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Lissa Rankin
La mente
como medicina
URANO
Argentina – Chile – Colombia – España
Estados Unidos – México – Perú – Uruguay – Venezuela
Título original: Mind over Medicine – Scientific Proof That You Can Heal Yourself
La información que se aporta en este libro no debería tratarse como un sustituto del consejo médico
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obra por cualquier medio o procedimiento, incluidos la reprografía y el tratamiento informático, así
como la distribución de ejemplares mediante alquiler o préstamo público.
En recuerdo de David,
mi querido padre,
el auténtico Dr. Rankin
Contenido
Portadilla
Créditos
Dedicatoria
Prefacio
Introducción
Parte uno: Créete que estás bien
1. La sorprendente verdad sobre tus creencias de salud
2. La forma infalible de ponerte enfermo y evitar la remisión de la
enfermedad
3. El factor de curación que marca la diferencia
Parte dos: Tratamiento para tu mente
4. Redefinir el concepto de salud
5. La soledad envenena el cuerpo
6. Muerte por exceso de trabajo
7. La felicidad es medicina preventiva
8. Cómo contrarrestar la respuesta al estrés
Parte tres: Escribe la receta
9. El autocuidado radical
10. Las seis etapas para sanarte a ti mismo
Anexo A: Ocho consejos sobre cómo estar en tu cuerpo
Anexo B: El diagnóstico personal de sanación de Lissa
Anexo C: La receta personal de Lissa
Agradecimientos
Prefacio
Con este libro revelador, la doctora Lissa Rankin nos reintroduce en una
fuente inagotable de inteligencia milenaria que descubre el poder que
tenemos sobre nuestra propia salud. Ella es portadora de la antorcha que
algunos de los más grandes sanadores cuerpo-mente de nuestro tiempo le han
transmitido. Se trata de gente como Bernie Seigel, Dean Ornish, Deepak
Chopra, Candace Pert, Jon Kabat-Zinn e incontables pioneros que han
abierto camino antes que ella. En pocas palabras, Lissa es la voz principal de la
siguiente generación de médicos pioneros e innovadores que aúnan pruebas
fehacientes y corazón. La mente como medicina, triunfa en el silencio, en el
tranquilo lugar donde la ciencia encuentra lo milagroso.
La conexión entre cuerpo y mente ha sido el núcleo de mis escritos
durante más de una década. Como alguien que tiene que vérselas con una
enfermedad crónica, he buscado respuestas a algunas de las preguntas más
difíciles sobre la salud, y con lo que me he tropezado ha cambiado mi vida de
forma radical. Y La mente como medicina refuerza poderosamente lo que he
aprendido.
Dado que la ciencia y la tecnología siguen avanzando de forma notable,
hoy tenemos a nuestro alcance ventajas de las que nunca dispusieron nuestros
antepasados. Y, no obstante, es frecuente experimentar estrés y ansiedad
agudos. Muchos de nosotros estamos con los nervios totalmente a flor de piel.
Nos preocupan nuestras finanzas, nuestras relaciones y un futuro incierto.
Nos sentimos apartados, temerosos y solos. Estos sentimientos, y otros tantos,
conducen a cambios físicos tangibles en nuestro cuerpo.
Al contrario de lo que pensábamos antes, nuestros genes no son
inmutables. El estudio de la epigenética demuestra que experimentan un
estado de flujo, son flexibles y muy influenciables por nuestro entorno. Y
ahora vienen las buenas noticias: sólo por el hecho de tener una
predisposición genética para x, y o z, esto no significa que estos genes vayan a
expresarse realmente. Es el estilo de vida externo, como la nutrición, el
entorno, el ejercicio, los pensamientos positivos o negativos y las emociones,
el factor desencadenante que afecta literalmente al ADN. Por lo tanto, ¿qué se
transmite hereditariamente: una enfermedad del corazón y una diabetes o los
donuts y las salchichas? ¿Qué hay de la gratitud y el aprecio o de la
infravaloración y el abuso? Cambia tus pensamientos y tu comportamiento.
Cambia tu comportamiento y tu bioquímica.
Tal como explica Lissa, nuestra mente puede hacernos enfermar y puede
hacer que nos pongamos bien. Nuestros sentimientos y creencias influyen en
cada una de nuestras células. Importa la forma en que nos hablamos a
nosotros mismos. El hecho de sentir y expresar, o no, amor afecta a nuestro
bienestar. Esa misma idea me da poder. Me llena de esperanza y curiosidad;
explica, apoyada en las más recientes investigaciones científicas, que tenemos
acceso a una mina de información regeneradora, una especie de farmacia que
se complementa con un médico interno que siempre sabe exactamente qué
recetar.
Con este conocimiento, uno puede optar por la salud. Imagínate lo bien
que te sentirías adorando y apreciando de verdad la piel en la que estás.
Libérate de lo que cargas en la espalda y abraza la belleza sin par que te
convierte en una parte vital de la raza humana. Párate un momento.
Imagínatelo. Obsérvate feliz, completo y en paz. Siente tu valía. Siente tu
fuerza. Siente tu potencial curativo.
Nuestros pensamientos son más medicinales que muchos de los avances
sorprendentes de nuestros tiempos. Y, en este libro, Lissa crea un nuevo
modelo de bienestar centrado en sacar el máximo partido de este poder. Si
sigues sus consejos, no sólo cambiarás tu vida, sino que es posible que la
salves. Si has olvidado lo extraordinario que eres, La mente como medicina
será tu guía. Sé que sólo he empezado a rascar en la superficie de la inmensa
sabiduría guardada en mi milagroso cuerpo.
Suerte en tu viaje hacia la salud, bienestar espiritual y felicidad sostenible.
Kris Carr
Autora superventas según las listas del New York Times,
luchadora contra el cáncer y activista en pro del bienestar.
Introducción
1Anne Harrington, The Cure Within: A History of Mind-Body Medicine (Nueva York: W. W. Norton &
Company; 2008), 250–51.
2Patrick Cooke, «They Cried until They Could Not See», New York Times Magazine, 23 de junio de
1991.
3Se trata de un tipo de seguro médico que ha proliferado en Estados Unidos. El pago de cuotas
periódicas fijas permite el acceso gratuito o semigratuito a un sistema restringido de atención sanitaria,
al que el asegurado únicamente puede acceder previa consulta a un médico de cabecera. (N. de la T.)
PARTE UNO
La sorprendente verdad
sobre tus creencias de salud
El poderoso placebo
Como cualquier científico, conocía el efecto placebo desde hacía mucho
tiempo. Los tratamientos falsos, como las pastillas de azúcar, las inyecciones
salinas y las intervenciones quirúrgicas falsas, se utilizaban habitualmente en
los ensayos clínicos modernos para determinar si un fármaco, intervención o
tratamiento concretos son verdaderamente eficaces. El término placebo, del
latín «complaceré», apareció en la jerga médica hace muchos años para
indicar tratamientos inertes, dados tradicionalmente a pacientes neuróticos
para sosegarlos.
Durante siglos, los médicos recetaron tratamientos sin ningún dato clínico
que demostrara que dichos tratamientos funcionaran realmente por sí
mismos. Nadie cuestionaba los tratamientos prescritos por el médico y nadie
hizo ensayos para probar si algo era eficaz. Los médicos simplemente
mezclaban reconstituyentes, los administraban a sus pacientes y éstos
mejoraban, por lo menos en un porcentaje de las veces. O bien, el médico
abría a alguien, realizaba la intervención quirúrgica y los síntomas mejoraban,
o no.
No fue hasta finales del siglo XIX, que empezó a emerger la idea de utilizar
placebos en la investigación clínica. Más adelante, en 1955, The Journal of the
American Medical Association publicó un artículo inspirador del doctor
Henry Beecher, titulado «El poderoso placebo», que argumentaba que, si se
administraban fármacos a las personas, muchas mejoraban. Pero si se les daba
agua salada corriente, o cualquier otro ingrediente inactivo,
aproximadamente un tercio de ellas se curaban, no sólo en su mente, sino
también de forma real, a nivel fisiológico, lo cual podía comprobarse.5
De pronto, «el efecto placebo» se convirtió en el pilar de la medicina
contemporánea y nacieron los actuales ensayos clínicos. Hoy en día, los
buenos estudios científicos asumen la carga de demostrar que el efecto
curativo del medicamento o cirugía objeto de estudio supera al potente poder
curativo del placebo. Si un fármaco o cirugía demuestra que es más eficaz que
un placebo, entonces se considera «eficaz». Si no, es probable que la
Administración de Medicamentos y Alimentos (el organismo regulatorio
estadounidense) no autorice el fármaco, la cirugía caiga en desgracia y el
tratamiento se descarte por falta de eficacia. Se cree que prescribir
tratamientos que está probado que no son mejores que el placebo supone
incumplir los principios de la medicina factual o basada en la evidencia. Esto
es lo que diferencia a los médicos auténticos de los matasanos.
O al menos, así me lo enseñaron.
Esto me dio que pensar. ¿Qué es exactamente el efecto placebo? Hasta que
empecé mi investigación, en realidad, nunca había dejado de pensar sobre
ello. Todos conocemos gente en los ensayos clínicos que han mejorado al ser
tratados con nada más que una pastilla de azúcar. Pero ¿por qué?
Entonces fue cuando me di cuenta de que había encontrado el filón en mi
búsqueda de pruebas sobre el hecho de que la mente puede afectar al cuerpo.
Si un porcentaje de personas en los ensayos clínicos mejoraban simplemente
porque creían que se les estaba administrando el fármaco real o se estaban
sometiendo a una verdadera intervención, la respuesta que estaban
presentando únicamente podía haber sido desencadenada por la mente. La
toma de conciencia de este hecho me hizo caer un poco en picado.
La prueba de que las creencias positivas
pueden aliviar los síntomas
Volví a consultar las publicaciones sobre medicina en busca de más pruebas
de que el convencimiento de la mente de que el cuerpo estaba tomando un
fármaco o siendo sometido a una intervención quirúrgica es suficiente para
dar como resultado un alivio real y vívido de los síntomas. Descubrí que casi
la mitad de los asmáticos consiguen aliviar sus síntomas gracias a un
inhalador falso o a acupuntura simulada.6 Aproximadamente el 40 por ciento
de personas con dolor de cabeza notan alivio cuando se les da un placebo.7 La
mitad de la gente con colitis mejoran después de un tratamiento con placebo.8
El dolor derivado de una úlcera remite en más de la mitad de los pacientes
estudiados a los que se les ha administrado un placebo.9 La acupuntura
simulada corta los sofocos en casi la mitad de las personas a las que se les
aplica (la acupuntura real ayuda sólo a una cuarta parte de estos pacientes).
Nada menos que el 40 por ciento de las pacientes con infertilidad quedan
embarazadas mientras toman «fármacos para la fertilidad», placebo.10
De hecho, al ser comparados con la morfina, los placebos son casi igual de
eficaces en el tratamiento del dolor.11 Y muchos estudios demuestran que casi
todas las respuestas de mejora del ánimo que experimentan los pacientes
como resultado de los antidepresivos pueden ser atribuidas al efecto
placebo.12
No es sólo que las pastillas y las inyecciones hagan maravillas cuando se
trata de aliviar un síntoma. Tal como probó el estudio de la cirugía de rodilla
del doctor Moseley, las intervenciones quirúrgicas simuladas pueden ser
incluso más eficaces. En el pasado, la ligadura de la arteria mamaria interna
en el tórax fue considerada como el tratamiento de referencia para la angina
de pecho. La idea era que si se bloqueaba el flujo sanguíneo a través de esta
arteria se debería desviar más sangre hacia el corazón, de forma que se
aliviarían los síntomas que experimentaba la gente cuando no obtenía
suficiente flujo en las arterias coronarias. Los cirujanos llevaron a cabo este
procedimiento durante décadas y casi todos sus pacientes experimentaron
una mejoría de sus síntomas.
Pero ¿estaban respondiendo realmente a la ligadura de la arteria mamaria
interna? ¿O sus cuerpos respondían a la creencia de que la cirugía sería útil?
A fin de encontrar la respuesta, un estudio comparó los pacientes con
angina de pecho a los que se les había practicado una ligadura bilateral de las
arterias mamarias con los pacientes que habían sido sometidos a un
procedimientos quirúrgico durante el cual se les practicó una incisión en la
pared del tórax, pero no se realizó ninguna ligadura de la propia arteria.
¿Qué ocurrió? El 71 por ciento de los sometidos a una intervención
quirúrgica simulada se recuperaron, mientras que de los que fueron
intervenidos realmente solo mejoraron el 67 por ciento.13 Hoy en día, la
ligadura de la arteria mamaria interna sólo existe en la historia de la medicina.
Los datos que estaba recogiendo eran impresionantes y me preguntaba si
podrían haber sido aún más impactantes si no se hubiera hecho lo posible
para minimizar el efecto placebo en los ensayos clínicos. Si los investigadores
percibían el efecto placebo como un fenómeno positivo, algo para adoptar,
quizá veríamos porcentajes aún más altos. Pero no es éste el objetivo
primordial de la mayoría de los investigadores. Al contrario, los
coordinadores de los ensayos clínicos y los investigadores médicos (que
suelen ser empleados de las compañías farmacéuticas) no escatiman esfuerzos
para reducir el efecto placebo. Después de todo, los pacientes que
experimentan una mejoría derivada del placebo interfieren en la idoneidad
del fármaco para que se autorice su comercialización. Para cribar aquellos que
se considera que presentan una «respuesta excesiva al placebo», muchos
ensayos clínicos aleatorizados, con doble ciego y controlados con placebo
vienen en realidad precedidos de una «fase de lavado», en la cual todos los
participantes toman una pastilla inactiva, y quien reacciona favorablemente a
ella queda excluido del ensayo.
Por lo tanto, si la mayoría de investigadores de nuevos productos
farmacéuticos no estuvieran en contubernio con las grandes multinacionales
farmacéuticas, podríamos ver las tasas de respuesta al placebo disparadas aún
más arriba en los ensayos clínicos.
¿Responde toda persona al placebo?
Mientras cavilaba sobre el efecto placebo, me sorprendí a mí misma dudando
si alguna vez respondería a un placebo si fuera un paciente en un ensayo
clínico. Después de todo, soy médico. Yo misma he participado en ensayos
clínicos. Soy muy observadora y creo que, sencillamente, sabría si estaba
tomando un tratamiento real o no. Si sospechara que me estaban dando un
placebo, está claro que esto no me iba a ayudar, ¿verdad?
Todo esto me hizo pensar. ¿Son ciertos tipos de pacientes más susceptibles
a responder al placebo que otros? ¿Existen datos que sugieran que hay un
perfil clásico del paciente que responde al placebo? ¿Existen rasgos de
personalidad o mediciones de la inteligencia que puedan predecir quién va a
encontrarse mejor después de tomar una pastilla de azúcar? ¿Las personas
con elevado coeficiente intelectual demuestran menos reacción a los
placebos? ¿Algunas personas son sencillamente más crédulas?
Resulta que los científicos han estudiado esto. Al principio, los
investigadores postularon que las personas que reaccionaban a los placebos
tendrían un coeficiente intelectual menor o serían más «neuróticos». Pero lo
que descubrieron es que casi todo el mundo puede ser inducido a responder a
un placebo si se dan las condiciones adecuadas. Incluso los médicos y los
científicos. De hecho, algunos estudios sugieren que aquellos con mayor
coeficiente intelectual responden aún más al placebo.
Me tomé esto como muy buenas noticias, porque si es verdad que las
creencias positivas de la mente pueden sanar el cuerpo, todos tenemos la
misma oportunidad de beneficiarnos de este fenómeno. No sólo la gente
crédula puede tener la convicción de estar bien; también la gente sabelotodo
como tú.
1Bruno Klopfer, «Psychological Variables in Human Cancer», Journal of Projective Techniques 21, n.º 4
(diciembre de 1957): 331–40.
2Stewart Wolf, «The Effects of Suggestion and Conditioning on the Action of Chemical Agents in
Human Subjects: The Pharmacology of Placebos», Journal of Clinical Investigation 29, n.º 1 (enero de
1950): 100–109.
3J. Bruce Moseley y otros, «A Controlled Trial of Arthroscopic Surgery for Osteoarthritis of the Knee»,
New England Journal of Medicine 347 (11 de julio de 2002): 81–88.
4Margaret Talbot, «The Placebo Prescription», New York Times Magazine, 9 de enero de 2000.
5Henry K. Beecher, «The Powerful Placebo», Journal of the American Medical Association 159, n.º 17
(24 de diciembre de 1955): 1602–6.
9H. J. Binder y otros, «Cimetidine in the Treatment of Duodenal Ulcer: A Multicenter Double Blind
Study», Gastroenterology 74 (febrero de 1978): 380–88.
10Shirley S. Wang, «Why Placebos Work Wonders», Wall Street Journal, 10 de enero de 2012,
http://online.wsj.com/article/SB10001424052970204720204577128873886471982.html.
11F. J. Evans, «Expectancy, Therapeutic Instructions, and the Placebo Response», en Placebo: Theory,
Research and Mechanisms, ed. Leonard White, Bernard Tursky y Gary E. Schwartz (Nueva York:
Guilford Press, 1985); J. D. Levine y otros, «Analgesic Responses to Morphine and Placebo in
Individuals with Postoperative Pain», Pain 10, n.º 3 (junio de 1981): 379–89.
12Irving Kirsch, The Emperor’s New Drugs: Exploding the Antidepressant Myth (Nueva York: Basic
Books, 2010); Irving Kirsch y Guy Sapirstein, «Listening to Prozac but Hearing Placebo: A Meta-
Analysis of Antidepressant Medication», Prevention & Treatment 1, n.º 2 (junio de 1998); Shankar
Vedantam, «Against Depression, a Sugar Pill Is Hard to Beat: Placebos Improve Mood, Change Brain
Chemistry in Majority of Trials of Anti-depressants», Washington Post, 7 de mayo de 2002; Arif Khan y
otros, «Suicide Rates in Clinical Trials of SSRIs, Other Antidepressants, and Placebo: Analysis of FDA
Reports», American Journal of Psychiatry 160, n.º 4 (1 de abril de 2003): 790–92.
13Judith A. Turner y otros, «The Importance of Placebo Effects in Pain Treatment and Research»,
Journal of the American Medical Association 271, n.º 20 (25 de mayo de 1994): 1609–14; Leonard A.
Cobb y otros, «An Evaluation of Internal-Mammary-Artery Ligation by a Double-Blind Technic», New
England Journal of Medicine, 260, n.º 22 (28 de mayo de 1959): 1115–18.
14Elise A. Olsen y otros, «A Multicenter, Randomized, Placebo-Controlled, Double-Blind Clinical Trial
of a Novel Formulation of 5% Minoxidil Topical Foam Versus Placebo in the Treatment of
Androgenetic Alopecia in Men», Journal of the American Academy of Dermatology 57, n.º 5 (noviembre
de 2007): 767–74; Richard A. Preston y otros, «Placebo-Associated Blood Pressure Response and
Adverse Effects in the Treatment of Hypertension: Observations from a Department of Veterans Affairs
Cooperative Study», Archives of Internal Medicine 160, n.º 10 (22 de mayo de 2000): 1449–54; H. V.
Allington, «Review of the Psychotherapy of Warts», AMA Archives of Dermatology and Syphilology 66,
n.º 3 (1952): 316–26; H. Vollmer, «Treatment of Warts by Suggestion», Psychosomatic Medicine 8
(marzo de 1946): 138–42; Montague Ullman y Stephanie Dudek, «On the Psyche and Warts: Hypnotic
Suggestion and Warts», Psychosomatic Medicine 22, n.º 1 (1 de enero de 1960): 437–88; Anton J. M. De
Craen y otros, «Placebo Effect in the Treatment of Duodenal Ulcer», British Journal of Clinical
Pharmacology 48, n.º 6 (diciembre de 1999): 853–60; F. K. Abbot, M. Mack y S. Wolf, «The Action of
Banthine on the Stomach and Duodenum of Man with Observations on the Effects of Placebos»,
Gastroenterology 20, n.º 2 (febrero de 1952): 249–61; Talbot, «The Placebo Prescription»; Paul L.
Canner, Sandra A. Forman y Gerard J. Prud’homme, «Infuence of Adherence to Treatment and
Response of Cholesterol on Mortality in the Coronary Drug Project», New England Journal of Medicine
303 (30 de octubre de 1980): 1038–41; Ibrahim Hashish y otros, «Reduction of Postoperative Pain and
Swelling by Ultrasound Treatment: A Placebo Effect», Pain 33, n.º 3 (junio de 1988): 303–11; Raúl de la
Fuente-Fernández y otros, «Expectation and Dopamine Release: Mechanism of the Placebo Effect in
Parkinson’s Disease», Science 293, n.º 5532 (10 de agosto de 2001): 1164–66; C. Kirschbaum y otros,
«Conditioning of Drug-Induced Immunomodulation in Human Volunteers: A European Collaborative
Study», British Journal of Clinical Psychology 31, n.º 4 (noviembre de 1992): 459–72; Predrag Petrovic y
otros, «Placebo and Opioid Analgesia: Imaging a Shared Neuronal Network», Science 295, n.º 5560 (1
de marzo de 2002): 1737–40; Matthew D. Lieberman y otros, «The Neural Correlates of Placebo Effects:
A Disruption Account», Neuroimage 22, n.º 1 (mayo de 2004): 447–55; Tor D. Wager y otros, «Placebo-
Induced Changes in fMRI in the Anticipation and Experience of Pain», Science 303, n.º 5661 (20 de
febrero de 2004): 1162–67.
16I. Wickramasekera, «A Conditioned Response Model of the Placebo Effect: Predictions from the
Model», Biofeedback and Self-Regulation 5, n.º 1 (marzo de 1980): 5–18; Nicholas J. Voudouris, Connie
L. Peck y Grahame Coleman, «Conditioned Response Models of Placebo Phenomena: Further
Support», Pain 38, n.º 1 (julio de 1989): 109–16.
17Asbjørn Hróbjartsson y Peter C. Gøtzsche, «Is the Placebo Powerless? An Analysis of Clinical Trials
Comparing Placebo with No Treatment», New England Journal of Medicine 344, n.º 21 (24 de mayo de
2001): 1594–1602.
18Daniel E. Moerman y Wayne B. Jonas, «Deconstructing the Placebo Effect and Finding the Meaning
Response», Annals of Internal Medicine 136, n.º 6 (19 de marzo de 2002): 471–76.
19Fabrizio Benedetti, Placebo Effects: Understanding the Mechanisms in Health and Disease (Nueva
York: Oxford University Press, 2009): 29.
20Jon D. Levine, Newton C. Gordon y Howard L. Fields, «The Mechanism of Placebo Analgesia»,
Lancet 312, n.º 8091 (23 de septiembre de 1978): 654–57.
26Ibídem.
2
Después de haber aprendido mucho sobre los beneficios del efecto placebo,
me asaltó la curiosidad de si lo contrario también era cierto. Si las creencias
positivas, junto con la atención nutricia de un médico, podían curar el
cuerpo, ¿esto significaba que las creencias negativas y el trato duro de un
médico insensible pueden dañarlo?
En primer lugar quería examinar el papel de las creencias negativas sobre
la fisiología del organismo. ¿Tienen las personas el poder de creerse
enfermos?
Parece ser que sí. Unos investigadores de San Diego examinaron las
partidas de defunción de casi 30.000 estadounidenses de origen chino y las
compararon con más de 400.000 de personas de raza blanca, seleccionadas de
forma aleatoria. Lo que descubrieron fue que los estadounidenses de origen
chino, pero no los de raza blanca, morían mucho antes de lo normal (con una
diferencia de unos cinco años) si confluían dos hechos: padecer una
enfermedad y haber nacido en un año que la astrología y la medicina china
consideraban funesto. Los investigadores averiguaron que cuanto más
arraigadas estaban en ellos las tradiciones chinas, antes fallecían. Cuando
analizaron los datos, llegaron a la conclusión de que los factores genéticos, la
opción de estilo de vida, el comportamiento del paciente, los conocimientos
del médico o cualquier otra variable no podían explicar la reducción en la
esperanza de vida.
¿Por qué los estadounidenses de origen chino morían más jóvenes? Los
investigadores concluyeron que el motivo no eran sus genes chinos, sino sus
creencias chinas. Ellos creían que morirían antes porque tenían un maleficio
de las estrellas. Y esta creencia negativa se manifestó en forma de una vida
más corta.1
Otros estudios proponen que las creencias negativas afectan a la salud. Un
estudio demostró que el 79 por ciento de los estudiantes de medicina
reconocen haber experimentado los síntomas de la enfermedad que están
estudiando.2 Cuando se vuelven paranoicos y piensan que van a enfermar,
enferman.
Esto lo sé por propia experiencia. Cuando era estudiante de primer curso
de la carrera de medicina, estudiaba las numerosas formas de mal
funcionamiento del cuerpo, quemándome las pestañas para memorizar la
retahíla de procesos patológicos que pueden conducir a miles de
enfermedades diferentes. Entre ellas: porfiria, dengue, osteogénesis
imperfecta o la enfermedad de los huesos frágiles, narcolepsia.
Entonces, de repente, se me puso la piel de gallina, sentí algo arrastrarse
bajo mi piel. Pensé que debía ser el gusano llamado gusano de Guinea que se
había infiltrado en mi espacio subcutáneo, a punto de atravesarme la piel y
sacar su pequeña cabeza fuera. También noté los pies entumecidos al
despertarme por la mañana. Tenía la certeza de que era la lepra. Las manchas
que habían aparecido en las palmas de las manos no podían ser otra cosa que
un eritema infeccioso. Y los sudores nocturnos que me dejaron empapados
los pijamas únicamente podían significar una cosa: la malaria.
Terminé padeciendo múltiples afecciones crónicas que fueron
diagnosticadas durante mi formación como médico, tal como explicaré en el
capítulo 9, y sospecho claramente que mis creencias negativas sobre mi salud
tuvieron algo que ver.
No fui la única estudiante de medicina que se vio afectada por una gran
cantidad de síntomas físicos. De hecho, en el servicio de atención médica a los
estudiantes no mostraron ni una pizca de asombro al verme a mí o a mis
compañeros de clase andar penosamente, justo antes de los exámenes finales
aquejados de dolencias extrañas y un montón de autodiagnósticos. El
personal de enfermería y los médicos que formaban parte del personal de este
servicio no sólo estaban acostumbrados a oír semejantes quejas a lo largo de
años atendiendo a los estudiantes de medicina, sino que también me
informaron de que, en realidad, existía un nombre acuñado para el síndrome:
«la medestudiantitis» o, más formalmente, «la enfermedad del estudiante de
medicina».
Tu subconsciente
Nuestros padres también moldearon las creencias que residen en nuestro
subconsciente. Las creencias negativas que observamos en nuestro padres
quedan programadas de forma involuntaria en nuestro subconsciente a una
edad temprana, creencias como: «Eres débil» o «Vas a engordar y serás
diabético cuando crezcas». Tu subconsciente se llena de creencias que te
transmitieron tus padres, profesores y otros que te influenciaron en los
primeros años de vida, cargando tu mente de programas que van a dirigir tu
vida, a menos que aprendas a reprogramar tu subconsciente. Normalmente a
la edad de seis años, estos programas ya están escritos y muy poca gente se ha
esforzado en examinar y reescribir su programación subconsciente. Dado que
no tenemos control sobre cómo esta poderosa parte de nuestro cerebro se
llega a programar cuando somos niños, no es de extrañar que la mayor parte
de la gente luche por cambiar las creencias limitantes y saboteadoras que
pueden dañar no sólo nuestra salud, sino también cualquier aspecto de
nuestras vidas.
Incluso si la mente consciente de tu yo adulto se encuentra repleta de
pensamientos positivos y de esperanza, actúas desde el subconsciente el 95
por ciento del tiempo. Estas habituales creencias negativas que surgen cada
vez que no centramos nuestra atención en los pensamientos positivos se
convierten en el valor por defecto. Actúan cuando estamos durmiendo,
cuando estamos trabajando o cada vez que no estamos repitiendo de forma
consciente nuestras afirmaciones positivas. Creencias como éstas pueden,
entonces, activar un tipo de efecto nocebo, ya que si nuestro subconsciente
cree que nos pondremos enfermos, el cerebro percibe una amenaza y se
desencadena la respuesta al estrés. Lo siguiente, ya lo sabes; tu cuerpo está
ocupado, huyendo de nuevo del león que percibe y tu organismo sufre.
El poder del subconsciente explica por qué el pensamiento positivo no lo
consigue todo por sí solo. ¿Cuántas veces has leído libros de autoayuda,
participado en talleres, hecho propósitos para al Año Nuevo y jurado mejorar
tu vida, sólo para darte cuenta un año después de que tu vida no es mejor?
Dado que la mente consciente sólo funciona el 5 por ciento del tiempo, tiene
poco poder para superar la fuerte influencia del subconsciente. Para realizar
cambios permanentes en las creencias, éstas deben cambiarse a nivel de la
mente consciente y también en el subconsciente.
El maleficio médico
Una vez que cambiemos nuestras creencias a nivel del subconsciente,
optimizaremos nuestro medio de cultivo para la comunidad de células que
componen el cuerpo humano, cambiando con ello la forma en la que se
expresa nuestro ADN. No somos víctimas de nuestros genes. Somos los
directores de nuestro propio destino.
Los datos que prueban esto eran tan convincentes que una parte de mí
empezó a sentirse irresponsable por no haberlos conocido antes. Cuando
recité el juramento hipocrático, prometí: «En primer lugar, no hacer daño».
Empecé a sentirme culpable por cualquier implicación que hubiera podido
tener en dañar inadvertidamente a mis pacientes, ya fuera no educándoles
acerca de cómo sus creencias podían manifestarse físicamente o
proyectándoles mis propias creencias sobre ellos, y posiblemente dañándoles
sin darme cuenta.
Cuando sentenciamos a alguien con estadísticas como: «Nueve de cada
diez personas con tu enfermedad mueren a los seis meses» o «Tienes el veinte
por ciento de probabilidades de sobrevivir cinco años», ¿está esto tan lejano
de las prácticas de vudú de algunas culturas nativas? ¿Estamos
maldiciéndolos, desencadenando respuestas de miedo en sus mentes y
haciendo que éstas activen las respuestas al estrés, cuando lo que más necesita
el cuerpo son respuestas a la relajación?
Cuando pronunciamos a nuestros pacientes la palabra «incurable» o
incluso los etiquetamos con una enfermedad «crónica», como la esclerosis
múltiple o la enfermedad de Crohn o una hipertensión y les decimos que se
verán afectados por ellas el resto de sus vidas, ¿no estamos en esencia
haciéndoles daño? ¿Qué prueba tenemos de que no se trata de uno de
aquellos estudios de caso que acabó, en el Proyecto de Remisión Espontánea,
curándose de la supuesta enfermedad incurable?
En La curación espontánea, el doctor Andrew Weil argumenta que los
médicos se comprometen involuntariamente con lo que él llama «hechizo
médico». Cuando declaramos que un paciente presenta una enfermedad
«crónica», «incurable» o «terminal», podemos estar programando su mente
subconsciente con creencias negativas y activando las respuestas al estrés que
le perjudican más que le benefician. Al etiquetar a un paciente con un
pronóstico negativo y robarle la esperanza de que su curación podría ser
posible, podemos contribuir a que se produzca el mal pronóstico que
formulamos. ¿No hubiera sido mejor ofrecerle esperanza y hacer que su
mente desencadenara las sustancias químicas inductoras de la salud que
trataran de ayudar a los mecanismos de autorreparación del cuerpo?
Cuando mi padre fue diagnosticado de un melanoma metastásico,
incluidas metástasis en el cerebro y en el hígado, la noticia era nefasta. Como
médicos, mi padre y yo conocíamos las estadísticas: menos del 5 por ciento de
las personas con la afección de mi padre sobrevivían más allá de los cinco
años y la mayoría morían en el periodo de tres a seis meses.
Mirando atrás y sabiendo lo que ahora sé, desearía honestamente no haber
conocido estos números cuando descubrimos que mi padre tenía el
melanoma con metástasis en su cerebro. Con una mirada a los números, la
esperanza se desvaneció. Para los dos. Nunca me había concentrado en el 5
por ciento de la gente que en realidad sobrevive. ¿Y quién puede decir que mi
padre no podía haber sido uno de ellos? Todo lo que podíamos pensar era en
el 95 por ciento que moría, habitualmente muy rápido.
Ahora, después de todo lo que he aprendido, me he dado cuenta de que
los médicos que dan este tipo de cifras a los pacientes pueden, de hecho, estar
perjudicándoles de forma inadvertida. No podemos ver el futuro. No tenemos
forma de predecir qué pacientes van a desafiar las probabilidades y cuáles van
a sucumbir rápidamente a ellas. Nuestras intenciones son puras. Nos mueven
sentimientos de honestidad, un compromiso hacia la autonomía del paciente
y el deseo de preparar a los enfermos para lo peor a fin de que no deambulen
en un estado de negación.
Pero si el paciente es el uno entre diez que no muere, ¿le hemos hecho
algún favor advirtiéndole de algo que podría no llegar a pasar? ¿Vale la pena
que nuestro deseo de divulgación total elimine la esperanza y destroce las
creencias sólo para que nuestros pacientes puedan ser «realistas» acerca de su
pronóstico?
No estoy sugiriendo que volvamos al modelo paternalista de la vieja
escuela de «Su linda y pequeña cabecita no tiene por qué preocuparse por ello,
señora». En la medicina de principios del siglo XX, los médicos escondían a
sus pacientes la enfermedad que padecían, porque: «Si lo supiera la abuela,
esto la mataría».
No. La honestidad y la colaboración son las piedras angulares de la
relación médico-paciente y no debe ser manipulada. La educación, la
participación y la total divulgación son definitivamente mi modo de proceder.
Pero pongo en duda de qué forma dar la información. ¿No tiene sentido para
todos nosotros, médicos y pacientes por igual, cambiar el modo de pensar y
comunicarse para optimizar la oportunidad del cuerpo de gozar de una buena
salud?
Como médico, esto es lo que he aprendido: en algún lugar en la
intersección de la esperanza, el optimismo, la atención nutricia y la total
alianza con el paciente al que se le otorga su correspondiente poder, yace la
receta de la curación.
1D. P. Phillips, T. E. Ruth y L. M. Wagner, «Psychology and Survival», Lancet 342, n.º 8880 (6 de
noviembre de 1993): 1142–45.
3Bernie S. Siegel, Love, Medicine & Miracles (Nueva York: Harper & Row, 1986), 133.
4Pierre Kissel y Dominique Barrucand, Placebos et Effet Placebo en Médecine (París: Masson, 1964).
5Stanley Schachter y Jerome Singer, «Cognitive, Social and Physiological Determinants of Emotional
State», Psychological Review 69, n.º 5 (septiembre de 1962): 379–99.
6Norman Cousins, Anatomy of an Illness: As Perceived by the Patient (Nueva York: W. W. Norton &
Company, 1979), 59.
7Samuel F. Dworkin y otros, «Cognitive Reversal of Expected Nitrous Oxide Analgesia for Acute Pain»,
Anesthesia and Analgesia 62, n.º 12 (diciembre de 1983): 1073–77.
8Avraham Schweiger y Allen Parducci, «Nocebo: The Psychologic Induction of Pain», Pavlovian
Journal of Biological Sciences 16, n.º 3 (julio-septiembre de 1981): 140–43.
9Brian Reid, «The Nocebo Effect: The Placebo Effect’s Evil Twin», Washington Post, 30 de abril de 2002.
10Ibídem.
11Anthony Robbins, Unlimited Power: The New Science of Personal Achievement (Nueva York: Free
Press, 1986).
12Bennett G. Braun, ed., The Treatment of Multiple Personality Disorder (Arlington, VA: American
Psychiatric Press, 1986).
13Richard L. Kradin, The Placebo Response and the Power of Unconscious Healing (Nueva York:
Routledge, 2008), 151.
14Martina Amanzio y otros, «A Systematic Review of Adverse Events in Placebo Groups of Anti-
migraine Clinical Trials», Pain 146, n.º 3 (5 de diciembre de 2009): 261–69.
15Walter B. Cannon, «Voodoo Death», American Anthropologist 44, n.º 2 (abril-junio de 1942): 169–81.
16John Cloud, «The Flip Side of Placebos: The Nocebo Effect», Time, 13 de octubre de 2009,
http://www.time.com/time/magazine/article/0,9171,1931727,00.html.
17Sanford I. Cohen, «Voodoo Death, the Stress Response, and AIDS», Advanced Biochemical
Psychopharmacology 44 (1998): 95–109.
18D. N. Ruble, «Premenstrual Symptoms: A Reinterpretation», Science 197, n.º 4300 (15 de julio de
1977): 291–292.
20Fabrizio Benedetti y otros, «The Biochemical and Neuroendocrine Bases of the Hyperalgesic Nocebo
Effect», Journal of Neuroscience 26, n.º 46 (15 de noviembre de 2006): 12014–22.
21Bruce Lipton, The Biology of Belief: Unleashing the Power of Consciousness, Matter and Miracles
(Carlsbad, CA: Hay House, 2008).
22Robert A. Waterland y Randy L. Jirtle, «Transposable Elements: Targets for Early Nutritional Effects
on Epigenetic Gene Regulation», Molecular and Cellular Biology 23, n.º 15 (agosto de 2003): 5293–5300;
Eva Jablonka y Marion J. Lamb, Epigenetic Inheritance and Evolution: The Lamarckian Dimension
(Oxford: Oxford University Press, 1995).
23Walter C. Willett, «Balancing Life-Style and Genomics Research for Disease Prevention», Science 296,
n.º 5568 (26 de abril de 2002): 695–98.
24Peter D. Gluckman y Mark A. Hanson, «Living with the Past: Evolution, Development, and Patterns
of Disease», Science 305, n.º 5691 (17 de septiembre de 2004): 1733–36.
25Peter W. Nathanielsz, Life in the Womb: The Origin of Health and Disease (Nueva York: Promethean
Press, 1999).
26James W. Prescott, Scientifc Director, Rock A Bye Baby (Nueva York: Time-Life Films, 1970).
27Patrick Bateson y otros, «Developmental Plasticity and Human Health», Nature 430, n.º 6998 (22 de
julio de 2004): 419–21.
3
El factor de curación
que marca la diferencia
El ritual de la medicina
Una pastilla de azúcar, aunque potente, no deja de ser una pastilla de azúcar.
No es mágica. Mientras algunos tratamientos como la cirugía de la mano de
mi marido reparan el cuerpo en un modo que éste no puede inducir solo,
otros tratamientos utilizan meramente el potente poder de la mente para
optimizar la salud del cuerpo, y es el apoyo de un afectuoso profesional
sanitario lo que marca la diferencia.
Algunos estudios —como el de K. B. Thomas— fueron tan lejos como
para sugerir que el médico es, de hecho, el placebo, que la función que
desempeña en sí y por sí mismo desencadena la respuesta de la
autocuración.13 Lo que hemos aprendido sobre el efecto placebo es que, como
explica Ted Kaptchuk, el placebo nos libera de los medicamentos reales que
asumimos que nos curan (los antibióticos, la cirugía de rodilla, los
antidepresivos, los analgésicos, la cirugía de tórax), obteniendo un destilado
de la medicina hacia algo terapéutico que tiene menos que ver con las pastillas
o la cirugía. Sin la parafernalia bioquímica de la medicina, nos quedamos con
la medicina tal como era mucho antes de que surgieran los tratamientos de
alta eficacia, como la cirugía de los dedos de Matt: el ritual de medicina, el
sentido que le atribuimos al tratamiento médico y la atención de alguien
dedicado a tratar de ayudarnos a estar bien.
Debido a que el mundo occidental ha dado tanto significado al papel del
médico en nuestra cultura contemporánea, el apoyo de un médico afectuoso
puede tener incluso más peso que la misma clase de ayuda que pudiera
prestar un sacerdote, un terapeuta, un acupuntor u otras presencias cariñosas
y sanadoras. Sin embargo, lo mismo puede no ser cierto en otras culturas en
las que el mayor poder sanador yace en el chamán, el médico de medicina
china o la curandera.
Una médica a la que entrevisté —la llamaremos doctora M— afirmó: «Sé
que lo más valioso que puedo ofrecerles a mis pacientes es el amor». Me contó
una historia sobre una paciente con una neuralgia grave que afectaba al 90
por ciento de su cuerpo. La mujer había visitado a docenas de médicos y a un
buen número de curanderos, sin éxito en su alivio. Luego fue a ver a la
doctora M, que le recetó aceite de pescado y vitaminas del grupo B. La
doctora M me admitió que le había prescrito los complementos alimenticios
principalmente como placebo, porque no había pruebas clínicas que
demostraran que serían eficaces frente a la neuralgia. Asimismo, dedicó
tiempo a escuchar a la paciente y a ofrecerle su atención nutricia.
Poco después, la mujer se enamoró perdidamente de un hombre joven y al
poco tiempo volvió a la consulta de la doctora M para anunciarle que su dolor
se había esfumado. Ella atribuyó el mérito a las vitaminas del grupo B y al
aceite de pescado, llamándolas «la cura milagrosa».
Pero la doctora M me dijo: «Sabía que no habían sido las vitaminas. Creo
que fue el amor de ese joven, en combinación con la atención que le brindé, lo
que la curó».
PUERTA N.º 1
Lo siento, su tumor maligno es inoperable y no está limitado al
órgano que creíamos. De hecho, se ha extendido al estómago, al colon, a
los ganglios linfáticos y a toda la mucosa del abdomen. Todavía no se
han hecho las pruebas, pero es posible que también se encuentre en los
pulmones, huesos y cerebro.
Si lo desea, podemos administrarle quimioterapia, pero va a ser sólo
a modo paliativo, no curativo. Siento mucho tener que darle esta
noticia, y por supuesto vamos a hacer todo lo que esté en nuestras
manos para que se sienta cómoda. Pero sería el momento de poner en
orden sus asuntos. Si no ha actualizado su testamento, quizá desee
hacerlo, ya que sólo una de cada veinte personas con su tipo de cáncer
sobrevive a los cinco años y la mayoría mueren entre los tres y los seis
meses.
No sabe cómo siento tener que decirle esto y, desde luego, podemos
hablarlo con más detenimiento cuando se pasen los efectos de la
anestesia y esté un poco más despierta.
Cuando las malas noticias se dan de este modo, sólo pueden desencadenar
respuestas al estrés que dificultan la autorreparación del cuerpo del paciente y
de forma excepcional puede incluso conducir a la muerte, aun cuando no
haya razón aparente para ello. Es posible que la muerte realmente te
aterrorice.
Propongo una nueva forma de dar malas noticias. Tomemos a la misma
paciente que describimos tras la puerta n.º 1: la que presentaba el cáncer con
metástasis y una posibilidad entre veinte de sobrevivir. Vamos a darle tiempo
para que se despierte de la anestesia. Acomodémosla en la sala de
reanimación. Vamos a hablar con la familia para contarles que tendremos
una reunión familiar cuando se haya despertado por completo y entonces
vamos a tener la siguiente conversación, en lugar de la anterior:
PUERTA N.º 2
Tengo buenas y malas noticias, por lo que empezaré con las malas.
Me temo que su tumor maligno no está confinado en un solo órgano tal
como esperábamos. [Pausa para darle tiempo a que lo procese.]
Parece que el cáncer se ha extendido también al estómago, el colon,
los ganglios linfáticos y la mucosa del abdomen. Tenemos que hacer
algunas pruebas para ver si podría haber llegado a algún órgano más y
podremos darle esta información muy pronto, por lo que vamos a
planificar qué es lo siguiente que vamos a hacer. Pero quiero que sepa
que no va a pasar por esto sola. [Nueva pausa.]
Sé que ahora mismo oír esto es demasiado, pero déjeme compartir
con usted las buenas noticias. La buena noticia es que un porcentaje de
personas con exactamente este mismo diagnóstico, sobreviven y existen
algunos indicadores de qué tipo de personas podrían ser ésas. El cuerpo
está diseñado para curarse a sí mismo cuando enferma y tenemos
pruebas fehacientes de que quienes cuidan su cuerpo, su mente y su
espíritu mientras mantienen la esperanza y la creencia en su capacidad
para mejorar tienen más probabilidades de curarse. Es importante para
su organismo que todos seamos optimistas y que su cuerpo y su mente
se mantengan lo más relajados posible, porque sólo en este estado de
relajación su cuerpo podrá luchar contra el cáncer.
Quiero que sepa que creo que es posible que se cure y que voy a estar
aquí con usted para apoyarla en cada etapa del proceso. Mañana
hablaremos de las opciones de tratamiento y qué podemos hacer a
partir de ahora, pero, en primer lugar, será mejor que descanse y tenga
un poco de tiempo para procesar esta información con su familia. Antes
de que me vaya a practicar la siguiente operación quirúrgica, ¿quiere
formularme alguna pregunta ahora? [Hace una pausa y escucha.]
Hablaré con usted a primera hora de la mañana, y si mientras tanto
le surge alguna duda urgente, no dude en llamarme. Aquí está mi
número en caso de que me necesite. Sé que no son las noticias que
quería escuchar hoy, pero, por favor, no pierda la esperanza. Yo creo en
los milagros y usted podría ser este milagro.
1Se refiere a la «atención nutricia»: atención protectora, atenta, maternal, cercana, em- pática, volcada
en el paciente. (N. de la T.)
2«One Scholar’s Take on the Power of the Placebo», Science Friday, NPR, 6 de enero de 2012,
http://m.npr.org/news/Health/144794035.
7K. B. Thomas, «General Practice Consultations: Is There Any Point in Being Positive?» British Medical
Journal 294, n.º 6581 (9 de mayo de 1987): 1200–1202.
8Fabrizio Benedetti y otros, «When Words Are Painful: Unraveling the Mechanisms of the Nocebo
Effect», Neuroscience 147, n.º 2 (29 de junio de 2007): 260–71.
9Richard H. Gracely y otros, «Clinicians’ Expectations Infuence Placebo Analgesia», Lancet 325, n.º
8419 (5 de enero de 1985): 43.
10Janice L. Krupnick y otros, «The Role of the Therapeutic Alliance in Psychotherapy and
Pharmacotherapy Outcome: Findings in the National Institute of Mental Health Treatment of
Depression Collaborative Research Program», Journal of Consulting and Clinical Psychology 64, n.º 3
(junio de 1996): 532–39.
11Ted J. Kaptchuk y otros, «Components of Placebo Effect: Randomised Controlled Trial in Patients
with Irritable Bowel Syndrome», British Medical Journal 336, n.º 7651 (1 de mayo de 2008): 999–1003.
13Curtis E. Margo, «The Placebo Effect», Survey of Ophthalmology 44, n.º 1 (julio/agosto de 1999): 33–
34; Nicholas J. Voudouris, Connie L. Peck y Grahame Coleman, «Conditioned Response Models of
Placebo Phenomena: Further Support», Pain 38, n.º 1 (julio de 1989): 109–16; Steve Stewart-Williams y
John Podd, «The Placebo Effect: Dissolving the Expectancy Versus Conditioning Debate», Psychology
Bulletin 130, n.º 2 (marzo de 2004): 324–40.
14Desonta Holder, «Health: Beware Negative Self-Fulfilling Prophecy», Seattle Times, 2 de enero de
2008, http://seattletimes.nwsource.com/html/health/2004101546_fearofdying02.html.
15Julia Kleinhenz y otros, «Randomised Clinical Trial Comparing the Effects of Acupuncture and a
Newly Designed Placebo Needle in Rotator Cuff Tendinitis», Pain 83, n.º 2 (1 de noviembre de 1999):
235–41; J. Vas y otros, «Acupuncture as a Complementary Therapy to the Pharmacological Treatment
of Osteoarthritis of the Knee: Randomised Controlled Trial», British Medical Journal 329, n.º 7476 (20
de noviembre de 2004): 1216–19; Juan Antonio Guerra de Hoyos y otros, «Randomised Trial of Long-
Term Effect of Acupuncture for Shoulder Pain», Pain 112, n.º 3 (diciembre de 2004): 289–98.
16Edzard Ernst y Adrian R. White, «Acupuncture for Back Pain: A Meta-Analysis of Randomized
Controlled Trials», Archives of Internal Medicine 158, n.º 20 (9 de noviembre 1998): 2235–41; Matthias
Karst y otros, «Pressure Pain Threshold and Needle Acupuncture in Chronic Tension-Type Headache:
A Double-Blind Placebo-Controlled Study», Pain 88, n.º 2 (noviembre de 2000): 199–203; Matthias
Karst y otros, «Needle Acupuncture in Tension-Type Headache: A Randomized, Placebo-Controlled
Study», Cephalalgia 21, n.º 6 (julio de 2001): 637–42; Matthias Karst y otros, «Acupuncture in the
Treatment of Alcohol Withdrawal Symptoms: A Randomized, Placebo-Controlled Inpatient Study»,
Addiction Biology 7, n.º 4 (octubre de 2002): 415–19; Jongbae Park y otros, «Acupuncture for Subacute
Stroke Rehabilitation: A Sham-Controlled, Subject-and Assessor-Blind, Randomized Trial», Archives of
Internal Medicine 165, n.º 17 (26 de septiembre de 2005): 2026–31; K. Streitberger y otros, «Effect of
Acupuncture Compared with Placebo-Acupuncture at P6 as Additional Antiemetic Prophylaxis in
High-Dose Chemotherapy and Autologous Peripheral Blood Stem Cell Transplantation: A Randomized
Controlled Single-Blind Trial», Clinical Cancer Research 9, n.º 7 (julio de 2003): 2538–44; K.
Streitberger y otros, «Acupuncture Compared to Placebo-Acupuncture for Postoperative Nausea and
Vomiting Prophylaxis: A Randomised Placebo-Controlled Patient and Observer Blind Trial»,
Anaesthesia 59, n.º 2 (febrero de 2004): 142–49; Matthias Fink y otros, «Needle Acupuncture in Chronic
Poststroke Leg Spasticity», Archives of Physical Medicine and Rehabilitation 85, n.º 4 (abril de 2004):
667–72; M. Linde y otros, «Role of the Needling Per Se in Acupuncture as Prophylaxis for Menstrually
Related Migraine: A Randomized Placebo-Controlled Study», Cephalalgia 25, n.º 1 (enero de 2005): 41–
47.
17Anita Catlin y Rebecca L. Taylor-Ford, «Investigation of Standard Care Versus Sham Reiki Placebo
Versus Actual Reiki Therapy to Enhance Comfort and Well-Being in a Chemotherapy Infusion
Center», Oncology Nursing Forum 38, n.º 3 (mayo de 2011): E212–E220.
18J. Kleijnen, P. Knipschild y G. ter Riet, «Clinical Trials of Homoeopathy», British Medical Journal
302, n.º 6772 (9 de febrero de 1991): 316–23.
19Aijing Shang y otros, «Are the Clinical Effects of Homoeopathy Placebo Effects? Comparative Study
of Placebo-Controlled Trials of Homoeopathy and Allopathy», Lancet 366, n.º 9487 (27 de agosto–2 de
septiembre de 2005): 726–32.
20«The End of Homeopathy», editorial, Lancet 366, n.º 9487 (27 de agosto–2 de septiembre de 2005):
690.
21Iris R. Bell, «All Evidence Is Equal, but Some Evidence Is More Equal than Others: Can Logic Prevail
over Emotion in the Homeopathy Debate?» Journal of Alternative and Complementary Medicine 11, n.º
5 (octubre de 2005): 763–69.
22Ocultar la naturaleza del tratamiento administrado a la persona que lo recibe, a la persona que lo
administra o a la persona que debe evaluar su eficacia o su toxicidad. (N. de la T.)
23David Spiegel y Anne Harrington, «What Is the Placebo Worth?» British Medical Journal 336, n.º
7651 (3 de mayo de 2008): 967–68.
26Arthur Kleinman, Rethinking Psychiatry: From Cultural Category to Personal Experience (Nueva
York: Free Press, 1991).
27Ted J. Kaptchuk y otros, «Complementary Medicine: Efficacy Beyond the Placebo Effect», in
Complementary Medicine: An Objective Appraisal, ed. Edzard Ernst (Oxford: Butterworth-Heinemann,
1996), 42–70.
28Michael Talbot, The Holographic Universe (Nueva York: HarperCollins, 1991), 107.
PARTE DOS
Formación práctica
Esta noción que tenía sobre lo que predispone al cuerpo a mejorar y lo que
realmente nos pone enfermos me quedó clara cuando estuve trabajando en
un centro de salud de medicina integrativa en el condado de Marin. Después
de dejar mi consulta de medicina tradicional, me uní a un grupo encantador
de médicos y otros profesionales sanitarios comprometidos en ayudar a los
pacientes a optimizar su salud. Estaba muy agradecida de poder contar con
una hora entera para mis nuevas pacientes y, a diferencia de lo que podía
ofrecer en mi antigua consulta, me dio la oportunidad de profundizar en lo
que realmente predisponía a mis pacientes a la enfermedad y lo que
verdaderamente las mantenía sanas.
Cuando me incorporé en el nuevo consultorio, me quedé asombrada de
mis nuevas pacientes. Eran las personas más cuidadosas de la salud de todas
las que había tenido el privilegio de conocer en mi consulta. Muchas de las
que acudían al centro tomaban su zumo diario de verduras, seguían una dieta
vegetariana estricta, hacían ejercicio con entrenadores personales, dormían
ocho horas cada noche, tomaban un puñado de vitaminas y otros
complementos alimenticios cada mañana, gastaban fortunas en visitar a
médicos de MAC y seguían consciente y religiosamente las órdenes de sus
médicos. Estas pautas obraron maravillas en algunas. Eran pináculos de salud,
con la piel brillante, cuerpos fantásticos y fuerza vital que emanaba a través de
sus poros.
Pero algunas de ellas estaban realmente enfermas. ¡Estaba perpleja! Por
todo lo que había aprendido en la facultad de medicina, estas personas
deberían de estar en perfectas condiciones de salud. Entonces, ¿por qué había
tantas pacientes «sanas» sufriendo?
En mis tentativas por ayudar a estas pacientes, realicé varias series de
pruebas, incluso pruebas especializadas que los médicos convencionales no
suelen solicitar y, de vez en cuando, descubría algo sorprendente que, al
tratarlo, dio como resultado la total resolución de los síntomas de las
pacientes. Esas pacientes me creían una superheroína. Una simple hormona
sustitutiva, por ejemplo, iba a transformar sus vidas.
Pero en este subgrupo de pacientes —las que vivían vidas saludables, pero
seguían experimentando muchísimos síntomas—, la mayoría de veces no
encontré nada y terminé encogiéndome de hombros. No podía hallar
ninguna explicación bioquímica que revelara por qué estas pacientes no
estaban llenas de vitalidad. Me sentí fracasada como sanadora, pero sabía en
mi corazón que no era culpa mía. No me había olvidado de solicitar ninguna
prueba crítica. Siempre las había derivado al especialista correcto. La
respuesta estaba en alguna otra parte. Faltaba una gran pieza en el puzle de la
curación. Simplemente no podía entender cuál era.
Para entonces sentía una verdadera curiosidad y tenía gran interés en
resolver el acertijo de por qué aquellas pacientes tan «sanas» estaban tan
enfermas. En lugar de centrarme exclusivamente en las conductas
relacionadas con la salud, los antecedentes patológicos y otras cuestiones de la
medicina tradicional, empecé a pedir a mis pacientes que me contaran otros
aspectos de sus vidas. Dado que tenía el lujo de disponer de toda una hora
para estar con ellas, podía sentarme y escucharlas. Y lo que comenzaron a
contarme cambió la forma de ver todo el concepto de la salud.
Entonces fue cuando me inspiré para cambiar el protocolo de recopilación
del historial médico de los pacientes. En lugar de limitar mis preguntas a los
antecedentes patológicos, quirúrgicos y familiares de la paciente, así como a
su historial de toma de medicamentos y otras sustancias, la forma en que me
enseñaron a hacerlo en la facultad de medicina, añadí una larga lista de
preguntas al protocolo sobre el resto de la vida de la paciente. Lo que aprendí
de estas preguntas me dejó atónita.
La fisiología de la emoción
Por lo tanto, ¿cómo se traduce un pensamiento o un sentimiento en efectos
físicos en todo el cuerpo?
Todo lo desencadena un pensamiento o una sensación. Un médico te dice
que te quedan sólo tres meses de vida. O alguien te inyecta algo con la
advertencia de que experimentarás efectos secundarios desagradables. O tal
vez ni siquiera es tan dramático. Quizá temes que tu esposa vaya a dejarte, o
que tu jefe vaya a despedirte, o que no puedas pagar tus facturas, o que tu
sueño no se convierta en realidad, o que todos vayan a rechazarte porque no
eres digno de ser amado.
Tus pensamientos son poderosos. Tu mente consciente, que reside en el
prosencéfalo o cerebro anterior, sabe que estás asustado. Pero el paleocórtex o
zona más primitiva del cerebro, es decir, el área cercana al tronco encefálico
que alberga al hipotálamo, no puede diferenciar entre un pensamiento
abstracto de miedo y una amenaza vital auténtica. Esta parte instintiva del
cerebro piensa que estás a punto de morir y esto estimula la respuesta al
estrés, poniendo en marcha los mecanismos de alarma, activando el eje
hipotálamo-hipófiso-suprarrenal, conectando el sistema nervioso simpático,
bloqueando el sistema inmunitario y preparándote para correr alejándote del
peligro.
Cuando tu cuerpo se encuentra en medio de una respuesta al estrés, las
funciones de automantenimiento y autorreparación del organismo se
detienen por completo. Estas respuestas al estrés estaban destinadas a ser
activadas únicamente muy raras veces. Se supone que el cuerpo sano está en
un estado relajado de descanso fisiológico la mayor parte del tiempo. Si fueras
un hombre de las cavernas que vive en una tribu feliz de gente, sólo esperarías
huir del oso cavernario de vez en cuando. El resto del tiempo, estarías
recogiendo bayas, pasando el rato alrededor de la fogata y concibiendo
pequeños cavernícolas.
Obviamente nuestros antecesores cavernícolas no vivían mucho tiempo a
causa de los peligros reales y presentes a los que se enfrentaban cada día,
peligros de los que nosotros estamos de sobra protegidos gracias a lujos
modernos como refugio y alimento. Pero la vida contemporánea encierra sus
propios peligros. Los factores estresantes de la vida diaria, tales como la
soledad, las relaciones personales poco satisfactorias, el estrés en el trabajo, el
estrés por razones económicas, la ansiedad y la depresión, dan lugar a los
pensamientos y sentimientos del prosencéfalo, que activa de forma repetida al
hipotálamo para que lance respuestas al estrés. La mente sabe que tan sólo se
trata de una sensación, pero la parte instintiva de la mente piensa que estás
bajo una amenaza.
Sensaciones como el miedo, la ansiedad, el enfado, la frustración, el
resentimiento y otras emociones negativas activan el eje hipotálamo-hipófiso-
suprarrenal.1 Esté o no tu cuerpo en peligro, la mente cree que lo está, por lo
que se ha activado el hipotálamo y éste descarga el factor liberador de
corticotropina al sistema nervioso. Este factor responde estimulando la
hipófisis, lo que hace que ésta secrete la prolactina, la hormona del
crecimiento, y la corticotropina, que a su vez estimula las glándulas
suprarrenales haciendo que liberen cortisol, que por su parte es responsable
de ayudar al cuerpo a mantener la homeostasis o equilibrio cuando el cerebro
dispara una señal de alarma.
Cuando se activa el hipotálamo, también se conecta el sistema nervioso
simpático (la respuesta de lucha o huida), provocando que las glándulas
suprarrenales liberen adrenalina y noradrenalina, lo que aumenta el pulso y la
presión arterial, a la vez que también afecta a otras respuestas. La secreción de
estas hormonas da lugar a diferentes cambios metabólicos en todo el cuerpo.
Los vasos sanguíneos que van al aparato digestivo, manos y pies se
constriñen mientras que los que se dirigen al corazón, a los grandes grupos
musculares y al cerebro se dilatan, desviando sangre preferentemente a los
órganos que pueden ayudarte a escapar en una emergencia. Tus pupilas se
dilatan para que pueda entrar más cantidad de luz. El metabolismo se acelera
para sacudirte con una inyección de energía abriendo las reservas de lípidos o
grasas y liberando glucosa al torrente sanguíneo. La frecuencia respiratoria
aumenta y los bronquios se dilatan, lo que permite la entrada de más oxígeno,
y los músculos se tensan para prepararse para correr a toda velocidad a fin de
escapar del peligro percibido.
El jugo gástrico aumenta y las enzimas digestivas disminuyen, con el
resultado de contracciones del esófago, diarrea o estreñimiento. El cortisol
deprime el sistema inmunitario para reducir la inflamación que acompañaría
a las heridas que el ataque podría infligirte. La reproducción queda
bloqueada: ¡el sexo es un lujo cuando existe un peligro!
Básicamente, el cuerpo ignora el sueño, la digestión y la reproducción y,
en su lugar, se centra en correr, respirar, pensar y liberar oxígeno y energía
para mantenerte sano y salvo. Cuando tu cuerpo se enfrenta a una amenaza
física, estos cambios te ayudan a luchar contra el peligro o a huir del mismo.
Pero cuando la amenaza sólo existe en tu mente, el cuerpo no se da cuenta de
que no hay ninguna amenaza corporal, y con el tiempo, cuando esta respuesta
al estrés se desencadena de forma repetida, la respuesta biológica de la
naturaleza termina en realidad perjudicándote más que beneficiándote.
Como resultado, el cuerpo no puede relajarse y reparar lo que de forma
inevitable lo enferma si no se mantiene con los mecanismos de
autorreparación. Los órganos empiezan a lesionarse. Las células cancerígenas
que fabricamos cada día de forma natural y que normalmente son
dinamitadas por el sistema inmunitario pueden proliferar. Los efectos del
desgaste crónico de cuerpo humano pasan factura y terminamos
poniéndonos enfermos.
Pero no tiene por qué ser de esta forma. El cuerpo sabe cómo relajarse con
la respuesta a la relajación compensadora que Herbert Benson describió
(véase el capítulo 8). Cuando el prosencéfalo consciente tiene pensamientos
positivos y siente cosas como amor, conexión, intimidad, placer y esperanza,
el hipotálamo deja de provocar respuestas al estrés. Cuando te sientes
optimista y esperanzado, querido y apoyado, en sintonía con tu vida
profesional o creativa, alimentado espiritualmente o conectado sexualmente
con otra persona, la respuesta a la relajación ocupa el lugar de la respuesta al
estrés.
El sistema nervioso simpático bloquea la caída de las concentraciones de
cortisol y adrenalina. El sistema nervioso parasimpático toma el control. El
sistema inmunitario vuelve a activarse. Y el cuerpo puede emprender su
proceso de autorreparación natural, previniendo la enfermedad e intentando
tratar la enfermedad ya desarrollada. Como resultado, es más probable que
una enfermedad se evite en personas que están bien, y la enfermedad puede
incluso ser tratada en las personas enfermas.
Voilà! Tus pensamientos llevan a la autocuración. La mente ha curado el
cuerpo, y esto no tiene nada que ver con los planteamientos de la Nueva Era.
Es simple fisiología.
Ahora creo con firmeza que la creencia positiva y la atención nutricia
desactivan la respuesta al estrés, desencadenan la respuesta a la relajación y
devuelven el cuerpo a su estado natural de descanso fisiológico para que
pueda hacer lo que mejor sabe: curarse a sí mismo. Una de las formas más
profundas de que tu mente cure tu cuerpo es a través de las relaciones
personales en tu vida. Todos sabemos que el amor cura, pero ¿sabías que no
sólo cura el alma, sino también el cuerpo? Mientras que la soledad, el enfado y
el resentimiento son venenos para el cuerpo, el deseo de conexión, la
intimidad y el sentido de pertenencia con la familia, los amantes y los amigos
están determinados directamente en nuestro ADN, y cuando estos deseos se
cumplen, nuestros cuerpos responden con mejor salud. Cuando encuentres
tu «tribu», te sientas amado y rodeado de personas que conocen tu corazón y
te aceptan tal como eres, estarás optimizando la capacidad del cuerpo para
autorrepararse y poniéndolo a punto para que los milagros sucedan.
1Richard A. Dienstbier, «Arousal and Physiological Toughness: Implications for Mental and Physical
Health», Psychological Review 96, n.º 1 (enero de 1989): 84–100; Marianne Frankenhaeuser, «The
Psychophysiology of Workload, Stress, and Health: Comparison Between the Sexes», Annals of
Behavioral Medicine 13, n.º 4 (1991): 197–204; Shelley E. Taylor, Health Psychology (Nueva York:
McGraw-Hill, 1999), 168–201.
5
Sexualidad y salud
Otra de las ventajas bien documentadas para la salud de las que suele disfrutar
la gente que vive en pareja es el sexo. Con todas las advertencias sobre los
peligros del sexo: enfermedades de transmisión sexual, violación, abusos
sexuales y los riesgos de un embarazo no deseado, puedes no darte cuenta de
lo bueno que puede ser el sexo para tu salud. Pero los estudios demuestran
que los beneficios de una relación sexual saludable con una pareja íntima
mejora la salud del cuerpo de forma notable.
Aquellos con vidas sexuales sanas viven más años, presentan menor riesgo
de cardiopatías e ictus, adquieren menos cáncer de mama, refuerzan su
sistema inmunitario, duermen mejor, parecen más jóvenes, disfrutan de una
mejor condición física, tienen mayor fertilidad, logran aliviarse del dolor
crónico, experimentan menos migrañas, sufren de menos depresión y
disfrutan de una mejor calidad de vida.35
Las pruebas van en aumento. El sexo no sólo es divertido, sino que ¡es
bueno para tu salud! Aunque algunos de los beneficios de una vida sexual
activa pueden atribuirse al ejercicio físico de un buen revolcón, los efectos
positivos de una vida sexual sana para la mente —provocando la respuesta
fisiológica a la relajación y sus efectos neutralizadores de la respuesta al estrés
— pueden influir más radicalmente, si cabe, en la fisiología del cuerpo.
Pero al igual que todos los aspectos de cómo vivimos nuestras vidas, el
sexo también tiene el potencial de estresarte. Si estás frustrado sexualmente,
con el sentimiento de desconfianza hacia tu pareja, engañas a tu cónyuge, has
perdido la libido o experimentas dolor con el sexo, tu vida sexual también
puede desencadenar respuestas al estrés. La clave de utilizar tu vida sexual
como herramienta de salud preventiva y tratamiento de la enfermedad es
asegurar que sea saludable y te deje una sensación de relajación, no de estrés.
Si tu vida sexual es estresante, es fundamental abordar los problemas
subyacentes entre tú y una vida sexual sana.
La fisiología de la soledad
Entonces, ¿qué es lo que tiene el vivir en una comunidad unida, reunirse con
otros que comparten tu fe, formar parte de una relación de pareja, tener
cantidad de amigos y disfrutar de intimidad sexual con otra persona, que
estimula una mejor salud?
Las relaciones saludables son una medicina para la mente y, tal como
hemos visto, la mente ejerce un poderoso efecto sobre la fisiología del cuerpo.
Demasiadas personas, especialmente en el mundo desarrollado sufren de
aislamiento social. Mientras el aislamiento social puede ser, a veces, positivo,
como forma de recargar la mente a través de retiro, meditación, tiempo
personal y otras actividades que nos nutren y son inductoras de una buena
salud, el aislamiento social prolongado puede llevar a la soledad, y muchos
estudios demuestran que la soledad puede desencadenar respuestas al estrés
en el cuerpo, el mismo tipo de respuestas de alarma que puede provocar el
miedo al daño corporal.
Todos nos sentimos solos de vez en cuando, pero para algunos la soledad
se convierte en la norma vital. El psicólogo canadiense Vello Sermat, que
estudia la soledad, estima que del 10 al 30 por ciento de la gente sufre de un
sentimiento dominante de soledad.36 En otro estudio, el 16 por ciento de
personas que respondieron a un anuncio de un periódico se describieron a sí
mismas como «solas la mayoría o todo el tiempo».37 Entre la gente sola, el 37
por ciento describe su salud como «mala» o «muy mala».38
Tal como Robert Putnam escribió en Solo en la bolera: «Como regla
empírica, si no formas parte de ningún grupo pero decides unirte a uno,
cortas por lo sano tu riesgo de morir durante el próximo año y medio. Si
fumas y no perteneces a ningún grupo, es un cara o cruz, estadísticamente
hablando, si deberías dejar de fumar o empezar a unirte a algún grupo. Estos
datos son, en cierto modo, alentadores. Resulta más fácil unirse a un grupo
que perder peso, hacer ejercicio de forma regular o dejar de fumar».39
Al parecer, el psicólogo John Cacioppo, que consagró su carrera al estudio
de los efectos del aislamiento social y la soledad sobre el organismo, coincide
en que poner remedio a la soledad es tan bueno para la salud como dejar de
fumar. Según Cacioppo, las personas solitarias son, desde el punto de vista
fisiológico, diferentes de las que participan de una sólida red social cuando se
trata de los genes transmisores de señales para la secreción de cortisol, la
respuesta inflamatoria y el sistema inmunitario.40 La gente sola exhibe
respuestas al estrés con mayor presión arterial diastólica, alteraciones del
sistema inmunitario y aumentos de la concentración de cortisol.41
También se ha demostrado que las personas solitarias presentan una
incidencia superior de cardiopatías, cáncer de mama, enfermedad de
Alzheimer y pensamientos suicidas.42 La soledad puede incluso llegar a
afectar a las tasas de mortalidad tras una intervención quirúrgica de
revascularización coronaria (inserción de un baipás). Un estudio sueco que
examinaba a 1.290 pacientes sometidos a cirugía cardíaca halló que los
pacientes que se identificaban con la afirmación «Me siento solo» tenían tasas
significativamente superiores de mortalidad postoperatoria.43
En estudios en los que se comparaban personas que se encontraban solas
con personas que no lo estaban, se observó que las primeras presentaban una
actividad cardiovascular notablemente alterada, incluidos altos niveles de
resistencia periférica en los vasos sanguíneos, mayor presión arterial, baja
concentración de monóxido de carbono, el relajante de los vasos sanguíneos,
y alteraciones de la frecuencia cardíaca y la contractilidad cardíaca que imita
lo que sucede cuando el cuerpo se enfrenta a una amenaza.
Los investigadores también sospechan que los individuos que se
encuentran solos sufren de un sueño de mala calidad, y se sabe que la escasez
de sueño disminuye la tolerancia a la glucosa, eleva la concentración de
cortisol y potencia la activación de la respuesta de alarma del sistema nervioso
simpático. Estos efectos reflejan lo que se observa en el proceso normal del
envejecimiento y pueden explicar por qué el cuerpo sufre en las personas que
se sienten solas.44
Se ha visto que la gente cuya soledad se prolonga en el tiempo presenta
una concentración elevada de cortisol en la saliva en el transcurso del día, lo
que sugiere que se producen más descargas de la hormona liberadora de
corticotropina y la activación del eje hipotálamo-hipófiso-suprarrenal, lo que
a su vez desencadena respuestas al estrés.45 Muchos estudios también han
demostrado que la soledad conduce a una depresión del sistema inmunitario,
lo cual altera la capacidad del cuerpo para luchar contra una infección,
preparar el ataque contra las células cancerígenas y reparar el cuerpo
internamente.46
Cacioppo sugiere que poner fin a la soledad no consiste en pasar más
tiempo con gente. Él cree que se trata de cambiar nuestra actitud para con los
otros. Las personas solitarias pueden llegar a ver a los demás seres humanos
como un posible peligro. Cuando sentimos que estamos en peligro, se
descargan las dañinas hormonas del estrés y otras sustancias químicas
relacionadas con el miedo. Cuando curamos la soledad, la sanación del
cuerpo vendrá a continuación.
La mente podría reconocer la soledad por lo que es: un sentimiento de
desconexión, de ausencia de pertenencia y de sentirse falto de amor, pero el
paleocórtex, o zona más primitiva del cerebro, sólo conoce una forma de
comunicarse con el resto del cuerpo: «¡Houston, tenemos un problema!»
Mientras que la mente podría ser capaz de distinguir entre estar
enfrentándose a un animal salvaje al acecho y sentirse solo, el montón de
hormonas que la mente arroja en respuesta a una amenaza es exactamente la
misma en el cuerpo. Cuando la mente señala una alerta, el hipotálamo, la
glándula pituitaria y las glándulas suprarrenales cobran vida y una oleada de
hormonas como la adrenalina, la noradrenalina y el cortisol circulan por el
torrente sanguíneo, galopando como Paul Revere47, para informar a los
demás órganos de que hay una animal salvaje suelto.
Por lo general, cuando el paleocórtex percibe que el león se ha marchado,
los sistemas desencadenantes de la respuesta al estrés se restablecen, alertando
a los demás órganos de que pueden volver a sus funciones habituales. Pero si
te sientes solo durante mucho tiempo, es posible que tu cuerpo encienda la
alerta de la respuesta al estrés y la deje encendida, lo que no sólo puede dañar
tu salud, sino que puede acortar tu vida. Cuando ya se sabe que la soledad
supone para la salud tanto riesgo como el tabaco, ¿no deberían los médicos
estar recomendando apoyo social y alivio de la soledad como parte de un
estilo de vida óptimamente saludable?
El poder de la vulnerabilidad
Como catedrática en la Universidad de Houston, Brené Brown, autora de
Frágil: el poder de la vulnerabilidad y Los dones de la imperfección, estudia la
vergüenza, el miedo y el poder de la vulnerabilidad como transformación de
la vergüenza en conexión íntima con otros seres humanos. En una charla en
su blog («El poder de la vulnerabilidad») que se extendió viralmente en
Internet, así como en sus libros, Brown debate el papel de la vergüenza y
cómo conduce al aislamiento social. Ella enseña que la valentía de ser
vulnerables, el cultivo de la compasión por las imperfecciones de los demás y
la creación de límites saludables conforman el escenario para relaciones
personales sanas.
En Los dones de la imperfección, Brown escribe: «Si queremos vivir y amar
con todo nuestro corazón y queremos comprometernos con el mundo desde
una posición de dignidad, tenemos que hablar de las cosas que estorban,
concretamente de la vergüenza, el miedo y la vulnerabilidad». Ella describe la
vergüenza como el miedo a no ser digno de ser amado y afirma que todos la
tenemos: «Sentir vergüenza es ser humanos».
La forma en la que sentimos vergüenza de nosotros mismos y de lo que
sentimos varía según la persona, pero cubre todo el espectro: cuerpo, imagen,
trabajo, dinero, relaciones, adicciones, la crianza de los hijos, el sexo, el
envejecimiento, la familia, etc. Pero hay buenas noticias. Si somos capaces de
sentir vergüenza, también seremos capaces de sentir lo que Brown denomina
«resistencia a la vergüenza»: la capacidad de reconocer la vergüenza cuando
asoma su fea cabeza, afrontarla de forma saludable, aferrarnos a nuestro
sentido de la dignidad y autenticidad y utilizarla para desarrollar más coraje y
compasión por los demás que sienten su propia vergüenza y, como resultado,
conectar con ellos.
Según Brown, la diferencia entre la culpabilidad y la vergüenza es que la
culpabilidad implica: «Hice algo mal», mientras que la vergüenza sugiere:
«Soy malo». Mientras que la culpabilidad suele ser un factor motivador para
vivir con más integridad, la vergüenza no es más que un veneno que se
interpone en las relaciones auténticas. Brown recomienda echarle valor a ser
vulnerable y auténtico, abrazar la autocompasión, dejar ir el perfeccionismo y
cultivar lo que ella llama «bondad verdadera», la práctica de vivir y amar con
todo el corazón.
En su investigación sobre la vergüenza, el miedo y la vulnerabilidad,
Brown encontró que la gente que practicaba la bondad verdadera vive una
vida llena de valía, tranquilidad, acción, confianza, fe, intuición, esperanza,
autenticidad, amor, integración, alegría, gratitud y creatividad, a la vez que
evitan el perfeccionismo, el bloqueo, la certeza, el agotamiento, la
autosuficiencia, el tener que estar en la onda (ser cool), el tener que encajar,
emitir juicio y la escasez.50
Cada día es una oportunidad para profundizar en las conexiones con la
gente que valoras. Cuando dejas a tu corazón que sienta, te haces resistente a
la vergüenza, dejas de juzgar a los demás, aprendes el arte del perdón, pones
en práctica ser auténtico y dejas tu alma al descubierto, permites que tu mente
haga milagros, optimizando al cuerpo para su estado natural de
autorreparación.
1Malcolm Gladwell, Outliers: The Story of Success (Nueva York: Little, Brown & Company, 2008), 7.
2J. S. House, K. R. Landis y D. Umberson, «Social Relationships and Health», Science 241, n.º 4865 (29
de julio de 1988): 540–45.
3Ron Grossman y Charles Leroux, «A New “Roseto Effect”: “People Are Nourished by Other People”»,
Chicago Tribune, 11 de octubre de 1996, http://articles.chicagotribune.com/1996-10-
11/news/9610110254_1_satellite-dishes-outsiders-town/2.
4Lisa F. Berkman y S. Leonard Syme, «Social Networks, Host Resistance, and Mortality: A Nine-Year
Follow-Up Study of Alameda County Residents», American Journal of Epidemiology 109, n.º 2 (1 de
febrero de 1979): 186–204.
5Peggy Reynolds y George A. Kaplan, «Social Connections and Risk for Cancer: Prospective Evidence
from the Alameda County Study», Behavioral Medicine 16, n.º 3 (otoño de 1990): 101–10.
6Thomas A. Glass y otros, «Population Based Study of Social and Productive Activities as Predictors of
Survival among Elderly Americans», British Medical Journal 319 (21 de agosto de 1999): 478.
7L. C. Giles y otros, «Effect of Social Networks on 10 Year Survival in Very Old Australians: The
Australian Longitudinal Study of Aging», Journal of Epidemiological Community Health 59, n.º 7 (julio
de 2005): 574–79; J. S. House, C. Robbins y H. L. Metzner, «The Association of Social Relationships and
Activities with Mortality: Prospective Evidence from the Tecumseh Community Health Study»,
American Journal of Epidemiology 116, n.º 1 (julio de 1982): 123–40.
8Candyce H. Kroenke y otros, «Social Networks, Social Support, and Survival after Breast Cancer
Diagnosis», Journal of Clinical Oncology 24, n.º 7 (1 de marzo de 2006): 1105–11.
9Annika Rosengren, Lars Wilhelmsen y Kristina Orth-Gomér, «Coronary Disease in Relation to Social
Support and Social Class in Swedish Men: A 15 Year Follow-Up in the Study of Men Born in 1933»,
European Heart Journal 25, n.º 1 (enero de 2004): 56–63.
10Jo Marchant, «Heal Thyself: Trust People», New Scientist, 30 de agosto de 2011,
http://www.newscientist.com/article/mg21128271.800-heal-thyself-trust-people.html.
11W. J. Strawbridge y otros, «Frequent Attendance at Religious Services and Mortality over 28 Years»,
American Journal of Public Health 87, n.º 6 (junio de 1997): 957–61.
12D. Oman y D. Reed, «Religion and Mortality among the Community-Dwelling Elderly», American
Journal of Public Health 88, n.º 10 (octubre de 1998): 1469–75.
14Harold G. Koenig y otros, «Modeling the Cross-Sectional Relationships Between Religion, Physical
Health, Social Support, and Depressive Symptoms», American Journal of Geriatric Psychology 5, n.º 2
(primavera de 1997): 131–44.
15Christopher G. Ellison y Jeffrey S. Levin, «The Religion-Health Connection: Evidence, Theory, and
Future Directions», Health Education and Behavior 25, n.º 6 (diciembre de 1998): 700–720.
16Robert A. Hummer y otros, «Religious Involvement and U.S. Adult Mortality», Demography 36, n.º 2
(mayo de 1999): 273–85; Michael E. McCullough y otros, «Religious Involvement and Mortality: A
Meta-Analytic Review», Health Psychology 19, n.º 3 (mayo de 2000): 211–22.
17Patrick R. Steffen y otros, «Religious Coping, Ethnicity, and Ambulatory Blood Pressure»,
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George D. Allen, «Religious Commitment and Mental Health: A Review of the Empirical Literature»,
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Symptomatic HIV-Infected Gay Men», Journal of Psychosomatic Research 46, n.º 2 (febrero de 1999):
165–76.
18Joseph L. Lyon, Kent Gardner y Richard E. Gress, «Cancer Incidence in Mormons and Non-
Mormons in Utah (United States) 1971–1985», Cancer Causes & Control 5, n.º 2 (marzo de 1994): 149–
56.
20Daniel N. McIntosh, Roxane Cohen Silver y Camille B. Wortman, «Religion’s Role in Adjustment to
a Negative Life Event: Coping with the Loss of a Child», Journal of Personality and Social Psychology 65,
n.º 4 (octubre de 1993): 812–21.
21Michael E. McCullough y Everett L. Worthington, Jr., «Religion and the Forgiving Personality»,
Journal of Personality 67, n.º 6 (diciembre de 1999): 1141–64.
22Melvin Pollner, «Divine Relations, Social Relations, and Well-Being», Journal of Health and Social
Behavior 30 n.º 1 (marzo de 1989): 92–104.
23Kenneth I. Pargament, «The Psychology of Religion and Spirituality?: Yes and No», International
Journal for the Psychology of Religion 9, n.º 1 (1999): 3–16.
24Harold G. Koenig, Kenneth I. Pargament y Julie Nielsen, «Religious Coping and Health Status in
Medically Ill Hospitalized Older Adults», Journal of Nervous and Mental Disease 186, n.º 9 (septiembre
de 1998): 513–21.
25Pamela Kotler y Deborah Lee Wingard, «The Effect of Occupational, Marital and Parental Roles on
Mortality: The Alameda County Study», American Journal of Public Health 79, n.º 5 (mayo de 1989):
607–12.
26Robert M. Kaplan y Richard G. Kronick, «Marital Status and Longevity in the United States
Population», Journal of Epidemiology and Community Health 60, n.º 9 (septiembre de 2006): 760–65.
27Brigham Young University, «Happily Marrieds Have Lower Blood Pressure than Social Singles»,
ScienceDaily, 21 de marzo de 2008, http://www.sciencedaily.com /releases/2008/03/080320192610.htm.
28American Academy of Sleep Medicine, «More Marital Happiness = Less Sleep Complaints»,
ScienceDaily, 11 de junio de 2008, http://www.sciencedaily.com /releases/2008/06/080609071336.htm.
29Sheree J. Gibb, David M. Fergusson y L. John Horwood, «Relationship Duration and Mental Health
Outcomes: Findings from a 30-Year Longitudinal Study», British Journal of Psychiatry 198, n.º 1 (2011):
24–30.
32Ohio State University, «Marital Problems Lead to Poorer Outcomes for Breast Cancer Patients»,
ScienceDaily, 10 de diciembre de 2008, http://www.sciencedaily.com
/releases/2008/12/081208123304.htm.
33Wiley-Blackwell, «Intimate Abuse Study Finds Clear Links with Poor Health and Calls for Holistic
Primary Care Approach», ScienceDaily, 6 de julio de 2009, http://www
.sciencedaily.com/releases/2009/07/090706090438.htm.
34James W. Pennebaker y Robin C. O’Heeron, «Confiding in Others and Illness Rate among Spouses of
Suicide and Accidental-Death Victims», Journal of Abnormal Psychology 93, n.º 4 (noviembre de 1984):
473–76.
35George Davey Smith, Stephen Frankel y John Yarnell, «Sex and Death: Are They Related? Findings
from the Caerphilly Cohort Study», British Medical Journal 315, n.º 7133 (20-27 de diciembre de 1997):
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Edward O. Laumann y otros, The Social Organization of Sexuality: Sexual Practice in the United States
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36Vello Sermat, «Some Situational and Personality Correlates of Loneliness», en The Anatomy of
Loneliness, ed. Joseph Hartog, J. Ralph Audy y Yehudi A. Cohen (Nueva York: International
Universities Press, 1980).
38Roelof Hortulanus, Anja Machielse y Ludwien Meeuwesen, Social Isolation in Modern Society (Nueva
York: Routledge, 2004).
39Robert D. Putnam, Bowling Alone: The Collapse and Revival of American Community (Nueva York:
Simon & Schuster, 2001).
40John T. Cacioppo y otros, «Loneliness and Health: Potential Mechanisms», Psychosomatic Medicine
64, n.º 3 (mayo/junio de 2002): 407–17.
41Andrew Steptoe y otros, «Loneliness and Neuroendocrine, Cardiovascular, and Inflammatory Stress
Responses in Middle-Aged Men and Women», Psychoneuroendocrinology 29, n.º 5 (junio de 2004):
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42Dara Sorkin, Karen S. Rook y John L. Lu, «Loneliness, Lack of Emotional Support, Lack of
Companionship, and the Likelihood of Having a Heart Condition in an Elderly Sample», Annals of
Behavioral Medicine 24, n.º 4 (otoño de 2002): 290–98; Cyndy M. Fox y otros, «Loneliness, Emotional
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43J. Herlitz y otros, «The Feeling of Loneliness prior to Coronary Artery Bypass Grafting Might Be a
Predictor of Short- and Long-Term Postoperative Mortality», European Journal of Vascular and
Endovascular Surgery 16, n.º 2 (agosto de 1998): 120–25.
45John T. Cacioppo y otros, «Lonely Traits and Concomitant Physiological Processes: The MacArthur
Social Neuroscience Studies», International Journal of Psychophysiology 35, n.º 2–3 (marzo de 2000):
143–54.
47Patriota de la Guerra de Independencia de Estados Unidos, recordado por su rol como mensajero en
las batallas de Lexington y Concord. (N. de la T.)
48James J. Lynch, The Broken Heart (Nueva York: Basic Books, 1977), 84.
49Karen S. Rook, «The Negative Side of Social Interaction: Impact on Psychological Well-Being»,
Journal of Personality and Social Psychology 46, n.º 5 (mayo 1984): 1097–1108.
50Brené Brown, The Gifts of Imperfection (Center City, Minnesota: Hazelden, 2010).
6
Tensión ocular
El estrés ocupacional también puede conducir a la tensión ocular, que
incluye: picor, pesadez e irritación de los ojos, así como visión borrosa o
doble, y se cree que se debe a la inflamación y al aumento de respuesta a los
estímulos del dolor en los ojos y alrededor de los mismos. Algunas tareas
propias de ciertos puestos de trabajo, como el uso de ordenadores, también
pueden aumentar la fatiga de los músculos oculares.13
Insomnio
El estrés laboral representa la principal causa de falta de sueño.14 Un estudio
sueco reveló que del 10 al 40 por ciento de la población en edad laboral
comunicaba padecer insomnio.15 La teoría de los científicos es que las
mayores concentraciones de corticotropina y cortisol liberadas a causa de la
respuesta al estrés reducen el pico de melatonina nocturno, necesario para un
sueño tranquilo y sosegado.16
Cansancio
Es obvio que si el trabajo te quita sueño, probablemente te sentirás cansado,
pero hay otros factores fisiológicos que también pueden hacerte sentir
cansado cuando estás estresado por el trabajo, incluso si estás durmiendo
bien. Aunque no se comprende bien su mecanismo, el cansancio es uno de los
síntomas más frecuentes que experimenta la gente con estrés laboral.
Asimismo, éste también aumenta el riesgo de padecer el síndrome de fatiga
crónica.17 Las teorías existentes relacionan el cansancio asociado al trabajo
con el agotamiento de los niveles de cortisol, así como con la predisposición
genética al cansancio mediada por el estrés.18 Lo que está claro es que las
personas responden a las alteraciones químicas causadas por el estrés de una
única manera, por lo que algunos son más propensos a sentir cansancio
derivado del estrés laboral que otros.19
Mareos
Como si algunos trabajos no fueran lo suficiente mareantes, el estrés laboral
hace que algunas personas experimenten mareos, se cree que como
consecuencia de alteraciones en la frecuencia cardíaca, la presión arterial y la
frecuencia respiratoria por la estimulación del sistema nervioso simpático.20
Los trastornos en estas constantes vitales —en concreto, el aumento de la
frecuencia respiratoria— pueden llevar a la hiperventilación, lo que altera el
equilibrio ácido-base del organismo, perturbando las respuestas del sistema
nervioso al equilibrio y la coordinación, a través del cerebelo y del octavo par
craneal.21
Molestias gastrointestinales
Con frecuencia, el estrés laboral conduce a trastornos gastrointestinales como
náuseas, ardor, cólicos intestinales, diarrea y síndrome del intestino irritable,
probablemente causado por el aumento de la cantidad de corticotropina
generada durante la respuesta al estrés. En respuesta a la corticotropina, se
retrasa el vaciado gástrico, lo cual conduce a dolores de estómago y cólicos
intestinales. Puede empeorar el ardor, no sólo porque aumenta la
concentración de ácido del estómago, sino porque la respuesta al estrés
reduce el umbral del dolor en el estómago, incrementando la percepción del
dolor en respuesta al ardor y la predisposición a las úlceras.26 La respuesta al
estrés también disminuye la capacidad de dilatación del estómago, lo que a su
vez estimula la concentración de los músculos del colon y conduce a la
diarrea y a los demás síntomas del síndrome del intestino irritable,
probablemente relacionados con la hiperproducción de hormona liberadora
de corticotropina.27
El estrés laboral y las enfermedades
potencialmente mortales
A pesar de que los dolores de espalda, las molestias digestivas y el insomnio
puedan no dar la impresión de problemas de salud graves, son signos
precoces de advertencia, resultado de la respuesta del cuerpo al estrés. Estos
síntomas son parecidos a los que experimenta la gente solitaria. El
estadounidense medio experimenta cada día cincuenta episodios breves
derivados de la respuesta al estrés y las personas que se encuentran solas o
aquellas con estrés laboral excesivo, aún más, lo que requiere que el cuerpo
dedique un esfuerzo al mantenimiento de la homeostasis saludable.
Al principio, el cuerpo no desfallece. Pero con el tiempo se agota y
empeora. Los incrementos frecuentes de la presión arterial hacen aumentar el
grosor de los vasos sanguíneos, provocando incluso la rotura de la pared de
los mismos. La producción excesiva de ácidos grasos y glucosa causa
ateromas, o placas en las arterias, que conllevan enfermedades cardíacas. La
tensión muscular e inflamación crónica conduce al dolor y a los trastornos del
aparato locomotor. La hiperproducción de cortisol deprime el sistema
inmunitario, predisponiendo el organismo a las infecciones y al cáncer.28
La estimulación prolongada de las respuestas al estrés debida al trabajo
conduce a enfermedades del corazón, tiroides, úlceras, enfermedades
autoinmunes, obesidad, diabetes, disfunciones sexuales, depresión, anorexia
nerviosa, síndrome de Cushing, enfermedad inflamatoria y cáncer.29 Un
estudio demostró, incluso, que las personas en un ambiente de trabajo hostil
son más propensas a morir jóvenes.30 Otro estudio de siete mil personas
reveló que, aunque tener empleo suele ser mejor para la salud que no tenerlo,
es preferible no tener empleo que trabajar en puestos mal pagados, exigentes
y faltos de compañerismo, donde uno siente que le falta poder o control.31
Por lo tanto, aunque puedas disfrutar del sueldo de un trabajo estresante,
ten en cuenta que puedes estar pagando un precio aún mayor del que te están
pagando por ese trabajo.
El estrés económico y la salud
Si te encuentras en un trabajo estresante y sospechas que tu salud está
sufriendo como consecuencia, puedes pensar en reducir horas, dejar el
trabajo o cambiar la trayectoria profesional. Pero si eres una de esas personas,
el hombre del saco de tu cerebro de lagartija (prosencéfalo o cerebro
instintivo) puede que te susurre al oído palabras malignas como: «No puedes
permitirte dejarlo, idiota. ¿Cómo vas a pagar las facturas?»
Éste es un problema real para mucha gente. Tu cuerpo puede
descompensarse cuando estás en un entorno de trabajo estresante, pero el
miedo a perder el trabajo puede amplificar aún más estos sentimientos.
Normalmente, el estrés laboral y el económico están relacionados. De
hecho, se trata de un callejón sin salida, porque el estrés económico puede ser
tan perjudicial para la salud como el estrés laboral o la soledad. Son
numerosos los estudios que vinculan la riqueza con la salud. Gopal Singh, del
Ministerio de Sanidad y Servicios Humanos, junto con Mohammad Siahpush,
profesor en el Centro Médico de la Universidad de Nebraska, crearon un
indicador para medir las enfermedades sociales y económicas mediante los
datos del censo sobre enseñanza, ingresos, pobreza, vivienda y otros factores.
Lo que descubrieron al examinar estos datos, desde el año 1998 al 2000, fue
que una persona adinerada vive 4,5 años más que una pobre (79,2 años frente
a 74,7 años). Y según Singh, esta diferencia de longevidad aumenta con el
tiempo.32 Una persona acomodada es menos propensa a padecer casi todas
las enfermedades, a excepción del cáncer, y si lo contrae, su probabilidad de
sobrevivir es mayor.33 Presentan menos probabilidad de tener accidentes o
terminar discapacitados, y sus hijos tienen el doble de probabilidad de
sobrevivir que los nacidos en familias pobres.34
La gente rica incluso sufre menos que la gente pobre antes de morir. En
un estudio, los investigadores entrevistaron a los familiares supervivientes de
2.604 hombres y mujeres de setenta años o mayores, con un patrimonio neto
de setenta mil dólares, o más, al morir. Descubrieron que las personas con la
renta más alta presentaban el 33 por ciento menos de probabilidad de haber
sufrido de dolor en el año anterior a su muerte. Eran los que, con menos
frecuencia, habían experimentado depresión o dificultad para respirar. Estas
diferencias persistieron aun después de que los investigadores tuvieran en
cuenta la edad, sexo, raza, formación y enfermedades ya existentes de estas
personas. ¿Por qué esto es así? Los investigadores postularon que aquellos con
mayores recursos económicos pueden expresar sus síntomas de forma más
asertiva y pedir mejor asistencia. También tienen mayor acceso a los servicios
que los seguros médicos pudieran no cubrir.35
Por supuesto, estos contrastes suponen uno de esos enigmas del tipo:
¿Qué fue primero el huevo o la gallina? ¿Son los ricos capaces de ganar más
dinero porque están más sanos? ¿Presentan los pobres desventajas
económicas porque están enfermos? ¿O sencillamente el rico tiene acceso a
una mejor salud preventiva y tratamientos poco corrientes porque puede
permitirse pagar por ello?
Podrías argumentar que el acceso a una asistencia sanitaria de primera
categoría es lo que explica esta diferencia, pero los estudios demuestran que
no es ésta la razón. A igualdad de beneficios del seguro médico, las personas
situadas en los escalafones más altos de la jerarquía empresarial están más
sanos que los de los puestos más bajos.36 Algunas autoridades sanitarias creen
que el asesino es la propia desigualdad social. Es posible que la gente con una
peor posición socioeconómica tenga la sensación de tener menos control
sobre su vida y esté más preocupada por sus necesidades básicas, lo cual
dispara la respuesta del cuerpo al estrés.
Podrías estar estresado porque acabas de declararte en bancarrota, ha
caído el precio de tus acciones, has bajado de categoría, estás en el paro o no
puedes permitirte poner un plato en la mesa. Pero incluso si ninguna de estas
cosas suceden, puedes estar estresado por la mismísima idea de que ocurran.
El cuerpo no puede diferenciar entre el estrés económico percibido (miedo a
terminar arruinado) y el estrés económico auténtico (estás realmente
arruinado). En cualquiera de los dos casos, la respuesta al estrés se activa de
forma prolongada y se traduce en enfermedad.
Pero no tiene por qué ser de esta manera. Aunque no puedas cambiar tu
situación económica de la noche a la mañana, puedes cambiar cómo tu mente
responde a la preocupación por el dinero.
La creatividad y la salud
Puede parecerte secundario mencionar la creatividad como algo para tener en
cuenta en tu salud. ¿Quién ha oído alguna vez prescribir una afición como
medicamento preventivo o tratamiento para una enfermedad? Pero los datos
científicos demuestran que la expresión creativa puede inducir respuestas de
relajación que contrarresten las respuestas al estrés.
Tristemente, ser creativo tiene mala reputación en nuestra sociedad.
Desde niños hemos sido adoctrinados en la idea de que la ciencia, las
matemáticas y los negocios son más valiosos que el arte, la música, el teatro y
la escritura. Lo que nuestra sociedad parece haber olvidado es que ser creativo
no sólo es divertido, sino que es bueno para la salud. Ten en cuenta que
cuando hablo de expresarte creativamente, utilizo una definición muy vaga de
la palabra «creatividad». No me limito a la creatividad de las artes. En algunos
casos, tu forma de expresión creativa puede ser la pintura, el baile, tocar un
instrumento o escribir poesía. Pero también puedes expresar tu creatividad
con el scrapbooking o colección de recortes, los arreglos florales, la fotografía,
la jardinería, la decoración de interiores, blogueando, tejiendo, cantando en la
ducha o realizando una lluvia de ideas. Podrías expresarte escribiendo el
perfecto correo electrónico, cocinando una comida para gourmets,
elaborando listas de reproducción de música para tu iPod, bailando salsa o
generando ideas para nuevos productos en el trabajo. Podrías crear talleres,
diseñar joyas u hornear el bizcocho perfecto.
Hagas lo que hagas, flexionar los músculos de la creatividad es tan
importante para la salud y la felicidad general como flexionar tus bíceps. El
vínculo entre la creatividad y la salud está perfectamente definido, por lo que
todo lo que te permita ser más creativo en la vida va a beneficiar la fisiología
de tu cuerpo y la mente.41 La expresión creativa libera endorfinas y otros
neurotransmisores del bienestar, reduce la depresión y la ansiedad, mejora la
actividad del sistema inmunitario, alivia el dolor físico y activa el sistema
nervioso parasimpático, disminuyendo así la frecuencia cardíaca, la presión
arterial, pausando la respiración y reduciendo la concentración de cortisol.
Los beneficios para la salud de la expresión creativa son, entre otros, la
mejora del sueño y del estado de salud general, menos visitas al médico,
menos uso de medicamentos, menos problemas de visión. La creatividad
disminuye los síntomas de la ansiedad y mejora la calidad de vida en mujeres
con cáncer; refuerza los sentimientos positivos, alivia el malestar y ayuda a
esclarecer los problemas espirituales y existenciales; disminuye el riesgo de
padecer Alzheimer, reduce la ansiedad, mejora el humor, la actividad social y
la autoestima.42
Cuando damos rienda suelta al proceso creativo, nos aprovechamos de los
procesos subconscientes que nos ayudan a curarnos. Y a prosperar.
Expresarte de forma creativa ejercita el lado derecho del cerebro, y esto no
sólo afecta a tu cuerpo, sino también al estado emocional, conduciendo a una
mayor felicidad. Y tal como vamos a debatir en el capítulo 7, es un fenómeno
comprobado que la gente feliz tiene mayor probabilidad de estar sana.
Los beneficios que aporta la creatividad a la salud son increíbles: ¡es una
prueba de cómo la expresión creativa afecta a la persona! La creatividad
también influye en tu vida laboral, en tus relaciones, en tu sexualidad, en tu
espiritualidad y en tu salud mental. Tal como enseña el terapeuta de arte
Marti Hand, expresarte creativamente también promueve la paz social al
mejorar la compasión, la tolerancia, la amabilidad, la armonía, la expansión,
el crecimiento, la colaboración, el respeto y la curación. Incluso, al parecer,
pueden aflorar beneficios no relacionados como resultado de expresarte de
forma creativa, como una mejor fertilidad.
A la vez que tu vida creativa puede ser una fuente potente de relajación
fisiológica, también puede ser un factor de estrés si te sientes creativamente
frustrado. Una de mis pacientes tuvo una novela en su cabeza durante años,
pero debido a que estaba demasiado ocupada en el trabajo, su novela nunca
había sido escrita. Cada día se sentía estresada por el hecho de que un día
moriría sin haber escrito su libro. La creatividad sólo es sanadora si buscas el
tiempo para darle su prioridad. Por lo tanto, no olvides expresarte a tu propia
manera.
Todos tenemos una canción en nuestro interior anhelando ser cantada
como sólo nosotros podemos cantarla. Como escribe la poeta Mary Oliver:
«Dime, ¿qué has planeado hacer con tu única vida salvaje y preciosa?»
2Becky Barrow, «Stress “Is Top Cause of Workplace Sickness” and Is So Widespread It’s Dubbed the
“Black Death of the 21st Century”», MailOnline, octubre de 5, 2011,
http://www.dailymail.co.uk/health/article-2045309/Stress-Top-cause-workplace-sickness-dubbed-
Black-Death-21st-century.html.
5Ronald E. Yates, «Japanese Live…and Die… for Their Work», Chicago Tribune, 13 de noviembre de
1988, http://articles.chicagotribune.com/1988-11-13 /news/8802150740_1_karoshi-japanese-health-
and-welfare.
7Alina Tugend, «Want to Work Better? Take a Vacation», New York Times, 9 junio de 2008,
http://www.nytimes.com/2008/06/09/business/worldbusiness/09iht -vac.4.13584260.html?_r=2.
8Brooks B. Gump y Karen A. Matthews, «Are Vacations Good for Your Health? The 9-Year Mortality
Experience after the Multiple Risk Factor Intervention Trial», Psychosomatic Medicine 62, n.º 5
(septiembre/octubre de 2000): 608–12.
9Elaine D. Eaker, Joan Pinsky y William P. Castelli, «Myocardial Infarction and Coronary Death among
Women: Psychosocial Predictors from a 20-Year Follow-Up of Women in the Framingham Study»,
American Journal of Epidemiology 135, n.º 8 (15 de abril de 1992): 854–64.
10S. L. Manne y A. J. Zautra, «Spouse Criticism and Support: Their Association with Coping and
Psychological Adjustment among Women with Rheumatoid Arthritis», Journal of Personality and
Social Psychology 56, n.º 4 (abril de 1989): 608–17; Mary C. Davis, Alex J. Zautra y John W. Reich,
«Vulnerability to Stress among Women in Chronic Pain from Fibromyalgia and Osteoarthritis», Annals
of Behavioral Medicine 23, n.º 3 (verano de 2001): 215–26; A. J. Zautra, L. M. Johnson y M. C. Davis,
«Positive Affect as a Source of Resilience for Women in Chronic Pain», Journal of Consulting and
Clinical Psychology 73, n.º 2 (abril de 2005): 212–20.
11B. A. Huyser y J. C. Parker, «Negative Affect and Pain in Arthritis», Rheumatic Disease Clinics of
North America 25, n.º 1 (febrero de 1999): 105–21; S. A. McLean y otros, «Momentary Relationship
between Cortisol Secretion and Symptoms in Patients with Fibromyalgia», Arthritis and Rheumatism
52, n.º 11 (noviembre de 2005): 3660–69; S. A. McLean y otros, «Cerebrospinal Fluid Corticotropin-
Releasing Factor Concentration Is Associated with Pain but Not Fatigue Symptoms in Patients with
Fibromyalgia», Neuropsychopharmacology 31, n.º 12 (diciembre de 2006), 2776–82.
12L. Bendtsen, «Central and Peripheral Sensitization in Tension-Type Headache», Current Pain
Headache Reports 7, n.º 6 (diciembre de 2003): 460–65.
13Ashley E. Nixon y otros, «Can Work Make You Sick? A Meta-Analysis of the Relationships between
Job Stressors and Physical Symptoms», Work & Stress 25, n.º 1 (enero-marzo de 2011): 1–22; S. T. Gura,
«Yoga for Stress Reduction and Injury Prevention at Work», Work: Journal of Prevention, Assessment
and Rehabilitation 19, n.º 1 (2002): 3–7.
14R. Rau y otros, «Psychosocial Work Characteristics and Perceived Control in Relation to
Cardiovascular Rewind at Night», Journal of Occupational Health Psychology 6, n.º 3 (julio de 2001):
171–81; K. A. Ertel, K. Karestan y L. F. Berkman, «Incorporating Home Demands into Models of Job
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15Steven J. Linton e Ing-Liss Bryngelsson, «Insomnia and Its Relationship to Work and Health in a
Working-Age Population», Journal of Occupational Rehabilitation 10, n.º 2 (junio de 2000): 169–83.
16G. Aguilera, «Regulation of Pituitary ACTH Secretion during Chronic Stress», Frontiers in
Neuroendocrinology 15, n.º 4 (diciembre de 1994): 321–50.
17A. J. Dittner, S. C. Wessely y R. G. Brown, «The Assessment of Fatigue: A Practical Guide for
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Pascal M. L. Franssen y otros, «The Association between Chronic Diseases and Fatigue in the Working
Population», Journal of Psychosomatic Research 54, n.º 4 (abril de 2003): 339–44.
19A. K. Smith y otros, «Polymorphisms in Genes Regulating the HPA Axis Associated with Empirically
Delineated Classes of Unexplained Chronic Fatigue», Pharmacogenomics 7, n.º 3 (abril de 2006): 387–
94.
20Jack Sparacino, «Blood Pressure, Stress and Mental Health», Nursing Research 31, n.º 2 (marzo-abril
de 1982): 89–94.
21Nixon y otros, «Can Work Make You Sick?»
22Jay Kandiah, Melissa Yake y Heather Willett, «Effects of Stress on Eating Practices among Adults»,
Family and Consumer Sciences Research Journal 37, n.º 1 (septiembre de 2008): 27–38.
23Ibídem.
24J. Liu y otros, «The Melanocortinergic Pathway Is Rapidly Recruited by Acute Emotional Stress and
Contributes to Stress-Induced Anorexia and Anxiety-Like Behavior», Endocrinology 148, n.º 11
(noviembre de 2007): 5531–40.
25Masahiro Ochi y otros, «Effect of Chronic Stress on Gastric Emptying and Plasma Ghrelin Levels in
Rats», Life Science 82, n.º 15–16 (9 de abril de 2008): 862–68.
26Ricard Farré y otros, «Critical Role of Stress in Increased Oesophageal Mucosa Permeability and
Dilated Intercellular Spaces», Gut 56, n.º 9 (febrero de 2007): 1191–97.
27Martin E. Keck y Florian Holsboer, «Hyperactivity of CRH Neuronal Circuits as a Target for
Therapeutic Interventions in Affective Disorders», Peptides 22, n.º 5 (mayo de 2001): 835–44.
28T. G. Pickering, «Blood Platelets, Stress, and Cardiovascular Disease», Psychosomatic Medicine 55, n.º
6 (noviembre/diciembre de 1993): 483–84; E. M. Sternberg, «Does Stress Make You Sick and Belief
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Sciences 917 (enero de 2000): 1–3.
29Bert Garssen, «Psychological Factors and Cancer Development: Evidence after 30 Years of Research»,
Clinical Psychology Review 24, n.º 3 (julio de 2004): 315–38; Eric Raible y Allan S. Jaffe, «Work Stress
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O. Dalton y otros, «Mind and Cancer: Do Psychological Factors Cause Cancer?» European Journal of
Cancer 38, n.º 10 (julio de 2002): 1313–23; Edna M. V. Reiche, Sandra O. V. Nunes y Helena K.
Morimoto, «Stress, Depression, the Immune System, and Cancer», Lancet Oncology 5, n.º 10 (octubre
de 2004): 617–25; Ljudmila Stojanovich and Dragomir Marisavljevich, «Stress as a Trigger of
Autoimmune Disease», Autoimmunity Reviews 7, n.º 3 (enero de 2008): 209–13; Eva M. Selhub, «Stress
and Distress in Clinical Practice: A Mind-Body Approach», Nutrition and Clinical Care 5, n.º 4
(julio/agosto de 2002): 182–90.
30Meredith Melnick, «Study: Your Hostile Workplace May Be Killing You», Time.com, 10 de agosto de
2011, http://healthland.time.com/2011/08/10/study-your-hostile-work -place-may-be-killing-you/.
31P. Butterworth y otros, «The Psychosocial Quality of Work Determines Whether Employment Has
Benefits for Mental Health: Results from a Longitudinal National Household Panel Survey»,
Occupational and Environmental Medicine 68, n.º 11 (2011): 806–12.
32Robert Pear, «Gap in Life Expectancy Widens for the Nation», New York Times, 23 de marzo de 2008,
http://www.nytimes.com/2008/03/23/us/23health.html.
33A. Antonovsky, «Social Class, Life Expectancy, and Overall Mortality», Milbank Memorial Fund
Quarterly 45, n.º 2 (abril de 1967): 31–73; Raymond Illsley y Deborah Baker, «Contextual Variations in
the Meaning of Health Inequality», Social Science and Medicine 32, n.º 4 (1991): 359–65; Tom Reynolds,
«Report Examines Association between Cancer and Socioeconomic Status», Journal of the National
Cancer Institute 95, n.º 19 (2003): 1431–33.
34«Are Poor People Less Likely to Be Healthy than Rich People?» Public Health Agency of Canada, 11
de septiembre de 2008.
35«Rich People Die Differently», WebMD, 7 de julio de 2005, http://men.webmd.com
/news/20050707/rich-people-die-differently.
36Dan Seligman, «Why the Rich Live Longer», Forbes.com, 7 de junio de 2004,
http://www.forbes.com/forbes/2004/0607/113_print.html.
39Joachim C. Brunstein, «Personal Goals and Subjective Well-Being: A Longitudinal Study», Journal of
Personality and Social Psychology 65, n.º 5 (noviembre de 1993): 1061–70.
40Nancy Cantor, «From Thought to Behavior: “Having’ and ‘Doing” in the Study of Personality and
Cognition», American Psychologist 45, n.º 6 (junio de 1990): 735–50.
41Amanda Enayati, «A Creative Life Is a Healthy Life», CNN.com, 26 de mayo de 2012,
http://www.cnn.com/2012/05/25/health/enayati-innovation-passion-stress/index.html.
Puede parecer obvio que la gente feliz y equilibrada esté más sana. Pero
¿cuándo fue la última vez que tu médico te recetó un programa para aprender
optimismo como una herramienta para prevenir una cardiopatía, tan eficaz
como el dejar de fumar? ¿Cuándo te has prescrito a ti mismo, como parte de
tu pauta de medicina preventiva, cambios en el estilo de vida y prácticas,
probadas científicamente, para aumentar la felicidad como una forma de
prolongar tu vida de siete años y medio a diez años?
En la medicina contemporánea, los problemas del equilibrio mental y
emocional suelen quedar en segundo plano frente a los de salud física, sujetos
a la bioquímica. Tendemos a relegar el equilibrio emocional y mental a los
oscuros rincones de las consultas de los psiquiatras, centrándonos en medidas
físicas de salud preventiva, como una dieta saludable, ejercicio, dejar de fumar
y controlar el peso. Pero los datos científicos que vinculan la felicidad y la
salud son lo suficientemente impactantes para convencerte de que los
tratamientos centrados en el aumento de la felicidad junto con el de su
hermano gemelo, el optimismo, deberían ocupar el centro del escenario si
estás interesado en la prevención de enfermedades.
Muchos estudios demuestran que la felicidad y la salud están
estrechamente unidas.1 Desde luego, todos conocemos que aquellos que
sufren de enfermedades psíquicas como la depresión, la ansiedad o el
trastorno bipolar presentan mayor riesgo de suicidio, drogodependencias y
otros desequilibrios potencialmente mortales que afectan directamente a la
salud del cuerpo. Pero tal vez te sorprenda darte cuenta de que no es
necesario experimentar todos los síntomas de un trastorno mental descritos
en el Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales para estar
aquejado por un trastorno de ansiedad generalizada o por una depresión
mayor, o para presentar un estado de ánimo que afecte a tu salud.
Simplemente sentirse ansioso, triste, enfadado, inútil, frustrado o desesperado
desencadena las respuestas al estrés, ¿y quién no se ha sentido así por lo
menos algunas veces?
Los sondeos realizados con adultos estadounidenses ponen de manifiesto
que sólo aproximadamente la mitad (54 por ciento) se valoran a sí mismos
como «moderadamente sanos a nivel psíquico», pero no exactamente
boyantes.2 La depresión afecta anualmente a más de 21 millones de
estadounidenses y es la principal causa de discapacidad en Estados Unidos
para personas entre los quince y los cuarenta y cuatro años de edad. También
es responsable de treinta mil suicidios al año en este país.3 El 21 por ciento de
los estadounidenses sufre de algún trastorno del estado de ánimo en su vida,
como la depresión, el 28 por ciento va a padecer un trastorno de ansiedad y
uno de cada cinco estadounidenses toma medicamentos psiquiátricos, la
mayoría de ellos, antidepresivos.4
Está claro que mucha gente se siente psíquicamente enferma. Pero ¿qué es
exactamente la felicidad y qué tiene que ver con la salud física? Los
investigadores sobre el tema de la felicidad la definen como: «El aprecio
global de la propia vida como un todo».5 Se trata, en esencia, de una medida
de cuánto te gusta la vida que vives y cuánto entusiasmo sientes al despertarte
cada día.
Los datos son claros en que la gente infeliz es mucho más propensa a
ponerse enferma físicamente. La depresión, por ejemplo, aumenta el riesgo de
cáncer, es el principal riesgo de cardiopatías y está vinculada a diversos
trastornos que causan dolor.6 Se ha demostrado que la ansiedad aumenta el
riesgo de padecer cáncer y arteriosclerosis de la arteria carótida, la cual, a su
vez, predispone a sufrir un ictus.7
La felicidad también afecta a la esperanza de vida. La gente con altos
niveles de «bienestar subjetivo» viven hasta diez años más que aquellos sin él.8
Del mismo modo, influye en los desenlaces clínicos, como por ejemplo las
tasas de éxito del trasplante de células madre, el control de la diabetes, las
tasas de sida en fase avanzada en pacientes seropositivos y la recuperación del
ictus, la cirugía cardíaca y la fractura de cadera.9
Los estudios revelan que los estados psicológicos positivos como la alegría,
la felicidad y la energía positiva, y las características como satisfacción vital,
esperanza, optimismo y sentido del humor conducen a una menor
mortalidad y prolongan la longevidad, tanto en poblaciones sanas como
enfermas.10 De hecho, la felicidad y sus estados psicológicos relacionados
reducen el riesgo de padecer una cardiopatía, una enfermedad respiratoria,
diabetes, hipertensión o resfriados, o bien limitan su gravedad. Según un
estudio holandés en personas de edad avanzada, los estados psíquicos
optimistas redujeron el riesgo individual de morir durante el periodo del
estudio de nueve años en el 50 por ciento.11
El estudio Grant
El vínculo entre la felicidad y la salud física se hizo patente durante un estudio
de referencia longitudinal, o de incidencia, llamado el estudio Grant, que
realizaba un seguimiento de alumnos superdotados de segundo curso de la
Universidad de Harvard pertenecientes a tres clases y que se creía que eran el
pináculo de la condición física, la salud mental y la esperanza para el futuro.
El objetivo era observar cómo vivían sus vidas; prestar atención a su salud,
felicidad, relaciones y logros; y con suerte, aprender cómo predecir, y así
posiblemente controlar, por qué algunas personas viven vidas felices, sanas y
con éxito mientras que otras no.
Para elegir a las personas idóneas para el estudio Grant, el equipo del
doctor Arlie Bock estudió cuidadosamente las historias clínicas, los
expedientes académicos y las recomendaciones personales del decano. Los
268 estudiantes de la Universidad de Harvard, en su mayoría los de las
promociones de 1942, 1943 y 1944, fueron sometidos a una evaluación por
parte de psicólogos y trabajadores sociales, fisiólogos y médicos para obtener
datos sobre quiénes eran estos jóvenes como estudiantes universitarios de
segundo curso.
Los reconocimientos físicos fueron exhaustivos y tuvieron en cuenta todo:
desde el funcionamiento de los órganos hasta la actividad cerebral medida
con electroencefalografía. Los asistentes sociales registraron si de niños
mojaban la cama, cómo recibieron su educación sexual y la dinámica de la
familia en su juventud. Se les sometió a la prueba de interpretación de las
manchas de tinta de Rorschach, a un análisis grafológico y a una completa
evaluación psiquiátrica. Todos se consideraron «normales», incluso
«superdotados».
Los jóvenes universitarios, después licenciados, fueron estudiados durante
el resto de sus vidas por Bock y por aquellos a quien él delegó con los años. El
seguimiento de estos hombres consistió en reconocimientos físicos
completos, entrevistas y cuestionarios periódicos, lo que produjo una
verdadera mina de oro de información acerca de lo que hace que una persona
esté sana, feliz y tenga éxito en la vida.
Como los jóvenes después de su licenciatura en la universidad marcharon
a luchar en las guerras que vinieron a continuación, muchos sufrieron los
traumas que acompañan a los combates. A pesar de los desafíos a los que se
enfrentaron, sin embargo, un gran número de ellos se convirtieron en
hombres de bastante éxito. Cuatro se presentaron a las elecciones para el
senado de Estados Unidos. Uno fue novelista con un gran éxito de ventas,
otro se convirtió en el editor del Washington Post, otro fue secretario de un
departamento gubernamental y otro incluso llegó a ser presidente (más tarde
se reveló que uno de los participantes del estudio Grant fue John F. Kennedy).
Pero con el paso del tiempo empezó a surgir un cambio de orientación.
Hacia 1948, veinte jóvenes mostraron signos de trastornos mentales graves.
Para cuando cumplieron cincuenta años, un tercio de ellos eran enfermos
mentales. Resulta que por debajo de la prometedora apariencia de esperanza
de la lista de alumnos de segundo curso del decano acechaban los inesperados
duendes de la mente.
Citado en un artículo del Atlantic, Bock declaró: «Eran normales cuando
los seleccioné. Tienen que haber sido los psiquiatras los que los han
estropeado».12
En estos hombres la depresión resultó estar fuertemente vinculada a la
salud física. De los que fueron diagnosticados de depresión a la edad de
cincuenta años, más del 70 por ciento habrían muerto o sufrirían una
enfermedad crónica grave a los sesenta y tres. Aquellos que comunicaron
estar extremadamente satisfechos con su vida presentaron una décima parte
de la incidencia de enfermedad grave o muerte, en comparación con sus
infelices homólogos. Estos hallazgos se retrasaron hasta haber realizado un
cribado de otros factores que hubieran podido contribuir como el alcohol, el
tabaco, la obesidad y la longevidad familiar.13
Ansiedad
La amígdala, un grupo de núcleos con forma de almendra localizado en el
sistema límbico, en la profundidad del lóbulo temporal interno del cerebro, es
el jefe cuando se trata de procesar y almacenar los recuerdos de diferentes
emociones. De hecho, la amígdala experimenta emociones incluso antes de
que lo haga el cerebro consciente. La activación repetida de la respuesta al
estrés hace que la amígdala sea más reactiva a amenazas aparentes, lo cual
estimula la respuesta al estrés, y de este modo se activa más la amígdala, una y
otra vez y en un círculo vicioso. La amígdala sirve para ayudar a formar la
«memoria implícita», los rastros de experiencias pasadas que yacen bajo el
reconocimiento consciente. A medida que se vuelve más sensible, va tiñendo,
cada vez más, estos recuerdos implícitos con más cantidad de residuos de
miedo, dando lugar a que el cerebro experimente ansiedad constante que ya
no tiene nada que ver con las circunstancias en cuestión.
A la vez, el hipocampo, que es fundamental para el desarrollo de la
«memoria explícita» —registros claros y conscientes de aquello que realmente
pasó—, se desgasta por la respuesta del cuerpo al estrés. El cortisol y otros
glucocorticoides debilitan las sinapsis entre neuronas en el cerebro e inhiben
la formación de otras nuevas. Cuando el hipocampo está debilitado, es mucho
más difícil producir nuevas neuronas y, por tanto, fabricar nuevos recuerdos.
Como resultado, las experiencias dolorosas o de miedo que ha registrado la
amígdala más sensibilizada quedan programadas en la memoria implícita,
mientras que el hipocampo debilitado no puede registrar nuevos recuerdos
explícitos.
Cuando esto sucede, se termina sin un recuerdo real de lo que
desencadenó todo esto, pero sí con una muy clara sensación de que algo malo,
algo muy malo, está pasando. Esto explica por qué aquellos que experimentan
un trauma pueden acabar activándose por situaciones que estimulan el
subconsciente, aun cuando la mente consciente no tiene ni idea de lo que está
sucediendo. Puedes tener la sensación de inseguridad y de ansiedad sin saber
por qué.
La depresión
La depresión también conduce a la activación repetida de la respuesta al
estrés, la cual, de forma cíclica, da lugar luego al estado de ánimo deprimido.
Con todo ese cortisol flotando como resultado de la respuesta al estrés, la
noradrenalina, que en condiciones normales ayuda a sentirse alerta y con
energía, se agota, dejándole a uno apático y distraído. El cortisol también
disminuye la producción de dopamina, que es importante para ayudarnos a
experimentar las sensaciones placenteras.
La respuesta al estrés también reduce la serotonina, el neurotransmisor
más importante responsable del estado de ánimo positivo. Cuando caen los
niveles de serotonina, la concentración de noradrenalina aún baja más y nos
hacen entrar en una espiral descendente.
Además de desencadenar la respuesta al estrés, las emociones negativas
también potencian la producción de citocinas proinflamatorias, que dan lugar
a la inflamación, lo cual se ha asociado con ciertos tipos de cáncer, con la
enfermedad de Alzheimer, la artritis, la osteoporosis y las enfermedades
cardiovasculares. Además, los sentimientos negativos pueden contribuir a un
retraso en la cicatrización de las heridas y a la infección.32
Cuando los estados de ánimo negativos, como el pesimismo, la
indefensión, la desesperanza, la ansiedad y la depresión, prevalecen, la
respuesta al estrés se enciende y permanece, conduciendo a trastornos
digestivos, mayor vulnerabilidad a las infecciones y al cáncer, cardiopatías,
trastornos endocrinos, etc.33 Las personas felices parece que tienen sistemas
inmunitarios más fuertes, tal como demuestra el hecho de que la gente feliz
desarrolla cerca del 50 por ciento más de anticuerpos en respuesta a las
vacunas frente a la gripe y acumulan respuestas inmunitarias más sólidas.34
Cuando eres infeliz, por otro lado, tu sistema inmunitario se debilita,
hallazgo que se confirmó en un estudio de viudas afligidas y que demostró
que la multiplicación de las células T se ralentizaba durante el proceso de
luto.35 Las diferencias en la inmunidad también se observaron en un estudio
que comparó a mujeres seropositivas optimistas con otras pesimistas.36
La felicidad
Mientras que se ha estudiado mucho la neurociencia de los estados mentales
infelices, la felicidad es algo que se comprende peor. Sin embargo, la llegada
de los aparatos funcionales de resonancia magnética nuclear, junto con la
electroencefalografía han contribuido a facilitar el estudio de la ciencia de la
felicidad. A partir del examen de personas de un estudio, que supuestamente
se encontraban en la gloria, los investigadores llegaron a la conclusión de que
la felicidad parece estar localizada en la corteza prefrontal izquierda del
cerebro.
Pero ¿qué es lo que activa esta parte del cerebro? ¿Y qué podemos hacer
para tener nuestra corteza prefrontal izquierda más activada? Lo más
probable es que la respuesta tenga algo que ver con neurotransmisores, como
la dopamina, la oxitocina, las endorfinas, el óxido nítrico y la serotonina.
Los investigadores dividen la «felicidad» en dos tipos de sensaciones
placenteras: la anticipación de algo positivo y el placer sensorial de realmente
experimentarlo. Por ejemplo, puedes sentirte feliz fantaseando sobre tus
próximas vacaciones en una playa de Bali, planificando cómo vas a gastar tu
paga de beneficios que recibirás en el trabajo si lo haces bien o visualizando la
emoción de finalmente besar a la persona de la que estás enamorada. Pero
también sería posible sentirse feliz disfrutando de la calidez del sol con aguas
azules y cristalinas rompiendo alrededor de tu cuerpo, dejando deslizar el
jersey de cachemir que acabas de comprar con tu paga de beneficios y
acariciando los suaves labios de tu amante mientras tu cuerpo se rinde al
placer.
Cuando te sientes feliz porque estás anticipando algo emocionante, tu
cerebro enciende el área del núcleo accumbens, el centro del placer del
cerebro. La activación de esta parte del cerebro es muy posible que esté
relacionada con el neurotransmisor dopamina, que gestiona la transferencia
de las emociones positivas entre la corteza prefrontal izquierda y los centros
de las emociones en el núcleo accumbens. La gente con receptores de la
dopamina hipersensibles tienden a tener mejores estados de ánimo.
Es posible que la dopamina sea el neurotransmisor principal asociado al
tipo de felicidad que experimentas cuando estás luchando por conseguir un
objetivo, y cuando luego lo consigues, mientras que otros neurotransmisores
tal vez sean responsables de otro tipo de felicidad, como los sentimientos de
amor o las sensaciones de placer físico. Por ejemplo, la oxitocina, la
«hormona del abrazo», que participa en el emparejamiento y se libera cuando
te enamoras o aprietas contra ti a tu niño, puede explicar parte de cómo la
felicidad afecta a tu salud. Esta hormona, producida en el hipotálamo y
secretada por la glándula pituitaria, reduce la inflamación al disminuir las
citocinas. También inhibe indirectamente la liberación de la corticotropina,
regulando a la baja, así, el eje hipotálamo-hipófiso-suprarrenal, que se activa
durante la respuesta al estrés. En la gente feliz se ha hallado menos cantidad
de cortisol, probablemente porque sienten menos estrés, miedo, ira y otras
emociones que se sabe que desencadenan la respuesta al estrés.
La oxitocina también activa los receptores de la serotonina, levantando el
ánimo e inhibiendo la amígdala, de la que puede surgir el miedo que
desencadena la respuesta al estrés.37 La oxitocina también estimula la
liberación de endorfinas, morfina natural que disminuye el dolor y conduce a
la sensación de euforia, como la «euforia del corredor» que experimentan
algunos mientras practican ejercicio. Las endorfinas que se liberan de la
hipófisis durante el ejercicio, el amor y la excitación, desencadenan la
liberación de la dopamina, que a su vez estimula el núcleo accumbens y lleva a
tener sensación de placer. Los sentimientos de placer sensorial también
estimulan la liberación del óxido nítrico, un potente vasodilatador que
aumenta el flujo sanguíneo y se conoce por proteger a ciertos órganos de
lesiones isquémicas que ocurren cuando a un determinado órgano no le llega
suficiente sangre.
Lo más probable es que la felicidad también afecte al sistema inmunitario,
tal como se demostró con las ratas repletas de células tumorales y sometidas a
descargas evitables o ineludibles. La indefensión aprendida, experimentada
por las ratas y también por los pesimistas que tienden a ser infelices, hace que
el sistema inmunitario sea más pasivo, dejándoles más vulnerables a las
infecciones, al cáncer y a otras enfermedades mediadas por la inmunidad. Los
optimistas que tienden a estar felices, son menos propensos a la indefensión
aprendida, aquella que durante el transcurso de una vida puede dejar al
sistema inmunitario sin fuerza. El efecto de menos respuestas al estrés en el
organismo, así como las consecuencias a largo plazo de un sistema
inmunitario más fuerte pueden explicar las diferencias de longevidad entre la
gente feliz y la infeliz.
4National Institute of Mental Health, «Any Mood Disorder Among Adults» [consulta: 15 de mayo de
2012], http://www.nimh.nih.gov/statistics/1ANYMOODDIS_ADULT.shtml.
5R. Veenhoven, Conditions of Happiness (Dordrecht, Holanda: Kluwer Academic Publishers, 1984).
6Lawrence LeShan, «Cancer Mortality Rate: Some Statistical Evidence of the Effect of Psychological
Factors», Archives of General Psychiatry 6, n.º 5 (mayo de 1962): 333–35; Reiner Rugulies, «Depression
as a Predictor for Coronary Heart Disease: A Review and Meta-Analysis», American Journal of
Preventive Medicine 23, n.º 1 (julio de 2002): 51–61; Redford B. Williams y Neil Schneiderman,
«Resolved: Psychosocial Interventions Can Improve Clinical Outcomes in Organic Disease»,
Psychosomatic Medicine 64, n.º 4 (julio/agosto de 2002): 552–57; Robert Anda y otros, «Depressed
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n.º 4 (julio de 1993): 285–94; Anne Harrington, The Placebo Effect: An Interdisciplinary Exploration
(Cambridge, Massachussetts: Harvard University Press, 1999), 60; Biing-Jiun Shen y otros, «Anxiety
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51, n.º 2 (enero de 2008): 113–19; R. M. Gallagher y S. Cariati, «The Pain-Depression Conundrum:
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«Beyond the Symptoms: The Painful Manifestations of Depression» (ponencia presentada en el Pain
and Depression: Navigating the Intersection of Body and Mind Symposium, San Diego, 20 de agosto de
2002).
7P. McCarron y otros, «Temperament in Young Adulthood and Later Mortality: Prospective
Observational Study», Journal of Epidemiology and Community Health 57, n.º 11 (noviembre de 2003):
888–92; LeShan, «Cancer Mortality Rate: Some Statistical Evidence of the Effect of Psychological
Factors»; Sabrina Paterniti y otros, «Sustained Anxiety and 4-Year Progression of Carotid
Atherosclerosis», Arteriosclerosis, Thrombosis, and Vascular Biology 21 (2001): 136–41.
8Ed Diener y Micaela Chan, «Happy People Live Longer: Subjective Well-Being Contributes to Health
and Longevity», Applied Psychology: Health and Well-Being 3, n.º 1 (marzo de 2011): 1–43.
9Ibídem.
10Yoichi Chida y Andrew Steptoe. «Positive Psychological Well-Being and Mortality: A Quantitative
Review of Prospective Observational Studies», Psychosomatic Medicine 70, n.º 7 (septiembre de 2008):
741–56.
13Bernie S. Siegel, Love, Medicine & Miracles (Nueva York: Harper & Row, 1986), 76.
16Erik J. Giltay y otros, «Dispositional Optimism and All-Cause and Cardiovascular Mortality in a
Prospective Cohort of Elderly Dutch Men and Women», Archives of General Psychiatry 61, n.º 11
(noviembre de 2004): 1126–35.
17Sheldon Cohen y otros, «Positive Emotional Style Predicts Resistance to Illness after Experimental
Exposure to Rhinovirus or Infuenza A Virus», Psychosomatic Medicine 68, n.º 6 (1 de noviembre 2006):
809–15.
19Martin Seligman, Learned Optimism: How to Change Your Mind and Your Life (Nueva York: Vintage
Books, 1991).
20Christopher Peterson y Mechele E. De Avila, «Optimistic Explanatory Style and the Perception of
Health Problems», Journal of Clinical Psychology 51, n.º 1 (enero de 1995): 128–32; Kymberley K.
Bennett y Marta Elliott, «Pessimistic Explanatory Style and Cardiac Health: What Is the Relation and
the Mechanism that Links Them?» Basic and Applied Social Psychology 27, n.º 3 (septiembre de 2005):
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Blood Pressure and Mood During Everyday Life», Journal of Personality and Social Psychology 76, n.º 1
(enero de 1999): 104–13.
21Christopher Peterson, «Explanatory Style as a Risk Factor for Illness», Cognitive Therapy and
Research 12, n.º 2 (1988): 119–32.
22Laura D. Kubzansky y Rebecca C. Thurston, «Emotional Vitality and Incident Coronary Heart
Disease: Benefits of Healthy Psychological Functioning», Archives of General Psychiatry 64, n.º 12
(diciembre de 2007): 1393–1401.
23Shelley E. Taylor y otros, «Are Self-Enhancing Cognitions Associated with Healthy or Unhealthy
Biological Profiles?» Journal of Personality and Social Psychology 85, n.º 4 (octubre de 2003): 605–15.
24Christopher Peterson y Martin E. Seligman, «Causal Explanations as a Risk Factor for Depression:
Theory and Evidence», Psychological Review 91 n.º 3 (julio de 1984): 347–74.
27M. Seligman y M. Visintainer, «Tumor Rejection and Early Experience of Uncontrollable Shock in
the Rat», in Affect, Conditioning, and Cognition: Essays on the Determinants of Behavior, ed. F. R. Brush
y J. B. Overmier (Hillsdale, Nueva Jersey: Erlbaum, 1985), 203–5.
28Ellen J. Langer y Judith Rodin, «Effects of Choice and Enhanced Personal Responsibility for the Aged:
A Field Experiment in an Institutional Setting», Journal of Personality and Social Psychology 34, n.º 2
(1976): 191–98.
29Martin Seligman, Authentic Happiness: Using the New Positive Psychology to Realize Your Potential
for Lasting Fulfilment (Nueva York: Free Press, 2003).
30Deborah D. Danner, David A. Snowdon y Wallace V. Friesen, «Positive Emotions in Early Life and
Longevity: Findings from the Nun Study», Journal of Personality and Social Psychology 80, n.º 5 (mayo
de 2001): 804–13.
31R. Veenhoven, «Healthy Happiness: Effects of Happiness on Physical Health and the Consequences
for Preventive Health Care», Journal of Happiness Studies 9, n.º 3 (septiembre de 2008): 449–69.
34Lemonick, «The Biology of Joy»; Erin S. Costanzo y otros, «Mood and Cytokine Response to
Influenza Virus in Older Adults», Journals of Gerontology 59, n.º 12 (diciembre de 2004): 1328–33;
Marian L. Kohut y otros, «Exercise and Psychosocial Factors Modulate Immunity to Influenza Vaccine
in Elderly Individuals», Journals of Gerontology 57, n.º 9 (septiembre de 2002): 557–62
35R. W. Bartrop y otros, «Depressed Lymphocyte Function after Bereavement», Lancet 1, n.º 8016 (16
de abril de 1977): 834–36.
36D. M. Byrnes y otros, «Stressful Events, Pessimism, Natural Killer Cell Cytotoxicity, and
Cytotoxic/Suppressor T Cells in HIV+ Black Women at Risk for Cervical Cancer», Psychosomatic
Medicine 60, n.º 6 (noviembre/diciembre de 1998): 714–22.
37Peter Kirsch y otros, «Oxytocin Modulates Neural Circuitry for Social Cognition and Fear in
Humans», Journal of Neuroscience 25, n.º 49 (7 de diciembre de 2005): 11489–93; C. Sue Carter,
«Neuroendocrine Perspectives on Social Attachment and Love», Psychoneuroendocrinology 23, n.º 8
(noviembre de 1998): 779–818.
38Tiina-Mari Lyyra, «Predictors of Mortality in Old Age: Contribution of Self-Rated Health, Physical
Functions, Life Satisfaction and Social Support on Survival among Older People», University of
Jyväskylä: Studies in Sport, Physical Education and Health 119 (2006).
39Diener y Chan, «Happy People Live Longer»; Lemonick, «The Biology of Joy»; Chida y Steptoe,
«Positive Psychological Well-Being and Mortality.»
40S. Levy y otros, «Survival Hazards Analysis in First Recurrent Breast Cancer Patients: Seven Year
Follow Up», Psychosomatic Medicine 50, n.º 5 (septiembre/octubre de 1988): 520–28.
42Frits Van Dam, «Does Happiness Heal», en How Harmful Is Happiness? Consequences of Enjoying
Life or Not, ed. R. Veenhoven (Holanda: Universitaire Pers Rotterdam, 1989), 17–23.
43Richard E. Lucas y otros, «Reexamining Adaptation and the Set Point Model of Happiness: Reactions
to Changes in Marital Status», Journal of Personality and Social Psychology 84, n.º 3 (marzo de 2003):
527–39.
44Sonja Lyubomirsky, Kennon M. Sheldon y David Schkade, «Pursuing Happiness: The Architecture of
Sustainable Change», Review of General Psychology 9, n.º 2 (junio de 2005): 111–31.
45S. W. Cole y otros, «Accelerated Course of Human Immunodeficiency Virus Infection in Gay Men
Who Conceal Their Homosexual Identity», Psychosomatic Medicine 58, n.º 3 (mayo/junio de 1996):
219–31.
8
Cómo contrarrestar
la respuesta al estrés
Aunque por todos es sabido hoy en día, en una época tan reciente como en la
década de 1960 se consideraba una herejía para un médico sugerir que había
un vínculo entre el estrés y la enfermedad. De hecho, nadie asoció nunca
enfermedades como la hipertensión con el estrés, a pesar de que la palabra
tensión forma parte del diagnóstico. Los médicos sabían que los pacientes
tendían a presentar una mayor presión arterial cuando acudían a la consulta
del médico. Lo llamaban «la hipertensión de bata blanca». Pero nadie analizó
detenidamente las implicaciones del hecho de que visitar al médico ya
provoca ansiedad y que es el resultado de ese estrés el que causa la elevación
de la presión arterial, que cae una vez que el paciente vuelve a casa y se relaja.
Interesado por si había un vínculo entre el estrés y la hipertensión, el
cardiólogo de Harvard Herbert Benson comenzó a debatirlo con sus colegas,
que en su mayoría lo creían loco tan sólo por sugerirlo. Pero Benson, decidido
a obtener respuestas, al no encontrar ninguna, empezó a investigar el tema él
mismo. Inspirado por el trabajo de B. F. Skinner y Neal Miller sobre la
biorregulación y su capacidad para enseñar al cuerpo a controlar los
fenómenos fisiológicos, aparentemente involuntarios, comenzó dando
recompensas a unos monos por aumentar y disminuir su propia presión
arterial. Les señalaba que habían tenido éxito mostrándoles luces de colores.
En un momento dado, los monos podían controlar su propia presión arterial
sólo haciéndoles las señales con las luces. Podían controlar su presión arterial
nada más que con el poder de su mente.
El estudio, que fue publicado en 1969, llamó la atención de los instructores
de meditación trascendental que los Beatles, Mia Farrow y otros famosos
habían puesto de moda. Estos profesionales que habían oído que Benson
estaba estudiando a los monos creían que lograban bajar su presión arterial
cuando meditaban, pero nadie lo había comprobado hasta el momento.
Pisando un terreno peligroso en Harvard, por adentrarse en el territorio de lo
que acabaría por llamarse «medicina psicosomática», Benson, al principio,
rechazó llevar a cabo el estudio. Pero los defensores de la meditación eran
perseverantes.
Más tarde, oyó hablar de otro investigador, Robert Keith Wallace, que
estaba estudiando la meditación transcendental para su tesis doctoral en la
Universidad de California en Irvine. Ambos decidieron colaborar en un
estudio. Una vez recogidos los datos, quedaron atónitos. Los datos eran
indiscutibles. La meditación venía acompañada de impactantes cambios
fisiológicos: bruscas caídas de la frecuencia cardíaca, la frecuencia respiratoria
y el índice metabólico. En el estudio inicial, la presión arterial de los sujetos
del estudio no caía durante la meditación, pero en general, las personas del
grupo en estudio que meditaban presentaban una presión arterial
significativamente más baja que aquellos que no lo hacían.
Benson denominó a los cambios que experimentaba la gente que meditaba
«la respuesta a la relajación», un término que yo he utilizado a lo largo de este
libro como lo opuesto a la «respuesta al estrés». Argumentó que, al igual que
la respuesta al estrés desencadenada cuando se estimula una parte del
hipotálamo, la respuesta a la relajación se inicia cuando se estimula otra parte
diferente del hipotálamo como medida de seguridad, destinada a
contrarrestar la alarma de emergencia que a veces el cuerpo hace sonar.
Benson estaba tan impresionado por los resultados de los que había sido
testigo cuando los pacientes practicaban esta simple técnica que se hizo a sí
mismo la siguiente pregunta: si diez o veinte minutos de práctica de la
meditación eran capaces de producir tales profundos beneficios para la salud,
¿qué sucedería con los que practicasen meditación avanzada? Los rumores de
proezas de manipulación fisiológica, aparentemente imposibles, se
arremolinaron en aquel entonces. Los investigadores que estudiaban a los
monjes que meditaban habían demostrado que eran capaces de reducir su
metabolismo en un 20 por ciento, algo que habitualmente sólo se logra
después de cuatro a cinco horas de sueño. Esto demostraba que es posible
manipular los mecanismos «involuntarios» en el organismo exclusivamente a
través de actividades de la mente.
La primera vez que se acercó a los monjes tibetanos, éstos no mostraron
ningún interés por ser estudiados. Luego Benson se hizo amigo del Dalái
Lama, el cual apoyó su investigación. De repente, los monjes prestaron
atención. Presenció cómo esos hombres, vestidos con nada más que un
taparrabos, se envolvían en sábanas mojadas, a temperaturas de congelación a
más de 4.500 metros en el Himalaya, y en lugar de escalofríos, caídas de la
temperatura corporal o incluso la muerte, los monjes, que visualizaban fuegos
en su vientre, aumentaban su temperatura corporal lo suficiente para secar las
sábanas mojadas.
Benson se dio cuenta de que la atmósfera propicia de la respuesta a la
relajación podía aprovecharse para implantar pensamientos en la mente
visualizando un resultado que se quiere conseguir —como el aumentar la
temperatura corporal, bajar la presión arterial, luchar contra el cáncer o
aliviar un dolor de espalda—. Siguió estudiando procesos como éstos a lo
largo de su amplia carrera como investigador. Con los años, Benson había
estudiado a miles de pacientes y publicado muchos artículos en revistas
científicas. A través de su investigación, elaboró una lista de las enfermedades
que responden a la respuesta de relajación. Lo más probable es que haya otras,
pero él probó claramente la eficacia en el tratamiento de la angina de pecho,
las arritmias cardíacas, las reacciones alérgicas de la piel, la ansiedad, la
depresión de leve a moderada, el asma bronquial, el herpes simple, la tos, el
estreñimiento, la diabetes mellitus, las úlceras duodenales, el mareo, el
cansancio, la hipertensión, la infertilidad, el insomnio, las náuseas y los
vómitos durante el embarazo, el nerviosismo, la hinchazón postoperatoria, el
síndrome premenstrual, la artritis reumatoide, los efectos secundarios del
cáncer, los efectos secundarios del sida y todas las formas de dolor (dolores de
espalda, cefaleas, dolor abdominal, mialgias, artralgias, dolor postoperatorio y
dolor en el cuello, brazos y pies).
En su libro de 1975, Relajación, Benson anunció que había descubierto lo
que compensaba la respuesta de alarma que WalterCannon había descrito
varias décadas antes. De la misma forma que el cuerpo dispone de un
mecanismo de supervivencia natural, incorporado de forma innata para
ayudarte a huir de un animal salvaje, el cuerpo también tiene un estado
fisiológico de quietud que se puede inducir y que le permite reparar el daño
infligido por la respuesta de alarma.
Después de que su libro alcanzara las primeras posiciones de la lista de los
más vendidos según el New York Times, Benson obtuvo mucha atención
mediática y fue reprendido por sus colegas porque «los médicos en Harvard
no escriben libros populares». Continuaron criticándole, afirmando que la
respuesta a la relajación era meramente un efecto placebo. Como los
pacientes creían que ello disminuiría su presión arterial, sucedía. En otras
palabras, era la creencia lo que hacía eficaz a la técnica, no la propia técnica.
Dado que en esa época Benson despreciaba el efecto placebo tanto como
sus colegas, trabajó de forma diligente para probar que la respuesta a la
relajación era un estado fisiológico diferente. Lo que encontró fue que la
respuesta a la relajación funcionaba mejor que una comparación con placebo;
sin embargo, aunque su técnica era más eficaz que el placebo, el grupo
placebo en el estudio seguía funcionando entre el 50 y el 90 por ciento de las
veces. Benson se dio cuenta de que el efecto placebo no era algo de lo que
tenían que burlarse, sino algo que tenían que aprovechar. Propuso renombrar
el efecto placebo como «bienestar recordado» y sugirió que era un equivalente
útil para el estado fisiológico verificable que podía inducir aquello que
provocaba la respuesta a la relajación.
La continua investigación de Benson halló que la regular activación de la
respuesta a la relajación podía prevenir y compensar los efectos perjudiciales
del estrés en el cuerpo, prevenir la enfermedad y algunas veces hasta tratarla.
Este cardiólogo de Harvard quería saber si otras actividades, aparte de la
meditación, podían inducir la misma respuesta, así que siguió su
investigación y encontró cuatro componentes esenciales que podrían
provocar de forma fiable la respuesta a la relajación: 1) un ambiente relajado;
2) un recurso mental, como una frase, palabra, sonido repetido o una oración;
3) una actitud pasiva y acrítica; y 4) una postura cómoda.
Más tarde descubrió que sólo eran necesarios el recurso mental y la
actitud pasiva. Un corredor con un mantra y una actitud pasiva podría estar
corriendo por una calle concurrida y provocar la respuesta a la relajación. Lo
mismo es cierto para aquellos que practican yoga o qigong, pasean, nadan,
hacen punto, reman, están sentados, de pie o cantando. Como siguió
investigando toda la vida, Benson encontró que la mayoría de afecciones
médicas estaban causadas, o se agravaban, por los efectos crónicos de la
respuesta al estrés en el cuerpo. Otros estudios mostraron que más del 60 por
ciento de las visitas al médico podrían ser atribuidas a la respuesta al estrés.1
De forma intuitiva ya lo sabemos, y cuando estamos estresados, ansiamos
la relajación. Pero con demasiada frecuencia vamos a por ella por el camino
equivocado, recurriendo a formas poco saludables para el alivio del estrés,
como el alcohol, el tabaco o las drogas ilegales, que lo único que consiguen es
agravar el problema. Sin embargo, existen formas sanas de provocar la
respuesta a la relajación, como la meditación, por ejemplo, que son el mejor
medicamento que podemos tomar para el tratamiento de las tensiones de la
vida.
Para probar la eficacia de la estimulación de la respuesta a la relajación
sobre el cuerpo, Benson inventó una forma de enseñar a los pacientes cómo
provocar esta respuesta que no fuera tan mística o seudocientífica como la
meditación trascendental o tan espiritual como una oración.
Se observó que esta técnica era muy eficaz para provocar la respuesta a la
relajación y mejorar la salud. Pero en su último libro, Timeless Healing: The
Power and Biology of Belief, Benson aporta información actualizada de cómo
estimular la respuesta a la relajación. En resumen, esto es todo lo que
necesitas.
La meditación
Para inducir la respuesta a la relajación no es necesario que sigas la receta de
Benson. Existen también otras formas de meditación bien documentadas que
ofrecen grandes beneficios para la salud. Todas las formas de meditación, en
cierta medida, activan el sistema nervioso parasimpático, reducen el cortisol
relacionado con el estrés, disminuyen la frecuencia respiratoria y cardíaca, así
como el metabolismo, aumentan el flujo de sangre en el cerebro, incrementan
la actividad de la corteza prefrontal izquierda (que es lo que se observa en la
gente que es feliz), refuerzan el sistema inmunitario y conducen a un estado
de relajación.3
La meditación también reduce el dolor, el estrés laboral, la ansiedad y la
depresión, promueve la salud cardiovascular, mejora la función cognitiva,
disminuye la presión arterial, reduce el consumo excesivo de alcohol, mejora
la longevidad, propicia un peso saludable, disminuye los dolores de cabeza
por tensión, alivia el asma, controla la glucemia en los pacientes diabéticos,
palía el síndrome premenstrual, reduce el dolor crónico, mejora la actividad
del sistema inmunitario y aumenta la calidad de vida.4
Para que no sospeches, como los colegas de Benson, que esto podría ser
debido al efecto placebo, toma nota de que un estudio evaluó incluso la falsa
meditación y descubrió que no era igual de eficaz en la mejora de las variables
de la salud como la meditación verdadera.5 Sé que ya has oído hablar antes de
que la meditación es una buena idea, pero no sólo es algo bueno para tu
mente, es una técnica clave para contrarrestar los efectos del estrés crónico en
tu vida y en tu cuerpo.
Cómo meditar
Si el enfoque de Benson para inducir la respuesta a la relajación no te
funciona, hay muchas otras formas de meditar. El doctor Deepak Chopra
recomienda para la meditación la solución RPM (Rise, Pee, Meditate;
levántate, haz pis y medita), que viene a sugerir que se van a beneficiar de
meditar aquellos que puedan hacerlo nada más levantarse. Sin embargo, si tú,
como yo, tienes hijos pequeños, tal vez encuentres más fácil meditar cuando
los niños estén haciendo la siesta o en el colegio. Si trabajas fuera de casa,
quizá te será más sencillo meditar durante tu pausa para la comida o justo
antes de acostarte por la noche.
Independientemente de cuándo lo hagas, es fundamental que reserves un
tiempo en tu orden del día para ayudar a tu cuerpo a relajarse, ya sea a través
de la meditación o mediante otras actividades, como las que debatiremos más
adelante en este capítulo. Si eres, como yo, de los que sobrepasan las
expectativas, estás acostumbrado a la multitarea y a hacer un hueco para
docenas de actividades productivas al día, sé que puedes sentir la meditación
como una suprema pérdida de tiempo. Pero recuerda: la meditación es
productiva. Estas haciendo esto por tu salud. Es tan importante para tu
organismo como acudir al gimnasio, preparar comidas saludables y dormir
las horas suficientes, o incluso más importante; por lo tanto, te recomiendo
encarecidamente que seas disciplinado y priorices los veinte minutos que la
práctica puede durar para ayudar a tu cuerpo a relajarse.
Si tu mente de mono6 corre de un pensamiento a otro, tal como hace la
mía, es posible que tengas la sensación de que la meditación se te resiste.
También puede ser que tengas la tentación de saltártela porque el rato de
silencio trae consigo emociones que estás intentando evitar, o bien te provoca
sentimientos de aflicción, tristeza o ira. O tal vez, sencillamente, lo encuentras
aburrido. Sea cual sea la excusa, te animo a que lo intentes, no sólo por la
salud de tu cuerpo, sino también por todos los demás beneficios que la
meditación puede traer a tu vida, tales como una conexión espiritual más
fuerte, un conocimiento más profundo de tu auténtica verdad y un mayor
vínculo con la sabiduría de tu intuición.
Si no has meditado nunca antes, empieza creando un ambiente tranquilo.
Yo dispongo de dos altares que he construido en casa, uno en mi habitación y
otro en mi despacho de casa, frente a los cuales me siento para meditar. En
mis altares se exhiben objetos que son sagrados para mí, tales como una
piedra tallada con las palabras «Amar la vida», un corazón de hierro forjado
montado en una caja de hierro que encontré en la zona de la costa, el Big Sur,
un trozo de cuarzo rosa que me dio un amigo, una pluma de cóndor, una
pequeña estatua que me dio una paciente, un cuadro hecho por un amigo
muy querido, un marco de fotos, un cuenco con arena de un lugar sagrado y
diversas velas. Cuando me siento a meditar, enciendo las velas, quemo un
poco de incienso y me tomo un momento para dejar que mi altar me calme.
Algunos tienen habitaciones dedicadas exclusivamente a la meditación.
Incluso un pequeño armario puede convertirse en un espacio especial
diseñado para ayudar a tu cuerpo a relajarse y a tu alma a conectar. Meditar
en el exterior también puede ser precioso. Como yo vivo en la costa de
California, suelo meditar al lado del océano, en una playa rocosa que suele
estar desierta o en el bosque de Muir Woods, entre las tranquilas secuoyas. Si
tienes acceso a lugares apacibles en la naturaleza, prueba en una playa, a
orillas de un río, en un prado o en un bosque lejos de las distracciones.
El reto está en encontrar un lugar tranquilo donde no vayas a ser
molestado; idealmente, alguno que te ayude a relajarte. Apaga la televisión,
silencia el móvil y pon música relajante si quieres. La cuestión es crear un
ambiente propicio para liberar a tu mente del desorden diario y poder relajar
el cuerpo.
Si eres nuevo en esto de la meditación, comienza solo con cinco minutos
al día y trata de ir aumentando el tiempo hasta llegar a los veinte minutos.
Programa un temporizador para no tener que estar mirando el reloj y si
puedes, siéntate en el suelo y cierra los ojos. No es necesario que te sientes en
la posición del loto, a menos que así lo desees, pero el hecho de sentarse en el
suelo facilita sentirte conectado con la Madre Tierra, y ésta arraiga en tu
cuerpo cuando meditas. No dudes en utilizar almohadas, cojines y otros
accesorios que te ayuden a sentirte cómodo. Mantén la espalda recta para que
puedas respirar profundamente con facilidad. Si estar sentado en el suelo te
resulta demasiado incómodo, siéntate en una silla y coloca los pies apoyados
firmemente en el suelo para desarrollar la sensación de conexión con la tierra.
Una vez que hayas encontrado una posición cómoda, cierra los ojos para
minimizar las distracciones visuales y trata de concentrarte en tu respiración
mientras inspiras y espiras. El profesor de meditación Jack Kornfield sugiere
que si notas que estás recordando, planeando o fantaseando evites juzgarte,
pero puedes gritar: «Hola, recuerdo», «Hola, plan», «Hola, fantasía». Luego
vuelve al momento presente, centrándote en tu respiración. En el momento
en que te des cuenta de que comienzas a divagar, vuelve a tu respiración y
trata de vaciar tu mente. Si tu mente sigue divagando y tu respiración no
resulta suficiente para vaciarla, trata de contar tus respiraciones o repite un
mantra para despejarla.
Para eludir las imágenes que distraen que pueden aparecer en tu mente,
puedes intentar localizar las partes que no sientas relajadas y visualizar que
envías tu respiración a esos puntos con tensión. Imagina tu respiración como
una luz dorada que fluye hacia los puntos tensos y los llena con relajación.
Relaja la espalda, los hombros, el vientre y los músculos de la cara. Si te cuesta
encontrar dónde hay tensión, intenta tensar y liberar cada músculo,
comenzando por la frente y bajando por el cuerpo hasta llegar a los dedos de
los pies.
También puedes tratar de visualizar un cable con toma de tierra que sale
de tu parte inferior como si fuera un cable eléctrico o raíces de árbol bajando
a través del suelo donde estás, corriendo a través de la tierra y entrando en el
lecho de las rocas para aterrizar en el núcleo del planeta, donde puedes
enchufarlo. Deja que todo lo que ya no te sirva se suelte de este cable y vaya a
parar al centro de la tierra donde puede ser reciclado. También puedes
visualizar esta energía que proviene del centro de la tierra fluyendo a través
del cable y llenándote de una luz curativa.
Asimismo, puedes visualizarte a ti mismo en un lugar real o imaginario de
relajación. Deja a tu mente experimentar este lugar de relajación con todos los
sentidos. Obsérvalo, siéntelo, huélelo, gústalo y escucha los sonidos. Si estás
luchando contra una enfermedad, podrías añadir a tu meditación una
visualización sanadora. En tu imaginación, observa cómo la parte de tu
cuerpo afectada por la enfermedad retorna a su integridad y salud con el
máximo detalle que puedas reunir.
Si te resulta demasiado difícil aquietar tu mente en silencio, prueba con
una meditación guiada. Para descargar una meditación guiada sanadora
diseñada para inducir la respuesta a la relajación, visita la página web
MindOverMedicineBook.com. O prueba los CD de visualización guiada:
Health Journeys de Belleruth Naparstek.
Lo más importante es que no te juzgues mientras aprendes a meditar.
Criticarte a ti mismo por meditar «mal» o culpabilizarte porque tu mente de
mono no se calma sólo va a estresarte, frustrando los intentos de ayudar a tu
cuerpo a relajarse para que pueda autorrepararse. Sé compasivo contigo
mismo y date una palmadita en la espalda por cada progreso que hagas. ¿No
puedes hacer más de diez respiraciones en tu meditación? Abrázate fuerte a ti
mismo e inténtalo el próximo día. Como cualquier cosa, sólo es cuestión de
práctica. Como alguien que se resistió a la meditación durante la mayor parte
de su vida, puedo dar fe del hecho de que de verdad se va volviendo más fácil
con la práctica habitual, y los beneficios valen el esfuerzo.
1«Easy Ways to Take the Edge Off», ABC News Video, 22 de abril de 2009,
http://abcnews.go.com/video/playerIndex?id=7392433.
2«Eliciting the Relaxation Response», Benson-Henry Institute for Mind Body Medicine, Massachusetts
General Hospital [consulta: 15 de mayo de 2012],
http://www.massgeneral.org/bhi/basics/eliciting_rr.aspx.
3Richard J. Davidson y otros, «Alterations in Brain and Immune Function Produced by Mindfulness
Meditation», Psychosomatic Medicine 65, n.º 4 (julio/agosto de 2003): 564–70.
4Bonnie Horrigan, «Meditation Reduces Pain Scores», Explore: The Journal of Science and Healing 7, n.º
4 (julio/agosto de 2011): 215–16; R. Manocha y otros, «A Randomized, Controlled Trial of Meditation
for Work Stress, Anxiety and Depressed Mood in Full-Time Workers», Evidence-Based Complementary
and Alternative Medicine (7 de junio de 2011); W. P. Smith, W. C. Compton y W. B. West, «Meditation
as an Adjunct to a Happiness Enhancement Program», Journal of Clinical Psychology 51, n.º 2 (marzo
de 1995): 269–73; A. Nesvold y otros, «Increased Heart Rate Variability during Nondirective
Meditation», European Journal of Preventive Cardiology 19, n.º 4 (agosto de 2012): 773–80; F. Zeidan y
otros, «Mindfulness Meditation Improves Cognition: Evidence of Brief Mental Training»,
Consciousness and Cognition 19, n.º 2 (10 de junio de 2010): 597–605; L. Fortney y M. Taylor,
«Meditation in Medical Practice: A Review of the Evidence and Practice», Primary Care 37, n.º 1 (marzo
de 2010): 81–90; R. Walsh y S. L. Shapiro, «The Meeting of Meditative Disciplines and Western
Psychology: A Mutually Enriching Dialogue», American Psychologist 61, n.º 3 (abril de 2006): 227–39;
Maura Paul-Labrador y otros, «Effects of a Randomized Controlled Trial of Transcendental Meditation
on Components of the Metabolic Syndrome in Subjects with Coronary Heart Disease», Archives of
Internal Medicine 166, n.º 11 (12 de junio de 2006): 1218–24; S. I. Nidich y otros, «A Randomized
Controlled Trial of the Effects of Transcendental Meditation on Quality of Life in Older Breast Cancer
Patients», Integrative Cancer Therapy 8, n.º 3 (septiembre de 2009): 228–34.
5F. Zeidan y otros, «Effects of Brief and Sham Mindfulness Meditation on Mood and Cardiovascular
Variables», Alternative and Complementary Medicine 16, n.º 8 (agosto de 2010): 867–73.
6Término budista que describe la existencia de pensamientos de manera indisciplinada de la mente. (N.
de la T.)
7Ann MacDonald, «Using the Relaxation Response to Reduce Stress», Harvard Health Publications, 10
de noviembre de 2010, http://www.health.harvard.edu/blog/using-the-relaxation-response-to-reduce-
stress-20101110780.
8Jeffery A. Dusek y otros, «Genomic Counter-Stress Changes Induced by the Relaxation Response»,
PLoS ONE 3, n.º 7 (julio de 2008).
9«Almost a Quarter of All Disease Caused by Environmental Exposure», World Health Organization,
16 de junio de 2006, http://www.who.int/mediacentre/news/releases/2006 /pr32/en/index.html.
PARTE TRES
ESCRIBE LA RECETA
9
El autocuidado radical
Éstas son las clases de cambios de vida que pueden permitirte o no luchar
contra el cáncer y contra cualquier enfermedad.
1Kelly Ann Turner, «Spontaneous Remission of Cancer: Theories from Healers, Physicians, and Cancer
Survivors», otoño de 2010, http://www.shuniyahealing.com/offer /research.html.
10
Antes de empezar quiero hacer una puntualización final. En todo este libro he
utilizado las palabras sanar y curar de forma intercambiable. Cuando
hablamos de «sanar» una fractura, normalmente queremos decir «curar» una
fractura (el hueso roto se regenera en su conjunto). En este ejemplo
significarían lo mismo. Pero en inglés heal tiene dos acepciones: «curar» y
«volver a sentirse completo». De ahora en adelante, cuando utilice el término
curar, me referiré a la segunda acepción: «el regreso a la plenitud».
Existe una diferencia entre curación y este tipo de sanación. Puedes
curarte sin ser sanado y puedes sanar sin ser curado. En un mundo perfecto,
el proceso en el que estás a punto de embarcar te curará y también te
devolverá a la plenitud. Pero no puedo asegurarte que vas a curarte. Lo que sí
te garantizo es que, si te embarcas en este proceso con el apoyo de las
personas adecuadas, terminarás sano y completo, aunque no estés curado.
Cuando estás lidiando con una enfermedad, el proceso de estar enfermo
puede representar una oportunidad para el despertar espiritual, y cuando
despertamos, volvemos a nuestro estado natural de plenitud. Este estado de
plenitud coloca la mente y el cuerpo en un estado de relajación óptimo para
que los mecanismos de autorreparación del cuerpo puedan hacer su trabajo lo
mejor posible.
Si éste es el caso, ¿por qué no todo el mundo termina curándose? ¿Por qué
una persona experimenta una remisión espontánea y otra no? Algunos creen
que toda enfermedad es resultado de trastornos del pensamiento, que aunque
tu mente consciente crea que puedes ponerte bien, puedes estar saboteado
por tu mente subconsciente, si esta última no está de acuerdo contigo. Otros
creen que la enfermedad es resultado de pecados cometidos en vidas pasadas,
que deben ser expiados en ésta: esto es el karma. E incluso hay quienes hablan
del destino divino. Y algunos creen que las cosas malas simplemente pasan a
la buena gente y el «porqué» de ello es puro azar.
No estoy aquí para hablar sobre teología o parlotear sobre cosas que no
comprendo por completo, pero tampoco quiero eludir el tema totalmente.
Por lo tanto, ¿cuál es mi respuesta a por qué algunos se curan cuando sanan
sus mentes y otros no? Todo lo que puedo decir es lo siguiente: cuando mis
pacientes han sido valientes, optimistas y han tenido disposición para hacer lo
que hiciera falta para sanar, a veces han ocurrido hazañas aparentemente
milagrosas de autorreparación física. Lo mismo puede pasarte a ti. Así que
¡venga! Tienes todas las de ganar cuando reivindicas quién eres en realidad,
estás de acuerdo con tu verdad y dejas a tu cuerpo preparado para que los
milagros sucedan. Tanto si tu cuerpo se cura como si no, te garantizo que tu
vida va a mejorar si sigues las etapas que estoy a punto de enseñarte. Yo creo
en ti, así que… acompáñame.
Entrevista a tu equipo. Cuando los cites, haz saber a los profesionales que te
van a ayudar que te gustaría programar una entrevista para estar seguro de
que se trata de la persona adecuada. Si el médico, el terapeuta, el coach
personal u otro profesional sanitario no quiere ser entrevistado, busca a
alguna otra persona que lo acepte. El profesional sanitario adecuado no se
sentirá insultado por tu petición. Pero prepárate para pagar de tu bolsillo esta
entrevista. Es posible que tu seguro médico no lo cubra.
PRIMERA PARTE
Hazte a ti mismo esta serie de preguntas y asegúrate de ir a tu propio ritmo.
Dedica el tiempo que precises a contestar las preguntas por completo y de
forma sincera. Y si necesitas hacer una pausa o incluso parar, también estará
bien. Puedo asegurarte que si estás dispuesto a ser sincero contigo mismo al
contestar las preguntas de este apartado, tu luz piloto interna te concederá un
precioso regalo: la oportunidad de saber qué es verdad para ti, lo que te
permitirá hacer El Diagnóstico para ti mismo.
Es posible que cuando formules estas preguntas prefieras hablar en voz
alta, para ti mismo o con un ser querido. O tal vez optes por escribir sobre
ello en tu diario. Para descargar el diario de diagnóstico, que te permite
escribir las respuestas de las siguientes preguntas, visita la página
MindOverMedicineBook.com.
Trata de ser infinitamente compasivo contigo mismo durante este
proceso. Si estás entrando en una espiral de pensamientos negativos, haz un
descanso, pide ayuda y vuelve a ello más tarde, con la ayuda de tu grupo de
soporte. Asegúrate de ser radicalmente protector contigo mismo. Mientras
contestas estas preguntas, céntrate en la gratitud, llena tu vida de placer y sé
tu mejor amigo. Haciéndolo así, aliviarás el malestar que puedes sentir y
seguirás centrándote en lo que funciona en tu vida para que puedas ser lo
suficientemente valiente para enfrentarte y cambiar lo que no funciona.
CREENCIAS
• ¿Qué creo sobre mi genética y cómo mis genes afectan a mi salud?
• ¿Cuáles son mis creencias sobre la salud?
• ¿Cuáles son mis creencias sobre mi enfermedad?
• ¿Cuáles son mis creencias sobre la capacidad del cuerpo para
autorrepararse?
• ¿Cuáles son mis creencias sobre el efecto de mi mente en mi cuerpo?
• ¿Estoy abierto a explorar si la causa fundamental de mi enfermedad no es
puramente física? Si no lo es, ¿por qué?
• ¿Qué provecho saco de mi enfermedad?
• ¿Estoy dispuesto a renunciar a lo que gano con mi enfermedad para
ponerme bien?
• ¿Merezco una salud óptima?
• ¿Cómo afecta mi infancia a mi salud actual?
APOYO
• ¿Cuán observado y escuchado me siento por mis profesionales sanitarios?
• ¿Qué es lo que me da más miedo de dejar a mi profesional sanitario?
• ¿Estoy pidiendo lo que necesito a mis profesionales sanitarios? En caso de
que no sea así, ¿por qué no?
• ¿Hay alguna posibilidad de que esté saboteando mi propia atención a la
salud?
• ¿Cómo respaldo a mi propia salud?
• ¿Cómo me siento cuando dejo a mi profesional sanitario?
• ¿Qué me hace sentir más apoyado en mi relación con mis profesionales
sanitarios?
• ¿Estoy revelando toda la verdad a mi profesional sanitario? En caso de que
no sea así, ¿por qué no?
• ¿Merezco mantener una estrecha relación con mis profesionales sanitarios?
• ¿Qué problemas del pasado pueden evitar que me sienta capaz de
colaborar con mis profesionales sanitarios como un paciente al que se le
otorga poder?
LUZ PILOTO INTERNA
• ¿Estoy viviendo una vida auténtica en consonancia con todo lo que deseo?
• ¿Hago lo posible por ver cumplidos mis deseos?
• ¿Qué quiere mi luz piloto interna que sepa?
• Cuando mi intuición se comunica conmigo, ¿en qué medida la escucho?
• ¿A qué verdad de mi vida no estoy dispuesto a hacer frente en este
momento?
• ¿Qué es lo que estoy reteniendo dentro de mí? ¿Qué es lo que está ansiando
liberarse?
• ¿Qué se interpone entre mí y mi luz piloto interna?
• ¿Estoy dispuesto a arriesgarlo todo por escuchar a mi luz piloto interna? En
caso de que no estés dispuesto, ¿por qué no?
• ¿Quién sería si fuera valiente?
• En una escala del uno al diez, ¿cuánto me quiero y me acepto?
RELACIONES
• ¿Cómo me siento con respecto a mi vida amorosa? ¿Cómo me siento con
respecto a mis amigos y mi grupo de apoyo?
• ¿Cuál es el patrón que se repite en mis relaciones y sigue apareciendo en mi
vida?
• ¿Hay alguien a quien necesito perdonar? ¿Estoy dispuesto a perdonar a esta
persona? ¿Por qué? ¿Por qué no?
• ¿Cómo puedo sentirme amado de forma óptima?
• ¿Cuán vulnerable estoy dispuesto a ser en mi vida con la gente?
• ¿Qué nota necrológica escribiría si las personas que amo murieran hoy? Si
mis seres queridos fueran a morir —o ya hubieran muerto—, ¿cuánto
habría quedado por decirles?
• En el ámbito de mis relaciones, ¿hay siempre alguien equivocado y alguien
acertado?
• ¿Cuán a menudo me siento utilizado en mis relaciones? ¿Estoy dispuesto a
liberarme del papel de víctima o de salvador para sanar?
• ¿Me siento merecedor de amor y afecto?
• ¿Qué cambiaría en mi vida amorosa si tuviera una varita mágica?
CREATIVIDAD
• ¿Qué enciende mi fuego creativo? ¿Quién o qué es mi musa?
• ¿Tengo claro lo que mi alma quiere crear?
• ¿Qué ayuda a que mi creatividad fluya libremente?
• ¿Qué tipo de proyectos creativos me iluminan? ¿Estoy haciendo estas cosas
de forma regular?
• ¿En qué proyectos creativos participé de niño?
• Si tuviera todo el dinero y el tiempo del mundo, ¿qué crearía?
• ¿Cómo me siento cuando no estoy inspirado?
• ¿Estoy dispuesto a convivir con la frustración del proceso creativo?
• ¿Siento que merezco expresarme creativamente?
• ¿Qué cree mi familia con respecto a la creatividad?
ESPIRITUALIDAD
• ¿Qué me hace sentir conectado espiritualmente?
• ¿Qué considero sagrado?
• Si no me considero «religioso» y ni siquiera creo en un Poder Superior,
¿estoy buscando otras formas de alimentar mi yo espiritual?
• ¿Cuáles son mis pensamientos y sentimientos sobre la religión? ¿Qué
pensamientos negativos tengo acerca de la espiritualidad o la religión?
• ¿Me siento más espiritual en una comunidad espiritual o soy más de estar
solo cuando se trata de mi vida espiritual?
• ¿Estoy abierto a dejar que la enfermedad sea una oportunidad para el
despertar espiritual?
• ¿Qué cree mi familia sobre la espiritualidad?
• ¿Hay veces en las que utilizo mi espiritualidad o mi religión para juzgar a
los demás?
• ¿Merezco experimentar una conexión profunda con la Divinidad?
• ¿Unirme a la comunidad espiritual adecuada induciría respuestas de
relajación en mi cuerpo?
SEXUALIDAD
• ¿Qué deseo sexualmente de verdad? ¿Estoy cumpliendo este deseo?
• ¿Qué ayudará a respaldar a mi auténtico yo sexual?
• ¿Qué miedos, creencias o inhibiciones me impiden ser sexualmente sincero
y expresarme abiertamente como desearía?
• ¿Cómo me siento acerca de mi primera experiencia sexual?
• ¿Qué cosa de mi pasado sexual o de mi vida presente puede ser necesario
sanar?
• ¿Qué me enciende realmente? ¿Qué me apaga realmente?
• ¿Cómo me siento al tener sexo cuando no quiero?
• ¿Me siento sensual cuando no estoy teniendo sexo?
• ¿Qué cree mi familia sobre la sexualidad?
• Si pudiera hacer algo relacionado con el sexo de lo que nadie se enterara
nunca, ¿qué haría?
DINERO
• ¿Cuáles son mis pensamientos y sensaciones sobre mi situación
económica?
• ¿Cuán saneada está mi economía?
• ¿Cómo defino la salud económica, éxito o abundancia?
• ¿Soy claro sobre el verdadero estado de mi economía o escondo la cabeza
bajo el ala?
• ¿Qué cree mi familia sobre el dinero?
• ¿De qué creencias limitantes sobre mi economía necesito liberarme?
• ¿Tengo suficiente dinero como respaldo en caso de emergencia?
• ¿Es posible ser pobre y feliz?
• ¿Cuánto tiempo paso pensando en el dinero?
• ¿El dinero me compra el amor?
ENTORNO
• ¿Estoy viviendo donde mi luz piloto interior quiere que viva?
• Cuando miro a mi alrededor, ¿me encanta lo que veo?
• ¿Estoy rodeado de belleza? ¿Hay naturaleza en mi entorno?
• ¿Cuán saludable es mi entorno?
• ¿Qué exposiciones ambientales podrían estar afectando a mi salud?
• En una escala del 1 al 10, ¿cuánto tengo de «ecológico»?
• ¿Qué esfuerzos hago para reducir la carga tóxica en mi cuerpo que provoca
el medio ambiente que me rodea?
• ¿Cómo podría eliminar el innecesario desorden de mi entorno?
• ¿Siento que merezco vivir en un entorno sanador y tranquilo que me
encante?
SALUD MENTAL
• ¿Qué me hace feliz? ¿Qué me hace infeliz?
• ¿Qué sanaría mi mente?
• ¿Algún trauma del pasado aún me hace sufrir? Si es así, ¿cuál es?
• ¿Siento que merezco ser feliz?
• ¿Cuánto tiempo paso engarzado en conversaciones negativas, chismes
insidiosos, críticas a otra persona o quejándome?
• ¿Estoy dispuesto a examinar mi salud mental?
• ¿De qué estoy agradecido?
• ¿Expreso gratitud de forma regular por lo que aprecio de mí?
• ¿Qué puedo agradecer de hoy?
• ¿Estoy absorto pensando en aquello de lo que carezco más que agradecido
por lo que tengo?
SALUD FÍSICA
• ¿Cómo son mis hábitos de alimentación y ejercicio?
• ¿Cuánto cumplo de las recomendaciones y protocolos de mis profesionales
de salud?
• ¿De qué malos hábitos necesito liberarme?
• ¿Cómo están mis niveles de energía?
• ¿Hay algo que me impida dormir bien?
• ¿Cuánto priorizo mi salud física?
• ¿Estoy dispuesto a invertir tiempo, dinero y energía en cuidar mejor de mi
cuerpo?
• ¿Cómo me sentiría si gozara del máximo nivel de salud posible? ¿Cómo se
sienten otros gozando del máximo nivel de salud?
• ¿Cómo me siento con respecto al envejecimiento?
• ¿Cómo me siento con respecto a la muerte?
A MODO DE RESUMEN
• ¿Cuánto de mí estoy dispuesto a aceptar totalmente en todas mis divinas
imperfecciones?
• ¿Cuánto permiso me doy para cometer errores?
• ¿Estoy dispuesto a amarme intensamente y a aceptarme durante mi viaje
de sanación?
• Después de responder a estas preguntas, ¿se siente iluminada mi luz piloto
interna? ¿Siento que tengo todo lo que necesito para dejar mi cuerpo listo
para milagros?
• ¿Estoy dispuesto a utilizar lo que he aprendido para escribir La Receta para
mí mismo y hacer cambios en mi vida?
SEGUNDA PARTE
Utilizando las respuestas a estas preguntas, ¿puedes identificar las causas
primordiales asociadas con tu enfermedad? ¿Están tus creencias negativas
saboteándote? ¿Dispones del apoyo adecuado? ¿Hay algún problema en tu
mojón de salud integral que pueda estar desencadenando tu respuesta al
estrés y dañando a tu cuerpo? ¿Hay actividades que inducen tu respuesta a la
relajación en tu cuerpo que no estás utilizando? ¿Han ayudado estas
preguntas a iluminar algún punto oscuro de tu vida que necesitabas ver para
estar lo más sano posible?
Dentro de cada categoría, escribe en tu diario de diagnóstico, que puedes
descargar de la página MindOverMedicineBook.com, cualquier cosa que
hayas identificado que crees que beneficia a tu salud y que quisieras aumentar
en tu vida como parte del plan de autocuidado radical.
¡Felicidades! Acabas de hacer El Diagnóstico. Lo que has enumerado en la
lista son tus interpretaciones de lo que puede estar dañando y beneficiando a
tu salud. Para leer El Diagnóstico que escribí para mí misma antes de que mis
problemas de salud se resolvieran, consulta el anexo B.
ETAPA CINCO: escribe tu propia Receta
Ahora que has optado por escuchar a tu cuerpo, entrado en tu sabiduría de la
luz piloto interna, investigado tus creencias y a tu equipo de apoyo, así como
evaluado qué podría estar desequilibrado en tu mojón de salud integral y
diagnosticado las posibles causas subyacentes que están dañando tu salud, es
el momento de hacer un plan de autocuidado radical para el tratamiento de tu
salud integral.
Cuando enfermas, tu médico te prescribe un plan de tratamiento de otra
clase. Por ejemplo, si padeces cáncer y tienes un médico inteligente, con
sentido común y que practica la medicina holística, es posible que tu plan de
tratamiento comprenda cirugía, quimioterapia, una alimentación nutritiva
con comida cruda de origen vegetal o de tipo vegetariana estricta, una
cantidad de complementos alimenticios pensados para reforzar tu sistema
inmunitario, un grupo de soporte para ayudarte a gestionar las emociones del
cáncer y ejercicios de yoga para mantenerte centrado.
Este tipo de plan de tratamiento te llevará lejos. Pero si la causa principal
de debilidad de tu sistema inmunitario es la soledad, el estrés laboral o la
depresión, el tratamiento del cáncer, sin tratar las causas subyacentes, podrá
ayudarte a corto plazo, pero puede que no de forma permanente. El cáncer
puede volver o puedes terminar con cualquier otra enfermedad. Para prevenir
y tratar de forma óptima la enfermedad, de modo que no seas presa de un
círculo vicioso en que tu cuerpo está debilitado y enfermo, debes, debes y
debes arreglar la causa principal que te hace ser propenso a la enfermedad en
primer lugar, mientras escuchas a tu luz piloto interna y dejas que te ayude a
buscar cómo maximizar lo que la medicina convencional tiene que ofrecerte
de una forma que esté en consonancia contigo.
Esto es de lo que se trata con la redacción de La Receta.
Parte de la redacción de tu propia receta tiene el propósito de que tomes la
iniciativa como el mandamás de tu atención sanitaria. Recuerda: tú eres el
jefe. Todos los demás están a tu servicio.
Seguro que tu médico solicitará las analíticas y te ayudará a diagnosticar lo
que no esté bien. Tu médico extenderá recetas para cualquier medicamento
que necesites. Asimismo, lo gestionará todo si necesitas cirugía u otro
procedimiento médico. Pero es tu decisión el tomar o no estos medicamentos
o el someterte o no a la intervención quirúrgica. Esto es lo que significa
escribir tu propia receta. No sencillamente obedecer ciegamente las órdenes
del médico. Te has convertido en todo un socio en el proceso de sanación. Tú
examinas dentro de tu cuerpo, escuchas a tu luz piloto interna y consultas a la
gente que has invitado a sentarse contigo en tu mesa redonda de sanación.
Cuando estés tomando decisiones sobre el cuidado de tu salud, sigue
adelante y consulta con el mejor profesional, pero recuerda que ellos están ahí
para servirte. Invita a tu mesa redonda de sanación a tu médico, a tu
terapeuta, a tu acupuntor, a tu fisioterapeuta, a tu coach personal, a tu madre
—¡a quien sea!—. Ellos son tu comité de dirección, tu consejo asesor, tus
profesores. Elígelos sabiamente. Si puedes permitírtelo, muéstrate dispuesto a
pagar más para elegir las mejores personas que puedas conseguir para tu mesa
redonda de sanación. Pero no olvides nunca que se trata de tu mesa. El
asiento de honor está reservado para ti. Es posible que la gente de tu mesa
estén en desacuerdo los unos con los otros. Tal vez te confundan con
opiniones contradictorias. Pero mantente firme. Tú conoces tu cuerpo mejor
que nadie.
Si hubiera sólo una forma correcta de sanar tu cuerpo, todos estaríamos de
acuerdo. Pero no la hay. Por ello se habla a veces del arte de la medicina. Al
final, el plan de tratamiento debe parecerte bien a ti. Se trata de tu cuerpo. Tu
vida. Tu elección. Tú siempre tienes el voto decisivo. Cuando escuches a tu
conocimiento interior que viene de tu conexión profunda entre tu luz piloto
interna y tu cuerpo, siempre tomarás las decisiones correctas para ti.
La redacción de tu propia receta no se limita a escoger el equipo de
atención sanitaria adecuado y ser parte activa en el plan de tratamiento. Va
más allá. Tal vez lo que has aprendido en este libro te ha conducido a darte
cuenta que tus creencias limitantes, autosaboteadoras y negativas sobre tu
salud se están traduciendo en malas noticias para tu cuerpo. Quizá te has
dado cuenta de que la soledad está perjudicando a tu cuerpo. Es posible que
hayas tenido una idea feliz al leer cómo el estrés laboral puede matarte. Es
posible que te hayas dado cuenta de que ya es hora de pasar del pesimismo al
optimismo y aumentar tu felicidad. O a lo mejor el mojón de salud integral te
ayudó a identificar los desequilibrios en tu vida que podían estar afectando a
tu salud.
Aquí es donde tienes que convertir tu propia conciencia en plan de acción.
No quiero que simplemente sepas por qué tu salud no está lo mejor posible.
Quiero que hagas algo al respecto, y tú sabes mejor que nadie qué será ese
algo. Tu médico es capaz de recetarte pastillas, pero sólo tú puedes redactar
La Receta de cómo tiene que cambiar tu vida para optimizar tu salud integral.
Aquí tienes cómo puedes empezar.
Un ejercicio terapéutico:
escribe La Receta para ti mismo
1. Coge un lápiz y unas cuantas hojas de papel o tu diario, o bien descarga el
impreso de La Receta de la página web MindOverMedicineBook.com.
2. Saca El Diagnóstico que has creado para ti mismo en las hojas de papel
sueltas, en tu diario o en el diario de diagnóstico que has descargado.
3. Dedica un momento para cerrar los ojos y acceder a tu sabiduría sanadora
de tu luz piloto interna. Recuerda estar abierto, quererte y ser compasivo
contigo mismo. Cuando te sientas centrado, relajado y abierto
intuitivamente, abre los ojos.
4. Para cada uno de los puntos que has anotado en la lista del Diagnóstico,
pregúntate qué puedes hacer para tratar las causas primordiales de
enfermedad que has identificado. Confía en tu intuición y trata de no
juzgar lo que surja. Recuerda que no tienes que llevar a cabo estas etapas de
acción todavía, pero tienes que ser sincero contigo mismo. No censures
nada. Nadie tiene que leer nunca esto más que tú.
5. Aunque gran parte de mi trabajo cara a cara con mis pacientes incluye
recomendaciones específicas sobre lo que podrían incluir en La Receta, este
tipo de recomendaciones quedan fuera del alcance de este libro. Por
ejemplo, si estás teniendo problemas en tu matrimonio, te recomendaría
unos libros específicos, terapeutas en los que creo, y te sugeriría talleres a
los que asistir. Pero la verdad es que vas a sorprenderte de lo mucho que ya
sabes. De hecho, no necesitas que yo ni nadie te digamos lo que tu cuerpo y
tu vida precisan.
6. Si has identificado un problema, pero no estás seguro de cómo sanarlo, no
te dejaré colgado. Sigue mi blog en LissaRankin.com, donde escribo recetas
prácticas para vivir y amar sin miedo, así como otras técnicas para sanarte
a ti mismo y vivir tu mejor vida. También puedes consultar la página web
OwningPink.com, donde más de 30 sanadores y profesores visionarios
escriben sobre cómo sanar cada piedra en el mojón de salud integral.
Para ver una muestra de La Receta que escribí para mí misma, consulta el
anexo C.
Pasa a la acción
Una vez que hayas escrito La Receta, habrá empezado tu viaje, porque la
siguiente etapa en el proceso es la más emocionante y la que requiere más
valentía. Cuando ya sabes los cambios que tienes que hacer en tu vida para
optimizar tu salud, es hora de actuar.
Déjame comenzar con una pequeña charla de animadora. ¡Puedes hacerlo!
Lo sé porque hablo por propia experiencia. Recuerdo vívidamente lo que
sentía al saber —sólo saber— lo que tenía que hacer para salvar mi vida.
Estaba aterrorizada. Pero también emocionada, porque sabía en mi fuero
interno que mi vida estaba a punto de cambiar para mejor.
Sé que esto también vale para ti, y yo estoy aquí agitando frenéticamente
los pompones de animadora. ¡Ánimo! Ya estoy muy orgullosa de ti sólo por
marcar un límite claro y atreverte a pasar por encima de él.
Probablemente el corazón te va a cien. Es posible que tengas los nervios de
punta. Incluso podrías estar desencadenando respuestas al estrés únicamente
por pensar de dónde vas a sacar el suficiente valor para enfrentarte al
Diagnóstico y aplicar lo que has escrito en La Receta. Pero no te preocupes.
Todo esto es temporal. Te prometo que el proceso de relajación va a llegar en
breve.
Después de haber dejado de ejercer la práctica clínica tradicional para
guiar a clientes a través de este proceso, ya sé cuán aterrador es y estoy
permanentemente admirada por la fortaleza del espíritu humano. Los grandes
cambios que he presenciado en aquellos que se han atrevido a seguir adelante
en un viaje de sanación como éste han abierto mi corazón y me han dejado
alucinada. He sido testigo de milagros médicos —remisiones espontáneas que
sólo puedo explicar como proezas de autorreparación fisiológica—. Siempre
he observado a la gente enfrentándose a sus miedos, abriendo sus corazones y
transformando sus vidas por completo.
A medida que vayas avanzando, sigue en contacto con tu luz piloto
interna. Deja que sea tu mejor amiga, recordándote constantemente la verdad
que buscas y el conocimiento en el que confías. Tu luz piloto interna te
ofrecerá compasión infinita durante este proceso. Cuanto más accedas a ella,
más feliz será este proceso.
Pero ¿y si no estás dispuesto a pasar a la acción? ¿Qué pasa si sabes lo que
implica mejorar y simplemente no puedes hacer el salto de fe? Si éste es tu
caso, sé amable contigo mismo. Tal vez aún no sea el momento. Recuerda que
sabrás que ya es hora de hacer el salto de fe cuando el dolor por quedarte
supere el miedo de lo desconocido. Si aún no has llegado ahí, no pasa nada
por esperar.
Pero no esperes demasiado. No quiero que tu cuerpo empiece a gritar sólo
porque no estás dispuesto a escuchar sus susurros.
A la mayoría de personas, el solo hecho de hacer El Diagnóstico y escribir
La Receta ya produce un cambio radical en sus vidas, y algunas sencillamente
no están dispuestas a actuar según las indicaciones de su luz piloto interna. La
pregunta que formulo siempre a mis pacientes es: «Si no estás dispuesto a
entrar en acción, ¿es que eliges enfermar?»
Algunos bajan los ojos avergonzados y asienten, admitiendo que prefieren
poner en riesgo su salud antes que enfrentarse a lo que saben que necesitan
cambiar. Y está bien. No voy a juzgarlos. Pero es bueno tomar conciencia de
las opciones que tomas en la vida.
Otros me dicen que están dispuestos a hacer lo que sea, arriesgar lo que
sea, enfrentarse a lo que sea, sólo con que exista una pequeña esperanza de
que hacer el cambio va a alterar su fisiología. Ésa es la gente que me llega al
corazón y me deja con los ojos empañados. Éstas son también las personas
que mejoran de forma exagerada.
Al final, es tu decisión. Tu cuerpo. Tu vida.
Una vez que sepas lo que necesitas cambiar en la vida y decidas ir a por
ello, sé sumamente compasivo contigo mismo. Ve tranquilo. Avanza poco a
poco. Prémiate con frecuencia. Sírvete a ti mismo una ración colmada de
aceptación, gratitud y amor. La necesitarás como combustible para tu viaje.
Ocho consejos
sobre cómo estar en tu cuerpo
El diagnóstico personal
de sanación de Lissa
CREENCIAS
• No creo que pueda sanarme a mí misma porque me enseñaron a venerar la
medicina convencional y a entregar mi poder a los médicos.
APOYO
• Necesito buscar fuera de la medicina convencional gente a la que invitar a
mi mesa redonda de sanación.
RELACIONES
• La muerte de mi padre me está perjudicando la salud. Necesito llorar su
pérdida.
• Alguna vez me siento sola. Estoy rodeada de gente, pero siento que muchos
de ellos no ven ni conocen mi verdadero yo.
• Quiero a mi marido, pero quiero sentirme más cerca de él para evitar que
mi matrimonio vuelva a fracasar.
• Doy hasta agotarme.
CREATIVIDAD
• Me siento intoxicada a nivel creativo y tengo la sensación de que es una
parte fundamental de mi proceso de sanación. ¡Más, por favor!
• Me encanta escribir, pero no lo hago lo suficientemente a menudo. Pienso
que escribir más beneficiaría a mi salud.
ESPIRITUALIDAD
• Quisiera sentirme más cercana a Dios y creo que esto beneficiaría a mi
salud, pero sencillamente no me identifico con la religión con la que crecí.
• Sigo rezando y creo que esto ayuda a mi salud.
SEXUALIDAD
• Creo que una vida sexual más satisfactoria beneficiaría a mi salud.
DINERO
• Me gano bien la vida y me siento segura desde el punto de vista
económico, pero ¿a qué precio? Mi trabajo me está agotando.
• Si lo dejo me arruinaré, y esa idea me estresa.
ENTORNO
• El sur de California ha llegado a estar tan ocupado y lleno de gente que me
estresa el lugar donde vivo. Mi casa está tan cerca de la de mis vecinos que
podría pasarles huevos a través del balcón.
• Ansío más naturaleza, espacio y serenidad en mi entorno vital. Me gustaría
poderme trasladar al Big Sur. Creo que sería mejor para mi salud.
SALUD MENTAL
• No estoy deprimida desde el punto de vista clínico y me siento inclinada a
ser optimista y alegre, pero tengo esa profunda tristeza subyacente que no
puedo sacarme de encima, tal vez deriva de mi fracaso matrimonial, de mi
rigurosa educación como médico y de la pérdida de mis seres queridos.
Pienso que tomar medidas para optimizar mi felicidad beneficiaría a mi
salud.
SALUD FÍSICA
• Aunque mi alimentación es bastante buena cuando como en casa, el
trabajo me mantiene tan ajetreada que no como bien en el trabajo.
• Mi dieta en casa también podría mejorarse. En todo caso, como demasiado
queso.
• No hago tanto ejercicio como antes porque el embarazo me ha dejado una
cadera tocada. Creo que más ejercicio le vendría muy bien a mi salud.
• Probablemente estaría más sana si perdiera los nueve kilos que me he
puesto encima en los últimos años.
• Odio tomar siete medicamentos para todas mis afecciones, pero lo hago y
eso ayuda a mi salud.
Anexo C.
CREENCIAS
• Eliminar las creencias limitantes trabajando con los terapeutas de EFT
Kate Winch y Nick Ortner para practicar la técnica de liberación
emocional (EFT, en sus siglas en inglés).
• Realizar sesiones de terapia centrada en el cuerpo con Steve Sisgold, a fin
de cambiar las creencias en mi cuerpo.
• Acudir a una sesión de Psych-K con Rita Somen.
APOYO
• Reunir profesionales sanitarios de diferentes disciplinas en mi mesa
redonda de sanación.
RELACIONES
• Poner en práctica los «dones de la imperfección» enseñados por Brené
Brown en sus libros y en las charlas TEDx y TED. Estar dispuesta a ser
vulnerable, exponer mis defectos y permitir tener una intimidad más
profunda a través de las conexiones que derivan de cuando dejo la
imposible cruzada de persecución de la perfección.
• Parar de tratar de salvar a todos los que quiero. Amarles de forma
incondicional tal como son, pero resistirme a la necesidad de «repararlos».
• Sanar mi «complejo de salvador». Comprometerme a llenarme a mí
primero para poder estar lo suficiente plena para ayudar a los demás.
• Hacer una lista de gente de la que quiero estar pendiente todos los días
para que pueda estar segura de que soy una buena amiga para la gente que
quiero. Poner la lista en mi altar y mirarla a diario.
• Dejar de esperar que la gente me lea la mente y comunicar claramente lo
que quiero y necesito en mis relaciones. Pedir a los demás que sean igual
de sinceros sobre lo que quieren y necesitan de mí.
• Tener presente los acuerdos que a menudo hago con la gente de forma
inconsciente. Cambiar los acuerdos tácitos por contratos sagrados
conscientes que ambas partes estén de acuerdo en mantener.
• Seguir el consejo de Martha Beck y hacer una lista de todas las personas
cuyas opiniones valoro realmente y luego dejar de preocuparme por lo que
piensan todos los que no están en esa lista.
• Mirar a los demás con «ojos mágicos» (de alma a alma).
CREATIVIDAD
• Desarrollar rituales de creatividad, como meditar frente a mi altar de
creatividad, encender una vela y rezar mi oración diaria.
• Escribir entradas del blog en LissaRankin.com y OwningPink.com.
• Practicar la escritura desde el corazón en un taller con Nancy Aronie,
autora de Writing from the Heart.
• Realizar visitas de estudio con sesenta artistas inspiradores para escribir mi
libro Encaustic Art: The Complete Guide to Creating Fine Art with Wax.
• Escribir más.
• Pintar siempre que me sea posible.
• Crear cursos multimedia en Internet (disponibles en LissaRankin.com).
ESPIRITUALIDAD
• Meditar durante al menos veinte minutos al día.
• Buscar la sabiduría y la guía de la consejera espiritual intuitiva Tricia
Barrett.
• Acudir a charlas Dharma en el Green Gulch Zen Center y en el Spirit Rock
Meditation Center.
• Rezar diariamente y pedir recibir y saber cómo interpretar los signos del
Universo que guían mi camino.
• Dedicar tiempo para instalar mi altar personal.
SEXUALIDAD
• Tomar clases de movimiento sensual en S Factor de Sheila Kelley.
• Graduarme en el programa de perfeccionamiento de la School of Womanly
Arts de Mama Gena con Regena Thomashauer.
• Aprender cómo hacer la Meditación Orgásmica con Nicole Daedone de
One Taste.
• Experimentar con otras cosas de sexo ardiente que elegiré para guardar en
secreto.
DINERO
• Repetir afirmaciones y practicar con la técnica de la EFT para terminar con
las creencias limitantes que tengo sobre el dinero.
• Trabajar con la coach financiera Barbara Stanny para liberar mis creencias
limitantes sobre el dinero.
• Hacer un presupuesto (¡por fin!).
• Tener claros mis objetivos económicos. Establecer intenciones. Liberarme
de los miedos relacionados con el dinero. Confiar en que todo va a ir bien.
ENTORNO
• Dejar de vivir en la ciudad en el sur de California.
• Darme cuenta de que tener cosas no equivale a ser feliz y comenzar a
ordenar mi vida. Empezar con la ropa de mi armario.
• Aplicar las normas del feng shui a mi casa para crear un entorno más
sanador.
• Hacer lo posible por hacer mi hogar más ecológico.
• Rodearme de la medicina de las algas, montañas y mar en la costa del norte
de California.
SALUD MENTAL
• Reconocer que el dolor es inevitable, pero sufrir es opcional. Elegir
conscientemente la alegría.
• Aprender cómo ser más optimista.
• Hacer una práctica de gratitud estando alrededor de la mesa en la cena con
mi familia cada noche, para expresar lo agradecidos que estamos todos por
ese día.
• Llevar un diario de gratitud.
• Perseguir sin tener vergüenza lo que me da placer, siempre que esté en
consonancia con mi integridad.
• Bailar a menudo. Subir el volumen de la música.
• Hacer volteretas cada vez que tenga ganas. Sencillamente porque me hace
sentir bien.
• Deleitarme con chocolate crudo hecho en casa.
• Hacer callar a mi crítico interno (el Gremlin) y sustituirlo por la voz de mi
luz piloto interna.
SALUD FÍSICA
• Beber zumo de verduras cada día y hacer una limpieza de desintoxicación
cada tres meses. (Para probar la limpieza que realizo yo, visitar la página
web JuiceDietCleanse.com.)
• Seguir mi alimentación «omnívora crudívora y vegetariana estricta»
(principalmente verduras, alimentos vegetarianos estrictos, a menudo
alimentos crudos y alimentos sin gluten ni azúcar, pero con raras
indulgencias de alta cocina como el pato, el queso, los paninis y la crema
quemada). Inspirarme en el libro de Kris Carr Crazy Sexy Diet.
• Reducir la medicación para la hipertensión, y en lugar de tres
medicamentos pasar a tomar media dosis de uno.
• Dejar de tomar las pastillas, inhaladores e inyecciones para la alergia. Creer
que puedo curarme a mí misma de mis alergias.
• Ir a ver a mis médicos de medicina convencional y al naturópata.
• Tomar mis vitaminas diarias (un complejo multivitamínico o un
antioxidante, calcio, un complemento alimenticio a base de minerales
quelados, vitamina D y aceite de pescado). Complementar mi alimentación
con semillas de chía (Salvia hispanica L) y alga clorela.
• Hacer excursiones a pie o practicar yoga al menos una hora al día.
• Dormir por lo menos siete horas por noche.
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