Eco, U. Capítulos 2, 3 y 8, de Lector in Fábula.
Eco, U. Capítulos 2, 3 y 8, de Lector in Fábula.
Eco, U. Capítulos 2, 3 y 8, de Lector in Fábula.
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2.1. Interpretante, ground, significado, objeto
42
Se ve claramente que, en el segundo texto, el interpre-
tante ya no es una idea, sino un segundo signo. Si subsiste
alguna idea, ésta es la idea del segundo signo, que debe tener
su propio representamen independientemente de esa idea.
Además, la idea interviene aquí para reducir la haecceitas de
ese objeto dado: este objeto es tal sólo en cuanto se le piensa
según determinado aspecto. Se le piensa como abstracción,
como modelo de una experiencia posible (y enfocada desde
una perspectiva muy específica).
Nada nos autoriza a pensar que Peirce usaba el término
"objeto" para referirse a determinada cosa concreta (lo que
en la semántica de Ogden y Richards se denomina "el refe-
rente"). En realidad, Peirce no niega la posibilidad de indicar
objetos concretos, pero esto sólo ocurre en expresiones como
"este perro" (y únicamente en ese sentido el objeto es una
haecceitas: véase 5.434). Sin embargo, hay que recordar que,
para Peirce, también |ir|, |sobre|, |de todos modos| (y, por
consiguiente, también |en vez| y |aunque|) son representame-
na. Naturalmente, para un realista, como pretendía ser Peirce,
también estas expresiones se refieren a experiencias concretas;
por otra parte, toda teoría semántica que trata de determinar
el significado de los términos sincategoremáticos organiza pa-
res opositivos, como sobre/debajo o ir/venir, como elementos
del contenido, precisamente en cuanto reflejan y legitiman
nuestra experiencia concreta de las relaciones espaciotempo-
rales. Pero, para Peirce, |ir| es una expresión sólo dotada del *
tipo de identidad que surge del consenso entre sus múltiples
manifestaciones: de modo que su objeto es la existencia de
una ley. Por otra parte, una idea es una cosa, aunque su modo
de existencia no sea el de la haecceitas (3.460). En el caso
de una expresión como |Hamlet era loco|, Peirce dice que su
objeto es sólo un mundo imaginario (o sea, un mundo po-
sible) y está determinado por el signo, mientras que una
orden como |¡Des-canso!| tiene como objeto propio ya sea la
acción respectiva por parte de los soldados o bien "el uni-
43
verso de las cosas que el Capitán desea en este momento"
(5.178). El hecho de que, en este mensaje, Peirce mezcle la
respuesta de los soldados con las intenciones del capitán re-
vela la existencia de cierta ambigüedad en su definición de
objeto. De hecho, el primer caso representa más bien una
interpretación del signo, como veremos más adelante. Pero
en ambos casos está claro que el objeto no es, necesariamen-
te, una cosa o un estado del mundo: es más bien una regla,
una ley, una prescripción (podríamos decir: una instrucción
semántica). Es la descripción operativa de una clase de expe-
riencias posibles.
En realidad, Peirce habla de dos tipos de objetos (4.536,
este texto es de 1906). Hay un Objeto Dinámico que "de
alguna manera obliga a determinar el signo por su represen-
tación" y hay un Objeto Inmediato que es "el objeto tal
como el signo mismo lo representa, cuyo Ser depende, pues,
de la Representación que de él se da en el Signo".
2.2. £1 Ground
44
3. EL LECTOR MODELO
73
decir, entonces, que todo mensaje postula una competencia
gramatical por parte del destinatario, incluso si se emite en una
lengua que sólo el emisor conoce (salvo los casos de gloso-
lalia, en que el propio emisor supone que no cabe interpre-
tación lingüística alguna, sino a lo sumo una repercusión
emotiva y una evocación extralingüística).
Abrir el diccionario significa aceptar también una serie de
postulados de significación: x un término sigue estando esen-
cialmente incompleto aun después de haber recibido una defi-
nición formulada a partir de un diccionario mínimo. Este dic-
cionario nos dice que un bergantín es una nave, pero no des-
entraña otras propiedades semánticas de |nave|. Esta cuestión
se vincula, por un lado, con el carácter infinito de la interpre-
tación (basado, como hemos visto, en la teoría peirciana de
los interpretantes) y, por otro, con la temática del entrañe
(entailment) y de la relación entre propiedades necesarias,
esenciales y accidentales (cf. 4).
Sin embargo, un texto se distingue de otros tipos de ex-
presiones por su mayor complejidad. El motivo principal de
esa complejidad es precisamente el hecho de que está pla-
gado de elementos no dichos (cf. Ducrot, 1972).
"No dicho" significa no manifiesto en la superficie, en
el plano de la expresión: pero precisamente son esos elemen-
tos no dichos los que deben actualizarse en la etapa de la
actualización del contenido. Para ello, un texto (con mayor
fuerza que cualquier otro tipo de mensaje) requiere ciertos
movimientos cooperativos, activos y conscientes, por parte
del lector.
Dado el fragmento de texto:
74
es evidente que el lector debe actualizar el contenido a través
de una compleja serie de movimientos cooperativos. Dejemos
de lado, por el momento, la actualización de las correferencias
(es decir, la necesidad de establecer que el |tú| implícito en
el uso de la segunda persona singular del verbo |haber| se
refiere a Juan); pero ya esta correferencia depende de una
regla conversacional en virtud de la cual el lector supone
que, cuando no se dan otras especificaciones, dada la pre-
sencia de dos personajes, el que habla se refiere necesaria-
mente al otro. Sin embargo, esta regla conversacional se in-
jerta sobre otra decisión interpretativa, es decir, sobre una
operación extensional que realiza el lector: éste ha decidido
que, sobre la base del texto que se le ha suministrado, se
perfila una parcela de mundo habitada por dos individuos,
Juan y María, dotados de la propiedad de encontrarse en
el mismo cuarto. Por último, el hecho de que María se en-
cuentre en el mismo cuarto que Juan depende de otra infe-
rencia basada en el uso del artículo determinado |el|: hay un
cuarto, y sólo uno, del cual se habla.2 Aún queda por ave-
riguar si el lector considera oportuno identificar a Juan y a
María, mediante índices referenciales, como entidades del
mundo externo, que conoce sobre la base de una experien-
cia previa que comparte con el autor, si el autor se refiere a
individuos que el lector desconoce o si el fragmento de texto
(9) debe conectarse con otros fragmentos de texto previos o
ulteriores en que Juan y María han sido interpretados, o lo
serán, mediante descripciones definidas.
Pero, como decíamos, soslayemos todos estos problemas.
No hay dudas de que en la actualización inciden otros mo-
vimientos cooperativos. En primer lugar, el lector debe ac-
tualizar su enciclopedia para poder comprender que el uso
75
del verbo |volver| entraña de alguna manera que, previa-
mente, el sujeto se había alejado (una gramática de casos
analizaría esta acción atribuyendo a los sustantivos determi-
nados postulados de significación: el que vuelve se ha alejado
antes, así como el soltero es un ser humano masculino adul-
to). En segundo lugar, se requiere del lector un trabajo de
inferencia para extraer, del uso del adversativo |entonces|, la
conclusión de que María no esperaba ese regreso, y de la de-
terminación |radiante|, el convencimiento de que, de todos
modos, lo deseaba ardientemente.
Así, pues, el texto está plagado de espacios en blanco,
de intersticios que hay que rellenar; quien lo emitió preveía
que se los rellenaría y los dejó en blanco por dos razones.
Ante todo, porque un texto es un mecanismo perezoso (o eco-
nómico) que vive de la plusvalía de sentido que el destina-
tario introduce en él y sólo en casos de extrema pedantería,
de extrema preocupación didáctica o de extrema represión
el texto se complica con redundancias y especificaciones ulte-
riores (hasta el extremo de violar las reglas normales de con-
versación).3 En segundo lugar, porque, a medida que pasa de
la función didáctica a la estética, un texto quiere dejar al
lector la iniciativa interpretativa, aunque normalmente desea
ser interpretado con un margen suficiente de univocidad. Un
texto quiere que alguien lo ayude a funcionar.
Naturalmente, no intentamos elaborar aquí una tipología
de los textos en función de su "pereza" o del grado de li-
bertad que ofrece (libertad que en otra parte hemos definido
como "apertura"). De esto hablaremos más adelante. Pero
3. Sobre el tema de las reglas conversacionales hay que referirse,
naturalmente, a Grice, 1967. De todos modos, recordemos cuáles son
las máximas conversacionales de Grice. Máxima de la cantidad: haz
de tal modo que tu contribución sea tan informativa como lo re-
quiere la situación de intercambio; máximas de la cualidad: no digas
lo que creas que es falso ni hables de algo si no dispones de pruebas
adecuadas; máxima de la relación: sé pertinente; máximas del estilo:
evita la oscuridad de expresión, evita la ambigüedad, sé breve (evita
los detalles inútiles), sé ordenado.
76
debemos decir ya que un texto postula a su destinatario como
condición indispensable no sólo de su propia capacidad co-
municativa concreta, sino también de la propia potencialidad
significativa. En otras palabras un texto se emite para que
alguien lo actualice; incluso cuando no se espera (o no se
desea) que ese alguien exista concreta y empíricamente.
77
miento ciertas presuposiciones, para reprimir idiosincrasias,
etcétera. Por eso, también en el Tratado sugeríamos una
serie de constricciones pragmáticas que se ejemplifican en
la figura 1.
circunstancias que orientan las presuposiciones circunstancias concretas que desvían Jas presuposiciones
FIGURA 1
78
Hemos dicho que el texto postula la cooperación del
lector como condición de su actualización. Podemos mejorar
esa formulación diciendo que un texto es un producto cuya
suerte interpretativa debe formar parte de su propio meca-
nismo generativo: generar un texto significa aplicar una estra-
tegia que incluye las previsiones de los movimientos del otro;
como ocurre, por lo demás, en toda estrategia. En la estra-
tegia militar (o ajedrecística, digamos: en toda estrategia de
juego), el estratega se fabrica un modelo de adversario. Si
hago este movimiento, arriesgaba Napoleón, Wellington de-
bería reaccionar de tal manera. Si hago este movimiento, ar-
gumentaba Wellington, Napoleón debería reaccionar de tal
manera. En ese caso concreto, Wellington generó su estra-
tegia mejor que Napoleón, se construyó un Napoleón Modelo
que se parecía más al Napoleón concreto que el Wellington
Modelo, imaginado por Napoleón, al Wellington concreto. La
analogía sólo falla por el hecho de que, en el caso de un
texto, lo que el autor suele querer es que el adversario gane,
no que pierda. Pero no siempre es así. El relato de Al-
phonse Aliáis que analizaremos en el último capítulo se pa-
rece más a la batalla de Waterloo que a la Divina Comedia.
Pero en la estrategia militar (a diferencia de la ajedre-
cística) pueden surgir accidentes casuales (por ejemplo, la
ineptitud de Grouchy). Otro tanto ocurre en los textos: a ve-
ces, Grouchy regresa (cosa que no hizo en Waterloo), a veces
llega Massena (como sucedió en Marengo). El buen estratega
debe contar incluso con estos acontecimientos casuales, debe
preverlos mediante un cálculo probabilístico. Lo mismo debe
hacer el autor de un texto. "Ese brazo del lago de Como":
¿y si aparece un lector que nunca ha oído hablar de Como?
Debo apañármelas para poder recobrarlo más adelante; por
el momento juguemos como si Como fuese un flatus vocis,
similar a Xanadou. Más adelante se harán alusiones al cielo
de Lombardía, a la relación entre Como, Milán y Bérgamo,
79
a la situación de la península itálica. Tarde o temprano, el
lector enciclopédicamente pobre quedará atrapado.
Ahora, la conclusión parece sencilla. Para organizar su
estrategia textual, un autor debe referirse a una serie de com-
petencias (expresión más amplia que "conocimiento de los
códigos") capaces de dar contenido a las expresiones que
utiliza. Debe suponer que el conjunto de competencias a que
se refiere es el mismo al que se refiere su lector. Por consi-
guiente, deberá prever un Lector Modelo capaz de cooperar
en la actualización textual de la manera prevista por él y de
moverse interpretativamente, igual que él se ha movido gene-
rativamente.
Los medios a que recurre son múltiples: la elección de
una lengua (que excluye obviamente a quien no la habla),
la elección de un tipo de enciclopedia (si comienzo un texto
con |como está explicado claramente en la primera Crítica.., ¡
ya restrinjo, y en un sentido bastante corporativo, la imagen
de mi Lector Modelo), la elección de determinado patrimonio
léxico y estilístico... Puedo proporcionar ciertas marcas dis-
tintivas de género que seleccionan la audiencia: |Queridos ni-
ños, había una vez en un país lejano...|; puedo restringir el
campo geográfico: |¡Amigos, romanos, conciudadanos!]. Mu-
chos textos señalan cuál es su Lector Modelo presuponiendo
apertis verbis (perdón por el oxímoron) una competencia enci-
clopédica específica. Para rendir homenaje a tantos análisis
ilustres de filosofía del lenguaje, consideremos el comienzo
de Waverley, cuyo autor es notoriamente su autor:
(10) ... ¿qué otra cosa hubiesen podido esperar mis lectores de
epítetos caballerescos como Howard, Mordaunt, Mortimer o
Stanley, o de sonidos más dulces y sentimentales como Bel-
more, Belville, Belfield y Belgrave, sino páginas triviales,
como las que fueron bautizadas de ese modo hace ya me-
dio siglo?
Sin embargo, en este ejemplo hay algo más que lo ya men-
cionado. Por un lado, el autor presupone la competencia de
80
su Lector Modelo; por otro, en cambio, la instituye. También
a nosotros, que no teníamos experiencia de las novelas gó-
ticas conocidas por los lectores de Walter Scott, se nos invita
ahora a saber que ciertos nombres connotan "héroe caba-
lleresco" y que existen novelas de caballería pobladas de per-
sonajes como los mencionados, que ostentan características
estilísticas en cierto sentido lamentables. t.
De manera que prever el correspondiente Lector Modelo
no significa sólo "esperar" que éste exista, sino también mo-
ver el texto para construirlo. Un texto no sólo se apoya sobre
una competencia: también contribuye a producirla. Así, pues,
¿un texto no es tan perezoso y su exigencia de cooperación
no es tan amplia como lo que quiere hacer creer? ¿Se parece
a una caja llena de elementos prefabricados ("kit") que hace
trabajar al usuario sólo para producir un único tipo de pro-
ducto final, sin perdonar los posibles errores, o bien a un
"mecano" que permite construir a voluntad una multiplicidad
de formas? ¿Es una lujosa caja que contiene las piezas de
un rompecabezas que, una vez resuelto, siempre dará como
resultado a la Gioconda, o, en cambio, es una simple caja de
lápices de colores?
¿Hay textos dispuestos a asumir los posibles eventos pre-
vistos en la figura 1? ¿Hay textos que juegan con esas des-
viaciones, que las sugieren, que las esperan; textos "abier-
tos" que admiten innumerables lecturas, capaces de propor-
cionar un goce infinito? ¿Estos textos de goce renuncian a
postular un Lector Modelo o, en cambio, postulan uno de
otro tipo? 4
Cabría tratar de elaborar ciertas tipologías, pero la lista
se presentaría en forma de continuum graduado con infinitos
81
matices. Propongamos sólo, en un plano intuitivo, dos casos
extremos (más adelante buscaremos una regla unificada y uni-
ficadora, una matriz generativa que justifique esa diversidad).
82
sido adecuadamente prevista, ya sea por un error de valora-
ción semiótica, por un análisis histórico insuficiente, por un
prejuicio cultural o por una apreciación inadecuada de las
circunstancias de destinación. Un ejemplo espléndido de tales
aventuras de la interpretación lo constituyen Los misterios
de París, de Sue. Aunque fueron escritos desde la perspectiva
de un dandi para contar al público culto las excitantes expe-
riencias de una miseria pintoresca, el proletariado los leyó
como una descripción clara y honesta de su opresión. Al
advertirlo, el autor los siguió escribiendo para ese proleta-
riado: los embutió de moralejas socialdemócratas, destinadas
a persuadir a esas clases "peligrosas" —a las que compren-
día, aunque no por ello dejaba de temer— de que no deses-
peraran por completo y confiaran en el sentido de la justicia
y en la buena voluntad de las clases pudientes. Señalado por
Marx y Engels como modelo de perorata reformista, el libro
realiza un misterioso viaje en el ánimo de unos lectores que
volveremos a encontrar en las barricadas de 1848, empeñados
en hacer la revolución porque, entre otras cosas, habían leído
Los misterios de París.5 ¿Acaso el libro contenía también esta
actualización posible? ¿Acaso también dibujaba en filigrana
a ese Lector Modelo? Seguramente; siempre y cuando se le
leyera saltándose las partes moralizantes o no queriéndolas
entender.
Nada más abierto que un texto cerrado. Pero esta aper-
tura es un efecto provocado por una iniciativa externa, por
un modo de usar el texto, de negarse a aceptar que sea él
quien nos use. No se trata tanto de una cooperación con el
texto como de una violencia que se le inflige. Podemos violen-
tar un texto (podemos, incluso, comer un libro, como el
83
apóstol en Patmos) y hasta gozar sutilmente con ello. Pero
lo que aquí nos interesa es la cooperación textual como una
actividad promovida por el texto; por consiguiente, estas mo-
dalidades no nos interesan. Aclaremos que no nos interesan
desde esta perspectiva: la frase de Valéry "il n'y a pas de vrai
sens d'un texte" admite dos lecturas: que de un texto puede
hacerse el uso que se quiera, ésta es la lectura que aquí no
nos interesa; y que de un texto pueden darse infinitas inter-
pretaciones, ésta es la lectura que consideraremos ahora.
Estamos ante un texto "abierto" cuando el autor sabe
sacar todo el partido posible de la figura 1. La lee como
modelo de una situación pragmática ineliminable. La asume
como hipótesis regulativa de su estrategia. Decide (aquí es
precisamente donde la tipología de los textos corre el riesgo
de convertirse en un continuum de matices) hasta qué punto
debe vigilar la cooperación del lector, así como dónde debe
suscitarla, dónde hay que dirigirla y dónde hay que dejar
que se convierta en una aventura interpretativa libre. Dirá
|una flor| y, en la medida en que sepa (y lo desee) que de
esa palabra se desprende el perfume de todas las flores ausen-
tes, sabrá por cierto, de antemano, que de ella no llegará a
desprenderse el aroma de un licor muy añejo: ampliará y
restringirá el juego de la semiosis ilimitada según le apetezca.
Una sola cosa tratará de obtener con hábil estrategia:
que, por muchas que sean las interpretaciones posibles, unas
repercutan sobre las otras de modo tal que no se excluyan,
sino que, en cambio, se refuercen recíprocamente.
Podrá postular, como ocurre en el caso de Finnegans
Wake, un autor ideal afectado por un insomnio ideal, dotado
de una competencia variable: pero este autor ideal deberá
tener como competencia fundamental el dominio del inglés
(aunque el libro no esté escrito en inglés "verdadero"); y su
lector no podrá ser un lector de la época helenista, del si-
glo II después de Cristo, que ignore la existencia de Dublía
ni tampoco podrá ser una persona inculta dotada de un lé-
84
xico de dos mil palabras (si lo fuera, se trataría de otro caso
de uso libre, decidido desde fuera, o de lectura extremada-
mente restringida, limitada a las estructuras discursivas más
evidentes, cf. 4).
De modo que Finnegans Wake espera un lector ideal, que
disponga de mucho tiempo, que esté dotado de gran habilidad
asociativa y de una enciclopedia cuyos límites sean borrosos:
no cualquier tipo de lector. Construye su Lector Modelo a
través de la selección de los grados de dificultad lingüística,
de la riqueza de las referencias y mediante la inserción en el
texto de claves, remisiones y posibilidades, incluso variables,
de lecturas cruzadas. El Lector Modelo de Finnegans Wake
es el operador capaz de realizar al mismo tiempo la mayor
cantidad posible de esas lecturas cruzadas.6
Dicho de otro modo: incluso el último Joyce, autor del
texto más abierto que pueda mencionarse, construye su lector
mediante una estrategia textual. Cuando el texto se dirige a
unos lectores que no postula ni contribuye a producir, se
vuelve ilegible (más de lo que ya es), o bien se convierte en
otro libro.
85
guíente, de su interpretación) la estimulación del uso más
libre posible. Pero creemos que hay que fijar ciertos límites
y que, con todo, la noción de interpretación supone siempre
una dialéctica entre la estrategia del autor y la respuesta del
Lector Modelo.
Naturalmente, además de una práctica, puede haber una
estética del uso libre, aberrante, intencionado y malicioso de
los textos. Borges sugería leer La Odisea o La Imitación de
Cristo como si las hubiese escrito Céline. Propuesta esplén-
dida, estimulante y muy realizable. Y sobre todo creativa,
porque, de hecho, supone la producción de un nuevo texto
(así como el Quijote de Pierre Menard es muy distinto del
de Cervantes, con el que accidentalmente concuerda palabra
por palabra). Además, al escribir este otro texto (o este
texto como Alteridad) se llega a criticar al texto original o a
descubrirle posibilidades y valores ocultos; cosa, por lo de-
más, obvia: nada resulta más revelador que una caricatura,
precisamente porque parece el objeto caricaturizado, sin serlo;
por otra parte, ciertas novelas se vuelven más bellas cuando
alguien las cuenta, porque se convierten en "otras" novelas.
Desde el punto de vista de una semiótica general, y pre-
cisamente a la luz de la complejidad de los procesos prag-
máticos (fig. 1) y del carácter contradictorio del Campo Se-
mántico Global, todas estas operaciones son teóricamente ex-
plicables. Pero aunque, como nos ha mostrado Peirce, la ca-
dena de las interpretaciones puede ser infinita, el universo
del discurso introduce una limitación en el tamaño de la
enciclopedia. Un texto no es más que la estrategia que consti-
tuye el universo de sus interpretaciones, si no "legítimas",
legitimables. Cualquier otra decisión de usar libremente un
texto corresponde a la decisión de ampliar el universo del
discurso. La dinámica de la semiosis ilimitada no lo prohibe,
sino que lo fomenta. Pero hay que saber si lo que se quiere
es mantener activa la semiosis o interpretar un texto.
Añadamos, por último, que los textos cerrados son más
86
resistentes al uso que los textos abiertos. Concebidos para
un Lector Modelo muy preciso, al intentar dirigir represiva-
mente su cooperación dejan espacios de uso bastante elásti-
cos. Tomemos, por ejemplo, las historias policíacas de Rex
Stout e interpretemos la relación entre Ñero Wolfe y Archie
Goodwin como una relación "kafkiana". ¿Por qué no? El
texto soporta muy bien este uso, que no entraña pérdida de
la capacidad de entretenimiento de la fábula ni del gusto
cuando, al final, se descubre al asesino. Pero tomemos des-
pués El procesa, de Kafka, y leámoslo como si fuese una
historia policíaca. Legalmente podemos hacerlo, pero textual-
mente el resultado es bastante lamentable. Más valdría usar
las páginas del libro para hamos unos cigarrillos de mari-
huana: el gusto sería mayor.
Proust podía leer el horario ferroviario y reencontrar en
los nombres de las localidades del Valois ecos gratos y labe-
rínticos del viaje nervaliano en busca de Sylvie. Pero no se
trataba de una interpretación del horario, sino de un uso
legítimo, casi psicodélico, del mismo. Por su parte, el ho-
rario prevé un solo tipo de Lector Modelo: un operador car-
tesiano ortogonal dotado de un agudo sentido de la irrever-
sibilidad de las series temporales.
87
como cartas, páginas de diarios y, en definitiva, todo aquello
que se lee para adquirir información sobre el autor y las cir-
cunstancias de la enunciación.
Pero cuando un texto se considera como texto, y sobre
todo en los casos de textos concebidos para una audiencia
bastante amplia (como novelas, discursos políticos, informes
científicos, etc.), el Emisor y el Destinatario están presentes
en el texto no como polos del acto de enunciación, sino como
papeles actanciales del enunciado (cf. Jakobson, 1957). En
estos casos, el autor se manifiesta textualmente sólo como
(i) un estilo reconocible, que también puede ser un idiolecto
textual o de corpus o de época histórico (cf. Tratado, 3.7.6);
(ii) un puro papel actancial (|yo| = "el sujeto de este enun-
ciado"); (iii) como aparición inlocutoria (|yo juro que| =
"hay un sujeto que realiza la acción de jurar") o como ope-
rador de fuerza perlocutoria que denuncia una "instancia de
la enunciación", o sea, una intervención de un sujeto ajeno
al enunciado, pero en cierto modo presente en el tejido tex-
tual más amplio (¡de pronto ocurrió algo horrible...]; |—dijo
la duquesa con una voz capaz de estremecer a los muertos... |).
Esta evocación del fantasma del Emisor suele ir acompañada
por una evocación del fantasma del Destinatario (Kristeva,
1970). Veamos el siguiente fragmento de las Investigaciones
filosóficas, de Wittgenstein, parágrafo 66:
89
hipótesis de Lector Modelo y, al traducirla al lenguaje de
su propia estrategia, se caracteriza a sí mismo en cuanto su-
jeto del enunciado, con un lenguaje igualmente "estratégico",
como modo de operación textual. Pero, por otro lado, tam-
bién el lector empírico, como sujeto concreto de los actos
de cooperación, debe fabricarse una hipótesis de Autor, de-
duciéndola precisamente de los datos de la estrategia textual.
La hipótesis que formula el lector empírico acerca de su Autor
Modelo parece más segura que la que formula el autor em-
pírico acerca de su Lector Modelo. De hecho, el segundo debe
postular algo que aún no existe efectivamente y debe rea-
lizarlo como serie de operaciones textuales; en cambio, el
primero deduce una imagen tipo a partir de algo que previa-
mente se ha producido como acto de enunciación y que está
presente textualmente como enunciado. Pensemos en el ejem-
plo (11): Wittgenstein sólo postula la existencia de un Lector
Modelo capaz de realizar las operaciones cooperativas que
él propone; nosotros, en cambio, como lectores, reconocemos
la imagen del Wittgenstein textual como serie de operaciones
y propuestas cooperativas manifestadas en el texto. Pero no
siempre el Autor Modelo es tan fácil de distinguir: con fre-
cuencia, el lector empírico tiende a rebajarlo al plano de las
informaciones que ya posee acerca del autor empírico como
sujeto de la enunciación. Estos riesgos, estas desviaciones
vuelven a veces azarosa la cooperación textual.
Ante todo, por cooperación textual no debe entenderse la
actualización de las intenciones del sujeto empírico de la
enunciación, sino de las intenciones que el enunciado con-
tiene virtualmente. Consideremos un ejemplo.
Si, en una discusión política o en un artículo, alguien
designa a las autoridades o a los ciudadanos de la URSS
como |rusos| y no como |soviéticos|, se interpreta que su pro-
pósito es activar una connotación ideológica explícita, que
equivale a negarse a reconocer la existencia política del Estado
soviético surgido de la revolución de octubre y pensar todavía
90
en la Rusia zarista. En ciertas situaciones, el uso de uno o
de otro término resulta muy discriminatorio. Pero también
puede ocurrir que un autor desprovisto de prejuicios antiso-
viéticos utilice el término |ruso| por descuido, por costum-
bre, por comodidad o por facilidad, adhiriéndose así a un
uso muy difundido. Sin embargo, si el lector inserta las mani-
festaciones lineales (el uso del lexema en cuestión) en los
subcódigos que abarca su competencia (véanse las opera-
ciones cooperativas descritas en 4.6), tiene derecho a atribuir
al término |ruso| una connotación ideológica. Tiene derecho
porque textualmente la connotación se encuentra activada:
ésa es la intención que debe atribuir a su Autor Modelo,
independientemente de las intenciones del autor empírico. In-
sistamos en que la cooperación textual es un fenómeno que
se realiza entre dos estrategias discursivas, no entre dos suje-
tos individuales.
Naturalmente, para realizarse como Lector Modelo, el
lector empírico tiene ciertos deberes "filológicos": tiene el
deber de recobrar con la mayor aproximación posible los
códigos del emisor. Supongamos que el emisor sea un ha-
blante dotado de un código bastante restringido, con escasa
cultura política, incapaz de tener en cuenta (dado el tamaño
de su enciclopedia) esta diferencia; es decir, supongamos que
la oración sea pronunciada por una persona inculta cuyos
conocimientos político-lingüísticos son imprecisos, y que diga,
por ejemplo, que Kruschev era un político ruso (cuando en
realidad era ucraniano). Es evidente, pues, que interpretar el
texto significa reconocer una enciclopedia de emisión más res-
tringida y genérica que la de destinación. Pero esto entraña
considerar las circunstancias de enunciación del texto. Supo-
niendo que ese texto realice un trayecto comunicativo más
amplio y que circule como texto "público", ya no atribuible
a su sujeto enunciador original, entonces habrá que consi-
derarlo en su nueva situación comunicativa, como texto refe-
rido ahora, a través del fantasma de un Autor Modelo muy
91
genérico, al sistema de códigos y subcódigos aceptado por
sus posibles destinatarios; por consiguiente, deberá ser actua-
lizado de acuerdo con la competencia de destinación. Enton-
ces, el texto connotará discriminación ideológica. Natural-
mente, se trata de decisiones cooperativas que requieren una
valoración de la circulación social de los textos; de modo que
hay que prever casos en que se proyecta deliberadamente un
Autor Modelo que ha llegado a ser tal en virtud de determi-
nados acontecimientos sociológicos, aunque se reconozca que
éste no coincide con el autor empírico.8
Naturalmente, sigue existiendo la posibilidad de que el
lector suponga que la expresión |ruso| ha sido usada de una
manera no intencionada (intención psicológica atribuida al
autor empírico), pero, sin embargo, arriesgue una caracte-
rización socioideológica o psicoanalítica del emisor empírico:
este último no sabía que estaba activando ciertas connota-
ciones, pero inconscientemente lo deseaba. ¿Debemos hablar,
en tal caso, de una cooperación textual correcta?
No es difícil advertir que esto supone una caracterización
de las "interpretaciones" sociológicas o psicoanalíticas de los
textos, según las cuales se intenta descubrir lo que el texto
—independientemente de la intención de sú autor— dice en
realidad, ya sea sobre la personalidad de este último o sus
orígenes sociales, o bien sobre el mundo mismo del lector.
92
Pero también es evidente que esto supone una aproxima-
ción a las estructuras semánticas profundas que el texto no
exhibe en su superficie, sino que el lector propone hipotéti-
camente como claves para la actualización completa del texto:
estructuras actanciales (preguntas sobre el "tema" efectivo del
texto, al margen de la historia individual de Tal o Cual per-
sonaje, que a primera vista se nos cuenta) y estructuras ideo-
lógicas. Estas estructuras se caracterizarán de modo preli-
minar en el próximo capítulo y en el capítulo 9 se las ana-
lizará con más detalle. En ese momento retomaremos este
problema.
Por ahora basta con concluir que podemos hablar de
Autor Modelo como hipótesis interpretativa cuando asistimos
a la aparición del sujeto de una estrategia textual tal como
el texto mismo lo presenta y no cuando, por detrás de la
estrategia textual, se plantea la hipótesis de un sujeto empí-
rico que quizá deseaba o pensaba o deseaba pensar algo dis-
tinto de lo que el texto, una vez referido a los códigos perti-
nentes, le dice a su Lector Modelo.
Sin embargo, no puede disimularse la importancia que ad-
quieren las circunstancias de la enunciación en la elección de
un Autor Modelo al incitar a la formulación de una hipótesis
sobre las intenciones del sujeto empírico de la enunciación.
Un caso típico fue el de la interpretación que la prensa y los
partidos hicieron de las cartas de Aldo Moro durante el cau-
tiverio previo a su asesinato, interpretación sobre la que Lu-
crecia Escudero ha escrito unas observaciones muy agudas.9
Si se plantea una interpretación de las cartas de Moro
referida a los códigos normales y se evita insistir en sus cir-
cunstancias de enunciación, es indudable que se trata de cartas
93
(y lo típico en el caso de la carta privada es suponer que se
trata de la expresión sincera del pensamiento de quien la es-
cribe) cuyo sujeto de la enunciación se manifiesta como su-
jeto del enunciado, y expresa pedidos, consejos y afirmacio-
nes. Si tenemos en cuenta tanto las reglas conversacionales
comunes como el significado de las expresiones utilizadas,
Moro está pidiendo un intercambio de prisioneros. Sin em-
bargo, gran parte de la prensa adoptó lo que llamaremos es-
trategia cooperativa de rechazo: puso en tela de juicio, por
una parte, las condiciones de producción de los enunciados
(Moro escribió bajo coerción, de modo que no dictó lo que
quería decir) y, por otra, la identidad entre el sujeto del
enunciado y el sujeto de la enunciación (los enunciados dicen
¡yo, Moro|, pero el sujeto de la enunciación es otro, los
secuestradores, que hablan a través de Moro). En ambos ca-
sos se modifica la configuración del Autor Modelo y su estra-
tegia ya no se identifica con la estrategia que de otro modo
hubiese debido atribuirse al personaje empírico Aldo Moro
(o sea, que el Autor Modelo de esas cartas no es el Autor
Modelo de otros textos verbales o escritos producidos por
Aldo Moro en condiciones normales).
Esto justifica diversas hipótesis: (i) Moro escribe, efecti-
vamente, lo que escribe, pero implícitamente sugiere que de-
sea lo contrario, de manera que sus incitaciones no deben
tomarse al pie de la letra; (ii) Moro usa un estilo distinto del
habitual para transmitir un mensaje básico: "no creáis lo que
escribo"; (iii) Moro no es Moro porque dice cosas distintas
de las que normalmente decía, de las que normalmente diría,
de las que razonablemente debería decir. Esta última hipó-
tesis pone claramente de manifiesto hasta qué punto las ex-
pectativas ideológicas de los destinatarios incidieron sobre los
procesos de "autentificación" y sobre la definición tanto del
autor empírico como del Autor Modelo.
Por otra parte, los partidos y los grupos favorables a la
negociación optaron por la actitud cooperativa opuesta y ela-
94
boraron una estrategia de aceptación: las cartas dicen p y
llevan la firma de Moro; por consiguiente, Moro dice p. El
sujeto de la enunciación no fue puesto en tela de juicio y,
por tanto, el Autor modelo de los textos cambió de fisonomía
(y de estrategia).
Naturalmente, no se trata aquí de decir cuál de las dos
estrategias era la "adecuada". Si el problema era "¿quién
ha escrito esas cartas?", la respuesta sigue dependiendo de
protocolos bastante improbables. Si el problema era "¿quién
es el Autor Modelo de esas cartas?", es evidente que la de-
cisión tomada en cada caso estaba influida tanto por valora-
ciones relativas a la circunstancia de la enunciación como por
presuposiciones enciclopédicas relativas al "pensamiento ha-
bitual" de Moro, así como (y, evidentemente, este último
hecho sobredeterminaba a los dos restantes) por puntos de
vista ideológicos previos (sobre los que volveremos en 4.6.7).
Según el Autor Modelo que se escogía, cambiaba el tipo de
acto lingüístico supuesto y el texto adquiría significados dis-
tintos que imponían formas distintas de cooperación. Por lo
demás, eso es lo que ocurre siempre que se decide leer un
enunciado absolutamente serio como si fuese un enunciado
irónico, y viceversa.
La configuración del Autor Modelo depende de determi-
nadas huellas textuales, pero también involucra al universo
que está detrás del texto, detrás del destinatario y, probable-
mente, también ante el texto y ante el proceso de coopera-
ción (en el sentido de que dicha configuración depende de
la pregunta: "¿qué quiero hacer con este texto?").10
95
8. ESTRUCTURAS DE MUNDOS
172
en la fábula significa proponer hipótesis acerca de lo que es
"posible" (sobre la manera de entender la noción de posi-
bilidad ya se ha hablado en 7.2).
Ahora debemos preguntarnos si, dentro del marco de una
semiótica de los textos narrativos, es lícito tomar prestada la
noción de "mundo posible" a los análisis de lógica modal, en
cuyo contexto se la ha elaborado a los efectos de evitar una
serie de problemas vinculados con la intensionalidad y poder
resolverlos dentro de un marco extensional. Pero, para ello,
una semántica lógica de los mundos posibles no necesita de-
terminar las diferencias concretas de significado que hay entre
dos expresiones ni el código que se requiere para la interpre-
tación de un lenguaje dado: "La teoría semántica trata el es-
pacio de entidades y mundos posibles como conjuntos vacíos
e indiferenciados, carentes de cualquier clase de estructura,
y aunque el espacio de los momentos de tiempo es, al menos,
un conjunto ordenado, lo normal y lo conveniente es imponer
a las relaciones de orden la menor cantidad posible de deter-
minaciones" (Thomason, 1974: 50).
Es evidente que lo que tratamos de hacer en este libro
es precisamente lo contrario: nos interesan las apariciones
concretas, tanto de las explicitaciones semánticas como de las
previsiones y, por consiguiente, desde el punto de vista de
una semiótica textual, un mundo posible no es un conjunto
vacío, sino un conjunto lleno o, para usar una expresión que
circula en la literatura sobre el tema, un mundo amueblado.
De manera que no debemos hablar de tipos abstractos de
mundos posibles desprovistos de listas de individuos (cf. Hin-
tikka, 1973, 1), sino, por el contrario, de mundos "grávidos"
cuyas propiedades e individuos debemos conocer.
Ahora bien: una decisión como ésta se presta a muchas
criticas, algunas de las cuales han sido planteadas por Volli
(1978). Por lo demás, las críticas de Volli apuntan hacia tres
objetivos: el uso excesivo, en los ambientes lógicos, de la
metáfora "mundo posible"; la noción sustantiva u ontológica
173
de mundo posible que circula en los análisis modales de
orientación metafísica; el uso de la categoría de mundo po-
sible en los análisis textuales. Aunque compartimos las dos
primeras críticas, no creemos, en cambio, que debamos com-
partir la tercera.
Volli observa que la noción de mundo posible se usa en
muchos contextos filosóficos como metáfora que, entre otras
cosas, deriva de la narrativa de ciencia ficción (esto es cierto,
pero no menos cierto es que la narrativa de ciencia ficción la
ha tomado de Leibniz y autores afines). Cuando se la utiliza
para abordar entidades intensionales desde un punto de vista
extensional, la noción es legítima; pero, de hecho, el uso de
la metáfora resulta inesencial para la teoría. Por otra parte,
también otras definiciones formuladas desde el punto de vista
de la lógica modal plantean gran cantidad de dificultades:
decir que una proposición p es necesaria cuando es verdadera
en todos los mundos posibles y decir a continuación que dos
mundos son mutuamente posibles cuando en ellos valen las
mismas proposiciones necesarias es, lisa y llanamente, una
petitio principü.
En el caso de ciertas teorías, que manifiestan peligrosas
tendencias metafísicas, se ha pasado de una noción "formal"
a una noción "sustantiva". "Desde el punto de vista formal,
mundo posible es un nombre para determinado tipo de estruc-
tura, el dominio de una interpretación al estilo de Tarski,
que en el plano intuitivo puede justificarse perfectamente me-
diante la metáfora del mundo, o de la situación contrafáctica,
pero que está constituido de una manera bastante distinta,
y, sobre todo, se caracteriza por propiedades muy distintas
de las que suelen atribuirse, de modo más o menos intuitivo,
a una entidad por lo demás bastante confusa como un 'mun-
do' (por ejemplo: un mundo posible 'formal' no 'existe', o
más bien tiene el tipo de realidad que tienen las figuras geo-
métricas o los números transfinitos...). En cambio, la noción
sustantiva de mundo posible lo convierte en algo que 'no es
174
efectivo pero existe'1 y que el formalismo describe de modo
más o menos completo. Esta concepción sustantiva parece
suponer que la realidad no sólo es una entre las muchas alter-
nativas posibles, sino una junto a las demás, con la única
(y más bien inefable) diferencia de que existe."
Coincidimos con esta crítica de Volli y en el capítulo an-
terior (7.2) hemos tratado de definir el sentido estructural
en que cabe entender la noción de posibilidad: también, in-
tuitivamente, es evidente que hay diferencia entre la posibi-
lidad, que me ofrece la red ferroviaria, de ir de Florencia
a Siena vía Empoli, y la posibilidad de que Volli no haya
nacido. Esta última es una posibilidad contrafáctica porque,
en cambio, se da el hecho (más bien inefable) de que Volli
ha nacido. Pero la posibilidad de ir de Florencia a Siena vía
Empoli no es contrafáctica en el mismo sentido: el cosmos
(suponiendo que este término tenga algún sentido) está hecho
de modo tal que o Volli ha nacido o Volli no ha nacido. La
red ferroviaria está hecha, en cambio, de modo tal que es
siempre posible realizar una opción alternativa entre Empoli
y Terontola. ¿Podemos parafrasear a Vico y sugerir que pos-
sibile ipsum factum, es decir, que es muy distinto hablar de
los posibles cosmológicos y de los posibles estructurales, que
175
se insertan en un sistema construido por la cultura, como
las redes ferroviarias, los tableros de ajedrez y las novelas?
En cambio, Volli, después de haber criticado con razón
la noción sustantiva, añade: "Pero ésta es también la con-
cepción sobre la que se basan algunos usos aparentemente no
comprometedores de la noción de mundo posible, como los
vinculados con las actitudes proposicionales o los análisis
literarios."
Por cierto, podría hacerse una crítica radical de la noción
tal como se usa en la semiótica textual2 sobre la base de
la diferencia (crucial) entre conjuntos vacíos de mundos, tal
como los usa la lógica modal, y mundos "individuales" amue-
blados. Bastaría con decir que no son lo mismo. De hecho, se
trata de dos categorías que funcionan en marcos teóricos di-
ferentes. En las siguientes páginas se tomarán prestadas nu-
merosas sugerencias procedentes de la lógica modal, pero con
el propósito de construir una categoría de mundo posible
lleno, usada deliberadamente para los fines de una semiótica
del texto narrativo. Una vez saldadas las deudas y recono-
cidos los préstamos, bastará afirmar que se trata de una cate-
goría que sólo tiene una relación de homonimia con la otra.
Pero si para los lógicos modales se trata de una metáfora,
para una semiótica del texto deberá funcionar, en cambio,
como representación estructural de unas actualizaciones se-
mánticas concretas. Ya veremos de qué manera. Por ejem-
plo: la noción semiótico-textual no permite realizar cálculos,
pero permite comparar estructuras, como (por ejemplo) las
matrices de los sistemas de parentesco en Lévi-Strauss; asi-
mismo, permitirá enunciar ciertas reglas de transformación.
En este contexto, eso es suficiente. Si aceptamos el riesgo
176
de la homonimia (hubiésemos podido hablar de "universos
narrativos" o de "historias alternativas"), ello se debe a que,
en definitiva, consideramos que una teoría de los mundos po-
sibles textuales (con lo que entraña en el sentido de una rede-
finición de conceptos como los de propiedades necesarias y
esenciales, alternatividad, accesibilidad) también es capaz de
brindar algunas sugerencias a quienes practican las disciplinas
de las que dichas categorías se han tomado en préstamo,
préstamo que quizás habría que definir, sin más, como un
verdadero asalto por sorpresa. Pero el rapto de las sabinas
no sólo influyó sobre la historia de los romanos: también in-
fluyó de alguna manera sobre la historia de los sabinos.
En vez de pelear en este frente (crítica de las condiciones
metodológicas para el amueblamiento obligatorio de los
mundos), Volli ironiza acerca de los eventuales fines que ani-
marían a quienes hablan de mundos posibles. Critica de
modo no pertinente la aplicación de dicha noción a los mun-
dos narrativos y se pregunta qué significa decir que el mundo
en que vivo es un mundo posible: cita a Quine, quien se pre-
gunta con sarcasmo si un señor calvo posible en el hueco de
una puerta se identifica con un señor gordo posible en el
hueco de la misma puerta, así como cuántos señores posibles
pueden caber en el hueco de una puerta. Magro favor que
le hace a un filósofo, equivocado quizás al rechazar la lógica
modal, pero meritorio en muchos otros aspectos. Además,
¿quién ha dicho que los que hablan de mundos textuales se
interesan por la cantidad de señores que caben en el hueco
de una puerta? Lo que les interesa, en cambio, es saber qué
diferencia estructural existe entre una historia en la que Edi-
po se ciega y Yocasta se ahorca y otra en la que Yocasta se
ciega y Edipo se ahorca. O bien entre una historia en la que
se produce la guerra de Troya y otra en la que no se produ-
ce. ¿Qué significa contar en un texto que Don Quijote se lan-
za contra los gigantes y que Sancho Panza lo sigue a regaña-
dientes en su asalto a los molinos de viento? ¿Qué historia
177
había previsto Agatha Christie que el lector de The Murder
of Roger Ackroyd constituiría para desembrollar el enredo,
sabiendo que dicha historia no coincidiría con la que ella pro-
pondría finalmente, pero contando con esa diversidad, así
como el ajedrecista cuenta con el movimiento equivocado con
que su adversario intentará (posiblemente) responder al suyo,
una vez que ha sabido arrastrarlo astutamente a la trampa
del gambito?
A la semiótica textual le interesa la representación es-
tructural de estas posibilidades, y no la pregunta ansiosa que
(aunque más no sea retóricamente) Volli se dirige a sí mismo
cuando se preocupa por su eventual existencia en todos los
mundos que espera, imagina o sueña, o bien sólo en el mun-
do en el que afirma que existe. "Yo existo", dice Volli,
"Emma Bovary no existe (Emma Bovary tiene su realidad
cultural, existente, efectiva, pero no por ello se convierte en
algo que existe)." ¡Maldición! Hacía años que recorríamos
todas las fiestas patronales de provincias en Francia tratando
de encontrarla... Bromas aparte, lo que aquí trataremos de
aclarar es precisamente el carácter singular de las operaciones
extensionales que un lector realiza en los límites de esas exis-
tencias culturales. Un mundo cultural está amueblado, pero
no por eso es sustantivo. Decir que ese mundo lleno se puede
describir mediante individuos y propiedades no significa decir
que se le atribuye alguna clase de sustancialidad. No existe
en el mismo sentido en que existe la máquina de escribir con
que estoy redactando estas líneas. Existe en el sentido en
que existe el significado de una palabra: a través de una serie
de interpretantes puedo presentar su estructura componencial
(al margen del hecho de que en el cerebro de las personas,
cuando se comprende el significado de una palabra, debería
ocurrir algo, una extraña cuestión de sinapsis y dentritas que
no nos incumbe, pero que no debería ser muy distinta de la
red ferroviaria). Si es lícito representar el tejido de interpre-
tantes que constituye el significado de |gato|, ¿por qué no
178
sería igualmente lícito representar el tejido de interpretantes
que constituye el universo en que actúa el Gato con Botas?
Ahora bien: precisamente el mundo del Gato con Botas
es el que inquieta a Volli. O, mejor dicho (aunque para el
caso es lo mismo), el de Caperucita Roja. Volli estigmatiza
las tendencias a representar el mundo de la fábula y los
mundos de las actitudes preposicionales de Caperucita Roja
o de la Abuela diciendo que dicho procedimiento peca de
rigidez fotográfica y de naturalismo. Admitamos lo de la rigi-
dez fotográfica: para analizar un filme también se le detiene
y se consideran los fotogramas, se pierde la diégesis, pero se
encuentra la sintaxis; es cierto, pues, que la empresa que nos
disponemos a emprender entraña todos los riesgos que supone
trabajar con la movióla. En lo que se refiere a la acusación de
naturalismo, ésta supondría que hablar de mundos textuales
equivale a interpretar la narrativa desde un punto de vista
realista stalinista, según el cual una narración debe represen-
tar fotográficamente la realidad.
Pero aquí no nos interesa saber si (y de qué manera) una
novela representa la realidad en el sentido del realismo inge-
nuo. Esos son problemas estéticos. Nuestro interés es mucho
más humilde y se refiere a problemas semánticos. Nos inte-
resa el hecho de que si alguien lee, al comienzo de una
novela, que (Juan fue a París |, aunque sea un admirador de
Tolkien o sostenga que la literatura es siempre mentira, tiene
que actualizar como contenido del enunciado que en alguna
parte existe un individuo llamado Juan que va a una ciudad
llamada París, ciudad de la que ya se ha oído hablar fuera de
ese texto, porque el libro de geografía la cita como la capital
de Francia en este mundo. Puede ser, incluso, que nadie la
visite. Pero si después la novela prosigue diciendo |al llegar
a París, Juan se instaló en un apartamento del tercer piso
de la Tour Eiffel|, entonces juraríamos que nuestro lector, por
poco que posea una enciclopedia consistente, determinará
que en la Tour Eiffel de este mundo no hay apartamentos
179
(ni paredes). No por eso se lamentará de que la novela no
"represente" correctamente la realidad (salvo que pertenezca
a la banda de los cuatro): simplemente adoptará ciertas acti-
tudes interpretativas, determinará que la novela le habla de
un universo un poco extraño, en el que París existe, como
en el nuestro, pero donde la Tour Eiffel está construida de
una manera diferente. Quizá se prepare también para aceptar
la idea de que en París no exista el metro ni el Sena, sino
un lago y un sistema de pasos elevados. Es decir: hará previ-
siones acordes con las indicaciones que el texto ya le ha pro-
porcionado acerca del tipo de mundo que debe esperar (de
hecho pensará: "aquí suceden cosas del otro mundo" y estará
mucho más dispuesto que ciertos críticos a aceptar una teoría
semiótica de los mundos posibles. En lo que se refiere al pro-
blema de la "completud" que esos mundos textuales debe-
rían (y no pueden) tener, ya volveremos a tratarlo en 8.9.3
Para concluir, diremos que: (i) parece difícil que sea po-
sible establecer las condiciones de previsión de los estados de
la fábula sin construir una noción semiótico-textual de mun-
do posible; (ii) esta noción, tal como se la formulará en las
siguientes páginas, debe tomarse como un instrumento semió-
tico y deben imputársele los defectos que eventualmente ex-
hiba, no los defectos que exhiben otras nociones homónimas;
(iii) si fuese cierto que la noción de mundo posible ha llegado
a la lógica modal desde la literatura, ¿por qué no reintrodu-
cirla en esta última?; (iv) precisamente, al intentar repre-
sentar la estructura de una historia como Un árame bien
180
parisién nos pareció indispensable recurrir a los mundos po-
sibles.
Por otra parte, a Alphonse Aliáis le debemos un bellísi-
mo lema (que, indudablemente, constituía para él un progra-
ma de poética), que comunicamos a aquellos lógicos que
pudieran preocuparse por esta utilización de un concepto que
les pertenece: "La logique méne a tout, á condition d'en
sortir."
181
texto (o bien a un libro) no significa decir que todo texto
habla de un mundo posible. Si escribo un libro documen-
tado históricamente sobre el descubrimiento de América, me
refiero a lo que definimos como el mundo "real". Al des-
cribir una porción de este último (Salamanca, las carabelas,
San Salvador, las Antillas...), doy por presupuesto o presu-
ponible todo lo que sé sobre el mundo real (por ejemplo, que
Irlanda se encuentra al oeste de Inglaterra, que en primavera
florecen los almendros y que la suma de los ángulos internos
de un triángulo es ciento ochenta grados).
¿Qué sucede, en cambio, cuando proyecto un mundo fan-
tástico, como el de un cuento de hadas? Al contar la historia
de Caperucita Roja amueblo mi mundo narrativo con una
cantidad limitada de individuos (la niña, la mamá, la abuela,
el lobo, el cazador, dos chozas, un bosque, un fusil, una
canasta), dotados de una cantidad limitada de propiedades.
Algunas de las atribuciones de propiedades a individuos se
ajustan a las mismas reglas del mundo de mi experiencia
(por ejemplo, también el bosque del cuento está formado por
árboles); otras sólo valen para ese mundo: por ejemplo, en
este cuento los lobos tienen la propiedad de hablar, las abue-
las y las nietecitas la de sobrevivir a la ingurgitación por parte
de los lobos.
Dentro de ese mundo narrativo, los personajes adoptan
actitudes preposicionales: por ejemplo, Caperucita Roja con-
sidera que el individuo que se encuentra en la cama es su
abuela (en cambio, la fábula ha contradicho anticipadamente,
para el lector, esa creencia de la niña). La creencia de la niña
es una construcción doxástica suya, pero no por ello deja
de pertenecer a los estados de la fábula. Así, pues, la fábula
nos propone dos estados de cosas: uno, en el que quien se en-
cuentra en la cama es el lobo, y otro, en el que quien se
encuentra en la cama es la abuela. Nosotros sabemos de in-
mediato (pero la niña sólo lo sabe al final de la historia) que
182
uno de esos estados es presentado como verdadero y el otro
como falso. El problema consiste en establecer qué relaciones
existen, desde el punto de vista de las estructuras de mundos
y de la mutua accesibilidad, entre esos dos estados de cosas.
rojo redondo
xx + +
x2 + —
x3 — +
x4 — —
183
Ahora resulta evidente que los individuos se reducen a
combinaciones de propiedades. Rescher (1973: 331) habla de
mundo posible como de un ens rationis o como "un enfoque
de los posibles como construcciones racionales" y propone
una matriz (a la que recurriremos a continuación) que per-
mite combinar paquetes de propiedades esenciales y acciden-
tales para caracterizar distintos individuos. De manera que
Caperucita Roja, dentro del marco de la historia que la cons-
truye, no es más que la coagulación espaciotemporal de una
serie de cualidades físicas y psíquicas (semánticamente expre-
sadas como "propiedades"), entre las que se cuenta la propie-
dad de relacionarse con otras coagulaciones de propiedades,
de realizar determinadas acciones y de padecer otras.4
Sin embargo, el texto no enumera todas las propiedades
posibles de esa niña: al decirnos que es una niña deja para
nuestras capacidades de explicitación semántica la tarea de
establecer que se trata de un ser humano de sexo femenino,
que tiene dos piernas, etc. Para ello el texto nos remite, salvo
indicaciones en contrario, a la enciclopedia que regula y de-
fine el mundo "real". Cuando tenga que hacer correcciones,
como en el caso del lobo, nos aclarará que éste "habla". De
manera que un mundo narrativo toma prestadas, salvo indica-
ción en contrario, ciertas propiedades del mundo "real" y,
para hacerlo sin derroche de energías, recurre a individuos
ya reconocibles como tales, a quienes no necesita reconstruir
propiedad por propiedad. El texto nos presenta los individuos
mediante nombres comunes o propios.
4. Cabe también una visión mucho más atomista. Pero nos limi-
tamos a adoptar como primitiva la noción de propiedad: no tanto
porque se la utiliza regularmente en la literatura actual acerca de
los mundos posibles como porque corresponde a la noción de marca
semántica, o sema, o unidad cultural usada como interpretante (así
como la misma noción peirciana de ground), que en este contexto,
incluido también el del Tratado, consideramos ya fundadas catego-
rialmente dentro del marco de la teoría semiótica.
184
Esto se explica por una serie de razones prácticas. Ningún
mundo posible podría ser totalmente autónomo respecto del
mundo real, porque no podría caracterizar un estado de cosas
máximo y consistente a través de la estipulación ex nihilo de
todo su "mobiliario" de individuos y propiedades. Por eso, un
mundo posible se superpone en gran medida al mundo "real"
de la enciclopedia del lector. Pero dicha superposición no
sólo es necesaria por razones prácticas de economía: tam-
bién se impone por razones teóricas más radicales.
No sólo es imposible establecer un mundo alternativo
completo, sino que también es imposible describir como com-
pleto al mundo "real". Incluso desde un punto de vista formal
es difícil producir una descripción exhaustiva de un estado de
cosas que sea máximo y completo (a lo sumo se postula tan
sólo un conjunto de mundos vacíos). Pero, sobre todo desde
un punto de vista semiótico, la operación parece destinada al
fracaso: en el Tratado (2.12 y 2.13) intentamos mostrar que
el Universo Semántico Global nunca puede describirse exhaus-
tivamente porque constituye un sistema de interrelaciones en
continua evolución, sistema inherentemente contradictorio.
Puesto que incluso el Sistema Semántico Global es una pura
hipótesis regulativa, entonces no estamos en condiciones de
describir el mundo "real" como máximo ni como completo.
Con mayor razón, un mundo narrativo debe tomar presta-
dos los individuos y sus propiedades del mundo "real" de re-
ferencia. También por esto podemos seguir hablando de in-
dividuos y propiedades, aunque sólo las propiedades debe-
rían aparecer como términos primitivos. Esos individuos se
nos aparecen en los mundos narrativos como ya preconstitui-
dos y el análisis de sus condiciones epistemológicas de cons-
titución es un asunto que incumbe a otro tipo de investiga-
ciones, relacionadas con la construcción del mundo de nues-
tra experiencia. No es casual que Hintikka (1969a) relacione
la cuestión de los mundos posibles con los problemas kan-
tianos referidos a la posibilidad de llegar a la Cosa en sí.
185
8.4. La construcción del mundo de referencia
186
podremos comparar una construcción cultural con algo hete-
rogéneo y lograr que resulten mutuamente transformables?
Esto explica la necesidad metodológica de tratar al mundo
"real" como una construcción e, incluso, de mostrar que cada
vez que comparamos un desarrollo posible de acontecimien-
tos con las cosas tal como son, de hecho nos representamos
las cosas tal como son en forma de una construcción cultu-
ral limitada, provisional y ad hoc.
Como hemos dicho en 8.2, un mundo posible es algo
que forma parte del sistema cultural de algún sujeto y que
depende de ciertos esquemas conceptuales. Según Hintikka
(1969a), los mundos posibles se dividen entre los que con-
cuerdan con nuestras actitudes preposicionales y los que no
concuerdan con ellas. En este sentido, nuestro compromiso
con un mundo posible es, como dice Hintikka, un hecho
"ideológico". Consideramos que, en este caso "ideológico",
se refiere a "algo que depende de la enciclopedia". Si a cree
que p, dice Hintikka, eso significa que p es el caso en todos
los mundos posibles compatibles con las creencias de a. Las
creencias de a también pueden ser opiniones muy triviales
relativas a un desarrollo de acontecimientos más bien pri-
vado, pero forman parte del sistema más amplio de las creen-
cias de a que figuran en su enciclopedia (si a cree que determi-
nado perro muerde, es porque también cree que es verdadera
la proposición que dice que los perros son animales que pue-
den morder al hombre). Si a cree que Jonás puede ser tra-
gado por una ballena sin que de ello se deriven graves con-
secuencias para su salud es porque su enciclopedia acepta ese
hecho como razonable y posible (si a cree que su adversario
puede comerle la torre con un caballo es porqué la estructura
del tablero y las reglas del ajedrez posibilitan estructuralmente
ese movimiento). Un hombre del medievo hubiera podido decir
que jamás acontecimiento alguno de su experiencia había
contradicho la enciclopedia en lo que se refería a las costum-
bres de las ballenas. Lo mismo hubiese ocurrido en cuanto a
187
la existencia de los unicornios; por el contrario: su competen-
cia enciclopédica habría influido tan profundamente, en forma
de esquemas mentales y esquemas de expectativas, sobre su
dinámica perceptiva, que, con ayuda de la densidad del bos-
que y del momento del día, no le hubiese resultado difícil
"ver" un unicornio, aunque nosotros consideremos que se ha-
bría limitado a aplicar erróneamente su esquema conceptual
a un tipo de campo de estímulos que a nosotros nos permi-
tiría percibir un ciervo.
Así, pues, el mundo de referencia de a es una construc-
ción enciclopédica. Como sugiere Hintikka (1969), no existe
ninguna Cosa en sí que quepa describir o identificar al mar-
gen de los marcos de una estructura conceptual.
Ahora bien: ¿qué sucede cuando se prescinde de este
acto de prudencia metodológica? Si consideramos los otros
mundos posibles como si los mirásemos desde un mundo pri-
vilegiado, dotado de individuos y propiedades ya dados, la
llamada identidad a través de los mundos (transworld iden-
tity) se convierte en la posibilidad de concebir o de creer en
otros mundos desde el punto de vista del nuestro.8 Refutar
este enfoque no significa negar que, de hecho, sólo tenemos
experiencia directa de un estado de cosas, a saber, de éste en
que existimos. Sólo significa que, si queremos hablar de es-
tados de cosas alternativos (o mundos culturales), necesitamos
disponer del coraje epistemológico para reducir el mundo de
referencia a la misma medida de tales estados de cosas. En
ese sentido, podemos teorizar acerca de los mundos posibles
188
(narrativos o no narrativos). En cambio, si nos limitamos a
vivir, entonces vivimos en nuestro mundo al margen de cual-
quier tipo de duda metafísica. Pero aquí no se trata de
"vivir": yo vivo (digo: yo que escribo tengo la intuición de
estar vivo en el único mundo que conozco), pero desde el
momento en que teorizo acerca de los mundos posibles narra-
tivos decido realizar (a partir del mundo que experimento di-
rectamente) una reducción de este mundo que lo asimila a
una construcción semiótica y me permite compararlo con los
mundos narrativos. De la misma manera en que bebo agua
(traslúcida, dulce, fresca, contaminada, caliente, gaseada o
comoquiera que sea), pero si además quiero compararla con
otros compuestos químicos tengo que reducirla a una fórmula
que exprese su estructura.
Cuando no se acepta este punto de vista sucede lo que
ya se ha lamentado, con razón, a propósito de las críticas de
la teoría de los mundos posibles mencionadas más arriba:
por ejemplo, la posibilidad de concebir un mundo alternativo
queda reducida subrepticiamente a la capacidad psicológica
de concebirlo. En el ejemplo de Hughes y Cresswell citado
en la nota 6 se dice, por ejemplo, que a partir de mi mundo
puedo concebir un mundo desprovisto de teléfonos, mientras
que un mundo sin teléfonos no me habilita para concebir otro
que sí los tenga. La objeción parece obvia: ¿y cómo hicieron
Meucci y Graham Bell? Es cierto que cada vez que se habla
de estados de cosas posibles surge la tentación de interpre-
tarlos psicológicamente: existimos en nuestro mundo y nues-
tro in-der-Welt-sein hace que otorguemos una especie de ran-
go preferencial al hic et nunc. Resulta curioso ver cómo en
los límites extremos de la formalización lógica actúa el sen-
tido del Lebenswelt, de modo que los russellianos se ven
obligados a volverse husserlianos, a pesar suyo.7 Pero para
189
evitar ese peligro sólo basta con considerar el mundo de re-
ferencia como una construcción cultural y construirlo como
tal, con todos los sacrificios que ello supone.
Por cierto, parece intuitivamente difícil considerar, desde
un punto de vista neutro, dos mundos Wi y W2 como si fue-
sen independientes de nuestro mundo de referencia, y parece
aún más difícil considerar a este último como un W0 estruc-
turalmente similar (ni más rico ni más privilegiado) a aqué-
llos. Pero si reflexionamos vemos que ése es el esfuerzo que
ha hecho lafilosofíamoderna, desde Montaigne a Locke, cuan-
do ha tratado de comparar "nuestras" costumbres con las de
los pueblos salvajes, intentando evitar los prejuicios axioló-
gicos del etnocentrismo. Por otra parte, también la filosofía
del lenguaje ha afirmado muchas veces (cf., por ejemplo, Stal-
naker, 1976) que "presente" o "efectivo" (referidos a nuestro
mundo) son sólo expresiones indicativas, o sea conmutadores
similares a los pronombres personales o a expresiones como
¡aquí] y |ahora|. Una expresión como |el mundo de referencia
efectivo | indica cualquier mundo a partir del cual un habi-
tante del mismo juzga y valora otros mundos (alternativos
o sólo posibles). Dicho de una manera sencilla: si Caperu-
cita Roja pensase en un mundo posible donde los lobos no
hablasen, el mundo "efectivo" sería el suyo, donde los lobos
hablan.
Por consiguiente, de ahora en adelante consideraremos
que expresiones como "accesibilidad" o "posibilidad de con-
cebir" son meras metáforas que aluden al problema estructu-
ral de la transformabilidad recíproca de los mundos, al que
nos referiremos más adelante. Por otra parte, que quede claro
que "posibilidad de concebir" no debe confundirse con "com-
patibilidad con las actitudes preposicionales del hablante".
190
Una actitud preposicional depende de la asunción de determi-
nada enciclopedia y, por consiguiente, no tiene nada que ver
con acontecimientos psicológicos como la capacidad de con-
cebir: se trata de la correspondencia formal entre dos cons-
trucciones. El mundo de la Biblia debería ser "accesible" a
un lector medieval porque la forma de su enciclopedia no
estaba en contradicción con la forma de la enciclopedia bí-
blica. Por consiguiente, nuestro problema sólo debe referirse
a la íransformabilidad entre estructuras.
191
un coupé es "un carruaje corto de cuatro ruedas, cerrado,
con un asiento para dos personas en su interior y un asiento
externo adelante para el conductor". En los diccionarios
ingleses a veces se le confunde con un brougham, aunque en
ciertas enciclopedias más precisas se especifica que los broug-
hams pueden tener dos o cuatro ruedas y que el asiento para
el conductor siempre se encuentra detrás.
Sin embargo, hay una razón por la que muchos dicciona-
rios los confunden: ambos vehículos son "carruajes burgue-
ses", distintos de los carruajes más populares, como los óm-
nibus, que pueden llevar hasta dieciséis pasajeros (natural-
mente, se trata de datos tomados de la enciclopedia vigente
en la época en que se escribió el relato de Aliáis; si no, de-
beríamos considerar el caso de un lector dotado de un código
más restringido, para el cual el coupé es un tipo de auto-
móvil).
Pues bien: hay que reconocer que las propiedades de
un coupé resultan más o menos necesarias (o accidentales)
sólo respecto del topic narrativo, de modo que la necesidad
o la esencialidad sólo serían una cuestión de comparación tex-
tual. Cuando se compara un brougham con un coupé, la po-
sición del conductor se vuelve diagnóstica, mientras que el
hecho de que (ambos) sean cerrados queda en el segundo
plano (acerca de las propiedades diagnósticas, cf. Nida, 1975).
Una propiedad diagnóstica es, pues, la que permite localizar
sin ambigüedades la clase de los individuos a que se está ha-
ciendo referencia en el contexto de determinado mundo co-
textual (cf. también Putnam, 1970).
El topic dominante en el capítulo al que nos referíamos
es que nuestros dos héroes se están peleando. Un subtopic
es que están yendo a su casa. Lo que permanece implícito
(y sigue siendo una cuestión de inferencia por medio de di-
versos cuadros comunes) es que Raoul y Marguerite, que por
suerte constituyen una pareja burguesa, deben resolver su
problema en privado. Por eso necesitan un carruaje burgués
192
cerrado. La posición del conductor no tiene demasiada im-
portancia. Un cabriolet, con su techo plegable generalmente
abierto, no les convendría; un brougham, sí. En una traduc-
ción inglesa del mismo texto,9 coupé se traduce como han-
som cab, que es un carruaje dotado de las mismas propieda-
des que el brougham.
Sin embargo, parece haber cierta diferencia entre ser un
carruaje (propiedad entrañada por |coupé|) y tener cuatro
ruedas: de hecho, la expresión.
(28) Este es un coupé, pero no es un vehículo
resulta semánticamente insostenible, mientras que
(29) Este es un coupé, pero no tiene cuatro ruedas
es aceptable.
De modo que hay algunas diferencias entre las propieda-
des lógicamente necesarias y las propiedades accidentales o
fácticas: desde el momento en que se han aceptado algunos
postulados de significación (Carnap, 1952), un brougham es
/ vehículo \^
/ / carruaje \ \
V I / \ ] / _—-"" c u a t r o ° d° s rue
das
- cua tr0
\ \ (broughamUferT _ ° ? PasaJer0S dc
\\ V / / ^ ^ ^ T ^ techo cerrado
^sX^ J ^ asiento posterior
NECESARIAS ACCIDENTALES
9. Se trata de la traducción elaborada por Fred Jameson para la
edición norteamericana de nuestro ensayo sobre Un árame bien pa-
risién.
193
necesariamente un carruaje (y un vehículo), mientras que sólo
accidentalmente tiene dos o cuatro ruedas: lü
Sin embargo, la diferencia entre las propiedades necesa-
rias y las accidentales depende de una especie de efecto "óp-
tico". Tratemos de preguntarnos por qué ningún diccionario
y ninguna enciclopedia mencionan en la definición de broug-
ham el hecho de ser tirado por caballos ni el de estar hecho
de madera y metal. Si no existiese este fenómeno de la in-
clusión (un término entraña otro y éste, a su vez, entraña un
tercero), una representación "pedante" de brougham tendría
la siguiente forma:
194
a las berlinas, a los landos, a las calesas y a los coches.
Como existe la semiosis ilimitada y cada signo es interpre-
table mediante otros signos, como cada término es una aser-
ción rudimentaria y cada aserción un razonamiento rudimen-
tario, hay que encontrar alguna salida: por eso se establecen
reglas económicas de entrañe.
Por consiguiente, los procedimientos de entrañe permiten
abreviar una lista potencialmente infinita de propiedades tác-
ticas. En una representación semántica totalmente "pedante"
no habría diferencias entre propiedades necesarias y propie-
dades lácticas o accidentales, así como en los ejemplos de
postulados de significación que propone Carnap es una cues-
tión de entrañe decir que un soltero es un ser humano mascu-
lino adulto o que los cuervos son negros.
Es cierto que en la perspectiva de Carnap hay diferencia
entre las L-verdades y las verdades sintéticas, y que la L-im-
plicación se refiere a "un explicatum por la implicación lógica
o entailment" (Carnap, 1947: 11); de manera que el entrañe
o entailment se interpreta como un caso de verdad analítica.
Por consiguiente, debería decirse que un coupé y un broug-
ham son vehículos analíticamente, mientras que son de carác-
ter burgués sólo sintéticamente. Pero creemos que ya Quine,
en "Two dogmas of empiricism" (1951) ha respondido per-
fectamente a esto dentro de su crítica de la concepción car-
napiana. Que un coupé sea un carruaje es algo tan empírico
(depende tanto de nuestras convenciones semánticas) como la
noción histórica de que haya gozado de las preferencias de
un público burgués.
Quine observa que, si por verdad analítica se entiende una
verdad lógica como
(30) Ningún hombre no casado está casado
nadie pone en tela de juicio la incontrovertible verdad de
esta tautología. Pero otra cosa es decir
(31) Ningún soltero está casado
195
o, en nuestro caso, "ningún coupé carece de la propiedad de
ser un carruaje". Porque en este último caso sólo tenemos
el registro lexicográfico de un uso semántico corriente. Lo
que cuenta para que una proposición como ésta sea verdadera
o falsa es el sistema general de la ciencia que, como conjun-
to solidario, establece qué propiedades deben constituir su
centro (y en consecuencia, las plantea como analíticamente
incontrovertibles) y qué otras constituyen su periferia, dis-
cutible, revisable, sujeta a estipulaciones transitorias: "La
ciencia, en su globalidad, es como un campo de fuerza cuyos
puntos límite son la experiencia." Que en Elm Street haya
o no una casa de ladrillos es algo que se nos aparece como
un hecho contingente porque no parece capaz de perturbar
el centro del sistema. Pero respecto de la globalidad del siste-
ma no hay diferencia entre una ley física y el hecho de que
en Elm Street hay una casa de ladrillos: somos nosotros (la
ciencia) los que decidimos a qué proposiciones debemos con-
ferir el papel de verdades cuya discusión exigiría una reaco-
modación del campo global y a cuáles n o . "
196
Las leyes de entrañe semántico son elementos de un
sistema global de este tipo: "En cuanto al fundamento epis-
temológico, los objetos físicos y los dioses sólo difieren en
grado y no en naturaleza. Tanto uno como otro tipo de enti-
dades entran en nuestra concepción sólo como postulados
culturales." Cualquier proposición sintética tendría derecho
a convertirse en una proposición analítica "si hiciésemos rec-
tificaciones suficientemente drásticas en alguna parte del sis-
tema".
Resulta curioso que hayamos debido apelar precisamente
a Quine para llegar a una definición de propiedad aplicable
dentro del ámbito de una teoría textual de los mundos po-
sibles, concepto que procede de la lógica modal contra la que
Quine siempre ha polemizado. Pero quizás este autor no plan-
tee objeción alguna contra esta noción de mundo posible.
De todas maneras, podemos concluir que la diferencia entre
sintético y analítico depende de la determinación del centro
y de la periferia de un sistema cultural global y homogéneo
(¡sea cual sea su tamaño!). Entonces podemos aceptar la de-
finición de Chisholm (1976: 6) según la cual una propiedad
"se vuelve necesaria dentro del marco de determinada des-
cripción".
brougham + + + + + 0 0
hansom cab + + + + + +
coupé + + + + + + + +
1 2 3 4 5 6 7 .8
197
donados, mediante los procedimientos característicos de uno
de 1Q§ tipos más sencillos de análisis semántico (donde +
significa presencia de la propiedad, — significa ausencia y
0 = indeterminado).
Las propiedades 1-6 son pertinentes en el contexto de
Drame, mientras que las propiedades 7 y 8 no lo son y, por
consiguiente, pueden anestesiarse (tanto por obra del autor
como por obra del lector). Pero si el que requiriese un coupé
fuese el director del Museo de los Carruajes, las propiedades
3-8 serían las pertinentes, porque éste quiere algo que se dis-
tinga tanto de un rickshaw como de un brougham. Por lo
demás, poco importa que el coupé que se exponga aún pueda
moverse y seguir conteniendo personas (en última instancia,
sería suficiente con un modelo de cartón). Cada uno escoge
sus propias propiedades necesarias.
Pero es evidente que, a esta altura de la discusión, el tér-
mino "necesarias" resulta ambiguo (de hecho, en 8.15 lo usa-
remos con otros fines). Digamos, pues, que, al describir las
propiedades de un individuo en un mundo textual, nos inte-
resa privilegiar aquéllas que resultan esenciales para los fines
del topic.12
198
8.6. Cómo determinar las propiedades esenciales
199
mundos nos enfrentamos con el mismo individuo, salvo varia-
ciones debidas a propiedades accidentales.
Sin embargo, estos dos ejemplos sólo serían meros entre-
tenimientos lingüísticos si no permitiesen profundizar en el
problema de la determinación del carácter esencial o acci-
dental de las propiedades implicadas y de la construcción de
los mundos de referencia.
Rescher (1973) sugiere que para definir un mundo posi-
ble como construcción cultural debemos especificar:
(i) una familia de individuos Xi... xn;
(ii) una familia de propiedades F, C, M..., atribuidas a
los individuos;
(iii) una "especificación de esencialidad" para cada pro-
piedad de individuo, en virtud de la cual pueda determinarse
si una propiedad le es o no esencial;
(iv) relaciones entre propiedades (por ejemplo, relaciones
de entrañe).
Dado un mundo Wi habitado por dos individuos xx y x2
y tres propiedades, F, C, M, el signo + significa que el indi-
viduo en cuestión tiene la propiedad en cuestión, el signo —
significa que no la tiene y los paréntesis señalan las propie-
dades esenciales:
Wt F C M
Xi (+) (+) —
x2 + + —
Imaginemos ahora un mundo W2 en el que existan los
siguientes individuos con las siguientes propiedades:
w3 F C M
yi (+) (+) +
y2 + — (—:
ya (+) (—) (.+)
200
Un individuo de W2 es la variante potencial del individuo
prototipo de Wi si ambos difieren sólo por sus propiedades
accidentales. Por consiguiente, yi de W2 es una variante de
xx de Wi e y2 de W2 es una variante de x2 en Wi.
Un individuo es un supernumerario respecto de un indi-
viduo de otro mundo posible si difiere de éste también por
sus propiedades esenciales. Por consiguiente, y3 de W2 es
supernumerario respecto de los individuos de Wi.
Cuando un prototipo de un mundo Wi tiene una y sólo
una variante potencial en un mundo W2, la variación poten-
cial coincide con lo que se denomina identidad a través de
los mundos (transworld identity). Naturalmente, no vale la
pena analizar los casos de identidad absoluta (iguales propie-
dades esenciales e iguales propiedades accidentales).
Al formular el condicional contrafáctico (32), mi suegra
compara un mundo posible Wi con un mundo de referencia
Wo y los construye de la siguiente manera:
Wo m p Wi m p
Xi (+) + yi — +
donde m es la propiedad esencial de estar casado con su hija
y p es cualquier otra propiedad accidental (por ejemplo, la de
ser el autor de este libro). Como en su Wi contrafáctico apa-
rece un individuo que no tiene la propiedad esencial m, debe-
mos decir que los dos individuos no son idénticos.
En cambio, el que formula el condicional contrafáctico
(33) compara dos mundos construidos de la siguiente manera:
Wo m p wx m p
Xi + (+) yi — (+)
y es evidente que yi es una variante potencial de Xi.
En realidad, las cosas no son tan sencillas. En el caso del
condicional contrafáctico (32), el hecho de que el sujeto de
la enunciación piense en "su" yerno introduce una compli-
201
cación adicional, tanto en Wo como en Wi. En efecto: al de-
finir el individuo a través de una relación con el sujeto de
la enunciación ("el que se caracteriza por determinada rela-
ción con el sujeto de la enunciación") se coloca también a mi
suegra entre los individuos del mundo de referencia (y del
mundo contrafáctico) y se da una descripción relacional del
individuo en cuestión. Como veremos en 8.15, se introducen
aquí relaciones E-necesarias. Por el momento, basta con mos-
trar que la construcción del mundo de referencia depende de
un topic textual: en (32), el topic era "relación de x con su
suegra", mientras que en (33) era "relaciones de x con este
libro".
La solución propuesta nos permite resolver, de todas ma-
neras, una objeción planteada por Volli (1978) respecto de
la relación entre mundo posible y mundo "real", al que el
primero se superpone fatalmente (por causa de la imposibi-
lidad de formularlo como completo). Observa Volli que al
referirnos al mundo "real" nos veremos obligados a conside-
rar todas las proposiciones que, desde el punto de vista de
la enciclopedia, valen en él: por ejemplo, que la Tierra es
redonda, que 17 es un número primo, que las islas Hawai
se encuentran en el Pacífico, etc., probablemente hasta el in-
finito. La solución que acabo de proponer apunta a ahorrarle
a mi suegra un esfuerzo tan tremendo; esfuerzo que supo-
nemos que el propio Volli evita cuando por la mañana se
pregunta que sucedería si se pusiese una camiseta Lacoste en
vez de una Fruit of the Loom. El topic textual ha estable-
cido qué propiedades han de tomarse en consideración: todas
las demás, aunque no se las niega, quedan anestesiadas por
el autor y son susceptibles de ser anestesiadas por el lector.
En el condicional contrafáctico (33) no es pertinente que yo
tenga o no dos piernas (aunque no esperamos que la even-
tual continuación del texto niegue ese hecho), pero son per-
tinentes algunas propiedades de |libro| o de |autor|. Construir
el mundo de referencia en lugar de tomar el nuestro tal como
202
está resulta de gran utilidad no sólo para la semiótica textual,
sino también para las meninges de cualquier persona nor-
mal que, dada una proposición, no se pregunta en absoluto
cuáles y cuántas son todas sus posibles consecuencias lógi-
cas. Por lo común, cuando me pregunto si iré o no a la Scala
para asistir a la representación de La Traviata no considero
también el hecho de que la Scala fue construida por Pierma-
rini. Si procedo de ese modo en la vida de todos los días,
no veo por qué no debería hacer lo propio cuando estructuro
los mundos posibles de un texto.13
203
8.7. Identidad
204
(dentro del ámbito de un texto dado) se atribuyen a Adán
las propiedades esenciales. Nos parece que, para Darwin o
para Teilhard de Chardin, el hecho de que el primer hombre
se llamase Adán o Noé y de que tuviera novecientos o mil
años era algo totalmente accidental. Les interesaba hablar de
un x definido como "el primer hombre que apareció sobre
la Tierra".
Cuando Hintikka (1969b) dice que, si veo un hombre sin
estar seguro de que sea John o Henry o algún otro, de todas
maneras ese hombre será el mismo en todo mundo posible
porque es el hombre que veo en ese preciso momento, plantea
el problema del topic textual desde la perspectiva de la evi-
dencia perceptiva. Como mi pregunta es "¿quién es el hom-
bre que veo en este instante?", la única propiedad esencial
de este individuo es la de ser el que yo veo: mis necesidades
materiales y empíricas han determinado qué es lo que importa
textualmente.
8.8. Accesibilidad
205
(iü) WiRW,, WjRWfo WiRWk: la relación es diádica y
transitiva;
(iv) la relación precedente se vuelve también simétrica.
Dados dos o más mundos, las relaciones que acabamos de
considerar pueden cambiar de acuerdo con las siguientes con-
diciones:
(a) la cantidad de individuos y de propiedades es la misma
en todos los mundos considerados;
(b) la cantidad de individuos aumenta al menos en un
mundo;
(c) la cantidad de individuos disminuye al menos en un
mundo;
(d) las propiedades cambian;
(e) (otras posibilidades resultantes de la combinación de
las condiciones anteriores).
Al hablar de los mundos narrativos se podría intentar es-
tablecer una tipología de los distintos géneros literarios ba-
sada precisamente en estos criterios (para una primera pro-
puesta, cf. Pavel, 1975). Para los fines del presente análisis
consideremos sólo algunos casos.
Examinemos ante todo un caso en el que (al margen de
cualquier diferencia entre propiedades esenciales y accidenta-
les) hay dos mundos dotados de la misma cantidad de indi-
viduos y de propiedades:
Wx F M C w2 F M C
Xi + + — yi
x2 + — + ya — + +
Es evidente que mediante ciertas manipulaciones podemos
lograr que los individuos de W2 resulten estructuralmente
idénticos a los individuos de Wi, y viceversa. Entonces ha-
blaremos de relación diádica y simétrica.
Consideremos ahora un segundo caso en el que Wi cuenta
206
con menos propiedades que W2. Imaginemos, siguiendo el
ejemplo de Hintikka ya citado en 8.3, que las propiedades
de Wi sean el ser redondo y el ser rojo, mientras que los
individuos de W2, además de ser redondos y rojos, son tam-
bién rotantes:
Xx + — yi + +
x2 + + y2 + +
Como se ve, en W2 no es difícil generar los individuos
de Wi: basta con considerar para cada uno de ellos la pro-
piedad de no ser rotante:
ys
y* + + —
Al realizar una transformación de este tipo advertimos
que y4 es estructuralmente idéntico a y2, mientras que y 3 apa-
rece como un nuevo individuo (que en W2 aún no existía,
pero que era concebible).
En cambio, no se puede hacer lo contrario, a saber, ge-
nerar a partir de Wi los individuos de W2, porque el primej
mundo, comparado con el segundo, posee una matriz (o estruc-
tura de mundo) más pobre, en la que no se puede valorar ni
la ausencia ni la presencia de la propiedad de ser rotante. Por
consiguiente, la relación entre los dos mundos no es simétrica.
A partir del segundo puedo "concebir" (vale decir, producir
por razones de flexibilidad de la estructura) el primero, pero
no a la inversa.
Si reflexionamos, podemos ver que nos encontramos ante
la situación descrita por Abbott en Flatlandia: un ser que vive
207
en un mundo tridimensional visita un mundo bidimensional
y logra comprenderlo y describirlo, mientras que los seres del
mundo bidimensional no logran explicar la presencia del vi-
sitante (que posee, por ejemplo, la propiedad de poder atra-
vesar totalmente su mundo mientras que ellos sólo razonan
mediante ñguras planas). Una esfera tridimensional que atra-
viesa un mundo bidimensional se presenta como una serie
de círculos sucesivos, de tamaño variable; pero los seres bi-
dimensionales no logran concebir cómo puede ser que el vi-
sitante cambie continuamente de tamaño.
Consideremos ahora un tercer caso, en el que a los dos
mundos del ejemplo anterior se añade un tercer mundo, W3,
donde vale la discriminación entre propiedades esenciales y ac-
cidentales. Para este tercer mundo, la propiedad de ser rotante
es esencial a cada uno de sus individuos (situación similar a la
de los individuos de nuestro sistema solar):
208
mos obtenido una relación diádica y transitiva, pero no si-
métrica.
Para pasar de W3 a W^ basta construir un mundo don-
de cada individuo tenga la propiedad esencial de no ser rotan-
te. Según lo que se dijo en 8.7, los individuos de W, así de-
terminados serán supernumerarios respecto de los de W3.
Como en lógica modal el tipo de relación cambia según
el sistema utilizado (T, S4, S¡, brouweriano), podría refle-
xionarse acerca de las relaciones entre las situaciones que aca-
bamos de ejemplificar y los distintos sistemas modales. El
lector informado habrá reconocido algunas analogías entre
estas relaciones entre matrices de mundos y los parlour gantes
utilizados por Hughes y Cresswell (1968) para ejemplificar los
diversos tipos de relaciones. Pero en el marco de nuestro aná-
lisis no es necesario encontrar a toda costa una homología
formal entre los dos tipos de investigación. Lo que interesa
es haber construido matrices estructurales aptas para repre-
sentar la forma de mundos textuales y para establecer reglas
de transformación entre estos últimos.
209
tos no casados significa establecer (como ya dijimos) qué pro-
piedades definimos como esenciales en virtud de determinado
topic discursivo; pero determinar, por un lado, que es im-
posible ser al mismo tiempo soltero y casado (postulado de
significación) y al mismo tiempo afirmar que algunos solteros
están casados resulta poco menos que irracional. Podemos
concebir una matriz de mundo en la que, por alguna razón,
no consideremos esencial que los solteros sean humanos (por
ejemplo, en la expresión: "En el universo de Walt Kelly,
Pogo Possum es soltero"), pero una vez estipulado • que un-
soltero (aunque no sea humano) es no casado, no podemos
decir que, "en el universo de Walt Kelly, Pogo Possum es
soltero y está casado".
Una verdad lógica como, por ejemplo, "p o ~ p" es la
condición de posibilidad de una estructura de mundo. Si
existiese un mundo W4 donde los individuos pudieran tener
o no, al mismo tiempo, la propiedad de ser redondos (vale
decir, donde el signo + o — de la matriz no tuviese ningún
valor estable, y uno pudiese confundirse con el otro), ese
mundo sería inconstruible (y, si se prefiere, "inconcebible":
pero en el sentido de "estructuralmente informulable"). Entre
otras cosas, advertimos que éste parece ser el caso del ejem-
plo (32), donde mi suegra piensa en un mundo posible en
el que un individuo, caracterizado por el hecho de ser su
yerno, se caracteriza al mismo tiempo por el hecho de no
serlo; pero esta contradicción quedará más clara en los pará-
grafos 8.14 y siguientes.
Las verdades lógicamente necesarias no son elementos del
mobiliario de un mundo, sino condiciones formales de la
construibilidad de su matriz.
Sin embargo, alguien podría objetar que en los mundos
narrativos se dan casos en que las verdades lógicas resultan
negadas. En tal sentido, son típicas ciertas novelas de ciencia
ficción donde, por ejemplo, existen cadenas causales cerra-
210
das,1* en las que ocurre que A es causa de B, B causa de C
y C, a su vez, causa de A, y en las que pueden encontrarse
personajes que viajan hacia atrás en el tiempo y que no sólo
se encuentran consigo mismos tales como eran en su juven-
tud, sino que también se convierten en sus propios padres
o en sus propios abuelos. También podríamos decidir que, en
un viaje de ese tipo, el protagonista descubra que 17 ya no
es un número primo y encuentre controvertidas muchas otras
de las denominadas "verdades eternas". ¿No debería hablarse
entonces de mundos en que las verdades lógicamente necesa-
rias ya no tendrían validez?
Creemos, no obstante, que se trata de una curiosa ilu-
sión narrativa. Tales mundos no son "construidos": son
simplemente "nombrados". Puede decirse perfectamente que
existe un mundo donde 17 no es un número primo, así como
puede decirse que existe un mundo donde existen los mons-
truos comepiedras. Pero para construir estos dos mundos se
necesita, en el primer caso, producir la regla que permita di-
vidir 17 por un número distinto y obtener algún resultado, y,
en el otro caso, describir individuos llamados "monstruos
comepiedras" y atribuirles ciertas propiedades por ejemplo, la
de haber vivido en el siglo xvn, la de haber sido verdes, la de
haber residido bajo tierra para comer todas las piedras que
el padre Kircher arrojaba a los cráteres de los volcanes para
ver si salían por las antípodas o se quedaban gravitando en
el centro del Mundus Subterraneus. Como se ve, en tal caso
se construirían individuos combinando, aunque fuese de una
manera inédita, propiedades que son registrables en una ma-
211
triz W0 de referencia. Por lo demás, se trata de la cuestión
discutida en la historia de la filosofía acerca de la posibilidad
de concebir una montaña de oro, o bien por Horacio cuando
se pregunta si puede imaginarse un ser humano con cerviz de
caballo. ¿Por qué no? Se trata de fabricar cosas nuevas a partir
de lo ya conocido. Más difícil, como muestra la historia de
la lógica, es concebir (en el sentido de producir reglas para
su construcción) un círculo cuadrado.
Por el contrario, en una novela de ciencia ficción donde
se afirma que existe una máquina que desmaterializa un cubo
y lo hace aparecer en un momento precedente (en virtud de lo
cual el cubo aparecerá en la plataforma de la máquina una
hora antes de haber sido colocado en ella), tal instrumento es
nombrado, pero no construido, o sea, se dice que existe y que
se le llama de determinada manera, pero no se dice cómo
funciona. Resulta, pues, una especie de operador de excep-
ción, como el Donador Mágico de las fábulas o Dios en las
historias de milagros: un operador al que se atribuye la pro-
piedad de poder violar las leyes naturales (y las verdades ló-
gicamente necesarias). Sin embargo, para postular esa pro-
piedad se deben aceptar las leyes que ella violaría. En efecto:
para citar un operador capaz de suspender el principio de
identidad (y de convertirme en mi propio padre) debo cons-
truir matrices de mundos en los que vale el principio de iden-
tidad, porque si no ni siquiera podría hablar de mí mismo,
de mi padre, de la posible y curiosa confusión entre ambos,
ni podría atribuir al operador "mágico" esa propiedad, por-
que la tendría y no la tendría al mismo tiempo. Por consi-
guiente, distinguimos entre nombrar o citar una propiedad
y construirla. Naturalmente, al postular un mundo en que
existe un individuo x (Dios, un Donador, un "infundíbulo
cronosinclástico", tal como se lo encuentra en las obras de
Vonnegut), capaz de suspender las verdades lógicamente ne-
cesarias, proveo a ese mundo de un individuo que es super-
numerario respecto del mundo de referencia. En lo que se
212
refiere a ese individuo x, se pone en crisis la identidad a tra-
vés de los mundos, pero no se pone en crisis la accesibilidad
entre los dos mundos en cuestión, según las reglas enunciadas
en 8.11, porque también en la enciclopedia de Wo existe la
propiedad de ser nombrado como violador de leyes lógicas.
Se ha objetado (Volli, 1978, nota 37) que la distinción
entre propiedades nombradas y propiedades construidas o des-
critas estructuralmente es insostenible porque "toda la his-
toria de la ciencia (y de la literatura) demuestra cómo, tra-
bajosamente, mediante la utilización de modelos y metáforas
que más tarde se convierten en designadores, es posible cono-
cer (es decir, nombrar y describir) objetos y propiedades nue-
vos, es decir, antes 'inexistentes' en los mundos posibles cog-
nitivos". Si esta objeción quiere decir que a partir de pro-
piedades conocidas se pueden sugerir combinaciones de pro-
piedades aún ignoradas, no se afirma otra cosa que lo que ya
hemos dicho (como también ha dicho la historia de la filo-
sofía) sobre la montaña de oro. Observando el vuelo de los
pájaros y un caballito de columpio, un hombre de genio como
Leonardo podía imaginar una combinación de propiedades
variadas (ser más pesado que el aire, tener alas batientes,
constituir un modelo de material inerte de forma orgánica)
capaces de permitirle describir un aeroplano, postular un
mundo en que éste sea construible y orientar de ese modo la
imaginación de quienes más tarde pensarían en construirlo.
En Las maravillas del año 2000, Emilio Salgari había imagi-
nado grandes elefantes metálicos dedicados a la limpieza de
las calles que aspiraban la basura con sus trompas. Creo que
la idea de la aspiradora ya debía de circular en esa época,
pero no importa: no dejaba de ser una manera de sugerir
determinada combinación de propiedades para producir un
individuo nuevo; fue suficiente con reducir después ese indi-
viduo a un elemento tubiforme aspirante y a un "vientre" o
receptáculo, para que la cosa estuviese hecha. Adviértase, sin
embargo, que Salgari no decía cómo se producía la aspira-
213
ción: de modo que sólo en parte construía su individuo; el res-
to se limitaba a postularlo (a nombrarlo) como operador de
excepción. Que después, al leer esas páginas, alguien pudiese
verse inducido a convertir la excepcionalidad nombrada en
operatividad construible y describióle, es otra cuestión.
Pero si la objeción citada quiere decir que una novela de
ciencia ficción puede sugerir la existencia de infundíbulos cro-
nosinclásicos, y con ello anticipar el descubrimiento de una
entidad más tarde describible y contruible, entonces se equi-
voca acerca de la definición del término | describir |. Remiti-
mos al segundo capítulo de este libro: dar una definición,
como sabía Peirce, significa especificar las operaciones que
hay que realizar para concretar las condiciones de perceptibili-
dad de la clase de objetos a que se refiere el término definido.
Por consiguiente, decir que un infundíbulo cronosinclástico es
un remolino espaciotemporal no es aún una definición satis-
factoria. Que un hombre de ciencia, al leer algo relativo a esa
extraña entidad, se vea estimulado en su imaginación para
buscar las condiciones de descripción y construcción (opera-
ciones para reconocer) de algo análogo, no tiene nada de ob-
jetable: ¡cuánta gente fue en busca de los unicornios y se topó
con los rinocerontes! Que la literatura pueda tener funciones
proféticas (un libro anuncia algo que después se realizará de
veras) es una opinión atendible: pero sería cuestión de rede-
finir la noción aristotélica de "verosímil". ¿Es inverosímil
afirmar actualmente que se pueda llegar a Aldebarán como
se ha llegado a la Luna? Según los criterios científicos corrien-
tes, parece poco verosímil, porque no parece realizable en un
lapso razonable. Sin embargo, a una mentalidad no cientí-
fica no debería resultarle rechazable la idea de que, "pues-
to que hemos llegado a la Luna, cosa que se consideraba im-
posible, ¿por qué no considerar posible un viaje a Aldeba-
rán?" Como la ciencia, ya lo sabemos, es muy prudente en
la formulación de sus criterios de verosimilitud, mientras que
la opinión común, la imaginación cotidiana y la poética lo
214
son mucho menos, bien puede darse que un texto literario
anticipe un mundo posible en el que se llegue a Aldebarán.
Pero, como lo hace contra todas las evidencias provistas por
nuestros conocimientos físicos, deberá limitarse a nombrar
los individuos que estarían en condiciones de realizar esa
empresa (cohetes, contractores espaciotemporales, desmate-
rializadores de ondas zeta, operaciones parapsicológicas), sin
construirlos. Es comprensible, pues, el efecto óptico de quien,
viviendo en un mundo donde tales individuos existan, se pre-
gunte asombrado cómo el antiguo poeta pudo describirlos, sin
darse cuenta de que éste sólo los nombró. De la misma manera,
al leer a Roger Bacon, nos asombramos de que haya podido
afirmar la posibilidad de la existencia de máquinas voladoras
y lo consideramos tan brillante como Leonardo: pero este úl-
timo las había descrito grosso modo, mientras que Bacon sólo
las había postulado genialmente, limitándose a nombrarlas.
Para concluir, podemos decir, por cierto, que a veces se
aventura la descripción de un mundo posible a través de metá-
foras. Pero se trata de definir el mecanismo de la metáfora: ate-
niéndonos a la definición presentada en el Tratado (3.4.7),
recordemos que la metáfora se realiza cuando de dos unida-
des semánticas una se convierte en la expresión de la otra
por causa de una amalgama realizada sobre la base de una
propiedad que ambas tienen en común. De manera que, si la
metáfora es tal, ya constituye un intento de "construcción"
sobre la base de una combinación de propiedades: nombro
la entidad x (dotada de las propiedades a, b y c) a través de
su sustitución por la entidad y (dotada de las propiedades c,
d y é), por amalgama realizada sobre la propiedad c, y de
ese modo prefiguro una especie de unidad semántica inédita
dotada de las propiedades a, b, c, d y e. En este sentido, tam-
bién la metáfora poética puede convertirse en un instrumento
de conocimiento, precisamente porque representa el primer
paso, aún vacilante, hacia la construcción de una matriz de
mundo. Un mundo, por ejemplo, donde una mujer es un
215
cisne, porque se sugieren posibles fusiones entre mujeres y cis-
nes, individuos de fantasía que participan de las propiedades
de ambos.
En cuanto a los cuentos de ciencia ficción donde yo me
convierto en mi propio padre y el mañana se identifica con
el ayer, por lo común se proponen hacernos sentir el ma-
lestar de la contradicción lógica, juegan con el hecho de que,
según las reglas de construcción de mundos y la lista de pro-
piedades que nuestra enciclopedia nos proporciona, el mundo
posible que proponen no podría funcionar (y, de hecho, sólo
es construible de una manera desequilibrada y estructural-
mente confusa). Nos incitan a sentir el placer de lo indefinible
(jugando con nuestro hábito de identificar palabras y cosas, en
virtud del cual creemos instintivamente que una cosa nom-
brada está, por eso mismo, ya dada y, en consecuencia, está,
en cierto modo, ya construida). Al mismo tiempo nos invitan
a reflexionar sobre la posibilidad de que nuestra enciclopedia
esté incompleta, truncada, privada de algunas propiedades
intuibles. En síntesis: quieren que nos sintamos como en el
ejemplo de Abbott se sentían los habitantes del mundo bidi-
mensional cuando eran atravesados por una esfera tridimen-
sional. Nos sugieren la existencia de otras dimensiones. Pero
no nos dicen cómo reconocerlas. Por eso sigue habiendo al-
guna diferencia entre los mundos de Flatlandia y la teoría de
la relatividad restringida. Al margen de nuestras preferencias
personales.
216
hay que rechazar con firmeza si no se quiere abusar precisa-
mente de la que, esta vez sí, se convertiría en una metáfora,
aunque fascinante, vacía. Una fábula es un mundo posible:
Caperucita Roja proyecta una serie de personajes y propieda-
des distintos de los de nuestro W0. Ahora bien: en un primer
estado de la fábula, Caperucita Roja discute con su mamá, en
un segundo estado entra en el bosque y encuentra un lobo.
¿Por qué decir que el fragmento temporal en que la niña
encuentra al lobo es un mundo posible respecto de aquel en
que habla con su mamá? Si, mientras habla con su mamá,
la niña se imagina qué hará en el bosque en el caso de encon-
trar al lobo, ése sí sería, respecto del mundo proyectado por
el estado inicial de la fábula, un mundo posible, a saber, el
de las creencias y expectativas de la niña. Como tal podría
ser convalidado o refutado por el siguiente estado de la fá-
bula, donde se dice lo que ocurrió efectivamente (recordemos
que "efectivo" es una expresión indicativa: es efectivo el mun-
do de la fábula una vez que hemos aceptado considerarlo
como punto de referencia para valorar las creencias de sus
personajes). Pero la Caperucita Roja que habla con su madre
y la Caperucita Roja que conversa con el lobo son absoluta-
mente el mismo individuo que pasa por distintos desarrollos de
acontecimientos. Si se dice:
217
textual, el yo en cuestión en cada mundo es el mismo indivi-
duo, una pareja prototipo-variante o una pareja individuo-
supernumerario.
A la luz de estas observaciones podemos proceder a
enunciar las siguientes definiciones:
(i) En una fábula, el mundo posible WN es el que afir-
ma el autor. No representa un estado de cosas, sino una se-
cuencia de estados de cosas s, ... sn ordenada por intervalos
temporales t, ... tn. Así, pues, representaremos una fábula
como una secuencia WNs, ... WNsn de estados textuales. Si
debemos proyectar un Wn en su completitud, deberemos ha-
cerlo sólo por referencia a los WNsn que se han realizado.
Dicho de otro modo: estamos en lo justo cuando decimos que
Madame Bovary es la historia de una adúltera pequeñobur-
guesa que muere; estaríamos errados, en cambio, si dijéramos
que Madame Bovary es la historia de la mujer de un médico
que vive feliz y contenta, aunque los estados iniciales de la
fábula pueden confirmarnos en esta creencia. Repitamos una
vez más que los diferentes Wfj5¡ no son mundos posibles:
son diferentes estados del mismo mundo posible. Como vere-
mos, el lector que compara determinado estado de la fábula
con su mundo de referencia o con el mundo de sus expectati-
vas, considera ese estado como un mundo posible; pero eso
ocurre porque aún no dispone de la totalidad del mundo posi-
ble narrativo, y precisamente porque sobre su convencimiento
de que el estado de la fábula ha de ser completado de alguna
manera se apoya su tendencia a proponer previsiones.
(ii) En el desarrollo del texto se nos presentan como ele-
mentos de la fábula algunos WNc, es decir, los mundos de
las actitudes preposicionales de los personajes. Por consi-
guiente, un WNcs¡ determinado describe el posible desarrollo
de acontecimientos tal como es imaginado (esperado, queri-
do, afirmado, etc.) por determinado personaje c. Los si-
guientes estados de la fábula deben verificar o refutar esas
218
previsiones de los personajes. En algunas historias, las actitu-
des preposicionales de los personajes no se verifican por los
estados siguientes, sino por los estados precedentes de la fá-
bula. Por ejemplo: cuando Caperucita Roja llega al lecho de
la abuela, cree que la persona que se encuentra en él es la
abuela (mientras que la fábula ya ha dicho que se trata del
lobo). En ese caso, el lector participa de la omniciencia de
la fábula y juzga, con una buena dosis de sadismo, la credi-
bilidad del WNcs¡ de ese personaje.
(iii) En el curso de la lectura del texto (o de su sucesiva
transformación en macroproposiciones de fábula parciales) se
configura una serie de WR, es decir, de mundos posibles
imaginados (temidos, esperados, deseados, etc.) por el lector
empírico (y previstos por el texto como probables movimien-
tos del Lector Modelo). Estos WR se configuran en las dis-
yunciones de probabilidad pertinentes a que nos hemos refe-
rido en 7.2. Los estados ulteriores de la fábula verificarán
o refutarán las previsiones del lector. A diferencia de los
mundos de los personajes, los mundos del lector sólo pueden
ser verificados por los estados de la fábula posteriores al
nudo en que se injerta la previsión (es totalmente inútil preo-
cuparse por un lector que, sabiendo que el lobo se ha coloca-
do en el lugar de la abuela, siga pensando con Caperucita
Roja que la persona que se encuentra en el lecho es la abuela;
es decir: desde nuestro punto de vista es un tonto, aunque
probablemente sea bastante interesante para un pedagogo, un
psicólogo infantil o un psiquiatra). Naturalmente, hay casos
en que el texto ha dado a entender que se estaba verificando
determinado estado de la fábula, pero sólo entre líneas, y eso
explica que el lector siga creyendo en algo que la fábula ya
debería haberse encargado de refutar. Como veremos, tal es
el caso de la estrategia narrativa de Un árame bien parisién.
(iv) En el curso de sus movimientos previsionales, el lec-
tor también puede imaginar (y en determinados puntos del
relato de Aliáis debe hacerlo) los mundos posibles de las
219
creencias (expectativas, deseos, etc.) de los personajes de la
fábula. Llamaremos WKc al mundo posible que el lector, al
hacer previsiones, atribuye a un personaje, y WBCc al mundo
posible que el lector imagina que un personaje atribuye a otro
personaje ("quizás él cree que ella cree que..."). Hay histo-
rias en las que el lector es incitado a formular mundos del
tipo WECC---, que, por lo demás, es un caso de mise en abime.15
220
propiedad de llamarse Raoul), pero sólo éste tiene la propie-
dad de estar casado con esta Marguerite de que nos habla el
texto. Si queremos usar una simbolización adecuada, debere-
mos asignar a Raoul un operador iota de identificación indi-
vidual:
(3x) [Hombre (x) • Casado (x, z, WN, s0 < sj] • (Vy)
[Hombre (y) • Casado (y, z, WN, S0 < s,) • (z = i xj] D
(y = t Xj) • (i Xj = Raoul)
221
porque está abundantemente identificado en la enciclopedia.
Pero para Raoul y Marguerite no podemos proceder de otra
manera.
Imaginemos un texto que diga:
(37) Había una vez Juan y había una vez Juan.
Intuitivamente diremos que no es una buena historia;
por el contrario: no es en absoluto una historia; no sólo por-
que en ella no sucede nada, sino porque no logramos averi-
guar cuántos Juanes aparecen en ella. Supongamos, en cam-
bio, que la historia comience de la siguiente manera:
(38) Una noche, en Casablanca, un hombre con chaqueta blanca
estaba sentado en el Rick's bar. En el mismo momento, un
hombre acompañado por una mujer rubia partía de Lisboa.
El primer hombre se identifica por referencia a su rela-
ción específica con determinado bar (relacionado a su vez con
Casablanca, individuo este último ya identificado en W0); el
bar, a su vez, se identifica por su relación con el hombre. En
cuanto al segundo hombre, una vez establecido que se encuen-
tra "en el mismo momento" en Lisboa, no se le identifica con
el primero, sino en relación tanto con Lisboa como con la
mujer rubia (para la que valdrá el mismo procedimiento de
identificación).
Es importante que los dos hombres se distingan mediante
dos procedimientos de identificación diferentes, porque hay
novelas, como los folletines decimonónicos, que suelen jugar
con falsas distinciones: véase en Eco (1976) la definición del
topos del falso desconocido, en virtud del cual al comienzo
del capítulo se nos presenta un personaje misterioso para re-
velársenos después (sorpresa por lo general bastante previsi-
ble) que se trataba de un x ya perfectamente identificado y
nombrado en los capítulos anteriores.
Ahora bien: la relación que existe entre Raoul y Mar-
guerite, como la que existe entre el hombre con chaqueta
222
blanca y el bar (y también la que existe entre éstos y los
otros dos personajes que llegan desde Lisboa), es una rela-
ción diádica y simétrica xRy donde x no puede darse sin y,
y viceversa. En cambio, la relación entre el hombre con cha-
queta blanca, el bar y Casablanca es diádica, transitiva, pero
no simétrica, porque: (i) el hombre se identifica por su rela-
ción con el bar; (ii) el bar se identifica tanto por su relación
con el hombre como por su relación con Casablanca; (iii) tran-
sitivamente, el hombre se identifica por su relación con Ca-
sablanca; (iv) pero Casablanca, como individuo de Wo, no
se identifica necesariamente por su relación con los otros dos
individuos (sino que se identifica a través de la enciclopedia
mediante un procedimiento diferente; y en la medida en que
sólo se identifique por su relación con el hombre y con el bar
no se sabe si es la Casablanca que conocemos a través de
la enciclopedia). Esto nos permite decir: (a) en una fábula,
las relaciones entre supernumerarios son simétricas, mientras
que (b) las relaciones entre las variantes y sus prototipos de
W0 no lo son. Cuando las relaciones son complejas, son tran-
sitivas.
A estas relaciones diádicas y simétricas (y eventualmente
transitivas), que sólo valen dentro de la fábula, las llamamos
relaciones E-necesarias, o sea, propiedades estructuralmente
necesarias. Son esenciales para la identificación de los indivi-
duos supernumerarios de la fábula.
Una vez identificado como el marido de Marguerite, Raoul
ya no podrá ser separado de su contrapartida: podrá divor-
ciarse en un WNs„, pero no dejará de tener la propiedad de
ser aquél que en un WNSi. fue el marido de Marguerite.
223
estructuras discursivas y aceptadas por la fábula. Ahora bien:
las propiedades E-necesarias no pueden contradecir las pro-
piedades esenciales porque también las propiedades E-necesa-
rias están vinculadas semánticamente. Vale decir que si entre
Raoul y Marguerite rige la relación E-necesaria rÉm, ésta
aparece en la fábula como relación M de matrimonio (rMm)
y está vinculada semánticamente por cuanto, según la enciclo-
pedia de 1890, sólo puede haber casamiento entre personas
de distinto sexo: por consiguiente, no puede establecerse que
Raoul está E-necesariamente casado con Marguerite y afir-
mar después que esa relación necesaria era sólo aparente, que
no consistía en el estar casados, sino en el aparecer como
casados (algo de este tipo sucede al final del Falstaff).
En la medida en que están semánticamente vinculadas, las
relaciones E-necesarias pueden estar sometidas a una variedad
de constricciones. Por ejemplo:
224
te toma un coupé para regresar a su casa desde el teatro.
También podía regresar a su casa a pie y la historia no hu-
biese cambiado demasiado. Adviértase que si el topic textual
no hubiese sido el que es, sino uno distinto, similar al de la
Carta robada o al del Sombrero de paja de Florencia o al
del Fiacre n.° 13, vale decir, si toda la historia hubiese es-
tado centrada en un objeto misterioso, el coupé, que habría
que encontrar a toda costa, tanto Raoul como el coupé hu-
biesen estado ligados por una relación E-necesaria.
Por consiguiente, los supernumerarios de un mundo na-
rrativo están ügados por relaciones E-necesarias, así como dos
rasgos distintivos de un sistema fonológico están ligados por
su mutua oposición. Citemos el diálogo que se produce entre
Marco Polo y Kublai Kan en Las ciudades invisibles, de
Calvino:
(39) Marco Polo describe un puente piedra por piedra.
—Pero ¿cuál es la piedra que sostiene el puente? — pregunta
Kublai Kan.
—El puente no se sostiene por ésta o por aquella piedra
—contesta Marco—, sino por la línea del arco que ellas
forman.
Kublai Kan se queda callado y reflexiona. Después replica:
—¿Por qué, entonces, me hablas de piedras? Sólo me inte-
resa el arco.
Polo contesta: —Sin piedras, no hay arco.16
Sólo porque mantienen relaciones E-necesarias, dos o más
personajes de una fábula pueden ser interpretados como acto-
res que personifican determinados papeles (el ser Ayudante,
Donador, Víctima, etc.) que sólo existen como relaciones E-
necesarias. Fagin no es el Malvado de Clarissa, así como Lo-
velace no es el Malvado de Oliver Twist. Si se encontraran
225
fuera de sus respectivas fabulae, Lovelace y Fagin podrían to-
marse por una simpática pareja de juerguistas y quizás uno
podría ser el Ayudante del otro. Podría ser así, pero de hecho
no puede ocurrir eso. Porque sin Clarissa a quien hay que
seducir, Lovelace no es nada, ni siquiera ha nacido. Más ade-
lante veremos que este destino suyo tiene cierta importancia
para nuestro análisis.
Digamos, para concluir, que, en un WN, los individuos
supernumerarios se identifican mediante sus propiedades E-
necesarias, que son relaciones diádicas y simétricas de estre-
cha interdependencia cotextual. Estas pueden o no coincidir
con las propiedades atribuidas a los mismos individuos como
propiedades esenciales, pero en todo caso no pueden contra-
decirlas.
226
(iii) Según el género literario de que se trate, el lector
puede construir distintos mundos de referencia, o sea dis-
tintos W0. Una novela histórica exige ser referida al mundo
de la enciclopedia histórica, mientras que una fábula exige,
a lo sumo, ser referida a la enciclopedia de la experiencia
común para que se puedan gozar (o padecer) las distintas in-
verosimilitudes que propone. Así, pues, se acepta que una
fábula cuente que mientras reinaba el Rey Roncisbaldo (que
nunca existió históricamente; pero esto no tiene importan-
cia), una niña se transformó en una calabaza (inverosímil
según el W0 de la experiencia común: pero precisamente esta
discrepancia entre W0 y WN debe considerarse para poder go-
zar de la fábula). En cambio, si leo una novela histórica y
encuentro que en ella se nombra un rey Roncisbaldo de
Francia, la comparación con el Wo de la enciclopedia histó-
rica provoca una sensación de malestar, a la que sucede un
reajuste de la atención cooperativa: evidentemente, no se trata
de una novela histórica, sino de una novela de fantasía. De
manera que la hipótesis que se formula acerca del género
narrativo determina la opción constructiva de los mundos de
referencia.
Veamos qué le ocurre al lector de Drame, que había
decidido que se hallaba ante un relato de costumbres contem-
poráneo y había escogido como mundo de referencia la en-
ciclopedia actualizada respecto del 1890. El lector habrá
construido cierta estructura de mundo W0 donde Raoul y
Marguerite no son considerados. Al leer el segundo capítulo
del cuento será incitado a suponer que en W0 existe tanto el
Théátre d'application como Mr. de Porto-Riche (que supone-
mos conocidos por el Lector Modelo parisiense de la época,
como si en una historia italiana actual se dijese que un per-
sonaje fue a la Piccola Scala para asistir a la representación
de una ópera de Luciano Berio). Consideremos ahora las
operaciones que el lector debe realizar para comparar el WN
de Aliáis con el W0 de referencia. Consideremos las siguientes
227
propiedades del conjunto de las que están en juego: M (ser
masculino), F (ser femenino), D (ser dramaturgo), así como
la propiedad E-necesaria xMy (estar ligado por una relación
matrimonial y, por consiguiente, ser identificado a través de
la misma). Adviértase que una propiedad como esta última
también puede registrarse en la estructura de W0, donde no
se excluye en absoluto que existan x casados con y. A dife-
rencia de las estructuras de mundos realizadas en los pará-
grafos anteriores, aquí introducimos también propiedades en-
tre corchetes: son las propiedades E-necesarias. Naturalmente,
en W0 no existen propiedades de este tipo. Por consiguiente,
cuando hay que transformar la estructura de WN en la de
W0, las propiedades entre corchetes se convierten en rela-
ciones de cualquier tipo, por ejemplo, esenciales: xRy se con-
vierte en una relación de conversidad o de complementariedad
(ser marido de una mujer).
Dados, pues, dos mundos W0 y WN (donde p = Porto-
Riche, t = Théátre, r = Raoul y m = Marguerite):
Wo M F D xRy wN M F D xRy
P (+) (—) (+) 0 p (+) (—) (+) o
t (—) (—) (—) 0 t (—) (—) (—) o
X (+) (—) (—) [ + ]
y (—) (+) (—) [ + 1
vemos que en Wo aparecen dos individuos cuyas variantes se
presentan en WN (dado el carácter elemental de esta estruc-
tura, esos individuos son absolutamente idénticos). Pero en
WN hay un * y un y que no se consideran en W0. Respecto
de Wo son, simplemente, supernumerarios. No es imposible
transformar la estructura de W0 en la de WN, es decir (según
la metáfora psicológica) concebir, a partir del mundo en que
nos encontramos, otro mundo en el que también existen Raoul
y Marguerite. Sólo que, en WN, estos últimos poseen una
228
propiedad E-necesaria. Como en W0 dicha propiedad no pue-
de ser reconocida en cuanto tal, habrá que expresarla como
una propiedad esencial. La estructura de mundo en que a
partir de W0 se da cuenta de WN aparecerá de la siguiente
manera:
W 0 (+W N ) M F D xRy
229
No afirmamos que es imposible construir en Wo los indi-
viduos x e y sólo porque no disponemos de corchetes: o bien
sí lo afirmamos, siempre y cuando se entienda que a través
del artificio de los corchetes hemos introducido la propiedad
de ser narrativa e indisolublemente simétricos, propiedad que
en un mundo de referencia W0 no tiene demasiado sentido,
mientras que, en un mundo narrativo, WN es constitutiva.
Dicho de otro modo: dado un mundo narrativo con dos
individuos ligados por E-necesidad:
WN M F xRy
x (+ ) (—) [+ ]
y (—) (+) [+]
deberemos registrarlo en realidad como
WN M F xRy
xRy ( + ) (—) [+ ]
yRx (—) ( + ) [+ ]
porque los individuos sólo pueden nombrarse en realidad como
"el x que está E-necesariamente ligado a y", y viceversa. Por
eso, si a partir del WN se quisiese pensar en un mundo cual-
quiera donde esas relaciones E-necesarias fueran negadas, se
llegaría a una matriz contradictoria como la siguiente:
W0 M F xRy
xRy ( + ) (—) [—]
yRx (—) ( + ) [—I
donde de hecho se mencionaría "al x que está ligado por una
relación con y y que no está ligado por una relación con y"
(y lo mismo en el caso de y). Este es un claro ejemplo de
matriz no formulable porque viola sus propias leyes consti-
tutivas.
230
Si el concepto llegara a parecer oscuro o si resultara di-
fícil aplicarlo fuera de una matriz de mundo, bastará con
evocar nuevamente el ejemplo del ajedrez, ya usado en el
capítulo anterior. Una pieza de ajedrez carece de significado
propio, sólo tiene valencias sintácticas (puede moverse de
determinada manera en el tablero). Esa pieza, al comienzo
del juego, tiene todos los significados posibles y ninguno (pue-
de entrar en cualquier relación con cualquier otra pieza).
Pero, en un estado Si de la partida, la pieza es una unidad de
juego que significa todos los movimientos que puede hacer en
esa situación dada; o sea que es un individuo dotado de de-
terminadas propiedades y estas propiedades son las propie-
dades de poder hacer ciertos movimientos inmediatos (y no
otros) que anticipan una diversidad de movimientos futuros.
En este sentido, la pieza es tanto una entidad expresiva que
transmite ciertos contenidos de juego (por eso, en el Tratado,
2.9.2, se sostenía que el ajedrez no constituye un sistema
semiótico de un solo plano, como quería Hjelmslev) como
algo estructuralmente similar a un personaje de una fábula
en el momento en que se plantea una disyunción de posi-
bilidad.
Si suponemos que ese individuo es la reina blanca, pode-
mos decir que posee algunas propiedades esenciales (a saber,
la de poder moverse en todas direcciones, la de no poder
hacer el movimiento del caballo, la de no poder saltar por
encima de otras piezas en su marcha en línea recta); pero
en la situación S! tiene también propiedades E-necesarias, que
derivan de que en ese estado del juego está en relación con
otras piezas. Por consiguiente, será una reina ligada E-nece-
sariamente con la posición, por ejemplo, del alfil negro, que
le permite hacer ciertos movimientos, salvo aquéllos que la
colocarían en peligro respecto de ese alfil. Lo inverso vale
simétricamente para el caso del alfil. Todo lo que se puede
pensar, esperar, proyectar, prever respecto de los movimien-
tos de la reina blanca debe partir del hecho de que se habla
231
de una rRa, o sea, de una reina que se define sólo por su
relación con el alfil.
Ahora bien: si alguien quisiera pensar en una reina no
vinculada con ese alfil, estaría pensando en otra situación
de juego, en otra partida y, por consiguiente, en otra reina
definida por otras relaciones E-necesarias. Naturalmente, la
comparación sólo vale si se compara la fábula en la totalidad
de sus estados con un estado de la partida: en efecto, es pro-
piedad de una partida de ajedrez (a diferencia de una narra-
ción) poder cambiar las relaciones E-necesarias entre las pie-
zas de un movimiento a otro.
Pues bien: si tratásemos de imaginar la reina del estado
s¡ empeñándose en pensarse a sí misma como desvinculada
de su relación necesaria con el alfil, esa reina se encontraría
en la situación extrañísima representada en la última matriz
de mundo que hemos considerado. Es decir: debería pensar
en una reina que fuese y no fuese ella misma, o sea que
debería formular el condicional contrafáctico "¿qué ocurri-
ría si la rRa que soy yo no fuese una rRa?", es decir: "¿qué
ocurriría si yo no fuese yo", jueguito metafísico en el que
incurre a veces alguno de nosotros, pero por lo común con
escasos resultados.
Sin embargo, afirmar que dentro de determinado mundo
narrativo (o de determinado estado de una partida de aje-
drez) no se puede concebir o construir el mundo de referencia
del lector (o del jugador que está en condiciones de imaginar
estados diferentes) parecería una tontería, condenada por su
misma obviedad. Sería como decir que Caperucita Roja no
está en condiciones de concebir un universo en el que se
ha producido la conferencia de Yalta y en el cual, en un pe-
ríodo ulterior, el Telediario del segundo canal fue dirigido
por Andrea Barbato. Sin embargo, la cuestión no es tan ton-
ta como parece, y basta con volver a considerar las matrices
que acabamos de construir para advertir las consecuencias
interesantes que cabe extraer de ellas. Para empezar, indi-
232
quemos que nos dicen por qué el condicional contrafáctico
(32), donde mi suegra se preguntaba qué habría ocurrido con
su yerno si éste no se hubiera casado con su hija, nos parecía
tan extraño. Mi suegra habría construido su mundo de refe-
rencias como un texto, definiéndome a mí sólo a través de
una relación E-necesaria y sin lograr concebirme de otro
modo. Resulta natural que al pensar en un mundo posible
Wj donde yo fuese y no fuese al mismo tiempo su yerno, se
encontrase en una situación similar a la representada por la
última (e imposible) matriz. Por consiguiente, ese condicional
contrafáctico parecía extraño porque dejaba traslucir una
tendencia, por parte del hipotético sujeto, a construir el mun-
do de su experiencia como un mundo irreal, más afín a los
de la fantasía que a los que se formulan en el curso de nuestra
vida cotidiana. Es lo que le ocurre al enfermo del que se
dice que vive en un mundo sólo suyo o al niño que piensa
que la madre está tan estrechamente ligada a él que cuando
ésta se ausenta, y ya no puede definirla en relación con su
propia presencia, cree que se ha disuelto.
No se puede pensar en un mundo donde los individuos se
definen sólo respecto del hecho de que los pensemos desde
la perspectiva de determinada descripción y pretender des-
pués identificar esos mismos individuos en un mundo posible
donde no satisfacen dicha descripción. Para volver al ejemplo
de Hintikka (ya citado en 8.10): no podemos pensar qué
sería el individuo que ahora percibo si no fuese el individuo
que ahora percibo. A lo sumo, podemos pensar dónde esta-
ría Juan (el primo de Lucía, el director del banco local), a
quien estoy viendo frente a mí, si no estuviese frente a mí.
Es obvio que estaría en otra parte, pero podría estarlo por-
que hemos desenganchado su identificación de una relación
E-necesaria con el sujeto enunciador del condicional contra-
fáctico: es decir, hemos salido de la tabulación pseudonarra-
tiva para entrar en el universo de las hipótesis comprobables.
Como las transformaciones desde el mundo narrativo ha-
233
cia el mundo real son imposibles, estamos en condiciones de
comprender mejor lo que sucede en un drama como los Seis
personajes, de Pirandello, donde "parece" que los personajes
pueden concebir el mundo de su autor, pero en realidad con-
ciben otro mundo textual del que el autor, como personaje
del drama, forma parte. Seis personajes no es más que un
texto donde un WN dramático y un WN metadramático cho-
can entre sí.
Aclarado esto, diremos que el presente análisis se inició
con una pregunta paradójica (¿puede un personaje pensar el
mundo de sus lectores?) sólo con el objeto de aclarar otros
problemas vinculados tanto con el mundo del personaje como
con el mundo del lector. Sin embargo, la pregunta inicial no
carecía de cierta fuerza heurística.
Este experimento (aunque se lo plantee desde el punto
de vista de la psicología-ficción) no es del todo inútil y vale
la pena desarrollarlo hasta el final. Consideremos Los tres
mosqueteros. En ese WN tenemos ciertos individuos que son
variantes potenciales de individuos que existen en el W0 de
la enciclopedia histórica: Richelieu, Luis XIII y en cierto
modo, aunque con cautela, D'Artagnan. Además, hay super-
numerarios como Athos y Milady (dejemos de lado la posible
identidad, analizada por lo demás por los filólogos dumasia-
nos, entre Athos conde de la Fere y un probable conde de
La Fare).17 Estos dos supernumerarios tienen la propiedad
E-necesaria de haber sido marido y mujer. Si esta interidenti-
ficación no hubiese existido, Los tres mosqueteros hubiese
sido otra novela.
Veamos ahora si podemos imaginarnos a Athos pensan-
do (desde el interior de su WN) qué hubiese sucedido si nun-
ca hubiese casado con Milady, que entonces se llamaba toda-
vía Anne de Breuil. La pregunta carece de sentido. Athos sólo
234
puede identificar a Anne de Breuil como aquélla con quien
casó en su juventud. No puede concebir un mundo alterna-
tivo donde exista una variante potencial de sí mismo que no
ha casado con Anne, porque por su definición narrativa de-
pende precisamente de ese matrimonio. Otra cosa sería si Du-
mas nos dijese que Athos piensa "qué bien hubiese estado si
no hubiera casado con esa malvada" (de hecho, Dumas nos
da a entender que Athos lo piensa y, además, bebe para ol-
vidar el mundo real y soñar un mundo distinto). Pero si lo
hubiese hecho en la novela, Athos habría formulado su mundo
WNc refiriéndose a su WN como si se tratase de un mundo
W0 real, donde no valen las relaciones E-necesarias: artificio
al que recurren las narraciones de la misma manera que
recurren a los operadores de excepción. En virtud de una
simple convención narrativa aceptamos que un personaje
pueda pensar condicionales contrafácticos respecto del mundo
de la narración. Como si el autor nos dijese: "finjo suponer
que mi mundo narrativo es un mundo real e imagino un per-
sonaje de este mundo que imagina otro distinto. Pero que
quede claro que este mundo es inaccesible al mundo de mi
fábula". En efecto: si tuviésemos que imaginar el condicional
contrafáctico de Athos (Athos = x, Milady = y y M = ca-
sado), deberíamos imaginar que Athos parte de un WN cons-
tituido de la siguiente manera:
wN xRy M
xRy [+] (+)
yRx [ + ] (—)
y configura otro mundo alternativo constituido de la siguiente
manera:
W NC xRy M
xRy [—] ( + )
yRx [-] (-)
235
Ahora bien: estos dos mundos no son accesibles porque en
ellos rigen distintas condiciones estructurales de identifica-
ción de los personajes. En el primer mundo, x es definible
como dotado de la propiedad xRy, negada la cual no sólo
el x del segundo mundo deja de ser el mismo, sino que ni
siquiera resulta formulable, porque sólo puede ser formulado
desde el punto de vista de la relación que lo constituye.
La segunda qbservación, en cambio, es interesante para
la estética y la crítica literaria. Es cierto que, por lo general,
juzgamos el mundo de una narración desde el punto de vista
de nuestro mundo de referencia y que raramente hacemos
lo contrario. Pero ¿qué significa la afirmación de Aristóteles
(Poética, 1451 b y 1452 a) en el sentido de que la poesía es
más filosófica que la historia porque en la poesía las cosas
suceden necesariamente mientras que en la historia suceden
accidentalmente? ¿Qué significa que al leer una novela reco-
nozcamos que lo que en ella sucede es más "verdadero" de
lo que sucede en la vida real? Por ejemplo: que el Napoleón
asediado por Pierre Besuchov es más verdadero que el que
murió en Santa Elena. ¿Qué significa decir que los personajes
de una obra de arte son más "típicos" y "universales" que
sus prototipos reales, efectivos y presumibles? Creemos que
el drama de Athos, quien en ningún mundo posible podrá
abolir su encuentro con Milady, nos revela la verdad y la
grandeza de la obra de arte, al margen de cualquier metá-
fora, en virtud de las matrices estructurales de mundos, y
nos permite columbrar el significado de la expresión "nece-
sidad poética".18
236
Digamos para concluir que el mundo WN de la fábula es
accesible al mundo W0 de referencia, pero que esta relación
no es simétrica.
237
a Marguerite (y, por consiguiente, que no sólo el lector, sino
•también los personajes realicen previsiones acerca de ello),
es bastante secundario para los fines de la fábula; como ve-
remos, el capítulo 2 proporciona una especie de modelo redu-
cido de la fábula, pero podría ser eliminado sin que la fá-
bula cambiase; en cambio, es fundamental para la trama, sos-
tenida por las estructuras discursivas, pues induce al lector
a realizar cierto tipo de previsiones acerca del desarrollo de
la fábula.
Durante el desarrollo de las estructuras discursivas, los
personajes pueden imaginar o querer muchas cosas (que los
acontecimientos ulteriores podrán o no contradecir); el texto
utiliza estas actitudes preposicionales para bosquejar la psico-
logía de dichos personajes. El personaje piensa que determi-
nada persona vendrá y ésta no viene; el personaje reconoce
la falsedad de su previsión y la abandona. Veamos lo que
ocurre en el citado capítulo segundo de Drame. Raoul y Mar-
guerite van al teatro. Marguerite piensa que Raoul observa
con deseo a Mademoiselle Moreno (el que es E-necesariamente
su marido y que es esencialmente masculino, accidentalmente
desea a otra mujer). Adviértase que el texto no se preocupa
de verificar si realmente Raoul desea a Mademoiselle Moreno.
Resulta psicológicamente interesante saber que Marguerite
tiene la propiedad de pensarlo (es decir, de estar celosa, como
se comprenderá en el nivel de las macroproposiciones de fá-
bula). En el mundo doxástico de Marguerite, ese Raoul que
accidentalmente desea a Mademoiselle Moreno es una variante
potencial del Raoul narrativo que, suponemos, no la desea.
Esto no plantea ningún problema de identificación a través
de los mundos. La identificación es realizable.
Pero, en cambio, hay casos en que las actitudes preposi-
cionales de los personajes se refieren a las relaciones E-nece-
sarias de la fábula. Cuando Edipo cree que no tiene nada que
ver con la muerte de Laio, nos encontramos con una creen-
cia que tiene dos características: (i) se refiere a propiedades
238
indispensables para el desarrollo de la fábula y (ii) se refiere
a relaciones E-necesarias (porque, narrativamente, Edipo no
es otro que el personaje que ha matado a su padre y se ha
casado con su madre sin saberlo). Naturalmente, ser E-
necesario y ser indispensable para el desarrollo de la fábula
son la misma cosa, como ya debería resultar evidente.
En determinado momento de la historia de Sófocles,
Edipo cree que son cuatro los individuos en juego: Edipo (e),
que en una ocasión mató a un caminante desconocido (c),
Laio (/) y un asesino desconocido (a) que lo ha matado.
En el mundo WNe de sus creencias, Edipo considera que
rigen ciertas propiedades E-necesarias, a saber:
239
vivo (V): puesto que se considera que también el supuesto
asesino vive en el mismo mundo posible de las previsiones de
Edipo. Entonces, las estructuras de dos mundos WN y WNe
adoptan la siguiente forma:
240
Edipo debe "desechar" el mundo de sus creencias. Como
el que debe adoptar en su lugar es bastante menos grato, y
como sobre ese mundo creído había edificado su salud men-
tal, se topa con una buena razón para volverse loco. Mejor
dicho: para cegarse. En efecto: la historia de estos mundos
incompatibles se nos presenta justamente como la historia de
una "ceguera" anticipada. ¿Cómo era posible ser tan ciego
como para no descubrir hasta qué punto el mundo de sus
creencias era inaccesible al mundo de la realidad? La rabia y
la desesperación se incrementan por el hecho de que, si en
el nivel de la fábula los mundos son mutuamente inaccesibles,
en el nivel de las estructuras discursivas Edipo hubiese po-
dido reparar en una serie de huellas evidentes que le hubie-
ran permitido construirse un mundo doxástico más accesible
al mundo del final de la fábula... Si Edipo lo hubiese logrado,
los dos mundos WNc y WN serían accesibles, como son acce-
sibles los mundos doxásticos que el hábil detective construye
para adaptar el mundo de la fábula, o bien el de las intencio-
nes del asesino. Pero Edipo rey es precisamente la historia de
una pesquisa fallida.
Digamos, pues, para concluir este parágrafo: en lo que
se refiere a las relaciones E-necesarias, cuando el WscSm es iso-
morfo en su estructura al estado de la fábula WsS„ que lo ve-
rifica (donde tanto m < n como n < m), entonces él WNcsm
es aceptado por la fábula y los dos mundos son mutuamente
accesibles. Cuando esto no ocurre, el mundo doxástico del
personaje es rechazado y los dos mundos se vuelven mutua-
mente inaccesibles, con todas las consecuencias que ello su-
pone en cuanto al efecto psicológico o estético de la narración.
241
(i) el mundo de las expectativas del lector puede com-
pararse con el estado de la fábula que lo verifica (que, como
hemos dicho, sólo puede ser posterior a la previsión);
(ii) también el lector puede proponer previsiones meno-
res y parciales en el desarrollo de la actualización de las es-
tructuras discursivas y esto no se produce de un modo dis-
tinto al que caracteriza las previsiones relativas a los mundos
posibles del personaje;
(iii) cuando los mundos posibles proyectados por el lector
se refieren a propiedades E-necesarias, su mundo resulta ac-
cesible al mundo de la fábula, y viceversa, únicamente si se
verifica un isomorfismo entre ambos mundos. En caso contra-
rio, debe "desechar" su previsión y aceptar el estado de co-
sas definido por la fábula.
Basta pensar en un Lector Modelo que vaya realizando
los mismos procesos mentales que Edipo y que formule pre-
visiones a partir de ese nudo de acontecimientos: el descu-
brimiento de la revelación final colocará al lector en la misma
situación estructural de Edipo.
Sin embargo, hemos dicho que un texto prevé y calcula
los posibles comportamientos del Lector Modelo, que su po-
sible interpretación forma parte del proceso de generación del
texto. ¿Cómo puede entonces afirmarse que las previsiones
del lector sean rechazadas? Aquí es preciso prestar atención
y no confundir los mecanismos del texto en su conjunto con
los mecanismos de la fábula. En Drame se verá cómo el texto,
en el nivel discursivo, invita al lector a disponerse de tal modo
que sus previsiones sean falsas, y después, en el nivel de
la fábula, las rechaza. El caso de Drame es incluso más com-
plejo porque, como veremos, las falsas previsiones del lector
son asumidas ambiguamente por la propia fábula, que al mis-
mo tiempo las contradice. Pero lo que hemos dicho vale para
textos más "normales", por ejemplo, una novela policíaca,
donde las estructuras discursivas llevan a engaño al lector
(por ejemplo, mostrándole como ambiguo y reticente a deter-
242
minado personaje) para incitarlo a realizar previsiones impru-
dentes; más tarde, el estado final de la fábula obligará al lec-
tor a "desechar" sus previsiones. De ese modo se establece
una dialéctica entre el engaño y la verdad en dos niveles tex-
tuales distintos.
El texto, por decirlo así, "sabe" que su Lector Modelo
hará previsiones erróneas (y lo ayuda a formular tales previ-
siones erróneas), pero el texto, en su conjunto, no es un mun-
do posible: es una porción de mundo real y, a lo sumo, es
una máquina para producir mundos posibles: el de la fábula,
los de los personajes de la fábula y los de las previsiones del
lector.
Por cierto, puede afirmarse que al escribir un texto, el
autor formula una hipótesis acerca del comportamiento de su
Lector Modelo, y el contenido de esa hipótesis es un mundo
posible previsto y esperado por el autor. Pero se trata de una
hipótesis que no se vincula con el texto, sino con la psicología
del autor. Esas intenciones del que escribe pueden proyectarse
en el nivel de la descripción de la estrategia textual pero tan
pronto como se describen metatextualmente las posibles anti-
cipaciones del lector ya aparecen, aunque no sea más que a
título de hipótesis crítica, los mundos posibles realizados por
ese lector. Dicho de otro modo, para volver a nuestra metá-
fora ferroviaria de 7.2: el hecho de que se pueda ir de Floren-
cia a Siena por una línea o por otra no constituye aún una
descripción de mundos posibles; constituye la descripción de
una estructura efectiva que permite formular decisiones, opi-
niones, expectativas, hipótesis acerca de la línea que debe ele-
girse o la línea que otros podrían elegir o haber elegido. Un
mundo p'osible es un ens rationis, mientras que el tejido de
la red ferroviaria es un ens materiale, la totalidad de cuyos
nudos se encuentra efectivamente realizada.
Del texto puede decirse lo mismo que puede decirse de
cualquier expresión que trate de obtener un efecto perlocuti-
vo. Afirmar |hoy está lloviendo | puede querer decir que el
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hablante está emitiendo una orden disimulada tras una aser-
ción y confía en que el oyente se represente una acción po-
sible (no salir). Pero la expresión en sí misma no configura
mundos posibles, aunque cabe considerarla como un meca-
nismo capaz de estimular la formulación de tales mundos.
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