10 Estrategias de Estudio y Aprendizaje Efectivas
10 Estrategias de Estudio y Aprendizaje Efectivas
10 Estrategias de Estudio y Aprendizaje Efectivas
Stanislas Dehaene
El pasado 30 de abril tuvimos la oportunidad de participar en uno de los webinars que están
organizando Direcmur e Innovaedum, en su canal de youtube Innovaedum Murcia, durante
todas las tardes de estas semanas de confinamiento. Compartimos la grabación y, a
continuación, analizamos de forma específica algunas de las ideas clave mencionadas en la
presentación, junto a algunas investigaciones relevantes que las avalan.
Memoria y aprendizaje
Dejando aparte los sucesos emocionales que se graban en nuestro cerebro de forma más
directa, en situaciones normales (o si se quiere, menos emotivas) disponemos de distintos
tipos de memoria que activan diferentes regiones cerebrales. Por un lado, hay una memoria
implícita asociada a los hábitos cognitivos y motores, inconsciente y que no podemos
verbalizar, en la que intervienen regiones subcorticales del cerebro, que requiere repetición.
Por otra parte, disponemos de una memoria explícita más flexible que la anterior
(predominante en el aula), que origina recuerdos conscientes sobre nuestro conocimiento del
mundo y experiencias personales, en la que intervienen otras regiones cerebrales (por
ejemplo, la corteza prefrontal, a corto plazo, y el hipocampo en el proceso de consolidación;
Kandel, 2007; ver figura 1) que requiere un enfoque más asociativo en el que la reflexión, la
comparación y el análisis adquieren gran protagonismo.
Figura 1. Los recuerdos explícitos y los implícitos se procesan y almacenan en diferentes regiones del cerebro (Kandel, 2007).
1. ¡Ponte a prueba!
Cada vez que intentamos recordar, modificamos nuestra memoria y esta reconstrucción del
conocimiento es muy importante para el aprendizaje. El proceso de recordar en sí mismo
realza el aprendizaje profundo de forma mucho más significativa que leer de forma repetitiva
los apuntes o los textos de un libro, pues nos ayuda a entender las ideas básicas de lo que
estamos estudiando, identificando qué sabemos y qué no, y de este modo se generan nuevos
patrones neurales y se conectan con otros ya almacenados en diferentes regiones de la
corteza cerebral. En la gran mayoría de ocasiones, lo más fácil no suele ser lo más adecuado
ya que se crean ilusiones de competencia. Por ejemplo, muchos estudiantes subrayan textos
creyendo que va a ser beneficioso para su aprendizaje, pero no es así, porque esa
información no va a quedar almacenada en su cerebro. Otra cuestión diferente es resumir
conceptos clave o apuntar en el margen del texto, porque el mero hecho de escribir a mano
permitirá construir estructuras neurales más fuertes que simplemente subrayar. O si se quiere,
eso conlleva mayor esfuerzo cognitivo. De hecho, se ha comprobado que la práctica del
recuerdo o de recuperación de información será más efectiva cuando se realice varias veces
en sesiones separadas (Karpicke, 2017; ver figura 2).
Figura 2. La recuperación de información va siendo más efectiva que la práctica masiva en sesiones separadas
(Karpicke, 2017).
2. Espacia el aprendizaje
En lugar de dedicar una única sesión de estudio, en la que se pueden crear las ilusiones de
competencia que comentábamos antes, es mejor que el estudiante divida sus esfuerzos en
pequeñas sesiones cortas que, por otra parte, mantienen más la novedad y constituyen una
estupenda forma de combatir la tendencia a postergar las tareas. Esto no significa que las
sesiones de estudio más largas sean necesariamente perjudiciales, sino que lo son cuando
nos excedemos en el estudio del material una vez ya hemos identificado sus ideas
fundamentales, es decir, cuando se acaba automatizando el estudio. Por el contrario, parece
que el procesamiento profundo se graba mejor en la memoria ya que activa áreas de la
corteza prefrontal (asociadas al procesamiento consciente de la información) que forman
potentes bucles con el hipocampo, la región del cerebro clave en el almacenamiento de
memorias explícitas (Dehaene, 2019).
¿Y cuál es el intervalo de tiempo ideal entre sesiones para mejorar el aprendizaje? Pues como
suele pasar en educación, no existe una solución única. Como mínimo, ha de pasar el tiempo
necesario para que la práctica no se convierta en una repetición mecánica sin sentido y que
conlleve algo de olvido. Pero no tanto como para que la recuperación de información conlleve
tener que reaprender todo el material.
Una estrategia que guarda una relación directa con la práctica espaciada y que tiene también
una gran incidencia sobre el aprendizaje (Rohrer et al., 2020; ver figura 3), consiste en ir
alternando problemas o destrezas (incluso materias) que requieran diferentes técnicas o
estrategias de resolución. Por ejemplo, cuando en una sesión de estudio el estudiante dedica
mucho tiempo a resolver solo un tipo de problema (lista sobre producto de fracciones, por
ejemplo) acaba imitando lo realizado en los anteriores. A partir del momento en que ya ha
aprendido la nueva técnica, volver a repetir una y otra vez un procedimiento de resolución
durante una única sesión de estudio no beneficiará la memoria a largo plazo. En este caso
concreto, la adquisición de automatismos por repetición no será beneficiosa, como podría
serlo en otro tipo de aprendizajes implícitos (como, por ejemplo, tocar un instrumento musical).
Y recordemos que es necesario no solo conocer cómo resolver un determinado problema,
sino también saber identificarlo y aplicarlo. En general, cuando ya se ha asimilado la idea
básica sobre lo que se está estudiando, intercalar la práctica con enfoques o problemas
distintos (lista en la que se alternan la suma, producto y división de fracciones, por ejemplo)
alejará al alumnado de la mera repetición y le facilitará un pensamiento más flexible,
independiente y creativo. Y es que al cerebro le encanta la variedad. La práctica intercalada
parece que hace participar regiones del cerebro que intervienen en tareas de orden superior.
Figura 3. Práctica intercalada vs práctica vs práctica masiva en el procedimiento experimental de Rohrer et al., 2020.
Las letras A, B, C y D representan distintos tipos de problemas clave.
Intentar resolver un problema o una tarea antes de que te muestren la solución, conlleva un
mejor aprendizaje, más allá de que puedan cometerse errores en el proceso (Carpenter y
Toftness, 2017; ver figura 4). Los intentos fallidos al tratar de encontrar la solución nos hacen
recuperar conocimiento relacionado de la memoria y estimulan un procesamiento profundo de
la respuesta cuando nos la proporcionan, facilitando su codificación, cosa que no ocurre con la
simple lectura de la respuesta. Además, los estudiantes a los que se les enseña que los
errores forman parte del proceso de aprendizaje y que este puede darse o mejorarse con la
actitud y el esfuerzo adecuado (mentalidad de crecimiento), tienden a afrontar retos más
complicados. Lo cierto es que el miedo al fracaso puede llegar a envenenar el aprendizaje y,
en muchas ocasiones, esta aversión a hacer mal las cosas, se ve amplificada si los docentes
creemos que cuando los estudiantes cometen errores aprenderán de forma errónea. Pero ahí
interviene un factor crítico en el aprendizaje: el feedback (Metcalfe y Eich, 2019). En general,
para que el feedback optimice el aprendizaje ha de ser claro, específico, centrado en la tarea y
no en el alumno, y suministrado de forma frecuente e inmediata tras el desarrollo de la tarea,
en el cual se han de reconocer tanto las fortalezas como las debilidades.
Figura 4. Los estudiantes a los que se les planteó preguntas antes de ver un video se desenvolvieron mejor en la
prueba final (Carpenter y Toftness, 2017).
Nada mejor para el aprendizaje eficiente del cerebro que recurrir a un enfoque multisensorial
que permita integrar el mayor número posible de conexiones neuronales entre diferentes
regiones cerebrales. Existen múltiples ejemplos sobre esto, como es enseñar a los niñas y
niños a leer haciéndoles palpar las letras con los dedos: al unir el tacto con la presentación
visual de la palabra, y con el apoyo de su sonido, integran la información visual, auditiva y
táctil (Bara et al., 2007).
Los humanos somos seres muy visuales (importante para la supervivencia) y recordamos con
mayor facilidad imágenes que palabras. Por ejemplo, se ha analizado lo beneficioso que
resulta para la memoria crear dibujos vinculados a la información suministrada, en lugar de
escribir (Wammes et al., 2016). Sin embargo, cuando se combinan los elementos visuales
(dibujos, mapas, diagramas, etc.) con un texto que intente explicar su significado (cuanta más
reflexión mejor), puede optimizarse el aprendizaje (Weinstein et al., 2018; ver figura 5). Esta
estrategia se conoce como codificación dual.
El enfoque multisensorial en el aprendizaje está en contradicción con el modelo tan arraigado
en la educación de los estilos de aprendizaje (visual, auditivo y cinestésico). Nuestro cerebro
es más efectivo cuando se combinan estrategias pedagógicas en las que intervienen distintos
estímulos sensoriales, cosa que propicia una mayor interconectividad entre las diferentes
regiones cerebrales que se activan durante el proceso.
Figura 5. Ejemplo de codificación dual en el estudio de las neuronas y las sinapsis (Weinstein et al., 2018).
7. Evita distracciones
Es evidente que podemos realizar múltiples cosas a la vez, especialmente a nivel motor. Sin
embargo, cuando se trata de prestar atención o de realizar determinadas tareas cognitivas, la
cuestión es diferente, sobre todo con relación a la eficiencia con la que las podemos
desarrollar. Porque en cuestiones atencionales, nuestro cerebro mejora su eficiencia si se
centra en las tareas de forma secuencial, una a una. Y en lo referente a la atención, hay una
red especialmente importante para el estudio y el aprendizaje explícito: la atención ejecutiva.
La atención ejecutiva nos permite focalizar la atención de forma voluntaria ignorando las
distracciones e inhibiendo los impulsos (flexibilidad cognitiva más control inhibitorio), como
sucede cuando el estudiante se centra en el proceso de resolución de un problema o sigue la
explicación del profesorado durante la clase. Y está directamente vinculada a la memoria de
trabajo, otra función ejecutiva básica que tiene una capacidad limitada, por lo que su
sobrecarga perjudica directamente al aprendizaje. Por todo ello, el mejor entorno para el
estudio es aquel que nos permite estar centrados y nos libera de las distracciones, es decir,
en silencio, especialmente si la tarea requiere demanda cognitiva. La música puede perjudicar
el proceso, en concreto aquella que tiene letra porque puede despertar nuestras emociones
evocando recuerdos, más allá de los beneficios motivacionales o de mejora del estado de
ánimo que conlleva escuchar nuestra música favorita (Perham y Currie, 2014; ver figura 6).
Por no hablar de todo lo que pueden perjudicar al rendimiento cognitivo recursos digitales
como los teléfonos móviles actuales (Glass y Kang, 2019). Ahora bien, si la tarea está
automatizada podremos hacer (o creer que hacemos, si no podemos valorar su eficiencia)
varias cosas a la vez. Y no olvidemos que las aulas con decoración excesiva o los textos con
demasiada ilustración también pueden ser fuente de distracción, especialmente en la infancia.
Por cierto, hablando del vínculo entre atención y memoria, mencionar el poder de las buenas
narrativas que son capaces de captar y mantener nuestra atención. Y es que al cerebro le
encantan las buenas historias.
Figura 6. El rendimiento en una prueba de comprensión lectora es mejor en silencio (Perham y Currie, 2014).
8. Haz parones
Algunas veces es conveniente darle el descanso adecuado a nuestro cerebro. Sabemos que
el autocontrol es un recurso limitado y que no podemos estar plenamente centrados en las
tareas de forma continuada. Incluso, en muchas ocasiones, llegamos a una situación de
bloqueo al intentar resolver un problema o acabar una tarea. En estos casos, es muy
recomendable para mejorar la eficiencia cognitiva, y también combatir la tan temida
procrastinación, hacer los correspondientes parones. Y estos pueden ser activos o pasivos (a
nivel físico). Unos pocos minutos para realizar unos simples movimientos o dar un pequeño
paseo pueden ser suficientes para optimizar la atención necesaria que requiere la tarea
posterior y mejorar el desempeño en ella (Tilp et al., 2020). Integrar el componente lúdico en
la educación, junto a una mayor actividad física, es un camino directo hacia un mayor
bienestar y un mejor aprendizaje. O, simplemente, realizar otra actividad que no guarde
ninguna relación con lo que estábamos haciendo (dormir la siesta, darnos una ducha, etc.)
porque hay una serie de mecanismos cerebrales inconscientes que siguen trabajando y nos
pueden ayudar a resolver la tarea anterior (pudiendo aparecer el famoso “¡eureka!”) o
afrontarla con más ideas. Dejar vagar la mente (también el cerebro necesita aburrirse de vez
en cuando) activa la llamada red neuronal por defecto que interviene en procesos de
visualización e imaginación y cuya activación facilita la conexión de ideas lejanas y, de esta
forma, el pensamiento creativo.
La autoexplicación consiste en explicarse a uno mismo, sea en silencio o en voz alta, cómo se
relaciona lo leído en un texto con lo que ya se conoce, tomando conciencia de cómo se está
desarrollando el pensamiento. Por ejemplo, el alumnado puede plantearse cuando está
estudiando preguntas del tipo: “¿Qué información sobre lo que acabo de leer ya conocía?”,
“¿Cuál es la información novedosa?”, “¿Qué necesito saber para resolver el problema?”, etc.,
y, a partir de ellas, generar sus propias explicaciones. O, por ejemplo, escoger dos ideas y
analizar sus similitudes y sus diferencias.
Es una técnica que está directamente relacionada con la mencionada en el punto 5 (Plantéate
el porqué de las cosas), dado que ambas estrategias conllevan un aprendizaje activo en el
que los estudiantes reflexionan sobre lo que están aprendiendo con las preguntas que se
plantean, o expresando de otro modo la información, con sus propias palabras, para una
mayor comprensión de esta.
Pues bien, se ha comprobado que la producción oral propia puede permitir recordar mucho
mejor la información que la lectura en silencio. Parece que el estudio en voz alta es
beneficioso para el aprendizaje (Forrin y MacLeod, 2018; ver figura 7) porque constituye un
proceso activo que es autorreferencial y que hace intervenir más sentidos (existe un
procesamiento visual asociado a la visualización de las palabras). Aunque la simple lectura en
voz alta de lo apuntado puede resultar insuficiente. De ahí la importancia de añadir lo
comentado sobre la autoexplicación para generar la correspondiente reflexión que es
necesaria para un aprendizaje profundo.
Figura 7. Leer en voz alta el texto mejora la comprensión respecto a escuchar una grabación propia, a otra persona
o leerlo en silencio (Forrin y MacLeod, 2018).
Una estrategia muy útil en el aula cuando los docentes somos incapaces de explicar de forma
adecuada a un estudiante un determinado concepto consiste en pedir a un compañero suyo,
que sí que lo ha entendido, que se lo explique. En muchas ocasiones, el alumno que acaba de
aprender algo conoce las dificultades que ha tenido para hacerlo mejor incluso que el propio
profesor, al cual le puede parecer obvio lo que aprendió hace mucho tiempo. Esta situación en
la que los alumnos se convierten en profesores de otros (tutoría entre iguales) beneficia el
aprendizaje de todos ellos. Los beneficios didácticos se deben a los circuitos cerebrales de
recompensa, que intervienen tanto en los procesos asociados a la motivación individual como
en las relaciones interpersonales. De hecho, la simple expectativa de la acción cooperativa es
suficiente para liberar la dopamina que fortalecerá el deseo de seguir cooperando (Nestojko et
al., 2014). El proceso se optimiza cuando el que enseña ensaya y pone a prueba su
conocimiento, lo que le permite detectar errores y generar nuevas ideas, y también cuando
establece analogías o metáforas y relaciona los diferentes conceptos a través de la narrativa
que va creando. Este tipo de interacción entre compañeros en el aula, se ha demostrado que
es crítica en el buen funcionamiento de enfoques como el peer instruction de Eric Mazur. Y es
que, efectivamente, nuestro cerebro es social. Hoy más que nunca somos conscientes de la
importancia que ello tiene en la educación y en la vida.
Jesús C. Guillén
Referencias:
2. Bara F. et al. (2007). Haptics in learning to read with children from low socio-economic
status families. British Journal of Developmental Psychology 25, 643-663.
5. Dehaene, S. (2019). ¿Cómo aprendemos? Los cuatro pilares con los que la educación
puede potenciar los talentos de nuestro cerebro. Siglo XXI Editores.
6. Forrin N. D. y MacLeod C. M. (2018). This time it’s personal: the memory benefit of hearing
oneself. Memory 26 (4), 574-579.
12. Metcalfe J. y Eich T. S. (2019). Memory and truth: correcting errors with true feedback
versus overwriting correct answers with errors. Cognitive Research: Principles and Implications
4:4.
13. Nestojko J. et al. (2014). Expecting to teach enhances learning and organization of
knowledge in free recall of text passages. Memory & Cognition 42(7), 1038-1048.
14. Perham N. y Currie H. (2014). Does listening to preferred music improve reading
comprehension performance? Applied Cognitive Psychology 28, 279-284.
15. Rohrer D. et al. (2020). A randomized controlled trial of interleaved mathematics
practice. Journal of Educational Psychology 112 (1), 40-52.
16. Tilp M. et al. (2020). Physical exercise during the morning school-break improves basic
cognitive functions. Mind, Brain and Education 14 (1), 24-31.
17. Wammes J. D. et al. (2016). The drawing effect: evidence for reliable and robust memory
benefits in free recall. Quarterly Journal of Experimental Psychology 69, 1752-1776.
18. Weinstein Y. et al. (2018). Teaching the science of learning. Cognitive Research:
Principles and Implications 3:2
19. Wiseheart, M. et al. (2019). Enhancing the quality of student learning using distributed
practice. En The Cambridge Handbook of Cognition and Education (Dunlosky J. y Rawson K.
A. eds), 550-584.