Concepto de Verdad en El Magisterio de Benedicto XVI

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Concepto de verdad en el Magisterio de Benedicto XVI

La verdad, del griego “aletheia”, es un tema que abarca toda la vida humana. Literalmente esta
palabra se traduce como “desocultamiento”. Se destapa una realidad velada a los sentidos. Era
utilizada frecuentemente en la filosofía clásica para definir la unidad entre el ser y el pensar. Con el
tiempo ha sufrido muchas mutaciones, sin embargo, en el cristianismo se utiliza el concepto
elaborado por sto. Tomás de Aquino en su Summa Theologiae El santo teólogo, afirma en su suma
teológica que la verdad es la adecuación entre objeto y entendimiento. El objeto es tanto más
verdadero cuanto más se adecúa al principio de su existencia. Tomás pone el ejemplo de un edificio:
es tanto más verdadero cuanto más se adecúa a la idea que tenía el arquitecto de ella. La teología
escolástica ha tomado mucho de la filosofía clásica para expresar el pensamiento cristiano sobre la
verdad, tenemos claros ejemplos en sto. Tomás de Aquino, al que el papa emérito veneraba mucho
como pensador y teólogo, cuyos estudios ha utilizado para hablar de la verdad en múltiples
ocasiones.
Según muchos filósofos, la verdad y el bien son valores que se identifican. Según algunos,
constituyen incluso el mismo valor.
Desarrollando el pensamiento del célebre teólogo, podemos afirmar que la veracidad de un hombre
depende del cumplimiento del designio de Dios en su vida. Éste pensamiento lo desarrolla san
Pablo en su carta: renovaos por la transformación de la mente, para conocer la voluntad de Dios.
Ésta “transformación” nos lleva a la “verdad plena”, ya que por ella recibimos el Espíritu Santo, que
es el que nos revela la verdad completa. San Pablo afirma que incluso la creación espera ansiosa la
revelación de esa condición interior recibida en el bautismo por los cristianos. Esa transformación
es la que se da en san Pablo, cuando escribe: no vivo yo, Cristo vive en mí. Los cristianos se
transfiguran en Cristo, que es la verdad, conforme se desarrolla en ellos la gracia santificante.
La “veracidad” de cada hombre se revelara al final de los tiempos, en el Juicio Final, cuando todos
pasemos por el “fuego”, quedando destruida toda vanidad. Solamente la voluntad de Dios, que se
revela como verdad auténtica, es la que da solidez a nuestra vida. Sin ella, la vida del hombre carece
de fundamento sobre el que apoyarse, y a causa de las contrariedades de la vida, se desmorona. Sin
embargo, cuando el hombre se apoya sobre esa verdad, da fruto a pesar de las pruebas. Un hombre
es veraz cuando mantiene su fidelidad a la alianza. En el A.T. la verdad se caracteriza por la
fidelidad a la alianza del Señor, por eso no hay reparo en que Judith, para salvar a su pueblo y
permanecer fiel a Dios, decide engañar a Holofernes. (Cf. Jdt 11), porque su acto está dirigido hacia
la verdad.
Una vida sin verdad es una vida sin sentido, como muchas veces han reiterado muchos teólogos, ya
que ella es la meta y el centro de la vida humana, siendo ella Cristo mismo (cf. Jn 14,6). La verdad
es garantía de la autenticidad de la vida. Una vida sin valores que trasciendan la materialidad está
condenada a la destrucción, pues es una vida sin esperanza, una vida vacía.
Para poder entender a Benedicto XVI en su comprensión de la verdad es necesario realizar un
recorrido por la Sagrada Escritura para analizar lo revelado.
La primera referencia a la verdad en la Sagrada Escritura se encuentra en el libro del Génesis, en el
contexto de la historia de José. Cuando los hermanos de José llegan a Egipto para pedir provisiones,
entonces José, al verles les dice que son espías; y para que demuestren lo contrario les exige que
traigan a su hermano más pequeño. Dice una frase que suena así: “… a ver si la verdad está con
vosotros” . El concepto utilizado es “aletheia”. En este versículo ya podemos entrever que hay un
carácter personal de la verdad; no es algo que se somete, sino algo que está al lado del hombre que
no merece castigo, algo que le acompaña. La verdad acompaña al hombre.
Más adelante, en el libro de Samuel, el rey David afirma que la palabra de Dios es verdad. Frase
que repetirá el mismo Jesús en su discurso sacerdotal. Y, ¿quién es la palabra de Dios? El logos de
Dios es Jesucristo, que se ha venido ha revelar a la tierra, ha venido a revelar el rostro del Padre y
dar testimonio de sí mismo, de la verdad.
Vemos como ya en el A.T. se encuentran referencias a que la Palabra, que más tarde se hará carne,
es la Verdad suprema. El concepto de verdad del cristianismo no se basa en teorías filosóficas o
deducciones, se basa en el encuentro con la palabra de Dios, en que Dios se revela a la humanidad,
mostrando la verdad, el camino y la vida.
La verdad tiene carácter personal y trascendental al mismo tiempo. Es alguien que está cerca, y, sin
embargo es inalcanzable. Como afirmaba el todavía cardenal Joseph Ratzinger, Jesucristo ha
acercado y a la vez alejado a Dios de la humanidad. Por qué? Porque Dios, como se revela en el
A.T. es, en cierto sentido, mas alcanzable a la razón humana. Un Dios al que no se le puede ver,
porque mueres. Jesucristo, sin embargo, ha revelado a Dios en la cruz, en el misterio por excelencia,
algo inabarcable para el intelecto humano.
Por eso, la verdad solamente la halla la humildad, porque no se abarca por el intelecto solamente,
sino por la fe, que requiere un acto de humildad. El acto de fe es posible solamente cuando alguien
reconoce que hay algo que va más allá de las propias fuerzas o del propio intelecto.
El papa emérito dedicó toda su vida a la búsqueda y profundización de la verdad. Gran parte de sus
obras están dedicadas al desarrollo del concepto mencionado. Ya incluso en su ordenación episcopal
eligió el lema “cooperador de la verdad”. Para Benedicto XVI ella es algo que no se puede ignorar,
que es preciso buscar con ansiedad.
El concepto de verdad en el Antiguo testamento aparece casi siempre como una correspondencia
entre lo dicho y la realidad. Aquí se entreve que lo que dice el Señor siempre se cumple, su palabra,
dabar en hebreo, siempre es algo que se realiza en la existencia del hombre. El mensaje de Dios es
un mensaje verdadero porque no es meramente “informativo”, sino “performativo”, conlleva
consecuencias concretas en la existencia del hombre.
El concepto de la verdad ha estado expuesto a una evolución y ramificación amplia a lo largo de la
historia, hasta llegar al punto de que hay muchos tipos de verdad: subjetiva, objetiva, científica,
religiosa. Sin embargo, Benedicto XVI siempre ha afirmado que existe solamente una única verdad
que contiene en sí todas las ramas posibles de la verdad: Cristo. Él mismo afirma: yo soy el camino,
la verdad y la vida. La universalidad es uno de los atributos filosóficos de la verdad, pues el mismo
concepto de verdad significa aquello que corresponde a lo que es, a la realidad. Al tener la verdad
un carácter universal, abarca todas las dimensiones de la vida del hombre: religiosa, cotidiana…
La verdad y su conocimiento son parte esencial de la vocación del hombre en la tierra. El hombre
tiene inscrito en su corazón el deseo y la necesidad de conocer la verdad y de transmitirla a sus
semejantes.
El papa emérito afirma que “solamente la humildad puede llegar a la verdad”, pues, en el
cristianismo, la verdad no es solo un concepto abstracto, sino una persona a la que hay que conocer
(en el sentido bíblico), amar, y para conocer a Cristo hace falta humildad, porque Dios se oculta a
los soberbios de corazón y se revela a los humildes. Es Cristo mismo el que inicia la relación con el
hombre, atrayéndole hacia sí para revelarse a sí mismo.
Para comprender y abarcar el concepto de verdad que utiliza Benedicto XVI durante todo su
Magisterio, es necesario analizar el concepto bíblico de verdad. La palabra “verdad” en la Biblia, en
hebreo, se formó a partir de la raíz “amán” que resulta el amén litúrgico. Significa ser sólido, tener
un fundamento fuerte. Benedicto compara la palabra amén hebrea, representante de la fe judía con
el logos griego, representante de la filosofía. Para él, no se puede contraponer en ningún caso la
inteligencia con la fe, pues las dos tienden a la verdad, se tienen que complementar, pues la
inteligencia nos hace llegar a la verdad y la fe nos la hace conocer en el sentido bíblico de la
palabra, pues solamente por ella podemos conocer a Jesucristo bajo la acción del Espíritu, que guía
a los seguidores de Jesús hacia la verdad completa.
Se percibe en el concepto bíblico de la verdad cierto toque empírico. La verdad, para los hebreos es
de dimensión empírica, no intelectual y abstracta. La verdad es aquello, en lo que se puede confiar,
porque se ha experimentado que es sólido, que no defrauda. Encontrar la verdad no es fruto de
esfuerzos intelectuales, es fruto de una vivencia particular. Por eso Cristo mismo se atribuye el
título de verdad, porque el es Dios, y Dios es el sólido por excelencia, es la roca que se ha
convertido en piedra angular. En la mentalidad bíblica la verdad está muy ligada a la fidelidad. Ella
es una parte esencial de la verdad. Ella es fiel, lo que los griegos llamarían “inmutable”.

Llega hasta tal punto la identificación bíblica de la verdad con la fidelidad, que en el comentario a
Jn 1,14 en la Biblia de Jerusalén se dice que lleno de gracia y de verdad es equiparable a aquello
que le dice Dios a Moisés sobre sí mismo: lleno de amor y fidelidad.
Jn 8,32 Conoceréis la verdad y la verdad os hará libres. Hay que entender la palabra conocer en éste
versículo según su significado semítico, amar, permanecer en, denota cierta intimidad. Se conoce la
verdad si se mantiene en la palabra de Jesús, y como dice Benedicto XVI, todo lo que Jesús dice y
hace se dirige al Padre, Jesús lo revela definitivamente. Entonces, permanecer en la palabra de Jesús
es permanecer en la revelación del Padre. Si nos mantenemos en esa revelación, conoceremos la
verdad, pues la verdad es el Hijo, que vive en constante relación de amor con el Padre. El amor es el
que llega al conocimiento de todo, es la vía maestra para encontrar la verdad.
Jesús, durante su vida pública, habla reiteradamente sobre la verdad. Se conoce muy bien su
expresión: en verdad, en verdad os digo. Ésta expresión no debe ser entendida como el te lo juro
contemporáneo, pues la expresión que se utiliza en griego es amén. Amén, del cuál deriva emet en
hebreo, que es verdad, como ya lo hemos indicado anteriormente, significa algo sólido, en lo que se
puede confiar. Jesús no “constata” realidades, transmite una palabra que se cumple indudablemente,
la palabra que no vuelve a su lugar sin haber cumplido lo que debe cumplir. Jesús mismo es la
palabra que vuelve al cielo cumpliendo todo lo que debía cumplir, las Escrituras, la Torá. Al ser el la
palabra, el mismo es la verdad, es la roca verdaderamente solida (emet), en la que se puede confiar
sin quedar defraudado. Más tarde, será el Espíritu Santo el que llevará a los discípulos de Jesús y a
los cristianos a la verdad completa, el que les introducirá en la vida divina, para que ellos vivan en
mí (Cf. Jn 17). La vida divina es la única certeza, garantía del hombre, lo único realmente
“verdadero”, en lo que se puede apoyar el hombre. Por eso, los discípulos más tarde se atribuirán el
título de “testigos de la verdad”, porque han sido testigos de la vida divina, del amor a los
enemigos, de la vida eterna que no acaba, en conclusión, de la muerte y resurrección de Jesús.
Testigos del cumplimiento de la Torá, de la fidelidad, “emet”, verdad de Dios, que envía un
Salvador según lo prometido.
El papa alemán afirma que la verdad, si es buscada con sinceridad, se encuentra, mejor dicho, ella te
encuentra. Aunque el hombre se encuentre en el camino equivocado, si la busca con corazón
sincero, ella se dejara encontrar, porque: quién busca al Señor, lo encontrará. Al fin y al cabo, es la
verdad la que viene a nuestro encuentro en la dimensión existencial de nuestra vida. Dice Benedicto
XVI, que para que sea posible una vida recta, la conversión, es preciso conocer antes la verdad,
permanecer en ella. La verdad tiene dos caras: el amor de Dios y la impureza del hombre. Sí el
hombre no descubre una de estas dos cosas, no descubre ninguna de las dos. Si solamente se
descubre el amor de Dios, se acaba siendo indiferente, pues no necesita amor el que no se siente
débil y no quiere ser amado gratuitamente. Sin embargo, si solamente vemos nuestra condición
profunda de pecado, desesperamos, porque no hay salvación posible si no es en Jesucristo.
Juan Pablo II dice que cuando conocemos a Dios, nos conocemos a nosotros mismos. Se puede
crear un paralelo de éste pensamiento con la afirmación del papa emérito en su libro Jesús de
Nazaret; el ex papa dice que la revelación de la naturaleza divina es lo mismo que la explicación de
nuestro ser. Pues al entregar el Decálogo Dios no entrega simplemente preceptos que hay que
cumplir. Cada vez que Dios interactúa con su pueblo es para revelar algo de sí mismo. Entregándole
los 10 mandamientos, le entrega la vía para la felicidad, para la plena realización personal, “haz esto
y serás feliz.”
Comentando el Evangelio según san Lucas, Benedicto afirma sobre el hijo pródigo que su
“recapacitar” al estar fuera de la casa de su padre fue un abrir los ojos a la realidad. Se dio cuenta de
que estaba “fuera de sí”, alienado. De esta forma la conversión se nos presenta siempre como un
cambio de camino, una verdadera metanoia desde la mentira hacia la verdad. Cualquier pecado en
el fondo es una mentira, porque es una negación fundamental de la base de la existencia humana: he
sido creado por amor y para el amor. El pecado vuelve al hombre hacia sus propios intereses
egoístas, y de tal forma niega el propio sentido de la existencia. Éste camino del hijo pródigo hacia
su país, hacia si mismo, le muestra el camino al Padre, pues en nosotros está inscrito el deseo de
encontrar la verdad, que es Dios.
Hans Urs von Balthasar, teólogo del Concilio Vaticano II, del que el papa emérito mismo dice que
ha sido uno de sus guías en toda su obra teológica, afirma que la verdad es el Uno por excelencia,
que la verdad es una persona. La verdad en el sentido cristiano, es imposible de sistematizar, porque
la verdad hay que conocerla en el sentido bíblico, igual que se conoce a Dios. Al ser el mismo Jesús
la verdad, es imposible entenderle solamente a través de esfuerzos intelectuales, sino que el
intelecto debe ser iluminado por la luz de la fe. En su obra, Balthasar afirma que a Dios no se le
puede engañar, que solamente se le puede recibir con corazón sincero, porque el “entregarse” es la
naturaleza de Dios. Si continuamos con el paralelo Dios-verdad (Jesucristo, que es Dios, dice sobre
sí mismo que es la verdad, el camino y la vida), entonces la verdad es imposible encontrarla solo
por una determinación voluntaria del hombre, es preciso que esa verdad desee ser descubierta, se
permita encontrar. Según él, el hombre, a causa de su voluntad de control sobre todo, como
consecuencia del pecado original (ser como dios), desea que la verdad sea subordinada a sus
capacidades intelectuales. Por eso Dios escandaliza muchas veces, porque su forma de pensar es
incomprensible, y para el hombre esto resulta muchas veces inaceptable. Llega a afirmar que el
único principio hermenéutico para comprender la revelación, la Palabra de Dios, y en consecuencia,
la verdad misma, porque Dios en su Palabra se entrega al hombre, es el amor, que abarca la fe y la
humildad. Ella (la verdad), es un valor trascendental y por lo tanto supera al hombre, y algo que
supera al hombre no puede ser abarcado por su mente. El mismo Jesús dice que solamente a los
pequeños les han sido reveladas “estas cosas”. Cuales son éstas cosas? Las “cosas” que Jesús ha
venido a revelar a la tierra, son el amor y la misericordia del Padre, viene a revelar el verdadero
rostro del Padre, a ser testigo de la verdad (Jn 18).
Lo vemos en nuestra sociedad, todos los intentos de encontrar la verdad, que se llevan a cabo, sin
embargo, con prejuicios a Dios, han llevado a la conclusión de que no existe ninguna verdad, que
está determinada por la voluntad del hombre. Porque la verdad solo se revela a aquellos que la
buscan sinceramente, intentando llevar a cabo su vocación a ella, que está inscrita en el corazón del
hombre.

Benedicto XVI, cooperador de la verdad, afirma reiteradamente que la búsqueda de la verdad no es


solo la vocación del hombre, sino que está incrustada en su misma naturaleza. Es una condición
para una auténtica maduración. Llega a afirmar que los grandes problemas de la sociedad actual son
provocados por la falta de verdad, cuya consecuencia es la incapacidad de distinguir el bien y el
mal. Sin embargo, para el papa emérito, cuál es la fuente de ésta crisis contemporánea? Para el, la
respuesta es clara. “La crisis de la verdad está radicada en una crisis de fe”. Pues como ya hemos
afirmado anteriormente, solo la fe es capaz de llegar a la verdad con ayuda de la razón.
El relativismo es uno de los muchos problemas que investiga Benedicto para poder dar respuesta a
la crisis de verdad y de fe que está viviendo la humanidad. ¿Qué es el relativismo? Es la
absolutización del pensamiento subjetivo de cada uno, según el cuál cada uno tiene derecho a
poseer la verdad que quiera. Sin embargo, es fácil notar que ésta forma de pensar excluye la
posibilidad de la existencia de la verdad, pues la verdad en sí misma debe ser universal, pues si no
es universal, deja de ser verdad.
La maduración de la persona, según él, consiste en reconocer la verdad, y estar dispuesto a todo por
ella. Entregar la vida a la verdad es entregar la vida al amor, pues el amor es la segunda cara de la
misma moneda. Es imposible separar la verdad del amor, porque éste, el amor, solamente es
consistente cuando es verdadero, cuando se apoya en la verdad.
La frase fundamental para comprender el concepto de verdad que encontramos en toda su obra
teológica es la siguiente: “La verdad que nos hace libres es Cristo, porque solo él puede responder
plenamente a la sed de vida y amor que existe en el corazón humano”.
La verdad, ya en la filosofía clásica, está en la misma categoría de trascendentales que el bien. La
verdad es un bien en sí, independientemente de las circunstancias. El papa emérito dice que
tenemos miedo de que la fe en la verdad conlleve intolerancia. Sin embargo, la fe en la verdad, que,
como el mismo papa dice: es una persona, Jesucristo; es la única que nos puede llevar a la
verdadera humanización de la sociedad contemporánea. Eso no significa que proponer la verdad a
los demás no conlleve persecuciones, pues es lo que ha sufrido la Iglesia durante siglos, y lo está
volviendo a sufrir cada vez más en la sociedad actual, que ha rechazado la verdad. La persecución
ya fue anunciada por Jesucristo. Es una parte indispensable del mensaje transmitido a sus
discípulos. Benedicto XVI llega incluso a decir en su libro “Jesús de Nazaret” que la verdad no
tiene otra arma contra la mentira que no sea el testimonio del sufrimiento. Sin embargo, proponer la
verdad con humildad, y dar la razón de nuestra fe, es la misión, la esencia misma de la Iglesia, pues
ella, es misionera en sí. Como dice el papa Francisco, una Iglesia que no es misionera es una Iglesia
muerta. Ella ha sido llamada a anunciar y enseñar al mundo entero, pues ha recibido la Revelación
en toda su plenitud, a pesar de que nunca lleguemos a ser capaces de comprender enteramente la
riqueza de esta. Ésto es la diakonía de la verdad que la Iglesia ha sido llamada a ejercer por su
fundador y cabeza, Jesucristo, y cada vez que la Iglesia, por miedo a la persecución o por pseudo
tolerancia renuncia a ejercerla, renuncia al mismo Jesucristo, que es la verdad, y además prohíbe la
entrada en el Reino de los Cielos a los demás.
Evidentemente, la verdad debe ser dicha y propuesta siempre con amor y respeto a las diferencias
culturales y personales, porque es la única vía de comunión. Callar las diferencias y no mostrarlas
nunca es una solución para los litigios religiosos, culturales o personales de nuestra sociedad.
Para descubrir la verdad, es necesario dirigir nuestra mirada a Dios. Dios es el que nos revela la
verdad sobre nosotros mismos y sobre él. El hombre que propone la verdad a los demás y la predica
debe recordar que él es el primero que tiene que mostrar y practicar la sumisión a la misma. Si no,
nunca será capaz de mostrar el camino a los demás con espíritu amoroso. Pues un ciego no puede
guiar a otro ciego. Lo dice el mismo papa en una homilía.
Para pasar a lo grande siempre es necesario empezar por lo pequeño.
Para el papa emérito el cristianismo, aunque coincida en algo en el concepto filosófico clásico de la
verdad, propone una novedad fundamental. En su libro, introducción al cristianismo explica esta
diferencia afirmando que la filosofía propone la verdad como idea; el cristianismo la propone como
camino,vía
La historia del futuro papa nos explica muy bien su empeño por buscar la verdad. El nazismo,
ideología alrededor de la cual se desarrolla la vida del joven Ratzinger, le reafirma en su voluntad
de llevar la verdad a los hombres. Fue muy influenciado por ciertas personas de relevancia eclesial,
cardenales, obispos de Alemania que condenaban el nazismo, afirmando que se opone
completamente al mensaje de la Revelación. Durante el nacimiento del movimiento nazi, entra en
un seminario. Su estancia en el mismo se ve interrumpida por el repentino reclutamiento al ejército.
Después de su vuelta a casa, pocos años más tarde es consagrado sacerdote. Es comprensible que
después de vivir en un entorno en el que la verdad ha sido constantemente manipulada para
provecho de intereses personales, el papa alemán haya elegido como lema de su consagración
episcopal “cooperator veritas”. Seguir la verdad y buscarla sinceramente es buscar el “rostro de
Dios”.
La verdad es la que nos purifica y nos concede poco a poco penetrar en su misterio, nos lo revela
“todo”, pues indaga incluso los secretos de Dios. Al ser una persona, la verdad misma decide a
quién dar acceso a éste misterio y a quién no. Es el misterio de la elección: de la elección del pueblo
de Israel y posteriormente de los discípulos. Habría seguramente pueblos y personas mucho más
aptas desde el punto de vista humano para recibir la riqueza de la revelación. Sin embargo, la fuerza
de Dios se manifiesta en la debilidad,
Permanecer en la Palabra, inmersos en la vida divina, en la Iglesia, que es la herencia que Dios nos
ha dejado para no dejarnos “huérfanos”, es la vía para que la verdad nos abra los ojos y nos haga
ver la luz; pues, como se dice en el salmo: Tu luz, que es Jesucristo, y posteriormente, el Espíritu
Santo que actúa en la vida de la Iglesia; nos hace ver la luz. Ella nos purifica y nos abre los ojos
espirituales, para poder ver a Dios sin morir.
La verdad en Jesucristo es imposible entenderla sin tener la perspectiva del amor. El hombre debe
ser educado en la comprensión de la verdad, pasar un itinerario, una “iniciación” a la verdad. La
misma que Dios hace con su pueblo, revelando poco a poco su identidad. Dios no revela a su pueblo
inmediatamente que es el único Dios, ni la verdad trinitaria de su existencia. El pueblo elegido ha
tenido que pasar un tiempo muy largo, siendo purificado por la Palabra, hasta llegar a la “plenitud
de los tiempos” en la que Dios envía a su único Hijo a revelar el verdadero rostro de Dios: la
misericordia. El Espíritu proseguirá este camino de iniciación con la Iglesia, purificandola a lo largo
de la historia. Pies, como dijo Jesús: Él os guiará hasta la verdad completa.
Siguiendo con éste razonamiento, en el mismo libro, el papa emérito afirma citando a Edith Stein
que aquél que busca la verdad con corazón sincero, está en el camino de Cristo. La verdad no es una
opción en la vida del hombre, es una vocación. La verdad misma elige. Es una condición
indispensable para una conversión sincera. Sin conocer la verdad, se sigue siendo esclavo del
pecado y de las ilusiones falsas sobre uno mismo. Poco a poco, Dios lleva a sus elegidos a conocer
la verdad sobre la pecaminosidad del hombre y sobre el sobreabundante amor de Dios, cosa que se
remarca con mucha fuerza en el A.T, especialmente en los relatos de la vocación de los profetas (Cf.
Is 6).
Benedicto XVI afirma que todo pecado implica una vulneración de la verdad. Pues la verdad es,
como escriben los exegétas en un comentario en la Biblia de Jerusalén, la verdad es el plan que
Dios tiene para cada uno de nosotros, que se ve destruido por el pecado, pues el hombre “obliga” a
Dios a hacer su voluntad. Cualquier pecado es un dejar de seguir la verdad para seguir al mentiroso
desde el principio, al padre de la mentira. En el fondo, todo pecado lleva en sí la mentira original
que es “seréis como dioses”. Éste “seréis como dioses” resuena de forma diferente en la vida de
cada persona, dependiendo de las circunstancias virales vividas, etc. En conclusión, todo pecado es
una negación del plan de amor que Dios tiene sobre cada uno de nosotros, y la elección de la propia
vía.
De la obra de Benedicto se puede deducir su gran afición por los novísimos. Su comprensión de las
últimas realidades como revelación de las realidades interiores vividas ya en la tierra tienen gran
impacto en la escatología moderna. Comentando la parábola de Lázaro y el rico, llega a afirmar que
el infierno en el que aparece el rico es solamente un reflejo del vacío vivido en la tierra, aunque
tapado por los bienes materiales que le rodeaban.
Es muy interesante su forma de interpretar la parábola del Hijo pródigo. Para él, que afirma haber
sacado ésta enselanza de los Padres; la frase que reza: “recapacitó”, significa una vuelta a la verdad
sobre sí mismo. El hijo ve su realidad cuando se queda solo, sin bienes. Cuando se encuentra
consigo mismo en toda la rudeza de la realidad es cuando toma la decisión de volver a su casa,
volver a la verdad, al camino correcto, al camino del Padre, que es Jesucristo.
La vida del papa emérito es una búsqueda constante de la verdad en la relación con ella. Cristo no
solo es la verdad, sino es el camino que lleva hacia ella, hacia la verdad sobre el hombre, cuestión
de primera importancia durante toda la historia humana. La misión cristiana consiste en lo que fue
la misión de Israel, por ser ella el nuevo Israel. La misión es clara: ser luz del mundo, misión
encomendada a los discípulos. Ser fieles a la verdad, a la revelación transmitida por Jesucristo a
pesar de las dificultades que conlleve dicha misión.
Afirma que en sus deseos internos de verdad, muchas veces el hombre ha recurrido a medios
erróneos para establecer y sacar a la luz la verdad que muchos viven. Todas las revoluciones, al fin
y al cabo tienen por objetivo mostrar una verdad oculta en la sociedad: la discriminación de ciertos
grupos sociales, etc. El problema es que en éste mundo es imposible establecer la verdad definitiva,
pues este mundo está controlado por el príncipe de las tinieblas, al que Cristo llama en el Evangelio.
Padre de la mentira.
Para Benedicto, la verdad siempre tiene primacía sobre la comodidad o intereses personales, es un
bien que se debe buscar y defender, a veces incluso hasta llegar a dar la vida. Este es el verdadero
humanismo, la verdadera madurez, ser capaz de entregar la vida por algo que es mucho más grande
que mis intereses, incluso que mi vida. Pues viviendo una vida sin verdad, se acaba viviendo una
vida que no tiene sentido, pues la verdad es la que da un sentido definitivo y sólido a la vida
humana. Sin verdad, todo se tambalea. ¿Para qué todo lo que hago si al final nada tiene un valor
definitivo? Si nada es verdad.
En una de sus obras más importantes, Introducción al cristianismo, escrita antes de ser papa, Joseph
Ratzinger investiga el porqué de la renuncia a la verdad en la sociedad contemporánea, el porqué
del relativismo, la fuente de la gran apostasía de nuestra generación. Afirma que uno de los
principales responsables, aparte de Descartes, que es prácticamente el fundador del relativismo por
su famosa frase: “cogito ergo sum”; el entonces profesor de teología señala a un filósofo italiano
llamado Giambattista Vico. Éste filósofo hace una afirmación revolucionaria según el papa emérito;
afirma: Verum est quia factum”. La verdad es lo hecho. Diciendo esto, priva prácticamente de valor
el concepto de verdad de la filosofía clásica: verum est ens. Si solo lo que hemos hecho es verdad,
entonces cualquier cosa que no haya sido hecha por el hombre, o certificada por la ciencia no puede
ser verdadera. Se elimina cualquier atisbo de trascendencia en la mentalidad. Ésto nos lleva a la
mentalidad positivista y científica contemporánea. Desde entonces, la verdad no es algo a lo que el
hombre debe llegar a través de su razón, sino que es algo que se debe crear. La verdad ahora se
convierte en un valor factible. El hombre, de esta forma, sustituye el lugar de Dios. Por eso todas las
manipulaciones de la vida: abortos, eutanasia. Ya no existe un valor que sea superior al hombre,
pues la verdad es lo que él mismo dicta. Empieza a existir la relatividad de los valores.
Muchas veces utiliza el Evangelio según san Juan, ya que es el evangelista que habla con mucha
frecuencia de la verdad. Es Jua el que describe como Jesús dice las frases principales sobre la
verdad: conoceréis la verdad y os hará libre, permaneced en la verdad, yo soy la verdad, etc... Juan
es el que ha conocido la verdad como persona, y Benedicto insiste en que ésta es la misión y la
gracia que tiene cada cristiano, ver la verdad, tocarla, la Palabra de Vida.
El papa emérito en su libro exegético teológico Jesús de Nazaret indaga los Evangelios para
redescubrir la persona histórica y teológica de Jesús. En el libro habla reiteradamente sobre la
verdad, especialmente refiriéndose al evangelio citado anteriormente. La vida del cristiano,
influenciada y abarcada por la obra del Espíritu Santo, es un encaminarse hacia la verdad que el
Paráclito revela a los cristianos, ya que el mismo Jesús lo envía para continuar su misión salvífica
en el seno de la Iglesia.
El mismo afirma que sus meditaciones y obras siempre han estado acompañadas de oración y
relación con Dios.
Analizando el evangelio según san Juan en la primera parte de su libro Jesús de Nazaret, denota una
similitud entre el encaminarse hacia la verdad de Juan y el recuerdo de María en el Evangelio de
Lucas. Éste recordar, meditar, como María, que es imagen de la Iglesia, nos lleva a la verdad, pues,
como dice el papa no es un proceso puramente psicológico, sino que es la acción del Espíritu la que
nos lleva a confrontar los acontecimientos de nuestra vida y entenderlos como palabra de Dios, por
la que se hizo todo. Éste proceso nos lleva a profundizar en la obra de Dios, en su Revelación, para
así llegar cada vez más a la verdad, a desvelar el misterio que nunca será desvelado completamente.
Llega incluso a afirmar que el hombre vive de la verdad y de ser amado por Ella. En la teología de
san Juan se denota mucho esta oposición verdad-mentira que desarrolla el papa en su obra. Alguien
sin verdad es alguien perdido, que no tiene orientación en la vida, no tiene una meta y por lo tanto,
carece de esperanza: cosa que recrimina san Pablo en una epístola diciendo: no seáis como los que
viven sin Dios, sin esperanza. Porque un hombre que carece de esperanza carece de sentido en su
vida.
En el fondo para el papa, la verdad, el amor, el bien, la vida, todo esto se comprende en el
Evangelio según san Juan en una sola frase de Jesús: la alegría completa. Es imposible hablar de
uno de éstos conceptos sin hacer referencia al otro, pues están entrelazados. Al ser valores
trascendentes, divinos, todos derivan de una sola fuente; y llegar a ésta fuente y contemplarla, en el
sentido de participar, es la meta final del cristiano. Esa fuente es Dios. A Dios no se le puede separar
de éstos atributos, no existe Dios que no sea verdad, que no sea amor, que no sea bien, etc. Dios
“es”, es uno, único, no se le puede descomponer para analizarlo, pues es el Simple por exccelencia,
que es también un atributo de Dios. Él no es un ser compuesto.
El camino del hombre siempre es un camino hacia la “verdad completa”. Al encontrarse la verdad,
sucede la “metanoia”, por, como afirma Benedicto, la “conmoción ante la verdad”. Al no poder ser
indiferente hacia ella, el hombre, siendo consciente de haber llevado una vida errónea, es impulsado
hacia la penitencia y la esperanza puesta en el futuro. Es el movimiento interior que se lleva a cabo
en la parábola sobre el hijo pródigo. Siente cierta “nostalgia” por la vida en la casa del padre, por su
verdadera vida, de la cual se rebeló, saliendo de su casa, y exigiéndole al padre la herencia antes del
tiempo debido, queriendo de esa forma huir de su realidad. En la tierra extranjera, se da cuenta de
que vive una vida que no es suya, y entonces, como dice el papa, vuelve a sí mismo, vuelve a dirigir
su mirada hacia la verdad, que es el Padre; y en él se produce la conversión.
San Agustín, cuya teología ha inspirado muchas veces al santo padre en sus obras, siempre afirma
con contundencia que Dios es la verdad, y lo demás es vanidad. Que la única verdad que contiene
en sí todas las demás verdades es Dios.
En el cristianismo, la verdad no es un concepto ni se aferra a ninguna filosofía concreta, es
imposible definirla científicamente; en el cristianismo, la verdad es alguien.
La virtud de la esperanza también está dirigida hacia la verdad: la esperanza para Benedicto no es
un simple esperar algo, es una certeza basada en la experiencia cristiana. El cristiano es certero en
su esperanza pues se basa en el encuentro con la verdad en persona.
¿Es posible llegar a la verdad individualmente? Para poder encontrar la respuesta a esta pregunta es
necesario analizar la racionalidad de la verdad y la importancia de la razón en la búsqueda de la
misma. Para esto utilizaremos una encíclica que ha sido varias veces comentada por Ratzinger: la
encíclica “Fides et ratio”. Ésta encíclica ha sido fundamental en la comprensión católica de la razón
y su importancia en la búsqueda del sentido de la vida humana. El papa Benedicto, analizando la
encíclica, afirma: “ha querido defender la fuerza de la razón y su capacidad de alcanzar la verdad”.
Para el papa, la razón es capaz de alcanzar de forma autónoma la verdad; recordemos las palabras
de Jesús: el que busca encuentra; aunque la verdad en su plenitud, es posible encontrarla solamente
gracias a la fe, que nos lleva al encuentro personal con la Verdad, que nos acompaña en el
crecimiento en la fe, que son los ojos que nos hacen ver la verdadera dimensión de la realidad, y, en
consecuencia, la Verdad misma.
La Iglesia misma, entre las misiones transmitidas por Cristo a los apóstoles, cuenta con la diaconía
de la verdad. La predicación de Cristo que es la verdad, es indispensable en la vida de la Iglesia. Es
su obligación moral y misionera, revelar el mensaje salvífico, que constituye la verdad a los demás.
El papa Benedicto XVI, durante todo su ministerio, ha acentuado con mucha fuerza éste servicio, en
un mundo que está a merced del relativismo y la mentira.
La razón humana tiende a la verdad por naturaleza, se puede decir que está “configurada” para
buscarla. Sto Tomás de Aquino lo dice en su “Suma Teológica”, afirmando lo siguiente: “se llama
verdadero aquello a lo que tiende el entendimiento”. La razón humana, creada para alabar a Dios y
a dar testimonio sobre él, está dirigida directamente a Dios.
El papa afirma que la vocación del hombre es trascendente. 1 Éste fenómeno lo podemos contemplar
en la vida cotidiana, cuando percibimos la falta de algo, lo que Kierkegaard, filósofo existencialista,
denominaba como angustia. Una falta de plenitud experimentada en el día a día del hombre.
Sin embargo, esa falta de plenitud se ha visto obcecada por el materialismo práctico que se vive en
nuestra sociedad. El consumismo y todas las facilidades conseguidas por la humanidad en los
últimos siglos han hecho que el hombre haya acabado siendo esclavo del placer.
La verdad es el anhelo del hombre. El hombre tiene en su corazón una huella de Dios que ha dejado
en él una insatisfacción crónica, cierta nostalgia por el paraíso perdido. Por eso el hombre es un ser
que se encuentra en una búsqueda constante. Una búsqueda de la belleza, de la justicia, de la paz, de
la verdad; de esos valores trascendentes, pues al fin y al cabo, es su vocación. Como dice san Pablo,
somos ciudadanos del cielo. Somos peregrinos en esta tierra buscando una patria perdida por el
pecado original, a la que sin embargo, nos devuelve Jesús por su ascensión a los cielos, derramando
sobre nosotros la gracia concedida en el bautismo, de ser hijos de Dios. Jesucristo ha recibido
nuestra naturaleza para divinizar la nuestra. El hombre, a partir del misterio pascual, recibe la
participación de la naturaleza de Dios.
Además, el hombre, más que en búsqueda de una patria, se encuentra en una constante búsqueda de
sentido, de una veracidad. Lo que no tiene verdad, no tiene valor alguno aparte del placer pasajero.
El relativismo elimina cualquier atisbo de posibilidad de que exista algún valor trascendental, por
eso, afirman los relativistas que el hombre está en su derecho de opinar qué es lo mejor para él, sin
tener en cuenta los valores trascendentales. A pesar de eso, una sociedad basada en el relativismo es

1 papa, B. (2005, November 25). Inauguración del Año Académico de la Universidad Católica del Sagrado Corazón
(25 de noviembre de 2005) | Benedicto XVI. Vatican.
https://www.vatican.va/content/benedict-xvi/es/speeches/2005/november/documents/
hf_ben_xvi_spe_20051125_universita-sacro-cuore.html
una utopía. No puede existir orden ni paz en una sociedad sin verdad. Sería una caída en la
anarquía, pues cualquier opinión sería válida. La democracia entonces se convierte en el arma
encubridora de la dictadura. Una dictadura de la opinión establecida por la mayoría. En un mundo
así, las minorías se marginarían y se tratarían de eliminar.
La dictadura del relativismo es la dictadura de la mentira, de lo falso; y el padre de la mentira es
Satanás, que es el príncipe de este mundo. El hombre ha sustituido la verdad por el placer y el
confort. La desaparición y sustitución de distintos valores que hace unos siglos parecían
inconmovibles son fruto de un proceso de secularización de nuestra sociedad. La filosofía moderna
se ha apoyado mucho sobre el pesimismo nitzscheano que afirmaba que la religión es para los
débiles, que nos quieren tener controlados y que hay que volver a una sociedad anárquica, en la que
sobreviva el más fuerte. Los débiles no son necesarios. Por eso, la verdad ha perdido su
trascendencia, porque al fin y al cabo, en una sociedad así, la verdad es lo que dicte el que es más
fuerte. Recordemos las grandes dictaduras del último siglo: Hitler, Mussolini, etc.

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