Paisaje Ruina y Nacion. Memoria Local e
Paisaje Ruina y Nacion. Memoria Local e
Paisaje Ruina y Nacion. Memoria Local e
ISSN: 1405-7778
[email protected]
Escuela Nacional de Antropología e
Historia
México
Rufer, Mario
Paisaje, ruina y nación. Memoria local e historia nacional desde narrativas comunitarias en Coahuila
Cuicuilco, vol. 21, núm. 61, septiembre-diciembre, 2014, pp. 103-136
Escuela Nacional de Antropología e Historia
Distrito Federal, México
Mario Rufer
Universidad Autónoma Metropolitana-Unidad Xochimilco
RESUMEN: Este texto parte de un análisis etnográfico del Museo Comunitario del municipio
Francisco I. Madero, en Coahuila. El museo se creó en 1997, bajo el auspicio del INAH y al
amparo del Programa Nacional de Museos Comunitarios. El ejercicio analítico de este trabajo se
pregunta por la vinculación entre narrativa comunitaria del pasado/patrimonio, memoria local
e historia nacional. Partiendo de fotografías, disposición de objetos y entrevistas, se analizan las
mediaciones, los intertextos y la simbolización de la cultura material en sintonía con el sentido
local otorgado. No se pretende constatar de qué modo un museo local es un complejo exhibitorio
regional de tradiciones conservadas que exponen formas puras de identidad-memoria, sino
hasta qué punto debemos concebir sus narrativas (o sus contramemorias) dentro del complejo y
ambivalente proceso de hibridación con las pedagogías del Estado nacional.
PALABRAS CLAVE: memoria local, museos comunitarios, historia nacional, paisaje, ruina.
ABSTRACT: This text is based on an ethnographic analysis by the Township Community Museum
from the municipality of Francisco I. Madero, in Coahuila. The museum was founded, in 1997,
under the auspices of the National Institute of Anthropology and History (INAH) as part of its
National Program of Community Museums. The analytical aspect of this work questions the
relationship between community narratives of the past / heritage, local memory and national
history. Based on photographs and available objects, along with interviews, the mediations,
intertexts and the symbolization of material culture -in tune with the local traditions- are
analyzed. The objective of the paper is not to show how a local museum is a complex exhibition
of regionally preserved traditions through pure forms of identity-memory, but rather how we
conceive of narratives (or counter-memories) within the complex and ambivalent process of
hybridization of pedagogies of the national state.
La historia es brujería
Michael Taussig
Introducción
1
Francisco I. Madero es un poblado de alrededor de 26, 500 habitantes según el censo
de 2010, a unos 30 km de San Pedro de las Colonias, extendido sobre un valle seco y
salobre de vegetación escasa. Fue, como toda la comarca lagunera, una zona de expe-
rimentación clave de la Reforma Agraria cardenista.
2
Este artículo es parte de un proyecto más amplio del que soy responsable, financia-
do por Conacyt, “Memorias subalternas en museos comunitarios”, núm. 130745. El
Programa Nacional de Museos Comunitarios fue creado en 1983 con sucesivas reedi-
ciones e implicó la aplicación de los criterios de la nueva museología como tendencia
global. La noción central del pnmc fue promover la creación de museos desde y para
la comunidad, autogestionados, sin demasiada interferencia oficial en la narrativa, el
guión o la curaduría. En este sentido es importante la labor del Programa de Museos
Comunitarios como un disparador para generar visiones locales de historia, memoria
y patrimonio.
PAISAJE, RUINA Y NACIÓN. MEMORIA LOCAL E HISTORIA NACIONAL 105
3
Los nombres reales han sido cambiados por petición expresa de las autoridades del
museo. Sobre el proceso de creación y armado del museo sabemos que el primer pro-
motor y coordinador desde 1997 convocó a los vecinos de la comunidad a “prestar”
temporalmente los objetos que consideraran válidos para crear un museo de la co-
munidad, con la única consigna, según el “chavo del gobierno”, de “recolectar obje-
tos que tuvieran relevancia para la gente local, para la gente común, del pueblo, pero
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que ayudaran a contar su historia”. A partir de ahí se hizo la selección de los temas
más específicos: “La Prehistoria”, “Revolución”, “Reforma agraria”, “Las etnias”. De
todo esto hablaremos más adelante. En el caso de este museo la información que me
fue proporcionada es que sólo una vez en 1995 fueron asesorados por profesionales
específicos (un antropólogo que brindó un taller sobre creación y gestión de museos
comunitarios).
4
El motivo central de haber escogido Francisco I. Madero tiene que ver principalmente
con dos factores, uno de origen estratégico previo a mi visita y otro como resultado del
trabajo etnográfico: primero el museo comunitario Francisco I. Madero se promociona-
ba como un “Museo de la historia local y la participación en la Revolución mexicana”.
Por ende, dado mi propio interés en analizar las narraciones locales-comunitarias de
la historia y sus mediaciones, se presentaba desde el inicio como una opción clave, te-
niendo en cuenta la proximidad con la zona denominada “cuna” de la Revolución. La
segunda razón tiene que ver con cómo el Museo imbrica imaginarios locales, historia
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más, deben ser estudiados dentro del complejo proceso de hibridación con
las pedagogías del Estado.5 Considero que son un locus en el que pueden
nacional y semánticas hegemónicas en un espacio peculiar, con lo cual crea una parti-
cular narración.
5
Coincido con el historiador Burón Díaz cuando afirma “los museos comunitarios no
son elaborados por y para la comunidad, no pueden ser únicamente fieles espejos
donde la comunidad se reconoce, no pueden serlo porque adoptan un lenguaje que
denota, primero, su hábil apropiación de códigos institucionales por lo general ajenos
a ella y, por consiguiente, una participación clara y decisiva de la comunidad científi-
ca, con unas concepciones historiográficas específicas que se reflejan en los discursos
museísticos comunitarios, y que concuerdan de manera lógica con una serie de cam-
bios conceptuales que es posible rastrear” [Burón Díaz, 2012: 85].
PAISAJE, RUINA Y NACIÓN. MEMORIA LOCAL E HISTORIA NACIONAL 107
6
Para Bhabha la dimensión pedagógica de la nación está centrada en una temporalidad
de acumulación continuada y sedimentada de un tipo de identificación, narrada en ar-
tefactos diversos. Al contrario, la dimensión performativa juega con el tiempo irruptor
e iterativo de “lo que emerge” como pueblo, lo que acontece como nación en el momento
mismo de la identificación nombrada y asequible. Estas dos dimensiones son contra-
dictorias y a la vez indisolubles para la presentación de la nación “a sí misma”. Es
una de las aporías que la constituyen. “En la producción de la nación como narración
hay una escisión entre la temporalidad continuista, acumulativa, de lo pedagógico, y
la estrategia repetitiva, recursiva, de lo performativo […] Las fronteras de la nación se
enfrentan constantemente con una doble temporalidad: el proceso de identidad cons-
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8
Trabajo este punto con más detenimiento en Rufer [2012].
9
Boletín anunciado en la entrada del Museo Comunitario.
10
Se denomina “comarca lagunera” a una región del norte-centro de México, entre
Coahuila y Durango, a los márgenes del río Nazas. La comarca sufre sucesivos ciclos
de sequía desde hace décadas, con mayor o menor intensidad. Desde 1960 la profundi-
zación de la explotación de afluentes del Nazas por corporativos empresariales aceleró
los efectos de la sequía y el cambio climático es perceptible por los pobladores desde
hace algunos años. Especialistas han clasificado el caso de la comarca lagunera como
un episodio de “sequía, migración y descampesinización” progresiva, con consecuen-
cias de empobrecimiento regional promedio [González Arratia, 2011].
PAISAJE, RUINA Y NACIÓN. MEMORIA LOCAL E HISTORIA NACIONAL 109
Figura 1 Figura 2
ba tanto el paisaje visto (por mí) como la negación de ese paisaje entre los
pobladores. O para ser más exacto, la tenacidad en nombrar aquello que
estaba perdido (sabiendo que lo hacían). Ya no hay laguna, ya no hay agua
en el corredor que va de Torreón y Francisco I. Madero hacia Finisterre, en
Coahuila. La indigencia y la guadalosa bruma lo cubren todo en el camino.
“Hay historias de fantasmas, no crea. Los fantasmas de la revolución, di-
cen. Pero yo creo que no se ven porque hasta ellos se cubrieron de polvo”, número 61, septiembre-diciembre, 2014
sostiene el “chavo del gobierno”.
Sin embargo, la terminal de autobuses reza: “Partidas y llegadas a la
Laguna”. Los abarrotes del lugar invariablemente se denominan: “Cora-
zón Lagunero”, “LaLa-Gunita”, “Abre Laguna”. Si es cierto que cualquier
comunidad imaginada debe primero negar el carácter contingente y diná-
mico de aquello que la hace ser, para luego proponerlo como componente
atávico que se reafirma en las acciones rituales, tal vez el paisaje es el nudo
central de la comarca lagunera. Hay un paisaje-origen que se repite obs-
tinadamente como una formulación del espacio común, aun cuando ese
paisaje no exista en la imagen indómita del recién llegado. Tampoco estoy
diciendo que los pobladores de Coahuila vean agua, vergeles y lagunas
donde no las hay; digo que un paisaje es construido como un aconteci-
110 MARIO RUFER
[…] de hecho, en el corazón lagunero, que sería aquí… bueno, y otras partes,
dicen que hay una presencia, un espíritu, digamos, y que protege la zona. Y
dice la gente de por aquí, los ancianos pues, que hasta que no sepamos quién
tiene la cabeza de Villa, la de él, la original, digamos, la laguna va a estar seca.
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No es que yo ande creyendo esas cosas, tampoco quisimos poner nada de eso
en el museo, se supone que éste es un museo de historia o de la memoria, pero
sí aceptamos las banderas mexicanas. Bueno, y por ahí hay una virgencita con
la bandera cruzada… Aunque sí pusimos el acta de nacimiento de Villa, bue-
no, con su nombre original [José Doroteo Arango]. La tenía una vecina de la
11
Palabras del “chavo del gobierno”. A menos que se indique lo contrario, los fragmen-
tos que siguen también corresponden a él.
12
Grupo Corporativo Lala, Marca Registrada, toma su nombre como apócope de La
Laguna. Es el grupo empresarial de venta y distribución de productos lácteos más
importantes de México, fundada originalmente como cooperativa en la comarca lagu-
nera en 1949.
PAISAJE, RUINA Y NACIÓN. MEMORIA LOCAL E HISTORIA NACIONAL 111
comunidad que dizque era su hija… Dicen que trae buena suerte… (véase la
figura 3).13
Figura 3
Fotografía el autor.
13
Copias similares de esa acta de nacimiento en la que aparecen los nombres, Doroteo
Arango y Francisco Villa, se exhiben en otros museos comunitarios visitados.
112 MARIO RUFER
14
Obviamente la referencia es a la Virgen de Guadalupe. La relación entre nación y gua-
dalupanismo ha sido muy estudiada y no es necesario detenernos en ello. Véase Lafa-
ye [1974], Gruzinsky [1992] y Zires [2012].
15
Una de las fotografías interesantes de la sala, al costado del acta de nacimiento de Pan-
cho Villa, es la del señor Inocente Sosa Urquizo, nacido en 1894 en Parras, Coahuila, y
quien habría participado en la toma de Torreón de 1914 (véase la figura 4). Debajo de la
fotografía se exponen los recuerdos de lo que narraba Urquizo en voz de una de sus hi-
jas. Lo interesante es que en la cédula, que empieza señalando “así fue como tomamos
Torreón”, lo que se registra no son los hechos militares ni la lógica del asalto a la ciudad,
sino los parlamentos del líder con el lugareño, el tono de voz de Villa, la mirada con la
que se dirigía a su subalterno: la prueba de su humanidad y de la interacción del pueblo
con el héroe revolucionario. La fortaleza del formato épico en la relación del héroe de
bronce con el pueblo raso muestra la omnipresencia desdoblada de la nación.
PAISAJE, RUINA Y NACIÓN. MEMORIA LOCAL E HISTORIA NACIONAL 113
16
A esto se suma un rumor de amplia circulación en el norte, que sostiene que nadie
pudo robar la cabeza de Villa porque él habría ordenado que, en caso de su muerte,
sus soldados fieles cambiaran el cuerpo en la noche para enterrarlo en algún lugar
incógnito de Parral que nadie conociera, a excepción de sus allegados. Lugareños afir-
man que esto es lo que sucedió, y que el cuerpo (sin cabeza) trasladado a la capital
mexicana en 1929 para ser enterrado en el Panteón de los Héroes es el de una mujer
no identificada. Un interesante trabajo sobre la figura icónica de Villa en diferentes
soportes se puede ver en [Lee, 2011: 109-135].
114 MARIO RUFER
Figura 4
17
Me refiero aquí a las lecturas poscoloniales de la disciplina histórica que mostraron
(llevando al límite las propuestas de Michel de Certeau) los procedimientos discursi-
vos con que el discurso histórico no sólo ordena una secuencia temporal e impone una
política de interpretación, sino que lo hace dejando al Estado como espacio silencioso
de referencia y evidencia, y a la nación como destino proyectivo, progresista y de de-
sarrollo teleológico [De Certeau, 1997; Chakrabarty, 2000; Duara, 1995; Rufer, 2006].
18
Las exposiciones figurativas que intentan amalgamar los tiempos geológicos con los
humanos, como metáfora de cierta contigüidad con un pasado de unidad en el que
“algo” debe persistir, es un tema frecuente en las exposiciones de museos o relatos
orales que intentan renarrar la historia (de la nación, de un acontecimiento, de una
comunidad, etc.). En ese sentido hay un trabajo pendiente: abordar con detalle las
significaciones sociales de la temporalidad. He trabajado este tema en el Museo de
Robben Island en Sudáfrica y en el Museo del Apartheid en Johannesburgo [Rufer,
2010a].
116 MARIO RUFER
Figura 5
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19
En todos los casos decidimos mantener las denominaciones que el museo otorga a los
objetos, piezas o imágenes. No importa aquí cuán “científica” es esta explicación. En
este caso, por ejemplo, no existe registro del lugar de dónde procede esa imagen, que
pareciera sacada de alguna enciclopedia familiar o revista de divulgación.
20
No hay cartilla explicativa ni cédula.
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Figura 6 Figura 7
21
He podido constatar esto en museos comunitarios mexicanos como el de San Andrés
Mixquic y Jamapa, Veracruz, en México; pero también aparece en museos comunita-
rios como el de Sophiatown de Sudáfrica o en museos locales del corredor pampea-
no de Argentina: fuera de los discursos especializados (aunque informados por ellos)
los actores que construyen esas narrativas convierten nociones particulares de tiempo en
formaciones locales de territorio. Desde los campos sudafricanos, como los “desiertos
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xhosa”, hasta la invasión bóer y las pampas argentinas como espacios predestinados a
ser “campo” (como actuante social de construcción nacional), funcionan como relatos
que utilizan la nomenclatura de la geografía humana o la geología y la historia natural
para construir una teleología identitaria particular.
22
En un estudio reciente trabajé sobre la temporalidad como una construcción política
en la historia-disciplina. Aclaro esto: no pienso que haya un “tiempo real” que trabaja
la historia y un “tiempo culturalmente significado” que es expuesto en un museo local
como comprensión comunitaria de la memoria. Ambos son formaciones discursivas
y responden a procedimientos específicos (y distintos) de operación. Sin embargo,
me animaría a decir ahora que pensar a la temporalidad no como un “dato”, sino
como una noción política (en contención-contestación constante con formulaciones no
neutrales ni exentas de valoración), implicaría un análisis denso de estos mundos de
la vida donde se exhiben, se explican y se reinventan los marcos temporales desde la
localidad [Rufer, 2010b].
PAISAJE, RUINA Y NACIÓN. MEMORIA LOCAL E HISTORIA NACIONAL 119
23
El debate en la arqueología ha sido sostenido al respecto, mucho más desde la crítica
de los estudios poscoloniales que han puesto en discusión la naturaleza eurocen-
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trada del concepto “ruina” como una valoración civilizatoria. A su vez, la nueva
arqueología crítica ha puesto énfasis en la necesidad de deconstruir la propia dis-
ciplina desde una relectura en clave colonial y nacional de sus producciones [véase
Connah, 2010].
24
Es evidente que, si hacemos una comparación con museos comunitarios o regionales
en zonas donde la herencia indígena es clave y omnipresente (Oaxaca, Tabasco, Pue-
bla), este funcionamiento existe, pero de otra manera, más bien como una relación
de antelación y necesidad con el discurso nacional; como una temporalidad atávica
que debe reconocer en ellos, en sus ruinas, el origen.
25
Paula López explica que es necesario analizar “en términos sociohistóricos los meca-
nismos y operaciones que hicieron que el periodo prehispánico (1200 a 1521) se con-
virtiera en el origen de la nación, en la herencia viva de todos los mexicanos y en el ba-
rómetro a partir del cual debe medirse el grado de autenticidad y legitimidad de las poblaciones
nativas contemporáneas” [López, 2008: 330; cursivas mías].
120 MARIO RUFER
[…] sobre las culturas autóctonas se encuentra más en los libros interesantes que
hay escritos de la región. Aquí es importante para nosotros que los niños, los
jóvenes, vean qué fue la comarca, con sus recursos, sus animales, sus ruinas.
Ahí se entiende mejor por qué nace aquí la Revolución […] Este pueblo tiene fuerza
todavía, y si podemos ver todo esto que fuimos, también podemos cambiarlo y
volver a eso importante que fuimos.27
Ver todo eso que fuimos para volver a todo eso que fuimos. ¿Ver qué? No hay
referencia alguna a las piezas arqueológicas. Pero la explicación es contun-
dente: desde la comunidad, lo que importa es poder evidenciar la prueba
histórica de pertenencia a la nación y, fundamentalmente, a su aconteci-
miento consagratorio (la Revolución Mexicana). En Francisco I. Madero la
historia-narración no importa per se; en ese sentido el museo no se asume
como un contrarrelato desde la comunidad hacia la historia-disciplina ca-
nónica. Si quiere saber de historia, consulte los libros. Tampoco las piezas son
explícitamente valoradas como “patrimonio” local en un sentido clásico de
legado comunitario. Son ruinas como parte del suelo, como artefacto que
emana del paisaje. No hay referencia, por ejemplo, a los irritilas y sus for-
mas de vida, su historia dentro de la misión jesuita de Parras y su desvane-
cimiento después de la expulsión de la orden. Ellos están enterrados como
el dinosaurio.28 La inexistencia de cédulas sobre las piezas, y su disposición
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26
Según Bárbara Kirsheblatt-Gimblett, mediante este efecto ocurre una especie de doble
alienación: “La primera alienación acontece cuando la etnología hace desaparecer a la
cultura del mundo y la hace reaparecer, como etnología, en el museo” [Kirschenblatt-
Gimblett, 2012: 203].
27
Por supuesto, stricto sensu la Revolución no nació allí, más bien, Madero era oriundo
de Parras de la Fuente, paraje bastante cercano al pueblo que hoy lleva su nombre.
Paradójicamente, en el museo comunitario hay muchas referencias a la Revolución,
fotografías de Zapata y de Villa (como veremos más adelante), pero no hay alusión
alguna a Madero como personaje histórico, siendo que el poblado lleva su nombre.
28
Irritilas o laguneros es la denominación tardocolonial y de las primeras décadas del
periodo republicano para un conjunto de etnias que habitaban en la zona de la comarca
lagunera. Si bien se sabe que se comunicaban en náhuatl entre las diferentes etnolen-
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Si todo esto está en el suelo, en la tierra, es que se puede volver a lo que fui-
mos. El corazón de una laguna próspera. Y que México sepa. ¿No dicen que
en México hay todo y diversidad y por eso ‘visite México’?30 Por eso el escudo
de la entrada aquí dice: ‘El orgullo por la Patria empieza con el orgullo por la
comunidad’…31 Si todavía decimos que somos laguneros (y ya los indígenas
de acá eran indios laguneros, imagínese) es porque en algún lado está eso que
fuimos. No sólo ellos tienen lago, ¿no? Por eso armamos el museo, porque lo de
ahora es cómo desviarnos de lo que éramos. Eso queremos mostrar acá, a los
niños y a México (las cursivas son mías).
guas, los trabajos sobre la región no dan cuenta con claridad del tipo de organización
de los irritilas. Las Cartas Anuas desde el siglo xvii hablan de indígenas agrupados a
los márgenes del río Nazas en términos de hostiles, precarios, sin organización política.
La Carta Anua de 1564 reza: “Los indios de la laguna son medio peces, medio hombres,
habitan en el agua y parte en tierra, pero en ninguna parte tienen habitación fuerte, no
siembran ni cogen más de lo que la tierra voluntariamente les ofrece de raíces y caza, y
así nunca están en un lugar determinado y cierto, sino donde les parece hallar sustento,
hoy aquí, mañana acullá, y para andar más desembarazados para esto suelen matar
a sus hijos supersticiosamente...”. De alguna manera contenidos por la misión jesuita
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32
Por otro lado, la exuberancia del paisaje (y del subsuelo: el petróleo) es lo que aparece
reiteradamente en el discurso de Estado mexicano como una capacidad inagotable que
puede proveer siempre una atribución mágico-sagrada [Coronil, 2002].
33
Los proyectos innumerables en el Distrito Federal y Estado de México por recobrar
el lago, hacer jardines botánicos a imagen del paisaje original, recrear la escena de los
islotes (o el propio lugar que ocupa Xochimilco como imaginario ancestral) hablan de
esta noción paisajística como promesa metafórica de devolución y redención histórica,
mezcladas con discursos de modernidad, progreso y desarrollo indefinido.
PAISAJE, RUINA Y NACIÓN. MEMORIA LOCAL E HISTORIA NACIONAL 123
¿Estas fotografías?
Las donaron, la familia del fundador del museo. No son de aquí, eh, pero to-
dos estos trenes pasaban cerca. Imagínese, si la Revolución empezó acá. Ahora
todo mundo tiene esa foto. Pero la original, la primera, era de por aquí. Igual a
la foto la compraron en el centro de la ciudad de México, antes de empezar el
museo. El aviso de Villa, eso sí es viejo. Yo no sé si la foto debería estar aquí. Vie-
ja no es. Por un lado, es de aquella época. Pero es, cómo le diré, una reproduc-
ción. Igual y a la gente le gusta, siempre platican en esa foto y esa mujer siem-
pre es una tía de alguno distinto del pueblo, ya sabe cómo somos los mexicanos…
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El dilema de la autenticidad como figura de prueba aparece por pri-
mera vez aquí. De alguna manera, la idea que intenta exponerse en el mu-
seo comunitario sobre la participación activa de Francisco I. Madero en la
Revolución tiene que ser respaldada por una imagen que no es original,
que no cumple la figura de transferencia de la imagen aurática, y peor
aún que fue adquirida en tiempos recientes en la capital. El dilema entre
autenticidad/fidelidad objetual y disparadores de sentido es un clásico en
la discusión sobre museos, exhibición y veracidad histórica.34 Sin embar-
34
Un dilema de tenor político similar pero de gran repercusión se formó cuando el Mu-
seo del Apartheid en Johannesburgo colocó en 2002 una clásica banqueta de la década
de 1950 con la leyenda “Sólo para blancos”. Tiempo después se supo que ese banco no
124 MARIO RUFER
Figura 8 Figura 9
go, lo que aparece como relevante aquí es el rol vinculante que cumple la
imagen, esos “símbolos a los que estamos atados” por una función icono-
lógica, sin una referencia precisa al hecho histórico. La soldadera es traída
a la relación vincular del parentesco, así como Villa pasó por allí como una
marcación histórica del territorio.
En uno de los paneles más llamativos, un cartel amarillento anuncia
“las etnias” (véase la figura 10). En él se aprecian cinco fotografías en blan-
co y negro, enmarcadas en cartulina. Las mismas corresponden a: 1) Un
hombre de origen chino que llegó al pueblo al comienzo de la década de
1920 y se dedicó al comercio; 2) Un panadero italiano también llegado en la
década de 1920; 3) Dos españoles refugiados de la Guerra Civil Española;
4) Un español que llegó del Distrito Federal; 5) Una mujer alemana arri-
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era original sino hecho ex profeso en 2001 y que había sido ligeramente despintado para
dar la apariencia de vetustez y autenticidad. Trabajo las discusiones y las implicancias
políticas y simbólicas de este punto en Rufer [2010a: 316-322]. Véase también la paro-
dia de la polémica entre museógrafos en el excelente cuento de Ivan Vladislavic, “The
whites only bench” de Vladislavic, 1996.
PAISAJE, RUINA Y NACIÓN. MEMORIA LOCAL E HISTORIA NACIONAL 125
qué les decimos etnias? Bueno, por así decirlo, eran los menos de aquí,
nativos. Los hijos ya son de aquí, aunque todavía les dicen el alemán o el
chino, ¿no? Pero, por eso… Antes decían que hablaban en sus idiomas, creo
que ya los hijos no.
Figura 10
Las etnias son, sin metáforas, los extranjeros. Sin embargo, este sintag-
ma como exhibición es altamente ilustrativo del uso alterado de los discur-
sos hegemónicos. Al frente del panel de “Las etnias” se encuentra colgado número 61, septiembre-diciembre, 2014
el mapa colorido, ampliamente divulgado, de “La diversidad cultural de
México. Los pueblos indígenas y sus 62 idiomas”.35 Francisco I. Madero
también da cuenta de su diversidad cultural en la frontera misma de su
comunidad: aquellos que no acreditan la nacionalidad mexicana y que lle-
35
Mapa creado y divulgado por la Secretaría de Educación Pública y el Consejo Nacio-
nal para la Cultura y las Artes (Conaculta) en 2001. Luego la denominación tuvo que
cambiar a “Los pueblos indígenas y sus lenguas” porque hubo diferentes reclamos
sobre la exclusión de lenguas originarias en el mapa de los “62 idiomas”. El Instituto
Nacional de Lenguas Indígenas (inali) revisa periódicamente su catálogo nacional
de lenguas. En este momento se reconocen 68 “agrupaciones lingüísticas” (véase,
<http://www.inali.gob.mx/clin-inali>, consultada el 7 de julio de 2013).
126 MARIO RUFER
36
Trabajo más este punto en Rufer [2010b].
PAISAJE, RUINA Y NACIÓN. MEMORIA LOCAL E HISTORIA NACIONAL 127
Figura 11
porque ahí pertenece, al orden intemporal del objeto exhibido. “Los azte-
cas”, en su historia, son otro asunto. Igual que los irritilas. “No, pues ya no
hay ninguno. Hace mucho, muchísimo.” Extranjeros sí, los hijos. Indios
no, ninguno. En una poderosa sintaxis narrativa que ubica la ruina en el
paisaje y la etnia en la extranjería, el resultado es el mismo que la vertien-
te crítica de la antropología y la historia enfatizan como el núcleo donde
hace síntoma la historia nacional: la expulsión de la figura del indio en el
presente. La historia se antropologiza y el indio es por siempre diversidad,
estampa y tradición. La historia es mestizaje y nación. Su fundamento, la
ruina. El hiato que separa aquel indio de esta diversidad es puro síntoma.
Que se hable despectivamente de mestizaje en el norte de México no es
novedad. Que se reniegue de cualquier contacto con el indio (excepto cierta
narrativa fronteriza sobre “lo apache”) y que prime cierta marca ensalzada
de “blanquitud”, tampoco. Lo que me importa resaltar, en este caso, no es
ese hecho, sino cómo se organiza el discurso de expulsión, negación y exal-
tación. Porque no es un discurso grotesco, directo ni contrarrelato. Al con-
trario, lo componen las lexías más recurrentes del texto nacional.
En medio de la sala central del museo, aunque de cara a la puerta de
“salida”,37 una escultura en cera de un hombre caracterizado con la ves-
timenta típica para representar a los indígenas del oeste norteamericano
ocupó el centro de mi atención. Es la única figura antropomorfa del mu-
seo en tres dimensiones, con representación a escala real. La imagen de
piel blanca, rasgos marcados, vestido con camisola rosada y penacho
de plumas, genuflexo sobre un pedestal verde, medias rosadas en compossé
y huaraches (véase la figura 12), resulta, por lo menos, extraña en el lugar.
Nuevamente sin cédula, sin anclaje explicativo alguno. Pero por el tamaño
y la disposición, sin duda “central” en la museografía.
número 61, septiembre-diciembre, 2014
¿Y esto? —pregunté
¿Qué? ¡Ah!, el indio rosa —exclama—. Quién fue, no se sabe. Don Ramiro
compró esa estatua en San Pedro de las Colonias, el pueblo grande. Dijo que
la compró para el museo porque era vistosa y porque se parecía a los indios de
acá, los de las películas gringas, ya sabe que se filmaban muchas acá [ríe]…38 La
37
Más adelante se entiende por qué entrecomillo la palabra.
38
De hecho, en Durango, uno de los atractivos promocionados por la Secretaría de Tu-
rismo de México son dos “villas”: Villa del Oeste y Chupaderos. Ambas fueron sets de
cine del lejano oeste estadounidense (varias de las clásicas películas protagonizadas
por John Wayne se filmaron allí entre 1950 y 1970), véase “Durango: Trip to the Old
West”, <http://www.visitmexico.com/en/trip-to-the-old-west-in-durango-mexico>.
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Figura 12
verdad no sé quién fue, nadie sabe […] está aquí porque nos recuerda cosas, y
gusta, [porque] pues le diré, al museo la gente viene poco, pero cuando viene se
toma foto siempre en dos lugares: con el dinosaurio y con el indio rosa.
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Es cierto que el “indio rosa” no se parece en nada a los irritilas, ni siquie-
ra a la estampa creada por la fotografía del indigenismo. Sin embargo, sí po-
dríamos encontrar algunas reminiscencias de la imagen consabida y reedi-
tada de los indígenas kikapú, la legendaria etnia que habría migrado desde
la región de Wisconsin hasta la frontera mexicano-estadounidense para ser
reducida hoy, en el caso mexicano, a una exangüe población de Múzquiz,
Coahuila, en el paraje conocido como El Nacimiento de los kikapúes.39 In-
cluso podría parecerse a la estampa difundida de los indígenas yaquis.
39
Para un trabajo detallado desde la Comisión Nacional para el Desarrollo de los Pue-
blos Indígenas véase a Mager Hois [2006].
130 MARIO RUFER
40
El periódico Vanguardia publicó una fotografía de uno de los líderes kikapú con moti-
vo del Festival de cine del Desierto, en Saltillo, en mayo de 2013. Un extracto de la nota
explica: “Chakoka Aniko Manta, líder tradicional de la tribu kikapú en Coahuila […]
llegó a la sala cinematográfica acompañado de tres de sus familiares. Ataviado con el
traje típico de la tribu, pero portando lentes oscuros […]” [Moncada, 2013].
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CODA
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Dirá Bhabha al respecto: “El objeto híbrido […] retiene la semblanza efectiva del sím-
bolo autoritativo, pero reevalúa su presencia resistiéndosele como el significante de la
Enstellung [dislocamiento, tergiversación] después de la intervención de la diferen-
cia […] Privados de su plena presencia, los saberes de la autoridad cultural pueden ser
articulados con formas de saberes ‘nativos’ o enfrentados con esos sujetos discrimina-
dos a los que deben gobernar, pero ya no pueden representar” [Bhabha, 2002b: 144].
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