Cafh - Vida Espiritual
Cafh - Vida Espiritual
Cafh - Vida Espiritual
VIDA ESPIRITUAL
© 2012 Cafh
Todos los derechos reservados
Indice
Introducción 3
Vida espiritual 5
Ascética de la Renuncia 9
Sentirse bien 11
Oración y meditación 16
Autodominio 19
Tomar distancia 22
Salir del centro 25
Presencia 28
Participación 31
Reversibilidad 35
Responsabilidad 39
Buscando a Dios 41
La Mística del Corazón 44
J.W.
Marzo de 2012
Si bien solemos decir que buscamos la felicidad, éste es un ideal demasiado di-
fuso como para que lo tengamos como objetivo inmediato; por eso, lo que en
realidad más buscamos es sentirnos bien.
Son innumerables las ocasiones en las que no nos sentimos bien. Algunas son
por males que no podemos evitar, como problemas congénitos, enfermedades,
decaimiento propio de la edad, catástrofes naturales, pérdida de seres queridos y
el hecho de que también nosotros vamos a morir. Entre estas causas de sufri-
miento hay algunas en las que ya podemos hacer mucho para ayudarnos. Por
ejemplo, sabemos cómo prevenir, aliviar o curar enfermedades; también pode-
mos predecir y protegernos de algunos fenómenos naturales. Ante estas situa-
ciones, la ciencia y la tecnología nos enseñan qué hacer para disminuir nuestro
dolor o nuestro perjuicio.
Otras fuentes de sufrimiento provienen de nosotros mismos. Por ejemplo, gue-
rras, enfrentamientos, problemas de relación, hábitos perjudiciales, algunos
desajustes psicológicos. Ante estos sufrimientos, si queremos ayudarnos necesi-
tamos trabajar sobre nosotros mismos.
A veces pensamos que nos vamos a sentir bien haciendo cosas que sabemos nos
perjudican. Por ejemplo, comer lo que nos apetece sabiendo que nos daña la sa-
lud, dejar para más adelante lo que tenemos que hacer en el momento aunque
sepamos que esa postergación nos traerá inconvenientes, seguir el impulso del
instante sin que nos importen sus consecuencias.
Dentro de la ascética hay prácticas que nos ayudan a sentirnos bien, si bien no
todas tienen el mismo efecto en nuestra conciencia. De acuerdo con la intención
con que las practiquemos pueden ayudarnos a progresar dentro del estado de
conciencia en el que estamos o pueden estimular la ampliación de nuestro esta-
do de conciencia.
Por ejemplo, el estudio, la reflexión, la meditación, la concentración, estimulan
nuestras capacidades mentales. Ejercicios físicos como los del yoga nos ayudan
Si bien a través del estudio y la atención a las cosas que hacemos logramos un
cierto dominio sobre nuestra mente, acostumbramos a pensar y sentir tal como
aparecen en nosotros los pensamientos y las emociones. Incluso no es raro que,
al hablar o al actuar, nos dejemos llevar más por impulsos que por discerni-
miento. A veces, recién después de haber dicho o hecho algo recapacitamos so-
bre lo que hicimos.
Para continuar desenvolviéndonos necesitamos adquirir suficiente dominio so-
bre nosotros mismos, lograr control sobre lo que pensamos y sentimos; de ese
dominio depende cómo orientamos nuestra vida.
No podemos eliminar pensamientos o emociones que no queremos haber teni-
do; tampoco podemos ignorarlas ni pretender que no existen. Si sólo tratáramos
de reprimirlas nos generarían tensiones que alterarían nuestro carácter, nuestro
discernimiento y hasta nuestra salud mental.
La clave del dominio sobre nosotros mismos es aprender a orientar las fuerzas
que aparecen en nosotros, ya sean pensamientos, emociones, reacciones, ocu-
rrencias. Para poder lograr suficiente libertad en la orientación de esa energía
necesitamos dejar de lado los juicios de valor que tenemos según nuestras ideas
o nuestros prejuicios. En vez de calificar como bueno o malo el impulso que
aparece en nosotros, discernimos los efectos que, si nos dejáramos llevar por él,
podría producir en nosotros, en otros o en la relación con quienes tratamos. De
acuerdo con ese discernimiento cambiamos una reacción que daña o destruye
por otra que sana o construye. La práctica de la meditación afectiva nos puede
ser de gran ayuda para lograr que este cambio de orientación sea cada vez más
espontáneo.
¿Por qué decimos que tenemos que dejar de lado los juicios de valor y prestar
sólo atención a lo que producimos con nuestras acciones? Porque al no hacer
valoraciones subjetivas o prejuiciadas sobre lo que sentimos o pensamos evita-
mos desarrollar sentimientos de culpa que pueden trabar nuestro esfuerzo para
pensar y sentir como desearíamos hacerlo.
Para lograr una noción de ser que trascienda la que genera la personalidad que
hemos adquirido necesitamos renunciar a esa personalidad. Pero nos sería difí-
cil lograr tal renuncia mientras estamos identificados con nuestra personalidad.
En cambio, sí podemos independizar lo que sentimos que somos de los condi-
cionamientos que hemos adquirido. Tomar distancia de nosotros mismos nos
ayuda a lograr esa independencia.
A lo largo de la vida hemos desarrollado un carácter, una manera de pensar y de
expresarnos que consideramos no solo natural en nosotros, sino que correspon-
de a nuestra noción de ser. Sin embargo, esta seguridad acerca de quiénes so-
mos no nos garantiza que realmente nos conozcamos. Si nos quedamos con la
idea que hemos formado sobre nosotros mismos nos será difícil progresar en
nuestro desenvolvimiento, aunque estudiemos enseñanzas y practiquemos ejer-
cicios espirituales. Y no solo esto sino que, en la vida corriente, nuestra fijación
en esa idea interfiere en la buena relación que deseamos tener con los demás.
Lo que pensamos sobre nosotros está tan arraigado en nuestra mente que no nos
sentimos bien cuando otros no coinciden con la imagen que nos hemos formado
acerca de cómo somos, sentimos y actuamos. Las diferencias entre la forma en
que nos percibimos y la que otros tienen de nosotros suele causar conflictos en
nuestras relaciones, cuando no distanciamiento de quienes amamos.
Tiene sentido entonces intentar un enfoque más objetivo que el que comúnmen-
te tenemos al describirnos y evaluarnos. De esa manera podríamos contar con
una base más sólida para trabajar en nuestro desenvolvimiento y en el de nues-
tras relaciones.
Un ejercicio que puede ayudarnos a aprender a vernos mejor es el de tomar dis-
tancia de nosotros mismos. Por ejemplo, el siguiente:
“Imagino que estoy un paso detrás mio y, desde allí, observo mis acti-
tudes y mis actos. No evalúo mis acciones ni tampoco lo que pienso o
siento cuando las hago; sólo observo y guardo en mi memoria lo que
veo. Si en algún momento percibo que me irrito o me pongo violento,
Si bien podemos decir con suficiente acierto dónde estamos ubicados física-
mente, no siempre estamos mentalmente allí. Es común que, apenas llegamos a
un lugar o nos encontramos con una persona, después de un corto tiempo en el
que apreciamos lo que está a nuestro alrededor, nos retiremos hacia nosotros
mismos: lo que sentimos o pensamos, deseamos hacer o que ocurra.
Nuestro cuerpo es visible para todos, pero nosotros no siempre lo somos.
Incluso cuando interactuamos solemos movernos mentalmente entre el lugar fí-
sico en el que estamos y lo que pasa por nuestra mente al estar allí. Por ejemplo,
cuando alguien nos habla es posible que, después de escuchar algunas de sus
palabras dejemos de prestar atención a lo que nos dice, a la espera del momento
en el que podamos responderle con las palabras que ya tenemos en la mente.
Son incontables las ocasiones en las que nos evadimos de donde estamos. Puede
ocurrir que cuando vamos con amigos de paseo con la intención de disfrutar de
la belleza de un lugar, al corto tiempo de llegar nos encontremos conversando
sobre temas intrascendentes hasta el momento del regreso. Fuimos, pero no es-
tuvimos.
De la misma manera puede ocurrir que, sin darnos cuenta, algunas veces no es-
temos en la vida.
Cuando tratamos de recordar nuestro pasado, no viene con facilidad a nuestra
mente todo lo que hemos vivido sino sólo las experiencias que nos quedaron
más marcadas. ¿Qué pasó durante el tiempo que no recordamos? ¿Estuvimos
presentes allí donde estábamos? Es posible que durante los tiempos en que ha-
cíamos rutinas, como éstas no requerían toda nuestra atención, nos evadíamos
pensando y sintiendo acerca de otras cosas. Pero estábamos allí y, quizá por
esos vuelos interiores, perdimos lo que allí hubiéramos podido aprender sobre
nosotros mismos y nuestro alrededor. Estábamos vivos en nuestras divagacio-
nes; esto es, vivos sólo en parte. Nos faltaba vivir el contexto.
Estar en la vida es estar en cada uno de los instantes y contextos del presente. A
esto llamamos Presencia.
Nada parece tener sólo un lado en la realidad que conocemos. Tenemos anverso
y reverso, no sólo en cosas, sino también en situaciones. A cada opinión se le
puede oponer otra contraria; a cada instante le sucede otro diferente; a un cam-
bio, otro cambio.
No siempre ocurre esto en nosotros cuando consideramos nuestra manera de
sentir, pensar o actuar.
Somos de una manera y no de otra; no nos damos alternativas, o no las quere-
mos considerar. Estamos tan adheridos a nuestra manera de ser y a nuestras
opiniones que, aunque no las consideremos perfectas, nos resulta difícil no ya
cambiarlas sino hasta trabajar sobre ellas.
Con frecuencia esta actitud, o falta de disposición a aprender, nos lleva a chocar
unos con otros, cuando no a posturas antagónicas, discusiones estériles, desave-
nencias, enfrentamientos e incluso luchas de unos contra otros.
Si prestamos atención a nuestros conflictos encontramos que, con frecuencia,
parten de esa rigidez mental y emocional.
Quienes queremos desenvolvernos no estamos exentos de esta tendencia.
Por más convencidos que estemos sobre nuestra manera de pensar, es obvio que
no podemos pretender que todos piensen como nosotros; de hecho, no es así.
¿Por qué nos cuesta admitirlo? Porque lo común es que nuestras opiniones son,
para nosotros, si no las únicas ciertas, por lo menos las más acertadas entre las
que conocemos.
Si consideramos lo que creemos, nuestra rigidez puede ser mucho mayor. Nos
resulta difícil admitir que nuestras creencias pueden no expresar las cosas tal
como son, a pesar de que sabemos bien que creemos porque no sabemos. Lo
cierto es que en el mundo encontramos variedad de creencias que no siempre
coinciden entre sí. Vale la pena preguntarnos qué pasaría en nosotros –y entre
nosotros –si admitiéramos que nuestra creencia es sólo una entre varias
El ansia por aprender, por adelantar en todo sentido, está en cada uno de noso-
tros. Esa búsqueda apunta a un estado de excelencia, ya sea de nuestras capaci-
dades como de nuestra comprensión y nuestra conciencia. Definimos esa exce-
lencia de acuerdo con lo que pensamos sobre la finalidad del destino humano.
En el contexto del tema de este trabajo estimamos que, independientemente de
cómo llamemos a nuestro ideal de excelencia, podemos decir que todos busca-
mos a Dios, aunque no todos definamos esa búsqueda de esta manera.
En nuestra búsqueda, por un lado nos sentimos lejos de Dios por las limitacio-
nes de nuestra percepción y la estrechez de nuestra conciencia. Por otro, nos
sentimos cerca de Dios por la conciencia que ya tenemos de vivir y participar
de una realidad regida por una inteligencia superior, o conciencia cósmica, o lo
divino en su aspecto creador: la Divina Madre del Universo.
La infinita distancia que intuimos existe entre nuestra conciencia y la que rige la
existencia nos mueve a elevar nuestro pensamiento para pedir ayuda y protec-
ción. Este sentimiento es la base de nuestras oraciones. Aunque, algunas veces,
más que buscar a Dios pedimos ayuda para buscarlo.
Por otra parte, también intuimos que, de alguna manera, existe en nuestra con-
ciencia una vía hacia la conciencia cósmica. Esto nos mueve a buscar a Dios en
nosotros mismos. Ésta es la base de la ascética mística.
En nuestra búsqueda de Dios, además de elevar nuestro pensamiento hacia el
punto ideal con el cual anhelamos conectarnos o unirnos, es bueno que miremos
al estado del cual partimos en esa búsqueda.
Seamos devotos o no, observemos no sólo el estado de nuestra conciencia sino
especialmente lo que hacemos al buscar trascendencia.
Si sentimos que Dios está distante, ya sea fuera de nosotros como dentro de no-
sotros, nos ayuda comprender que esa distancia es de amplitud y no de longitud:
Dios no está lejos. Aunque en sentido figurado hablemos del sendero espiritual
como camino hacia Dios, no estamos yendo como quien camina a un punto dis-
tante. Dios es inherente a nuestro estado de conciencia, en cualquiera de sus