El Pez en El Agua (Reseña)

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Vargas Llosa, Mario (EL PEZ EN EL AGUA. Ediciones Peisa. Lima, Perú.

2002)

Las elecciones de 1990 marcaron un cariz especial en la política peruana. Dadas las
coyunturas sociales, económicas y políticas, se avizoraba un quiebre en nuestra ya
zozobrante historia republicana. El cambio estuvo más cerca de lo que cualquier
peruano pudo haber previsto: tanto Mario Vargas Llosa o Fujimori encarnaron (cada
uno a su manera) la vuelta de tuerca que experimentaría la democracia peruana.
Para entender lo accidentadas que fueron estas justas electorales hay que conocer el
marco político que las rodearon. Esto es lo que precisamente, el escritor Mario Vargas
Llosa hace línea tras línea: explicar por un lado, la frustrante derrota del FREDEMO,
derrota que lo alejaría para siempre de cualquier intervención activa en terrenos de la
praxis política, la manera cómo se fue involucrando en las jornadas de la Libertad hasta
quedar convertido en el líder que llevaría al Perú a una nueva etapa prometedora,
(teniendo al liberalismo a ultranza como bandera) y por otro lado, como él mismo lo
afirmaría más adelante, dicha novela contribuiría a exorcizar su traumática relación con
el Perú.
Debemos recordar que para 1987, el gobierno aprista (y con él, el resto del país) estaba
en crisis: el alejamiento del FIM y la Banca Internacional (faltando a nuestros
compromisos contraídos respecto a la deuda), la práctica de los subsidios a gran escala y
la instalación de una suerte de populismo tardío (fórmulas que triunfaron
transitoriamente en Argentina y Brasil en la década de 1940 y que terminaron en
aparatosa caída) por el Gobierno, encarnado en Alan García.
El inicio de la fugaz carrera política del escritor se dio a partir del anuncio del
mandatario en su discurso del 28 de julio de 1987. El gobierno aprista había decidido la
estatización no sólo de la Banca sino de entidades financieras y compañías
aseguradoras. No estaría lejos el autor cuando afirmaba que esta medida, lejos de ser
una suerte de ley de reivindicación de las mayorías, permitiría al gobierno aprista
terminar por controlar los medios de comunicación a través del arma más poderosa: los
capitales nacionales. A lo largo de toda la campaña, el insulto, las traiciones, alianzas,
zancadillas y toda clase de triquiñuelas se van develando donde los intereses menudos
van tomando mayor fuerza que las propuestas de Vargas Llosa – candidato.
Si quisiéramos tratar de desentrañar alguna relación del Perú con el liberalismo político
y económico, éste se remontaría a los primeros años de la República. Sin embargo, dos
elementos se tienen en claro: una, que nuestra Nación no tuvo una experiencia libertaria
sensu stricto más allá de la existencia de un grupo de liberales que protagonizaron
encendidos debates doctrinarios con sus oponentes conservadores a lo largo del siglo
XIX. Y dos, en Europa, el Liberalismo fue germinando desde los movimientos
revolucionarios de fines del siglo XVIII en Francia para ir tomando cada vez mayor
posicionamiento con las jornadas de 1830 y 1848. Era la base de la burguesía con poder
económico, ansiosa de hacerse un espacio en el espectro político. Pero la burguesía
europea no era la “burguesía” del Perú. Al menos no a la clase rentista que gobernó
muchísimos años sin un plan o proyecto político cuajado. Las ideas por tanto de Vargas
Llosa podían ser bastante racionales y deseables frente a los gobiernos que la nación
había tenido, donde la corrupción y venalidad habían sido moneda corriente. Los planes
y proyectos, a mi parecer podrían haber cambiado el curso de nuestra Historia, sin
embargo, ¿Qué posibilidades de triunfar tenía un discurso que para la mayoría era no
sólo desconocido sino hasta satanizado desde tiempos del Gobierno Revolucionario de
las Fuerzas Armadas? Proyecto que continuaría siendo combatido al calor de los
socialismos a ultranza, desarrollismos y “democracias populares”. Sin embargo, debe
recordarse que algún intento de Partido Liberal habría intentado tomar forma a fines del
siglo XIX con los hermanos Durand, intento que no sólo no cristalizó, sino que se fue
diluyendo con el tiempo. En un país tan dividido como el Perú, donde los mismos
principios básicos de la Democracia se encontraban en estado embrionario (aunque se
cumplieran con los ritos externos de la misma) era demasiado pedir, tanto en el interior
como en las urbes, a poblaciones que generacionalmente no habían vivido ni conocido
una experiencia democrática cercana a los mínimos requerimientos, en medio de una
violencia combinada con paternalismo, ciudadanos con la capacidad de aquilatar el
proyecto que encarnaba Vargas Llosa. A lo largo de la novela y en varios pasajes de la
misma, el escritor defiende a ultranza un liberalismo radical para demoler las vetustas
bases de la política peruana. Cabe preguntar: ¿El liberalismo que esgrimieron muchos
de sus libertarios no fue también (como actitud) lindante con las formas radicales del
socialismo? La intransigencia de los extremos podía llegar a tocarse.
En el transcurso del relato, el propio autor va dejando en claro su decepción ante la falta
de cohesión del conglomerado de partidos y movimientos que representaba y ello no
hacía sino representar en micro, las profundas divergencias de una nación tan confusa
como la nuestra. Pensar que la realidad taiwanesa, japonesa o coreana podrían aplicarse
al Perú, era una vez más, pretender aplicar sobre nuestro país modelos que si bien
habían prendido en dichos países no tenían por que ser necesariamente exitosos, las
comparaciones suelen ser falaces.
Quedan en claro que los motivos del fracaso de Vargas Llosa son la combinación de
distintos factores, no se le podría adjudicar uno sólo en exclusividad. Considero que uno
de ellos podría ser como mencioné líneas arriba, la falta de una tradición liberal en el
Perú y unida a ella, la práctica de la política doméstica: ausencia de acuerdos, dilatación
de consensos que partieron de la búsqueda de intereses particulares por encima de los
comunes.
Los otros factores son de corte externo, es decir: 1) la campaña en contra del
FREDEMO, orquestada por el propio presidente Alan García. Ante la aparición de un
opositor frontal al gobierno se montó toda una campaña orquestada en torno a ensuciar
reputaciones, difamar honores, etc. maquinada desde tribunas periodísticas debidamente
compradas, práctica nada ajena al quehacer político nacional. Sin embargo, en este
punto contribuyeron en mucho los propios integrantes del Frente quienes dieron pábulo
al gobierno aprista con las millonarias campañas que, probablemente como afirmaba el
escritor, no llegaban ni de lejos a las enormes sumas manejadas en campañas del Brasil
o Argentina. Sin embargo, tenemos un Gobierno, a un mandatario con todos los
recursos del Estado, contribuyendo a modelar símbolos en el golpeado, decepcionado y
confundido imaginario colectivo. Menudean en este punto algunas fallidas experiencias
en propaganda, falta de experiencia política y sobre todo la ausencia de un aparato
organizacional que no solo fuera montado en Lima sino en el resto del país. Acción
Popular con su sempiterno líder, Fernando Belaúnde Terry había tenido gran fogueo al
interior del país, pero cargaba un sambenito por el deterioro de su pasada experiencia de
gobierno (1980 – 1985). La otra gran fuerza política era el PPC, carente de fuerza en
provincias e identificado como un partido limeño cuyos integrantes incidían en los
sectores A y B.
A propósito de la presencia de estas dos agrupaciones, muchos criticaron y vieron en la
combinación de esta dupla con Vargas Llosa, el inicio del fin. Precisamente, las
marchas y contramarchas no sólo de la formación del Frente sino de su propia
consolidación estuvieron teñidas por las mezquinas concesiones que cada partido buscó
retener. La honorabilidad de Belaúnde era incuestionable, y como el mismo autor
sostiene fue uno de los pocos presidentes que salieron más pobres al término de su
mandato. Tras el golpe y luego del exilio, Belaúnde se ceñía nuevamente la banda
presidencial y si bien es cierto que su gobierno fue mediocre y un preludio de lo que se
avecinaba, vivió de manera decente sin mayores lujos que haber sido presidente de uno
de los más contradictorios países de América Latina. Sin embargo, muchas de las
demoras en la toma de decisiones partieron del propio arquitecto.
Tradición liberal en el Perú, hemos dicho, era casi ausente. Lo que sí podemos afirmar
que estuvo presente desde tiempos iniciales de la República y creció vertiginosamente
con Castilla (como lo anota Mc Evoy en la Utopía Republicana) fue el clientelaje
político. Manadas de adictos al partido Aprista pasaron a ocupar rápidamente los
puestos que el gobierno puso a disposición de tan voraces masas, aunque Vargas Llosa
se escandaliza de este fenómeno que es cierto, se dispara con el APRA, es bueno
recordar que AP no lo hacía tan mal. Probablemente, el escritor comienza a darse cuenta
que este fenómeno que la llama también caciquismo se encontraba demasiado arraigado
en las formas del juego político nacional

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