Prolegómenos para Una Teoría de La Sátira: Provided by Eprints Complutense
Prolegómenos para Una Teoría de La Sátira: Provided by Eprints Complutense
Prolegómenos para Una Teoría de La Sátira: Provided by Eprints Complutense
Universidad Complutense
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Este trabajo se publicó en la revista Tropelías, 9-10, 1998-1999, pp. 281-293.
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Durante la mayor parte del s. V a. C. se acostumbraba a representar, junto a la trilogía de tragedias, un
contrapunto burlesco, el drama satírico, así llamado porque su coro estaba compuesto por actores
disfrazados de sátiros que introducían el lenguaje coloquial y obsceno dentro de escenarios mitológicos
para así crear una incongruencia humorística. Sólo se conserva El Cíclope de Eurípides (D. F. Sutton,
1985: 380-389).
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“When [Quintilian] says satura tota nostra est he means that the special type of literature created by
Lucilius, dominated by a certain spirit, clothed in a certain metrical form fixed by the usage of a series of
canonical writers, and finally designated by a name specifically Latin, is Roman and not Greek” (1927:
58). Por el contrario, Gay Sibley interpreta la frase de Quintiliano en sentido metafórico: “I think it
possible that the key to the essential difference is inherent in the word itself as metaphor, rather than in
the techniques or modes of any particular writer” (1995: 58).
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Pero esto sólo sucede en Roma. Como ya advertía Cascales en sus Tablas
poéticas (1617)4, habida cuenta de la multitud de formas en que se manifiesta, no se
puede hablar estrictamente de género literario para la sátira. La inmensa mayoría de los
teóricos modernos son unánimes en este punto y asignan a la sátira la categoría de
modalidad, definida porque cruza transversalmente la estructura de una obra o de un
género, adjetivándolos5.
Según Mercedes Etreros “los datos formales que pudieran caracterizar la sátira
faltan, y es, pues, imposible llegar a definirla y catalogarla como género” (1983: 11). M.
Hodgart estima que “la sátira comienza con una postura mental de crítica y hostilidad”
(1969: 10). Paulson entiende que el término hace referencia más a un tono que a una
forma, si bien agrega el hecho de que la sátira presenta predilección por determinados
géneros: “Nevertheless, while adopting the forms of the other literary genres, satire
finds some forms more congenial than others. The liturgy and the hymn, the almanac
and the petition, offer an unlimited series for portraits and vignettes —a shape as well as
an allusion” (1967: 5).
R. C. Elliott se decanta por una perspectiva más pragmática que formal: “Satire
is notoriuosly a slippery term, designating, as it does, a form of art and a spirit, a
purpose and a tone —to say nothing of specific works of art whose resemblance may be
highly remote. My use of satire throughout will be pragmatic rather than normative”
(1960: viii-ix). De ahí que para Elliott los orígenes de la sátira se remonten a los Cantos
Fálicos, las procesiones rituales en donde la invocación a la fertilidad se interrumpía
para dar cabida al insulto.
2. Ludismo y sátira
Han sido quizá las reflexiones provenientes del psicoanálisis, divorciadas del
conocimiento de la historia literaria, las que con mayor énfasis han resaltado los
ingredientes hostiles o tendenciosos de la sátira. El satírico sería un sádico en potencia.
Freud, en el apartado de su estudio que dedica a las tendencias del chiste identifica la
sátira con la dialéctica del ataque y la defensa: “El chiste tendencioso será o bien hostil
(destinado a la agresión, la sátira o la defensa) o bien obsceno (destinado a mostrarnos
una desnudez)” (1905: 83). Irónicamente, una modalidad que desde sus orígenes
amparó sus argumentos en el bien y en la verdad (el ridente dicere verum del programa
horaciano), llega a ser considerada emisaria de la violencia.
Pero incluso la invectiva, como arte, puede atraer elementos lúdicos. Habría que
distinguir la invectiva literaria del insulto directo. ¿Cómo no ver por encima de la
pólvora el brillo lúdico del ingenio en la invectiva de Góngora contra Lope: “con el pico
de mis versos / a este Lopico lo pico”? Las teorías psicoanalíticas enfatizan que el juego
es sólo una máscara para conducir instintos agresivos, cosa cierta sin duda; pero
también hay que invertir este aserto: a la aparente violencia de un poema subyace un
instinto lúdico —placer diría Barthes— bajo la forma de la disputa, pero juego al fin;
no busca las vísceras de su adversario porque sabe que sólo está haciendo literatura.
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Según Freud el chiste tendencioso provoca más risa que el inocente: “Casi nunca logra el chiste inocente
o abstracto aquella repentina explosión de risa que hace tan irresistible al tendencioso” (1905: 83). En
cambio, esto tampoco puede lanzarse como regla, dado que depende mucho de los factores de recepción y
público.
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En los tratadistas clásicos los distingos se realizan en torno al concepto de ridiculum (‘humor’): habría
un ridiculum liberal, propio de la retórica de la sátira, y un ridiculum illiberale, perteneciente a la
invectiva. Cfr. R. Cortés Tovar (1986: 37-77).
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descarnada de una víctima. Linda Hutcheon, por ejemplo, asigna a la sátira un ethos
marcado de agresividad despreciativa, que intensificaría el ethos burlón de la ironía:
Comme l’ironie, la satire possède un éthos marqué, mais qui est codé encore
plus négativement. C’est un éthos plutôt méprisant, dédaigneux qui se manifeste dans la
colère présumée de l’auteur communiquée au lecteur à force d’invectives (1981: 146).
Rosenheim (1971) insiste que en la sátira hay un referente que debe reconocerse
partiendo de un trabajo interpretativo. En realidad, los argumentos de Rosenheim no son
los de un historicista ramplón: no considera que haya que partir del contexto para
interpretar la sátira, sino que el mensaje es lo que crea el contexto. Reconoce la
existencia de un espectro satírico que va desde sátiras en que el grado de ficción es
mayor —cerca ya de lo cómico puro— a aquellas cuyo blanco es perfectamente
reconocible por el auditorio. Lo que se está reproduciendo —sin nombrarla— es el
binomio sátira-invectiva: la primera se aproxima más a la ficción y al arte (pero
reiteremos: la poeticidad del artificio no anula el referente); la segunda tiende a ser más
inmediata y perecedera, en la medida en que difícilmente puede entenderse sin la
existencia de un referente extratextual preciso.
[...] quedábame aún que elegir un nombre muy desconocido que no fuese el
mío, por el cual supiese todo el mundo que era yo el que estos artículos escribía; porque
esto de decir ‘yo soy fulano’ tiene el inconveniente de ser claro, entenderlo todo el
mundo y tener visos de pedante [...]. Díjome un amigo que debía de llamarme ‘Fígaro’,
nombre a la par sonoro y significativo de mis hazañas, porque aunque no soy barbero ni
de Sevilla, soy, como si lo fuera, charlatán, enredador y curioso además, si los hay
([1833] 1997: 8)12.
Los sueños dice Homero que son de Júpiter y que él los envía, y en otro lugar
que se han de creer. Es así cuando tocan en cosas importantes y piadosas o las sueñan
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Sobre la eficacia de la máscara satírica escribe John R. Clark (1995: 22): “[The satirist] dons his masks,
exactly as toute le monde does from day to day; but he does so with the deliberate dash and excess of the
parodist, taunter, ventriloquist, and clown. He draws upon the same power source that supplies Everyman,
but he does so to wreak havoc, to electricity the enlightened citizenry, and to short circuit the system”.
Lógicamente estas palabras sólo pueden aplicarse a la sátira utópica o de norma superior; son
improcedentes para la sátira conservadora.
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El autorretrato del satírico como curioso está en la tradición del los espectadores ingleses. La empresa
periodística de Clavijo en el siglo XVIII, El Pensador, también alude al mismo expediente: “las horas del
día que tengo libres las empleo en examinar toda clase de gentes” (Pensamiento I).
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reyes y grandes señores [...]. Dígolo a propósito que tengo por caído del cielo uno que
yo tuve en estas noches pasadas (1627: 90-91).
Volviendo a Quevedo diremos que La Hora de todos y la Fortuna con seso luce
un subtítulo muy expresivo: Fantasía moral. A este propósito Bajtin subraya que “lo
fantástico sirve no para encarnar positivamente la verdad sino para buscarla y
provocarla y, sobre todo, para ponerla a prueba” (1963: 161). En fin, amalgama de lo
textual y de lo extratextual. Lo ficcional no está enajenado de la realidad, la
representación reenvía al modelo de mundo de lo verdadero. En la ficción satírica existe
un mundo posible autónomo, de poiesis, pero que debe interpretarse en todos sus
injertos y cruces con lo real, en su vertiente “catártica”, es decir, en su función socio-
comunicativa e incluso propagandística (H. R. Jauss, 1977: 159-160).
Queda aún una cuestión por dilucidar; a saber, ¿la sátira logra los propósitos
para los que fue concebida? ¿Se logra el movere? Es una pregunta demasiado compleja
como para intentar responderla de un modo definitivo. Ya Gulliver era consciente de
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que tal vez sus enseñanzas no sirvieran de mucho. Diremos solamente que el éxito del
satírico puede decirse que es más estético que real: aspira a convencer a sus lectores de
que su postura es la más moral y la más racional, de que lo real no es lo aparente. Las
palabras de Peale resultan bastante precisas:
Los satíricos mismos son los primeros en admitir que no sólo no logran inspirar
la reforma, sino que ni esperaban inspirarla. Su único propósito es desenmascarar ante
el hombre psíquico al género humano tal y como es y no como pretende ser [...]. Escoge
materiales y asume una actitud hacia la cual su lector estará favorablemente dispuesto
(1973: 199).
Estamos lejos de los tiempos de Arquíloco, en que una invectiva podía provocar
la muerte. También las modernas sociedades han dejado de ser en su mayoría
“sociedades de la vergüenza” (Elliott), en que la humillación pública causada por el
ridículo podía llevar al suicidio. La invectiva puede provocar respuestas locales por
parte de la víctima (querellas, réplicas públicas), cuya intensidad varía según el poder de
éste o del grupo al que pertenece. Con el advenimiento de la posmodernidad, la moral es
una cuestión que depende del grupo de referencia13. Se hace imposible columbrar un
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G. Peale sitúa en el siglo XIX la transición; para él se trata de un efecto del individualismo romántico:
“Pero el siglo XIX produjo la sátira byroniana, que glorificó al individuo sin implicar ningún programa de
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[...] los valores socialmente reconocidos y acatados se alteran con una rapidez
vertiginosa, y, en la consiguiente confusión, la gente no sabe bien a qué atenerse:
pareciera que todo es por igual admisible, que todo vale. Y siendo así, aquello que con
criterios tradicionales cabría considerar digno de crítica, queda en la práctica inmune a
ella. La sátira ha perdido su mordacidad, ya no es capaz de hacer mella (1990: 9).
Sin embargo, la sátira tiene una actualidad perenne cuando denuncia la violencia
y la voluntad de poder, cuando desenmascara el bulo de que lo real es lo racional.
reforma” (1973: 191). Sin embargo, creemos que son erróneos sus juicios sobre la fijación cronológica
del elemento moral en la poética satírica, porque hemos demostrado su importancia desde sus orígenes
como género en Roma: “La noción de la función moral de la sátira es sintomática de la visión del mundo
desde fines del siglo XVII hasta principios del XIX [...]. Pero mientras esto está bien para teorizar sobre
la sátira racionalista, no sirve para explicar la sátira ni antes ni después de aquella época” (1973: 195-
196). En cualquier caso, parece que los reparos de Peale son más bien terminológicos: “No es forzoso que
se implique una decisión acerca del relativo bien o mal ontológico del objeto de ataque. Por esto
considero que los propósitos de la sátira son éticos, pero no necesariamente morales” (200).
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El satírico no tiene más remedio que adherirse al partido de unas opiniones que
nacen de su educación y de sus experiencias vitales. Tiene pues una ideología en sentido
lato. ¿Pero es ideológico su discurso en sentido estricto? ¿Son conceptos borrosos la
continua alusión a la verdad, a la virtud o a la justicia? Esto requiere una respuesta más
meditada.
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Cfr. A. Goldschläger (1985: 166): “Ideological discourse follows the path of apodictic reasoning [...]
based upon the development of a thought, starting with prime principles and arriving at a conclusion by
developing a thought through a set of syllogisms. The mental work is typically a linear one, going from
one view to another without internal discussion or questioning. It is only totally coherent when the first
premise, which does not have to be demonstrated, is accepted by the listener”.
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Pollard entiende que el satírico debe ser un “guardián de ideales” (1970: 3)15,
mientras que Paulson sitúa la primera secuencia de la sátira en “la corrupción o
degeneración de lo normativo o ideal” (1967: 9-10). Murry reitera la existencia del
contraste real/ideal, y anota: “Su norma ideal de referencia se ha forjado de acuerdo con
sus emociones; pero la distancia entre lo real y lo ideal debe medirse con cálculo que no
se adhiera a ningún partido. El satírico tiene que suprimir y ocultar su emoción” (1956:
66). N. Frye también insiste en el sesgo moral que ha de tomar la censura satírica: “El
satírico, por lo común sigue una línea de moral elevada” (1957: 296). G. Peale repite
casi al pie de la letra las observaciones que había hecho Schiller a finales del siglo
XVIII: la sátira “nace de la conciencia individualista de uno que se siente hostil a la
realidad y la repudia precisamente por ser tal como es” (G. Peale, 1973: 195).
En principio, pudiera parecer que toda sátira es subversiva del orden político y
social en el que nace, que lucha contra la ideología en cuanto visión parcial de la
realidad. ¿David contra el Leviatán? Siempre hay que mirar al contexto para juzgar con
propiedad el uso que se está haciendo del discurso satírico16. El rechazo de la sociedad
en la que se vive no necesariamente convierte el satírico en un transgresor; lo será sólo
si sus ideales miran hacia el futuro. La sátira romana puede catalogarse de subversiva
desde el punto de vista social, pero conservadora en sentido profundo. Horacio reclama
un punto medio ideal encarnado en la figura de su padre, a partir del cual ataca a los que
no lo satisfacen, por exceso o por defecto. La apelación a los antepasados y a la época
de la república en el caso de Juvenal es constante; degeneración es una palabra clave
para él, la que le lleva en la sátira III del costumbrismo mordaz a la xenofobia contra
griegos y orientales advenedizos. La sátira política de Quevedo no es muy diferente:
pasa de la defensa del validismo —recuérdese la “Epístola Satírica y Censoria”— a su
condena; del conservadurismo en comunión con el Conde-Duque a su reafirmación
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Y añade: “Satire is always acutely conscious of the difference between what things are and what they
ought to be” (ibidem). Arthur Pollard alude al conocido verso de Pope en que apostrofa el poder del
ridículo (O sacred Weapon! left for Truth’s defence — Dialogue II, 212) y comenta: “The reference to
‘Truth’s defence’ reminds us of the satirist as guardian of ideals. The best satire, that which is surest in
tone, is that which is surest in its values”. Sin embargo, hay que poner de relieve que, como todas las
apologías, los versos están traspasados de una patente retórica. De hecho la metáfora del satírico como
médico o cirujano, tan común a las apologías satíricas, está presente en Pope: “heals with morals what it
hurts with wit”.
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Como indica G. L. Bruns (1979: 128), la sátira, como tal, es sólo una modalidad vacía que puede
llenarse con contenidos muy variables: “Satire would not be intrinsically rational but would only be a
certain way of speaking to be adopted by any ideology or whatever”.
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R. Paulson habla de sátira defensiva: “a satirist who sees his society as chaotic, individualistic, and
novelty-seeking tries to rein it by using a defensive satire” (1967: 19). Según este autor, Juvenal sería un
ejemplo de sátira defensiva; Luciano, de sátira revolucionaria. Pero hay que reconocer que a menudo un
autor, según la obra, pasa de una categoría a la otra. Para una crítica a las observaciones de Paulson, vid.
D. Griffin (1994: 149 y ss.).
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Del mismo modo piensa L. Feinberg: “So the satirist, in choosing material which involves ethics and
morality, is choosing material with which his particular audience is familiar. Because he chooses this
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socially acceptable kind of criticism, his satire is likely to appear ‘moral’; but morality is usually
incidental to his aesthetic intention, peripherical to it” (1963: 40). Ch. Perelman y L. Olbrechts-Tyteca
señalan a propósito de la capacidad persuasiva de los valores universales: “En la medida en que los
valores son imprecisos, éstos se presentan como universales y aspiran a un estatuto semejante al de los
hechos” (1958: 135). N. Frye se refiere también al acuerdo entre el satírico y su público sobre el objeto
merecedor del ataque: “Para atacar algo, el escritor y el público tienen que estar de acuerdo con respecto a
su carácter indeseable, lo cual significa que el contenido de gran parte de la sátira que se basa en odios
nacionales, en esnobismos, en prejuicios y en piques personales pasa de moda con gran rapidez” (1957:
295).
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satírico, cuya figura parangona con la del mago: “The magician is at once prop and
threat to the social order; his relation to society is always colored by the ambivalent
emotional attitudes generated by this knowledge” (1960: 259). Hodgart, en cambio,
incurre en una grave generalización cuando escribe, aludiendo a la sátira romana, que
“es siempre un testimonio de valentía, la valentía de levantarse en público y decir algo
ofensivo a los poderes que sean” (1969: 38). No se percata de que existe una sátira de
raíz conservadora y que, de hecho, el creador de la sátira romana, Lucilio, escribió sus
obras más atrevidas al amparo de Escipión.
Pero insistimos: la sátira de norma elevada es sólo el uso de una poética y de una
retórica que se ha venido configurando desde los romanos. Existe un uso retórico,
extremadamente ideológico de la sátira; pero también un uso emancipador (no diremos
revolucionario, adjetivo a todas luces pretencioso). Si observamos la sátira
exclusivamente desde la óptica del discurso parcial de las ideologías desestimamos su
inercial dialéctica negativa, su mordiente foco ético. Peter Sloterdijk lo ha descrito bien:
“En cuanto dialéctica negativa renuncia abiertamente al intento de tener razón a la
fuerza y a celebrar la violencia del vencedor como síntesis superior. En ella se expresa
también el legado de los violentados y golpeados” (1983, II: 201).
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