Las Brujas Del Hielo Landon Henker

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LAS BRUJAS DEL HIELO

POR
LANDON HENKER

Registrado en 2018

Todos los derechos reservados, la presente obra se encuentra protegida por las leyes de derecho de
autor internacionales y se encuentra prohibida su reproducción total o parcial.

La opinión expresada aquí corresponde solamente al autor.

México Distrito Federal 2018


LAS BRUJAS DEL HIELO

Reporte de guerra.
Algún punto en el hemisferio sur cercano a las costas argentinas.
Las horas eran diferentes a como todos lo habíamos vivido al otro lado norte del
mundo, allá lejanos de todo frio o intemperie, la familia nos despidió con
demasiada tristeza puesto que nunca tuvieron la certeza de vernos
nuevamente y es que la guerra era más que solo un trámite, ahora era real.
Los antecedentes existieron justamente desde antes, aquella gran guerra
librada en Europa les costó la vida a millares de buenos jóvenes, personas que
pudieron aportar más al país que lo que dieron con la llegada de su muerte.
Pasaron los días y las misiones estuvieron a la orden de cualquiera que
quisiese tener un poco de acción mas no era nuestro caso. Todavía puedo
recordar cuando los militares de rangos superiores hablaban sobre el buen
estado en el que se desarrollaba la guerra, sin embargo, no existía demasiada
certeza de ello con los diarios circulantes hablando en cada una de sus páginas
sobre la madeja de conflictos multinacionales.

Al principio solo fue Alemania, después le siguieron otros como los nipones o los
italianos quienes reprochaban a la liga de naciones acerca de lo poco que se les
había apoyado en la postguerra. Fuera la realidad que fuese estaba el planeta
al borde del colapso con cada bomba destrozando piedra sobre piedra y no
dejando futuro para muchos. Los ingleses lloraron por la ayuda que requerían,
el primer ministro sostuvo varias pláticas con el presidente, muchas de ellas
nunca salieron a la luz por no ser de carácter importante para nuestra nación,
aunque sin duda estábamos todos inmiscuidos en esta terrible calamidad.

Realmente nunca supimos la verdadera intención de nuestro viaje hasta aquel


desértico paraje blanco, habíamos hecho una parada antes en argentina y
muchos estuvieron contentos por admirar lo hermoso de estas tierras que
muchos comparaban con lo virgen de Alaska. El viaje fue cansado, numerosas
veces tuvimos que esperar en puertos aliados hasta que se nos diera permiso
de seguir avanzando y llegar a la Argentina en su porción más cercana a la
Antártida, la zona más al sur de lo que el hombre puede imaginarse.
Como si fuera de lo más primordial, las bitácoras eran llevadas por escribas
modernos cuya única función no era más que dar fe de lo que hacíamos,
aunque también se encontraban las libretas oficiales las cuales quizás diferían
mucho de nuestros apuntes baratos y dotados de poca capacidad para expresar
nuestras ideas propiamente. Podría ser algo tonto, pero el registro de todas las
actividades del ejército es algo importante y todos así lo saben pues están
conscientes de que nuestras acciones pudieran ayudar a las misiones
venideras y para el análisis de la guerra. Más de uno llevó, sin mencionarlas,
cámaras fotográficas y recolectaron una cantidad importante de imágenes que
iban desde los prístinos mares, los enormes glaciares a lo lejos e incluso a las
jovencitas que conocían en el camino. Era de esperarse que estos caballeros
estuviesen contentos pues eran casi tomados por héroes, eso es lo que querían
entender de las palabras en español que llegaban a sus oídos, era demasiado
probable que así fuera puesto que no importaba quien estuviera observando la
guerra, si tenía un palmo de frente seguramente entendía quién era el enemigo
y aquellos que no lo éramos. Para mala fortuna de estos compañeros, cada uno
de esos artefactos fue confiscado y destruido, no estaba permitido tener
ninguna evidencia de las actividades o por donde nos desplazábamos;
mencionaban los superiores que esto era por el bien de la seguridad de la
misión.

De entre todos los superiores, uno llamaba mucho más la atención que los
demás, se trataba de un joven capitán que fungía como la referencia de todos
para casi cualquier tema; Cooper. Este soldado, aparentaba estar más versado
en muchos temas que muchos nosotros, aunque no nos llevase más de algunos
años pues su talante no era diferente al de muchos de los rasos.
La comida nunca fue buena, ni siquiera los pasteles de manzana tenían ya un
buen sabor, marchitos por el frio; se convirtieron en una comida más para dejar
de ser considerados como un manjar que trajimos desde los Estados Unidos. En
el barco en el que nos transportaban, se intentaban mantener la moral y
reflejar que allí también era suelo norteamericano mas su intento se quedaba
en eso; tan solo un intento.

Estos tiempos, son los peores que hemos atravesado, todos hemos sido
arrancados de nuestros hogares y hemos sido obligados a pasar tiempo fuera de
ellas prestando servicio a nuestro país, no sé hasta dónde ha abarcado esta
guerra con exactitud, pero sin ninguna duda, tengo miedo de que sea mayor de
lo que nos han mencionado o incluso de que nos veamos envueltos en el ojo de
la tormenta al llegar a nuestro destino. Creer que morir con una bala en el
pecho o en la cabeza fuese lo peor, sería aceptable cuando no se conocían
algunas de las atrocidades que los alemanes llevaban acabo sobre los
indefensos civiles.

Esos desgraciados, están matando a la gente por todos lados, primero Polonia,
después los países bajos y ahora Francia, se encontraban sumidos en la guerra
de las fuerzas alemanas. París fue la menos afectada, se habían rendido para
salvaguardar la belleza de su ciudad, pero no se podía decir lo mismo de cada
uno de los núcleos civiles que fue arrasado de la mano de los tanques
enemigos.
—A veces es mejor no pensar en todas esas malditas balas. — Dijo uno de mis
compañeros, no le conocía del todo, de hecho, muchos de ellos y sus nombres
eran desconocidos para mí.

—De eso no existen dudas, si se piensa en la muerte tan solo se puede estar
atrayéndola. —Respondí sin devolverle la mirada. Ambos nos encontrábamos
montando guardia en el caso de aquel buque de medias corazas y de carga
valiosa.

—Sargento, ¿Usted ha dejado algo atrás? — Me sentí incomodo con la


pregunta. —No tiene que responder, casi todos nosotros hemos dejado todo,
pero personas como usted, con un grado más alto, seguramente estuvo
esperando este momento durante toda su formación ¿No es así? —
—Dejé la granja de mis padres. — Le dirigí la mirada. —Y no, nunca quise estar
aquí pues tan solo se me dio el puesto por haber llegado a la escuela por un
poco más de tiempo que los demás. —

—Oh ya veo, es un académico… —

—Solo intentaba entrar a la universidad, pero supongo que eso ya no importa.



—Nada importa ya, sargento. — Fumó su cigarrillo que luchaba por no
apagarse y sorteaba las arrugas en su fino papel. —No me lo ha preguntado,
pero yo no dejé nada atrás, de hecho, doy gracias de estar aquí pues me ha
dado una razón más para vivir… aunque eso signifique la muerte para otros.
El soldado tenía razón en sus palabras, no tenía nada más que perder y aquí a
tan solo algunos pasos de estar de lleno dentro del mar de Wedell, daba la
impresión de que él era uno de los que afrontaría de mejor manera nuestro
viaje.

—¿Ha escuchado algo acerca del sitio a donde vamos? Los demás están
empezando a decir que daremos la vuelta al mundo para tomar a los alemanes
por sorpresa. Guyton ha calculado que podemos llegar hasta el sur de África
con tan solo circunnavegar la Antártida, sería un verdadero dolor de cabeza
para los nazis. — Se escuchaba ansioso de iniciar la batalla. — Por cierto, es
una descortesía continuar una conversación sin conocer su nombre, el mío es
James Curtis ¿Y el suyo? —
—Rufo Williams. —

—Entonces ¿Si está Guyton en lo correcto? —

—Yo tampoco estoy seguro, es secreto revelado solo para los oficiales, pero si
me permite dar mi punto de vista, esta embarcación no lleva demasiadas cosas
como para hacer frente a los alemanes y menos en África, mas bien considero
que estamos yendo a una expedición al hielo. —

—Pues no se qué querrán buscar en el maldito hielo. — Dio un trago de humo.


—Hay algunas cosas que deben permanecer sepultadas, quizás la guerra no
sea lo peor que existe en el planeta. —

Me le había quedado observando, tenía razón en sus palabras, sin embargo,


considerar que la expedición no tenía un propósito era algo totalmente
inverosímil y por mi parte me dediqué a dejar parlotear acerca de los amoríos
que dejase allá en las planicies de Carolina del Norte.

No he de negar que la platica me había dejado con un sinsabor, deseaba tanto


como los demás soldados, conocer el destino de nuestra misión, aunque era
algo prácticamente imposible hacer que los oficiales en el buque hablasen y
más cuando pertenecíamos a diferentes facciones de la milicia y otros más de la
armada.
Sumirme en mis pensamientos en medio de las ventiscas, era lo único que
podía hacer para evitar prestarle demasiada importancia a la duda que nos
asaltaba en momentos de tranquilidad, pronto sería el momento en el que lo
descubriésemos así que tampoco existía una prisa desesperada por averiguarlo.
Sin exagerar, lo poco que conocíamos del problema armado nos transportaba a
plantearnos los escenarios posibles sin dejar a un lado la evidente
desinformación que nos llegaba procedente de las tierras en disputa. Desde que
comenzó el conflicto en 1939, nos habíamos mantenido al margen de esta
guerra, pero ahora nuestros dirigentes parecían querer hacer que nuestro país,
los Estados Unidos, tomasen un papel importante para la salvación del mundo
entero, en palabras del propio presidente “América debía de ser el gran arsenal
de las democracias” vaya excusa, habríamos preferido que le diera un papel
más protagónico al ataque a los hermanos en Hawái, no es que no se hiciese,
pero esto sin duda habría encendido más los ánimos de pelea y no los
mantendría como actualmente estaban, como si fuéramos tan solo el apoyo
para los que estaban perdiendo la lucha al otro lado del atlántico.

Lo entiendo perfectamente, todos lo entendemos sin que sea demasiado


complicado acuerpar la respuesta en nuestros corazones, luchamos contra un
enemigo formidable, pero ¿Realmente tenían que mandarnos tan al sur? Y con
ello me asaltaba la pregunta de aquel joven de Carolina; estaba en lo cierto al
dudar de nuestra utilidad. Muchos de los hombres que están con nosotros,
estos buenos americanos que fueron elegidos por el oficial Cooper
personalmente, nadie está seguro sobre las cualidades que buscaban más eso
no les evitaba que prestaran su valiente servicio.
Pude encontrar un rayo que me mostró una posibilidad y esa no era otra más
que la de que nos encontremos haciendo maniobras de reconocimiento, muchos
desearíamos estar prestando servicio en combate en Europa, pero no, al
contrario de nuestras ganas, nos enviaron a este paraje de hielo y frio intenso.
La relevancia de este lugar no era clara, ninguna persona podría enclavar una
base allí ni siquiera Hitler estaría tan loco como para exponer a su gente a una
muerte garantizada.

—Sargento… — El capitán Cooper me había llamado a que tomase lugar dentro


de la cabina de mando, no había nadie allí al momento de mi presuroso arribo.

—A sus órdenes, ¿En qué le puedo servir? — Intentaba captar todo el calor
posible con mis manos, el frio del exterior era crudo y los guantes no eran
suficientes para mantenerle a raya.
—Quisiera que llevara un registro de nuestra actividad durante este viaje. —
Dijo al momento de sacar un cuaderno forrado en cuero.
—Pero señor, los demás soldados ya han empezado a tomar notas, sería
desventajoso ¿No cree? Además, no soy demasiado bueno haciéndolo, si es que
conoce a lo que me refiero.

—No quiero que sea algo militar, este es mi diario personal, tan solo quisiera
que quedase una constancia particular de mi obra en este viaje de
reconocimiento. — Acerté en mi suposición sobre nuestro plan. —Las bitácoras
suelen ser poco especificas y se fijan más en lo general que en lo particular, no
quisiera que así fuese recordada la misión más importante en la que he
participado.
No tuve más remedio que tomar ese bloque de hojas amarillentas y asentir
cuando cambiaron de manos, estaba comprometido con hacer una labor
importante para alguien. Cooper me dio instrucciones precisas sobre cómo
deseaba que su diario fuese rellenado, me quedó claro que me había elegido
por mis habilidades como dibujante y se hizo con ellas una idea de que deseaba
ilustrar de la mejor manera posible su actuar.

—Téngalo por seguro que así será. —

La charla fue corta, nada de congeniar ni de regalar sonrisas fingidas, él lo


tomaba como un trabajo importante y así yo lo hice también. No cambiaría en
nada mi papel militar, me daría un poco más de razones para prestar atención
a las cosas que se suele no tomar en cuenta, sin embargo, me daba gusto que
alguien valorara un poco mis trazos no tan buenos.
Con la invitación a seguir a Cooper de cerca, no vino nada más, ni una ventaja
por arriba de los demás soldados con los que compartíamos camarotes
atestados con nuestras almas friolentas y desencajadas. Querer obtener
favores dentro del ejército no siempre son las mejores alternativas que puede
una persona tener, los celos y las envidias, si no es que ya son sinónimos por si
mismos; son el ácido que corroe el corazón humano al encontrarse en una
desventaja de clases. Disfrutábamos el viaje, las bromas no faltaban, cada uno
alardeaba sobre lo hermosa que eran sus mujeres; nadie deseaba quedarse
detrás en ese aspecto y con ello indirectamente amenizaban los ruidos de
metales chirriantes del buque en medio de las olas.

No podemos, digo podemos, porque nadie recuerda la última vez que el


termómetro estuvo sin congelarse y este fue el caso de cuando llegó hasta los
treinta grados bajo cero y eso que todavía no hemos alcanzado la Antártida en
su porción más continental. Jugábamos con la novedad que significaba no
tener ni la más remota idea acerca de qué era la auténtica medición de la
temperatura, algunos decían que eso solo significaba una cosa que no era más
que estar llegando al corazón del mismo demonio quien por sobre todas las
cosas habitaba un infierno muy diferente al que nosotros creíamos como cierto.

El aire nunca se cansaba de soplar, era tan fuerte que provocaba que
sintiéramos como pellizcaba las mejillas, vivíamos con las escasas barbas y
cabellos llenos de escarcha pues el agua se congelaba en los rostros e incluso
ya se había comenzado a formar una capa de grasa solida en nuestros rostros
producto de lo oleoso de la piel humana.
Con el avance del buque, este recibía advertencia a cada milla recorrida, por
medio de sutiles mensajes como lo eran los oleajes agresivos y el bamboleo
agudo; dejando incertidumbre en los hombres de mar. El refugio era escaso,
allá detrás de las paredes frías de hierro forjado las historias eran extremas
como el frio en el exterior, el cuerpo humano no estaba diseñado para la
travesía y muchos presentaron esa malnacida coloración violácea en los
extremos de sus piernas. El calor humano no era suficiente en ocasiones para
contrarrestar lo peor de nuestro viaje, la sangre escarchada recorría cada
capilar con dificultad precipitando la agregación plaquetaria por el daño
eritrocitario acontecido. No éramos médicos, aunque no era necesario conocer
que estaban próximos al colapso vascular por hipotermia y es que tan pronto
estuvimos a punto de llegar la península de Weddell, existieron casos de
soldados que ya habían perdido extremidades a causa del frio intenso.

Me acerqué a uno de ellos, la pantorrilla estaba rígida como si de una piedra se


tratase, volví la vista al joven médico que nos acompañaba y dejé que mi
esperanza se perdiera al ver su rostro de aceptación pues se encontraba
sacando desde el fondo del petaquín de cuero resistente, una sierra de Jiggly se
asomó ansiosa de entrar en contacto con la rancia pierna del soldado. Se colocó
un torniquete alrededor de la fuente principal de irrigación, no creí que fuera
prudente registrar este acto dentro de la bitácora del capitán Cooper, a pesar
de que deseaba con creces poder captar el momento.

La sangre no saltaba como cualquiera esperaría, estaba dentro de un terrible


estado congelado pues no fue necesidad de sedar por completo al soldado
cuando los jirones de piel y musculo quedaron liberados de su cuerpo. La
cauterización de los extremos fue seguida de una costura poco fina, los
groseros bordes de piel quedaron suturados en una equis y muy propensos a
infectarse en el trayecto, sin embargo, el trabajo principal de salvarle la vida y
prevenirle la diseminación bacteriana fue realizada de manera exitosa. No fue
el primero ni el ultimo de los casos observados, casi media docena de hombres
pasaron por el tormentoso proceso de ver su utilidad bélica irse por el caño
puesto que para el ejercito no serían de valor durante la misión. He de confesar
que al principio sentí que el estomago se me subió a la garganta, pero el
proceso repetido de estas acciones me fue enseñando que en ocasiones para
salvar una vida hay que tomar decisiones complejas, aunque agradezco al cielo
no ser ni uno de los amputados o siquiera ser el médico encargado de la tarea.

Las horas pasaban, no tocábamos tierra, o hielo en este caso, quedábamos


sumidos durante el terrible clima exterior intentando olvidar las malas
andanzas con juegos de cartas, cigarros y platicas largas sobre terrenos cálidos
cercanos a nuestro hogar. Era totalmente inverosímil pensar que el Queen of
the Seas pudiera hundirse ante las imponentes olas que lo azotaban, era un
gran barco que reflejaba muy bien nuestro espíritu, el espíritu americano,
fuerte, grande y obstinado, al menos eso era lo que el capitán Ford decía antes
de que dejáramos a la mayor parte del batallón enclavado en Ushuaia. Nuestra
tarea era más sencilla que la de otros hombres que arriesgaban su vida en
combates en las porciones de macizos terrestres en Europa, aquellos días que
han marcado la historia de nuestra vida como la de aquellos que sabrán todo lo
que aquí ha sucedido, casi llega a su fin. El frio era de las cosas que más nos
atormentaban, mis manos padecían una coloración parecida a la del azul.
Blancas y pálidas, mis extremidades se sentían adormecidas tras cada segundo
que el avance de nuestra unidad realizaba, gracias a Dios no he perdido
ninguno de mis dedos a causa de la mezcla horrenda de humedad y frio, eso es
porque fui de los pocos que han recibido un poco más de calcetines secos y una
doble cantidad de pantalones que pongo uno sobre otro para evitar que el frio
me queme como si se tratase de fuego intenso. Realmente me hubiese gustado
quejarme de la situación, pero los hombres no pueden ver a sus oficiales llorar
por una nimiedad como esa, si esta era mi carga como sargento, imagino la
carga que Cooper tenía.

Mis compañeros y yo hemos estado trabajando duro a bordo de nuestro barco,


recibiendo órdenes a diestra y siniestra, no son órdenes que sean difíciles de
acatar ya que a pesar que nuestro papel como aquellos grumetes del más bajo
rango, nosotros también nos encontrábamos gustosos en realizar cada una de
las tareas que facilitaran a nuestra embarcación a su destino, la Queen of the
Seas era un maravilloso navío hecho de innumerables restos de otras naves
aliadas que habían sucumbido ante el poderoso embate de los submarinos
Alemanes, eso era bueno, pero nosotros no éramos marineros y los pocos que si
lo eran, no eran suficientes para echar a andar a tan fastuoso navío, digo
fastuoso quizás porque nunca he visto otros similares, algunos oficiales dicen
que en Hawái hay otros barcos, los destructores, que son mucho más inmenso
que este y que lo harían palidecer como si se tratara de un mero barco de
juguete..

Hace algunos días había llegado hasta nuestra ubicación, cercana a las costas
argentinas, una transmisión que seguramente tenía miles de kilómetros en su
haber y que seguramente provenía retransmitida desde los Estados Unidos
donde se nos reveló una noticia que muchos decidimos creer con un fervor
indomable; la noticia no podía ser otra más que el anuncio de la entrada
próxima de nuestros hombres a las regiones del norte de Francia. Era un
momento extasiante, posiblemente el avance de los aliados en el macizo
europeo era la mejor noticia que todos podríamos recibir. Por primera vez, los
aliados volvían a tener presencia en la porción continental de la guerra. El
costo fue muy alto, el desembarco de Normandía no se olvidará fácilmente en
años venideros, pero la lucha estaba todavía muy lejos de terminar.

Las noticias nos ponían contentos ya que acabarían con años de lucha y
muerte, sin embargo, a su vez ponía en duda nuestra misión; la búsqueda de
nuevas bases alemanas en la Antártida era algo difícil de creer, pero era muy
factible de ser verdad. El alto mando americano no tenía ningún problema para
enviar a un grupo de reconocimiento y acción rápida; éramos nosotros los
elegidos. No se conocía muy bien los detalles que nos habían llevado a esa
misión, pero incluso se llegaron a mantener versiones que afirmaban
vehementemente que el dirigente de los alemanes, Adolf Hitler, había sido visto
en algunos puertos de América del Sur y que, probablemente, estaría
supervisando alguna nueva edificación bélica en el continente antártico.

Su jefe militar, el de los alemanes, quien era fácilmente reconocible en todo el


mundo, no solo por su brillante genialidad bélica sino también por sus ropajes
icónicos y bigote ridículo, había realizado personalmente viajes hasta aquel
continente desierto, según las versiones no aclaradas, y sus motivos, de ser
ciertos, variaban enormemente según las versiones que se escucharan. Unos
decían que buscaba armas especiales en el fondo del hielo, pero otros más
decidían creer que aquel estéril sitio albergaba una base secreta donde el
Führer probablemente escondía máquinas bélicas preparadas para recibirlo en
caso de perder terreno en el viejo continente. Existía de igual manera una
tercera versión que era la menos apoyada, en ella, Adolf, era imputado de
mantener tratos con seres sobrenaturales y encontrarse tras viejas reliquias
del mundo antiguo. El propósito, según se argumentaba, era el de utilizar el
poder de míticos instrumentos para inclinar la balanza de la guerra; balanza
que se estaba empezando a inclinar en su contra.

De cierta manera odio a los argentinos que dieron el “supuesto” aviso de la


presencia de los alemanes al sur de su país. De no ser por ellos, no habríamos
abandonado la seguridad de nuestro qué hacer diario, aunque eso habría sido
considerarnos unos cobardes que preferían estar solamente patrullando zonas
de territorios neutrales, ahora que lo pienso bien, no los odio y al contrario les
doy las gracias por dejarnos sernos útiles.
Fuese lo que fuese, nosotros teníamos la obligación de desmentir aquella
creencia que se había regado entre los marineros de distintas embarcaciones
en Sudamérica, rumores que afirmaban haber visto un enorme submarino con
los colores alemanes; ninguno tenía pruebas que demostraran sus
avistamientos por lo que algunos de los informes quedaron en palabrerías de
viejos hombres de mar alcoholizados. Pero, alguna vez rezó un viejo dicho que
oraba: “Jamás creas todo o nunca creas nada, la verdad, yace en un punto
intermedio”

A pesar de no tener fundamentos para sospechar que hubiese navíos enemigos


cercanos al círculo polar Antártico, no podíamos considerar aquello como
inverosímil ya que durante el desarrollo de la guerra habían visto la luz
numerosos proyectos tanto alemanes como aliados, vehículos, máquinas y
armas entre muchos otros, algunos parecían sacados de historias fantásticas y
desafiaban la imaginación de cualquiera. Quien sabe ahora, quizás tengan
algún tipo de submarino muy adelantado que sea indetectable por nuestros
sonares. No estoy muy seguro si mis hombres se encuentran preparados para
luchar en contra este formidable e implacable enemigo. Por ahora, no teníamos
que preocuparnos por ese problema, antes de ello, tendríamos que dejar parte
de la tripulación y de las provisiones en la ciudad portuaria de Ushuaia, que
más que decir ciudad, era un pueblo con nada más que lo básico para
sobrevivir.

Llegamos al puerto, claro que no era un auténtico puerto puesto que lo


habíamos fabricado nosotros mismos al clavar algunos objetos de metal en el
suelo para permitir que nuestro barco se anclara, los amarres se arrojaron y en
tan solo algunos minutos nos encontrábamos en el último bastión del hombre
ante el inhumano hielo. Doy gracias al cielo de no ser Cooper, en este momento,
las tareas que tenía que realizar ante toda la logística del despliegue de dos
grandes brazos armados, era demasiado para mi pobre mente y, a pesar de que
Ford, era el capitán del Queen of the Seas, este no tenía la capacidad de fungir
de ninguna utilidad planeando despliegues en tierra. Aunque debo admitir, que
quizás hubiese sido mejor que Cooper, me asignara a mí y a los hombres a mi
cargo, a la bahía de Ushuaia, acto que no se realizó de esa manera, en esos
momentos de verdad esperaba que fuéramos útiles que desmintiéramos tan
inverosímil noticia de los argentinos. Por el contrario de lo que mi corazón
deseaba, fuimos evitados en nuestro afán por ser elegidos para la más sencilla
de las tareas de aquel pueblo, y en su lugar se nos ordenó preparar las armas y
municiones que llevaríamos hasta la Antártida. Todavía puedo recordar el
momento en el que dejamos a nuestros compañeros en Ushuaia pues vi con
lástima en los ojos, cuando el puerto se volvía a hacer ajeno a nuestra
embarcación. Horror, fue aquel que experimentó mi corazón cuando vio el
último pedazo de tierra quedar borrado de nuestras miradas. Nada del pueblo
importaba ahora, ni si habíamos dejado compañeros de toda la vida o si
queríamos permanecer en su aparente seguridad, ahora lo que importaba era
que nos encontrábamos en medio de un hostil nuevo ambiente.
Tanto si era verdad como si no lo eran los relatos que circulaban alrededor de
una posible incursión alemana, nuestra embarcación tenía el rumbo fijado,
harían falta algunos días para dejar atrás costas Argentina y adentrarnos a
uno de los mares de los que se sabe muy poco o prácticamente nada, aquellos
que habían intentado conocer más sobre aquel lugar, habían pagado con su
muerte; al menos es lo que les decían a los familiares de aquellos que habían
desaparecido en medio del gélido océano.

A pesar de los malos augurios, nadie podía quitarnos la felicidad de casi ganar
la guerra, la segunda gran guerra, por ello si encontrábamos algún escondite
en aquel sitio estaríamos más que complacidos que tirarlo abajo y evitar que
sirviera para algún contra ataque alemán.
Cinco días fueron los que pasaron desde que dejamos atrás la última porción
de tierra reconocible, ahora habíamos empezado a observar aquellas imágenes
representativas de la región, las montañas gélidas estaban saludando a
nuestro navío, la hora de hacer la búsqueda utilizando recursos humanos fue
poco a poco acercándose hasta que en un momento nos encontrábamos en las
costas de hielo inmaculado, aquel hielo tan ajeno a nuestro mundo; aquel hielo
era imperturbable ante nuestra guerra.

El viaje hasta el continente casi desconocido fue un viaje complicado, pero sin
duda todo se encontraba dentro de lo común y así habría permanecido por no
ser por un avistamiento que tuvo lugar en medio de la noche fría y colmada de
sonidos marítimos. La hora marcada por el contra maestre del navío indicaban
que eran las 2100 horas aproximadamente, una afirmación un tanto extraña
pues refirió que una esfera de luz muy brillante, pero no resultó ser que
solamente el disco solar que estaba siendo opacado por algunas de los
nubarrones que llenan aquel lugar, en los polos, los días y las noches se
comportan de una manera muy diferente a como lo hacen en el resto del
mundo, los días llegan a ser muy largos e igual las noches. Aunque eso era algo
que nos habían dicho los oficiales más altos, eso no dejaba de crear un
sentimiento de incertidumbre entre todos los hombres que viajábamos a bordo
del buque e incluso Cooper fue tomado por sorpresa por ver que los días se
encontraban desfasados en estos límites del mundo; la única opción factible
ante los ojos de los oficiales era dar la explicación de aquellos fenómenos que
no eran más que una de las características de los polos terrestres. No se puede
describir la sensación que tuvimos por aquel desconcertante hecho, pero poco a
poco fuimos viendo que era mejor gozar de algo más de luz extra, al menos
creemos que es de buena suerte, como si Dios nos estuviera protegiendo de la
obscuridad en el hielo.

Mis compañeros no podrían haber estado más agradecidos al ser enviados a


este lugar tan lejano e inhóspito durante los días del año que el sol iluminaba
más tiempo aquel sitio, al menos en compañía del sol, nada podría salir mal; si
bien existían tormentas que de vez en vez azotaban al Queen of the Seas, esta
máquina poco resentía sus embates, aunque algunos sospechábamos que era
la habilidad del timonero y no de otra razón. Teníamos que aprovecharlo,
porque según el alto mando, aquella situación no sería por siempre, pero
grande fue nuestra decepción cuando vimos que aquella hora dada a ese
amanecer era erróneo, realmente ya había amanecido y de igual manera nos
percatamos que no gozaríamos más luz sino todo lo contrario, empezamos a ver
que la noche era mucho más larga y se extendía hasta 17 horas de nuestro día.
Hubo cierto grado de desánimo y de odio también contra el reloj en mal estado
de aquel marinero y de su tan desatinado comentario, debo de aceptar que
para muchos el tiempo es relativo pues medio de la obscuridad, uno siente que
la noche no avanza y que las cosas cambian en su duración.

Pasando el primer día de arribo a las costas de blanco congelado, nos


encontrábamos listos para poder llevar a cabo la encomienda del ejercito de los
Estados Unidos de América, trasladaríamos la búsqueda de cualquier indicio
alemán al interior del continente; todo esto apoyado por una cantidad nada
despreciable de vehículos que nos apoyarían en las labores.
Entre nuestros vehículos, gozábamos de una modificación hecha por la
compañía Jeep para un vehículo todo terreno modificado para su
desplazamiento en la nieve, teníamos también un enorme remolque que
asemejaba un trineo especial para desplazar cualquier trofeo de guerra que
pudiéramos obtener.

Nos adentramos poco a poco en el hielo, no todos los oficiales acudieron en


compañía de la tropa, tan solo llevábamos al oficial Cooper que claramente
debía mucho de sus promociones a tareas de administración y papelería; esta
sería la primera vez que estaría en el campo por así decirlo, aunque su
entusiasmo era grande dirigiendo a aquellos hombres, aun se notaba ligera
debilidad en su voz.

A pesar del frio intenso que experimentábamos, un frio que congeló nuestros
termómetros, pudimos avanzar más de cuarenta kilómetros lejos de las costas
congeladas donde reposaba el Queen of the Seas, aunque solo somos arte de la
tropa y en ocasiones no se nos permite cuestionar la manera de actuar de
nuestros oficiales, hoy si pude mostrar varios puntos respecto a la misión que
no me quedaban claros; no solamente yo lo hice sino que mi compañero
Anderson igual lo puso en manifiesto, pero él a diferencia mía expreso de
manera más enérgica contra las ordenes de nuestro oficial al mando; la razón
no era otra más que aquella que buscaba ser explicada en cuanto a la única
duda que todos teníamos, ¿Hasta dónde llegaríamos en aquel bloque de hielo
inmenso?

Cuarenta y ocho horas habían pasado desde que mi compañero Anderson había
sido retornado hasta el sitio de desembarque junto con otros cinco hombres
que sufrían lesiones relacionados con el intenso frio y su manifestación para
nada grata en los miembros pélvicos de los que sufren sus estragos, todos
viajaban en uno de los vehículos modificados para el frio.
Por nuestra parte, el avance no se detuvo, cuando por fin llegamos a una vasta
área despejada de alteraciones geográficas que fue donde con celeridad fue
instalado el campamento, cinco horas fueron necesarias tener listas las
tiendas; el descanso pudo sobrevenir al tener listas todas las tareas, pronto la
noche de tan solo horas se posó sobre nosotros.

Una de las cosas que más se recuerdan mientras uno sirve como parte de los
cuerpos militares, ya sea en momentos de paz o de guerra, son aquellos en los
cuales la convivencia entre los hombres se vuelve más estrecha, en nuestro
caso el intenso frio no era impedimento para disfrutar buenas charlas alrededor
de fogatas que adornaban nuestras bebidas calientes; los temas eran tan
variados como lo es la vida y era matizado por cada uno de nosotros ya que en
general ninguno pertenecía al sitio de donde pertenecía el otro.

Historias en demasía era lo que nos ayudaba a olvidar el frio, las había
provenientes de cada rincón del país; tanto de aquellos que hablaban de
granjas y sembradíos, como aquellos que dejaron alguna brillante carrera en
alguna de esas grandes universidades llenas de petulantes chicos de dinero.
Por mi parte, la historia que tenía para compartir no era nada extraordinaria;
una vida rodeada de bombas de gasolina y servicios automotrices era aquello
que tenía para intentar sacar a mis compañeros de su desmoralizante
permanencia en el hielo, obviamente no lo conseguí.

Quien se llevaba las palmas era Johnson quien era un joven proveniente de las
planicies centrales del país y que captaba toda la atención por haber estado
enclavado junto con la séptima división acorazada de los Estados Unidos, la
historia que contaba era sobre como defendieron Saint-Vith durante tres días y
después retrocedieron por la intensa presión alemana que avanzaba
incesantemente; hasta que por fin la división acorazada pudo escapar cubierta
de la 82ª división aerotransportada., sin duda los horrores que contaba
alimentaban el morbo de los escuchas quienes hacían una cantidad
descomunal de preguntas sobre el destino de algunos soldados y de cómo las
armas alemanas habían destrozado miles de sueños.

El momento de las historias termino cuando el sueño y el cansancio pasaron


factura a los cansados hombres quienes dejaron tan solo a dos vigías alrededor
del fuego, al alejarnos a las respectivas tiendas donde nuestros demás
compañeros ya descansaban desde varias horas antes fue cuando uno de los
soldados hizo el comentario que me hizo pensar toda la noche; aquel hombre le
pregunto a su joven compañero sobre cuál sería la razón estratégica de los
Alemanes en colocar algún tipo de base de operaciones en aquel lugar, sin
duda no era el lugar con mejores posibilidades para desarrollar cualquier tipo
de actividad, nadie quiso dar una respuesta a aquello; el sueño y cansancio
eran devastadores.
En la mañana siguiente, que había comenzado con anticipación por la
singularidad de los polos, Cooper tuvo un detalle que se agradeció por toda la
tropa, se nos permitió dormir dos horas más, aunque a pesar de que los
calefactores trabajaron todo ese tiempo, la temperatura jamás tuvo un
despunte en su medición, siempre permanecíamos bajo cero; solo podíamos
pedir más de nuestros uniformes y cobertores.

El alboroto el campamento era el mismo que el visto en cualquier otro


emplazamiento militar, las mañanas estaban cargadas de actividades, aquellos
que se hacían cargo de nuestra alimentación, los que vigilaban las municiones
y armas, los hombres que estaban entrenados en leer mapas y establecer rutas
y obviamente los oficiales que mantenían comunicaciones con la Queen of the
Seas.

La noticia no fue dada como pública, pero en un destacamento de noventa


hombres fue tan fácil que la información corriera como pólvora encendida; uno
de los oficiales de comunicaciones había reportado al oficial al mando un hecho
que no debía ser tomado a la ligera, lo que ocurría era una falta de
comunicación con el navío ; si bien se recibían las transmisiones con cierta
dificultad, las emisiones por parte de los oficiales no podían ser captadas por la
embarcación; el hecho fue atribuido al daño intrínseco de los aparatos por el
intenso frio, pronto aquello fue minimizado.

El campamento se levantó con celeridad para emprender los últimos kilómetros


de desplazamiento hacia donde fuese que nos desplazábamos, las cosas eran
como todos los días anteriores sin embargo en esta ocasión el clima parecía que
era aquella razón que no nos permitiría realizar las labores de una manera
sencilla; los vientos comenzaban a soplar aún más fuerte, nadie sabía si
realmente aquello se comportaría como el nuestro hogar donde nubarrones
predicen lluvias.
A diferencia de lo que todos creíamos, las afecciones climáticas no se irían, de
hecho, no se modificaban en cuanto a su intensidad y para ser un poco más
exactos con lo que nuestros ojos observaban, aquel panorama poco a poco iba
tornándose obscuro; al parecer aquellos días perpetuos que nos rodearían
constantemente ahora no se encontraban de nuestro lado.

Los hombres comenzaron a ceder ante el frio y el cansancio hasta que Cooper
no tuvo mayor opción que permitir el descanso que tanto necesitaba su tropa,
se informó por parte de los allegados al oficial que faltaban al menos dos
kilómetros para llegar a un peñasco natural en la Antártida donde se presumía
estarían enclavados aquellos que intentaban esconderse del destino de los que
se encontraban combatiendo en otros continentes. Todavía no entiendo cómo es
posible que hayan encontrado si quiera una pista de esos malditos alemanes.

Fueron necesarias dos horas para que nuestros adoloridos pies fueran cada vez
más difíciles de calentar, ahora el fuego ya no podía calentarnos de la misma
manera, el frio era tal que teníamos que acercar los pies cada vez más cerca de
las fogatas ocasionando que nuestras plantas se quemaran con el ondulante
fuego; muchos ni advirtieron que era su propia carne la que ardía, el frio ya
había congelado sus nervios.
Antes de perder a todos los hombres por lesiones térmicas y otras causas;
Cooper ordenó que todos debían seguir el camino, los vehículos fueron los
primeros en poner resistencia ya que el viento incesante y el frio habían
terminado por afectar los motores; solo tuvimos suerte en encender un par de
ellos, estos se reservaron para los oficiales, los demás, tuvimos que caminar.
En medio de una cortina inmensa de color blanco ocasionada por la nieve que
era arrojada al aire por el agresivo viento, detrás de aquella visión es donde se
encontraba el peñasco que habíamos venido buscando; Una enorme edificación
natural en donde no se encontraba ni una sola alma, no habían señales de
ningún asentamiento humano; ni los alemanes habrían podido sobrevivir a
aquellas condiciones, todo había sido en vano.

Las circunstancias habían hecho de aquel un momento sumamente


decepcionante, la cuenta se había perdido desde que habíamos abandonado las
costas del Mar de Wedell, seguramente los demás miembros de la tripulación
habían perdido la fe en nosotros; incluso nadie estaba seguro de que el grupo
de hombres que volvió a la embarcación hubiera llegado a salvo.
Nosotros nos encontrábamos tan desanimados, con las armas y brazos
congelados por igual que lo que menos imaginamos que podía suceder era el
reiniciar otra caminata, esta vez Cooper se encargó de hacer el llamado y en un
burdo intento por regresarnos nuestros ánimos, se nos ordenó tomar todo el
equipo, dejar los vehículos restantes y de esa manera aligerar el paso para
rodear la meseta; se nos había informado que debíamos estar preparados para
entrar en combate en cualquier momento.

Caminábamos bajo el incesante chillido del viento en nuestros oídos, las orejas
no sentían más el frio, en su lugar muchos creíamos que se habían caído cual
cubos de hielo en algún sitio durante nuestra caminata.

En uno de los sitios de aquella formación natural se escondía una estructura


que no podía ser divisada desde ninguna otra posición ya que se tenía que
observar de cerca, dos paredes gélidas enormes, no solo dificultaban la visión
de esta, sino que la hacían casi invisible a cualquier ojo humano.
Cuando todos advertimos aquello, rápidamente entro en nosotros el
sentimiento guerrero del que gozábamos todos, ya que un lugar como aquel
flanqueado por dos enormes muros naturales y probablemente alguna
excavación natural, brindaban un escondite natural para cualquier persona
que quisiera esconderse por cualquier motivo. Todos juntamos la fuerza ya casi
inexistente en nosotros para poder colocarnos en posición, muchos tuvieron
una dificultad terrible para arrodillarse ya que la sensación de partirse las
piernas mientras lo hacían era el sentimiento que predominaba.
Cooper, junto con dos cabos fueron los que se adelantaron a investigar lo que
yacía detrás de las dos paredes, paredes que bien pudieron ser edificios
pequeños, por un momento desaparecieron escondidos por aquellas
estructuras, pasaron algunos minutos hasta que el hielo devolvió a los tres
soldados que iban de avanzada. Por mi parte, yo no solo podía dedicarme a
tomar nota sobre todos los sucesos que estaban ocurriendo.

No parecía haber señales de lucha o forcejeo en el rostro de aquellos soldados,


en su lugar había caras inexpresivas, quizás el frio también había paralizado
las expresiones de Cooper y sus hombres.
Un grito rompió el sonido de la ventisca, voz del oficial nos ordenaba avanzar,
pronto nos encontramos en medio de aquellas columnas de blancas superficies;
muchos tomamos con mayor fuerza nuestras armas esperando algún contacto
alemán, el avance era demasiado angustiante y algunos llegaron a pensar que
aquel justo instante serían atravesados por alguna bala enemiga.

Llegamos por fin al final del corredor que se dibujaba entre las paredes, allí no
había alemanes, en su lugar se encontraba una caverna gélida que perdía su
color blanquecino para dar lugar a una coloración semejante al azul turquesa o
al celeste, varios matices de azules la decoraban al menos hasta donde
nuestros ojos llegaban.

Al adentrarnos aún más en aquel sitio pudimos constatar que el refugio servía
de manera efectiva para protegernos del frio ya que el viento no podía
alcanzarnos allí dentro y quizás esa era la razón por la cual aullaba con mucha
más vehemencia.
Pronto la desconfianza por aquel nuevo lugar se sembró entre los hombres ya
que probablemente si nosotros habíamos logrado llegar hasta ella quizás los
enemigos habrían podido utilizar su perfecta situación estratégica para
esconder todos sus artilugios y preparar algún tipo de acción en contra de los
aliados.

Esperamos un poco hasta que el frio fue menos intenso y rápidamente


cargamos el pesado equipo de iluminación para explorar las profundidades, dos
hileras de soldados se había formado para intentar descifrar aquel lugar que se
escondía delante de nosotros.

Nuestras armas se empuñaban con mucha facilidad y la sensación de estar


congeladas había desaparecido al entrar en el calor de aquel lugar, aunque no
era un verdadero calor, al menos eso se encontraba mucho mejor que la
temperatura que se encontraba manifiesta en los lugares del exterior.

Avanzamos un aproximado de dos cientos metros hasta que la luz natural, la


escasa luz, dejo de servirnos como faro guía, ahora la obscuridad se erguía
sobre nosotros mostrando un camino casi en su totalidad plano con escasas
irregularidades, seguramente aquel lugar había sido trabajado por hombres
quienes tenían que poner en condiciones el sitio para poder introducir
vehículos los cuales seguramente yacían escondidos dentro.
La respuesta a nuestra intrigas no llego pronto, de hecho habíamos recorrido
quizás unos quinientos metros dentro de aquella caverna natural, observando
los diferentes juegos de colores que se orquestaban entre nuestras luces y el
hielo casi inmutable que se encontraba en su interior; pasábamos minutos
enteros sin poder avistar ni el final de aquel sitio y obviamente ninguna señal
de actividades humanas, señales que esperábamos encontrar ya que si aquella
era una estación; no estaba exenta de los requerimientos básicos para una
instalación humana tales como electricidad, agua y tuberías necesarias para
alimentar a las máquinas que probablemente se encontraban sedientas en el
fondo de aquel lugar, en vez de todo aquello el recorrido era adornado por hielo
y más hielo.

Cercanos a los mil metros de distancia de la entrada de aquel sitio, medición


que era realizada por cuerdas de referencia, pudimos avistar la primera señal
de actividad; aunque esta actividad no era precisamente la que esperábamos
encontrar, un resplandor azul se podía avistar hasta un extremo de aquel
gélido camino. Nos dispusimos a avanzar cada vez más y más cerca hasta que
el resplandor revelaba una curvatura natural en el pasaje, todos los soldados
preparamos las armas y avanzamos listos para disparar, algunos avanzaban
con los ojos cerrados ante el temor de ver directamente a los ojos al enemigo
que probablemente pondría una bala entre sus cejas.

Casi al unísono los primero cinco hombres de ambas filas establecieron


contacto con lo que había rodeado la esquina de hielo, lo que muchos
esperaban de aquel primer contacto eran los disparos aliados contra otros
disparos Alemanes sin embargo el silencio una vez más nos mostró su
expresión; pronto todos habíamos llegado al mismo sitio que los demás hombres
y lo que todos pudimos observar fue una enorme puerta metálica con una
gigantesca cruz obscura que adornaba una puerta que lucía sumamente
pesada y resistente con sus más de dos metros de altura y justo en la base se
encontraban varios uniformes enemigos que aún tenían las armas sujetas a los
ropajes; aunque no había señales de ninguno de los portadores, tan solo estaba
allí abandonados, aquel hallazgo solo logró poner en una máxima tensión a los
hombres de Cooper. habíamos encontrado a los alemanes, en verdad estuvieron
allí, pero ninguno de ellos se notaba tener vida o al menos ninguno de los que
pudieron haber portado aquel uniforme. Era totalmente extraño encontrar
ropajes alemanes abandonados sin más y, aún más raro, era ver que también
habían dejado sus armas sin darse el lujo de llevárselas consigo pues para un
hombre de guerra, su arma es su vida.

Aquella pieza metálica no estaba cerrada en su totalidad ya que dejaba


escapar el resplandor azul que nos había guiado hasta ella, lo que lo producía
quías se encontraba al otro lado de la misma; por un momento hubo dudas
sobre qué hacer, pero un oficial no tiene permitido dudar ante sus
subordinados, por lo que dio una orden a los hombres que van hasta el frente;
la orden fue silenciosa y realizada con acciones del brazo de Cooper, la
intención era clara, abrir la puerta.
Dos hombres se acercaron rápidamente a la puerta y con muchas dificultades
lo intentaron mover sin tener éxito alguno y fue necesario que un tercero se
uniera a ellos para poder mover algunos centímetros aquella estela metálica,
Cooper en un arrebato se unió a ellos para movilizarla; los hombres que los
observaban ya tenían los dedos listos para disparar a lo que hubiera detrás de
ellos.

La puerta cedió rompiendo fragmentos de hielo a su paso y dejando caer la


escarcha sobre aquellos que la hicieron ceder en su afán de proteger su
interior.

La cara de los hombres fue iluminada por el intenso azul que ahora emanaba
del interior, aquellos que habían cerrado los ojos no pudieron mantenerlos así
más tiempo y al abrirlos lo que notaron fue un cuarto inmenso excavado
totalmente en el hielo con una fuente de luz que emanaba de una piedra que
se encontraba tirada en el medio de aquel lugar, quizás eso no era lo que
esperábamos encontrar pero lo que definitivamente no había cruzado ni por un
pequeño instante por nuestra imaginación había sido el hecho que aquella
piedra de escasos veinte centímetros de cortes groseros y partes cristalinas
desnudas; se encontrara rodeada por seis cuerpos que formaban un círculo
alrededor de la piedra.

Los cuerpos se encontraban en un estado de putrefacción detenida por la


acción del frio o por alguna situación que había logrado conservar algunos de
sus rasgos físicos, pero sin darles la apariencia de una persona viva, de hecho,
quizás lo que más asusto a los hombres de armas que las pudieron observar
era que tenían una cabellera que excedía su propia altura, ahora por las
vestimentas en forma de túnicas y las largas cabelleras comenzábamos a creer
que eran mujeres.
Después de la primera impresión, todos recobraron la movilidad de su cuerpo
que había sido paralizado por la impresión, ahora Cooper y sus oficiales se
adentraron en el salón con una sola idea en la mente tomar aquella piedra
para reclamarla a nombre de los Estados Unidos.

Cooper fue el primero en poner las manos sobre la piedra, una mirada de
asombro era lo único que opacaba a aquel brillo, su rostro era totalmente
bañado en azul, incluso hasta había olvidado portar el casco que seguramente
perdió en la movilización de la puerta.

Los ojos de los oficiales a los lados de Cooper habían sido presa de aquella joya
como lo había sido la del primer hombre, después de sostenerla un rato, el
dirigente de todos aquellos hombres se dio la vuelta mientras sostenía la piedra
entre sus manos; una sonrisa se dibujaba en su rostro y por ello todos bajaron
sus armas para relajarse, allí no existía ningún peligro.
La piedra fue envuelta en un bolso y escondió su gran resplandor azul, aunque
no en su totalidad ya que aquel brillo no podía ser detenido por las costuras de
la bolsa y en su lugar nos daba aun un poco más de luz para poder marchar de
regreso a la entrada.

El camino fue más sencillo de regreso, ahora todo parecía haberse resuelto, ya
que habíamos encontrado aquello que seguramente el Führer había escondido
detrás de su inútil puertecita.

Las charlas sobre la función de aquella piedra no se hicieron esperar, todos


teníamos nuestras explicaciones sobre el uso que se le había dado a aquel
material o la razón de por qué Alemania la tenía resguardada en un lugar tan
inaccesible, pero con tan poca vigilancia, algo así no se ve todos los días, era el
pensamiento de la mayoría de los que nos encontrábamos allí.

La razón y la utilidad de aquel instrumento ya no dependía de nosotros,


nuestra tarea solo era reportar lo que habíamos encontrado y de los intentos
vanos de los Nazis de mantenerlo oculto con un montón de trapos viejos y viejos
cadáveres que a nadie habían estremecido.

La luz se avecinaba, pronto regresaríamos a la embarcación y terminaríamos


esta gélida odisea, el caminar de los hombres era despreocupado.

Pronto, el más rezagado de la marcha soltó un grito que heló a todo mundo, su
grito fue rápidamente ahogado en el momento en el que todos volteamos hacia
aquel infortunado hombre; nadie esperaba ver lo que todos observamos.

Las bengalas que llevábamos no fueron capaces de sobrevivir al embate de algo


que se encontraba en la obscuridad, los hombres sintieron mucho más temor al
encontrarse en medio de la obscuridad y es que eso hace despertar a los
instintos más primigenios de los seres humanos pues es quizás, el temor
principal a aquello que yace oculto en medio de la obscuridad, aquello que el
hombre no puede ver ni esperar o al menos, si así fuesen a morir, nadie quiere
morir no sabiendo qué es lo que se oculta detrás de su propia muerte. En aquel
momento, estoy seguro de que el único susurro que podía entender era el de
los hombres rezando Dios, pedían con todo el fervor del mundo, poder encontrar
una salida a todo aquello y es que ninguno de nosotros éramos hombres
precisamente formados para una guerra ártica, estábamos en desventaja. Esos
alemanes, quizás eran los que estaban tendiéndonos una trampa y habían
montado todo aquel teatro para hacernos caer victimas de algún tipo de
artimaña que planearan con anticipación a que llegásemos.
En medio de la obscuridad, apareció lo que nadie pudo haberse imaginado, dos
ojos que emitían una luz de color rojo, pero estos oscilaban entre el azul y el
rojo de manera sutil, como si estuviesen siendo alimentados por algún tipo de
energía eléctrica que no conocíamos y que seguramente era obra de los
alemanes. Ese resplandor, no solo nos mostraba su coloración, también nos
mostraba que eran propiedad de una persona muy alta, pero había algo
aterrador en su rostro, estaba totalmente enrarecido pues no parecía el de un
hombre y es que se notaba como en medio de la obscuridad, se dibujaba una
cabeza que era sostenida por un cuerpo que era delgado hasta los huesos y en
ese extraño hombre, la piel se le pegaba hasta los huesos, seguramente era
otro de esos experimentos mortales que hacían los nazis con los pobres
desafortunados que caían en sus manos, pero aunque así fuera, ¿Cómo era
posible que los alemanes encontraran a una persona tan alta para hacer sus
experimentos? El pobre individuo, si es que era un hombre, fácilmente medía
más allá de los dos metros y veinte centímetros, era como un gigante de cabello
muy largo.

El instinto no fue otro más que el de abrir fuego, Owens fue el primero en tomar
su arma para acabar con aquel adefesio que tenía aprisionado a uno de sus
compañeros pero justo en el momento en el que apretaría del gatillo, el arma
del miembro de la 7ª división acorazada fue alcanzado por otra mano que le
tomó del brazo y se asió a su cuerpo con tal fuerza que le hizo perder el
equilibrio consiguiendo que el arma regara el fuego en el techo de la caverna; el
brillo dado por los disparos no hizo más que acelerar aún más el corazón de los
que vimos aquel macabro espectáculo porque las demás mujeres que yacían en
el salón, antes inertes y sin ningún rastro de vida, ahora reptaban sobre sus
cuerpos pegados al hielo con dirección hacia nosotros.
Al ver aquello, todos tomaron sus armas y abrieron fuego en su contra. Las
balas, embebidas en una hermosa ráfaga de colores rojos y dorados,
atravesaban la piel macilenta que colgaba de los deteriorados huesos, pero el
efecto esperado de derribarlas jamás se consiguió, uno a uno fue siendo presa
de los poderosos brazos sin carne de los cuerpos de ojos de color azul.

Yo logré escapar, cual cobarde abandona una batalla, solo quiero dejar descrito
lo que ha ocurrido aquí y no es que tenga deseos de ser exonerado por el hecho
de no haber peleado junto a mis compañeros, es solo que creo con una gran
convicción que, esos seres son un gran peligro para todos los que vivimos en
este planeta, ahora mismo sé que Adolf, realmente no vive en este mundo, no,
él no proviene de por estos lugares, seguramente tiene su residencia justo en el
más profundo de los agujeros del infierno. Ojalá los próximos encuentren mi
diario y mis anotaciones antes de volver a abrir esa puerta, antes de volver a
despertar su sueño y espero que esto solo sirva para prevenirles del gran
peligro de estos seres. ¿Eran realmente armas alemanas? o ¿Quizás sea algo
más que ellos también vinieron a buscar? No estoy seguro de eso, solo sé que
mi destino será morir en medio del inclemente frio de la Antártida.

FIN DEL RELATO.

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