A Todo Amor Angel Gonzalez
A Todo Amor Angel Gonzalez
A Todo Amor Angel Gonzalez
Yo sé que existo
porque tú me imaginas.
Soy alto porque tú me crees
alto, y limpio porque tú me miras
con buenos ojos,
con mirada limpia.
Tu pensamiento me hace
inteligente, y en tu sencilla
ternura, yo soy también sencillo
y bondadoso.
Pero si tú me olvidas
quedaré muerto sin que nadie
lo sepa. Verán viva
mi carne, pero será otro hombre
—oscuro, torpe, malo— el que la habita...
2.
Mientras tú existas,
mientras mi mirada
te busque más allá de las colinas,
mientras nada
me llene el corazón,
si no es tu imagen, y haya
una remota posibilidad de que estés viva
en algún sitio, iluminada
por una luz —cualquiera...
Mientras
yo presienta que eres y te llamas
así, con ese nombre tuyo
tan pequeño,
seguiré como ahora, amada
mía,
transido de distancia,
bajo este amor que crece y no se muere,
bajo este amor que sigue y nunca acaba.
5. FINAL
¿Qué interroga
el girasol más alto sobre
las rosas?
¡Mudo
espanto del jazmín! Las ampulosas
dalias retuercen su violenta
envidia. Una begonia
extiende al sol la palma verde
de su mano. Viva, ojerosa
flor: el pensamiento.
Pero tú cortas
un clavel.
Los alhelíes
recobraron su aroma.
15.
Apoyas la mano
en un árbol. Las hormigas
tropiezan con ella y se detienen,
dan la vuelta, vacilan.
Es dulce tu mano. La corteza
del abedul también es dulce: dulcísima.
Una agridulce plata otoñal sube
desde su raíz honda hacia ti misma.
Mojada por la luz sucia y filtrada,
peinada fríamente por la brisa,
te estás quedando así: cada momento
más sola, más pura, más concisa.
16. LA LLUVIA
A veces,
mi egoísmo me llena
de maldad,
y te odio casi
hasta hacerme daño
a mí mismo:
son los celos, la envidia,
el asco
al hombre, mi semejante
aborrecible, como yo
corrompido y sin remedio,
mi querido
hermano y parigual en la desgracia.
¿Cómo seré yo
cuando no sea yo?
Cuando el tiempo
haya modificado mi estructura,
y mi cuerpo sea otro,
otra mi sangre,
otros mis ojos y otros mis cabellos.
Pensaré en ti, tal vez.
Seguramente,
mis sucesivos cuerpos
—prolongándome, vivo, hacia la muerte—
se pasarán de mano en mano,
de corazón a corazón,
de carne a carne,
el elemento misterioso
que determina mi tristeza
cuando te vas,
que me impulsa a buscarte ciegamente,
que me lleva a tu lado
sin remedio:
lo que la gente llama amor, en suma.
Y los ojos
—qué importa que no sean estos ojos—
te seguirán a donde vayas, fieles.
22. ME BASTA ASÍ
Si yo fuese Dios
y tuviese el secreto,
haría
un ser exacto a ti;
lo probaría
(a la manera de los panaderos
cuando prueban el pan, es decir:
con la boca),
y si ese sabor fuese
igual al tuyo, o sea
tu mismo olor, y tu manera
de sonreír,
y de guardar silencio,
y de estrechar mi mano estrictamente,
y de besarnos sin hacernos daño
—de esto sí estoy seguro: pongo
tanta atención cuando te beso—;
entonces,
si yo fuese Dios,
podría repetirte y repetirte,
siempre la misma y siempre diferente,
sin cansarme jamás del juego idéntico,
sin desdeñar tampoco la que fuiste
por la que ibas a ser dentro de nada;
ya no sé si me explico, pero quiero
aclarar que si yo fuese
Dios, haría
lo posible por ser Ángel González
para quererte tal como te quiero,
para aguardar con calma
a que te crees tú misma cada día,
a que sorprendas todas las mañanas
la luz recién nacida con tu propia
luz, y corras
la cortina impalpable que separa
el sueño de la vida,
resucitándome con tu palabra,
Lázaro alegre,
yo,
mojado todavía
de sombras y pereza,
sorprendido y absorto
en la contemplación de todo aquello
que, en unión de mí mismo,
recuperas y salvas, mueves, dejas
abandonado cuando —luego— callas...
(Escucho tu silencio.
Oigo
constelaciones: existes.
Creo en ti.
Eres.
Me basta.)
23. LAS PALABRAS INÚTILES
Le comenté:
—Me entusiasman tus ojos.
Y ella dijo:
—¿Te gustan solos o con rímel?
—Grandes,
respondí sin dudar.
Y también sin dudar
me los dejó en un plato y se fue a tientas.
30. SIEMPRE LO QUE
QUIERAS
Pero ya te lo dije:
cuando quieras marcharte ésta es la puerta:
se llama Ángel y conduce al llanto.
31. OTRAS VECES
Desearía mirarme
con las pupilas duras de aquel que más me odia,
para que así el desprecio
destruya los despojos
de todo lo que nunca enterrará el olvido.
32. ASÍ NUNCA VOLVIÓ A SER
Amo el campus
universitario,
sin cabras,
con muchachas
que pax
pacem
en latín,
que meriendan
pas pasa pan
con chocolate
en griego,
que saben lenguas vivas
y se dejan besar
en el crepúsculo
(también en las rodillas)
y usan
la coca cola como anticonceptivo.
inútilmente.
allí,
en la esquina más negra del desamparo, donde
el nunca y el ayer trazan su cruz de sombras,
Yo he devorado tú
me has devorado
en un único incendio.
Abandona cuidados:
lo que ha ardido
ya nada tiene que temer del tiempo.
37. CALAMBUR
La axila vegetal, la piel de leche,
espumosa y floral, desnuda y sola,
niegas tu cuerpo al mar, ola tras ola,
y lo entregas al sol: que le aproveche.
I
¡Qué fragor el del sol contra los árboles!
Se agita todo el monte en verde espuma.
El aire es una llama transparente
que enciende y no consume
lo que sus lenguas lúcidas abrazan.
Por la profundidad turbia del cielo,
ánades cruzan en bandadas, hondos:
pétalos de la Rosa de los Vientos
que —¿ hacia dónde, hacia dónde?—
los vientos caprichosos arrebatan.
Desde
las zarzas crepitantes de luz y mariposas,
la voz de un dios me exige
que sacrifique aquello que más amo.
II
De besos y abrazos
no nacen muchachos,
pero tocan a vísperas.
¡Aire! ¡Aire!
(El viento frío y azul la tarde.)
Dicen
que te dejas besar en los portales
y abrazar la cintura.
¡Aire! ¡Aire!
Me callaré tu nombre,
pero escucha:
de besos y abrazos
no nacen muchachos,
porque no eran los míos.
40. CANCIÓN, GLOSA Y
CUESTIONES
¿Cómo
solar tan diminuto
puede ser compartido
por una población tan numerosa?
Anillado
como un mono doméstico,
salté de cama en cama.
Amor mío:
el tiempo turbulento pasó por mi corazón
igual que, durante una tormenta, un río pasa bajo un puente:
rumoroso, incesante, lleva lejos
hojas y peces muertos,
fragmentos desteñidos del paisaje,
agonizantes restos de la vida.
Ahora,
todo ya aguas abajo
—luz distinta y silencio—,
quedan sólo los ecos de aquel fragor distante,
un aroma impreciso a cortezas podridas,
y tu imagen entera, inconmovible,
tercamente aferrada
—como la rama grande
que el viento desgajó de un viejo tronco—
a la borrosa orilla de mi vida.
43. TODO AMOR ES EFÍMERO
Te llamábamos
a veces por tu nombre
para decirte lo que nos dolía,
para pedirte cosas,
para quejarnos
del frío
—como si fueses responsable del invierno-
o para preguntarte, suspicaces,
en dónde habías guardado esto o lo otro.
Pero
¿qué te dimos realmente?
¿Qué hubiéramos podido haberte dado
a ti, que no pedías,
que parecías no necesitar nada
más que estuviéramos allí, llamándote
a veces por tu nombre,
para pedirte siempre:
—danos, danos?
Acaso amor,
esa palabra impronunciable, impura.
Porque lo extraño es que tal vez te amábamos.
Pienso que te amábamos.
¡Ah, sí, cómo te amábamos!
podrá evitarlo:
exento, libre,