Dun - Qué Es La Critarquía
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CRITARQUÍA?
TRADUCCIÓN ORIGINAL:
MISES.ORG.ES
DISEÑO:
SIMÓN OCAMPO
ÍNDICE
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INTRODUCCIÓN
SIMÓN OCAMPO
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¿QUÉ ES LA CRITARQUÍA?
1. GOBIERNO DE LA LEY
La critarquía como forma de gobierno está basada en la igualdad de
justicia para todos, donde la justicia es entendida como la adherencia
a los principios del derecho natural. El derecho natural es el cuerpo
de principios que subyacen a todas las formas espontáneas de
organización social entre humanos. Implícitos en esos principios están
ciertos derechos universales y naturales de los individuos, como los
derechos de propiedad, incluyendo la propiedad de uno mismo, así
como la libertad de contrato.
Su adherencia consistente a las reglas de la justicia bajo el derecho
natural distingue a la critarquía de otros sistemas políticos. Bajo este
ideal, aún tribunales de justicia, fuerzas policiales, y otras
organizaciones preocupadas con el mantenimiento diario de la ley son
negadas de cualquier poder, privilegio o inmunidad que no esté en
conformidad con el derecho natural. Eso significa que la fuerza policial
en una critarquía puede legalmente usar sus armas y poderes
coercitivos sólo para hacer cumplir la ley, i.e. para defender o
remediar violaciones a los derechos naturales de las personas.
También significa que, a diferencia de sus contrapartes en los sistemas
políticos prevalentes en el mundo de hoy, los tribunales y la policía no
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constituyen y no están incorporados en un monopolio coercitivo.
Cualquier persona está autorizada para ofrecer servicios judiciales o
policiales a quienes estén dispuestos a pagar por ellos. Nadie puede
ser forzado a apoyar a ningún tribunal o fuerza policial en contra de
su voluntad. En resumen, en una critarquía, los servicios judiciales y
policiales son ofrecidos en un mercado libre, el cual, en lo que
respecta al intercambio de bienes y servicios, es el derecho natural
del mundo humano.
Debido a su compromiso con una igual justicia para todos, una
critarquía desconoce la distinción política convencional entre
gobernantes y sujetos. No posee un gobierno en el sentido moderno
de la palabra, i.e. una organización con poderes coercitivos que exige
a la vez obediencia y el derecho a usar el trabajo o la propiedad de
aquellos que viven en el área sobre la cual efectivamente ejercen
control. Gobernar y gravar impuestos sobre personas usando la
fuerza pública o privada no está entre las funciones del sistema
político de critarquía. Las personas son libres de gobernar sus propios
asuntos, ya sea de forma individual o en asociación voluntaria con
otros, lo que significa que cada quien, al gobernar sus asuntos
personales, debe dejar a los otros gobernar los suyos. En este sentido,
la libertad es la ley básica de una critarquía.
Por lo tanto, una critarquía solo puede existir en sociedades donde, y
mientras, un compromiso a la justicia sea lo suficientemente fuerte
como para derrotar los esfuerzos de personas que usarían métodos
ilegales como la agresión, coerción o el fraude para conseguir sus fines
o para evadir la responsabilidad y obligaciones por daños causados a
otros. Mientras que es teóricamente concebible que la libertad se
pueda mantener con nada más que desorganizados y espontáneos
actos de defensa personal, en una critarquía el compromiso con la
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justicia se manifiesta en un sistema político, el cual garantiza un libre
mercado para la empresa de la justicia.
3. APROXIMACIONES HISTÓRICAS
Abundan ejemplos, recientes así como históricos, de critarquía o
semi-critarquía, y además de intentos de usar constituciones y otros
estatutos para introducir elementos de critarquía como control a los
poderes de los estados y los gobiernos. En muchas partes del mundo,
aun cuando derivan su autoridad meramente de la costumbre y no de
un consciente y explícito compromiso con el derecho natural, leyes
no escritas y memorizadas tradicionalmente por hombres de clanes,
frecuentemente proveen un firme respaldo a la dispersión de poder
que caracteriza la critarquía.
Al final del segundo milenio antes de Cristo, los hebreos vivían en un
sistema descrito en el libro bíblico de Jueces. Sus “jueces” no eran
jueces en el sentido técnico del sistema legal moderno. Ellos eran
hombres influyentes y respetados que proveían liderazgo y consejo
sin poseer el poder para ejercer coerción o gravar impuestos. La
historia de los pueblos Celtas y Germanos, ambos antes y durante su
confrontación con el imperialismo romano está repleta de ejemplos,
así como el período medieval luego del colapso del Imperio Romano
en occidente. La critarquía estuvo firmemente establecida en la Irlanda
medieval hasta mediados del siglo XIII, y en Frisia hasta el siglo XVI.
En la primera mitad del siglo XIX, inmigrantes europeos que se habían
asentado en el mediano y lejano oeste de Norteamérica desarrollaron
su propio estilo de critarquía. Clanes en Asia y África se adhieren a
algunas formas de critarquía siempre y cuando no se vean sumergidos
en las estructuras estatistas impuestas por los poderes coloniales y
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luego asumidas por los gobernantes autóctonos en el período post-
colonial
Mientras que estas materializaciones históricas de la critarquía
podrían sugerir que la misma es un sistema político primitivo, debería
tenerse en cuenta que en la mayoría de los casos el sistema cayó
víctima de la conquista o del firme afianzamiento en el poder
establecido por caudillos militares en tiempos de guerra, los cuales
una vez empoderados convirtieron estructuras aparentemente
temporales para la movilización de hombres y recursos en aparatos
permanentes de control político. Es cierto que las critarquías están
mal preparadas para hacer o soportar guerras por largos períodos de
tiempo. La vulnerabilidad de las critarquías frente a masivas
operaciones militares es comparable a la de un estado pequeño o
tecnológicamente atrasado enfrentando el poder de un gran o
tecnológicamente avanzado vecino. Este es un problema, sin embargo,
que podemos reconocer sin perder de vista lo que una critarquía tiene
para ofrecer en tiempos más “normales”.
4. DEMOCRACIA
La democracia, pese a algunas de sus ventajas sobre otras formas de
control político, es sin embargo un sistema en el cual algunos
presumen tener el derecho de gobernar sobre el resto sin importarles
su consentimiento. Como tal, es inaceptable desde el punto de vista
del derecho natural y es incompatible con el sistema político de la
critarquía. Bajo una democracia la gente vota para determinar cuáles
individuos serán sus representantes políticos, y no hay problema en
ello. El defecto central y, de hecho, el defecto irreparable de la
democracia es que incorpora el “derecho” de los representantes a
gobernar sobre aquellos que no votaron por ellos, así como por
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aquellos que sí. Permite a los gobernantes electos violar el derecho
natural de las personas con impunidad -al menos si lo hacen de una
forma propiamente legal especificando de antemano con suficiente
detalle cómo se llevará a cabo, por cuales magistrados u oficiales del
estado, dónde la gente puede quejarse si sienten que sus derechos
fueron impropiamente violados, etcétera. Tal y como en otros
sistemas de control político, no importa la independencia formal que
pueda haber en la legislatura entre el poder ejecutivo y el poder
judicial, en una democracia no existe la independencia verdadera-
ninguna policía no-gubernamental o tribunal al cual las personas
puedan apelar. Una democracia ilegaliza todas las fuentes
independientes de protección a los derechos naturales como cuestión
de necesidad constitucional, con el objetivo de asegurar que ningún
derecho natural pueda ser invocado en contra de los derechos legales
del régimen democrático.
La democracia suele ser presentada como el “gobierno por
consentimiento,” pero ese no es más que el consentimiento de una
mayoría, y a veces ni siquiera a eso llega. Como instrumento político,
la democracia es sin duda una gran invención. Elecciones regulares
proveen un mecanismo medianamente efectivo a la hora de asegurar
el alineamiento de los gobernantes con una gran parte de los
individuos a quienes ellos gobernaran. Las elecciones, así ayudan a
prevenir o minimizar las confrontaciones violentas y la implacable
represión y explotación que son riesgos permanentes en otros
sistemas políticos. Sin embargo, las elecciones no tienen base en el
derecho natural. Para entender esto es suficiente preguntar ¿Cómo
una persona puede legalmente autorizar a otra a hacer algo que ésta
por sí misma no tiene derecho a hacer? La pregunta es pertinente
porque, repitiendo, la democracia es un sistema de control político
en el cual existe una distinción entre gobernantes y gobernados, y
entre los derechos legales de los gobernantes y aquellos de los
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gobernados. Si usted le intenta hacer a sus vecinos lo que un gobierno
democrático le hace a sus ciudadanos, digamos; imponerles
impuestos, controlar sus horas de trabajo, obligarlos a enviar a sus
hijos a escuelas de tu elección, o aceptar el dinero que has impreso,
muy probablemente terminarías en la cárcel. No existe democracia
que te permita hacer esas cosas, ni que te permita realizar esas
actividades en conspiración con otros. ¡Pero te permite tener a
alguien más que las haga en tu nombre y en representación tuya! Todo
lo que tienes que hacer es votar por tu “representante político.”
Negarle a alguien el derecho natural de retirar su consentimiento,
además, convierte a una nación en una comunidad cerrada en la cual
uno es asignado al nacimiento y de por vida: una cadena perpetua. La
inhabilidad de retirar el consentimiento -secesión- excepto con el
permiso del gobierno, convierte por sí sola en una farsa toda la idea
del consentimiento.
Pero el gran misterio de la democracia es que los “representantes”
están investidos con poderes que la gente que los facultó no pueden
ni deberían tener permitido ejercer. Desde luego, el misterio sólo es
aparente, desaparece tan pronto como recordamos el fundamento
Hobbesiano de la democracia, que no hay nada malo con la injusticia
siempre y cuando esta esté propiamente monopolizada. Más
fundamentalmente, en una democracia se asume que cada votante
tiene el derecho a elegir quién debería controlar el monopolio
coercitivo y gobernar al resto en el estado. Eso se vuelve obvio en el
escenario improbable en el que sólo un votante asistiera a los
comicios. Su voto entonces decidiría cuál partido debería controlar el
parlamento y el gobierno, como si él fuera un absoluto monarca
eligiendo sus asesores y ministros.
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5. CONSTRUCCIONES DE LEY ARTIFICIAL
Sin dejar cabida a la idea que los seres humanos son personas
naturales en un mundo natural, las actuales ideologías legales y
políticas hacen a cualquier hombre o mujer un ser artificial, un
“ciudadano,” cuya esencia está definida y creada por las reglas legales
del estado al cual él o ella pertenece. Dentro del estado, los seres
humanos no tienen derechos hasta que alguna autoridad legal regule
su existencia y libertad. Es por esto que la Declaración Universal de
Derechos Humanos de las Naciones Unidas, en sus Artículos 6 y 15,
menciona “una personalidad legal” y “una nacionalidad” entre las
cosas a las cuales las personas tienen derecho. Desde el punto de vista
de la filosofía subyacente a la Declaración, una personalidad legal y una
nacionalidad, en una palabra; “ciudadanía,” son deseables porque ellas
son condiciones necesarias para la existencia legal dentro del estado.
Sin ellas una persona es nadie. Una vez sustituimos la perspectiva de
las reglas legales por la ley natural, debemos admitir que lo que una
persona tiene derecho a hacer o a llamar como propio depende, no
de lo que esa persona es o hace, sino de su estatus en el orden legal
en el cual el fortuitamente se encuentra. Se convierte en una persona
artificial en un orden artificial, como un pedazo de madera al cual se
le han asignado diferentes “derechos y deberes” dependiendo de si es
usado en un juego de ajedrez, damas o backgammon.
La glorificación de tales órdenes legales artificiales es común en el
pensamiento legal y político contemporáneo, donde la ficción parece
invariablemente triunfar sobre la realidad. Esos órdenes están basados
en distinciones artificiales o imaginarias e ignoran las distinciones
naturales. Algunas de ellas son arbitrarias o se rehúsan
sistemáticamente a reconocer del todo a ciertas personas como
personas. Otros definen algunas o a todas las personas como seres
en algún o todos los sentidos como “parte” de otros, para los cuales
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ellos son entonces pertenecientes. Algunos van tan lejos como para
definir a los seres humanos como partes de personas inexistentes,
imaginarias o ficticias. De hecho, aunque las personas naturales nunca
son “parte” de otras personas naturales o ficciones legales. Ellas
pueden convertirse en miembros de alguna sociedad o asociación, y
en ese sentido convertirse en “participantes” en sus actividades, pero
eso no implica que ellos de ese modo se transformen
misteriosamente en meras “partes” de una persona, ni implica que la
asociación es una persona por derecho propio.
No importan cuales sean las pretensiones filosóficas detrás de las
construcciones de la ley artificial, todas ellas comparten una
implicación práctica. Niegan la libertad y la igualdad de ciertos seres
humanos. Estas construcciones artificiales no pueden ocultar el hecho
de que desde una perspectiva de ley algunas personas o no existen
del todo o existen sólo al ser “representados” por otros. De esta
forma, negando el derecho natural y las distinciones que lo
constituyen, conjuran una idea de ley que hace que el “gobierno” no-
consensuado de una persona por otra parezca “legal.”
A estas alturas debería estar claro que el derecho natural no es una
cuestión de vana especulación, sino un hecho natural. En este sentido
una critarquía es un sistema político basado en el respeto a los hechos
del mundo humano. El respeto por el derecho natural es entonces
una categoría objetiva de acción humana. Las acciones humanas que
respetan la ley y son legales son justas. Aquellas que no lo hacen son
ilegales e injustas.
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6. JUSTICIA
La justicia en sentido general es el arte o la habilidad de actuar en
conformidad con la ley, con el debido respeto a los derechos de las
otras personas. En el particular sentido “técnico” es el arte o la
habilidad de descubrir reglas, métodos y procedimientos que efectiva
y eficientemente provean por la defensa y, de ser necesario, la
fortificación y restauración de la ley en el mundo humano. El
descubrimiento, refinamiento, y sistematización de tales reglas,
método, y procedimientos son el campo propio de la jurisprudencia
como disciplina racional.
En una critarquía evolucionada, la jurisprudencia es el negocio de
especialistas -juristas- quienes ofrecen sus habilidades en un mercado
abierto de individuos y organizaciones. En sociedades más complejas,
ellos prestan este servicio principalmente a tribunales de justicia,
fuerzas policiales, y otras organizaciones involucradas en la
observancia del derecho natural y ayudando a personas a realizar sus
acciones conforme a los requerimientos de la justicia. Como se señaló
anteriormente, en una critarquía ni los tribunales ni las fuerzas
policiales tienen ningún monopolio legal. Su clientela se mantiene libre
para elegir cambiar de un insatisfactorio proveedor de justicia a uno
más satisfactorio. Consecuentemente, los tribunales y la policía en una
critarquía tienen un fuerte incentivo económico para evitar usar la
violencia o cualquier otro medio coercitivo para, digamos, obligar a
una persona a comparecer en la corte, a menos que tengan una buena
razón para creer que esa persona es culpable, está obstruyendo el
curso de la justicia, o no está asegurado para pagar por sus deudas u
obligaciones.
Sin estar por encima de la ley, las cortes y las fuerzas policiales de una
critarquía siempre corren el riesgo de: privar a otros de sus derechos
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cuando la justicia no lo requiera, de ser acusado de comportamiento
ilegal en otra corte. Esa otra corte puede ser un competidor o un
grupo de competidores. Podría ser un parlamento, i.e. un cuerpo de
representantes que actúa como el guardián público de la ley. Tal
parlamento se comportaría como un tribunal, sin embargo; podría ser
un efectivo agente de justicia, por ejemplo, convenciendo al público
de que los tribunales o las fuerzas policiales que condena no merecen
la confianza del público, o convenciendo a otras organizaciones de
justicia a hacer cumplir veredictos en contra de convictos
recalcitrantes. Debido a que necesitan el consentimiento de todos las
partes si quieren evitar el riesgo de usar la violencia en contra de una
persona inocente, las cortes en una critarquía deben ofrecer garantías
adecuadas de competencia e imparcialidad. Deben hacer esto con el
objetivo de obtener la cooperación de los acusados y los demandados,
así como asegurar a los demandantes y denunciantes que inicien el
procedimiento, que es poco probable que su veredicto sea impugnado
por otra corte. Sin la posibilidad de crear un monopolio a través de
la eliminación violenta de sus competidores, una organización de
justicia no tiene otra alternativa más que construir una sólida
reputación de imparcialidad.
Trabajar en detalles, convenciones y protocolos para un sistema
eficiente y operacional de justicia no es tarea fácil. Como cualquier
otra iniciativa sustancial, requiere del conocimiento de los principios
generales de la ley, así como de la experimentación con diferentes
tipos de organizaciones suministrantes de justicia. Es la tarea de
aplicar la creatividad empresarial para recombinar los recursos y
habilidades sociales, técnicas, administrativas, y financieras para
mejorar así las perspectivas de una justicia efectiva. Es poco probable
que esta tarea sea llevada a cabo con alguna consistencia dentro de
los asfixiantes confines del monopolio legal. Es sobre esta convicción
que la defensa de la critarquía descansa.
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No tiene que cumplir con la licencia para aquellos elementos del material en el
dominio público o cuando su utilización esté permitida por la aplicación de una
excepción o un límite.
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Este breve artículo desarrolla el concepto de
critarquía, sistema policéntrico donde juega un rol
fundamental la igualdad ante la ley basada en los
derechos naturales y la provisión competitiva de
servicios de justicia y aplicación de la ley.
De manera sencilla, el autor nos introduce a esta forma
de orden político, completamente opuesto a las formas
de poder actuales como el Estado moderno, dejándose
en claro las diferencias entre el centralismo contra el
pluralismo, la libertad contra la coacción institucional,
el derecho natural frente a la legislación.
Esta lectura es especialmente recomendada a aquellos
que quieren indagar sobre antecedentes históricos de
sociedades libres y prósperas, factor fundamental a la
hora de reconstruir posibles alternativas al statu quo.
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