El Epigrama, La Sátira y La Fábula
El Epigrama, La Sátira y La Fábula
El Epigrama, La Sátira y La Fábula
MARCIAL
Marco Valerio Marcial, de origen hispano, nació en Bílbilis, cerca de la actual Calatayud.
En los epigramas de Marcial se contiene, minuciosamente captada, toda la vida de Roma del
último cuarto del siglo I: los espectáculos y sus protagonistas pasivos (espectadores) y activos
(gladiadores, aurigas, actores de teatro...); el abanico entero de las clases sociales y sus modos de
vida; la topografía urbana, con sus calles, plazas, foros, mercados, basílicas, anfiteatros...; las
costumbres y los vicios incontables de aquella sociedad, cuya corrupción había ido en aumento
desde la época neroriana.
Se le ha llamado "poeta del instante fugitivo". Renuncia voluntariamente a tratar temas
mitológicos, que considera inútiles, lo suyo es hablar del hombre con sus virtudes y sus defectos.
Hay que desechar la idea de que los epigramas de Marcial son todos "satíricos", y mucho
menos "obscenos", que sí existen, pero en reducida proporción. Marcial es también el poeta
idílico que canta la paz y las alegrías de la vida en el campo, el que se conmueve al recordar la
desgraciada muerte de Cicerón, el que alberga delicados sentimientos de amistad e incluso
compone con dolorosa ternura, que llega hasta las lágrimas, epitafios a la muerte de su pequeña
esclava Erotión.
LA SÁTIRA
LUCILIO
Estableció el metro en el que se va a escribir toda la sátira posterior: el hexámetro
dactílico.
Las dos principales características de la sátira luciliana, que pervivirán en sus seguidores,
son la agresividad y el empeño moralizante. La crítica de Lucilio alcanza tanto a las clases
altas cono al pueblo bajo. Respecto a las primeras, hay, en la parte conservadora, miembros de la
nobleza a los que el poeta tacha de deshonestos, glotones, tocados de grecomanía, afeminados,
estafadores, especuladores, ladrones y hasta asesinos. Con igual dureza ataca los vicios del
pueblo llano: la lujuria y la prodigalidad; arremete contra las alcahuetas, las esposas infieles, los
homosexuales; contra los intelectuales pedantes y los oradores corrompidos, etc. En las sátiras de
Lucilio debía de hallarse reflejada toda la sociedad romana de la segunda mitad del siglo II a. C.,
con sus costumbres, sus gustos, sus virtudes y sus vicios.
HORACIO
Sus Sátiras son dos libros con un total de 18 composiciones. El propio Horacio alude
repetidamente a Lucilio con inventor de la sátira. Se considera seguidor suyo y, modestamente,
inferior a él. Pero entre Horacio y Lucilio hay claras diferencias, Horacio es de temperamento
más apacible, menos inclinado a la agresividad virulenta o al sarcasmo acerado, dueño de sí y un
tanto escéptico, por lo que sus sátiras son en general más irónicas que airadas, más proclives al
amable alfilerazo que a la estocada sangrienta. Sólo en algunos momentos acentúa la dureza, por
ejemplo, al fustigar a los adúlteros o a los cazadores de herencias.
JUVENAL
Juvenal es el último gran representante de la sátira latina. Él mismo nos dice que le obligó a
escribir sátiras la indignación ante las corrupciones de todo tipo que dominaban la sociedad de su
tiempo. Publicó 16 sátiras, de las que cabe destacar las siguientes: la I, en la que trata, cuestiones
literarias. La V, tal vez lo más famosa, se refiere a "los vicios de las mujeres"; con una feroz
misoginia pinta y arremete contra toda una tipología de mujeres, desde la intelectual hasta la
atleta, y afirma que casarse es de locos, pues no existe mujer buena ni capaz de ser fiel y casta.
La IX es un ataque contra la depravación, especialmente contra la homosexualidad, personificada
en un tal Nevólo, del que hace el poeta una pintura psicológica soberbia.
Su estilo es generalmente patético, declamatorio, épico y trágico, lo que contrasta
fuertemente con los temas que toco a, tan alejados del género heroico y de la tragedia: la
abyección de las costumbres. Esto supone una innovación en el género satírico, cuyo lenguaje
propio era el de uso común, el conversacional. Pero también hay en las sátiras de Juvenal
parodia, ironía y humor negro. Maneja el verso con soltura y habilidad y tiene la virtud de
sintetizar pensamientos en frases lapidarias, de gran efecto, que se han convertido en
proverbiales: panem et circenses, mens sana in corpore sano, etc. Fue muy leído en la Edad
Media por su moralismo flagelador y ha influido enormemente en el desarrollo de la sátira en las
literaturas occidentales.
LA FÁBULA
2. FEDRO
Nació hacia el año 15 a.C. en Macedonia. Vino a Roma como esclavo de Augusto, que
después le concedió la libertad. Debió de morir hacia el año 50 de nuestra era.
Escribió cinco libros de Fábulas. Parece haber publicado los dos primeros en época de
Tiberio; el tercero, en tiempos de Calígula; y los dos últimos bajo Claudio. En los prólogos y
epílogos a sus libros nos dice el propio Fedro que sus temas están tomados de Esopo, pero
que también compone fábulas originales suyas, inspiradas en la vida y en las costumbres de
su época. Expresa igualmente cuáles fueron sus intenciones: «Dos son las utilidades de este
librito: una, la de divertir, y otra, la de dar prudentes consejos para la vida.»
Tenemos, pues, dos características esenciales de la fábula de Fedro: diversión y enseñanza
moral. La diversión la encuentra el lector en el hecho mismo de que hablen los animales
(lobos, corderos, zorras, ranas, grajos, perros, leones, monos, asnos, comadrejas, ciervos,
águilas, panteras, ratones...) y en las situaciones en que se desarrollan los diálogos. La
intención moral es, por otra parte, evidente. Y no sólo en la «moraleja» con que suelen
terminar, sino que la índole misma de las fábulas es moral. Las actuaciones de los animales
son un claro espejo de las actuaciones humanas. Las fábulas de Fedro encierran una dura
sátira contra los poderosos que abusan de su poder, contra los soberbios, los mentirosos, los
malvados. Su crítica social y política era evidente.
El verso de las fábulas de Fedro es el senario yámbico, verso popular y humilde. Su
lenguaje es claro y sencillo, pero elegante. No desdice de la gran poesía augústea. El propio
Fedro se precia de su concisión, pero no cae en la sequedad. Sus metáforas son simples, pero
pintorescas y sugestivas.