Cerebros Rotos, Saul Martínez-Horta
Cerebros Rotos, Saul Martínez-Horta
Cerebros Rotos, Saul Martínez-Horta
Cerebros rotos
ISBN: 978-84-18345-48-7
Depósito Legal: M-24875-2022
Prólogo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 11
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os cerebros se pueden romper. Miles de años de
evolución han dado lugar a la que posiblemente sea
la mayor obra arquitectónica imaginable creada por la
naturaleza. Un entramado de células y de química que
configura complejas redes, que a su vez constituyen sistemas de
cuyo funcionamiento perfectamente orquestado emana algo
único, aquello que nos define como seres humanos, aquello que
nos distingue de otras especies del reino animal: los procesos
cognitivos y su expresión a través del comportamiento. Es fasci-
nante de observar, y más aún de estudiar y de tratar de compren-
der, cuando se tuerce, cuando alguno de los pilares que dan
orden y coherencia al cómo somos se viene abajo. Esto es a lo
que nos dedicamos los que hemos tenido la inmensa fortuna (así
lo siento yo) de poder trabajar con esta «sustancia».
El cerebro y sus propiedades emergentes son una obra in-
creíble, sí, pero una parte de todo ello, en ocasiones mínima,
en ocasiones completa, es fácil que se desmorone como con-
secuencia de cualquiera de las múltiples causas que pueden
estar detrás de la fractura del cerebro. Y cuando los cerebros
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edro tenía sesenta y siete años cuando le conocí y,
como en muchas otras ocasiones, allí estaba, sentado
en el sillón de la sala de espera, donde aparentaba ser
una persona sin ningún problema. Nada en su postu-
ra, aspecto o forma de vestir sugería el desastre que estaba su-
cediendo por dentro. Era un hombre extremadamente delgado
y de tez oscura, con esa piel dura de los que en algún momento
de su vida tuvieron que aprender lo que es trabajar bajo el sol.
Sus cabellos eran finos, blancos y escasos. Tanto que, a pesar
del intento, no podía disimular su brillante cuero cabelludo.
Sus temblorosas manos parecían firmes y eran grandes. Vestía
elegante, aseado y perfectamente afeitado. Sin duda, en algún
momento de su vida había conseguida apartar el sol de las islas
de su piel para forjar su propio legado.
Le habíamos visto hacía dos años, cuando orientaron su caso
como una posible enfermedad de Parkinson. Entonces tenía un
leve temblor, una marcha a pequeños pasos y cierta rigidez de ex-
tremidades. Unos síntomas que habían ido apareciendo de ma-
nera progresiva y que podían corresponder perfectamente con
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