte
la integridad de Lakecrest. Todos tenemos nuestros vicios. Fitz es un perezoso, Burn
es la glotonería, y el mío es la ira. Parte de la razón de que logramos llevarnos bien
es el hecho que no nos decimos nada de lo que hacemos.
De repente, las cosas en el Twitter de Lakecrest comienzan a moverse de nuevo.
Las personas no pueden dejar de comentar el incidente de los libros de Beatrix, o la
manera en que ella y Eric se sonrieron. Algunas personas incluso me etiquetaron,
preguntándome por qué no había expulsado a Eric todavía. Me río. Como si fuera
tan simple. Las tarjetas rojas son solo advertencias, nada más. Si él lo sigue jodiendo,
entonces es cuando lo pateo. Pero no hasta que llegue ese día. Hasta ese entonces,
depende de todos el que lo miren de cerca, y me den las pistas e información que
necesito para correrlo. Es todo lo que puedo hacer. No soy ningún vigilante, no
importa lo claro que recuerde la sonrisa de Beatrix a Eric. Todo lo que puedo hacer
ahora es stalkear su presencia en internet, esperando y buscando cualquier indicador
de que está haciendo algo asqueroso una vez más.
Pero él no publica nada. No hoy, de todos modos. Pero voy a estar observando.
Salgo de la computadora y me quito el uniforme, la chaqueta y la camisa, colapsando
en la cama. Cada músculo de mi cuerpo está adolorido. El entrenador nos estuvo
apresurando en la práctica de natación. No estoy en el equipo de natación para
competir, todo lo contrario, estoy para liberar estrés. Es solo una feliz coincidencia
que sea bueno con las brazadas de pecho.
Mi mano intenta llegar a la mesa de noche, donde mantengo cierto ensayo. Le
pedí a Fitz que lo tomara de la computadora de papá, sin saber lo profundo que me
golpearía. El tema era “esperanza”. Lo había leído tantas veces que las esquinas de
las paginas estaban algo gastadas. La escritura usualmente no me afectaba así. No
tocaba nada en mí, me hacía detenerme y pensar. Pero por mucho que odie admitirlo,
el ensayo de Beatrix lo hizo. Golpeó una fibra que no había sido capaz de sentir.
Miro el párrafo.
Originalmente quería ir a la universidad para escribir. No periodismo, sino
escritura creativa. Es estúpido, lo sé. No se gana dinero con eso, sería un artista
viviendo la vida de un artista con hambre. Sé todas esas cosas. Pero no existe nada
que disfrute más que la escritura. Que leer. Los libros son mi mundo, y quiero vivir
en ese mundo para siempre. Quiero crear mundos en los que pueda vivir para
siempre.
Pero esa no es la realidad. La realidad es, que papá está enfermo, y escribir
no va a ayudarle. Los libros con portadas hermosas no van a hacerlo sentir mejor.
No… la psicología lo hará. Ciencia verdadera y real, terapia y tiempo y esfuerzo.
Esas son las únicas cosas que puedo hacer para ayudarlo. Y la escritura creativa
definitivamente no tiene nada que ver con la psicología clínica. No puedo hacer
ambos al mismo tiempo.
Así que tuve que tomar una decisión.
Quizás cuando sea mayor pueda regresar a la escritura. Quizás pueda
aprender a escribir cuando papá se sienta mejor. Pero por ahora, tengo que
ayudar. Ayudar es más importante que el arte. La familia es más importante que
lo que yo quiera.
Mi pecho dolió. Esta era la parte del ensayo que me hacía sentir peor, ella estaba
renunciando a sus sueños por sus padres. Está mal, sus motivos para estar en
Lakecrest son simplemente incorrectos. Tuve casi la urgencia de pedirle a papá que
rechazara su beca hace algunos meses, pero nunca logré juntar el coraje. No es que
papá no lo fuera a hacer, lo haría. Él siempre hace lo que le pido si se refiere a
Lakecrest, principalmente porque nada le gusta más que afirmar su poder sobre la
escuela. Era solo eso, si hubiera rechazado su beca, nunca la hubiera conocido.
Así que no se lo pedí. Era egoísta de mi parte. Estúpido y egoísta. Y mira lo bien
que había salido, no había sido capaz de hablar con ella hasta hace poco, y eso había
sido jodidamente incómodo.
Niego y sigo leyendo, hasta llegar al último párrafo.
No importa lo que suceda, si logro o no entrar a Lakecrest, darme por vencida
no es una opción para mí. Creo que eso es la esperanza, no una luz brillante, o un
brillante y positivo sentimiento como te hacen creer en las películas de Disney. No
es alguna característica que solo tienen los héroes y las Buenas Personas TM. Creo
que es seguir adelante cuando se ha perdido toda la esperanza. La esperanza no es
una misteriosa y espectacular motivación como el amor; es solo nunca darte por
vencido cuando te sientes desamparado. Cuando todo esté perdido, cuando no
puedes físicamente seguir adelante, pero eliges seguir delante de todos modos, eso
es la esperanza. La esperanza no es una cosa. Es algo que haces cuando no puedes
hacer nada más.
Así que seguiré teniendo esperanza.
Las palabras son tan simples. Seguro, usa unas más elegantes al inicio del
ensayo, pero sus palabras no son pretenciosas, como muchos ensayos de los
aspirantes a la beca McCaroll que he leído. Los he leído todos, por supuesto, tratando
de tener un acercamiento a quiénes son esas personas, si logran entrar a Lakecrest.
He leído docenas. Quizás cientos. ¿Pero éste? Este no es tonto o plano. Este no
presume o alardea. Este va al punto y es verdadero, como una flecha, un rayo de luz,
innegable y fuerte. Estaba sorprendido. La leí una y otra vez, separando y
memorizando mis partes favoritas.
Y luego la conocí.
Bueno, la vi. Por primera vez. Fue el primer día de escuela, todos arreglados y
perfumados y con sus mejores ropas, y luego estaba ella. Beatrix Cruz caminó hacia
las puertas del frente, con sus dos trenzas un poco agitadas por el viento de otoño.
Cargaba una mochila que se veía más vieja que ella, hilos saliendo de las esquinas y
un cierre que no se cerraba del todo en los masivos útiles que había llevado. Su
uniforme estaba cuidadosamente planchado, y por el ensayo, ella tuvo que haberlo
hecho, su madre rara vez estaba en casa. No estaba arreglado como el de los demás;
simplemente colgaba sobre sus hombros, sin arrugas, pero demasiado grande. Sus
ojos grises de tormenta no miraban a nadie. Ella miraba al frente, la luz del sol
iluminándola desde atrás.
Supe en ese momento que era ella. Siempre había algunos pocos estudiantes en
el primer día, pero ella era irreconocible. La mirada inquebrantable solo podía
pertenecer a la misma persona que escribió ese ensayo.
Y ahora ella me odiaba.
Había olvidado cómo era, ser odiado. Bueno, los estudiantes que había corrido
me odiaban, pero ellos eran basura que necesitaban aprender una lección. Podía
importarme poco lo que pensaran de mí, pero ¿alguien que había escrito algo tan
honesto? ¿Alguien que había dejado su corazón en papel y lo había hecho parecer
tan fácil? ¿Alguien que sabía qué era la esperanza? Quería agradarle a alguien así.
Alguien así era raro e invaluable. Lo último que quería era que me odiara.
Pero lo hacía.
Sí, quizás había creado una presentación en mi cabeza. Quizás había estado
muy nervioso por tanto tiempo, mirándola desde lejos. Quizás había leído su ensayo
demasiado, en lugar de intentar hablar con ella como un ser humano normal. Quizás
estaba siendo un poco perverso sobre todo esto. Me gustaba su manera de escribir, y
eso era todo. No debí de haber querido algo más que eso. Era codicioso de mi parte.
Y era estúpido de mi parte, la última vez que intenté conocer a alguien me había
traicionado. Mark tomó mi confianza y la hizo trizas. Solo porque ella había escrito
un ensayo que me gustaba, no significaba que fuera diferente. Sabía por sus palabras,
que ella y yo éramos similares, dos personas que intentaron todo por salvar a alguien.
Intentaron. Ella todavía está intentando, pero mis esfuerzos quedaron en el pasado.
Es por eso que no pertenece a Lakecrest.
Su ensayo no dijo nada sobre el querer estar ahí por su propio bien. Todo era
por su papá. Y mientras eso era noble, y de auto sacrificio, y un millón de cosas más,
también era muy, muy estúpido. Increíblemente estúpido. Quizás porque yo hubiera
dado todo para que Mark volviera a “mejorar”, pero no podía verla desperdiciar lo
que quedaba de sus años de adolescencia tratando desesperadamente de curar a
alguien que no podía. Él necesitaba ayuda profesional. Es el trabajo de un psiquiatra,
no de ella, ayudarle con su enfermedad. Poner toda esa presión en una sola persona
que no está entrenada para eso, que no tiene años de estudio y práctica en su espalda,
está mal. Poner toda esa presión en una chica, está mal. ¿Y la peor parte? Ella lo está
haciendo obstinadamente sola.
Ella tiene que ser expulsada. Tiene que hacerse. Tiene que dejar Lakecrest antes
de que dañe su espíritu, su alma, y sus sueños, permanentemente. Y si tengo que ser
el chico malo, entonces lo voy a ser.
No la conozco. No realmente. Pero su escritura me cantó. Alguien que escribía
así tenía que ser igualmente elegante, sabia, y amable. Palabras así no vienen de la
nada, esas provienen de la mente, y quería conocer la suya.
Nunca lo podría saber. Pero al menos lo que podría intentar era preservarlo.
Protegerlo. Protegerla.
Todo lo que me queda es el ensayo, y lo he leído una y otra vez y otra vez hasta
que el sol se oculta y me duerma con sus palabras bailando detrás de mis párpados.
5
sto les sorprenderá, papel y lápiz, pero nunca he estado en un verdadero
restaurante de lujo en mi vida.
Lo más cercano que he estado fue en Cheesecake Factory en Seattle,
a veces en un fin de semana. Salir a comer no era exactamente algo que papá haría,
siempre sintió como si estuviera arruinándolo para el resto de nosotros, y se oprimía
bastante rápido, así que dejamos de hacerlo. Definitivamente había olvidado cuál era
el tenedor para la ensalada y cómo sentarme en una silla por más de diez minutos
sin retorcerme a una posición más cómoda, y definitivamente, DEFINITIVAMANTE
no tenía nada que ponerme. No es que usualmente me importara impresionar a las
personas, es solo que el señor Blackthorn tenía el futuro de mi beca en sus manos. Al
menos tenía que tratar y verme más inteligente y mayor de lo que realmente era.
Los vestidos no son mi estilo. Me gustan los suéteres, jeans y converse, y eso es
todo. Francamente todo lo demás en el mundo de la moda podría tomar un salto
volador en una cascada. Con pirañas en el fondo. Mamá trató de hacerme usar un
vestido de verano con flores azules una vez. Apenas me quedaba, pero era todo lo
que tenía y estaba desesperada por verme mucho más que una chica de dieciséis
años, perteneciente a una familia americana cerniéndose al borde de la pobreza. A
duras penas entré en el vestido y me puse un suéter encima, convencida que me veía
como la maestra de jardín de infancia más tonta del mundo.
Afortunadamente, mamá no estaba en casa. Solo papá y únicamente papá.
Mamá definitivamente notaría que algo estaba pasando cuando caminara hacia la
sala usando el vestido de verano que odio. Pero papá no tenía idea, pegado a la
televisión como había estado desde que había llegado a casa. Era uno de esos días
para él.
—Hola, papá. —Besé su mejilla, su barba arañándome. Una vez me dijo que
odiaba las barbas, pero afeitarse había caído a un segundo plano para él—. Voy a la
tienda a conseguir algunas cosas para mamá. ¿Necesitas algo?
—¿Qué? —Papá despegó sus ojos vidriosos de la TV—. No, no, estaré bien.
—Está bien. Llevo mi teléfono conmigo. Llámame si piensas en algo.
Gruñó, y caminé de puntillas hacia la puerta principal cerrándola tras de mí.
Únicamente cuando estuve en el interior del auto dejé salir un suspiro de alivio. Eso
pudo haber ido mucho, pero mucho peor. Por un segundo agradecí el hecho que no
tuviera energía para detenerme, o siquiera prestarme atención el tiempo suficiente
para darse cuenta de lo que realmente estaba pasado. Pero eso era desagradable de
mi parte, y lo sabía, así que sacudí ese pensamiento como un bicho malo. Por
supuesto que no estaba agradecida. Desearía que me hubiera detenido. Desearía que
hubiera notado siquiera la mínima parte de mí estos días.
Ensayé un discurso para el señor Blackthorn todo el camino a Ciao Bella. No
podía verme demasiado desesperada, porque incluso una becaria de clase baja como
yo tenía orgullo, pero no podía dejar que cada hueso que me tirara se desperdiciara.
Tenía que aceptar, sin importar lo que quisiera que hiciera. En ese punto, hubiera
hecho lo que fuera, menos contrabandear con drogas, para mantener mi beca.
Mientras reflexionaba sobre la lista de potenciales cosas ilegales que aceptaría y no
hacer, un golpe en mi ventana me sobresaltó. Un joven, vestido de blanco, me sonrió
mientras bajaba la ventana.
—Hola, señorita. ¿Puedo ser su valet parking esta noche?
Miré por encima de su cabeza solo para ver el letrero de Ciao Bella mirándome
fijamente. Había estado tan profundamente en mis pensamientos que ni siquiera
había notado que había llegado. Me aclaré la garganta a toda prisa.
—Uh, solo lo estacionaré normalmente, gracias.
Estacioné y rodeé el restaurante, el cual parecía un gran trozo de cristal oscuro,
brillante y suave e imposible de ver hacia adentro. Hermosas mesas iluminadas con
velas esperaban fuera en el patio, aunque con la temperatura fría la mayoría de las
personas estaban dentro. Una ráfaga de aire cálido con aroma a romero me dio la
bienvenida cuando abrí la puerta, el crepitar de un fuego de leña real a lo largo de la
pared mezclándose con la música baja del violín. Una anfitriona me saludó y
pregunté por la mesa de Blackthorn. Me guio a través de hileras de mesas llenas de
parejas con ropa de apariencia costosa, comiendo platos de pasta con langosta, y
copas de espeso vino tinto, el tipo de vino para el que se lleva toda la botella a la
mesa. Traté de no sudar o encontrar su mirada cuando echaron un vistazo hacia mí,
pero definitivamente noté a una dama riéndose, detrás de su mano, de mis zapatos.
Peleé contra la vergüenza enrojeciendo mi rostro.
La anfitriona finalmente se detuvo en un reservado en el fondo, donde estaba
sentado el señor Blackthorn. Cada parte de él se veía como si perteneciera a El
Padrino, con su flamante esmoquin y solitario trago de whiskey. Hizo un brindis
hacia mí mientras me quitaba el abrigo y me sentaba frente a él.
—Aquí está, señorita Cruz. —Me sonrió—. ¿Hay algo que quisiera beber?
—Agua estaría bien, gracias.
—Vamos, un té helado sería mucho más sabroso. ¿Quizás una soda? Mis hijos
prefieren el vino aquí, le aseguro, es bastante bueno.
Mordí mi labio, cortando mis palabras de “beber siendo menor de edad es
ilegal” o algo igualmente juvenil.
—Solo agua.
—Muy bien. —Asintió, y la anfitriona desapareció silenciosamente y reapareció
con un vaso para mí. Cuando el agua fue servida, se fue y el señor Blackthorn se
aclaró la garganta.
—¿Este lugar es de tu agrado?
Miré alrededor.
—Seguro. Es acogedor. Muchas personas bonitas. Incluso una de ellas se rió de
mí. Bueno, estoy bastante segura que estaba riéndose. De lo contrario debió haberse
estado ahogando con la pasta. Pero no hay ninguna ambulancia o gritos de horror,
así que imagino que definitivamente soy la fuente de su diversión. Siempre feliz de
ayudar a aligerar el humor.
El señor Blackthorn se veía impresionado.
—¿Riéndose de ti? ¿Quién? ¿Puedes señalarla para mí?
—Oh no, preferiría no causar problemas…
—Marie —dijo el señor Blackthorn. La anfitriona reapareció, aparentemente de
la nada—. Escolta, amablemente, fuera del local a cualquiera de los huéspedes que
se rieron de mi amiga.
La anfitriona sonrió.
—Por supuesto, señor Blackthorn.
Horrorizada, observé mientras caminaba hasta la mesa de la mujer y le decía
algo. La mujer empezó a discutir, y su cita golpeó sus puños contra la mesa. Esto
causó que dos hombres en camisas almidonadas y chaquetas, que no había visto
antes, aparecieran, tan altos que bloquearon completamente la luz y enviaron
grandes sombras sobre la mesa. Uno de los hombres dijo algo, luego señaló hacia
nuestra mesa. La mujer y su cita nos vieron, y el señor Blackthorn sonrió y les dio un
pequeño asentimiento. Los rostros de la pareja se pusieron pálidos, agarraron sus
cosas y caminaron tan rápido como pudieron.
Cuando se fueron, el señor Blackthorn suspiró.
—Eso está mucho mejor.
—No tuve… —Tragué—. No tuve la intención de…
—No hizo nada malo, señorita Cruz. Fue completamente su culpa. Desprecio a
las personas que no pueden mantener buenos modales en público. ¡Y reírse de mi
propio invitado para cenar! Tanta arrogancia me quita el apetito. —Abrió el menú
que estaba entre sus dedos y me lo entregó—. Debes estar hambrienta. Por favor,
echa un vistazo. Recomiendo encarecidamente los espaguetis al pepperoni y la
boloñesa tradicional.
Todavía sintiéndome mareada, mis ojos escanearon el menú y prácticamente
se salieron. ¡Todo en el menú valía más de cuarenta dólares! Pasé desesperadamente
a través de las ensaladas baratas, pero incluso esas eran unos buenos ¡treinta
dólares! ¡Los vinos cien dólares la botella! Tragué pesadamente.
—Creo que estoy bien con el agua por ahora.
—Oh, por favor. Insisto. Yo invito. Sé lo mucho que pueden comer los
estudiantes de secundaria, y la respuesta es “incesantemente”.
—En realidad, estoy bien. Comí antes de venir.
El señor Blackthorn me inmovilizó con una mirada. Era más parecida a la
mirada inacusativa de Burn que la engreída de Wolf. Pero luego sonrió, tan rápido y
brillante y de aspecto sincero. Era la misma manera que Fitz sonreía también.
—Necesitaremos mejorar sus habilidades para mentir, si vamos a trabajar
juntos, señorita Cruz —dijo. Abrí mi boca para discutir, pero él se adelantó—.
¿Trabajar juntos en qué, se preguntará? Mis hijos, por supuesto.
El señor Blackthorn puso una servilleta en su regazo y tomó otro sorbo de
whiskey. Estaba a punto de hacer otra pregunta, pero me contuve. Era un
Blackthorn, me lo diría únicamente cuando estuviera bien y listo. La camarera vino
a nuestra mesa, tomó su orden, y se fue, y ahí fue cuando el señor Blackthorn
continuó.
—Como debe saber, mis hijos son bastante… privilegiados. Como padre me
preocupa que ese privilegio pueda guiarlos a un camino de vicios sin sentido.
—No estoy segura de lo que está diciendo, señor Blackthorn —traté.
—Vamos. —Sonrió—. Ambos sabemos que Lakecrest está llenó de jóvenes
adultos, la mayoría de ellos con acceso a la riqueza. La riqueza puede comprar todo
tipo de cosas sórdidas, señorita Cruz. Ropa, autos, celulares… drogas.
Dijo la última palabra ligeramente, aunque acarreaba peso.
—¿Quiere que, uh, los espíe? —pregunté, repentinamente nerviosa.
—Espiar es una palabra tan cruda. —El señor Blackthorn suspiró—. Preferiría
decir que te “harás amiga” de ellos. Después de todo, eres su “par”.
Bufé tan fuerte, a mitad de la bebida, que casi salpico agua por toda la mesa.
Pareció muy impresionado. Con cuidado, guie una servilleta contra mi nariz hasta
que estuve decente, y luego:
—Lo lamento. ¿En qué mundo, sus hijos y yo somos “pares”? “Pares” significa
“iguales”, y definitivamente no voy por allí haciendo bullying a las personas y oliendo
a Burberry mientras lo hago…
Me detuve, repentinamente consciente de mi diatriba. El señor Blackthorn
únicamente tenía una sonrisa en su rostro.
—Seré franco con usted, señorita Cruz. Wolf me ha hecho una petición formal
para que revoque su beca en Lakecrest.
El agua que casi se había ido por mi nariz bailó en mi estómago.
—¿Y va a hacerlo?
—Es la primera vez que se acerca personalmente a mí con una solicitud. —El
señor Blackthorn negó—. Casi me sentí como su padre de nuevo. —Sus ojos se
pusieron un poco empañados, y me quedé callada. Obviamente no estaban en los
mejores términos el uno con el otro—. Claramente tiene fuertes sentimientos por
usted, señorita Cruz.
—Sí, fuertes sentimientos de que me envíen directamente al infierno.
Se rió.
—Eres tan directa. Me gusta eso. Esto es lo que propongo: usted, señorita Cruz,
observará a mis hijos.
—Uh…
—Sé que no son las personas más públicas —dijo—. Pero sí frecuentan todas las
numerosas fiestas que sus compañeros de clases dan los fines de semana mientras
sus padres están ausentes. Y considerando que la mayoría de los padres de los
estudiantes aquí tienen dos o más propiedades, frecuentemente están fuera. Me
reportarás lo que mis hijos hacen en esas fiestas. Eso incluye drogas, cualquier
actividad sexual, o cualquier juego de apuesta.
—Pero…
—No me hago ilusiones de que te volverás su amiga —continuó—. Apenas son
amigos entre ellos. Pero ya no hablan abiertamente conmigo. Sus preocupaciones,
su dolor, sus alegrías… las esconden de mí. Ha sido de esa manera desde que su
madre murió. Sinceramente, creo que todavía me culpan por su muerte.
La tristeza se movió sigilosamente en sus ojos, profundos, incoloros y oscuros,
una tristeza que he visto algunas noches en los ojos de papá. Una tristeza que
únicamente podría describir como desesperanza, en todo su fiero vacío. Sin
embargo, el señor Blackthorn se recuperó y aclaró su garganta.
—Si pudiera escuchar siquiera un poco de sus preocupaciones y reportármelas,
estaría infinitamente agradecido.
Me quedé callada, revolviendo mi agua con una cuchara.
—Quiere que sea su informante.
—Sí.
—¿Por cuánto tiempo?
—Me gustaría que fuera al menos durante dos meses.
—¿Y mantendrá mi beca intacta si lo hago durante dos meses?
—Sí, creo que será suficiente. Siempre y cuando continúe manteniendo sus
calificaciones y presente su ensayo mensual.
—No sé si lo ha notado. —Hice un gesto hacia mi vestido—. Pero no soy
exactamente una chica aceptable en las fiestas de los chicos populares de Lakecrest.
Ni siquiera sé cómo, eh, ir de fiesta. Levanto las manos al aire o algo y tomo tragos
de un mal vodka, ¿cierto?
Se rió.
—No se inquiete. Kristin Degal… ¿la conoce?
—Por-por supuesto —tartamudeé—. Ella es legendaria. La he admirado desde
que entré. De último año, capitana del equipo de Voleibol universitario y presidenta
del consejo estudiantil. Tiene el GPA más alto en la historia de Lakecrest, y tuvo una
temprana aceptación en…
—… MIT el siguiente otoño —terminó por mí con un asentimiento—. Sí. Esa
Kristin Degal. Ambiciosa y brillante como un botón. Escribí su carta de
recomendación para MIT, ¿sabes? —lo dijo deliberadamente, como si debiera captar
algo más profundo.
—Oh, entonces… —Luché—. Entonces, ¿ella… le horneará un pastel?
—Te ayudará a entrar a esas fiestas
—¿Kristin Degal irá a esas fiestas… por mí? —Agité mis manos alrededor como
un idiota incoherente hasta que me di cuenta de algo—. Espere… ¿ella va a fiestas?
—Por supuesto. —Los ojos del señor Blackthorn brillaron maliciosamente como
una copia exacta de los de Fitz. O, mejor dicho, Fitz era la copia. Este era el brillo
original—. Una chica de alta demanda como esa tiene que relajarse de alguna
manera. Está en deuda conmigo, y saldará esa deuda, justamente como usted lo hará.
Fruncí el ceño.
—Lo siento, no es como si no le creyera… pero ¿cómo sabré que mantendrá su
palabra? Podría informarle y usted simplemente podría hacer lo contario al final de
los dos meses y tirar mi beca al basurero, y yo no podría hacer nada al respecto.
—Es una propuesta bastante desequilibrada, ¿no es así? Arriesgada también.
Esa es la razón por la que tengo esto.
Sacó un grueso documento con letra pequeña, cláusulas y puntos que iban del
A, B, C hasta la L. Un espacio para firmar dos nombres se ubicaba en la parte inferior,
y sacó un bolígrafo de aspecto costoso de su bolsillo, le quitó la tapa y firmó uno de
los espacios con floritura.
—Este es un documento que sella nuestro acuerdo. Hice que mis abogados lo
redactaran, es legalmente vinculante por completo. Dice que, a cambio de
informarme sobre mis hijos por un mínimo de sesenta días, mantendré tu beca
intacta. Le pediré a nuestra camarera que sea nuestro testigo, ¿puedo? Y, por
supuesto, conservarás este documento, ya que, si rompo nuestro acuerdo, serás
capaz de proveer evidencia de mi palabra en una corte de justicia, como debería ser;
así que elige.
Bajé mi incrédula mirada hacia el papel. Mi experiencia estaba en leer libros de
textos psicológicos y tesis médicas, no contratos legalmente vinculantes. Pero si iba
a seguir con esto, tenía que ser minuciosa. Había visto la manera en que fácilmente
había pedido que escoltaran a dos personas fuera del restaurante solo por
ofenderlo… ¿quién sabe qué ingeniosa artimaña podría esconder en un documento?
Rastreé cada centímetro de las palabras, una y otra vez, hasta que pude encontrarle
sentido. O, casi sentido. Para el momento que levanté mi mirada, el señor Blackthorn
estaba comiendo su pasta elegantemente. Limpió su boca.
—¿Está satisfecha con la legalidad del contrato, señorita Cruz?
—Su-supongo.
—¿Supone? —Elevó una ceja.
—Lo estoy —corregí, sin querer verme inexperta o indecisa—. Esto está bien.
¿Tiene un bolígrafo?
Llamó a la camarera, y ella observó. Me entregó el bolígrafo. Se sentía
demasiado grande y lujoso para mis dedos todavía cubiertos con restos de un mal
trabajo de esmalte de uñas rojo. Doblé el papel dos veces y lo metí en mi bolsillo.
—Entonces. Exactamente ¿cómo funciona esto?
El señor Blackthorn sonrió.
—Cada miércoles por la noche, nos reuniremos aquí y entonces me reportará
sus descubrimientos.
—¿No podemos solo, no sé, hacerlo por Facebook? ¿Correo electrónico?
—Esos son… poco fiables —dijo delicadamente. Y entonces entendí.
—Oh, cierto, Fitz.
—Ciertamente Fitz —afirmó—. Es muy inteligente, e incluso más implacable
que yo. Pero su manejo de las máquinas… lo obtuvo de su madre. Ella era una
programadora, sabe.
Observé su rostro y cada vez que la mencionaba, sonreía con gentileza. Debió
haberla amado realmente.
—Por supuesto, nunca haría nada de eso si Wolf no se lo pidiera —continuó con
una sonrisa irónica—. Wolf es bueno manipulando a las personas. Obtuvo eso de mí.
—¿Y Burn? —pregunté.
—Burn es igual a su madre… suave, gentil, pero temeroso. Tan temeroso de
perder a aquellos cercanos a él. Así que cuando ella murió, dejó de hablar tanto.
Todos ellos lo manejaron de una manera diferente. Fitz se enterró a sí mismo en las
computadoras. Y Wolf…
El señor Blackthorn observó fijamente el líquido dorado de su whiskey antes de
suspirar, profunda y resignadamente.
—Quizás Wolf fue el más afectado por su muerte de todos nosotros.
Estuve callada, insegura de qué decir. El señor Blackthorn pareció notar el
incómodo y pesado aire y aplaudió con sus manos.
—Ahora bien. Te daré el número de Kristin para que puedan enviarse mensajes
de textos. ¿Hay algo más que necesite, señorita Cruz?
Fruncí el ceño.
—¿Algún consejo? Sobre, no sé, ¿los programas que ven? ¿Qué tipo de helado
le gustan? ¿Algo? Más o menos les dije esta mañana que pelearía con ellos, así que
definitivamente no van a convertirse en amigos míos, o incluso hablar conmigo, a
menos que un milagro…
—Burn corre —dijo—. Cada mañana, a las cinco en punto, se levanta y corre a
lo largo de la senda Diamondback. Sabes, por la…
—… Antigua Reserva Natural —terminé por él—. Sí. Mi papá me enseñó a andar
en bicicleta allí arriba.
—Quizás no lo admita, pero disfruta de la compañía silenciosa. Fitz te atrapará
de inmediato, a menos…
—¿A menos qué?
—Tendrías que mentir. —Suspiró—. Y como descubrimos previamente, no es
muy buena haciendo eso.
—Puedo serlo —insistí—. Se lo juro que puedo hacerlo. Lo que se necesite, lo
haré.
Se miraba sorprendido ante mi vehemencia.
—¿Quieres mucho esta beca, no es así?
—Sí, señor.
—Muy bien. Fitz verá a través de cualquier artimaña con la que vayas. A menos
que, por supuesto, admitas ante él que es el estudiante más inteligente, y que nunca
vas a estar a su nivel. No le gusta la adulación completa, pero tiene un punto débil
cuando se trata de las personas que reconocen sus límites y quieren superarlos. Así
que, pídele que sea tu tutor.
Me burlé.
—¿Señor Blackthorn, tiene idea de cuántas chicas hacen eso a diario?
—Pero tú serás delicada al respecto —presionó—. Lo alimentarás con pequeñas
mentiras a la vez… falla algunas preguntas clave en una prueba…
—Pero mis calificaciones…
—Estoy seguro que una o dos no harán mucho daño. Recuerda, tenemos que
hacerlo parecer convincente. Estoy seguro que siempre puedes pedir un crédito
extra, la facultad ama ese tipo de cosas.
Gruñí, imaginando cuánto trabajo extra significaría eso. Pero podía hacerlo.
Tenía que hacerlo.
—Bien. ¿Qué hay sobre Wolf? —El señor Blackthorn estuvo callado e inmóvil,
así que al principio pensé que no me había escuchado. Aclaré mi garganta—. Señor
Blackth…
—Wolf no confía en nadie —dijo finalmente—. Ni siquiera en sí mismo. Nunca
podrás hacerte su amiga. Sospechará sin importar lo que hagas, especialmente desde
que ustedes dos han tenido problemas antes. Es egoísta, engreído, joven y arde con
un odio contra el mundo. No tengo ningún consejo para ti.
—Genial. Bien. De todas maneras, no quería exactamente tratar.
—A menos…
—¿A menos qué?
El señor Blackthorn sonrió y negó.
—No, es tan insignificante…
Mi curiosidad corrió más fuerte que mi sentido común.
—Cualquier cosa ayuda.
—Su motocicleta es muy especial para él —dijo—. Es muy posesivo con ella…
nunca ha dejado que nadie suba en ella, a parte de él. Si, tal vez, aprendieras algunas
trivialidades sobre motocicletas…
Dejó de hablar. He visto a Wolf montar esa cosa ruidosa y de apariencia costosa
todos los días, la pintura negra y azul acentuado, tan brillante y aerodinámica que
parece una avispa. Cada mañana se quita su casco, y cada mañana su cabello luce de
alguna manera mejor con la cabeza de casco. Me exasperaba.
—¿Es especial para él? —Entrecerré mis ojos. El señor Blackthorn asintió.
—Era de su madre.
Silbé.
—¿Una programadora y una motociclista? Debió ser una dama impresionante.
—Lo era —concordó.
—Es… —Tragué pesadamente—. ¿Es cierto que no le gusta tocar a las personas?
—Ahora ¿dónde escuchaste eso?
—Burn me lo dijo.
Asintió con una pequeña exhalación.
—Sí.
—¿Siempre…?
—No. Empezó cuando su madre murió.
Me quedé callada. También leí sobre ese tipo de cosas en mis libros de
psicología; fobias que se manifiestan a causa de un trauma. El señor Blackthorn forzó
una sonrisa.
—No debería ser un factor para intentar hacerte amiga de él, nunca deja que
nadie lo toque, sin importar quién sea. Ni siquiera yo. —Echó un vistazo a su reloj—
. Oh, vea la hora. Debería ir a casa antes que oscurezca. Conserva el documento
contigo y te veré el próximo miércoles aquí, a la misma hora.
Me levanté y me puse de nuevo mi suéter. Justamente cuando me estaba
alejando, el señor Blackthorn me llamó.
—Oh, y ¿Beatrix?
Me giré. Su sonrisa esta vez era casi una sonrisa maligna, exasperante en su
serena y perfecta arrogancia. Una sonrisa maligna que he visto a Wolf usar algunas
veces.
—Recuerda, este es nuestro secreto. Mis hijos no deben saberlo.
—Seguro. —Giré en mis talones y me fui con solo el más leve rastro de una
sensación incómoda en mi estómago.
6
n caso que no lo hayan notado aún, papel y lápiz, hacer amigos es
extremadamente fácil para mí. Tengo muchos amigos. Hordas de ellos.
Gengis Khan estaría celoso por lo grande que es mi horda de amigos.
Esa es la razón por la que nunca como en la cafetería sola. Es por eso que la
gente siempre pelea por ser mi compañero durante los proyectos en pareja en clase.
Soy la única razón por la cual el maestro de educación física tiene que dividir a
los equipos de quemados por su cuenta, porque todos quieren estar en mi equipo.
Mi teléfono de mierda, literalmente, nunca deja de zumbar con gente que me
envía mensajes de texto de cuánto me quieren.
Bien, está bien. Me atraparon. Tenía —tengo— cero amigos en Lakecrest.
No había tenido un verdadero amigo desde la escuela secundaria. Perdí a la
mayoría de mis amigos en mi vieja escuela, cuando, en primer año, decidí que quería
ir a Lakeview. Sin embargo, lo entiendo totalmente, porque saqué a mis viejos
amigos hasta que dejaron de mandarme mensajes de texto, y luego dejaron de comer
conmigo en el almuerzo o me preguntaron qué pasaba. No lo hice a propósito, lo
juro, simplemente no tuve tiempo para pasar el rato con ellos cuando mamá
necesitaba que llegara temprano a casa para papá, o que limpiara la casa cuando él
no podía, o que preparara la cena para él cuando no tenía la energía. Y por encima
de todo eso, tenía que estudiar, así que conservar amistades o cualquier tipo de vida
social se volvió imposible con bastante rapidez. Así que sí, los traté injustamente.
Pensé que era la manera más agradable, la forma más fácil de conseguir que dejaran
de perder su tiempo conmigo.
Además, ¿qué podría haberles dicho? “¿Mi papá tiene depresión y necesito
estar en casa?”. Nunca lo entenderían. Tenían mamás y papás que funcionaban sin
desequilibrios químicos cerebrales. Habían tratado de obligarme a salir con ellos, y
créanme, yo quería. Por un tiempo, realmente quería volver a ser normal, o lo que
fuera normal para mí antes de la enfermedad de papá. Lo deseaba más que nada.
Pero sabía que salir con ellos era solo una solución breve, un escape rápido a la no
realidad. Las pijamadas, las películas y las cafeterías no significaban nada. No
lograrían nada. La realidad era que papá estaba enfermo. Y lo único que me ayudaría,
a largo plazo, era mi educación. Podría ayudar. Podría convertirme en alguien que
realmente, verdaderamente podría ayudarlo, no como hija, sino como persona.
Traté de no pensar en la frecuencia con la que los libros de mi escritorio, que
había revisado de la biblioteca, me decían que la depresión a veces, a menudo, nunca
desaparecía para siempre. Que siempre permanecía, justo debajo de la superficie.
Aparté mis ojos de ese fragmento. No tenía tiempo para leer ahora mismo.
Necesitaba ponerme al día con mi tarea, pasar el rato con el señor Blackthorn me
retrasó un par de horas. Si terminaba lo suficientemente rápido, podía volver a leer,
así que calenté un poco de té y encendí mi laptop. Golpearon mi puerta y mamá
asomó la cabeza. No tenía idea de que me había ido, ella regresó de salir con sus
compañeras enfermeras, una hora después que yo.
—Oye, cariño. ¿Por qué no estás en la cama? Es casi la una.
—Lo sé, solo tengo que terminar este trabajo.
Mamá me miró muy severamente.
—Diez minutos.
—Treinta —insistí—. Y luego prometo que iré directamente a la cama.
—Sabes, podrías haber ido a una escuela secundaria normal. Una que no te
diera tanta tarea.
—¡Oye, vamos! Me conoces, el desafío es divertido. Y desafiante. Pero
mayormente divertido.
Mamá se rió entre dientes.
—Siempre trataste de escalar lo más alto que pudiste en los mostradores de la
cocina. O la TV. O la estantería fina de porcelana. Cualquier cosa que pareciera
peligrosa. —Se acercó y me besó en la parte superior de la cabeza—. Duerme bien.
—Igualmente.
Cuando se va, dejo dos respuestas equivocadas en mi tarea. Mi mano tiembla
mientras lo hago, y tengo que reprimir mi deseo de corregir, pero lo hago. Antes de
irme a la cama, pongo mis viejas y destartaladas zapatillas de gimnasia junto a mi
cama. Pongo mi alarma a la inhumana hora de las cuatro y media de la mañana. Y,
por último, pero no menos importante, busco en la pantalla de mi pequeño teléfono
“diferentes tipos de motocicletas y cómo reconocerlas”.
Me volteé hacia el lado frío de mi almohada, ahogando mis pensamientos con
los Blackthorn. La fobia de Wolf comenzó cuando su madre murió. Si perdiera a
papá, ¿cómo lidiaría con ello? No lo haría. Me destrozaría total y completamente.
Una gran semilla de compasión, más de la que me gustaría admitir, brotó en mi
corazón por él, pero la anulé. Él todavía quería que me expulsaran de su escuela.
Todavía era un imbécil.
Todavía era Wolfgang Blackthorn, y nunca seríamos más que enemigos
mortales.

***
No soy una persona madrugadora.
Esto es evidente en la forma en que:
A. No puedo abrir los ojos completamente sin la ayuda del café, y
B. Despierto todas las mañanas con el cabello como un nido de demonios de
Tasmania.
Me obligué a caminar de puntillas hasta la cocina y poner en marcha la cafetera
con el menor pitido posible, tanto mamá como papá necesitaban dormir. Preparé
exitosamente una taza de café con solo dos dedos de los pies golpeados y una
maniobra con el armario frontal. Teniendo en cuenta la poca luz que entraba por el
apagado cielo del amanecer, decidí llamarlo una victoria.
—¿Pueden callarse? —siseé ante una pandilla de alegres pájaros que cantaban
locamente en el camino de entrada. Busqué a tientas mis llaves tratando de subir al
auto y los pájaros se hicieron más ruidosos, y por una fracción de segundo, juro por
Dios que se estaban riendo de mí.
Mirando mi vieja camiseta de ejercicio y pantalón corto de gimnasia, casi
comencé a reírme también. ¿Desde cuándo me ejercitaba? Claro, hacía algunos
estiramientos si me dolía la espalda, cuando estaba en la computadora, pero aparte
de eso, era una tortuga. Fue un milagro no haber aumentado de peso, pero mamá
siempre decía que tenía que agradecer a papá por eso. Es cierto: el hombre tiene un
metabolismo como un tigre hambriento. Incluso si eso significaba, cuando ya no
comía tanto, que adelgazó.
Demasiado delgado.
Negué. Ahora no era el momento. Papá estaba bien. Esta noche vendría a casa
y le haría algo que realmente le gustara. Pero por ahora necesitaba toda mi presencia
mental para poder manejar con dos sorbos de café y sin dormir.
Llegué al sendero Diamondback en una sola pieza. Por supuesto, el
estacionamiento estaba vacío, porque ¿qué loco viene aquí al amanecer para hacer
algo saludable como ejercitarse? Yo no. Pero Burn Blackthorn definitivamente lo
hacía, a juzgar por el brillante descapotable rojo que estaba allí. ¿Qué pasaba con los
ricos y su obsesión por los vehículos de motor? ¿Por qué los pulían y lavaban y
detallaban tan minuciosamente? ¿Los autos crearon sus vidas o algo así? ¿Les traían
comida en pleno invierno cuando estaban hambrientos? ¿Los autos realmente eran
útiles más allá de ir de un lugar a otro y simplemente no lo sabía? Tal vez usó su auto
para salvar a los huérfanos, o algo así. O tal vez solo sea una tontería que nunca
entenderé.
Estiré mis pantorrillas un poco en la entrada del camino, por un lado, para
calmar mis nervios, y por el otro, para no lastimarme hasta la muerte corriendo como
nunca lo hice. Burn definitivamente estaba aquí. Y definitivamente tenía que
conocerlo, si quería que mi beca quedara intacta. Era ahora o nunca.
—Harley Davidson —murmuré mientras comenzaba el camino—. Bugatti.
Suzuki. Yamaha. También hay una marca italiana, ¿no es así? ¿O es Bugatti? ¿Eres
Bugatti una Bugatti? —Me reí de mi propio chiste y me sentí un poco mejor.
El humor se apagó rápidamente. Solo llevaba medio kilómetro más o menos en
el camino y ya estaba respirando con dificultad. Las agujas de pino olían muy bien,
pero el aire fresco me picaba la piel, congelando mis pulmones durante el camino de
descenso. Y mientras mi nariz goteaba con el frío, el resto de mi cuerpo estaba
ardiendo, mis músculos me suplicaban que parara.
—Oh no. No hay piedad para ti —dije mientras me inclinaba para mirar mis
tobillos—. Hoy no.
—¿Estás... hablando con tus pies?
Me sobresalté ante la voz baja, girándome para encontrarme cara a cara con
Burn. Llevaba pantalón de chándal y una sudadera con capucha, su cabello rizado
estaba empapado de sudor y tenía las mejillas encendidas. Me miró como si fuera
una especie totalmente alienígena.
—¡Mierda! —jadeé aún más fuerte—. ¡Me asustaste! ¡Otra vez! ¿Es eso como un
talento tuyo? ¿Asustar a la gente? Porque deberías considerar hacer dinero con eso.
Eres muy bueno en ello. No es que necesites dinero. O asustar a la gente. Preferiría
menos de eso, francamente.
—Yo también —dijo lentamente—. ¿Qué estás haciendo aquí?
—¿No es obvio? —Asumí una postura de confianza incluso cuando mis piernas
me estaban matando—. Estoy trotando.
—No haces esto a menudo —dijo Burn, un hecho, no una pregunta. Me sentí un
poco molesta, pero luego me di cuenta que tenía razón, y era obvio por la forma en
que estaba resoplando y bufando.
—Sí, bueno. Todos debemos comenzar a pensar en nuestros viejos cuerpos
algún día —le dije—. Quiero que el mío se vea bien en una tumba, muchas gracias.
Negó, lo cual tomé como una señal positiva. Al menos no estaba huyendo.
Todavía.
—Entonces, eh. —Miré detrás de él, hacia el sendero brumoso—. ¿Alguien más?
¿Aquí fuera? ¿Contigo? ¿En esta mañana?
Burn se limpió el rostro con su sudadera.
—No te preocupes, Wolf odia las mañanas.
—No estaba preocupada por él —respondí—. Solo estaba…
—Debería volver a mi rutina —me interrumpió Burn.
—Oh… correcto. Puedo… ¿Puedo ir contigo?
Parecía confundido de nuevo, y cuanto más lo veía, más me recordaba a un
cachorro perdido. No parecía tan intimidante, a como estaba acostumbrada en la
escuela. Por otra parte, nunca había estudiado su rostro demasiado, estaba
demasiado asustada por su altura para realmente mirarlo por mucho tiempo.
—Simplemente no conozco este camino —dije rápidamente. Su boca se arrugó
levemente, pero finalmente asintió.
—Está bien. Pero no reduciré la velocidad por ti.
—Claro. De todos modos, no quería que lo hicieras. Me gusta correr rápido.
Me dio lo que pensé era una mirada de “claro”, antes de girar y comenzar a buen
ritmo. Seguí con él durante tres minutos antes de tener que retroceder. Dios, era
rápido. Y para hacerlo completamente injusto, también era elegante, como un
guepardo corriendo junto a mi paso de alce borracho y tambaleante. El sendero era
una rotonda bastante simple, así que simplemente lo seguí, aferrándome a la
punzada que sentía en mi costado y refunfuñando por las huellas en la tierra que
indudablemente pertenecían al hermano Blackthorn más rápido.
—Las cosas… que hago… —resoplé—. Para permanecer en esta… estúpida
escuela.
Al llegar a la cima de una colina, vi una figura apoyada en una roca, esperando.
Por mí. Era Burn, su pecho aún estaba un poco agitado, aunque sus ojos parecían
opuestos a cansados, incluso vigorizados.
—Has llegado a la mitad del camino —dijo. Me desplomé sobre las agujas de
pino, demasiado cansada para jugar a ser orgullosa.
—¿M-mitad? —gruñí, congelándome en un bulto sobre el suelo del bosque—.
¿Quién inventó esta cosa de correr y cómo puedo meterle la cabeza por el culo?
Burn no me agració con una respuesta, prefiriendo beber agua de una botella.
Por alguna razón, un fantasma de emoción cruzó su rostro. No pude identificarlo.
—¿Estás... bien? —le pregunté.
El fantasma de la emoción de Burn se convirtió en una mueca en toda regla.
—No preguntes eso.
—¿Qué?
—¿Estás bien? —repitió, luego se burló—. Es una trivialidad sin sentido. Y estoy
harto de esas.
—Solo estoy siendo…
—Cortés. Lo sé. Pero piensa: ¿a cuántas personas le has contado realmente tus
verdaderos sentimientos si te preguntan eso?
Me quedé callada. Él negó.
—Todos decimos que estamos “bien”. Automáticamente. Como si no estuviera
bien no estar bien. Es por eso que lo odio. Porque es una mentira. Todo ello. Incluso
si te refieres bien, nadie te dirá cómo se sienten realmente. Entonces no tiene sentido
preguntar.
—Te lo diré —le ofrecí—. Pregúntame ahora.
—No.
—¡Vamos!
Se quedó en silencio, y luego:
—¿Estás bien?
—¡No! —grité al aire, al máximo de mis pulmones—. ¡Me siento como una
mierda!
Bajé la mirada, solo para ver su cara ligeramente divertida. O tal vez lo estaba
imaginando. Sí. Probablemente eso. Definitivamente eso, Bernard Wolfgang no es
del tipo para sentirse entretenido.
Nos quedamos sentados allí por un rato, yo recuperando el aliento y él mirando
la vista. Señaló el horizonte.
—Ahí —dijo.
Con un gran esfuerzo, me senté, mirando la impresionante vista que alcanzó su
punto máximo con la luz de la mañana. El punto medio estaba en un mirador, los
dos prácticamente tambaleándonos en el borde de un acantilado que colgaba sobre
la ciudad propiamente dicha. Podías ver todo desde aquí arriba; todos los pequeños
autos, todos los aviones, todas las nubes entrantes y los puntos claros en el cielo. Mi
casa se veía tan pequeña desde allí arriba; Lakecrest parecía prácticamente
insignificante. Y por ese breve momento, lo fueron. Mirando el horizonte y lo
hermoso que era el amanecer, mi cerebro estaba limpio. Las preocupaciones
permanecieron dentro de mi casa y mi escuela se evaporó, hasta que solo quedó la
belleza de la vista.
—Ahora lo entiendo —lo dije con la boca seca y los pulmones agitados—. Creo…
que finalmente entiendo por qué un tipo inventó toda esta cosa de correr.
Esperaba el silencio de Burn, y lo entendía. Después de una plácida media hora
más o menos de una cabeza vacía, la mano masiva de Burn en mi hombro me sacó
de allí.
—Tenemos que irnos. La escuela comienza pronto.
Me levanté, mis piernas en forma semi-trabajadora de nuevo.
—Escuela. Correcto.
Toda la ligereza desapareció cuando Burn y yo caminamos por el camino de
regreso al estacionamiento. Aparentemente, no quería correr la otra mitad del
camino, al menos no hoy. Al ver mi auto, me tambaleé con lágrimas en mis ojos,
abrazando el techo.
—¡Nunca he sido tan feliz de ver un trozo de metal en mi vida! —canté.
El sonido de un auto deteniéndose detrás de mí me asustó. Era Burn, con la
ventana abierta esta vez.
—Va a doler —dijo.
—¿Qué cosa? —pregunté.
—Todo —aclaró—. Todo dolerá. Coloca cubos de hielo en bolsas y colócala sobre
tu cuerpo si puedes.
—No puedes decirme qué hacer, señor Juegos Olímpicos.
Niega otra vez, sube su ventana, y se va sin otra palabra. Me quedo en el polvo
de su tubo de escape durante unos segundos, reflexionando sobre las siete mil
millones de opciones en mi vida, pero, sobre todo, solo aquella en la que traté de
impresionarlo y terminó por impresionarme.

***
Si crees que soy mala en los deportes y muevo mi cuerpo de una manera más
rápida que un alcance ligero de papas fritas, solo espera hasta que hayas visto mi
rutina en la escuela con cuatro horas de sueño. Es una obra de arte. Una comedia-
tragedia digna del propio Shakespeare. Gran énfasis en la tragedia.
No tuve clases con Fitz hasta el final del día, pero realmente no tenía ganas de
adular a Wolf. De alguna manera, se sentía sucio, como si estuviera corrompiéndome
en uno de esos zombis estúpidos que se desmayaban o fruncían el ceño cada vez que
él pasaba. Di lo que quieras sobre Wolf, el tipo sabía cómo impresionar a donde
quiera que fuera. Fans, enemigos, aparentemente no le importaba, siempre y cuando
le prestaran atención.
Que es exactamente por lo que decidí darle una suma total de ninguna atención.
En el momento en que vi su rostro arrogante y enojado caminando por el patio en la
mañana, hice un giro de ciento ochenta grados. No había forma en el infierno de que
estuviera lista para dejar pistas sobre saber de motocicletas o alguna mierda sobre
él. Dios sabe si eso funcionaría. Él era más inteligente que eso. Tenía que serlo.
Opté por la siguiente mejor opción: el señor Francis, el maestro de taller de
carrocería.
Taller de carrocería y carpintería eran impartidos por el señor Francis.
Básicamente, si necesitabas una herramienta enorme y peligrosa que pudiera
atravesar tu fémur en 1.7 segundos, llamabas al señor Francis. O, para ser más
exactos, entrabas en su salón de clases a primera hora de la mañana y exigías
respuestas. Cortésmente.
—¡Señor Francis! —lo intenté. Se suponía que las puertas del taller
permanecerían cerradas todo el tiempo, entonces ¿por qué estaban abiertas así?
Vi la razón un segundo demasiado tarde: la hermosa motocicleta de Wolf estaba
en el garaje, la pintura azul marino resplandecía al sol. El señor Francis estaba
inclinado sobre ella, caminando en un lento vals como si la inspeccionara por
problemas. Y he aquí, el rey de la basura caliente estaba allí también, y en lugar de
su habitual mirada de “odio mi vida”, tenía una leve expresión de interés.
—¿Qué piensa que es? —Oí que Wolf preguntaba.
—Mmm. No estoy seguro —gruñó el señor Francis. No me habían visto todavía.
Si solo hiciera una copia de seguridad—. Estoy pensando que son los inyectores de
combustible, pero me llevará al menos un día, más si tengo que pedir una pieza para
reemplazarla.
Wolf me vio por el rabillo del ojo, y se me cayó el estómago. Atrapada. Me
fulminó con su mirada de rayos de ballesta.
—¿Qué estás haciendo aquí?
—Entonces, ¿qué? ¿No te enseñan a leer en el jardín de infancia de una escuela
privada? —Señalo el letrero que claramente dice Clase de Mecánica sobre la puerta.
—Puedo leer palabras muy bien —respondió Wolf—. Son los rostros de idiotas
como tú los que tengo problemas para procesar.
—Bien, lee esto. —Señalé mis labios, aferrándome a mi temperamento por un
hilo desnudo de agotamiento de mi carrera el día de hoy—. Ve. A. Tomar. Un.
Chapuzón. En. Un. Lago. Con. Pirañas.
—Ah —nos interrumpió la voz del señor Francis, demasiado sincronizada para
ser cualquier cosa menos estratégica—. Debes ser la estudiante becada. Bienvenida.
¿Has cambiado de opinión y has decidido comprar una tienda de autos, de madera o
algo por el estilo?
—Uh. —Mis ojos buscaron desesperadamente algo, cualquier cosa. Cualquier
excusa para que Wolf no supiera que estaba aquí por… argh… por él. Advirtieron la
única parte de una motocicleta que reconocí, por estudiar anoche: el escape—. Tu
escape está torcido.
El señor Francis se volvió para inspeccionarlo, pero Wolf se burló y se sacudió
el largo flequillo de la cara. El movimiento era tan exasperantemente atractivo que
olvidé quién era por un segundo. Y luego lo recordé. Y me tapé la boca.
—El hecho de que pienses que sabes algo sobre lo que estamos haciendo aquí
es divertidísimo —dijo Wolf.
—Oh —dijo el señor Francis en voz baja. Se enderezó y me sonrió—. Tenías
razón, Beatrix. El escape estaba un poco suelto y golpeaba el molde, de ahí venía el
sonido.
—¡Ja, ja! —Señalé acusatoriamente a Wolf. Él ni siquiera parpadeó.
—Tuviste suerte
—Suerte o no, ¿debería calentar tus propias palabras en el microondas para que
puedas digerirlas mejor, alteza? Después de todo, tienes que comer un montón de
ellas.
—Estaré bien, gracias —contestó sarcásticamente y luego se volvió hacia el
señor Francis—. Guárdala aquí por mí, ¿lo harías, Carl? Vendré a recogerla después
de la escuela. O cuando esta mocosa decida irse.
—¡Oye! ¡Esta mocosa resolvió los problemas con tu motocicleta! —protesté.
Wolf pasó como un rayo junto a mí, con los ojos centelleantes de irritación, trazando
una gran franja de tierra ardiente alrededor. Pasó debajo de la puerta del garaje y se
había ido antes que pudiera tirarle un último insulto de puñalada por la espalda.
—Lo siento —dijo el señor Francis—. Los Blackthorn pueden ser un poco…
—¿Malvados?
—Estaba pensando más en la línea de… excéntricos —corrige—. De todos
modos, ¿necesitabas algo de mí?
—Uh, sí, en realidad. ¿Cree que tenga un último lugar en su clase de mecánica?
—¿En cuál?
—Cualquiera en la que esté Wolf.
El señor Francis reflexionó sobre esto.
—Quieres ponerlo en evidencia tan desesperadamente, ¿eh?
—Llámelo un deseo personal. Una compulsión, el deber de un genio. Un geass1,
por así decirlo.
—Bueno, no puedo simplemente dejarte entrar, es una clase avanzada.
Procedí a contarle todo lo que aprendí, casi textualmente, de la revista de
motocicletas que leí anoche. ¿Mencioné que sé cómo ponerme a trabajar y estudiar
cuando quiero? Señales manuales, tapas de motores, cambios de aceite. Le dije todo.
Cuando terminé, el señor Francis parecía más que un poco alborotado.

1 El Geass o mejor llamado Poder del Rey (王の力 Ō no Chikara?) es el poder especial de la
serie Code Geass y Code Geass R2. Al inicio de la serie se tienen pocas referencias de estas habilidades
especiales transmitidas por contacto visual en su mayoría, pero en la segunda temporada comienza a
tomar cierta importancia.
—Entonces, está bien. Parece que te subestimé, Beatrix. Estás dentro.
Considera tu sexto período el mío.
Hice una pequeña señal de victoria con el puño.
—¡Sí! ¡Gracias, señor Francis! ¡No se arrepentirá! ¡A menos que lo arruine
horriblemente y nos mate a todos con ácido de batería! Pero eso es simplemente una
hipótesis salvaje, usted sabe.
—Claro. —Me miró—. ¿No tienes otra clase a la que llegar?
Salí del taller sintiéndome considerablemente mejor. Logré invadir con éxito
uno de los espacios de Wolf Blackthorn al rodearlo, en lugar de atravesarlo. Ahora,
si pudiera mantener esa tendencia por el resto de la eternidad o hasta que él decida
dejar de ser un imbécil conmigo, lo que ocurra primero, aunque ninguno de los dos
fuera primero porque “la eternidad” y “odiarme” eran las mismas cosas para él, eso
sería genial. Wolf podría odiarme más por lo que he hecho, pero en este punto me
odia simplemente por respirar, entonces, correré el riesgo.
Si Burn era el objetivo difícil y Wolf el objetivo imposible, entonces Fitz era el
objetivo fácil. Pasó la mayor parte de la última clase del día durmiendo como
siempre: su cabeza rubia sobre su escritorio y sus brazos como almohada. El señor
Blackthorn subestimó la apatía de Fitz; estaba bastante segura de que algunas
respuestas equivocadas, y yo pidiéndole que me enseñara, no sería suficiente. Tenía
que hacerlo convincente. Tenía que dar un paso más. La clase de historia del señor
Brant era mi favorita, y el señor Brant era mi favorito: seco, ingenioso, pero serio. Y
ahora tenía que decepcionarlo.
Levanté la mano para ofrecer una respuesta.
—Elizabeth I —dije con orgullo. El señor Brant frunció el ceño.
—Lo siento, Beatrix, pero esa no es la respuesta que estoy buscando. De hecho,
eso es dos siglos demasiado tarde. Ni siquiera estaba cerca de este período de tiempo.
Un puñado de vergüenza comenzó a arder en mi estómago, mis mejillas se
calentaron. Una cosa era no prestar atención como el otro día, ¿pero dar una mala
respuesta? Las respuestas incorrectas no eran lo mío, y toda la clase se volvió para
mirarme. Lo sabían. Susurros recorrieron la habitación. Risa. Fitz levantó la cabeza
del escritorio para mirarme, sus ojos no estaban ni un poco soñolientos. El
desconcierto persistió en ellos, y atrapé su mirada solo por un momento antes de
mirar hacia otro lado.
El señor Brant finalmente cambió el tema, pero el daño ya estaba hecho. El
daño falso. O eso pensé, hasta que el señor Brant me pidió que me quedara después
de clase. Fitz fue el último en irse, y sus pasos fueron tan lentos y deliberados que
podría jurar que lo estaba haciendo a propósito.
El señor Brant esperó hasta que todos se hubieron filtrado antes de volverse
hacia mí.
—¿Cómo va todo contigo, Beatrix? —preguntó. Me miré los pies, incapaz de
mirarlo a los ojos.
—Bien.
—Pareces distraída últimamente. ¿Hay algo que no entiendas de la materia?
Puedo ayudar a aclararlo...
—No es eso —espeté—. Es solo que estoy… cansada. Eso es todo.
Me miró, sin juzgar ni sospechar.
—Está bien. Espero que descanses pronto. Necesitamos tu brillante cerebro en
esta clase; de lo contrario, ¿quién responderá todas mis preguntas? Estaría hablando
con una habitación silenciosa.
Me reí un poco y me despedí de él. Tenía la corazonada de que Fitz me estaba
esperando fuera de la habitación, así que cuando dijeron mi nombre, estuve
preparada para eso. Efectivamente, Fitz me alcanzó en el pasillo.
—Aquí estás, becada.
—Creí haberte dicho que te mantuvieras lejos —gruñí. No podía volverme
amigable con él de repente, no después de mi arrebato la otra mañana. Si lo hiciera,
sospecharía. Es inteligente, pero no cauteloso como Wolf.
Sonrió.
—Digamos que no puedo resistirme a una historia triste. No has estado
concentrada. Estás fallando. Y me parece irresistiblemente trágico.
—Puedo cuidar de mí misma, gracias —resoplé.
—Oh, sé que puedes cuidarte. Pero ¿cómo vas a encontrar tiempo para eso
cuando estás demasiado ocupada cuidando de todos los demás? Esa es mi pregunta.
—¿Qué?
—Oh, vamos, no te hagas la tonta. Eric. Y luego ese enorme estudiante de
primer año con esteroides explosivos. Los defendiste a ambos. Ingenuamente, por
supuesto. Pero aun así lo hiciste. Te pusiste justo en medio del conflicto con Wolf por
ellos. Eres valiente o estúpida. O ambos.
—¿Esteroides? —susurré. Fitz me miró como si fuera una niña pequeña
aprendiendo los colores por primera vez.
—Dah. ¿Por qué crees que Wolf le dio una tarjeta roja? Wolf quiere que se
detenga. El chico está en su equipo de natación. Los esteroides pueden destruir tu
cuerpo. Wolf lo sabe. Ese estudiante de primer año no. Sigue apareciendo con la
esperanza de impresionar a su padre cabeza hueca, o algunas tonterías.
Sentí que se me cortaba la respiración.
—¿Es por eso que Wolf lo hostigaba?
Fitz se rió de nuevo.
—Así es cómo funciona. Haz algo estúpido, tajante o ilegal en esta escuela, y
Wolf te amenaza para que te detengas. Y si no lo haces, te vas. Tan simple como eso.
—¿Y Eric? ¿Qué hizo?
—Lo atraparon tratando de poner drogas de violación en la bebida de una chica
durante una fiesta en casa hace un mes.
—Espera, ¿cómo lo sabe Wolf?
—Todos lo saben. —Bostezó Fitz—. Wolf solo se toma el tiempo para asegurarse
de que sea verdad. Pregunta por ahí, hace su investigación. Y cuando tiene pruebas,
cuando está seguro, emite una tarjeta roja. Eso es lo que significa. “Tenemos sucios
secretos sobre ti que podrían arruinar tu vida aquí en Lakecrest, así que será mejor
que te detengas”.
De repente me sentí enferma. Eric, el tipo que defendí primero, el chico tímido
y asustado. ¿Había intentado salir y ponerle droga de violación a la bebida de
alguien? ¿Y lo defendí?
Me temblaban las piernas, así que busqué un banco cercano y puse mi cabeza
en mis manos. Escuché a Fitz sentarse conmigo. Levanté mi cabeza rápidamente y lo
miré.
—No me estás engañando, ¿verdad? ¿Para hacer que Wolf se vea bien o algo
así? ¿Esto es realmente cierto?
Fitz hizo una seña de Boy Scout.
—Por lo que queda de mi honor mancillado, becada, es verdad. Si no me crees,
puedes preguntarle a cualquiera en esta escuela.
—Nadie en esta escuela me habla. Excepto tú. Y Burn. A veces, Wolf me lanza
un destello más desagradable que la parte trasera del inodoro, y eso es emocionante.
—Sí, él hace eso.
—Entonces Mark Gerund. —Tragué saliva—. ¿Él fue un caso similar?
Fitz se encogió de hombros.
—No. Eso fue más… personal. Para Wolf, de todos modos.
—Pero Wolf lo expulsó. Tu padre lo echó…
—Oh, no. —Se rió—. Créeme, Mark se fue por su cuenta. Es el simple hecho de
haber tenido una pelea con Wolf, el día anterior a su abandono, lo que hace que la
gente piense que Wolf tuvo algo que ver con eso.
—Entonces, ¿por qué? ¿Por qué Wolf está tratando de echarme, ahora?
Los ojos verdes de Fitz brillaron con algo parecido a la diversión.
—Probablemente por las mismas razones por las que luchó contra Mark,
imagino.
—¿Qué? Eso no tiene ningún sentido.
—Escucha. —Fitz se inclinó hacia adelante—. Estás apestando en historia de
repente. Eso es lo que quería preguntar. Se supone que eres inteligente, la más
inteligente en este infierno además de mí. ¿Qué pasa?
—Yo… —En medio de todas las revelaciones que Fitz me estaba lanzando sobre
Wolf y sus tarjetas rojas, luché por recordar para qué estaba haciendo todo esto
realmente. Fitz tenía que ser uno de los hermanos más fáciles de conocer. Tenía que
caerle bien—. Las cosas no están bien en casa —dije, no mintiendo del todo,
realmente—. Y apesta, y no me puedo concentrar últimamente y estoy empezando a
quedarme atrás en clase, y no tengo notas. —Mi voz se fue apagando—. No importa.
Es estúpido quejarse de esto.
El rostro de Fitz se iluminó.
—No es estúpido. Solo significa que apestas. Más de lo normal.
Le fruncí el ceño y él se rió.
—Por ahora —aclaró—. Estás atravesando un período de apestar. No te
preocupes. Nosotros, los seres más inteligentes, podemos ayudar con eso.
—Como si quisiera tu ayuda —espeté, ahora definitivamente irritada con él.
—En serio —insistió—. Si necesitas ayuda para ponerte al día, puedo hacerlo.
—¿Por qué ayudarme? No hice nada más que enfadarme contigo y gritarle a
Wolf. —El recuerdo de defender a Eric se me vino encima y gimoteé—. Dios. ¿Por
qué nadie me detuvo?
—Wolf lo intentó —presionó Fitz—. Con esa tarjeta roja. Pero lo ignoraste, por
supuesto. Eres buena en eso de que la ignorancia es una bendición, ¿eh?
—Jódete tú también.
Fitz pasó rápidamente por el insulto, apartando un mechón de su cabello rubio
como si estuviera en la alfombra roja de Hollywood.
—Puedo ser tu tutor. Contrariamente a la creencia popular, en realidad soy
bastante bueno en todo lo relacionado con la escuela. Cuando quiero serlo. Cuando
no me pone a dormir para siempre.
—¿Y qué obtienes de eso? —pregunto—. No puedo darte dinero, o…
—Discúlpate —dijo rápidamente.
—¿Qué?
—Ve a disculparte con Wolf. Ahora mismo. Está en la práctica de natación, en
el edificio de la piscina.
—¡No tengo nada por lo que disculparme! —protesté—. Él es quien le tira café
a la gente, él es quien amenazó con quitarme la beca.
Suspiró.
—Bien. Tienes razón. Sus métodos son extremos. Pero siempre tiene una razón
para ello. Tirar café a alguien no es tan dañino como la mierda que el estudiante de
primer año le está haciendo a su cuerpo con los esteroides, o lo que Eric intentó
hacerle a esa chica.
—¿Y hacer que me echen de la escuela? —pregunté—. ¿Cómo justificas eso?
Fitz se queda en silencio por una vez, sin chistes en sus labios.
—Tendrás que preguntárselo tú misma. Como, ahora mismo. Está a solo unos
minutos de distancia.
—¿Estás seguro? —presioné—. ¿Estás absolutamente seguro que tiene una
buena razón para hacerlo? Eso es estúpido. Es una fe ciega. Lo está haciendo porque
me odia.
—Entonces demuéstrame que estoy equivocado. Ve a preguntarle.
—¡Bien! —Levanté mis manos—. Iré.
Harta de él, camino por el campus hacia el edificio de la piscina. Fitz no me
sigue. El olor a cloro y el sonido de las salpicaduras de agua y los chicos que gritan
saludan mis oídos. Cuando entro en la piscina, me doy cuenta de lo grande que es
este error. Fitz me incitó a esto: si no juego bien, Wolf será aún más difícil de ponerse
de mi lado, si eso es posible.
El equipo de natación da vueltas de lado a lado, una corpulenta mujer con
brazos gruesos y una voz fuerte les grita que se muevan más rápido mientras
merodeaba por el borde de la piscina con un cronómetro.
—¿Crees que eso te llevará a los estatales, Bergman? —gritó—. Déjame ver ese
movimiento de brazos, círculos grandes. ¿Es esa tu idea de grande? ¡Muévete!
Me encogí en la pared embaldosada, esperando que no me viera. Estaba a punto
de salir corriendo hacia la puerta cuando su voz gritó:
—¡Oye! ¡Tú ahí! ¿Quién eres?
Me estremecí y me volví. La gente en la piscina había dejado de nadar, todos
los chicos me miraban. Wolf estaba en el carril del medio, flotando en agua, con el
cabello empapado, pero sin hacer nada para ocultar su mirada sobre mí. Mierda.
Ahora me odia y piensa que probablemente lo estoy acechando. Lo cual es verdad.
Un poco. En la nómina de su padre. Despacio. Desde lejos.
—Debo… ¿haber tomado la puerta equivocada? —Le ofrecí en voz baja—. Lo
siento.
Me miró de reojo y luego hizo sonar su silbato.
—Muy bien, cinco minutos, muchachos, y luego volvemos a la mariposa que
todos conocen y aman. Beban algo, recuperen esos electrolitos.
Vi a los chicos salir de la piscina y supe que esta era mi oportunidad de irme.
Lo arruiné. Dios santo, me equivoqué tanto al dejar que Fitz me afectara
—No me das la impresión de ser del tipo que le gusta el agua. O nada,
realmente.
Mi mano se congeló en la manija de la puerta y me volví, encontrándome cara
a cara con Wolf. Se secó con una toalla mientras me miraba, frotándola a través de
su oscuro cabello mientras el desdén le amargaba el rostro.
—¿Cómo haces eso? —siseé—. ¿Acercarte sigilosamente a la gente de esa
forma? Burn lo hace también. ¿Es hereditario, o son ninjas de formación clásica, o…?
De repente me empuja un billete de veinte dólares ligeramente húmedo.
—Por tu ayuda no deseada. Con la reparación de mi motocicleta.
Fue una cosa tan extraña que me quedé muda por un segundo.
—Oh, espera. Lo entiendo. Esto está lleno de ántrax y has tomado el antídoto
durante toda tu vida y así es como muero, herida por la caridad de mi enemigo
mortal.
Sus ojos verdes se entrecerraron, como los del zorro.
—No es caridad. Arreglaste la motocicleta, por lo estúpidamente afortunada
que fuiste con ella.
—¿Por qué me estás dando esto? —me burlé. Cometí el error de bajar la mirada,
a la piel expuesta de su vientre aterciopelado, cada línea de músculo esbelto se movía
bajo su respiración. Estúpida, Bee. No dejes que te hipnotice como a todas las chicas
de esta maldita escuela—. El señor Francis es quien realmente va a arreglarla.
—El señor Francis no tiene solo un padre que trabaja —respondió
bruscamente—. Solo toma el dinero.
La ira se acumuló debajo de mis mejillas.
—¿Crees que sabes todo sobre mi vida? No necesito tus estúpidos veinte, ¿de
acuerdo? Mi mamá está bien, estoy bien, mi papá está bien, todos estamos bien,
¿bueno? Puede que no estemos nadando, pero sabemos cómo ahorrar y ser
inteligentes con nuestro dinero. No lo desperdiciamos en cosas como autos o
restaurantes costosos o chicas al azar por las que sentimos lástima.
Mis gritos hicieron que los otros chicos del equipo nos miraran, murmurando
el uno al otro. Incluso la entrenadora me miró con el ceño fruncido. Me sentía
caliente y con comezón, como en la multitud esa mañana. Haría cualquier cosa por
no estar allí en ese mismo segundo. Si pudiera teletransportarme a la cima de una
montaña, o a un prado sereno, o al infierno, incluso el estacionamiento del 7-11 cerca
de mi casa, algo, cualquier cosa. En cualquier lugar lejos de su momento y los ojos
de Wolf atados con fuego. Parecía casi… conmocionado, la habitual irritación en sus
cejas como halcones relajándose. Mis ojos se posaron en sus anchos hombros, su
clavícula afilada, su prominente mandíbula. Esta era la forma de él, de un tipo que
nunca podría entender mi situación. Ni en un millón de años. Pero fingió hacerlo,
como si le ganara puntos por ser un “buen tipo”. Estaba harta de él. Estaba harta de
que todos me dijeran que, secretamente, era un buen tipo. No lo era. Nunca lo sería.
No para mí, de todos modos.
Una parte distraída y estúpida de mí volvió a mirar su piel aceitunada. Era una
pena, esa parte, que no podía soportar ser tocado por otra persona. Tenía un cuerpo
hermoso. ¿Realmente tenía una fobia? ¿Alguien tan aparentemente controlado como
él? ¿Cómo podría tener una fobia, cuando el primer día que interactuamos se acercó
tanto que pude olerlo? ¿Fue una mentira? ¿Estaba el señor Blackthorn simplemente
agregando una capa extra de precaución alrededor de su hijo?
Repentinamente, mis dedos estaban a unos centímetros de la mejilla de Wolf,
con la punta de ellos sintiendo el calor que salía de su piel. Quería terminar el
movimiento, tocarlo, pero la lógica me gritó. ¿Qué demonios estaba haciendo?
¿Cómo diablos llegaron mis dedos allí? Retiré mi mano y Wolf se apartó de mí al
mismo tiempo. ¿Qué mierda estaba haciendo?
—Lo siento. Tengo que irme —gruñí las palabras en un revoltijo y corrí hacia la
puerta. El olor a aire fresco volvió todas mis palabras, y acciones dentro del edificio
de la piscina, a la cruda realidad. ¡Mierda, mierda, mierda! ¿Qué había hecho?
Actuaba como un completo bicho raro: no hay forma de que pueda mirarlo a los ojos
otra vez, ¿verdad? Esto era todo, tenía que mudarme a China, Japón, Malasia; tan
lejos de los chicos Blackthorn y esta estúpida escuela como pudiera. Todos en ese
edificio me vieron alcanzarlo, me vio, me vi y no puedo sacarme la imagen de la
cabeza. La repito una y otra vez, como un carrete de película espantosamente
embarazoso.
Mi camino de regreso a casa es una mancha de terror y asco de nudillos blancos.
Medio me muevo para controlar a papá, asegurándome de que ha comido, tomado
sus pastillas, asegurándome que la cena comience, asegurándome que mi tarea esté
al día, asegurándome de que nunca, nunca, miro en la dirección de Wolf Blackthorn
de nuevo en lo que me resta de vida.
7
odo se siente tan lejos.
El sonido del agua de la piscina chapoteando contra los lados se
desvanece. El eco de los gritos de la entrenadora se desvanece.
Observo a Beatrix irse, y trazo las marcas al rojo vivo que las
puntas de sus dedos dejaron en mi mejilla. Mi piel se eriza con piel de gallina, mis
nervios están de punta con algo de electricidad invisible.
¿Qué demonios está mal conmigo? ¿Estoy teniendo un derrame cerebral? Las
puertas se abren y cierran detrás de ella, y en lo único que puedo pensar es en cómo
deseo más de su toque. Más de sus ojos persistiendo sobre mis bordes y líneas. Solo…
más de ella. Punto.
Frustrado, gruño y meto el billete de veinte dólares en mi mochila.
—¿A dónde crees que vas, Blackthorn? —grita la entrenadora—. ¡Regresa a la
piscina!
Estoy tan distraído que la escucho, pero no proceso ninguna de sus palabras.
Hace sonar su silbato en mi oído y me sorprendo.
—Jesús, entrenadora…
—Creí haberte dicho que le dijeras a tus novias que se mantuvieran alejadas de
la piscina cuando estamos practicando —dice furiosamente—. Y dijiste que te habías
echo cargo de eso. No me digas que voy a tener ese problema de nuevo, apenas podías
entrar aquí con todas ellas amontonadas en la puerta.
—No, no es nada como eso.
Los ojos de la entrenadora me miran de arriba hacia abajo.
—Está bien. Entonces vuelve a la piscina y haz unas cuantas vueltas más.
Me dirijo al borde de la piscina. Mis compañeros de equipo me ven fijamente
desde los bancos en los que están sentados, medio empapados y sorbiendo Gatorade.
Murmuran entre ellos, dándose codazos como si estuvieran compartiendo algún
secreto. Jason, el estudiante de primer año y abusador de esteroides, es el que
susurra con mayor seriedad de todos ellos. Por supuesto que lo hace. Amaría
comenzar rumores desagradables acerca de mí como venganza por haber vertido café
encima de él. Amaría hacer lo que fuera para estar de regreso en buenos términos
con el equipo y la escuela. Y aunque el equipo lo ha rechazado a causa de su tarjeta
roja, empiezan a escucharlo. Dirijo mi mirada furiosa directamente a ellos,
desafiando a que alguno diga algo. Y por supuesto, siempre hay un chico lo
suficientemente estúpido para desafiarme. Uno de último año que ama molestarme
cada vez que puede.
—Entonces. —Camina en el agua a mi lado—. Tú y la chica becada, ¿eh?
—No —le advierto.
—¿No qué? —Sonríe—. Vamos, hombre, puedes decirme. Somos un equipo.
Mierda, no te culparía por querer algo de eso, es un poco desaliñada, pero si miras
lo bastante cerca puedes ver que tiene unas asombrosas tetas debajo de todo eso. Yo
también se lo haría. Aunque, solo una vez, y luego la botaría en la calle.
Veo rojo. Antes que pueda controlarme, tiro un puñetazo a su mandíbula y
conecta con un desagradable crujido. El de último año sale jadeando por el aire, y
arremete contra mí. Nos enredemos debajo del agua, mis ojos y oídos se llenan de
cloro mientras me golpea en el estómago, el aire sale rápidamente de mi boca y es
reemplazado por dolor fundido. El sonido por encima es débil, pero todavía puedo
escucharlo, el equipo empieza a gritar, la entrenadora hace sonar su silbato, sus
manos nos buscan frenéticamente debajo del agua. Envía a la mitad del equipo
detrás de nosotros, separándonos en el extremo poco profundo.
—¿Cuál es tu jodido problema? —gruñe el de último año. Escupo agua mezclada
con sangre debido a mi labio partido. Él no está mejor que yo, la cuenca de su ojo
izquierdo está empezando a amoratarse.
—Si hablas de esa manera de nuevo sobre ella —gruño—, arruinaré más que
solo tu cara.
—¿Por qué te importa? —grita—. ¡Solo es la becada!
—¡Suficiente! —grita la entrenadora—. Ustedes dos, a mi oficina, ahora. El
resto a las duchas. Se terminó la práctica.
El de último año y yo, entramos a su oficina a regañadientes, la única cosa que
está impidiendo que mi puño conecte con su cara es el hecho que la entrenadora está
viéndonos furiosamente desde el otro lado de su escritorio.
—Caballeros, ¿cuál parece ser el problema? —pregunta.
—Dije algo sobre una chica que entró y ¡él malditamente enloqueció! —protesta
el de último año—. ¡De repente se enojó conmigo justo como cuando enloqueció con
ese chico Mark!
—No digas su nombre. —Me estremezco.
—¡Diré lo que malditamente quiera decir!
—Lenguaje —advierte la entrenadora, luego me ve—. Esto es lo que vamos a
hacer; Harris, mantendrás tu nariz fuera de los asuntos de Blackthorn. Blackthorn,
no vas a andar golpeando a las personas, sin importar cuánto te hagan enojar. Si
escucho o veo esta situación una vez más, ambos estarán fuera del equipo, y estoy
advirtiéndoles a sus padres.
Harris frunce el ceño hacia mí.
—Como si importara para él. Su papá dirige este lugar.
—Nadie está obteniendo ningún favoritismo, Harris —advierte la
entrenadora—. Ahora salgan de aquí. Vayan a cambiarse. Y traten de hablar sobre
sus problemas como personas adultas, en lugar de arrojarse caca el uno al otro como
monos, ¿está bien?
Ambos repetimos “sí, entrenadora”, y nos dirigimos hacia los casilleros. Lo
dejo ir primero, solo para asegurarme que no se gire hacia mí e intente empezar algo.
El impulso por mostrarle una tarjeta roja es intenso, pero no tiene sentido, no ha
hecho nada “malo” en lo absoluto. Me hizo enojar, eso es todo. Eso no se merece una
tarjeta roja. Si le diera una tarjeta roja básicamente sería un dictador, y esa es la
última cosa que quiero que las personas me vean.
Cada chico en los vestidores guarda silencio cuando entro. Me cambio tan
rápido como puedo y salgo, conduciendo mi motocicleta un poco más rápido de lo
normal, como si dejara todas las miradas atrás. Sé lo que estaban pensando detrás
de su silencio, Wolf Blackthorn, el que nunca parece preocuparse por una chica, y de
repente empieza una pelea por una. Sé que los rumores se esparcirán como un fuego
salvaje esta noche, y las miradas que seguirán mañana. Cuando llego a casa y abro
mi computadora, está confirmado, Twitter y Facebook están en llamas con lo que
sucedió hoy. Las especulaciones vuelan, la becada y Wolf han dormido juntos, está
embarazada y Harris es el verdadero padre, cosas estúpidas que solo me hacen
enojar más. Energía reprimida arde a través de mí, mitad furia y mitad algo más que
no puedo nombrar, algo que me deja dolorido en el pecho y completamente
confundido en la cabeza.
No inicio peleas. No he tocado a nadie a propósito desde Mark. Pero ante la sola
mención de Beatrix, la idea de alguien como Harris tocándola, mi control salió
volando. Todas mis reservas, todas mis evasiones físicas, salieron volando por la
ventana. Por una fracción de segundo, me olvidé de mí mismo. Ella eclipsó mi miedo,
algo que nadie más en mi vida ha hecho jamás.
Mark estuvo cerca. Por mucho que odie admitirlo, él se acercó. Pero con él fue
lento, gradual. Con ella fue instantáneo. Arremetí en un instante, sin pensar, sin
vacilación.
Me levanto, incapaz de soportar un momento más de esta energía tormentosa.
Toco la puerta de Burn, pero no está en casa. Por supuesto que no está. Parte de mí
quiere que lo esté, él escucharía mis problemas. O, solía hacerlo. Desde que mamá
murió, realmente nunca ha estado allí para mí, o para Fitz, no como solía hacerlo.
Quiero abrir la puerta y verlo allí, sonriendo pacientemente, esperando a que le
contara cualquier espantoso secreto que he mantenido dentro de mí. Su consejo era
bueno. Sería bueno, si todavía estuviera aquí para mí. Pero no lo está.
Así que me decido por la siguiente mejor cosa.
La bolsa de golpear de Burn cuelga del techo, una pesada columna de arena
cubierta por plástico. La golpeo, tan fuerte y tan rápido como puedo, esperando que
toda la confusión desaparezca con la fatiga, esperando que mis esfuerzos físicos
ayuden a despejar mi mente. Golpeo hasta que sudor gotea hacia mis ojos, hasta que
mis nudillos escuecen como cuando alguien derrama jugo de limón en heridas
abiertas. Y las palabras; las palabras de todos trepan las unas sobre las otras, como
un caótico tornado en mi mente.
Ella es solo la chica becada, por qué te importa…
—¿Crees que sabes algo sobre mi vida?
—… Puedes decir que tiene unas tetas asombrosas debajo de todo eso. Yo
también se lo haría.
Me siento estúpido. Me siento débil. Me siento impotente. Solo pensar acerca
de la mirada en su rostro cuando le ofrecí los veinte dólares me hace sentir incluso
más estúpido. Pensar en lo gentil que fueron sus dedos sobre mi mejilla me hace
sentir incluso más débil.
Se supone que las personas no me afectan de esa manera. Pensé que lo había
superado. Luego de Mark me juré a mí mismo que nunca permitiría que nadie más
me hiciera sentir cosas de nuevo. Y luego Beatrix vino y arruinó todo. Soy impotente
de nuevo, y me asusta demasiado.
Así que continúo golpeando, hasta que mis nudillos sangran y mi cuerpo me
grita que me detenga.
—¿Wolf?
Veo a través de mi neblina para ver a Burn de pie allí. El agotamiento me golpea
como un camión, y siento que me tambaleo. Burn está aquí, sus fuertes brazos
sosteniéndome, y por una fracción de segundo, cuando alzo la mirada, lo veo como
su ser de nueve años, sonriendo calurosamente y diciéndome que todo estará bien.
Y luego regreso rápidamente a la realidad y su cara es mayor y apenas tiene alguna
emoción en ella. Pero si miro lo suficientemente cerca, puedo ver una pequeña chispa
de preocupación en sus ojos.
—Wolf, ¿estás bien? ¿Qué estás haciendo aquí?
—Tenía que golpear algo —digo—. Y tú tienes una bolsa completa dedicada a
eso. Así que me dije “¿por qué no?”.
—Tu labio… —Se detiene—. ¿Tuviste una pelea?
No puedo permitir que me haga preguntas. Es demasiado vergonzoso admitir
que perdí el control. Me alejo de su soporte y me sostengo por mi cuenta.
—Estoy bien.
—No lo estás —insiste, siguiéndome mientras colapso en la cama de mi
habitación—. Jesús, Wolf, tus nudillos…
—Deja de fingir que te importa una mierda —gruño. Burn no dice nada,
retirándose después de un rato. Justo cuando pienso que me ha dejado solo de una
vez, regresa con peróxido de hidrogeno y gasa—. No necesito nada de eso. Sal de
aquí.
Burn me ignora, arrodillándose junto a mi cama y poniendo en mis nudillos
algo húmedo. Escuece, y silbo.
—¿Dejarías de tratar de comportarte como el preocupado hermano mayor? Lo
dejaste atrás hace mucho tiempo.
—Enójate tanto como quieras —dice suavemente—. Pero no te voy a dejar hasta
que haya curado todo lo sangriento.
Considero la idea de levantarme y obligarlo a salir, pero luego recuerdo cuán
alto es y su gran complexión como una pared. Miro fijamente el techo mientras
envuelve mis nudillos en gasa.
—¿Quién te golpeó? —pregunta Burn.
—Nadie —gruño.
—¿Por qué te golpearon? —pregunta de nuevo, con paciencia. Tan
pacientemente que me hace enojar.
—Está hecho, ¿bien? No importa quién o por qué lo hizo. Déjalo.
Estamos callados. Ambos sabemos que simplemente lo escuchará todo
mañana. Exhalo, rápido y fuerte.
—Golpeé a uno de último año. Harris. Estaba haciendo comentarios estúpidos
sobre una chica.
—¿Qué tipo de comentarios?
—Algo como, “la follaría”. Mierda estúpida.
—¿Quién era la chica?
Muerdo el interior de mi labio.
—La becada.
La expresión de Burn no hace ni siquiera un ligero movimiento. Pero he sido su
hermano el tiempo suficiente para saber que está sorprendido.
—Tú… ¿la defendiste? —pregunta. Lanzo mi brazo engasado sobre mis ojos así
no tengo que enfrentarlo.
—No. No fue nada como eso. Solo me estaba haciendo enojar.
—Lo golpeaste —afirma Burn.
—Lo sé.
—Odias tocar a las personas.
—Lo sé.
Burn se queda en silencio. Para mi completo alivio, termina de poner gasa en
mi otra mano y se levanta.
—Enjuaga tu labio con agua salada antes de acostarte.
—Sí, mamá —gruño.
—Hablo en serio, Wolf. Si se infecta tendremos que decirle a papá que te metiste
en una pelea.
—Bien. Está bien. Tienes razón. Ahora solo déjame en paz. —Se siente severo y
me siento como un idiota, considerando que acaba de vendar mis heridas. Se mueve
hacia la puerta, y le grito—: Gracias.
Burn hace una pausa, asintiendo por encima de su hombro, antes de cerrar la
puerta detrás de él.
Dejo que todo mi cuerpo finalmente se relaje. Al fin solo. La energía retorcida
en mí se ha ido —agotada— dejando atrás una cáscara vacía. Una cáscara vacía que
no puede hacer nada más que yacer en su cama y hacer una mueca de dolor ante la
idea de ir a la escuela mañana.
Ante la idea de enfrentarse a Beatrix Cruz.
Es más fácil leer sus escritos. Saco su ensayo de la mesa de noche y leo.
Mi papá no está en las mejores condiciones. Está enfermo de depresión. Pero
si hay una cosa que he aprendido de la investigación, es que no es su culpa. Es solo
como son las cosas, en su cerebro. Sin importar qué, todavía es mi papá. Sin
importar qué, soy su hija y tengo que hacer todo lo que pueda para ayudarlo a
mejorar. Eso es lo que significa ser familia. Eso es lo que significa el amor; significa
ayudar. Significa apoyar a alguien, defender a alguien, dándoles a ellos el mejor
esfuerzo. Poesía florida y cerezas confitadas una vez en el año no es amor.
El amor es sacrificio. Y tengo la intención de sacrificar mucho.
Nosotros, los adolescentes, queremos mucho. Queremos una vida social,
queremos amigos. Queremos un novio o una novia. Pero no podemos tenerlo todo.
Quiero decir, algunos de nosotros lo tienen todo, pero esos son los afortunados. El
resto de nosotros solo nos conformamos, buscando algo a tientas en la oscuridad,
cualquier cosa que nos permita seguir adelante. Pero en la realidad, todas esas
cosas son temporales. Ser un adolescente es solo una señal en el radar del resto de
mi vida. Son unos cuantos años. Unos cuantos años que estoy más que dispuesta a
sacrificar.
Tengo todo lo que necesito para continuar, justo aquí, en mi familia.
Por centésima vez que llego a este punto del ensayo, pienso en lo idiota que es.
Sus intenciones son tan puras e intensas que prácticamente irradian fuera de la
página. Sí, entonces quiere ayudar a su padre, pero ¿qué hay sobre ella? Todo lo que
está diciendo es una imagen espejo de mis pensamientos dos años atrás, cuando
estaba tratando de ayudar a Mark. Prácticamente escuece leerlos aquí, de nuevo.
Otro cordero para la matanza. Otro cordero dispuesto a sacrificarse a sí mismo, con
la intención de no obtener nada a cambio.
Me tomó dos años descubrir que valía más que nada. Y, sin embargo, aquí está
ella, convencida que su tiempo y energía son mejor usadas para su papá, no para ella.
Me quema por dentro.
Quiero decirle, que así no es como se supone que sean las cosas. Está bien ser
un niño, por Dios Santo. Pensar en ti misma por una vez, antes de pensar en otras
personas. Está bien tener tus propios sueños, e ir en busca de ellos.
Excepto que nunca seré capaz de decirle eso. No ahora. No después de la forma
que me tocó, de la forma en que reaccioné.
Así que me conformo con sus palabras. Sus palabras no me fruncen el ceño. Sus
palabras no me hacen sentir avergonzado o confundido.
Sus palabras no tocan mi mejilla.
8
orir de vergüenza no es algo que suelo hacer, lápiz-y-papel.
En general, prefiero todo lo de no-morir a lo de morir. Tengo
mucho que hacer con mi vida: convertirme en una psicóloga famosa,
una muy buena con un buen título, investigar cómo curar la depresión
o, al menos, cómo tratarla mejor, y ayudar a muchas personas alrededor del mundo.
Incluyendo a mi papá. Especialmente a él.
Así que morir realmente no está en mi lista de prioridades, por no decir que no
está en mi lista. Estudiar sí. Obtener buenas calificaciones definitivamente sí.
Recuerdo una vez, cuando morí de vergüenza; mis amigas de la escuela secundaria y
yo fuimos a un concierto de una banda de chicos y perdimos nuestras mentes,
lanzando nuestros sujetadores al escenario, y luego el miembro de la banda de chicos
con el que estaba obsesionada, miró en mi dirección, luego al sujetador sobre sus
pies y arrugó la nariz con disgusto. Morí en ese momento. Soy como un fantasma.
Un fantasma muy inteligente y amante de la comida. Me estremezco pensando en lo
estúpida que era en ese entonces, pero la sensación es definitivamente la misma.
Excepto por el hecho de que Wolf no es un miembro de una banda y definitivamente
NO soy su fan y también es muy difícil actuar normal cuando tu cerebro se niega a
dejar de pensar en el mismo momento una y otra y otra vez.
—¿Bee? —preguntó papá por encima de su desayuno de jugo de naranja—.
¿Estás bien? No has tocado tu cereal.
Contar con papá para estar consiente de cómo me siento cuando lo necesito
parece ser lo menos.
—N-no, estoy bien. —Tomo un masivo bocado de cereal—. ¿Ves? Metiendo
comida en mi boca como siempre. Jaja.
Papá suspira.
—Está bien. Si tú lo dices. Siempre puedes hablar conmigo, sabes.
Mi corazón se hunde un poco. Es una mentira, y ambos lo sabemos, pero él lo
dice de todos modos, así se siente como un papá.
Decir que temía poner un pie en la escuela ese día era como decir que un
muñeco de nieve le teme a una fogata. Estaba aterrada. Ayer sucedió algo en la
piscina, algo entre Wolf y yo, y no sabía cómo manejarlo. Fue solo un pequeño toque,
dice una voz en el fondo de mi mente. ¿Cuál era el alboroto? No lo sabía. Quiero
decir, ahora sé lo que era, pero en aquel momento, no tenía idea. Se había sentido...
increíble. Ese extraño escalofrío recorrió mi columna, la forma en que mi sangre se
sentía como si comenzara a hervir a fuego lento, todo sucedió de golpe por un solo
dedo sobre la piel.
Estaba horrorizada. Por mí misma, por lo que había hecho y en cómo reaccioné.
Pensé que me importaba un carajo lo que Wolf pensara de mí, pero resulta que sí.
Especialmente si iba y le contaba a toda la escuela al respecto. Me imaginaba los
rumores mientras conducía esa mañana: “A la becada le gusta”. Podría manejar los
rumores de que soy rara, que soy pobre, que estoy pasada de moda. Pero que, ¿me
gusta alguien? No tenía tiempo para eso. No estaba aquí, en esta estúpida escuela,
para eso. ¿Y me gustaba Wolf de todas las personas? ¿Después de que públicamente
declaré mi odio por él y toda su familia? Parecería que había caído bajo su hechizo
como todas las demás en cuestión de días. Como si hubiera sucumbido. Como si
fuera como todas las demás. No podría manejar eso. No quería ser como la demás,
obsesionada con su aspecto y alta costura y su confianza en el dinero de sus padres
para sobrevivir en la vida.
Salí de mi auto, y en el momento en que lo hice pude sentir a la gente
mirándome. Ellos lo sabían. Por supuesto que lo sabían. Me picaba la piel y me ardía
el rostro. Quería gritarles, a alguien. Diría: ¡No me gusta! ¡Para mí es tan sexy como
el chicle extra en la suela de mi zapato!
La única razón por la que no dije nada de eso fue porque Kristin Degal se acercó
a mí.
Describir a Kristin es como describir el sol cuando no tienes un telescopio
genial, sabes que es brillante y caluroso y proporciona vida, pero no ves los detalles,
como el hecho que está hecho de plasma, y tiene hermosas erupciones solares en el
arco de la superficie, e implosionarán sumariamente después de un millón de
billones de años. No sabes nada de eso. Simplemente sabes que es hermoso y cálido.
Kristin era hermosa y cálida, con un suave cabello rubio y un físico como una diosa
amazónica. Alguien así tiene que tener algunos defectos, tú protestas. Por supuesto
que tenía. Ella comía con la boca abierta y tenía la risa más sonora y chillona que
jamás haya escuchado. Pero obtuvo un promedio general de 4.2 y un puntaje casi
perfecto en el SAT que la ponía en las noticias. Era amable con casi todos, y la única
persona con la que no fue amable fue ese tipo que intentó agarrar su trasero en el
pasillo una vez. Ella lo tiró sobre su hombro. Ese fue el día en que todos supimos que
ella también era un cinturón negro en Judo.
Kristin me sonrió.
—Oye, Bee. Soy Kristin.
—L-lo sé. —Me las arreglé—. Te he visto... caminando.
—¿Caminando? Algunas personas dicen que me pavoneo —reflexionó—.
¿Dirías que me pavoneo?
—Uh, ¿algo así?
Ella piensa en eso, luego niega y aplaude.
—Te estoy pidiendo cosas extrañas demasiado temprano en nuestra amistad,
¿no es así? El señor B me dijo que eras muy inteligente, por lo que definitivamente
sabes para qué estoy aquí.
—Para contarme acerca de una “fiesta de rock”, supongo.
—¡Así es! Es a las nueve, en la casa de Riley. ¿Te busco a las nueve y media?
—Pero... es a las nueve. ¿Qué hay de las ocho y media?
—¿Temprano? Ay, eres tan linda. No, no, no, siempre tienes que llegar tarde a
una fiesta.
—Uh, ¿por qué?
—¡Así puedes hacer una entrada! —Guiñó—. Aquí, dame tu número de teléfono.
Puedes enviarme un mensaje de texto con tu dirección más tarde.
Cuando intercambiamos números, la miré.
—¿Hay algo así como un código de vestimenta?
—Oh, lo de siempre.
—Por “usual” te refieres a Prada.
Esto le provocó una carcajada, esa risa chillona, pero de alguna manera
contagiosa.
—Si no tienes nada que ponerte, puedo traer algo de mi ropa.
—No, está bien —protesté—. Disfruto usar jeans normales. También estoy
bastante segura de que Prada no fabrica jeans que no sean de talla 2.
Ella se rió de nuevo.
—Por supuesto. De acuerdo, tienes mi número, tengo el tuyo. Envíame un
mensaje de texto más tarde: ¡tengo que llegar temprano a la clase avanzada de
química!
En un remolino de perfume de vainilla, Kristin me abrazó y luego se fue
corriendo, saludando a otros amigos que vio por el campus mientras se iba. Fue
extraño, el momento en que me abrazó, la gente en el borde del estacionamiento me
miraba. Sabía que Kristin era popular, pero ver su poder en acción era algo aterrador.
Con un solo abrazo, ella los sacó de mi espalda. Al igual que con una sola tarjeta roja,
Wolf hacía que la gente hiciera lo que él quería. Los dos estaban en una categoría
totalmente diferente que yo, una categoría llena de carisma.
Entré en la clase de mecánica muy nerviosa. Mis ojos escanearon la habitación,
y suspiré de alivio cuando vi que Wolf aún no había llegado. En secreto, esperaba que
no apareciera en absoluto, eso nos ahorraría mucha incomodidad. ¿A quién engaño?
¿Wolf Blackthorn? ¿Incómodo? Ni en un millón de años. Él entraría por esa puerta,
me miraría y nunca se detendría. Tendría dos agujeros quemados en la parte
posterior de mi cabeza de forma permanente. Y solo sería la parte de atrás de mi
cabeza, porque nunca más volvería a mirarle el rostro a Wolf, eso era seguro.
El señor Francis tomó asistencia y me presentó como la última incorporación a
su clase. La clase estaba llena en su mayoría por chicos, pero dos o tres chicas se
sentaron en la mesa de atrás. Busqué refugio con ellas. Una de ellas me puso los ojos
en blanco, la otra sonrió débilmente, pero nunca me habló, ni siquiera cuando el
señor Francis agrupó nuestras mesas para trabajar en el etiquetado de un diagrama
de un motor V-8. Me deslizaron el papel cuando me tocó escribir en un espacio en
blanco y volvieron a hablar entre ellas sobre qué convertible iban a pedirles a sus
padres cuando tuvieran su licencia.
—No quiero un BMW. —Suspiró la chica del ceño fruncido—. Mi hermano ya
tiene uno y no quiero parecer que lo estoy copiando.
—Siempre puedes conseguir un Saab —dijo la chica sonriente—. Están muy
bien hechos.
—¡Oh, ahí está Wolf! —La chica del ceño fruncido señaló hacia la puerta. Se me
hizo un nudo en el estómago e incliné mi cabeza sobre mi papel, tratando de
desaparecer en la tinta. Las chicas no deben haber oído sobre lo que hice en la
piscina, porque no me miraron en absoluto. O tal vez realmente les gustaba Wolf.
Supongo que lo último, ya que no podían parar de susurrar.
—Él luce realmente bien hoy.
—Es el uniforme, ¿sabes? Le queda bien.
—Me entiendes, le queda bien.
—Oh, cállate, eres tan imbécil.
—Tienes razón. Es su cabello, estoy bastante segura.
—Sin embargo, te gustan los chicos con el cabello desordenado. Eres parcial.
—¿En serio, Amanda? Sé que te gusta más Fitz, y admito que es lindo, pero Wolf
está en otro plano de la existencia. Está el chico lindo, y luego está el demasiado
atractivo. Wolf es demasiado sexy.
—Sabes, Lily me dijo el otro día que parece como si perteneciera a un castillo
en Francia o algo así y así es exactamente. Como que no debería estar en Estados
Unidos, ¿sabes? Debería ser un estudiante europeo de intercambio.
—Si tuviera acento, moriría cada vez que abriera la boca y me gustaría vivir,
muchas gracias.
—Eres tan dramática.
Al escucharlas hablar, debería haber tenido ganas de poner los ojos en blanco.
Pero no lo hice. No era porque estuviera de acuerdo con ellas, es solo que obviamente
eran muy buenas amigas. No recuerdo la última vez que hablé con alguien de mi edad
así... tan casual. Tan abiertamente. La culpabilidad brotó en mi corazón. Yo fui quien
apartó a mis viejos amigos. Así que, no tenía derecho a sentirme tan triste. No tenía
derecho a extrañar hablar así con alguien. Esta era la vida que elegí; esta beca, una
buena universidad, la recuperación de papá. Eran mucho más importante que
algunos amigos.
Levanté los hombros justo a tiempo para escuchar mi nombre en la voz del
señor Francis.
—¿Por qué no te sientas con Amanda, Jackie y Bee? Es el único grupo con tres
personas.
—Preferiría… que no. —La voz de Wolf era baja, golpeándome justo en el
estómago.
—Preferiría que lo hicieras —insistió el señor Francis—. Por favor, Wolf. Haz
que mi vida sea fácil hoy, por una vez.
Hubo una pausa, y luego pasos acercándose. Apreté mi puño alrededor de mi
bolígrafo y me centré lo más que pude en etiquetar las partes del motor. Conductos,
cárter de aceite, pasadores de cigüeñal, una silla chilló junto a mí cuando fue
movida, cigüeñal de plano, tapa de balancín, tren de válvulas…
—Hola, Wolf —dijo Amanda. Junto a ella, Jackie soltó una risita. Wolf no
respondió nada. Me atreví a levantar la mirada, solo un poco. Wolf estaba sentado a
mi lado. Su brazo sobre la mesa era todo lo que podía ver. Y luego su dedo señaló el
papel.
—Mezclaste los pasadores de manivela y el tren de válvulas —dijo. Aparté mi
bolígrafo de su dedo, paranoica por volver a acercarme demasiado. Mierda. Él estaba
en lo correcto. Borré las respuestas y las cambié. Su mano permaneció en la esquina
de mi visión, podría haber jurado que vi algo blanco y vaporoso debajo de los puños
de su chaqueta. ¿Se había lastimado a sí mismo? Dios, ¿y qué? ¿Por qué siquiera me
importaba si lo hizo o no?
—¿No vas a decir gracias? —preguntó Amanda, claramente irritada.
—¡Sí! Solo está tratando de ayudar. Lo menos que puedes hacer es decir gracias
—insistió Jackie.
Abrí la boca, pero Wolf habló primero.
—Lo menos que podrían hacer —dijo él—, es no decirles a otras personas lo que
deben hacer.
Jackie se encogió. Amanda parecía querer derretirse en su silla por vergüenza.
Empecé a reír. Era muy suave y silencioso, pero estalló como una burbuja.
—Eso es irónico —dije—. Cuando todo lo que haces es decirle a la gente qué
hacer con esas tarjetas rojas.
No podía creer lo que salía de mi boca. Fue un reflejo, un sistema de respuesta
automática que mi cerebro había construido solo para él; insultarlo, devolverle la
burla, hacer algo, cualquier cosa, pero no quedarme allí sentada y tomar su
mierda.
Esperaba que Wolf se pusiera de pie y se fuera. Pero solo se burló, el sonido era
áspero, pero de alguna manera gentil.
—Por una vez, chica becada, tienes un punto.
El nudo de ansiedad en mi pecho se aflojó un poco. De repente, era como iban
las cosas antes del incidente de ayer entre nosotros, resentido y cauteloso. Nada
había cambiado, y estaba tan increíblemente aliviada que por eso espeté:
—Tengo un nombre, sabes.
—Es uno terrible, como si saliera de un libro de cuentos —replicó.
—¿Disculpa? —Levanté una ceja, todavía demasiado asustada para mirarlo, mis
ojos pegados al papel—. ¿Como si Wolfgang fuera mejor?
Frente a nosotros, Jackie sofocó una risa en su garganta. Amanda le lanzó una
mirada desagradable, luego trató de ocultarlo con una conversación.
—Tu nombre es Beatrix, ¿verdad? —preguntó Amanda dulcemente—. ¿No es
como, Beatrix Potter? ¿La dama que escribió Peter Rabbit? Tal vez deberíamos
llamarte Rabbit-lady en su lugar.
—Los lobos se comen a los conejos —dijo Jackie no muy amablemente, luego se
rió.
—No si los conejos son lo suficientemente inteligentes como para esconderse —
dije—. Todo el mundo sabe que debes esconderte de los lobos, o arruinarán tu vida.
—¿Proyectando mucho? —preguntó Wolf.
—Al menos no me estoy auto-engrandeciendo —respondí, y presioné mi
bolígrafo en mi papel lo suficientemente fuerte como para dejar una mancha de tinta.
—Mírate a ti y a tus grandes palabras —se burló Wolf—. Sí, todos sabemos que
te metiste en esta escuela por tu cerebro, chica becada, no tienes que ser engreída al
respecto.
—Ella camina como si fuera mejor que nosotros —dijo Amanda—. La he visto
en el recreo, nunca habla con nadie. ¿Estamos todos por debajo de ti, Rabbit-lady?
La ira hizo hervir mi estómago.
—¡Y-yo no hablo con nadie porque no conozco a nadie! No pienso que sea mejor
que...
—Lo haces —me interrumpió Wolf suavemente—. Simplemente no quieres
admitirlo.
Mis orejas se pusieron rojas.
—Bien, ¿y qué si lo hago? ¿Y qué si pienso que todos en la escuela son idiotas
por estar hipnotizados por tu mierda? Todo lo que hacen es hablar de autos y ropas
y...
—¿Cómo lo sabes? —preguntó Wolf—. Nunca has hablado con nadie por un
largo período de tiempo. Siempre estás ocupada leyendo un libro enorme.
—¿Me estás vigilando como un acosador espeluznante? —dije abruptamente—
. Oh, espera, haces eso con todos a los que les das una tarjeta roja, ¿no?
—No hace falta ser científico para darse cuenta de que no eres de las que hacen
amigos fácilmente —dijo Wolf arrastrando las palabras.
—¡Oh, la vi hablando con Kristin esta mañana! —dijo Amanda—. Se pusieron
muy cerca. Realmente cerca. Creo que Kristin está enamorada de ella...
—Eso es... —balbuceé—. ¡Eso es ridículo! Nos acabamos de conocer.
—Eso no importa —canturreó Amanda—. Créeme, tengo un gran detector de
enamoramiento. Definitivamente puedo decir que ella es una, ya sabes, lesbiana.
Harían una gran pareja.
Ella lo dijo como si fuese una mala palabra, algo malo. Mi piel se erizó ante su
atrocidad, pero eso solo duró hasta que Wolf habló.
—Suficiente —dijo, tan bruscamente que me dejó con latigazo cervical—. Eres
un montón de cosas, Amanda, pero pensé que eras mejor que ignorancia maliciosa.
Amanda cruzó los brazos sobre su pecho, frunciéndome el ceño. Por supuesto
que ella me tiene en la mira, cree que todo esto es culpa mía. Si solo fuera más amable
con Wolf. Si tan solo fuera menos estirada. Si solo, si solo, si solo no fuera todas estas
cosas que la gente piensa que soy.
Cuando sonó la campana para el próximo período, salté de mi asiento. Quería
poner tanta distancia tan pronto como fuera posible. Wolf fue más rápido, de alguna
manera, se colocó delante de mí antes de que pudiera dar siete pasos por la puerta.
—No vas a cambiar de opinión acerca de tomar mis veinte, ¿o sí? —preguntó,
caminando hacia atrás sin esfuerzo mientras yo caminaba hacia adelante. Dirigí mi
mirada por encima de su hombro. Su rostro todavía estaba fuera de los límites.
—No. Nunca voy a tomarlo. No quiero nada que tengas que ofrecer, y nunca lo
haré.
Se detuvo, haciéndose a un lado. Pasé por su lado y caminé escaleras arriba.
Tenía demasiado miedo para mirar hacia atrás, demasiada vergüenza. Cuanto más
lejos estaba de él, cuanto más se prolongaba el habitual día escolar, más y más me
daba cuenta de que tenía razón. No hablaba con nadie. Claro, oía a la gente hablando
de cosas estúpidas como carteras de marca y qué drogas iban a usar para la fiesta de
Riley, pero nunca escuchaba más de eso. Siempre los desconectaba.
El viernes por la mañana, volví a correr con Burn. Corrió en silencio y yo no tan
silenciosamente, resoplé y resoplé mientras trataba de seguirle el ritmo. Me esperó,
otra vez, a mitad de camino, y vimos el mismo hermoso amanecer que se extendía
por el horizonte. Fue pacífico, centrado. Por mucho que odiara la parte de correr,
valió la pena. Valió la pena sentarse aquí y tener todos tus problemas en perspectiva.
Si Wolf tenía razón acerca de que yo era estirada, ¿realmente era algo tan malo?
—¿Ser estirada es algo malo? —le pregunté a Burn. Bebió un poco de agua de
su botella y me la ofreció. Dudé por una fracción de segundo, luego lo tomé y dejé
caer el agua en la boca, por si acaso era del tipo que odia la saliva de segunda mano.
—Es malo si lastima a alguien —dijo Burn después de una larga consideración—
. La gente me llama estirado.
—¿Por qué?
—Porque no hablo con nadie —dijo Burn—. Y eso hace que la gente piense que
no me gustan.
—Sí, solo están asumiendo cosas sobre ti —acepté—. Creo que eres bastante
frío.
—Eso también es asumir —dijo—. Has pasado un total de cuatro horas de tu
vida conmigo.
—¡Cuatro horas es mejor que ninguna! —insistí. Asintió.
—Supongo.
—Entonces, ¿qué haces? —pregunté—. ¿Cuando la gente te llama estirado?
—Ignorarlos. —Se arrodilló para atar su zapato, y fue raro ver a alguien tan alto
e intimidante doblado en la mitad—. Pero antes de ignorarlos, me aseguro de
escuchar. Si escuchas a las personas, las entiendes. Y si las entiendes, entiendes de
dónde vienen, no eres estirado, sin importar lo que digan.
Sus palabras se mantuvieron conmigo, incluso después de que nos separamos
en la pista.
Así que decidí intentarlo.
Así es, bolígrafo y papel. Yo, Beatriz Cruz, decidí tragarme el orgullo y probar
algo nuevo.
Pasé todo el viernes escuchando a los estudiantes charlar en los pasillos, en las
conversaciones más pequeñas, en el uno-a-uno en lugar de en los grupos grandes.
Hablaron sobre las estrictas expectativas de sus padres, sus preocupaciones acerca
de no ser lo suficientemente inteligentes como para ir a la universidad, incluso si
tenían la garantía de ingresar con el dinero de sus padres. Noté más cosas en vez de
descartarlas; una chica salió de un baño con una prueba de embarazo, con los ojos
hinchados por el llanto. Dos estudiantes de primer año que siempre se sentaban en
un rincón de mi clase susurraban que no entendían la tarea y tenían demasiado
miedo de que se burlaran de ellos como para preguntarle a la maestra. Observé a
Jackie, que estaba en otra de mis clases, abrir su bolso para sacar un bolígrafo, y
descubrí en el interior la etiqueta de una pastillita con un nombre muy familiar;
Axoprol, lo mismo que papá toma para su depresión. Nadie toma antidepresivos por
diversión, lo sabía muy bien.
¿Por qué no había notado nada de esto antes? Simplemente consideré a todos
los que me rodeaban un caso perdido producto de demasiado dinero, y no me
malinterpreten, todavía eran muy ricos. Pero también eran personas, y me negué a
ver eso. ¿Por qué? No tenía idea. Estaba preocupada por papá, supongo. Me
preocupaban mis calificaciones. Estaba preocupada por el futuro. Tenía ciento once
razones, pero ninguna de ellas era excusa.
Wolf había tenido razón.
Wolf había tenido razón y odiaba eso.
Así que hice lo que cualquier persona con una nueva herida en su orgullo haría;
fui a la biblioteca y me enterré en los libros. No los libros de fantasía, sin importar
cuánto quisiera. Quería ceder y perderme en otros mundos por un tiempo, aunque
solo fuera para escapar de toda esta mierda. Excepto que no pude. Excepto que, si lo
hacía, estaría perdiendo un tiempo precioso. Así que fui a mi refugio habitual: la
sección de libros de texto de psicología.
Pero eso solo me irritó más. ¿Cómo podría leer tantos de estos libros de
psicología y no darme cuenta de que juzgaba duramente a la gente en mi propio
cerebro? ¿Cómo podría ayudar a la gente si los juzgaba así? Si alguna vez quería
convertirme en una psiquiatra que valiera la pena, tenía que intensificar seriamente
mi juego de autoconciencia.
—¡Ahí estás!
Alcé la vista y vi a Fitz acercándose, con el cabello rubio al viento y las manos
en los bolsillos. Una gran sonrisa estaba en sus labios. Me protegí el rostro con un
libro.
—¿No puede una chica tener una crisis existencial en paz? —gruñí.
—Oh, ¿es eso lo que estamos haciendo en este momento? —añadió—. Porque
pensé que tú y yo teníamos una sesión de tutoría. ¿O lo olvidaste?
—Si no recuerdo mal. —Fruncí el ceño cuando puso un dedo en mi libro-escudo
y lo bajó—. A mitad de nuestra charla sobre tutoría tuvimos una discusión horrenda
y me fui corriendo a enfrentar a Wolf por algo estúpido.
—Y luego lo abrazaste amorosamente —continuó Fitz. Me quedé boquiabierta.
—¿Qué? ¡No! ¿Dónde oíste eso?
—Todo el equipo de natación, quienes, si te recuerdo, estuvieron allí cuando
sucedió, insisten en que trataste de besarlo. Es todo lo que han estado hablando
durante dos días: capitán del equipo de natación, el único ¡el Estoicamente
Desagradable Príncipe Wolfgang permite que una dama le toque el rostro durante
un período prolongado de tiempo! ¡Qué escandaloso!
Fitz simuló desmayarse como una dama del siglo XVIII, y de repente me sentí
enferma. ¿Ese era el rumor que había estado circulando? Santa mierda, ¿era eso lo
que realmente parecía para un observador? Definitivamente, bajo ninguna
circunstancia, podría volver a mirar a Wolf. Ni siquiera a su mano, ni sobre su
hombro, ni a un solo cabello despeinado. Nada. Nunca más.
Traté de enterrar mi rostro caliente en el escudo de mi libro, pero Fitz acercó
una silla a la mesa y tiró unos libros pesados.
—¿Qué estás haciendo? —Entrecerré mis ojos hacia él.
—Teníamos un trato —dijo a la ligera—. Te enseñaría, si te disculpabas con
Wolf. Y lo hiciste. Más o menos. Realmente no. Pero es la idea lo que cuenta.
Comencemos con la Guerra de las Rosas, ¿de acuerdo? De eso se trata la próxima
prueba.
—No quiero...
—Lo quieres —insistió, con los ojos brillantes—. Quieres una buena nota. Sé
que tú, más que nadie en esta maldita escuela, quiere buenas notas. Así que vamos.
Siéntate. Refrescamos ese ingenuo-pero-ingenioso cerebro tuyo.
Interiormente, una parte vitoreó. Esto era exactamente lo que quería. Esto es
exactamente lo que necesitaba si quería que el señor Blackthorn mantuviera mi beca.
Pero la victoria todavía se sentía un poco hueca. Era solo un acto, después de todo.
Realmente no nos estábamos haciendo amigos. Era solo por la beca.
—No puedo… no puedo pagarte. No tengo nada con lo que pagarte y no quiero
tu caridad.
—Sí, soy consciente de que odias la caridad. —Suspiró Fitz—. Si realmente estás
empeñada en devolverme el dinero, solo piensa en esto como un vale. Me debes a
futuro, ¿de acuerdo? Solo un pequeño favor, o un recado, y estaremos a mano.
Arrugué mi nariz. Estaba fingiendo que tenía dificultad en esa clase, pero
¿deberle a Fitz realmente valdría la pena? Negué. Por supuesto lo valdría. Ya lo
estaba haciendo bastante bien con Burn, conociéndolo lentamente. ¡Y ahora que Fitz
estaba dispuesto a darme su apoyo, estaba a dos tercios del camino! Todo lo que
quedaba era...
Wolf.
Pero eso nunca sucedería. Había hundido ese barco tan hondo que bien podrían
haber comenzado a llamarlo el Titanic. Burn y Fitz serían suficientes. Tenían que
serlo.
Nunca esperé que Fitz fuera un buen maestro, pero lo era. A pesar de que
dormía durante toda la clase, sabía todo lo que habíamos cubierto, de arriba a abajo.
Su enseñanza fue fácil de entender, e incluso logró hacerlo divertido. No pude evitar
sonreír y reírme de las bromas que hizo de la historia. La parte más difícil de todo
fue recordar actuar estúpidamente, no darle la respuesta correcta de inmediato.
Dibujó figuras de palitos para representar toda la realeza que tenía que memorizar,
y las llamé feas. A continuación, dibujó una figura de palo de sí mismo, que afirmó
que era su obra más bella hasta el momento. Nos desviamos, y él dibujó a Burn,
enorme y con los ojos soñolientos, y luego a Wolf, con su cara perpetuamente
enojada y sus cejas afiladas.
—Y esta eres tú —anunció Fitz. Dibujó una figura de palo con la larga cola de
caballo que solía llevar y una brazada de libros.
—¡Demasiados libros! —protesté—. ¡Parece que estoy a punto de caerme!
—No, no, eso es Wolf —corrigió—. Tratando de empujarte con telequinesis.
—Ah, así que ese es el secreto de Blackthorn. Todos son telequinéticos
sobrenaturales.
—Y vampiros —dijo—. Vampiros enormes, piadosos y vegetarianos que brillan
a la luz del sol constantemente.
—Como una bola de discoteca.
—Eso somos nosotros; tres enormes bolas de discoteca —estuvo de acuerdo—.
Con buen cabello y sin modestia.
Me reí, pero fui interrumpida por el zumbido de mi teléfono. Papá. Hice un
gesto para que Fitz esperara mientras me alejaba y contestaba.
—¡Hola, papá! ¿Está todo bien?
—¿Por qué siempre preguntas eso? —Suspiró—. Solo un “hola” estaría bien.
Mi garganta se contrajo.
—Correcto. Lo siento. Hola. ¿Sin algún plan para cenar todavía? Podría parar y
buscar un pad thai o algo así si no tienes ganas de cocinar.
—Puedo cocinar, Beatrix. —Su voz sonó enfadada—. Soy capaz de cocinar, ¿de
acuerdo?
Estaba sucediendo. Esa espiral en la que nada de lo que podría decir ayudaría,
apenas estaba comenzando. Si lo dejaba pasar demasiado tiempo, se irritaría cada
vez más, hasta que explotara. Y luego, después de que él explotara, se sentiría tan
mal por eso que no se levantaría de la cama por días. Tenía que pararlo aquí, al inicio.
—¡De acuerdo! —Forcé mi voz a ser alegre—. ¡Eso es genial! Solo estoy en la
biblioteca, pero me iré a casa ahora.
Papá se calmó, y luego:
—¿Qué estás haciendo ahí? ¿Leyendo?
—Estudiando. Con un... —Miré a Fitz, quien me saludó con los dedos y sonrió
con todas sus pecas—... un compañero de clase.
—Oh, eso es bueno. ¿Son amigos?
—No estoy segura, todavía es muy temprano para decirlo.
—No debería ser demasiado difícil de entender, Bee. Es tan fácil hacer amigos
a tu edad.
Tragué el impulso de corregirlo. No quería comenzar una discusión.
—Sí. Bien, estaré en casa pronto, ¿de acuerdo?
—Está bien. Maneja seguro.
Colgó, y yo también. Miré fijamente la pantalla en blanco del teléfono por un
momento, apoyando los brazos en la barandilla de cristal del balcón. Hoy claramente
había sido un mal día para él. Una parte de mí quería ir a casa tan pronto como
pudiera, para asegurarme de que estuviera bien. La otra parte de mí, la parte egoísta,
no quería ir a casa en absoluto.
Pero no había elección. Tenía que hacerlo. Lo que yo quería no importaba, tenía
que asegurarme de que papá comiera. No lo haría si fuera por él, solo en la casa.
Caminé de regreso a Fitz.
—Gracias por la sesión, profe. Pero me tengo que ir.
—¿Tan pronto? —se lamentó—. Estábamos a punto de llegar a las partes más
jugosas: decapitaciones.
—Lo siento. —Empaqué mis cosas—. Pero realmente tengo que irme. Vamos
a... hagámoslo de nuevo. Me divertí.
—Sorprendentemente, yo también. —Inclinó la cabeza—. Extraño. Pensé que
había dejado esa tontería cuando tenía doce años.
—Justo cuando llegas a la pubertad, ¿eh? —bromeé.
—Oh tú sabes. Me puse lleno de granos, hormonal, me transformé en un
adolescente asqueroso que nunca se divierte.
Me reí y comencé a alejarme.
—¡Oye! ¡Becada! —gritó. Me giré.
—Tengo un nombre.
—Cierto. Bee —corrigió—. Kristin me dijo que irás a la fiesta de Riley. ¿Es
verdad?
—Síp.
—Te veré mañana entonces.
—¡No griten en la biblioteca! —le siseó la bibliotecaria. Fitz apretó las manos
como pidiendo disculpas, negué y me fui.
9
i supiera lo que sabía ahora sobre lo que iba a suceder en la fiesta de Riley
esa noche, nunca habría ido. El solo hecho de pensar sobre eso mientras
escribo me hace querer construir una máquina del tiempo, viajar de
regreso y encerrarme en un armario por la noche. Solo esa noche. Cambió todo, y
últimamente no puedo evitar pensar que fue para peor.
Pero me estoy saliendo de tema, lápiz y papel. No puedes entender lo que no te
he dicho. Así que comencemos de nuevo.
Una hora antes de la fiesta, me aseguré que papá comiera algo. Comí un poco,
pero mi estómago estaba demasiado nervioso como para mantenerlo, así que me
distraje revolviendo mi armario. Una vez más, todo lo que realmente tenía era ese
vestido de verano, pero era demasiado elegante para una fiesta en casa. ¿Cierto?
Cierto. Mierda, ¿a quién estaba engañando? Nunca había estado en una fiesta en mi
vida. Obviamente habría alcohol, y probablemente drogas para niños ricos, y una
serie de otros libertinajes.
Levanté una camiseta de Mujer Maravilla hacia mi pecho en el espejo y respiré.
—Solo verás lo que están haciendo los hermanos Blackthorn —me dije—. Todo
lo demás no importa. No beber, no bailar, no hacer nada. Los vigilamos y
pretendemos beber. No hay presión.
Miré el reloj cuando sus temidas manecillas se acercaban al nueve. Mi voz se
volvió más aguda.
—Sin presión. Oh Dios, no hay presión en absoluto.
El golpe en mi puerta me asustó. Metí rápidamente la mayor parte de la ropa
que había sacado al armario y me aclaré la garganta.
—Adelante.
Mamá se asomó por la puerta, toda sonriente. Alguien estaba detrás de ella
también.
—¡Hola, cariño!
—¡Oh, hola! Llegaste temprano a casa.
—Solo quería pasar por la casa y cambiarme de ropa —dijo mientras entraba—
. ¡Candace aquí se ofreció a llevarme a un spa! ¿No es lindo?
Asentí a la señora detrás de ella, una mujer morena cerca de la edad de mamá
con las mismas ojeras y el aire cansado.
—Candace, conoce a Beatrix. —Mamá extendió su mano hacia mí—. Beatrix,
Candace.
Estaba acostumbrada a conocer a sus amigas, así que sonreí.
—Hola.
—Hola. —Sonrió Candace—. Es un placer conocerte en persona. Eres de lo
único que habla tu madre, ¿sabes?
—Oh, detente. —Mamá se rió—. ¡A veces también hablo del clima! Candace, ella
está yendo a Lakecrest.
—Sí, sí. —Candace soltó una risita—. Lo he escuchado antes. Pero, aun así, es
muy impresionante. Debes ser muy inteligente, Beatrix. Ojalá mi hijo fuera como tú;
apenas puedo sacarlo del sofá para hacer algo más que jugar videojuegos, y mucho
menos hacer que estudie.
—Dile dónde planeas ir a la universidad, Bee —insistió mamá ansiosamente.
Me sentí un poco rara, que me hicieran contarle todos mis planes a esta señora
desconocida, pero sonreí.
—Eh, NYU.
—Oh, vaya. —Se maravilló Candace—. Bueno, estoy segura que entrarás, si te
estás graduando de Lakecrest. Todos entran si van a Lakecrest.
Mamá miró su teléfono.
—Diablos, vamos a llegar tarde. De acuerdo, cariño, Candace y yo nos vamos.
¿Tu papá tenía algo para comer?
Asentí.
—Le hice un sándwich.
Se acercó y besó la parte superior de mi cabeza.
—Gracias. Te veré más tarde. Te amo.
—Fue un placer conocerte, Bee. —Asintió Candace—. Buena suerte en
Lakecrest.
—Gracias. También te amo, mamá. —Intenté decir, mientras ella cerraba mi
puerta detrás de ella. Sus voces se desvanecieron por el pasillo, y exhalé. Todo eso
me hizo sentir como un caballo de exhibición, o algo así. Fue súper incómodo. Pero
la noche era joven, e incómodo era aparentemente el tema de este mes de mi vida.
Me decidí por un jean y la camiseta de la Mujer Maravilla, y saqué una vieja
chaqueta verde militar de papá. Me maquillé los ojos con mi delineador de ojos
habitual, y di un paso atrás para mirarme. Definitivamente solo parecía que iba a ir
a la escuela. Mi vieja escuela pública, no la privada que requería un uniforme,
obviamente. Pero eso estaba bien, si solo estaba allí para vigilar a los hermanos, no
quería llamar la atención.
Y entonces Kristin llamó a mi puerta, y me di cuenta que nunca podría haber
sido capaz de llamar la atención. Llevaba un vestido sin mangas azul brillante, sus
hombros y largas piernas bronceadas y tonificadas. Papá parecía medio aturdido
cuando abrió la puerta. Le había explicado antes que una amiga me estaba
recogiendo para una fiesta de pijamas, pero ahora no iba a creerse eso, no con Kristin
vestida así. Debería haber pensado en eso.
—Hola, Kristin. —Le sonreí nerviosamente, y luego intenté parecer confiada
ante papá—. De acuerdo, bueno. Estaré en casa antes del mediodía de mañana. Te
llamaré si me tardo más
Papá movió sus ojos de mí hacia Kristin, confundido.
—Hay restos en la nevera para el almuerzo —le recordé—. Y puedes tomar el
último waffle del congelador, si quieres. No voy a estar aquí para desayunar.
Papá desvió la mirada de la brillante sonrisa de Kristin y me miró.
—¿En serio no esperas que crea que vas a ir a una fiesta de pijamas?
Mi estómago se hundió.
—Papá, yo...
—Claro que no —coincidió Kristin—. Es una fiesta, señor Cruz. Pero es mucho
más pequeña de lo que piensa, y es toda la gente que conozco. La cuidaré, lo prometo.
Papá miró entre nosotras otra vez, luego puso una mano en mi hombro. Algo
en su mirada era suave, cansado.
—No tienes que mentirme, Bee. Sé que ha sido... difícil para ti. Te has ganado
una fiesta. Solo ten cuidado, ¿está bien? No conduzcas a ningún lado, no bebas nada
que alguien te dé. Llámame cuando vuelvas a casa.
Mi corazón se hinchó, y lancé mis brazos alrededor de su cuello y lo abracé.
—¡Gracias, papá! Te prometo que llamaré.
Kristin y yo nos marchamos, y estaba tan aturdida que casi no la veo entrar en
su auto, un Prius brillante con ese olor a auto nuevo. Salté en el asiento del pasajero,
y Kristin subió el volumen de su música electrónica y se apartó de la acera.
—Tu papá es genial, ¿eh? —gritó.
—Realmente lo es, a veces.
—Mi papá odia todo lo que hago —continuó—. Eres muy afortunada.
Vi cómo nuestro dúplex desaparecía en la noche. Si solo supiera lo enfermo que
estaba realmente papá.
—Sí, lo soy.
Era muy afortunada que todavía estuviera aquí. Era muy afortunada de haber
llegado a Lakecrest. Pero si mi suerte se agotaba, si las píldoras de papá reaccionaban
mal con la química de su cerebro, si la enfermedad de su propia mente lo convencía
de que la vida ya no valía la pena vivirla...
Temía el oscuro futuro que imaginaba en mi cabeza, así que me concentré en la
música. Era feliz, optimista. Kristin olía aún más a perfume de vainilla. No me puse
nada excepto desodorante. Mierda… ¿Huelo mal? Traté de olerme las axilas, pero
Kristin pisó los frenos y casi me golpeé la nariz contra el codo.
—¡Idiota! —gritó a un automóvil que se pasó una luz roja. Salió a la intersección,
bufando—. ¡Algunas personas son tan estúpidas! —Me miró y sonrió—. No tú, sin
embargo, apuesto a que manejas como una abuela.
—¿Qué te dio esa impresión? ¿Fueron los jeans? ¿Los lentes?
—El peinado. —Kristin se rió y bajó la música—. Las chicas con una ordenada
cola de caballo no conducen como maníacos.
—Hay un pequeño refrán que me gustaría presentarte llamado “no juzgues un
libro por su portada”. Conduzco como Vin Diesel. Con cocaína.
Se rió.
—Por supuesto.
Estuvimos calladas hasta que llegó a la carretera.
—Entonces. El señor Blackthorn también logró atraparte, ¿eh? —preguntó
Kristin.
—Sí, supongo.
—Intentó hacerme espiar a los chicos, hace como un año, pero nunca funcionó.
Fitz supo lo que estaba haciendo de inmediato, y Burn nunca me dijo una sola
palabra.
—¿Y Wolf?
Bufó.
—No iba a suceder. No después de lo que pasó con Mark.
La curiosidad me corroe.
—¿Sabes lo que pasó entre ellos?
—¿Mark y Wolf? Oh, quiero decir, todos lo saben, Bee. O, al menos, todos creen
que saben.
Estaba callada, esperando que hablara, pero me miró y suspiró.
—Mira, no se siente bien decírtelo. Puede que no me gusten los chicos
Blackthorn, pero tampoco quiero arrastrarlos por el barro. Todos dejamos de hablar
de eso hace mucho tiempo, y siento que así es como debería quedarse. En el pasado.
—Bien. —Levanté las manos—. Lo entiendo. Tendré que sacárselo a un
estudiante de último año muy ebrio en la fiesta.
—¡Y yo aquí pensando que eras solo una nerd silenciosa! —Kristin dio una
palmada en el volante—. Eres tan tenaz.
—Cuando tengo que serlo. —Le guiñé un ojo.
—¿Ah, sí? ¿Qué está colgando frente a ti el señor Blackthorn? No puede ser una
recomendación universitaria como lo es para mí… te faltan todavía dos años para
eso.
—Mi beca —dije—. Quiero conservarla, así que…
—Ajá, entiendo. —Asintió. En unos minutos, estábamos estacionando en un
suburbio elegante, y salimos. Señaló una enorme mansión en la distancia, luego me
golpeó con el puño—. Vamos a buscar lo que queremos.
Caminamos por la acera, la música amortiguada se hizo más fuerte, otras
formas oscuras caminaron hacia la casa iluminada. Kristin entrelazó su brazo con el
mío.
—Fitz se pone súper borracho —dijo—. Se queda abajo y la fiesta es arriba. Burn
no bebe, pero siempre se dirige al patio, a un lugar tranquilo y con la menor cantidad
de gente. Y Wolf... —Hizo una mueca—. Es difícil describir lo que hace. Sé que le
gustan los lugares altos de la casa. Balcones. Habitaciones.
—Está bien, gracias. Eso hace que mi trabajo sea un poco más fácil.
Kristin sonrió.
—Cualquier cosa que pueda hacer, estoy aquí para ti. Solo ven a buscarme, o
puedes enviarme un mensaje de texto.
—¿Vas a estar, eh… borracha?
—Oh, no me gusta beber. Solo estoy aquí para bailar. Y tal vez relacionarme con
algunas personas. —Me guiñó un ojo, y sentí que mi rostro se sonrojaba.
—Sí. Olvidé que eso sucede en las fiestas.
Llegamos al porche delantero, y Kristin tocó el timbre. La música vibrante se
hizo tan clara como el cristal tan pronto como la puerta se abrió, un chico de último
año que había visto alrededor, le sonrió a Kristin. Se abrazaron y ella me condujo
adentro. La casa era cien veces más cálida que en el exterior, la decoración de tapices
de buen gusto y fotos familiares que estaban un poco torcidas debido a que la gente
estaba atestada aquí de pared a pared. “Más pequeña de lo que crees” mi culo,
Kristin. La seguí como una oveja siguiendo a un pastor; mis ojos se movían por todas
partes mientras luchaba por asimilar lo que sucedía a la vez; la sala de estar estaba
atestada de gente bailando, la cocina estaba un poco más tranquila, los litros de
refresco medio vacíos y las botellas de vodka alineadas en el mostrador como
soldados cansados. El pasillo serpenteaba alrededor de la casa, y la mayoría de las
habitaciones estaban, lo adivinaste, ocupadas por personas besándose furiosamente.
Kristin señaló hacia la cocina.
—Vi a Fitz allí hace un momento. ¡Ve a decir hola! ¡Voy a bailar!
Y así como así, desapareció en la multitud, y mi salvavidas había desaparecido.
Mis palmas comenzaron a sudar mientras luchaba entre oleadas de personas para
llegar a la cocina. Reconocí solo la mitad de estas personas, la otra mitad no iba a
nuestra escuela. Todos estaban vestidos para impresionar, con sombra de ojos
metálica y jeans de cuero negro y cabello rizado. Podía oír los murmullos que me
seguían, apenas audibles por debajo de la música que resonaba; “¿No es ella?”,
“Intentó enrollarse con Wolf, ¿verdad?”.
Estupendo. Ese horrible rumor se estaba extendiendo aún más. Quería decirles
la verdad, pero algo me detuvo, ¿incluso me creerían si lo hiciera? Probablemente
no. La gente simplemente cree lo que quiere, y lo que ellos quieren creer es siempre
esa mentira que es más interesante que la verdad.
Dios, esta fue una mala idea. Mi primera fiesta, y ya estaba a la deriva en el mar
de rostros.
Pero luego vi uno que conocía. Fitz estaba en la cocina, con un sartén en una
mano y el brazo colgando alrededor de los hombros de una chica riendo. Vestía una
camisa de cuello abierto de colores brillantes que se hubiera visto estúpida para
cualquier otra persona, pero combinaba perfectamente con su cabello rubio rizado y
su físico de espantapájaros. Volteó el sartén, un panqueque haciendo un arco
perfecto, y la chica aplaudió con entusiasmo. Sus ojos encontraron los míos, y sonrió.
—¡Bee! Ya era hora que aparecieras. ¿Quieres un panqueque? Son de chispas
de chocolate.
—N-no, estoy bien —le dije.
—Te ves horrible. —Me miró de arriba abajo—. ¿Vas a vomitar? ¿Ya bebiste
demasiado?
—¡Estoy bien! —espeté—. Gracias por la preocupación.
—¡Deberías comer algo! —intervino la chica a su lado—. Ayuda con la
borrachera.
Fitz colocó el panqueque sobre una enorme pila de ellos, y recogió el plato,
señalando con su cabeza hacia mí.
—Vamos de vuelta, tenemos un escondite secreto.
La chica se rió y trotó tras él, y no sabía qué más hacer, así que los seguí. Me
llevaron a una sala de juegos de algún tipo, con una mesa de billar. Cinco o seis
personas jugaban, otras descansaban en las sillas y el sofá. Era un poco más
silencioso aquí, las paredes nos protegían de la música. Fitz se sentó en la mesa de
billar y dejó caer el plato de panqueques en el centro del juego de billar. La gente se
quejó.
—¡Oh, cállense! —gritó Fitz—. ¿Les hice comida y así es como me pagan? ¡Niños
ingratos!
Movió su dedo hacia ellos mientras la gente se reía y se acercaba. Algunos
usaban los tenedores que la chica había traído, otros simplemente los agarraban con
las manos y los tragaban como si fueran tacos. Fitz se bebió medio vaso de un líquido
ámbar y se frotó las manos.
—Entonces, Bee. Camisa y jeans, ¿eh? No puedo decir que no estoy
sorprendido.
—Oh, lo siento. —Puse mi mejor voz sardónica—. ¿Se suponía que debía usar
algo más, su alteza?
—Al menos una falda —gruñó—. Dale vida a mi vida, un poco.
—Eres un pervertido —lo acusé.
—Desafortunadamente —estuvo de acuerdo, metiéndose un panqueque en la
boca.
—Desafortunadamente también —señalé su camisa brillante—. No tienes gusto.
Se rió.
—Oh, definitivamente creciste pobre, ¿verdad? Lo horrible es exactamente lo
que lo convierte en alta costura.
—Oh, lo entiendo ahora. Hazlo lo más feo posible, y la gente lo comprará
pensando que es radical y provocador.
Me señaló.
—Bingo era su nombre. ¿Estás segura que no quieres un panqueque?
—¿Pusiste algo en eso? —Entrecerré mis ojos hacia el plato. Jadeó.
—¡Estoy ofendido! ¿Qué clase de enfermo pondría mantequilla de marihuana
en unos panqueques inocentes?
—Nunca dije mantequilla de hierba.
—Oh, ¿no lo hiciste? —Hizo gestos con su mano—. Entonces olvida que dije
algo.
Una risita recorrió la habitación de nuevo. El señor Blackthorn tenía razón: a
uno de sus hijos le gustan las drogas.
—Pero ¿por qué estoy hablando contigo ahora? —se lamentó Fitz
dramáticamente—. Estás aquí por Wolf.
El sonido de su nombre prendió fuego en mis pulmones.
—¡No es cierto!
Se rió, girando un palo de billar a su alrededor como un bastón de artes
marciales.
—Tan inteligente, tan motivada, y, sin embargo, tan terriblemente
transparente. Eres una extraña pequeña paradoja, Bee. Ahora sigue. Ve. Está arriba.
—Hablas como un viejo —lo acusé. Fitz hizo una pequeña reverencia.
—Eso es lo que pasa cuando creces leyendo demasiados libros. Nunca te
advierten sobre los peligros de eso en la escuela. —Me ahuyentó—. Date prisa. Sal de
aquí. Está esperando.
—¿Wolf? —Arrugué mi nariz—. ¿Por qué lo haría…?
—¡Ve! —Fitz me tomó del brazo y con cuidado me echó fuera de la habitación,
dando un portazo detrás de mí. Suspiré. Si alguna vez llegaba a entender cómo
funcionaba el cerebro de un Blackthorn, sería demasiado pronto.
Me perdí en la casa muy rápido, los ojos de la multitud y la música pulsante me
dieron dolor de cabeza. Arrugué la nariz mientras veía a alguien vomitar
directamente en uno de los jarrones demasiado caros que había por ahí. Fantástico.
Estoy segura de que la mamá de alguien/ama de llaves/quien sea que haga la
limpieza para los ricos, estará encantada con eso.
Abrí la puerta corrediza de vidrio hacia el patio trasero, desesperada por algo
de alivio. La gente estaba reunida en las sillas del jardín, en un semicírculo alrededor
de una fogata. Reconocí a una persona en el círculo, y sentí mi aliento atraparse en
mi garganta. Eric. ¿Qué estaba haciendo aquí? ¿Quién lo dejó entrar, especialmente
después de que todos supieran lo que había hecho en la última fiesta?
—Bee. —La voz baja detrás de mí me hizo saltar. Me giré para ver a Burn parado
allí, con una camisa de franela y jeans rasgados.
—¡Por una vez! —Toqué mi pecho para asegurarme de que mi corazón aún
funcionaba—. Solo una vez, ¿podrías tocarme el hombro antes de saludarme
directamente en el oído? Me gustaría vivir más allá de los diecisiete años, gracias.
—Los ataques cardíacos no matan a los adolescentes —insistió Burn. Lo miré
de reojo.
—¿Alguna vez has visto una película de terror? Morimos todo el tiempo por
muchas cosas. ¡A veces por ataques cardíacos! Pero especialmente por cosas como
tener sexo. Y consumir drogas. Y motosierras. Las motosierras vienen después del
sexo y las drogas, por lo general, así es como Hollywood nos advierte que seamos
niños puros y castos, o algo así. No lo sé. Es extraño.
Burn me miró en silencio. Había visto esa expresión en su rostro lo suficiente
como para saber que significaba que estaba completamente perdido en mi balbuceo.
Le hice señas con la mano y nos quedamos allí, junto a los arbustos, viendo la fiesta
en las sillas de jardín comenzar con cervezas y risas.
Burn debe haberme visto mirando a Eric, porque suspiró.
—Llegó después que comenzó, y se niega a entrar a la casa. Inteligente.
—¿Por qué eso te parece inteligente?
—Porque si Wolf lo ve, será su final —dijo Burn.
—¿Quién lo invitó?
—Sus amigos, algunos muchachos del club de debate.
—Vino aquí de todos modos, a pesar de la tarjeta roja —reflexioné—. Como un
gran dedo medio para Wolf. No va a intentar nada, ¿o sí?
—Lo estoy vigilando —dijo Burn simplemente. Esas tres palabras conllevaban
tanta amenaza oculta que casi sentí lástima por Eric. Casi. Hasta que lo vi inclinarse
y comenzar a susurrar al oído de una chica. Ella retrocedió, poniéndose de pie y
alejándose, pero Eric la siguió, arrinconándola entre un arbusto y la parrilla de la
barbacoa. Eso fue todo, el colmo, estaba harta de él. Estaba harta de recordar el
hecho de que alguna vez lo defendí. Estaba harta de estar parada y no hacer nada
mientras sucedía algo horrible. Tenía mucha práctica en eso, con papá, y lo odiaba
más que nada.
—No sé tú… —Me arremangué las mangas—. Pero yo terminé de vigilar.
En retrospectiva, lápiz y papel, fue estúpido. Demonios, todo lo que hice esa
noche fue estúpido. Tal vez fue el aire empapado en alcohol, hierba y cigarrillos. Tal
vez fue la contagiosa actitud temeraria que todos parecían llevar. No lo sé. Pero de
repente, ya no me importaba nada. No me importaban los ojos que me miraban o las
habladurías que me rodeaban mientras atravesaba el círculo de sillas de jardín y
agarraba el hombro de Eric, haciéndolo girar.
—¿Qué demonios estás haciendo? —exigí. La chica detrás de él me miró con
gratitud, aprovechando la oportunidad de desaparecer de nuevo en la casa. Eric la
vio irse con algo parecido a la ira en sus ojos, su cabello oscuro apenas disimulando
su irritación.
—Me estoy divirtiendo, Bee. Debes intentarlo alguna vez.
El círculo de sillas de jardín quedó en silencio, haciendo “oooooohh”' al percibir
el insulto.
—No puedo creerte —espeté—. ¡Me dejaste defenderte cuando te dieron esa
tarjeta roja! Y cuando te pregunté por qué lo hicieron, ¡me mentiste directamente!
Sabías exactamente por qué te la dieron. ¿Y ahora tienes las agallas de aparecer en
otra fiesta?
—No hizo nada malo —dijo uno de los observadores desde su silla de jardín—.
Déjalo en paz.
Eric me sonrió.
—Lo escuchaste, apártate, Bee. Si sigues acosándome así, podría empezar a
pensar que te gusto. Quizás vaya a buscarte un trago.
Su palabra estaba cargada de implicación: me drogaría como trató de drogar a
otra chica. Reprimí un escalofrío.
—Vete a la mierda, cerdo —espeté. El rostro de Eric se oscureció, y cerró el
espacio entre nosotros. No era alto, pero era lo suficientemente alto, y de repente me
di cuenta lo mucho más grueso que eran sus bíceps de los mío. Podía oler la cerveza
en su aliento.
—¿Cómo me llamaste?
—Cerdo —dijo la profunda voz de Burn detrás de mí. Sentí el calor de su pecho
contra mi espalda, y de alguna manera me confortó. La sombra de Burn cayó sobre
Eric y yo, envolviéndonos fácilmente—. Te llamó cerdo.
Eric retrocedió, y de repente palideció. Entrecerró sus ojos.
—Así que ahora estás coqueteando con los pendejos Blackthorn, ¿eh? ¿Con
cuántos de ellos estás durmiendo? ¿Uno? ¿Dos? ¿O los tres, puta?
Antes de que pudiera abrir la boca para arrancarle una nueva, una cascada de
un líquido rosado y grueso cayó sobre la cabeza de Eric. Olía a ácido y horrible,
vómito. No habría escapado del daño por salpicadura si no fuera por Burn
halándome en el último segundo. Eric farfulló, limpiándose salvajemente para
quitárselo. Levanté la vista y vi a Wolf de pie en un pequeño balcón a dos pisos de
altura, con un jarrón antiguo en sus manos y fuego en sus ojos verdes.
—Ups —dijo hacia nosotros—. Lo siento, solo estaba sacando la basura.
Eric se acercó a sus amigos, quienes gritaron e intentaron mantenerse alejados
de él. Burn, Wolf y yo lo vimos chocar contra una silla de jardín mientras trataba de
quitarse la ropa en un esfuerzo por alejarse del desagradable olor. Finalmente, otro
de sus amigos lo jaló, medio desnudo, del brazo y lo guio fuera del patio hacia un
auto. Casi me reí, fue tan patético.
Levanté la vista hacia Wolf, quien hizo un sonido de “tsk” y entrecerró un ojo al
Eric en retirada, como si lamentara que Eric no se quedara más tiempo para poder
atormentarlo más. Me atrapó mirándolo, la llama constante en su mirada un poco
menos furiosa, y desapareció de nuevo en la casa.
Burn me dio la vuelta por el hombro.
—¿Algo de eso te salpicó?
—No, estoy bien.
El rostro de Burn rara vez cambiaba, así que cuando miró hacia donde
desapareció Eric, me sorprendí.
—Si te molesta otra vez, házmelo saber.
Algo en relación a su simple oferta hizo que mi estómago se calentara. Sonreí.
—De acuerdo. Gracias, Burn.
—Wolf también ayudó —me recordó. Tosí suavemente.
—Sí, supongo.
Pude sentir a Burn mirando mi rostro. Entró en la casa por un momento, luego
regresó con una botella de vino añejo de lujo. Me la entregó.
—Llévale esto a Wolf.
Levanté la pesada botella.
—¿Ni siquiera un “por favor”?
Burn permaneció en silencio. Suspiré.
—Está bien, de acuerdo. Voy.
Caminé hacia la casa, mirando hacia atrás una última vez. Burn se había
acomodado en una silla limpia de jardín, haciéndola plana para poder mirar las
estrellas. Era prácticamente el único allá afuera, parecía sereno, imperturbable y
soñoliento como siempre.
Finalmente encontré las escaleras y las subí lentamente, saltando fuera del
camino de chicas chillando subiendo y bajando, y evitando a las parejas presionadas
contra la barandilla y entre sí. Vagamente escuché a Fitz en la sala gritar algo sobre
“herejes” y “blasfemos”, con voz muy arrastrada. Sonreí un poco, habíamos pasado
por esto en la tutoría y decidimos que ambos eran muy buenos insultos. Pero esto no
era tutoría: esta era una fiesta en la que en este momento me tocaba entregarle un
vino al chico que todos pensaban que había tratado de besar.
El piso de arriba era tan grande como la planta baja, así que me centré en
relación con el patio e intenté localizar la habitación en la que Wolf debía haber
estado. Efectivamente, allí estaba él; en la habitación al final del pasillo, sentado en
una cama tamaño queen y bebiendo de una botella de vino en la mesita de noche.
Vestía un suéter negro y jeans, ambos abrazando sus hombros y caderas demasiado
bien para ser cualquier cosa menos de diseñador. Su cabello era un desorden
exasperantemente elegante como siempre, y la forma en que se sentaba, relajado,
aunque de alguna manera regia, hacía que el interior de la habitación de invitados
pareciera una sala del trono.
No podía entrar. Apenas podía pensar en hablar con él, después del incidente
de la piscina. ¿Qué iba a decir? “¿Lo siento?”. “¿Quería comprobar si de verdad
tenías fobia a ser tocado como un total idiota?”. Sentarse en clase de automotriz con
un grupo de personas a nuestro alrededor era totalmente diferente a sentarme cara
a cara con él. Antes de que pudiera darme la vuelta y alejarme, me vio, y arqueó una
ceja en mi dirección.
—¿Bien? —dijo—. ¿Vas a entrar, o no?
—BurnqueríaquetedieraestevinoporayudarconEric —dije con rapidez,
entrando solo para poner el vino en una cómoda cercana—. Bien, adiós.
—Becada. —Su voz me detuvo en la puerta y me giré. Tomó un trago de su
botella de vino ya abierta y se puso de pie, jugando con los anillos de plata en sus
dedos—. Tú y yo tenemos cosas que discutir.
La irritación le ganó a la ansiedad por un breve momento, y apreté los dientes.
—Por. Última. Vez. Tengo. Un. Nombre.
—Como yo —dijo—. Y, sin embargo, nunca te escuché usarlo.
—Eso es porque tú… ¡tú tampoco has dicho el mío!
—¿Vamos a estar atrapados en un círculo para siempre, evitando los nombres
del otro hasta que uno de nosotros se rinda y lo diga?
Lo miré fijamente. O, más exactamente, a sus zapatos.
—Lo estamos —afirmó finalmente —. Porque soy orgulloso y tú eres infantil.
—¿Infantil? —me burlé—. Eso es gracioso, viniendo del tipo que pone papelitos
en los casilleros de las personas.
—Realmente sigues con eso, ¿verdad? —se burló—. Hay más de mí que eso,
sabes.
—No lo sabría —dije—. No sé nada de ti, excepto que me odias por algún motivo
y quieres tomar mi beca para que me echen.
Permaneció callado. Eso alimentó el estanque de rabia que había estado
hirviendo silenciosamente en mi corazón todo este tiempo.
—No… espera. Eso es una mentira. Te conozco. Sé que Fitz ha pirateado la
computadora de tu padre para leer mi ensayo. Sé que te gustan las motos. Te
conozco...
Evito decir “odias que te toquen” o “tu madre murió”. Esas son cosas privadas
que se supone que no debo saber.
—… Sé que peleaste con Mark —terminé—. Y el día después, dejó de venir a
Lakecrest.
Esperaba que Wolf se enfadara, gritara, pero el único sonido era el de la botella
de vino que subía a sus labios y volvía a bajar.
—No esperaría que alguien como tú lo entendiera —dijo finalmente.
—¿Entender qué? ¿Que peleaste contra un chico y que resultó tan golpeado que
se fue?
—No fue así —gruñó Wolf—. No lo entenderías.
—¡Estoy segura que no puedo entenderlo si no me lo dices! —Di un paso atrás,
mi mirada finalmente se atrevió a ir hacia él. Sus ojos verde jade brillaban con un
fuego furioso, y logré soportarlo por unos segundos. Pero no fui la primera en mirar
hacia otro lado. Por una vez, fue Wolf quien rompió nuestra mirada.
—Mira —comencé—. Tienes razón, ¿está bien? Solo voy a decir eso una vez,
tenías razón. Juzgo a las personas con dureza. Me da miedo no poder ir más allá de
mi propio juicio de las personas. ¡Y apesta! Súper apesta darse cuenta de que tal vez,
fuiste el idiota todo el tiempo, pero eso no significa que no pueda cambiarlo. Lo haré.
Solo lentamente. A mi propio ritmo. No importa lo que cueste, voy a cambiarlo.
—¿Por qué? —demandó.
—Porque tengo que hacerlo.
—¿Por qué? —respondió de nuevo, más fuerte, como si estuviera tratando de
cortarme solo con sus palabras.
—Porque… —Tragué saliva—. Porque si no lo hago, no puedo ser una buena
psiquiatra.
—Hay más en la vida que convertirse en un buen psiquiatra —dijo Wolf—. Por
ejemplo, ¿convertirse en una buena persona, tal vez?
—Diría que ya soy...
—No lo eres —espetó—. Ninguno de nosotros lo es. No lo logras, como un
trofeo, dejándolo a un lado y descansando en los laureles. Tenemos que trabajar en
eso. Ser una buena persona requiere trabajo, cada segundo de cada día. Por eso muy
poca gente lo hace, porque es agotador.
Se sentó en la cama, con los codos sobre las rodillas y las manos en la barbilla.
—Estás tan concentrada en convertirte en algo para ayudar a tu papá —dijo, de
repente parecía cansado—. Que tu vida se te está pasando.
Sentí que se me ponían los pelos de punta.
—No sabes nada de mi vida.
—Leí tu ensayo. —Me lanzó una mirada furiosa.
—¡No es todo lo que soy! ¡Es solo un pedazo de papel!
—Fue tu escritura —insistió—. Escritura muy decidida, muy honesta, escrita
para perseguir tus sueños. La leí una y otra vez. Ese ensayo desnudó tu alma. Lo
niegues o no, ese ensayo fuiste tú, hasta la última coma.
—No me conoces por un ensayo.
—No —estuvo de acuerdo—. Pero sé que te estás quemando en los dos extremos
en un intento equivocado de “salvar” a tu padre. Sé que abandonaste tus sueños de
escribir para ayudarlo. Estás sosteniendo el mundo sobre tus hombros, y
eventualmente va a aplastarte.
Algo en mi pecho se retorció, duro y doloroso.
—¿Y? —repliqué—. No importa; si funciona, si puedo hacer una diferencia, me
importa una mierda si me aplasta.
—Por supuesto que no te importa. —Giró un anillo de plata alrededor de su
dedo—. Porque no te preocupas por ti. No piensas que eres valiosa o que vale la pena
cuidarte.
De repente, se hizo difícil de tragar.
—¿Por qué estás actuando así? —pregunté—. ¿Por qué te importa una mierda?
Soy solo la becada para ti.
Wolf se levantó de nuevo, y se acercó. Flotaba allí, a centímetros de distancia,
su voz baja y grave. Olía a vino, lana y algo claramente masculino: especias y sudor.
Los puños de su suéter subieron, mostrando la gasa en sus nudillos.
—Porque yo fui tú. Hace mucho tiempo.
No me atreví a mirarlo. Él se rió, el sonido negro de desesperación retumbando
en su pecho. Hizo girar más rápido un anillo alrededor de su dedo.
—Yo también traté de salvar a alguien, sin importar lo que se requiriera. Y lo
que ves es todo lo que queda de mí, después de que todo se vino abajo.
Estaba tan cerca, que sentí esa extraña urgencia de volver a acercarme a él, de
sentir la suavidad de su suéter, la suavidad de la piel de su clavícula. Ahí estaba de
nuevo, esa cosa extraña que se arqueaba entre nosotros como electricidad. Me
endurecí y lo miré. Su mirada estaba directamente en mí, tomando cada centímetro
como si estuviera tratando de memorizarlo.
—No deberías haber venido —dijo.
—¿A la fiesta? —pregunté.
—A la fiesta. A Lakecrest. A esta habitación. A mí, en realidad.
—No todo gira en torno a ti.
Él rió con esa risa triste otra vez.
—Incluso suenas como él.
—¿Como quién?
Wolf dio un paso atrás y negó.
—Nadie. Nada. Deberías irte.
—No puedes simplemente decir algo así y luego descartarme como si fuera un
sirviente. Merezco respuestas.
—Mereces ser egoísta. Mereces perseguir las cosas que te hacen feliz. Mereces
vivir tu maldita vida —dijo Wolf—. Pero no lo harás, porque eres terca. Te enterrarás
en el deber y en tu complejo salvador hasta que comiences a pensar que la miseria es
todo lo que mereces.
—Yo… —Cuadré mi mandíbula—. Soy feliz.
Wolf se mofó, tanto que rebotó en las paredes. Pensé en todas mis cosas viejas
guardadas en mi armario, en mi teléfono vacío de mensajes de texto y llamadas de
amigos, en tachar a Sarah Lawrence de mi lista de deseos, de mi escritorio atestado
de libros de texto y solo libros de texto.
—Yo… yo seré feliz —corregí—. Con el tiempo.
—¿Cuándo? —preguntó—. ¿Cuándo tu padre mejore? ¿Cuándo decidas que ya
lo “arreglaste”? ¿Cuándo, Beatrix, harás tiempo en tu apretada agenda para ser feliz?
Me ericé.
—Tú no eres exactamente sol y arcoíris.
—Si insultarme te hace sentir bien, entonces bien. Hazlo. Tomaré todo lo que
quieras, si esa es la única forma en que puedes sacar tus frustraciones.
Me golpeó entonces.
—Lo dijiste. —Me maravillé.
—¿Qué? —espetó.
—Mi nombre. Lo dijiste.
Abrió la boca y luego la cerró.
—Supongo que mi orgullo no es tan fuerte como tu infantilismo.
—Por última vez, no soy una niña…
Se volvió hacia mí, acercándose nuevamente, sus dedos jugando salvajemente
con sus anillos de plata.
—No, tienes razón. Es imposible para alguien que abandonó su infancia por su
padre sea infantil. Eres simplemente obstinada, terca e ingenua y...
Estábamos tan cerca, pude ver los rayos dorados en sus ojos, sentir el calor que
retumbaba en su piel enrojecida por el vino. Era tan estúpido, tan incorrecto, pero
no podía ignorar lo guapo que se veía, incluso frustrado. Especialmente frustrado.
Debo haber estado viendo cosas, el humo de la marihuana debe haber hecho algo en
mis ojos, porque lo vi levantar la mano, su palma flotando justo debajo de mi
mandíbula…
—¡Toc, toc! —anunció Fitz cuando entró, cortando la gruesa cadena de
tensión—. ¿Qué está pasando aquí, uh?
En un abrir y cerrar de ojos, Wolf retrocedió y se acomodó en la cama. Fitz se
acercó a él y tomó la botella de vino que estaba en la mesita de noche.
—Oh, vaya, realmente bebiste esta noche, ¿eh? Supongo que es un buen cambio
de tu habitual “ceño fruncido solo en una esquina". —Fitz me miró con sus ojos
sonrientes—. No tendría nada que ver con el hecho de que te dije que Bee vendría,
¿o sí?
—Que te jodan —gruñó Wolf.
—¡Tan irritable! —Fitz se rió y me guiñó un ojo—. No lo tomes como algo
personal, se pone de esa manera con la gente que le gusta.
Wolf agarró el cuello de la chillona camisa de Fitz y se puso de pie con un
movimiento rápido, pero Fitz nunca perdió la sonrisa.
—Estás empezando a irritarme los nervios, Fitz —gruñó Wolf.
—Estoy tan cansado de verte abatido durante los últimos dos años. ¿Por qué no
puedes admitirlo? —Fitz me hizo un gesto—. Te recuerda a Mark, ¿no es así? La
chaqueta militar, los lentes, la personalidad de cabeza atrapada en su propio trasero
nerd, excepto que esta vez, ella es la que quiere besarse con...
Wolf lanzó el golpe tan rápido que solo escuché el sonido de carne contra carne.
Fitz giró la cabeza hacia un lado, con la mejilla rojo brillante, pero se giró y volvió
balanceándose, la sonrisa nunca desapareció de su rostro. Los chicos Blackthorn
gatearon sobre la cama, pateando, golpeando y bloqueándose. Fitz incluso se rió,
como si estuviera teniendo el mejor momento de su vida.
Estaba congelada en el lugar, pero alguien detrás de mí gritó: ¡Pelea de
Blackthorn! y la estampida de gente subiendo por las escaleras mientras me
empujaban para mirar fue estrepitoso. Fitz dio una buena pelea, el labio de Wolf
estaba sangrando, pero su propio rostro ya estaba hinchado y con moretones. Esto
era real. Wolf estaba furioso, el fuego en sus ojos ahora era un infierno imponente.
La gente aplaudía, pero no pude moverme, mi estómago se sentía enfermo. ¿Por qué
estaban peleando? ¿Por mí? Si yo no estuviera aquí, ellos...
Una figura pesada se abrió paso entre la multitud a empujones como un
cuchillo caliente cortando mantequilla… Burn. Wolf tenía a Fitz pegado a la pared,
pero Burn se acercó y los separó con sus enormes brazos con la misma facilidad que
un niño tira de dos muñecas.
—Suficiente —dijo. Fitz arremetió contra Wolf, pero Burn lo detuvo, levantando
la voz por primera vez—. ¡Dije que es suficiente!
El sonido hizo eco, todos se callaron, y Fitz y Wolf se relajaron. Burn se volvió
hacia la multitud, frunciendo el ceño.
—Fuera.
Los fiesteros no necesitaban que se lo dijeran dos veces, y sintiéndome de
alguna manera culpable, salí de la habitación con ellos. Un emocionado parloteo
llenó el aire mientras bajábamos las escaleras.
—¿Viste eso? ¡Wolf lo jodió!
—No tenía idea de que no se agradaran, están como pegados por la cadera.
—Los hermanos también pelean, idiota. Era solo cuestión de tiempo.
—Me pregunto ¿por qué estaban peleando?
—¿Qué pasa si Wolf le da una tarjeta roja a su propio hermano? ¿Qué tan
complicado sería eso?
—¿Por pelear contra él? De ninguna manera, las tarjetas rojas son siempre algo
peor que eso. Algo que está muy jodido.
Me desplomé en un sofá, sintiéndome en estado de coma. Todo lo que Wolf y
Fitz dijeron comenzó a girar en mi cabeza, hasta que ya no pude darle sentido. Le
recordé a Wolf de Mark. El dolor de Wolf cuando hablaba de Mark, conocía esa
mirada. Era desamor. Eran Wolf y Mark…
—¡Aquí estás, Bee!
Alcé la vista y vi a Kristin parada allí, con los brazos cruzados.
—Caray, te he estado buscando. ¿Estás bien? Me enteré de que estabas allí en
la pelea Blackthorn.
—Estoy... estoy bien.
Kristin puso su mano sobre mi frente, mirándome como si estuviera buscando
heridas.
—Sí, pareces bien, tal vez un poco aturdida. ¿Quieres hablar al respecto?
—Es solo que… si te parece bien, solo quiero irme a casa.
—Sí, claro. Por supuesto. Déjame traerte algo para beber en el auto, y nos
iremos.
Ella me sacó de la casa y entró en la tranquila serenidad de su Prius. Me dio un
Sprite frío, y tomé el dulce refresco el resto del camino a casa. No pensé que ayudaría,
pero lo hizo. Para cuando se detuvo en el camino de entrada y apagó el motor, me
sentía un poco mejor.
—¿Qué pasó? —preguntó.
—Yo... —Negué—. Wolf y yo hablamos, dijo que yo estaba... quemándome de
ambos lados por mi padre. Y un montón de otras cosas. Como si me conociera. Piensa
que solo porque leyó mi ensayo sabe por lo que estoy pasando.
—¿No lo hace? —Parpadeó.
—¡No! Quiero decir... —La miré—. Por favor, tienes que hablarme de Mark. De
lo contrario, todo es un desastre y estoy tan confundida.
Kristin se mordió el labio.
—De acuerdo. Sin embargo, son rumores en su mayoría.
—Está bien —insistí—. Solo necesito algo ahora mismo. Cualquier cosa.
Inhaló, apoyándose en el volante.
—Mark y Wolf salían. Cuando eran estudiantes de primer año. Algunas
personas dicen que fueron cuatro meses, otras dicen que fue todo el año.
—Entonces —dije lentamente—. Wolf…
—Gay, sí. —Kristin asintió—. Pero, antes de eso, Fitz me dijo que estaba
enamorado de Vanessa, en la escuela secundaria, así que ¿tal vez es bi? No sé. No se
lo dice a nadie. Lo único que sé es que él y Mark fueron algo por un tiempo. Fue una
gran noticia porque nunca salíamos con alguien de fuera de... nosotros, sabes, hemos
sido niños de Lakecrest, desde el jardín de infantes hasta la escuela secundaria. Así
que, ¿alguien saliendo con el chico becado, el chico nuevo? Era extraño para
nosotros.
—¿Así que lo gay no era gran cosa?
—Quiero decir, no. —Se encogió de hombros—. Riley es gay, y ahí están Carter
y Dreyon, no es como si Mark y Wolf fueran los únicos. —Se detuvo—. Eran tan
opuestos, ¿sabes? Nunca en un millón de años pensaríamos que se llevarían bien,
pero lo hicieron.
Moví mi dedo alrededor de las escasas partículas de polvo en el tablero.
—¿Cómo era Mark? ¿Te acuerdas?
—Sí, bastante bien. Difícil no recordar a los chicos becados. Sin ánimo de
ofender.
—No me ofende.
—Era como... —Se mordió el labio—. Mark era como, no muy amigable. No
hablaba con nadie. Pero era inteligente y estudiaba mucho.
—Como yo.
—Más o menos. —Se rió—. Quiero decir, sí. Exactamente como tú. Recuerdo,
en la jornada de Puertas Abiertas, cuando vinieron todos nuestros padres, que los
suyos eran raros. Fruncían el ceño todo el tiempo. Y cuando hablaban con Mark, era
como... no sé. Fueron muy estrictos con él, hasta el punto que asustó a mi propia
mamá. Le dijo a mi papá que quería llamar a Servicios de Protección Infantil, pero
él la convenció que no lo hiciera.
Esperé a que continuara. Ella se retorció en su asiento.
—Pero, cuando él y Wolf comenzaron a salir, definitivamente podías ver el
cambio.
—¿Cambio? —pregunté.
—Sí. Mark se puso... más feliz. Más amigable. Pero era extraño, porque todo el
tiempo que Mark estuvo más feliz, Wolf solo... —Suspiró—. Solía ser agradable.
Como muy agradable. Sonreía mucho, y nunca parecía enfadado como lo está todo
el tiempo. Pero una vez que empezó con Mark, simplemente se calló. Empezó a
hablar cada vez menos, y chasqueando más, hasta que simplemente, no era el mismo.
—Y luego la pelea sucedió.
—Sí. —Asintió—. Mark lo golpeó primero. Lo recuerdo. Lo golpeó justo en
frente de todos nosotros, en el patio antes del primer período. Ellos estaban
hablando, y luego todos escuchamos el sonido. Y Wolf simplemente... explotó, es la
mejor palabra con la que puedo describirlo. Nunca vi a alguien golpear el suelo tan
rápido. Mark dejó la escuela ese fin de semana, estoy bastante segura.
—¿Qué crees que pasó entre ellos? —murmuré. Kristin se encogió de hombros.
—Solo puedo suponer. Personalmente, creo que es la razón por la que el señor
Blackthorn intentó que los espiaras, específicamente a Wolf. Las únicas personas que
realmente saben lo que pasó entre Wolf y Mark son probablemente Wolf y Mark, y
tal vez Fitz y Burn. Tal vez.
Reflexioné sobre eso, hasta que Kristin me dio una palmadita en el hombro.
—Oye, no te pongas tan triste, ¿de acuerdo?
—¿Yo? —Sentí mis mejillas arder—. ¿Me veo triste?
Asintió.
—Mucho. Es algo así como tu expresión predeterminada.
Todas las cosas que Wolf me dijo en la sala vinieron a mí, como una cámara de
reverberación. ¿Realmente me veía tan miserable para la gente? ¿Alguna vez me
había visto feliz?
Le di las gracias por el viaje y entré. Papá se sorprendió de verme tan pronto,
pero le dije que era una fiesta estúpida. Nos dijimos buenas noches y me metí en el
baño para revisar su frasco de pastillas… sí, había tomado dos. Un poco más aliviada,
cerré la puerta y me miré en el espejo largo y tendido.
Te enterrarás en el deber y en tu complejo de salvadora hasta que empieces a
pensar que la miseria es todo lo que mereces.

***
Mis nudillos agarrados al borde del fregadero se volvieron blancos. Wolf no me
conoce. No puede conocerme. Pero entonces ¿por qué todo lo que me dijo esta noche
se sentía cierto? Cada palabra suya se sintió terrible y aplastantemente cierto. ¿Por
qué siempre era así con él? ¿Por qué podía ver a través de mí, y cortarme el corazón
como una espada? ¿Era realmente tan observador?
No, dijo mi yo en el espejo. Es solo como dijo: él fue alguna vez tú.
Mis ojos se fijaron en el frasco de pastillas de papá. ¿Realmente era tan malo?
Estaba siendo una buena hija, esto es lo que cualquier hija haría. Amaba a papá.
Quería que mejorara. ¿Estaba equivocada por querer eso?
Esa noche, mamá llegó a casa tarde del hospital. Ella y papá tuvieron una pelea,
silenciosa, el tipo de pelea que solo pude escuchar a medias. Sus furiosas voces
resonaron sordamente a través de las paredes, y luego mamá comenzó a sollozar.
Observé el techo de la habitación de mi infancia y escuché el sonido, tomándolo en
este momento en lugar de correr a esconder mi cabeza en mi almohada. Mamá
lloraba. Estaba harta. Papá estaba callado. Papá se sentía mal. Podía leerlos, aunque
no estaba en la habitación con ellos. Sabía lo que estaban sintiendo.
¿O no?
Los mejores psiquiatras probablemente sabían lo que la gente estaba sintiendo.
Siempre pensé que era buena en eso. Secretamente pensé que era perspicaz y
entendía a la gente. ¿O fue algo estúpido asumirlo? ¿Era eso, como dijo Wolf, infantil
de mi parte? ¿Era estúpido de mi parte asumir que entendía lo que cualquier ser
humano aparte de mí estaba sintiendo? No era mamá. No era papá. Solo era... yo.
Solo era Bee… y Bee ya no sabía qué sentir. Ella estaba confundida, cansada y triste,
muy triste. Tan triste que comenzó a llorar también, en su almohada. Quería carteles
en sus paredes, amigos en su teléfono, sonrisas en su rostro, libros en su mano y en
su corazón. Ella quería una beca, quería una buena universidad que pudiera
enseñarle a hacer que la gente estuviera bien de nuevo. Pero no podría tener ambas
cosas. Eso era egoísta. Así no era como funcionaba el mundo: sacrificas algo para
conseguir algo.
Ella quería que papá fuera feliz, que mamá fuera feliz, lo quería todo.
Ella quería que todo estuviera bien de nuevo.
¿Estaba tan equivocada?
10
o recuerdo cómo llegué a casa, después de la pelea.
Recuerdo a Burn separándome a mí y a Fitz, empujando a Fitz
por la puerta y dejándome en la habitación. Recuerdo haber
descorchado furiosamente la botella que Bee trajo y bebiéndome la
mitad de ella, ¿y entonces? Negrura. Absoluto vacío donde deberían estar mis
recuerdos.
Miro el techo blanco de mi habitación y toco mi labio experimentalmente. Todo
duele. De nuevo. Todo duele y me estoy muriendo y ¿qué mierda estaba pensando,
peleando con Fitz por algo que dijo? Dice tonterías todo el tiempo, ¿qué fue tan
diferente esta vez?
Ella.
Sabía la respuesta antes de que pudiera parpadear. Fue ella. De nuevo. Ella
siempre estaba ahí cuando perdía los estribos, como una especie de catalizador para
una explosión química. ¿Qué hay en ella que me saca de quicio tan mal?
Todo. Todo en ella me pone al límite.

***
Gruñí y me senté, el sol de la mañana como un asesino directo a mis ojos. Odio
beber. Sabía que era una mala idea, pero lo hice de todos modos. Mi estómago no
paraba de bailar con los nervios, por lo que el músculo brillante que era mi cerebro
decidió que tomar alcohol sería la solución correcta para calmarme. Todo lo que hizo
fue ponerme caliente y mareado y…
La imagen del rostro de Bee cruza por mi mente, tan cerca y tan enrojecida, tan
bonita…
Bonita. Me obligo a salir de la cama, como si pudiera dejar ese pensamiento allí
y seguir con mi vida como si nunca hubiera ocurrido.
Tenía que disculparme con Fitz, lo sabía muy bien. Me tambaleé hacia su puerta
y toqué. Respondió, todo sonriente.
—Bueno, bueno, si no es la estrella de la noche —dice Fitz alargando las
palabras, con la mano en la cadera. Se ve tan fresco y cubierto de rocío como una
brizna de hierba, menos el leve moretón púrpura en la cuenca de su ojo.
—¿Cómo no tienes resaca? —gruño.
—No todos nosotros nos echamos tres botellas de vino en dos horas, mi querido
hermano.
—¿No estás... molesto?
—¿Por qué iba a estarlo? —Fitz sonríe—. Intenté crear el ambiente para ustedes
dos tortolitos sin tu permiso. Por supuesto, te gustaría golpearme. Yo querría
golpearme.
Me apoyo contra su puerta, mi cuerpo es demasiado pesado para que pueda
sostenerlo solo.
—¿Por qué en nombre de Dios estabas tratando de crear un ambiente? Ella no
me gusta así.
Fitz esboza una sonrisa tonta y me golpea la cabeza.
—Wolf, eres lo más querido para mi corazón, pero también eres un idiota
gigante. Ahora, si pudieras moverte, tengo un Hot Pocket abajo con mi nombre.
—En serio, no me gusta.
—Ajá. —Él trata de pasar bajo mi codo, pero pongo mi pierna allí.
—Fitz, mírame. No estoy mintiendo.
—Por supuesto.
Entrecierro mis ojos.
—No me crees.
—Lo siento, solo tengo mucha evidencia de lo contrario, y soy un hombre de
ciencia en mi núcleo.
—¿Qué evidencia? —resoplo.
—¿Te refieres a otros que no sean los interminables rollos de película de ti
viéndola fijamente como una lechera con ojos de corderito?
—Yo no…
—Oh sí, lo haces. Constantemente. Literalmente, cada vez que ella y tú están
juntos a menos de cien metros. Ahora, por favor, mis pepperoni me necesita.
Estoy demasiado aturdido para detenerlo esta vez, y él se agacha debajo de mi
codo y escapa escaleras abajo. ¿La miro? No la miro. ¿Lo hago? Cuando recupero la
compostura, lo sigo hacia la cocina.
—No la miro.
—Decir algo en voz alta no lo hace cierto —canta Fitz mientras pone su Hot
Pocket en un plato y se sirve un vaso de leche.
—¡No la miro! —insisto y sigo a Fitz de vuelta a su habitación. Fitz se asoma a
la habitación de Burn, equilibrando su comida precariamente.
—Burn, por favor dime si Wolf mira mucho a Beatrix o no.
Burn, levantando casi ciento ochenta kilos en su máquina de pesas, alza la
mirada, el sudor goteando en sus ojos.
—Mira mucho a Bee —dice, sin un solo signo de esfuerzo en su voz. Fitz se gira
hacia mí y sonríe.
—¿Ves?
Él salta de vuelta a su habitación lo mejor que puede mientras carga un plato,
y yo lo sigo.
—Esto es una conspiración —decido—. Entre ustedes dos.
—Puedo asegurarte, Wolf, el amor no es una conspiración. Solo son hormonas.
—Fitz se mete la mitad del Pocket a la boca. Él come como una aspiradora en un ático
de cincuenta años. Traga con mucha dificultad y suspira—. Oh, vamos, no me mires
así. Han pasado años desde Mark, ¿está bien? Yo y Burn solo queremos verte feliz.
—Estar con una chica no me hará feliz. —Cruzo los brazos sobre mi pecho.
—¡Ella no es solo “una chica”! ¡Ella es Beatrix Cruz! ¡Nuestra becada! ¡Escribió
ese ensayo sobre el que te obsesionas constantemente!
—No... me obsesiono —siseo.
—Wolf, por favor. Estás actuando como si no supieras que hackeé tu cámara
web para espiarte cuatro días de la semana.
—Tú… —Mi piel comienza a piar—. ¿Tú qué?
—No te preocupes. —Levanta las manos—. Primero compruebo mis algoritmos
antes de echar un vistazo, por lo que tu privacidad de masturbación está segura.
—Tienes que estar bromeando. —Sobo el espacio entre mis cejas, tratando
desesperadamente de detener el irritado dolor de cabeza que se está formando. El
sonido de la caída de metales pesados resuena, y luego sale Burn, limpiándose el
rostro con una toalla.
—Ella huyó —dice—. Después de la pelea.
—Pobrecita. —Fitz hace un puchero—. También huiría, si viera a Wolf perderlo
así.
Lo señalo.
—Mira… mantén tu nariz fuera de mis asuntos. No necesito que hagas mi vida
más difícil de lo que ya lo haces.
Fitz saluda, y cuando salgo pisoteando lo puedo oír gritar “¡señor, sí señor!”.
Agarro la cámara web desde la parte superior de mi computadora y la tiro
directamente al basurero. Escucho a Burn, bueno, siento su presencia, realmente,
como una nube pesada detrás de mí en la puerta.
—¿Qué es? —digo bruscamente.
—Lo estás perdiendo —dice tranquilamente—. Son dos personas a las que has
golpeado.
—¿Y qué?
—Y —induce—. Quizás sí te gusta ella.
—O tal vez solo tengo ganas de golpear a la gente.
—Ambos sabemos que eso no es verdad.
Estoy en silencio. Finalmente, abro mi boca.
—Si es ella…
—Si es ella —interrumpe Burn—. Debes dejar de sacar tus frustraciones en otras
personas y simplemente decirle.
—No puedo. —Aprieto los dientes—. Me prometí que nunca volvería a suceder.
—Así no es como funciona, Wolf. No puedes elegir. Solo pasa.
—Ella me odia —gruño.
—Yo también te odiaría —dice—. Si sigues actuando raro y distante a mi
alrededor.
Me burlo, mi cuerpo reacio a reconocer lo que está diciendo, pero mi mente
está alucinando con cada palabra. Sé que he estado actuando raro a su alrededor. Sé
que no puedo elegir cuándo sucede. Pero la idea de alguien como yo: roto, temeroso
y marcado, admitiendo sus sentimientos a alguien como ella, que necesita a alguien
confiable, confiado y normal, es absurdo.
—Ella tiene que irse —digo—. Necesito echarla de Lakecrest antes de que ella
pueda arruinar su vida. Es por su propio bien.
—¿O es por el tuyo?
Estoy en silencio. ¿Es por el mío? La vida sería mucho más fácil si ella se
hubiera ido. No me sentiría de esta manera todo el tiempo, torturado y dividido entre
deshacerme de ella para que pueda dejar de vivir por el bien de su padre, o
mantenerla cerca de mí por mis propias razones egoístas.
—Lo primero que debes hacer —dice Burn, como si pudiera escuchar mis
pensamientos—. Es deshacerte de ese ensayo. Y hablar con ella. Como lo haría un ser
humano normal.
—No necesito tu consejo —espeto. Burn me mira fijamente, llevando toda su
expresión en sus ojos, severo y dudoso. Se va, y cierro la puerta y saboreo la
tranquilidad. Antes de darme cuenta, el ensayo está nuevamente en mis manos y lo
estoy leyendo.
No soy el tipo de persona que es buena hablando de sí misma. Centrarse en mí
es un poco abrumador, a veces. Prefiero hablar sobre otras personas. La forma en
que sonríen, la forma en que se ríen, la forma en que se enojan. Me gusta mirarlo
todo. Solo mirar. Realmente no puedo interesarme en las personas, en este
momento. Absorben demasiado tiempo y energía que es mejor utilizar para
estudiar. Pero tal vez algún día, una vez que esté fuera de la universidad, como una
psicóloga consumada en el mundo, pueda volver a hacer amigos. Esa es mi secreta
esperanza, de todos modos. Lo guardo en el fondo de mi mente como un faro para
cuando las cosas se pongan un poco demasiado oscuras en mi cabeza. Esa será mi
recompensa una vez que haya hecho todo lo que tengo que hacer; conseguir
algunos amigos, tal vez enamorarme y desenamorarme y volverme a enamorar.
No lo sé. Esa es la mejor parte: no tener idea de lo que vaya a pasar. Cualquier cosa
puede suceder. Mi vida es el gato de Schrodinger, y estoy emocionada de ver lo que
hay dentro de la caja cuando finalmente logre abrirla.
Entonces, me golpea… por qué leo tanto este ensayo. Ella es quien yo era antes
de Mark. Antes de la oscuridad y las dudas. Antes de convencerme de que amar a
alguien era imposible. La mera idea de querer otra vez me llevó a atacar a la gente, a
beber. No confío en mí mismo con el amor, ya no. No después de lo que sucedió.
Pero las palabras de Beatrix brillan, llenas de esperanza e inocencia. Me aferro
a ellas porque no puedo aferrarme a lo que era antes, porque lo he olvidado. Y sus
palabras me recuerdan a mí, quitándome las viejas costras sobre mis heridas y
dejándolas sangrar frescas, para bien o para mal. Ella me recordó lo que yo podría
ser, si dejaba atrás la amargura y el pasado.
Su ensayo es una muleta, y la he estado usando para cojear por mucho tiempo.
La chica que lo escribió es real. Ella respira, piensa y sonríe, lucha por la vida
de la misma manera que yo lo hago. Y al menos, aunque ella me odie y no he hecho
nada más que alejarla, merece mi gratitud.
Ella merece algo.
Algo mejor que una vida de deber.
11
apá no salió de la habitación al día siguiente.
Mamá inventó una excusa para comprar comestibles y se fue
temprano en la mañana. No sabía a dónde iba, pero ya eran las cinco de
la tarde y todavía no había regresado. Sabía que iba a los bares con sus
amigas, así que tal vez estaba allí para desahogarse. No podía culparla. No podía ni
siquiera reunir el coraje para llamar a su teléfono para verificar, ella necesitaba
espacio lejos de papá. De mí. De toda su familia. Eso es lo que decían los libros de
texto, de todos modos; cuando se enfrenta con una situación estresante, la mayoría
de la gente necesita espacio para procesar las emociones relacionadas con ella. No
podía arruinar su espacio. Por mucho que quisiera que volviera a casa, para arreglar
las cosas con papá y él con ella, ni siquiera podía reunir el valor para enviarle un
mensaje de texto y preguntarle sobre ello. Involucrarse solo podría poner las cosas
aún peor.
Era un fin de semana de cuatro días, pero se sentía como cien días de nada más
que silencio y miseria. Nuestro dúplex se convirtió en una tumba; mamá se quedó
fuera casi todo el fin de semana, hasta el lunes, y luego regresó al trabajo. Intenté
que papá saliera, pero nunca lo hizo. Pasé la mayor parte del lunes y el martes
sentada frente a su puerta en el pasillo, con la espalda pegada a la pared y un plato
de sopa en una bandeja a mis pies. Si él salía, quería que al menos comiera. Mi propia
voz preguntándole si estaba bien cada pocas horas se sentía débil e inútil. Sabía,
desde que esto ocurrió antes, que mendigar o amenazarlo solo lo llevaría más
adentro de su caparazón. Había sucedido antes, pero nunca se volvía tan malo. Tal
vez unas pocas horas, no unos días.
La mitad de mí odiaba el hecho de que mamá no estuviera aquí, pero la otra
mitad estaba avergonzada. Por supuesto que ella no estaría aquí, tenía que ganarse
la vida para poder seguir quedándonos en el dúplex. Le envié un mensaje de texto
que decía que papá no salía, y ella me dijo que lo dejara en paz. Pero no pude.
Simplemente no pude.
El martes por la mañana, comencé a preocuparme por la deshidratación, eso es
más rápido que el hambre. Pero luego recordé que tenía el pequeño baño, con un
grifo, y me sentí estúpida. El hecho de que él tenga depresión no significa que vaya a
ignorar sus necesidades básicas como hidratarse. Mi estómago se retorció. ¿O sí?
Sentí mi cerebro trabajar furiosamente mientras trataba de recordar si eso se
relaciona con depresión. Todos los libros de texto que alguna vez había leído se
mezclaron en un montón de información del que estaba tratando desesperadamente
de sacar una aguja. ¿Eso era una cosa? ¿Eso era una cosa, y qué debería hacer si lo
fuera?
Me puse de pie, jugando con mis puños. Tenía que asegurarme que él estuviera
bien, o me volvería loca. Y si él no abría la puerta, tendría que encontrar otra manera
de entrar.
Meses atrás, traté de forzar la cerradura de su habitación. Resulta que abrir
cerraduras es súper difícil y nada como el método de wham-bam-permiso-señora
que Hollywood hacía. Sabía que nunca entraría por la puerta del dormitorio. Golpear
la puerta sería demasiado violento, pero una pequeña voz en mí sabía que, si todo lo
demás fallaba, podría sacar el hacha de incendios del garaje y sacarlo. Sería violento,
y probablemente una mala idea, pero estaba desesperada en este momento.
Salí al exterior, frotándome las manos en el frío mientras miraba hacia la
ventana de papá. ¿Qué si era demasiado tarde? ¿Qué pasaría si, mientras me estaba
retorciendo las manos y me preocupaba, se hubiera deshidratado? ¿O haya tomado
demasiadas pastillas? O usado las sábanas para…
El rugido de un motor apenas se registró en mis oídos. Tenía que entrar por esa
ventana. Tal vez podría tirarle piedras, ¿eso lo sacaría de la cama? Mis pulmones
estallaron en llamas al darme cuenta de que no haría nada si ya estaba mue…
—¡Becada!
Me volví para ver nada menos que a Wolfgang Blackthorn cruzando el césped,
su motocicleta estacionada en la calle. Tenía una chaqueta de cuero negro y jeans,
un ceño fruncido que estropeaba su rostro enrojecido por el viento. La gasa en sus
nudillos había desaparecido, la piel rosada sanándose, y su labio estaba casi curado
también.
—¿Qué estás haciendo aquí? —le pregunté—. ¿Cómo sabías dónde...?
—Tu ensayo viene con una dirección —dijo, arrastrando las palabras. Sus ojos
verdes se movieron de mí a la ventana que había estado mirando—. ¿Qué estás
haciendo aquí? ¿En pijama?
Bajé la mirada a mis piernas. Salí con pantalones de pijama y una camiseta
grande. No me extrañaba que sintiera tanto frío.
—Estoy... —Me tragué mis palabras. ¿Cómo podría explicarlo? ¿Incluso quería
hacerlo? Él nunca lo entendería, y probablemente solo me volvería a ridiculizar. Miré
hacia la ventana, conteniendo las lágrimas calientes. No podía decirle a nadie. No
podía confiar en nadie, ni en mamá, ni en papá, ni en Wolf. Ni siquiera en mí misma.
Me sentía tan impotente, pequeña y avergonzada. Me limpié los ojos y levanté mi
barbilla—. Estoy bien. Es que acabo de perder algo aquí, es todo. ¿Por qué, su alteza,
condujo todo el camino hasta aquí? ¿Necesitabas algo de moi?
Wolf entrecerró los ojos.
—Eres una terrible mentirosa.
—Bueno, soy una terrible mentirosa que quiere que la dejen sola, muchas
gracias —espeté—. Así que, si pudieras irte por el mismo camino por el que entraste
con esa ruidosa máquina, sería genial.
Él estaba en silencio, mirándome. Sentí la ansiedad crecer en la boca de mi
estómago con cada segundo. Estaba en pantalones de pijama, mi cabello estaba
hecho un desastre. No me había duchado durante dos días. Parecía basura, y él se
veía perfectamente bien, más que bien, guapo y listo como el infierno. Me hizo
irracionalmente enfadar aún más: a mí, a él, a todo el mundo.
—Tengo cosas que hacer —dije—. Así que si pudieras irte…
—¿Es tu papá? —preguntó, cortado. Por un segundo me sorprendió que lo
supiera, pero luego recordé lo asombroso que era su comprensión de mí.
—Sí —me burlé—. Es mi papá.
Wolf se colocó a mi lado, mirando hacia la ventana conmigo.
—¿Está allá arriba?
—Sí. Y voy a tratar con eso. Por mi cuenta. —Wolf fijó su mirada en mí—. Eso
significa que sin tu presencia. —Le hice un gesto hacia su motocicleta.
Pareció no oírme, se dirigió rápidamente hacia la puerta de entrada, sus largas
piernas siendo mucho más rápidas que las mías.
—¡Oye! —grité—. ¡Oye, oye, OYE! ¿A dónde crees que vas?
Wolf se veía tan fuera de lugar caminando por el pasillo de mi casa, su lujosa
chaqueta de cuero probablemente más cara que nuestra pequeña televisión. Cada
vez que lo veía dentro de una habitación, me sorprendía lo alto que era, era fácil
olvidarlo cuando estaba afuera y no rodeado de estantes y cosas que apenas podía
alcanzar. Corrí frenéticamente detrás de él, hasta que se detuvo frente a la puerta de
papá.
—Es esta, ¿verdad? —preguntó.
—En serio, Wolf —susurré—. Esto no es… ¡no puedes estar aquí! Puedo
ocuparme de esto, ¿de acuerdo? No te necesito…
Wolf llamó bruscamente a la puerta. Por una fracción de segundo oré, pero no
hubo respuesta.
—¿Cuánto tiempo ha pasado? —preguntó Wolf, mirando hacia la puerta con tal
fuego que estaba bastante segura de que estaba tratando de quemarla con su mente.
—¡Este no es tu problema! Déjalo. Ahora.
—¿Cuánto tiempo? —repitió—. ¿Un día? ¿Dos?
—Cuatro —gemí—. Ahora, por favor, solo vete…
Se aclaró la garganta, anunciando en voz alta:
—Señor Cruz, llevaré a su hija a una cita.
Cada vello en mi nuca se erizó. ¡No no no no! ¡Él no puede decir eso! ¡A papá
de todas las personas! Nunca salgo, nunca he salido en citas, papá nunca dejó de
advertirme severamente sobre los peligros de los chicos cuando solía hablar sobre
los miembros de la banda de los que estaba enamorada, en realidad, no vamos a ir a
una cita, ¿verdad? Oh Dios, en realidad no estamos... ¿con Wolf? No, no, no, eso es
imposible, esto es estúpido…
La puerta se abrió con un crujido. Mi corazón se disparó cuando papá estuvo a
la vista, su rostro mucho más delgado de lo que recordaba. Su barba estaba
enmarañada, sus labios estaban agrietados, pero sus ojos estaban vivos, bailando con
curiosidad y sospecha mientras miraba a Wolf de arriba abajo.
—¿Quién eres tú? —gruñó él.
Wolf extendió su mano, su voz serena, casi tranquila por una vez.
—Es un placer conocerlo, señor Cruz. Soy Wolf Blackthorn. Soy un junior en
Lakecrest. Su hija y yo estamos en la misma clase de automotriz.
Los ojos de papá se movieron hacia mí, e instantáneamente exploté.
—Papá, tienes que comer algo. Hice sopa…
Sabía la oscuridad que nublaba su mirada ante las palabras de mi boca:
vergüenza. Me vio e instantáneamente retrocedió dentro de la habitación, pero Wolf
colocó su bota en la puerta rápidamente.
—Señor Cruz —dijo rápidamente—. Como dije, llevaré a su hija a una cita. No
volveremos hasta la medianoche.
El rostro de papá se arrugó, y enderezó su espalda. Se puso alto y orgulloso
repentinamente.
—No. No, Bee no va a salir en absoluto contigo.
—Claro que sí —insistió Wolf.
Hubo un silencio tenso en la habitación antes de que papá frunciera el ceño.
—Volverás antes de las siete o habrá consecuencias. Estaré aquí, esperando
toda la noche si es necesario.
—¿Fuera de su habitación, supongo? —Wolf arqueó una ceja.
El ceño fruncido de papá se intensificó, luego se relajó de golpe. Algo cambió
en él, algo de lo que se dio cuenta. Un sentido del tiempo borroso para algunas
personas con depresión. Papá podría haber perdido la noción, y solo ahora estaba
comprendiendo cuánto tiempo había sido para todos menos él.
—Sí. Fuera de la habitación. —Sus ojos se aventuraron hacia mí, esta vez
quedándose en mi rostro—. Ten cuidado, Bee. Por favor.
Mi pecho se sintió mucho más ligero, él estaba bien. Toda la preocupación que
ahuequé como plomo líquido simplemente... se desvaneció. Iba a salir de su
habitación. Y Wolf había... Wolf había sido quien lo hizo. No yo. Trágicamente,
horriblemente, no fui yo. Ni una vez hacía algo efectivo. La pequeña mentira de Wolf
hizo lo que yo no pude.
—Hay sopa, papá, y pan —insistí—. Prométeme que vas a tomar un poco
mientras no estoy.
—Lo haré. Si prometes ser cuidadosa.
Asentí, sonriendo.
—Lo prometo.
Sentí un tirón en mi mano, los guantes de piel de Wolf contra mi palma
mientras dejaba que me llevara por la puerta. Estaba tan sorprendida, tan aliviada
para hacer mucho más que seguirlo escalera abajo. Estaba a medio camino del
césped antes de detenerme.
—Espera… —Levanté la cabeza—. Realmente no vamos a tener una cita.
—Soy muchas cosas —dijo Wolf, yendo hasta su moto y sacando un casco de
repuesto del compartimiento del asiento. Me lo ofreció—. Pero no soy un mentiroso.
—¿Contigo? Estoy en mi… —Miré mi pijama—. Estoy en pijamas, ¡por favor!
¡No puedo ir a ninguna parte así! Y tú… tú y yo… ¡eso no es nada!
Wolf lanzó la mirada por encima de mí, hacia la ventana de la sala de estar.
—Mira.
Miré. Papá estaba allí, mirando cómo nos íbamos, agarrando una taza de café
y pareciendo preocupado. ¡Estaba levantado! Había salido de su habitación, le estaba
dando el sol, estaba bebiendo, se sentía muy bien verlo fuera y en marcha otra vez.
¿Pero cuánto iba a durar eso?
—Finge, por una hora, como si esto fuera real —murmuró Wolf, presionando
su casco en mis manos—. Ven conmigo. Estará esperándote cuando vuelvas.
Me dividí en dos otra vez; la mitad quería quedarse y cuidar de papá, y
asegurarse de que estuviera bien, la otra mitad no quería nada más que alejarse de
la casa. Si me iba, papá estaría fuera de su habitación esperándome. Comería, vería
la televisión. Haría algo más aparte de sentarse en esa habitación y preocuparse por
su culpa y enfermedad.
Tomé el casco de Wolf y lo até debajo de mi mandíbula. Él se quitó la chaqueta
y la dejó caer encima de mis hombros.
—Ponte esto, también.
—Pero entonces tú tendrás frío…
—Por el amor de Dios, becada, ¿puedes preocuparte de ti misma solo por una
vez?
Una risa incrédula salió de mí mientras me ponía la cálida chaqueta. Tenía
razón, yo tenía más frío que él. Tenía sentido tomar la chaqueta. Tenía sentido fingir
una cita con él, en mi pijama. Todo esto tenía sentido. Si seguía diciéndome eso, sería
cierto, ¿no es así?
Wolf se puso su propio casco y encendió la moto. Tocó la silla detrás de él, y con
la voz amortiguada por el visor dijo:
—Puedes agarrarte a la parte trasera del asiento. No iré rápido.
Nunca dejaba que nadie se montara en su moto. El señor Blackthorn me había
dicho eso. Así que ¿por qué me estaba dejando a mí?
—Tal vez solo te abrace en su lugar —lo amenacé. Todo lo que obtuve de eso fue
un ceño fruncido. Él odiaba la cosa de tocar, así que simplemente me agarré al
asiento, con cuidado de no presionar mis piernas a las suyas, aunque la moto lo ponía
difícil. Miré atrás mientras aceleraba el motor otra vez, papá seguía en la ventana.
Me vio en la moto y se puso pálido, luego corrió a la puerta. Iba a salir para
detenernos, pero Wolf fue más rápido, salió disparado y se alejó, papá volviéndose
una pequeña mota que gritaba en el jardín.
Mi estómago se hizo nudos, luego se aflojó. Si papá estaba enfadado conmigo,
tal vez apartaría su mente de la discusión con mamá. Ese era un buen cambio.
El viento apartó el cabello de mis hombros, el olor de la tal-vez-lluvia y aceite
de motor y comida rápida grasosa me asaltó mientras conducíamos por la carretera.
Vi las familiares tiendas y los sitios de comida china a domicilio y me di cuenta de
que estábamos en la avenida, dirigiéndonos al norte. Noté que Wolf no tomó la
autopista, prefiriendo en su lugar la ruta residencial, probablemente porque estaba
yo. Fue un viaje largo, pero el panorama destellaba con casas, niños jugando en
jardines, asadores al lado de la carretera, centros comerciales, todo se emborronaba
en un tipo de sonido blanco que limpió mis pensamientos. Mi mente estaba vacía,
demasiado ocupada mirando todo pasar para pensar en algo. La forma en que la
moto ronroneaba y rugía a diferentes velocidades, la forma en que Wolf la movía con
la más ligera inclinación de sus manos, era tan increíblemente fluida. Los árboles
dejaban caer sus hojas sobre mis hombros, las flores salpicaban polen cuando la
fuerza del viento que creaba nuestro movimiento las agitaba.
No me di cuenta en el momento, pero mirando atrás ahora, fue cuando más en
paz me sentí en un tiempo.
Finalmente, Wolf paró en la entrada de una pequeña casa de madera oscura
pero muy hermosa. La hiedra colgaba de su tejado, meciéndose en la brisa otoñal.
Ambos nos bajamos de la moto justo cuando la puerta principal se abrió.
—¡Wolfgang! —Un hombre anciano con cabello canoso y sonrisa angelical
salió—. ¡Reconocería ese estruendo en cualquier parte!
Tenía acento… ¿escocés?, ¿irlandés? No era buena distinguiendo acentos.
Caminó hasta Wolf, abrió los brazos como si fuese a abrazarle. Wolf se encogió un
poco, y el hombre rápidamente bajó los brazos.
—Oh Dios, me he olvidado de eso otra vez. Lo siento, hijo —dijo.
—Está bien. —Wolf negó.
El hombre me vio y sonrió.
—¿Y quién es esta encantadora señorita?
—La he secuestrado —dijo Wolf. El hombre me lanzó una mirada alarmada.
—¿Eso es verdad?
—Oh, no… —De repente me sentí consciente de mi pijama—. Solo somos…
compañeros de clase. Estamos trabajando en un, uh, proyecto juntos.
—Necesita algo para ponerse —dijo Wolf—. ¿Tienes algo, Seamus?
—¡Por supuesto! —El anciano me sonrió—. Entra, cariño. Hace demasiado
viento para estar fuera.
Fruncí mis cejas mientras Wolf y yo seguíamos al hombre.
—Podríamos haber parado en Target, sabes —susurré. Wolf distraídamente
jugaba con la hoja de un helecho en la entrada—. ¿Quién es este hombre, de todas
formas? ¿Por qué lo estamos molestando?
—Es el sastre de mi padre —dijo Wolf.
—¿Como… como un sastre profesional? —pregunté sorprendida—. No tengo
dinero para eso. Solo llévame a Wal-Mart.
—No vas a pagar —dijo Wolf.
—Escucha ahí, amigo, no voy a hacer que pagues por mí…
—Ah, ¡vengan a la cocina! —Seamus asomó la cabeza por la esquina—. He hecho
un poco de té, y podemos tomar tus medidas.
Miré a Wolf, pero simplemente gesticuló para que fuese de primera.
Desgraciado. Sabía que no podía negarme a un hombre tan amable. Fui a la cocina y
Seamus me sentó en una pequeña mesa, vertiendo una taza de té.
—¡Menta! —exclamó, empujando sus pequeños lentes hacia arriba en su nariz—
. Ahora, ¿qué eres… un diez? ¿Nueve en la cintura? —Wolf entró, y Seamus le echó—
. ¿Qué estás haciendo aquí? Una dama solo le dice su verdadera talla a un sastre…
¡vete!
Me reí ante la expresión de total desconcierto en el rostro de Wolf mientras se
alejaba. Seamus se volvió hacia mí, con las manos en las caderas.
—Ahora, volvamos a oírlo, ¿señorita…?
—Bee —dije.
—Señorita Bee. —Asintió—. Necesitaré la talla de tu cintura si voy a conseguirte
un conjunto de ropa útil.
—Uh, doce. Creo.
Seamus frunció el ceño, luego sacó una cinta de medir aparentemente de la
nada.
—Si no te importa, señorita Bee. Levántate. Espero que no te importe que te
mida.
—P-para nada.
Se movió a mi alrededor con la cinta de medir, tomando mis hombros, mis
costados. Me inquieté un poco cuando me midió la parte interna de las piernas, pero
simplemente cerré los ojos y fingí ser Wolf, estoico e inmóvil. Finalmente, Seamus
se puso recto y me sonrió.
—Eres mucho más fácil de medir que ese chico de ahí fuera. Él lo odia. Es justo
lo que pensaba, no estas ni cerca de la talla doce, cariño.
—Pero… esa es mi talla de jeans.
—Para producción en masa, por supuesto que lo es. Pero en ti un pantalón
adecuadamente a medida sería un diez, como mucho.
—Señor Seamus. —Suspiré—. No quiero quitarle mucho de su tiempo. ¿Tiene
como un par extra de pantalones chándal por algún lado? —Busqué en mi cartera y
encontré un billete de diez—. Diez es todo lo que tengo, pero puedo pagarle el resto
más tarde.
Seamus miró al billete de diez que le estaba ofreciendo, y una sonrisa arrugó
sus ojos.
—Oh no, ¿pantalones de chándal? ¿Para una chica tan bonita como tú? No, me
temo que eso no funcionará. Entiende que ahora es una cuestión de orgullo.
—No… no creo que lo haga. Uh. Entenderle.
Hizo un gesto para que lo siguiera. Confusa, lo hice. Me llevó por un pasillo a
una habitación más grande, llenada de hermosos rollos de tela y suaves planos de
piel y encaje. Una enorme máquina de coser yacía sobre un escritorio en la parte de
atrás, todo tipo de agujas y herramientas de zurcido y transportadores colgaban de
las paredes. Seamus jugueteó con una pila de ropa, buscando algo.
—Conozco a los chicos Blackthorn desde que eran bebés —gruñó, sacando una
camiseta gris. Negó, luego lo volvió a tirar y volvió a la pila—. Conozco a su padre
desde que era un bebé, desde que su padre emigró a los Estados Unidos. Vinimos a
Washington juntos, yo de Gales, él de Turquía. Ajá, ¡ahí está! No, eso es el terciopelo.
Dónde lo he puesto…
Seamus sacó un trozo de tela verde.
—Qué te gusta más, señorita Bee… ¿las faldas o los vestidos?
—En serio, solo pantalones estarán bien.
—Señorita Bee, por favor —me suplicó Seamus—. He cosido trajes y ropa de
chicos para los Blackthorn durante tanto tiempo. Si me permitieras intentar un
vestido, estaría encantado.
Exhalé.
—Está bien. Pero te lo voy a pagar. El precio completo.
Seamus se rió.
—Claro, cariño. Por supuesto. Ahora, empecemos.
Sacó rollo tras rollo de tela de las baldas, ofreciéndome colores y estampados
que solo había visto en revistas, cosas delicadas cosidas con hilo dorado, tela azul
brillante, cosas con tantas lentejuelas que brillaban como las escamas de una sirena.
Estaba abrumada con colores y texturas mientras Seamus me explicaba las
cualidades de cada tela. Para cuando me pidió que esperara en la sala de estar para
que terminara, me sentía como si hubiera sido absorbida y luego escupida por un
tornado. Me dirigí a la sala de estar, solo para ver a Wolf sentado en un sofá, con una
rodilla sobre la otra, sus guantes de cuero en sus manos mientras miraba su teléfono.
El sol jugaba sobre su cabello negro oscuro, atrapando sus ojos de jade cuando
levantó la vista.
—Has sobrevivido —dijo.
—Suenas impresionado. —Me dejé caer en un sillón cercano.
—Cuando tenía cinco años mi padre me llevó allí, y Seamus me mostró su
colección. Salí llorando.
Ahogué una risa.
—¿Oh, sí? Entonces, ¿cómo lo hicieron Burn y Fitz?
—Burn simplemente permaneció allí y lo tomó como siempre hace. Seamus los
llama “el perfecto maniquí”. Puedes suponer cuánto le gusta Fitz a Seamus.
—Un montón —ofrecí. Wolf me lanzó una sonrisa ladeada, y siendo la que la
recibía me dejó sin respiración. Era extraño, pero no desagradable, verlo divertido
en lugar de molesto conmigo.
—Toneladas.
Nos sentamos en silencio, el suave sonido del reloj de péndulo el único sonido
que se atrevía a existir. Las preguntas me reconcomían, pero una más que el resto.
—¿Por qué viniste a mi casa? —pregunté. Wolf se removió en el sillón, casi…
¿nerviosamente? Pero eso no podía ser. Wolfgang Blackthorn no se pone nervioso.
—Fui para disculparme —comentó—. Fui… maleducado, esa noche en la fiesta.
Jugueteé con los dedos en un intento de parecer ocupada.
—Y borracho, al parecer.
Resopló.
—Odio emborracharme en ese tipo de cosas. La gente se vuelve idiota
rápidamente. Incluyéndome.
—¿Fitz está bien?
—Sí. Siempre disfruta sacándome de mis casillas. Y siempre llega a un punto
crítico. Pero no como eso. Culpo al alcohol.
—¿Por qué estabas bebiendo si lo odias?
—Estaba nervioso.
—¿Por qué?
Entrecerró los ojos.
—Preguntas por qué con demasiada frecuencia para resultar cómodo.
—Lo siento. No puedo evitarlo… soy demasiado curiosa. O molesta,
dependiendo de a quién le preguntes.
Wolf se aclaró la garganta.
—Estaba nervioso… por verte. —Abrí la boca, pero se encogió—. Si me
preguntas por qué de nuevo, que Dios me…
—¡Está bien! —Alcé las manos a modo de rendición—. Podemos dejarlo así. No
indagaré. Demasiado. Los buenos psicólogos toman lo que pueden, y deducen el
resto.
—No, mira… —Se cruzó de brazos—. Eso es exactamente lo que no quiero, que
deduzcas cosas sobre mí.
—¿Por qué? —Me detuve—. Uh, quiero decir, ¿porque crees que deduciré mal?
—Estás corriendo el riesgo de decidir cosas por ti misma —indicó lentamente—
. Si te acostumbras a tus deducciones, puedes perder de vista la realidad. Las cosas
no son lo que decides que son… son lo que son, puedas entenderlas o no.
Me reí, repentinamente nerviosa.
—No lo entiendo.
—Deducir es fácil. —Se inclinó hacia delante, su mirada fijada en la mía. Yo no
podía apartar la mirada, aunque lo intentara—. Si alguien decide en su mente, tenga
razón o no, lo que algo significa. En lugar de dejar que eso se mantenga desconocido
y aterrador, le dan un significado para sentirse más seguro sobre ello. Pero si lo han
interpretado mal, pueden terminar haciéndole daño a alguien con eso.
—Uh, ¿puedo tener un ejemplo?
Wolf suspiró.
—Está bien. Yo, por ejemplo. La razón por la que estaba nervioso de verte. De
eso vas a deducir que… me gustas, o alguna mierda así. Pero no es así. Estaba
nervioso por verte, porque…
Vi su garganta ondear al tragar fuertemente. No habría sido necesario un libro
para darse cuenta que estaba inquieto, reticente a decir las próximas palabras.
Busqué algo en mi memoria, cualquier cosa que pudiese hacer que alguien tan seguro
como Wolf se retorciera. Y luego me golpeó.
—Por lo de la piscina —mencioné—. Intenté… casi… te toqué.
Wolf apretó la mandíbula, luego asintió brevemente.
—No quería hacerlo —dije de repente—. Lo siento. No sé qué se apoderó de mí,
yo solo…
—Está bien.
—¡No está bien! —Me levanté—. Mira, leo un montón, ¿está bien? Los libros
dicen que las fobias como las tuyas no son para ser tomadas a la ligera.
El sol esculpió su rostro dudoso.
—¿Cómo sabías que tenía una fobia?
Me dio un vuelco en el estómago.
—Es obvio. Nunca tocas a nadie. Te alejas si alguien se acerca demasiado.
Siempre giras los anillos cuando estás pensando, y cuando alguien se acerca los giras
más rápido. La única vez que te he visto tocar a alguien fue esa noche cuando peleaste
con Fitz, pero dijiste que estabas borracho. Tus inhibiciones fueron reducidas. Y esa
fue la única vez.
Wolf dejó de girar el anillo de su dedo, como si se contuviera en el acto.
—¿A cuánta gente se los has dicho? —exigió, sus ojos justo comenzando a
avivarse con el esmeralda abrazador.
—A nadie, lo prometo. No creo que nadie lo haya deducido. Simplemente creen
que eres un imbécil.
—Mejor un imbécil que un rarito —murmuró.
—No eres un rarito.
Wolf se rió, el sonido reverberando.
—Somos animales sociales, becada. Los bebés sin ser tocados crecen atrofiados.
El toque es vital. Estar asustado de algo tan simple, integral y fácil para otra
persona… —Apretó los guantes en su mano—. Es extraño. Estúpido. Inmaduro.
Las tres últimas palabras no sonaron como suyas. Sonaron vacías, como una
grabación de memoria.
—Suena como si simplemente estuvieses recitando esas tres palabras. Como si
hubieses escuchado que te las decían un montón y solo las estás repitiendo.
Los ojos de Wolf destellaron peligrosamente. No iba a presionarlo por ello. No
podía presionarlo… era su pasado para superar, incluso si yo quería saber
desesperadamente qué era, cómo obtuvo esas cicatrices.
—Está bien —dije lentamente—. Estoy intentando salvar a mi padre, y tú estás
repitiendo las palabras de alguien de tu pasado. Sucede. La mierda sucede. Ambos
estamos jodidos y la mierda sucede.
—Tal vez estás deduciendo mal —masculló.
—No. No con tu reacción, no lo hago. Tengo razón, ¿no es así?
El reloj de péndulo sonó de nuevo entre nuestros silencios. Wolf no dijo nada,
su silencio toda la confirmación que necesitaba.
—Dijiste mi nombre —habló finalmente.
—¿Qué?
—En tu patio. Dijiste mi nombre. Así que ahora ambos hemos dicho el del otro.
Pensé en ello. Tenía razón. Lo había hecho. Había sido fácil, como debería
haberlo sido siempre.
—Tal vez te estás volviendo menos orgulloso —ofrecí.
—Y tal vez tú estás madurando —replicó.
—Dios, espero que no. Me gusta no pagar impuestos.
Se reclinó en el sofá.
—Fitz no dejará de quejarse sobre cómo tendrá que pagar impuestos de su
fondo fiduciario.
—Hazme un favor y dile que me da mucha pena —espeté. Wolf se rió, el sonido
como un buen trueno. Seamus llegó justo entonces, su rostro sonrojado.
—¡Está listo, señorita Bee! Vuelva y póngaselo. Debo ver cómo le queda.
Levanté los pulgares hacia Wolf a modo de “allá vamos”, y me adentré en el
cuarto de costura. Un hermoso y acertado vestido azul pálido estaba colocado sobre
un maniquí, con sencillas mangas y un elegante escote redondo. Pequeñas amapolas
florecían en la tela, de color anaranjado brillante y negro profundo. La falda era
amplia y mullida, ceñida a la cintura así se formaban suaves ondas de forma natural.
Seamus me mostró con emoción cómo ponerlo y luego cerró la puerta detrás de él
para darme algo de privacidad. Me maravillé con la suave tela. Era mucho más bonita
y más delicada que nada que hubiese poseído jamás. Casi me sentí fuera de lugar
poniéndomelo, pero estaba perfectamente entallado; me abrazaba en los lugares que
quería y se soltaba en los lugares que no me gustaban. Me giré, sintiéndome como
una clase de estrella de cine. Olvidé que me gustaba vestir cosas agradables como
esta. La chica en el espejo de cuerpo entero frente a mí se veía completamente
diferente de la que vi la otra noche.
Se veía más feliz.
Salí y se lo mostré a Seamus, aplaudió tan rápido y fuerte que sonó como si lo
estuviese haciendo mucha gente.
—¡Vamos! Debemos mostrárselo a los chicos.
—¿Los chicos? —dije ahogadamente, pero Seamus me sujetó la mano y me
arrastró a la sala antes de que pudiese protestar. Me congelé, como un ciervo frente
a los faros, cuando Fitz y Burn me miraron. Fitz, su rostro todavía hinchado y
amoratado, silbó y clamó. Burn asintió, una vez, un signo claro de aprobación. Pero
Wolf se había quedado quieto en el sillón, con los ojos abiertos de par en par.
—¡Wolf! —masculló Fitz—. No te sientes simplemente ahí y dejes a nuestra
chica esperando… ¡di algo!
Fitz se inclinó para golpearlo en la espalda, pero Wolf lo vio venir,
recomponiéndose, y se levantó rápidamente para evitarlo.
—Tú… —comenzó, tragando—. Es…
—¡Está bien! —Me revolví, una parte de mí estaba profunda y extrañamente
asustada de lo siguiente que fuese a decir—. Está bien, ¿no es así? Voy a cambiarme.
Volveré en seguida.
Volví al cuarto de costura. Seamus lamentándose cuando le pedí un pantalón.
Me pasó un sencillo par negro y me cambié. Insistió en que me llevara el vestido
conmigo.
—No puedo llevármelo hasta que lo pague —afirmé—. ¿Cuánto vale?
Seamus se mantuvo ocupado metiendo el vestido en una caja.
—En serio, señor Seamus. ¿Cuánto vale?
—Seiscientos —contestó abruptamente. Sentí mi rostro enfriarse—. ¡Pero no te
preocupes por eso! Considéralo como un regalo, señorita Bee. Tuve un momento tan
agradable, y con tan pocas oportunidades para hacer un vestido para una preciosa
jovencita como tú… difícilmente puedo cobrarte por ello.
—Señor Seamus, no acepto ca…
—Caridad —terminó una voz por mí en la puerta. Me giré para ver a Fitz allí,
sonriendo diabólicamente—. Lo sabemos, lo sabemos. Dios, eres como un disco
rayado. Uno irritantemente molesto. ¿Estás vistiendo un pantalón de pijama?
Hice una reverencia burlona.
—De diseñador.
—Horrible —añadió Seamus su opinión de mala manera mientras empacaba su
máquina de coser.
—No es que no esté agradecida, pero estaría bien con Target —dije, ignorando
el jadeo de ofensa de Seamus—. Pero Wolf simplemente me trajo directamente aquí.
Fitz le dio unas palmaditas a Seamus en la espalda y se rió.
—Sí, no. A Wolf no le... gusta hacer las cosas exactamente como la gente
normal. Él solo hace lo que está acostumbrado. Y Seamus adapta todas nuestras
cosas, entonces, para él, básicamente, es de donde sacamos la ropa.
Me masajeé la frente.
—Qué manera más extraña de vivir.
—Deberías haberlo visto cuando lo llevamos a un autoservicio por primera vez.
Llegó la comida y se le salieron los ojos y él fue “¿ya?”.
Me reí.
—Puede que no sepa los fundamentos básicos de las tiendas, pero
definitivamente me ayudó esta mañana. Así que ahí está eso.
—¿Ah? —Fitz arqueó una ceja—. Dime.
—No. —Fruncí el ceño—. Entiendo toda tu cosa ahora, Fitzwilliam.
Simplemente te burlarás de él si te digo.
—Ratas —espetó, y puso un acento—. Ella me descubrió, Seamus. ¿Qué debo
hacer?
—¿Puedo sugerir retirarse? Funcionó muy bien para mí —ofreció Seamus.
—¿Cómo sabían que estábamos aquí? —le pregunté a Fitz. Él se encogió de
hombros.
—No lo hicimos. Tenía que recoger un nuevo conjunto de uniformes, Burn ha
estado creciendo mucho casi todas las semanas durante los últimos cuatro años.
Me puse el pantalón negro casual que Seamus preparó y seguí a Fitz de vuelta
a la sala de estar, todavía medio avergonzada por todo el asunto del vestido. Seamus
le dio a Burn su uniforme y los hermanos Blackthorn se marcharon, pero yo me
demoré.
—Se lo debo, señor Seamus.
El anciano guiñó.
—No mucho.
Me obligué a salir, pero Seamus me llamó en la puerta.
—¿Señorita Bee? —Giré. Seamus sonrió—. Por favor cuide a esos muchachos.
Wolf, especialmente. Nunca lo había visto mirar a alguien como él la mira.
De repente se sentía como mil grados en la habitación. Me aclaré la garganta y
me apresuré a salir por la puerta, Seamus saludó desde su porche. Corrí detrás de
Fitz y Burn, los dos apoyados en el convertible rojo de Burn. Wolf se estaba poniendo
su casco. Ninguno de ellos podía verme, todavía.
—¿…incluso sabes lo que es una cita? —Fitz se rió—. Sé que tú y el-que-no-debe-
ser-nombrado nunca fueron a una.
—Solo lo dije para sacar a su padre de su habitación —se burló Wolf—. Nunca
iba a ser una cita real.
—Porque definitivamente no te gusta —dijo Fitz arrastrando las palabras—.
Aunque no puedes dejar de hablar de ella todo el tiempo, y en el momento en que
ves su culo desaliñado en algo remotamente femenino, comienzas a mirarla
boquiabierto como un idiota.
Me congelé en el lugar. Los ojos de Wolf se clavaron en Fitz. Burn lanzó un
suspiro.
—En serio, estás actuando raro últimamente, Wolf.
Wolf se quitó el casco, el oscuro cabello despeinado, casi volando a su mirada.
—No tiene nada que ver con ella —gruñó.
—Oh, lo siento, pero estoy bastante seguro de que en el momento en que me
pediste que hackeara la computadora de papá por ese ensayo y leerlo, fue en el
momento en que te obsesionaste con ella — argumentó Fitz.
Sus palabras sonaron en mi cabeza como una campana siendo golpeada cinco
veces. ¿Wolf Blackthorn? ¿Obsesionado? ¿Conmigo? Wolf cerró la distancia entre
Fitz y él, Burn se movía como si se estuviera preparando para ponerse en el camino
si la situación se intensificaba.
—No estoy... obsesionado —señaló Wolf en el rostro de Fitz—. Me da lástima.
Eso es todo lo que es, lástima. Yo era ella, ¿bien? Ya lo sabes. Me viste en ese
entonces. Era como ella, y cada vez que veo su rostro me acuerdo de lo patético que
fui.
Lástima. Patética. Todos los buenos sentimientos que había acumulado hacia
él o lo que hizo esta mañana se tornaron fríos, inertes. Escuché a Fitz reírse.
—Solo porque ella tiene un padre enfermo…
—No sabes cómo es —siseó Wolf, con tanto veneno que me sentí envenenada
solo por escuchar—. No sabes lo que es esperar a que alguien se suicide. No tienes
idea de lo que es escuchar a alguien que te importa decir que lo hará, sabiendo que
no hay nada que puedas hacer para detenerlo.
Fitz cerró la boca. Wolf no lo hizo.
—Esperas, y el miedo te infecta como un gusano, te come desde adentro. Cada
momento despierto que estás separado de ellos, imaginas todas las formas en que
podrían estar muriendo. Muerto. Y todo lo que puedes hacer es pararte ahí y decir
“estoy aquí para ti”.
—Y eso es suficiente… —comenzó Fitz.
—Pero ¿y si eso no es suficiente? —presionó Wolf—. ¿Y si tu mejor esfuerzo no
es suficiente para salvarlos? Entonces ¿qué? ¿Qué pasaría si intentas
desesperadamente, todos los días, darles una razón para seguir con vida, incluso si
eso significa cortar partes de ti mismo como una ofrenda de sacrificio?
Burn dio un paso al frente.
—Wolf…
—He terminado. —Wolf lo ignoró, girando furiosamente sobre sus talones y
poniéndose el casco—. Ustedes nunca pueden entender, y he terminado de tomar su
mierda sobre ella. Ella no es nada para mí, y nunca lo será.
Sentí como si una fría estaca de hierro se hubiera enterrado en mi corazón
mientras veía a Wolf subirse a su moto y alejarse. Pero ¿por qué demonios dolía tanto
escucharle decir esas cosas? Sabía que no se preocupaba por mí, nunca esperé que lo
hiciera. Nos odiábamos mutuamente, en la escuela, fuera de la escuela. Hoy fue solo
una experiencia extraña, como una luna azul o una aurora en el cielo. Los momentos
tranquilos entre nosotros no significaban nada. Yo no significaba nada.
Y él no significaba nada para mí.
Cuadré mis hombros y me lo repetí. Él no significaba nada para mí. Trató de
tomar mi beca. Era agresivo y desagradable. Nada sobre él era atractivo.
Si lo decía las veces suficientes, se haría realidad.
—¡Hola, chicos! —Me acerqué a Fitz y Burn, mirando a mi alrededor—. Oh,
¿Wolf se fue?
Burn arqueó una ceja. Él y Wolf compartían un amor por ese movimiento.
—Esa es una forma de decirlo.
—Él como que iba a llevarme a casa —me detuve—. ¿Alguna posibilidad de dar
un paseo con ustedes?
La sonrisa de Fitz regresó.
—Claro que sí. Demonios, podemos repasar algunos puntos de tutoría en las
luces rojas, ¿eh? Ni siquiera hemos cubierto toda la cosa del “golpe de Catherine de
Medici”.
—Pides un alto precio —gemí y salté en la parte trasera cuando Fitz abrió la
puerta del descapotable. Pasé la mitad del trayecto fingiendo no saber nada de la
historia francesa, y la otra mitad dirigiendo a Burn a mi casa. A pesar de su
personalidad lánguida, Burn conducía exactamente lo opuesto a Wolf,
peligrosamente, acelerando a través de luces amarillas y haciendo pases cercanos.
Fue algo tan extraño ver una conducción tan arriesgada por el que yo pensaba que
era el hermano más sensato de los tres.
Pero los hermanos Blackthorn ya me habían sorprendido desagradablemente
una vez. ¿Qué era una molestia más?
Burn y Fitz me dejaron en mi dúplex, Fitz se despidió con la mano mientras
Burn arrancaba desde la acera. Entré solo para encontrar a papá en la cocina, el olor
a vainilla y a masa emanando de él. Pero eso no podía ser correcto, papá no había
horneado desde antes que estuviera enfermo. Solía hacerlo todo el tiempo, ¿pero
ahora? De ninguna manera.
—Ahí estás. —Papá, con su viejo delantal de cocina y su frente cubierta de
harina, me abrazó—. Me alegro que hayas vuelto.
—Yo también —dije—. ¿Qué estás haciendo?
—Rollos de canela. —Se encogió de hombros—. Ya teníamos todo en el
refrigerador, y pensé en darle una oportunidad.
—¡Huelen genial! —Sonreí—. ¿Puedo ayudar?
Papá me alborotó el cabello y me mostró cómo extender la masa. Trabajamos
juntos en el mostrador, nuestras manos se movían al mismo ritmo mientras
transformamos la masa grumosa en rollos deliciosos.
—Quería disculparme, Bee —dijo papá, sus manos ocupadas mezclando la
canela y el azúcar. Me encogí de hombros.
—No hay nada de que disculparse.
—Lo hay —dijo firmemente—. Yo-yo no debería haber actuado como lo he
hecho en los últimos días. No fue muy adulto de mi parte. Lo siento.
Observé su rostro, un poco triste, un poco cansado. Como siempre. Incluso si
se disculpaba, probablemente volvería a suceder. Por lo general lo hacía. Lo único
que podía hacer era esperar que no durara tanto la próxima vez. Pero podría ser. Eso
era lo peor, la depresión venía y se iba sin previo aviso. Si regresaba igual de malo, él
lo haría de nuevo. Y solo tendría que lidiar con eso. No, eso sonaba como una mierda
de mi parte. Me encargaría de eso, no importa qué.
—Te perdonaré con una condición —anuncié.
—Cualquier cosa —dijo papá.
—Tengo que comer todos estos rollos.
Él se rió, su rostro iluminándose un poco.
—Trato. Pero si te da un dolor de estómago, solo tienes que culparte a ti misma.
No quiero escuchar ni una queja.
Gesticulé cerrando mis labios. Terminamos los rollos y los pusimos dentro.
—Tengo que estudiar —dije—. Tengo que ponerme al día con todas las cosas
que…
Todas las cosas que, por estar demasiado preocupada por ti, es lo que
comencé a decir.
—…olvidé hacer —terminé. Papá asintió.
—Está bien. Te avisaré cuando los rollos estén listos.
Hubo una pausa, y luego lo abracé. Fuerte, como solía hacerlo. Fuerte, como
antes, cuando estaba segura de que no se rompería bajo mis brazos. Pero, aun así, se
sentía tan ligero, tan delgado.
—¿Comiste algo de la sopa? —pregunté.
—Sí. No te preocupes por mí, ve a preocuparte por tus calificaciones.
Traté de decirle que era lo mismo, preocuparme por él y preocuparme por mis
calificaciones. Ellos significaban mucho para mí. Mis notas eran un boleto a su
recuperación, incluso si me arriesgaba a tener una o dos preguntas equivocadas. Pero
eso era por el bien mayor, por la beca. No tendría que fingir en absoluto si no fuera
por Wolf amenazándolo.
Ella es patética.

***
Fruncí el ceño ante mi escritorio. Mi mano inconscientemente había
garabateado algo oscuro y brillante en mi hoja de trabajo;
JÓDETE, WOLF BLACKTHORN
Se sintió bien ver mis pensamientos en papel, incluso si tuviera que borrarlos.
No tenía que cargarlos, nunca más. Quizás es ahí donde obtuve la idea de que podría
empezar a escribir en ti, lápiz-y-papel. Bueno, ese fue el primer indicio. El segundo
vino cuando me di cuenta de que había arruinado todo y que nadie querría volver a
escucharme nunca más.
Pero espera. Estamos casi en esa parte.
12
onduzco hasta que la ira deja de quemarme vivo. Hasta que el rugido de
mi motocicleta se convierte en un lento y cansado rugido.
Aun así, las palabras de Mark me siguen.
¿Cuánto tiempo ha pasado? ¿Casi tres años? Y aún puedo oírlo insultándome
una y otra vez. Todavía puedo sentir cada uno de sus puñetazos, mis costillas y
estómago doliendo.
¿Y la peor parte?
Todavía lo amaba. Incluso mientras estaba sucediendo.
Me desvío hacia la cuneta y me estaciono, lanzando mi casco sobre la grava. Mis
manos pican por arruinar algo, por hacerle sentir tanto dolor como el que siento.
Esto no está bien. Nada sobre lo que estoy sintiendo está bien.
Me prometí nunca de nuevo y lo dije en serio. No puedo amar a nadie más. No
después de que me destruyera la última vez. Ver a Bee en ese vestido, tan hermosa y
elegante y tímida, me envió olas de anhelo. Intenté abrir mi boca para decir algo,
pero todo mi cuerpo se quedó inmóvil. Estaba jodidamente aterrorizado de cuán
repentinamente apareció la urgencia de levantarme y besarla, justo allí en ese
momento, delante de todos. A pesar de todos. A pesar de mi pasado o de Mark o de
mi miedo a tocar a otras personas.
Ella arrasa con mis defensas, y soy incapaz de detenerlo.
¿Y los idiotas de mis hermanos piensan que provocarme con ella ayudará? No.
Solo lo empeora. Así que los ataqué, a ella, a todos.
Me hundo en el suelo, apoyándome contra mi motocicleta por soporte.
—Si estuvieras aquí, te pediría consejo —digo, aunque la motocicleta no
responde. Nunca lo hace. Sé mejor que nadie que solo es un pedazo de metal, pero
mis recuerdos de mamá llevándome a montar cuando era un niño todavía me
persiguen. Siempre será su motocicleta, no la mía. Siempre me recordará a ella, no
importa cuán viejo me haga o cuánto olvide su rostro o su voz.
Me dejó esto y es todo lo que me queda. Así que le hablo.
—Nunca siquiera llegué a decírtelo —digo—. Que soy bisexual. No que te fuera
a importar. Pero no me odiarías por ello como lo hace papá. Me harías un pastel y
organizarías una pequeña fiesta o algo igualmente vergonzoso y exagerado y
paternal.
La motocicleta está en silencio, la calidez del motor filtrándose a través de mi
chaqueta.
—El amor solo… sucede —gimo—. Y lo odio. Odio cada parte de ello. No sería
así si no fuera por Mark. Si estuvieras aquí, habrías pateado su trasero. Sé que lo
habrías hecho.
Autos pasan junto a mí, y luego el camino está felizmente silencioso de nuevo.
La vista no es mucha, pero están las copas verdes de los árboles y el azul pálido del
cielo y empiezo a preguntarme si algún día mi corazón estará tan despejado y pacífico
como ese cielo.

Mi nombre es Beatrix Cruz y nunca me ha importado una mierda lo que nadie


diga sobre mí.
De acuerdo. Eso es mentira. Tal vez si me importa una mierda. Aunque
definitivamente sea una diminuta mierda del tamaño de una paloma.
Que es por lo que me puse el vestido que Seamus me hizo para encontrarme
con el señor Blackthorn en Ciao Bella. Tuvo el doble efecto de incrementar mi
confianza, así que en realidad podría enfrentarlo con algo de dignidad. Sonrió
cuando me vio.
—Dios mío, Beatrix. ¿De dónde sacaste ese vestido?
—De su sastre, en realidad. —Me deslicé en el asiento de la cabina.
—¿Oh? —El señor Blackthorn lucía tan elegante como siempre con su cabello
canoso y sus arrugados ojos—. ¿Cómo te encontraste con él?
—Wolf me llevó.
El señor Blackthorn parpadeó, atónito.
—Bien entonces. Ordenemos algo de comida y me pondrás al día con toda la
cosa mientras esperamos.
Y lo hice. Nunca dudé, ni una vez, mientras le contaba todo lo que sucedió en
la fiesta de Riley: el baile, Burn salvándome del ruin Eric, Fitz haciendo panqueques
de hierba, Wolf bebiendo, la pelea entre Fitz y Wolf. Le conté sobre Wolf viniendo a
mi casa y llevándome con Seamus, aunque dejé fuera la parte sobre mi papá. Algo se
sentía mal, diciéndole a un hombre tan recto sobre el triste estado de mi familia.
Supongo que la suya no era mejor: una esposa fallecida y tres hijos que nunca le
hablaban. Supongo que ni siquiera el dinero podía comprar una familia
saludablemente funcional.
Nuestra comida llegó justo cuando terminé. Comimos por unos minutos, el
señor Blackthorn claramente digiriendo más que sus rigatoni primavera. Picoteé mi
salmón nerviosamente hasta que habló.
—Dijiste que Kristin mencionó a Mark.
—Sí. —Giré mi tenedor e intenté no mirarlo—. Dijo que Wolf y Mark salieron.
Por un tiempo.
El señor Blackthorn estaba inexpresivo. Finalmente, suspiró.
—¿Eso es lo que era? Cuán extraño.
—Ser gay o, uh, bisexual, no es extraño, señor Blackthorn. Lo investigué. El diez
por ciento de la población…
—No, eso no —dijo airadamente—. Conocí a Mark. Wolf lo trajo a la casa varias
veces. Siempre pensé, Wolf lo presentó como un “amigo”, pero siempre pensé que
Mark simplemente lo había acosado para convertirse en amigos. Nunca fueron
muy… normales el uno con el otro.
—¿Normales? No lo entiendo.
—Los amigos no se llaman idiota entre ellos.
—Bueno, uh, lo hacen…
—No, no como Mark llamaba a mi hijo idiota. —El señor Blackthorn negó—.
Los amigos no vacían las billeteras del otro cada semana. Le daba a Wolf su mesada
y para el viernes ya no quedaba nada —dijo—. Wolf nunca gasta mucho, si lo hace,
es en una parte para la motocicleta una vez cada pocos meses. Así que cuando todo
desaparecía tan rápidamente, tuve que comenzar a preguntarme. Hice que uno de
mis hombres los siguiera discretamente; Mark llevaba a Wolf a tiendas de
videojuegos, de ropa, de zapatos, de alcohol; incluso confirmé más tarde que
estuvieron en la casa de un traficante de drogas. A Mark le gustaban las pastillas,
verás.
Tragué mi limonada en silencio, asimilando toda la información. El señor
Blackthorn cortó un poco de camarón y continuó.
—Hacia el final de su “amistad”, Mark llamaba a Wolf a horas extrañas y Wolf
se escabullía de la casa para verlo.
Me sonrojé.
—Eh, eso podría ser solo…
—Wolf regresaba sangrando —dijo el señor Blackthorn calmado. Demasiado
calmado, como si lo hubiera interiorizado hasta el punto de la negación—. Por todo
su rostro, sus manos. Le pregunté una vez qué sucedió, y me cerró la puerta en las
narices. Escondía sus vendajes muy bien debajo de su uniforme. Se volvió muy bueno
en ello. Rompía mi corazón.
Mi pecho se retorció.
—Así que está diciendo que Mark…
—¿…abusaba de mi hijo? Eso creo, sí. Pero Wolf hizo lo que cualquiera hace en
una relación abusiva; se quedó. Justificaba las acciones de Mark. Una y otra vez,
escuché a Fitz y Burn intentar hablar con él sobre ello, solo para oírlo dar razones
terriblemente manipuladas para lo que Mark estaba haciendo. El chico era cruel, y
ejercía esa crueldad sobre mi hijo.
Recordé las palabras vacías que Wolf dijo en casa de Seamus. ¿Eran un eco de
lo que Mark le dijo hace años?
—¿Por qué no…? —Inhalé, recordando lo que mis libros de texto decían—. Lo
siento. Sé que culpar a alguien no ayuda.
En lugar de molestarse como pensé que haría, el señor Blackthorn sonrió
gentilmente.
—No, está bien. Verte enojarte en nombre de Wolf es extrañamente
reconfortante para mí. Demuestra que te preocupas.
—No sobre él —empecé—. Solo sobre… sobre la gente en situaciones
desagradables.
Sonrió más amplio
—Por supuesto. En cualquier caso, hice todo en mi poder para separarlos. Pero
Wolf no lo aceptaría. No importaba lo que hiciera, cuanto más duro intentaba
mantenerlos separados, más luchaba Wolf por quedarse con él. Hasta que
finalmente…
Sus ojos se volvieron distantes.
—¿La pelea sucedió? —pregunté. El señor Blackthorn asintió, regresando a la
tierra.
—Sí. Recibí una llamada del director esa tarde. Y poco después, Mark abandonó
la escuela. Creo que Wolf finalmente se defendió, y viendo que no podía manipularlo
más, Mark se fue.
—Y yo… le recuerdo a Mark —murmuré.
—¿Te dijo eso?
—Dijo que sonaba como él. Y Fitz lo dijo en la fiesta. Eso fue lo que empezó su
pelea, así que no puede ser del todo falso.
Bebió su vino lentamente, luego palmeó mi mano.
—Estoy seguro de que eres mucho mejor persona que Mark, Beatrix. Después
de todo, accediste a ayudarme, ¿cierto?
—Para mi propia ganancia —corregí.
—Supongo. —Se retiró y se terminó su camarón—. Pero alguien que escribe
ensayos tan sinceros sobre preocuparse por su familia seguramente no puede ser tan
egoísta.
—¿También usted? —gemí—. ¿Por qué a todos les gusta ese estúpido ensayo?
Se rió.
—¡Fue una muy interesante pieza de escritura! ¿Por qué crees que la junta te
escogió como la receptora de la beca McCaroll? ¿Alguien más dijo que le gusta?
Dudé sobre decirle acerca de Fitz irrumpiendo en su computadora para Wolf.
—Solo… los profesores. Supongo que algunos de ellos lo leyeron.
—Oh, por supuesto. Lo pasé alrededor muy orgullosamente.
Puse mi mano en mi frente y al instante lo lamenté, la salsa roja era el
maquillaje perfecto. La limpié mientras el señor Blackthorn ordenaba el postre.
—Lo has hecho muy bien, señorita Cruz. No es mucho, pero solo saber qué
sucede con ellos tranquiliza mi mente. Me ocultan todo.
—¿Usted va a…? —Negué—. No importa.
—No, por favor, habla.
—¿Va usted a… castigarlos? —pregunté—. ¿Por la pelea? ¿La hierba? ¿El
alcohol?
—¿Y advertirlos sobre el hecho de que alguien los vigila para mí? No, no
arriesgaré tu cubierta por eso. Otras pocas semanas de tus reportes, y entonces
decidiré qué hacer con ellos.
—¿Hacer con ellos? —repetí, las palabras colgando ominosamente. El señor
Blackthorn parpadeó.
—Bueno, algo tiene que hacerse. El uso de drogas de Fitz es indefendible.
Conozco una buena clínica de rehabilitación y luego estudiará en casa, donde pueda
vigilarlo.
Fitz, estudiando en casa. Solo, en una habitación con un tutor, sin sonreír y
coquetear y reír entre la gente que lo adora. Solo pensar en ello se sentía antinatural,
equivocado.
—Burn necesitará una salida para su comportamiento arriesgado y en busca de
adrenalina. —El señor Blackthorn limpió su boca con una servilleta—. El ejército le
sentaría bien, ¿no lo crees?
Tragué. La falta de consideración por lo que sus hijos tuvieran que decir en la
materia, me enfrió hasta los huesos.
—Y Wolf… —El señor Blackthorn suspiró—. Mi pobre y dañado Wolf. Al menos
seis meses de psicoterapia en un muy buen hospital psiquiátrico al que hago
donaciones, me parece bien.
—Señor Blackthorn, con el debido respeto, eso no es lo correcto por hacerse.
—¿No? —Su rostro se puso frío, como lo vi esa única vez cuando se disgustó con
la pareja en la mesa que se había burlado de mi vestido—. Por favor, dime qué es lo
correcto por hacerse, señorita Cruz. Dime cómo lidiar con mis hijos.
Agarré mi tenedor en vertical, mis nudillos blancos. El señor Blackthorn
continuó.
—Está aquí para darme información, señorita Cruz. No opiniones sobre cómo
esa información debe ser tratada.
—Pero…
—¿Quieres mantener tu beca para Lakecrest o no?
Cerré mi boca al instante. Mi interior retumbando con inquietud. El señor
Blackthorn me estudió con sus ojos penetrantes, hasta que estuvo satisfecho por algo
que vio en mí. Se echó hacia atrás, acabándose su vino.
—Después de todo, señorita Cruz. Lo dijo usted misma cuando nos conocimos
por primera vez, no le gustan mis hijos. No tiene razón para estar preocupada por lo
que les suceda. Ellos son los que están tomando malas decisiones en sus vidas, y yo
soy su padre. Es mi trabajo ayudarles a tomar mejores decisiones. Darles la
oportunidad de tomar mejores decisiones.
Me iba a enfermar. Podía sentirlo. El señor Blackthorn me sonrió.
—Puedes irte. A menos que, por supuesto, desees un postre. Te veré la próxima
semana, a la misma hora.
Me levanté y me fui, cada paso sintiéndose como si estuviera caminando a
través de melaza congelada. En el trayecto a casa, de repente entendí por qué los
hermanos Blackthorn no hablaban con su padre.
Y de repente comprendí que había tomado la decisión equivocada al hablar con
él, ese día en la parada de autobús.

***
Si hubiera sabido entonces lo que sé ahora, me hubiera detenido. Y sé que sigo
diciendo eso, pero esa vez hubiese sido de verdad. Le hubiera dicho al señor
Blackthorn que se metiera su beca por su trasero cubierto de seda y hubiera dejado
de darle información. Pero en ese entonces estaba asustada por papá. En ese
entonces, estaba preocupada por mi familia. En ese entonces pensaba que podía
salvar el mundo, si simplemente lo intentaba lo suficiente.
Esa noche me quedé mirando mi teléfono de mala muerte e intenté no pensar
en lo mucho que quería uno de los números de los hermanos. Quería llamarles, a
Burn, preferentemente y contarles todo: que los había delatado ante su padre. Pero
las palabras de Wolf todavía me perseguían. Era lamentable. Él pensaba que era
patética. Había tratado de arruinar mi vida quitándome mi beca. Todo se apiló, hasta
que sentí mi desagrado por él como un bulto tóxico en mi garganta. Wolf Blackthorn
no era alguien bueno. No importaba lo que hubiera pasado con Mark, no tenía
derecho a decir esas cosas sobre mí.
No dormí muy bien, así que correr con Burn fue una tortura. Ninguno de los
dos dijo mucho más que “toma un poco de agua” y “cuidado con esta raíz”. Apenas
me di cuenta de que habíamos ido más allá de nuestro punto habitual en la mitad del
recorrido, hasta que Burn nos dio la vuelta. Vimos salir el sol, en silencio. Con todos
los pensamientos arremolinándose en mi cabeza, fue un alivio solo tener silencio.
Vi a Burn parándose en el mero borde del acantilado, sus zapatos cada vez más
cerca de la orilla. Y más cerca. Tan cerca que me levanté alarmada.
—Burn…
—Si miras directamente hacia abajo —dijo lentamente—. Es casi como si
estuvieras volando.
Se tambaleó un poco y alargué mi brazo y tiré de él. Ambos nos tambaleamos
hacia atrás hasta el suelo, una maraña de piernas y brazos. Los ojos somnolientos de
Burn estaban, por una vez, abiertos con sorpresa.
—¡No puedes s-simplemente hacer algo así! —jadeé.
—Estaba bien —insistió.
—¡Hay mucha distancia hasta abajo! Ponerte en el borde de esa manera, ¡es tan
estúpido y egoísta!
—¿Egoísta? —Frunció el ceño.
—Qué pasa si te hubieras caído, ¿eh? Podrías pensar que estás bien, pero ¿qué
pasa si el suelo cede? ¿Qué pasa si un fuerte viento sopla y te toma por sorpresa?
—No hubiera pasado. Solo lo estás imaginando.
—Pero ¿qué pasaría si lo hiciera? —espeté—. Te hubieras caído y muerto y
entonces qué, ¿eh? ¿Qué le habría dicho a Wolf o a Fitz? ¿Con quién correría en las
matutinas? ¿Quién me daría sabios consejos? ¿Quién habría…?
—Solo me gusta mirar hacia abajo desde lugares altos. Hace que mi cuerpo se
sienta como si vibrara.
—¡Eso es adrenalina, idiota! ¡Eso es la adrenalina de tu cuerpo acercándose a
morir! ¡No puedes… no puedes simplemente pararte en el borde de esa manera
cuando hay personas que se preocupan por ti!
—Personas que se preocupan —dijo lentamente, mirándome—. ¿Como tú?
—Sí, yo. ¡Pero también un montón de gente!
Burn limpió la suciedad de sus manos y me ofreció una mano para levantarme.
—A veces —dijo—. Se siente como si solo fueras tú.
No supe qué decir a eso. Caminamos de regreso por el camino sin decir nada, y
lo vi meterse en su descapotable y marcharse, más rápido que nunca.
Correr más no dormir bien me agotó, así que cuando entré en la escuela, me
tomó hasta la hora del almuerzo notar el cambio en el aire. Las personas ya no me
miraban con enfado o pesar. Algunos parecían realmente interesados en mí, en lo
que estaba haciendo, en cómo me veía hoy. Me estudiaban, y ya no solo con
curiosidad disgustada. Intenté ignorarlos. No sabía lo que estaba pasando, pero
estaba dispuesta a apostar que tenía algo que ver con el hecho que continuaba
escuchando rumores sobre la pelea de Wolf y Fitz. Levanté la vista del libro que
estaba leyendo y me di cuenta de que alguien estaba parada frente a mi mesa en la
cafetería.
—Hola. —Una chica sonrió. La reconocí de la fiesta, era la que había estado
colgada del hombro de Fitz mientras estaba haciendo panqueques—. ¿Puedo
sentarme aquí?
Tragué mi sándwich. Debí haber tomado su mesa por accidente, Dios, me
odiaba por dormir solo dos horas.
—¿Tomé tu asiento o algo así? —pregunté—. Lo siento, me moveré.
—Oh no, está totalmente bien, no tomaste nada. —La chica hizo un gesto con la
mano—. Solo quería sentarme contigo.
Fruncí el ceño. Eso no sonaba bien.
—¿Estás… segura? —Miré detrás ella. Solía sentarse con sus amigas, y estaban
a kilómetros de distancia, intercambiando palitos de zanahoria por nuggets de pollo
y riendo—. Ellas se ven mucho más interesantes que, bueno, esto. —Levanté mi libro
de texto para que pudiera leer la portada: “Las complejidades de la inteligencia
humana”.
La chica solo se rió, su melena de cabello castaño sacudiéndose con el sonido.
—No, no lo son, confía en mí. Además, me pareciste genial en la fiesta, así que.
Solo quise pasar el rato.
—Está bieeeen. —Bajé mi libro y torpemente comí mi sándwich durante unos
segundos. ¿Se supone que dijera algo aquí? Piensa, Bee, ¿cómo hacen amigos las
personas? Miré su bandeja: ensalada y una hamburguesa—. ¿Te gusta la comida?
Hizo esa sonrisa irónica como una mueca y negó.
—No, odio los alimentos deliciosos y súper importantes.
Hice una mueca.
—Soy muy mala para esto, ¿cierto?
—Solo un poco.
Miré hacia sus amigos, quienes estaban mirando por encima de sus hombros.
Me vieron y giraron sus cabezas rápidamente, otra risa escapó de ellas. Mi parte
juzgadora insistió en que se burlaban de mí, la parte que trabaja en no juzgar insistió
que solo estaban tan desconcertados como yo ante este reciente desarrollo de gente
que realmente quería pasar el rato conmigo.
—Soy Keri, por cierto —ofreció la chica.
—Bee —dije. Frunció su ceño.
—¿Tus padres te nombraron con una sola letra?
—Cierto, no, es la abreviatura de Beatrix.
—Oh, ese es un nombre genial.
—Solo por la x. La mayoría de las personas piensan que está pasado de moda.
Como, ya sabes, Beatrix Potter.
—¿Quién?
Vi a Amanda al otro lado de la cafetería y suspiré.
—Solo... es una autora. Escribió Peter Rabbit.
—¡Me encantaban esos cuando era niña! —Keri aplaudió—. Tenía todos los de
tapa dura, ¿con esos dibujos hermosos en acuarela? Oh, hombre, me pregunto dónde
los puso mamá. Tendré que preguntarle cuando llegue a casa.
Sentí una sonrisa tirar de mis labios.
—Es agradable volver a ver las cosas viejas, a veces.
—Sí. ¿Qué te gustaba?
—Las bandas de chicos.
—¡No puede ser! ¿Cuáles?
—Neverwinter Knights, Ten Years of Autumn…
—¡Me encantaba TYA! —Golpeó la mesa—. No me digas, eras fan de Gabriel.
—Jooooder. ¿Qué te lo hizo saber?
—Era el único guapo del grupo, dah.
—¡Oye, Paxton no se veía tan mal!
—Bueno, fue un placer conocerte, pero me tengo que ir ahora, porque los picos
de cabello fijados con gel eran horribles y eres horrible porque te gustan.
Me reí. Hablamos así durante toda la comida, recordando viejas bandas
estúpidas que solían gustarnos. La única vez que rompimos nuestro flujo de
conversación fue cuando los hermanos Blackthorn entraron. Keri observó sus figuras
altas atravesar la cafetería. Wolf miraba hacia delante, luciendo más molesto que de
costumbre. Pasó junto a nuestra mesa y su rostro ni siquiera giró en mi dirección.
Fitz saludó a Keri con una encantadora sonrisa, y ella le devolvió el saludo. Los ojos
de Burn miraron los míos brevemente antes de asentir hacia mí y seguir a Fitz y Wolf.
Keri se inclinó cuando pasaron.
—Wolf te mostró una tarjeta roja, ¿cierto?
Me burlé.
—Sí.
—Las tarjetas rojas son para cosas realmente horribles. ¿Ma-mataste a alguien
o algo así?
—Si solo fuera así de simple. —Suspiré.
—Entonces, ¿qué hiciste?
—Viste todo cuando Wolf derramó café sobre ese chico de primer año e
intervine, ¿cierto?
Asintió.
—Bueno, también defendí a Eric un día.
Keri hizo una mueca.
—Oh Dios.
—Exactamente. Me sentí como una idiota cuando Fitz decidió contarme qué
pasaba entre esos dos.
Keri comió de su ensalada.
—¿Así que Wolf te mostró una tarjeta roja para hacer que dejaras de intervenir?
—Sí.
—Definitivamente eres la primera. Nunca nadie intentó detenerlo antes. Quiero
decir, es Wolf Blackthorne, por el amor de Dios. Todos nos sorprendimos como el
infierno cuando lo enfrentaste. Ni siquiera me puedo imaginar cómo debió sentirse
sobre ello.
Observé la espalda de Wolf mientras desaparecía por la esquina.
—Es un idiota estirado y privilegiado, a quien necesita que le bajen los humos
—murmuré—. Eso es todo.
—¿Ah sí? ¿Y vas a ser quien lo tranquilice?
No, dije en mi cabeza. Su papá sería quien haga eso. Metiéndolo en un hospital
mental. Con mi ayuda.
De repente mi comida ya no lucía apetitosa. Por suerte, sonó la campana.
—Bueno, de vuelta a la antigua piedra de molino. —Me puse de pie y guardé
mis libros—. Fue un placer hablar contigo, pero entiendo si no quieres hablar
conmigo después de esto. Hemos compartido demasiados secretos musicales
terribles como para mirarnos alguna vez de la misma manera.
—Oh, detente. —Sonrió—. Solo cubrimos las bandas de chicos estadounidenses.
Todavía tenemos que sortear a todas las bandas de chicos británicos.
Se despidió con su mano e hice lo mismo y por una vez, caminar hacia la clase
de historia no se sintió como una ardua caminata sin sentido. Nos regresaron
nuestros exámenes ese día e intenté con todas mis fuerzas no mirar el sombrío rostro
del señor Brant cuando me devolvió el mío.
—Tienes que esforzarte más, Beatrix. Estoy decepcionado.
—Lo haré —murmuré, tratando de no mirar la C que estaba escrita con
marcador rojo en la parte superior de mi examen. Era una mentira descarada. No
podía esforzarme mucho más, no mientras necesitara que Fitz siguiera
asesorándome. Encontré los ojos de Fitz, aunque lucían planos y aburridos. No pude
leer su expresión. No fue hasta el final de la clase que descubrí cómo se sentía. Al él
abordarme, por supuesto.
—En serio, no esperes que crea que obtuviste una C —dijo Fitz—. No después
de todo lo que hemos estudiado.
—Lo siento. —Agaché mi cabeza—. Supongo que simplemente no lo entiendo
tan bien como pensé. No eres tú, eres un gran maestro…
—Y tú una listilla —interrumpió, sus ojos verdes entrecerrados y ni un atisbo
de una sonrisa en su rostro—. Entonces ¿por qué demonios fracasaste?
—Yo… Papá está…
—Tu papá no es una excusa, Bee ―dijo, un poco más brusco que de costumbre—
. Lo estabas haciendo bien antes de que yo entrara en la escena.
—No funciona así —discutí—. A veces tengo días malos…
—Solo en la clase de historia —interrumpió Fitz—. Solo en la clase de historia.
La que tienes conmigo.
La forma en que lo dijo fue tan confiada. Demasiado confiada. Sabía que algo
estaba pasando.
—No sé de lo que estás hablando —intenté sonar indiferente. Puso sus ojos en
blanco.
—Me tomé la libertad de irrumpir en el sistema de calificaciones de la escuela.
Estás obteniendo una perfecta y dorada serie de A en todo excepto en esto. Eso es un
poco raro, ¿eh?
Pude ver la duda mostrada en su rostro. Estaba tambaleándome en el borde,
como Burn se balanceó en el acantilado, como Kristin nunca se había tambaleado
porque Fitz sospechaba tanto de ella desde el principio. Y ahora estaba volviendo esa
sospecha hacia mí. Tenía que hacer algo, rápido. Una excusa, una buena y sólida
excusa que pareciera razonable y que no estuviera relacionada con papá. Un secreto
menor para encubrir mi otro secreto horrible; algo que estaría dispuesto a creer.
—Bien, está bien. —Levanté mis manos—. Fallé a propósito, ¿de acuerdo?
—Así te asesoraría —dijo rápidamente—. ¿Por qué?
Me obligué a mirar mis pies, para conjurar un profundo y oscuro rubor. ¿Cómo
se sonrojaban las chicas? Mi cerebro saltó instantáneamente a esa tarde de sol en
Seamus, yo en un vestido, los ojos de Wolf en mí. Mi rostro se iluminó como una
hoguera en agosto.
—Es... Dios, me siento tan estúpida al decirlo en voz alta.
Lo miré, la curiosidad de Fitz se despertó, su cuerpo inclinándose hacia el mío.
—¿Podemos no hablar de ello abiertamente de esta manera? —siseé. Fitz miró
a su alrededor, luego me jaló por el brazo hasta una escalera.
—Escúpelo —insistió.
—Es que… —Tragué saliva y escupí las palabras de una vez—. MegustaWolf.
El rostro lleno de pecas de Fitz se iluminó, y desaparecieron todos los rastros
de sospecha.
—¿En serio? —Se echó a reír—. Oh, esto es precioso. Debería haberlo visto antes
por la forma en que se lanzan hacia la garganta del otro. No es solo él. Eres tú
también. Entonces decidiste fingir ser estúpida, para que yo te asesorara y, ¿qué,
acercarte más a él?
Mi pecho se apretó cuando asentí. Se sentía tan mal, mintiendo tan
intrincadamente de esta forma. Pero no podía retroceder ahora. No podía dejar que
supiera la verdad, descubriría que su padre me había contratado como a Kristin. Le
diría a Burn y Wolf que estábamos espiándolos y todo se habría terminado. Nunca
me volverían a hablar, y el señor Blackthorn no tendría motivos para mantener mi
beca intacta.
No puedo perder Lakecrest.
No ahora.
Fitz frotó sus manos con deleite.
—Podrías haber dicho algo antes.
—¡No, no podía haberlo hecho! —espeté—. No puedes decirle. No se lo puedes
decir a nadie o me comeré a tu primogénito. Cuando tengas uno. De alguna manera.
—Hubo una pausa—. Inventaré una máquina del tiempo, esperaré a que procrees
con una chica desafortunada, y luego iré al futuro y me comeré a tu primogénito.
Fitz me aplaudió sarcásticamente.
—Está bien, doctor Who, lo entiendo. Mis labios están sellados. No eras tan
mala como pensé que eras.
—¿Qué?
Suspiró.
—Escucha, nuestro papá es... un imbécil. Se volvió aún más imbécil cuando
nuestra mamá, ya sabes. Así que. Ella era la única que realmente le importaba, no
nosotros. Es difícil, vivir con él. No es un buen tipo. Burn, Wolf y yo simplemente
estamos haciendo tiempo hasta que podamos salir de debajo de su nariz de mierda.
—Estoy confundida.
—Ha intentado contratar piratas informáticos para que entren en nuestras
computadoras y teléfonos para descubrir qué hacemos —dijo Fitz—. Desde que
éramos jóvenes. ¿Dónde crees que aprendí a hackear? Intentando contraatacar a los
tipos que contrataba.
¿El señor Blackthorn contrató a piratas informáticos para conocer mejor a sus
hijos? Dios, la gente adinerada era extraña.
—Además —reflexionó Fitz—. Estuvo Kristin.
Tragué saliva. Él solo sonrió.
—Era un poco perra. Aceptó delatarnos con nuestro papá a cambio de, no sé.
Lo que sea que papá le pueda dar a la gente. Muchas cosas, supongo. Pero vi a través
de ella, viene con el territorio de ser un buen criminal, ¿sabes? Era una mentirosa
con dos caras.
Asentí, tratando de controlar el temblor en mis manos mientras Fitz sonreía.
—Mira, quieres mi ayuda para engancharte con Wolf, y te ayudaré. Sé con
certeza que está en el garaje de Auto Shop en este mismo momento. Vamos a
saludarlo.
—Pero…
—¡Sin peros! Soy tu entrenador amoroso oficial, empezando... —Miró su
costoso reloj—… ¡ahora! Vamos.
¿Cómo podría protestar? Si no iba, volvería a sospechar. Si lo hacía, y me
encontraba cara a cara con Wolf después de lo que lo escuché decir de mí, no sé qué
tan bien podría fingir que me gustaba delante de Fitz. Pero parecía que no tenía otra
opción, porque Fitz tomó mi mano y me llevó al otro lado del campus como una oveja
reacia al matadero.
El garaje estaba silencioso, las puertas abiertas. Wolf era el único allí, agachado
en las ruedas de su motocicleta, una llave inglesa y una varilla de ajuste a sus pies.
Se había quitado su chaqueta del uniforme, tenía la camisa floja y abiertos algunos
botones en el cuello, el blanco manchado con aceite y escamas de óxido.
—¡Wolf! —llamó Fitz. Se volvió, su oscuro cabello revuelto y un poco de aceite
manchaba su mejilla. Sus ojos color jade se entrecerraron hacia nosotros. Fitz me
empujó hacia él y susurró un “buena suerte” antes de irse.
—¿Qué estás haciendo aquí? —La voz de Wolf estaba cargada de llamas.
—Vivo aquí —dije—. En espíritu. Como un fantasma. Acecho este garaje,
básicamente, ¡rápido, alguien llame a los cazas fantasmas!
Hice espeluznantes ruidos de “wooo” hasta que Wolf se burló y volvió su
atención de nuevo hacia su moto.
—Eres una idiota.
—Una patética —concuerdo—. Algunos incluso podrían decir... lamentable.
Wolf dejó de levantar la llave hacia el volante de su moto.
—¿Me escuchaste hablar en Seamus?
—Estaba justo detrás de ustedes —digo ligeramente—. Escuché cada palabra.
Sus manos trabajaron con la llave, obviamente prefiriendo el trabajo silencioso
a la confrontación conmigo. Pero no iba a dejarlo zafarse tan fácil.
—Ya sabes, para futuras referencias, aparecerte en casa de una chica, ayudarla
con una situación complicada y nefasta alegando llevarla a una cita, y luego llamarla
“patética” a sus espaldas con tus hermanos podría no será la mejor manera de hacer
que alguien le gustes.
—No necesito ni quiero gustarte —espetó.
—Bien, porque nunca sucederá. —Lo dije tan fuertemente que podría haber
jurado que se encogió. Pero Wolf Blackthorn no se encogía. No debido a las palabras
de chicas que pensaba eran patéticas, de todos modos. Noté que su trabajo con la
llave había disminuido, y mi irritación explotó—. Lo estás haciendo mal.
Agarré otra llave de una mesa cercana y me agaché junto a él. Wolf, como
siempre, hizo espacio entre nuestros cuerpos al instante, y tomé su ausencia como
una oportunidad para hacer las cosas bien.
—Tienes que quitar la placa posterior si quieres rotar los tornillos en cualquier
lugar más allá de 180 grados —dije—. De lo contrario, solo estás quitando la tapa de
la transmisión.
—Sé eso. —Giró furiosamente de uno de sus anillos—. ¿Cómo sabes eso?
—No es exactamente difícil abrir un libro y estudiar —dije—. Es lo que me trajo
aquí y es lo que me sacará de aquí.
—¿Eso es todo lo que piensas? ¿La universidad?
—La escuela preparatoria no tiene sentido. —Trabajé con la llave con más
fuerza—. Nos sentamos, los maestros nos dicen qué hacer, qué espacios en blanco
llenar, nos vamos a casa y el ciclo se repite. No tenemos control sobre nuestras vidas,
no podemos hacer nada más que lo que nos digan, o nos metemos en problemas. Son
tonterías. Nada aquí es real o impactante. Así que sí, no puedo esperar para ir a la
universidad, donde puedo hacer lo que quiera, de la manera que quiera.
—Los profesores en la universidad son de la misma manera —insistió Wolf.
—Pero al menos estás trabajando para obtener un título. Al menos estás
acumulando toneladas de conocimiento que es útil para lo que quieres hacer cuando
te gradúes. La escuela preparatoria es el equivalente a las imágenes con macarrones
y pintura con los dedos. Quiero poesía de los grandes, quiero matemáticas de las que
nadie haya escuchado, quiero filosofía de maestros griegos y psicología de
verdaderos científicos del cerebro. Quiero lo real, no la imitación.
Wolf se burló.
—Hay algo llamado pasos de bebés. Tomándolo un día a la vez. ¿Has oído
hablar de eso?
—No tengo tiempo —murmuré—. Y no puedo darme el lujo de dar pasos de
bebé. No cuando tendría que haber estado corriendo maratones para este momento.
Wolf frunció el ceño, su cabello oscuro cayendo en sus ojos que apartó
inmediatamente.
—No se puede correr maratones sin primero entrenar para ellos.
—Está bien, esta metáfora apesta y la estoy descontinuando.
—Pensé que era aceptable —dijo Wolf—. ¿Ni siquiera vas a enviarlo a bandeja
de negociable? ¿Directo a la basura?
—Directo a la basura. Ponme ahí también, mientras estoy en ello —concordé.
Metí los dedos en la parte posterior de la cadena de transmisión, buscando la tuerca
que tenía que reemplazar. Apreté mis dientes, estaba fuera de mi alcance—. Casi...
ahí...
Todo sucedió en una fracción de segundo; puse mi peso en mi otra mano, la que
estaba balanceándose en el punto de apoyo de la moto. Algo metálico se rompió, más
tarde me di cuenta de que había sido el soporte de pie, y la moto se me vino encima.
Tuve el tiempo suficiente para sacar mis manos y lanzarlas para proteger mi rostro.
Así era, así era cómo moriría, mi cerebro irracional y temeroso me gritó; aplastada
bajo la moto de ciento cuarenta kilogramos de mi peor enemigo. ¿Mi último
pensamiento? Esperaba que papá encontrara una hija mejor que yo; una que no
espiara a tres chicos sin madre y los delatara con su imbécil padre.
Pero nada dolió. No hubo dolor. Hubo el sonido de la moto cayendo al suelo y
luego silencio. Entrecerré mis ojos, una franja borrosa de tela blanca y negra frente
a mí. Podía sentir calor a mi alrededor, unos brazos acunándome como una jaula de
protección. Mi rostro estaba enterrado en un pecho: camiseta blanca, oliendo a grasa
de motor y canela y sudor. La manzana de Adán de alguien se balanceó justo encima
de mí, y mis ojos se agrandaron.
Wolf.
Wolf me sostuvo cerca, la motocicleta caída sobre su costado. Con la forma que
estábamos inclinados, me di cuenta de que se había colocado entre ella y yo. Debió
haber golpeado su espalda de camino al suelo.
—¿Estás bien? —Sentí su voz más que escucharla, retumbando justo bajo mi
oreja.
—Estoy b-bien —comencé. Wolf me estaba sosteniendo. ¿El choque me mandó
a través de un desgarro en el espacio-tiempo hacia otra dimensión? ¿Una donde él
no tenía la fobia de tocar a la gente? Su olor y su voz y la vista de la delicada piel de
su garganta me fascinaron, como lo hizo esa vez en el edificio de la piscina. Ese
momento se sintió congelado en el tiempo, ninguno de nosotros moviéndose, ambos
demasiado incrédulos de nuestro estado entrelazado. Ambos estábamos respirando
como conejos: rápido y superficial.
—P-puedes soltarme, ahora —intenté. Sentí sus brazos a mi alrededor
apretarse. Le temblaba todo el cuerpo, podía verlo desde las puntas de su cabello
oscuro hasta la vibración de sus dedos en mis hombros.
―No —murmuró, con voz ronca—. Ayúdame.
—¿Con qué? —intenté.
—Eres la aspirante a loquera —dijo—. Ayúdame. Esta es la primera vez desde…
Tragó saliva con fuerza, las palabras muriendo en su boca. Tenía razón. Era la
aspirante a loquera. Tan extraña como era la situación, podía ayudar. Esta era la
primera vez en un largo tiempo, al parecer, que tocaba a alguien así. ¡Piensa, Bee!
Recuerda qué decían los libros sobre la terapia de exposición, cómo manejarla, qué
decir…
—¿Qué necesitas que haga? —pregunté suavemente.
—Solo… quédate así —murmuró—. Por un momento. Conmigo.
Con todo derecho, debería haberme levantado y marchado. ¡Justo estaba
repasando mi odio por él en mi cabeza no hacía más de veinte minutos! Debería
haberme ido. Pero no pude, no cuando él estaba temblando con tanta fuerza. Y, a
decir verdad, a una parte de mí le gustaba ser abrazada de este modo, eh, si podías
llamarlo un abrazo. Era tan desesperado y envolvente que se sentía más como… estar
rodeada. Pero era cálido y agradable, tener a otra persona tan cerca de ti que podías
escuchar los latidos de su corazón.
Apoyé mi cabeza en su pecho, lentamente, asustada de que pudiese espantarlo.
No se sobresaltó, ni se movió, pero los latidos de su corazón se aceleraron, tan rápido
que podía haber jurado que una docena de mariposas estaban atrapadas en su caja
torácica.
—¿Esto… esto está bien? —pregunté. Lo sentí asentir por encima de mí.
—S-sí.
Una parte de mí fue vagamente consciente de qué parecería esto si el señor
Finch, o peor, Fitz, entraran. Pero a otra parte de mí no le importó. Mientras esto
estuviera ayudando, mientras Wolf estuviera cómodo, estaba bien. Excepto que no
estaba cómodo, claramente. Su cuerpo estaba luchando contra cada centímetro por
sostenerme de este modo, podía sentirlo en sus tensos músculos. Pero estaba
haciendo su mejor esfuerzo. Las fobias relacionadas con el sentido del tacto
normalmente evolucionaban de severos síndromes de estrés post-traumático, o al
menos eso es lo que me dijo uno de los libros. Mark debió haber jodido terriblemente
a Wolf. Comencé a odiarlo, donde quiera que estuviera, mientras Wolf temblaba a
mi alrededor y por encima de mí.
—¿Te ayudaría si hablara? —pregunté—. Podríamos tener una conversación.
Puede distraerte.
—¿Sobre qué? —Luchó por decir a través de sus dientes apretados.
—Simplemente podría decir tonterías. En caso de que no lo hayas notado, soy
buena para eso. O podríamos hablar sobre cualquier cosa que tengas en mente.
Hubo un silencio. Levanté la mirada hacia él, sabía que la línea de su mandíbula
era afilada, pero así de cerca sentía que podía cortarme con ella.
—El vestido —comenzó—. Nunca llegué a decir que se veía… bien. En ti. Quiero
decir, te veías bonita. Con él.
Luchó por exhalar, como si estuviera molesto consigo mismo. Era extraño
escuchar al inmaculadamente tranquilo hermano Blackthorn, el chico que mandaba
en la escuela con puño de acero y sus tarjetas rojas, hablar tan entrecortadamente.
Su halago era tardío, pero floreció como una flor cálida y avergonzada en mi pecho.
Había estado tan asustada por ello antes, pero escucharlo en la vida real se sintió
bien.
Aunque no podía dejar que me afectara. Definitivamente todavía era Wolfgang
Blackthorn, y había dicho que era patética. En todo caso, este era el momento
perfecto para practicar mi profesionalismo; incluso si un cliente te insulta, aun así,
tienes que distanciarte del insulto e intentar ayudarlos tanto como sea posible. Ser
un psiquiatra significaba lidiar con todo tipo de gente, inclusive con los
desagradables.
—Dijiste que era la primera vez desde —dije—. ¿Te importa si pregunto qué
viene después del “desde”?
Wolf dudó, pude sentirlo en sus hombros.
—No tienes que decírmelo. Es solo, se supone que soy la psiquiatra, ¿cierto?
Ayuda sí sé de lo qué estás hablando.
—Vas a usarlo en mi contra —murmuró.
—Si quisiese usar algo en tu contra —dije intencionadamente—, no estaría aquí,
abrazándote.
Sus hombros se tensaron, como si estuviera teniendo alguna clase de lucha
interna.
—No me gustas, Wolf. Pero tampoco quiero hacerte daño. No soy esa clase de
persona. O al menos, no creo que lo sea.
—No, tienes razón. No lo eres. —Suspiró—. He conocido a esa clase de gente, y
no se parecen en nada a ti. Pero no puedo decírtelo. Es algo con lo que tengo que
lidiar por mi cuenta.
Obviamente había estado lidiando con ello en solitario durante años. Y
obviamente, no había tenido mucho éxito, si todo lo que tenía para demostrarlo era
una fobia paralizante y el pequeño gesto de darle vueltas al anillo para mitigarlo.
—Si no me lo dices, tendré que empezar a deducir cosas —dije—. Y sé que odias
eso.
—Prefiero que deduzcas a que sepas la verdad. Mi pasado es… demasiado
vergonzoso para hablar de ello con otra persona.
No iba a presionarlo, presionarlo demasiado tendría malas consecuencias o eso
decían los libros de texto.
—Está bien. —Volví a apoyar mi cabeza contra su pecho—. Si todo lo que puedo
hacer es estar aquí y ser abrazada, supongo que eso también está bien. Nunca he
rechazado un buen abrazo. O un mal abrazo. No es que tus abrazos sean malos,
simplemente están un poco, eh, oxidados.
Se rió. Realmente se rió, y pude sentirlo en cada hueso. Wolfgang Blackthorn,
el tipo más furioso y malhumorado de la escuela, realmente se rió. No fue una risa
malintencionada o burlona. Fue una risa verdadera y honesta. Estaba bastante
segura de que no estaba escuchando bien. Pero no estaba temblando tanto como
antes, así que lo tomé como una buena señal.
—No soy tan graciosa. —Fruncí mi ceño. Recuperó su aliento rápidamente.
—Date algún crédito. Al menos el cincuenta por ciento de las bromas que haces
son pasables.
—Pasables —repetí—. Creo que ese es el mayor halago que he recibido nunca
de ti.
—Y también es el último —comentó—. Porque en el momento en que te suelte,
va a ser muy incómodo, y nunca seremos capaces de volver a estar el uno frente al
otro.
—Cierto. —Me retorcí, repentinamente consciente de cuánto tiempo
llevábamos haciendo esto—. Está bien.
—¿Está bien?
—Sí. Mientras esto te ayude, está bien si nunca vuelves a mirarme. Creo. Ya
que, de todos modos, realmente nunca me miras y si lo haces, siempre es con esa
mirada molesta en tu rostro, lo cual es un poco malo para mi moral. Eso es si es que
quedaba algo de moral después de que la preparatoria acabara con ella por completo.
Se quedó callado. Me retorcí de nuevo.
—Simplemente… mientras ayude. No importa lo que suceda después de esto,
mientras hiciera algo para ayudarte.
—Porque, por defecto, es fácil para ti ser una mártir —se burló.
—Porque… porque consigo mucha felicidad —corregí—. De ayudar a la gente.
—¿Así que realmente no te importaría si nunca volviéramos a hablar?
—No nos llevamos exactamente bien —señalé—. Fitz y yo nos llevamos bien,
tan bien como puede llevarse alguien con una serpiente caprichosa, y Brun y yo nos
llevamos bien porque él es despreocupado. ¿Tú y yo? De ningún modo. Creo… creo
que simplemente somos demasiado diferentes. Mentalidad sensata.
—¿Ni siquiera vas a darnos una oportunidad?
Sentí mi rostro enrojecerse. ¿Por qué era tan insistente en conseguir una
oportunidad en primer lugar?
—En cierto modo acabaste con esa oportunidad cuando me llamaste patética.
Me soltó, y sin el calor de su cuerpo, el aire frío del garaje atacó mi piel de nuevo.
Casi lo extrañé. Casi. Hasta que recordé quién era él, y quién era yo. Se levantó y
levantó su motocicleta, inspeccionando el daño. También me levanté, todavía
insegura de qué hacer o qué decir.
—Así que… ¿eso es todo? —pregunté.
—Es mejor de ese modo —dijo brevemente, sus palabras de nuevo enlazadas
con fuego—. Tienes razón, perdí mi oportunidad. Si seguimos como enemigos, será
más fácil, en el largo plazo.
—¿Más fácil? —Fruncí mi ceño—. ¿Más fácil para quién?
No dijo nada, sus ojos jade tan determinados en permanecer sobre la
motocicleta que era como si estuviera intentando hacer un agujero en el metal.
—Deberías irte —dijo finalmente—. Ya no necesito usarte más.
Las palabras picaron como una bofetada en el rostro. No deberían haberlo
hecho; solo me había sostenido porque era una extraña ocurrencia, y estaba
intentando ponerse mejor. No era nada personal. Y ahí estaba yo, sintiéndome
ofendida como si me debiera algo solo por una terapia de abrazo y su comentario sin
querer sobre mí viéndome bonita. Estaba enojada en ese momento, irracionalmente.
Y dejé que me afectase.
—Suenas justo como tu padre —mascullé. Wolf se congeló.
—¿Cómo sabes cómo suena?
Pánico caliente apretó mi garganta.
—P-porque. Habló con mi mamá y papá cuando fui aceptada por primera vez.
Suena tan cruel e insensible como tú.
Wolf, a pesar de su sospecha, siguió sin girarse para mirarme. No podía dejarle
que tuviera una idea. No ahora. No cuando apenas me había hecho amiga de sus
hermanos.
—¿Quieres que seamos enemigos? —pregunté rápidamente—. Está bien. Somos
enemigos, Wolf Blackthorn. Así que no esperes que vuelva a ayudarte de nuevo.
Era mezquino de mi parte. Era algo que un psiquiatra nunca haría: amenazar
con dejar de ayudar a un paciente. Pero lo hice porque era mi enemigo, no mi
paciente.
Lo hice porque estaba confundida y enfadada y aparentemente para él, bonita
en ese vestido.
Bonitamente estúpida, en mi opinión.
Si fuera más lista, lápiz y papel, habría averiguado qué significó su risa. Lo que
significaron sus palabras. Lo que significaron sus latidos, ese día.
Pero no lo era.
No lo hice hasta que fue demasiado tarde.
13
o sueño. Tengo pesadillas.
Si mi reposo alguna vez se ve interrumpido por un sueño, siempre
es uno malo. Del tipo que te deja empapado en sudor y jadeando por
aire, completamente despierto a las dos de la mañana. Sueño con vagar
en una multitud enorme y la gente destrozándome, miembro por miembro. Sueño
con zambullirme en el océano, la sombra de un gran tiburón justo detrás de mí,
dientes afilados en mi espalda. Sueño con cosas persiguiéndome, matándome,
comiéndome vivo.
Entonces no me gusta dormir mucho. O en absoluto. Me obligo para conseguir
cinco horas, pero algunas noches son imposibles. Algunas noches, todo lo que tengo
son mis anillos, y la luz de la luna, y la terrible sensación naufragante de que nunca
voy a ser capaz de escapar de lo que sea que me está persiguiendo. Algunas veces, los
sueños muestran a Mark. Mark observando mientras soy desgarrado. Mark riéndose
mientras soy destrozado hasta no quedar nada más que piel. Mark, sosteniendo la
antorcha contra mi pila de madera seca, mirándome arder en llamas.
Aunque esta noche, es una noche diferente.
La pesadilla tiene lugar en la escuela, por primera vez. Estoy caminando por un
pasillo largo e imposible, y Mark está al final de él. Todo está siniestramente
silencioso, su rostro todo sonriente. Camino hacia él, sabiendo que tengo que
hacerlo, sabiendo que no puedo escapar, aunque lo intente. Y mientras me acerco a
él, Beatrix se interpone entre nosotros. Me está diciendo que me detenga,
suplicándome que lo haga. Y entonces Mark se transforma en una bestia, un
monstruo, algo enorme y oscuro que se abalanza sobre ella y arranca su cabeza,
sangre y huesos rompiéndose, y la he perdido; mis entrañas se congelan, he perdido
a la única chica que alguna vez hizo saltar a mi corazón, la única chica que discute
conmigo, que empuja en dirección contraria en lugar de rendirse, la única chica que
me sostuvo sin cuestionar, aceptando mi miedo sin juicio, ni risas…
La única chica que alguna vez he deseado.
La única chica que nunca me deseará.
Y luego hay fuego, fuego por todas partes, el aroma a gasolina y sangre fresca
en mi nariz y estoy de cabeza, la tierra en mi cabello, y mamá no se mueve, sigo
llamándola por su nombre, pero no se mueve o dice algo, y el charco de sangre debajo
de ella sigue haciéndose cada vez más grande y más grande…
Me despierto, el sudor enfriando mi piel húmeda. La luna afuera está llena y
grande, pero la luz que desprende se siente fría e indiferente. Me quito las mantas y
me pongo una camisa, desesperado por alejarme de mi cama y mis restos de la
pesadilla todavía colgando allí.
Esta nueva casa es demasiado silenciosa, demasiado grande y vacía por la
noche. Incluso en el día se hace eco, mis pasos son más ruidosos de lo que me
gustaría. Las pinturas en la pared son instantáneas imparciales de óleo y acuarela, ni
una sola foto familiar allí para saludarme.
Deambulo por la cocina y abro el refrigerador, buscando un refresco.
—Estás despierto hasta tarde.
La voz es indudablemente la de papá. Gimo por dentro, y me enderezo. Está
sentado a la mesa de la cocina junto a las ventanas francesas, en la oscuridad, lo
único que tiene en sus manos es un collar que reconozco al instante: las amatistas de
mamá.
—¿Qué es lo que quieres? —pregunto.
—Esa no es forma de hablarme —dice papá con una sonrisa burlona—. ¿Por qué
no vienes y te sientas?
—Preferiría no hacerlo.
—¿Las pesadillas te mantienen despierto de nuevo?
Entrecerré mis ojos.
—¿Cómo sabes eso?
—Porque también me mantienen despierto. Pero asumo que por diferentes
razones. Las mías son sobre tu madre, y las tuyas son sobre, no sé. Ser homosexual
o algo así.
Ni siquiera le doy el placer de verme encoger.
—Y la gente se pregunta dónde obtuve mis genes idiotas.
—Es cierto —concuerda—. Tienes todo lo negativo de mí. Tu madre era un
ángel.
—Era una persona —lo corrijo—. Era impaciente, era demasiado dura consigo
misma, ella…
—No era ninguna de esas cosas —dice papá inmediatamente—. El tiempo ha
deformado tu percepción. Era buena, y amable, y no la merecíamos.
—Tú eres el que está deformado por el tiempo —respondo bruscamente—.
Habla por ti. Claro, no la merecías. Pero nosotros sí.
Papá se endereza, sus ojos ardiendo.
—No te mereces nada. Fueron las cargas que la llevaron al descuido, estuvo
preocupada toda la mañana por la infección de tu oído, estuvo privada de sueño toda
la noche anterior, preocupándose por ti…
—¡Bien! —grito—. ¿Quieres hablar de eso? Bien. Soy la razón por la que murió.
¿Estás feliz? ¿Eso hace sentir mejor a tu lastimero y penoso culo? ¿Te hace sentir
bien culparme por haber perdido a la única persona que alguna maldita vez te
preocupaste en este mundo?
El silencio después de mi grito es pesado. Papá me mira fijamente, y por un
segundo juro por Dios que se está preparando para golpearme.
—¿Así es cómo ustedes tres honran su memoria? —pregunta papá, tan frío que
congela hasta los huesos—. ¿Desperdiciando su juventud en... fiestas y drogas?
Desperdiciándola en... hombres.
Esta vez, no puedo ocultar mi encogimiento. Papá se pone de pie, su altura
completa amplificada por la sombra.
—Me das asco —sisea—. Y es en noches como estas que me pregunto por qué
todavía me preocupo por ustedes. Es en noches como estas que desearía que
hubieras sido tú, no ella.
Miro fijamente hacia la pared, más allá de él. A través de él. Estoy
acostumbrado a eso, a estas mismas palabras, dichas una y otra vez de tantas formas
diferentes, en tantas ocasiones difrangente desde que ella murió. He aprendido a
levantar una barrera entre el dolor y yo. Pero esta noche, estoy en carne viva y
sangrando y sus palabras arden como sal en mis heridas.
Se va. No se queda para retractarse de sus palabras. Nunca lo hace. Y después
de tanto tiempo, nunca creería en su sinceridad si lo hiciera. Genuinamente cree todo
lo que dice. Cree que yo debería haber muerto, en aquel entonces. Desearía que lo
hubiera hecho.
Solo cuando se va es que me atrevo a moverme, a respirar. La furia y la
impotencia pelean entre sí en mis pulmones, y lanzo la lata de refresco contra la
pared, mirándola abollarse. Inútil. Todo se siente tan inútil cuando hablo con él.
Me prometí hace mucho tiempo que nunca volvería a pensar en él como mi
padre.
Pero a veces quiero hacerlo. A veces, desesperadamente quiero hacerlo.

Cuando quiero, hago un gran trabajo al olvidar a las personas.


Me tomó una semana, pero todo lo relacionado con Wolf en mi mente fue a mi
cubo de basura mental. La forma en que me miró con el vestido: desapareció. La
forma en que me fulminó con la mirada cuando traté de evitar que “intimidara” a ese
estudiante de primer año: desapareció. La forma en que arrojó un recipiente con
vómito sobre Eric para alejarlo de mí: desapareció.
La forma en que me sostuvo en el garaje, oliendo a aceite y canela y riendo:
desapareció.
Wolfgang Blackthorn era oficialmente un cero en mi cabeza; alguien en quien
estaba convencida que nunca pensaría de nuevo. Quería que fuéramos enemigos, así
que borré cada recuerdo agradable que tenía de él, lo guardé tan atrás en mi cabeza
que nunca los recordaría de nuevo. Ayudó que tuviera muchos exámenes
importantes aproximándose, y tenía que estudiar para todos ellos. La avalancha de
información sirvió como tierra agradable y fértil para enterrarlo debajo.
Iba a estudiar, a aprobar estos exámenes, espiar un poco más a sus hermanos
y, una vez que mi beca estuviera segura, vivir el resto de mi tiempo en Lakecrest
ocupándome de mis propios asuntos, todo el camino hasta la puerta de la
Universidad de Nueva York.
Papá no se había recuperado por completo de su episodio de la habitación
cerrada. Se había quedado allí un día antes de salir y hacer un montón de comida
para mí, y luego desaparecer de nuevo. La comida fue una mejora, al menos. No sé
lo que hacía en su habitación, pero sabía que, a veces, cuando la televisión no era un
escape suficiente, comenzaba a escribir de nuevo. Solía ser un novelista, después de
todo, antes que la depresión empeorara tanto que ya no pudiera poner dos palabras
en una página y su editor y casa editorial lo abandonaran. Si presionaba mi oreja
contra su puerta, podía escuchar el constante “clic-clac” del teclado.
Hombre, sería bueno si comenzara a escribir de nuevo. Me encantaba leer las
historias que escribía para mí cuando era una niña, llenas de princesas asesinas de
dragones y malvadas brujas y duendes. Pero tal vez eso era infantil de mi parte.
Desear esas historias era solo eso: desear. Y desear no tenía sentido. Ya había
aprendido eso.
Intenté no pensar en cómo mamá regresaba a casa cada vez menos y menos.
Intenté no pensar en la palabra “divorcio”, porque todo ya estaba tambaleándose
sobre el filo de la navaja, y si la palabra con “d” entraba en juego, sentía que todo se
derrumbaría. Tal vez mamá se sentía de la misma manera, razón por la cual se
quedaba fuera tantas noches cuando no tenía trabajo. Tal vez también sabía que el
divorcio derrumbaría lo que quedaba de nuestra familia en nada más que polvo y
huesos.
Tal vez sabía que más que cualquier otra cosa, le haría daño a papá, en formas
que podría no ser reparable.
Así que sí, durante una breve semana y media, olvidé todo sobre Wolf
Blackthorn. Tenía demasiadas cosas sucediendo. Levantarme más temprano para
correr con Burn comenzó a ser más fácil y casi dejé de odiar por completo correr.
Jadear y sudar no era tan malo después que lo hacías un montón y tu cuerpo se
acostumbraba a ello. Fitz y yo acordamos detener todo el asunto del “tutor falso”,
aunque seguí haciéndole creer que tenía un enamoramiento por Wolf. Me llevó a un
par de situaciones incómodas, la menor de las cuales fue cuando Fitz trató de darme
a la fuerza el número de Wolf.
—Vamos, deja de ser obstinada al respecto. —Suspiró Fitz—. Es solo un número
de teléfono.
—¿Qué siquiera diría? —pregunté—. “Hola, soy yo, esta chica que no te
importa, te estoy enviando espeluznantes mensajes de texto con tu número que
conseguí. De algún modo”.
—No serías la primera chica en intentarlo.
—Fantástico. —Levanté mis manos—. Justo lo que quería escuchar.
Resultó que fingir que me gustaba Wolf fue mucho más fácil que odiarlo. O tal
vez mi odio por él fue confundido por Fitz como amor. En cualquier caso, apenas
necesité actuar diferente, y Fitz nunca me cuestionó. Fuimos juntos a almorzar, lo
que era extraño en sí mismo, pero Fitz insistió en que era para “asesorarme” sobre
cómo llamar la atención de su hermano.
—¿Estás lista para los exámenes? —preguntó—. Hay mil siete esta semana. Si
necesitas algo… —Enarcó sus cejas—. Para, ya sabes, superarlo, soy tu hombre.
—No, gracias. Creo que estoy bien sin tus sustancias ilícitas. —Suspiré—. Pero
nunca se sabe. Podría fingir que soy tonta de nuevo por unos dos segundos y arruinar
mi carrera académica.
—Ni siquiera bromees sobre eso. Quién empezaría a apreciar mi trabajo si
volvieras a jugar a la tonta, ¿eh? ¿Sabes lo aburrido que es ser el más inteligente en
este lugar?
—Estoy segura de que es agonizante.
—¡Agonizante! —concordó en voz alta—. Estaba a punto de marchitarme y
morir antes de que llegaras.
Tomé un burrito y puse mis ojos en blanco.
—Me siento halagada.
—Oye, solo estoy intentado prepararte para la avalancha de tonterías
románticas que se te presentarán cuando Wolf descubra que también te gusta.
Traté de ocultar mi encogimiento. Si tan solo supiera la verdad.
—Y-yo realmente dudo que le guste.
Fitz se movió, sacudiéndome una leche con chocolate en mi rostro.
—Bee, mírame. ¿Me veo como el tipo de hombre que te mentiría?
Su cabello dorado captó la luz del sol y sus pecas se arrugaron con su sonrisa
diabólica. Suspiré.
—Sí. Siempre.
—Me parece justo. Pero ¿me veo como el tipo de hombre que no sabe lo que
sucede a su alrededor en todo momento con una precisión emocional penetrante?
Posó con la leche y esperó. Gruñí.
—No sé. ¿Tal vez?
—Soy su hermano, Bee. Todavía recuerdo cuando dio su primera tarjeta de San
Valentín en el jardín de infantes a Elise Baker. Sé cómo actúa cuando le gusta
alguien.
—¿Como idiota? —adiviné.
—¡Aterrorizado! ¡El pobre está tan divorciado de su atracción por otras
personas que apenas sabe cómo manejarlo! Entonces lo destierra hacia la parte de
atrás y espera a que se vaya, hasta que aumenta y aumenta y luego explota como el
Monte Vesubio. Así es como es.
—Así que lo que estás diciendo es que es inútil.
—No es inútil —corrigió—. Es solo... molesto. Me encantaría si pudiera lidiar
con su mierda de una manera normal y saludable, pero después de mamá...
Se detuvo, y el aire de repente se puso pesado. Algo yacía debajo de la superficie
de sus palabras, tentadoramente cerca de salir. Su sonrisa se desvaneció, poco a
poco. Pero lo sacudió para alejarlo y sonrió tan brillante otra vez que casi fui cegada.
—Tal vez es bueno que estés estudiando para ser una psicóloga, ¿eh? Dios sabe
que él necesita uno de esos.
—Fitz ¿qué pasó con tu mamá? —presioné.
—Ya sabes. —Sus ojos se pusieron nítidos—. No pretendas que no.
—Quiero decir, sé que ella… —Me encogí—. Sé que ella…
—Puedes decirlo —exigió—. Murió.
Algunas personas lo escucharon y comenzaron a mirar fijamente. Me senté en
mi mesa habitual y bajé mi voz.
—Lo siento. Sé que murió.
—Cuando yo tenía ocho años —dijo—. En un accidente de auto.
Me sentí como una idiota por presionarlo. ¿En qué estaba pensando?
—Lo siento mucho, Fitz.
—Está bien. No obtuve lo peor de ello.
Fruncí el ceño.
—¿A qué te refieres?
—No estaba allí. No como Wolf.
Mi pecho se sentía como si se tallara a sí mismo.
—Wolf estaba…
—Ahí, cuando sucedió. Lo sacaron de entre los restos. O intentaron hacerlo.
Pero no soltaba la mano de mamá.
El hielo y el fuego libraron una guerra en mis venas. ¿Es eso a lo que realmente
se refirió Wolf en el garaje? “¿La primera vez desde que mamá murió?”. Pensé que
era “la primera vez desde Mark”. Pero tal vez me había equivocado. Tal vez la verdad
era mucho más triste de lo que había inferido.
—Y tu papá. —Recuperé mi voz—. ¿Tu papá no te envió a la consejería? ¿O al
menos buscó consejería para Wolf?
—Oh, lo intentó. —Fitz abrió su leche—. Pero Wolf se negó a hablar con alguno
de ellos. Solía ser mucho peor. Solía despertarse gritando. Supongo que el tiempo
ayuda, no ha hecho eso en mucho tiempo. Pero por el lado malo, no puede, ya sabes,
soportar estrechar la mano de alguien. Así que. Eso es todo.
Sentí que mi cerebro estaba congelado, fallando mientras intentaba procesarlo
todo.
—Deberías haberlo visto. —Se rió Fitz—. La única vez que traté de darle
guantes. Un buen par de Yves Saint Laurent, muy elegantes y con estilo. Cuero negro,
con clips. Pensé que ayudaría con todo el asunto de piel con piel. Pero simplemente
los arrojó a la chimenea. Dijo que era inútil tratar de esconderse detrás de una
prenda de vestir. Ni siquiera les dio una oportunidad.
Fitz apoyó la cabeza en la mano, frunciendo el ceño ante un grafiti grabado en
la mesa.
—A veces parece que no quiere mejorar
Esas palabras me alteraron; sonaba exactamente como las cosas que solía
pensar, al principio cuando papá fue diagnosticado. En las partes más oscuras de mí,
cuando estoy mal y desesperada, todavía pienso así. Leer los libros de psicología me
ayudaba, tanto que sabría que estaría perdida en la desesperación si no los leía.
—Fitz. —Puse mi mano sobre la suya—. Escucha, soy la que está intentando ir
a la NYU a estudiar psicología, ¿cierto?
Resopló.
—Sí.
—Sabes cuántos libros de eso reviso en una semana.
—Cien millones.
Me reí.
—Sí. Unos cien millones. Así que, cuando te digo que no es una cuestión de que
Wolf quiera mejorar, me entiendes, ¿cierto?
Fitz se encogió de hombros.
—En realidad no.
—Nadie se despierta un día y dice “quiero mejorar”. —Negué—. Bueno, a veces
sí. Pero es algo muy raro. Y mejorar no es fácil como ir a ver a un siquiatra tres veces
por semana. No funciona de esa forma. Si una parte de tu cuerpo duele, no
simplemente pones un curita en el lugar y eso es todo. Lavas la herida, le pones un
ungüento antibiótico y la cubres. Cambias la venda, le pones más ungüento. Una y
otra vez, hasta que sana. A veces se infecta y debes ir a que se encarguen de ella, con
píldoras y cosas así. Y luego a veces, sin importar qué tanto intentes mantenerla
limpia y seca, se vuelve a infectar. Y luego, tal vez después de sanar, la piel que se
cicatriza está muy tensa o pierdes toda la sensibilidad en esa área o tal vez duele tanto
que no puedes salir de la cama durante días.
Tomé aliento.
—Así es como es. No es fácil, ¿de acuerdo? Y es aún más difícil saber por dónde
empezar. Todo lo que puedes hacer es ofrecer un oído atento, un hombro sobre el
que llorar. A veces ni siquiera es tan dramático; a veces todo lo que puedes hacer es
sentarte y ver televisión con ellos. A veces, todo lo que puedes hacer es lanzar una
cena en el microondas y llevársela junto con un vaso de jugo. A veces, no puedes
hacer nada en absoluto.
Fitz estaba callado. Me quedé en silencio, repentinamente sintiéndome
incómoda por lo mucho que había hablado. Sonaba sermoneadora. Sabía que no
había nada peor que alguien tratando de contarte sobre lo difícil que era para otra
persona, cuando ellos también sufrían.
—Entonces estás diciendo... ¿que no hay nada que pueda hacer por él?
—Solo está ahí para él —dije—. Eso es todo.
Fitz estudió su cartón de leche vacío. Observé las ligeras ojeras colgando
alrededor de la mirada verde de Fitz. Me sorprendió entonces que los hermanos
Blackthorn estuvieran pasando por mucha más mierda de lo que la gente sabía.
Estaba tan convencida que sus vidas eran perfectas y fáciles y, sin embargo, sentada
frente a mí estaba una clara evidencia de que no lo eran. A pesar de su dinero y sus
conexiones y su popularidad, seguían siendo solo chicos, recuperándose de la
pérdida de su madre, confundidos y tan perdidos como cualquiera de nosotros.
—¿Quieres…? —Fitz pasó una mano por su cabello—. ¿Quieres venir y fumar
conmigo? ¿Para dejar de pensar en toda esta mierda? Prefiero no estar solo.
—No puedes esconderte en las drogas para siempre, Fitz —dije. Sonrió, aunque
algo sobre su sonrisa estaba un poco roto, agrietado en los bordes.
—Lo sé. Lo sé mejor que nadie. Solo déjame tener esto ahora, ¿está bien?
Asentí, pero me negué a ir con él. Finalmente se rindió cuando vio a Keri,
trotando hacia ella y forzando su sonrisa a lucir alegre. ¿Siempre había hecho eso?
¿O solo lo estaba notando ahora?

***
Cuando las personas están tristes, lo enfrentan de muchas maneras diferentes.
Para Fitz, eran las drogas. Para papá, era cerrar las puertas al mundo. Para mamá,
era permanecer afuera durante más tiempo.
Para mí era, y siempre sería, esconderme en la biblioteca.
El olor de los libros era el olor de mi infancia, de viejos amigos imaginarios y
nuevos escondidos entre las páginas. Las bibliotecas significaban silencio, suave y
relajante silencio, como la tranquilidad de una marea baja. Todo era ordenado
también: la clasificación decimal de Dewey, las etiquetas de la A la Z, las secciones
de ficción y no ficción y romance de vampiros. Todo tenía su lugar. Cuando la vida
se volvía demasiado confusa, iba a la biblioteca, porque nada sobre la biblioteca era
confuso. Los bibliotecarios te ayudarían, sin importar lo que estuvieras buscando,
siempre tenían al menos una respuesta o algo parecido a una respuesta. Y a veces,
eso era mucho más de lo que el mundo exterior podía darme.
Desafortunadamente, Fitz sabía de esto. Sabía que mi escondite era la
biblioteca. Desafortunadamente, por desgracia, le había dicho a Burn.
—Bee. —La voz grave de Burn me hizo dejar mi libro, y una vez más, me
sorprendió lo malditamente grande que era Burn. Era lo suficientemente alto como
para llegar al estante superior, fácilmente.
—Ah, eh, hola. —Cerré mi libro de texto—. ¿Qué pasa? ¿Estás bien…? —Me
detuve. Él odiaba esa frase—. Quiero decir, ¿cómo me encontraste? Espera, déjame
adivinar: Fitz.
—Fitz —concordó Burn con un asentimiento—. Ven conmigo.
—Si quieres que vuelva a correr después de esta mañana, en la que me
explotaste como a un caballo de carreras, voy a tener que declinar.
—Es una sorpresa. —Fue todo lo que dijo. Su rostro era plácido, tranquilo como
siempre. Sus ojos estaban somnolientos, sin revelar nada de lo que estaba sintiendo
o pensando.
—¿Es una sorpresa buena? —pregunté.
—Creo que te gustará.
—Simple y misterioso al mismo tiempo. —Suspiré y me puse de pie, guardando
mis libros en mi bolso—. No sé cómo lo haces, Burn.
—Talento —respondió. Lo seguí fuera de la biblioteca, admirando su altura. Era
como un gigante caminando entre paredes de libros. Incluso la bibliotecaria se quedó
un poco boquiabierta, luego se despidió nerviosamente de mí.
Burn me condujo a través del campus, sobre la hierba corta y alrededor de las
estatuas de importantes viejos tipos muertos, hasta que llegamos al estacionamiento.
Abrió la puerta de su convertible y vacilé.
—Espera. ¿La sorpresa es fuera del campus?
—Sí.
—¿Vas a venderme en el mercado negro por mi hígado? —pregunté mientras
me acomodaba en el asiento del pasajero.
—No.
—Me parece bien. —Me puse mi cinturón de seguridad mientras entraba—.
Llévame. Solo. No muy rápido, por favor. Pero también hazlo rápido, probablemente
deba estar en casa en una hora más o menos.
—Exigente. —Suspiró. Sonreí.
—No me llaman “Molesta Annie” en esta escuela por nada.
Condujo pasando junto al elegante letrero que decía PREPARATORIA
LAKECREST. Le mostré el dedo.
—No te llaman así —dijo.
—Bueno, deberían hacerlo. Preferiría un apodo cruel a todas las miradas raras
y rumores a medias.
—Tienes suerte.
Había pasado suficiente tiempo con él en este punto para traducir el Burnese:
Tenía suerte de que eso fuera todo. Y tenía razón. Podría ser mucho peor. Pero eso
no significaba que tuviera que estar agradecida por ello.
—El hecho que no sea súper malo no significa que no apeste —dije sabiamente.
Burn gruñó y giró a la izquierda hacia la carretera y olvidé cómo respirar. O, para ser
más exactos, el viento robó la respiración de mis pulmones de esa manera que sucede
cuando estás en una cosa que se mueve rápidamente y tu tráquea queda abierta a los
invasores. Descubrí cómo respirar de nuevo, y dejé que el viento azotara mi cabello.
Observé cómo el mundo se desvanecía en colores otoñales, los árboles emitiendo un
último suspiro de azafrán amarillo y azúcar naranja quemada.
Entramos en un suburbio ricachón; lo sabía por la forma en que todas las casas
tenían columnas romanas en su porche y elegantemente modernas paredes de vidrio
al azar. Solo la gente adinerada tenía vidrio en las paredes.
Burn se detuvo y me dijo que esperara. Lo hice, jugueteando con mis pulgares,
solo para gruñir cuando vi a quién traía con él por el espejo lateral; Fitz y Wolf.
Juntos. Uno a la vez no era tan malos, ¿pero juntos? Fitz pensaba que me gustaba
Wolf. Le dije a Wolf abiertamente que éramos enemigos. ¿Cómo en el siempre
amoroso infierno iba a terminar lograr realizar este acto exitosamente?
—Pero si es nuestra adorable mascota. —Fitz saltó dentro del convertible sin
abrir la puerta.
—Hola —logré decir. No miré a Wolf, y él tampoco me miró, aunque por el
rabillo del ojo lo vi vacilar con sus dedos en la manija de la puerta.
—¿Por qué está ella aquí? —gruñó hacia Burn. Burn se agachó y se deslizó en el
asiento del conductor.
—Porque sí. Es mi amiga.
Hubo un silencio. ¿Amiga? Sí, podría decir que Burn y yo definitivamente
éramos amigos. Era fácil llevarse bien con él y me ayudaba a sentirme mejor con las
cosas. Creo que eso nos calificaba como amigos.
O, no lo hacía. No podía hacerlo. Una amistad no se basa en una persona que
trata de obtener información de la otra. Empecé a hablar con Burn por el acuerdo
con el señor Blackthorn. Nada de lo que compartimos fue construido desde un punto
de vista neutral. Era todo sobre mí, intentado obtener lo que quería, a través de él.
Entrelacé mis manos una alrededor de la otra en mi regazo.
Fitz se rió, como si algo fuera gracioso. Wolf se dio por vencido y entró en el
asiento trasero.
—No tienes amigos, Burn —corrigió Fitz.
—Lo hago —dijo—. Deberías intentarlo alguna vez.
—¡Tengo muchos amigos! —discutió Fitz.
—Unos que no estén contigo por tus drogas —gruñó Wolf. Fitz se rió de nuevo.
—Oh, no eres quién para hablar, Wolf. Tu última amistad no va tan bien ahora,
¿cierto?
Estaba hablando de Mark. Fue un golpe bajo. Wolf se encogió.
—Es suficiente —espeté—. Dejen de ser desagradables el uno con el otro. Burn
tiene una sorpresa para nosotros, por lo que todos debemos crecer e intentar actuar
como si lo mereciéramos.
Fitz resopló. Wolf se quedó en silencio. Burn volvió a encender el convertible y
condujimos. No pude evitar lanzar miradas furtivas a Wolf en el espejo lateral: el
viento azotaba su cabello oscuro. Cerró sus ojos una o dos veces, luciendo sereno y
casi pacífico, como si el viento lo arrastrara a un lugar mejor. Mi estómago se
revolvió. ¿Quién le dio el derecho de ser tan malditamente atractivo? Pensé que había
guardado todos mis pensamientos positivos de él en la caja fuerte a prueba de balas
en el fondo de mi mente, pero ahora estaban amenazando con salir por voluntad
propia, solo por verlo. Era una porquería.
—No vamos a ir con Seamus de nuevo, ¿cierto? —pregunté a Burn, desesperada
por desviar mi atención del perfil de Wolf—. No tengo el dinero por su vestido, así
que probablemente rompa mis rodillas. Con una taza de té.
Burn puso los ojos en blanco soñolientos.
—No con Seamus. Un lugar más interesante.
Me desplomé en mi asiento. Su versión de interesante era probablemente otro
sendero, aún más difícil y aterrador que el que corríamos todas las mañanas. Pero
para mi sorpresa, tomó una salida que llevaba a Baskerville, un pequeño suburbio al
este de Seattle conocido por sus desiertas llanuras de... bueno, nada. Solía ser una
comunidad agrícola, pero fue cerrada rápidamente con el surgimiento de la industria
y todos los chicos mudándose hacia la ciudad para trabajar. Así que ahora pasamos
por campos y campos de terreno baldío, pequeños graneros y casas que salpicaban
el paisaje. Las montañas Cascade arrojaban sombras en el horizonte, altas y
majestuosas y solitarias.
—¿Por qué estamos en mitad de la nada, Burn? Sabes que yo y la Madre
Naturaleza rompimos hace años —se quejó Fitz. Wolf no podía apartar sus ojos de
las montañas.
—¿Vinimos aquí a cazar fantasmas o algo así? —pregunté. Burn puso sus ojos
en blanco. Pudo haber sido por exasperación, pero al menos había más movimiento
de lo habitual en su rostro. Lo tomé como una buena señal.
Finalmente, Burn giró el convertible hacia un pequeño camino de tierra que
serpenteaba a través de un enorme campo vacío. Entrecerré mis ojos, a la distancia
pude ver lo que parecía un viejo hangar militar, del tipo que guardan aviones y cosas.
—Oh, no —gimió Fitz de repente—. No, no, no…
—Vamos a hacerlo —dijo Burn—. Finalmente. Juntos.
—¡No! ¿Estás loco? —gritó Fitz—. ¡Déjame salir de este auto! ¡Déjame salir en
este momento!
—¿Vas a regresar caminando? —cuestionó Wolf. Fitz se dejó caer tan lejos de
su asiento que tocó el suelo.
—Burn, no pido mucho como tu hermano. Solo quiero un lugar tranquilo, una
buena taza de té, un libro...
—Una computadora para hackear —intervine.
—Un porro para fumar —agregó Wolf.
—Una clase para dormir —dijo Burn.
Hubo una pausa. Fitz gimió.
—Me hacen sonar como un monstruo.
—Un monstruo quejumbroso —concordó Burn.
—¿Dónde estamos, de todos modos? —pregunté.
—Con un viejo amigo —dijo Wolf—. De nuestra madre.
Fitz dejó de gemir con eso. Burn detuvo el auto a un costado del establo y salió.
Lo seguí. Wolf también salió, pero Fitz se cruzó de brazos y se tumbó de costado
sobre el asiento trasero, con su pecoso rostro arrugándose.
—No voy a salir.
—Lo harás —insistió Burn. Fitz se sentó rápidamente.
—¡Sabes que odio este lugar! Lo evito específicamente cada año que tú y Wolf
vienen. La usaste... —Fitz me señaló—. ¡Como un señuelo distractor! No puedo
creerlo, tú, tú... ¡charlatán!
—Palabras sencillas—solicitó Burn.
—¡Significa que eres un asqueroso mentiroso y un gran idiota!
—Lo intento —dijo Burn sin expresión.
—Sería agradable —dijo Wolf—. Si te unieras a nosotros por una vez.
Los ojos de Fitz se movieron de mí a Wolf, luego volvieron a mí. Todavía estaba
completamente perdida en cuanto a lo que estaba pasando.
—Saldrás —dijo Burn—. Y lo harás. Al igual que el resto de nosotros.
—¡No soy como el resto de ustedes! —siseó Fitz—. No me gusta arrojarme a mil
quinientos metros de altura en el aire...
—¿Aire? —murmuré. De repente, tuvo sentido. El hangar para aviones, el gran
espacio abierto…
—¡Ahí están, chicos! —nos saludó una voz áspera. Un hombre mayor con piel
bronceada de color pardo nos sonrió con todas sus arrugas. Inclinó el ala de su gorra
de béisbol hacia mí—. Y trajeron una mujer con ustedes, este año. Buenas tardes,
querida.
—¿H-Hola? —intenté—. Soy Bee.
—Bee, bueno, si no es ese un nombre bonito. Soy Jakob Petersen, dueño de este
excelente establecimiento. —Sonrió, sus ojos abriéndose de par en par—. ¡Y Fitz! Por
el demonio, pensé que te habíamos perdido en las arenas del tiempo, mi muchacho.
Resulta que esas arenas te hicieron más alto y más guapo, ¿cierto?
Fitz refunfuñó algo que sonó como un “hola”. El hombre asintió a Wolf, y le
estrechó la mano con Burn, quien se elevaba por encima de su altura promedio.
—Tienes que decirme tu secreto, Burn —dijo Jakob—. ¿Cómo conseguiste que
Fitz regresara después de todos estos años?
Burn asintió hacia mí.
—Señuelo.
—Gracias —dije—. Es genial saber lo mucho que valgo por aquí.
Jakob se rió.
—Más que tu peso en oro, Bee. No he visto a Fitz en casi diez años. Debes
gustarle ferozmente para presentarse aquí de nuevo.
—Es divertida —dijo Fitz bruscamente—. ¡A diferencia de todos los demás aquí!
—Deja de lamentarte por eso —espetó Wolf—. Fuiste engañado. ¿Y qué?
Supéralo.
Fitz se dio una palmada en la frente.
—Nunca pensé que vería el día en el que tú, señor palo-en-el culo, estarías
dándome un sermón sobre los méritos de seguir la corriente.
—Esta es una instalación de paracaidismo, ¿cierto? —pregunté. Jakob asintió.
—Puedes apostarlo. Los chicos Blackthorn solían venir con su mamá, que Dios
la tenga en su santa gloria, todos los años por su cumpleaños. Amaba la adrenalina.
No puedo decir que haya conocido a una mujer que la amara más que ella, eso es
malditamente seguro. ¿Sigues cuidando de su motocicleta, Wolf?
Wolf asintió, evitando mis ojos. Ambos sabíamos que había dejado caer esa
motocicleta en el garaje ese día, salvándome de una lesión en su lugar. Todavía
estaba desconcertada por eso. La apreciaba más que a respirar.
—Pongámonos en marcha, entonces. —Jakob aplaudió—. ¿Cuántos estamos
subiendo hoy, cuatro?
—Tres —chilló Fitz.
—Cuatro —insistió Burn.
—Cuatro serán. Esperen en la oficina mientras preparo todo. Hay un
dispensador de agua y una máquina de frituras allí si tienen hambre o sed.
—Gracias, Jakob —dijo Wolf. Jakob sonrió.
—No hay problema, Wolf. Es bueno tenerlos a todos aquí de nuevo.
Burn nos condujo a un pequeño remolque que había sido renovado con aire
acondicionado y algunos sofás. Wolf se acomodó en uno, apoyando su cabeza en el
respaldo. Fitz jugueteó con la máquina de frituras, comiendo Fritos con nerviosismo.
Burn se apoyó contra una pared y esperó, y yo pasé mis dedos por los folletos
amontonados junto a la puerta: Compañía de Paracaidismo de Petersen.
—¿Le tienes miedo a las alturas, Fitz? —pregunté. Fitz se rió, frágilmente.
—No le tengo miedo a las alturas.
Wolf levantó la vista. Burn lo miró. Ambos fijaron sus miradas en él.
—Está bien —cedió Fitz—. Así que tengo un poco de miedo a las alturas. ¡Pero
tú tienes una maldita fobia, Wolf! ¡Sabes cómo es eso! ¿Por qué me obligas a hacer
esto?
—Porque sí —dijo Wolf—. Cada vez que lo hacíamos cuando éramos niños, te
asustabas tanto antes de que sucediera. Y cuando todo terminaba, te emocionabas y
querías volver a hacerlo.
—¡No me acuerdo de eso!
—Probablemente lo bloqueaste. Les sucede mucho a los niños que pasan por
experiencias traumáticas —ofrecí amablemente. Eché un vistazo al folleto, ansiosa
por asimilar los extensos consejos de seguridad que Jakob había incluido. Las alturas
no eran lo mío, cualquier persona en su sano juicio les tenía miedo, pero al menos el
paracaidismo no estaba cerca de mi casa, ni de mi familia. Si estaba haciendo
paracaidismo por los cielos, no podía estar en casa y no importaba lo mucho que mi
conciencia me instara que debía ir a casa y preparar la cena para papá, simplemente
no quería hacerlo. Hoy no. Solo por un día, me tomaría un descanso. Me lo merecía,
¿cierto?
—Está bien, Señora Loquera, entonces ¿qué sugieres que haga? —preguntó
Fitz.
—Respiraciones profundas —dije—. Una a la vez. Oh y hagas lo que hagas, no
mires abajo.
—Fantástico. —Levantó sus brazos en señal de derrota—. No puedo esperar
para morir en el mejor momento de mi vida por caer desde cinco mil metros de
altura.
—En realidad, son solo tres mil seiscientos si acaso. —Ojeé el folleto y le mostré
todos los datos—. También, hay solo el 0.0007 por ciento de probabilidades de que
mueras por paracaidismo, comparado con, por ejemplo, un accidente de auto lo cual
es…
Me di cuenta de lo que estaba diciendo y me callé rápidamente. Los Blackthorn
no parecieron molestarse, sin embargo. Fitz gruñó y se dejó caer en el sofá junto a
Wolf.
—Deja de ser una diva —dijo Wolf.
—¡Deja de ser un idiota-más-santo-que-tú! —espetó Fitz.
—Así que ¿hacen esto cada año? —pregunté a Burn. Burn asintió.
—Es mejor que visitar su tumba.
—¿Por qué?
—Es solo que… no se siente correcto. A ella nunca le gustó estar encerrada.
El sonido de algo ruidoso y retumbante hizo eco en las paredes. Jakob entró
unos segundos después, el polvo entrando con él.
—¡Muy bien! El helicóptero está listo. ¡Vamos arriba, chicos!
Wolf, Burn y yo nos levantamos para ir, Fitz gimiendo mientras seguía detrás
de nosotros. Me golpeó a medida que nos acercábamos a la fuente del ruido, esto en
realidad estaba pasando. Mi estómago estaba ansiosamente revuelto. Iba a saltar de
un helicóptero hacia el espacio abierto. Fitz tenía razón, esto era loco.
—¡Es el día perfecto para saltar! —gritó Jakob sobre el ruido. Nos llevó dentro
del hangar, donde un helicóptero negro esperaba, del tipo que era lo suficientemente
voluminoso para albergar a un montón de personas. Helicópteros militares.
¿Supongo que eso eran? No tenía idea. El sonido era increíble, la masiva hélice
sonando cada vez que pasaba. Wolf habló con Jakob sobre el motor de la cosa
mientras Burn entraba por la puerta abierta. Fitz frotó el costado del helicóptero y
gritó tristemente:
—Gusto en conocerte, asesino. Soy Fitz. Por favor, si queda algo de bondad en
tu frío corazón de metal, no me mates.
—Estaremos bien —dije, caminando detrás de él—. Wolf y Burn han hecho esto
una tonelada de veces. Y Jakob es un profesional.
Fitz me disparó una mirada de “si tan solo supieras”.
—Pensé que ya lo habrías notado para este momento, solo porque Wolf y Burn
hacen algo una tonelada de veces no significa que sea seguro. O cuerdo.
—Mira, Fitz, estoy en el mismo bote. Eh, avión.
—Helicóptero —ofreció.
—Helicóptero. —Puse una mano sobre su hombro—. Nunca, nunca he hecho
esto antes. Tienes más experiencia que yo, y estoy asustada como la mierda.
—Entonces ¿por qué estás de acuerdo en hacer esto? Podrías solo esperar en el
auto. Burn te habría dejado escapar de ello. Lo sé.
—Porque sí. —Me encogí de hombros—. El paracaidismo es mejor que lo que
estaría haciendo justo ahora.
—¿Y eso qué es?
—Haciendo la cena para papá. Revisar si tomó sus píldoras. Tratar de tener una
conversación con él que no lo moleste o lo haga sentir como mierda.
Fitz se quedó callado.
—Además, solía odiar correr. Pero entonces fui a correr con Burn cada mañana,
y como que empezó a gustarme. Incluso la primera vez que lo hice, cuando estaba
jadeando y en agonía, me mostró algo para disfrutarlo. Así que. Creo que tal vez sabe
de sus cosas.
—O tal vez, es un jodido adicto a la adrenalina.
—Eso también. —Reí—. Pero oye, eres el verdadero adicto.
Dejó salir un suspiro.
—Ugh. No puedes ser un adicto si es solo yerba.
—Y a veces píldoras.
—Sí, gracias, cómo podría olvidarlo; y a veces píldoras.
Reí. Fitz sonrió irónicamente, luciendo un poco más como el astuto y enérgico
chico que solía ver en los pasillos cada día. Por un momento, podríamos bien haber
estado de vuelta ahí, provocándonos con ingenio y sarcasmo.
—Está bien. —Fitz inhaló, luego exhaló—. Dijiste respiraciones profundas.
—Sí. Lentamente. Aunque, mientras más alto estemos, podrías necesitar
respirar más rápido o te desmayarás.
—Genial. Bien. Estás haciendo esto mucho más fácil.
Me estiré y toqué su nariz.
—De nada.
Dejé a Fitz respirar y me paré junto a Burn mientras miraba las hélices rotar.
—¿Nerviosa? —preguntó, su voz profunda cortando a través del ruido sin
haberla levantado ni un ápice.
—¿De esto? Un poco.
—No, me refiero a Wolf.
Asintió hacia Wolf, quien todavía estaba hablando con Jakob.
—¡No! —insistí—. No estoy… nerviosa por él.
—Sí lo estás. Siempre.
¿Era en verdad así de obvia? La respuesta me golpeó; no, Burn era solo muy
bueno con las personas. A pesar de sus pocas vocalizaciones, era genial mirándolas
y averiguando sus pensamientos. Yo no era la excepción.
—Bueno, no es mi culpa —protesté—. Es un poco difícil estar nada menos que
nerviosa cuando alguien te mira como Wolf lo hace, como si quisiera prenderme
fuego.
Podría haber jurado que Burn sonrió, pero se fue rápidamente cuando Jakob
nos gritó.
—¡Está bien! ¡Entren y abróchense, y nos iremos!
Todos entramos por la puerta abierta, cuatro asientos detrás del piloto para los
pasajeros. Elegí un asiento junto a Burn y recé para que Wolf no se sentara junto a
mí, pero lo hizo. Fitz estaba en el extremo, murmurando algo que sonó como una
plegaria.
—¡Aquí vamos! —gritó Jakob, y el helicóptero se deslizó hacia adelante. Tenía
ruedas, lo cual era inteligente, me di cuenta o ¿de qué otro modo un helicóptero
saldría de un hangar? El rugido del motor era atronador e hice una mueca. Un par
de pesados audífonos de plástico de repente entraron en mi visión. Me giré para ver
a Wolf ofreciéndolos.
—Gracias —articulé. Asintió. Me los puse, el sonido se volvió mudo. Todo lo que
quedó fue la vista espectacular mientras despegábamos, dejando las planicies de
césped lejos debajo de nosotros. La tierra se convirtió en una manta de parches con
los colores del otoño y cultivos y suburbios. El sol colgaba bajo en el horizonte,
dorado e hinchado. El cielo era tan azul como podría serlo. El viento silbaba a través
de la cabina, jugando con el cabello de Wolf y Fitz, y arrugando la camisa de Burn.
Hacía estragos con mi cabello, enredándolo en cada dirección y en secreto me sentí
mal por Wolf, dado que el viento seguía moviéndolo hacia su rostro. Traté de
apartarlo, pero simplemente seguía liberándose una y otra vez.
—Este es su capitán hablando. —La voz de Jakob vino fuerte y clara a través de
las bocinas, incluso con mis audífonos puestos—. Voy a cerrar las puertas de aquí en
adelante, dado que se vuelve bastante tempestuoso. Después de eso pueden
levantarse de sus asientos y comenzar a ponerse su equipo. Wolf, Burn, ¿espero que
ayuden a los nuevos?
Las puertas del helicóptero se cerraron, el fuerte aullido del viento pasando a
ser apenas un susurro. Me quité mis audífonos y alisé mi cabello. Wolf y Burn
inmediatamente salieron de sus asientos, hurgando alrededor de estantes y
gabinetes en el fondo del helicóptero. Fitz permaneció firmemente en su asiento, sus
ojos cerrados y sus manos apretadas juntas.
—Oye. —Puse una mano sobre su hombro—. Está bien. Estamos en esto juntos.
Fitz me miró, ojos amplios y húmedos. Podría haber jurado que estaba a punto
de llorar. Era raro, verlo a punto de las lágrimas cuando había estado tan
acostumbrada a su ser confiando y bromista en la escuela. No pude resistir la
urgencia de abrazarlo.
—¡Estará bien! Vamos, podemos hacer esto. Terminará antes de que lo sepas.
—De una manera u otra —dijo entrecortadamente. Me reí y lo ayudé a salir de
su asiento. Eché un rápido vistazo por la ventana, estábamos definitivamente mucho
más alto ahora. Mi interior bailó como una línea de conga.
—Ayúdala a ella —dijo Burn, señalando a Wolf en mi dirección—. Yo veré a Fitz.
Wolf asintió, y ambos se acercaron con puñados de equipo. Fitz
inmediatamente se puso ansioso, negándose a ponerse nada de lo que Burn ofrecía,
pero Burn eventualmente lo obligó a ponérselo, con mucho alboroto.
—¡Aléjate de mí, gigante peludo! —espetó Fitz.
—Ese insulto ya no funciona —dijo Burn lentamente—. Consigue uno nuevo.
—¡Tú… enorme idiota! —intentó Fitz. Burn negó y abrochó un arnés sobre el
pecho temblando de Fitz. Wolf y yo, de algún modo, estábamos un poco más…
tensos. Está bien, mucho más tensos.
—Aquí. —Wolf me ofreció lo que parecía un pantalón sintético, del tipo que ves
en recolectores de almejas y pescadores. Batallé para ponérmelos sobre mi falda de
uniforme, maldiciendo a Burn en secreto por no dejarme volver a casa y cambiarme.
Wolf deslizó una chaqueta sobre mis hombros y subió el cierre hasta mi garganta,
sus dedos deteniéndose en el extremo y sus ojos quedándose en mi barbilla y…
espera, tenía que estar alucinando. No en mis labios, ¿cierto? Definitivamente no
estaba mirándolos. ¿Tenía un pedazo de comida ahí? Me puse paranoica y giré mi
rostro, frotándolos.
—Escucha, no es mi culpa que tuvieran chili y arroz en la cafetería hoy, ¿está
bien? —dije.
—No es eso... —Wolf negó—. Lo que sea. Solo engancha los extremos de la
chaqueta en tu pantalón.
Lo hice, Wolf poniéndose sus propios pantalones sintéticos y chaqueta. Supuse
que era inteligente: enganchar tus extremos juntos así no saldrían volando por el
viento. Cuando Wolf terminó revisó mi trabajo. Algo sobre él entrecerrando sus ojos
en mis caderas me puso nerviosa.
—Está demasiado suelto. —Se arrodilló, sus ojos al nivel de algunas partes muy
sensibles de mí. Aunque no pareció notarlo—. Dije “enganchar”, no “atarlo
casualmente”.
—Bueno, diiiiissssscúlpame —respondí, determinada a no sonar nerviosa
mientras sus dedos bailaban sobre el dobladillo de mi pantalón—. Pero es un poco
difícil lograr hacer bien las cosas la primera vez si no elaboras con tus malditas
palabras lo que quieres de mí.
—Quiero que preferiblemente no mueras —dijo—. ¿Cómo suena eso?
—Podría haber jurado que se supone que los enemigos quieran lo contrario.
—Solo porque somos enemigos no significa que voy a dejar de preocuparme por
tu seguridad —gruñó, tirando de un broche para apretarlo más—. De hecho, voy a
preocuparme más por ello, dado que eres mi única enemiga. Un preciado y raro
artículo. Un objeto de gran valor.
—Seguro sabes cómo hacer a una chica sentirse como una persona viva y
respirando.
Sonrió.
—Lo intento.
Piadosamente, se levantó. Me entregó una mochila que lucía sospechosamente
como que tenía un paracaídas dentro, casi estallando en las costuras. Me la puse y
Wolf inmediatamente se agachó alrededor para asegurar los numerosos broches y
hebillas que colgaban del frente. ¡Esto no fue mejor que lo de la cadera! Sus dedos
estaban peligrosamente cerca de mi pecho y era la única que aparentemente lo
notaba o que le importaba. El rostro de Wolf no era nada más que piedra, sus ojos
de laser concentrados en asegurar las hebillas.
—Listo —dijo—. Toma un par de lentes de protección del cajón. Y un casco. Y
una máscara, si quieres.
—¿Máscara?
—A algunas personas no les gusta sentir la gravedad y el viento soplando en su
rostro.
—Touché. —Caminé hacia ahí y me puse los lentes de protección—. ¿Qué pasa
si un bicho entra en tus dientes?
—No hay bichos a esta altura.
—Bien, ¿qué pasa si un pájaro entra en tus dientes?
Puso sus ojos en blanco, asegurando su propia mochila. Fitz se retorcía
mientras Burn terminaba de poner su mochila también. Todos lucíamos muy
naranjas y muy abultados.
—Lucimos como idiotas con estos lentes de protección. —Me reí—. O, yo lo
hago. Wolf todavía se las arregla para hacerlos lucir como un accesorio de moda de
la temporada.
Wolf puso sus ojos en blanco otra vez.
—Si sigues poniendo tus ojos en blanco, van a caerse —dije.
—Finalmente —dijo quedamente—. Entonces no tendré que mirarte más.
—¡Grosero! —canturreé, ajustando los lentes de protección de Fitz que estaban
ladeados—. ¿Alguna vez piensas en lo que tu mamá diría si estuviera aquí? Te
escucharía hablar y diría: “Vaya, qué chico tan grosero, no puedo creer que mi Wolf
creciera para convertirse en semejante canalla”.
—No diría eso —discutió Wolf.
—Lo haría —concordó Burn—. Te llamaba canalla todo el tiempo,
especialmente cuando cagabas tus pañales.
Fitz y yo no pudimos evitar estallar en risas. Wolf suspiró y ajustó los tirantes
de su mochila.
—Lo que…
—¡..sea! —terminé por él. Burn hizo esa pequeña, medio visible sonrisa otra vez.
—-Muy bien. —La voz de Jakob vino por el intercomunicador—. ¿Ya están listos
ahí atrás? Vamos a poner este espectáculo en marcha. Sigan la guía de Burn, ¿está
bien? Conoce esto como la palma de su mano.
Burn nos señaló para que nos juntáramos. Fitz y Wolf renuentemente juntaron
sus cabezas y seguí el ejemplo.
—Vamos a bajar bastante rápido —dijo Burn—. Nos sostendremos de las
manos, asegúrense de no soltarse hasta que yo lo diga. Básicamente no pueden
escuchar nada ahí, así que voy a mostrarles un pulgar hacia arriba cuando sea
momento de abrir los paracaídas.
—¿Cómo los abrimos? —pregunté.
—La gran lengüeta para jalar que está colgando de tu hombro derecho. Solo tira
de ella y el paracaídas saldrá. Pero no puedes tirar de ella demasiado pronto mientras
estemos juntos o nuestras líneas se enredarán. Así que Wolf irá primero y abrirá su
paracaídas cuando estemos lejos. Luego tú, Bee. Entonces ayudaré a Fitz con el suyo,
e iré de último. De esa forma, si el paracaídas de alguien no sale o fallan, puedo
agarrarlos y podemos bajar juntos.
—Oh, vamos a bajar juntos —susurró Fitz—. Directo al infierno.
—Silencio —dije—. Estaremos bien.
—Dices eso ahora, pero cuando abran las puertas…
Las puertas del helicóptero se abrieron justo entonces, y el viento casi me sacó
al aire. El cielo era un hermoso cuadro de seda con hinchadas nubes blancas y azul
porcelana, el suelo bajo nosotros parecía tan distante. Podrías ver la sombra que las
nubes lanzaban hacia el suelo, las casas tan lejos que parecían pequeños y coloridos
bloques de construcción.
De repente sentí ganas de vomitar. Casualmente. Vómito casual porque esto
realmente y en verdad sucedería y oh Dios mío, si salía mal iba a convertirme en un
panqueque…
—Entonces. —Burn se paró en la puerta abierta—. Saltamos uno a la vez. Wolf
irá primero, luego Bee, luego Fitz y luego yo. Mismo orden que los paracaídas. Wolf
y yo haremos nuestro camino hacia ustedes dos, así que no se preocupen. Solo caigan
apretados, traten de disfrutarlo. Si eso es siquiera posible.
Miró a Fitz, quien se había vuelto completamente blanco y se había quedado en
completo silencio ante la vista de la puerta abierta. Wolf se acercó a Fitz, sin tocar,
pero lo suficientemente cerca que parecía como un toque.
—¿Recuerdas lo que decía mamá? —preguntó Wolf.
Fitz negó secamente, sus dientes apretados y su mandíbula tensa por el
esfuerzo de no enloquecer.
—No es la caída lo que es malo —dijo Wolf—. Es el aterrizaje.
—Eso no está ayudando —discutí. Para mi completa sorpresa, Fitz se enderezó,
todo su rostro relajándose mientras cerraba sus ojos. Permaneció así por un
momento y entonces los abrió de nuevo.
—Está bien —dijo—. Vamos a hacer esto.
Estaba tan confundida, las palabras de Wolf tuvieron un efecto en Fitz como
ninguna otra. ¿Qué exactamente significaba esa frase para ellos? Tenía que ser algo
importante. Burn levantó su voz otra vez.
—Una vez que abran el paracaídas, les tomará cuatro o cinco minutos aterrizar.
Estaremos apuntando hacia la propiedad de Jakob, hay un patrón en el césped, así
que debería ser bastante fácil de distinguir.
—¿Patrón? —pregunté.
—Un gigante JP —dijo Wolf—. Sus iniciales. Hay algunos conos de tráfico
alrededor también.
—Wolf estará cayendo primero, así que solo síguelo. No puedes controlar la
velocidad de la caída, pero puedes controlar la dirección en que caerás. Si tiras de la
misma lengüeta a tu derecha de la que tiraste para sacar el paracaídas, te inclinarás
hacia la izquierda. Si tiras de la lengüeta de la izquierda, te inclinarás hacia la
derecha.
—Derecha, izquierda —murmuré, intentado frenéticamente de procesarlo en
mi cabeza—. Izquierda, derecha. Lo tengo.
—Hagan lo que hagan, intenten apuntar a suelo abierto. No aterricen en algún
árbol. Para el momento en que sus pies toquen el suelo, irán lo suficientemente lento
para correr hasta detenerse. ¿Preguntas?
Negué. Fitz lloriqueó un poco.
—Muy bien, vamos. —Burn señaló la puerta. Wolf dio el primer paso hacia ella,
y estaba sorprendida por cuan confiados y determinados lucían sus ojos jade, tan
concentrados en el cielo. Jakob gritó a través del intercomunicador.
—¡Primera caída! Tres, dos, uno. ¡Va!
Wolf saltó por el borde y mi corazón se apretó dolorosamente. Fitz y yo nos
revolvimos para asomarnos por el borde, ahí estaba, cayendo como un meteorito
naranja a través del cielo. Sentí a Burn palmear mi espalda.
—Eres la siguiente, Bee.
—Oh Dios. —Inhalé—. Oh Dios, oh Dios.
—Está bien —dijo—. Solo ve. Wolf está ahí, esperándote.
Estábamos tan alto. Cada hueso en mi cuerpo me gritaba para que no saltara,
para que permaneciera en la seguridad del helicóptero. Podría cambiar de opinión.
No podía hacer esto. Era estúpido, mis instintos gritaban. ¡Era estúpido como el
infierno!
Pero Wolf estaba haciéndolo. Mi enemigo estaba haciéndolo. El chico que
estaba asustado de tocar a alguien estaba haciéndolo como si fuera la cosa más fácil
en el mundo…
De repente caí en cuenta.
—Burn. —Me giré hacia él—. Vamos a sostenernos de las manos, ¿cierto? Wolf…
—Usualmente hacemos esto solos —dijo Burn—. Así que será la primera vez que
tengamos que sostenernos de las manos.
—¿Estará…?
—Estará bien —me aseguró—. Si es contigo, estará bien.
Sentí mi ceño fruncirse.
—¿Qué significa eso?
—¡No tenemos mucho tiempo, si quieres alcanzar a Wolf! —gritó Jakob por el
intercomunicador—. ¡En marcha!
—Está bien. —Hice una pequeña sacudida para quitarme el terror—. Está bien.
Puedo hacer esto.
—Solo salta por el borde —dijo Burn—. Asegúrate que tus pies estén derechos.
Cae por un rato para alejarte del helicóptero y entonces pon tu cuerpo en paralelo
con el suelo.
—Está bien. —Inhalé tanto que mis pulmones dolieron—. ¡Está bien!
—¡Siguiente caída! —anunció Jakob—. En tres, dos, uno…
No podía hacer esto por mi cuenta. De ningún modo. Pero tenía a Burn ahí y a
Wolf y a Fitz, quien estaba tan asustado como yo. Estaría bien. 0.0007 por ciento de
probabilidades de morir. Era menos que un accidente de auto. He conducido un auto
un millón de veces…
—¡Va! —gritó Jakob.
—Mierda —siseé—. Mierda, mierda, mierda…
Di un paso fuera, rogando a Dios que las hélices no me hicieran carne molida.
El viento inmediatamente soltó la respiración que había estado sosteniendo, la
sensación de nada debajo de mis pies me hizo estallar en una caliente ola de pánico.
Todo mi cuerpo se sentía tan caliente, luego se puso frío mientras el viento luchaba
por entrar en mi pantalón sintético y chaqueta. Mis órganos se sentían como si
estuvieran en mi garganta. Cada parte extra de piel en mi cuerpo ondulaba con la
fuerza de la gravedad arrastrándome de vuelta a tierra.
Puse mis pies derechos por algunos segundos. El viento naturalmente me
niveló, mi cuerpo ahora paralelo al suelo. La forma de Wolf estaba acercándose
rápido, y fue cuando me di cuenta de cuán rápido estábamos yendo. Estaba
ralentizándose, de alguna manera, creo que al aplanar su cuerpo y ser tan grande el
viento tenía más para resistirse. Estaba tan asustada que no podía moverme, mis
dientes castañeteaban mientras el frío aire golpeaba mi rostro. Cerré mis ojos
fuertemente, sin estar lista para creer que esto era real. Era una idiota. Era una jodida
idiota por hacer esto…
Sentí el cálido abrazo de otra mano tocando la mía, nuestros dedos
enlazándose. Abrí mis ojos para ver a Wolf a mi lado, una mirada extrañamente seria
en su rostro. Asintió, y alivio me inundó sabiendo que estábamos tocándonos, no era
tan malo. Tener a otra persona alrededor mientras caes a tres millones de kilómetros
por segundo lo hace no tan horrible. Él sabía lo que estaba haciendo, lo había hecho
un montón de veces. Estaba segura, por el momento.
Con la mano de Wolf en la mía, miré alrededor. Unas cuantas nubes colgando
bajo se movían debajo de nosotros y nuestros cuerpos atravesaron simplemente el
más pequeño fragmento de un borde nublado. Chillé, aunque el sonido se perdió en
el aire, mientras mi codo izquierdo se mojaba al instante. El brazo derecho de Wolf
pasó por lo mismo. Nunca supe que así se sentía una nube: fría y húmeda y sin
embargo ligera como algodón de azúcar. El material sintético hizo un gran trabajo
repeliendo la humedad, la gravedad haciendo su parte también. Estuvimos secos de
nuevo en segundos.
Sentí el rudo choque de otra mano en la mía y miré a mi lado. Fitz, sus ojos
fuertemente cerrados, estirándose ciegamente para llegar a mí. Cerré mi mano en la
suya, Burn en su otra mano. Burn y Wolf no se tomaron de las manos, dejando al
aire abierto, así que formamos un tipo de herradura en el cielo. Burn me sonrió o lo
mejor que podía hacerlo cuando la fuerza le estaba fastidiando sus mejillas.
Todo lo que quedó fue el sonido del viento en nuestros oídos, soplando tan
fuerte y rápido que ahogaba todo lo demás. Todo lo que quedó fue mirar alrededor.
Bajar la mirada parecía una mala idea para mis nervios, así que en cambio me
concentré en la vista hacia el horizonte. Las nubes más bajas continuaban hasta el
infinito, una hermosa manta de seda de ellas estirándose hacia el sol. Las montañas
Cascade eran enormes bestias púrpuras, escarpadas y punteadas con nieve
temprana. Nunca noté cuán grande era la sombra que proyectaban, consumía
pueblos, bosques enteros. ¡Y los bosques! Sabía que Washington tenía un montón de
árboles viejos, ¡pero no me había dado cuenta de cuántos! Suaves y verdes, los pinos
se agrupaban, compartiendo tantos miles de años entre ellos. Si forzaba mi
imaginación realmente fuerte casi podía olerlos. La vista era, por decir lo menos,
increíble. Y la sensación de todo ello, de ser tan pequeña e insignificante, era mucho
como la sensación que tenía cuando Burn y yo nos parábamos en el acantilado en las
mañanas y veíamos el sol besar al mundo para que despertara. Me sentía… sin
importancia. Me sentía ligera y liviana y libre. Sentí como si nada importaba, no mis
calificaciones, no mi futuro universitario, no mi horrible espionaje a los Blackthorn,
nada. No había hecho nada malo aquí arriba. No tenía responsabilidades aquí arriba,
no con papá, no con mamá, ni siquiera conmigo. Por unos pocos minutos, me sentí
intocable. Nada podía llegar a mí en el cielo, ni siquiera mis problemas.
Miré el sol mientras caía. Así que, pensé, ¿si mamá y papá se divorciaban?
¿Realmente sería el fin del mundo? Esto era el mundo, esta enorme cosa debajo de
mí, reducida a nada más que dioramas de juguete de bosques y pueblos. Había cien
millones de problemas esperando por mí cuando aterrizara, pero cuando estás lo
suficientemente alto, todos esos problemas parecen tan pequeños e insignificantes.
Al sol no le importaba el divorcio. Al cielo no le importaban las calificaciones. A nadie
le importaba, excepto a mí y las personas en el mundo debajo.
Aquí arriba no era una becaria; no era la mascota de un profesor, una aspirante
a psicóloga, una chica que dejó a sus amigos detrás o un intento de buena hija. Era
solo… yo.
Estaba tan perdida en mis pensamientos, que apenas noté a Burn
mostrándonos sus pulgares arriba. Mierda. Era hora. Esto era la cosa de hazlo o
muere. Hazlo o muere al 0.0007 por ciento, por supuesto. Todo lo que Burn dijo
pasó por mi cabeza rápidamente al mismo tiempo: izquierda es derecha, derecha es
izquierda. Tirar de la lengüeta derecha justo sobre tu hombro. Apuntar hacia el
gigante JP en el suelo, lo cual podía ahora casi ver, grabado en el césped. No golpear
los árboles. Por el amor de Dios y de tus piernas, no golpees los malditos árboles,
Bee. Wolf se movió para soltar mi mano, dado que era el primero en abrir el
paracaídas, pero algo en mí apretó su mano fuertemente, instándolo a quedarse.
Instándolo a que se quedara aquí conmigo.
Me miró, y por una vez, el fuego en sus ojos fue cálido. No ardiendo, no fuego
hirviente, solo un gentil calor, y aun cuando éramos enemigos, aun cuando
prometimos odiarnos uno al otro, no pude evitar sino dejar que ese calor me
calentara desde el interior. Me hacía sentir como que todo iba a estar bien. Lo solté,
y apartó su mano de la mía y se alejó de nosotros. Abrió su paracaídas y nuestra
velocidad de caída rápidamente lo dejó atrás. Burn me señaló con su mano libre y
solté la mano de Fitz. Wolf lo hizo lucir fácil, la repentina pérdida de los otros tres
cuerpos estabilizadores fue enorme. Estaba por mi cuenta otra vez, en el amplio y
cruel cielo, el viento listo para lanzarme alrededor. Si fallaba estaría muerta. Finita.
Terminada.
Lengüeta del lado derecho, repetí. La jalé fuerte, pero nada sucedió. El pánico
apretó mi garganta, hasta que respiré profundamente.
La mamá de los Blackthorn tenía razón, no era la caída lo que era difícil. Era el
aterrizaje.
Podía hacerlo. Tenía que hacerlo.
La cálida mirada de Wolf se reprodujo de nuevo como un eco en mis párpados.
Todo estaría bien.
Jalé otra vez con todas mis fuerzas e instantáneamente sentí el tirón hacia atrás
mientras el paracaídas se desplegaba. Mi cuello protestó con un ligero tronar por el
latigazo y la sensación de todos mis órganos cayendo de vuelta en su lugar fue
bizarro, aunque bienvenida. Ahora solo estaba flotando, haciendo lentamente un
arco sobre los bosques y las casas. ¿Ese era nuestro pueblo debajo de mí? Podía ver
autos moviéndose en un flujo constante, personas siguiendo con sus vidas.
Seguí respirando, dentro y fuera, mis ojos buscando el patrón enorme de JP en
el césped. Lo vi, grabado en un campo distante, el helicóptero estacionado en él y tiré
de mi lengüeta izquierda. Mi paracaídas se inclinó un poco, atrapando el viento en
un ángulo diferente y conduciéndome hacia él. Pude ver el paracaídas de Wolf
mientras tocaba el suelo y la tela se arrugada por la falta de aire. Lo logró. También
lo lograría.
Lo vi esperándome, recogiendo su paracaídas. Tiré de la lengüeta izquierda más
fuerte y el suelo estuvo repentinamente mucho más cerca. Entonces todo a la vez,
mis pies golpearon el suelo, y comencé a correr, la fuerza de mi impulso llevándome
hacia adelante hasta que finalmente el paracaídas se desinfló y mi carrera se acabó.
Sentí a alguien tirando de él y me giré para ver a Wolf ahí, sus lentes de protección
removidos y su cabello soplado por el viento hasta el infierno y de regreso.
—Lo lograste —dijo, desatando el paracaídas por mí así podría en verdad
moverme sin arrastrarlo.
—No suenes tan feliz —dije—. Significa que sigo siendo una espina en tu
costado.
Sonrió engreídamente.
—No lo preferiría de ninguna otra manera.
Era raro, los dos sonriéndonos como algún tipo de idiotas. Pero la adrenalina
estaba bombeando a través de mí tan fuerte y rápido que no pude evitar mi sonrisa
y aparentemente él tampoco pudo. Le ayudé a traer los paracaídas al hangar,
añadiéndolos a una gran pila. De repente el estrés de todo me atrapó y mis piernas
se sintieron demasiado débiles para incluso quedarme parada. Colapsé sobre la pila
de paracaídas.
—¿Estás bien? —preguntó Wolf.
—Estoy bien, solo… abrumada, supongo. Eso fue increíble.
—Pero estabas tan asustada —añadió.
—Obviamente. —Exhalé.
—¿Valió la pena el miedo?
Miré fijamente hacia las vigas, luego a la forma en que el sol se movía sobre su
rostro. Sus ojos jade se volvieron casi traslucidos en el tenue verde dorado como el
de las hojas de una delicada planta. El sol siempre hacía que sus rasgos lucieran más
atractivos, exasperantemente atractivos, y disfrutaba de ello como lo hace un león;
descuidado y real.
—Sí —decidí finalmente—. Creo… creo que las cosas más importantes en la
vida, las cosas que vale la pena hacer, siempre dan miedo. Al principio.
—¿Como qué?
Me ruboricé.
—¡No lo sé! Como… como competir en algo. O confesarte con alguien. Siempre
da miedo, pero entonces lo haces y resulta ser lo mejor que has hecho en la vida.
—¿Incluso si no ganas?
—No se trata de ganar. Se trata de intentar. De vivir al máximo, sin
arrepentimientos.
Wolf se rió, pasando sus dedos por su cabello.
—¿Qué es tan gracioso? —exigí. No respondió, su risa se fue desvaneciendo.
Desde las puertas abiertas del hangar, vi a Fitz aterrizar y colapsar en el césped sobre
sus cuatro extremidades. Burn aterrizó suavemente poco tiempo después, ayudando
a Fitz a levantarse y a desamarrar su paracaídas. Wolf los miró caminar hacia
nosotros, su voz suave.
—Le habrías gustado —dijo.
—¿A quién?
—A nuestra mamá.
El silencio entre nosotros siempre se sentía tan pesado, pero este de algún
modo fue gentil.
—Gracias —dije finalmente—. Por dejarme hacer esto con ustedes.
Wolf me ofreció su mano, y me detuve. Si la tomaba, ¿todavía seríamos
realmente enemigos? Los enemigos no se ofrecerían a ayudarse unos a otros. Los
enemigos no se llevaban a hacer paracaidismo en el cumpleaños de su madre
fallecida. Los enemigos no se ríen los unos con los otros. ¿Exactamente qué éramos
ahora Wolf y yo? ¿Y por qué lo que fuéramos me importaba tanto?
Tomé su mano, y me levantó con facilidad. Terminé parada un poco demasiado
cerca cuando me alzó, y por un momento no pude respirar, nuestros pechos casi
tocándose.
—Wolf, tú…
—Se está volviendo más fácil —murmuró—. Tocar a las personas. Todavía es
difícil hacerlo con alguien más, pero contigo…
—¡Wolf! —Fitz vino corriendo hacia nosotros, una enorme sonrisa en su
rostro—. ¿Me viste? ¡Aterricé como en esa película de James Bond!
Cada gramo de miedo se había ido de Fitz, aunque mientras se acercaba podía
ver que estaba temblando. La adrenalina claramente tenía un efecto vertiginoso en
él. Puso un brazo alrededor de mi hombro y me atrajo hacia él.
—Me viste, ¿cierto, Bee? Manejé todo eso como el agente especial más tranquilo
del mundo.
—Como si hubieras nacido para hacerlo. —Sonreí.
—Tan valiente —dijo Wolf sin emoción, y Fitz lo señaló acusatoriamente.
—Cállate. Al menos intento superar mis miedos, en vez de revolcarme en ellos.
—Wolf lo está intentando, Fitz —hablé—. A su propia manera. Todos lo intentan
en formas diferentes, a ritmos diferentes, ¿está bien?
—Bueno, no tiene que hacerlo con una actitud de soy-mejor-que-tú.
—Simplemente así es como es él. —Suspiré—. Eso lo sabes.
—Casi suena como si Bee conociera mejor a tu hermano que tú, Fitz —dijo Burn
mientras se acercaba.
—Oh déjalo. —Fitz puso sus ojos en blanco y se quitó su pantalón sintético y
chaqueta, botándolos en la pila de paracaídas—. Estaré esperando en el auto.
Volvamos a la civilización antes de que olvide cómo usar un tenedor.
Burn hizo un falso saludo mientras Fitz salía. De repente, la puerta de la
pequeña oficina se abrió y Jakob salió, aplaudiéndonos.
—¡Mírense! ¡Todos en una pieza! —Me sonrió—. Vi tu aterrizaje desde la
ventana; eres natural.
—Gracias. —Sonreí—. Fue aterrador al principio, pero entonces una vez que
golpeas el cielo abierto, como que…
—¿Olvidas todo lo que está pasando en tu cabeza? —Jakob rió—. Sí. Esa es la
razón por la que lo hago. Es por eso por lo que mantengo este lugar funcionando, así
otras personas también pueden experimentar esa sensación.
—Bueno, gracias —dije—. Por todo. Fue una experiencia increíble.
—Cuando quieras. Son bienvenidos aquí en cualquier momento, eres mucho
más educada que cualquiera de los Chicos Perdidos. —Movió su cabeza hacia Burn y
Wolf, y me reí. Nos quitamos nuestras ropas sintéticas y nos dirigimos de vuelta al
auto, mi brazo moviéndose locamente mientras decía adiós a Jakob. Wolf se sentó
conmigo en el asiento trasero, Fitz se subió al frente jugando con las estaciones de
música mientras Burn conducía. Fitz se detuvo en algo de música country cursi y
simuló tocar el banyo en un semáforo. La pareja mayor en el auto junto a nosotros
disparó miradas desagradables a Fitz, pero eso solo lo hizo imitar con más esfuerzo
que estaba tocando. Me uní con otro banyo y Fitz se río mientras Burn aceleraba y
los dejaba en el polvo.
La carretera al anochecer era hermosa, la luz rosada hacía al camino lucir como
un masivo listón de terciopelo moviéndose sobre las colinas. Solo unos pocos autos
estaban en el camino, parpadeando rojo y blanco en el aire del crepúsculo. Estaba el
olor de los pinos frescos tan verdes y vivos que casi podía saborearlos. Era una noche
hermosa. Todo lucía diferente desde el cielo, pero al mismo tiempo me hacía estar
agradecida de ver la belleza de todo ellos desde el suelo, desde cerca.
Miré a Wolf. Tenía un codo en la puerta del auto, su mano acunando su barbilla.
El viento jugaba con su cabello, sus ojos clavados en algo en la distancia. Estaba
pensando. ¿En su mamá? Tal vez. ¿En su problema? Tal vez. Quería saber lo que
estaba pensando, preguntarle. Sabía que no me diría. Y odiaba ser esa persona, la
que metía su nariz en los asuntos de los demás.
Pero supongo que era demasiado tarde para eso. Era exactamente quien era.
Bajé la mirada hacia el cuero café de los asientos entre nosotros. Mi mano
descansaba en un costado del asiento del medio, la suya en el otro. Solo unos pocos
centímetros más y…
Levanté mi mirada para ver a Wolf mirándome mirar nuestras manos. Sentí
una ola de calor pasar por mis mejillas.
—No estaba…
—¿Solo una vez más? —preguntó, su voz suave. Giró su mano con la palma
hacia arriba, como si estaba esperando la mía.
—Pero…
—Lo sé. Dijiste que nunca me ayudarías de nuevo. Y es tu derecho. Pero no he
sido capaz de dejar de pensar en… —Se interrumpió y negó—. No. Tienes razón. No
importa.
Su mano comenzó a cerrarse, y me apresuré y encontré su palma con la mía. El
rostro de Wolf lució sorprendido, completamente confundido.
—Solo una última vez —repetí, fuerte, como si eso lo hiciera real y final. Sonrió.
—Una última vez.
El sol dijo su último adiós y la luna dijo su primer saludo. Wolf curvó sus dedos,
vacilando, lentamente, entre los míos, ambos encajábamos juntos como piezas de un
rompecabezas. Era cliché. No estaba bien que los enemigos hicieran esto. Había cien
cosas mal con ello y, sin embargo, se sentía absolutamente perfecto. El calor de su
piel, la sensación de sus dedos, la suave música que Fitz decidió, el frío del viento, su
sonrisa, este era un momento que quería recordar por el resto de mi vida. Incluso si
solo era para ayudarlo. Incluso si no significaba nada. Incluso si era falso, una forma
de hacer que yo le gustara, una forma de mantener mi beca, aun así, podría mantener
este momento para mí.
Todos los recuerdos que intenté borrar acerca de él regresaron flotando y este
se unió a ellos.
14
dio competir.
Lo que hace el hecho de que esté nadando en las semifinales del
condado hoy un poco raro.
Tengo que estar aquí, es parte de ello. Ese es uno de los
requerimientos cuando te unes al equipo de natación. Estiro mi cuello mientras la
entrenadora le grita a alguien que deje de estirar mal sus pantorrillas. La piscina
entera está ajetreada con actividad; las gradas están llenas y las otras tres escuelas
compitiendo además de nosotros, están haciendo todo tipo de calentamientos. Un
espíritu particularmente empresarial trota alrededor vendiendo dulces y palomitas
y bebidas a las familias animando de los miembros en las gradas. Es un día cálido
fuera de lo común… probablemente el último que tendremos por un tiempo.
Todos están al borde. Puedo sentirlo desde aquí; los chicos mirándose de reojo,
riendo nerviosamente en sus grupos mientras se apiñan y hablan sobre quién parece
el más rápido, el más duro. Reconozco a algunos de ellos… las escuelas públicas
tienen tantos atletas talentosos como Lakecrest. Esa es la belleza de los deportes
amateur; no importa cuánto dinero tengas, siempre va a haber alguien mejor.
Alguien que entrene más duro. Alguien que tenga más talento natural. Reconozco a
uno de los chicos de la secundaria Redtree. Es uno de último curso que batió el récord
de los cincuenta metros mariposa el año pasado.
—¡Blackthorn! —grita la entrenadora—. James no está en su mejor forma. Te
toca hacer los doscientos metros braza.
Genial. Justo cuando dice eso, el locutor empieza con la introducción. Llama
para los doscientos metros braza primero, y me levanto y muevo hacia las
plataformas. Me pongo mi gorro de natación y gafas. Los otros chicos parecen
motivados y concentrados como el infierno, y aquí estoy yo, solo queriendo superar
este encuentro con lo menos posible de estrés. Algunos saludan a sus familias en las
gradas, que les animan en respuesta. Sería agradable si alguien estuviera aquí así
para mí. Pero papá nunca vino a esto. No es que esperaba que lo hiciera, era un
hombre ocupado lleno de ocupaciones haciendo dinero. No es que quiera que lo
haga. Simplemente observaría altivamente, nunca aplaudiendo o animando, y haría
algún comentario hiriente de pasada sobre cuánto debo amar este deporte, ya que
hay un montón de hombres sin camiseta.
Me había rendido hace un largo tiempo esperando a que viniera.
Burn y Fitz lo hacen, en cambio. Bueno, Burn lo hace. Le gusta verme competir.
Fitz es un poco menos entusiasta al respecto… prefiriendo sus ordenadores al sol y
el ejercicio. Pero hoy los miro llegar a las gradas; Fitz con una demasiada gruesa capa
de crema solar y unas enormes gafas de sol puestas. Incluso lleva un paraguas negro
para protegerse, la reina del drama. Burn es mucho menos quisquilloso… solo una
botella de agua.
Mis ojos se amplían cuando una persona más aparece y se sienta con ellos.
Bee, cargando crema solar y pareciendo un poco perdida, sentándose junto a
Fitz. Él le hace sostener su paraguas. Por suerte, están en la hilera más alta de
asientos, de lo contrario, la gente se quejaría. Como la última vez. Donde sea que Fitz
va, resulta en quejas. Pero ella sostiene su paraguas sin alboroto, riéndose de algo
que él dijo. Burn le ofrece su agua, pero ella niega. Todos me ven mirando en su
dirección y empiezan a animar, pero no puedo entender una palabra de lo que dicen.
No ayuda que la sonrisa de Bee me haya hipnotizado.
—¡Nadadores, a sus marcas!
La voz del árbitro me sacude, pero apenas. Mi sangre está resonando en mis
oídos, mis latidos tan rápidos que podría haber jurado que ya nadé los doscientos
metros dos veces.
—¡Preparados!
Los otros chicos se inclinan, tocando el tablero con sus dedos, y hago lo mismo.
No soy competitivo en absoluto.
Entonces ¿por qué de repente siento la urgencia de aplastar a todos y ganar?
—¡YA!
El sonido de la bala de fogueo me impulsa hacia delante. Me sumerjo en el agua,
usando todos mis músculos para llevarme al final. El agua salpica por todas partes,
mi visión es un borrón de olas y turbulencia. Golpeo el final de la piscina duro y giro
bajo el agua, disparándome hacia la siguiente vuelta. Mis pulmones arden, cada
inhalación es como fuego en mi garganta. Solo soy yo. No puedo ver a nadie más, o
cuán adelantados están. Solo puedo ver el agua. Solo puedo oír el rugido de la
multitud cuando giro, el resto del tiempo estoy bajo el agua, con solo el silencio
acuático y pequeñas salpicaduras.
Esta es la cosa que más me gusta sobre nadar… se convierte en solo yo. Se siente
como si fuera el único en la piscina. Todo lo demás simplemente desaparece; mis
preocupaciones, mis miedos, mi pasado persiguiéndome. Todo se derrite en el agua.
Solo soy yo, y el ardor de mi cuerpo, y el pensamiento de los ojos de Bee sobre mí.
Tres vueltas menos. Queda una.
Mis pulmones me ruegan que me detenga, pero los presiono más duro. Más
rápido. Estoy casi al final, puedo sentirlo. Y entonces mis dedos tocan el metal del
sensor, y salgo por aire hacia un sonido ensordecedor. La multitud anima, y salgo del
agua. Encuentro los ojos de Bee en la multitud, su sonrisa emocionada bajo el sol de
la mañana tan hermosa que de repente me cuesta incluso respirar más. Me está
sonriendo. Por mí. ¿Es esta la primera vez que la he hecho sonreír? Porque se siente
como la primera.
Los gritos del locutor se difuminan, y el brazo de la entrenadora alrededor de
mi hombro es la única cosa que me aparta de la multitud.
—¡Cristo, Blackthorn! ¡Eso fue increíble! ¿Dónde te estabas escondiendo tanto
tiempo en la práctica? ¡Rompiste el récord del estado!
Parpadeo el agua de mis ojos.
—¿Qué?
—¡Mira!
Hace un gesto hacia el marcador que muestra 2:13.36.
—¡El récord mundial para juveniles es 2:09! Maldita sea, Blackthorn, ¡podrías
tener lo que nos lleve a la final!
Debería estar feliz. Debería estar orgulloso. Pero todo en lo que puedo pensar
es en Bee. La entrenadora me sienta para la siguiente ronda. Mi equipo parece menos
que emocionado de que lo haya hecho bien, pero no me importan. Mientras bebo
agua, Burn y Fitz se levantan de las gradas y corren hacia mí, Bee siguiéndolos.
—¡Mierda, Wolf! ¡Eras como un rayo! No es que haya rayos en el agua, o
morirías… —Fitz se interrumpe—. Estoy tan orgulloso de mi pequeño hombre sirena.
Mírate, todo crecido.
Burn simplemente me sonríe, sus ojos arrugándose de esa manera especial. Y
Bee, tan sonriente como está, de repente parece tímida. Pone sus ojos en mi rostro
determinadamente, sus propias mejillas rojas.
—Buen trabajo.
—¿Eso es todo lo que tienes que decir? —Sonrío.
—Casi parecía como si estuvieras siendo perseguido por tiburones. —Se las
arregla para medio insultar. Le doy una mirada de “no está mal”.
—Puedes hacerlo mejor.
—Tú… —Su mirada baja por mi cuerpo, alzándose rápidamente. Una oleada de
caliente orgullo cosquillea en mi piel.
—Lo siento, ¿te estoy distrayendo? Deja que me ponga una camiseta.
Su rostro se pone rojo remolacha mientras me pongo mi camiseta. Fitz silba
sugerentemente y le dirijo una mirada fulminante.
—¿Qué? ¿Ustedes dos son los únicos que pueden disfrutar de su propio flirteo?
¡Resulta que estoy hambriento por entretenimiento todo el tiempo! —anuncia Fitz.
Burn pone los ojos en blanco y toma a Fitz por el codo.
—Estaremos en las gradas —dice. Fitz se queja todo el camino mientras es
arrastrado de vuelta a su asiento. Bee resopla.
—Fitz dijo que no esperaba mucho de ti.
—¿Lo hizo? —pregunto, odiando lo mucho que mi voz se rompe.
—Al parecer no ganas nada. Uh. Nunca.
—Me sentía como para ganar hoy —digo. Se ríe en voz baja.
—Solo un poco.
La gente nos pasa, mi equipo entre ellos, y de repente Bee tropieza. Su pie
resbala con el cemento mojado y se tambalea hacia el agua. En lo que se siente como
cámara lenta, extiendo mi mano por ella, agarrando la mayor parte que puedo
encontrar como su cintura, y la atraigo hacia mí. Estamos presionados, pecho contra
pecho, por un breve momento, nuestra respiración dura y en sincronía. Está tan
cerca que puedo olerla; crema y vainilla.
—Gracias —dice sin aliento—. Pero empiezo a odiar este hábito tuyo en el que
me salvas de cosas.
Nos separamos rápidamente… demasiado rápido. Mis manos están temblando,
el terror de sostener a alguien tan cerca de golpear. Hago mis manos puños para que
no pueda verlo.
—¿Qué sucedió? —pregunto.
—Creo… —Mira alrededor—. Creo que alguien me empujó.
Fulmino con la mirada a mi equipo, todos los cuales nos observan de cerca.
Alejan los ojos cuando los miro, y eso confirma su culpa. La mayor parte, de todos
modos.
—Es mi equipo —admito—. Están siendo imbéciles.
—¿Por qué?
—Porque le di un puñetazo a uno de los mayores.
—Uh, ¿po…?
—Si preguntas por qué de nuevo…
—De acuerdo, bien. —Se ríe temblorosamente—. Lo entiendo. Probablemente
tenías una buena razón.
—¿Cómo supones eso?
Se encoge de hombros.
—Tenías una buena razón sobre la tarjeta roja a Eric, así que. He aprendido a
no detenerme automáticamente a pensar que todo lo que haces es por tu propia
ganancia.
—¿Qué hay sobre Fitz? Le di un puñetazo en la fiesta.
—Bueno, estaba más o menos… incomodando realmente las cosas. Entre
nosotros. Uh, deduciendo cosas equivocadas. No voy a decir que me alegró que se
pelearan, pero estaba bastante incómoda hacia el final allí.
—¿Te pone incómoda? —Frunzo el ceño. Se ríe de nuevo.
—Sí. Cuando la gente intenta… emparejarte con alguien, ¿sabes?
Especialmente si esas personas no se gustan en absoluto.
—No se gustan en absoluto —repito, mi pecho desinflándose—. Correcto.
—Pu-ta mierda. ¿Es ese quien creo que es?
La voz me congela en seco. Vuelvo mi cabeza lentamente, tan lento, mientras
un chico de cabello castaño con gafas y una camisa a cuadros se acerca. Su rostro es
un poco mayor, un poco más maduro, un poco más lleno, pero lo recuerdo igual. Lo
recuerdo con ardiente claridad. Memoricé ese rostro cuando dormía, cuando
hablaba, cuando sonreía. Cuando se enojaba.
No puede ser él.
Con cada paso que da hacia mí, me siento a punto de vomitar, a punto de huir.
Es él.
No puede estar aquí, pero es él.
—Mark. —Exhalo. Los ojos de Bee se amplían.
—¿Ese es Mark?
—Oí que el equipo de natación de Lakecrest estaba compitiendo, pero no tenía
idea de que también estabas en ello, Wolf. Solo estoy aquí para animar a mi hermano
en su nuevo equipo. Redtree, ¿sabes? —Mark me sonríe. Evito sus ojos hasta que
aleja la mirada. Burn y Fitz están en las gradas, discutiendo. No lo han visto aún. Si
no se va, lo atacarán. Y no será bonito.
Si no se va, me romperé. Y no será bonito.
Cuando no respondo, Mark mira a Bee de arriba abajo.
—¿Y quién es tu amiga? Es linda, si te gustan del tipo tímido.
Bee frunce el ceño.
—Raro. Es casi como si estuviera justo aquí, o algo.
Mark se ríe.
—Oh, lo siento. Eso fue grosero de mi parte. Soy Mark. Amigo de Wolf. Ex
amigo, si somos completamente honestos. ¿Y tú eres?
—No es asunto tuyo —mascullo. Mark me dispara una mirada de sorpresa.
—Vaya, vaya, vaya, deja a la dama hablar por sí misma. —Extiende un brazo
para ponerlo alrededor de su hombro, pero mi cuerpo se mueve por instinto. Me
pongo entre ellos, obligando a mis hombros a dejar de temblar, obligándome a
mirarlo a los ojos, solo por esta vez.
No puedo seguir asustado.
No cuando está a centímetros de ella.
—Retrocede —logro decir. Mark parpadea un par de veces, atónito, entonces es
todo sonrisas de nuevo. Solo así. Cambiando. Siempre cambiando entre estados de
ánimo en el exterior, compensando por el páramo muerto en su interior.
—No has cambiado en absoluto. —Mark me sonríe—. Todavía pretendiendo ser
duro, ¿eh?
—Si no hay nada más. —Bee carraspea—. Deberías irte, Mark.
—Oh, hay más, cosita linda. —Mark le sonríe—. No me digas que te ha atado
con su rostro de chico lindo. Sabes que es maricón, ¿cierto? Gay. Un enorme jodido
maricón al que le gustan las pollas…
Oigo el choque de carne con carne y veo a Mark golpear el suelo, pero cuando
me vuelvo para ver quién lo hizo, no puedo creer completamente que sea Bee. No
puede ser Bee, con su puño levantado, sus ojos brillando con infame rabia. La
multitud enmudece, todos congelados en el momento. Y entonces ataca.
Beatrix Cruz, de uno sesenta de estatura, salta al pecho de Mark y lo golpea con
sus puños.
Y entonces Mark hace algo que nunca, ni en un año entero de conocerlo, le oí
hacer.
Grita con dolor.
Es el pie para que la multitud empiece a moverse enfurecida, para que el árbitro
sople su silbato y Burn y Fitz aparten a Bee de Mark. Mark se levanta
temblorosamente, su nariz sangrando y sus ojos disparándome dagas. Conozco esa
mirada. Quiere más que nada desquitarse conmigo, de alguna manera, en cualquier
manera que pueda.
Incluso después de dos años, no ha cambiado. Todavía soy su chivo expiatorio.
En lo más profundo de mi corazón, pensé que cambiaría. Pensé que al menos
empezaría a verme como una persona después de defenderme por mí mismo. Pero
no. La mirada en sus ojos confirma eso; una mirada que me dice que no soy nada
más que basura para él.
Alguien se para delante de mí, con sus brazos extendidos, Bee, tan baja como
es, levanta su barbilla.
—No le mires —gruñe—. Lárgate. Lejos de aquí. Nunca quiero verte alrededor
de Wolf de nuevo.
—Estoy aquí por mi hermano —espeta él—. Así que puedes joderte.
—¡Suficiente! —grita la entrenadora—. Wolf, estás en el banquillo por el resto
de las competiciones de todos modos. Vete, antes de que castigue a tu amiga con
detención.
—Él es el que… —Bee lucha con las palabras, señalando acusadoramente a
Mark—. Es el que lo llamó…
Si se queda, me quedo, no hay duda en lo que haré. O lo que ella hará, al parecer.
Y Burn y Fitz están fulminando con la mirada a Mark tan duro que es como si
intentaran prenderle fuego.
Pongo mi mano en su hombro y bajo mi voz.
—Bee, vamos. Déjalo.
Se gira para mirarme.
—¡No tenemos que irnos! ¡No es justo!
—Y no estoy a punto de verte ser castigada —digo—. Por defenderme. Ahora
vámonos.
—Helado —accede Burn, sin retirar sus ojos ni una sola vez de Mark —Yo invito.
—Sabes que puedo tener tu proveedor de internet en siete minutos, ¿correcto?
—Fitz le dice a Marck mientras nos alejamos—. ¡Espero que te gusten las cuentas
bancarias congeladas!
—Fitz —siseo —Es suficiente.
—¡Oh, vamos, Wolf! Apenas estaba empezando. Qué es una inofensiva amenaza
electrónica entre amigos, ¿eh?
—No es tu amigo —dice Bee, con dureza—. No es amigo de ninguno de nosotros.
Nunca.
Fitz suspira, girando su sombrilla negra con un ademán ostentoso.
—De acuerdo, Señorita Peleadora de la MMA.
—No soy una peleadora de la MMA, idiota.
—Díselo al golpe que tumbó a ese cabrón homofóbico en su trasero. —Fitz
sonríe.
—Espero que ella rompa su nariz —concuerda Burn.
—De acuerdo, es suficiente. —Exhalo—. Solo vámonos.
—¿A dónde? —pregunta Burn.
—A cualquier lado. Cualquier lugar muy lejos de aquí.
—¿Qué tal esa tienda Haagen-Daaz en el norte?
—Bien.
Fitz canturrea un millón de veces mientras entra en el convertible de Burn. Bee
parece vacilante, luego se voltea hacia mí mientras me coloco mi casco y zapatos.
—¿Puedo… ir contigo?
Quiero decirle que se vaya con Burn. Que permanezca lejos de mí. Mark la
conoce ahora. La ha tocado con sus sucios zarcillos de odio y veneno. Quería
mantenerla alejada de eso. Quería mantenerla a salvo de eso.
De mi pasado
Asiento.
—Sí.
Le paso un casco, y pronto estamos en la carretera, la moto de mamá devorando
el pavimento. En un semáforo, un cálido par de brazos delgados se cierran vacilantes
alrededor de mi cintura, y siento la presión y el calor de su pecho contra mi espalda.
—¿Está bien? —pregunta. Espero los temblores en mis manos. Son pequeños,
tan pequeños en comparación con lo que eran hace solo unos minutos. Ella no es
Mark. Ella no me hará daño. Eso está claro.
Sé eso con seguridad.
Asiento, y descansa su cabeza sobre mis omoplatos, el peso y la calidez de ella
es mejor que cualquier repiqueteo en mis dedos.

Una semana después de lo que Burn, Fitz y yo nos hemos estado refiriendo
como “la cosa de la alberca” Fitz me piratea.
Supongo que decidió que era una buena recompensa por defender a su
hermano de su abusador, pero francamente, no podía entender la lógica. No es que
entienda la lógica de lo que sea que salió mal ese día, no podía entender el horrible y
discriminador odio de Mark. No podía entender por qué los encargados de la piscina
no lo vaneaban por ser tan horrible en lugar de pedirnos que nos fuéramos. No podía
entender por qué Wolf me dejó montar en su moto con él de nuevo, esta vez
prácticamente abrazándolo.
Pero si hay una cosa que aprendí con la enfermedad de papá, es que tal vez no
necesito entender. Tal vez solo necesito estar ahí.
Así que sí, Fitz me hackeó. ¿Y qué hizo con sus poderes algorítmicos sobre mi
medio de vida computacional? Hizo de mi fondo de escritorio completamente una
imagen de una pizza con un maíz.
Al instante supe que fue él. Le envíe un mensaje de texto.
Lindo.
Contestó un milisegundo después con una cara sonriente.
^_^ sabía que te gustaría.
¿Qué lo inspiró?
Le pregunté a Burn con qué hackearte y él me dijo que “algo
inquietante” así que hice lo mejor que pude.
Es cierto, es el epítome del horror. Has encontrado mi única debilidad. Maíz
en la pizza, Mizza.
O porno.
No, gracias. Mizza es ligeramente mejor.
Eres un aguafiestas.
Y tu mensajeas como si estuvieras en secundaria.
Ahorra tiempo. También, me detiene de verme como un enorme
imbécil corrector de gramática como tú.
Justo, justo.
Así que tú y Wolf se están volviendo íntimos. ¿Eh?
¿A qué te refieres?
Te fuiste con él la semana pasada. Además, Burn dijo que los vio
agarrándose de la mano en la parte trasera del auto después de tirarse
del paracaídas.
El latido se disparó. Traté de cambiar la imagen de mi escritorio a la imagen de
una cesta de gatitos que solía ser, pero no pude acceder a mi panel de control. Todo
lo que obtuve fue una pantalla congelada. Dejé escapar un suspiro y mi teléfono vibró
de nuevo.
Estoy manteniendo tu computadora como rehén hasta que lo
confirmes o lo niegues.
Ugh, bien. Si. Nos tomamos de la mano.
¡¿No estas súper emocionada por eso?!
Sí, pero. Es solo difícil.
Si, dah. Así es el amor.
Puse los ojos en blanco, pero el pozo de terror en mi estómago solo creció.
Estuvo bien, dejarlo creer lo que quería mientras hacía todo el reconocimiento para
su padre. Pero ¿qué hay después? Me había enterrado tan profundamente en la vida
de estos hermanos, que dudaba que fuera capaz de desenredarme tan fácilmente
cuando llegara el momento. Ellos saldrían lastimados.
¿Y yo qué? ¿Qué es lo que quiero? Quería mi beca segura. Quería graduarme
del prestigioso Lakecrest. Y quería ir a NYU. Pero en algún momento a lo largo del
camino, Fitz y Burn, al menos, se habían convertido en mis amigos. Amigos que me
convencí de que nunca extrañaría el tenerlos. Wolf era, a pesar de nuestro
compromiso de odiarnos, importante para mí. No era así como se suponía que fuera,
se suponía que fuera fácil, superficial. Se suponía que no se convertiría en algo... real.
Odiaba a los creídos y malcriados hermanos Blackthorn. Ellos me odiaban Esa
era la forma en que se suponía que era.
Una parte de mí daría cualquier cosa por volver al primer momento en que Wolf
me dio mi tarjeta roja. Solo hacer todo de nuevo. Pero ese no era el presente. Eso fue
el pasado. Y tuve que ponerme mis pantalones grandes y abrocharme el cinturón
para el viaje accidentado del futuro.
—¿Bee?
El golpe en mi puerta me hizo alzar la mirada. Apagué la computadora
rápidamente, no quería que mi madre me hiciera preguntas de por qué una Mizza
era mi imagen de escritorio.
—Adelante —dije, abriendo un libro de texto para parecer ocupada.
Abrió la puerta, entrando con pasos cautelosos y una sonrisa nerviosa. Pude
haber recibido mis rasgos físicos de papá, pero mamá y yo éramos iguales en lo que
respecta a las emociones, ambas éramos una mierda para ocultar cómo nos
sentíamos. Podría decir que se sentía culpable por haber salido tanto, y esto era su
pasar tiempo conmigo para aplacarlo.
—Hola —dijo ella—. ¿Cómo estás?
—Genial. —Señalé mi libro—. Acabo de terminar de estudiar para esta última
gran prueba antes de las vacaciones de Acción de Gracias.
—¿Y cómo va la escuela?
—Es, ya sabes, lo mismo que siempre.
Mamá sonrió.
—Correcto. ¿Ya sabes lo que quieres para tu cumpleaños?
—Mamá, no —gemí. Había visto las facturas en el mostrador, las cosas estaban
apretadas como siempre. Sabía que no podíamos pagar nada—. No te preocupes por
eso, ¿de acuerdo?
—¡Vamos, cariño, es tu cumpleaños! Cualquier cosa que quieras. Algo.
La culpabilidad matizó su voz, sonando mucho a desesperación. Quería decirle
que el dinero no solucionaría el hecho de que estaba desapareciendo de mi vida
últimamente. Fuera de la vida de papá.
—Solo quiero que... estés más en casa —dije—. Si eso está bien. Ese podría ser
mi regalo de cumpleaños.
—Oh, cariño. —Mamá se mordió el labio. —Deseo. Deseo tanto poder estar en
casa, pero con cosas como que están en el hospital, estoy cubriendo los turnos dobles.
Olfateé el aire. ¿Turnos dobles para los que ella tenía que usar perfume?
Suspiré.
—Bueno. Solo un pastel. Un pastel estaría bien.
—Necesitas regalos, cariño. No puedes solo tener un pastel. ¿Hay algo que
quieras, nuevos boletos de alguna banda de chicos que pueda comprarte o uno de tus
libros de magos que pueda comprarte…?
—No he escuchado a una banda de chicos en años, mamá. Y ya no leo “libros de
magos”. Además, no tengo tiempo para ir a un concierto. No con esta prueba
acercándose.
—Trabajas tan duro, mereces un descanso…
—Te merezco en mi vida —murmuré. Mamá se quedó quieta.
—¿Qué dijiste? —preguntó.
—Nada. —Negué—. Olvídalo.
—Cariño, si hay algo de lo que quieras hablar, yo... —En ese momento sonó su
teléfono, me miró y luego lo miró de nuevo. Ondeé la mano hacia ella.
—Está bien. Contéstalo.
Mamá suspiró y levantó el teléfono, saliendo de la habitación. Su voz se
desvaneció con ella.
—¿Jenny? Oye, no esperaba que llamaras tan pronto. ¿Dónde están los otros?
Oh, eso es solo bajando la calle. Seguro, me encantaría…
—¿Vas a salir otra vez? —La voz de papá vino de la sala de estar. Mamá dijo
algo, demasiado bajo para escuchar, luego papá se burló—. No me des excusas,
Angie. Solo vete. Es lo que quieres hacer. Lejos de mí está evitar que vivas tu vida.
—¡Siempre haces esto! —Mamá alzó la voz—. ¡Siempre me haces sentir como
una mierda si trato de hacer algo por mí misma!
—Bueno, ¿cómo se supone que debo sentirme? —le gritó papá—. ¿Cuándo mi
esposa no viene por una semana? Qué se supone que debo pensar, ¿eh?
—¡Se supone que me dejas tener mi espacio!
—Oh, eso es hilarante, ¡no es que ya no tengas más que suficiente espacio!
Cerré mi libro de texto e hice una mueca. Siempre solían pelear en el garaje,
pero ahora está esparciéndose a la casa. Es como si no recordaran que yo existía. Me
sentí enferma, y cada segundo que escuché su discusión me sentí más enferma.
Agarré mi teléfono y le envié un mensaje de texto a Kristin.
¿Puedes meterme a una fiesta?
Su respuesta llegó tres agonizantes minutos más tarde.
Claro que sí ;)
Nunca utilicé mi ventana para escabullirme, mi trasero de ratón de biblioteca
nunca tuvo que hacerlo. Pensé que era estúpido e inmaduro hacer algo que todo el
mundo veía en las cursis películas de adolescentes de los 80 todo el tiempo. Pero
ahora tenía que hacerlo. Todo era diferente; mamá y papá eran diferentes, nuestra
casa se sentía diferente. ¿Y yo? Yo era un poco diferente. Era diferente de la chica
que se sentaba en su escritorio todas las noches, estudiando libros y notas. Había
estado en una fiesta. Me tomé de la mano con alguien. Tenía lo que parecían amigos.
Así era como la vida era para todos, normal. Y yo quería más. Todo era diferente y
necesitaba normalidad como un pez sofocante necesitaba agua.
Me puse la chamarra y metí el teléfono en el bolsillo después de verificar la
dirección que Kristin me envió. Ni siquiera me importaba cómo me veía, solo
necesitaba salir de la casa. Me volví una vez, escuchando un segundo más. La lucha
se había convertido en una pelea a gritos.
Me estremecí y abrí mi ventana.
Fue bastante fácil arrastrarme, mi ventana daba al techo del garaje, y con un
poco de flexión de pies y una especie de caída muerta de miedo, estaba afuera en la
acera. Les di las gracias a todos los dioses que me escucharon mientras encendía el
automóvil; era tan silencioso en comparación con muchos otros motores que había
escuchado. Mamá y papá no se darían cuenta de que me había ido hasta que fuera
demasiado tarde. Si se daban cuenta de que me había ido en absoluto.
Reprimí ese pensamiento deprimente y conduje. El auto no era convertible,
pero sí bajé las ventanillas para dejar entrar el aire frío. Tal vez si las mantuviera
abajo, me secarían las lágrimas cuando llegara a la fiesta.
Eso fue aún más deprimente.
Pisé el pedal del acelerador con más fuerza, viendo pasar árboles y casas, pero
todavía demasiada asustada para hacer algo más allá de los cincuenta. En cierta
forma entendí un poco, de repente, por qué a Burn le gustaba conducir tan rápido
todo el tiempo. Era difícil pensar en otra cosa más que evitar que el auto se estrellara.
Por un momento, no estaba triste. Solo estaba tratando de seguir con vida.
La dirección que me dio Kristin fue, por supuesto, en la parte de clase alta de la
ciudad, mucho más lejos de la fiesta de Riley a la que fui por primera vez, y mucho
más elegante. Esta casa estaba en una colina, aislada por sí misma en una jaula
dorada de vallas de hierro forjado y setos perfectamente cuidados. Ni una sola hoja
de otoño quedaba en el suelo, así es como sabías que tenían dinero; dinero suficiente
para pagarle a un ejército de personas para que rastrille sus jardines impecables en
pleno otoño. El brillo de una piscina iluminada por la luna atrapado en la piedra
blanca de la casa. Wolf estaba allí, lo sabía con certeza. Kristin me lo dijo. Algo se
retorció en mi pecho al pensar en él, sobre verlo, sobre conocerlo. Estar en la misma
habitación que él. Lo escribí como nervios de segunda mano y presioné el botón del
intercomunicador de la puerta. Respondió una voz muy borracha.
—¿Quién está allí?
—Uh. Es Bee. La amiga de Kristin. Ella me invitó.
—Lo hizo, ¿verdad? —La voz sonaba familiar, pero estaba tan acentuada como
una abuela victoriana y estropeada por la comunicación del intercomunicador que
no podía decir quién era—. Bueno, supongo que te dejaré entrar. Si me das la
contraseña. Me estremecí y pisoteé con mi bota.
—¡Oh, vamos! ¡Solo déjame entrar! ¡Hace mucho frío aquí!
—Contraseña, cariño.
—¡No sé ninguna contraseña!
—Oh, solo adivina. Entretenme. Esta fiesta es tan aburrida que prácticamente
estoy llorando.
Ahora ESE patrón de discurso podía reconocer.
—¿Fitz? ¿Eres tú?
—¡No sé nada de este “Fitz” del que hablas! —La voz se ofendió—. Soy... la
señora Pennyworth, una joven viuda deliciosamente rica y sin absolutamente
ninguna pista sobre los colores del sombrero de campana o los estándares morales.
—Fitz, ¿estás bien? —pregunté—. Suenas realmente borracho.
—Pennyworth, cariño, el nombre es ¡Pennyworth!
—¿Esa es la voz de Bee? —Escuché una voz más profunda decir—. Muévete.
—¿Cómo te atreves a molestar a una viuda rica?
La voz de Fitz se desvaneció, reemplazada por una más profunda.
—Está abierto.
—¿Burn, eres tú?
—Sí. Llega antes de que te de hipotermia.
—Gracias.
Estacioné el auto en el pasto con el resto de los resplandecientes BMW y
Jaguares, y me dirigí a la puerta principal. Burn me dejó entrar, su suéter, sus brazos
anchos y su expresión aburrida una vista bienvenida.
—Oye —dije.
—Hola. —Cerró la puerta detrás de mí—. ¿Por qué estás aquí?
—Fui invitada. —Casi uso el nombre de Kristin, pero lo guardé en el último
segundo—. ¿Por qué están aquí?
—Suponiendo que estamos nosotros tres, ¿eh? —Caminó entre la multitud, y
seguí su estela. Esta era una fiesta más pequeña que la anterior, pero todavía
bastante grande para mis estándares. Y la casa era mucho más lujosa, todos los
pilares de mármol frío y pinturas clásicas en las paredes.
—Siempre son ustedes tres —insistí—. Es por eso que los llaman Hermanos
Blackthorn, no el Hermano Blackthorn.
Burn asintió, señalando hacia la cocina. Las lujosas encimeras de granito
estaban llenas de comidas extrañamente decadentes para una fiesta en la casa, un
pavo entero cocinado, por ejemplo, y un pastel de queso de tres capas. Champagne,
no del tipo de la cesta de ofertas en la tienda de comestibles. Burn vio mi confusión.
—Banquete —dijo.
—De acuerdo. Tener a otras personas cocinen para ti. Me olvidé de que eso es
una situación.
—¿Quieres algo?
—No, gracias. Realmente no tengo hambre en este momento.
—¿Cenaste?
—No.
Hubo un segundo de silencio. Burn no parpadeó mientras me miraba.
—¿Me vas a contar al respecto? —preguntó.
—No.
Él se encogió de hombros de una manera que yo había empezado a interpretar
desde hacía mucho tiempo como su “está bien”.
—Fitz está abajo, en el cine. Wolf está fuera, junto a la piscina.
Por supuesto, esta elegante casa tenía un cine en el sótano.
—¿Fitz está bien? Sonaba realmente mal.
—No lo sé —respondió Burn—. No es impropio de él beber tanto. Pero sí es
impropio de él mezclarlo con otras cosas.
—¿Cosas? —continué.
—Pastillas —dijo Burn—. Por lo general, es más inteligente al respecto.
—No esta noche —aclaré.
—No esta noche —estuvo de acuerdo.
—Hablaré con él —le dije, y caminé hacia la planta baja.
—¿Bee? —me llamó Burn. Mire hacia atrás—. Sería bueno si también le dijeras
hola a Wolf.
De repente me sentí nerviosa.
—Claro, quiero decir, sí. No iba a ignorarlo ni nada.
Burn no dijo nada, y caminó hacia la multitud. Odiaba lo temblorosa que
sonaba mi risa. Pero era difícil no temblar cuando Burn sacaba esa mierda de “veo a
través de tu alma” con sus ojos. No podía saber sobre la resolución de que Wolf y yo
siguiéramos siendo enemigos. No podía saber cómo había pensado en Wolf cuando
me quedé parada en la puerta y miraba hacia la casa. Entonces ¿por qué se sentía
como que lo hacía? ¿Y por qué se sentía como si él supiera algo que yo no sabía?
El “sótano” era solo un nivel inferior de la casa, y tenía los mismos suelos de
mármol y pilares acentuando las habitaciones de huéspedes y las salas de recreación.
Había un pequeño gimnasio y una bañera de hidromasaje cubierta, con gente
borracha agolpándose dentro y agua caliente. Incluso siendo ricos, todavía usaban
esos vasos de plástico rojos, medio arrugados, en todas partes donde volteaba.
Algunas cosas trascienden los fondos fiduciarios. Vi la sala de cine, una habitación
oscura con ruido de película saliendo de ella. Dos chicas me detuvieron cuando me
aproximé.
—¡Oye, tú! Eres Beatrix, ¿verdad? ¿La estudiante becada? —preguntó la chica
más alta. La reconocí como una de tercer año. Olía tan fuerte a perfume elegante que
me dieron ganas de desmayarme. ¿Por qué estaba usando tanto? ¿A quién estaba
tratando de impresionar? Mi mente manchada de Lakecrest saltó para juzgarla como
una idiota obsesionada con el aspecto, pero sacudí ese pensamiento de mi cabeza.
No. Soy mejor que eso, ahora. He aprendido mejor.
—Uh. Sí. —Asentí—. ¿Y tú eres?
—Anna. —Sonrió y le hizo un gesto a su amiga, una rubia más baja—. Y ella es
Taryn. Te hemos visto por aquí, y solo queríamos decirte que creemos que eres
increíble.
—Uh, ¿gracias?
—¡Sí! Tener la beca McCaroll es realmente difícil, ya sabes. Dos personas en
nuestro año la han suspendido antes.
—Sin embargo, no eran tan inteligentes como tú —interrumpió Taryn.
—Por supuesto. —Asintió Anna.
—Bueno, maldición. Gracias por los elogios. No pueden verlo, pero me estoy
sonrojando. En el interior. Esperen, creo que eso podría llamarse meningitis.
Hubo un segundo, y luego las chicas se echaron a reír.
—¡Oh, esa es una buena!
Lo tomé como una señal para salir con una nota alta, pero la mano de Anna me
tomó del brazo y me detuvo.
—Oye, sé que parece extraño, pero ¿puedo hacerte una pregunta?
—¿Seguro?
Anna le lanzó una mirada a Taryn.
—Teníamos mucha curiosidad, tú y los Blackthorn son como, algo, ¿verdad?
No me gustaba a dónde iba esto.
—Define “algo”. —Hice comillas en el aire.
—Ustedes pasan el rato en el almuerzo, en clase y esas cosas. Ellos como que
hablan contigo.
—Sí… ¿y?
—No creo que realmente lo entiendas. —Anna simuló una practicada voz
pacientemente condescendiente—. Ya que eres nueva en esta escuela y todo. Pero los
Blackthorn, por lo general, no hablan con nadie.
—Fitz, sí —dije—. Con numerosas damas. Todo el tiempo.
—Sí, pero no es solo que Fitz te hable. Son los tres.
—¿Está bien? ¿Y?
—¿Cómo...? —Ambas se inclinaron, como si estuviéramos compartiendo algún
secreto peligroso—. ¿… lo haces?
—¿Hacer qué? —Estaba completamente confundida.
—Hacer que te hablen, dah. —Taryn puso los ojos en blanco.
—¿Dormiste con ellos? —presionó Anna—. ¿O fue solo, ya sabes, darles
mamadas?
—¿Qué? —Mi indignada voz hizo eco, y la gente estaba mirando. Respiré
profundo para quitarme el rojo de la cara mientras siseaba—. ¡No me acosté con
nadie! ¡Ni les di... mamadas! ¡Así no es como hago las cosas!
—Entonces ¿cómo haces las cosas? —preguntó Anna.
—Simplemente… ¡aparecí!
Taryn suspiró.
—Vamos, tiene que haber algo. ¿Por qué iban a hablar contigo, de todas las
personas?
Bien podría haberme alcanzado y dado un puñetazo en el estómago.
—¿Qué quieres decir?
—Escucha, lo siento, pero no eres exactamente... —Taryn me miró de arriba
abajo—… buen material.
De repente, era muy consciente del poco maquillaje que tenía y cuánto tenían
ellas.
—¿Material? ¿Para qué, exactamente?
—Taryn está muy enamorada de Wolf. —Sonrió Anna. Taryn le dio una
palmada en el hombro, pareciendo escandalizada.
—¡No!
—Ella quiere casarse con él.
—¡No! —Taryn la abofeteó de nuevo, luego se rió locamente.
—Solo quería algunas indicaciones, así, ya sabes, podría conocer mejor a Wolf.
Las dos chicas compartieron una mirada ante la palabra “mejor”. Sentí que iba
a vomitar.
—¿Por qué me preguntan a mí sobre todo esto? —pregunté.
—¡Porque eres la única con la que han hablado regularmente en toda la escuela
secundaria! —insistió Anna—. Wolf no estará aquí en Lakecrest para siempre, sabes.
En dos años irá a la universidad, y chicos como él, créeme, mi hermana me contó
todo sobre esto, chicos como él van a la universidad y se dejan apurar por una chica
guapa e inteligente al instante, y antes de que te des cuenta hay anillos en ambos
dedos y bebés.
—Y automóviles siendo comprados —agregó Taryn—. Y vestidos. Armarios
enteros de ellos.
Me quedé boquiabierta.
—Están... ¡están hablando de él como si fuera una especie de vaca de efectivo!
—Bueno, no hace daño que sea sexy —reflexionó Anna—. Si te gusta toda la cosa
de “irritado, arrogante y no sé cómo cortarme el flequillo”.
—Y definitivamente me gusta. —Taryn sonrió.
Hablaban de él como si fuera una especie de... cosa, como un mueble o una
instalación de arte que pudiera adquirirse. Negué.
—Escuchen, no tengo ninguna indicación para ustedes, ¿de acuerdo? Así que
déjenme en paz.
—¡Oh, vamos! Tiene que haber algo que hayas hecho bien para llamar la
atención de Wolf...
—Ella dijo que la dejaran en paz —dijo una voz familiar—. La escucharon. Ahora
salgan de aquí, antes de que les muestre cómo hacerlo. Con mi pie. Repetidamente.
Levanté la vista para ver a Keri, la chica que se sentó conmigo en el almuerzo.
Ella tenía un top y uñas lo suficientemente largas como para llamarse garras. Anna
y Taryn miraron entre ella y yo, y finalmente Anna se burló.
—Bien. No es como si la necesitáramos para Wolf de todos modos. Hay otros
dos hermanos, después de todo.
Se apartaron, susurrando y riendo entre ellas. La cara de Keri dejó caer sus
duros bordes cuando se acercó y me sonrió.
—Oye. Lo siento por ellas.
—Está bien. —Negué—. Quiero decir, no está bien, son horribles, y...
—Oh, no son las peores del grupo.
—¿No lo son?
Keri puso los ojos en blanco.
—Hay una apuesta completa entre las chicas de tercer año para ver quién será
la primera en dormir con Wolf. Prueba requerida.
Arrugué mi nariz y Keri hizo un movimiento de náuseas.
—De todos modos, las vi revolotear sobre ti como buitres y tenía que hacer algo.
Las odio.
—Gracias. Te lo debo.
—Recibo pagos en porciones adicionales de pastel de chocolate de la cafetería,
muchas gracias.
Sonreí.
—Es un trato.
Un grito de “¡KERI!” vino del piso de arriba, y Keri suspiró.
—Me tengo que ir. Ven a buscarme más tarde, ¿de acuerdo?
Asentí, y ella se fue arriba. Me dirigí a la sala de cine con cautela, la oscuridad
presionaba sobre mí. No era muy grande, lo suficiente para sentar a unas veinte
personas más o menos, pero se veía y se sentía exactamente como una sala de cine:
asientos de terciopelo, máquina de palomitas de maíz y pantalla gigante incluida.
Incluso las parejas besándose, estaban allí. Vi una figura solitaria en la primera fila
de asientos; la película parpadeante destacaba su cabello dorado. Fitz.
Definitivamente Fitz. Sus ojos estaban clavados en la pantalla en una vieja película
de Godzilla que se reproducía con entusiasmo. Me deslicé en el asiento junto a él.
Traté de discernir cómo se sentía a través de los signos físicos obvios; sus ojos
tenían párpados pesados, su cuerpo estaba relajado. Debe haber estado bajando del
subidón que tenía cuando respondió el intercomunicador de la puerta. Su camisa
estaba manchada de bebida y torcida y hecha de pura seda roja, estaba levantada lo
suficiente para mostrar su estómago y sus fabulosos bóxeres con corazones rosas.
—¿Qué quieres? —gruñó. Su humor agrio no se parecía en nada a sus habituales
sonrisas empalagosas.
—¡Y aquí estaba, esperando un hola, o un es un placer verte, o tal vez incluso
un “iuk”!
Él me vio.
—No te ves tan mal.
—A veces lo hago.
—Es cierto. A veces te ves como una mierda. He visto tus atuendos cuando no
llevamos el uniforme de Lakecrest, y no tienes sentido del estilo.
—Gracias.
—Hablo en serio, no estarías tan mal con la falda correcta. El vestido de Seamus
fue lo mejor que le pudo haber pasado a tu alma hambrienta de moda.
—Bueno, al menos tus prioridades aún están intactas. —Extendí mi mano para
sentir su frente. No estaba caliente. Frunció el ceño, todas sus pecas se fruncieron
con él.
—No hagas eso.
—¿Por qué?
—Mi mamá hacía eso.
Me quedé en silencio. Godzilla le lanzó un rascacielos a Mothra.
—Lo siento —dije—. No lo sabía.
—Nadie lo sabe —gimió—. Es por eso que está bien.
Inspeccioné el vaso plástico rojo vacío en su portavaso. Olía a ron.
—¿Cuánto bebiste? —pregunté.
—No hagas eso tampoco.
—¿Qué?
—Preocuparte. —Se desplomó más en su asiento—. Es antiestético.
—Bueno, voy a seguir siendo antiestética. —Puse mis manos debajo de sus
axilas y lo reacomodé en la silla—. Hasta que me digas cuánto bebiste.
—Algo.
Lo miré significativamente. Él bufó.
—Está bien. Mucho.
—¿Cuánto es mucho?
—Seis tragos, dos vasos del golpe especial de Martin.
—Sí, está bien, mi experiencia de “segunda-fiesta” me dice que eso es mucho.
Vamos a llevarte a un lugar tranquilo y silencioso.
—Esto está bien. ¿Qué podría ser mejor que Godzilla golpeando a una polilla
gigante?
—Vamos. —Me puse de pie—. O haré que Burn te lleve.
Fitz frunció el ceño y se levantó, tambaleante.
—No tienes que amenazarme.
—Lo hago —dije a la ligera, enlazando mi brazo debajo de él y dejándolo
apoyarse en mí—. Porque de lo contrario no harías nada.
—Oye. —Hizo una pausa—. Yo te dije eso.
—Sí. En nuestra tercera sesión de tutoría.
—¿Cómo recuerdas todas estas cosas? —preguntó mientras subíamos las
escaleras del cine juntos.
—No lo hago —jadeé—. La mayoría de lo que dice la gente, lo olvido. Solo
recuerdo lo bueno.
—Desearía poder hacer eso —dijo, más suave de lo que me hubiera gustado.
—¡Oye! Quédate conmigo. Ya casi llegamos a la cama, y luego te conseguiré un
poco agua.
Él no dijo nada. Cojeé hasta el dormitorio más cercano que pude ver. Ya tenía
una pareja besándose dentro, que lucían alarmados cuando entré.
—¡Vamos! ¡Váyanse! Este es Fitz Blackthorn al que estoy llevando —les susurré,
sabiendo que nada más que el nombre Blackthorn conseguiría que dos adolescentes
cachondos se mudaran de su nido de amor elegido. Efectivamente, toda vacilación
en sus rostros se evaporó cuando escucharon su nombre, y salieron de la habitación.
Puse a Fitz en la cama y cerré la puerta detrás de mí. Había un baño pequeño y un
vaso para cepillos de dientes, pero estaba vacío. Lo llené de agua y a él lo senté contra
el respaldo.
—Vamos, bebe.
—No. —Frunció los labios.
—No me hagas traer a Burn aquí abajo.
—No me importa. No quiero beber.
—Bien. Entonces iré por Wolf.
Esto lo hizo gemir más fuerte, y finalmente abrió los labios y tomó un sorbo.
Tosió, y cuando estaba satisfecha de que había bebido lo suficiente, bajé el vaso.
Estábamos en silencio, Fitz enfurruñado y yo mirando el agua en el vaso.
—No lo entiendo —dijo Fitz de repente.
—¿Entender qué?
Cruzó sus brazos sobre su pecho.
—Lo tienes mucho peor que yo. Trabajas duro, realmente estudias. Eres pobre,
no me mires así, solo soy realista. Tienes un papá enfermo y apuesto a que eso pone
mucho estrés en tu familia. Entonces, ¿por qué no...? Ugh.
—Usa tus palabras —le dije bromeando.
—¿Qué haces para divertirte? —Sus ojos verdes estaban confundidos—. ¿Qué
haces para desahogarte? No fuiste de fiesta hasta hace como una semana, e incluso
entonces no bebiste ni bailaste, ¡ni nada! ¿Cómo lo afrontas? ¿Toda la mierda en tu
cabeza?
—¿Es por eso que te drogas?
Él asintió.
—El mundo es como una bola de agujas y yo soy el jodido alfiletero, y es la única
forma en que puedo detener el dolor. O, es la única forma en que funciona. Créeme,
he intentado todo lo demás, el alcohol solo lo empeora. Las chicas solo lo empeoran.
—Pero haces esas cosas, de todos modos.
—Es solo una conveniencia: están allí, yo estoy allí, los dos estamos borrachos.
Podría también. Solo son estúpidas aventuras sin nada significativo detrás. Por eso
creo que estoy... estoy tan entusiasmado contigo y Wolf. —Exhaló—. Si ustedes se
juntaran sería como... tal vez el mundo no sería tan malo después de todo.
Se sentó derecho, cruzando las piernas y volviendo toda su atención hacia mí.
—Pero todavía no has respondido mi pregunta. ¿Cómo lo afrontas? ¿Eres un
robot?
Me reí.
—Desearía. Entonces las cosas serían mucho mejor. Y las matemáticas
probablemente serían mucho más fáciles. El único inconveniente es que nunca
podría volver a nadar.
—Estás evitando la pregunta. —Sus ojos eran serios. Levanté mis manos.
—Bien. Me atrapaste. Nunca lo he afrontado. Me enterraba en libros de texto
de psicología y tareas y eso me entumecía, ¿supongo? Es fácil ocupar tanto tu mente
con cosas que se olvida de sentir, ¿sabes?
Él negó, con el cabello rizado ondeando.
—No. No lo sé. Siento todo, todo el tiempo para siempre. Con detalles
insoportables.
Puse mi mano sobre la suya.
—Si te hace sentir mejor, vine a esta fiesta para alejarme de la mierda en casa.
Supongo que llegué a un punto de quiebre, porque aquí estoy, la becada sin vida, sin
ropa elegante, sin habilidades para bailar.
—Sí, en realidad, ahora que lo mencionas, definitivamente destacas un poco. —
Sonrió con suficiencia, mirando sarcásticamente mi gigante sudadera gris y mi
cabello desordenado. Yo estaba callada. ¿Qué estaba haciendo aquí? Necesitaba estar
en casa. Necesitaba negociar la paz. Papá y mamá probablemente se estarían
arrancando las gargantas, y cuando todo terminara, papá se sentiría muy mal y
mamá se marcharía, y él estaría solo con sus pensamientos de odio hacia sí mismo.
Cerré los ojos con fuerza. No podía regresar. No importa cuánto quisiera, ya no
podía ser la solucionadora. Si tenía que poner una sonrisa falsa una vez más y
mentirle a papá diciéndole que iba a estar bien, me desmoronaría. Me dolía el
corazón, como un espejo con una profunda grieta, listo para quebrarse en cualquier
momento. Pero si no volvía, ¿para qué era todo esto? ¿Para qué eran todos mis
estudios en Lakecrest, NYU? ¿Para qué era todo este espionaje para el señor
Blackthorn y mentirles a los hermanos? Sería desperdiciado. Estaba haciendo todo
esto exactamente por momentos como este, para ayudar a papá. Para evitar que su
depresión lo consumiera. Si llegaba a casa, y él se había lastimado…
Volví a la realidad solo para ver a Fitz sacando una bolsita pequeña de su
bolsillo. Dentro había dos pequeñas pastillas blancas. Él me vio mirando fijamente y
sonrió con suficiencia.
—Mi otra pastilla fue hace cuatro horas. Es hora de recargar.
—Fitz…
—No lo hagas, Bee. Por favor. Las necesito. Las necesito esta noche más que
nunca. Sé lo que estoy haciendo, he hecho cosas peores que esto antes. Así que solo
confía en mí, ¿de acuerdo? Déjame lidiar con mi mierda a mi manera.
—Burn dijo…
—Burn no sabe nada —espetó Fitz—. Sobre cómo es. Él corre al bosque, al
océano, a las montañas, a un lugar donde nadie puede encontrarlo o hablar con él...
—Se encogió—. Él nunca está cuando lo necesitas. Nos ha abandonado a mí y a Wolf
demasiadas veces como para que me importe una mierda lo que ha dicho. Él piensa
que soy adicto. ¡Y tal vez lo sea, pero al menos no soy un solitario que no puede
soportar estar para sus hermanos menores!
—Vaya. —Bajé la voz—. Está bien. Oye, está bien. No lo quise decir así.
Fitz se masajeó la frente.
—Dios. Lo sé. Sé que no lo hiciste. Solo estoy.... solo estoy enojado con él.
Hubo un silencio. No podía evitar pensar en las imágenes del cuerpo roto y
sangrando de papá destellándose en mi mente. Las maletas de mamá embaladas
cuando se fue, divorciándose de él. Mis padres nunca más volviéndose a hablar. Mi
cerebro luchaba contra mi corazón, y mi corazón luchaba contra mi alma, dejando
cráteres y tierra quemada a su paso.
Mis ojos se posaron en las pastillas en la mano de Fitz. Lo observé tomarse una
con agua, y él me vio mirando fijamente.
—Tú... no querrías una de estas, ¿verdad?
—Yo no… yo nunca…
—Bueno, yo lo he hecho mucho —dijo Fitz—. Sé qué buscar, cuáles son las
señales de peligro. Y estaré aquí contigo.
Estudié la pequeña píldora.
—¿Qué hace?
—Te relaja. Todos tus músculos. Y olvidas, por un tiempo, todo lo que vino
antes. Todas las cosas que te molestan.
—¿Cuánto dura?
—Oh, una hora. Dos horas. Tres si bebes algo con eso y tienes suerte.
—Entonces la tomas y ¿haces qué? ¿Bailar? Eso no suena divertido.
—Podríamos quedarnos aquí, hablar de cosas. Cosas que no sean tristes, para
variar.
Mi cerebro era una cámara de eco de dos palabras; “papá muriendo”. Una y
otra vez, como un coro de voces incorpóreas que se negaban a liberarme de mi
sufrimiento. Mis uñas se clavaron en mi palma.
—Está bien. Pero debes prometer que te quedarás conmigo.
Fitz sonrió, tan dorado y encantador que casi me cegó.
—Lo prometo.
Tomé la pastilla con manos temblorosas y rápidamente la bebí con agua antes
de poder cuestionármelo. Fitz y yo nos recostamos en la cama, y mi estómago bailó.
—Voy a ir a la cárcel por esto, ¿verdad? —pregunté. Fitz se rió.
—Tal vez. Pero probablemente pueda sacarte. Sus sistemas de seguridad son
notoriamente obsoletos. Burn podría ser el músculo. Wolf solo podría mirarlos y
hacerlos mearse encima.
—Él tiene ese efecto —acepté. Me sentí como si estuviera esperando que el
hacha caiga en una guillotina. ¿Cuándo empezaría a hacer efecto la pastilla? ¿Lo
sentiría? ¿Moriría en el momento en que golpeara mi torrente sanguíneo?
El tiempo comenzó a difuminarse. Fitz y yo volvimos a hablar de la Guerra de
las Rosas y de los estúpidos que eran los trajes en ese entonces, y de repente, a mitad
de la frase sobre los Lancaster, sentí que todo mi cuerpo se calentaba. Era como si
alguien hubiera cambiado los engranajes de mi cerebro por una bicicleta, porque el
miedo me dejó de repente. Todas las voces en mi cabeza que me decían que papá se
estaba muriendo y yo era egoísta y estúpida por ignorarlo en este momento,
simplemente... se evaporaron. Todas mis dudas se ahogaron en pequeñas y suaves
olas de paz. Miré a Fitz y él me sonrió.
—¿Ves? Eso no fue tan difícil, ¿verdad?
—Es... agradable —me maravillé—. Mi cuerpo se siente pesado pero agradable.
Permítanme aclarar esto, papel y lápiz; las drogas apestan. Quiero decir, podía
entender a Fitz y su asunto de la marihuana; papá fumó hierba cuando era más joven,
e incluso cuando yo era una niña, pero se detuvo cuando comenzó a afectar su
depresión cada vez más y más. Aceptaba sus viajes personales a la hierba. Sabía que
no debía creer en las tácticas de miedo de los medios de comunicación de “¡la hierba
puede matar!” o alguna otra tontería. ¿Pero las cosas como estas pastillas? ¿Tomarse
medicamentos como si fueran golosinas? Nada bueno salía de eso. Eso era lo
realmente malo. Y lo aprendí de la manera difícil, esa noche.
—Vámonos. —Fitz se sentó—. Tengo hambre.
—Yo también —estuve de acuerdo, mi estómago sonó vorazmente.
Nos sentamos y caminamos juntos escaleras arriba. Era extraño; incluso mover
mi cuerpo se sentía bien, como si lo estuviera haciendo en cámara lenta, bajo el agua,
como si me estuviera moviendo a través de una habitación llena de las almohadas
más algodonosas y esponjosas de todos los tiempos. Fitz y yo atiborramos nuestros
platos de papel con pavo, sofisticados omelets y tarta de queso antes de colapsar en
el sofá disponible más cercano. Alguien había encendido algo de música y la gente
bailaba en la sala de estar. Parecía divertido. Si solo mover mi cuerpo se sentía bien,
no podía imaginarme cómo se sentiría bailar así. Fitz me vio mirando fijamente, y
una vez que terminamos de comer me levantó.
—Vamos. Baila conmigo.
—¡No puedo! —Me reí. El sonido de mi propia voz me sobresaltó. ¿Cuánto
tiempo había pasado desde que me reí así, como si estuviera emocionada y realmente
divirtiéndome?
—No tiene otra opción, señora. Puse jugo de baile secreto en esas pastillas —
susurró, y me reí de nuevo. Él me condujo a través de la multitud hacia el centro.
—En serio, no puedo bailar —insistí. Fitz me devolvió la sonrisa por encima del
hombro.
—Solo escucha la música. No pienses en nada más, solo escucha los tambores.
Podría haber estado drogada, pero no era totalmente ignorante de cómo me
veía. Me balanceé nerviosamente. De repente, Fitz sacudió sus brazos y piernas en
un baile entusiasta. Nada de lo que yo hiciera se vería tan mal. Me reí tanto que me
dolía el estómago, y cuando me levanté por aire todo lo que podía oír era mi sangre
corriendo por mis oídos y los tambores golpeando en ellos. Esta música era genial.
Levanté los brazos; las almohadas presionando contra mi piel otra vez, eran tan
suaves y reconfortantes.
Bailamos hasta que sentí que mi cara estaba en llamas. Fitz me sacó de la mano
de la multitud.
—Estoy tan caliente —jadeó.
—¡Y lo sabes! —Le di un codazo. Él se rió entre dientes y señaló las puertas de
vidrio que salían de la cocina y hacia la piscina.
—Vamos a tomar un poco de aire.
Había mucha menos gente fuera que dentro. Cuando el aire frío del otoño besó
mi piel sudada, casi me quedé sin aliento. Se sentía increíble, como broncearse
durante horas y luego sumergirse en el frío océano. Sentí mi agradable piel de gallina
mientras Fitz se quitaba los zapatos y ponía los pies en la piscina. Hice lo mismo. Por
un momento, miramos las estrellas, girando nuestros pies en el agua. La gente de
fuera comenzó a entrar cuando alguien gritó “cerveza pong”. Pronto solo quedamos
Fitz y yo. Me pregunté brevemente a dónde se había ido Wolf. Burn dijo que estaba
aquí fuera antes.
Los ojos de Fitz se pasearon por las piernas de una chica que jugaba cerveza
pong adentro. Me dio un codazo.
—Voy a buscar un trago. Quédate aquí, ¿de acuerdo? ¿Quieres algo?
Negué. Se movió para levantarse, pero yo agarré su brazo.
—Gracias, Fitz. Por esto.
Él sonrió juguetonamente.
—Cualquier cosa por mi desaliñada becada.
Desapareció dentro de la casa, dejándome con un delicioso vacío en mi cabeza.
En cierto modo, era algo así cómo me sentía haciendo paracaidismo, excepto sin la
adrenalina. De hecho, probablemente tenía adrenalina negativa, con lo lenta que me
sentía. Incluso mis parpadeos parecían demorar siglos. El agua estaba tan fresca en
mis pies, y mi cuerpo estaba tan cómodo. El mundo se oscureció.
No recuerdo nada de lo que sucedió después de eso, lápiz y papel. Lo siguiente
que recordé eran gritos. Montones de voces altas, todas a la vez. Eran suaves, pero
crecían lentamente hasta que me atravesaban los tímpanos.
—¡No puedo creer que hayas hecho esto! —Una voz furiosa, ardiendo desde el
interior, consumiendo cada sonido con sus llamas.
—¡Fue un segundo, Wolf! —Una voz melodiosa, enojada, pero fluida y brillante,
como una bebida gaseosa. La voz de los incendios forestales estalló de nuevo.
—¿Un segundo? Me estás diciendo que la dejaste sola, intencionalmente, ¿para
qué, para bajar tus tranquilizantes con bourbon? ¿Tu jodida fiesta drogada es más
importante que ella?
—Perseguía a una chica —dijo una tercera voz, baja y uniforme, como arena gris
mojada, aunque los bordes de la misma temblaban.
—Una chica —se burló la voz de fuego—. Me das asco.
—No sabía que ella se caería en...
—¡Era tu responsabilidad! —gritó Fuego tan fuerte que se hizo eco—. Ella confió
en ti, y tú la abandonaste, y si está herida para siempre te juro por Dios, seas mi
hermano o no, te arrancaré la columna por la garganta...
Había algo suave debajo de mí, no las almohadas, algo más sólido que eso. Abrí
los ojos, el aire estaba tan frío. Mi cuerpo se sentía mojado por todas partes, lagunas
manchaban las sábanas debajo de mí. Estaba en una habitación, y personas borrosas
se reunían alrededor. Alguien se sentó en la cama junto a mí, alguien enorme y
ancho, y dos personas se mantenían de pie, gritándose el uno al otro.
—¿B-Burn? —intenté. Mi voz era ronca, y dolía hablar. La figura me miró. Mi
visión se aclaró, era Burn; su rostro se suavizó con preocupación.
—Ahí estás. ¿Estás bien?
Me reí, aunque dolió.
—Me siento como la mierda.
Sonrió levemente ante nuestra broma interna, y me ayudó a sentarme,
lentamente. El cambio en la elevación hizo que mis pulmones se comprimieran y
comencé a toser. No pude parar, las toses sacudieron mi cuerpo. Me dio un vaso de
agua y bebí con avidez.
—Mi garganta está en llamas —logré decir. Wolf ahora estaba frente a mí, sus
ojos verdes ardían.
—¿Te duele en algún otro lado? —exigió. Negué.
—N-no. ¿Qué pasó? Lo último que recuerdo…
Miré a Fitz, que no podía mirarme a los ojos. El labio de Wolf se curvó.
—Aparentemente, Fitz te drogó —dijo.
—Lo s-sé. Yo se lo pedí.
Burn pareció sorprendido, por una vez.
—¿Lo hiciste?
Asentí.
—No podía… mis padres estaban peleando y tuve que irme, así que vine aquí.
Solo quería olvidar. Por un ratito.
Wolf se estremeció. Burn se levantó, poniendo una mano sobre el hombro de
Fitz.
—Estaremos fuera —dijo. Fitz no dijo nada, o incluso trató de pelear cuando
Burn lo sacó de la habitación. La puerta se cerró detrás de ellos, y solo quedamos
Wolf y yo. Entrecerré los ojos atontada, no muy segura si estaba viendo la cara de
Wolf bien. No hay forma de que pudiera estar tallada con preocupación. No Wolf. No
sobre mí. Extendí la mano, lentamente, pensando que tal vez estaría bien tocarlo esta
vez, si lo hacía despacio. Mis dedos se desviaron a lo largo de su arrugada ceja, y
presioné.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó, y juro que escuché todo el fuego en su voz
convertirse en brasas con esas palabras.
—Intentando… —Presioné más fuerte—… hacer que las arrugas de
preocupación… —Otra presión—… se vayan.
Pensé que él me apartaría. Indudablemente. Eso es lo que Wolf haría. Pero para
mi sorpresa, cerró mis dedos con los suyos, guiando mi mano hacia abajo para
descansar en la cama.
—Se me permite estar preocupado por ti —dijo. Olía a canela y luz de luna.
—Hueles bien —dije.
—No cambies de tema —presionó, aunque su voz permaneció suave.
—¿Cuál era el tema? —Moví mis dedos contra su palma, como un lagarto feliz,
o las patas de una araña—. Oh, cierto. Preocuparse.
—Te caíste en la piscina —dijo Wolf—. Te desmayaste por… no sé por cuánto
tiempo. Segundos. ¿Diez? Keri te vio, gritó y yo fui corriendo y…
Su mano se apretó alrededor de la mía.
—Pensé que estabas muerta.
Incluso a través de mi neblina de drogas, sentí la pesadez de esa frase. Muerta.
Papá podría estar muriendo. No, no quería pensar en eso. La madre de Wolf murió.
Él lo vio. Probablemente gente muerta no era algo que quisiera volver a ver.
—Lo siento —murmuré, la vergüenza me recorría—. Por hacerte pasar por eso
otra vez.
—¿Otra vez? —Wolf entrecerró los ojos—. Entonces ya sabes.
—Sí. Fitz me lo dijo.
—Fitz ha hecho muchas cosas terribles últimamente. —Wolf suspiró.
—Por favor, no te enojes con él… yo pedí las drogas.
—Sí, Bee, lo hiciste. Pero eso no cambia el hecho que nunca antes has tomado
algo así y Fitz sí. Fitz debería haber sabido que no debía darte algo tan fuerte. No
debió dejarte sola, en una fiesta como esta.
Fruncí el ceño, liberando mi mano.
—¿Estás enojada? —preguntó Wolf.
—Estoy enojada —dije—. Porque ustedes siempre están enojados el uno con el
otro todo el tiempo. Excepto Burn. Es el único que no está enojado contigo, incluso
si se está escapando, pero Fitz está enojado con él, y tú estás enojado con Fitz, y por
una vez me gustaría que pudieran hablar sobre eso como adultos en lugar de
ignorarlo hasta que se pone malo. Eso son… son tácticas evasivas clásicas 101. El
resentimiento va a hacer que la comunicación sea imposible a menos que...
—Estoy enojado con Fitz porque su negligencia te lastimó.
—¿Por qué te importaría? Somos enemigos.
—No somos enemigos. —Exhaló.
—¡Lo somos! ¡Dijiste que deberíamos serlo!
—Dije… —Giró un anillo de plata alrededor de su dedo—. Dije muchas cosas
que no debí. Acerca de ti. Lo siento. Por llamarte patética, donde Seamus.
—¿Sientes haberlo dicho o sientes que lo haya escuchado?
—Lo siento por decirlo. Todo. No estaba bien. Y no era verdad.
Estudié su rostro. La droga se estaba acabando, y las cosas comenzaron a
sentirse menos bien. Los pensamientos comenzaron a arremolinarse en mi cabeza,
amenazando con convertirse en ese tornado horrible y grotesco de los peores
escenarios.
—Entonces ¿no crees que sea patética? —pregunté finalmente. Wolf se
estremeció.
—No.
—Entonces ¿por qué lo dijiste?
—Porque sí. Porque es más fácil pretender odiarte frente a las personas, que
hacerles saber la verdad.
Mi corazón saltó a mi garganta.
—¿Qué verdad?
Wolf hizo girar su anillo más rápido.
—Yo… tengo que decírtelo, sobre Mark. Mereces saber.
—Wolf, si te hace sentir incómodo…
—Estaba enamorado de él —espetó—. Desde el momento en que ingresó a la
escuela. Estaba... atraído por él, de una manera en la que nunca antes me había
sentido atraído por nadie. Al principio pensé que era amistad, pero cuanto más
tiempo estuvimos juntos, más me di cuenta...
Wolf tragó saliva, su anillo era un arco cegador de plata que captaba la luz de la
lámpara.
—Lo amabas —le ofrecí. Wolf asintió, solo una vez y con fuerza.
—Pero él no sentía lo mismo. Cuando le dije, él... —Los anchos hombros de Wolf
comenzaron a temblar, tan minuciosamente que apenas lo noté—… cambió.
Completamente. Se burló de mí al respecto. Me golpeó por eso. Dijo que le diría a
toda la escuela que yo era...
Me estremecí, la desagradable voz de Mark de ese día en la piscina hizo eco en
mis recuerdos. Wolf se aclaró la garganta.
—Me lo restregó. Lo usó para manipularme y hacer lo que quisiera. Y la peor
parte fue que nunca tuve ganas de hacer algo. Todavía lo amaba, sin importar cuánto
golpeara, o cuánto gritara. No importa qué tan malo fue, seguí pensando que podría
cambiarlo, volver a ser como era. Que, si lo aceptaba, estuviera de acuerdo con él, si
hacía lo que quisiera, volvería a ser la persona de la que me enamoré al principio.
Estaba tan ciego. En mi punto más bajo, cada vez que terminaba de golpearme, yo
pensaba “bueno, tal vez ahora se relaje y se calme”. Así de malo fue.
—Wolf…
—Y luego… —Wolf giró el anillo aún más rápido—. Y luego me cansé de eso. De
repente, me di cuenta que nada iba a cambiar. Él iba a seguir siendo así, y no había
ninguna cantidad de golpes que pudiera recibir antes que volviera a ser el de antes.
Y se dio cuenta que me había dado cuenta de que su dominio sobre mí se estaba
debilitando, así que comenzó a decir que se mataría. Que, si lo dejaba, él se suicidaría
y su muerte sería mi culpa.
Mi pecho se contrajo tan fuerte que era difícil respirar.
—Y me quedé despierto todas las noches después de eso. —Wolf apretó los
dientes—. Acostado en la cama, preguntándome si estaba cortando su brazo en ese
momento. Cada segundo que estaba lejos de él era un segundo que se estaba
matando a sí mismo. No pude dormir. Dejé de comer.
—¿Fitz, o Burn…?
—No pudieron hacer nada. No los dejaba —dijo rápidamente—. Temía que, si
alguien más interfería, enloquecería a Mark y moriría por mi culpa.
El dolor en mi pecho se movió a mi corazón.
—Y luego tú... lo golpeaste.
—No sé lo que pasó —dijo Wolf, con los ojos verdes de repente distantes, y dejó
de girar su anillo—. No lo recuerdo para nada, y esa es la parte más aterradora. Solo
recuerdo ir a la escuela esa mañana, cansado, muy cansado, y luego dijo algo, y todo
lo que sigue es un agujero negro donde deberían estar los recuerdos. —Miró las
sábanas, estudiando los hilos como si su vida dependiera en eso—. Lo siguiente que
recuerdo es que estaba en la oficina del director. Y nunca más vi a Mark. Hasta las
semifinales.
—Lo… lo siento mucho, Wolf.
—Está bien. Se acabó. Eso es todo lo que importa.
—¡No, eso no es cierto! —Me senté más derecha—. Es un gran paso que le estés
diciendo a alguien. A mí.
—Son solo palabras —murmuró.
—Es un indicador realmente positivo —le aseguré—. Significa que has tenido
suficiente tiempo entre el evento y el presente para comenzar a formar un punto de
vista retrospectivo.
—¿Y se supone que es bueno? —gruñó.
—Es mejor que revivir el pasado y el dolor.
Wolf estaba callado. El aire parecía pesado, como si tratara de sofocarnos a los
dos. Tuve que hacer algo. Así que extendí mis brazos.
—Vamos.
Wolf fulminó con la mirada.
—¿Qué?
—Vamos. Dame un abrazo.
—Pensé que habías dicho que ya no me los darías.
—Puedo hacer una excepción esta vez.
Wolf se sentó en la cama, cautelosamente, luciendo como la criatura de su
sobrenombre. Murmuró algo, pero era demasiado suave para escuchar.
—¿Qué? —pregunté.
—Dije… —Se aclaró la garganta—. Está bien… está bien si yo... no, mierda, va a
sonar estúpido o espeluznante. O ambos.
—¿Qué es? No me dejes en suspenso.
El rojo más leve se deslizó sobre sus pómulos altos.
—¿Estaría bien... si pongo mi cabeza en tu regazo?
Casi me río de lo adorable que se veía, pero luego me di cuenta que sería una
mierda escucharlo de alguien a quien le preguntaste algo tan personal. Asentí, en
cambio.
—Por supuesto. Si no te importa la ropa húmeda.
Estiré mis piernas, y se acostó sobre la cama de lado, apoyando su cabeza en mi
regazo. Fue incómodo por un momento, hasta que mis manos, picadas por algo que
hacer, encontraron su cabello. Lentamente, acaricié su cabeza.
—¿Está bien? —pregunté. Un sonido de “hm” fue todo lo que obtuve de él.
Mantuve mis caricias lentas y suaves. Su cabello era tan hermoso, como el color de
la pluma de un cuervo, y tan suave. El temblor en sus hombros lentamente
retrocedió, hasta que estuvo completamente quieto, solo su respiración moviendo su
pecho hacia arriba y hacia abajo—. Gracias, Wolf.
—¿Por qué? —preguntó.
—Por contarme sobre Mark.
Abrió la boca, luego la cerró y luego la volvió a abrir.
—Se sintió como el momento correcto. Para decirle a alguien.
—Oh, entonces no soy especial.
—Nunca dije eso. Ahí vas, deduciendo cosas de nuevo.
Me reí.
—Estaba bromeando.
—Tu humor apesta.
—También tu cara, pero no me ves quejándome, ¿o sí?
—Constantemente. Todo lo que sale de tu boca es un flujo constante de insultos
sobre mi nariz y mis ojos.
—Tienes ojos bonitos —admití. Lo sentí rígido en mi regazo—. ¿Qué? Estoy
segura que muchas personas lo han dicho. ¿No puedo decir la verdad?
—No, es solo que… —Exhaló—. Es diferente. Al escucharlo de ti.
—¿Diferente cómo? ¿Bueno o malo?
—Bueno —afirmó—. Lo mejor que he oído alguna vez. Podría escucharte
elogiarme por siempre.
—Bueno, eso es solo tu ego hablando —le dije—. Y odiaría alimentar esa cosa.
Ya es enorme.
—Con el peso y la densidad de un agujero negro —estuvo de acuerdo.
El ruido de la música se atenuó a través de las paredes, hasta el punto que casi
sonó como un susurro. La fiesta en sí se sentía como un sueño lejano, como si las
únicas cosas reales estuvieran en esta habitación, con Wolf y yo. Me sentí como si
estuviera en una burbuja con él, un espacio cálido, seguro y amable, algo que aliviaba
todos los nervios agitados en mi cabeza mejor que las drogas alguna vez podrían. No
importaba que mi ropa estuviera empapada y que respirar fuera un poco difícil. Todo
lo que importaba era que estaba viva, aquí, con alguien más cerca de mí para
demostrarlo con el calor corporal y la presión de todo su ser. Wolf constantemente
giró un anillo en su mano, y me aclaré la garganta.
—Nunca te pregunté sobre esos anillos. ¿Por qué usas tantos? ¿Es como un
mecanismo de supervivencia?
Se encogió de hombros.
—Más o menos. Cuando los llevo, parece que, incluso si alguien se acerca a mí,
seré capaz de defenderme. Si alguien intenta lastimarme otra vez, al menos mi
puñetazo duele más que el suyo con todo este metal.
—Eso... tiene un sentido retorcido.
—Y quita mi mente del presente —dijo—. Si giro un anillo, me concentro menos
en qué tan cerca está la gente de mí.
—Entonces son como pequeñas distracciones.
—Sí. Es estúpido, pero...
Tragó saliva, y sonreí.
—Oye, está bien. No me voy a reír. Mucho.
—Es estúpido —repitió—. Pero cuanto más tengo de ellos, más seguro me
siento.
—Así soy yo —estuve de acuerdo—. Con libros. Libros de texto, en realidad.
Acerca de la salud mental. Cuanto más tengo, más siento que mi papá está a salvo.
Son solo palabras que te enseñan técnicas, y no son realmente efectivas sin el
entrenamiento adecuado, pero aun así...
—Todavía los necesitas para sentirte bien —terminó por mí. Asentí.
—Sí. Algo como eso.
Nos empapamos en el silencio. Estaba empezando a sentir más y más, el
asombroso y terrible entumecimiento de la droga saliendo de mi cuerpo, oh, muy
lentamente.
—Estaba preocupado —dijo Wolf, con voz ronca—. Que nunca te despertarías
otra vez.
—Me quedaron algunas cosas por hacer —bromeé—. Así que decidí regresar.
No se rió ni sonrió ante el chiste. Solo me miró.
—¿Sabes por qué traté de quitarte tu beca?
—¿Porque te enojé y eres un idiota por naturaleza?
—Porque tenía miedo —dijo—. Aún lo tengo.
—¿De qué?
Una sombra apareció en su mirada.
—De ti.
Mi mundo se sentía como si estuviera siendo absorbido por él, como si los dos
estanques verdes debajo de mí estuvieran sacando toda la luz de la habitación y el
aire de mis pulmones. Forcé una risa nerviosa.
—No soy tan temible.
Algo cambió en su rostro, los bordes suaves endureciéndose, como si la lava se
enfriara. Fue casi como si se hubiera dado cuenta de algo. Se sentó de repente y se
levantó de la cama.
—¿He… dicho algo malo? —pregunté.
—No. —Se ajustó los puños de su camisa a rayas, arrugada por la cama—.
Acababa de terminar de tratar de tocar a alguien. Solo hay cierta cantidad de
estímulo que puedo soportar antes que se vuelva insoportable.
—C-claro —tartamudeé, desconcertada por lo formal que era su voz. Imparcial.
Indiferente. Completamente diferente de la voz ronca del chico que acababa de
confesarme su pasado más oscuro no hace un minuto.
—Gracias —dijo—. Por prestarme tus servicios.
—Mmm. ¿De nada?
Asintió brevemente y salió por la puerta, cerrándola detrás de él y dejándome
desconcertada, todavía hecha un desastre mojado. Sintiendo que había hecho algo
mal de alguna manera, cerré la puerta con llave y sequé la ropa en un calentador
cercano, envolviéndome en el edredón mientras tanto. Alguien sacó mi teléfono del
bolsillo y toqué los botones de manera experimental. Tardó unos segundos, pero el
teléfono se encendió. Se apagó de inmediato cuando intenté acceder a mis mensajes
de texto, pero con un poco de persuasión pude volver a encenderlo y leer el primero
rápidamente antes que el teléfono se apagara nuevamente.
Era del señor Blackthorn. Mi estómago dio un vuelco.
Bee, odio contactarte así, por temor a que Fitz lo sepa, pero pensé
que teníamos un acuerdo para reunirnos esta noche, tal como lo
hicimos la semana pasada y la semana anterior. Por favor, venga a
Ciao Bella en cuanto pueda. Estaré esperando hasta que el lugar cierre
a las 12.
¡Mierda, mierda! Lo olvidé totalmente. ¡Estaba tan concentrada en salir de la
casa, y las drogas, y todo lo que estaba pasando, que lo había olvidado por completo!
¿Estaba bien conducir? Lo probé caminando de ida y vuelta en línea en el suelo, mis
pasos constantes. De acuerdo, sí. No tomé ningún trago de alcohol, así que debería
haber estado bien. Me puse la ropa y salí corriendo de la habitación, buscando a Fitz.
Lo encontré arriba, acurrucado en un rincón de un sofá con Keri y descansando su
cabeza sobre su hombro abatido. Burn lo miraba desde el otro lado de la habitación.
Corrí hasta Fitz.
—Oye, ¿estoy bien para conducir? —le pregunté.
Fitz enterró más su cabeza en el hombro de Keri para evitar mirarme. Keri puso
los ojos en blanco y lo obligó a alejarse.
—Vamos, le debes una frase como mínimo —le regañó Keri.
—No te preocupes por lo de la piscina, ¿está bien? Estoy bien, ¿ves? —Presumí
con un giro, pero Fitz solo miró ceñudo a la alfombra a mis pies.
—Ya debió pasar el efecto —refunfuñó.
—¡Genial! —Sonreí y le di unas palmaditas en la cabeza—. Te veré luego
entonces. Dile a Burn y Wolf que tengan una buena noche por mí, ¿quieres?
No respondió, Keri me mostró una sonrisa de “lo siento”. Le resté importancia
y me dirigí hacia la puerta. Era extraño, los susurros me seguían. Y no el tipo
tranquilo.
—Se cayó en la piscina y casi se ahoga.
—¿Nadie llamó a una ambulancia?
—Wolf le dio RCP, así que no lo necesitaba. —Alguien rió.
Mi mano se congeló, flotando sobre el pomo de la puerta delantera. Me obligué
a abrir la puerta, salir y actuar de forma natural incluso cuando mi cabeza giraba
caóticamente. RCP. Eso significaba, como, golpear mi pecho, ¿verdad? Eso fue todo.
Eso fue todo. No hubo ninguna relación de boca a boca, excepto que definitivamente
lo hubo, porque era RCP y oh Dios, mi vida había terminado, le sonreí como si nada
hubiera pasado entre nosotros, pero definitivamente, definitivamente puso sus
labios en los míos…
Hice una mueca en cada paso que di al auto. ¡Fui tan casual en la habitación!
¡No me sorprendía lo incomodo que se vio todo el tiempo que estuvimos juntos! El
habría… yo habría… nosotros hubiéramos…
Golpeé mi cabeza contra el volante y me dije que respirara profundamente.
Eran solo labios. ¿A quién le importaba? Él básicamente salvó mi vida, eso es mucho
más importante que el hecho que fue un casi beso. Hubiera sido la peor persona en
la fiesta que me pudiera dar RCP, Taryn o Anna, o quizás otro chico que se rehusara
a apartar la mirada de los pechos de una chica, y aun así hubiera estado agradecida
de que me salvaran. ¡Había sido estúpida por siquiera entretenerme en el asunto de
drogas de Fitz! La desesperación casi me mató esta noche.
Los caminos, vacíos e iluminados con la luna, se veía de algún modo más
hermoso que nunca. Quizás fue la experiencia de casi la muerte. Quizás era la
vergüenza de tomar decisiones de mierda en una muy pública fiesta. Quizás era el
hecho que Wolf y yo técnicamente nos besamos. Quizás era el hecho que dejé que
Wolf Blackthorn colocara su cabeza en mi regazo cuando claramente le dije que
nunca más le volvería a ayudar. Quizás era su paga por salvarme. Podía
racionalizarlo de cientos de maneras, pero el hecho que importaba más era que había
ido en contra de mi palabra. ¿Y la peor parte? No me importaba. Se sintió bien,
ayudar. Ser necesitada. Aunque no podía ayudar a mamá y papá, podía ayudar a Wolf
Blackthorn, al menos.
Y ahora, estaba a punto de apuñalarlo por la espalda.
No lo haría más. Eso era todo. No podía seguir espiando para el señor
Blackthorn. Le diría que no quería hacerlo más, que renunciaba. Y lo que fuera que
sucediera por eso, lo manejaría. Yo me había metido en este lío. Lo menos que podía
hacer era tratar de sacarme de este.
Aunque eso significara arriesgar NYU. Aunque significara arriesgar todo por lo
que había trabajado jodidamente demasiado. No podía seguir haciéndolo. No
después de todo.
Encontraría otra forma de ayudar a papá. Encontraría otro modo de mantener
mi beca, estaría bien. Me abracé un poco mientras salía del auto en el
estacionamiento de Ciao Bella. Todo estaría bien. Tendría que estarlo. Tienes que
hacer que esté bien, Bee. Por ti, por papá, y mamá, y por los hermanos Blackthorn.
Todos cuentan contigo.
Ciao Bella estaba prácticamente vacío cuando llegué. Revisé mi teléfono,
sacudiéndolo un poco para que se encendiera, eran las 11:47. Empujé las puertas sin
aliento, mi corazón golpeando contra mi pecho. El señor Blackthorn sentado en la
parte de atrás, mirándose perfectamente sereno y calmo. Eso solo me ponía más
nerviosa. Este era el hombre más poderoso en la mesa directiva, y estaba a punto de
decirle que colocara su cabeza en su trasero. Amablemente.
—Hola, señor Blackthorn. Lamento llegar tarde.
Su hermoso rostro se arrugó con una sonrisa.
—Está bien. Escuché de Kristin que estabas en la fiesta. Haciendo un poco de
investigación por mí, asumo. Qué amable de tu parte.
—Uh, sí, sobre eso. —Torcí la servilleta en mis manos—. Gracias por, uh, la
oferta y todo, pero voy a renunciar.
El señor Blackthorn no reaccionó, solo tomando un lento, sorbo de su café.
Parecía como si no hubiera dicho nada, como si mi voz estuviera en silencio.
—No voy a hacerlo más —insistí—. La cosa de espiar.
—Si tu beca es lo que te preocupa, no lo haga, señorita Cruz. Voy a honrar mi
trato. Lo tiene también escrito.
—No es eso…
—¿Entonces qué es? —preguntó el señor Blackthorn, un poco más fuerte que
antes—. ¿Son mis hijos? ¿Te están lastimando? ¿Siendo crueles? ¿No puedes poner
de lado tus sentimientos por unas semanas y superarlo por el bien de tu futuro? —Se
recargó en la cabina y suspiró—. Pensé que eras más fuerte que eso.
Él estaba tratando de manipularme. Todas las señales estaban ahí. El hacerme
menos, el “tú eres mejor que eso”. Sus guardaespaldas, los dos usuales hombres en
traje, ni siquiera parpadearon.
—Escuche, señor Blackthorn —inicié—. Estaba asustada, cuando acepté esto.
—¡Y deberías estarlo! —Él asintió—. Tú padre está muy enfermo, señorita Cruz.
Y quien sabe con una enfermedad como esta, él podría empeorar en cualquier
momento. Entre más aprendas en Lakecrest, serás más capaz de ayudarle. NYU tiene
uno de los mejores programas en el país. Solo piensa, en tres años, vendrás en tus
vacaciones de verano y su salud habrá mejorado notablemente. Puedo prometerle
eso.
Permanecí en silencio. El señor Blackthorn se movió hacia adelante.
—Señorita Cruz, entiendo que esté bajo el estrés, tanto de mis hijos como de su
propia familia. Realmente aprecio lo que ha hecho hasta este momento por mí. Tiene
que aceptar un regalo de agradecimiento.
Lo miré, confundida, mientras sacaba su chequera y garabateaba. Me pasó un
cheque, mis ojos se abrieron al ver el número.
—De… de ninguna manera...
—Esto va a cubrir exactamente los costos del psicoterapeuta, un buen amigo
mío, el doctor Mirelle. Está en la ciudad, pero es bueno, y se especializa en depresión
y ansiedad. Esto es suficiente para dos semanas de terapia intensa. Sé que tu familia
no puede costearse este tipo de cuidados, así que es propio de mi parte que ayude
donde puedo.
Miré el número, la simple tinta brillando contra el papel. Cinco mil dólares. Era
la mayor cantidad de dinero que había tomado con mis manos. Su firma estaba justo
ahí, no era falsa o una broma. Esto era mucho dinero, que me ofrecía gratis. ¿Gratis?
Fruncí el ceño, no, no era gratis, el señor Blackthorn estaba siendo astuto como
siempre. Este dinero venía con un precio, si aceptaba, básicamente no me quedaba
de otra más que espiar para él. No era ni siquiera una opción si tomaba el dinero,
tenía que hacerlo. El cheque comenzó a sentirse pesado como una cadena de metal
en mis manos. Con esto, papá podría recibir ayuda que no podía costearme. Quizás
facilitar las cosas entre él y mamá, cosas que rápidamente iban en caída libre. Era
una posibilidad remota, pero era mejor que dejar que se gritaran hasta que el
resentimiento creciera tanto que no pudieran soportarse el uno al otro.
Me sentí más enferma que nunca. No… no podía tomar este dinero. No si
costaba el traicionar a los hermanos. Traicionar a Wolf.
Deslicé el cheque de regreso al señor Blackthorn por la mesa pulida de madera.
—Lo lamento. —Tragué—. Pero no puedo aceptarlo. Y no puedo seguir espiando
para usted. Así que terminé.
—¿Quién fue? —La mirada del señor Blackthorn se volvió sombría, irritada.
—¿Qué?
—¿De quién te enamoraste? ¿Fue Fitz? No… tú me pareces más del tipo de chica
de Wolf.
—Yo no…
—Entiendo que mis hijos sean apuestos, y entiendo que las chicas adolescentes
como tú disfrutan poner a chicos apuestos en pedestales y los adoren. —Suspira—.
Pero él nunca va a sentir lo mismo por ti. ¿Realmente crees que eres la primera en
espiar y enamorarte de uno de ellos? Kristin permitió que sus sentimientos por Burn
nublaran su juicio de la misma manera, y lo arruinó todo. No seas una de esas
mujeres, señorita Cruz, las que arruinan su futuro por el amor que nunca van a tener.
Me sentí abrumada.
—Me está malinterpretando por completo.
—Por el contrario. Entiendo perfectamente bien. Tienes tus reservas. Pero eso
es únicamente porque perdiste tu meta. Puedes tener todo lo que quieras, señorita
Cruz. Solo es cuestión que me diga algunas cosas de mis hijos… cosas que cualquiera
podría decirme.
—Si cualquiera puede decirle, ¿por qué no les pregunta? —Me pongo de pie—.
Voy a irme.
—Se da cuenta. —Eleva la voz, deteniéndome en mi camino a la puerta—. Que
una vez que salga por la puerta, posiblemente voy a aprobar la solicitud de mi hijo
de quitarle la beca.
Cierro el puño, pero el señor Blackthorn sigue presionando.
—Él es mi hijo, pero también ha expuesto el pobre comportamiento de algunos
estudiantes, todos los que van contra las reglas de Lakecrest. Apoyo esas reglas, al
ser mi trabajo como jefe del consejo escolar. Si él recomienda que a un estudiante se
le retire una beca, entonces tengo que asumir que tiene evidencia que ha roto una de
nuestras reglas, y en ese caso voy a retirarle la beca. Usted, por supuesto, no sería
capaz de pagar los costos para entender a Lakecrest, y por lo tanto no asistiría a la
escuela.
—Pero no hice nada malo —tartamudeé—. La verdad mostrará que no hice
nada.
El señor Blackthorn sonrió pacientemente.
—Sí. El consejo escolar ciertamente solicitará una investigación por su
comportamiento. Con video evidencia. Mayormente creo que es de usted acosando a
mi hijo.
—¿Acosando? —Me ahogué.
—Lo agrediste verbalmente en la mañana del 7 de octubre. Hay múltiples
testigos que te vieron. Además, lo amenazaste a él y a sus hermanos.
Pensé frenéticamente de nuevo. Ese fue el día en que Wolf arrojó café en la
cabeza de ese estudiante de primer año. Sé que dije algunas cosas furiosas. ¿Sería
eso suficiente para expulsarme? ¿Cómo era eso incluso justo?
—No lo llevaremos a la asistencia, por supuesto. Pero hasta que puedas pagar
la matrícula, te escoltarán fuera del campus.
—Es un imbécil —murmuré.
—¿Qué fue eso?
—¡Dije que era un IMBÉCIL! —grité. El señor Blackthorn parecía aturdido. El
constante tintineo de los platos que se lavaban en la cocina se quedó en silencio, y
sus guardaespaldas se movieron ligeramente hacia adelante, listos para saltar—. ¡Es
un idiota baboso y me arrepiento de haber aceptado su estúpida oferta!
La sorpresa del señor Blackthorn se desvaneció, y comenzó a reírse.
—Oh, señorita Cruz. Es una pena que no podamos ser amigos. Eres la primera
persona en tener el coraje de decirme en un lenguaje tan vibrante, bueno, siempre.
—No me importa el coraje —espeté—. No me importa si tiene “evidencia”. ¡Lo
único que hice mal fue aceptar su estúpido plan!
Él sonrió.
—¿Y qué plan era ese?
—¡Espiar! —Alcé mis brazos—. ¡Espiar a sus hijos e informar toda la mierda que
le devuelven! Usted… usted me hizo fingir hacerme amiga de ellos. ¡Me contó todas
sus peculiaridades para ponerlas de su lado para que supiera lo que estaban
haciendo! Noticia de última hora ¡no es tan malo! ¡Solo son chicos! Son chicos que
perdieron a su madre, y están un poco jodidos, pero todos estamos jodidos, ¿está
bien? ¡No se merecen un padre idiota, horrible y manipulador!
—Entonces lo admite —dijo Blackthorn fríamente—. ¿Que solo estabas
pretendiendo ser su amiga para salvar tu pequeña y lamentable beca?
Aprieto los dientes con tanta fuerza que juro que los escuché romperse.
—¡Por supuesto que sí! ¡Sí! ¡Lo hice! ¡Lo admito! ¡A diferencia de ti, reconozco
mis errores!
El señor Blackthorn sonrió a alguien por encima de mi hombro.
—Ah, chicos. Ahí están. Es bueno ver que Kristin hiciera que todos estén aquí.
Ella tenía que... embellecer la verdad, como pueden ver. La señorita Cruz está
perfectamente bien, no la tengo como rehén. De hecho, estaba a punto de irse, ¿no?
Me volví una piedra. Acero. Sentí como si toda la sangre en mi cuerpo se
hubiera convertido en hielo. Lentamente, agonizando lentamente, volví la cabeza
sobre mi hombro para ver a Burn, Wolf y Fitz allí de pie. Habían escuchado todo. El
señor Blackthorn se aseguró de eso; me engañó para que lo dijera todo frente a ellos.
Los ojos de Burn estaban más muertos de lo que nunca los había visto, desprovistos
de toda emoción. Parecía que Fitz iba a enfermarse, con el rostro pálido de sorpresa.
La expresión de Wolf se encendía, oscura y furiosa, como un incendio.
El señor Blackthorn me tendió una trampa.
—Chicos, escúchenme. —Busqué frenéticamente las palabras—. No quise decir
nada de eso…
—Oh, pero lo hiciste ―dijo el señor Blackthorn con aire de suficiencia. Ignoré
mi rabia ardiente hacia él, no podía dejar que los hermanos se marcharan pensando
lo incorrecto.
—Lo fingiste —dijo Burn simplemente.
—Comenzó como espionaje, ¿de acuerdo? —le supliqué—. Pero cuanto más los
empecé a conocer, más me gustaron. Realmente, me gustaron. Todos ustedes. Nada
de eso fue falso.
Fitz salió corriendo del restaurante con el rostro contraído.
—¡Fitz! —llamé, y me moví para ir tras él, pero el brazo enorme de Burn se lanzó
sobre mi pecho, deteniéndome. Él me miró, más desalmado que una marioneta.
—No. Él ya no es tu problema. Ninguno de nosotros lo es.
—Burn… Burn, te lo juro…
Me soltó antes de que yo pudiera terminar, girando y saliendo después de Fitz.
La repugnancia arañó todos mis órganos. Lo había arruinado. Lo he arruinado todo…
Me volví hacia Wolf, y se alzó sobre mí, su postura decidida a ser imperiosa y
regia y todo, pero su cara decía lo contrario. Su rostro decía que me odiaba, pero
odiaba más la herida que le había infligido.
—Me dejaste creer —dijo—, por un momento, que era normal.
—Wolf…
—Todo este tiempo —me interrumpió, gruñendo—. Toda la amabilidad que me
mostraste fue porque querías conservar tu beca.
—Tú eras el único —logré decir—. ¡Fuiste tú quien lo dijo en primer lugar!
—Te lo dije… porque tenía miedo —arremetió.
—¿Miedo de qué? —grité—. ¿De mí? No entiendo, ¿por qué estás tan asustado
de mí, Wolf? ¿Qué he hecho para tenerte tan asustado? ¡Tienes que decirme! ¡No
puedo leer tu mente!
—Y ahora nunca tendrás que intentarlo —dijo. Giró sobre sus talones y salió de
las puertas. Iba a vomitar.
No podía dejar que terminara así.
Corrí detrás de ellos, al estacionamiento. Llegué justo a tiempo para ver a Wolf
entrar al convertible de Burn. Bloqueé el camino de entrada con mi cuerpo, los faros
encendidos en mí. No podía ver sus caras en absoluto.
—¡Por favor! —grité—. Por favor, chicos. Solo escúchenme…
Burn tocó la bocina, y no se detuvo. Traté de hablar sobre eso, pero era tan
fuerte. No podían oírme, incluso si me disculpaba. Las calientes lágrimas me picaron
los ojos. Incluso si fuera inútil, incluso si no pudieran oírme, no podía dejar que
terminara así. Tenían que saber cómo me sentía realmente, incluso si nunca me
volvían a hablar.
—Estaba sola —grité, con la bocina elevándose—. ¡Antes de conocerlos, estaba
sola! ¡Completamente! No estaba... no estaba feliz, ¿de acuerdo? Y luego los conocí
a ustedes, y...
Inhalé, mis pulmones ardiendo.
—¡Todavía no era feliz! Pero poco a poco…
Burn tocó la bocina aún más fuerte, como si eso fuera posible. Tuve que gritar,
pero se ahogó en su propio sonido.
—¡Me gustan! —dije—. Me gustan los tres: Fitz, ¡eres la única persona en el
mundo que tiene mejores chistes que yo! ¡Burn, eres la mejor persona que he
conocido! Y Wolf…
Tragué saliva, parpadeando furiosamente para aclarar mis ojos.
—Nunca me había divertido tanto... ¡aun así siendo enemigos!
La bocina seguía sonando. Ellos no me escuchaban. Nada que dijera importaba
ahora. Era mezquino e infantil evitar que se fueran. Me aparté, mirando el cemento
mientras se iban. No me merecía verlos irse. Así que, en cambio, miré el suelo, hacia
las oscuras y redondas manchas de agua que se deslizaban de mis pómulos y dejaban
huellas allí.
Cuando el convertible desapareció a lo lejos, y mis dedos de manos y pies
empezaron a entumecerse por el frío, el señor Blackthorn salió. Escuché su lento,
incluso aplauso, como si acabara de ver una obra de teatro.
―Encantadora, señorita Cruz. Nunca he visto a alguien que ofreciera todo lo
bueno tirarlo tan fácilmente como tú. No solo lograste perder tu beca esta noche,
sino que también lograste que los tres chicos que tal vez confiaban en ti más que en
cualquier mujer desde que su madre falleció, te odien. Estoy asombrado con tu
habilidad para realizar múltiples tareas.
No podía decir nada. Mi garganta estaba en carne viva y ronca, mi cuerpo
estaba helado. Todo estaba mal, frío, y doloroso.
—Estás expulsada. —El señor Blackthorn esnifó cuando no respondí—. Puedes
venir a Lakecrest una última vez, la semana que viene el lunes, para recoger tus cosas
de tu casillero y devolver tu uniforme. Espero que lo lave y planche. Adiós, señorita
Cruz, y le deseo suerte en sus futuros emprendimientos.
El golpeteo descortés de sus zapatos en el pavimento se atenuó, hasta que todo
lo que quedaba era el sonido del latido de mi roto corazón.
15
o puedo creerlo! —grita Fitz—. ¿Ella… estuvo trabajando
para papá todo el tiempo? Pensé, pensé que lo vería venir,
¡pero no de ella! ¡Cualquiera menos Bee!
Burn está mortalmente silencioso, pero sus nudillos en el volante son de un
blanco fantasmal. Fitz resopla húmedamente, enterrando su rostro en sus manos.
Y yo miro pasar los árboles.
Estoy tan adormecido que siento que me han inyectado Novocaína por todas
partes. No puedo sentir el viento en mi rostro o el asiento debajo de mí. No puedo
oler nada, ni el aire de la noche, ni el escape del convertible. Todo está silenciado y
sin sentido, una estática dura y zumbante rebotando en mis oídos.
Nos traicionó.
Me traiciono.
—Deberíamos haberlo sabido mejor —digo. Burn me mira por el espejo
retrovisor—. Después de Kristin, debimos haber sabido que papá intentaría el mismo
truco dos veces, pero con una mejor mentirosa.
—Wolf… —comienza Burn.
—Probablemente le informó de todo —lo interrumpo—. Tus drogas y piratería
informática incluidas, Fitz.
—¡Estás siendo terriblemente frío sobre esto! —resopla Fitz y me fulmina con
la mirada—. ¡Pensé que te gustaba!
Ignoro el ardor en mi estómago.
—Gustaba. Tiempo pasado.
—Así de simple, ¿eh? —pregunta Burn.
—Nos traicionó —le gruño.
—Y estoy tan enojado como tú por ello —concuerda Burn—. Pero tal vez tuvo
sus razones.
—¿Qué razones? No hay razón lo suficientemente buena para fingir ser nuestra
amiga, fingir ser amable con nosotros, fingir sonrisas y fingir risas y...
En todo lo que puedo pensar es en la sensación de ella acariciando mi cabello,
y lo odio. Retrocedo ante eso, porque no era un verdadero afecto. No era verdadero
cariño, y fui un idiota por pensar que sí lo era. Fitz explota de repente.
—¡Fuiste quien amenazó con quitarle su beca en primer lugar, Wolf!
—¿Así que me estás culpando? ¿A mí, en lugar de la persona que realmente se
lo merece?
—Intentaste quitarle su beca —dice Burn—. Sabes cuánto significa para ella.
—Sí —interrumpe Fitz—. Ese era su boleto a NYU. ¡Y trataste de arruinarlo!
—No se merecía estar aquí —respondo bruscamente—. ¡No merecía estar aquí,
trabajando duro por la salud mental de otra persona! ¿Qué hay de ella? ¿Qué hay de
sus propios objetivos y sueños? Quería escribir, saben. Su ensayo decía que quería
ser escritora, ir a la escuela para escribir, pero renunció a todo por su papá. ¿Qué
tipo de vida es esa? ¡No iba a quedarme parado y dejar que se hiciera eso!
—Entonces amenazaste con quitarle todo —murmuró Burn—. Y papá ofreció
todo de vuelta, a cambio de espiarnos.
—Lo tomaría —dice Fitz de inmediato, limpiando sus ojos—. Si yo fuera ella...
también aceptaría ese trato.
—¿Eso es todo? ¿De repente, soy el malo?
—La arrinconaste, Wolf —dice Burn.
—¿Y ustedes dos qué? Me dijiste que había estado corriendo contigo todas las
mañanas. ¿Crees que hizo eso porque le gusta? Lo hizo porque papá le dijo que lo
hiciera.
Burn se queda en silencio, sus ojos entrecerrados. Señalo a Fitz.
—¿Crees que en realidad iba mal en su clase de Historia? ¿Crees que realmente
necesitaba que la asesoraras?
—Nos divertimos —defiende Fitz malhumorado.
—Sí, porque lo planeó de esa manera —insisto—. Todo, hasta la última risa fue
planeada por ella, para ponerse de tu lado bueno. Nuestro lado bueno. Todos los
secretos que le dijimos fueron directamente a papá. Todo lo que hicimos con ella fue
directo a papá.
Se quedan en silencio. El viaje en auto se siente tan largo y tortuoso, como si
estuviera sentado en una doncella de hierro con la tapa cerrada en lugar de un
automóvil. Cuando finalmente llegamos a casa, Fitz y yo nos retiramos a nuestras
habitaciones. Y como siempre, Burn se pone sus zapatos para poder ir a correr, hacia
algún lugar lejos de nosotros; hacia algún lugar donde no tenga que lidiar con
nuestras emociones.
—¿En serio? —digo bruscamente—. ¿Realmente vas a salir a correr ahora
mismo?
—¿Qué más hay que hacer? —murmura Burn, atando sus agujetas.
—Te necesitamos aquí —digo—. Tenemos que hablar sobre esto.
—Hablar no arreglará lo que se ha hecho.
—¡Bueno, seguro como el infierno nos haría sentir mejor!
—¿Nos? ¿O solo a ti?
Burn mueve la cabeza hacia la puerta de Fitz, que, por una vez, está cerrada,
todas las luces apagadas. Por lo general, está el resplandor azul pálido de al menos
una computadora brillando debajo de la puerta. Se está escondiendo. Siempre se
esconde, en drogas, en chicas, para evitar enfrentar la realidad.
Burn toma mi silencio como una oportunidad para irse, y lo veo irse con
indignación; indignación hacia él, indignación hacia Fitz. Hacia Beatrix.
Hacia mí.
Me retiro a mi habitación y saco el ensayo. Busco el encendedor que guardo en
mi cajón y sostengo el fuego sobre el papel desgastado, las arrugas que hice y las
huellas de los dedos en las hojas son devoradas vivas por las llamas. Sus palabras se
consumen, de una vez por todas y miro cómo las cenizas caen en el bote de basura
una por una.
Fui un idiota.
Fui un idiota por creer que alguien como yo podría ser amado.

Aquí es donde estoy ahora, lápiz y papel.


Estás atrapada. Esa es toda la historia que tengo, llevando hacia esta noche.
Hace una hora, llegué a casa. Por supuesto, mamá se había ido y papá miró a lo lejos
mientras observaba la televisión. Yo también estaba entumecida, así que me senté y
observé una buena hora con él, dejando que los comerciales brillantes y atronadores
liberaran mi mente por un momento. Nunca estaría libre de lo que había hecho. Pero
los anuncios de yogur y los anuncios de automóviles te permiten fingir por un rato.
—¿Papá?
—¿Mmm? —gruñó.
—¿Mamá y tú se van a divorciar?
Se quedó inmóvil por un momento, luego dejó escapar una cansada exhalación.
—No puedo mentirte, Bee. No sé qué va a pasar entre tu madre y yo. Es difícil
pensar en ello.
—Sí.
Vimos otros pocos episodios sin sentido de alguna comedia. El tipo se
lamentaba de cómo el matrimonio era un “grillete”, e interiormente me encogí
durante todo el rato.
—Terminé mi escrito —dijo papá repentinamente.
—¿Ah sí?
—Sí. Es bastante bueno.
—Eso es genial.
Más silencio.
—¿Qué quieres para tu cumpleaños? —preguntó papá. Pensé en ello, mirando
fija y duramente las líneas en la esquina de la vieja pantalla.
—Un abrazo.
Papá rió. Fue débil y tan cansado, pero fue agradable escuchar su voz feliz.
—Creo que puedo manejar eso.
Me incliné hacia él y envolvió sus brazos alrededor de mis costados y nos
quedamos así, inmóviles, sin hablar. Los dos estábamos demasiado cansados para
preguntar al otro sobre lo que sucedió esta noche. Estoy segura de que cuando mamá
llegue a casa, si alguna vez llega, me confrontará acerca de tomar el automóvil y salir
a escondidas. Pero eso no era lo que estaba sucediendo en ese momento. En ese
momento, estaba abrazando a papá. Si cerraba mis ojos podría imaginar que era
joven de nuevo, pequeña, como de seis o siete años, antes de que él se pusiera tan
enfermo. Antes de Lakecrest. Antes de los Blackthorn. Antes de todo ello.
—¿Recuerdas el viejo parque de juegos? —preguntó papá—. ¿Al que te llevé
cuando eras niña?
—¿El que está en el acantilado? Sí. —Asentí—. Me gustaba ese lugar.
—A mí también.
Los anuncios volvieron a sonar, vendiendo una película esta vez. Un escape.
—No digo esto lo suficiente —murmuró papá en mi cabello—. Pero estoy muy
orgulloso de ti, Bee.
Luché por contener las lágrimas hasta que me di cuenta de que no había nada
más que llorar. Estaba seca desde el estacionamiento.
Sabía que momentos como este nunca duraban. Mañana, al día siguiente,
¿quién sabe? Papá podría encerrarse en su habitación otra vez o no sonreír para
nada, nunca. Pero por ahora, estaba aquí. Por ahora, en este momento, realmente se
siente como mi papá otra vez, en lugar de un extraño impredecible. Lo sostengo cerca
y deseo con todas mis fuerzas que el tiempo simplemente se congele.
Pero no fue así. Siguió corriendo y papá se quedó dormido en el sofá. Me salí
de debajo de sus brazos (sus brazos son demasiado ligeros, demasiado delgados) y
me dirigí a mi habitación. Abrí mi libreta, conseguí un bolígrafo bonito, mi bolígrafo
favorito y aquí estamos.
Escribí todo esto, todo lo que pude recordar. Mis ojos se sienten secos y
marchitos y viejos. No sé qué hora es ahora, déjame revisar mi teléfono. Mierda, no
se enciende. Voy a encender mi computadora portátil. ¿Cuatro de la mañana? Suena
correcto. Tengo una semana entera antes de tener que enfrentar la música fúnebre
de volver a Lakecrest por última vez. Papá dijo que estaba orgulloso de mí, pero ¿qué
tan orgulloso estará cuando le diga que perdí mi beca? Mamá enloquecerá. Todo está
mal, así no es como debería ser. Siento que estoy viviendo en otra línea de tiempo, la
mala y la línea de tiempo real continúa en algún lugar sin mí, alegre e ingenuamente.
No puedo dormir. Lo intento, pero los rostros de Burn y Fitz me persiguen, la
expresión de Wolf es el recuerdo más doloroso. Lo jodí. Lo jodí y la peor sensación
es la impotencia, no puedo hacer nada para recuperarlo. No puedo hacer nada para
corregirlo. Nada volverá a ser lo mismo de nuevo. Ninguna cantidad de estudio o
preparación puede salvar esto. Ningún libro de texto tiene la respuesta. No hay
examen que pueda tomar y hacer que todo vuelva a estar bien.
Mi nombre es Beatrix Cruz y no importa lo que digan, no importa lo que suceda
mañana, esta fue la historia de cómo todo se vino abajo.
Así es como Lakecrest arruinó mi vida.
Así es como Wolfgang Blackthorn me destruyó.

***
Cuando me despierto a la mañana siguiente, a las 2 de la tarde, papá todavía no
ha salido de su habitación. Estoy erróneamente agradecida por eso; explicarle por
qué me quedo en casa sería mucho más difícil en uno de sus días buenos. Mamá viene
a casa en dos días, teóricamente. Pero dos días van y vienen, estoy dando vueltas por
la casa, explicándole a papá al segundo día, cuando sale de su habitación, que estoy
enferma y me quedaré en casa sin ir a la escuela. Me deja libre de culpa y ordenamos
pizza. Mamá nunca llega a casa.
—Tal vez tiene un hotel en alguna parte —ofrezco. Papá asiente.
—Tal vez.
No lo presiono para obtener detalles sobre la pelea entre ellos; lo último que
necesita ahora es alguien interrogándolo. Comemos pizza y vemos televisión y evito
mi teléfono medio roto, que, cuando se enciende, se ilumina con una docena de
mensajes de texto, todos ellos de Kristin. No puedo soportar responderle, ni hablar
con nadie. Solo quiero que me dejen sola.
Papá habla de deshacerse de algunas cosas de su habitación, cosas que ya no
usa, así que lo ayudo a cargar cajas de cartón de viejos comics y tarjetas de béisbol,
camisetas y palos de golf. Es una especie de repetición de lo que me ayudó a hacer
con mis cosas viejas, cuando descubrí que iría a Lakecrest. Lo habíamos empacado
todo junto. Algo me molesta. Dejo de colocar cinta adhesiva y levanto la mirada.
—¿Oye, papá?
—¿Hm? —Lucha con una vieja máquina de escribir rota, metiéndola con
cuidado en una caja.
—¿Cómo te estás, eh, sintiendo?
Es un tema peligroso, pero tengo que preguntar. Papá no pierde los estribos de
inmediato, lo cual estoy agradecida. Solo lanza un suspiro.
—Estoy bien, Bee. Solo quería eliminar algo de esta vieja basura. Empezar de
nuevo, ¿sabes? O, tan nuevo como se pueda a mi edad.
Se ríe, e intento reír con él. Realmente lo hago. Pero todos los libros de texto
que he leído: todos apuntan que deshacerse de cosas viejas o donarlas es una mala
señal. Se llama reconciliación, creo o algo así. Y no importa cuánto diga que está bien,
no puedo evitar el inquieto gorgoteo en mi estómago. Parece estar bien durante los
próximos dos días: come bien cada vez que hago panqueques o sándwiches y cuando
reviso su frasco de píldoras, le falta la cantidad correcta. Tomar sus medicamentos
con regularidad y comer bien es un gran paso adelante. Entonces las cosas no pueden
estar yendo mal.
No pueden.
En el cuarto día, mamá finalmente me llama. Le toma tres intentos, dado que
mi teléfono falla dos veces.
—¡Por fin, cariño! ¿Hay algún problema con tu teléfono?
Tragué.
—Yo, eh, lo dejé caer en el fregadero.
—Dios, cariño…
—¡Lo sé, lo sé! No podemos permitirnos otro. No te preocupes, lo puse en arroz.
Solo es un poco más lento, es todo.
Mamá suspiró.
—Bueno, si estás segura. ¿Cómo están las cosas por allá?
—Bueno. Papá está comiendo mucho.
—Eso es bueno —dijo, aunque sonó un poco tenso—. ¿Y tú? ¿Cómo estás?
Estoy como una mierda. Desearía que estuvieras en casa. Desearía que
simplemente vinieras a casa y te reconciliaras con papá. Desearía estar en la
escuela. Desearía que mis amigos no me odiaran. Desearía, desearía, tantos deseos
y no suficientes realidades.
—Estoy bien. Aunque creo que me contagié de algo. Mi garganta se siente rara.
—Está bien, bueno, no tengas miedo de tomarte libre un día de escuela. Dios
sabe que te esfuerzas hasta los huesos para permanecer en ese lugar. Si te hacen
pasar un mal rato, haz que me llamen. Los pondré en su lugar.
—Gracias, mamá.
—¿Sabías que el director del hospital en donde trabajo también fue a Lakecrest?
Estudió en Yale, y cuando le dije que estabas en Lakecrest estuvo tan sorprendido.
Le dije que conservabas una beca allí, y oh, la expresión de su rostro, cariño. Deberías
haberla visto. La gente está tan impresionada contigo, ¡personas que ni siquiera
conoces!
Cada palabra es un clavo de hierro al rojo vivo directo a mi corazón. Aclaro mi
garganta.
—Sí. Uhm. Mamá, acerca de eso...
—¿Qué? —grita mamá en otra dirección. La voz de alguien hace eco, demasiado
distante para que pueda distinguir las palabras—. ¡Está bien! Bee, tengo que irme,
tomé el turno de Candace y me necesitan en la UCI. Lo siento, ¿podemos hablar más
tarde?
—Sí, no, está bien —miento, aunque estoy secretamente aliviada—. Te amo.
—También te amo, Bee.
Cuelga, dejándome en un silencio vacío y una culpa aplastante. No puedo seguir
posponiendo decirle para siempre. O a papá. Eventualmente deben saber.
Finalmente, mi pequeña fachada se derrumbará. Pero si puedo posponerlo incluso
un día más, eso está bien para mí. Esa también parece ser su mentalidad, evadir las
cosas. Supongo que tomé una clase magistral para evadirlos mientras todavía estaba
en el útero.
Eventualmente, tengo que aventurarme al exterior. Resulta que el refrigerador
simplemente no se rellena automáticamente. Me pongo una chaqueta y gafas de sol
grandes y viejas y me dirijo a la tienda de comestibles. Cuando termino, miro la bolsa
de papel en el asiento trasero, la que traje de la casa. Decido que mientras estoy fuera,
bien podría atar algunos cabos sueltos.
Me lleva algunos intentos, pero finalmente encuentro las calles correctas y doy
las vueltas correctas. Las casas se vuelven familiares. A diferencia de la primera vez
que vine aquí en la parte de atrás de la motocicleta de Wolf, todas las hojas de los
árboles se han ido, todas las flores son marrones y están marchitas y muertas. Es
sorprendente cómo el mundo simplemente ama golpearme en el rostro con
metáforas tristes en estos días. Estaciono en la calle frente a la casa de Seamus.
Tomo la bolsa de papel en mis brazos y camino hacia su puerta. Después de
algunos repiques del timbre, espero. Casi doy la vuelta y corro de regreso hacia el
auto, dos veces. ¿Qué siquiera estoy haciendo aquí? ¿Qué pasa si los hermanos están
aquí por algún golpe de mala suerte? No creo que pueda enfrentarlos. ¿Le dirían a
Seamus lo que hice? ¿Me odiaría?
Mis miedos se disipan cuando Seamus responde a la puerta, sus gafas haciendo
que sus ojos sonrientes luzcan enormes.
—¡Ah! Señorita Cruz. Es un placer verla de nuevo. Entre, entre.
—Gracias. —Cruzo el umbral. Intenta conducirme hacia la cocina para el té,
pero me mantengo firme en el pasillo—. Solo vine a devolverte esto.
Le entrego la bolsa de papel y abre la envoltura interior para revelar el vestido
azul celeste. Niega.
—No, no, no. No tomaré esto.
—No hay forma de que pueda pagarte —dije—. Y… y lo eché a perder. Cuidar a
los hermanos. Me pediste que lo hiciera y lo eché a perder, así que. No merezco esto.
—No puedo encontrar los ojos de Seamus, los míos clavados en el suelo mientras
suspiro—. Decepcioné... a mucha gente.
Seamus se queda en silencio y luego:
—Eres excesivamente joven para sonar tan vieja, cariño.
—Suele suceder —digo—. Cuando arruinas todo de gran manera.
—Oh, estoy seguro de que no fue tan malo…
—Lo fue —insisto—. Fue lo peor. Soy de lo peor.
Se queda en silencio de nuevo y entonces:
—Bueno, si eres de lo peor, entonces absolutamente debes quedarte con el
vestido.
—¿Por qué? —Parpadeo.
—Así cada vez que lo mires, te recordará tu error y te inspirará para ser mejor.
—Yo…
—Pero para mí —interrumpe hábilmente—. Ese vestido tiene un significado
muy diferente. Para mí, ese vestido es un recordatorio de lo bonita y feliz que lucías
en él. Y cuando saliste aquí… —Hace un gesto hacia la sala de estar—. Y los hermanos
te vieron, también se volvieron un poco más felices. Por qué, no creo que nunca haya
visto a Wolf tan estupefacto como lo estuvo en ese momento.
Mi corazón se retuerce.
—Estupefacto no es feliz.
—No. Pero al menos es algo más que triste.
Algo más que triste. Sabía el valor de eso. Algo más que triste era un buen día
para papá. Algo más que triste es lo que mataría por estar en este momento. Seamus
pone una mano nudosa en mi hombro.
—Por lo que vale, querida, la vida es muy larga y los recuerdos son muy cortos.
—Pero…
—Lo que sea que hayas hecho puede deshacerse —dice—. Puede llevar meses.
Puede llevar años. Pero mientras haya aliento en tu cuerpo, existe la posibilidad de
compensar lo que hayas hecho. Será lento y difícil. Pero algunos dirían que vale la
pena. Si te importan las personas que heriste, no puedes huir. Eso solo te causaría
más dolor. Debes ser amable contigo.
—No puedo. Lo arruiné todo.
—Quizás. Pero si eres lo suficientemente poderosa como para arruinar todo,
entonces quizás seas lo suficientemente poderosa como para hacer que esté bien de
nuevo.
Me quedó en silencio. Tal vez, solo tal vez, tiene razón. Tal vez puedo ver los
problemas de los demás con tanta claridad y no los míos. Tal vez todos los libros de
texto en el mundo no pueden hacer que utilice mi conocimiento en mí. Cuanto más
me obsesiono con algo, más profundo me inflijo culpa y vergüenza. Cuanto más
profundos sean los cortes, más difícil será pensar positivamente sobre mí misma una
vez más. No soy tan mala. Sé eso. Amo a mi papá. Amo a mamá. Amo…
—Wolf —dice Seamus, sorprendido—. ¿Qué estás haciendo aquí?
El miedo me petrifica, pero salgo de él. No puedo bloquearme. Tengo que
avanzar, incluso si es solo un paso doloroso a la vez. Me giro para mirar a Wolf, su
chaqueta de cuero de motociclista y sus guantes tan negros como su cabello
alborotado por el viento. Sus cejas de águila se fruncen cuando me ve, sus ojos de
jade queman agujeros láser en mi frente. Está mirando a través de mí, no a mí, como
si no existiera.
—Veo que estás ocupado, Seamus —dice Wolf, su tranquila voz en llamas—.
Volveré más tarde.
Se da vuelta y camina hacia su motocicleta en la acera. Corro detrás de él.
—Wolf, espera...
Sigue caminando, sin detenerse. Trato desesperadamente de alcanzarlo.
—Wolf, lo siento. Lo siento mucho. Acerca de todo.
Se vuelve a poner su casco, baja la visera sin titubear y se acomoda en el asiento
de su motocicleta. Bien podría ser el viento, una brizna de hierba, algo
intrascendente.
—Sé que no puedes perdonarme —digo rápidamente—. Sé eso. Y no quiero que
lo hagas. Pero trabajaré duro, lo prometo. Incluso si lleva uno, cuatro o diez años,
seguiré trabajando duro para ser una mejor persona. Y tal vez algún día... —Trago,
mi garganta se cierra. No llores. Ahora no. Sé fuerte—. Tal vez algún día, me
vuelvas a hablar.
Se inclina hacia atrás, quitando el soporte. Arrancará y se marchará. Y eso está
bien. Sonrío.
—Me gustaría eso. Hablar contigo de nuevo.
Pasa un segundo. Solo uno. Y luego enciende el motor y se va rugiendo por la
calle. Lo veo irse durante tanto tiempo como puedo, hasta que es un pequeño punto.
Siento una mano en mi hombro y miro para ver que Seamus me sonríe.
—Ese fue un buen primer paso. Adelante, toma un poco de té. No soy muy
solucionador, pero me gusta pensar que soy bueno escuchando. Si tienes ganas de
hablar, acá estoy.
—No quiero molestarte —digo.
—Disparates. Wolf era mi único cliente hoy y dijo que volvería más tarde.
Tenemos algo de tiempo.
Aprieto mis puños. Seamus pone su brazo alrededor de mi hombro.
—Ven. La acera no es lugar para una chica que se ve tan triste como tú.
Seamus tiene una manera de hacerme sentir a gusto. Puede ser el té dulce que
sirve o su acento suave o tal vez es cuán viejo y sabio se ve. Sea lo que sea, dos tazas
de té de manzanilla y de miel más tarde y me siento mejor. Ligeramente. Pero lo peor
no ha terminado todavía. Tengo un largo camino por recorrer antes de siquiera poder
mirarme en el espejo de nuevo.
Me vuelco hacia los viejos libros de texto, buscando desesperadamente alguna
pista, algún paso. Algo que me diga qué hacer, qué decir, cómo actuar. Pero no hay
nada. Nada en los libros me dice cómo disculparme después de una cagada real.
Nadie tiene las respuestas para eso.
Lo único que puedo hacer es intentar. Incluso si es estúpido. Incluso si no
funciona.
Comienzo, por supuesto, con Fitz. Porque es el más fácil. El más fácil de la
mejor manera: el más abierto, el más inteligente, el más honesto. Decido dibujarle
algo, algo pequeño y simple y dejarlo en el escritorio de mi computadora. Estoy
segura de que va a encontrarlo. No es del tipo que me ignoraría por completo como
Wolf y Burn podrían hacer. Querrá saber por qué, por qué lo hice, por qué no se dio
cuenta antes y husmeará en mi computadora buscando evidencia.
Puede que no sea mucho, pero es todo lo que puedo hacer en este momento.
La imagen es una mala obra maestra de Microsoft Paint, completa con las
terribles figuras de palo que a él y a mí nos gustaba hacer en nuestras sesiones de
tutoría. Wolf, con su largo cabello y su rígido uniforme, posado sobre su motocicleta
como una gárgola. Burn, con su altura colosal, saltando en paracaídas desde un avión
mal dibujado. Y finalmente dibujo a Fitz, sentado en una computadora pirateando y
su camiseta dice “El Tipo Más Genial del Mundo”. Intento hacerlo tan irónico y
estúpido como sea posible. Chicas hechas con palos y enormes pechos lo rodean y
me dibujo detrás de la multitud bien dotada, animando los esfuerzos de pirateo de
Fitz con el resto de ellas. Firmo la esquina del dibujo como “Madame Cruz”, como si
fuera una elegante pintora renacentista. Es perfecto. O al menos, espero que sea lo
suficientemente bueno para hacer sonreír a Fitz. Oculto el archivo detrás de un
montón de carpetas, tan profundo en mi computadora que incluso lo pierdo por un
segundo. Dejo un rastro de pequeñas pistas en el bloc de notas para la siguiente pista
dentro de mi computadora que finalmente lleve a la imagen, todas las pistas
etiquetadas como “¡¡¡Para el mejor hacker de todos los tiempos!!!”. Es como una
búsqueda del tesoro. Si no lo hace sonreír, al menos podría darle diez minutos de
distracción de su propia mente ocupada.
El segundo es, y siempre será, Burn.
Solo hay un lugar donde podré ser capaz de contactar a Burn y eso es en el
camino que corrimos todas las mañanas. Fui a buscarlo la primera mañana después
de esa horrible noche, pero por supuesto que no estaba allí. Me estaba evitando. Es
una posibilidad remota, pero tal vez hubiera regresado al camino, a ese mirador en
el acantilado donde vimos tantos amaneceres juntos en un feliz silencio. Es todo lo
que tengo para seguir.
Para Burn, solo hay una cosa en la que puedo pensar. Algo para mantenerlo a
salvo, mientras está por ahí conduciendo a velocidades vertiginosas y de pie en los
bordes de los acantilados y corriendo maratones alrededor de los corredores de
maratón. Solía verlos todo el tiempo: pequeños llaveros, palabras suspendidas en
una cubierta de plástico resistente que decía algo en el sentido de “mantenlo a salvo”.
Algunos eran religiosos. Algunos no lo eran. Algunos tenían estúpidos personajes de
dibujos animados en ellos. Pero todos estaban destinados a mantener al portador
fuera de peligro.
Así que hago uno. El material barato para un llavero de plástico no es difícil de
encontrar, pero me preocupaba que no resistiría el fuerte ejercicio de desgaste al que
Burn se exponía, así que utilicé lo que me quedaba y compré el material costoso y
resistente, del tipo que no podrías romper en dos si lo atropellabas con un auto. Esa
fue la parte fácil. Lo difícil fue descubrir qué escribir dentro. Todo lo que se me
ocurrió sonaba demasiado cursi o demasiado agresivo. Pero entonces me di cuenta
de que simplemente tenía que reflejar quién es él, alguien que-va-directo-al-punto.
Alguien puro y simple. Esbocé cuidadosamente con tinta oscura y rellené las palabras
con adecuados colores azules y grises. Colores que me recordaban a él. Deslizo el
papel dentro del llavero, las palabras quedando perfectamente. Lo sostuve frente a
la luz, mirándolo girar.
“Cuídate”, se leía.
Lo puse en una caja, dentro de una bolsa de plástico para mantenerlo seco.
Caminé por el sendero una tarde, dejándolo debajo del banco en que siempre se
sentaba. Era estúpido, lo supe en el momento en que dejé la caja allí. Cualquier otra
persona podría recogerlo. La probabilidad de que Burn alguna vez lo recibiera era
casi nula. Probablemente ya no viniera aquí. Si yo fuera él, me gustaría poner tanto
espacio como pudiera entre yo y alguien que me traicionó.
Se sienten como regalos de despedida y en cierto modo, lo son. No sé si alguna
vez volveré a hablar con los hermanos Blackthorn. Pero estas pequeñas cosas son mi
forma de decir adiós, tengan cuidado, sonrían. Ahora que lo pienso, si alguna vez los
encuentran, probablemente se reirán de lo patéticos que son. Hice los regalos con
papel, plástico y píxeles, nada como a lo que están acostumbrados. En comparación
con la gran cantidad de dinero que tienen, estoy segura de que cosas como estas solo
se consideran basura.
El domingo por la noche llega, el lunes es el día en que tengo que ir a Lakecrest
y todavía no sé qué darle a Wolf.
¿Qué puedo darle? No tengo nada que se adapte a él. Nada lo suficientemente
bueno. Todo lo que tengo es un puñado de “lo siento” y un pozo infinito de dolor.
Y luego, un día, cuando salgo a compras comestibles, lo veo.
Hay una casa de empeño junto a la tienda de comestibles, un pequeño lugar
cutre con luces de neón y pocos clientes. Pero en la ventana veo el anillo de plata más
perfecto, colocado en la cima de una pila de ellos. No es grueso, pero no es delgado,
del tamaño justo para sus elegantes dedos. Está tallado en forma de un lobo que se
enrosca en sí mismo, valiente y temible. Es perfecto.
—Hola. —Entro en la tienda de empeños sin aliento—. ¿Cuánto cuesta el anillo
de lobo en la ventana?
El prestamista, un hombre canoso con una barbilla prominente, estrecha sus
ojos hacia mí.
—No vendo a adolescentes. Vete ahora.
—Por favor —me mantengo firme—. Necesito saber cuánto cuesta ese anillo.
Me miró de arriba abajo.
—No tienes dinero para eso, lo sé. Deja de perder mi tiempo.
—¿Cuánto cuesta?
El hombre, claramente esperando que ya me hubiera ido, levantó sus manos.
—Noventa y cinco. No tomaré un centavo menos.
—Cincuenta —digo una vez que supero mi encogimiento. Se burla.
—No tienes cincuenta. Setenta y cinco y esa es mi oferta final.
—Setenta.
—Lo juro por Dios, si no sales de mi tienda...
Sé una o dos cosas sobre negociación, hay mucho en la psicología.
—Setenta y te lo quito de las manos hoy.
Me miró y hubo un breve momento de silencio. Necesitaba ese anillo, pero no
podía demostrarlo o simplemente subiría el precio de nuevo. Mantuve mi rostro de
piedra, hielo, acero, algo monótono y frío.
—Bien. Pero cierro a las seis. Si no vienes antes, entonces el trato se cancela.
Miro el arreglo de relojes en la pared. Son las cinco treinta. Si conduzco rápido,
puedo volver a casa. Apilé las compras en el auto y corrí por la autopista, rechinando
las llantas al detenerme en la entrada de mi casa y subiendo rápidamente por las
escaleras hacia la casa.
—¡Papá! —llamé—. ¡Papá! ¡Encontré algo!
Comenzó a levantarse de su lugar, dormido en el sofá frente al televisor.
—¿E-encontraste qué?
—Algo que puedes regalarme para mi cumpleaños. ¡Pero tenemos que llegar a
la tienda antes de las seis!
Papá revolvió su cabello, mirando desconcertadamente hacia el reloj.
—Bee, son las cinco y cincuenta...
—Por favor, papá. —Agarré sus manos, suplicando con mis ojos—. Es perfecto.
Es todo lo que siempre he querido.
Restregó su rostro con sus manos y suspiró.
—Bien. Vamos.
Me sentí mal por arrastrarlo fuera de la casa, luciendo desaliñado, pero no
pareció importarle. Nunca parecía importarle en estos días. Se puso un abrigo y
estuvimos de regreso en la autopista en minutos. Papá seguía diciéndome que bajara
la velocidad, pero solo lo hacía por un segundo antes de volver a acelerar. Llegamos
a la casa de empeño con solo un minuto de sobra. Llevé a papá por el estacionamiento
tan rápido como pudo, lo cual no era muy rápido en absoluto. El dueño de la tienda
nos miró por la ventana, contemplando la apariencia de papá con desdén. Cuando
entramos, levantó su voz.
—¿Quién es este? No me vas a hacer venderle a un vagabundo.
Cuadré mis hombros.
—Este es mi papá.
El dueño de la tienda se congeló. Miré a papá, pero él estaba mirando hacia el
mostrador, sus ojos vacíos. Tal vez no había escuchado. No, por supuesto que lo hizo.
Y no mostró ni una pizca de emoción al respecto. Mi estómago se retorció como si
fuera a enfermar. Papá debería haber dicho algo. Debería al menos haber fruncido el
ceño o hecho una mueca o parpadeado. Pero… nada.
La vista del anillo de lobo me hizo contener la persistente preocupación.
Papá suspira.
—Setenta dólares es mucho, Bee.
—Lo sé —espeto rápidamente—. Lo sé. Es solo que este anillo es muy bonito.
Y...
¿Qué estoy haciendo? ¿Qué estoy haciendo, pidiéndole a papá que gaste tanto
en un anillo para un chico que me odia cuando podría estar ahorrando eso para
terapia? ¿Para comida? ¿Para nuestra renta que se avecina más grande y más
aterradora cada día? ¿Quién soy yo para pedirle que gaste tanto en mí?
Niego y sonrío.
—En realidad, mierda, lo siento. Por arrastrarte hasta aquí. No tenemos que
conseguirlo. No... realmente no lo quiero, de todos modos.
Papá está en silencio mientras mira el anillo. Tiro de su brazo, tratando de
distraerlo.
—Venga. Vámonos. ¿Tienes hambre? Haré algo cuando lleguemos a casa...
Papá coloca cuatro billetes de veinte en el mostrador y el dueño de la tienda le
da cambio. Mi estómago cae.
—Papá, no, por favor, he cambiado de opinión. Es feo y estúpido. No lo quiero...
El dueño le entrega el anillo a papá y él me lo da con una mirada suave.
—Mereces recibir un regalo, Bee —murmura—. Por tu cumpleaños. Así que no
te preocupes tanto.
Cierro mis dedos temblorosos sobre el anillo, su frío metal choca contra mi
palma caliente. Ya no sé lo que merezco. Pero lo aprieto contra mi pecho y luego
lanzó mis brazos alrededor de él.
—Gracias, papá.
Sonrío e intenta sonreír lo mejor que puede y eso, hoy, solo rompe mi corazón
un poco.
Cuando llegamos a casa, me maravillo ante el anillo de plata sola en mi
habitación. Es tan perfecto. A Wolf definitivamente le gustará algo como esto.
Cuantos más tiene, mejor se siente, ¿cierto? Sus anillos eran solo parte de la terapia;
la otra parte era claramente moda. Y este anillo es ciertamente el más genial que haya
visto. Sin mencionar que es su tocayo.
Ahora solo era cuestión de hacérselo llegar.
La escuela no es una opción. ¿O lo es?
Estoy tan emocionada por darle el anillo que solo empiezo a ponerme nerviosa
una vez que salgo de la casa a la mañana siguiente. Los nervios no me atraparon
durante el desayuno, ni cuando me lavé los dientes, ni cuando me vestí, pero en el
momento en que el aire frío golpeó mis mejillas, toda la ansiedad reprimida que
pensé que había arrojado al mar, cae sobre mi cabeza como un maremoto.
Puedo hacer esto.
Tengo que hacer esto.
Programo mi llegada a la escuela mucho antes de la primera campana, unos
veinte minutos antes. Casi nadie está en el campus, los pasillos vacíos y el patio están
infestados por una neblina lúgubre en lugar de estudiantes. Internamente me
despido de los pocos lugares en el campus que recuerdo con cariño: mi casillero que
vacío, mi clase de Historia, la cafetería. El señor Brant me saluda con la mano desde
su escritorio cuando me ve en la puerta. La abre y me sonríe.
—Hola, Bee.
—Hola, señor Brant. —No puedo mirarlo a los ojos, la pena me abruma—. Yo…
solo quería darle las gracias. Por todo.
—¿Qué? ¿Por qué esto suena como una despedida?
—¿No escuchó? Mi beca fue retirada.
Sus ojos se iluminan.
—Oh, cierto. Pero pensé que solo era un rumor: ¿por qué están haciendo eso?
Claro, bajaste un poco en mi clase, pero luchaste para volver al camino correcto.
¡Eres la estudiante más brillante en tu año!
—No diría eso…
—Yo lo haría, Bee. He visto ir y venir chicos y eres la más inteligente a la que he
tenido el honor de enseñar. No pueden quitarte la McCaroll, no con lo duro que
trabajas. Voy a hablar con ellos...
—¡No lo haga! —protesto—. Quiero decir, no lo haga. No soy… no soy
completamente inocente. Hice algo bastante malo. Así que.
Dios, desearía poder mirar algo que no sean mis pies, pero mi cabeza se siente
tan pesada. Todo mi cuerpo se siente pesado. El señor Brant suspira.
—Bueno, si ese es el caso, odio verte partir.
—Sí. Extrañaré su clase, señor Brant. Gracias por todo.
—Cuando quieras, Bee. Si necesitas una recomendación para esa aplicación a
UNY, házmelo saber.
—Lo haré. Gracias.
Nos separamos y me dirijo al Auto Shop. El señor Francis está,
afortunadamente, en el garaje, soldando un tubo de escape para devolverle su forma.
Grito por encima del sonido de la antorcha de plasma.
—¡Señor Francis!
Nada. Fuego y chispas y su cuerpo cubierto con el delantal se dan la vuelta.
—¡¡¡¡¡¡Señor Francis!!!!!
Se da vuelta, finalmente, quitándose la cara de metal y mostrándome una
sonrisa.
—Oh, Bee. Llegas temprano. ¿Algo que necesites?
Supongo que tampoco le dijeron que me echaron. De alguna manera cada vez
se vuelve más duro y más difícil decirlo en voz alta a cada rostro sonriente que me ha
enseñado en los últimos meses.
—Escuche, señor Francis, necesito un gran favor.
—Está bieeeeeeen. —Mancha su mejilla con hollín—. No puedo prometer nada
hasta que me digas qué es.
—No voy a ser capaz de venir a clase hoy.
—¿Y eso por qué?
—C-cita con el d-dentista —digo—. Hay algo que tengo que darle a alguien en la
clase. Pero no estaré allí.
—¿Y quieres que yo le dé algo a esta persona?
—Sí. —Saco la pequeña caja envuelta en papel donde puse el anillo—. Si pudiera
darle esto a Wolf, estaría muy agradecida.
Miró la pequeña caja, luciendo aliviado de que no fuera tan grande como pensó
que iba a ser.
—Muy bien. Puedo hacer eso. ¿Quieres que le diga algo junto con esto?
—¡No! —Bajé mi voz—. Quiero decir, no. Solo, si pudiera no decir mi nombre,
probablemente sería lo mejor. De lo contrario podría arrojarlo a la basura.
El señor Francis frunció el ceño.
—No es nada ilegal, ¿cierto?
—No, lo juro. Puedo abrirlo ahora mismo y mostrarle y volver a envolverlo, es
un anillo. Sacúdalo.
Lo hace, el tintineo metálico es lo suficientemente claro para nuestros oídos.
Asiente.
—Bueno. Me aseguraré de que lo reciba y de que permanezcas siendo un
misterio.
—Gracias, señor Francis. Significa mucho para mí. Y gracias... por aceptarme
en su clase. Fue divertido.
—Me alegra. —Sonríe—. Muy bien, vete de aquí. Tengo muchas tuberías para
soldar y habrá chispas por todas partes.
Asiento, y empiezo a subir las escaleras hacia el patio interior. En mi camino de
regreso al estacionamiento, un edificio me llama la atención: un edificio hermoso y
reluciente. La biblioteca.
No puede hacer daño si entro una última vez. Solo una vez más. Y luego me
despediré de ella para siempre.
Entro, la bibliotecaria no se ve por ningún lado. Su carrito está posicionado en
la parte posterior de la sección de no ficción, así que debe estar archivando libros.
Inhalo el olor de la biblioteca: el olor reconfortante de las páginas viejas y la alfombra
desgastada y la madera blanqueada por el sol. Subo silenciosamente por las escaleras
hasta la silla afelpada junto a la ventana en la que pasé la mayor parte de mi tiempo
después de la escuela. Diría que este era el lugar donde pasé la mayor parte del
tiempo en esta escuela, punto. Me dejé caer en la silla y contemplé el césped
desparramado y los preciosos árboles besados por la mañana una última vez.
—Es extraño —susurro a nadie en particular—. Lo mucho que solía odiar esta
escuela. Quiero decir, no que me guste o algo así. Pero al menos ahora no me molesta
tanto.
Los árboles y el cielo color durazno pálido no me responden. ¿Por qué lo
harían? Tienen cosas mucho mejores que hacer que contemplar mis elecciones de
vida conmigo. Cierro mis ojos y me recuesto y exhalo. Una última vez. Y rezo porque
algún día, alguien encuentre este pequeño oasis de calma y silencio y lo ame tanto
como yo.
La bibliotecaria está en su escritorio cuando me voy y me dirige una sonrisa
triste.
—Escuché sobre tu beca.
—Sí. —Asentí—. Está bien.
—Así son las escuelas privadas. Caprichosas, ciegas y un poco estúpidas, si me
preguntas.
Me guiña un ojo. Todo lo que tengo la energía para hacer es inclinar una
esquina de mis labios en una media sonrisa.
—Te irá bien, Beatrix —continúa—. Lakecrest, en mi opinión, es una idiota por
dejarte ir. Irás hacia cosas más grandes y mejores en muy poco tiempo y entonces lo
sentirán.
—No lo sé. Pero gracias por el sentimiento.
—¡No es sentimiento! Es un hecho. ¿A dónde quieres ir a la universidad, de
todos modos?
Sarah Lawrence, dice mi corazón.
—NYU. Pero eso se acabó. Sin Lakecrest no tiene sentido. La tasa de aceptación
es tan baja…
Reflexiona sobre esto por un momento.
—Sabes, tengo una hermana que fue a NYU.
—¿De verdad?
—Sí. Y no fue a Lakecrest. Estuvo en una pequeña preparatoria pública en West
Virginia, pero trabajó fuertemente. Y déjame decirte, la cantidad de esfuerzo que
puso en estudiar fue tal vez la mitad de lo que pones tú.
—No puede saber eso —digo, deseando que mi tartamudo corazón deje de
aferrarse a la esperanza.
—Por supuesto que sí. Te he visto arriba todos los días, revisando libro tras
libro. Te quedas aquí leyendo mucho tiempo después de que todos los demás
estudiantes se han ido a casa. Si hay algo que sé, es que alguien que ama leer tanto
como tú, nunca puede ser detenido. No importa a dónde vayas, tendrás mundos
enteros en tu cabeza. No importa cuán difícil sea la vida, tendrás experiencia que vale
por vidas enteras dentro de ti. No importa cuán duro el mundo intente silenciarte,
hay millones y millones de palabras esperando explotar de ti.
Hace una pausa.
—Bien. Tal vez estropeé esa metáfora. Parece que estuviera hablando de granos.
Me río.
—No, c-creo que entiendo lo que está diciendo. Lo entiendo. Tal vez. O tal vez
me llevará tiempo realmente entenderlo.
—Es un comienzo. —Sonríe—. La escuela puede no tenerte, pero si alguna vez
logras escabullirte de regreso al campus, mi biblioteca está abierta.
Le agradezco, me vuelvo una vez más y miro el lugar soleado de mi santuario y
me voy.
Esto es todo.
Así es como mi mundo termina.
No con una explosión, sino con una biblioteca.
Todo lo que he hecho hasta este momento se sella dentro de esas puertas de
vidrio.
Dejé mi vieja escuela por nada. Vine aquí todos los días y me volqué en cada
examen y conferencia por nada. Abandoné a mis viejos amigos por nada. Me quedé
despierta tantas noches sin dormir estudiando por nada. Hice a mamá y papá
orgullosos por nada.
Mi plan perfecto muere aquí, el impecable, el que salvaría lo que quedaba de
nuestra familia.
No, fue estúpido de mi parte pensar que una escuela podría ayudar a papá. No
es la escuela la que puede ayudarlo. Soy yo. Lakecrest era la vía rápida y ahora tengo
que bajar a la vía lenta. Eso es todo. Puedo trabajar dos veces más duro en las
escuelas públicas y llegar a NYU de la misma manera. Nada ha cambiado. Me voy a
casa, preparo la cena para papá, comienzo a lavar la ropa y barrer la casa. Me aseguro
de que sus pastillas se hayan reducido en dos desde ayer. Busco en internet la
práctica de Algebra II para no quedarme atrás. Busco trabajos de medio tiempo para
ver si no hay algo que pueda hacer después de la escuela para ayudar a pagar el fondo
de la terapia de papá, ahora que no tendré tanta tarea de Lakecrest. Es mejor ahora
que los hermanos Blackthorn me odian. Ahora no tengo que eludir mis deberes para
ir a fiestas o pasar el rato con ellos. Sin amigos. Sin distracciones.
Soy y siempre seré, la única que puede hacer algo. Soy la única que puede
ayudar a mi familia.
Es mejor de esta forma.
16
os rumores siempre me han seguido. Eso es lo que significa ser un
Blackthorn.
Había pasado toda mi carrera de la secundaría creando esos
rumores, asegurándome que los buenos salieran a la luz y los malos se
eliminaran. Fitz ayudó con eso inmensamente; ser capaz de esparcir esos rumores
volviéndose su completa razón de vivir.
O solía ser.
Han pasado dos semanas desde que Beatrix dejó de venir a Lakecrest. Dos
semanas desde que la escuchamos admitir que había estado trabajando para papá.
Dos semanas desde que escuché de su boca admitir que se volvió amiga de nosotros
para mantener su beca.
Nada había cambiado.
—Se los juro, chicos, no lo hice, ¿está bien? ¡Ese bastardo está mintiendo!
La voz de la chica es chillona. Vanessa, creo que es su nombre. Fitz sabría… él
hackeo su Facebook para confirmar que estaba engañando a su ex. Si hubiera sido
un inofensivo engaño, no me hubiera importado. Pero había intentado llevarlo a un
lugar aislado desde hace semanas. Y luego, ella había contactado a otros cinco chicos
de la secundaria South Portland, prometiendo favores sexuales y drogas si ellos lo
veían ahí y lo golpeaban por un favor a ella.
Sostengo la nota roja entre mis dedos, y se la paso.
—Vas a detenerte —digo—. Lo que sea que estés planeado.
Sus ojos se entrecierran con incredibilidad, no puedo saber. Wolf Blackthorn
no puede saber sus secretos, sus oscuros deseos de venganza. Pero lo sé. Y la miro
hasta que ella ve que digo la verdad.
—¿Cómo sabes...?
—Si continúas en este camino, voy a descubrirlo —la interrumpo—. Y voy a
expulsarte. Considera esta tu primera y única advertencia.
—Eres un maldito imbécil —dice furiosa—. Primero persigues a esa chica de la
beca, y ahora a mí, ¿eh?
Siento mi interior hervir. Fitz se burla, frustrado, molesto. Nada como su risa
usual con las chicas. Detrás de mí, Burn da un paso hacia adelante para estar a su
nivel, imponiéndose frente a ella.
—No sabes de qué estás hablando. —Su voz es baja, y no va dirigida a mí, pero
su rostro está un poco irritado, de una manera en que ni yo he visto mucho. La chica
brinca hacia atrás, fingiendo valentía.
—Está bien. Como sea.
Los tres la vemos irse. Cuando se va, Burn me mira.
—¿Estás bien? —pregunta. Suelto un bufido.
—Por supuesto que lo estoy.
—Raro que comience a importarte —dice Fitz—. Después de todo lo de Bee, no
antes.
Burns gira hacia él.
—Me importaba antes.
—Malditamente no lo demostraste —interfiero.
—Es… —Golpea su puño en el casillero más cercano, el sonido rebotando en
maneras que sus palabras no lo hacen—. Es difícil para mí. Quedarme, en lugar de
correr. He estado intentado. Todo este tiempo lo he intentado.
—Pobrecito. —Trueno mi cuello y me alejo, hacia mi clase de cálculo.
La escuela es un borrón, mi cerebro apenas absorbiendo la información. Los
exámenes vienen y van, la tarea llega y se va, la gente me sonríe o susurra sobre mí y
apenas lo noto. No soy yo lo que escucho. Es Bee. Cuando su nombre sale de los
labios de alguien puedo localizarlos en menos de un segundo, listo para escuchar
cada palabra que salga.
—¿…qué hizo la chica de la beca de todos modos?
—…en alguna fiesta. Se drogó y casi se ahogó en la piscina…
—…le dio RCP justo ahí. Estábamos tan asustados, él fue el único que se
movió…
—¿…saliendo?
—… ellos se odiaban mutuamente…
—… él hizo que la expulsaran….
—… ella era un poco engreída, eh…
Ellos saben tan poco. Ellos no saben nada, y aun así aman pretender que lo
saben. Eso es lo que hacen mejor los humanos. Pretender. Aprendí eso gracias a Bee.
Una ola de enfermedad me baña, y comienzo a girar mi anillo frenéticamente.
Déjalo pasar. Dios mío, por favor déjalo pasar. No puedo perder el control en la
escuela. No enfrente de los demás. Mis hombros tiemblan demasiado. Puedo sentirlo
irradiando por mi mandíbula.
Me permití confiar en alguien más, de nuevo.
Confié en un mentiroso, de nuevo.
Amé a un mentiroso, de nuevo.
Ella nunca me golpeó. Ni una vez sus acciones fueron violentas hacia mí. Y, aun
así, de algún modo, las heridas que dejó queman más que cualquiera que las que
Mark hizo.
Ese poeta muerto tenía razón cuando dijo que la gentileza también mata.
Papá está feliz al respecto, en casa. Me pregunta si “estoy bien”, como si
genuinamente le importara. Hoy después de clases, lo encontré sentado en la mesa
de la cocina, colocando alguna clase de folletos.
—Ahí estas. —Me sonríe, esa sonrisa especial de serpiente que tiene cuando está
planeando algo horrible—. ¿Siéntate conmigo?
Selecciona la silla junto a él, y de repente exhausto por la escuela, y los susurros,
por todo, me siento.
Me toma un minuto darme cuenta de qué tratan los folletos que está leyendo.
Mis ojos se centran, todo ellos son de “centros de rehabilitación”. Para drogadictos.
Papá me ve leer los encabezados, y sonríe de nuevo.
—Creo que ya es tiempo de que Fitz obtenga ayuda verdadera para su problema,
¿no lo crees?
—¿Problema? —susurro, ronco—. Él se droga en las fiestas. Y cuando está
estresado, a veces. Pero no lo ha hecho en dos semanas.
—No sabes eso. No podemos confiar en él, Wolf. Es duro, pero es verdad. Él
puede que sea tu hermano, pero no puedes confiar en la palabra de un adicto.
—Él no me dijo eso —gruño—. Yo sé eso. Me dio su droga. Y la envié por el
retrete.
—No puedes saber que te dio toda.
—¿No lo has notado? Él no ha sido él últimamente. Es brusco e irritable. Está
teniendo los síntomas de contención.
—Y por qué motivo —se burla papá—. ¿Por qué motivo tu adicto hermano la
dejaría? ¿Un cambio de parecer? No lo creo.
—Él casi provocó que B… —Me congelo—. Él le dio drogas a una chica. Una
chica que no estaba acostumbrada a ellas. Y ella casi… casi salió herida.
Papá me mira cuidadosamente, ojos como alcohol.
—Y esta chica… ¿era importante para él?
—Ella era importante para todos —dice una voz baja. Alzo la mirada para
observar a Burn de pie en el marco de la puerta de la cocina, con sus puños cerrados.
Las cosas nunca resultan bien cuando sus puños están cerrados.
—Ah, Burn. —Papá sonríe—. Por favor, siéntate. Solo estábamos teniendo una
discusión sobre qué deberíamos hacer para ayudar a que tu hermano esté limpio.
—Él se está limpiando. Por su cuenta —insiste Brun, sin moverse de su lugar.
—Él va a recaer sin ayuda profesional. Eres el hermano mayor —insiste papá—
. Tienes que hacer lo que sea mejor para ellos. Fitz va a ir a rehabilitación, y si escucho
una palabra…
Papá no escucha una palabra de Burn. Escucha el puño de Burn mientras
golpea la pared. Papá y yo saltamos sorprendidos. Burn mira a papá, y esta vez es de
ira pura. Oscura y desenfrenada ira pura baila sobre su rostro.
No lo había visto ponerse molesto, realmente molesto, en años. Hasta ahora.
—Él no va a ir.
Papá permanece en silencio, luego se ríe.
—Ya veo. De pronto decides hacerte cargo. Años de correr de tu responsabilidad
con esta familia, y ahora, ¿esperas que te tome en serio?
Burn aprieta la mandíbula, y por primera vez en mi vida, siento miedo. Tengo
miedo de él, de lo que pueda hacerle a papá. A mí. A quien sea. Él es tan grande y
fuerte, sería tan fácil llegar a la mesa y…
—Tú eres el que se supone va a heredar todo, Burn —dice papá. Recordándole,
de verdad, como si la idea del dinero calmara su ira.
—No me importa —dice Burn, su voz temblando—. Fitz no va a ir a ninguna
parte.
—Si discutes conmigo en esto, voy a cambiar de parecer. Y si peleas más fuerte,
puedes asegurarte de que te voy a quitar de mi testamento y mis bienes por completo.
No vas a tener nada de mí tan pronto te gradúes en seis meses. Sin dinero para la
universidad, ningún fondo de ahorros. Nada. No vas a tener dinero y serás expulsado
a las calles de esta ciudad, y déjame asegurarte, las calles no son muy amables.
—Yo no. Necesito. Tu dinero —dice Burn entre dientes—. No necesito tu ayuda
para vivir mi vida de la forma en la que quiero.
—Estoy seguro de que vas a estar bien —se burla papá—. Con un título de la
secundaria y sin contacto, o entrenamiento, o referencias.
Burn no se mueve. Levanta el puño, y por un segundo estoy seguro de que va a
golpear algo más, pero deja colgando algo. Algo brillantes y de plástico.
—Me tomó un largo tiempo —dice—. Es verdad. Escapé, eso es verdad también.
Fue mi culpa. No estaba aquí para nadie. Y es algo que tengo que arreglar.
Él lanza la cosa de plástico a la mesa, sobre los folletos. Es un llavero, puedo
verlo ahora. Letras de burbujas detalladas, dibujadas y coloreadas con cuidado, que
dicen CUIDATE. Papá arruga la nariz.
—Y este asqueroso pedazo de basura… ¿se supone que tiene que significar algo
para mí?
—Es un regalo —lo corrige Burn—. De alguien que me importa. Lo encontré en
el viejo lugar en donde solíamos pasar el rato—. La usaste como un títere —presiona
Burn, su mirada haciendo hoyos en papá—. La cazaste, como un tigre caza a su
borrego. Ella no tenía idea de lo que eras capaz de hacer. Y usaste su ignorancia y
desesperación en su contra. Usaste la preocupación de Wolf en ella, por sus sueños,
contra ella. La usaste como tú nos usas… para obtener lo que quieres.
Burn se define, y me mira.
—Ella dejó esto para mí. Porque estaba preocupada. Porque, a pesar de que lo
jodió, ella todavía se preocupaba por mí. Por nosotros. Ella todavía lo hace.
Me burlo, sin creerlo.
—Ríete todo lo que quieras —dice Burn—. Pero creo en ella.
—Ella traicionó nuestra confianza.
—Ella cometió un error —responde—. Justo como yo lo hice. Justo como yo lo
hice por años.
—¿Y vas a arreglar todo eso justo ahora? —se burla papá, cruel y frio, y me hace
no querer burlarme nunca más, si así es como sueno. Burn se mantiene fuerte.
—Voy a intentarlo. También quiero una oportunidad. Y eso es lo que ella quiere
también. Lo sé.
—¿Quieres que de pronto confíe en ella una vez más? No puedo hacer eso —
insisto—. Sabes que no puedo. No después de… no después de todo. No después de
Mark. No voy a cometer el mismo error tres veces.
—¿Así que simplemente vas a vivir así? —Burn junta las cejas—. Sentado aquí,
deseando que estuviera aquí, ¿pero nunca admitiéndolo?
—No tienes idea…
—Te quedaste con los pedazos. De su ensayo. Los veo en tu bote de basura. No
has vaciado esa cosa en dos semanas.
—No tengo nada que tirar.
—Tienes todo que tirar —corrige—. Y todos los motivos para hacerlo. Pero no
lo haces. ¿Te has preguntado por qué?
Furiosamente ocupo mis manos con los folletos. Él no tiene idea de lo que está
hablando. Él fue fácilmente influido por…
Mis manos se congelan en el folleto. Oculto debajo de todo, está un folleto para
“centro de rehabilitación mental para víctimas de trauma y abuso”. Papá me mira
y lo arranca de mis manos.
—Ah, sí. Estaba buscando opciones para tu recuperación también, Wolf.
—Recuperación…
—Por lo que Mark te hizo, por supuesto. Este centro es excelente en tratar con
abuso adolescente, y como un extra, tienen un buen programa de reorientación.
Todo el aire queda atorado en mi garganta.
—Reorienta….
—No es natural, Wolf. —Papá me mira con ojos llenos de lástima—. Estás
enfermo. Créeme, este lugar va a mostrarte cómo se supone que tienen que ser las
cosas, cómo el orden natural de las cosas va. Vas a agradecerme, algún día.
Tomo el llavero con dedos temblorosos, y lo tomo fuertemente.
—No estoy enfermo.
—¿Qué?
—Dije —grito— ¡No estoy enfermo! ¡Soy tu jodido hijo!
—Te gustan los hombres, Wolf. Eso es una enfermedad. No estás en el camino
correcto.
Quedo atónito hasta el silencio, pero solo por un segundo. Dios, mamá, si
pudieras verlo ahora. Si pudieras ver lo que tu muerte le ha hecho. O quizás siempre
fue así. Quizás solo era muy joven, demasiado cegado en nuestra perfecta familia,
para darme cuenta antes de que te fueras.
—Eres un monstro —siseo.
—Soy tu padre —me asegura—. Y me vas a escuchar cuando te hable.
—No has sido mi padre por cinco años.
Me doy la vuelta y paso a lado de Burn, y puedo sentirlo siguiéndome mientras
caminamos hacia nuestras habitaciones, papá gritándonos.
—¡Wolf! ¡Wolfgang William Blackthorn, vas a bajar de esas escaleras en este
instante y vamos a discutir como seres humanos civilizados!
Espero hasta que Burn está en mi habitación, y luego azoto la puerta y la cierro.
Burn se sienta en la silla de la computadora, su rostro solemne.
—Él… él está loco —logro decir—. ¡Está loco si cree que voy a ir ese jodido lugar!
—Lo sé —dice Burn, pacientemente. Toda su furia ahora desaparecida,
remplazada por resignación.
—¡Él quiere separarnos!
—Lo sé.
Giro mi anillo rápidamente, como si fuera la única cosa que me salvará.
—¿Qué hacemos? No tenemos a dónde ir… la familia de mamá es de Irlanda…
—Tranquilízate —dice Burn—. Respira. Vamos a encontrar algo.
—Tenemos que sacar a Fitz de aquí —insisto—. Antes que él se lo lleve.
—Lo sé. Ya he empezado a buscar.
—¿Lo hiciste?
Burn asiente.
—Parte de la razón por la que corrí tanto era papá. Podía verlo en él. Y no quería
enfrentarlo. Y cuando Bee dijo que le había estado diciendo cosas, sobre lo que
hacíamos… supe que tenía que hacerlo. Vamos a intentar arreglarlo, con dinero. Con
fuerza.
—Así que…
—Jakob —dice Burn—. Jakob nos ofreció un lugar para quedarnos en su
propiedad. Siempre y cuando le ayudemos a darle mantenimiento al helicóptero, y
al equipo.
—Eso no va a funcionar —digo, mi cerebro moviéndose rápidamente—. Papá
comprará los terrenos alrededor de él. Obligará a que Jakob se vaya, con impuestos,
o regulaciones, o…
—Papá no sabe nada de propietarios de tierras, así que no tiene influencias ahí.
Créeme. Ya revisé.
Estoy en silencio. Escucho a papá pidiéndoles a sus guardaespaldas que
contacten a alguien. Burn se ve tan cansado, sentado en mi cama. No lo había notado
antes, pero los círculos negros bajo sus ojos son grandes. Él ha debido de estar
despierto tarde, tratando de pensar en maneras de sacarnos de las garras de papá. El
hecho que esté aquí, hace que mi corazón se hinche un poco.
Me dirijo a él y tentativamente coloco la mano sobre su hombro. No es
demasiado, pero es mi manera de hacerle saber que estoy agradecido. Las palabras
de algún modo parecen ser muy difíciles, aunque eso sea una simple opción. Pero sé
que aprecia el gesto más que las palabras.
Y por primera vez, este gesto no me hace temblar. No siento la urgencia de
poner distancia entre nosotros, de girar el anillo en mi dedo. Burn mira mi mano
sobre su hombro, casi incrédulo.
—Ella ayudó después de todo, ¿eh? —pregunta. Cuando no digo nada, se pone
de pie y toma mi cesto de basura. Ahí, todavía en la cima, están los quemados restos
de su ensayo. Él toma un pedazo y se ríe.
—Probablemente hubiera sido mejor que lo quemaras antes que lo leyeras.
Todos los recuerdos de Bee cruzan mi cabeza al mismo tiempo. Si no lo hubiera
leído cuando lo hice, nada de esto hubiera sucedido. No hubiera sido capaz de tocar
a Burn ahora, si no hubiera leído ese ensayo antes. Sosteniéndola en el garaje, el
paracaidismo, el paseo en la parte trasera del auto de Burn con nuestras manos
entrelazadas, recostarme en su regazo, verla golpear a Mark, y sentir de cierto modo,
de alguna forma, aunque sea un poco, que había sido vengado. La risa en su rostro.
Su rostro sonriente. Su rostro preocupado. Todo ello. Incluso ahora, incluso herido
y confundido, me aferro a lo que queda de ella con perfecta claridad.
Un fuerte golpe en mi puerta me saca de mis recuerdos. Pienso que es papá,
pero luego escucho la voz de Fitz.
—¡Abran! ¡Chicos! ¡Abran!
Fitz no había salido de su habitación, más que para ir a la escuela. ¿Y ahora él
quería entrar de repente? Burn camina y abre la puerta, Fitz irrumpe, sosteniendo
un pedazo de papel.
—¡Mira! —Lo tiene pegado a mi rostro. Intento ignorar su ropa desaliñada, la
apariencia hambrienta de sus mejillas. Él no ha estado comiendo demasiado.
El papel es recién impreso, todavía un poco caliente. Son unas horribles figuras
de palitos. Excepto cuando me doy cuenta de que las figuras somos nosotros; Burn,
con aspecto dormido, Fitz, hackeando una computadora, y yo, en mi motocicleta, con
rostro enojado. Es un terrible dibujo, pero puedo ver el encanto.
—¿Qué es esto?
—¡Ella me lo dejó! —dice Fitz sin aliento—. Al principio pensé que era un
archivo basura, pero estaba en su escritorio, así que pensé que era raro, y cuando
estaba en hexadecimal que decía que había otro oculto en su directorio, y que ese
llevaba a unos archivos de Paint…
—¿Quién es ella? —pregunta Burn—. ¿Hackeaste la computadora de alguien?
—¡Bee! —explota Fitz—. Solo estaba jugando, y pensé que tal vez ella mantenía
un diario o algo así en su computadora, algo que pudiera explicar las cosas mejor,
pero entonces encontré esto, y ¡ella lo dejó para mí! ¿No es tierno? Este eres tú, y
Wolf, y este soy yo, y obviamente soy el mejor…
Fitz continúa balbuceando sobre cuántas capas de archivos tuvo que pasar para
encontrarlo, como si le hubiera puesto un juego. Por supuesto que le gusta, le han
gustado esa clase de búsqueda de tesoros desde que era un niño.
—Ella me dejó el llavero —reflexiona Burn—. Y a Fitz la imagen. ¿Qué te dejó
ella?
Mi corazón se aprieta, pero dejo escapar un bufido.
—Nada. No quiero nada de ella.
—Excepto un beso —bromea Fitz, y lo ignoro como siempre. Pero escucharlo
bromear conmigo, después de lo que parecían meses, se siente bien.
—¿Qué es esto? —Burn saca algo de la basura, una caja de gamuza de anillos.
Él la sostiene, y me encojo de hombros.
—El señor Finch dijo que alguien le dijo que me lo diera.
Los ojos de Burn y Fitz se iluminan, y yo pongo los míos en blanco.
—No, no es lo que están pensando. Amanda siempre intenta comprarme
anillos. Es simplemente ella, de nuevo.
—¿Por qué se lo daría a Finch para que te lo diera?
—Para que fuera obligado a aceptarlo esta vez. —Suspiro—. No lo sé.
—¿Siquiera lo abriste? —pregunta Fitz.
—No. No existe punto en hacerlo.
Burn lo abre, su rostro completamente serio. Lo sostiene frente a mí.
—Ábrelo.
—Te dije, que es un soborno de parte de Aman…
—Ahora —insiste Burn, fuertemente.
Mirándolo, abro la tapa lentamente. Dentro está un anillo de plata de buen
gusto, grabado con la cabeza de un lobo. Es vintage, la plata un poco apagada en los
bordes, nada como los nuevos y brillantes que Amanda me da. El lobo es bien
pensado, deliberado. No puede ser.
Le dije que me sentía más seguro con más anillos.
No puede ser.
La fuerte voz de Fitz de pronto suena sobre mi hombro.
—¡Vaya! ¡Mira esa vieja y empobrecida cosa! Definitivamente es de Bee.
Estoy en silencio. Burn se aclara la garganta.
—¿Estás bien?
Estoy lejos de estar bien. Quiero escuchar su voz, conducir a su casa una vez
más y pedirle que salga. Quiero verla bajar las escaleras, ver su contorno, sus
hombros, la curva de su rostro. Mi confusión y tristeza todavía queman, pero nada
quema más que mi deseo de tocarla. Si fuera la última vez, la saborearía. Si hubiera
sabido que esa noche en su regazo sería la última vez, me hubiera quedado más
tiempo. Le hubiera dicho cómo me sentía realmente, en lugar de huir como un
cobarde.
Ambos cometimos errores, ella y yo. Yo más que ella.
Pero es muy tarde.
Nos despedimos, sin importar lo amargo que fue.

—¡Gracias por venir! —me despido de la anciana saliendo de la cafetería. Dejo


escapar estrés, ajustando los amarres de mi mandil. Dios, ha sido un largo día. Pero
no puedo relajarme todavía, me queda otra media hora antes de que termine mi
turno. Tengo que salir a tiempo esta vez… me preocupa papá. Él me prometió que se
tomaría sus medicinas hoy, pero anoche se había tomado tres en lugar de dos. Quizás
fue un error, pero mi instinto me dice también, que fue intencional. Que está
tratando de lastimarse una vez más.
—Bueno hola, muñeca.
Alzo la mirada a la voz para ver a Wolf. Mi interior se eleva, de pronto en
gravedad cero. ¿Qué está haciendo aquí? ¿Cómo me encontró en mi trabajo? ¿Por
qué no está furioso conmigo…?
Parpadeo… no, no es Wolf. Es un chico de cabello oscuro, probablemente en
edad universitaria, sonriéndome. Él es muy apuesto, de una forma diferente. A
primera vista, podría ser Wolf. Pero solo de reojo. Como si alguna vez Wolf me
hubiera dado un apodo.
Como si me fuera a volver hablar.
El hecho que alguien me diga “muñeca” me hace querer gruñir, pero pongo mi
mejor rostro y sonrisa de barista.
—¿Qué puedo darte?
—Un pequeño mocha late, y tu número.
Me río nerviosamente y decido ser amable.
—Bueno, solo puedo darte una de esas cosas.
Por suerte, se va sin hacer más escandalo una vez que tiene su late. Mi turno
termina, y esterilizo la cocineta y cuelgo mi delantal antes de irme a casa.
La casa está en silencio, lo que es normal. Reviso primero el baño, las píldoras
de papá siguen ahí. Él no las ha tomado todavía. Lo que posiblemente sea mejor.
Reviso su habitación, puesto que está abierta, pero no está ahí. Mi habitación,
tampoco está ahí. El garaje está vacío. Él se ha ido.
Mis pulmones empiezan a quemar en pánico. ¿Dónde está? ¿Se fue de la casa?
Quizás decidió dar una caminata. Estoy exagerando. Me siento en el sofá y marco a
su número. Suena, pero nadie responde. Quizás no pueda escucharlo por el tráfico
por el que está caminando.
—Hola, papá, soy yo. Solo quería saber dónde estás. ¿Fuiste a la tiendita de
comida de la esquina? Llámame cuando puedas.
Espero.
Diez minutos, y vuelvo a llamar. Veinte minutos. Esta vez no dejo de llamar,
dejando mensaje tras mensaje.
—Papá, por favor responde. Estoy preocupada.
Me muerdo las uñas, llamándolo de nuevo.
—Por favor —suplico suavemente—. Por favor responde.
Cuando no lo hace, me obligo a mantener la calma. Quizás es una caminata muy
larga. Quizás él y mamá están juntos, por más difícil de creer que sea. Le marco, pero
no responde tampoco. Ella debe de estar con un paciente. No puedo soportar el
silencio de la casa, así que enciendo la televisión. Los comerciales son insípidos y
estúpidos, pero son suficiente para la ansiedad que está apareciendo. Todo está bien.
Todo va a estar bien.
Mi teléfono suena, y salto para responder… es mamá.
—Hola, cariño, ¿me llamaste?
—Sí, uh, ¿papá está contigo?
—No —dice cuidadosamente—. ¿No está en la casa?
—No. No puedo encontrarlo.
—¿Revisaste…?
—Revisé el sótano, tu habitación, mi habitación… en todos lados. Él no está
aquí.
—Está bien, cariño. Solo cálmate. Quizás fue a la tienda al final de la calle.
—Eso es lo que pensé también, pero no ha regresado. Y no está respondiendo
su teléfono.
—Bueno, deberías dar una vuelta por el vecindario y preguntar si alguien lo ha
visto.
—Está bien, sí. —Me vuelvo a poner la chaqueta—. Esa es una buena idea.
¿Puedes seguir intentando en su teléfono?
—Él no va a responderme más, y lo sabes.
—Sí, pero, quizás si lo haces lo suficiente…
—Voy a hacer lo que pueda, cariño. Todavía estaré en el hospital por dos horas
más, y luego iré a casa.
—Cierto. Está bien. —Me hundo, todo el consuelo que había tenido pensando
que vendría a casa a ayudarme, evaporándose. Solo estoy sobreactuando. Ella no
tiene que dejar su trabajo, él está bien. Solo fue a otro lado.
Camino el usual recorrido que toma para llegar a la tienda. Una vecina cortando
el césped dice que lo vio caminando, y señala el sur, exactamente la dirección
contraria a la tienda. Eso solo me confunde y pone más nerviosa… ¿A dónde fue, si
no es la tienda?
Le pregunto a un niño en su bicicleta, y me señala la parada del autobús, y
siento que voy a vomitar. Papá pudo haber ido a cualquier parte. Podría estar
haciendo miles de cosas en este momento… volviendo a lastimarse. Todo lo que
puedo ver en mi mente es él, muerto, colgado de algún árbol, con las muñecas
abiertas…
Logro no entrar en pánico frente al niño, y me dirijo a un callejón a media luz.
Tan pronto estoy sola comienzo a respirar rápida y pesadamente, las lágrimas
saliendo. Estoy siendo ilógica. Estoy sobreactuando. Él no se está lastimando. No lo
haría. Es mi papá. Me ama. No se mataría, sin importar lo enfermo que esté, si
todavía me tiene a mí.
—Es-está bien —dudo—. Va a estar bien, Bee. Tú vas a estar bien. Papá va a
estar bien. Solo tienes que… solo tienes que….
Le marco rápidamente a mamá, y ella responde esta vez. Le digo todo lo más
calmada que puedo, y ella suspira.
—Oh, cariño, no te preocupes tanto.
—Pero, mamá, él…
—Él solía hacer eso todo el tiempo mientras salíamos —insiste—. SI quería
tiempo a solas, él tomaba el autobús y se iba a algún lado por su cuenta.
—Mamá, es más que eso, todo lo que mi libro dice…
—¡No lo sabes todo, Bee! —Su grito me sorprende—. No importa cuántos libros
hayas leído, no eres experta en tu padre. Lo conozco mejor que tú. Él está bien. Así
que por favor deja de preocuparte y regresa a casa.
—Pero… pero tomó tres píldoras anoche, y hace unas semanas él y yo
empacamos sus cosas. ¡Vendió su máquina de escribir, mamá! Él está pasando…
—¡Todos sabemos por lo que está pasando! —dice en un tono agudo—. ¿Qué
hay de mí? ¿Qué hay de ti? ¡Estamos pasando por lo mismo que él!
—Mamá… por favor, ven a casa…
—Me rehusó a dejar que ese hombre siga controlando mi vida —insiste mamá—
. No voy a ir a casa, Bee. No hasta que termine aquí. Él está bien. Vas a ver… va a
llegar a casa y entonces te vas a sentir como tonta. Ahora, por favor, deja de
llamarme. Tengo trabajo que hacer.
Cuelga, y el silencio suena en mis oídos. De pronto sintiéndome tan pequeña,
tan sola.
Quizás tiene razón. Quizás él está bien. Pero mi estómago no se tranquilizará
con un “quizá”. Tengo que saber. Todo lo que he aprendido me dice que no está bien.
Y aunque mamá piense que mi conocimiento es inútil, tengo que creerlo.
Es todo lo que tengo.
Es todo en lo que puedo contar.
Pero estoy perdida. No tengo idea en dónde puede estar. Sigo llamando a su
teléfono, pero no tengo nada. Me estoy quedando sin tiempo. Puedo sentirlo. Si no
lo encuentro pronto, algo horrible va a suceder.
Pero estoy sola.
Solo soy una chica. ¿Qué espereza tengo? Si conduzco y lo busco, nunca voy a
encontrarlo. Todo de repente se siente imposible. Colapso contra la pared del
callejón, y las lágrimas salen. No puedo detenerlas. No puedo detener lo que le está
sucediendo a papá, a mí. No puedo detener la presión aplastante en mi pecho.
A ciegas tomo mi teléfono, y marco al número que he tenido desde hace tiempo,
pero nunca marqué. El número que había temido marcar por tanto tiempo. Tres
timbrazos, y luego responde.
—¿Hola?
—Wolf. —Hago lo mejor que puedo para poder ser coherente entre mis
sollozos—. M-mi papá está desaparecido. Él se fue y… y mamá no quiere creerme, y
no pudo encontrarlo, y no sé qué hacer…
—Tranquilízate —dice—. ¿Dónde estás?
—Yo… —Miro al rededor—. No lo sé. Él se fue, y no puedo encontrarlo…
Rompo en sollozos, y la voz de Wolf es apenas audible.
—¡Bee! ¡Escúchame… escucha! Necesitas calmarte, ¿está bien? Una vez me
dijiste que no podías leerme la mente… es lo mismo que me está sucediendo ahora.
Tiene razón. Trago aire como un pez muriendo.
—E-está bien. Está bien. Estoy bien.
—¿Dónde estás? —pregunta, pacientemente.
—En un callejón en mi vecindario, creo.
—¿Puedes regresar a casa? Te veré ahí.
—Sí. —Inhalo. ¿Qué estaba pensando al llamarle a Wolf de todas las personas?
Rápidamente cuelgo arrepintiéndome de todo. Mis brazos y piernas sintiéndose
como peso muerto mientras camino a casa. ¿Por qué va a venir a ayudarme? Él no
me debe nada, y me odia. ¿Qué tan débil soy que acabo de llamar a la única persona
a la que había querido llamar desde el segundo que la mierda explotó?
¿Por qué escuchar su voz, aunque fuera por el teléfono, se sintió como agua fría
que era lanzada a la quemadura?
Nada importa. Regreso a casa y espero en los escalones de la entrada
nerviosamente. Ninguno de mis sentimientos importa ahora… no mientras papá está
por ahí. Si Wolf puede ayudarme, entonces lo aceptaré. Aceptaré lo que sea que
pueda, por ahora, no importa qué tan forzado sea.
Cinco minutos pasan. Siete. Finalmente, el sonido de una motocicleta suena en
la calle, y Wolf se estaciona. Él se quita el casco y corre hacia mí… yo camino para
encontrarlo a medio camino.
—¿Estás bien? —dice, sin aliento. Su cabello es un desastre, su rostro oscuro en
preocupación. Preocupación. No por mí. No puede ser por mí.
—Es-estoy bien. —Me froto el brazo, insegura a dónde mirar. Me detengo en
sus zapatos, aunque cada nervio quiere que mire su rostro por más tiempo—. Pero
mi papá no lo está. Busqué en toda la casa.
—¿Y tu mamá? ¿La llamaste?
—Sí. —Asiento—. Ella no cree que sea serio.
Wolf murmura una grosería. Me atrevo a levantar la mirada.
—Tú… tú me crees, ¿verdad? Que algo está mal.
Su mandíbula se flexiona, y asiente.
—Estudias demasiado y muy fuerte para que no se te crea.
Alivio me apodera. Escucharlo de él, de quien sea, alivia la presión en mi pecho
solo un poco. Otro rugido de motor suena, y el convertible de Burn se estaciona. Fitz
y Burn y Keri están saliendo y acercándose.
—Bee. —Burn me asiente. Y yo asiento.
—Hola.
Fitz desliza una mano por su cabello.
—¡Pudiste haber explicado un poco más sobre lo que estaba sucediendo antes
de que salieras como un murciélago del infierno, Wolf!
—Lo lamento. —Wolf suspira—. Mira, su papá está desaparecido. Tenemos que
encontrarlo, y rápido.
—¿Cómo es su auto? —pregunta Keri.
—Él no conduce —digo—. Y odia tomar el autobús. Pero se fue desde hace tres
horas. Podría haber caminado a cualquier parte.
—No. —Fitz mueve un dedo—. La velocidad promedio de caminar es de cuatro
kilómetros por hora. A menos que fuera más rápido, es seguro asumir que está en un
radio aproximado de catorce kilómetros. Podemos quitarle, como, tres kilómetros,
puesto que las personas suelen tomar descansos. ¿Qué tan en forma está tu papá?
—No sale mucho —admito. Ahora que tengo cuatro pares de ojos sobre mí,
conmigo, mi pánico está lentamente convirtiéndose en una tormenta en lugar de un
tifón.
—Lugares —gruñe Brun.
—¿Qué?
—¿Qué lugares le gustan?
—La tienda de la esquina, pero alguien dice que lo vio caminando del lado
opuesto a la tienda —digo—. Uh, el parque. El pequeño parque cerca de la escuela
primaria.
—¿Eso es todo? —pregunta Wolf—. Tiene que haber más que eso.
—Te dije, ¡no le gusta salir!
—Cierto. Te creo. Solo vamos a… separarnos en equipos, y revisar esas dos
áreas. Necesitamos que alguien se quede en la casa, en caso de que regrese.
Fitz y Burn me miran, pero Keri niega.
—Oh no, absolutamente no. ¡Es su papá! Me quedaré aquí, y tú ve a buscarlo,
Bee.
Sonrío.
—Gracias.
—Burn y Fitz, revisen el parque —dice Wolf—. Bee y yo iremos a la tienda, ver
si alguien vio algo. Llámame cuando terminen de investigar el lugar.
Burn y Fitz asienten, y Burn se dirige a su convertible. Fitz se retrasa, lanzando
un brazo alrededor de mis hombros y abrazándome fuertemente.
—Va a estar bien.
Nos separamos, y fuerzo una sonrisa. Los observo irse, luego le doy a Keri las
llaves de la casa. Wolf gira hacia mí, ofreciéndome el casco con una mirada de
determinación.
—Vámonos.
Nunca pensé que volvería a subirme a la motocicleta de Wolf. Nunca pensé que
me volvería a permitir acercarme a él, después de lo que hice. Pero aquí estamos, yo
sosteniéndome al asiento con toda mi vida para no caer, y él conduciendo, más
rápido de lo que hacía cuando iba atrás. Pero no lo suficientemente rápido.
—¿Podrías ir más rápido? —le pregunto en un semáforo. Wolf me mira sobre
su hombro.
—Sí. Si te sostienes en mí.
—Eso está… ¿eso está bien?
—En este momento, sí.
Lo abrazo por el torso, y él inicia el motor. La velocidad que acaba de tomar es
cegadora, mi estómago se siente como si estuviera flotando fuera de mí. Solo por un
segundo. Solo por un segundo flotando, de sostenerme de Wolf, y luego todo se
destruye. Si no encontramos a papá… si no podemos encontrarlo aún con muchas
personas…
Me aferro más a Wolf, e intento apagar las voces que lloran sobre el
fallecimiento de papá en el viento chillante del camino.

Bee me está abrazando porque está asustada.


No porque me necesita. No porque le importe. Tengo que recordarme eso
mientras conduzco, mientras le pregunta al vendedor si ha visto a su papá en voz
temblante.
Me preguntaría a mí mismo porque estoy aquí, pero ya sé la respuesta a eso. Es
ella. Es su voz, escuchándola en el teléfono y bebiéndola como si fuera dulce miel en
lugar de sonidos. Era todo lo que quería, pero me rehusaba a aceptar; su voz en mi
oído. Pero estaba equivocado. Ella estaba herida. Asustada. Sola.
Mi mente se puso en blanco, y lo siguiente que supe es que estaba ahí, frente a
ella.
“Te amo”.
Quería decirle en el momento en que la vi. Pero no era tiempo para eso. Ella ya
estaba lo suficientemente confundida, y asustada. Dejar salir mis propios
sentimientos sería incorrecto. Así que me mordí la lengua.
Me muerdo la lengua ahora, mientras estamos en la tienda e intentamos
desesperadamente saber a dónde ir desde aquí. El vendedor no lo ha visto. Nadie lo
ha visto.
Quizás me morderé la lengua por siempre.
La observo, la manera en que la luz del atardecer juega con su rostro. Es
ansioso, pero aun así la cosa más jodidamente bonita que he visto. No sería tan malo,
morderme la lengua por siempre. Si pudiera estar a su lado… si pudiera mirar su
rostro de la manera en que hago ahora, pero más seguido, si pudiera borrar sus
preocupaciones, clamar su acelerado corazón… entonces morderme la lengua por
siempre valdría la pena. Estoy seguro de ello.
—¿Qué hacemos ahora? —me pregunta—. Nadie lo ha visto. Él podría estar en
cualquier lado, podría estar herido...
Su hombro comienza a temblar. Coloco mi mano sobre la suya y la aprieto.
—Tenemos que pensar. ¿Existen lugares que le gusten? ¿Cualquier lugar que
sea especial para él?
—¡No! ¡No existe otro lugar además de este! No puedo pensar en nada, y entre
más tiempo estoy aquí, mayor la posibilidad de que se lastime, y podría estar muerto,
y yo estoy parada aquí…
La abrazo como lo hice ese día para protegerla de la motocicleta. La abrazo
cerca y fuerte, pare recordarle que soy real.
—Necesito que te calmes —digo en su cabello—. Estoy aquí, ¿está bien? Estoy
aquí para ayudar. No dejaré que nada malo suceda. Lo prometo.
Es una enorme, y escalofriante promesa. Pero digo en serio cada palabra.
—Tenías razón. Sobre todo. —Solloza. El sonido parte mi corazón en dos.
—¿A qué te refieres?
—No era feliz. Pero pasar el tiempo con ustedes, conocerte a ti y Burn y Fitz…
fue la primera vez que me sentí realmente feliz en mucho tiempo. —Niega en mi
camisa—. Estaba todo el tiempo asustada de que papá se iría. Quería hacer algo al
respecto, intentar detenerlo, intentar ayudar, y todo en lo que pude pensar fue
Lakecrest. NYU. Hacer algo para callar el miedo.
Ella me mira, sus ojos rojos e hinchados.
—Tengo tanto miedo.
—Pero no estás sola —le digo—. Vamos a encontrarlo. Juntos.
Ella todavía está recargada en mí, luego inhala, respirando profundamente.
—Existe un viejo parque de juegos —dice—. En el acantilado, fuera del pueblo.
Él solía llevarme ahí todo el tiempo.
—Vale la pena intentarlo. —Asiento—. Dime a dónde ir.
Bee señala sobre mi hombro mientras vamos por la autopista, diciéndome que
gire. Es más lejos de lo que creí que era. El acantilado es viejo, con vistas al océano,
pero los juegos de algún modo se sienten más viejos, con todas esas capas de
oxidación en los columpios y el grafiti en las paredes del pequeño baño. El sol casi
desaparece.
—Tenemos que movernos rápido —digo—. Antes de perder la luz.
Ella asiente, con mirada determinada.
—Vamos a dividirnos. Yo voy a revisar este camino. Tú busca por ahí.
—Buena idea. —Le regalo una sonrisa triste, pero ella gira y comienza a correr.
Me dirijo a la orilla del acantilado, un nudo en mi estómago como si supiera dentro
de mí, que podría estar buscando a un cadáver en lugar de un ser vivo y respirando.
Han pasado cuatro años desde que vi uno.
Muevo la cabeza. No. No puedo permitir que lo que le sucedió a mamá le suceda
al papá de Bee. No puedo dejarla pasar por eso. Si estás escuchando, mamá,
ayúdame. Ayúdame a encontrarlo, antes que sea muy tarde.
Busco por el camino del acantilado. Nada. El camino es empinado, y batallo
para apresurarme por las rocas. Subo la colina, lo que me queda de aliento sale
cuando veo a un hombre sentado en la orilla del acantilado, el viento moviendo su
cabello.
Él no está desplomado. Esa es una buena señal.
—¿Señor Cruz? —le hablo. No responde. Es su perfil, sus hombros, el color de
su cabello por lo que puedo recordar de la vez que secuestré a Bee—. ¿Señor Cruz?
¿Puede escucharme?
Mira por encima de su hombro, sus ojos cansados y con círculos negros.
—Oh. Eres tú. El pequeño punk de la motocicleta.
Puede reconocerme. Esa es otra buena señal. Me enderezo.
—Sí. Wolf Blackthorn. Vine aquí para…
—Encontrarme —termina por mí, y se ríe—. Lo sé. Bee te arrastró hasta aquí.
Sabía que lo recordaría eventualmente.
—Ella está preocupada por usted —digo.
—Constantemente —responde, luego golpea el suelo junto a él—. Ven. Siéntete.
Dudo, y él suspira.
—No voy a matarme. Está bien. Solo toma asiento.
Lo hago, nerviosa y lentamente. Nuestras piernas danzando en el borde. El
señor Cruz está usando una camisa almidonada y pantalón. Se ve muy bien, nada
que ver con el hombre que vi en casa de Bee ese día.
—Ella es terca —dice el señor Cruz—. Nunca se da por vencida.
—No me diga —me quejo. Levantando el celular para llamarle, pero el señor
Cruz me detiene, con sus dedos alrededor de mi muñeca.
—No. No todavía. Por favor. Existe algo que quiero decir, sin que esté aquí.
Bajo el teléfono y lo guardo en mi chaqueta.
—Está bien.
Respira profundamente.
—No he sido… un buen padre. O una buena persona, últimamente. Enfermedad
o no, debí de haberme esforzado lo más mínimo para estar ahí para ella. Y su madre.
Pero no fue así. Y no creo que pueda, mientras siga enfermo.
—Podemos conseguirle ayuda —digo—. Existen buenos terapeutas.
Se ríe.
—¿Has visto nuestra casa? Apenas y podemos pagar la renta del mes, mucho
menos un terapeuta.
Es entonces cuando observo la maleta junto a él. Es pequeña, pero lo suficiente
para viajar.
—Señor Cruz…
—Bee es una inteligente y ambiciosa chica —me interrumpe—. Ella es amable y
se sacrifica. Pero se ha sacrificado suficiente por mí. Me di cuenta de ello el otro día.
Soy un tonto por no verlo antes. Si la enfermedad me tira al suelo, puedo aceptarlo.
Estoy bien con ello. Pero eso golpea el espíritu de mi pequeña al suelo. Y eso es algo
que no puedo soportar.
Él mira mis dedos, los anillos brillando en la luz del sol.
—Ella te dio ese. —Señala el anillo con la cabeza de lobo—. Por su cumpleaños.
—¿Qué?
—Ella lo vio en la casa de empeño. Le pregunté qué quería para su cumpleaños.
Ella dijo que quería ese anillo. No tenía idea que ella… —Se ríe, negando—. No tenía
idea que quisiera dártelo. Pensé que de pronto le comenzó a gustar la joyería.
—Ella me dio su regalo de cumpleaños… ¿a mí? —susurro. Él se ríe.
—Te dije. Ella se sacrifica por todo.
Estoy en silencio. Frotando el anillo lentamente, sintiendo cada curvatura.
—Vine aquí —inicia el señor Cruz—. Para pensar. Es difícil, a veces, el pensar
cuando estas atrapado en una habitación. En una casa. Ver el cielo siempre fue algo
que solía ayudarme. Así que pensé que vendría a verlo. Y este pequeño parque de
juegos guarda tantos buenos recuerdos. Me ayuda a tener claridad.
—¿Claridad para qué? —pregunto. S vuelve hacia mí, de pronto completamente
serio.
—Voy a regresar con mi hermana. Por un tiempo. Hasta que pueda encargarme
de este monstruo dentro de mí. Ella conoce a alguien que trabajaría conmigo a bajo
costo. Y la distancia... creo que la mamá de Bee y Bee se han ganado un descanso de
mí.
—Señor Cruz, no creo que…
—Tienes que prometerme —continúa, sus ojos fijos en los míos—. Tienes que
prometerme que vas a ver que Bee sea feliz mientras yo no estoy.
—Señor…
—Oh, ¿es señor ahora? —se ríe—. Nunca te molestó eso antes.
Estoy en silencio, batallando con las palabras. Él suspira.
—Le gustas, lo sabes.
Mi cabeza se mueve.
—¿Qué?
—Soy su padre. Puedo verlo tan claro como el día. A ella solían gustarle chicos
de bandas. Príncipes de los cuentos de fantasía. Ella observaría esos grandes posters
que tiene en sus paredes todo el tiempo, con esa mirada chistosa en el rostro. —Se
ríe—. Todavía recuerdo al primer concierto que la llevé. Se iluminó cuando salieron
al escenario.
Me golpea con un dedo en el pecho.
—¿Pero tú? Ella te mira, y brilla. No se ilumina toda brillante y extática y fuera
de la pared. Nada de esas cosas obsesivas. Ella solo… se ve más viva, cuando te ve.
Se parece más a mi pequeña, la que no solía preocuparse todo el tiempo. La que solía
sonreír y era de verdad.
—Yo…
—¿La amas? —pregunta. Él usa palabras, pero se siente como si físicamente me
golpeara en el pecho. Batallo para tener aire.
—Sí. Desde que… desde que leí su ensayo.
—¿Ensayo? —Levanta una ceja.
—Ella escribió uno, para entrar a Lakecrest. Yo… yo me lo quedé. Lo leí una y
otra vez. Escribe muy bien.
—Por supuesto que lo hace. —Se señala—. Lo sacó de mí. ¿Pero qué resultó tan
especial de ese ensayo? ¿Por qué te gustó tanto?
—No me gustó —lo corrijo—. Me gustó la persona que lo escribió.
—¿Por qué?
—Porque… —Me aclaro la garganta—. Porque me hizo sentir como si no
estuviera solo. Me hiso sentir como si hubiera alguien afuera que pudiera
entenderme, que era como yo. Y luego la conocí, cara a cara, y yo… y desde entonces
yo…
Él me está mirando. Yo miro el atardecer, enderezándome para buscar fuerza y
girando mi anillo de lobo.
—Intenté que la expulsaran —digo—. Porque pensé que la conocía mejor de lo
que ella se conocía a sí misma. Supe por su ensayo que quería escribir, ir a Sarah
Lawrence. No podía soportar verla en una escuela que no le gustaba, obligándose a
estudiar para tomar una carga que era demasiado pesada para ella.
—Parte de eso es mi culpa —dijo el señor Cruz suavemente.
—No es la culpa de nadie —digo—. Bee solo decidió volverlo suyo.
Él permanece en silencio, colocando sus manos sobre su regazo. Muevo uno de
mis anillos.
—Estuvo mal de mi parte, intentar que la expulsaran. Ella sufrió por ello. Y es
exactamente lo opuesto que quería que sucediera.
El señor Cruz niega.
—Y, aun así, estás aquí, ayudándole a buscar a su padre. ¿Por qué,
exactamente? ¿Qué significa Bee para ti?
—Ella… me ayudó a trabajar en mi pasado cuando pensé que nadie ni siquiera
se molestaría. Ella nunca corrió, no importó lo difícil que era, o lo oscuros que fueran
mis problemas. Ella es muy amable. Cuando se ríe es como… es como si todos los
pensamientos de mi cabeza desaparecieran, y todo lo que quiero hacer es volverla a
hacer reír.
Giro el anillo del lobo más rápido.
—Quiero protegerla. Quiero mostrarle un mundo donde ella no tenga que
cargar todo en sus hombros. Ella va a querer seguir cargando todo. Pero quiero
ayudarle a sostenerlo, si puedo. Quiero… quiero ayudarla. Quiero que haga lo que
ama, por sí misma, en lugar de por los demás. Quiero que disfrute su propia vida.
No puedo mirarlo, mis ojos fijos en el atardecer.
—No estamos… tú hija y yo ni siquiera estamos en los mejores términos ahora.
—Intento decir—. No que alguna vez lo estuviéramos. Así que, si se va, no puedo
prometerle que la voy a hacer feliz. No puedo prometerle eso, pero puedo prometerle
que la cuidaré. Siempre estaré ahí si necesita algo, o alguien, que le ayude. Yo….
Mi pecho se hunde, el dolor golpeándome las costillas.
—… yo voy a hacer todo lo que pueda por ella. Y quizás, quizás entonces existirá
el día en que encontrará a alguien que la haga feliz. Pero hasta entonces… hasta
entonces voy a estar aquí.
Un largo silencio. Intento respirar, lentamente, como si ocultara el hecho que
estoy sufriendo. De verdad decía esas palabras, pero algo dentro de mí quiere llorar.
No quiero estar hasta que encuentra a alguien que la ame.
Quiero ser ese alguien.
—¿Qué piensas, Bee? —pregunta el señor Cruz como si nada—. ¿De todo esto?
Mi corazón salta a la garganta. Giro para ver a Bee de pie ahí, agitada, su cabello
salvaje y sus ojos llorosos. Su expresión es dividida. El señor Cruz se pone de pie y
ella corre hacia él, abrazándolo.
—E-estaba tan preocupada… —balbucea, amortiguado por su camisa. Él la
abraza.
—Lo sé. Lo lamento, cariño, debí de haber dejado una nota al menos, pero te
conozco. Sé que lo hubieras ignorado y te hubieras preocupado hasta que me
encontraras.
—¿Así que realmente vas a irte? —le pregunta, él asiente.
—Sí. Pero existe mucho tiempo para hablar de ello más tarde. Entiendo que
estabas preocupada por mí, pero este joven acaba de derramar su corazón a ti. Creo
que merece algo de reconocimiento, al menos.
—Yo… Trago fuertemente, miedo quemando en mi estómago—. Debería irme.
Me alegro de que lo encontraras Bee.
Me apresuro hacia abajo del acantilado, mi sangre en los oídos. ¿Qué tanto
escuchó? ¿Por qué no miré detrás de mí antes de decir lo que dije? Lo último que
quería es ser una carga más con mis sentimientos, pero lo he hecho, y no puedo
retractarme. Ella lo sabe. Sabe cómo me siento por ella. Quiero saltar hacia el más
oscuro y profundo hoyo que pueda encontrar y nunca salir.
Me subo a la motocicleta y me coloco el casco cuando escucho su voz.
—¡Wolf!
Bee corre hacia mí, y se detiene frente a la moto. Está respirando pesadamente,
teniendo que correr colina abajo, pero no puede mirarme, y eso hace que mi corazón
se hunda más.
—Yo voy… uh. Voy a tener una fiesta de cumpleaños —dice al suelo—. Antes de
que papá se vaya. El sábado, probablemente. Crees que podrías… ¿quieres venir?
—Sí —logro decir—. Está bien.
Muevo la manija y la dejo atrás, mis pensamientos bailando. Ella no dijo nada
sobre lo que escuchó. Quizás dirá algo en la fiesta. Por supuesto… es por eso por lo
que me invitó. No podemos vernos más en la escuela, así que ha hecho una última
vez. Una última oportunidad para decirme que no siente lo mismo. De despedirse.
17
star aliviada y triste al mismo tiempo es un sentimiento extraño. Ahueca
tus tripas, te hace sentir como un títere de madera. Encontrar a papá fue
la mejor cosa, pero escuchar que se iría fue lo peor.
Y escuchar a Wolf decir esas cosas sobre mí…
En su momento, apenas y podía entenderlo. Estaba tan aliviada de encontrar a
papá, tan aliviada de que estuviera a salvo y bien, eso bloqueó lo demás. Pero lo
escuché. Y con cada hora que pasaba, me comencé a dar cuenta de lo fuerte que las
palabras de Wolf se habían quedado en mi mente.
Lo primero que hice cuando papá y yo regresamos a casa. Le marqué a mamá,
y ella vino a casa, y todos nos sentamos en la sala y papá nos contó su plan de vivir
con su hermana hasta que pudiera recibir la ayuda suficiente para volver a estar
estable. Él se disculpó con mamá, y mamá se disculpó, y luego me disculpé por no
ser una mejor hija, y lloré, y entonces mamá y papá me abrazaron, juntos. Por un
segundo, se sintió como una familia otra vez.
Mamá lo aceptó. Ella nunca lo dijo, pero estoy segura de que si papá no hubiera
anunciado que se iba, ella lo hubiera hecho. Cuando nuestra charla finalizó, mamá y
papá se abrazaron, un cambio extraño. Incluso si no permanecen juntos después de
esto, después de que papá regrese, ellos todavía serán amigos. O al menos eso espero.
Solía pensar que el divorcio era lo peor que podría ocurrirle a nuestra familia.
Pero después de que papá desapareció, aprendí que no se acercaba. La muerte era
peor. Siempre había sido peor.
Mi fiesta de cumpleaños fue algo que papá propuso, cuando lo encontré en el
acantilado. Él dijo que quería hacer una antes de que se fuera, hacer memorias
conmigo.
Así que aquí estoy, preparando guacamole y poniéndome nerviosa.
—¿Cuándo van a llegar tus amigos, Bee? —pregunta mamá mientras revuelve
la salsa.
—Uh, ¿en una hora? —Reviso mi teléfono—. O mierda, ¿realmente ya es tan
tarde?
—Deberías de subir y cambiarte —dice mamá, mirando mi camisa manchada
de guacamole—. Yo me encargaré del resto de la comida.
—¿Estás seguras?
—Positivo. —Me besa la cabeza, y me saca de la cocina. Paso la sala, papá
colgando una línea de estrellas de papel doradas en el techo.
—Hola. —Me sonríe desde la escalera—. ¿A punto de prepararte?
—Sí. Estoy… un poco nerviosa.
—Ciertamente, ha pasado tiempo desde la última vez que tuviste una fiesta así
—está de acuerdo. Estoy en silencio, observándolo colgar las estrellas.
—Te voy a extrañar —digo. Él baja de la escalera y sonríe, abrazándome.
—También te extrañaré, niña.
—Te llamaré todos los días.
—Sé que lo harás.
Nos separamos, y acaricia el cabello de mi frente.
—Así que, ¿quién va a venir a esta fiesta? ¿Alguien que conozca?
—Solo… solo personas de la escuela.
—¿Y Wolf? ¿Lo invitaste?
—Sí —murmuro.
—Eso es genial. Todavía tengo que agradecerle.
—¿Por qué?
—Él te ayudó a encontrarme —dice—. Y él y yo tenemos que hablar de algunas
cosas. Parece un buen chico.
Insegura de qué decir, lo abrazo y me dirijo arriba para cambiarme. Nerviosa,
busco en mi closet… ¿pantalón? No. Eso no se siente lo suficientemente especial.
Existe un viejo vestido de verano, pero la idea de Fitz insultándolo me hace sonreír.
Mi teléfono vibra con un mensaje. Es Burn.
¿Qué quieres? pregunta.
¿Quiero?
Para tu cumpleaños.
Quiero que estés aquí, es todo.
Voy a comprarte algo. Esta es tu última oportunidad de asegurarte
que no sea una tarjeta de regalo.
Me río.
Me gusta el chocolate.
Está bien.
Él siempre ha sido directo al punto. Pero ese es su encanto. Es quien Burn es,
no lo cambiaría por nada en el mundo. Vuelve a enviarme un mensaje.
Wolf está nervioso.
Oh. Respondo. No tengo el coraje de decirle que yo también lo estoy.
Me aseguraré de que vaya.
Alivio me apodera. Gracias, lo aprecio.
Me dirijo a tomar el vestido azul pálido, el que Seamus hizo. Todavía sin creer
lo que escuché de Wolf sobre mi ensayo, sobre… mí. Cómo se siente por mí. Pensaba
hasta ese momento que me odiaba hasta los huesos. Nunca me gustó, incluso antes
de que lo traicionara. Él me estaba usando para superar su temor, y eso fue porque
me ofrecí a ayudarle. Sus suaves toques, sus abrazos… todo eso era por él, no porque
sintiera algo por mí. O eso había pensado.
Quiero protegerla.
Sacudo su voz fuera de mi cabeza, la calidez esparciéndose por mi cuerpo y
llegando a mis pies. Me saco la ropa, dándome cuenta lo sonrojada que está mi piel.
Voy a hacer todo lo que pueda por ella. Y quizás, quizás existirá un día cuando
encuentre a alguien más que la haga feliz. Pero hasta entonces… hasta entonces
voy a estar ahí.
No puedo gustarle. Él no puede sentir cosas por mí. Él es Wolfgang Blackthorn,
desconfiado de todos y el rey de ser implacable. Pero la manera en que nos
tocábamos, las cosas de las que hablábamos, su sonrisa, tan apuesto y extraño, y las
cosas que dijo en el acantilado…
Siempre pensé que quería expulsarme porque me odiaba. Pero era lo opuesto.
Wolf solo sabe hacer las cosas de una manera… y esa es empujando a las personas.
Especialmente personas que le importan. Él intentó empujarme, desde el primer día.
Desde que nos conocimos. No tenía idea de lo mucho que lo había afectado mi
ensayo. No tenía idea que le gustara tanto mi escritura, lo suficiente para apreciarla.
Para apreciarme.
De pronto tiene sentido… cada vez que se separaba de mí cuando nos
estábamos tocando. Las excusas que hacía para alejarse de mí. El duro, y frio exterior
que tenía, como una máscara, para esconder sus verdaderos sentimientos.
A eso se refería cuando dijo que le daba miedo.
Y había sido muy densa para entender. Muy molesta. Muy convencida que me
odiaba.
—¡Bee! ¡Tus amigos están aquí!
Pánico se apodera de mí, y rápidamente me pongo el vestido, subiendo el cierre
con dificultad. Mi cabello… paso el cepillo y reviso mi rostro en el espejo. Me veo
horrible. Me veo confundida, y exhausta y estresada. Intento sonreír, pero se ve
demasiado falso. Es lo mejor que tengo por ahora. Esté o no lista, ellos están aquí.
Camino escaleras abajo, escuchando los sonidos apagados mientras mamá
saluda a Burn y Fitz en el pasillo. Burn Y Fitz y la voz de una chica… Keri. No pensé
que vendría, pero lo hizo.
—Hola, chicos. —Termino de bajar las escaleras. Fitz inmediatamente
comienza a chiflar y aplaudir, y Keri aplaude con él. Burn asiente, su manera de decir
algo.
—¡Te ves maravillosa, cariño! —dice mamá—. ¿Dónde conseguiste ese vestido?
Nunca te lo había visto.
—Un… amigo. —Toso.
—¿Así es como le estamos diciendo ahora? —Fitz levanta la ceja—. Actualizado
de enemigos, ¿no?
Keri le da un golpe en las costillas, y él pone los ojos en blanco.
—Está bien. Seré bueno. Pero solo por esta vez.
Me río y corro, abrazándolo. Él me abraza. Es tan bueno verlo, ver que puede
mirarme de nuevo.
—Encontré tu pequeño rompecabezas en tu computadora —dice cuando nos
separamos. Sonrío.
—Apuesto a que fue demasiado fácil para ti.
—Demasiado. Prácticamente me insultaste con eso.
—Lo haré más difícil lo próxima vez. Si me dejas tener una próxima vez.
Fue mi manera de disculparme. Es una disculpa envuelta en inseguridad,
envuelta en una cobija gruesa de esperar a volver a tener su amistad una vez más. Él
se detiene, sus ojos verdes suaves y sus mejillas brillando con su sonrisa.
—Creo que voy a permitirlo. Solo esta vez.
Vuelvo a abrazarlo, alegría corriendo por mis venas.
—Gracias.
—Pero… —Levanta un dedo frente a mi rostro—. Si vuelves a joderlo, iré tras tu
cabeza.
—Eso fue tan francés de tu parte. Estudiamos a los británicos, ¿recuerdas?
—Oh, la misma cosa. —Mueve la mano ignorándolo—. Todos ellos se casaron
entre ellos.
Burn levanta una caja envuelta.
—Para ti.
—Gracias. —Le sonrío. Sus ojos son tiernos y gentiles. Él hecho que esté aquí es
que me perdonó. Algo en él ha cambiado, pero no puedo terminar de descubrir qué
es. Se ve más… calmado. Más en paz. Antes era como si siempre se estuviera
cerrando, ahora parecía un poco más abierto, como una puerta dejando entrar la luz.
—¡Te compré algo también! —dice Keri chillonamente. Me pasa una caja
envuelta en papel rosa—. No es nada elegante, pero pensé que podría gustarte. Por
la nostalgia.
—Aww, gracias, Keri. Realmente no debiste de hacerlo.
—Considéralo unas gracias. —Sonríe—. Por ser la única persona que hablaría
conmigo sobre Neverwinter Knights sin poner los ojos en blanco constantemente.
Mamá toma los obsequios y los coloca en la cocina. Les ofrece bebidas a todos,
y el control remoto. Ella saca el pastel del refrigerador. Es algo incómodo, tener a tus
padres aquí para tu cumpleaños, intentando controlar las cosas, pero papá ve lo
incómoda que estoy y se lleva a mamá. Ellos anuncian que van a salir un rato, y
cuando papá se va, me guiña el ojo, una sutil manera de decirme “es todo tuyo”.
Hablamos con las debidas por unas horas, descansando en el sofá y el suelo.
Keri y Burn encuentran mi viejo juego de Clue y comienzan a jugar mientras Fitz
busca los armarios de la cocina.
—Sabes que eso es técnicamente considerado descortés —le grita Keri—.
Registrar las cosas de los demás sin su permiso. Especialmente su licor.
—Estoy buscando los cerillos —dice—. Para el pastel.
—Seguro lo haces.
—Burn, dile que recientemente estoy sobrio y completamente reformado.
—Él recientemente esta sobrio y reformado —repite Burn.
—¿Ves? —Fitz la señala con un cuchillo de mantequilla—. De su boca.
—¿Tú? ¿Sobrio? Ese es el mejor chiste que has pensado en toda tu vida. —
Sonrío. El resto de Fitz cae, una línea recta en sus labios.
—Estoy hablando en serio. No he tocado nada desde esa noche en que tú… tú
casi…
—Te ahogas —termina Burn por él. Fitz hace una mueca.
—Sí. Eso.
El dolor en su usual alegre rostro es obvio. Coloco una mano en su hombro.
—Oye. Está bien. Estoy bien, ¿lo sabes?
—Sí, pero por mi culpa…
—Fitz, ¿quién es el psiquiatra en esta relación? —pregunto. Él pone los ojos en
blanco.
—Tú.
—Sí. Yo. Y preferiría comer una pila de uñas que verte cargar con la culpa por
algo que sucedió esa noche. Te hace cosas. Y no quiero arruinar la pequeña bola de
felicidad que eres.
Él me mira, sonriendo a mi sarcasmo.
—Está bien. Puedo pretender que no tengo sentimiento. Soy bueno en ello.
Un golpe en la puerta hace mi estómago caer. Es Wolf. Me levanto lentamente,
y me preparo antes de abrir la puerta. Kristin está ahí, cabello rubio en un chongo y
su sonrisa un tanto de arrepentimiento.
—Hola, Bee.
—Hola. No sabía si vendrías.
—Yo… —Frunce el ceño—. Solo por un minuto. Quería decir algo. A todos
ustedes. Y luego me voy.
Le hago una seña para que entre, y camina a la sala. Fitz la señala
acusadoramente.
—¡Tú!
—Yo —murmura. El rostro de Burn se vuelve serio, sus ojos de pronto
entrecerrándose.
—¿Qué está haciendo ella aquí, Bee? —pregunta Fitz—. Ella es la que nos envió
el mensaje que papá te había secuestrado… así que corrimos a Ciao Bella como dijo…
—Estás trabajando con él —le dice Burn. El señor Blackthorn dijo que ella había
crecido como él, ¿no es así? Y que alguna vez los estuvo espiando.
—No lo estoy —dice—. No más. Solo quería… disculparme. Por todo. Me
bloquearon de todos lados. Así que este fue el último lugar que pensé.
—¿Por eso aceptaste mi invitación? —Frunzo el ceño. Ella asiente, sin ser capaz
de mirarme. Ella sí mira a Burn sin problema alguno.
—Lo lamento —dice con voz temblante.
—Ya te has disculpado —dice Burn—. Hiciste a lo que venías. Ahora vete.
Kristin respira profundamente.
—Cierto. Está bien.
La sigo a la puerta, y gira con una sonrisa llorosa.
—Realmente me disculpo por usar tu fiesta de cumpleaños así, Bee.
—Está bien. Sé lo que es, querer disculparte tanto que haces lo que sea. Eres
bienvenida a quedarte.
—No. —Niega—. Ya he empujado mi suerte. Tengo que ser honesta… me siento
un poco celosa.
—¿De qué?
—Lo mucho que le gustas a Burn. —Se ríe.
—A él no le gusto.
—No, lo sé. Solo como amigo, le gustas mucho. Puedo verlo. Cuídalo, ¿está
bien?
—Lo haré. No te preocupes.
Ella baja los escalones, luego da la vuelta, y me llama.
—Como que aprendimos nuestra lección juntas, ¿eh?
—¿El no creerles a idiotas con obsesión de imagen como el señor Blackthorn?
—De no luchar por las cosas que queremos, si lastima a otras personas —
corrige. Permanezco en silencio, sus palabras presionándome al suelo.
—Sí. Definitivamente aprendí eso.
Ella se despide, y camina a su Prius. Justo cuando se sube, el rugido de una
motocicleta hace que todo se mueva en mi interior. Wolf se estaciona, sacándose el
casco. En las luces claras, no puedo ver su expresión cuando me ve. Él está cargando
algo bajo el brazo de su chaqueta de cuero.
Calmo mi respiración, tratando de calmarme. Pero mi corazón no deja de entrar
en pánico. Él está más apuesto que ayer, de algún modo. Y sus palabras… no puedo
sacar sus palabras de mi cerebro. Todo se acumula y me deja en un desastre
temblante.
—Hola.
—Hola —Su mandíbula está apretada, sus puños a sus costados. Está nervioso.
Quizás más nervioso que yo. Me ofrece el paquete bajo su brazo, envuelto en papel
plateado—. Feliz cumpleaños.
—Oh hombre, no tenías que…
—Quería hacerlo —me asegura.
—Bueno, uh, gracias. Significa demasiado.
—Ni siquiera sabes qué es. —Se ríe suavemente.
—Bueno, probablemente no son calcetines, así que unas gracias es necesario.
—Justo.
Existe un silencio incómodo entre nosotros, y luego Fitz aparece detrás de mí.
—¡Aquí estás! —Mete a Wolf, su cuerpo rozando el mío—. Burn dice que estoy
haciendo trampa y tienes que venir a vencerlo.
—¿En qué? —Wolf se ve confundido.
—Clue, dah. Tú eres el mejor en esos juegos de mesa para nerds.
Wolf pone los ojos en blanco, pero lo sigue de todos modos, yo me río y los sigo.
Wolf queda atrapado en el juego de inmediato, Fitz y Wolf empataron, hasta que Keri
jaló el tapete debajo de ellos. Burn queda fuera, y se pone de pie, y se sienta conmigo
en el taburete.
—¿Tienes comida? —pregunta. Lo llevo a la cocina, donde es un poco más
silencioso. Saco las papas, las salchichas envueltas, y todas las salsas que mamá y yo
hicimos. Él toma todo.
—Vamos a mudarnos —dice Burn con la boca llena.
—¿Qué?
—Cumplo dieciocho en tres semanas. Y cuando eso suceda, voy a firmar guardia
legal de Fitz y Wolf.
—¿De verdad?
—Papá está buscando poner a Fitz en un centro de rehabilitación —dice—. Y a
Wolf a un centro de “reorientación”.
De pronto tengo ganas de vomitar.
—Dios mío, debí de haberles dicho… pero nunca pensé…
—¿Él te habló de esto?
—Lo mencionó, pero no pensé que lo dijera en serio. No a sus propios hijos.
—Está intentando. Y es bastante serio al respecto.
—¿Dónde van a vivir? ¿Tienen un lugar a donde ir? Pueden quedarse aquí…
—No voy a sacarnos así porque sí —insiste—. Jakob nos ofreció un lugar a
cambio de ayudarle en el negocio.
—¿El tipo del paracaidismo?
Asiente. El pánico en mi garganta se relaja.
—Eso es bueno. Eso es bueno, ¿cierto? Ustedes van a estar bien, ¿verdad? ¿Qué
va a pasar con Lakecrest? Tu papá prácticamente es dueño del lugar.
—Ellos van a inscribirse a una escuela pública cercana.
—¿Ellos? ¿Qué sucede contigo? Tú no terminas hasta el próximo año.
Burn observa el guacamole.
—Estoy aplicando para empleos.
—Burn, en serio no puedes abandonar…
—Alguien tiene que hacerlo —dice Burn—. Y debería de ser yo.
—Pero… tiene que existir otro modo…
Coloca su mano sobre mi hombro, una sonrisa débil levantándose en su serio
rostro.
—Es lo que tengo que hacer. Para arreglar las cosas.
—Burn…
—Siempre podré regresar a la escuela —insiste—. Voy a obtener un título más
tarde. Pero justo ahora, necesito asegurar un lugar para mis hermanos. Les debo eso.
Su valentía, su sacrificio. Todo resulta tan familiar. También intenté hacer
muchas cosas por mi cuenta.
—No te voy a dejar hacer esto solo. —Calmo mis labios—. Tienes que
permitirme ayudarte. Si necesitan comida, ropa, o… Dios, ¿les dejó quedarse con sus
cosas?
—Solo trajimos lo que podíamos cargar. —Niega—. Menos Fitz, tiene sus
computadoras, lo que es bueno. Él intentó venderlas, pero no se lo permití.
—Él está actuando como si no pudiera hackear con una triste y vieja portátil. —
La voz de Fitz llega, y me doy la vuelta para verlo recargado en el marco de la puerta—
. Ellos les pagan bien a los hackers, tú sabes. Estoy buscando algo.
Burn hace un gruñido de desaprobación, Fitz lo ignora.
—No te preocupes, todo es limpio. Nada de policía tirando la pequeña puerta,
lo prometo. —Mira hacia la sala, donde Keri y Wolf siguen—. Wolf también está
intentando conseguir un trabajo de medio tiempo con un mecánico. Él será bueno
en eso, si solo le dan una oportunidad.
Estoy callada. Fitz me da palmaditas en la espalda.
—No te preocupes tanto, Bee. Vamos a estar bien.
—¿Qué si… qué si tu papá no deja que Burn se vuelva su custodio?
—Será difícil —dice Burn—. Conseguir que la corte esté de mi lado. Pero si
consigo un trabajo estable una vez que tengo dieciocho, y con toda la evidencia de
querer meter a Wolf a uno de esos horribles centros de “reorientación”, estoy
esperando que la corte pueda elegir correctamente.
—¿Y si no lo hacen?
—Ellos lo harán —dice Fitz, guiñando, volviendo sus palabras más siniestras.
Observo a Wolf desde la puerta, su expresión de concentración en el juego.
—No puedo permitir que lo lastimen —murmuro. Una mano acaricia mi
cabello, es Burn.
—Lo sé. Yo tampoco
—Quizás deja de preocuparte por medio segundo de tu vida —dice Fitz—. E
intenta divertirte en tu propio jodido cumpleaños. —Vuelve a buscar, pero esta vez
toma una caja de velas del cajón. Las vacía, una vela cayendo—. ¿De verdad es todo
lo que tienes? ¿Una vela?
—Estará bien —le aseguro—. Son solo velas.
—Oh no, absolutamente no. —Fitz se endereza, jalando a Burn de la cocina—.
Vamos a conseguirte un set de velas como es debido, aunque sea la última cosa que
haga.
—Pero…
—Regresaremos pronto —me asegura Burn—. Te lo prometo.
—¡Keri! —grita Fitz—. ¡Vamos! Iremos por velas.
—¿Velas? —Ella me mira confundida. Sus ojos se parecen a los confundidos de
Wolf—. Uh, seguro. Velas.
Y simplemente así, se fueron. Justo así, Wolf y yo somos los únicos en casa. Mi
corazón comienza a latir como loco mientras me siento en el sillón.
—Bueno, esa fue una salida rápida —digo.
—Quería disculparme —murmura Wolf. Él está mirando el juego de Clue como
si fuera lo único real en el mundo—. Por lo que dije el otro día.
—¿Disculparte?
—Estabas bajo un montón de estrés —continúa— Y agregarme a eso… no ayudó.
—Bueno, sí. Salió de la nada.
—Sí. —Asiente, su respiración pesada—. Bueno, puedes seguir entonces.
—¿Y hacer qué?
—¿Decirme que me vaya a la mierda? —sugiere—. ¿Decirme que soy raro?
¿Algo? ¿Lo que sea?
—¿Por qué haría eso?
—Porque, lo que dije fue… extraño. Y raro. No estaba planeado en decirte cómo
me sentía. Nunca.
Lo miro, sus dedos girando rápidamente el anillo de lobo.
—¿Por qué?
Sus ojos se activan, verde jade mirándome.
—Preguntas por qué demasiado.
Me río.
—Lo siento. Es un hábito.
Está en silencio, y luego;
—No estaba planeando en decirte… porque mereces a alguien mucho mejor.
Alguien que no intente que te expulsen. Alguien que pueda tocarte sin temblar.
Alguien que no te haga llorar como yo lo hice esa noche en Ciao Bella.
Su puño se cierra sobre el juego de Clue.
—Te dejé ahí. Sola. No miré hacia atrás ni una vez. Nunca pensé sobre eso, te
obligué a confiar en mi papá. La única razón por la que estabas con él era por mí. Y
te lastimaste por eso. Por mi culpa.
Wolf alza la mirada, su cabello cubriendo su rota expresión.
—Así que solo dime. Dime que me vaya a la mierda, de una vez por todas. Y lo
voy a hacer.
Estoy sorprendida hasta quedarme en silencio, la quemante mirada volviendo
ceniza mis pensamientos. No puedo pensar. Apenas y puedo moverme. Sigo
intentando decir, hacer que mi boca forme las palabras, pero se rehúsan a salir. El
rostro de Wolf cae, lentamente, y luego rápidamente, como alguien cayendo del
precipicio.
—Está bien. —Se pone de pie, y se coloca la chaqueta—. Lo entiendo. —Camina,
y toma su regalo, y lo coloca junto a mí en el sillón con una sonrisa amarga—. Feliz
cumpleaños, Bee.
La puerta se azota detrás de mí, resonando en el vacío de mi pecho. Como un
robot oxidado, arranco la envoltura, y abro la caja.
Es un libro. De portada dura, con el borde dorado, de ilustraciones de criaturas
de fantasía. Brujas, magos, dragones y grifos y de mujeres sacerdote y sirenas en
glorioso, delicado detalle; salvajes y libres. Todo lo que solía amar… todo lo que
todavía amo. Todo lo que quiero escribir.
Todo lo que quiero ser.
Wolf.
Él siempre lo supo. Él siempre intentó decirme que fuera feliz, en lugar de hacer
feliz a los demás. De ser egoísta.
Quizás es tiempo que lo intente.
Me pongo de pie, abriendo la puerta y bajando los escalones de dos. Él casi está
en su moto. Levanto los brazos alrededor de su cintura y lo sostengo fuertemente.
—Me gustas. —Finalmente logro sacar las palabras fuera de mí—. Me gustas
mucho.
Siento todos sus músculos congelarse debajo de mí.
—Solo estás diciendo eso —inicia—. Por ser amable.
—¡No! —Niego contra su espalda. Él huele a cuero y aceite y a desierto… huele
como a Wolf—. No es así.
—Quiero decir —insiste.
—Puedes decir eso, pero tú haces las tarjetas rojas. Tú intentas tanto el cuidar
de los demás. Incluso de mí. Las cosas que dije en Ciao Bella no eran mentira… me
divertí como nunca, quizás en toda mi vida, estando contigo.
—Y mis hermanos.
—No, solo… tú. Solo tocando tu mano, o tu cabello, o cualquier parte de mí.
Solo discutiendo contigo. Todo eso. Todo eso fue divertido. Tuve… tuve tanta
diversión.
—Lloraste. —Su voz es baja—. Te hice llorar.
—Noticias de última hora. —Siento las lágrimas formarse, esta vez de gratitud.
De felicidad—. Solo dejo que las personas que son importantes me hagan llorar.
—Eso no es bueno, Bee. —Gira para mirarme, su mirada como seda y fuego.
—¡Llorar también puede ser una cosa buena! —insisto, frotando mis ojos con
mis puños—. Como… como ahora. Estoy llorando porque yo…
Levanto la barbilla y sonrío.
—Porque estoy feliz. Que te gusto. Porque también me gustas.
Su rostro, cauteloso antes, se derrite en una sonrisa. Es lenta, como la última
nevada en primavera, pero es gentil y brillante. Me jala hacia él, nuestras caderas
cerca.
—Esta vez, yo voy a ser el que te pregunte si está bien tocarte —dice, su voz
resonando en mi pecho.
No puedo evitarlo y reír. Sube rápidamente y es verdadera y brillante. Me
inclino, su boca acercándose, nuestros dedos y respiraciones entrelazadas.
—Está más que bien.
Epílogo
uerida Sarah Lawrence,
Me pediste que escribiera sobre dónde me veo en cinco años, así
que aquí estoy. Escribiendo. No es algo en lo que soy buena, pero quiero
llegar a ser buena en ello, y creo que eso debería contar para algo.
Querer ser buena, el impulso y el enfoque que fomenta, es algo que mucha gente
debería atesorar. Algunas personas simplemente no les importa. Algunas personas
están bien con vivir como son, sin empujar sus límites o barreras de manera que los
hagan crecer.
Y lo entiendo.
Crecer es doloroso. Pasé todo un año viendo crecer a tres hermanos. Su padre
abusaba de ellos, emocionalmente, pero salieron de allí. No sé dónde me veré en
cinco años, pero sé dónde me gustaría verme… con ellos.
Pero supongo que debería comenzar desde el principio.
Hace un año, estaba estudiando mi trasero para convertirme en una psiquiatra,
e ir a NYU para ello. Era para mi papá… él tiene una depresión bastante grave, y
cuando le diagnosticaron, quise hacer todo lo que estuviera a mi alcance para ayudar.
Y todo en lo que podía pensar era en aprender a tratarlo como no podía. Como no
teníamos el dinero para ello. Pero los tres hermanos me demostraron que no importa
lo doloroso que sea, no importa cuán egoísta pueda parecer, tienes que perseguir tus
propios sueños tan duro como puedas. Me enseñaron que es noble querer ayudar,
pero no puedes ayudar a nadie si no te ayudas primero. Así que pensé en escribir mi
ensayo sobre ellos, en lugar de cualquier cosa aburrida que quisieras que hiciera.
Está Fitz, el frívolo y sarcástico bebé dorado de los tres. Solía tomar muchas
drogas para llevar mejor la pérdida de su madre, pero se puso sobrio hace un año.
Por mí. Porque me desmayé en una fiesta con un tranquilizante que me dio. Aterricé
en una piscina y casi me ahogo. Él no ha tocado una sola sustancia desde entonces.
Sé que comenzó como una manera de castigarse a sí mismo, pero ayer me dijo que
está contento de haberlo hecho. Está contento de que casi me ahogara. Y a pesar de
lo raro que es decir algo así, así es como es Fitz. Lo dice con una sonrisa todo el
tiempo; “Me alegra que casi te hayas ahogado”. Y sé lo que realmente quiere decir.
Me está agradeciendo, de la única manera que sabe hacerlo.
Y luego está Burn, que no necesita decir nada en absoluto. Solía tenerle miedo,
ya que él es extremadamente alto y nunca sonríe. Pero eso era solo yo juzgando un
libro por su portada muy intimidante. Él no solía mostrar mucha emoción en
absoluto. Esa era su manera de lidiar con la muerte de su madre; cuantas menos
palabras tenía que decir, menos tenía que interactuar con la gente. Menos tenía que
explicar sus sentimientos a la gente… sentimientos que no entendía él mismo muy
bien. Preguntamos cómo se siente la gente todo el tiempo, pero nunca pensé en lo
trivial e inútil que es. Si nos preguntan eso, nunca respondemos con sinceridad. Burn
me enseñó que a veces preguntar cómo alguien está es lo peor que puedes hacer. Él
me enseñó que la verdad a veces es más importante que ser educado.
Finalmente, está Wolf. Wolf enseñó a mi corazón a latir. No solo un latido de
supervivencia, lento y fácil, sino atronador, como una tormenta retumbando en las
ventanas de los alféizares. Él fue lento, entrando en mi vida con la velocidad de una
nube lejana, pero tenía la misma presión. Ya sabes, la presión justo antes de una
tormenta, sofocante y en todas partes. No de mala manera. En una lluvia después de
una sequía. No podía odiar la presión cuando sabía que estaba aquí para regar mis
cultivos y salvar mi vida.
Quizás no mi vida. Tal vez solo mi corazón.
Él me enseñó que está bien quemar. Él me enseñó que el fuego no solo
destruye… revela los brotes nuevos y pequeños que esperan para crecer; brotes que
hubieras ignorado, brotes que habrían muerto de otra manera.
Wolf está sentado a mi lado mientras escribo esto. Me está diciendo que les diga
a ustedes que quemen este ensayo antes de leerlo, antes de que también se enamoren
de mí. Así es cómo me conoció… a través de mi escritura. Trató de hacerme expulsar.
Es una larga historia. Una sobre el que podría escribir algún día. Y si me aceptan en
su universidad, podría escribir sobre ello un poco mejor de lo que lo haría si hubiera
ido a otro lado. Tengo docenas de historias en mí. Cientos. Y es bienvenido para
ayudarme a sacarlos al mundo. Es bienvenido a ser parte de mi viaje.
Mi nombre es Beatrix Cruz, y no importa lo que digan, no importa si me aceptan
o no, seré una escritora. No importa cuántas veces las dificultades me eclipsen, voy
a escribir todas las historias dentro de mí. Porque es egoísta. Porque soy yo y he
aprendido a ser egoísta. Porque siempre hay brotes esperando justo debajo de la
superficie de las cenizas.
Así que adelante. Recházame. Acéptame.
Hagas lo que hagas, quema esto antes de leer.

Fin
Sara Wolf
ara Wolf es la autora de Lovely Vicious, un oscuro Young Adult sobre
la guerra entre una chica fogosa y un chico de hielo, ambos igual de
dañados. Actualmente está trabajando en el segundo libro de la serie
Lovely Vicious. Entre sus otros libros está la serie Arrenged; dos libros sobre un
matrimonio concertado entre universitarios, y su novela. Es adicta a Crónicas
Vampíricas, le encanta el chocolate y la angustia romántica, y no se cansa de los
héroes dañados.
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sarawolfbooks.blogspot.com o facebook.com/sara.wolf.3304

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