Las Mujeres en La Guerra Del Pacífico
Las Mujeres en La Guerra Del Pacífico
Las Mujeres en La Guerra Del Pacífico
Pasaron los tiempos en que la mujer corría al templo mientras los suyos
peleaban por defenderla: hoy el templo debe ser refugio de aquellos cu-
yos años impiden cargar los heridos; en caso de necesidad hay heroís-
mo completo sin el auxilio y ayuda de la mujer?1
INTRODUCCIÓN
1
Canel. (septiembre, 1880). La Bolsa, 20(1672).
2
Texto reproducido, con cambios y adiciones, de Illapa. Revista latinoamericana de ciencias
sociales. (agosto, 2009). Año 2(5), 83-120.
199
200 / Juan José Rodríguez Díaz
el momento en que no hay una mano vigorosa y varonil que pueda sostenerlo
para defenderse, ya que esa mujer indígena condoliente solo es capaz de buscar
clemencia, aunque tan inútilmente como las mujeres romanas frente al bárbaro
Atila. Esta escena es un episodio más del inmemorial discurso del “sexo débil”
prosternado ante el “sexo fuerte” que aún en este siglo sigue vigente.
Cuando era un joven profesor en una academia preuniversitaria, mis
imágenes de Micaela Bastidas, las Toledo, entre otras mujeres luchadoras,
chocaban con esa imagen pasiva del repase, nombre cuanto más apropiado para
el simbolismo que representa ese cuadro. En un almanaque institucional que
pretendía representar en imágenes, algunos cuadros de la sociedad peruana,
decidí retar al dibujante para cambiar la imagen, plasmando lo que intuía: una
mujer indígena blandiendo un cuchillo, utensilio prosaico, pero efectivo, con el
que, así como preparaba la comida del soldado, podía, dadas las circunstancias,
unirse a su marido en la batalla. Esta mujer, en franco enfrentamiento con un
soldado realista, mira a su oponente con la misma furia que el soldado con el que
se enfrenta; ¿no es acaso la misma furia con la que muchas madres se enfrentan
al marido alcoholizado que pretende arrancarle la carne a correazos al desventu-
rado hijo, en escenas no tan imaginadas, ni tan lejanas?
Han pasado muchos años y tras la lectura de documentos, revistas, perió-
dicos, cartas, informes de cónsules, crónicas de viajeros y memorias de guerra,
creo poder decir, modestia aparte, que no me equivoqué en mi sospecha. En esta
nueva versión de mi trabajo se han unido algunos esfuerzos más por reescribir
esta historia. Pero incluso en épocas más recientes, había voces disonantes con
ese discurso.
Resulta curioso que será otro español, también contemporáneo del ante-
rior, quien, con su prosa de vena libertaria, resumirá con claridad una visión
alternativa a la que nos propone el cuadro “El Repase”, en una famosa revista
limeña al decir:
no preguntéis quien es primero en ocupar las posiciones tomadas, la pobla-
ción sitiada, o la trinchera perdida por los derrotados; antes que los soldados,
entran las rabonas para destrozar los restos de la fuerza vencida o para cla-
var los cañones para armar sus tenderetes y armar sus cachivaches. (Perillán,
agosto, 1890, (171)
Como loca furiosa y con los ojos llenos de lágrimas se arroja sobre él y arran-
cándole el rifle de entre las manos ocupa su puesto en la compañía, y claman-
do venganza a gritos, toma de las mantas de los soldados cápsulas que dispara
sobre el enemigo.
3
Estos silencios o ausencias no solo se dan en la historiografía peruana, sino también en
todo Latinoamérica, para más alcances sobre el tema véase el libro pionero Las mujeres
latinoamericanas: perspectivas históricas, compilado por Asunción Lavrin en 1985.
4
En la línea del trabajo de compilación de Lavrin, han aparecido importantes aportes sobre
la historia de las mujeres en Perú, en algunas compilaciones y eventos organizados por
Maritza Villavicencio, Margarita Zegarra, Sara Guardia, Maria Emma Mannarelli y, más
contemporáneamente, Claudia Rosas, quienes han editado y compilado interesantes trabajos
sobre las mujeres peruanas en la historia.
5
Acerca del tema en cuestión, el trabajo más completo está incluido en el libro de Judith Prieto
(1980), Mujer Poder y Desarrollo, y el de orden analítico, en el artículo de Maritza Villavicencio
(1984), Acción de las mujeres peruanas durante la guerra con Chile.
202 / Juan José Rodríguez Díaz
6
Sobre Sheila Rowbotham véase Lo malo del patriarcado (1984a), Feminismo y Revolución (1978)
y Visions of History (1984b).
El bello sexo en guerra: cultura política y género durante la Guerra del Pacífico / 203
7
Eva Canel fue periodista y literata española; esposa de Eloy Perillán Buxó de la misma
nacionalidad y cultor de los mismos oficios; tenía 23 años cuando escribió estas líneas. Su
esposo, a decir de una historiadora cubana, “durante la Guerra del Pacífico estuvo de parte
de Perú y Bolivia, fundó hospitales de sangre, organizó legiones sanitarias”. (Barcia, 2001).
Previendo represalias, la pareja huye, luego de la ocupación chilena de Lima.
8
Para un análisis de los efectos que sobre los imaginarios colectivos tuvieron estos acontecimientos,
véase mi trabajo Los Ecos de la Comuna de París durante la Guerra del Pacífico (por publicarse).
El bello sexo en guerra: cultura política y género durante la Guerra del Pacífico / 205
Eva Canel sale a la defensa de una visión de la mujer capitalina como parte
activa de la sociedad en guerra,9 sin salir del esquema de participación comple-
mentaria de las mujeres propia de un imaginario femenino moderno burgués, tal
como Canel lo sugiere al decir:
verán los incendiarios del siglo XIX que cuando no queden hombres para
arrastrar los cañones, los empujaremos nosotras y cuando no haya mechas
usaremos para prenderlo que decían las españolas del 8: con lo que nos sobra
ante nuestros ojos. (3 de septiembre, 1880, 20(1672))
9
Es probable que la autora se refiera a campañas mediáticas chilenas en los periódicos donde se
resalta el valor de las mujeres de ese país. Para conocer sobre la participación de la mujer chilena
en la guerra, véase el libro de Paz Larraín Mira (2006) Presencia de la mujer chilena en la Guerra
del Pacífico.
10
Sobre el tema del temporal cambio de radio de acción de las mujeres de élite y si esto contribuye o no
en el desarrollo del feminismo y el reconocimiento de sus derechos políticos, véase Thébaud, 1993.
206 / Juan José Rodríguez Díaz
por estos últimos o que los asimilaron rápidamente11. Ciertas prácticas eran
vistas como contestatarias al statu quo religioso y social de la sociedad limeña de
la época y que la mayor parte de las mujeres de élite no estaban dispuestas aún a
transgredir este orden y afrontar las críticas y escarnio que ocasionarían en esta
sociedad mayormente conservadora que actuaba a la defensiva ante los ataques
volterianos del orden moderno burgués que se imponía en Europa.
Pero aquellas prácticas que no eran mal vistas, o sea que no alteraran
el normal comportamiento de linaje aristocrático ni las reacciones que estas
podrían ocasionar en sus pares masculinos, fueron rápidamente adoptadas por
la mayor parte de ellas.
Las actividades filantrópicas como parte de estas prácticas de la expe-
riencia burguesa fueron tal vez las más importantes y las que menos reacciones
contrarias ocasionaron. En estas actividades filantrópicas, la caridad cristiana,
propia de una religiosidad consecuente, daba una oportunidad para ocupar una
función social dentro de los moldes conservadores y a su vez ingresar a los espa-
cios públicos activamente.
Al parecer, esos cambios modernizantes en el comportamiento del bello
sexo no fueron perceptibles en una gran parte de las mujeres de élite de la
sociedad limeña decimonónica, al punto que Francisco Laso, que vivió en el París
de Haussmann y se enriqueció, al parecer, de los imaginarios sociales sobre los
efectos del progreso moral y social que estos cambios de comportamiento conlle-
vaban, combatió duramente la permanencia, en las mujeres limeñas, de los roles
conservadores, a través de sus escritos y, en su opinión, decadentes, heredados de
la vida cotidiana colonial tanto en lo público como en lo privado.
En su ensayo titulado Aguinaldo para las señoras del Perú, critica el
comportamiento social de las mujeres y su poco interés de contribuir al
cambio y renovación moral del país. De esta manera, en su opinión las mujeres
se convierten en esta sociedad conservadora en seres totalmente fatuos e irre-
flexivos, carentes de actitudes positivas y proclives a la extrema banalidad;
así como en responsables de la degradación moral de las nuevas generaciones
de peruanos por ser las encargadas de la formación de los niños en el hogar.
Todas estas apreciaciones hacen que con su prosa satírica se exprese de esta
manera sobre las mujeres:
11
Al respecto, véase el trabajo de Peter Gay (1992), La experiencia burguesa. De Victoria a Freud,
donde se resalta que ni siquiera en la Inglaterra victoriana y la Norteamérica de ese mismo
tiempo las experiencias modernizantes fueron asimiladas rápidamente, principalmente en lo
privado. Un trabajo interesante que rastrea algunos de estos problemas en el Perú decimonónico,
es “La burguesa imperfecta” de Francesca Denegri (2004). Para el momento en que ya son más
fuertes estas influencias ver Limpias y modernas de María Emma Mannarelli (1999).
El bello sexo en guerra: cultura política y género durante la Guerra del Pacífico / 207
Que persona podría ser más buena, más prudente, más inofensiva, menos bur-
lona, menos estúpida, menos pretenciosa, más casta y más discreta, que una
niña hermosa... cuando es pintura...
Y quien podría divertirnos más con su conversación, cuando yo soy quien
elijo el asunto y hablo por ella...
Que niña pues podría ofender menos mi amor propio ni tampoco halagarlo más
cuando soy yo quien me contesto. (Laso, 2003)
Estas ideas eran compartidas por cierto sector de la élite ilustrada, más
aún en la época del guano en que los continuos viajes de negocios y roces inte-
lectuales hacían muy continuo el contacto con gentes imbuidas en la moder-
nidad europea.
Las opiniones y consejos de Laso, eximio artista, político y ardiente defensor
de las ideas liberales, recibieron las más furibundas críticas por el sector conser-
vador y motivó una edición revisada de tal obra con sendas críticas al momento
de su elección como congresista. Si bien es cierto sus reflexiones en El Aguinaldo
acusan un tono peyorativo y homogeneizante sobre lo que considera el perfil
de las mujeres en la sociedad peruana, es digno de resaltar que en este y otros
escritos pone en relieve la discriminación de la plebe, incorporada en su contexto
de raza y clase. En un artículo periodístico reflexionando sobre el tema de las
implicaciones sobre la prohibición de las rabonas en los cuarteles y de la mili-
tarización del rancho, Laso da una opinión muy positiva y enaltecedora sobre
las primeras. Al mencionar el valioso papel que representan nos recuerda de los
vanos esfuerzos de importantes militares de antaño debido a que
se convencieron que sin rabona no hay soldado posible, porque se deserta aun
cuando sepa que lo fusilan … la rabona es el cuerpo de vanguardia que se an-
ticipa en la marcha para preparar el rancho del soldado … ¿cual sería la suerte
de los soldados, jefes y oficiales, si no existiese ese cuerpo que es la providencia
del ejercito en campaña? … Suprimir del ejercito a las rabonas, por ahora, es
perjudicial y lo que es más, es un imposible. (Laso, 27 de marzo de 1869)
Los escritos de Laso, así como su importante obra plástica nos dan una idea
de su imaginario sobre la sociedad igualitaria liberal con una visión muy progre-
sista para sus contemporáneos con respecto a raza y género en el orden social
poscolonial republicano12.
Una apreciación muy distinta sobre las mujeres, la podemos ver en la pluma
de otro famoso intelectual abogado y periodista, Manuel Atanasio Fuentes. En un
libro sobre la sociedad limeña, este escritor emite un juicio sobre las mujeres en
12
Sobre el tema, véase el estudio introductorio de Natalia Majluf y mi trabajo en Laso, Francisco.
(2003). Aguinaldo para las señoras del Perú y otros ensayos, 1854-1869. MALI, IFEA, 251 pp.
208 / Juan José Rodríguez Díaz
Su visión de las mujeres aun es más clara al definir su admiración por ellas
por su nivel de preparación como amas de casa tanto en labores domésticas como
en la música, excluyendo tácitamente de su discurso cualquier intento de ver en
ellas alguna aspiración intelectual cuando afirma que “las mujeres tienen, en
general, pronta comprensión, los trabajos de aguja, la música, la pintura, el baile
son para ellas tan fáciles, que pocas hay que no posean todas o algunas de estas
habilidades” (Fuentes, 1867/1925).
Para completar su visión de las mujeres limeñas hace una descripción de su
notable belleza en un juego entre el poder masculino que pretende reafirmar en el
papel, y la vanidad con que muestra estas cualidades al posible lector foráneo de
este texto, en un lenguaje con ribetes románticos y nacionalistas:
La esbeltez del cuerpo de las limeñas, lo pequeño y bien formado de sus pies,
y la elegancia y desenvoltura de su andar ha sido en todo tiempo reconocidos
y elogiados.
La mujer de Lima, criada desde la cuna con engreimiento, adquiere amor al
lujo desde muy tierna y generalmente tiene gusto para escoger los adornos que
mejor le sientan.
Con estos ejemplos podemos ver que, en conjunto, los intelectuales mascu-
linos y femeninos estaban conscientes de las representaciones que se tenían de las
mujeres en la sociedad decimonónica. En su mayoría, el observador masculino
tenía una postura apologética sobre esa forma de pensar a las mujeres, mien-
tras que las intelectuales que se expresan líneas arriba van desde la complacencia
con este tratamiento del tema hasta la crítica abierta. Es importante mencionar
que todos estos intelectuales, con excepción del malogrado Laso, serán actores de
carne y hueso en la Guerra del Pacífico.
13
Tanto Thorndike como Inostrosa escriben en los años sesenta y setenta del siglo XX novelas
de corte xenofóbico, ambientadas en distintas etapas de la historia, con un mismo discurso
heroico; es por eso que en los regímenes chauvinistas de Pinochet y de Morales Bermúdez y
con las agitaciones nacionalistas del centenario de la guerra respectivamente, alcanzaran gran
acogida sus novelas cargadas de narrativas eminentemente contemporáneas. Es por ese motivo
que, al ser estas novelas de más de la mitad del siglo XX, estas obras no forman parte del cuerpo
de fuentes usadas para esta investigación, al no representar de ningún modo el pensamiento
vigente durante la Guerra del Pacífico. Caso muy distinto es el de Riquelme, Benavides y su
contraparte peruana Rivas Mantilla y Gonzales, todos ellos autores de novelas sobre la guerra no
solo contemporáneos de la misma, sino partícipes de esta, que sí están citados en este trabajo.
14
Para el enlace teórico, véase Rowbotham (1984a).
El bello sexo en guerra: cultura política y género durante la Guerra del Pacífico / 211
Desde muchos años antes de la Guerra del Pacífico, muchas mujeres de la élite
urbana de distintas ciudades se organizaban para ayudar a los menesterosos
en circunstancias apremiantes, tales como terremotos o episodios de alguna
epidemia que asolaban regularmente tanto los hogares más pobres como los de la
gente de élite15. Como ya hemos mencionado, las caridades cristianas con la filan-
15
Aunque escapa a los límites de esta investigación, sería muy interesante observar si en las
distintas guerras que tuvo el Perú desde la guerra de la independencia hasta la más cercana
212 / Juan José Rodríguez Díaz
tropía burguesa abrían un puente entre los viejos y nuevos segmentos de ideas en
la mentalidad de estas mujeres, que podían ponerse en práctica alrededor de estas
actividades dándoles acceso a los espacios públicos sin que fueran consideradas
como una trasgresión.
Es importante mencionar la relevancia social de estos actos. Por primera
vez, algunas de estas mujeres entraron en contacto directo con gente de la plebe
más allá de su servicio doméstico a una distancia inconcebible en otros momentos
para una mujer decente, escuchando los gemidos de dolor de los malheridos,
viendo los momentos de agonía de los de menor suerte, entre camas ensangren-
tadas y olor a muerte. En otros casos, la ayuda será realmente ancilar, como aquel
amo que alimenta y prepara a la bestia de carga para cumplir su trabajo, sin
ningún contacto siquiera visual con los soldados.
Tanto en Lima como en las ciudades de provincia, los periódicos como principales
publicistas de la guerra arengaban a la población civil a unirse a los esfuerzos del
gobierno para lograr la victoria de los peruanos. Las mujeres de élite o como ellas
mismas y sus pares masculinos las denominaban, damas de sociedad, contribu-
yeron en un primer momento abasteciendo de provisiones a los soldados que ya
comenzaban a ocupar las plazas públicas, luego del reclutamiento desarrollado
en las zonas periféricas de estas ciudades. Su contribución variaba de acuerdo con
el nivel socioeconómico desde la preparación misma de las comidas, uniformes e
implementos, hasta su financiamiento.16
Es sabido que el teatro de operaciones terrestres fue primero en el sur del
Perú. Esto motivó que la más directa participación en los primeros meses de la
guerra la tengan las mujeres de ese lado del país. Como dijimos líneas arriba,
desde las primeras campañas los periódicos publicaban sendos avisos llamando
a apoyar los preparativos de guerra inclusive al bello sexo. De acuerdo con las
circunstancias, las mujeres eran las más llamadas a participar en la confección de
la vestimenta de los soldados, y las más expertas en bordar estandartes y demás
símbolos patrios. Así lo corrobora un artículo de La Bolsa de Arequipa publicado
en enero de 1880, en el que se editorializa una defensa de las madres del colegio de
los Sagrados Corazones a quienes se les acusa de no haber querido colaborar en
guerra con España de 1866, el accionar de las mujeres de élite habría cambiado como parte de
los efectos de la entrada paulatina de las ideas modernizadoras en el Perú decimonónico.
16
Como parte de esta participación ha quedado en el imaginario popular el origen de la causa
limeña. Se comenta que las vianderas limeñas vendían este famoso plato con el objetivo de
recolectar fondos para la causa y desde ahí quedó ese nombre.
El bello sexo en guerra: cultura política y género durante la Guerra del Pacífico / 213
la confección de ropa para el ejército peruano. Esto provocó tal indignación entre
los arequipeños que brotaron críticas a las madres de origen francés revelando la
incomodad de la gente conservadora ya que estas se dedicaban a “educar al bello
sexo”. La respuesta a este injurioso comentario de El Eco del Misti por los editores
de La Bolsa,17de evidente tendencia liberal, terminó el entredicho al saberse que
se negaron por ser tiempo de vacaciones escolares y no poder apoyarse en las
alumnas para cumplir con la confección de muchísimas prendas en muy poco
tiempo.
Las mujeres de clase media, muchas de ellas costureras de las de mayor
nivel económico, participaron más decididamente en la confección de ropa para
la tropa, como lo menciona La Bolsa en septiembre de 1880, donde se encuentra un
recuento de los “Auxilios suministrados y relación de las señoras que han cosido
calzoncillos y contribuido con hilos y botones para los batallones Ayacucho y
Lima” (La Bolsa, 20 de septiembre de 1880, 20(1679).
Encontramos un caso distinto en la forma de producción de la vestimenta
en las postrimerías de las batallas de San Juan y Miraflores con la empresaria
Leonor Llona de López Aldana que, arriesgándose a las represalias que pudiese
tener en la inminente ocupación de Lima, proporcionó uniformes hechos en su
fábrica de textiles de Vitarte para muchos de los soldados que llegaban del inte-
rior: “De ese modo, nuestros soldados pudieron hacer frente al enemigo, dar y
recibir la muerte, vestidos con saco y no cubiertos de harapos, como pocos días
antes de aquellas desastrosas batallas” (El Comercio, 28 de marzo de 1887, (16149).
Terminada la campaña de Lima, en los parajes de La Breña, una mezcla
de austeridad por los cupos de los chilenos e indiferencia, contribuyó a que el
soldado peruano esté vestido con harapos o el uniforme de un soldado caído
sea este de su país o no, trance en que las llamadas rabonas se convirtieron en
costureras para remendar o coser junto con algunas señoras de las ciudades de
la serranía algunos uniformes, tan simples como escasos18. Mejor suerte corrió el
ejército del sur que prácticamente no participó en batalla sino después de 1883.
Las damas de sociedad arequipeñas proveían de uniformes a estos soldados, así
como de víveres.
Otra parte importante de estos auxilios brindados por las mujeres, tanto
de la plebe como de la élite, se dio en el abastecimiento de alimentos a las tropas.
Así, por ejemplo, el periódico La Bolsa en agosto de 1880 resalta el “Importante
donativo” de 1127 soles que hacen las mujeres que se dedicaban al expendio de
17
Muchas mujeres participaron como articulistas en La Bolsa durante la guerra, destacando las
intelectuales ya citadas (Cabello, Matto y otras).
18
Para más detalles sobre los uniformes, véase el libro de Patricio Grieve y Claudio Fernández: Los
uniformes de la Guerra del Pacífico, 2005.
214 / Juan José Rodríguez Díaz
comidas (gremio de picanteras) “para el socorro del 2o. ejercito del Sur estacionado en
esta plaza” (La Bolsa, 31 de agosto de 1880, 20(1670). Las panaderas contribuyen
dando la ración de pan del día a los batallones (La Bolsa, 03 de septiembre de
1880, 20(1672).
Algunas damas de sociedad también contribuyen donando almuerzos
como lo recuerda este mismo periódico mencionando que “El domingo las
señoras Gastiabuina dieron un almuerzo al batallón “Mollendo” habiendo concu-
rrido personalmente al cuartel para repartirlo; las referidas señoras son dignas de
elogiar por su patriotismo” (La Bolsa, 29 de septiembre de 1880, 20(1683).
Al parecer, las sociedades de auxilios mutuos y o sociedades de damas se
organizaban para la distribución de los alimentos, repartiéndose la responsabi-
lidad una por una, en cada batallón, como se ve en el siguiente aviso: “Las Sras.
María Urdanivia y Faustina Velarde obsequiaron magnifico almuerzo al batallón
Lima … doña Manuela Núñez de Bustíos obsequió también una buena comida al
batallón Abancay … así mismo a este mismo cuerpo se le obsequió cinco cajones
de maíz tostado por doña María Pacheco” (La Bolsa, 08 de noviembre de 1880,
20(1700).
Ayudar a cubrir las necesidades mínimas de los soldados formó parte
de las actividades de las mujeres de élite en la guerra, pero más allá de esto los
problemas sociales solo se iniciaban con los vientos de guerra. En un contexto
socioeconómico como el del Perú de la guerra, las bajas no solo eran cifras de
peones o alfiles que iban cayendo en un gigantesco juego de ajedrez, sino dejaba
el saldo irreparable de miles de familias sin hogar, mujeres viudas e hijos huér-
fanos. Muchas de las viudas si bien es cierto en un primer momento esperaron el
amparo del Estado, no pocas de estas buscaron luego trabajo para poder cumplir
los deberes con la familia.
En estas circunstancias recibieron apoyo de ciertas asociaciones que
buscaban paliar temporalmente los problemas de estas familias. En el periódico
arequipeño encontramos una “Circular de la Sociedad Señoras de la Caridad” soli-
citando alimentos para socorrer a las familias que habían sufrido la invasión
chilena (La Bolsa, 22 de marzo de 1880, 20(1605).
La larga ocupación de Lima y otras partes del Perú hizo muy probable-
mente que muchas familias pudientes vean cada vez más difícil, si es que aún les
interesaba, el socorrer a estas familias. El gobierno de Lynch, presionado por el
insistente pedido de las madres religiosas de distintas congregaciones de evitar
el riesgo, por un lado, de una asonada social producto de la hambruna y, por el
otro, del surgimiento de brotes epidémicos, dictó entre otras medidas, en 1881,
la siguiente:
El bello sexo en guerra: cultura política y género durante la Guerra del Pacífico / 215
19
La Bolsa, 15 de junio de 1881, 21(1849). En las memorias de Witt, el nombre de la esposa de
Alejandro Garland se menciona como Von Lotten. Es importante destacar que muchas de
las mencionadas formaron parte del comité secreto que coordinaba con Antonia Moreno de
Cáceres y su esposo, el apoyo logístico de la resistencia de La Breña.
216 / Juan José Rodríguez Díaz
para el mantenimiento de la guerra en general, así como para proveer a las dos
armas de elementos de guerra.
En la famosa colecta pública para comprar el acorazado Grau y demás
implementos de guerra, como las cañoneras, participaron y aportaron mujeres
de todas las clases sociales, dinero que llegó a obtener fondos para la compra
del Sócrates y del Diógenes. (La Bolsa, 7 de enero de 1888, 28(3625). Algunas de
las damas de sociedad se desprendían de sus joyas más preciadas, muchas de
las cuales habían estado en sus familias por generaciones. Por ejemplo, algunas
damas de sociedad de Arequipa “donaron alhajas para la compra del blindado
“Contralmirante Grau”; la suma asciende a 2,000 soles” (La Bolsa, 25 de abril
de 1881, 21(1808), suma no despreciable, equivalente a 400 libras esterlinas de la
época.
Pero no todas las mujeres compartían esta actitud de apoyo. Hubo casos en
que se opusieron a la ayuda, como el de una serie de mujeres que tuvieron que
pagar “las multas extraídas en el cuartel 5° de que es comisario don Mariano
Rivera por falta de barrido del cuartel el sábado 26 de marzo”. (La Bolsa, 29 de
marzo de 1881, 21(1789). Sin embargo, por otro lado, es de anotar que algunas
de estas mujeres se involucraron en la ayuda humanitaria tanto que algunas
perdieron la vida al buscar aliviar a los caídos, sea por enfermedad o por heridas,
como veremos en la siguiente parte.
20
Larrain, 2006. Es pertinente mencionar que en este y otros textos se confunde la labor de la
Fotografía de Antonia Moreno de Cáceres con sus hijas. Colección del
Instituto Riva-Agüero de la Pontificia Universidad Católica del Perú.
217
El repase. Óleo de Ramón Muñiz (1888). Museo Histórico Militar del Perú.
218
El bello sexo en guerra: cultura política y género durante la Guerra del Pacífico / 219
Algunas mujeres dentro del ámbito del hogar, contribuían con la elabora-
ción de implementos sanitarios para el cuidado de los heridos, como se expresa
en un llamamiento público de la Sociedad Señoras de la Caridad donde “Solicitan
vendas, hilos y compresas para curar a los heridos de la guerra.” (La Bolsa, 10 de marzo
de 1880, 20 (1600).
Ya en Lima, los llamamientos que hacían los periódicos de la época a cola-
borar activamente en el cuidado de los enfermos sea de manera particular o
públicamente en las ambulancias civiles, no dejan ninguna duda de un nutrido
voluntariado dentro de los momentos de guerra, actitud reconocida incluso en
Chile:
Hace dos meses que vivo en un hospital donde estamos muchas señoras cu-
rando a los heridos traídos del sur. El trabajo que tengo en el hospital es recio
y al principio lo considere casi insoportable. Tenemos a 200 heridos a los que
consagramos toda clase de cuidados. En los primeros días, creí no poder resistir
ni la mitad del tiempo que necesitaban los heridos para curarse. (Larrain, 2006)
Si bien es cierto que la campaña de Lima terminó para los soldados en los
primeros días de enero, el trabajo hospitalario continuó hasta bien entrado el
mes de agosto. Cientos de limeños heridos de gravedad se recuperaban lenta-
mente o luchaban por sus vidas, bajo el cuidado atento de sus madres, esposas
o hermanas, y para aquellos que no tenían amistades o familia, estos cuidados
Cruz Roja como institución (neutral, asiste a todos los heridos) con la de las ambulancias civiles
(solo atiende a los de su nacionalidad). Para conocer más del tema, véase mi trabajo “Sanidad en
tiempos difíciles: salud e higiene durante la Guerra del Pacífico” (por publicarse en Anales de la
Facultad de Medicina de la Universidad Mayor de San Marcos).
220 / Juan José Rodríguez Díaz
Hemos podido apreciar líneas arriba que hubo una participación variada de las
mujeres tanto de élite como de la plebe en la Guerra del Pacífico. Esto, por lo tanto,
nos permitiría afirmar que las mujeres de los sectores populares cumplieron una
labor más arriesgada e inclusive más aguerrida que sus contrapartes de la élite.
A punto de concluir este trabajo, una rápida lectura de un artículo de
Charles Walker me hizo volver a pensar sobre lo parecido de las posturas conser-
vadoras singulares en cuanto a las mujeres y a la sociedad (Walker, 2009). En
el primer caso, las visiones singulares tienen como resultado una simplificación
cuyo objetivo es el reforzamiento de una percepción con roles diferenciados. En
el caso de la sociedad contribuye a la visión única que es parte del discurso hege-
mónico nacionalista.
Resulta, por decir lo menos, sorprendente que en los largos debates sobre
nación se pase de largo el tema de las mujeres, poniéndose como único objetivo
los hombres indígenas. ¿Es posible, por ejemplo, que las mujeres de los soldados y
demás mujeres indígenas, con menos o a lo mucho igual acceso que los hombres a
la cultura moderna, puedan haber incorporado el discurso nacionalista y por ese
motivo haber participado por el llamado de la patria? Esas mujeres indígenas, al
igual que sus pares masculinos, ¿llegaron a ser parte de una nación llamada Perú,
más allá de los discursos y documentos poscoloniales? Si no es así, ¿cuáles fueron
las motivaciones que empujaron a su accionar tanto en los eventos de política
interna como en la guerra?
El bello sexo en guerra: cultura política y género durante la Guerra del Pacífico / 221
21
Hasta el momento no ha aparecido y muy difícilmente aparecerá ningún testimonio directo de
la acción de las rabonas en algún hecho histórico y por ende, de la Guerra del Pacífico. Toda
la información que se posee hasta este momento proviene de los observadores femeninos y
masculinos.
222 / Juan José Rodríguez Díaz
22
Para el caso de las mujeres en las rebeliones coloniales y la lucha de independencia, véase Vega,
1981, t. 3, y Prieto, s/f.
El bello sexo en guerra: cultura política y género durante la Guerra del Pacífico / 223
23
Dentro de los más destacados están Ricardo Palma, Flora Tristán, Juan Jacobo Tschudi, Eugène
de Sartiges entre otros.
224 / Juan José Rodríguez Díaz
habla de tantas mujeres que comparten la vida diaria con un solo soldado. Si aten-
demos al hecho de que no todos los hombres solo comparten su vida con muje-
res-esposas o mujeres concubinas, sino también con mujeres-hijas y mujeres-ma-
dres, el número no resulta exagerado. En un relato de un escritor contemporáneo
de la guerra, se explica el caso de la presencia de las mujeres-madres:
El joven se acuerda de su madre, y considera que su felicidad sería completa si
tuviera a su lado a su querida mama Luisa visto que los soldados tienen una
mujer que los sigue, con el nombre de rabona y aunque se sabe que es esposa o
simplemente amante de alguno de los de la tropa, cree que con mayor razón el
podría ser seguido por su madre. (Zúñiga, 1921)
Versiones prejuiciosas ven a las rabonas solo como un sujeto que es llevado
al campo de batalla para que el soldado tenga quien cumpla con las tareas conce-
bidas como rol de las mujeres (labores domésticas, prestaciones sexuales, etc.)
además de las tareas relacionadas con la vida militar que mencionaremos luego
con detalle. No contemplan un componente afectivo relacionado con el largo
tiempo de abandono de la vida de hogar. Es por eso que pensamos, de acuerdo
con el dato dado por Flora Tristán, que no es descabellado creer que el soldado,
además de ser acompañado por su pareja marital, podría ser acompañado por su
madre, hermanas e hijas.
De una manera bastante despectiva, el editor de El Semanario pintoresco
español recoge sus impresiones etnográficas de los tipos peruanos aludiendo al
reclutamiento de soldados en una de las tantas guerras civiles, siendo testigo de
cómo
Las mugeres de los nuevamente alistados se llevan los hijos y aun los utensilios
de sus casas, y les siguen de este modo á las guarniciones y aun á las campañas.
Así es que la marcha de un ejército peruano tiene el aspecto de aquellas tribus
primitivas que iban en busca de otro territorio. Aquellas mugeres de regimien-
to, las rabonas, como las llaman en el Perú, detienen al soldado, por un lazo
que aunque ilegítimo, muchas veces no es menos sólido; soportan sus brutali-
dades y participan de sus trabajos y miserias, sin probar nunca la comida que
con tanto trabajo se han procurado; pero algunas veces su rudo compañero
parece que hace justicia á sus cuidados pagándoles con galantes atenciones.
La escolta de las rabonas es una garantía contra la deserción. Un soldado que
puede llevar en su compañía la muger que aprecia, no se ve atormentado por
el deseo de ir á reunirse con ella. (El Semanario pintoresco español, 13 de marzo
de 1853)
rabonas mucho más variada en el plano familiar. Con respecto a las rabonas
como parejas de los soldados y su condición, las opiniones de los observa-
dores son muy diversas. En muchos casos se utiliza términos neutros como
mujer o compañera. Muchos otros las mencionan como las esposas de los
soldados, pero también existe una fuerte opinión de que son parejas ilegi-
timas e incluso que son la contraparte en campaña de las verdaderas esposas:
“pues hay muchos que dejan a esta en su pueblo “y toman a la rabona que viene a ser
la mujer de campaña” (Fuentes, 1867/1925).
El militar francés Davin no comparte esta opinión. Para él son “la compa-
ñera tan inseparable como ilegítima del soldado. Ella está a su lado en tiempos de paz;
ella lo sigue a la guerra” (1990). Con esto último reafirma su condición de ilegi-
tima, pero no de mujer del soldado solo en campaña. Por último, es de anotar la
observación de Tristán (1971) como de mujeres de vida independiente con rumbo
propio. Para la autora francesa: “no son casadas, no pertenecen a nadie y son de quien
ellas quieren ser. Son criaturas al margen de todo.”
La historiografía tradicional ha repetido constantemente un error
acerca del papel de las rabonas en el campo de batalla. Por lo general se repite
que este apelativo se deriva de que ellas eran el “rabo” de los ejércitos en
campaña, para aludir que iban detrás de las tropas como protegidas por un
escudo humano de sus valientes camaradas. Pero la mayor parte de los obser-
vadores más acuciosos o más expertos en las lides de la guerra las sitúan más
bien en la marcha: “delante del soldado aunque la jornada pase de diez leguas”
(Lorente, 1967).
Con respecto a este tema, en julio de 1838 el uruguayo Juan Espinosa, en
carta a Rugendas, se referirá a ellas con estas elogiosas palabras: “Estas admi-
rables mujeres acompañan a los soldados en todas las penurias y durezas de la
campaña. Ellas son la vanguardia del ejercito” (Larraín, 2006, p. 56).
Esta observación sobre la condición de vanguardia de las mujeres indí-
genas y la importancia escondida por la historia oficial militar es compartida,
por ejemplo, por Perillán Buxó (1890):
Los jefes de campaña ya saben que las ordenes de marcha y el itinerario del
batallón han de darse a las rabonas antes que a los soldados. Enteradas, ellas
alistan sus trebejos en un periquete ayudándose unas a otras, repartiéndose
buenamente la carga, y salen del cuartel algunas horas antes que las tropas
expedicionarias.
Sin duda alguna, la descripción más completa y exacta sobre los prepa-
rativos de los utensilios de campaña hecha por las mujeres indígenas para las
marchas de los soldados, la hace Abelardo Gamarra:
24
El equipo de un soldado estaba formado por su fusil cuyo peso era no menor de 5 kilos de acuerdo
a la marca, etc. Un soldado en la marcha llevaba en promedio 100 tiros, que aproximadamente
pesaban 8 kilos, que junto con la mochila de campaña y otros implementos hacían un mínimo de
20 kilos. Quiero agradecer al experto, historiador y coleccionista Juan Carlos Flórez, Presidente
de la Sociedad de Estudios Históricos Arnaldo Panizo, por brindarme estos y otros datos de
importancia para el presente trabajo.
El bello sexo en guerra: cultura política y género durante la Guerra del Pacífico / 227
Mariacha regresa a Callaucuyán, hace sus quipes, coloca en ellos sus mates y
sus camas, sus pellejos, sus rebozos, el poncho de Juan, sus husos; sus piruros,
sus guatopas, algunos copos de lana; en una palabra toda su casa. Se echa a
la espalda, como mochila los inmensos atados que forman su único tesoro,
coloca sobre ellos la única olla que posee y su único cantarito, y con su cerro a
cuestas, colocándose la rueca a la cintura, deja su choza, cerrando su puerta y
amarrandola como si fuese a regresar al segundo día.25
25
Abelardo Gamarra, dicho El tunante, escribe La rabona: en La Batalla de Huamachuco (1983).
Es relevante mencionar que Cáceres, al fin y al cabo, hombre de su tiempo, toma más tiempo en
sus memorias en relatar las andanzas de un perrito y lo brioso que es su caballo, que el valor de
las acciones de las mujeres en la campaña.
26
Carey Brenton, observador militar inglés, 1986.
228 / Juan José Rodríguez Díaz
Con estas narraciones de las labores de las rabonas no solo antes y después
de las batallas, sino en medio de los combates, con los peligros que estas encie-
rran, no puede quedar duda de su acción directa en guerra. La imagen de la
rabona de Muñiz, de mirada suplicante y de actitud débil ante las circunstancias,
pierde color, brillo y formas ante las evidencias. Nuestros imaginarios xenofó-
bicos, formados desde la escuela (y reproducidos en el hogar) validaban esa escena
imaginada. Nuestros estereotipos de raza y género también. ¿O acaso no es claro
que el peruano que valida esa escena no está viendo en ese “roto” chileno a todos
los chilenos de la guerra, bárbaros crueles y sanguinarios?; ¿a un indio que repre-
senta irónicamente a la imagen de Perú (comunidad imaginada que muchos de
ellos no conocían), débil e indefenso, y junto a él una rabona, representando a
las mujeres víctimas, incapaces de defenderse por sí mismas? El imaginario de la
pintura de Muñiz, los prejuicios que encierra y que muchos de nosotros teníamos
de ellas, va quedando como un lienzo desgastado por el sol y el tiempo con los
relatos de testigos presenciales de su acción en guerra:
durante la refriega, estas Euménides desenfrenadas, con ojos extraviados y
con las manos y la cara ennegrecidas por la pólvora, disparan contra el ene-
migo; luego, arrojando el arma por inútil a causa de la falta de municiones, se
precipitan a la carga con la navaja en la mano. (Davin, 1990)
Tal vez recibieron el nombre no porque iban detrás del ejército en campaña
sino como dice el mismo militar francés: “por la manera infatigable como seguían
a sus maridos en medio de las batallas”. Pero el testimonio más impactante tal vez
resulte el apuntado por una mujer de la élite tacneña cuya mirada femenina tal
vez hizo describir con mucho mayor interés los personajes de su sexo que otros
observadores masculinos diciendo que las rabonas eran:
unas pobres cholas, valientes y resignadas, que soportaban todas las fatigas de
las marchas, prestando los servicios que les era posible dentro de su condición
y combatiendo a veces al lado de los hombres, con los fusiles que arrancaban de las
manos crispadas de los muertos [énfasis agregado]! (Neuhaus, 1938?)
El bello sexo en guerra: cultura política y género durante la Guerra del Pacífico / 229
27
Markham, 1922. Es de anotar que en la rabona imaginada por Fuentes (1867/1925), intelectual
que su real observación del sujeto estudiado es al menos cuestionable, su deber patriótico va
más allá de su deber como pareja del soldado: “La rabona se pega más a la bandera que al
hombre; si este muere en el combate, con escasísimas lagrimas riega aquella su tumba; pero
vertirá muchas si, por cualquiera causa, tienen que abandonar su batallón.”
230 / Juan José Rodríguez Díaz
Lima tendrán un comportamiento más heterogéneo, toda vez que son parte de
un tejido social mucho más diverso, como veremos en la siguiente parte.
Por mucho tiempo, se pensó en una posición transversal sobre la reacción de los
limeños ante la ocupación de Lima. La historiografía actual nos trae ejemplos de
la vida cotidiana en los momentos de ocupación de una ciudad.
La obra de los historiadores revisionistas, basados en evidencias, nos
permite comprobar que estos comportamientos de los distintos integrantes del
tejido social urbano distan mucho de ser homogéneos y varían de acuerdo con el
nivel social e intereses de sus miembros28.
En la historia escrita en función de la construcción de los imaginarios cívi-
co-nacionales de estas ciudades ocupadas, el tema del acercamiento al ocupante
se ve omitido o silenciado, y lleno de una retórica patriótica y nacionalista donde
se destaca la resistencia pluriclasista, que busca demostrar que, durante toda la
ocupación, muy pocos sino ningún miembro de su sociedad tuvo, siquiera, un
acercamiento social mínimo al invasor29. De acuerdo con el trabajo de Villavi-
cencio (1984),
la actitud de protesta de las mujeres peruanas en lo cotidiano, dirigido básica-
mente a hostilizar la ocupación chilena, se complementó con una resistencia
activa; en este campo, las señoras de las clases altas tuvieron un papel deci-
sorio, pues fueron ellas quienes organizaron la resistencia y la conspiración.
28
Véase, como ejemplo, Amouroux, Henri, 1970. Por último, un breve, pero sugestivo análisis de
la situación estudiada en H. Pereyra, 2006.
29
Esto es parte de mi investigación de tesis sobre el comportamiento de la élite y la plebe limeña
durante la ocupación chilena (por publicarse).
30
Véase La Bolsa y Recuerdos de la Campaña de la Breña (Memorias). Moreno de Cáceres, Antonia,
1974.
El bello sexo en guerra: cultura política y género durante la Guerra del Pacífico / 231
31
El tema de matrimonios y relaciones entre limeñas y chilenos durante la ocupación es abordado
por María Lucía Valle Vera (2013) y en mi trabajo Durmiendo con el enemigo, matrimonios e
interrelaciones socioculturales durante la ocupación chilena de Lima. Una versión preliminar fue
presentada en el Seminario interdisciplinario de investigaciones sociales de la UNFV en octubre
del 2007.
232 / Juan José Rodríguez Díaz
Como no es este el tema de este trabajo solo podemos agregar en términos cuan-
titativos que estos enlaces iban in crescendo a medida que la ocupación alcanzaba
ribetes de asentamiento prolongado de los ocupantes.
Nuestro propósito no es enjuiciar a las mujeres peruanas que se casaron o
tuvieron hijos con los ocupantes. Es sabido que en toda ocupación prolongada
forma parte de las estrategias de mujeres resignadas a su condición, buscar el
amparo económico de un hombre sacrificándose por la familia, cosa que ocurría
aun fuera de estos contextos o simplemente se desarrollaban alianzas familiares
para beneficio de las familias acomodadas en ruina donde el amor era lo último
en la agenda.
Con respecto a las mujeres de la plebe, la relación con los soldados chilenos
fue muy variada, desde el apoyo logístico a la resistencia a la que Antonia
Moreno hace referencia y cuya actitud Villavicencio pretende homogeneizar
hasta el franco colaboracionismo, principalmente si eran extranjeras. Otra vez
las mujeres fueron el enlace en la inclusión de los chilenos en las redes sociales
limeñas. Algunos “rotos” chilenos ya conocían a familias de la plebe limeña desde
los días de la construcción de los ferrocarriles. Prueba de estas relaciones es que
junto con los últimos soldados de ocupación se embarcaron rumbo a Chile para
nunca más volver, cientos de mujeres peruanas de las que algunos de sus nombres
figuran como madres en los libros bautismales de hijos de soldados chilenos que
regresaban con una nueva familia.
7. CONCLUSIONES
32
Hasta el momento no ha aparecido ningún testimonio directo de la acción de las rabonas en
la Guerra del Pacífico. Toda la información que se posee hasta este momento proviene de los
observadores sean femeninos o masculinos.
El bello sexo en guerra: cultura política y género durante la Guerra del Pacífico / 233
33
Para esta nueva edición, hemos colocado en la bibliografía estos trabajos, por si el lector desea
desarrollar un estado de la cuestión más completo.
La mujer ante la guerra:
asociaciones civiles y participación femenina en Lima
durante la Guerra del Pacífico
INTRODUCCIÓN
1
Texto original inédito que surge a partir de la Tesis de Licenciatura “Las mujeres ante la guerra.
Mujeres, familia y sociedad en Lima durante la Guerra del Pacífico”. Tesis (Lic.). Pontificia
Universidad Católica del Perú, 2010.
279
280 / Rosa Huamán Guardia
2
La Patria, agosto 2, 1880. Para mediados de año los soles billetes oscilaban entre los 6 y 8 billetes
por sol de plata. Su poder adquisitivo era muy bajo, se podía comprar un pan de 140 gramos con
0,60 soles billete.
La mujer ante la guerra / 283
religiosa de San Vicente de Paúl; estas también publicarán, por su parte, convo-
catorias por donativos de hilas, vendas y lechinos (compresas). Se observa así, que
no había una coordinación centralizada en la recolección de dichos insumos;
algunos hospitales simplemente, publicaban anuncios solicitando donaciones de
forma particular.
Dichos insumos médicos, aparentemente tan simples, fueron, durante los
dos primeros años de la guerra, el bien más preciado que las mujeres podían
ofrendar a los soldados heridos, pues de su constante y oportuna utilización
dependían los tratamientos que en el siglo XIX podían evitar las funestas conse-
cuencias de las heridas de guerra.
Como era bien sabido en aquellos días, el sistema sanitario de Lima era
incapaz, aun con las previsiones de la recientemente creada Junta Central de
Ambulancias Civiles3, de hacer frente a la cantidad de heridos que se produci-
rían en cada encuentro bélico importante. Por ello, desde el inicio, se presentaron
iniciativas privadas para cubrir los vacíos que se producirían en el futuro. Cabe
mencionar por su celeridad e imponderable ayuda, a la Sociedad de Beneficencia
Pública Francesa; esta, aprovechando su órgano médico principal, el hospital
Maison de Santé, lanzó un generoso ofrecimiento a la nación peruana, a solo dos
días de haberse iniciado la guerra. El Ministerio de Guerra conserva el registro
de tan notable muestra de compromiso de una colonia extranjera “Sociedad de
Beneficencia francesa ofrece la Maison de Santé para que sean asistidos gratui-
tamente todos los heridos en la guerra actual=Abril 7” (CEHM, 1879, Libro 514,
foja 382). A pesar de sus buenas intenciones, los recursos también empezaron a
faltarles, sobre todo, cuando las batallas del sur dejaban un enorme contingente
de heridos por atender. En febrero y marzo de 1880, algunas decenas de señoras
entregaban al hospital francés sus contribuciones en hilas y vendas, respon-
diendo así al llamado que días antes había hecho la institución (La Patria, 1880,
21 de febrero y 15 de marzo).
Luego de la batalla de Arica, fue cuando las hilas y vendas se hicieron
más necesarias. A pesar de las continuas entregas que se habían realizado en los
meses anteriores, respondiendo a los escuetos avisos periodísticos, —entre los
que destacaban los del hospital de sangre de Santa Sofía—, el 26 de junio de 1880
encontramos este aviso:
Aunque son muchas las señoras de nuestra sociedad que han acudido á los
hospitales de sangre, con hilas y vendas, es preciso sin embargo el mayor
3
Creada en abril de 1979 por un grupo de médicos docentes de la Facultad de Medicina de la
Universidad Mayor de San Marcos y por personalidades religiosas y políticas, fue ratificada
por el Gobierno el 17 de dicho mes. Se adscribió a la Convención de Ginebra convirtiéndose
así en el germen de la Cruz Roja Peruana. Su labor fue titánica y contó siempre con la decidida
colaboración de la población civil.
284 / Rosa Huamán Guardia
concurso posible de estos objetos que nunca están demás en una situación como la pre-
sente [énfasis agregado]. Al efecto suplicamos a las dignas matronas de Lima,
siempre atentas al grito de la desgracia, acudan en esta ocasión según su con-
dición, tiempo y fortuna en socorro de nuestros hermanos heridos en el Sur.
La remisión se hará directamente á los hospitales de “San Bartolome”, “Dos de
Mayo” y “Santa Sofia”. (La Patria, 1880, junio 26 (2776)
No era para menos el apuro, ya que el 22 del mismo mes, habían llegado
los primeros grupos de heridos del sur, siempre bajo el auspicio y vigilancia de la
Cruz Roja (Basadre, 2005, p. 96). Para aquel entonces, incluso el ejército se valía
de esta institución para arbitrarse donativos.
Ilustrísimo Monseñor Presidente de la Junta Central de la “Cruz Roja”
Siendo considerable el consumo que se hace en el hospital de “Santa Sofía”
de hilas, compresas y lechinos, que no es facil tampoco encontrar en el mer-
cado, vuelvo a solicitar [énfasis agregado] de la benevolencia de esa Honorable
Junta las cantidades de dichos artículos, que he dejado anotados en la oficina
del digno cargo de VSI. Anticipando por ello mis agradecimientos a VSI”. (
CEHM, 1880, Libro 519, foja 167)
comerciantes, y como no, los apellidos extranjeros no escasean. Por su parte, ofre-
ciendo algo más que alimentos, encontramos a otras mujeres, que acompañaban
modestas donaciones con “dos fuentes de dulce” como hacía la señora Cristina B.
de Elguero; asimismo, Petronila H. de Lezama incluye también entre sus contri-
buciones “… sustancia de carne diaria”, se entiende que como un reconstituyente
para los convalecientes; Ventura H. de Layseca, “varias fuentes de gelatina y
dulce” (La Patria, marzo 16, 1880). Otros muchos ejemplos son innecesarios para
graficar lo que pueden donar las personas que no tienen mucho que dar, pero
sí mucha voluntad. Se entrega un gesto amable, una preocupación cercana, la
calidez de un plato de comida, ese que no le pueden preparar ni sus madres ni sus
esposas, ese que tal vez sea el último, y por lo mismo, el más valioso.
Hubo algunas otras mujeres cuya ocupación les permitía hacer un aporte signi-
ficativo, pero de forma diferente. Se ha denominado a esta tercera forma de cola-
boración: prestación de servicios. Manuela Berninzon, directora de un colegio de
niñas, en una misiva dirigida a la Dirección de Instrucción, dos días después de
declarada la guerra, le comunica:
Que deseando contribuir en lo posible, con el contingente que me respecta en la
actual situación [énfasis agregado] por la que atraviesa el país, ofresco admitir
gratis en el colegio que dirijo a las hijas de padres pobres, que tomen parte
activa en la guerra, comprometiéndome a franquearles el internado en el des-
graciado caso de que queden huérfanas.
A VE suplico se sirva aceptar este pequeño ofrecimiento inspirado por el amor
patrio. (El Peruano, abril 15, 1879)
4
No se debe confundir estatus social con poder económico en este caso en particular, pues una
docente era una mujer respetada socialmente, pero no gozaba de ingresos considerables. El
respeto, tampoco implicaba, desde luego, consideraciones especiales.
5
García y García, 1925, p. 799. Se le encuentra en el grupo de Brusela Suárez, en la Cruz Blanca.
Su escuela había sido fundada por su madre, doña Josefa B. de Badani, en 1867. A temprana
edad —aunque parece exagerada la afirmación de García y García que refiere escasos 14
años— tomó la dirección Magdalena. El plantel “dio preferencia a la formación de un cuerpo
de profesoras convenientemente preparadas, que pudieran repartirse luego, por los distintos
pueblos del territorio” por lo cual de deduce que el nivel educativo fue muy alto.
La mujer ante la guerra / 287
ofrece habitaciones en Lima para personas sin recursos, inmigrantes del Callao
(La Patria, abril 6, 1880). Aunque los ofrecimientos eran bienvenidos, es poco
probable que todos —especialmente los hospitales de sangre— se hayan concre-
tado, debido a la falta de recursos para implementarlos.
El 12 de abril del primer año de la guerra, una circular del Consejo Provincial de
Lima, dirigido a diversas señoras, inaugura este sistema de recolección de dona-
tivos, anunciándose la creación de:
una Comisión de Señoras, que individual o colectivamente bajo la presidencia
de la mui digna señora Magdalena Ugarteche de Prado, suministren y colec-
ten recursos para los heridos, para las ambulancias que se ocupa de organizar
el Municipio i para las demás desgracias i necesidades de la guerra…. En nom-
bre del pueblo… sabrá agradecer eternamente, los sacrificios i esfuerzos que
exijan de usted el cumplimiento de esta comisión.
Manuel M. Del Valle. (Ahumada, 1982, p. 30)
Los objetivos son generales, por un lado, se habla de una ambulancia que
formará la Municipalidad y por otro lado, se menciona las “demás desgracias”;
La mujer ante la guerra / 289
no se sabe todavía lo que puede sobrevenir, pero es claro que hay que estar prepa-
rados. Dicha misiva era, en realidad, una carta de invitación para participar en la
recolección, dando por descontado la erogación propia que cada señora debería,
de acuerdo a su elevada posición, proporcionar. Para mayo son publicadas las
primeras listas de erogaciones conseguidas, las sumas son generosas, empezaron
a desfilar así muchos recursos y también muchas esperanzas.
Por su parte, la Junta de Ambulancias de la Cruz Roja, también se valió de
las señoras, casi vale decir las mismas, pues todas pertenecían al mismo grupo
social. Esta vez por la naturaleza de la organización, la convocatoria fue nacional:
“Las Juntas Departamentales provinciales y de distrito nombrarán las comisiones
de señoras, que se denominarán de la Cruz Roja para colectar fondos y materiales
para las ambulancias civiles, y enviarán dichos recursos á la Junta de Lima” (El
Peruano. Mayo 8, 1879, foja 402).
Un caso especial fue el de Rosa Mercedes Riglos de Orbegoso, esposa del
coronel Pedro José de Orbegoso y Pinillos, hijo del ex presidente Luis José Orbe-
goso. Notable intelectual de su época, destacó como poetisa y escritora de diversos
temas: pedagogía, sociedad, historia etc.; publicó en diversos periódicos como El
Perú ilustrado y El correo del Perú y fue frecuente expositora en las tertulias litera-
rias de Juana Manuela Gorriti6. Fue convocada en dos ocasiones por la Municipa-
lidad para encabezar comisiones de damas. La primera se hizo en junio de 1879,
con la finalidad de realizar una colecta masiva de objetos, que se sortearían para
obtener fondos destinados a ayudar a “Los Huérfanos, Los Heridos, las viudas y
las demás desgracias Consiguientes a la Guerra”, como rezaba el título del folleto
que luego se publicaría con el detalle de las donaciones. En este, se mencionan
además 36 colecciones o grupos de objetos. Cada grupo de donaciones llevaba
como título “Colección de la señora…” y a continuación el número de la vitrina
o vitrinas en las que eran exhibidos. Los objetos eran de variado valor, algunos
de alta orfebrería, ebanistería o joyería, pasando por las más modestas pinturas
y adornos, hasta las simples manualidades, que adquirían un valor especial por
ser, generalmente, la contribución de las casas y hospicios de los pobres de Lima.
De las cincuenta señoras convocadas, solo 34 encabezan una colección
particular; algunas otras están agrupadas en otras dos colecciones que llevan
por título “Diversas Señoras”. Las colecciones varían en el número de objetos;
algunas, como la de doña Josefa La Barrera de Velarde, son verdaderamente
sorprendentes, pues constan de 126 objetos; otras, más modestas, no pasan la
6
García y García, 1925, pp. 15-17. Juana Manuela Gorriti fue una destacada escritora argentina
que desarrolló su actividad literaria en Lima, convocando a la sociedad ilustrada de la época en
sus famosas tertulias literarias, en las que participaron Ricardo Palma y Mercedes Cabello, entre
muchos otros.
290 / Rosa Huamán Guardia
decena y comparten vitrina con otras colecciones. Se puede entender esta dife-
rencia considerando diversos factores. Cada matrona de Lima convocada perte-
necía a la élite, algunos apellidos nos remiten a esposas de extranjeros, de primera
o segunda generación, como los Kruguer, Elster, Guisse de Dartnell, etc. Cada una
de ellas, debía mover una considerable red de contactos para llegar a una cantidad
respetable, muchos son valiosos objetos decorativos traídos del extranjero, como
los jarrones japoneses de Manuela Frisancho y la papelera de cuero de Rusia de
la señorita Zoila Velarde, ambas donantes de la comisión de Josefa La Barrera.
Varias damas donan incluso dos o más objetos y en más de una colección.
Josefa debió ser una mujer muy popular en su círculo social, y este debió
ser muy amplio, pues entre sus erogantes se encuentran nombres como los de
Magdalena Ugarteche de Prado —esposa del presidente—, que obsequió “Dos
roseadores de porcelana celeste con esmalte y una polvoreda”; asimismo, se
mencionan algunas superioras de congregaciones religiosas, como las de Santa
Teresa y Santa Rosa. Es de notar también la presencia de varias señoritas, cuando
la generalidad de las donantes eran mujeres casadas; y, por si fuera poco, entre su
nutrida lista, se encuentran nombres de notables caballeros, como César Cane-
varo —ex alcalde y reputado militar— que se hizo presente con tres maceteros de
porcelana y Manuel María del Valle, con un juego de escritorio de oro, platina y
nácar7. Para otras mujeres, sin embargo, no debió ser tan fácil acudir a la causa
con tamaño éxito. No solo por no tener la presencia social suficiente para procu-
rarse tantas colaboraciones, sino, también, por falta de carisma o inclinación
natural para el trabajo de ese tipo.
Quien, por supuesto no podía ser menos, era la señora Rosa Mercedes
Riglos, su lista conlleva una cifra más modesta, pero los 54 objetos obtenidos,
son de un valor considerable. Entre sus erogantes, como era lógico, se encuen-
tran miembros de la intelectualidad de la época como Mercedes Cabello y Juana
Manuela Gorriti, muy posiblemente su círculo social más apreciado. Pero el
grupo más numeroso de su lista está conformado por miembros de su familia,
como lo reflejan los apellidos Orbegoso, Riglos, Orbegoso y Panizo, Orbegoso
y Varela etc.; ni los niños se libraron de contribuir a la causa que lideraba la
matrona limeña. No sería justo olvidar los varios objetos que Mercedes Guisse
de Dartnell le entrega, siendo ella una de las cincuenta damas convocadas, al
parecer trabajó en apoyo a la colección de Riglos. Al igual que en el caso de
Josefa La Barrera, encontramos donaciones, más bien simbólicas, de casas y
hospicios de pobres:
7
Catálogo de los Objetos Donados por las Señoras de esta Capital con Destino a la Rifa preparada
por la Municipalidad de Lima para Aplicar sus Productos a los Huérfanos; los Heridos, a las
Viudas y a las demás Desgracias Consiguientes a la Guerra, pp. 7-14.
La mujer ante la guerra / 291
Una canasta con flores artificiales. Obsequio de las huérfanas de Santa Teresa
Un cojín de Tapicería. Obsequio de las niñas del hospicio de Santa Rosa Un
aparato de madera para colgar. Obsequio de los huérfanos de la Recoleta. (Ca-
tálogo de los objetos…, p. 4)
Fuera de estas delicadas manualidades de los humildes, no encontramos
nombres provenientes de clases bajas o medias. La razón de ello estaría justamente
en que cada señora o grupo de damas, acudía a su sector social más allegado;
organizar colectas masivas hubiera demandado mucho más tiempo del dispo-
nible y una organización especial. Creo, a diferencia de lo que refiere Basadre o
Elvira García y García, que las colectas hechas de casa en casa, no debieron ser el
mecanismo más utilizado, pues hubiera tomado demasiado tiempo y requerido
de varias personas, amen del trabajoso transporte por la ciudad. Ello se verifica
fácilmente por las listas de donantes, casi todos son de la élite limeña, incluidos
extranjeros y, por supuesto, muchos son los parientes de cada dama colectora. Lo
que no quiere decir que, en otras ocasiones, durante la guerra, no se pueda haber
dado dicho sistema.
Los trabajos se empezaron a inicios de junio y la exhibición de los objetos en el
Palacio de la Exposición debió quedar lista para Fiestas Patrias, para lo cual debían
haberse recolectado, tasado y organizado en las casi 40 vitrinas que ocuparon en el
palacio; además de quedar preparados los boletos de la rifa, que deberían haberse
empezado a vender el 27 de julio, día en que se abría la exposición. Un grupo de
comerciantes notables se encargó de tasar los objetos, llegando a la elevada suma
de 48 534 soles, lo que sobrepasó las estimaciones previas. Para la mejor colocación
de los números se hizo una tirada de solo 60 000 boletos, de los cuales, 40 000, se
deberían vender en Lima. La organización de la exposición no estuvo a cargo de
Riglos, ni sus allegadas, sino que se dejó en manos de los síndicos del municipio, sin
embargo… ¿Cómo harían dichos señores para colocar tantos miles de boletos en
pocas semanas? Una línea de las ordenanzas municipales expedidas el 21 de julio,
nos da la respuesta “3ª Los boletos serán … entregados … a la comisión nombrada
por decreto …, con el encargo de que de acuerdo con la comisión de señoras…
proceda a su mejor distribución y venta” (Catálogo de los objetos…, p. 64).
Serían nuevamente las mujeres las encargadas de hacer dichas diligencias,
lo que no debió ser sencillo, pues las disposiciones para el sorteo se hicieron recién
en setiembre. Del valioso documento que ha quedado de aquel acelerado proceso8,
otro asunto llama la atención, también en una de las directivas municipales:
8
Se está haciendo referencia al Catálogo preparado con motivo de la exposición, que se elaboró
antes de la rifa. Algunos datos del mismo como los nombres completos de las señoras han sido
completados con la información que proporciona Elvira García y García, en La Mujer Peruana…
pp. 410-411. Si bien la lista que toma la autora feminista de comienzos del siglo XX, es copia
fiel de la lista que registra el Catálogo, son notorias algunas contradicciones, como el proceso de
recolección y la fecha de la rifa, que ella sitúa en septiembre, y el catálogo ubica en octubre.
292 / Rosa Huamán Guardia
9
Este hospital estaba construido, pero no habilitado para entrar en funciones, debido a los problemas
surgidos entre su constructor Auguste Dreyfus y el Estado peruano en la década del setenta.
Ubicado en lo que actualmente es la cuadra 6 de la Avenida Grau, en aquellos días correspondía
a las afueras de la ciudad. Dreyfus había obsequiado el local a la Beneficencia de Lima y le puso
el nombre en honor a la Sra. Sofía Bergman, su fallecida esposa. Para fines de enero de 1880, la
administración de Miguel Iglesias en la Secretaría de Guerra, retoma el local, pero al carecer del
mobiliario e instrumental necesario quedó solo como hospital de sangre, no obstante, los servicios
que prestó fueron muy valiosos. Actualmente, funciona allí el Instituto Tecnológico Superior José
Pardo. Datos tomados de Dr. Deza Bringas, Luis (2004). Santa Sofía: El Hospital que nunca fue.
Revista de Neuro-Psiquiatría (67) 20-30, y Arias y Zanutelli (1984), p. 90.
294 / Rosa Huamán Guardia
organiza entre su grupo social una pequeña asociación de mujeres que apoyarían
a los hospitales facilitándoles recursos y en la atención de heridos. Este esfuerzo
mancomunado tenía por entonces la participación del círculo social e intelectual
de Brusela: Catalina Mendoza de Guarda, Presidenta; Paula Loayza de Arenas,
Tesorera; Isabel Brusela Suárez, Secretaria; Eloisa Descalzo de Dulanto, Carmen
Fernández de Calderón y Magdalena Badani, Vocales (García y García, 1925, p.
244). A inicios del año siguiente fue evidente que “La situación del país se agra-
vaba, con los sucesivos combates, en los que aumentaba el número de heridos, no
siendo suficientes los Hospitales para atenderlos” (p. 244). La decisión de formar
un hospital de sangre propio, independiente de la Cruz Roja, se tomó a princi-
pios de 1880, y debe de ser uno de los actos de mayor trascendencia en la historia
de la evolución de la mujer peruana en las esferas del espacio público. Toda esta
información se puede obtener gracias a la obra de García y García, que aunque
algunas veces no es completamente confiable por no guardar mayor rigurosidad
en sus fuentes10, en esta ocasión sí lo es, pues cita la Memoria que preparó Brusela
al terminar la labor de su organización. Se puede suponer con fundamento, que
García consultara el documento —no disponible actualmente— pues, a dife-
rencia de sus otras semblanzas biográficas, en esta se encuentran fechas exactas,
nombres completos y el detalle de los objetivos de la asociación.
Aunque la inauguración, según García y García, se hizo el 4 de febrero,
otros documentos de la época dejan expuesto que, de hecho, la casa situada en la
calle Guadalupe —a solo unas cuadras del límite sur de la ciudad— venía funcio-
nando como hospital ya desde antes. Se le encuentra recibiendo heridos durante
la llegada, el 27 de enero, de las tropas de Tarapacá. El local no era propio y su
alquiler fue sostenido por la Municipalidad de Lima, hasta abril de 1880, cuando
las asociadas reciben esta noticia:
Obligada la municipalidad por el reglamento orgánico que acaba de espedir
el supremo gobierno, a no emplear sus rentas sino únicamente en los objetos
y ramos que forman los objetos de su institución... desde el día 1º del entrante
ya no podrá acudir al pago de alquiler del Hospital que sostiene esa respetable
y humanitaria asociación ... Puede sin embargo continuar en posesión de todo
el local, acudiendo la Beneficencia con el valor de los arrendamientos. (AHM,
abril 1880, fojas 214-215)
10
Al parecer, la autora usa informaciones orales de personas mayores y contemporáneas a la
guerra.
296 / Rosa Huamán Guardia
Entre los últimos meses del primer año de la guerra y la primera mitad
del segundo, la población de Lima vio desfilar varios barcos en el puerto del
Callao, para dejar una penosa tripulación: los heridos de los enfrentamientos.
En noviembre se dieron tres batallas importantes: Pisagua, San Francisco y Tara-
pacá, cada una produjo una considerable cantidad de heridos que debían ser aten-
didos inmediatamente, muchos de ellos fueron trasladados a Lima, donde estaban
ubicados los hospitales más grandes y mejor equipados, pero aún así se llegó a
rebasar el servicio sanitario de la ciudad. Fue en ese contexto de urgencia que
el hospital de La Cruz Blanca se formó, apresurándose a atender a los sufrientes,
como dice Basadre sin más “preparación que su buena voluntad”. Obviamente,
también contaron con dirección profesional, la de los doctores Belisario Sosa
Peláez y Juan Cancio Castillo (Arias y Zanutelli, 1984, p. 86). Margarita Guerra
se refiere a ellos como directores y organizadores (1991, p. 135). De lo cual se
deduce que se les encomendó la dirección médica del hospital. Es de notar que se
pueden producir confusiones por la superposición de cargos entre las organiza-
doras y los profesionales especializados, ya que no era costumbre que las mujeres
tengan el mando.
Retrato de Antonia Moreno de Cáceres. Colección del Instituto
Riva-Agüero de la Pontificia Universidad Católica del Perú.
297
Rvda. Madre SSCC Hermasy Payet. Museo Histórico Militar del Perú.
298
La mujer ante la guerra / 299
11
Según su cuñada Adriana, fue una mujer de carácter enérgico e independiente. Se dedicó a la
vida caritativa desde muy joven apoyando en el Hospicio de Santa Ana, destinado a las mujeres
pobres y a la atención de huérfanos. El motor de sus convicciones caritativas fue su sólida fe
católica (Vernuil, 1947, pp. 101-102).
La mujer ante la guerra / 303
12
(AHM, Libro de Toma de Razón, 1880, foja 244). Se menciona así mismo, que muchas personas
se encontraban hacinadas en locales públicos como la Plaza de Acho.
La mujer ante la guerra / 305
13
La Patria fue el diario de tendencia pierolista, aparecido en 1871. Durante la época de la guerra
lo dirigiría Pedro Alejandrino del Solar, quien llegó a ser vicepresidente de Piérola. Desapareció
semanas antes de las batallas de San Juan y Miraflores (Varillas, A. (diciembre, 1979). Diarios y
Revistas y la Ocupación de Lima. Revista de la Universidad Católica (6).
14
Para mayor información, véanse Bonaudo, 2006. Cuando las tuteladas tutelan y participan. La
Sociedad de las Damas de Caridad. Signos Históricos (15) 70-97. México D. F. Arrom, 2007. Las
señoras de la caridad: pioneras olvidadas de la asistencia social en México, 19863-1910. Historia
Mexicana, Vol. 57. México D. F.
306 / Rosa Huamán Guardia
filiación religiosa, pero al menos, una se ha podido rastrear, que existió sin esa
característica, la Asociación Caridad Peruana.
La institución venía funcionando desde antes de la guerra, aunque no se
puede precisar su fecha de formación. Entre sus dirigentes principales destacan
las señoritas educadoras15 Aurora y Beatriz Oliva, que suponemos eran hermanas
o parientes cercanas. De acuerdo con el nombre de la asociación, y por la lista de
miembros, se colige que fue institución civil integrada únicamente por mujeres,
que se dedicaban a la caridad pública; pero con el advenimiento de la guerra,
debió reencauzar sus actividades de acuerdo con las necesidades más urgentes.
Así, las encontramos a solo un mes de iniciada la contienda, publicando las listas
de los erogantes que las apoyan, junto a las listas que también publicaban la
Beneficencia y la Cruz Roja (El Comercio, mayo 10, 1879); es decir, se reencauza la
caridad de la asociación hacia los heridos de la guerra. Algo interesante de resaltar,
es la particularidad de sus erogantes. En una lista publicada el 6 de abril de 1880,
se encuentra una gran mayoría de varones, las mujeres están casi ausentes (La
Patria, abril 6, 1880). Todas las donaciones son en dinero; la mayoría, pequeñas
cantidades, entre dos y cinco soles; en el lugar de los nombres de varios se encuen-
tran las letras: X, N.N., ello podría interpretarse como un problema para registrar
todos los nombres; al parecer, muchas de estas donaciones se hacían de forma
ambulante, sin mayor trámite; otras, en cambio eran recibidas y anotadas. No se
dirigen a las clases altas, las donaciones son claramente procedentes de personas
de bajos recursos, y el elevado número de donantes es lo que cuenta para hacer
efectiva una recolección importante. Se entiende que en estos niveles sociales se
recurre mayormente a los varones en lugar de a las mujeres, pues son aquellos los
que tienen el manejo directo del dinero en las familias.
La actividad de estas instituciones no fue aislada, debía necesariamente
actuar en coordinación con otras similares y bajo la sombra de la Cruz Roja o,
mejor dicho, dándole sombra a esta, cuando sus limitados recursos no le permi-
tían cubrir las necesidades básicas de los heridos. En un comunicado, ya citado,
Dimas Filgueira de la Cruz Azul, informa acerca de la colaboración de la sociedad
para surtir de ropa a los soldados:
Hay 40 heridos mas que se hallan solamente con camisa, careciendo comple-
tamente de toda otra prenda de ropa.= la ambulancia de mi mando ha surtido
de pantalones y zapatos á varios de ellos y la Sociedad “Caridad Peruana”, les ha
mandado también camisas, sábanas, pañuelos e hilas [énfasis agregado]. (CEHM
1880 -14)
15
Se desempeñaron como educadoras en el Callao y durante la ocupación de Lima llegaron a
poner una escuela para niñas en la ciudad.
La mujer ante la guerra / 307
16
La Patria 23 de febrero de 1880. Presidenta: Srta. Aurora Oliva, vicepresidenta: Sra. Avelina Vera
de Rivas, secretaria: Sra. Mercedes Zevallos de León, pro-secretaria Srta. Beatriz Oliva, tesorera:
Srta. Deidamia Llerena.
308 / Rosa Huamán Guardia
17
(Bonaudo, 2006, p. 72) La autora describe cómo un grupo de mujeres argentinas adquiere un
aprendizaje político-administrativo, desde los modelos masculinos de la élite a la cual pertenecen.
Así sus asociaciones se organizan en cargos (presidenta, secretaria, vocales) y se perfilan
selectivas para mantener su estatus social, discriminando el acceso a grupos sociales inferiores.
En el caso limeño, los esquemas no parecen haber sido tan rígidos, debido, probablemente, a
la coyuntura dramática de la guerra, pero también a que las iniciativas partían de mujeres que
podían ser de las clases medias altas o que se desempeñaran como intelectuales o educadoras,
caso de Magdalena Badani y de Beatriz y Aurora Oliva.