Las Brujas Del Hielo Landon Henker
Las Brujas Del Hielo Landon Henker
Las Brujas Del Hielo Landon Henker
POR
LANDON HENKER
Registrado en 2018
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autor internacionales y se encuentra prohibida su reproducción total o parcial.
Reporte de guerra.
Algún punto en el hemisferio sur cercano a las costas argentinas.
Las horas eran diferentes a como todos lo habíamos vivido al otro lado norte del
mundo, allá lejanos de todo frio o intemperie, la familia nos despidió con
demasiada tristeza puesto que nunca tuvieron la certeza de vernos
nuevamente y es que la guerra era más que solo un trámite, ahora era real.
Los antecedentes existieron justamente desde antes, aquella gran guerra
librada en Europa les costó la vida a millares de buenos jóvenes, personas que
pudieron aportar más al país que lo que dieron con la llegada de su muerte.
Pasaron los días y las misiones estuvieron a la orden de cualquiera que
quisiese tener un poco de acción mas no era nuestro caso. Todavía puedo
recordar cuando los militares de rangos superiores hablaban sobre el buen
estado en el que se desarrollaba la guerra, sin embargo, no existía demasiada
certeza de ello con los diarios circulantes hablando en cada una de sus páginas
sobre la madeja de conflictos multinacionales.
Al principio solo fue Alemania, después le siguieron otros como los nipones o los
italianos quienes reprochaban a la liga de naciones acerca de lo poco que se les
había apoyado en la postguerra. Fuera la realidad que fuese estaba el planeta
al borde del colapso con cada bomba destrozando piedra sobre piedra y no
dejando futuro para muchos. Los ingleses lloraron por la ayuda que requerían,
el primer ministro sostuvo varias pláticas con el presidente, muchas de ellas
nunca salieron a la luz por no ser de carácter importante para nuestra nación,
aunque sin duda estábamos todos inmiscuidos en esta terrible calamidad.
De entre todos los superiores, uno llamaba mucho más la atención que los
demás, se trataba de un joven capitán que fungía como la referencia de todos
para casi cualquier tema; Cooper. Este soldado, aparentaba estar más versado
en muchos temas que muchos nosotros, aunque no nos llevase más de algunos
años pues su talante no era diferente al de muchos de los rasos.
La comida nunca fue buena, ni siquiera los pasteles de manzana tenían ya un
buen sabor, marchitos por el frio; se convirtieron en una comida más para dejar
de ser considerados como un manjar que trajimos desde los Estados Unidos. En
el barco en el que nos transportaban, se intentaban mantener la moral y
reflejar que allí también era suelo norteamericano mas su intento se quedaba
en eso; tan solo un intento.
Estos tiempos, son los peores que hemos atravesado, todos hemos sido
arrancados de nuestros hogares y hemos sido obligados a pasar tiempo fuera de
ellas prestando servicio a nuestro país, no sé hasta dónde ha abarcado esta
guerra con exactitud, pero sin ninguna duda, tengo miedo de que sea mayor de
lo que nos han mencionado o incluso de que nos veamos envueltos en el ojo de
la tormenta al llegar a nuestro destino. Creer que morir con una bala en el
pecho o en la cabeza fuese lo peor, sería aceptable cuando no se conocían
algunas de las atrocidades que los alemanes llevaban acabo sobre los
indefensos civiles.
Esos desgraciados, están matando a la gente por todos lados, primero Polonia,
después los países bajos y ahora Francia, se encontraban sumidos en la guerra
de las fuerzas alemanas. París fue la menos afectada, se habían rendido para
salvaguardar la belleza de su ciudad, pero no se podía decir lo mismo de cada
uno de los núcleos civiles que fue arrasado de la mano de los tanques
enemigos.
—A veces es mejor no pensar en todas esas malditas balas. — Dijo uno de mis
compañeros, no le conocía del todo, de hecho, muchos de ellos y sus nombres
eran desconocidos para mí.
—De eso no existen dudas, si se piensa en la muerte tan solo se puede estar
atrayéndola. —Respondí sin devolverle la mirada. Ambos nos encontrábamos
montando guardia en el caso de aquel buque de medias corazas y de carga
valiosa.
—¿Ha escuchado algo acerca del sitio a donde vamos? Los demás están
empezando a decir que daremos la vuelta al mundo para tomar a los alemanes
por sorpresa. Guyton ha calculado que podemos llegar hasta el sur de África
con tan solo circunnavegar la Antártida, sería un verdadero dolor de cabeza
para los nazis. — Se escuchaba ansioso de iniciar la batalla. — Por cierto, es
una descortesía continuar una conversación sin conocer su nombre, el mío es
James Curtis ¿Y el suyo? —
—Rufo Williams. —
—Yo tampoco estoy seguro, es secreto revelado solo para los oficiales, pero si
me permite dar mi punto de vista, esta embarcación no lleva demasiadas cosas
como para hacer frente a los alemanes y menos en África, mas bien considero
que estamos yendo a una expedición al hielo. —
—A sus órdenes, ¿En qué le puedo servir? — Intentaba captar todo el calor
posible con mis manos, el frio del exterior era crudo y los guantes no eran
suficientes para mantenerle a raya.
—Quisiera que llevara un registro de nuestra actividad durante este viaje. —
Dijo al momento de sacar un cuaderno forrado en cuero.
—Pero señor, los demás soldados ya han empezado a tomar notas, sería
desventajoso ¿No cree? Además, no soy demasiado bueno haciéndolo, si es que
conoce a lo que me refiero.
—No quiero que sea algo militar, este es mi diario personal, tan solo quisiera
que quedase una constancia particular de mi obra en este viaje de
reconocimiento. — Acerté en mi suposición sobre nuestro plan. —Las bitácoras
suelen ser poco especificas y se fijan más en lo general que en lo particular, no
quisiera que así fuese recordada la misión más importante en la que he
participado.
No tuve más remedio que tomar ese bloque de hojas amarillentas y asentir
cuando cambiaron de manos, estaba comprometido con hacer una labor
importante para alguien. Cooper me dio instrucciones precisas sobre cómo
deseaba que su diario fuese rellenado, me quedó claro que me había elegido
por mis habilidades como dibujante y se hizo con ellas una idea de que deseaba
ilustrar de la mejor manera posible su actuar.
El aire nunca se cansaba de soplar, era tan fuerte que provocaba que
sintiéramos como pellizcaba las mejillas, vivíamos con las escasas barbas y
cabellos llenos de escarcha pues el agua se congelaba en los rostros e incluso
ya se había comenzado a formar una capa de grasa solida en nuestros rostros
producto de lo oleoso de la piel humana.
Con el avance del buque, este recibía advertencia a cada milla recorrida, por
medio de sutiles mensajes como lo eran los oleajes agresivos y el bamboleo
agudo; dejando incertidumbre en los hombres de mar. El refugio era escaso,
allá detrás de las paredes frías de hierro forjado las historias eran extremas
como el frio en el exterior, el cuerpo humano no estaba diseñado para la
travesía y muchos presentaron esa malnacida coloración violácea en los
extremos de sus piernas. El calor humano no era suficiente en ocasiones para
contrarrestar lo peor de nuestro viaje, la sangre escarchada recorría cada
capilar con dificultad precipitando la agregación plaquetaria por el daño
eritrocitario acontecido. No éramos médicos, aunque no era necesario conocer
que estaban próximos al colapso vascular por hipotermia y es que tan pronto
estuvimos a punto de llegar la península de Weddell, existieron casos de
soldados que ya habían perdido extremidades a causa del frio intenso.
Hace algunos días había llegado hasta nuestra ubicación, cercana a las costas
argentinas, una transmisión que seguramente tenía miles de kilómetros en su
haber y que seguramente provenía retransmitida desde los Estados Unidos
donde se nos reveló una noticia que muchos decidimos creer con un fervor
indomable; la noticia no podía ser otra más que el anuncio de la entrada
próxima de nuestros hombres a las regiones del norte de Francia. Era un
momento extasiante, posiblemente el avance de los aliados en el macizo
europeo era la mejor noticia que todos podríamos recibir. Por primera vez, los
aliados volvían a tener presencia en la porción continental de la guerra. El
costo fue muy alto, el desembarco de Normandía no se olvidará fácilmente en
años venideros, pero la lucha estaba todavía muy lejos de terminar.
Las noticias nos ponían contentos ya que acabarían con años de lucha y
muerte, sin embargo, a su vez ponía en duda nuestra misión; la búsqueda de
nuevas bases alemanas en la Antártida era algo difícil de creer, pero era muy
factible de ser verdad. El alto mando americano no tenía ningún problema para
enviar a un grupo de reconocimiento y acción rápida; éramos nosotros los
elegidos. No se conocía muy bien los detalles que nos habían llevado a esa
misión, pero incluso se llegaron a mantener versiones que afirmaban
vehementemente que el dirigente de los alemanes, Adolf Hitler, había sido visto
en algunos puertos de América del Sur y que, probablemente, estaría
supervisando alguna nueva edificación bélica en el continente antártico.
A pesar de los malos augurios, nadie podía quitarnos la felicidad de casi ganar
la guerra, la segunda gran guerra, por ello si encontrábamos algún escondite
en aquel sitio estaríamos más que complacidos que tirarlo abajo y evitar que
sirviera para algún contra ataque alemán.
Cinco días fueron los que pasaron desde que dejamos atrás la última porción
de tierra reconocible, ahora habíamos empezado a observar aquellas imágenes
representativas de la región, las montañas gélidas estaban saludando a
nuestro navío, la hora de hacer la búsqueda utilizando recursos humanos fue
poco a poco acercándose hasta que en un momento nos encontrábamos en las
costas de hielo inmaculado, aquel hielo tan ajeno a nuestro mundo; aquel hielo
era imperturbable ante nuestra guerra.
El viaje hasta el continente casi desconocido fue un viaje complicado, pero sin
duda todo se encontraba dentro de lo común y así habría permanecido por no
ser por un avistamiento que tuvo lugar en medio de la noche fría y colmada de
sonidos marítimos. La hora marcada por el contra maestre del navío indicaban
que eran las 2100 horas aproximadamente, una afirmación un tanto extraña
pues refirió que una esfera de luz muy brillante, pero no resultó ser que
solamente el disco solar que estaba siendo opacado por algunas de los
nubarrones que llenan aquel lugar, en los polos, los días y las noches se
comportan de una manera muy diferente a como lo hacen en el resto del
mundo, los días llegan a ser muy largos e igual las noches. Aunque eso era algo
que nos habían dicho los oficiales más altos, eso no dejaba de crear un
sentimiento de incertidumbre entre todos los hombres que viajábamos a bordo
del buque e incluso Cooper fue tomado por sorpresa por ver que los días se
encontraban desfasados en estos límites del mundo; la única opción factible
ante los ojos de los oficiales era dar la explicación de aquellos fenómenos que
no eran más que una de las características de los polos terrestres. No se puede
describir la sensación que tuvimos por aquel desconcertante hecho, pero poco a
poco fuimos viendo que era mejor gozar de algo más de luz extra, al menos
creemos que es de buena suerte, como si Dios nos estuviera protegiendo de la
obscuridad en el hielo.
A pesar del frio intenso que experimentábamos, un frio que congeló nuestros
termómetros, pudimos avanzar más de cuarenta kilómetros lejos de las costas
congeladas donde reposaba el Queen of the Seas, aunque solo somos arte de la
tropa y en ocasiones no se nos permite cuestionar la manera de actuar de
nuestros oficiales, hoy si pude mostrar varios puntos respecto a la misión que
no me quedaban claros; no solamente yo lo hice sino que mi compañero
Anderson igual lo puso en manifiesto, pero él a diferencia mía expreso de
manera más enérgica contra las ordenes de nuestro oficial al mando; la razón
no era otra más que aquella que buscaba ser explicada en cuanto a la única
duda que todos teníamos, ¿Hasta dónde llegaríamos en aquel bloque de hielo
inmenso?
Cuarenta y ocho horas habían pasado desde que mi compañero Anderson había
sido retornado hasta el sitio de desembarque junto con otros cinco hombres
que sufrían lesiones relacionados con el intenso frio y su manifestación para
nada grata en los miembros pélvicos de los que sufren sus estragos, todos
viajaban en uno de los vehículos modificados para el frio.
Por nuestra parte, el avance no se detuvo, cuando por fin llegamos a una vasta
área despejada de alteraciones geográficas que fue donde con celeridad fue
instalado el campamento, cinco horas fueron necesarias tener listas las
tiendas; el descanso pudo sobrevenir al tener listas todas las tareas, pronto la
noche de tan solo horas se posó sobre nosotros.
Una de las cosas que más se recuerdan mientras uno sirve como parte de los
cuerpos militares, ya sea en momentos de paz o de guerra, son aquellos en los
cuales la convivencia entre los hombres se vuelve más estrecha, en nuestro
caso el intenso frio no era impedimento para disfrutar buenas charlas alrededor
de fogatas que adornaban nuestras bebidas calientes; los temas eran tan
variados como lo es la vida y era matizado por cada uno de nosotros ya que en
general ninguno pertenecía al sitio de donde pertenecía el otro.
Historias en demasía era lo que nos ayudaba a olvidar el frio, las había
provenientes de cada rincón del país; tanto de aquellos que hablaban de
granjas y sembradíos, como aquellos que dejaron alguna brillante carrera en
alguna de esas grandes universidades llenas de petulantes chicos de dinero.
Por mi parte, la historia que tenía para compartir no era nada extraordinaria;
una vida rodeada de bombas de gasolina y servicios automotrices era aquello
que tenía para intentar sacar a mis compañeros de su desmoralizante
permanencia en el hielo, obviamente no lo conseguí.
Quien se llevaba las palmas era Johnson quien era un joven proveniente de las
planicies centrales del país y que captaba toda la atención por haber estado
enclavado junto con la séptima división acorazada de los Estados Unidos, la
historia que contaba era sobre como defendieron Saint-Vith durante tres días y
después retrocedieron por la intensa presión alemana que avanzaba
incesantemente; hasta que por fin la división acorazada pudo escapar cubierta
de la 82ª división aerotransportada., sin duda los horrores que contaba
alimentaban el morbo de los escuchas quienes hacían una cantidad
descomunal de preguntas sobre el destino de algunos soldados y de cómo las
armas alemanas habían destrozado miles de sueños.
Los hombres comenzaron a ceder ante el frio y el cansancio hasta que Cooper
no tuvo mayor opción que permitir el descanso que tanto necesitaba su tropa,
se informó por parte de los allegados al oficial que faltaban al menos dos
kilómetros para llegar a un peñasco natural en la Antártida donde se presumía
estarían enclavados aquellos que intentaban esconderse del destino de los que
se encontraban combatiendo en otros continentes. Todavía no entiendo cómo es
posible que hayan encontrado si quiera una pista de esos malditos alemanes.
Fueron necesarias dos horas para que nuestros adoloridos pies fueran cada vez
más difíciles de calentar, ahora el fuego ya no podía calentarnos de la misma
manera, el frio era tal que teníamos que acercar los pies cada vez más cerca de
las fogatas ocasionando que nuestras plantas se quemaran con el ondulante
fuego; muchos ni advirtieron que era su propia carne la que ardía, el frio ya
había congelado sus nervios.
Antes de perder a todos los hombres por lesiones térmicas y otras causas;
Cooper ordenó que todos debían seguir el camino, los vehículos fueron los
primeros en poner resistencia ya que el viento incesante y el frio habían
terminado por afectar los motores; solo tuvimos suerte en encender un par de
ellos, estos se reservaron para los oficiales, los demás, tuvimos que caminar.
En medio de una cortina inmensa de color blanco ocasionada por la nieve que
era arrojada al aire por el agresivo viento, detrás de aquella visión es donde se
encontraba el peñasco que habíamos venido buscando; Una enorme edificación
natural en donde no se encontraba ni una sola alma, no habían señales de
ningún asentamiento humano; ni los alemanes habrían podido sobrevivir a
aquellas condiciones, todo había sido en vano.
Caminábamos bajo el incesante chillido del viento en nuestros oídos, las orejas
no sentían más el frio, en su lugar muchos creíamos que se habían caído cual
cubos de hielo en algún sitio durante nuestra caminata.
Llegamos por fin al final del corredor que se dibujaba entre las paredes, allí no
había alemanes, en su lugar se encontraba una caverna gélida que perdía su
color blanquecino para dar lugar a una coloración semejante al azul turquesa o
al celeste, varios matices de azules la decoraban al menos hasta donde
nuestros ojos llegaban.
Al adentrarnos aún más en aquel sitio pudimos constatar que el refugio servía
de manera efectiva para protegernos del frio ya que el viento no podía
alcanzarnos allí dentro y quizás esa era la razón por la cual aullaba con mucha
más vehemencia.
Pronto la desconfianza por aquel nuevo lugar se sembró entre los hombres ya
que probablemente si nosotros habíamos logrado llegar hasta ella quizás los
enemigos habrían podido utilizar su perfecta situación estratégica para
esconder todos sus artilugios y preparar algún tipo de acción en contra de los
aliados.
La cara de los hombres fue iluminada por el intenso azul que ahora emanaba
del interior, aquellos que habían cerrado los ojos no pudieron mantenerlos así
más tiempo y al abrirlos lo que notaron fue un cuarto inmenso excavado
totalmente en el hielo con una fuente de luz que emanaba de una piedra que
se encontraba tirada en el medio de aquel lugar, quizás eso no era lo que
esperábamos encontrar pero lo que definitivamente no había cruzado ni por un
pequeño instante por nuestra imaginación había sido el hecho que aquella
piedra de escasos veinte centímetros de cortes groseros y partes cristalinas
desnudas; se encontrara rodeada por seis cuerpos que formaban un círculo
alrededor de la piedra.
Cooper fue el primero en poner las manos sobre la piedra, una mirada de
asombro era lo único que opacaba a aquel brillo, su rostro era totalmente
bañado en azul, incluso hasta había olvidado portar el casco que seguramente
perdió en la movilización de la puerta.
Los ojos de los oficiales a los lados de Cooper habían sido presa de aquella joya
como lo había sido la del primer hombre, después de sostenerla un rato, el
dirigente de todos aquellos hombres se dio la vuelta mientras sostenía la piedra
entre sus manos; una sonrisa se dibujaba en su rostro y por ello todos bajaron
sus armas para relajarse, allí no existía ningún peligro.
La piedra fue envuelta en un bolso y escondió su gran resplandor azul, aunque
no en su totalidad ya que aquel brillo no podía ser detenido por las costuras de
la bolsa y en su lugar nos daba aun un poco más de luz para poder marchar de
regreso a la entrada.
El camino fue más sencillo de regreso, ahora todo parecía haberse resuelto, ya
que habíamos encontrado aquello que seguramente el Führer había escondido
detrás de su inútil puertecita.
Pronto, el más rezagado de la marcha soltó un grito que heló a todo mundo, su
grito fue rápidamente ahogado en el momento en el que todos volteamos hacia
aquel infortunado hombre; nadie esperaba ver lo que todos observamos.
El instinto no fue otro más que el de abrir fuego, Owens fue el primero en tomar
su arma para acabar con aquel adefesio que tenía aprisionado a uno de sus
compañeros pero justo en el momento en el que apretaría del gatillo, el arma
del miembro de la 7ª división acorazada fue alcanzado por otra mano que le
tomó del brazo y se asió a su cuerpo con tal fuerza que le hizo perder el
equilibrio consiguiendo que el arma regara el fuego en el techo de la caverna; el
brillo dado por los disparos no hizo más que acelerar aún más el corazón de los
que vimos aquel macabro espectáculo porque las demás mujeres que yacían en
el salón, antes inertes y sin ningún rastro de vida, ahora reptaban sobre sus
cuerpos pegados al hielo con dirección hacia nosotros.
Al ver aquello, todos tomaron sus armas y abrieron fuego en su contra. Las
balas, embebidas en una hermosa ráfaga de colores rojos y dorados,
atravesaban la piel macilenta que colgaba de los deteriorados huesos, pero el
efecto esperado de derribarlas jamás se consiguió, uno a uno fue siendo presa
de los poderosos brazos sin carne de los cuerpos de ojos de color azul.
Yo logré escapar, cual cobarde abandona una batalla, solo quiero dejar descrito
lo que ha ocurrido aquí y no es que tenga deseos de ser exonerado por el hecho
de no haber peleado junto a mis compañeros, es solo que creo con una gran
convicción que, esos seres son un gran peligro para todos los que vivimos en
este planeta, ahora mismo sé que Adolf, realmente no vive en este mundo, no,
él no proviene de por estos lugares, seguramente tiene su residencia justo en el
más profundo de los agujeros del infierno. Ojalá los próximos encuentren mi
diario y mis anotaciones antes de volver a abrir esa puerta, antes de volver a
despertar su sueño y espero que esto solo sirva para prevenirles del gran
peligro de estos seres. ¿Eran realmente armas alemanas? o ¿Quizás sea algo
más que ellos también vinieron a buscar? No estoy seguro de eso, solo sé que
mi destino será morir en medio del inclemente frio de la Antártida.