Carta Al Hermano.

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Adrián Duarte Díaz B82634

Carta al hermano:
Ya sabés Beto, a uno lo principian en la carrera hablándole del arkhé, del
paso del mitos al logos, y se queda uno en ascuas, imberbe y apenas lector de El
mundo de Sofía, porque ciertamente con la juventud se llega más mítico que
logotípico a las aulas, y acaso esto no admita más que una falsa progresión a lo
largo de la vida. Y después, ¡qué sufrir dichosamente! Aristóteles y Platón como
cúspides del pensamiento y ahí varios semestres de sortilegio, y que luego de
Alejandro vienen los epicúreos ingratamente tenidos como “carnales”, los
escépticos, los estoicos primeros, que porque la filosofía abandona el esplendor de
lo sistemático y se vuelca sobre la “vida buena”. En fin, todos esos meollos a los de
la academia, entre nosotros, lo confesional. La última vez que nos reunimos yo
estaba altivo y lozano…, y no había leído a Séneca. ¿Por qué me privé de su
compañía por tanto tiempo, aun cuando sabía que era el autor de cabecera de
papá? Me pregunto ahora con cierto disgusto.
Yo sigo reposando, tomando sol por las mañanas y huyendo de las ventiscas
de la tarde, comiendo "ligero" por frugalidad, siguiendo quisquillosamente todo lo
prescrito por Bianchon. En medio de todas las curas me he dedicado a leer a
Séneca. Y te digo que se trata de leer, no de estudiar. Porque mirá de cuánto
disfrute se priva uno “estudiando” y no solamente leyendo, con el alma puerilmente
dispuesta a los influjos más variados. Pero te decía, leo a Séneca quizá en el
momento más oportuno de mi vida: infectados los pulmones y obstruidas las vías,
apoltronado en el sillón, frecuentado sólo por un médico escéptico, alejado de mis
amigos y familiares, es decir, hermano, en brazos de las peores escaseces. Y ahora
me pregunto: ¿son realmente mis males los peores? ¿No los centuplica mi
imaginación, mi creencia en ellos? ¿No somos desgraciados meramente por
creerlo? “No sé qué sucede, pero los males quiméricos alarman más, tal vez porque
los verdaderos tienen medida; todo cuanto proviene de lo incierto queda a merced
de conjeturas y fantasías del alma atemorizada” (Libro II, XIII). Debemos
trabajosamente aplacar estas imaginaciones aflictivas, aprender a separar aquellas
que tienen término, hermano, pues según nuestro estimable Séneca, lo falso no
tiene jamás cese, y se multiplica ad infinitum sin que seamos capaces de ponerles
fin.
Pero, ¿qué he leído? Te preguntarás… Casi todo con una ferocidad
indomable, al punto que yo mismo me sorprendo de esta avidez íntima; es un tender
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interiormente y aprehender como con lo emotivo y casi lo esencial, no con una


posesión libresca, ¿será que me comprendes, Beto? Vos sabés bien que en poca
estima he tenido la filosofía después de abandonarla desdeñosamente, y que los
que se ponen ese marbete son entre muchas cosas “vagos de atar”. Pero tampoco
pensé, después de este contubernio íntimo con Séneca que lleva ya cerca de dos
meses, que si no muero tuberculoso me las apañaré de ahora en adelante en un
tonel, no, así como tampoco me surgió la remota idea de retomar los estudios en
esa facultad gris y empotrada. Sólo quiero decirte, querido, que Séneca se ha
inmiscuido dulcemente en mí y ha prendido una velita.
Con el único que hablo es con Bianchon, que siempre se ha mostrado con
suficiencia, con ese talante de los médicos displicentes. Los galenos tienen eso, se
convencen de que todo lo saben y lo pueden. Pero lo he sorprendido, de Séneca no
sabe mucho, y dice que los estoicos son de palo y que no hacen más que hacer de
tripas corazón. A raíz de ese comentario tan burdo, y sin ansias mías de
contradecirlo, hemos tenido conversaciones larguísimas. Le he dicho que no es tal.
Así, pasamos cinco tardes hablando afectuosamente de la “imperturbabilidad del
sabio”.
Pero no te haré una transcripción de nuestras conversaciones, espero
hacerte partícipe de ellas la próxima vez que vengás. Te escribo para hablarte de
Séneca, de cómo se ha hecho una compañía agradable y una presencia de
consideración para mí. Él mismo le decía a Lucilio que teníamos que obrar como si
el hombre más respetable estuviese a cada momento viéndonos. Pues bien, algo
similar ocurre conmigo. ¿Sabés qué maestro tengo en mente? Claro, papá,
¿recordás cómo nos decía que vivir no es existir, y que ni vos ni yo entendíamos?
Ahora lo sabemos, Beto, y aunque con eso adquiera la vida un cariz condenatorio,
también impone la obligatoriedad de ser lo mejor posible. Esto podría ser todo para
dejarte claro mi experiencia: “Séneca me trastornó las médulas, me ha puesto en
apuros, me ha hecho verme en una desnudez honda y acaso, hermano, miserable”.
Mirá, Sobre la brevedad de la vida me cayó como un mofletazo. Me sentí herido en
el tuétano del orgullo y la soberbia, vituperado en la disipación y la indisciplina, en
fin, me vi como desposeído de mí mismo, como incapaz de timonearme. No porque
sea yo tan malo, no, sino porque hacia allí se encaminaban mis pasos de una u otra
forma. Te digo, estuve tentado a devolverlo al anaquel y jamás ojear sus líneas.
Adrián Duarte Díaz B82634

Por una docilidad que sólo la enfermedad otorga, seguí leyendo. Ahora estas
lecturas no hacen más que solazarme, aliviarme, como quien cae en cuenta de sus
errores y desandando sus pasos va para que le den un par de palmadas en los
omóplatos.
Haz memoria de cuándo te has mostrado firme contigo mismo en tus
propósitos, de cuántos de tus días han terminado como tú habías previsto, de
cuándo has tenido provecho de ti mismo, cuándo una expresión natural,
cuándo un espíritu intrépido, qué obras tuyas quedan hechas en tan largo
tiempo, cuántos te han robado la vida sin que tú te percataras de lo que
perdías, cuánto se han llevado el dolor inútil, la alegría necia, la codicia
ansiosa, la conversación huera, qué poco te han dejado de lo tuyo:
comprenderás que mueres prematuramente. (Séneca, 2008, p.374)
Decíme, Beto, ¿no es para palidecer? Sea acaso todo lo que dice, resultado
de una vida demasiado condescendiente y dejada a la soltura de lo fortuito y
externo. ¿No te parece que las más de las veces es ese nuestro modo de vida?
Creo que en el fondo sólo se trata de ese llamado de asumirnos como seres que
deben trabajar con arduo encono por sí, sin más ni menos, sólo eso, que lo de uno
sea tarea de gallardía y sudor. Hermano, no se trata de regurgitar nada, ¡qué
deshonestidad! La cuestión es la coherencia, siempre palabra-acto,
pensamiento-acto. “Es deshonroso decir una cosa y decir otra, ¡y mucho más aún
escribir una cosa y sentir otra” (Libro III, XXIV). ¿No estás conmigo cuando digo que
hemos tirado por la borda eso de la integridad, de lo unitivo, de la identidad y la
reputación? Sin embargo, como maestro también da muestras de benevolencia y
nos insta a volver a empezar, nos aconseja como a un adolescente tornadizo, pero
nos quiere ya como hombres sabios. Porque nos dice que: “a fuerza de golpes
crece en gran manera la virtud” (Libro II, XIII) y con ello nos extiende la invitación a
la resistencia, y nos presenta la idea de que la vida es esencialmente inseguridad.
Mirá, nos hemos acostumbrado de buena gana al bienestar y al goce inmediato, a
que todo tenga una fácil y rápida resolución. Y no puede ser que la vida sea el
bienestar de todos, así en su gráfica estadística; tampoco puede ser meramente la
satisfacción ordinaria, pues esta vía es epidérmica, no, tiene que contemplar más de
lo que es uno, y solo se goza de lo que se renuncia. Mirá: “lo que significa esto es
que la vida, si nos apegamos a ella, nos aleja de nuestra propia humanidad”
(Nussbaum, 2003, p.59). Y creo que es correcto, cuánto nos desviven los
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derredores, cuán poco vivimos por ese desasosiego de asir las cosas y las gentes,
de acumular copiosamente libros, bienes y afectos, y cuánto nos quitan…

Y a pesar de este desgastante roce, lo que más me sorprende de Séneca es


que nos pida serenidad, no en la soledad del campo, sino en la muchedumbre, nos
reclama calmos y dueños de nosotros mismos cuando tiritan en todas las calles
adyacentes la miseria y los vicios, los escaparates rebosantes y la fama en la
prensa y en fin, Balzac y la conquista de la femme fatale en un ampuloso París del
siglo XIX. Y está todo en esa simple fórmula de: “todo lo teméis como mortales, todo
lo queréis como inmortales” (Sobre la brevedad de la vida, 1989, p.379). Contra esa
contradicción en la base de la vida, le repito a Bianchon, es que hay que vérselas de
continuo. A ello pone una cara de incredulidad, aunque ruborizada, como herida en
el fondo. Quizá a finales de mes logre algunos avances con él.
Le rendimos culto a lo cuantificable, al puro número, Beto. Y con el tiempo,
¿qué pasa? ¿Quién nos lo devuelve? Tengo claro que el buen aprovechamiento del
tiempo nos asegura el regocijo de voltearnos al pasado con una contemplación
limpia de remordimientos, así como una independencia del futuro. Te digo que nos
sitúa, es decir, nos permite hacernos en tierra firme, y esto implica la solidez del
campo cultivable y desde luego, la vendimia. Porque si lo vés, todo el mundo
precipita su vida y se esfuerza ansiosamente por el futuro, por su hastío del
presente. “Por el contrario, el que no deja ningún momento sin dedicarlo a sus
intereses, el que organiza todos sus días como si fueran el último, ni ansia el
mañana ni lo teme. ¿Qué placer nuevo puede ya reportarle una hora? Todo le es
conocido, todo experimentado hasta la saciedad. De lo demás, que la suerte
disponga como quiera: su vida está ya a salvo” (Séneca, 1989, p.389).
Y no obstante, cuánto dilapidar tiempo en la espera del futuro, cuánto
presente despreciado por el porvenir, hermano, cuánto anhelo de lo que no es, sin
asegurarnos algo mejor. “Gozar de la existencia es buen síntoma de una vida que
se vive sin inquietud, que se medita paso a paso con el propósito de ordenar el alma
a cosas mejores” (Grajales, 2020, p.40)..
El tema de la muerte, que tanto me ha torturado desde que caí enfermo, es
otra cosa, Beto, algo que aun no asimilo. En Séneca es todo un tema, pero te digo,
aún no lo digiero. Te envío el primer tomo de las Epístolas, querido, deseoso de que
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empieces cuanto antes con ellas y me escribás una larga carta después de leerlas.
Pero hacélo con tiento, porque recordá que vivir no es existir, ni leer es estudiar.

Referencias

Séneca. (1986). Epístola Morales a Lucilio I. Editorial Gredos.


Séneca. (2008). Diálogos Editorial Gredos.
Grajales, C. (2020). LA FILOSOFÍA COMO ESTÉTICA DE LA EXISTENCIA EN
SÉNECA. Universidad Pontificia Bolivariana.
Nussbaum, M. (2003). La terapia del deseo. Paidós

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