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Dra.

Lissa Rankin

La mente
como medicina

Un nuevo paradigma de salud, medicina y


curación

URANO
Argentina – Chile – Colombia – España
Estados Unidos – México – Perú – Uruguay – Venezuela
Título original: Mind over Medicine – Scientific Proof That You Can Heal Yourself

Editor original: Hay House, Carlsbad, California

Traducción: Coco Cubells Enento

1.ª edición Mayo 2014

La información que se aporta en este libro no debería tratarse como un sustituto del consejo médico
profesional; siempre debe consultarse al médico. Cualquier uso de la información de este libro queda a
criterio y riesgo del lector. Ni el autor ni la editorial se hacen responsables de ninguna pérdida,
reclamación o perjuicio derivados del uso o mal uso de las sugerencias planteadas, o del contenido de
las páginas web de terceros.

Copyright © 2013 by Lissa Rankin

All Rights Reserved

© 2014 de la traducción by Coco Cubells Enento

© 2014 by Ediciones Urano, S.A.

Aribau, 142, pral. – 08036 Barcelona

www.edicionesurano.com

Depósito Legal: B 7915-2014

ISBN EPUB: 978-84-9944-728-5

Reservados todos los derechos. Queda rigurosamente prohibida, sin la autorización escrita de los
titulares del copyright, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción parcial o total de esta
obra por cualquier medio o procedimiento, incluidos la reprografía y el tratamiento informático, así
como la distribución de ejemplares mediante alquiler o préstamo público.
En recuerdo de David,
mi querido padre,
el auténtico Dr. Rankin
Contenido
Portadilla
Créditos
Dedicatoria
Prefacio
Introducción
Parte uno: Créete que estás bien
1. La sorprendente verdad sobre tus creencias de salud
2. La forma infalible de ponerte enfermo y evitar la remisión de la
enfermedad
3. El factor de curación que marca la diferencia
Parte dos: Tratamiento para tu mente
4. Redefinir el concepto de salud
5. La soledad envenena el cuerpo
6. Muerte por exceso de trabajo
7. La felicidad es medicina preventiva
8. Cómo contrarrestar la respuesta al estrés
Parte tres: Escribe la receta
9. El autocuidado radical
10. Las seis etapas para sanarte a ti mismo
Anexo A: Ocho consejos sobre cómo estar en tu cuerpo
Anexo B: El diagnóstico personal de sanación de Lissa
Anexo C: La receta personal de Lissa
Agradecimientos
Prefacio

Con este libro revelador, la doctora Lissa Rankin nos reintroduce en una
fuente inagotable de inteligencia milenaria que descubre el poder que
tenemos sobre nuestra propia salud. Ella es portadora de la antorcha que
algunos de los más grandes sanadores cuerpo-mente de nuestro tiempo le han
transmitido. Se trata de gente como Bernie Seigel, Dean Ornish, Deepak
Chopra, Candace Pert, Jon Kabat-Zinn e incontables pioneros que han
abierto camino antes que ella. En pocas palabras, Lissa es la voz principal de la
siguiente generación de médicos pioneros e innovadores que aúnan pruebas
fehacientes y corazón. La mente como medicina, triunfa en el silencio, en el
tranquilo lugar donde la ciencia encuentra lo milagroso.
La conexión entre cuerpo y mente ha sido el núcleo de mis escritos
durante más de una década. Como alguien que tiene que vérselas con una
enfermedad crónica, he buscado respuestas a algunas de las preguntas más
difíciles sobre la salud, y con lo que me he tropezado ha cambiado mi vida de
forma radical. Y La mente como medicina refuerza poderosamente lo que he
aprendido.
Dado que la ciencia y la tecnología siguen avanzando de forma notable,
hoy tenemos a nuestro alcance ventajas de las que nunca dispusieron nuestros
antepasados. Y, no obstante, es frecuente experimentar estrés y ansiedad
agudos. Muchos de nosotros estamos con los nervios totalmente a flor de piel.
Nos preocupan nuestras finanzas, nuestras relaciones y un futuro incierto.
Nos sentimos apartados, temerosos y solos. Estos sentimientos, y otros tantos,
conducen a cambios físicos tangibles en nuestro cuerpo.
Al contrario de lo que pensábamos antes, nuestros genes no son
inmutables. El estudio de la epigenética demuestra que experimentan un
estado de flujo, son flexibles y muy influenciables por nuestro entorno. Y
ahora vienen las buenas noticias: sólo por el hecho de tener una
predisposición genética para x, y o z, esto no significa que estos genes vayan a
expresarse realmente. Es el estilo de vida externo, como la nutrición, el
entorno, el ejercicio, los pensamientos positivos o negativos y las emociones,
el factor desencadenante que afecta literalmente al ADN. Por lo tanto, ¿qué se
transmite hereditariamente: una enfermedad del corazón y una diabetes o los
donuts y las salchichas? ¿Qué hay de la gratitud y el aprecio o de la
infravaloración y el abuso? Cambia tus pensamientos y tu comportamiento.
Cambia tu comportamiento y tu bioquímica.
Tal como explica Lissa, nuestra mente puede hacernos enfermar y puede
hacer que nos pongamos bien. Nuestros sentimientos y creencias influyen en
cada una de nuestras células. Importa la forma en que nos hablamos a
nosotros mismos. El hecho de sentir y expresar, o no, amor afecta a nuestro
bienestar. Esa misma idea me da poder. Me llena de esperanza y curiosidad;
explica, apoyada en las más recientes investigaciones científicas, que tenemos
acceso a una mina de información regeneradora, una especie de farmacia que
se complementa con un médico interno que siempre sabe exactamente qué
recetar.
Con este conocimiento, uno puede optar por la salud. Imagínate lo bien
que te sentirías adorando y apreciando de verdad la piel en la que estás.
Libérate de lo que cargas en la espalda y abraza la belleza sin par que te
convierte en una parte vital de la raza humana. Párate un momento.
Imagínatelo. Obsérvate feliz, completo y en paz. Siente tu valía. Siente tu
fuerza. Siente tu potencial curativo.
Nuestros pensamientos son más medicinales que muchos de los avances
sorprendentes de nuestros tiempos. Y, en este libro, Lissa crea un nuevo
modelo de bienestar centrado en sacar el máximo partido de este poder. Si
sigues sus consejos, no sólo cambiarás tu vida, sino que es posible que la
salves. Si has olvidado lo extraordinario que eres, La mente como medicina
será tu guía. Sé que sólo he empezado a rascar en la superficie de la inmensa
sabiduría guardada en mi milagroso cuerpo.
Suerte en tu viaje hacia la salud, bienestar espiritual y felicidad sostenible.

Kris Carr
Autora superventas según las listas del New York Times,
luchadora contra el cáncer y activista en pro del bienestar.
Introducción

«No hay enfermedades del cuerpo desligadas de la mente.»


SÓCRATES

¿Qué sucedería si te dijera que cuidar de tu cuerpo es la parte menos


importante para tu salud, que para sentirte realmente vivo existen factores
más importantes? ¿Qué tal si la clave de la salud no fuera únicamente seguir
una alimentación nutritiva, practicar ejercicio diariamente, mantenerse en un
peso saludable, respetar las ocho horas de sueño, tomar vitaminas, mantener
el equilibrio hormonal o realizarse chequeos médicos periódicos?
Ciertamente, éstos son factores importantes, incluso vitales para optimizar
tu estado de salud. Pero ¿y si hay algo aún más importante?
¿Qué pasaría si tuvieras el poder de curar tu cuerpo sólo cambiando lo que
piensas y sientes?
Sé que todo esto suena radical, en especial viniendo de un médico.
Créeme, yo también era escéptica en el momento en que descubrí que las
investigaciones científicas sugerían que podía ser cierto. Seguramente, la
salud del cuerpo humano no es tan simple como pensar que estamos bien o
estar preocupados por estar enfermos.
¿O sí lo es?
Hace unos cuantos años, después de doce años de formación médica
convencional y ocho años de práctica clínica, fui adoctrinada a fondo en los
principios dogmáticos de la medicina basada en la evidencia, o medicina
factual, a la que rendí culto como a la Biblia. Me negué a creer nada que no
pudiera probar con un ensayo clínico controlado y aleatorio. Además, al
haber sido educada por mi padre, un médico de lo más convencional que se
burlaba de todo lo relacionado con la Nueva Era, yo era tan inflexible, cerrada
de mente y cínica como la que más.
La medicina que me enseñaron a practicar no apoyaba la idea de que
puedes pensar que estás bien o tú mismo hacerte enfermar con el poder de tus
pensamientos y emociones. Por supuesto, mis profesores de la facultad de
medicina diagnosticaron algunas enfermedades que carecían de explicaciones
bioquímicas con diagnósticos como «todo está en la mente del paciente»,
pero esos pacientes fueron derivados inmediata y discretamente al psiquiatra,
no sin que se produjera cierto estupor general.
No es de extrañar que la idea de que la mente pudiera tener el poder de
curar el cuerpo fuera percibida como algo amenazador para muchos médicos
convencionales. Después de todo, dedicamos una década a aprender los
instrumentos que supuestamente nos proporcionarán una maestría sobre el
cuerpo de los demás. Queremos creer que no hemos malgastado el tiempo, el
dinero y la energía que hemos empleado para convertirnos en médicos.
Estamos profesional y emocionalmente anclados en la idea de que cuando
algo del organismo humano se estropea se ha de ir en busca de nuestra
experiencia. Como médicos, nos gusta creer que conocemos nuestro cuerpo
mejor que tú. Toda la medicina como institución se fundamenta en este
concepto.
La mayoría de personas se sienten a gusto viviendo en este paradigma. La
alternativa —que tienes más poder para curar tu propio cuerpo de lo que
habías imaginado— lanza de nuevo a tu tejado la pelota de que eres el
responsable de tu propia salud, y mucha gente siente que esto es demasiada
responsabilidad. Es mucho más fácil ceder las riendas de tu poder y tener la
esperanza de que otro más inteligente, sabio y con más experiencia que tú
puede «arreglarte».
Pero ¿y si estamos totalmente equivocados? ¿Qué pasaría si al negar el
hecho de que el cuerpo está predeterminado biológicamente para curarse por
sí mismo y la mente hace funcionar este sistema de autocuración
estuviéramos, en realidad, saboteándonos?
En nuestra profesión hay cosas que pasan de forma inevitable que la
ciencia sencillamente no puede explicar. Incluso los médicos más cerrados
son testigos de casos de pacientes que mejoran contra toda justificación
científica. Cuando presenciamos estas cosas no podemos evitar cuestionarnos
todo lo que valoramos en la medicina moderna. Empezamos a preguntarnos
si no habrá algo más místico en juego.
Los médicos no suelen comentar esta posibilidad delante de los pacientes,
pero cuchichean sobre ello en las salas de médicos de los hospitales y en las
salas de conferencias de las renombradas universidades de la Costa Este. Si
eres curioso y prestas atención, tal como hago yo, oirás historias que te
impactarán.
Oyes gente susurrando acerca de la mujer cuyo tumor maligno creyeron
que había desaparecido gracias a la radioterapia, pero que después
descubrieron que el aparato de radioterapia estaba estropeado. En realidad,
no había recibido ni una pizca de radiación, pero ella creía que sí. También
sus médicos.
También puedes oír hablar del caso de la mujer que tras sufrir un infarto
de miocardio se sometió a una intervención de baipás y terminó en un estado
de choque que la condujo a una insuficiencia renal total, mortal, si se dejaba
sin tratar. Cuando los médicos le propusieron someterse a diálisis, ella se negó
por no estar dispuesta a soportar más procedimientos invasivos. Durante
nueve días sus riñones no fabricaron orina, pero al décimo día empezó a
orinar. Dos semanas más tarde, aún sin tratamiento, volvió al trabajo y su
actividad renal era mejor que antes de la operación quirúrgica.
También tenemos el caso del hombre que tuvo un infarto de miocardio,
pero rechazó ser intervenido quirúrgicamente, y sus arterias coronarias,
bloqueadas de forma «incurable», se desatascaron después de cambiar su tipo
de alimentación, empezar a hacer ejercicio, practicar yoga y meditación diaria
y acudir a sesiones de terapia de grupo.
Otra paciente, que fue ingresada en la unidad de cuidados intensivos de
un hospital y cuyos órganos habían fallado a causa de un linfoma en estadio
cuatro tuvo una experiencia cercana a la muerte, a resultas de lo cual accedió
a un estado de amor puro e incondicional, y al instante supo que si decidía no
cruzar al otro lado su cáncer desaparecería casi de inmediato. Menos de un
mes más tarde se realizó una biopsia de los ganglios linfáticos y no quedaba
rastro alguno del cáncer.
O tomemos el caso de una mujer que se rompió el cuello. Después de ser
llevada a un hospital y sometida a una radiografía que confirmó la fractura
por dos sitios, optó por no dejar que la operaran y fue a ver a un curandero, a
pesar de las enfáticas objeciones de sus médicos. Sin ningún tratamiento
médico, un mes más tarde se encontraba practicando jogging.
Una historia que circula por ahí afirma que un fármaco empleado en
quimioterapia llamado EPOH estaba dando en general resultados ligeramente
positivos, pero un oncólogo estaba obteniendo con él resultados
tremendamente satisfactorios. ¿Por qué? El rumor dice que cambió de orden
las letras del nombre del medicamento cuando hablaba de él con los
pacientes. En lugar de inyectarles EPOH, les inyectaba HOPE («esperanza»,
en inglés).
Como escribo un popular blog leído por un gran y comprometido grupo
de lectores de todo el mundo, oigo cosas como éstas todo el tiempo.
Conforme empecé a compartir estas historias, supuestamente ciertas, con mis
lectores, más historias difíciles de creer inundaron mi buzón de correo
electrónico. Una mujer con esclerosis lateral amiotrófica fue a ver al
curandero Juan de Dios, tras lo cual fue declarada curada por su neurólogo.
Un hombre paralítico hizo un peregrinaje a las aguas curativas de Lourdes y
volvió andando. Una mujer con un cáncer de ovarios en estadio cuatro
«supo» que no iba a morir, y después de reunir el apoyo de la gente que la
amaba, sigue viva diez años después. A un hombre que le diagnosticaron un
bloqueo en las arterias coronarias tras sufrir un infarto de miocardio, le
dijeron que iba a morir en el plazo de un año si no se sometía a una
intervención quirúrgica a corazón abierto. Después de negarse a ello, vivió
veinte años más y murió a los noventa y dos años por una causa diferente de
la enfermedad del corazón.
Al oír estas historias no pude ignorar más una insistente voz interior. Sin
duda, estas personas no podían ser todas unas mentirosas. Pero si no estaban
mintiendo, la única explicación era que había algo que residía más allá de lo
que yo había aprendido de la medicina convencional.
Esto me hizo pensar. Sabemos que a veces suceden curaciones
espontáneas, inexplicables. Todos los médicos han sido testigos de ello.
Simplemente nos encogemos de hombros y continuamos con nuestros
asuntos, habitualmente acompañados de un sentido de insatisfacción
aburrido e inquietante porque no podemos explicar esta remisión con la
lógica.
Pero siempre he reflexionado acerca de si es posible que tengamos algún
control sobre este proceso. Si a una persona le sucede lo «imposible», ¿hay
algo que podamos aprender de lo que dicha persona hizo? ¿Hay similitudes
entre los pacientes que tienen suerte? ¿Hay formas de optimizar las
posibilidades de una remisión espontánea, en especial cuando no existe un
tratamiento eficaz en la caja de herramientas médica convencional? ¿Y qué
sucedería si hay algo que los médicos pueden hacer para facilitar este proceso?
No podía evitar preguntarme si, tal vez, por no considerar por lo menos la
posibilidad de que los pacientes tuvieran cierto control sobre su propia
curación, estaba siendo una médica irresponsable e incumpliendo el
juramento hipocrático. Ciertamente, si fuera una buena médica, estaría
dispuesta a abrir la mente para ayudar a los pacientes a los que atendía.
Pero las inspiradoras historias que se rumoreaban en las salas de médicos
o que circulaban por Internet simplemente no fueron suficiente para
convencerme. Científica de formación y escéptica de naturaleza, necesitaba
pruebas frías y fehacientes, y cuando empecé a preguntar por ello, me quedé
corta.
Hice todo lo posible para investigar los rumores que había escuchado.
Empecé a pedir a las personas que me contaban sus historias que me dieran
pruebas de las mismas. ¿Podían enseñarme el portaobjetos bajo el
microscopio? ¿Podía hablar con el técnico responsable de la máquina de
radioterapia? ¿Podía ver las historias clínicas?
Me sentía sobre todo desilusionada. Cuando solicité las historias clínicas o
los análisis, la mayoría de la gente se excusaba. «Fue hace tanto tiempo», «Por
supuesto que existe un estudio, pero no tengo la referencia», «Mi médico se
jubiló, por lo que no puedo ponerte en contacto con él», «Tiraron mi historia
clínica».
Incluso los casos de autocuración que recordaba vagamente haber
presenciado al principio de mi propia práctica clínica estaban fuera de mi
alcance. No había guardado las notas. No podía recordar nombres. No sabía
cómo ponerme en contacto con esa gente. Seguía topándome con callejones
sin salida.
Sin embargo, cuantas más preguntas hacía a través de Internet, más
historias seguían llegándome. Cuando empecé a cotillear con mis amigos
médicos, cada uno al que preguntaba me contaba historias de curaciones
espontáneas inexplicables para quedarse con la boca abierta, pacientes que
terminaron curados de enfermedades «incurables», dejando a los que los
habían diagnosticado como enfermos «terminales» con cara de tontos. Pero
no tenían pruebas.
En este punto, estaba intrigada, rozando la obsesión. Mi curiosidad me
llevó a profundizar más. Tras cientos de correos electrónicos y docenas de
entrevistas, llegué a creer que algo real estaba pasando a estos pacientes, cuyas
historias se contaban en libros de metafísica y en Internet. Aunque es
tentador desestimar las frecuentes historias que, a menudo, sonaban ridículas
sobre pacientes que afirmaban haberse curado a sí mismos, si eres un médico
al que le importa ayudar a los demás a curarse, no puedes ignorar lo que estás
oyendo. Cuanto más oyes, más empiezas a preguntarte de qué será capaz el
cuerpo.
La mayoría de médicos, si los separas de sus a menudo críticos colegas,
admitirán lo siguiente: en el fondo, creen que cuando se trata del proceso de
curación, está en juego una mezcla entre lo místico y lo fisiológico, y que el
punto en común que conecta los dos es la gran y poderosa mente. Pero pocos
lo dicen demasiado alto por miedo a ser etiquetados de charlatanes.
El vínculo entre el cuerpo y la mente ha sido defendido por pioneros de la
medicina durante décadas. Sin embargo, a pesar de esto, no ha logrado abrirse
paso en la comunidad médica internacional. Como médico joven, recibí mi
licenciatura en Medicina mucho después de que médicos de renombre, como
Bernie Siegel, Christiane Northrup, Larry Dossey, Rachel Naomi Remen y
Deepak Chopra, llegaran a tener una mayor conciencia sobre el vínculo entre
cuerpo y mente, y podrías pensar que sus enseñanzas tendrían que haber
estado incluidas en mi formación como médico. Pero no estuve
prácticamente nada familiarizada con su trabajo hasta mucho después de
haber terminado la carrera. No fue hasta que empecé a llevar a cabo mi propia
investigación que leí sus libros.
Cuando por fin lo hice, me enojé. ¿Cómo es que no conocía quiénes eran
esos médicos de mente y corazón abiertos? ¿Y por qué sus libros no eran de
obligatoria lectura para los estudiantes de medicina y los residentes durante el
primer año?
Cuanto más aprendía, más irritada me sentía, y esta pasión se convirtió en
una misión que alimentó el valor de la investigación y los escritos de varios
años. Empecé a leer cada libro de medicina cuerpo y mente que podía
encontrar. También comencé a escribir un blog, a tuitear y publicar en
Facebook todo lo que había aprendido, lo cual no hizo más que aumentar la
frecuencia con la que escuchaba historias de personas que habían
experimentado lo que sólo puede describirse como milagros de la medicina.
Estaba fascinada. Las pruebas eran cada vez más concluyentes. Pero nada de
lo que escuché se podía clasificar como «ciencia». Anhelaba llegar a la prueba
científica que no fuera un absurdo total.
Por lo tanto, seguí investigando, deseando mantener abierta la mente a
medida que aprendía más sobre cómo la mente podía afectar al cuerpo. Parte
de mí permanecía abierta al concepto global de cuerpo y mente. Tenía un
sentido intuitivo para mí. Pero la otra parte de mí seguía siendo
insensatamente resistente. Creer lo que estaba aprendiendo requeriría soltar
mucho de lo que me habían enseñado, tanto mi padre médico tan tradicional,
como mis profesores de la facultad.
Uno de los primeros libros que estudié, un libro de la historia de la
medicina cuerpo y mente de la profesora de Harvard Anne Harrington, The
Cure Within, me dejó físicamente mareada y perturbada de forma visceral. La
autora se refería al fenómeno cuerpo y mente como «el mal comportamiento
del cuerpo», que significaba que, en ocasiones, el cuerpo no responde como
«debería», y la única forma de explicar estos misterios es a través del poder de
la mente.1
Como ejemplo del mal comportamiento del cuerpo, Harrington explica
historias de niños que vivían en entornos institucionales donde estaban
cubiertas todas sus necesidades materiales, pero que terminaron con retrasos
del crecimiento y del desarrollo a nivel mental, ya que no tenían suficiente
amor. También cita doscientos casos de ceguera en un grupo de mujeres
camboyanas que fueron forzadas por los Jemeres Rojos a presenciar la tortura
y matanza de sus seres queridos. Aunque los exámenes médicos no pudieron
encontrar trastorno alguno en la vista de estas mujeres, ellas declararon haber
«llorado hasta no poder ver nada».2
Es evidente que algo estaba pasando. El malestar que experimenté me
llevó a profundizar, y al hacerlo, me quedé fascinada al comprender cómo
pasan estas cosas. ¿Qué prueba teníamos de que el poder de la mente podía
transformar el cuerpo? ¿Qué fuerzas psicológicas podían explicar estos
acontecimientos? ¿Y qué podíamos hacer para aprovechar estos poderes de
curación?
Si pudiera responder a estas preguntas, podría empezar a encontrar el
sentido no sólo a las historias alucinantes que la gente me contaba, sino al
propósito de mi propia vida y mi papel como persona que se dedica a curar a
los demás.
En el momento en que estaba investigando el vínculo entre el cuerpo y la
mente, no tenía claro mi sitio en el mundo de la medicina. Después de
ejercerla durante veinte años, estaba desilusionada con nuestro quebrantado
sistema sanitario que me pedía que atendiera a cuarenta pacientes al día, a
menudo programados en apresurados intervalos de siete minutos y medio, lo
que, en realidad, nos dejaba muy poco tiempo para hablar y mucho menos
para conectar. Casi renuncio, cuando una paciente de toda la vida me contó
que llevaba tiempo queriendo explicarme un tema de salud delicado que me
había estado ocultando. Había ensayado durante días lo que me diría,
ayudada por su marido. Pero cuando llegó el momento de decírmelo, al
parecer yo no apartaba la mano del pomo de la puerta de la sala de
exploraciones. Me comentó que me veía desarreglada, que llevaba el pelo
despeinado y una vestimenta de quirófano sucia. Sospechó que había estado
toda la noche atendiendo partos (y probablemente había sido así). Aunque
sabía que probablemente yo estaba cansada siguió rezando para que le tocara
la mano, me sentara en el taburete a su lado y le ofreciera la suficiente ternura
y conexión para que se sintiese segura para hablar de su problema.
Pero que yo era como un robot demasiado ocupado como para sacar la
mano del pomo de la puerta.
Cuando leí esta carta, se me hizo un nudo en la garganta, tuve un ataque
de hipo y en mi corazón sabía que la práctica de este tipo de medicina no fue
lo que me atrajo de esta profesión. Sentí la llamada de la medicina como
quien siente la llamada al sacerdocio, no para prescribir recetas rutinarias a
montones ni para realizar en un abrir y cerrar de ojos exploraciones físicas
como una máquina, sino para curar a las personas. Lo que me atrajo de la
práctica de la medicina fue el deseo de llegar a los corazones, sostener las
manos, ofrecer consuelo a los que sufren, posibilitar la recuperación cuando
fuera posible y aliviar la soledad y la desesperación cuando la curación no
fuera posible.
Si perdía esto, lo perdía todo. Cada día que pasaba ejerciendo como
médico iba minando mi integridad. Conocía el tipo de medicina que mi alma
quería practicar, pero me sentía impotente para recuperar la conexión
médico-paciente que anhelaba, así como acosada por las compañías de
seguros médicos cerrados,3 la industria farmacéutica, abogados negligentes,
políticos y otros factores que amenazaban con aumentar la brecha existente
entre mis pacientes y yo.
Me sentía como una impostora, una traidora, una imitación barata de
plástico del médico que había soñado ser cuando era una idealista estudiante
de medicina. Pero ¿qué alternativas tenía? Yo era el único sostén de la familia,
responsable del pago del préstamo que contraje para estudiar medicina y de la
deuda contraída por mi marido para cursar estudios de posgrado, de la
hipoteca y el fondo para la universidad de mi hija recién nacida. Dejar mi
trabajo era impensable.
Después murió mi perro, mi joven y saludable hermano desarrolló una
insuficiencia hepática avanzada a raíz de un raro efecto secundario de un
antibiótico ordinario y mi querido padre falleció a causa de un tumor
cerebral. Todo en dos semanas.
Fue la gota que colmó el vaso.
Sin ningún plan de reserva ni red de seguridad alguna, dejé la medicina,
con la intención de hacer borrón y cuenta nueva. Vendí la casa, liquidé mi
fondo de pensiones, me mudé con la familia al campo para vivir una vida
sencilla y, catalogando todo lo referente a ser médico como un craso error,
planeé convertirme en artista y escritora a tiempo completo.
En este punto, había perdido todo contacto con lo que vine a hacer en la
Tierra. Pasé unos cuantos años escribiendo en mi blog, escribiendo libros y
dedicada al arte, pero sin que se despertara en mí un sentimiento tan
acuciante como la llamada que me llevó a la facultad de medicina. Algo en mi
alma todavía anhelaba ser de utilidad. Pintando y escribiendo me sentía
demasiado solitaria, incluso egoísta, como si estuviera complaciendo mis
inquietudes creativas a costa de mi vocación.
Durante meses apenas dormía, y cuando lo conseguía, soñaba con ayudar
a pacientes enfermos, con sentarme al lado de sus camas, con escucharles
contar sus historias sin mirar el reloj y sin ninguna mano en el pomo de la
puerta. Me despertaba bañada en lágrimas como si estuviera de luto por mi
alma.
En 2009 empecé a escribir en el blog lo que echaba de menos de la
medicina, lo que me gustaba de la medicina y lo que al principio me atrajo
hacia la práctica de la misma. Escribí acerca de cómo considero la medicina
una experiencia espiritual, cómo se practica la medicina de la forma en que se
practican el yoga o la meditación: como si nunca lo dominaras por completo.
Escribí acerca de lo sagrada que es la relación médico-paciente cuando se
trata con el respeto que merece y de cómo ansiaba recuperarla. Escribí acerca
de cómo la medicina me había herido y cómo, a su vez, yo había herido a los
demás.
Empecé a recibir correos electrónicos de todo tipo de pacientes y
profesionales de la salud contándome sus historias, publicando comentarios
en mi blog y algo en mí se iluminó; fue algo que sentí como la oportunidad de
ser útil. El grupo de personas que atraje comenzaron a sanarme a mí.
Fue por esta época cuando empezó el goteo de esas historias dignas de
mención que llegaban desde todas partes del mundo de pacientes que se
curaron a sí mismos de enfermedades incurables y terminales. A pesar de mi
inicial resistencia por volver a dejarme absorber por el mundo de la medicina,
me sentí atraída hacia las conversaciones mantenidas en mi blog.
No estaba buscando el camino para volver a la medicina. Durante los
primeros años en que las señales del universo comenzaron a indicarme el
camino de mi vocación como sanadora, yo negaba con la cabeza y miraba en
otra dirección.
Pero las vocaciones son así de divertidas. No tienes la oportunidad de
elegir tu vocación. La vocación te elige a ti. Y aunque puedes dejar tu trabajo,
no puedes dejar tu vocación.
Un descubrimiento fortuito tras otro me llevó a un camino imprevisto,
desconocido, como si los pájaros fueran dejando caer las migas, abriendo
camino hacia mi Santo Grial. Los libros se cayeron de las estanterías. En mi
camino aparecieron médicos portadores de mensajes para mí. La gente de mi
comunidad en Internet me envió artículos. En mi mente aparecieron como si
fueran películas, visiones espontáneas mientras caminaba. Afloraron sueños.
Llamaron los profesores.
Empecé a despertarme de la anestesia profunda que me habían inducido
mi formación médica y los años de práctica, y en mi confusión, empecé a ver
la luz. Una pregunta llevó a la otra, y antes de que me diera cuenta de lo que
estaba pasando, me encontré metida hasta el cuello en artículos de revistas,
tratando de averiguar la verdad acerca de lo que pasaba en el cuerpo cuando
la mente estaba sana y por qué enfermábamos cuando no lo estaba. Me di
cuenta de que no era necesario pedir analíticas, recetar medicamentos ni
llevar a cabo intervenciones para ser útil como médico. Podía ayudar incluso
más a la gente descubriendo la verdad de cómo contribuir a que las personas
se curasen a sí mismas.
Lo que siguió a esto fue una inmersión profunda en los evangelios de la
medicina moderna. Consulté las opiniones de los expertos publicadas en las
revistas de medicina. Y busqué las pruebas científicas de que puedes curarte a
ti mismo en publicaciones como The New England Journal of Medicine y The
Journal of the American Medical Association. Lo que encontré cambió mi vida
para siempre y mi esperanza es que también vaya a cambiar tu vida y la de tus
seres queridos.
Este libro es una crónica de mi viaje de descubrimiento y comparte
contigo los datos científicos que hallé y que cambiaron por completo mi
perspectiva sobre cómo se debe dar y recibir la medicina. Cuando terminé de
leer esos datos, supe que nunca más llevaría puesta una venda en los ojos.
¿Existen datos científicos que respalden las, en apariencia, historias
milagrosas de autocuración que circulan por ahí? Puedes estar seguro de ello.
Hay pruebas de que puedes alterar la fisiología de tu cuerpo de forma radical
tan sólo con cambiar tus pensamientos, de la misma forma que también está
demostrado que puedes enfermar si éstos son poco saludables. Y no es sólo
algo mental. Es fisiológico. ¿Cómo sucede? No te preocupes. Te explicaré
exactamente cómo los pensamientos y sentimientos negativos se traducen en
enfermedad y cómo los positivos ayudan al cuerpo a autorrepararse.
Pero hay más. Se dispone de pruebas de que los médicos podrían facilitar
tu recuperación, no tanto con el tratamiento que prescriben, sino por la
autoridad que uno les atribuye. También se ha observado que un factor
sorprendente puede beneficiar tu salud más que dejar de fumar, que algo que
puedes considerar no relacionado con la salud del cuerpo puede añadir más
de siete años a tu vida, que una cosa divertida puede reducir de forma radical
el número de visitas al médico, que un cambio positivo en tu actitud mental
puede hacerte vivir diez años más, que un hábito de trabajo puede aumentar
tu riesgo de morir y que una actividad placentera que nunca hubieras
vinculado a una vida saludable puede reducir drásticamente el riesgo de
padecer una enfermedad del corazón, un ictus o un cáncer de mama.
Éstos son sólo unos cuantos de los hechos verificables científicamente que
comparto en este libro y que han cambiado de forma radical lo que pienso
sobre la medicina.
La presente obra está dividida en tres partes. En la primera argumentaré el
poder de la mente para cambiar la fisiología del cuerpo a través de una
potente combinación de creencias positivas y atención dedicada y volcada en
el paciente de los profesionales sanitarios adecuados. En la segunda parte, te
mostraré cómo la mente es capaz de modificar la fisiología del cuerpo a partir
de las decisiones que tomas en la vida, incluidas las referentes a las relaciones
que eliges para cuidarte, a tu vida sexual, al trabajo que realizas, a tus
decisiones financieras, a lo creativo que eres, al hecho de ser optimista o
pesimista, a lo feliz que eres y a qué dedicas tu tiempo libre. También te
enseñaré una valiosa herramienta que podrás utilizar en cualquier sitio y que
podría salvarte la vida.
Todo esto te preparará para la tercera parte, en la que te introduciré en un
nuevo modelo de bienestar radical que he creado y te guiaré a través de las
seis etapas de la autocuración. Al terminar el libro, habrás hecho tu propio
diagnóstico, escrito tu propia receta y creado un plan de acción claro,
diseñado para ayudarte a dejar tu cuerpo listo para que sucedan los milagros.
Ten en cuenta que los consejos que doy no son sólo para los enfermos,
sino también para gente sana interesada en prevenir la enfermedad. No
quiero que esperes hasta que tu cuerpo empiece a dar gritos con
enfermedades potencialmente mortales. En su lugar, quiero enseñarte cómo
escuchar los susurros de tu cuerpo: se trata de toques de atención en tu
camino hacia la salud óptima, que te apartan de lo que te predispone a la
enfermedad y hacia lo que está científicamente probado que da lugar a una
mejor salud y una mayor longevidad.
Es posible que lo que estoy a punto de revelarte te sorprenda, incluso que
te asuste. Pero haz un favor a tu cuerpo y, al leer este libro, trata de no
prejuzgar, abre tu mente y disponte a cambiar lo que piensas sobre tu cuerpo
y la salud. Es posible que lo que voy a revelarte desafíe creencias arraigadas, te
saque de tu zona de confort y te lleve a preguntarte si estoy inventándome
cosas. Pero te juro que no. A lo largo de todo el libro hago todo lo posible por
cotejar lo que pudieran parecer afirmaciones alejadas con referencias
científicas.
Como sé que lo que estoy a punto de enseñarte te asombrará, he escrito
este libro para la gente que es escéptica, como lo era yo. He concebido el libro
para que te pasees por mi razonamiento, como si un jurado de expertos
médicos fuera a juzgarme. Pero no es tanto a los médicos a los que pretendo
convencer. Por supuesto, espero que escuchen, porque, si lo hacen, la cara de
la medicina moderna que conocemos cambiará para siempre.
Pero realmente, estoy escribiendo este libro para ti: para cada persona que
ha estado alguna vez enferma, para quien ha amado a alguien con una
enfermedad y para quien quiere prevenir la enfermedad. Tú eres a quien
ansío ayudar, porque en mi corazón tengo el anhelo de terminar con el
sufrimiento y ayudarte a optimizar la oportunidad de que vivas una vida
larga, llena de vitalidad y salud. Esta misión es lo que determinó mi vocación
por la medicina en primer lugar.
Mientras lees, sólo te pido que te quedes conmigo. Dame la oportunidad
de abrir tu mente de la forma en que la mía se ha abierto. Déjame ayudarte a
sanar tus pensamientos de forma que tu cuerpo pueda beneficiarse a
continuación. Y concédete permiso para liberarte de nociones anticuadas
sobre la salud y la medicina. El futuro de la medicina está ante nosotros. Ven,
dame la mano. Vamos a explorar juntos.

1Anne Harrington, The Cure Within: A History of Mind-Body Medicine (Nueva York: W. W. Norton &
Company; 2008), 250–51.

2Patrick Cooke, «They Cried until They Could Not See», New York Times Magazine, 23 de junio de
1991.

3Se trata de un tipo de seguro médico que ha proliferado en Estados Unidos. El pago de cuotas
periódicas fijas permite el acceso gratuito o semigratuito a un sistema restringido de atención sanitaria,
al que el asegurado únicamente puede acceder previa consulta a un médico de cabecera. (N. de la T.)
PARTE UNO

CRÉETE QUE ESTÁS BIEN


1

La sorprendente verdad
sobre tus creencias de salud

«Lo que somos hoy procede de nuestros pensamientos de ayer


y nuestros pensamientos actuales están construyendo nuestra vida
de mañana: nuestra vida es una creación de nuestra mente.»
DHAMMAPADA

Un estudio de caso de 1957, llevado a cabo por el doctor Bruno Klopfer


(quien introdujo la famosa prueba de las manchas de tinta de Rorschach),
relata la historia del doctor Philip West y su paciente, el señor Wright. El
doctor West estaba tratando al señor Wright de un cáncer en fase avanzada
denominado linfosarcoma. Todos los tratamientos habían fallado y el tiempo
corría en su contra. El cuello, el tórax, el abdomen, las axilas y las ingles
estaban llenos de tumores del tamaño de una naranja. Presentaba el bazo y el
hígado agrandados y, además, cada día el cáncer le provocaba que las dos
cuartas partes del tórax se llenaran de un líquido lechoso que tenía que ser
drenado para permitirle respirar. El doctor West no esperaba que sobreviviera
más de una semana.
Pero el señor Wright quería desesperadamente seguir viviendo y puso su
esperanza en un nuevo y prometedor fármaco llamado Krebiozen. Le suplicó
a su médico que le administrara el nuevo medicamento, pero éste sólo se
probaba en ensayos clínicos en personas con una esperanza de vida de por lo
menos tres meses más. El señor Wright estaba demasiado grave para ser
considerado apto para el ensayo.
Pero no se dio por vencido. Sabiendo de la existencia del medicamento y
creyendo que éste sería el responsable de su milagrosa curación, le dio la lata a
su médico hasta que éste cedió a regañadientes y le inyectó Krebiozen. El
doctor West le aplicó la inyección un viernes, pero en el fondo no creía que su
paciente pasara del fin de semana.
Para su absoluta estupefacción, el lunes siguiente, el doctor West encontró
a su paciente fuera de la cama, paseando. Según el médico, «las masas
tumorales del señor Wright se habían derretido como bolas de nieve en una
estufa» y su tamaño era, ahora, la mitad que al principio. A los diez días de la
primera dosis de Krebiozen, el hombre abandonó el hospital, aparentemente
sin tumor maligno alguno.
El señor Wright estaba entusiasmado y durante dos meses se refería con
elogios al Krebiozen como un medicamento milagroso, hasta que las
publicaciones científicas empezaron a informar de que el Krebiozen parecía
no ser eficaz. El señor Wright, que creía todo lo que leía en este tipo de
medios de divulgación científica, cayó en una depresión profunda y el cáncer
apareció de nuevo.
Esta vez, el doctor West, que sinceramente deseaba salvar a su paciente,
decidió ser más astuto. Le explicó al señor Wright que alguno de los primeros
lotes del fármaco se había deteriorado durante el envío, provocando una
pérdida de su eficacia, pero que había conseguido un suministro de un nuevo
lote de Krebiozen, muy concentrado y ultrapuro, que podía volver a
administrarle. (Por supuesto, se trataba de una descarada mentira.)
A continuación, el médico inyectó agua destilada al señor Wright.
Y de nuevo sucedió el supuesto milagro. Los tumores volvieron a
derretirse, desapareció el líquido que inundaba su tórax y el señor Wright se
sintió perfectamente durante otros dos meses.
Después, la Asociación Médica Estadounidense lo echó todo a perder al
anunciar que un ensayo de alcance nacional con Krebiozen había demostrado
que el fármaco era totalmente ineficaz. Esta vez el señor Wright perdió toda la
fe en su tratamiento. El cáncer volvió enseguida y murió dos días después.1
Cuando leí esto, pensé: Sí, claro. Seguro que este estudio de caso no podía
ser cierto. ¿Cómo era posible que tumores malignos sencillamente se
«fundieran como bolas de nieve» en respuesta a una inyección de agua? Si el
estudio de caso era verdad y algo tan simple podía eliminar un cáncer, ¿por
qué los oncólogos no iban por las salas de los hospitales inyectando agua a los
pacientes con cáncer en fase cuatro? Si no tenían nada que perder, ¿qué había
de malo en ello?
Todo el asunto parecía inverosímil, por lo que me mantuve atenta. Seguro
que, si había algo de verdad en esta historia, habría más casos semejantes
publicados en la bibliografía.
Otra paciente cuyo caso describía The Journal of Clinical Investigation
padecía náuseas y vómitos intensos. Las contracciones de su estómago
indicaron un cuadro caótico que coincidía con su diagnóstico. Se le ofreció un
medicamento nuevo, mágico y muy potente que sus médicos le prometieron
que, sin duda, iba a curarla.
En pocos minutos, sus náuseas desaparecieron y el funcionamiento de su
estómago se normalizó. Pero los médicos le habían mentido. En lugar de
haberla tratado con el potente medicamento, le habían administrado
ipecacuana, una sustancia conocida, no por evitar las náuseas, sino por
inducirlas.
Cuando esta paciente creyó que sus síntomas se resolverían, las náuseas y
las contracciones anómalas del estómago desaparecieron, incluso cuando la
ipecacuana debería haberlas empeorado.2
Me senté allí, rascándome la cabeza. Curioso, pero esto no demostraba
nada.

El poder sanador de la falsa cirugía


Poco después encontré un artículo por casualidad en el New England Journal
of Medicine que presentaba al doctor Bruce Moseley, un traumatólogo famoso
por sus intervenciones en personas con dolor debilitante en la rodilla. Para
demostrar la eficacia de sus operaciones de rodilla, diseñó un brillante estudio
controlado.
Los pacientes de uno de los grupos del estudio se sometieron a la reputada
intervención del doctor Moseley. Al otro grupo de pacientes se les practicó
una cirugía simulada, realizada minuciosamente con gran destreza y durante
la cual el paciente permaneció sedado, se le practicaron tres incisiones en el
mismo sitio que en la intervención real y se mostró al paciente un vídeo
prerregistrado en el que podía verse la intervención llevada a cabo a otro
paciente. El doctor Moseley incluso salpicó con agua su entorno para
reproducir el ruido del procedimiento de lavado. A continuación, cosió la
rodilla.
Tal como se preveía, un tercio de los pacientes sometidos a la intervención
real experimentaron la desaparición de su dolor de rodilla. Pero lo que chocó
realmente a los investigadores fue que se observaron los mismos resultados en
aquellos a los que se les sometió a la cirugía simulada. De hecho, en un
determinado momento del estudio, los pacientes a los que se les practicó la
operación simulada tenían realmente menos dolor que los sometidos a la
intervención real, probablemente porque se evitaron el traumatismo que
supone toda intervención quirúrgica.3
¿Qué pensaron los pacientes del doctor Moseley sobre los resultados del
ensayo? Tal como afirmó un veterano de la Segunda Guerra Mundial que se
benefició de la cirugía placebo de rodilla, «La operación se realizó hace dos
años y desde entonces la rodilla no me ha vuelto a molestar. Ahora está como
mi otra rodilla».4
Este ensayo fue como una patada en el estómago.
Lo del señor Wright y lo de la señora a la que le dieron la ipecacuana eran
sólo estudios de casos, y este tipo de estudios, bien conocidos por sus sesgos,
no se consideran un criterio de referencia cuando se trata de interpretar la
bibliografía médica. El criterio de referencia para investigar datos científicos
en el que fui adoctrinada es el ensayo clínico aleatorizado, con doble ciego y
controlado con placebo y sometido al escrutinio de expertos.
El ensayo del doctor Moseley, un ensayo clínico aleatorizado, con doble
ciego y controlado por placebo —publicado en una de las revistas médicas
que gozan del mayor respeto en el mundo entero— demostró que un
porcentaje significativo de pacientes experimentaron la resolución del dolor
de rodilla tan sólo porque creyeron que habían sido sometidos a una
intervención quirúrgica.
Ésta era la primera prueba real que recogí que me demostraba que una
creencia —algo que sólo sucede en la mente— podía aliviar un síntoma real y
concreto en el cuerpo. El ensayo del doctor Moseley es lo que me condujo a la
investigación del efecto placebo, el misterioso y poderoso efecto del
tratamiento, reproducible de forma fiable, que experimentan ciertos pacientes
al recibir un tratamiento falso como parte de un ensayo clínico.

El poderoso placebo
Como cualquier científico, conocía el efecto placebo desde hacía mucho
tiempo. Los tratamientos falsos, como las pastillas de azúcar, las inyecciones
salinas y las intervenciones quirúrgicas falsas, se utilizaban habitualmente en
los ensayos clínicos modernos para determinar si un fármaco, intervención o
tratamiento concretos son verdaderamente eficaces. El término placebo, del
latín «complaceré», apareció en la jerga médica hace muchos años para
indicar tratamientos inertes, dados tradicionalmente a pacientes neuróticos
para sosegarlos.
Durante siglos, los médicos recetaron tratamientos sin ningún dato clínico
que demostrara que dichos tratamientos funcionaran realmente por sí
mismos. Nadie cuestionaba los tratamientos prescritos por el médico y nadie
hizo ensayos para probar si algo era eficaz. Los médicos simplemente
mezclaban reconstituyentes, los administraban a sus pacientes y éstos
mejoraban, por lo menos en un porcentaje de las veces. O bien, el médico
abría a alguien, realizaba la intervención quirúrgica y los síntomas mejoraban,
o no.
No fue hasta finales del siglo XIX, que empezó a emerger la idea de utilizar
placebos en la investigación clínica. Más adelante, en 1955, The Journal of the
American Medical Association publicó un artículo inspirador del doctor
Henry Beecher, titulado «El poderoso placebo», que argumentaba que, si se
administraban fármacos a las personas, muchas mejoraban. Pero si se les daba
agua salada corriente, o cualquier otro ingrediente inactivo,
aproximadamente un tercio de ellas se curaban, no sólo en su mente, sino
también de forma real, a nivel fisiológico, lo cual podía comprobarse.5
De pronto, «el efecto placebo» se convirtió en el pilar de la medicina
contemporánea y nacieron los actuales ensayos clínicos. Hoy en día, los
buenos estudios científicos asumen la carga de demostrar que el efecto
curativo del medicamento o cirugía objeto de estudio supera al potente poder
curativo del placebo. Si un fármaco o cirugía demuestra que es más eficaz que
un placebo, entonces se considera «eficaz». Si no, es probable que la
Administración de Medicamentos y Alimentos (el organismo regulatorio
estadounidense) no autorice el fármaco, la cirugía caiga en desgracia y el
tratamiento se descarte por falta de eficacia. Se cree que prescribir
tratamientos que está probado que no son mejores que el placebo supone
incumplir los principios de la medicina factual o basada en la evidencia. Esto
es lo que diferencia a los médicos auténticos de los matasanos.
O al menos, así me lo enseñaron.
Esto me dio que pensar. ¿Qué es exactamente el efecto placebo? Hasta que
empecé mi investigación, en realidad, nunca había dejado de pensar sobre
ello. Todos conocemos gente en los ensayos clínicos que han mejorado al ser
tratados con nada más que una pastilla de azúcar. Pero ¿por qué?
Entonces fue cuando me di cuenta de que había encontrado el filón en mi
búsqueda de pruebas sobre el hecho de que la mente puede afectar al cuerpo.
Si un porcentaje de personas en los ensayos clínicos mejoraban simplemente
porque creían que se les estaba administrando el fármaco real o se estaban
sometiendo a una verdadera intervención, la respuesta que estaban
presentando únicamente podía haber sido desencadenada por la mente. La
toma de conciencia de este hecho me hizo caer un poco en picado.
La prueba de que las creencias positivas
pueden aliviar los síntomas
Volví a consultar las publicaciones sobre medicina en busca de más pruebas
de que el convencimiento de la mente de que el cuerpo estaba tomando un
fármaco o siendo sometido a una intervención quirúrgica es suficiente para
dar como resultado un alivio real y vívido de los síntomas. Descubrí que casi
la mitad de los asmáticos consiguen aliviar sus síntomas gracias a un
inhalador falso o a acupuntura simulada.6 Aproximadamente el 40 por ciento
de personas con dolor de cabeza notan alivio cuando se les da un placebo.7 La
mitad de la gente con colitis mejoran después de un tratamiento con placebo.8
El dolor derivado de una úlcera remite en más de la mitad de los pacientes
estudiados a los que se les ha administrado un placebo.9 La acupuntura
simulada corta los sofocos en casi la mitad de las personas a las que se les
aplica (la acupuntura real ayuda sólo a una cuarta parte de estos pacientes).
Nada menos que el 40 por ciento de las pacientes con infertilidad quedan
embarazadas mientras toman «fármacos para la fertilidad», placebo.10
De hecho, al ser comparados con la morfina, los placebos son casi igual de
eficaces en el tratamiento del dolor.11 Y muchos estudios demuestran que casi
todas las respuestas de mejora del ánimo que experimentan los pacientes
como resultado de los antidepresivos pueden ser atribuidas al efecto
placebo.12
No es sólo que las pastillas y las inyecciones hagan maravillas cuando se
trata de aliviar un síntoma. Tal como probó el estudio de la cirugía de rodilla
del doctor Moseley, las intervenciones quirúrgicas simuladas pueden ser
incluso más eficaces. En el pasado, la ligadura de la arteria mamaria interna
en el tórax fue considerada como el tratamiento de referencia para la angina
de pecho. La idea era que si se bloqueaba el flujo sanguíneo a través de esta
arteria se debería desviar más sangre hacia el corazón, de forma que se
aliviarían los síntomas que experimentaba la gente cuando no obtenía
suficiente flujo en las arterias coronarias. Los cirujanos llevaron a cabo este
procedimiento durante décadas y casi todos sus pacientes experimentaron
una mejoría de sus síntomas.
Pero ¿estaban respondiendo realmente a la ligadura de la arteria mamaria
interna? ¿O sus cuerpos respondían a la creencia de que la cirugía sería útil?
A fin de encontrar la respuesta, un estudio comparó los pacientes con
angina de pecho a los que se les había practicado una ligadura bilateral de las
arterias mamarias con los pacientes que habían sido sometidos a un
procedimientos quirúrgico durante el cual se les practicó una incisión en la
pared del tórax, pero no se realizó ninguna ligadura de la propia arteria.
¿Qué ocurrió? El 71 por ciento de los sometidos a una intervención
quirúrgica simulada se recuperaron, mientras que de los que fueron
intervenidos realmente solo mejoraron el 67 por ciento.13 Hoy en día, la
ligadura de la arteria mamaria interna sólo existe en la historia de la medicina.
Los datos que estaba recogiendo eran impresionantes y me preguntaba si
podrían haber sido aún más impactantes si no se hubiera hecho lo posible
para minimizar el efecto placebo en los ensayos clínicos. Si los investigadores
percibían el efecto placebo como un fenómeno positivo, algo para adoptar,
quizá veríamos porcentajes aún más altos. Pero no es éste el objetivo
primordial de la mayoría de los investigadores. Al contrario, los
coordinadores de los ensayos clínicos y los investigadores médicos (que
suelen ser empleados de las compañías farmacéuticas) no escatiman esfuerzos
para reducir el efecto placebo. Después de todo, los pacientes que
experimentan una mejoría derivada del placebo interfieren en la idoneidad
del fármaco para que se autorice su comercialización. Para cribar aquellos que
se considera que presentan una «respuesta excesiva al placebo», muchos
ensayos clínicos aleatorizados, con doble ciego y controlados con placebo
vienen en realidad precedidos de una «fase de lavado», en la cual todos los
participantes toman una pastilla inactiva, y quien reacciona favorablemente a
ella queda excluido del ensayo.
Por lo tanto, si la mayoría de investigadores de nuevos productos
farmacéuticos no estuvieran en contubernio con las grandes multinacionales
farmacéuticas, podríamos ver las tasas de respuesta al placebo disparadas aún
más arriba en los ensayos clínicos.
¿Responde toda persona al placebo?
Mientras cavilaba sobre el efecto placebo, me sorprendí a mí misma dudando
si alguna vez respondería a un placebo si fuera un paciente en un ensayo
clínico. Después de todo, soy médico. Yo misma he participado en ensayos
clínicos. Soy muy observadora y creo que, sencillamente, sabría si estaba
tomando un tratamiento real o no. Si sospechara que me estaban dando un
placebo, está claro que esto no me iba a ayudar, ¿verdad?
Todo esto me hizo pensar. ¿Son ciertos tipos de pacientes más susceptibles
a responder al placebo que otros? ¿Existen datos que sugieran que hay un
perfil clásico del paciente que responde al placebo? ¿Existen rasgos de
personalidad o mediciones de la inteligencia que puedan predecir quién va a
encontrarse mejor después de tomar una pastilla de azúcar? ¿Las personas
con elevado coeficiente intelectual demuestran menos reacción a los
placebos? ¿Algunas personas son sencillamente más crédulas?
Resulta que los científicos han estudiado esto. Al principio, los
investigadores postularon que las personas que reaccionaban a los placebos
tendrían un coeficiente intelectual menor o serían más «neuróticos». Pero lo
que descubrieron es que casi todo el mundo puede ser inducido a responder a
un placebo si se dan las condiciones adecuadas. Incluso los médicos y los
científicos. De hecho, algunos estudios sugieren que aquellos con mayor
coeficiente intelectual responden aún más al placebo.
Me tomé esto como muy buenas noticias, porque si es verdad que las
creencias positivas de la mente pueden sanar el cuerpo, todos tenemos la
misma oportunidad de beneficiarnos de este fenómeno. No sólo la gente
crédula puede tener la convicción de estar bien; también la gente sabelotodo
como tú.

¿Está en tu mente la curación derivada de los placebos?

A medida que mi investigación continuaba, casi no podía asimilar todo lo que


estaba aprendiendo. Estaba claro que las pruebas que estaba recogiendo
parecían prometedoras. Cuando los pacientes —no sólo los crédulos, sino
todos los pacientes— creen que van a mejorar, un buen porcentaje de ellos
experimenta una mejoría clínica.
Pero esto no satisfizo completamente mi curiosidad. Podía argumentar
que el alivio de los síntomas está realmente en tu mente. ¿Qué es el dolor,
después de todo, sino una percepción mental? ¿Qué es la depresión, sino un
estado mental? Incluso con las enfermedades más tangibles, como el asma o la
colitis, es posible que simplemente percibas que puedes respirar mejor o
pienses que tienes menos síntomas gastrointestinales. Puede ser que la
percepción mental esté cambiando, pero, en realidad, el cuerpo no está
respondiendo de ninguna forma fisiológica mensurable. Quizá tú
sencillamente piensas que sí, y esto es suficiente para hacerte sentir mejor.
Si es verdad que la mente puede curar el cuerpo, tiene que haber alguna
manera de demostrar que el cuerpo está reaccionando, no sólo con el alivio de
los síntomas, sino de una forma fisiológica que pueda ser estudiada. La
siguiente fase de mi investigación me llevó a la búsqueda de pruebas de que
no todo está en tu mente, que las creencias de la mente pueden en realidad
alterar la fisiología del cuerpo.
Con cientos de miles de ensayos clínicos controlados con placebo
publicados por ahí, encontrar una respuesta fue una proeza nada
despreciable, principalmente porque muchos de los estudios que encontré
evaluaban síntomas como los dolores de cabeza, el dolor de espalda, la
depresión y la pérdida de la libido, todo ello, difícil de cuantificar. Cuando los
pacientes experimentan un alivio de síntomas como éstos, es en gran medida
un alivio subjetivo. No existe una medición objetiva que pueda demostrar que
lo que manifiestan es cierto.
Pero finalmente encontré una prueba de que, al menos un porcentaje de
las veces, los cambios fisiológicos reales ocurren en el cuerpo en respuesta a
los placebos. Cuando se administran placebos los hombres calvos ven crecer
su pelo, la presión arterial se normaliza, las verrugas desaparecen, las úlceras
cicatrizan, disminuye la concentración de ácido del estómago, se reduce la
inflamación del colon, descienden vertiginosamente los niveles de colesterol,
los músculos maxilares se relajan y baja la hinchazón derivada de una
intervención dental, se incrementa la concentración de dopamina del cerebro
en pacientes con la enfermedad de Parkinson, aumenta la actividad de los
glóbulos blancos y el cerebro de las personas que experimentan un alivio del
dolor se ilumina en los estudios de imágenes médicas.14
Estos hallazgos me convencieron. El placebo no sólo cambia cómo te
sientes, cambia tu bioquímica. Ahora es cuando las cosas empiezan a ponerse
interesantes.
El impacto bioquímico del efecto placebo posiblemente pone en duda
todo nuestro modelo de enfermedad. Pero antes de dar grandes saltos, quise
investigar si podía haber otras explicaciones a por qué el cuerpo de las
personas respondía, tanto con el alivio del dolor como con cambios
fisiológicos mensurables, al ser tratado con un placebo. ¿Eran realmente sólo
las creencias positivas las que provocaban todos estos cambios en el cuerpo o
había otros factores que influían en la respuesta de los pacientes? La siguiente
fase de mi investigación me condujo a unas cuantas teorías.

Cinco explicaciones para el efecto placebo


Cuando los investigadores clínicos hablan del efecto placebo, se están
refiriendo, en realidad, a toda una serie de acontecimientos que ocurren
cuando pones a los pacientes en el marco de los ensayos clínicos, les ofreces
un tratamiento que ellos saben que puede ser el tratamiento en estudio o un
placebo y les prestas atención durante un periodo de tiempo específico.
Vamos a esclarecer cuáles son las cinco explicaciones, para que todos
utilicemos la jerga correcta.
La explicación más obvia —y la que nos gustaría creer— es que los
pacientes experimentan un alivio de los síntomas y manifiestan un cambio
fisiológico porque piensan que lo harán. Debido a la ética del consentimiento
informado, los pacientes saben que pueden estar recibiendo un placebo, pero
muchos pacientes del grupo placebo creen que están recibiendo el tratamiento
auténtico cuando no es así, por lo que ellos esperan mejorar. En otras
palabras, la convicción de que vas a sentirte de otra forma te lleva a sentirte de
otra forma.15
Pero es posible que las creencias positivas no sean el único factor que
contribuye a la respuesta del cuerpo. La segunda explicación de por qué la
gente se encuentra mejor es el condicionamiento clásico. Todos conocemos el
clásico experimento del perro de Pavlov. No sólo el perro de Pavlov salivaba
en respuesta al estímulo de la galleta, también empezaba a segregar saliva al
oír la campana que acompañaba a la galleta. El efecto placebo puede
funcionar en muchos casos de la misma forma. Si estás acostumbrado a
recibir un medicamento auténtico de alguien con bata blanca y, en
consecuencia, te sientes mejor, puedes estar condicionado a sentirte mejor
con tan sólo recibir una pastilla de azúcar de alguien con una bata blanca.16
Por supuesto, si esto funciona, sigue corroborando la idea de que la mente
puede curar el cuerpo, ya que el condicionamiento clásico demuestra un claro
vínculo entre el cuerpo y la mente.
La tercera explicación es que los pacientes que participan en ensayos
clínicos reciben apoyo emocional. El catedrático de Harvard, Ted Kaptchuk,
que estudió el efecto placebo, suele alegar en publicaciones de revistas
científicas y en entrevistas en los medios de comunicación que la atención
nutricia de una figura de autoridad respetada puede intervenir a tal grado en
el efecto placebo como una creencia positiva, cuando no más. Un paciente en
un ensayo clínico recibe atención, apoyo y en ocasiones un toque curativo, a
menudo brindado por parte de una figura de autoridad con bata blanca que
históricamente ha llegado a representar la salud y la curación. Todos
queremos sentirnos vistos, oídos, incluso amados, y sólo esto ya puede
suponer un alivio de los síntomas y un estímulo de los cambios fisiológicos
positivos, de nuevo a causa del vínculo entre cuerpo y mente.
La cuarta explicación de por qué la gente responde a los placebos es que, a
pesar de que la mayoría de ensayos clínicos tratan de excluir por cribaje a los
pacientes que se automedican con otros fármacos, es posible que un cierto
porcentaje de pacientes siga buscando a hurtadillas otros tratamientos que
pueden ser un factor de confusión de los datos. Si alguien mejora mientras se
encuentra en el grupo placebo, es posible que el responsable de esa mejoría
sea el tratamiento que ha conseguido a escondidas.
La quinta y última explicación es que algunos pacientes pueden mejorar
debido a la cura espontánea de su propia enfermedad. Después de todo, el
cuerpo es un organismo que se autorrepara haciendo constantes esfuerzos
por volver a la homeostasis, es decir, al estado de equilibrio fisiológico. Por lo
tanto, incluso si encierras a los pacientes en una habitación oscura, sin
tratamiento ni atención personal, un cierto porcentaje de los mismos
mejorará igualmente. Aunque existe controversia en torno a este tema,
algunos científicos creen que el fenómeno de la remisión o curación
espontánea es la única explicación para el efecto placebo. El artículo del New
England Journal of Medicine de los doctores Asbjørn Hróbjartsson y Peter
Gøtzsche «¿Es el placebo ineficaz?» afirma que no podemos demostrar la
existencia de un claro efecto placebo, a menos que en los ensayos clínicos
también se incluya un grupo sin tratamiento en el que los pacientes no
reciban ni el fármaco ni la pastilla de azúcar (lo que no sucede en la mayoría
de ellos).17 En su ensayo clínico encontraron ciertas pruebas de un efecto
placebo notable cuando se estudiaron los grupos sin tratamiento, lo que
apunta a que la creencia positiva y la atención nutricia no son responsables de
la remisión de la enfermedad, sino más bien la evolución natural de la
enfermedad.18 Otros, sin embargo, critican este estudio por sus defectos, y
afirman que la comparación de grupos placebo de la amplísima gama de tipos
de estudios que evalúan enfermedades completamente diferentes es como
comparar manzanas con naranjas, haciendo que los datos combinados
puedan conducir a errores de interpretación.19
A pesar de todo, las remisiones espontáneas pueden definitivamente
enmascarar los resultados de los ensayos clínicos, y ocurren incluso en
ausencia de placebos. Pero ¿no apoya eso aún con más fuerza la afirmación de
que el cuerpo está predeterminado biológicamente para autorrepararse? Si
incluso aquellos que están en los grupos sin tratamiento mejoran un buen
porcentaje de las veces, ¿esto no está probando que el cuerpo sabe cómo
curarse a sí mismo? Incluso si defendiéramos, sólo por el gusto de hacerlo,
que el efecto placebo no existe realmente (muchos expertos creen que sí), aún
sabemos que las remisiones espontáneas inexplicables ocurren, y
probablemente con más frecuencia de lo que nos damos cuenta, ya que los
sistemas de asistencia sanitaria no siguen la pista de aquellos que se curan
solos fuera de un ensayo clínico.
Sólo nos queda concluir que, aunque los cambios fisiológicos
experimentados con los placebos puedan no ser resultado únicamente de la
creencia positiva, el efecto placebo, no obstante, confirma un vínculo entre
cuerpo y mente y la capacidad innata del cuerpo para autorrepararse.

La fisiología del efecto placebo


Sabemos que el efecto placebo funciona. Pero ¿cuáles son los mecanismos
fisiológicos que explican cómo los pensamientos, los sentimientos y las
creencias pueden traducirse en un cambio fisiológico?
Los investigadores discuten sobre la respuesta a esta pregunta, pero se han
postulado varias teorías. Pensar en positivo sobre una mejoría puede
estimular la producción de endorfinas naturales que ayudan a mejorar los
síntomas, aliviar el dolor y levantar el ánimo. Lo contrario también es verdad:
cuando se administra a los pacientes que responden de forma positiva al
placebo un antagonista de los opioides, la naloxona, que bloquea las
endorfinas naturales, de repente el placebo deja de hacer efecto.20
Creer que vas a mejorar y ser atendido por afectuosos investigadores
clínicos también puede aliviar el estrés fisiológico, conocido como factor que
predispone al cuerpo para la enfermedad, y desencadenar una relajación
fisiológica, necesaria para que los mecanismos de autorreparación del
organismo funcionen correctamente. Tal como describió por primera vez el
doctor Walter Cannon, catedrático de Harvard, el cuerpo está equipado con
lo que él denominó la respuesta al estrés, conocida también como la reacción
de lucha o huida o reacción de alarma, un mecanismo de supervivencia que se
activa cuando tu cerebro percibe algo como una amenaza. Cuando un
pensamiento o emoción en la mente, como el miedo, desencadenan esta
cascada de hormonas, el eje hipotálamo-hipófiso-suprarrenal se activa, y de
este modo se estimula el sistema nervioso simpático y aumenta la
concentración de cortisol y adrenalina del cuerpo. Con el tiempo, la presencia
de estas hormonas en el cuerpo puede manifestarse con síntomas físicos,
predisponiendo al cuerpo a enfermar a largo plazo.
Pero como explicaremos en el capítulo 8 con más detalle, así como la
respuesta al estrés existe como un mecanismo de supervivencia, diseñado
para ayudarnos a seguir vivos en situaciones de emergencia, el cuerpo
también dispone de una respuesta a la relajación compensadora. Cuando se
promueve una respuesta a la relajación, la concentración de hormonas del
estrés cae, se liberan las hormonas inductoras de la relajación, que
contrarrestan a las del estrés, el sistema nervioso parasimpático toma el relevo
y el cuerpo vuelve a la homeostasis o equilibrio. Únicamente en este estado de
descanso y relajación el cuerpo puede autorrepararse. Todo lo que reduzca el
estrés y promueva la respuesta a la relajación no sólo aliviará los síntomas que
causa la respuesta al estrés, sino que liberará al cuerpo para que haga lo que
de forma natural ya realiza: autorrepararse.
La creencia positiva y la atención nutricia también pueden alterar el
sistema inmunitario. La gente tratada con placebos puede experimentar un
refuerzo de la función inmunitaria derivado de hacer un corte de mangas a la
respuesta al estrés e iniciar la respuesta a la relajación. Los placebos también
pueden inhibir el sistema inmunitario. En un estudio se administró a ratas un
fármaco inmunodepresor, la ciclofosfamida, mezclado con agua y sacarina. A
continuación, el fármaco se eliminó de forma natural y las ratas recibieron
sólo el agua con la sacarina (un placebo). ¡Y mira por dónde!: se mantuvo la
depresión de sus sistemas inmunitarios de forma objetiva, aun cuando ya no
estaban recibiendo el fármaco, lo que demuestra que incluso las ratas son
capaces de responder a las creencias positivas y a la atención nutricia con
respuestas inmunitarias mensurables fisiológicamente.21
Las creencias positivas y la atención nutricia también pueden disminuir la
respuesta a la fase aguda del cuerpo, un tipo de respuesta inflamatoria que
conlleva dolor, hinchazón, fiebre, letargia (somnolencia o indiferencia), apatía
y pérdida del apetito.22
El vínculo cuerpo-mente también puede ser mediado por funciones
ejecutivas del córtex prefrontal del cerebro. El hecho de que los enfermos de
Alzheimer presenten las respuestas al placebo perturbadas corrobora esta
teoría.23 Muchas personas con la enfermedad de Alzheimer no responden a
los placebos, lo que confirma la idea de que un área del cerebro relacionada
con la creencia, y que puede estar dañada en un estado de enfermedad
neurológica, afecta a la respuesta del paciente a los placebos. El biólogo
evolucionista Robert Trivers afirma que lo que el cerebro espera que pase en
un futuro próximo afecta a su estado fisiológico. Trivers sugiere que las
personas aquejadas de Alzheimer no experimentan el efecto placebo porque
no son capaces de anticipar el futuro y, de ese modo, su mente no puede
prepararse fisiológicamente para ello.
La reactividad o grado de respuesta al placebo también están relacionados
con la activación de la dopamina en el núcleo accumbens, un área del cerebro
que participa en los mecanismos de recompensa. Los científicos estudiaron el
cerebro de pacientes después de recibir dinero, para observar cuánta
dopamina liberaban en el núcleo accumbens. Cuanto más respondió éste a la
gratificación económica, más probable era que estos pacientes mejoraran en
respuesta a un placebo.24
Independientemente del mecanismo, está claro que la mente y el cuerpo se
comunican a través de hormonas y neurotransmisores que proceden del
cerebro y luego salen de él para enviar una señal a otras partes del cuerpo. Por
lo tanto, no debería sorprendernos el hecho de que lo que pensamos y cómo
sentimos se traduzca en cambios fisiológicos en el resto del cuerpo.
Pero en cierto modo sí, ¿verdad? No hablamos mucho sobre cómo
nuestros pensamientos y sentimientos afectan a la salud de nuestro
organismo. Sin embargo, si es así, ¿por qué no somos más cuidadosos con lo
que metemos en nuestra mente? Pero me estoy adelantando a los
acontecimientos. Hablaremos más sobre cómo mantener tu mente y tu
cuerpo saludables en la segunda parte de este libro.
¿Responden todas las enfermedades igual al
placebo?
La siguiente pregunta que surgió en mi investigación para comprender el
efecto placebo fue si los placebos funcionan para todas las enfermedades.
¿Todos los síntomas y enfermedades responden a los placebos o sólo ciertos
tipos de dolencias son las que reaccionan?
Lo que encontré es que prácticamente todos los ensayos clínicos
demuestran la existencia de un efecto placebo, pero algunos trastornos de
salud parecen ser más sensibles al placebo que otros. Parece que los placebos
son más eficaces cuando se administran a personas con alteraciones del
sistema inmunitario, tales como las alergias; trastornos endocrinos, como la
diabetes; procesos inflamatorios, como la colitis; trastornos psíquicos, como
la ansiedad o la depresión; enfermedades neurológicas, como Parkinson y el
insomnio; dolencias cardíacas, como la angina de pecho, y con afecciones
respiratorias, como el asma y la tos. Y quienes se muestran más receptivas son
las personas con cuadros de dolor.
Pero ¿funcionan los placebos para tratar el cáncer? ¿Los infartos de
miocardio? ¿Los ictus? ¿La insuficiencia hepática? ¿La enfermedad renal?
En mi investigación no pude encontrar demasiados datos que
respondieran a esta pregunta, quizá porque tratar dolencias como las
descritas en un ensayo clínico se consideraría poco ético. Con este tipo de
enfermedades potencialmente mortales, los nuevos tratamientos suelen
evaluarse en comparación con productos de referencia que ya existen y han
demostrado tener por lo menos cierta eficacia. Por lo tanto, es difícil conocer
los límites de qué responderá y qué no responderá al placebo.
A medida que avanzaba en mi investigación, tuve el profundo
presentimiento de que el efecto placebo era sólo la punta de un enorme y
sumergido iceberg cuerpo-mente. Esto me llevó a divagar por caminos
mentales con preguntas que nunca podremos contestar. Por ejemplo: si los
pacientes en los ensayos clínicos que han sido informados de que pueden ser
tratados con placebos responden con resultados radicales, en ocasiones, ¿qué
sucedería si les mintiéramos? ¿Qué pasaría si creáramos un ensayo clínico,
contrario a la ética, que garantizara que todos y cada uno de los pacientes
recibiría el nuevo fármaco más eficaz del mercado, y luego les diéramos un
tratamiento con placebo? Obviamente, los comités de ética de la investigación
nunca permitirían que se llevara a cabo un estudio así, debido al principio del
consentimiento informado, que protege el derecho de los pacientes a conocer
la verdad. Pero ¿y si pudiéramos? Sospecho que los resultados serían para
quitarse el sombrero. ¿Por qué? Porque al igual que el señor Wright con su
Krebiozen, hay algo poderoso que consigue ponernos en marcha cuando
creemos sin dudarlo que vamos a ponernos bien y recibimos el soporte de
profesionales clínicos que comparten nuestro optimismo.
Nunca podremos saberlo, pero yo estaba empezando a creer que el efecto
placebo era sólo el principio. No podía evitar dar un salto mental que sorteara
el efecto placebo para hacerme la mayor y más importante pregunta, que es
como querer ignorar lo que resulta evidente: ¿podemos realmente curarnos a
nosotros mismos?

Desvelando el secreto de la remisión


espontánea
Hallé parte de la respuesta en un cóctel celebrado en el Instituto de Ciencias
Noéticas en Petaluma (California), cuando estaba degustando un vaso de vino
y charlando con la presidenta de la institución, Marilyn Schlitz. Cuando le
expuse mi enigma, Marilyn me sonrió con una mirada que decía «¡No hay
problema!» y me remitió a una base de datos en Internet, recopilada por
Caryle Hirshberg y Brendan O’Regan y llamada Proyecto de Remisión
Espontánea. Esta base de datos se compone de una bibliografía comentada
impresionante de 3.500 referencias de más de 800 revistas científicas en 20
idiomas diferentes y documenta casos de remisiones espontáneas
inexplicables de enfermedades. Caryle y Brendan definen la remisión
espontánea como «la desaparición, completa o incompleta de una
enfermedad o tumor maligno sin tratamiento médico alguno o con un
tratamiento que se considera inadecuado para dar como resultado la
desaparición de los síntomas de la enfermedad o el tumor».25
La bibliografía incluye algunos casos asombrosos. Un paciente infectado
por el virus del sida pasó a ser seronegativo. Una mujer con un cáncer de
mama metastásico sin tratar presentaba tumores en mamas, pulmones y
fémur que remitieron de forma espontánea. Las placas de ateroma que
bloqueaban las arterias coronarias de un hombre desaparecieron sin
tratamiento. También desapareció el aneurisma del cerebro de un hombre.
Un hombre con una herida de bala en el cerebro se recuperó sin tratamiento.
Una mujer con una cardiomiopatía que sufrió un infarto mejoró. Una mujer
con una enfermedad de la tiroides experimentó una curación espontánea.26
Asimismo, supe de dos libros con títulos parecidos escritos en la década
de 1960, The Spontaneous Regression of Cancer, de Boyd, y Spontaneous
Regression of Cancer, de Everson y Cole, que originaron un aumento del
número de estos estudios de caso publicados en la bibliografía médica.
A medida que iba avanzando en la lectura de un estudio de caso de
remisiones espontáneas tras otro, sentía como mi corazón se iba acelerando
por la excitación. En su mayoría, los estudios de caso no describían cómo
habían sucedido las remisiones espontáneas. Los pacientes no habían sido
entrevistados para preguntarles si creían que mejorarían o si habían hecho
algo digno de mención para curarse a sí mismos.
Pero estos casos me aportaron la prueba de que casi no hay ninguna
enfermedad que pueda denominarse «incurable». Muchas curaciones
espontáneas tenían que ver con el tipo de enfermedades consideradas
terminales o intratables en las facultades de medicina. Estaba claro que me
habían enseñado mal.
La cabeza me daba vueltas. Tenía tantas mariposas en el estómago que
apenas podía comer. Perdí cuatro kilos y medio en pocas semanas. En este
punto, era una mujer convertida en una misión.
Sin lugar a dudas, me había probado a mí misma que la mente puede
curar el cuerpo. Incluso disponía de una explicación fisiológica para entender
cómo sucede. Pero sabía que sólo estaba empezando a comprender las
complejidades del vínculo cuerpo-mente. Y que aún no entendía cómo
utilizar el poder de la mente para ayudar a la gente a prevenir las
manifestaciones clínicas y a tratar las enfermedades. Así que escarbé más
profundo.

1Bruno Klopfer, «Psychological Variables in Human Cancer», Journal of Projective Techniques 21, n.º 4
(diciembre de 1957): 331–40.

2Stewart Wolf, «The Effects of Suggestion and Conditioning on the Action of Chemical Agents in
Human Subjects: The Pharmacology of Placebos», Journal of Clinical Investigation 29, n.º 1 (enero de
1950): 100–109.

3J. Bruce Moseley y otros, «A Controlled Trial of Arthroscopic Surgery for Osteoarthritis of the Knee»,
New England Journal of Medicine 347 (11 de julio de 2002): 81–88.

4Margaret Talbot, «The Placebo Prescription», New York Times Magazine, 9 de enero de 2000.

5Henry K. Beecher, «The Powerful Placebo», Journal of the American Medical Association 159, n.º 17
(24 de diciembre de 1955): 1602–6.

6Michael E. Wechsler y otros, «Active Albuterol or Placebo, Sham Acupuncture, or No Intervention in


Asthma», New England Journal of Medicine 365 (14 de julio de 2011): 119–26.
7Femke M. de Groot y otros, «Headache: The Placebo Effects in the Control Groups in Randomized
Clinical Trials; An Analysis of Systematic Reviews», Journal of Manipulative and Physiological
Therapeutics 34, n.º 5 (junio de 2011): 297–305.

8Talbot, «The Placebo Prescription».

9H. J. Binder y otros, «Cimetidine in the Treatment of Duodenal Ulcer: A Multicenter Double Blind
Study», Gastroenterology 74 (febrero de 1978): 380–88.

10Shirley S. Wang, «Why Placebos Work Wonders», Wall Street Journal, 10 de enero de 2012,
http://online.wsj.com/article/SB10001424052970204720204577128873886471982.html.

11F. J. Evans, «Expectancy, Therapeutic Instructions, and the Placebo Response», en Placebo: Theory,
Research and Mechanisms, ed. Leonard White, Bernard Tursky y Gary E. Schwartz (Nueva York:
Guilford Press, 1985); J. D. Levine y otros, «Analgesic Responses to Morphine and Placebo in
Individuals with Postoperative Pain», Pain 10, n.º 3 (junio de 1981): 379–89.

12Irving Kirsch, The Emperor’s New Drugs: Exploding the Antidepressant Myth (Nueva York: Basic
Books, 2010); Irving Kirsch y Guy Sapirstein, «Listening to Prozac but Hearing Placebo: A Meta-
Analysis of Antidepressant Medication», Prevention & Treatment 1, n.º 2 (junio de 1998); Shankar
Vedantam, «Against Depression, a Sugar Pill Is Hard to Beat: Placebos Improve Mood, Change Brain
Chemistry in Majority of Trials of Anti-depressants», Washington Post, 7 de mayo de 2002; Arif Khan y
otros, «Suicide Rates in Clinical Trials of SSRIs, Other Antidepressants, and Placebo: Analysis of FDA
Reports», American Journal of Psychiatry 160, n.º 4 (1 de abril de 2003): 790–92.

13Judith A. Turner y otros, «The Importance of Placebo Effects in Pain Treatment and Research»,
Journal of the American Medical Association 271, n.º 20 (25 de mayo de 1994): 1609–14; Leonard A.
Cobb y otros, «An Evaluation of Internal-Mammary-Artery Ligation by a Double-Blind Technic», New
England Journal of Medicine, 260, n.º 22 (28 de mayo de 1959): 1115–18.
14Elise A. Olsen y otros, «A Multicenter, Randomized, Placebo-Controlled, Double-Blind Clinical Trial
of a Novel Formulation of 5% Minoxidil Topical Foam Versus Placebo in the Treatment of
Androgenetic Alopecia in Men», Journal of the American Academy of Dermatology 57, n.º 5 (noviembre
de 2007): 767–74; Richard A. Preston y otros, «Placebo-Associated Blood Pressure Response and
Adverse Effects in the Treatment of Hypertension: Observations from a Department of Veterans Affairs
Cooperative Study», Archives of Internal Medicine 160, n.º 10 (22 de mayo de 2000): 1449–54; H. V.
Allington, «Review of the Psychotherapy of Warts», AMA Archives of Dermatology and Syphilology 66,
n.º 3 (1952): 316–26; H. Vollmer, «Treatment of Warts by Suggestion», Psychosomatic Medicine 8
(marzo de 1946): 138–42; Montague Ullman y Stephanie Dudek, «On the Psyche and Warts: Hypnotic
Suggestion and Warts», Psychosomatic Medicine 22, n.º 1 (1 de enero de 1960): 437–88; Anton J. M. De
Craen y otros, «Placebo Effect in the Treatment of Duodenal Ulcer», British Journal of Clinical
Pharmacology 48, n.º 6 (diciembre de 1999): 853–60; F. K. Abbot, M. Mack y S. Wolf, «The Action of
Banthine on the Stomach and Duodenum of Man with Observations on the Effects of Placebos»,
Gastroenterology 20, n.º 2 (febrero de 1952): 249–61; Talbot, «The Placebo Prescription»; Paul L.
Canner, Sandra A. Forman y Gerard J. Prud’homme, «Infuence of Adherence to Treatment and
Response of Cholesterol on Mortality in the Coronary Drug Project», New England Journal of Medicine
303 (30 de octubre de 1980): 1038–41; Ibrahim Hashish y otros, «Reduction of Postoperative Pain and
Swelling by Ultrasound Treatment: A Placebo Effect», Pain 33, n.º 3 (junio de 1988): 303–11; Raúl de la
Fuente-Fernández y otros, «Expectation and Dopamine Release: Mechanism of the Placebo Effect in
Parkinson’s Disease», Science 293, n.º 5532 (10 de agosto de 2001): 1164–66; C. Kirschbaum y otros,
«Conditioning of Drug-Induced Immunomodulation in Human Volunteers: A European Collaborative
Study», British Journal of Clinical Psychology 31, n.º 4 (noviembre de 1992): 459–72; Predrag Petrovic y
otros, «Placebo and Opioid Analgesia: Imaging a Shared Neuronal Network», Science 295, n.º 5560 (1
de marzo de 2002): 1737–40; Matthew D. Lieberman y otros, «The Neural Correlates of Placebo Effects:
A Disruption Account», Neuroimage 22, n.º 1 (mayo de 2004): 447–55; Tor D. Wager y otros, «Placebo-
Induced Changes in fMRI in the Anticipation and Experience of Pain», Science 303, n.º 5661 (20 de
febrero de 2004): 1162–67.

15Irving Kirsch, «Response Expectancy as a Determinant of Experience and Behavior», American


Psychologist 40, n.º 11 (noviembre de 1985): 1189–1202

16I. Wickramasekera, «A Conditioned Response Model of the Placebo Effect: Predictions from the
Model», Biofeedback and Self-Regulation 5, n.º 1 (marzo de 1980): 5–18; Nicholas J. Voudouris, Connie
L. Peck y Grahame Coleman, «Conditioned Response Models of Placebo Phenomena: Further
Support», Pain 38, n.º 1 (julio de 1989): 109–16.
17Asbjørn Hróbjartsson y Peter C. Gøtzsche, «Is the Placebo Powerless? An Analysis of Clinical Trials
Comparing Placebo with No Treatment», New England Journal of Medicine 344, n.º 21 (24 de mayo de
2001): 1594–1602.

18Daniel E. Moerman y Wayne B. Jonas, «Deconstructing the Placebo Effect and Finding the Meaning
Response», Annals of Internal Medicine 136, n.º 6 (19 de marzo de 2002): 471–76.

19Fabrizio Benedetti, Placebo Effects: Understanding the Mechanisms in Health and Disease (Nueva
York: Oxford University Press, 2009): 29.

20Jon D. Levine, Newton C. Gordon y Howard L. Fields, «The Mechanism of Placebo Analgesia»,
Lancet 312, n.º 8091 (23 de septiembre de 1978): 654–57.

21R. Ader y N. Cohen, «Behaviorally Conditioned Immunosuppression», Psychosomatic Medicine 37,


n.º 4 (julio/agosto de 1975): 333–40.

22Evans, Placebo: Mind over Matter in Modern Medicine, 44–69.

23Benedetti y otros, «Loss of Expectation-Related Mechanisms in Alzheimer’s Disease Makes Analgesic


Therapies Less Effective.»

24David J. Scott y otros, «Individual Differences in Reward Responding Explain Placebo-Induced


Expectations and Effects», Neuron 55, n.º 2 (19 de julio de 2007): 325–36.
25Caryle Hirshberg y Brendan O’Regan, Spontaneous Remission: An Annotated Bibliography (Petaluma,
CA: Institute of Noetic Sciences, 1993), http://noetic.org/library /publication-books/spontaneous-
remission-annotated-bibliography/.

26Ibídem.
2

La forma infalible de ponerte enfermo


y evitar la remisión de la enfermedad

«Nunca afirmes ni repitas algo sobre tu salud


que no desees que se cumpla.»
RALPH WALDO TRINE

Después de haber aprendido mucho sobre los beneficios del efecto placebo,
me asaltó la curiosidad de si lo contrario también era cierto. Si las creencias
positivas, junto con la atención nutricia de un médico, podían curar el
cuerpo, ¿esto significaba que las creencias negativas y el trato duro de un
médico insensible pueden dañarlo?
En primer lugar quería examinar el papel de las creencias negativas sobre
la fisiología del organismo. ¿Tienen las personas el poder de creerse
enfermos?
Parece ser que sí. Unos investigadores de San Diego examinaron las
partidas de defunción de casi 30.000 estadounidenses de origen chino y las
compararon con más de 400.000 de personas de raza blanca, seleccionadas de
forma aleatoria. Lo que descubrieron fue que los estadounidenses de origen
chino, pero no los de raza blanca, morían mucho antes de lo normal (con una
diferencia de unos cinco años) si confluían dos hechos: padecer una
enfermedad y haber nacido en un año que la astrología y la medicina china
consideraban funesto. Los investigadores averiguaron que cuanto más
arraigadas estaban en ellos las tradiciones chinas, antes fallecían. Cuando
analizaron los datos, llegaron a la conclusión de que los factores genéticos, la
opción de estilo de vida, el comportamiento del paciente, los conocimientos
del médico o cualquier otra variable no podían explicar la reducción en la
esperanza de vida.
¿Por qué los estadounidenses de origen chino morían más jóvenes? Los
investigadores concluyeron que el motivo no eran sus genes chinos, sino sus
creencias chinas. Ellos creían que morirían antes porque tenían un maleficio
de las estrellas. Y esta creencia negativa se manifestó en forma de una vida
más corta.1
Otros estudios proponen que las creencias negativas afectan a la salud. Un
estudio demostró que el 79 por ciento de los estudiantes de medicina
reconocen haber experimentado los síntomas de la enfermedad que están
estudiando.2 Cuando se vuelven paranoicos y piensan que van a enfermar,
enferman.
Esto lo sé por propia experiencia. Cuando era estudiante de primer curso
de la carrera de medicina, estudiaba las numerosas formas de mal
funcionamiento del cuerpo, quemándome las pestañas para memorizar la
retahíla de procesos patológicos que pueden conducir a miles de
enfermedades diferentes. Entre ellas: porfiria, dengue, osteogénesis
imperfecta o la enfermedad de los huesos frágiles, narcolepsia.
Entonces, de repente, se me puso la piel de gallina, sentí algo arrastrarse
bajo mi piel. Pensé que debía ser el gusano llamado gusano de Guinea que se
había infiltrado en mi espacio subcutáneo, a punto de atravesarme la piel y
sacar su pequeña cabeza fuera. También noté los pies entumecidos al
despertarme por la mañana. Tenía la certeza de que era la lepra. Las manchas
que habían aparecido en las palmas de las manos no podían ser otra cosa que
un eritema infeccioso. Y los sudores nocturnos que me dejaron empapados
los pijamas únicamente podían significar una cosa: la malaria.
Terminé padeciendo múltiples afecciones crónicas que fueron
diagnosticadas durante mi formación como médico, tal como explicaré en el
capítulo 9, y sospecho claramente que mis creencias negativas sobre mi salud
tuvieron algo que ver.
No fui la única estudiante de medicina que se vio afectada por una gran
cantidad de síntomas físicos. De hecho, en el servicio de atención médica a los
estudiantes no mostraron ni una pizca de asombro al verme a mí o a mis
compañeros de clase andar penosamente, justo antes de los exámenes finales
aquejados de dolencias extrañas y un montón de autodiagnósticos. El
personal de enfermería y los médicos que formaban parte del personal de este
servicio no sólo estaban acostumbrados a oír semejantes quejas a lo largo de
años atendiendo a los estudiantes de medicina, sino que también me
informaron de que, en realidad, existía un nombre acuñado para el síndrome:
«la medestudiantitis» o, más formalmente, «la enfermedad del estudiante de
medicina».

Piensa que estás enfermo y enfermarás


Con independencia de si eres un estadounidense de origen chino o un
estudiante de medicina, si centras tu atención en la enfermedad, está
científicamente probado que vas a enfermar. En realidad, el conocimiento
excesivo de lo que puede no andar bien en tu organismo puede dañarte.
Cuanto más fijes la atención en las infinitas formas en las que el cuerpo puede
enfermar, más propenso estarás a experimentar síntomas físicos.
Los científicos denominan a este fenómeno, el efecto nocebo. Mientras
que el efecto placebo demuestra el poder de los pensamientos positivos, la
expectación, la esperanza y la atención nutricia, el efecto nocebo pone de
manifiesto el poder de las creencias negativas. Mientras que tradicionalmente
un placebo se prescribe para ayudar al paciente a sentirse mejor, el término
nocebo (palabra latina que significa «me haré daño») se introdujo para
diferenciar los efectos placenteros de los placebos de los efectos perjudiciales
que pueden inducir los tratamientos inertes.
Por ejemplo, si explicas a los pacientes en un ensayo clínico que recibirán
una pastilla que les aliviará el dolor, hay una gran posibilidad de que el dolor
se vaya, incluso si están tomando sólo una pastilla de azúcar. Pero si les
adviertes de que el tratamiento podría provocarles náuseas y vómitos, lo más
probable es que vomiten, aun cuando no tomen el fármaco auténtico.
En Amor, medicina milagrosa, el doctor Bernie Siegel cita un estudio que
mostraba que a los pacientes del grupo de control para un nuevo fármaco
empleado en quimioterapia sólo se les administraba solución salina, sin
embargo se les advirtió que podían estar recibiendo quimioterapia y a un 30
por ciento de ellos se les cayó el pelo.3 En otro ensayo, los pacientes
hospitalizados recibieron agua azucarada y se les dijo que eso podría hacerles
vomitar. Es lo que sucedió en el 30 por ciento de los casos.4
Otro ensayo evaluaba a pacientes asmáticos que inhalaron solución salina
inofensiva después de que se les dijera que contenía alérgenos irritantes. No
sólo experimentaron dificultad para respirar, sino que sus bronquios estaban
realmente constreñidos. Los que experimentaron ataques de asma intensos
encontraron alivio cuando se les administró la misma solución inerte, pero
diciéndoles que les ayudaría.5
En un estudio, más de las tres cuartas partes de los pacientes que pensaban
que les estaban dando un antihistamínico, aunque en realidad estaban
tomando placebo, presentaron somnolencia.6 Cuando se les explicó a los
participantes que el anestésico, óxido nitroso, que habitualmente alivia el
dolor, causaría dolor, ellos lo experimentaron.7
En un estudio publicado en el Pavlovian Journal of Biological Sciences,
treinta y cuatro estudiantes universitarios se conectaron con electrodos a sus
monitores y se les dijo que su cerebro recibiría una corriente eléctrica. Los
participantes del estudio fueron advertidos de que podían experimentar dolor
de cabeza como efecto secundario. Aunque en realidad no se utilizó ni un
voltio de corriente, más de los dos tercios de los estudiantes mencionaron
haber sufrido cefaleas.8
Incluso los pensamientos de muerte pueden materializarse. Según el
doctor Herbert Benson, un catedrático de Harvard y presidente del Instituto
Médico Cuerpo-Mente en Boston: «Los cirujanos son cautelosos con las
personas que están convencidas de que van a morir. Existen estudios llevados
a cabo en pacientes sometidos a una intervención quirúrgica que casi querían
morir para ponerse en contacto de nuevo con una persona amada. Cerca del
100 por ciento de las personas en estas circunstancias murió».9
Los pacientes a punto de ser intervenidos quirúrgicamente que estaban
convencidos de su «inminente» muerte se compararon con otro grupo de
pacientes meramente «aprensivos de forma puntual» sobre la muerte.
Mientras que al grupo aprensivo le fue bastante bien, los que estaban
convencidos de que iban a morir normalmente murieron. De forma similar,
la probabilidad de morir que presentaron las mujeres que creían que eran
propensas a sufrir una enfermedad del corazón se cuadruplicó. No es que
estuvieran mal alimentadas, fueran hipertensas, tuvieran alto el colesterol o
muchos más antecedentes familiares que las mujeres que no tuvieron una
enfermedad cardíaca. La única diferencia entre los dos grupos eran sus
creencias.10
Un estudio de caso fascinante describió a una paciente psiquiátrica con
desdoblamiento de personalidad. En una de sus personalidades, la paciente
no era diabética y presentaba niveles normales de glucemia. Sin embargo,
cuando pasaba a ser su álter ego, creía ser diabética y literalmente pasaba a
serlo. Su fisiología entera cambiaba. Aumentaba el azúcar en la sangre y,
según todas las pruebas médicas, era, de hecho, diabética. Cuando volvía a su
otra personalidad, el azúcar en la sangre retornaba a sus valores normales.11
El psiquiatra Bennett Braun, autor de The Treatment of Multiple
Personality Disorder, describe casos similares. Timmy, por ejemplo, bebe
zumo de naranja sin complicaciones. Pero Timmy es sólo una de las muchas
personalidades de un paciente, y mientras Timmy puede beber zumo de
naranja sin consecuencias, las demás personalidades son alérgicas al zumo de
naranja y al menor sorbo se llenan de ampollas y de urticaria. Si, no obstante,
Timmy reaparece en medio de una reacción alérgica, desaparece la urticaria
inmediatamente y las ampollas comienzan a disminuir.12
Los nocebos pueden producir una enfermedad e incluso la muerte cuando
el paciente espera tal desenlace. Los estudios científicos que investigan el
efecto nocebo pueden ser un desafío ético, ya que es difícil obtener una
aprobación por parte de los comités de ética para estudios diseñados de forma
intencionada para que los pacientes se sientan peor. Por ello, existen menos
datos que corroboren la existencia del efecto nocebo que la del efecto placebo.
La mayoría de lo que sabemos acerca del efecto nocebo se deriva de un efecto
secundario de los ensayos clínicos que incluyen placebos.
Cuando se avisa a los pacientes en los ensayos clínicos de que pueden
aparecer efectos secundarios si reciben el fármaco activo, la cuarta parte de
ellos los experimentan, y a veces de forma intensa, aunque sólo lleguen a
tomar pastillas de azúcar.13 Aquellos que son tratados sólo con placebo suelen
comunicar cansancio, vómitos, debilidad muscular, resfriados, acúfenos,
alteraciones del sentido del gusto, trastornos de memoria y otros síntomas
que no deberían ser el resultado de tomar una pastilla de azúcar.
Es interesante el hecho de que estas afecciones nocebo no son aleatorias;
tienden a aparecer en respuesta a las advertencias sobre los efectos
secundarios del fármaco o tratamiento real. La mera sugestión de que el
paciente puede experimentar síntomas negativos en respuesta a una
medicación (o a una pastilla de azúcar) puede ser de cumplimiento inevitable.
Por ejemplo, si explicas a un paciente tratado con un placebo que puede
experimentar náuseas, con toda probabilidad las sentirá. Si sugieres que
podría tener dolor de cabeza, es posible que lo tenga. En otras palabras, el
poder de la sugestión tiene mucha fuerza.14
El efecto nocebo es probablemente más obvio en la «muerte vudú» o
muerte psicógena, cuando se maldice a una persona y se le dice que morirá,
muere.15 La noción de muerte vudú no sólo se aplica a los hechiceros de las
culturas tribales. La bibliografía demuestra que los pacientes que se
consideran terminales a los que se les comunica por error que les quedan sólo
unos meses de vida mueren en el espacio de tiempo dado, aunque los
resultados de la autopsia revelen que no había una explicación fisiológica para
esta muerte prematura.16
El doctor Sanford Cohen describió el caso de un enfermo de sida que los
expertos creyeron que murió porque oyó por casualidad a su madre diciendo
que deseaba que muriese. El paciente, cuya madre supo el mismo día que era
homosexual y estaba afectado de sida, comentó fuera de su habitación de la
UCI que moriría por la vergüenza que le había traído a su madre. Una hora
más tarde, el paciente efectivamente murió, ante la gran sorpresa de los
médicos, dado que el paciente no parecía ser terminal.17
Algunos creen que las mujeres que sufren los síntomas del síndrome
premenstrual pueden ser víctimas de una especie de efecto nocebo. Como
creen que van a experimentar síntomas antes de sus menstruaciones, los
experimentan. Un estudio de mujeres debilitadas por el síndrome
premenstrual diseñó un esquema para engañar a las pacientes del estudio
para que pensaran que el periodo les llegaría en un momento diferente del
que ellas habitualmente esperaban, si tomaban una pastilla inerte que se les
dijo que alteraría el ritmo de su menstruación. Por ejemplo, una mujer que
solía tener el periodo a mitad de mes y padecía de un síndrome premenstrual
unos tres días antes, menstruaría a principios de mes.
¿Qué ocurrió? Aunque en realidad no cambió la temporalización de su
menstruación, ese mes experimentó el síndrome premenstrual
prematuramente porque ella creía que era entonces cuando le vendría la
menstruación.18
Los síntomas nocebo pueden manifestarse tanto en grandes grupos como
de forma individual. Por ejemplo, después del desastre de la planta nuclear en
Japón tras el tsunami de 2011, hubo personas sin pruebas de haber estado
expuestas a la radiación que se quejaron de síntomas de envenenamiento por
radiación en lugares tan alejados como Estados Unidos. De forma similar,
miles de personas sin signo alguno de la enfermedad refirieron síntomas de la
gripe porcina después de que en la televisión, los periódicos e Internet
aparecieran informaciones sobre la epidemia. Se han descrito «epidemias»
semejantes en oficinas, colegios y ciudades en las que los medios de
comunicación informaron de fugas de gas, olores extraños o mordeduras de
insectos.19
Por lo tanto, ¿cómo pasó esto? ¿Cómo alguien puede perder pelo por
tomar solución salina? ¿Cómo pueden los pacientes vomitar por haberles
dado agua azucarada? ¿Cómo un paciente puede volverse diabético o alérgico
al zumo de naranja al cambiar de personalidad? ¿Qué está pasando, tanto en
el cuerpo como en el cerebro? Sigo indagando para encontrar las respuestas.
Los científicos creen que el efecto nocebo está provocado principalmente
por la activación de la misma respuesta al estrés que el placebo alivia. Cuando
un hechicero o un miembro de la familia maldice a una persona, o un médico
le comunica una mala noticia al paciente, el estrés de las malas noticias
estimula la respuesta al estrés. Por ejemplo, cuando se les decía a los pacientes
que experimentarían dolor (pero se les administraba tan sólo una sustancia
inerte), se estimulaba el eje hipotálamo-hipófiso-suprarrenal, aumentando la
concentración de cortisol. Se experimentó tanto el dolor como el exceso de
estimulación de este eje con Valium, lo que indica que el mecanismo del
estrés estaba en juego.20
Algunos tienen la teoría de que aquellos que se manifiestan enfermos
pueden llegar a estar tan desanimados que simplemente dejan de cuidarse a sí
mismos y sufren las consecuencias de un mal autocuidado. También pueden
llegar a tener una depresión y, tal como explicaré en el capítulo 7, el vínculo
entre la depresión y la mala salud está muy claro.

No eres víctima de tus genes


Una nueva confirmación de la idea de que nuestras creencias se traducen en
cambios fisiológicos en nuestro organismo procede de los laboratorios de
aquellos que estudian el campo de la biología molecular llamado
«epigenética», que significa «el control sobre los genes». Y ¿qué está «sobre los
genes» cuando hablamos del control epigenético?
Sí. Lo adivinaste. La mente. Resulta que, aunque no puedes cambiar tu
ADN, sí puedes utilizar el poder de tu mente para modificar la forma en que
se expresa tu ADN. El determinismo genético tradicional, tal como
dilucidaron Watson y Crick, que descubrieron la doble hélice del ADN,
corrobora la idea de que todo en el cuerpo está controlado por nuestros
genes: básicamente, nuestros genes son nuestro destino. Si esto es cierto,
somos literalmente víctimas de nuestros genes. Enfermedades del corazón,
cáncer de mama, alcoholismo, depresión, colesterol alto; lo que sea. Si es un
rasgo de la familia, estás básicamente perdido.
El dogma del determinismo genético, tal como se ha enseñado
tradicionalmente, es sencillo. Has nacido con tu ADN, el cual se replica,
después como ARN, antes de traducirse en una proteína. Pero el estudio de la
epigenética no cubre las nuevas teorías que ponen en entredicho toda la
noción del determinismo genético.
Los científicos creen que factores externos —como la nutrición, el entorno
en el que vivimos, incluso los pensamientos y emociones— pueden influir en
las proteínas reguladoras que determinan en qué forma el ADN va a
expresarse. En otras palabras, no todo está preestablecido biológicamente
como pensábamos.
Cada vez se sabe más sobre la fisiología de lo que ocurre cuando crees que
vas a estar sano frente a lo que ocurre cuando crees que vas a enfermar. Sin
embargo, para muchas personas, nuestros pensamientos sobre la salud
provienen de nuestra infancia, cuando pudieron haberse programado
pensamientos negativos sobre nuestra salud en nuestras mentes en contra de
nuestra voluntad.
Por desgracia, la mayoría de personas no estamos programadas para tener
pensamientos positivos sobre la salud. En su lugar, desde que éramos niños,
nuestras mentes se han programado con creencias que sabotean nuestros
esfuerzos para pasar a estar sanos y felices de forma óptima. Las creencias
como «Me resfrío con mucha facilidad», «Siempre como en exceso»,
«Probablemente no voy a vivir mucho tiempo» y «En mi familia hay
predisposición al cáncer» hacen que la mente desencadene mecanismos
fisiológicos que dañan el organismo.
Estas creencias programadas que se originan en la infancia no sólo son
aplicables a la salud física. También son de aplicación a creencias
autolimitantes más profundas y amplias («No valgo nada», «No soy lo
suficiente listo», «No merezco tener mucho dinero», «Soy un perdedor»,
«Nadie me querrá nunca»).
La epigenética, mirada más de cerca
Parece ser que cambiar tus pensamientos puede, en realidad, variar la forma
en la que tu cerebro se comunica con el resto del cuerpo y, por ende, alterar la
bioquímica del organismo. No sólo es el cerebro el que se encuentra sujeto a
este tipo de plasticidad. Aunque no puedes cambiar tu ADN, el doctor Bruce
Lipton, biólogo celular, afirma que puedes ser capaz de cambiar cómo se
expresa tu ADN a partir de lo que tú crees.21
Tu código genético es como una fórmula que puede ser interpretada de
miles de formas posibles. Antes del Proyecto del Genoma Humano, los
biólogos daban por sentado que disponíamos como mínimo de 120.000
genes, un gen por cada proteína fabricada en el organismo. De modo que los
investigadores se desconcertaron al descubrir que sólo tenemos unos 25.000
genes, que pueden expresarse en una gran variedad de formas diferentes.
De hecho, sabemos que cada uno de estos 25.000 genes puede expresarse
por lo menos de 30.000 formas a través de las proteínas reguladoras, que, a su
vez, se ven influenciadas por las señales del entorno. (¡Haz cálculos!) Los
estudios han demostrado incluso que los factores ambientales pueden anular
ciertas mutaciones genéticas cambiando la forma en que se expresa el ADN.
Estos genes alterados pueden entonces pasar a los descendientes, y permitir
que éstos manifiesten características más saludables a pesar de seguir siendo
portadores de la mutación genética.22
El estudio del control epigenético está revolucionando la manera de
pensar sobre los genes. Estamos acostumbrados a pensar que algunas
personas han sido bendecidas con «buenos genes», mientras que otras han
sido maldecidas con material genético defectuoso, lo que algunos médicos
denominan, a la ligera, «protoplasma paupérrimo». De una única mutación
de un gen derivan, en realidad, pocas enfermedades. Menos del 2 por ciento
de las enfermedades como la fibrosis quística, la corea de Huntington y la
talasemia β son resultado de un solo gen defectuoso y sólo en torno al 5 por
ciento de los pacientes con cáncer y enfermedades cardíacas pueden atribuir
estas enfermedades a la herencia.23 Los científicos están ahora descubriendo
que el genoma es muchísimo más reactivo al entorno de la célula de lo que el
determinismo genético sugiere. Esto significa que la mayoría de los procesos
patológicos pueden ser explicados a partir de los factores ambientales a los
que están expuestas las células, tales como la nutrición, los cambios
hormonales e incluso el amor. No necesitamos ser víctimas de nuestro ADN.

El cuerpo como una placa de Petri


Intrigada por lo que había leído en el libro de Lipton, pero al mismo tiempo
curiosa por querer saber más, le entrevisté. Me explicó que como biólogo
celular había trabajado con células madre pluripotentes, células que pueden
convertirse en otra célula al crecer. Colocó una célula en una placa de Petri
donde se nutrió con un medio de cultivo celular, a medida que se dividía en
muchas células idénticas genéticamente. Entonces Lipton separó las células en
tres cápsulas de Petri y las expuso a tres medios de cultivo diferentes (el
ambiente o entorno). Lo que descubrió fue que el entorno al que fue expuesta
la célula determinó si ésta se convertía en un miocito (célula muscular), en un
adipocito (célula del tejido adiposo) o en un osteocito (célula del tejido óseo).
Aun siendo todas ellas idénticas genéticamente, se expresaron de forma
diferente. El destino final de un ADN genéticamente idéntico manifestó su
contenido como células radicalmente diferentes.
¿Qué era lo que controlaba el destino de las células? No era la genética.
Todas ellas eran genéticamente idénticas. La única diferencia fue el entorno al
que se expuso el mismo ADN. El entorno celular también determinó si las
células permanecieron o no sanas. Las células expuestas a un «buen» entorno
(un medio de cultivo saludable) disfrutaron de una buena salud, mientras que
las expuestas a un entorno «malo» (un medio de cultivo poco saludable)
enfermaron.
Lipton afirmó: «Si fuera un médico alopático de células, diagnosticaría a
las células del medio malo como enfermas. Seguramente, necesitarían una
medicina. Pero no es esto lo que realmente necesitan. Si sacas las células
enfermas fuera del entorno malo y las pones en el medio bueno, sin duda se
recuperarán de forma natural, sin medicina».
Un día, mientras observaba las células en su laboratorio, Lipton tuvo una
revelación. Se dio cuenta de que el cuerpo humano no es diferente de las
células de su laboratorio. Lipton dijo: «El ser humano no es más que una
cápsula de Petri cubierta de piel que contiene una comunidad de cincuenta
billones de células. No importa si las células están en nuestro cuerpo o en una
cápsula de Petri. El medio de cultivo de las células en nuestro cuerpo es la
sangre que las baña y las alimenta. Si cambiamos la composición de la sangre,
es lo mismo que si cambiásemos el medio de cultivo de las células. Por lo
tanto, ¿qué controla la composición de la sangre? El cerebro cambia el medio
al que están expuestas las células. El cerebro libera neuropéptidos, hormonas,
factores de crecimiento y otras sustancias químicas, algo semejante a añadir
sustancias químicas a una cápsula de Petri con una pipeta para de ese modo
cambiar el medio celular».
Cuando le pregunté cómo una creencia puede cambiar el entorno celular,
Lipton me explicó que el cerebro es percepción, pero la mente es
interpretación. Todo es cuestión de cómo la mente interprete un
acontecimiento de la vida. Por ejemplo, tú puedes abrir los ojos y ver una
persona (ésta es la percepción objetiva del cerebro). Entonces tu mente puede
reconocer a esta persona como a alguien a quien amas (ésta es la
interpretación de la mente). A continuación, el cerebro libera oxitocina,
dopamina, endorfinas y otras sustancias químicas positivas que proporcionan
el medio celular saludable de las células de todo el cuerpo a través de la
sangre.
Si, por otra parte, abres los ojos y ves a una persona (la percepción) y tu
mente interpreta que esta persona es una amenaza, el cerebro libera las
hormonas del estrés y otras sustancias químicas del miedo que dañan las
células. Lipton dice: «Cuando modificamos la interpretación que la mente
hace sobre la enfermedad y pasa del miedo y el peligro a una creencia
positiva, el cerebro responde bioquímicamente, la sangre cambia el cultivo de
las células del cuerpo y las células cambian a nivel biológico».
Cuando el doctor Lipton me explicó todo esto, tuve mi propio momento
¡eureka! De repente, todo cobraba sentido. Todo seguía viniendo de las
hormonas y los neurotransmisores que el cerebro soltaba, en función de si la
mente interpreta algo como positivo (como hace con el efecto placebo) o
negativo (como con el efecto nocebo). Cuando nuestras creencias son de
esperanza y optimismo, la mente libera sustancias químicas que dejan el
cuerpo en un estado de descanso fisiológico, controlado principalmente por el
sistema nervioso parasimpático y en este estado de relajación, los mecanismos
de autorreparación natural del organismo están libres para ir a trabajar en la
reparación de lo que se ha estropeado en el cuerpo.
Si, no obstante, la mente piensa en creencias negativas, el cerebro las
percibe como una amenaza. Por lo que al cerebro se refiere, hay un león
corriendo tras de ti, es el momento de luchar y salir huyendo. Cuando están
activadas las respuestas del cuerpo al estrés, el cuerpo no se ocupa de los
problemas a largo plazo como el rejuvenecimiento celular, la autorreparación
y la lucha contra los efectos del envejecimiento. Está demasiado ocupado
preparándote para huir del león. No tiene sentido que las células del sistema
inmunitario se pongan a trabajar en masticar células cancerosas aisladas o en
renovar las células del cuerpo por otras nuevas si estás a punto de ser
devorado.
Con el tiempo, estas creencias negativas que desencadenan de forma
repetida la respuesta al estrés pasan factura. El entorno celular se va
envenenando con hormonas del estrés. No es de extrañar que el cuerpo
enferme y que tenga dificultad para autorrepararse.

¿Qué pasaba en el vientre materno?


Los factores ambientales pueden afectar la forma en que se expresa el ADN
desde que estábamos en el vientre materno. Una amplia gama de
enfermedades que afectan al adulto, tales como la osteoporosis y la depresión,
están ligadas a las influencias del desarrollo prenatal y perinatal.24 Una vez
más, esto vuelve a poner en duda toda la noción del determinismo genético.
En Life in the Womb, el doctor Peter Nathanielsz explica que hay cada vez
más pruebas de que la programación de la salud de por vida por parte de las
condiciones que encontramos en el vientre materno es tan importante, sino
más, que lo que determinan nuestros genes sobre nuestro funcionamiento
mental y físico durante la vida. Él llama a esta visión limitada de la genética
miopía del gen.25
El afecto que recibimos en la infancia también moldea nuestros pequeños
cerebros infantiles mediante el cambio de los receptores en el cerebro, lo cual
afecta al termostato de cómo responde el cuerpo del adulto a los estímulos del
estrés, que a su vez, pueden convertirse en enfermedades más tarde en la vida.
En efecto, la falta de vínculo entre la madre y el niño en las primeras etapas de
la vida no sólo afecta a nuestros cuerpos; puede amenazar a nuestra sociedad
entera, predisponiéndola a la depresión, a la agresión y a la toxicomanía, y
por tanto, afectar a la paz de una cultura entera.26
En otras palabras, nuestros padres pueden moldear nuestra salud cuando
somos apenas algo más que un destello en sus ojos. Un ejército de
enfermedades crónicas puede desarrollarse como resultado de influencias
adversas que experimentamos cuando éramos fetos.27

Tu subconsciente
Nuestros padres también moldearon las creencias que residen en nuestro
subconsciente. Las creencias negativas que observamos en nuestro padres
quedan programadas de forma involuntaria en nuestro subconsciente a una
edad temprana, creencias como: «Eres débil» o «Vas a engordar y serás
diabético cuando crezcas». Tu subconsciente se llena de creencias que te
transmitieron tus padres, profesores y otros que te influenciaron en los
primeros años de vida, cargando tu mente de programas que van a dirigir tu
vida, a menos que aprendas a reprogramar tu subconsciente. Normalmente a
la edad de seis años, estos programas ya están escritos y muy poca gente se ha
esforzado en examinar y reescribir su programación subconsciente. Dado que
no tenemos control sobre cómo esta poderosa parte de nuestro cerebro se
llega a programar cuando somos niños, no es de extrañar que la mayor parte
de la gente luche por cambiar las creencias limitantes y saboteadoras que
pueden dañar no sólo nuestra salud, sino también cualquier aspecto de
nuestras vidas.
Incluso si la mente consciente de tu yo adulto se encuentra repleta de
pensamientos positivos y de esperanza, actúas desde el subconsciente el 95
por ciento del tiempo. Estas habituales creencias negativas que surgen cada
vez que no centramos nuestra atención en los pensamientos positivos se
convierten en el valor por defecto. Actúan cuando estamos durmiendo,
cuando estamos trabajando o cada vez que no estamos repitiendo de forma
consciente nuestras afirmaciones positivas. Creencias como éstas pueden,
entonces, activar un tipo de efecto nocebo, ya que si nuestro subconsciente
cree que nos pondremos enfermos, el cerebro percibe una amenaza y se
desencadena la respuesta al estrés. Lo siguiente, ya lo sabes; tu cuerpo está
ocupado, huyendo de nuevo del león que percibe y tu organismo sufre.
El poder del subconsciente explica por qué el pensamiento positivo no lo
consigue todo por sí solo. ¿Cuántas veces has leído libros de autoayuda,
participado en talleres, hecho propósitos para al Año Nuevo y jurado mejorar
tu vida, sólo para darte cuenta un año después de que tu vida no es mejor?
Dado que la mente consciente sólo funciona el 5 por ciento del tiempo, tiene
poco poder para superar la fuerte influencia del subconsciente. Para realizar
cambios permanentes en las creencias, éstas deben cambiarse a nivel de la
mente consciente y también en el subconsciente.

Cuidado con cómo programas a los niños


Muchos fuimos programados para tener pensamientos de
desempoderamiento sobre nuestra salud a una edad temprana. Pocos padres
han enseñado a sus hijos que la mente tiene el poder de curar y, a la vez, de
dañar nuestro propio cuerpo. Por ello estamos programados para creer que
nuestro cuerpo no es cosa de nuestra incumbencia, que tenemos poco o
ningún poder para ayudarnos a nosotros mismos a encontrarnos mejor.
Como niños, la mayoría aprendemos que cuando el cuerpo enferma
debemos ir al médico y recibir un tratamiento. Cuando un niño se cae y se
hace un corte en la rodilla, rara vez los padres dicen: «Muy bien, cariño.
Ahora tu rodilla se concentrará en curarse a sí misma». No. Corremos a
buscar pomadas y tiritas. No hay nada malo en las pomadas y en las tiritas,
pero alimentan la creencia errónea del niño de que el cuerpo es dependiente
de los tratamientos externos, más que de los mecanismos de autorreparación
de nuestros cuerpos, que están a la disposición de todos de forma natural.
Como adultos, terminamos pensando que no tenemos poder para controlar
las respuestas de nuestra salud, cuando en realidad somos infinitamente
poderosos.
Yo fui víctima de tal autoprogramación. Cuando era niña, mi mayor
debilidad eran las comidas saladas más que las dulces. Me encantaba la sopa,
las patatas fritas, el queso y cualquier cosa sabrosa y mi madre siempre me
advertía que si comía mucha sal tendría la presión arterial alta cuando
creciera. Nadie en mi familia tiene hipertensión. Tanto mi madre como mi
padre eran de forma inusual hipotensos, de hecho. Pero mi subconsciente
estaba programado para creer que crecería y tendría hipertensión.
Por ello no me sorprendió que, aun siendo una mujer delgada, de
veintitantos años y, por lo demás, sana y sin antecedentes de presión arterial
elevada, me diagnosticaran hipertensión arterial.
No fue hasta años después, cuando empecé a estudiar el poder de las
creencias positivas y negativas, que me di cuenta de lo que mis propias
creencias subconscientes podían haber creado. ¿Podía ser una coincidencia?
¿Estaba predestinada a tener hipertensión, de todas formas? Quizás. Nadie
puede asegurarlo. Pero da que pensar…
Imagina que nuestros padres hubieran programado nuestras jóvenes e
impresionables mentes subconscientes para creer que tenemos poderes de
autocuración para luchar contra la enfermedad y activar la salud, en lugar de
enseñarnos que la enfermedad debe ser tratada con la administración de
medicamentos cada vez que nos ponemos enfermos y arrastrarnos a la
consulta del médico a por una inyección. Imagina la óptima salud de la que
gozaría nuestro subconsciente.
Lo que aprendí cambió la forma en la que crié a mi hija Siena. Cuando
tenía tres o cuatro años, antes de que yo aprendiera lo que ahora sé, mi
marido, Matt, bromeaba con Siena cuando estaba enferma o se lesionaba.
Imitando la sirena de una ambulancia correteaba por la habitación con ella en
brazos, gritando «¡Rápido! ¡Que alguien llame a una ambulancia! Tenemos
que llevar a Siena a la fábrica de niños para que le pongan una nueva pierna»
(o labio o nariz). Ella se reía y le tapábamos la herida con una tirita o la
llevábamos al médico. Pero el mensaje subyacente que estábamos
programando en su subconsciente era: «Tienes que ir a la fábrica de niños
para mejorar». Con esta clase de programación sería difícil para su yo adulto
que el cuerpo pudiera curarse a sí mismo.
Hasta que no empecé a investigar el proceso de la autocuración, Matt y yo
no teníamos ni idea de que podríamos estar afectando, de manera
inadvertida, la salud y el bienestar de Siena. Por supuesto que mi madre
nunca quiso para sus hijos algo que no fuese salud y felicidad. La mayoría no
nos damos cuenta de qué forma estamos programando a nuestros hijos y de
las consecuencias que ello puede acarrear en su madurez.
Ahora, Matt y yo hemos cambiado la forma en la que hablamos a Siena
sobre la enfermedad, las heridas y el proceso de curación. Si se levanta con un
dolor de barriga, le recordamos que tiene el poder de curarse a sí misma y
luego solemos administrarle un placebo —una pastilla para la tos— o, a veces,
una dosis de un medicamento para el resfriado o un remedio homeopático.
Cuando le damos la pastilla, le recordamos: «Esto sólo es para ayudarte a
curarte a ti misma».
Después de haber comenzado a actuar así, ella empezó a hablar de la
enfermedad y de las heridas de una forma completamente nueva. Si se caía y
se hacía un rasguño en la rodilla, se ponía de pie de un salto, diciendo: «No te
preocupes, mami. Mi rodilla ya sabe cómo curarse a sí misma».
Mi marido y yo, por supuesto, nunca nos negamos a administrar un
tratamiento médico a nuestra hija cuando ella lo necesitó (y no es en absoluto
lo que estoy sugiriendo). Si, Dios no lo quiera, alguna vez se le diagnosticara a
Siena una enfermedad grave, correríamos ipso facto a la consulta del médico.
Pero nos dimos cuenta de que Siena casi nunca necesita ir al médico por algo
que no sean los chequeos rutinarios. Además, ahora se recupera mucho más
rápido del resfriado y de la gripe causados por los virus que trae de la
guardería. Quizá, cuando sea mayor, la forma en que estamos programando
ahora su mente subconsciente le facilitará superar cualquier resistencia de su
mente al proceso de la autocuración.
Pero ¿y tú? ¿Qué pasa si tus padres nunca programaron tu mente
subconsciente para creer que tu cuerpo se podía curar por sí mismo? ¿Qué
ocurre si quieres creer que tu mente puede curar a tu cuerpo, pero
simplemente no lo haces? Si te sientes desesperado o desanimado, no pierdas
la esperanza. La buena noticia es que los pensamientos negativos sobre la
salud que desencadenan efectos nocebo y conducen a una mala salud pueden
reprogramarse. (Consulta el capítulo 10 para saber más sobre cómo cambiar
las creencias negativas subconscientes por otras positivas.)

El maleficio médico
Una vez que cambiemos nuestras creencias a nivel del subconsciente,
optimizaremos nuestro medio de cultivo para la comunidad de células que
componen el cuerpo humano, cambiando con ello la forma en la que se
expresa nuestro ADN. No somos víctimas de nuestros genes. Somos los
directores de nuestro propio destino.
Los datos que prueban esto eran tan convincentes que una parte de mí
empezó a sentirse irresponsable por no haberlos conocido antes. Cuando
recité el juramento hipocrático, prometí: «En primer lugar, no hacer daño».
Empecé a sentirme culpable por cualquier implicación que hubiera podido
tener en dañar inadvertidamente a mis pacientes, ya fuera no educándoles
acerca de cómo sus creencias podían manifestarse físicamente o
proyectándoles mis propias creencias sobre ellos, y posiblemente dañándoles
sin darme cuenta.
Cuando sentenciamos a alguien con estadísticas como: «Nueve de cada
diez personas con tu enfermedad mueren a los seis meses» o «Tienes el veinte
por ciento de probabilidades de sobrevivir cinco años», ¿está esto tan lejano
de las prácticas de vudú de algunas culturas nativas? ¿Estamos
maldiciéndolos, desencadenando respuestas de miedo en sus mentes y
haciendo que éstas activen las respuestas al estrés, cuando lo que más necesita
el cuerpo son respuestas a la relajación?
Cuando pronunciamos a nuestros pacientes la palabra «incurable» o
incluso los etiquetamos con una enfermedad «crónica», como la esclerosis
múltiple o la enfermedad de Crohn o una hipertensión y les decimos que se
verán afectados por ellas el resto de sus vidas, ¿no estamos en esencia
haciéndoles daño? ¿Qué prueba tenemos de que no se trata de uno de
aquellos estudios de caso que acabó, en el Proyecto de Remisión Espontánea,
curándose de la supuesta enfermedad incurable?
En La curación espontánea, el doctor Andrew Weil argumenta que los
médicos se comprometen involuntariamente con lo que él llama «hechizo
médico». Cuando declaramos que un paciente presenta una enfermedad
«crónica», «incurable» o «terminal», podemos estar programando su mente
subconsciente con creencias negativas y activando las respuestas al estrés que
le perjudican más que le benefician. Al etiquetar a un paciente con un
pronóstico negativo y robarle la esperanza de que su curación podría ser
posible, podemos contribuir a que se produzca el mal pronóstico que
formulamos. ¿No hubiera sido mejor ofrecerle esperanza y hacer que su
mente desencadenara las sustancias químicas inductoras de la salud que
trataran de ayudar a los mecanismos de autorreparación del cuerpo?
Cuando mi padre fue diagnosticado de un melanoma metastásico,
incluidas metástasis en el cerebro y en el hígado, la noticia era nefasta. Como
médicos, mi padre y yo conocíamos las estadísticas: menos del 5 por ciento de
las personas con la afección de mi padre sobrevivían más allá de los cinco
años y la mayoría morían en el periodo de tres a seis meses.
Mirando atrás y sabiendo lo que ahora sé, desearía honestamente no haber
conocido estos números cuando descubrimos que mi padre tenía el
melanoma con metástasis en su cerebro. Con una mirada a los números, la
esperanza se desvaneció. Para los dos. Nunca me había concentrado en el 5
por ciento de la gente que en realidad sobrevive. ¿Y quién puede decir que mi
padre no podía haber sido uno de ellos? Todo lo que podíamos pensar era en
el 95 por ciento que moría, habitualmente muy rápido.
Ahora, después de todo lo que he aprendido, me he dado cuenta de que
los médicos que dan este tipo de cifras a los pacientes pueden, de hecho, estar
perjudicándoles de forma inadvertida. No podemos ver el futuro. No tenemos
forma de predecir qué pacientes van a desafiar las probabilidades y cuáles van
a sucumbir rápidamente a ellas. Nuestras intenciones son puras. Nos mueven
sentimientos de honestidad, un compromiso hacia la autonomía del paciente
y el deseo de preparar a los enfermos para lo peor a fin de que no deambulen
en un estado de negación.
Pero si el paciente es el uno entre diez que no muere, ¿le hemos hecho
algún favor advirtiéndole de algo que podría no llegar a pasar? ¿Vale la pena
que nuestro deseo de divulgación total elimine la esperanza y destroce las
creencias sólo para que nuestros pacientes puedan ser «realistas» acerca de su
pronóstico?
No estoy sugiriendo que volvamos al modelo paternalista de la vieja
escuela de «Su linda y pequeña cabecita no tiene por qué preocuparse por ello,
señora». En la medicina de principios del siglo XX, los médicos escondían a
sus pacientes la enfermedad que padecían, porque: «Si lo supiera la abuela,
esto la mataría».
No. La honestidad y la colaboración son las piedras angulares de la
relación médico-paciente y no debe ser manipulada. La educación, la
participación y la total divulgación son definitivamente mi modo de proceder.
Pero pongo en duda de qué forma dar la información. ¿No tiene sentido para
todos nosotros, médicos y pacientes por igual, cambiar el modo de pensar y
comunicarse para optimizar la oportunidad del cuerpo de gozar de una buena
salud?
Como médico, esto es lo que he aprendido: en algún lugar en la
intersección de la esperanza, el optimismo, la atención nutricia y la total
alianza con el paciente al que se le otorga su correspondiente poder, yace la
receta de la curación.

1D. P. Phillips, T. E. Ruth y L. M. Wagner, «Psychology and Survival», Lancet 342, n.º 8880 (6 de
noviembre de 1993): 1142–45.

2S. M. Woods, J. Natterson y J. Silverman, «Medical Students’ Disease: Hypochondriasis in Medical


Education», Journal of Medical Education 41, n.º 8 (agosto de 1966): 785–90.

3Bernie S. Siegel, Love, Medicine & Miracles (Nueva York: Harper & Row, 1986), 133.

4Pierre Kissel y Dominique Barrucand, Placebos et Effet Placebo en Médecine (París: Masson, 1964).

5Stanley Schachter y Jerome Singer, «Cognitive, Social and Physiological Determinants of Emotional
State», Psychological Review 69, n.º 5 (septiembre de 1962): 379–99.

6Norman Cousins, Anatomy of an Illness: As Perceived by the Patient (Nueva York: W. W. Norton &
Company, 1979), 59.

7Samuel F. Dworkin y otros, «Cognitive Reversal of Expected Nitrous Oxide Analgesia for Acute Pain»,
Anesthesia and Analgesia 62, n.º 12 (diciembre de 1983): 1073–77.

8Avraham Schweiger y Allen Parducci, «Nocebo: The Psychologic Induction of Pain», Pavlovian
Journal of Biological Sciences 16, n.º 3 (julio-septiembre de 1981): 140–43.
9Brian Reid, «The Nocebo Effect: The Placebo Effect’s Evil Twin», Washington Post, 30 de abril de 2002.

10Ibídem.

11Anthony Robbins, Unlimited Power: The New Science of Personal Achievement (Nueva York: Free
Press, 1986).

12Bennett G. Braun, ed., The Treatment of Multiple Personality Disorder (Arlington, VA: American
Psychiatric Press, 1986).

13Richard L. Kradin, The Placebo Response and the Power of Unconscious Healing (Nueva York:
Routledge, 2008), 151.

14Martina Amanzio y otros, «A Systematic Review of Adverse Events in Placebo Groups of Anti-
migraine Clinical Trials», Pain 146, n.º 3 (5 de diciembre de 2009): 261–69.

15Walter B. Cannon, «Voodoo Death», American Anthropologist 44, n.º 2 (abril-junio de 1942): 169–81.

16John Cloud, «The Flip Side of Placebos: The Nocebo Effect», Time, 13 de octubre de 2009,
http://www.time.com/time/magazine/article/0,9171,1931727,00.html.

17Sanford I. Cohen, «Voodoo Death, the Stress Response, and AIDS», Advanced Biochemical
Psychopharmacology 44 (1998): 95–109.
18D. N. Ruble, «Premenstrual Symptoms: A Reinterpretation», Science 197, n.º 4300 (15 de julio de
1977): 291–292.

19Michael J. Colligan y Lawrence R. Murphy, «Mass Psychogenic Illness in Organizations: An


Overview», Journal of Occupational Psychology 52, n.º 2 (junio de 1979): 77–90.

20Fabrizio Benedetti y otros, «The Biochemical and Neuroendocrine Bases of the Hyperalgesic Nocebo
Effect», Journal of Neuroscience 26, n.º 46 (15 de noviembre de 2006): 12014–22.

21Bruce Lipton, The Biology of Belief: Unleashing the Power of Consciousness, Matter and Miracles
(Carlsbad, CA: Hay House, 2008).

22Robert A. Waterland y Randy L. Jirtle, «Transposable Elements: Targets for Early Nutritional Effects
on Epigenetic Gene Regulation», Molecular and Cellular Biology 23, n.º 15 (agosto de 2003): 5293–5300;
Eva Jablonka y Marion J. Lamb, Epigenetic Inheritance and Evolution: The Lamarckian Dimension
(Oxford: Oxford University Press, 1995).

23Walter C. Willett, «Balancing Life-Style and Genomics Research for Disease Prevention», Science 296,
n.º 5568 (26 de abril de 2002): 695–98.

24Peter D. Gluckman y Mark A. Hanson, «Living with the Past: Evolution, Development, and Patterns
of Disease», Science 305, n.º 5691 (17 de septiembre de 2004): 1733–36.

25Peter W. Nathanielsz, Life in the Womb: The Origin of Health and Disease (Nueva York: Promethean
Press, 1999).
26James W. Prescott, Scientifc Director, Rock A Bye Baby (Nueva York: Time-Life Films, 1970).

27Patrick Bateson y otros, «Developmental Plasticity and Human Health», Nature 430, n.º 6998 (22 de
julio de 2004): 419–21.
3

El factor de curación
que marca la diferencia

«El secreto de la atención al paciente está en atender1 al paciente.»


FRANCIS PEABODY

Recuerdo un día en el que mi madre me llamó, quejándose de un intenso


dolor en el abdomen. Ella había estado padeciendo gases y accesos de diarrea
desde que mi padre murió, pero este dolor en su vientre era nuevo. Mi madre
parecía asustada. La tranquilicé todo lo que pude, teniendo en cuenta que
estaba a casi cinco mil kilómetros de distancia.
Pasé revista mentalmente al diagnóstico diferencial. ¿Era su vesícula
biliar? ¿Una úlcera sangrante? ¿Pancreatitis? ¿Un cuadro inicial raro de
apendicitis? ¿Una obstrucción intestinal? ¿Una hernia de hiato? ¿Reflujo
gastroesofágico?
Le hice todas las preguntas de cajón. ¿Tenía fiebre? ¿Había tenido
vómitos? ¿Cuándo había sido la última vez que había hecho de vientre?
¿Tenía ventosidades? ¿Tenía hambre?
Sus respuestas me llevaron a creer que no se trataba de una urgencia
quirúrgica. Esto fue lo que le dije, pero, aun así, le recomendé que llamara a
su médico de cabecera. Pocos minutos más tarde, me volvió a llamar. Había
hablado con su médico, y éste le había pedido que fuera a verle
inmediatamente.
Había un buen trecho hasta la consulta (casi una hora). A mitad de
camino, mi madre me llamó y le pregunté cómo se encontraba. El dolor había
cedido un poco. Quince minutos más tarde, ya había llegado a la consulta y
me volvió a llamar y me informó: «¿Podrías creer que este maldito dolor casi
ha desaparecido?»
Para cuando llegó, el dolor ya no existía.
Mi madre cogió de nuevo el teléfono y me dijo: «Te juro que esto me pasa
siempre. Quiero que los síntomas sean graves al llegar al consultorio del
médico para que pueda reconocerme en el peor estado y eso le ayude a
descubrir lo que me pasa, pero la mayoría de veces, los síntomas se van antes
de que me llamen para entrar en la consulta».
Bingo.
El médico de cabecera de mi madre nunca llegó a descifrar por qué mi
madre tenía ese dolor, pero mi conversación con ella me condujo a elaborar
una teoría. Mi madre confía en los médicos. Ella cree que tienen el poder de
hacer que se encuentre bien. Muchas veces estaba pachucha y se sintió mejor
después de haber ido al médico. Está convencida firmemente de que los
médicos la ayudarán. Y como elige con cuidado a sus profesionales sanitarios
y los aprecia sinceramente, en contrapartida, se siente estimada por ellos.
Pero ¿y si la mejoría física que ella experimenta cuando va al médico es
principalmente consecuencia de su mente y del efecto de la misma en su
cuerpo? Cuando mi madre llama al médico y pide una cita, ¿no será que su
mente registra relajación, esperanza, optimismo, ternura y la creencia de que
la curación ya está en camino? Su cerebro deja ir un gran suspiro de alivio.
Sus pensamientos bloquean las respuestas al estrés que experimentó al
principio al notar el dolor, la idea de visitar al médico provoca una respuesta
de relajación, el cuerpo descansa y se activan sus mecanismos de
autorreparación natural. Antes de que lo sepa, el cuerpo ya se ha encargado
del problema y voilà! Los síntomas se han ido.
Acudir a la consulta del médico termina llevándose todo el mérito, pero la
verdadera heroína es su propia mente.
Por supuesto, esto no va en detrimento de lo que los médicos pueden
hacer. Cuando mi marido se cortó dos dedos de la mano con una sierra de
mesa, y su médico, el doctor Jonathan Jones, se los reimplantó de nuevo con
técnicas avanzadas de microcirugía, Matt y yo nos quedamos en modo de
total adoración. Aquel brillante hombre, al que no le importó trabajar en su
día de fiesta, utilizó un microscopio para unir de nuevo cada arteria, cada
nervio y cada hueso para que mi marido, artista y escritor, pudiera seguir
utilizando sus manos. Estaba tan agradecida a mi colega médico que le pinté
un cuadro, como gesto de respeto por la habilidad, amor, compromiso y
devoción que había mostrado hacia mi marido.
Pero por más agradecida que estuviera al doctor Jones, atribuyo a Matt la
mayor parte de su recuperación. Desde el principio, mi marido albergó la
creencia de que sus dedos volverían a serle insertados y que funcionarían
igual que antes de perderlos. Confiaba plenamente en la medicina moderna, e
incluso después de cortarse los dedos, me miró con los ojos como platos y me
dijo: «Todo va a ir bien». No sintió dolor durante el accidente, probablemente
porque su cuerpo estaba lleno de endorfinas analgésicas, y cuando llamé al
911 y llegó el personal de urgencias, Matt manifestó alivio. No puedo sino
imaginarme su cerebro soltando hormonas curativas y sustancias químicas
inductoras de salud que ayudaron a su recuperación e hicieron el trabajo del
doctor Jones más fácil, pero la verdadera cuestión es que alguien aún tenía
que coserle de nuevo los dedos en su mano. No iban a reimplantarse por sí
mismos.
Cuando los médicos nos salvan, en especial, cuando nos enfrentamos a
enfermedades potencialmente mortales o traumatismos que ponen en peligro
nuestras extremidades, es tentador ponerlos en un pedestal y otorgarles todo
el mérito. Y sí, algunos médicos poseen un don excepcional y lo que hacen
acelera el proceso de curación, para que el cuerpo se dedique de lleno a su
autorreparación. Pero cuando el cirujano extirpa un tumor o prescribe un
antibiótico o fija un hueso roto, aún seguimos dependiendo de que los
mecanismos de autorreparación del cuerpo finalicen el trabajo. El cuerpo de
Matt aún tenía que fusionar esos huesos reconectados y cicatrizar las heridas
en arterias y nervios. El doctor Jones hizo posible que su cuerpo pudiera
hacerlo.
Quiero dejar claro que, cuando hablo de la capacidad del cuerpo para
autorrepararse, no estoy sugiriendo en modo alguno que deberíamos
prescindir de los avances que la medicina actual ha puesto a nuestra
disposición. A la vez que creo en la considerable capacidad de nuestro cuerpo
para autorrepararse, también creo que no deberíamos esperar que él cargue
con la parte más dura del trabajo y, a veces, el cuerpo sencillamente no lo hace
si le dejamos a él todo el peso.
Mientras que mi madre podía no haber necesitado el toque de su médico
para curarse de su dolor en el vientre, está claro que Matt sí necesitaba al
doctor Jones. A veces, confiamos en lo que la tecnología de la medicina
moderna nos ofrece y a veces no. Pero puedo asegurar que, en cada situación,
encontrar a la persona adecuada como soporte al viaje de tu curación es
crucial y los datos científicos que yo estudié lo confirman.

El médico como medicina


Los pacientes mejoran, por lo menos en parte, porque creen en el poder de la
medicina moderna y esperan sentir alivio al ir a ver a los médicos y a otros
profesionales sanitarios de su confianza. Mi madre y Matt no son los únicos
que depositaron una gran fe y confianza en los médicos. Mucha gente
experimenta parecidas respuestas condicionadas al ir a ver al médico. Los
pacientes se han acostumbrado a acudir al médico y después sentirse mejor,
ya que su mente despliega su magia antes de que haya realmente ocurrido el
encuentro terapéutico, incluso en ausencia de cualquier intervención
terapéutica directa.
Pero ¿qué dicen los datos científicos?
Volví a las revistas médicas y, por lo que aprendí, es posible que una
relación terapéutica nutricia sea la responsable de una gran parte de la
respuesta positiva que experimentan los pacientes al ser tratados con
placebos. Los científicos postulan que no sería suficiente ingerir un placebo si
el paciente se lo tomara él mismo sin la participación del médico, que para ser
verdaderamente poderoso, debe administrárselo alguien en quien el paciente
haya depositado una gran fe.
En una entrevista en la National Public Radio (NPR), Ted Kaptchuk,
director del programa de Harvard de Ensayos con Placebos y el Encuentro
Terapéutico (Program in Placebo Studies and the Therapeutic Encounter,
PiPS), comentó: «Una pastilla de azúcar no hace nada. Lo que funciona es el
contexto de la curación. Éste es el ritual de la curación. Se trata de estar en
una relación sanadora […] Pero la pastilla de placebo es un instrumento
maravilloso o la inyección de solución salina es un instrumento maravilloso
para aislar lo que habitualmente se encuentra en el fondo, sacarlo de ahí
mediante los medicamentos y los procedimientos que se practican en
medicina y, de hecho, ponerse a estudiar únicamente el acto de la atención o
cuidado. Esto es lo que pienso que medimos al estudiar los efectos del
placebo».2
Cuando se le preguntó a Kaptchuk, médico con formación en medicina
china y acupuntor, cómo justificaba él, como científico, la práctica de la
acupuntura, cuando la mayor parte de los ensayos clínicos aleatorizados y
controlados no habían podido demostrar su eficacia por encima del placebo,
él respondió: «Porque yo soy un sanador condenadamente bueno. Ésta es la
complicada verdad. Si necesitaras ayuda y vinieras a mí, mejorarías. Les ha
pasado a miles de personas. Porque al final, no se trata realmente de las
agujas. Se trata de las personas».3
Kaptchuk fue coautor de un artículo para el New England Journal of
Medicine en el que presentaba los resultados de un estudio con asmáticos que
confirmaban esto. Aquellos que afirmaron tener dificultad para respirar
recibieron un tratamiento con un inhalador de salbutamol (tratamiento de
referencia para el asma), un falso inhalador (placebo), acupuntura fingida
(también, placebo) y ningún tratamiento. Todos los pacientes tratados
mejoraron de igual forma: aproximadamente el 50 por ciento de mejoría para
los tratados con el salbutamol, el inhalador falso y la acupuntura fingida,
frente al 21 por ciento de mejoría en aquellos que no recibieron tratamiento
alguno.
Sin embargo, a diferencia de otros estudios que demostraron respuestas
fisiológicas que coincidieron con el alivio sintomático, cuando los
investigadores en este estudio determinaron la actividad pulmonar en los
pacientes con asma, la respuesta fisiológica no equivalió a la percepción
subjetiva del paciente. La actividad respiratoria medida en los que recibieron
la acupuntura fingida, el inhalador falso y ningún tratamiento experimentó
una mejora del 7 por ciento, pero no tanta como los que tomaron salbutamol
(20 por ciento).4
¿Por qué estos asmáticos se encontraron mejor, incluso cuando su cuerpo
no demostró ninguna respuesta fisiológica que explicara esta mejoría clínica?
Quizá los pacientes del ensayo se encontraron mejor no únicamente gracias al
salbutamol, la acupuntura fingida o el falso inhalador, sino porque alguien
cuidó de ellos. ¿Y si el tratamiento de los pacientes consistiera no sólo en el
propio medicamento, sino en la atención médica? Quizá los grupos de
tratamiento se sintieron igual de bien porque todos ellos recibieron la misma
asistencia médica y quizás esto sea incluso más importante que el
medicamento o el tratamiento que reciban.
Es posible que el asma sea diferente del cáncer. Cuando estás luchando
contra una enfermedad potencialmente mortal, no es tanto el alivio del
síntoma lo que persigues, sino la remisión de la enfermedad. ¿Se ha ido el
cáncer o no? Pero ¿y si el alivio del síntoma y la remisión de la enfermedad
están vinculados por la experiencia terapéutica y su relación con la mente, los
daños de la respuesta al estrés y el poder de curación de la respuesta a la
relajación?
Sospecho que existe un vínculo muy potente, pero una vez más quiero
encontrar pruebas de ello.

Pruebas de que la atención nutricia es lo que


marca
la diferencia
En este punto de mi investigación sospeché claramente que una gran parte del
efecto placebo giraba en torno a la prestación de la atención nutricia. Y tuve la
ligera sospecha de que la falta de esta atención nutricia —en especial con
respecto al hechizo médico— podía sacar a relucir el efecto nocebo. Pero
¿cuánto efecto nocebo tiene? ¿Existe alguna prueba de que la manera de tratar
a los pacientes o las creencias del profesional sanitario afectan a la respuesta
obtenida?
El doctor Lawrence Egbert llevó a cabo un estudio en la Escuela Médica de
Harvard que se publicó en el New England Journal of Medicine y para el cual
distribuyó de forma aleatoria en dos grupos a pacientes que iban a ser
sometidos a una intervención quirúrgica. Uno de los grupos se encontró con
anestesistas alegres y optimistas que les aseguraron que su operación iba a ser
pan comido, que se sentirían cómodos y no notarían dolor alguno y que todo
iría fenomenal. El otro grupo de desafortunados pacientes (¡pobrecillos!)
fueron atendidos por anestesistas que habían recibido instrucciones de
mostrarse gruñones, apresurados y poco simpáticos (es interesante resaltar
que en realidad eran los mismos anestesistas, pero llevaban dos gorros
diferentes). Aquellos que estuvieron con los anestesistas optimistas
necesitaron sólo la mitad de medicación analgésica y fueron dados de alta 2,6
días antes en promedio.5
El optimismo por parte del médico es algo que también marca la
diferencia. Impulsado por el comentario «El gran éxito del doctor Smith
reside en su enorme optimismo», en 1987, el doctor K. B. Thomas quiso llevar
a cabo un estudio sobre si la actitud positiva del médico afecta la respuesta del
paciente. Su estudio, realizado en la Universidad de Southampton y publicado
en el British Medical Journal, evaluó a doscientos de sus propios pacientes que
no habían mejorado, pero que no habían presentado signos de alteraciones en
la exploración. Los pacientes fueron asignados aleatoriamente a recibir uno
de cuatro tipos de consulta: una consulta llevada a cabo de «forma positiva»,
con o sin tratamiento y una consulta de «forma poco positiva», con o sin
tratamiento. El 64 por ciento de los del grupo de la consulta positiva
mejoraron mientras que sólo el 39 por ciento de los del grupo de la consulta
negativa presentaron mejoría. El estudio descubrió que se podía aumentar la
recuperación del paciente con palabras que le sugirieran que «se encontraría
mejor en pocos días», y si oían, en el caso de que le hubieran administrado
tratamiento, que «el tratamiento decididamente lo haría mejorar». Por otro
lado, las palabras negativas, como: «No estoy seguro que el tratamiento que le
voy a administrar le haga efecto», conllevaron un mayor tiempo de
recuperación.6 Thomas llegó a la conclusión de que «el propio médico es un
poderoso medicamento; él es el placebo y su influencia se percibe en mayor o
menor medida en cada consulta».7
Mientras que el optimismo y las palabras positivas son claves, la confianza
es igual de importante. Los efectos nocebo pueden aparecer también cuando
un paciente desconfía del personal sanitario y de los tratamientos que
aplican.8 Yo solía trabajar en un ambulatorio de salud pública en San Diego,
donde la mayoría de mis pacientes eran refugiadas somalíes. Al proceder de
una cultura en la que la práctica clínica es muy distinta, muchas de ellas
desconfiaban profundamente de los médicos estadounidenses y los
tratamientos que recetábamos. En esta población de pacientes fui testigo de
muchísimos más efectos secundarios, derivados de los tratamientos
habituales y aparentemente inocuos, como el de las vitaminas prenatales, que
los comunicados normalmente por mis pacientes estadounidenses. A pesar de
que hice lo posible por ganarme la confianza de estas pacientes, sospecho que
estos efectos secundarios aparecieron a raíz de que algunas de ellas creían
sinceramente que tratábamos de envenenarlas.
La creencia del médico también importa. En un estudio publicado en The
Lancet, que investigaba el papel de las endorfinas en cómo los placebos
aliviaban el dolor, los investigadores descubrieron que, a pesar de haber
utilizado un procedimiento con doble ciego, las expectativas del médico
seguían influenciando la respuesta de los pacientes a las inyecciones de
fentanilo, naloxona o placebo.9 Si el médico no creía que un determinado
tratamiento funcionaría, éste podía resultar, en efecto, menos eficaz.
Otro estudio, llevado a cabo por el Instituto Nacional de Salud Mental,
evaluó a 250 pacientes con depresión que fueron asignados aleatoriamente a
uno de cuatro grupos de tratamiento durante dieciséis semanas: psicoterapia
interpersonal, terapia del comportamiento cognitivo, el antidepresivo
imipramina y placebo. Como subestudio de un proyecto mayor, los
investigadores en Georgetown grabaron en vídeo la forma en la que los
médicos participantes en este estudio interactuaban con sus pacientes, y a
partir de los intercambios de este vídeo, pidieron a evaluadores expertos que
predijeran cuáles iban a mejorar y cuáles no.
De forma sorprendente, los evaluadores fueron capaces de predecir los
resultados observando la relación médico-paciente, independientemente del
tratamiento que se le hubiera administrado al enfermo. No se trataba sólo de
si el médico y el paciente conectaban a nivel emocional. Resultó que lo que el
médico creía sobre el pronóstico del paciente también repercutió de forma
decisiva. Si un médico creía que el paciente iba a mejorar, era más probable
que así sucediese que si el médico no irradiaba este tipo de positividad.10
Estos hallazgos sobre las creencias de los médicos se han replicado desde
entonces en muchos otros estudios, tanto en el campo de la salud mental
como en otras áreas de conocimiento.
No es sorprendente, por tanto, que la personalidad del médico también
marque la diferencia. Un estudio de la Escuela Médica de Harvard, publicado
en el British Medical Journal, demostró que la respuesta al placebo aumentaba
del 44 al 62 por ciento cuando el médico trataba al paciente con «calidez,
atención y confianza». Entre un tercer grupo de control de pacientes en lista
de espera y que no recibieron atención médica de ninguna clase, sólo
mejoraron el 28 por ciento.11
La combinación de un apoyo adecuado y creencias positivas puede incluso
dar como resultado una curación inexplicable. A principios de la década de
1950, el doctor Albert Mason del Hospital Queen Victoria de Londres trató a
un adolescente que presentaba la mayor parte de su cuerpo cubierta por una
gruesa, agrietada y curtida piel. Se creyó que su enfermedad correspondía a
un caso grave de tuberculosis verrucosa, y dado que anteriormente se había
descrito que la hipnosis podía ser un tratamiento eficaz para las verrugas, el
doctor Mason creyó sinceramente que la hipnosis podía curar las verrugas de
su paciente, incluso en ese estado avanzado de gravedad.12
Convencido del poder de la mente para inducir la autorreparación de las
verrugas, el médico se puso manos a la obra. Durante la primera sesión se
centró sólo en el brazo del chico, conduciendo al paciente a un estado de
trance y guiándole a través del proceso de visualización de su brazo de color
rosado y sano. Después de un tratamiento repetido, la piel recuperó su
apariencia casi normal con la consiguiente impresión y admiración de los
colegas del doctor Mason. Pero él no estaba sorprendido. Tenía fe en que la
mente podía curar el cuerpo, por lo menos en el caso de una afección como
aquélla.
Cuando el chico fue visitado posteriormente por su médico especialista,
quien había tratado de ayudarle sin éxito con injertos de piel, el hombre se
quedó maravillado al ver la piel saludable que presentaba su paciente, en
especial porque él había cometido un error con su tratamiento. En lugar de
padecer verrugas, el chico había sido mal diagnosticado. Su afección real era
una enfermedad genética potencialmente mortal, llamada ictiosis congénita.
Aunque nunca se había demostrado que la mente podía curar la ictiosis
congénita, tanto el doctor Mason como el chico creyeron que la hipnosis
funcionaría. Y funcionó.
Se corrió la voz, y otros que sufrían de ictiosis congénita buscaron al
doctor Mason, quien también trató de ayudarles. Pero el médico no fue capaz
de reproducir el mismo efecto en otras personas. Culpó de su fracaso a la falta
de credibilidad. Mientras que él creía que la hipnosis curaría las verrugas,
dudaba de su eficacia para esta enfermedad genética más grave, a pesar de que
la hipnosis había resultado eficaz en el primer caso.

El ritual de la medicina
Una pastilla de azúcar, aunque potente, no deja de ser una pastilla de azúcar.
No es mágica. Mientras algunos tratamientos como la cirugía de la mano de
mi marido reparan el cuerpo en un modo que éste no puede inducir solo,
otros tratamientos utilizan meramente el potente poder de la mente para
optimizar la salud del cuerpo, y es el apoyo de un afectuoso profesional
sanitario lo que marca la diferencia.
Algunos estudios —como el de K. B. Thomas— fueron tan lejos como
para sugerir que el médico es, de hecho, el placebo, que la función que
desempeña en sí y por sí mismo desencadena la respuesta de la
autocuración.13 Lo que hemos aprendido sobre el efecto placebo es que, como
explica Ted Kaptchuk, el placebo nos libera de los medicamentos reales que
asumimos que nos curan (los antibióticos, la cirugía de rodilla, los
antidepresivos, los analgésicos, la cirugía de tórax), obteniendo un destilado
de la medicina hacia algo terapéutico que tiene menos que ver con las pastillas
o la cirugía. Sin la parafernalia bioquímica de la medicina, nos quedamos con
la medicina tal como era mucho antes de que surgieran los tratamientos de
alta eficacia, como la cirugía de los dedos de Matt: el ritual de medicina, el
sentido que le atribuimos al tratamiento médico y la atención de alguien
dedicado a tratar de ayudarnos a estar bien.
Debido a que el mundo occidental ha dado tanto significado al papel del
médico en nuestra cultura contemporánea, el apoyo de un médico afectuoso
puede tener incluso más peso que la misma clase de ayuda que pudiera
prestar un sacerdote, un terapeuta, un acupuntor u otras presencias cariñosas
y sanadoras. Sin embargo, lo mismo puede no ser cierto en otras culturas en
las que el mayor poder sanador yace en el chamán, el médico de medicina
china o la curandera.
Una médica a la que entrevisté —la llamaremos doctora M— afirmó: «Sé
que lo más valioso que puedo ofrecerles a mis pacientes es el amor». Me contó
una historia sobre una paciente con una neuralgia grave que afectaba al 90
por ciento de su cuerpo. La mujer había visitado a docenas de médicos y a un
buen número de curanderos, sin éxito en su alivio. Luego fue a ver a la
doctora M, que le recetó aceite de pescado y vitaminas del grupo B. La
doctora M me admitió que le había prescrito los complementos alimenticios
principalmente como placebo, porque no había pruebas clínicas que
demostraran que serían eficaces frente a la neuralgia. Asimismo, dedicó
tiempo a escuchar a la paciente y a ofrecerle su atención nutricia.
Poco después, la mujer se enamoró perdidamente de un hombre joven y al
poco tiempo volvió a la consulta de la doctora M para anunciarle que su dolor
se había esfumado. Ella atribuyó el mérito a las vitaminas del grupo B y al
aceite de pescado, llamándolas «la cura milagrosa».
Pero la doctora M me dijo: «Sabía que no habían sido las vitaminas. Creo
que fue el amor de ese joven, en combinación con la atención que le brindé, lo
que la curó».

El mecanismo de la atención nutricia


¿Cómo puede incidir la atención nutricia y la creencia positiva de un
profesional sanitario en la mejora de la salud del paciente? Todo apunta de
nuevo a la respuesta al estrés inductora de la enfermedad y a la respuesta a la
relajación que facilita la autorreparación. Cuando un paciente que otorga al
médico un significado positivo se siente atendido, confiado, seguro y cuidado,
se aborta la respuesta al estrés. Se induce la respuesta a la relajación. El
paciente empieza a mejorar inmediatamente.
Imagina por un momento que te diagnostican un cáncer. Al minuto de oír
la palabra cáncer, las respuestas de alarma del estrés se vuelven locas. Las
glándulas suprarrenales bombean cortisol. El sistema nervioso simpático se
pone en alerta. La mente interpreta la palabra cáncer como una amenaza
mortal, aun cuando la amenaza de muerte no suele ser inminente en el
momento del diagnóstico. En tal estado de estrés fisiológico, el cuerpo está
mal equipado para luchar contra el cáncer. Está demasiado ocupado
preparándose para luchar y huir.
Luego entra en escena el oncólogo que es amable, afectuoso y
tranquilizador. Te toma la mano, te abraza cuando rompes a llorar y te
asegura que ha atendido a miles de personas con ese mismo tipo de cáncer y
que la mayoría se han curado. Con palabras de calma y delicada presencia, el
oncólogo explica que, pase lo que pase, nunca estarás solo, que él va a estar a
tu lado, haciendo todo lo que esté en sus manos para ayudarte. Traza un plan
de tratamiento y te proporciona un número de teléfono al que llamar si te
surge alguna otra duda. Te vuelve a dar un abrazo o una palmadita suave en la
espalda. Aunque vayas a enfrentarte a una intervención de cirugía mayor y a
meses de quimioterapia, ya te sientes mejor.
¿Por qué? Porque la mente se ha tranquilizado. Se ha aliviado el miedo. Se
ha apagado la respuesta al estrés. El cuerpo se relaja. El médico ha convencido
a tu cerebro de que todo va a ir bien, o al menos se hará todo lo posible para
tratar de asegurar que vaya a ir bien. En este estado de relajación, el cuerpo
puede ocuparse de lo que mejor sabe hacer: esforzarse por curarse a sí mismo.

La ausencia de atención nutricia puede dañarte


Por lo tanto, si los médicos que infunden calma y tranquilidad y creen que
todo va a ir bien pueden inducir tales efectos fisiológicos positivos, ya
sabemos lo que pasa cuando los médicos, de forma involuntaria, utilizan sus
superpoderes de forma incorrecta. Aunque tengan buenas intenciones, muy a
menudo los médicos y otros profesionales sanitarios no sólo no tratan a sus
pacientes con atención nutricia y delicadeza, sino que pueden estar tan
ocupados, sobrecargados de trabajo y agotados que perjudican por completo
a sus pacientes.
Una amiga me escribió al salir de la consulta de su médico:

Lissa, si este médico me roba al salir del edificio, no podré confirmar


que fue él, ya que no creo que me haya mirado ni una sola vez. Ni el
que recogía mis antecedentes médicos ni el de la misma sala de
exploración me miraron una sola vez. Clavaron los ojos en sus
ordenadores y me hicieron preguntas mientras seguían tecleando. Un
equipo informático le proporcionó mi nueva receta, que ni siquiera
comentó conmigo. Si todo lo que necesito para controlar y renovar las
recetas para mis enfermedades actuales o crónicas es un programa de
ordenador, ¿para qué estoy malgastando una hora de mi tiempo en una
sala de espera?, ¿para ver la espalda de algún tipo? ¡Ay!, y sin olvidar
que la enfermera introdujo un código erróneo en el ordenador y el
médico vino preparado para hacerme una exploración de mama en
lugar de para auscultar mi tórax asmático. Yo me quedé como: «¿De
qué me está hablando, perdone? O bien tiene una información errónea
o, de lo contrario, estoy en la sala equivocada». Suspiro. Estoy muy
enfadada ahora mismo. No voy a volver allí nunca más.

Con frecuencia he oído este tipo de opiniones en mi comunidad de


Internet. Con muchos profesionales sanitarios sintiéndose agobiados,
agotados y menospreciados, los pacientes a veces acaban más estresados
después de la visita al médico de lo que estaban antes. Si tienes que estar
sentado durante dos horas en una sala de espera abarrotada de gente para
tener tan sólo siete minutos y medio para ver a un médico agotado que te
interrumpe al hablar, olvida tu nombre, nunca te coge la mano y acaba
asustándote con pronósticos desconcertantes, puedes estar seguro de que van
a activarse tus respuestas al estrés.
Nadie lo hace de forma intencionada. Los profesionales sanitarios a
menudo se han sacrificado tanto por sus pacientes que dejan de ser
conscientes de por qué están haciendo lo que estaban llamados a hacer.
Piensan que los sacrificios que hacen ya demuestran la atención que prestan a
sus pacientes. Pero los sacrificios no son suficiente. Ya es hora de devolver la
atención a la asistencia sanitaria. Los médicos y otros profesionales sanitarios
necesitamos recordar por qué hacemos lo que hacemos para poder maximizar
el efecto curativo que ejercemos sobre nuestros pacientes. Especialmente
cuando las cosas no van bien.

¿Cómo dar malas noticias?


En 1974, el doctor Clifton Meador le dijo a su paciente Sam Londe que tenía
cáncer de esófago, que su enfermedad se consideraba mortal. Después de que
el médico le comunicara la noticia sobre su sentencia de muerte, Sam murió
rápidamente, sólo unas semanas después de haber sido diagnosticado.
Pero la autopsia llevada a cabo después de su muerte sorprendió a los
médicos. Se halló un pequeño tumor que no era suficiente para matarlo. El
doctor Meador explicó en el Discovery Health Channel: «Él murió con
cáncer, pero no del cáncer». ¿Por qué murió? Es posible que las malas noticias
desencadenaran tanto miedo que la respuesta al estrés causó estragos en su
cuerpo. Murió porque se le dijo que moriría y él creyó que moriría. Sus
pensamientos negativos se tradujeron en cambios fisiológicos reales.
Décadas después, la muerte de Sam Londe aún obsesiona al doctor
Meador, que dice: «Pensaba que tenía cáncer. Él pensaba que tenía cáncer.
Todos los de su entorno pensaban que tenía cáncer…, ¿le quité la esperanza
en cierto modo?»14
Sospecho que este tipo de cosas no son poco frecuentes. Por supuesto que
los médicos nunca tienen la intención de perjudicar a sus pacientes. A la
mayoría, nos motivan las más puras intenciones y no queremos otra cosa que
ayudar a que nuestros pacientes sanen. Pero he oído a buenos médicos dar las
malas noticias una y otra vez. A menudo va así:

PUERTA N.º 1
Lo siento, su tumor maligno es inoperable y no está limitado al
órgano que creíamos. De hecho, se ha extendido al estómago, al colon, a
los ganglios linfáticos y a toda la mucosa del abdomen. Todavía no se
han hecho las pruebas, pero es posible que también se encuentre en los
pulmones, huesos y cerebro.
Si lo desea, podemos administrarle quimioterapia, pero va a ser sólo
a modo paliativo, no curativo. Siento mucho tener que darle esta
noticia, y por supuesto vamos a hacer todo lo que esté en nuestras
manos para que se sienta cómoda. Pero sería el momento de poner en
orden sus asuntos. Si no ha actualizado su testamento, quizá desee
hacerlo, ya que sólo una de cada veinte personas con su tipo de cáncer
sobrevive a los cinco años y la mayoría mueren entre los tres y los seis
meses.
No sabe cómo siento tener que decirle esto y, desde luego, podemos
hablarlo con más detenimiento cuando se pasen los efectos de la
anestesia y esté un poco más despierta.

Cuando las malas noticias se dan de este modo, sólo pueden desencadenar
respuestas al estrés que dificultan la autorreparación del cuerpo del paciente y
de forma excepcional puede incluso conducir a la muerte, aun cuando no
haya razón aparente para ello. Es posible que la muerte realmente te
aterrorice.
Propongo una nueva forma de dar malas noticias. Tomemos a la misma
paciente que describimos tras la puerta n.º 1: la que presentaba el cáncer con
metástasis y una posibilidad entre veinte de sobrevivir. Vamos a darle tiempo
para que se despierte de la anestesia. Acomodémosla en la sala de
reanimación. Vamos a hablar con la familia para contarles que tendremos
una reunión familiar cuando se haya despertado por completo y entonces
vamos a tener la siguiente conversación, en lugar de la anterior:

PUERTA N.º 2
Tengo buenas y malas noticias, por lo que empezaré con las malas.
Me temo que su tumor maligno no está confinado en un solo órgano tal
como esperábamos. [Pausa para darle tiempo a que lo procese.]
Parece que el cáncer se ha extendido también al estómago, el colon,
los ganglios linfáticos y la mucosa del abdomen. Tenemos que hacer
algunas pruebas para ver si podría haber llegado a algún órgano más y
podremos darle esta información muy pronto, por lo que vamos a
planificar qué es lo siguiente que vamos a hacer. Pero quiero que sepa
que no va a pasar por esto sola. [Nueva pausa.]
Sé que ahora mismo oír esto es demasiado, pero déjeme compartir
con usted las buenas noticias. La buena noticia es que un porcentaje de
personas con exactamente este mismo diagnóstico, sobreviven y existen
algunos indicadores de qué tipo de personas podrían ser ésas. El cuerpo
está diseñado para curarse a sí mismo cuando enferma y tenemos
pruebas fehacientes de que quienes cuidan su cuerpo, su mente y su
espíritu mientras mantienen la esperanza y la creencia en su capacidad
para mejorar tienen más probabilidades de curarse. Es importante para
su organismo que todos seamos optimistas y que su cuerpo y su mente
se mantengan lo más relajados posible, porque sólo en este estado de
relajación su cuerpo podrá luchar contra el cáncer.
Quiero que sepa que creo que es posible que se cure y que voy a estar
aquí con usted para apoyarla en cada etapa del proceso. Mañana
hablaremos de las opciones de tratamiento y qué podemos hacer a
partir de ahora, pero, en primer lugar, será mejor que descanse y tenga
un poco de tiempo para procesar esta información con su familia. Antes
de que me vaya a practicar la siguiente operación quirúrgica, ¿quiere
formularme alguna pregunta ahora? [Hace una pausa y escucha.]
Hablaré con usted a primera hora de la mañana, y si mientras tanto
le surge alguna duda urgente, no dude en llamarme. Aquí está mi
número en caso de que me necesite. Sé que no son las noticias que
quería escuchar hoy, pero, por favor, no pierda la esperanza. Yo creo en
los milagros y usted podría ser este milagro.

Imagina lo diferente que te sentirías después de esta conversación. El


primer médico probablemente te hubiera dejado con un sentimiento de
estrés, incertidumbre y malestar. El médico tras la puerta n.º 2, sin embargo,
es posible que te haya hecho sentir apoyado, esperanzado y bien informado,
tanto es así que tu cuerpo y tu mente se encuentran relajados.
Como profesionales sanitarios, creo que es nuestra responsabilidad
considerar cómo podíamos facilitar el proceso de ayuda a nuestros pacientes
para que mantengan las creencias positivas y se liberen de las negativas y, así,
poder minimizar las respuestas al estrés y provocar las respuestas a la
relajación que ayudan al cuerpo a curarse a sí mismo y prevenir futuras
lesiones. Quizás este acto de amor y servicio tenga efectos más profundos que
cualquier medicamento o cirugía. Es posible que nos lleve algunos minutos
más de nuestro tiempo diario dar las malas noticias de una forma que facilite
la curación, pero los resultados podrían ser extraordinarios.
Médico, cúrate a ti mismo
Cuando los médicos dejamos espacio a la atención nutricia, creamos un
ambiente ideal para que los pacientes se curen a sí mismos. Pero con
demasiada frecuencia cometemos el error de tratar de servir a los que nos
necesitan desde el agotamiento. Como médicos, hemos aprendido a sacrificar
nuestras propias necesidades para servir a los demás. Terminamos
intensamente privados de horas de sueño, comemos mal, no atendemos a
nuestras relaciones, abandonamos nuestro autocuidado, cerramos nuestros
corazones para protegernos y solemos acabar poco saludables física,
emocional y espiritualmente. El minuto que un médico u otro profesional
sanitario otorga hasta el punto del agotamiento no se valora hasta que no se
tiene y la verdadera curación puede que ya no tenga lugar. Porque estamos
tan agotados que nos sentimos victimizados y terminamos convirtiéndonos
en villanos, arremetiendo contra los pacientes porque tenemos que seguir,
aunque ya no nos quede energía.
Si pudiera agitar una varita mágica y cambiar algo del sistema sanitario,
cambiaría la descabellada idea de que para ser buenos profesionales sanitarios
debemos entregarnos a expensas de nuestra propia salud. Es imposible estar
completamente presentes para nuestros pacientes, abrir nuestros corazones
tanto como deben estar y servir al máximo a los demás cuando ya no tenemos
nada para dar. Si los médicos pudieran ser modelos del autocuidado para que
los pacientes pudieran tomarlos de ejemplo y aprender de ellos, todo el
sistema sanitario experimentaría un giro radical. Si los sanadores pudieran
sanarse a sí mismos primero, seríamos capaces de servir y amar desde la
plenitud, y así podríamos sanar al mundo de forma eficaz.
La autocuración es un trabajo duro y nadie debería tener que hacerlo solo.
Como médicos, podemos administrar tratamientos que salven vidas, pero si
no nos curamos a nosotros mismos para estar lo suficientemente llenos como
para espolvorear nuestros tratamientos con una ración de ayuda colmada de
amor, estamos limitando la capacidad de recuperación total y sostenible de
nuestros pacientes.
Norman Cousins, autor de Anatomía de una enfermedad, conoce todo
esto muy bien. Cousins fue diagnosticado del trastorno degenerativo del
metabolismo del colágeno, la espondilitis anquilosante, y creyó que él sería
capaz de detener la enfermedad si le daban de alta del hospital y recibía un
tratamiento diario a base de grandes dosis de vitamina C y risa, en lugar de
antiinflamatorios, analgésicos y tranquilizantes. Afortunadamente, su
médico, con quien Cousins gozaba de una relación de equidad colaborativa,
apoyó su decisión.

QUINCE FORMAS EN LAS QUE LOS SANADORES


PUEDEN AMPLIAR SU ARTE
1. Escucha.
2. Abre tu corazón.
3. Mantén el contacto visual.
4. Quita la mano del pomo de la puerta y siéntate.
5. Estate presente.
6. Ofrece tu contacto sanador.
7. Invita a tu paciente a ser parte de tu equipo.
8. Evita los juicios.
9. Enseña, pero no impongas.
10. Elige con cuidado tus palabras y mantente optimista.
11. Confía en la intuición de tu paciente.
12. Respeta a los demás médicos que están tratando a tu paciente.
13. Tranquiliza a tus pacientes diciéndoles que no están solos.
14. Fomenta la descarga del estrés y deja que tu presencia lo alivie.
15. Ofrece esperanza, ya que no importa lo desalentador que sea el pronóstico, siempre es posible que
ocurra una remisión espontánea.

En Anatomía de una enfermedad, Cousins escribió: «Diría que la principal


aportación de mi médico para dominar y posiblemente vencer mi
enfermedad fue que me alentó a creer que yo era una parte respetada de un
compromiso conjunto».

El efecto placebo en la medicina alternativa


y complementaria
La atención protectora explica por qué muchos pacientes experimentan
resultados notables al ser tratados con terapias de medicina alternativa y
complementaria (MAC), por ejemplo: acupuntura, medicina china,
homeopatía, reiki, fitoterapia, medicina energética, terapia craneosacral,
medicina quiropráctica y otras modalidades por el estilo. Sin embargo, los
tratamientos de MAC a menudo han demostrado ser «ineficaces» según los
principios de la medicina factual —en otras palabras, se ha considerado que
no son más eficaces que el placebo—. Creo que el motivo por el que muchos
de estos tratamientos no fueron adecuados para los ensayos controlados con
placebo es porque la acupuntura ficticia aplicada con atención nutricia es tan
eficaz como la acupuntura real aplicada con atención nutricia. Ambas
funcionan de forma equivalente, porque tal como indicó antes Kaptchuk, «no
se trata de las agujas». Ambas desencadenan la relajación y reducen el estrés
en el cuerpo. Y esto es algo bueno: ¡no algo de lo que los terapeutas que
aplican MAC deban defenderse!
¿Y si mucho de lo que ofrecemos en la medicina occidental funciona del
mismo modo? En muchos casos, en concreto cuando se trata del tratamiento
de una enfermedad «crónica», la atención y la tranquilidad que ofrecemos es
quizá de tanto valor para la fisiología del cuerpo como las pastillas y las
inyecciones.
Entendedme, no estoy intentando dilucidar si los métodos de curación de
la MAC son o no «eficaces». Si tu enfermedad se evapora misteriosamente
después de haber tomado un tratamiento homeopático o si eres un terapeuta
de medicina energética que has presenciado remisiones espontáneas en tus
pacientes, no dudo de la eficacia de estos tratamientos. De hecho, creo
totalmente que las cosas inexplicables suceden en manos de profesionales
capacitados que practican formas de medicina que los datos científicos tienen
aún que verificar.
En lugar de rechazar estos tratamientos, quisiera hacer el razonamiento de
que tal vez las modalidades curativas de la medicina alternativa funcionan, no
tanto por la modalidad que se practique, como por la combinación de
creencias positivas en el método curativo, la atención nutricia ofrecida por el
médico o terapeuta y las respuestas de relajación que estos tratamientos
inducen. Es posible que estas modalidades sean, en realidad, muy eficaces,
pero no a través de los medios que podríamos esperar.
Lo que estoy sugiriendo es que puede que todas las intervenciones
dirigidas a favorecer la salud y la curación —tanto si se trata de los
medicamentos convencionales como de los tratamientos de MAC—
funcionen principalmente a través del poder de la mente. Ya hemos
demostrado que muchos tratamientos médicos no son superiores al placebo
en cuanto a eficacia, mientras que otros se ha demostrado que funcionan
mejor que éste. Esto apunta a que algunos tratamientos convencionales
realmente ofrecen un beneficio más allá de los que la creencia positiva y la
atención protectora puede facilitar. La mayoría de los tratamientos de MAC,
no obstante, parecen ofrecer la mayor parte de su beneficio, cuando no todo,
gracias a la creencia positiva, la atención protectora y las respuestas
fisiológicas positivas que desencadenan.

¿Se trata del tratamiento o de la respuesta de


relajación?
Las pruebas sugieren que la acupuntura real puede que no sea más eficaz que
la acupuntura ficticia. Algunos ensayos con acupuntura demuestran la
eficacia de ésta por encima de la de la acupuntura ficticia,15 pero no la
mayoría. Cuando los pacientes son asignados aleatoriamente a recibir o bien
acupuntura real (inserción de agujas a lo largo de los meridianos energéticos,
tal como se enseña en la escuela de acupuntura), o bien acupuntura ficticia
(inserción de agujas de cualquier manera o empujando la piel con agujas
falsas sin dejar que se adhieran completamente), muchas de las personas que
han sido sometidas a la acupuntura verdadera mejoran. Pero también lo
hacen las que han recibido acupuntura falsa.16 Aunque mucha gente cree que
se trata de pinchar la aguja en el punto adecuado, ¿y si tiene que ver más con
el acupuntor que con la técnica de la acupuntura?
Probablemente, lo mismo es cierto para el reiki, una terapia japonesa de
curación energética que se caracteriza por la imposición de manos o la
agitación de las mismas sobre el cuerpo para movilizar la energía vital a través
de puntos «estancados» del cuerpo. Ensayos como el que se llevó a cabo en la
Universidad Estatal de Sonoma y se publicó en el Oncology Nursing Forum
examinaban pacientes a los que se estaba administrando quimioterapia y
descubrieron que los que además recibían reiki eran más propensos a
experimentar resultados de salud positivos que aquellos a los que sólo se les
daba el tratamiento habitual, pero aquellos a los que se les aplicó reiki ficticio
también resultaron más propensos a experimentar un beneficio.17 De nuevo,
esto no me sorprende. Como alguien que ha practicado reiki, doy fe de que
resulta en verdad relajante, en especial cuando te lo aplica alguien que
realmente se preocupa por ti. Pero esto valdría también para el reiki ficticio.
¡Con razón la gente lo disfruta!
Los ensayos también sugieren que la homeopatía, una terapia de MAC
basada en la hipótesis de que una sustancia que provoca los síntomas de una
enfermedad en las personas sanas va a curar esa enfermedad en las personas
enfermas cuando se administra a dosis muy bajas, puede no ser más eficaz
que el placebo, aunque los datos son contradictorios. Un metanálisis de ciento
siete ensayos clínicos en homeopatía, llevados a cabo en la Universidad de
Limburg en Holanda y publicados en el British Medical Journal, sugiere que
existe una tendencia hacia la eficacia clínica, lo que implica que la homeopatía
puede ser más eficaz que el placebo y merece estudiarse de forma más
profunda.18 Sin embargo, un metanálisis más amplio de los datos, diseñado
con mayor minuciosidad y publicado en The Lancet, evaluó ciento diez
ensayos clínicos homeopáticos y ciento diez ensayos clínicos de medicina
convencional para centrarse en averiguar los sesgos o desviaciones del
estudio. Este estudio, llevado a cabo en la Universidad de Berna (Suiza),
demostró que la homeopatía presentaba o poca o ninguna eficacia superior al
placebo.19 Quisiera argumentar que es posible que no sean los remedios
homeopáticos los que funcionan en la curación; es el homeópata.
Los críticos pusieron en entredicho los resultados de estudios como el
metanálisis de homeopatía, lo que llevó a que en The Lancet se hablara de «el
fin de la homeopatía» y «el poder de la verdad».20 Sin embargo, quiero señalar
que aquellos que criticaron el estudio, lo citaron con un ejemplo de la
medicina convencional tergiversando los datos para descalificar a la medicina
alternativa.21 Si vamos a utilizar la medicina basada en pruebas fehacientes
para evaluar los tratamientos que no se prestan fácilmente a un análisis como
éste, debemos mantener una actitud abierta en nuestra interpretación de los
resultados que afianzan métodos curativos que no comprendemos por
completo. Aplicarle una tendencia negativa a esta clase de datos sólo porque
no podemos hacer aparecer una explicación bioquímica para ellos no es
científico.
Ten en cuenta que muchos de estos estudios distan de ser perfectos. El
problema con cómo algunos de ellos se llevan a cabo es que resulta difícil
enmascarar22 al paciente y al médico. A pesar de que algunos estudios sobre
la acupuntura ficticia utilizan «agujas» ficticias que son capaces de engañar
hasta al propio acupuntor, otros enmascaran sólo al paciente.
Esto falsea las cosas. Los estudios demuestran que cuando los
investigadores saben qué tratamiento están dando a sus pacientes se lo
comunican sin querer mediante lenguaje no verbal, por eso muchos ensayos
clínicos se llevan a cabo con doble enmascaramiento (también llamado doble
ciego), para que ni el investigador ni el paciente sepan si están siendo tratados
con un placebo. Esta distinción hace que la investigación clínica en muchos
tratamientos de MAC esté cargada de sesgos.

El verdadero objetivo del tratamiento


No nos desviemos del tema por unos datos mediocres. Aunque los científicos
no sean capaces de explicar fisiológicamente el alcance de muchos
tratamientos de MAC, ¿es ello realmente necesario, cuando ya disponemos de
una explicación bioquímica para estos tratamientos? Sabemos que tumbarnos
en una camilla para que nos explore un médico afectuoso en un ambiente
relajado centrado en la intención de curar puede abortar las respuestas al
estrés con las que muchos de nosotros andamos por ahí cada día, en especial
cuando estamos enfermos.
También sabemos que está demostrado que provocar las respuestas a la
relajación induce cambios hormonales positivos y devuelve el cuerpo a su
estado natural de homeostasis, lo que a su vez induce la autorreparación del
organismo. ¿Necesitamos saber más?
En la medicina convencional denominamos a algo que no supera los
resultados del placebo «curanderismo». Pero ¿no hemos perdido de vista el
verdadero objetivo? Sugiero reconsiderar nuestras normas de evaluación en
cuanto a la eficacia de los tratamientos médicos. Si el paciente está
mejorando, ¿importa realmente si el tratamiento es o no mejor que el
placebo? ¿No es la resolución de los síntomas y la curación de la enfermedad
el último objetivo del tratamiento? ¿Importa, en realidad, de qué forma
hemos alcanzado esta meta?
Reconozco que éste es un concepto radical. Pero no soy la única que hace
estas consideraciones.
En un editorial del British Medical Journal, el catedrático de Yale David
Spiegel criticó a los escépticos por insinuar que, si la mayoría de las terapias
de MAC se derivan del efecto placebo, deberían ser asignadas al campo del
curanderismo. Y planteó esta pregunta: «¿Es posible que los médicos de
medicina alternativa hayan tenido históricamente tendencia a comprender
algo importante sobre la experiencia de la enfermedad y del ritual de las
interacciones entre médico y paciente que el resto de la medicina haría bien
en escuchar?»23

El efecto placebo en psicoterapia


No son únicamente los tratamientos de MAC cuyos efectos positivos se
derivan más de las creencias positivas, la atención nutricia y las respuestas de
relajación que inducen que del propio tratamiento. Los estudios demuestran
que la psicoterapia puede beneficiar a los pacientes del mismo modo. En
efecto, los datos corroboran el hecho de que a aquellos que reciben
psicoterapia les va mejor que a los que no se someten a ella.24 Pero ¿es en
realidad la psicoterapia o podría ser que la psicoterapia indujera respuestas de
relajación debidas a la combinación de creencias positivas del paciente y el
apoyo afectuoso de un terapeuta protector? ¿No es más probable curar la
mente y el cuerpo cuando están relajados?
En un experimento de referencia llevado a cabo en la Universidad de
Vanderbilt y publicado en los Archives of General Psychiatry, unos
psicoterapeutas con mucha experiencia trataron a quince estudiantes
universitarios que padecían ansiedad y depresión, mientras que los profesores
de la universidad, que no eran psicoterapeutas, trataron a un grupo semejante
de pacientes. Los pacientes tratados por los profesores sin ningún nivel de
especialización presentaron tanta mejoría como aquellos tratados por los
terapeutas profesionales.25
El doctor Arthur Kleinman, especialista en medicina antropológica, cree
que el hecho de atribuir el éxito de la psicoterapia al efecto placebo no tiene
por qué menoscabar sus beneficios. Él lo ve más bien como un complemento.
«La psicoterapia puede ser muy bien una forma de maximizar las respuestas
al placebo […], pero si esto es así, debe aplaudirse en lugar de condenarse por
explotar un proceso terapéutico útil que está infrautilizado en la asistencia
sanitaria.»26

El efecto placebo en la curación por la fe


A pesar de que se dispone de menos datos en el campo de la curación por la
fe, podríamos argumentar que con los curanderos está en juego la misma
dinámica. Piensa en ello. La gente viene de todas partes para estar en
presencia de alguien que cree que la va a curar. A esto se añaden otras
personas con necesidad de curación que han hecho una peregrinación y
comparten la misma creencia positiva. Agrega los rituales y practicas que
refuerzan la creencia: el abrazo con amor, la imposición de manos, la
meditación, las plantas, el agua sagrada y tendrás la receta para inducir las
respuestas a la relajación y a la autocuración que los científicos apodarían «el
megaefecto placebo».27
Echemos una mirada a las aguas curativas de Lourdes como ejemplo del
megaefecto placebo. Lourdes ofrece la perfecta oportunidad para la
autocuración. La gente comienza una peregrinación y suele estar agotada
cuando llega, lo que significa que se encuentra mentalmente en un estado de
mayor receptividad. El santuario de Lourdes reúne múltiples símbolos
sagrados de curación y muchas oportunidades para los rituales de sanación,
así como la compañía de los demás peregrinos que han hecho el viaje. De
forma colectiva aquellos que van suelen impregnarse de una emoción
contagiosa y esperanza colectiva. Sólo la propia creencia de que las aguas
curativas harán que desaparezca la enfermedad puede ser suficiente para
activar las respuestas de relajación necesarias para que el cuerpo de cure a sí
mismo.
La Iglesia católica es consciente de todo esto y ha trabajado duro para
descartar la existencia de curaciones que podrían considerarse «histeria». Su
intención es estar segura de que las curaciones son verdaderos milagros de
naturaleza divina, más que el resultado de la autocuración derivada del poder
de la mente. Para garantizar esto, la Iglesia utiliza médicos que verifiquen si
una curación espontánea «cuenta» como un verdadero «signo de Dios».
Desde 1858, sólo sesenta y ocho cumplieron sus estrictos criterios.
En 1962, Vittorio Micheli fue ingresado en un hospital de Verona con un
gran tumor maligno en su cadera izquierda. En diez meses, su cadera se había
desintegrado casi por completo, dejando el hueso flotando en una masa de
tejido blando, por lo que necesitaba una escayola para mantener unida su
pierna al cuerpo. Como último recurso, emprendió un viaje a Lourdes, donde
se bañó varias veces. Cada vez, notó una sensación de calor moviéndose por
su cuerpo. Durante el mes siguiente se sintió con energía renovada y sus
médicos repitieron las radiografías; encontraron una masa tumoral mucho
más pequeña. Estaban tan intrigados que intentaron justificar cada etapa de
su recuperación. Poco después el tumor de Micheli había desaparecido y el
hueso había comenzado a regenerarse. En dos meses, ya volvía a andar de
nuevo.28
El milagro de Anna Santaniello, el penúltimo registrado en Lourdes,
ocurrió después de que empezara a padecer una cardiopatía grave derivada de
un brote de artritis reumatoide. Tenía dificultad para respirar, además de la
enfermedad de Bouillaud, por lo que tenía problemas para hablar y estaba
totalmente imposibilitada para caminar. También tuvo intensos ataques de
asma, cianosis en la cara y en los labios (coloración azul causada por la falta
de oxígeno) e hinchazón en la parte baja de las piernas. Después que unos
voluntarios la sumergieran en las aguas curativas, sus síntomas
desaparecieron y los médicos confirmaron su curación.
Más recientemente, en marzo de 2011, Serge François, de cincuenta y seis
años de edad confirmó el último milagro. Después de que las complicaciones
de una hernia discal le dejaran prácticamente sin movilidad en la pierna
izquierda, emprendió una peregrinación al santuario sagrado en 2002 y
experimentó un rápido incremento de su movilidad. Diez años más tarde
sigue bien.
En Anatomía de una enfermedad, Norman Cousins escribió: «Las
alardeadas “curas milagrosas” que abundan en la literatura de las grandes
religiones […] hablan de la capacidad del paciente, motivado y estimulado de
forma adecuada, para participar activamente en los extraordinarios percances
de la enfermedad y la discapacidad».

Recuperar el corazón de la medicina


Como profesionales sanitarios, estamos bendecidos con una oportunidad
sagrada. Tenemos el poder de estimular las respuestas a la relajación en
nuestros pacientes, y con ello, pasar a formar parte del proceso de sanación de
otra manera que sólo con medicamentos o cirugía. En mi opinión, si no
optimizamos los mecanismos de autocuración de nuestros pacientes, les
estamos haciendo —al igual que a nosotros mismos— un flaco favor. Y si
asumimos la responsabilidad y hacemos bien nuestro trabajo, nuestro papel
en el proceso de curación puede significar la diferencia entre la vida y la
muerte del paciente.
Suelo bromear con que yo practico el amor, con un poco de medicina de
complemento. Sin embargo, demasiado a menudo, los avances tecnológicos
nos han distanciado tanto de nuestros pacientes que parece que el amor se
haya perdido en el proceso. Antes un médico solía hacer visitas a domicilio,
sentarse en la cama y tocar al paciente, ahora les ofrecemos visitas de trece
minutos en una blanca sala estéril en la que los análisis clínicos pueden
sustituir el interrogatorio al paciente sobre sus antecedentes patológicos y los
estudios de diagnóstico a la imagen a la exploración física. Sin el poder
curativo de escuchar, tocar cariñosamente, atender de forma protectora y la
intención de curar, ¿qué les estamos ofreciendo a nuestros pacientes, aparte
de la tecnología pura y dura?
Cuando te enfrentas a una crisis de salud, asegúrate de procurarte la
atención nutricia que necesitas. No es suficiente buscar al mejor médico o al
médico de la universidad más famosa, especializado en tu enfermedad
concreta. Aunque van a venir muy bien sus destrezas como especialista, si
quieres optimizar las probabilidades de curación de tu cuerpo, también
necesitarás que tus profesionales sanitarios te atiendan de forma auténtica. Es
posible que precises más de una persona en el curso del tratamiento. Puede
ser que necesites a todo un equipo creyendo en ti, ofreciéndote todas las
herramientas de las que disponen y ayudándote a preparar tu cuerpo para que
sucedan los milagros. Al reunir a tu equipo, también será preciso que sus
miembros cooperen entre sí.
La acupuntora Susan Fox denomina a este equipo de médicos que trabajan
en conjunto «la mesa redonda de la curación». La mesa redonda de la
curación es un proceso de colaboración en el que todos los profesionales
sanitarios que participan en la atención al paciente trabajan en un contexto de
equidad donde todas las opiniones cuentan. En la mesa redonda de la
curación, es el paciente, y no el médico, quien preside como la máxima
autoridad. Mientras que los médicos pueden ser invitados a la mesa redonda
de la curación, esta invitación no les otorga el derecho de dar órdenes, negar
el consejo de los otros, faltar el respeto a los demás de la mesa o, lo más
importante, no prestar atención a los deseos del paciente.
Aunque comprendo la necesidad de tener a un médico dando órdenes
durante una situación traumática en la sala de urgencias, esto no es aplicable a
los que están atendiendo a alguien con una enfermedad crónica. Una vez oí a
un respetado médico (si bien es cierto que cansado) decir a una brillante
enfermera: «Vamos a hacer un pequeño juego. Yo seré el médico. Tú serás la
enfermera. Yo te daré las órdenes y tú las obedeces». Este tipo de dinámica no
sirve ni al profesional sanitario ni al paciente.
También he escuchado a médicos burlarse de pacientes por haber buscado
opciones terapéuticas alternativas o tratamientos homeopáticos, sin tener en
cuenta ni al paciente ni al terapeuta de MAC. Este tipo de relaciones
enfrentadas me preocupan profundamente porque revelan una disfunción
mucho mayor en nuestro sistema sanitario. Esta mentalidad dictatorial,
prepotente y jerárquica es más de tipo militar que la forma en la que concibo
que deberían ser los sistemas sanitarios. Y mientras los médicos en la rutina
diaria pueden sentir que están en guerra contra la enfermedad, replicar los
métodos bélicos de comunicación en los hospitales o en las salas de
exploración de los pacientes no ayuda a la curación de la gente. Sólo
desencadena respuestas al estrés. La atención sanitaria funciona de forma más
efectiva cuando los equipos trabajan como una unidad comprometida a servir
al paciente antes que nada, sin ego, competitividad ni juegos de poder
innecesarios.
En mi comunidad en Internet he estado reclutando revolucionarios de la
salud, es decir profesionales sanitarios y pacientes comprometidos a devolver
la atención a la práctica sanitaria. Si estás asintiendo con la cabeza y
preguntándote dónde estamos los demás, no desesperes. Estamos aquí, una
población cada vez más organizada y vocal de agentes del cambio que
sabemos que debemos reclamar el corazón de la medicina y nos hemos
comprometido a ver que el cambio se produce. Ten fe. Te necesitamos más
que nunca.
Como pionero de la medicina psicosomática (cuerpo-mente), el doctor
Larry Dossey me escribió: «Realmente formamos una clase de mundo médico
paralelo que existe junto a la clase convencional. Nos centramos en lo que [el
mundo convencional] sabe, y lo respetamos, pero además defendemos la
espiritualidad, el sentido, la intención, la conciencia, la compasión, la
empatía, el amor […]. ¿Y adivinas qué? Vamos a ganar la competición. Sólo
es, en realidad, cuestión de tiempo. Pero tenemos que bailar al son de esta
música lo más rápido posible, porque el tiempo no está de nuestra parte. La
urgencia es un hecho. Por tanto, ¡bienvenidos al baile!»
El momento es ahora. ¿Estás preparado?

1Se refiere a la «atención nutricia»: atención protectora, atenta, maternal, cercana, em- pática, volcada
en el paciente. (N. de la T.)

2«One Scholar’s Take on the Power of the Placebo», Science Friday, NPR, 6 de enero de 2012,
http://m.npr.org/news/Health/144794035.

3Michael Specter, «The Power of Nothing», New Yorker, 12 de diciembre de 2011.

4Michael E. Wechsler y otros, «Active Albuterol or Placebo, Sham Acupuncture, or No Intervention in


Asthma», New England Journal of Medicine 365 (14 de julio de 2011): 119–26.

5Lawrence D. Egbert y otros, «Reduction of Postoperative Pain by Encouragement and Instruction of


Patients: A Study of Doctor-Patient Rapport», New England Journal of Medicine 270 (16 de abril de
1964): 825–27.
6Ibídem.

7K. B. Thomas, «General Practice Consultations: Is There Any Point in Being Positive?» British Medical
Journal 294, n.º 6581 (9 de mayo de 1987): 1200–1202.

8Fabrizio Benedetti y otros, «When Words Are Painful: Unraveling the Mechanisms of the Nocebo
Effect», Neuroscience 147, n.º 2 (29 de junio de 2007): 260–71.

9Richard H. Gracely y otros, «Clinicians’ Expectations Infuence Placebo Analgesia», Lancet 325, n.º
8419 (5 de enero de 1985): 43.

10Janice L. Krupnick y otros, «The Role of the Therapeutic Alliance in Psychotherapy and
Pharmacotherapy Outcome: Findings in the National Institute of Mental Health Treatment of
Depression Collaborative Research Program», Journal of Consulting and Clinical Psychology 64, n.º 3
(junio de 1996): 532–39.

11Ted J. Kaptchuk y otros, «Components of Placebo Effect: Randomised Controlled Trial in Patients
with Irritable Bowel Syndrome», British Medical Journal 336, n.º 7651 (1 de mayo de 2008): 999–1003.

12A. H. Sinclair-Gieben y D. Chalmers, «Evaluation of Treatment of Warts by Hypnosis», Lancet 274,


n.º 7101 (3 de octubre de 1959): 480–82; Owen S. Surman, Sheldon K. Gottlieb y Thomas P. Hackett,
«Hypnotic Treatment of a Child with Warts», American Journal of Clinical Hypnosis 15, n.º 1 (julio de
1972): 12–14.

13Curtis E. Margo, «The Placebo Effect», Survey of Ophthalmology 44, n.º 1 (julio/agosto de 1999): 33–
34; Nicholas J. Voudouris, Connie L. Peck y Grahame Coleman, «Conditioned Response Models of
Placebo Phenomena: Further Support», Pain 38, n.º 1 (julio de 1989): 109–16; Steve Stewart-Williams y
John Podd, «The Placebo Effect: Dissolving the Expectancy Versus Conditioning Debate», Psychology
Bulletin 130, n.º 2 (marzo de 2004): 324–40.

14Desonta Holder, «Health: Beware Negative Self-Fulfilling Prophecy», Seattle Times, 2 de enero de
2008, http://seattletimes.nwsource.com/html/health/2004101546_fearofdying02.html.

15Julia Kleinhenz y otros, «Randomised Clinical Trial Comparing the Effects of Acupuncture and a
Newly Designed Placebo Needle in Rotator Cuff Tendinitis», Pain 83, n.º 2 (1 de noviembre de 1999):
235–41; J. Vas y otros, «Acupuncture as a Complementary Therapy to the Pharmacological Treatment
of Osteoarthritis of the Knee: Randomised Controlled Trial», British Medical Journal 329, n.º 7476 (20
de noviembre de 2004): 1216–19; Juan Antonio Guerra de Hoyos y otros, «Randomised Trial of Long-
Term Effect of Acupuncture for Shoulder Pain», Pain 112, n.º 3 (diciembre de 2004): 289–98.

16Edzard Ernst y Adrian R. White, «Acupuncture for Back Pain: A Meta-Analysis of Randomized
Controlled Trials», Archives of Internal Medicine 158, n.º 20 (9 de noviembre 1998): 2235–41; Matthias
Karst y otros, «Pressure Pain Threshold and Needle Acupuncture in Chronic Tension-Type Headache:
A Double-Blind Placebo-Controlled Study», Pain 88, n.º 2 (noviembre de 2000): 199–203; Matthias
Karst y otros, «Needle Acupuncture in Tension-Type Headache: A Randomized, Placebo-Controlled
Study», Cephalalgia 21, n.º 6 (julio de 2001): 637–42; Matthias Karst y otros, «Acupuncture in the
Treatment of Alcohol Withdrawal Symptoms: A Randomized, Placebo-Controlled Inpatient Study»,
Addiction Biology 7, n.º 4 (octubre de 2002): 415–19; Jongbae Park y otros, «Acupuncture for Subacute
Stroke Rehabilitation: A Sham-Controlled, Subject-and Assessor-Blind, Randomized Trial», Archives of
Internal Medicine 165, n.º 17 (26 de septiembre de 2005): 2026–31; K. Streitberger y otros, «Effect of
Acupuncture Compared with Placebo-Acupuncture at P6 as Additional Antiemetic Prophylaxis in
High-Dose Chemotherapy and Autologous Peripheral Blood Stem Cell Transplantation: A Randomized
Controlled Single-Blind Trial», Clinical Cancer Research 9, n.º 7 (julio de 2003): 2538–44; K.
Streitberger y otros, «Acupuncture Compared to Placebo-Acupuncture for Postoperative Nausea and
Vomiting Prophylaxis: A Randomised Placebo-Controlled Patient and Observer Blind Trial»,
Anaesthesia 59, n.º 2 (febrero de 2004): 142–49; Matthias Fink y otros, «Needle Acupuncture in Chronic
Poststroke Leg Spasticity», Archives of Physical Medicine and Rehabilitation 85, n.º 4 (abril de 2004):
667–72; M. Linde y otros, «Role of the Needling Per Se in Acupuncture as Prophylaxis for Menstrually
Related Migraine: A Randomized Placebo-Controlled Study», Cephalalgia 25, n.º 1 (enero de 2005): 41–
47.
17Anita Catlin y Rebecca L. Taylor-Ford, «Investigation of Standard Care Versus Sham Reiki Placebo
Versus Actual Reiki Therapy to Enhance Comfort and Well-Being in a Chemotherapy Infusion
Center», Oncology Nursing Forum 38, n.º 3 (mayo de 2011): E212–E220.

18J. Kleijnen, P. Knipschild y G. ter Riet, «Clinical Trials of Homoeopathy», British Medical Journal
302, n.º 6772 (9 de febrero de 1991): 316–23.

19Aijing Shang y otros, «Are the Clinical Effects of Homoeopathy Placebo Effects? Comparative Study
of Placebo-Controlled Trials of Homoeopathy and Allopathy», Lancet 366, n.º 9487 (27 de agosto–2 de
septiembre de 2005): 726–32.

20«The End of Homeopathy», editorial, Lancet 366, n.º 9487 (27 de agosto–2 de septiembre de 2005):
690.

21Iris R. Bell, «All Evidence Is Equal, but Some Evidence Is More Equal than Others: Can Logic Prevail
over Emotion in the Homeopathy Debate?» Journal of Alternative and Complementary Medicine 11, n.º
5 (octubre de 2005): 763–69.

22Ocultar la naturaleza del tratamiento administrado a la persona que lo recibe, a la persona que lo
administra o a la persona que debe evaluar su eficacia o su toxicidad. (N. de la T.)

23David Spiegel y Anne Harrington, «What Is the Placebo Worth?» British Medical Journal 336, n.º
7651 (3 de mayo de 2008): 967–68.

24Mary L. Smith y Gene V. Glass, «Meta-Analysis of Psychotherapy Outcome Studies», American


Psychologist 32, n.º 9 (septiembre de 1977): 752–60.
25Hans H. Strupp y Suzanne W. Hadley, «Specifc vs. Nonspecifc Factors in Psychotherapy: A
Controlled Study of Outcome», Archives of General Psychiatry 36, n.º 10 (septiembre de 1979): 1125–36.

26Arthur Kleinman, Rethinking Psychiatry: From Cultural Category to Personal Experience (Nueva
York: Free Press, 1991).

27Ted J. Kaptchuk y otros, «Complementary Medicine: Efficacy Beyond the Placebo Effect», in
Complementary Medicine: An Objective Appraisal, ed. Edzard Ernst (Oxford: Butterworth-Heinemann,
1996), 42–70.

28Michael Talbot, The Holographic Universe (Nueva York: HarperCollins, 1991), 107.
PARTE DOS

TRATAMIENTO PARA TU MENTE


4

Redefinir el concepto de salud

«La gran mayoría de personas estamos obligados a vivir una vida


de constante y sistemática duplicidad. Tu salud va a quedar afectada si,
día tras otro, dices lo contrario de lo que sientes, si te arrastras ante
lo que no te gusta y te alegras de lo que no va a traerte
más que infortunios. Nuestro sistema nervioso no es una ficción,
es parte de nuestro cuerpo físico y el alma existe en un espacio
dentro de nosotros, como los dientes de nuestra boca.
No puede ser violada para siempre con impunidad.»
BORIS PASTERNAK, DOCTOR ZHIVAGO

Después de investigar los efectos nocebo y placebo, me sentí muy cómoda al


afirmar con autoridad que el cuerpo está diseñado para repararse a sí mismo
y que la creencia positiva, la atención nutricia y las respuestas a la relajación
promueven la preparación del terreno para que el cuerpo se cure a sí mismo.
Pero ¿la creencia positiva y la atención nutricia son de verdad suficientes para
curar el cuerpo en un porcentaje significativo de veces? Tenía la sensación de
que no era todo tan sencillo.
¿Qué te parece la mujer que cree que mejorará y encuentra a un médico
maravilloso, pero vive con un hombre que la engaña y abusa de ella?
¿Qué me dices de la persona enferma que se agota doce horas al día en un
empleo denigrante que le obliga a vender su integridad para traer a casa un
sueldo? ¿Y la persona que fuma, bebe y come pasta y pizza y vive hasta los
cien porque su vida está tan llena de amor, vitalidad e intención que no quiere
dejarla? Me da la sensación de que hay mucho más de lo que pensamos detrás
de tener una salud óptima.
Tomemos el caso del fanático de la salud, por ejemplo. Cuando una
persona lo hace todo «bien» por lo que respecta a conductas saludables, es
decir, come sus verduras orgánicas, evita la carne, la leche, el gluten y los
alimentos procesados, hace ejercicio a diario, duerme bien, no tiene
adicciones, acude a médicos que practican la medicina funcional para que
pueda optimizar la bioquímica del cuerpo, y así sucesivamente, deberíamos
esperar que viviera una larga y próspera vida y que muriera de muy anciana
mientras duerme plácidamente, ¿verdad? Entonces, ¿por qué tantos fanáticos
de la salud están más enfermos que otros que se ponen hasta las botas en una
barbacoa, consumen gran cantidad de cerveza, duermen cinco horas por la
noche y vegetan en el sofá delante de la caja boba?
Si algunos fanáticos de la salud y de los alimentos naturales son tan
propensos a enfermar como algunos de los que se pasan el día tirados en un
sofá viendo la tele, tenía que llegar a la conclusión de que algo falla en nuestra
definición de lo que constituye un estilo de vida saludable. Es evidente que
estas conductas sanas ya constituyen una parte considerable de una vida
óptimamente saludable. Yo me considero a mí misma uno de estos fanáticos
de la salud. Bebo mi zumo de verduras, tomo mis vitaminas, hago excursiones
a pie y practico yoga diariamente, veo a un médico de medicina funcional y
tomo precauciones para evitar las toxinas que puedan perjudicarme.
Y, sin embargo, he llegado a creer que el ámbito puramente físico y
bioquímico de la enfermedad —la parte que puedes diagnosticar a partir de
los análisis clínicos, ver en los estudios radiológicos y explicar en las placas de
Petri bajo el microscopio, la parte que se beneficia de la dieta, el ejercicio, la
evitación de las toxinas y de los efectos positivos de la medicina funcional
sobre el cuerpo— sólo es una de las partes de la ecuación. Es una parte
grande, eso sí, pero no todo el tinglado. Mi experiencia con pacientes (así
como mi experiencia personal, en la que ahondaré en el capítulo 9) me ha
llevado a creer que el hecho de que las personas se pongan enfermas o se
mantengan sanas, logren curarse a sí mismas o permanezcan enfermas, puede
que tenga más que ver con todo lo demás que acontece en la vida del paciente
que con las cosas «saludables» que hace.

Formación práctica
Esta noción que tenía sobre lo que predispone al cuerpo a mejorar y lo que
realmente nos pone enfermos me quedó clara cuando estuve trabajando en
un centro de salud de medicina integrativa en el condado de Marin. Después
de dejar mi consulta de medicina tradicional, me uní a un grupo encantador
de médicos y otros profesionales sanitarios comprometidos en ayudar a los
pacientes a optimizar su salud. Estaba muy agradecida de poder contar con
una hora entera para mis nuevas pacientes y, a diferencia de lo que podía
ofrecer en mi antigua consulta, me dio la oportunidad de profundizar en lo
que realmente predisponía a mis pacientes a la enfermedad y lo que
verdaderamente las mantenía sanas.
Cuando me incorporé en el nuevo consultorio, me quedé asombrada de
mis nuevas pacientes. Eran las personas más cuidadosas de la salud de todas
las que había tenido el privilegio de conocer en mi consulta. Muchas de las
que acudían al centro tomaban su zumo diario de verduras, seguían una dieta
vegetariana estricta, hacían ejercicio con entrenadores personales, dormían
ocho horas cada noche, tomaban un puñado de vitaminas y otros
complementos alimenticios cada mañana, gastaban fortunas en visitar a
médicos de MAC y seguían consciente y religiosamente las órdenes de sus
médicos. Estas pautas obraron maravillas en algunas. Eran pináculos de salud,
con la piel brillante, cuerpos fantásticos y fuerza vital que emanaba a través de
sus poros.
Pero algunas de ellas estaban realmente enfermas. ¡Estaba perpleja! Por
todo lo que había aprendido en la facultad de medicina, estas personas
deberían de estar en perfectas condiciones de salud. Entonces, ¿por qué había
tantas pacientes «sanas» sufriendo?
En mis tentativas por ayudar a estas pacientes, realicé varias series de
pruebas, incluso pruebas especializadas que los médicos convencionales no
suelen solicitar y, de vez en cuando, descubría algo sorprendente que, al
tratarlo, dio como resultado la total resolución de los síntomas de las
pacientes. Esas pacientes me creían una superheroína. Una simple hormona
sustitutiva, por ejemplo, iba a transformar sus vidas.
Pero en este subgrupo de pacientes —las que vivían vidas saludables, pero
seguían experimentando muchísimos síntomas—, la mayoría de veces no
encontré nada y terminé encogiéndome de hombros. No podía hallar
ninguna explicación bioquímica que revelara por qué estas pacientes no
estaban llenas de vitalidad. Me sentí fracasada como sanadora, pero sabía en
mi corazón que no era culpa mía. No me había olvidado de solicitar ninguna
prueba crítica. Siempre las había derivado al especialista correcto. La
respuesta estaba en alguna otra parte. Faltaba una gran pieza en el puzle de la
curación. Simplemente no podía entender cuál era.
Para entonces sentía una verdadera curiosidad y tenía gran interés en
resolver el acertijo de por qué aquellas pacientes tan «sanas» estaban tan
enfermas. En lugar de centrarme exclusivamente en las conductas
relacionadas con la salud, los antecedentes patológicos y otras cuestiones de la
medicina tradicional, empecé a pedir a mis pacientes que me contaran otros
aspectos de sus vidas. Dado que tenía el lujo de disponer de toda una hora
para estar con ellas, podía sentarme y escucharlas. Y lo que comenzaron a
contarme cambió la forma de ver todo el concepto de la salud.
Entonces fue cuando me inspiré para cambiar el protocolo de recopilación
del historial médico de los pacientes. En lugar de limitar mis preguntas a los
antecedentes patológicos, quirúrgicos y familiares de la paciente, así como a
su historial de toma de medicamentos y otras sustancias, la forma en que me
enseñaron a hacerlo en la facultad de medicina, añadí una larga lista de
preguntas al protocolo sobre el resto de la vida de la paciente. Lo que aprendí
de estas preguntas me dejó atónita.

Una forma radicalmente nueva de confeccionar


el historial médico del paciente
Empecé a indagar más profundamente en la vida personal de mis pacientes,
formulándoles preguntas que la mayoría de médicos no hubieran pensado
nunca. ¿Hay algo que le impida ser su yo más auténtico y vital? En caso
afirmativo, ¿qué es lo que la detiene? ¿Qué es lo que le encanta y resaltaría de
sí misma? ¿Qué le falta a su vida? ¿Qué es lo que aprecia de su vida? ¿Está
teniendo una relación romántica? En caso afirmativo, ¿es feliz? En caso
negativo, ¿desearía serlo?
¿Se encuentra satisfecha con su trabajo? ¿Se siente en contacto con la
finalidad de su vida? ¿Se siente satisfecha sexualmente, ya sea con o sin
pareja? ¿Se expresa de forma creativa? En caso afirmativo, ¿cómo? Si no es así,
¿se siente frustrada en lo creativo, como si hubiera algo en usted que se muere
de ganas de salir? ¿Siente que dispone de una economía saneada o el dinero es
un factor estresante en su vida?
Si su hada madrina pudiera cambiar una sola cosa de su vida, ¿qué
desearía? ¿Qué normas sigue con las que desearía romper?
Descubrí que las respuestas de mis pacientes me aportaban mayor
conocimiento del porqué podían estar enfermas que cualquier analítica,
revisión de su historia clínica o examen radiológico. El diagnóstico solía ser
claro como el agua de una forma que anteriormente no había visto por no
hacer las preguntas correctas.
Llegué a ver que estas pacientes eran enfermizas no por tener malos genes
o malos hábitos de salud, ni siquiera por mala suerte, sino porque se sentían
dolorosamente solas o tristes en sus relaciones, estresadas por el trabajo,
histéricas por culpa de su economía o profundamente deprimidas. Como
respuesta a la pregunta «¿Qué le falta a su vida?», la mayoría escribió una
larga lista de cosas. Y cuando les pregunté lo mismo en persona, un gran
número de estas pacientes rompieron a llorar. Algo había que no tenía nada
que ver con las verduras, el ejercicio o las vitaminas.
Por otra parte, tenía otras pacientes que comían mal, rara vez hacían
ejercicio, se olvidaban de tomar los complementos alimenticios y que, en
apariencia, disfrutaban de una salud perfecta. Cuando leí sus historiales
médicos, éstos revelaron que sus vidas estaban llenas de amor, diversión,
trabajo importante, abundancia económica, expresión creativa, placer sexual,
conexión espiritual y otras características que las diferenciaban de las
entusiastas enfermas de la salud. En esencia, ellas eran felices. Y aunque no
cuidaban su cuerpo de la mejor forma, su organismo respondía con buena
salud.
Fue entonces cuando comencé a formular a mis pacientes dos preguntas
que fueron como una mina de oro: «¿Qué piensa que se encuentra en el
trasfondo de su enfermedad?» Y lo más importante: « ¿Qué necesita su cuerpo
para curarse?»
Cuando empecé por primera vez a hacer estas preguntas, supuse que la
gente me respondería que la causa de su enfermedad era un desequilibrio
hormonal o una alimentación poco saludable. Pensé que podrían compartir
sus intuiciones conmigo. Cosas como: «Creo que elegiré la terapia
craneosacral, en lugar de un tratamiento físico» o «Voy a esperar a tomar este
medicamento contra el colesterol; primero trataré de cambiar mis hábitos
alimenticios».
A veces, las pacientes respondían con nuevas percepciones sobre los
cambios convencionales relacionados con la salud que tenían la sensación de
necesitar. Cosas del tipo: «Realmente necesito un antidepresivo», o «Los
antibióticos van a funcionar», o «Necesito perder unos diez kilos», o «Lo que
necesito en realidad es recuperar el equilibrio hormonal».
Pero, por lo común, cuando les pregunté: «¿Qué piensa que se encuentra
en el trasfondo de su enfermedad?», mis pacientes respondieron cosas como
éstas: «Doy hasta agotarme», «Me siento desdichada en mi matrimonio»,
«Odio a muerte mi trabajo», «Necesito tiempo para “mí”», «Estoy tan sola que
me llamo a mí misma para irme a dormir cada noche», «No estoy en contacto
con mi propósito vital», «Ya no creo en Dios», «Me odio tanto que no puedo
ni mirarme al espejo», «Estoy evitando enfrentarme a la realidad», «No puedo
perdonarme lo que hice», «Estoy viviendo una mentira y me siento como un
fraude total».
Y cuando les pregunté «¿Qué necesita su cuerpo para curarse?», me
impactaron las respuestas que me dieron. «Tengo que dejar el trabajo», «Es
hora de que por fin salga del armario para que lo sepan mis padres», «Debo
divorciarme», «Tengo que acabar mi novela», «Necesito contratar a una
canguro», «Estoy tan sola que necesito hacer amistades», «Necesito meditar
cada día», «Tengo que confesarle a mi marido que estoy teniendo una
aventura amorosa», «Necesito perdonarme a mí misma», «Necesito quererme
a mí misma», «Necesito dejar de ser tan pesimista».
¡Increíble!
Mientras que muchas pacientes sencillamente no estaban preparadas para
hacer lo que sabían que su intuición les indicaba que su cuerpo necesitaba,
mis pacientes más valientes escucharon a su sosegada voz interior y realizaron
cambios radicales. Algunas dejaron sus empleos. Otras se separaron de su
cónyuge. Algunas se mudaron a una nueva ciudad. Otras siguieron, por fin,
sus sueños reprimidos durante años.
Los resultados que obtuvieron estas pacientes fueron increíbles. A veces,
una larga lista de enfermedades podía desaparecer rápidamente. Mis
pacientes se estaban curando a sí mismas después de años de tratamientos
médicos que habían demostrado ser inútiles. Estaba asombrada.

Una historia de autocuración


Marla era el estereotipo de residente del condado de Marin. Era vegetariana,
realizaba excursiones a pie y practicaba yoga, competía en triatlones, tomaba
docenas de complementos alimenticios que le había dado su naturópata y
evitaba el alcohol, el tabaco y las drogas ilegales.
Pero tenía una historia clínica de dos palmos de grosor y padecía cuatro
enfermedades crónicas diferentes.
Marla oyó hablar a sus amigos sobre mi poco habitual consulta médica y
programó una visita conmigo para ver si podía averiguar por qué seguía
estando enferma a pesar de todos sus esfuerzos por mejorar. Al leer el nuevo
historial médico que indagaba en la vida personal de Marla, encontré que era
una mujer desgraciada. Sufría de malos tratos físicos y psíquicos en su
matrimonio y no practicaba el sexo desde hacía dos años. Se sentía frustrada
creativamente porque su marido no apoyaba su pasión por el arte y estaba tan
ocupada en el trabajo y entrenando para sus competiciones que no le quedaba
tiempo para pintar. Además, estaba agotada por cuidar de su madre anciana y
enferma que vivía con ella.
Después de acabar de leer su historial, supe que el cuerpo de Marla nunca
iba a estar bien hasta que ella sanara los demás aspectos de su vida. Con todas
esas emociones negativas llenando su mente y todas esas hormonas del estrés
corriendo por su organismo, ninguna verdura, complemento alimenticio,
programa de ejercicio ni medicamento iba a ser lo suficientemente fuerte para
contrarrestar los efectos perjudiciales para la salud de las respuestas crónicas
al estrés sobre su cuerpo.
Tras haber compartido con Marla lo que pensaba sobre el verdadero
motivo por el que sufría su cuerpo, le hice la pregunta del millón: «¿Qué
necesita tu cuerpo para curarse?»
Ella contestó:
—Necesito mudarme a Santa Fe.
—¿Por qué, Santa Fe? —inquirí.
—Tengo una casa de vacaciones en Santa Fe, y cuando voy allí,
desaparecen todos mis síntomas —replicó.
Quizás había una explicación bioquímica para esto. Es posible que ella
tuviera alguna sensibilidad química a algo en su casa de Mill Valley. Quizás
era alérgica a algo que crecía en el área de la Bahía de San Francisco, pero no
en Santa Fe. Quizás el clima o la comida, o cualquier otro factor
medioambiental, podía explicar esta tremenda diferencia.
Pero lo dudaba, por lo que la animé a escuchar el deseo de su cuerpo y de
su intuición.
Un año más tarde, recibí una llamada de Marla diciéndome que se había
trasladado a Santa Fe. Para llevar a cabo esta drástica mudanza, había vendido
su empresa y ayudado a su madre a establecerse por su cuenta en una
maravillosa residencia de jubilados cerca de Santa Fe, donde ella podía ir a
visitarla los fines de semana. También presentó una demanda de divorcio de
su marido. Y al llegar a Santa Fe, se matriculó en la escuela de bellas artes.
Entonces se enamoró de otro hombre y conoció a un grupo totalmente nuevo
de amigos artistas con los que disfrutó practicando senderismo, montando en
bicicleta y yendo a esquiar en las montañas vecinas.
Lo más importante que me contó fue que todos sus síntomas habían
desaparecido, como por arte de magia, a los tres meses de haberse trasladado
allí.

Cómo tu estilo de vida afecta a tu cuerpo


Las afecciones de salud de Marla no se curaron con un medicamento, un
complemento alimenticio o con una intervención quirúrgica, sino reduciendo
el estrés en su vida, relajando su mente y cuerpo, persiguiendo un sueño,
encontrando el amor y llenando su cuerpo con las hormonas inductoras de la
salud, a la vez que lo limpiaba de hormonas del estrés perjudiciales. Estos
cambios dieron como resultado modificaciones fisiológicas mensurables en
su organismo.
Y esto no se limitó a Marla. Fui testigo de transformaciones similares en
docenas de pacientes. Finalmente me di cuenta de que el enfoque casi
exclusivo de los médicos en la bioquímica del cuerpo, a menudo con la
exclusión de la salud de la mente, hacía a los pacientes un flaco favor.
Mi experiencia con las pacientes del condado de Marin alimentó la
siguiente fase de mi investigación sobre lo que conduce a una salud óptima y
a la longevidad. Con la misma pasión que me llevó a la biblioteca en busca de
pruebas de que la mente puede curar el cuerpo, volví a la literatura médica en
busca de qué otra cosa, más allá de las conductas tradicionales inductoras de
la buena salud que me habían enseñado en la facultad de medicina, afecta a la
salud del cuerpo a través de la salud de la mente.
Mi teoría de que el estilo de vida por el que se opta puede dar como
resultado cambios fisiológicos en el cuerpo, se aplica por extensión a la gente
con la que interaccionas en tu vida personal y profesional, a cuánta libertad
creativa experimentas, a cuán conectado espiritualmente te sientes, a tu
relación con el dinero y a cuán feliz eres. La gente que adopta una vida feliz y
saludable como la que se deriva de encontrar una pareja cariñosa de por vida
que brinde apoyo moral, mantener estrechas relaciones con amigos y familia,
y dedicarse a realizar un trabajo que les encanta llevan una vida llena de
positividad que optimiza la respuesta a la relajación, contrarresta la respuesta
al estrés y conduce a una salud mejor.
Todos sabemos que el estrés es malo de un modo vago tipo «qué esperas
que haga al respecto». Pero después de mi investigación inicial, ahora he
comprendido el claro vínculo entre el estrés que experimenta la mente y la
forma en la que el cuerpo se daña. Observé cómo los factores de estrés
emocional asociados a la soledad, la frustración en el trabajo, la preocupación
por el dinero y el miedo podían desembocar en una enfermedad.
¿Había otros científicos estudiando esta clase de vínculos? ¿Había alguna
prueba que apoyara la idea de que las buenas relaciones conducen a una
mejor salud o que el estrés en el trabajo conduce a la enfermedad? Era hora de
volver a las revistas científicas.
Me planteé el objetivo de probar que cada faceta de cómo vives la vida
afecta a la salud de la mente y con ello a la salud del cuerpo. Deduje que, para
vivir con plena vitalidad, prevenir la enfermedad u optimizar las
probabilidades de remisión de la enfermedad, necesitarías:
• Relaciones saludables, es decir, una sólida red familiar, amigos, seres
queridos y compañeros de trabajo.
• Una forma saludable de pasar el día que merezca la pena, tanto si
trabajas fuera de casa como dentro.
• Una vida creativa sana que se exprese plenamente para permitir que tu
alma cante su canción.
• Una vida espiritual sana que incluya una sensación de conexión a lo
sagrado en la vida.
• Una vida sexual saludable que te dé la libertad para expresar tu ser erótico
y explorar fantasías.
• Una economía saneada, sin estrés económico y que asegure la satisfacción
de las necesidades esenciales de tu cuerpo.
• Un entorno saludable, sin toxinas, sin riesgo de catástrofes naturales,
radiaciones y otros factores poco saludables que amenacen la salud del
cuerpo.
• Una vida mental y emocional sana que se caracterice por el optimismo y
la felicidad, libre de miedo, ansiedad, depresión y otras afecciones de salud
mental.
• Un estilo de vida saludable que favorezca la salud del cuerpo, como una
buena nutrición, ejercicio regular, suficientes horas de sueño y evitar las
adicciones insanas.
Las pruebas científicas que descubrí prueban que mi teoría es correcta.
Cada uno de estos aspectos de tu vida —tus relaciones, tu trabajo, tu
creatividad, tu espiritualidad, tus relaciones sexuales, etc.— tiene el poder de
estresarte o relajarte. Una relación saludable provoca respuestas de relajación
en el cuerpo. En cambio, una insana lanza la respuesta al estrés. Una vida
espiritual sana genera emociones positivas, como alegría, esperanza y una
sensación de identidad y hace que se conecte la respuesta de la relajación. Una
vida espiritual poco saludable, como aquella en la que te sientes juzgado por
tu comunidad espiritual, con miedo al castigo por una deidad vengativa o
amenazado con consecuencias negativas, como ir al infierno, está ligado al
arranque de respuestas al estrés.
No es suficiente centrarse únicamente en el cuerpo sin tener en cuenta la
salud de la mente. Promover la salud del cuerpo sin fomentar la salud mental
es una tarea inútil. Hasta que no nos demos cuenta de que nuestro cuerpo es
un espejo de nuestra salud interpersonal, espiritual, profesional, sexual,
creativa, financiera, ambiental, mental y emocional, no sanaremos
verdaderamente. De hecho, los datos científicos sugieren que, al menos en
ciertos casos, la salud mental es tan importante como la salud del cuerpo, si
no lo es más. El cuerpo no alimenta la forma en que vivimos nuestras vidas.
En cambio, es un espejo de cómo vivimos nuestras vidas. El cuerpo es el
reflejo de la suma de nuestras experiencias vitales.
Como la paciente con dolor pélvico que sólo experimenta este malestar
cuando su maltratador y controlador jefe se pasea por su oficina. Ella acude al
ginecólogo, quien le diagnostica una endometriosis y le sugiere una
intervención quirúrgica como tratamiento, a la vez que la deriva al urólogo.
Así, ella visita al urólogo, que mediante una cistoscopia (un tubo con una
cámara en su extremo que se introduce en la vejiga) le diagnostica una cistitis
intersticial, pero le aconseja que consulte con el gastroenterólogo, sólo para
confirmarlo. A continuación ve al gastroenterólogo, quien le practica una
colonoscopia y la hostiga con la etiqueta del síndrome del colon irritable.
Sin embargo, nadie le ha hablado nunca del hecho de que su dolor sólo
aparece cuando su jefe entra en la oficina. Nadie sugiere que quizás el estrés
de su trabajo y su deficiente relación con su jefe se está manifestando a través
de síntomas físicos a causa de las repetidas respuestas al estrés que se suceden
en su cuerpo. Quizá, más que medicamentos o cirugía, lo que necesita es un
nuevo trabajo para que pueda curarse de sus pensamientos negativos y
permitir a su cuerpo repararse a sí mismo.

Enfermo frente a sano


Si la salud del cuerpo requiere la salud de la mente, ¿cómo llamaremos a este
tipo de salud? Nuestro sistema sanitario ni siquiera dispone de las palabras
para describir esta clase ampliada de salud. La definición habitual de la
palabra «salud» no tiene en cuenta si te sientes realizado en el trabajo o feliz
en tu matrimonio o rodeado de un grupo de personas que te quieren.
En la facultad de medicina, me enseñaron que existen dos tipo de
personas: las personas enfermas y las personas que están bien. Todos sabemos
quiénes son las personas enfermas. Son las que en una exploración física les
detectan alguna anomalía. Presentan alteraciones en las analíticas y en las
radiografías y se consideran enfermas o manifiestan clínicamente una
enfermedad. Terminan tomando medicamentos, y si los médicos consiguen
evitar que aterricen en la cama de un hospital —o, peor aún, que mueran—,
exhalamos un suspiro de alivio.
Si vamos un poco más allá y les ayudamos a hacer modificaciones físicas
en su estilo de vida que beneficien a su cuerpo, como variar su alimentación o
dejar de fumar, y estos cambios les hacen sentirse menos enfermos, podemos
darnos una palmadita en la espalda y considerar que hemos realizado un buen
trabajo.
Las personas sanas, por otro lado, presentan exploraciones físicas
normales, resultados normales en los análisis clínicos y en las radiografías y,
por lo general, no suelen manifestar ninguna enfermedad. Y si las tienen, las
controlamos con medicación, cambios en la alimentación, ejercicio, pérdida
de peso o cualquier cosa que funcione para mantenerlos «bien».
Como profesionales sanitarios, nuestro objetivo es evitar que la gente
enferme y afortunadamente, el aumento de la conciencia de la salud
preventiva nos ha ayudado a cumplir esta meta. La educación en salud
pública sobre las conductas inductoras de buena salud, como seguir una
alimentación correcta, hacer ejercicio de forma regular, dejar de fumar,
controlar el peso, vacunarse y los programas de cribado o detección
sistemática del cáncer, ha contribuido al bienestar de la población general.
Y, sin embargo, mientras la tecnología en el ámbito médico avanza a pasos
agigantados y continúa creciendo nuestra comprensión de lo que evita la
enfermedad, nuestra sociedad es cada vez más obesa, hipertensa y diabética,
sufre de infartos, ictus y cáncer y se dopa con fármacos para la ansiedad, la
depresión o el trastorno bipolar.
Hay una tercera categoría de pacientes que se sitúan entre la gente
enferma y la gente sana. No están técnicamente enfermos, pero tampoco se
encuentran exactamente bien. Sus análisis de sangre aparecen normales.
Presentan constantes vitales estables. Sus exploraciones físicas no arrojan
malos resultados. Y, no obstante, sienten que su vitalidad flaquea. Hay una
epidemia de pacientes como éstos por ahí.
La gente que sufre esta epidemia acude al médico con la sensación de estar
agotados. Asimismo, se sienten deprimidos y ansiosos. Por la noche dan
vueltas en la cama. Padecen una disminución de la libido. Ganan peso. Se
adormecen con diferentes adicciones. Y refieren vagos síntomas físicos como
molestias musculares o mialgias, dolor de espalda y cuello, trastornos
gastrointestinales, cefaleas, opresión en el pecho y mareos.
Con la sospecha de que algo anda muy mal, los pacientes que sufren la
epidemia van al médico sabiendo que algo no debe ir bien. El médico solicita
una serie de pruebas y termina declarando al paciente «bien». Sólo es el
paciente el que no se siente bien.
Dado que los médicos no podemos encontrar una explicación bioquímica
para los síntomas que experimentan estos pacientes, tendemos a tratarlos con
antidepresivos y otros medicamentos que son como una especie de cajón de
sastre que no abordan la causa raíz de los problemas, y los pacientes no suelen
experimentar ningún alivio. Por ello acuden a otro médico e inician todo este
proceso de nuevo porque claramente algo anda mal. Y tienen razón. Algo
anda mal. Pero no es lo que ellos piensan.
Muchos de los pacientes que técnicamente están bien, pero que se sienten
enfermos, sufren de consecuencias fisiológicas de repetidas respuestas al
estrés que de forma progresiva van enfermando el cuerpo. A menos que se
remedie el estrés subyacente o de base, estos pacientes a menudo van a llegar
a estar verdaderamente enfermos. Pero la institución médica parece que no
reconoce esto. En su lugar, sugiere que los síntomas físicos están «todos en la
mente». Y en cierto modo tiene razón. Todo se inicia en la mente y luego se
traslada al cuerpo.

La fisiología de la emoción
Por lo tanto, ¿cómo se traduce un pensamiento o un sentimiento en efectos
físicos en todo el cuerpo?
Todo lo desencadena un pensamiento o una sensación. Un médico te dice
que te quedan sólo tres meses de vida. O alguien te inyecta algo con la
advertencia de que experimentarás efectos secundarios desagradables. O tal
vez ni siquiera es tan dramático. Quizá temes que tu esposa vaya a dejarte, o
que tu jefe vaya a despedirte, o que no puedas pagar tus facturas, o que tu
sueño no se convierta en realidad, o que todos vayan a rechazarte porque no
eres digno de ser amado.
Tus pensamientos son poderosos. Tu mente consciente, que reside en el
prosencéfalo o cerebro anterior, sabe que estás asustado. Pero el paleocórtex o
zona más primitiva del cerebro, es decir, el área cercana al tronco encefálico
que alberga al hipotálamo, no puede diferenciar entre un pensamiento
abstracto de miedo y una amenaza vital auténtica. Esta parte instintiva del
cerebro piensa que estás a punto de morir y esto estimula la respuesta al
estrés, poniendo en marcha los mecanismos de alarma, activando el eje
hipotálamo-hipófiso-suprarrenal, conectando el sistema nervioso simpático,
bloqueando el sistema inmunitario y preparándote para correr alejándote del
peligro.
Cuando tu cuerpo se encuentra en medio de una respuesta al estrés, las
funciones de automantenimiento y autorreparación del organismo se
detienen por completo. Estas respuestas al estrés estaban destinadas a ser
activadas únicamente muy raras veces. Se supone que el cuerpo sano está en
un estado relajado de descanso fisiológico la mayor parte del tiempo. Si fueras
un hombre de las cavernas que vive en una tribu feliz de gente, sólo esperarías
huir del oso cavernario de vez en cuando. El resto del tiempo, estarías
recogiendo bayas, pasando el rato alrededor de la fogata y concibiendo
pequeños cavernícolas.
Obviamente nuestros antecesores cavernícolas no vivían mucho tiempo a
causa de los peligros reales y presentes a los que se enfrentaban cada día,
peligros de los que nosotros estamos de sobra protegidos gracias a lujos
modernos como refugio y alimento. Pero la vida contemporánea encierra sus
propios peligros. Los factores estresantes de la vida diaria, tales como la
soledad, las relaciones personales poco satisfactorias, el estrés en el trabajo, el
estrés por razones económicas, la ansiedad y la depresión, dan lugar a los
pensamientos y sentimientos del prosencéfalo, que activa de forma repetida al
hipotálamo para que lance respuestas al estrés. La mente sabe que tan sólo se
trata de una sensación, pero la parte instintiva de la mente piensa que estás
bajo una amenaza.
Sensaciones como el miedo, la ansiedad, el enfado, la frustración, el
resentimiento y otras emociones negativas activan el eje hipotálamo-hipófiso-
suprarrenal.1 Esté o no tu cuerpo en peligro, la mente cree que lo está, por lo
que se ha activado el hipotálamo y éste descarga el factor liberador de
corticotropina al sistema nervioso. Este factor responde estimulando la
hipófisis, lo que hace que ésta secrete la prolactina, la hormona del
crecimiento, y la corticotropina, que a su vez estimula las glándulas
suprarrenales haciendo que liberen cortisol, que por su parte es responsable
de ayudar al cuerpo a mantener la homeostasis o equilibrio cuando el cerebro
dispara una señal de alarma.
Cuando se activa el hipotálamo, también se conecta el sistema nervioso
simpático (la respuesta de lucha o huida), provocando que las glándulas
suprarrenales liberen adrenalina y noradrenalina, lo que aumenta el pulso y la
presión arterial, a la vez que también afecta a otras respuestas. La secreción de
estas hormonas da lugar a diferentes cambios metabólicos en todo el cuerpo.
Los vasos sanguíneos que van al aparato digestivo, manos y pies se
constriñen mientras que los que se dirigen al corazón, a los grandes grupos
musculares y al cerebro se dilatan, desviando sangre preferentemente a los
órganos que pueden ayudarte a escapar en una emergencia. Tus pupilas se
dilatan para que pueda entrar más cantidad de luz. El metabolismo se acelera
para sacudirte con una inyección de energía abriendo las reservas de lípidos o
grasas y liberando glucosa al torrente sanguíneo. La frecuencia respiratoria
aumenta y los bronquios se dilatan, lo que permite la entrada de más oxígeno,
y los músculos se tensan para prepararse para correr a toda velocidad a fin de
escapar del peligro percibido.
El jugo gástrico aumenta y las enzimas digestivas disminuyen, con el
resultado de contracciones del esófago, diarrea o estreñimiento. El cortisol
deprime el sistema inmunitario para reducir la inflamación que acompañaría
a las heridas que el ataque podría infligirte. La reproducción queda
bloqueada: ¡el sexo es un lujo cuando existe un peligro!
Básicamente, el cuerpo ignora el sueño, la digestión y la reproducción y,
en su lugar, se centra en correr, respirar, pensar y liberar oxígeno y energía
para mantenerte sano y salvo. Cuando tu cuerpo se enfrenta a una amenaza
física, estos cambios te ayudan a luchar contra el peligro o a huir del mismo.
Pero cuando la amenaza sólo existe en tu mente, el cuerpo no se da cuenta de
que no hay ninguna amenaza corporal, y con el tiempo, cuando esta respuesta
al estrés se desencadena de forma repetida, la respuesta biológica de la
naturaleza termina en realidad perjudicándote más que beneficiándote.
Como resultado, el cuerpo no puede relajarse y reparar lo que de forma
inevitable lo enferma si no se mantiene con los mecanismos de
autorreparación. Los órganos empiezan a lesionarse. Las células cancerígenas
que fabricamos cada día de forma natural y que normalmente son
dinamitadas por el sistema inmunitario pueden proliferar. Los efectos del
desgaste crónico de cuerpo humano pasan factura y terminamos
poniéndonos enfermos.
Pero no tiene por qué ser de esta forma. El cuerpo sabe cómo relajarse con
la respuesta a la relajación compensadora que Herbert Benson describió
(véase el capítulo 8). Cuando el prosencéfalo consciente tiene pensamientos
positivos y siente cosas como amor, conexión, intimidad, placer y esperanza,
el hipotálamo deja de provocar respuestas al estrés. Cuando te sientes
optimista y esperanzado, querido y apoyado, en sintonía con tu vida
profesional o creativa, alimentado espiritualmente o conectado sexualmente
con otra persona, la respuesta a la relajación ocupa el lugar de la respuesta al
estrés.
El sistema nervioso simpático bloquea la caída de las concentraciones de
cortisol y adrenalina. El sistema nervioso parasimpático toma el control. El
sistema inmunitario vuelve a activarse. Y el cuerpo puede emprender su
proceso de autorreparación natural, previniendo la enfermedad e intentando
tratar la enfermedad ya desarrollada. Como resultado, es más probable que
una enfermedad se evite en personas que están bien, y la enfermedad puede
incluso ser tratada en las personas enfermas.
Voilà! Tus pensamientos llevan a la autocuración. La mente ha curado el
cuerpo, y esto no tiene nada que ver con los planteamientos de la Nueva Era.
Es simple fisiología.
Ahora creo con firmeza que la creencia positiva y la atención nutricia
desactivan la respuesta al estrés, desencadenan la respuesta a la relajación y
devuelven el cuerpo a su estado natural de descanso fisiológico para que
pueda hacer lo que mejor sabe: curarse a sí mismo. Una de las formas más
profundas de que tu mente cure tu cuerpo es a través de las relaciones
personales en tu vida. Todos sabemos que el amor cura, pero ¿sabías que no
sólo cura el alma, sino también el cuerpo? Mientras que la soledad, el enfado y
el resentimiento son venenos para el cuerpo, el deseo de conexión, la
intimidad y el sentido de pertenencia con la familia, los amantes y los amigos
están determinados directamente en nuestro ADN, y cuando estos deseos se
cumplen, nuestros cuerpos responden con mejor salud. Cuando encuentres
tu «tribu», te sientas amado y rodeado de personas que conocen tu corazón y
te aceptan tal como eres, estarás optimizando la capacidad del cuerpo para
autorrepararse y poniéndolo a punto para que los milagros sucedan.

1Richard A. Dienstbier, «Arousal and Physiological Toughness: Implications for Mental and Physical
Health», Psychological Review 96, n.º 1 (enero de 1989): 84–100; Marianne Frankenhaeuser, «The
Psychophysiology of Workload, Stress, and Health: Comparison Between the Sexes», Annals of
Behavioral Medicine 13, n.º 4 (1991): 197–204; Shelley E. Taylor, Health Psychology (Nueva York:
McGraw-Hill, 1999), 168–201.
5

La soledad envenena el cuerpo

«Cuánto necesitamos a otra alma a la que aferrarnos.»


SYLVIA PLATH

Cuando consideras cuán «sano» estás, probablemente has sido programado


para pensar en tu alimentación, tu programa de ejercicios físicos, tus
vitaminas, tus malos hábitos, tus genes, y si estás o no siguiendo las
indicaciones del médico. Pero ¿has pensado si te sientes profundamente
apoyado por un grupo de gente que te importa?
Probablemente no. Pero deberías.
Al parecer, la soledad puede contribuir más a que enfermes que fumar
cigarrillos, y formar parte de un grupo te apoya y aumenta tu esperanza de
vida. ¿No me crees? Déjame que te sitúe en 1961, en Roseto (Pensilvania), una
ciudad donde se afincó una comunidad de inmigrantes italianos en un
enclave que recreaba su país de origen de antaño.
Como su homónimo en las montañas del sur de Italia, Roseto Valfortore,
la población de Roseto en Pensilvania, se aferra a una cresta forestal, en este
caso en las (montañas) Poconos, donde un grupo de italianos se estableció en
1882 en busca de una vida mejor.
Debido a su aislamiento, pocas personas de fuera visitaban la localidad.
Pero ven conmigo a Roseto y déjame que te lo muestre todo.
Durante el día encontrarás las calles vacías de una ciudad fantasma porque
los niños están en el colegio y los hombres y las mujeres de Roseto están
realizando largos y tediosos turnos de trabajo en la cantera o en la fábrica
textil, tratando de ganar suficiente dinero para mandar a sus hijos a la
universidad.
Las casas de dos pisos construidas a lo largo de la avenida Garibaldi, la
calle principal, se concentran en la ladera rocosa. La iglesia de Nuestra Señora
del Monte Carmelo, que cobró vida cuando el joven, inspirador y
emprendedor sacerdote, el padre Pasquale de Nisco, se hizo cargo, se alza
sobre el resto de los edificios. La mayor parte del éxito de la pequeña ciudad
de Roseto puede atribuirse a De Nisco. Él fue quien alentó a los ciudadanos a
plantar cultivos, criar cerdos, sembrar viñas, crear sociedades espirituales y
planificar fiestas de celebración. Poco después las escuelas, las tiendas, la
fábrica textil y diversas actividades culturales cobraron vida.
Por la noche, verás renacer a la pequeña ciudad de Roseto, ya que la gente
regresa del trabajo, paseando, parándose a charlar con los vecinos o, tal vez,
compartiendo un vaso de vino antes de dirigirse a casa a cambiarse de ropa
para cenar. Cuando toca la campana de la iglesia, verás a las mujeres
reuniéndose en cocinas comunales, preparando las clásicas fiestas italianas,
mientras los hombres colocan las mesas en previsión del ritual nocturno que
reúne a la comunidad en torno a pasta en abundancia, salchichas italianas,
albóndigas fritas en manteca de cerdo y vino sin restricciones.
Como sociedad de nuevos inmigrantes rodeados de vecinos de origen
inglés y galés, que desdeñan a los italianos, la gente de Roseto en 1961 se ve
obligada a velar por el bien común. La norma son los hogares
multigeneracionales. Todos van juntos a la iglesia. Los vecinos entran y salen
de las cocinas de los otros de forma regular y celebran alegremente las fiestas
juntos. En Roseto, la ética en el trabajo es sólida. Pero no sólo trabajan,
también comparten una misión común, un propósito de vida que alimenta
su, a menudo, extenuante trabajo. Ellos sueñan con una vida mejor para sus
hijos.
Los habitantes de Roseto se cuidan mutuamente. Nadie tiene que luchar
solo por la vida. Roseto en 1961 es una viva prueba del poder del clan.
Esta pequeña localidad de Pensilvania hubiera podido pasar
prácticamente inadvertida para el resto del mundo si no hubiera llamado la
atención del doctor Stewart Wolf, un catedrático de la Facultad de Medicina
de la Universidad de Oklahoma que compró una casa de veraneo en las
Poconos, no muy lejos de allí.
Un verano, el doctor Wolf fue invitado a hablar con los médicos locales y,
después de la charla, uno de ellos le invitó a tomar algo. Mientras tomaban un
par de cervezas, el médico local reflexionó sobre lo raro que era que, en la
pequeña ciudad de Roseto, la incidencia de enfermedades cardíacas parecía
ser muy inferior a la de la ciudad vecina de Bangor.
El doctor Wolf era todo oídos. Esta conversación tuvo lugar cuando los
infartos se sucedían en proporciones epidémicas, y representaban la primera
causa de muerte en varones menores de sesenta y cinco años. Intrigado, se
puso a investigar: examinó los certificados de defunción de Roseto y los
comparó con los de las localidades del entorno durante un periodo de siete
años. Asombrosamente, los varones de Bangor presentaban tasas de
incidencia de infartos que podían equipararse a la media nacional, pero en
Roseto dicha tasa era la mitad de esa media. De hecho, era prácticamente cero
para los hombres menores de sesenta y cinco años. Pero no se trataba sólo de
la enfermedad cardíaca. La tasa de muertes por cualquier causa en Roseto era
de un 30 a un 35 por ciento inferior a la media nacional.
Este hallazgo merecía una investigación más profunda.
Tal como Malcolm Gladwell cita en Fuera de serie, John Bruhn, un
sociólogo contratado para ayudar a Wolf en la investigación, recuerda: «No
había casos de suicidios, alcoholismo ni toxicomanías, y se cometían muy
pocos delitos. No había nadie que necesitara recibir asistencia social. Luego
nos fijamos en las úlceras de estómago: tampoco había nadie que sufriera
ninguna. Estas personas vivían hasta edad avanzada».1
Llegados a este punto, el doctor Wolf y su equipo se fijaron la meta de
descifrar por qué los habitantes de Roseto eran tan inmunes a la enfermedad.
Tratando de responder a la pregunta, los investigadores entrevistaron a las
dos terceras partes de la población adulta de la localidad. Al principio, el
doctor Wolf sospechaba que debía de ser alguna práctica alimenticia del viejo
continente lo que les hacía más inmunes a las infecciones. Tal vez todo era
cosa del aceite de oliva. Por lo tanto, contrató a once nutricionistas para que
acompañaran a la gente de Roseto a las tiendas de comestibles y los
observaran mientras cocinaban.
Pero no se trataba de eso. Como no podían permitirse comprar aceite de
oliva —la opción más saludable—, la gente de Roseto cocinaba con manteca
de cerdo y comía habitualmente pizza cargada de salchichas, pepperoni,
salami y huevos. De hecho, un chocante 41 por ciento de sus calorías
procedían de las grasas.
Además, los estadounidenses de origen italiano en Roseto no se
encontraban en buena forma física. La mayoría fumaban y eran sedentarios,
incluso muchos de ellos presentaban obesidad. Por lo tanto, ¿qué otra cosa
podía explicar tal disparidad? El doctor Wolf sospechó de la genética,
entonces. Debido a que los rosetinos eran todos originarios de la misma
pequeña localidad italiana, sospechó que podían haber heredado genes
protectores frente a la enfermedad. Por lo tanto, se siguió la pista de otros
inmigrantes de Roseto Valfortore, que se habían afincado en otras zonas de
Estados Unidos, para comprobar si gozaban de la misma buena salud que sus
primos de Pensilvania.
Pero los oriundos de la misma población que se habían dispersado por
otras zonas de Estados Unidos no disfrutaban de más salud que la media
nacional. La genética tampoco podía explicarlo.
Entonces el doctor Wolf evaluó la geografía del área de Roseto. Tal vez
había algo en el agua o en la calidad del hospital donde recibían asistencia
médica. Se realizaron las mismas investigaciones en dos ciudades vecinas
donde las tasas de infarto eran del mismo orden que las de la media nacional.
Pero no era el agua. Ellos compartían el agua con las localidades colindantes
de Nazareth y Bangor, donde la gente enfermaba tanto como el resto de la
población estadounidense. Tampoco se trataba del hospital, que también
compartían, ni del clima, que era el mismo que el de sus vecinos.
Al final, el doctor Wolff se dio cuenta de que si no era la dieta, ni el área
geográfica ni la genética, ni siquiera la calidad de su asistencia sanitaria, debía
haber algo protector de la enfermedad inherente a Roseto. Llegó a la
conclusión de que una sociedad que ofrecía apoyo y que era tan unida era un
indicador mejor de salud del corazón que los niveles de colesterol o el
consumo de tabaco.
El doctor Wolf finalizó su primer estudio justo cuando la época de
esplendor de la vida social de Roseto empezó a desintegrarse. Mientras que
los que trabajaban en la cantera y en la fábrica textil se dejaban la piel en el
trabajo para que sus hijos pudieran ir a la universidad y vivir el sueño
americano, la joven generación no estaba tan encantada con la vida en
Roseto, que para ellos parecía estar inmunizada frente a la modernización.
Cuando los jóvenes empezaron a marcharse para estudiar en la universidad,
trajeron a Roseto nuevas ideas, nuevos sueños y nueva gente. Los
estadounidenses de origen italiano empezaron a casarse con no italianos. Se
apartaron de la iglesia, se hicieron miembros de clubes de campo y se
mudaron a casas unifamiliares suburbanas con cercados y piscinas.
Con estos cambios, los hogares que albergaban varias generaciones
desaparecieron y el estilo de vida de la colectividad cambió, pasando de la
celebración de cada noche a la típica filosofía de «sálvese quien pueda», que, a
su vez, fue alimentando a las localidades vecinas. Los vecinos que se dejaban
caer periódicamente en el pueblo con visitas casuales comenzaron a llamarse
por teléfono unos a otros para programar los encuentros. Los rituales
nocturnos de adultos cantando canciones mientras los niños jugaban a las
tabas, un juego con canicas y chinas, se convirtieron en veladas frente a la
televisión.
En 1971, cuando la incidencia de infartos cayó en otras partes del país
debido a la adopción generalizada de una alimentación más saludable y los
programas de ejercicio regular, Roseto sufrió su primera muerte por infarto
en una persona menor de cuarenta y cinco años. Durante la siguiente década
se duplicó la tasa de enfermedades cardíacas en Roseto. Se triplicó la de
hipertensión y aumentó el número de ictus. Tristemente, hacia finales de la
década de 1970, el número de infartos de miocardio mortales en Roseto había
aumentado hasta igualarse a la media nacional.
Al parecer los seres humanos se nutren unos de otros, incluso más que de
los espaguetis, y esto se refleja en la salud del cuerpo. El doctor Wolf, que
continuó estudiando la sociedad de Roseto durante muchos años, llegó a la
conclusión de que una persona aislada puede fácilmente agobiarse por los
retos que plantea la vida diaria y este agobio puede desencadenar las
respuestas al estrés en el cuerpo. Una persona rodeada de un grupo que la
apoya, sin embargo, se relaja. Este tipo de relajación se traduce en efectos
positivos en la fisiología del organismo, conduciendo a la prevención de las
enfermedades y a veces a la remisión de las mismas.

El apoyo del grupo como medicina preventiva


Te puede parecer obvio que las relaciones personales saludables sean buenas
para el cuerpo. Igual estás pensando: «¡No me digas! ¡Hasta aquí nada
nuevo!»
Pero ¿cuándo fue la última vez que tu médico te preguntó si podría ser tu
tóxico exmarido el que te está provocando la fibromialgia, o los abusivos
reproches de tu madre, los causantes de tu cardiopatía? ¿Cuándo te lo
preguntaste a ti mismo?
En el resto de este capítulo te mostraré cómo los vínculos sociales y las
relaciones saludables, incluidas las relaciones románticas, la sexualidad sana y
el apoyo de una comunidad espiritual, afectan no sólo a nuestra felicidad, sino
también a nuestra fisiología.
La realidad es que la soledad causa estrés, mientras que un grupo
afectuoso de personas en tu entorno te relaja. Los efectos del estrés y de la
relajación afectan a la mente y al cuerpo. Cuanto careces de un grupo que te
da apoyo y sientes que debes manejarte solo por la vida, el agobio diario
puede desencadenar ansiedad, lo cual es percibido por el cerebro como una
amenaza. Este desasosiego afecta de forma adversa a todo: desde la presión
arterial hasta la actividad renal. Las consecuencias negativas del agobio y el
estrés pueden ser mitigadas, como parece ser, cuando te nutres del afecto de
los amigos, los parientes y los vecinos que se preocupan por ti. De hecho, sólo
este factor de por sí puede afectar a tu cuerpo más profundamente que lo que
comes, cuánto bebes, si fumas o no, o si practicas o no ejercicio.2
El efecto del grupo sobre la esperanza de vida

Cuando piensas en las conductas que aumentarán tu esperanza de vida,


probablemente piensas en dejar de beber alcohol, hacer un paseo diario,
tomar vitaminas, reducir el consumo de alimentos elaborados y abrocharte el
cinturón en el coche, más que en unirte a un club, invitar a amigos a cenar a
casa o encontrar un buen compañero de habitación. Pero quizá ya es hora de
volver a pensar en tu estrategia de salud preventiva y empezar a tratarte a ti
mismo con la medicina de las relaciones positivas.
No únicamente Roseto es prueba de que el apoyo social tiene un fuerte
impacto en la salud. Estudios semejantes en Perú, Israel, Borneo y en otros
sitios han confirmado lo que los investigadores descubrieron en la pequeña
población de Pensilvania: que un grupo de seres queridos puede influir en tu
salud más que lo que comes, la forma en la que practicas ejercicio o si tienes o
no buenos o malos hábitos de salud.3
Un estudio realizado en el condado de Alameda (California), descubrió
que, en todas las categoría de edad y género, las personas con el menor
número de vínculos sociales presentaban triple probabilidad de morir en un
periodo de nueve años con respecto a los que afirmaban disfrutar de un
mayor número de relaciones sociales, incluso si se tenían en cuenta
enfermedades preexistentes, la situación socioeconómica, hábito tabáquico,
consumo de alcohol, obesidad, raza o etnia, satisfacción vital, actividad física
y el uso de servicios de salud preventiva.4 También se halló que aquellos con
mayores conexiones sociales eran los que tenían menor incidencia de cáncer.5
Cuánto estamos en contacto con otra gente puede llegar a ser tan
importante como el ejercicio a la hora de predecir la esperanza de vida. Un
estudio de Harvard que examinaba la vida de casi tres mil ancianos descubrió
que aquellos que se reunían para salir a cenar, jugar a las cartas, realizar viajes
de un día, ir de vacaciones con los amigos, al cine, acudir a eventos
deportivos, a la iglesia y participar en otras actividades sociales sobrevivían a
las personas solitarias en un promedio de dos años y medio. De hecho, esta
clase de actividades sociales, en su mayoría estables, beneficiaban la salud de
los ancianos tanto como los ejercicios físicos que hicieran. Los investigadores
llegaron a la conclusión de que los intereses sociales son equivalentes a las
virtudes del ejercicio e independientes de éstos.6 Muchos más estudios
confirman que los vínculos sociales y la esperanza de vida van unidos de
forma inextricable.7
El grado de apoyo social que experimentes condiciona incluso la
probabilidad de que te cures si terminas enfermando. Un estudio de la
Universidad de California en San Francisco, publicado en el Journal of
Clinical Oncology investigó las conexiones sociales de cerca de tres mil
enfermeras con cáncer de mama. Este estudio descubrió que las mujeres que
habían estado aisladas socialmente antes del diagnóstico de su enfermedad
presentaban un 66 por ciento más de riesgo de mortalidad por cualquier
causa y el doble de riesgo de mortalidad por cáncer de mama. Se descubrió
que las enfermeras que vivieron solas su cáncer tenían cuatro veces más
posibilidades de morir a causa de su enfermedad que aquellas con diez o más
amigos que les prestaban su apoyo durante la misma. De hecho, los datos
sugieren que las amistades pueden ser incluso más inductoras de la salud que
un cónyuge. En el mismo estudio, el hecho de contar con pareja no mostraba
reportar ningún beneficio para la supervivencia, pero sí contar con muchas
amistades.8
En un estudio llevado a cabo en la Universidad de Sahlgrenska, en Suecia,
y publicado en el European Heart Journal, también se observó el mismo
efecto protector de contar con un sólido grupo de apoyo de amigos y
conocidos. Al estudiar la vida social de 741 hombres con cardiopatías durante
un periodo de quince años, se determinó que aquellos con las mediciones más
altas de lo que ellos llamaban «integración social» eran los que estaban más
protegidos frente a los infartos.9
En un artículo del New Scientist sobre los efectos de la soledad en la salud,
el doctor Charles Raison, catedrático de psiquiatría de la Facultad de
Medicina de la Universidad de Emory, concluyó: «La gente que cuenta con
una vida social rica y relaciones cálidas y abiertas, no se pone enferma y vive
más tiempo».10
La comunidad espiritual y la salud
Podrías pensar que ir a la iglesia no es un comportamiento inductor de la
salud, pero lo es. Un estudio realizado por la Public Health Foundation de
California con 5.286 residentes del condado de Alameda, que se publicó en el
American Journal of Public Health, halló una estrecha relación entre la
asistencia a los servicios religiosos y la menor mortalidad durante un periodo
de veintiocho años.11 Otro estudio llevado a cabo en el Buck Institute for
Research on Aging con 1.931 ancianos residentes en el condado de Marin
(California), también publicado en el American Journal of Public Health,
evaluó la asistencia a los servicios religiosos y la posterior mortalidad durante
un lapso de cinco años. Una vez más, los resultados revelaron que la
asistencia a ceremonias religiosas tenía un efecto protector sobre la esperanza
de vida.12
De hecho, tal como otro estudio demostró, si te sometes a una
intervención quirúrgica de corazón y recibes apoyo y fortaleza por parte de tu
comunidad religiosa, tienes el triple de probabilidad de estar vivo seis meses
después.13
Pero ¿por qué la religión es tan buena para tu salud? Podrías pensar que es
porque la gente que acude a la iglesia es menos probable que salga de juerga,
se drogue o eche una cana al aire. Y estarías en lo cierto. La gente religiosa
tiende a comportarse mejor que sus semejantes no religiosos.14 De hecho,
muchos grupos religiosos como los mormones o los judíos ortodoxos
fomentan de forma activa un estilo de vida positivo y con menos estrés, y
recomiendan moderación y una vida familiar armoniosa.
Esto por sí solo, sin embargo, no explica la diferencia. Es algo más. La
gente que acude a los servicios religiosos cuenta con un amplio grupo social.
Una comunidad religiosa evita el aislamiento y fomenta una mejor salud.15 El
efecto positivo de la comunidad espiritual en la salud del cuerpo es radical,
posiblemente porque los lugares de culto potencian la socialización y la gente
que comparte creencias religiosas tienden a cuidar unos de otros de la forma
que hacían los habitantes de Roseto.
Las personas que acuden a los servicios religiosos de forma habitual viven
siete años y medio más (casi catorce años más para los estadounidenses de
origen africano) que aquellos que nunca o raramente acuden a un servicio.16
También se ha observado que la gente que forma parte de una comunidad
espiritual presenta una presión arterial más baja y menos riesgo de padecer
una enfermedad cardiovascular, menos incidencia de depresión y suicidios,
menos índice de drogodependencias y un sistema inmunitario más fuerte.17
Se ha visto incluso que los mormones, cuya fe les conduce a reunirse en
comunidades muy unidas, basadas en creencias religiosas compartidas,
experimentan un 24 por ciento menos de cáncer que la población general.18
En los estudios del condado de Alameda, los investigadores encontraron
una asociación entre los altos niveles de implicación religiosa y menores tasas
de enfermedades circulatorias, digestivas, respiratorias y casi cualquier otra de
las enfermedades estudiadas. En realidad, el efecto protector de la salud de la
asistencia semanal a un evento religioso fue tan fuerte que podría equivaler al
efecto sobre la salud que tienen factores como fumar y hacer ejercicio
constante.19
No hay duda de que la participación en una comunidad espiritual evita el
aislamiento social. Al igual que los habitantes de Roseto, que cuidaban unos
de otros y se aseguraban de que nadie estuviera nunca solo, las comunidades
religiosas suelen ofrecer parecido apoyo comunitario y los datos sugieren que
el cuerpo responde con una salud mejor. Pero existen otras explicaciones
sobre por qué la gente que participa en comunidades espirituales tiene más
probabilidad de estar sana.
Además de las respuestas a la relajación que induce un grupo o
comunidad de apoyo, la fe en un poder superior también provoca emociones
positivas que contrarrestan el estrés y contribuyen al estado de descanso
fisiológico necesario para que el cuerpo se repare a sí mismo. La gente que
tiene fe en un poder superior también es más propensa a experimentar mejor
salud, ya que son más capaces de encontrar un significado al enfrentarse a
una pérdida o a un trauma. Un estudio mostró que los padres con firmes
creencias religiosas que perdieron a sus hijos debido al síndrome de la muerte
súbita del lactante pudieron sobrellevarlo mejor después de dieciocho meses
que los padres no religiosos.20 La gente religiosa también es más capaz de
perdonar, lo que alivia emociones negativas como la ira y el resentimiento,
que desencadenan la respuesta al estrés.21
Mientras que es más probable que los que creen en una divinidad amorosa
sean felices y estén más sanos que los que no creen en ella,22 no hay que estar
de acuerdo con ninguna religión en particular, o creer en un poder superior,
para obtener los beneficios de ser más espiritual. Aunque los ámbitos de las
instituciones religiosas tradicionales ofrecen el beneficio de la comunidad
unida por la creencia compartida, tú también puedes mejorar tu salud siendo
más espiritual a tu manera.
La espiritualidad, definida por los científicos sociales como la búsqueda de
lo sagrado, puede ofrecer beneficios para la salud en la medida que admites y
aprecias lo sagrado en la vida: la santidad de la naturaleza, la bendición de los
niños, la percepción de tu trabajo como una vocación, el cuerpo como un
recipiente para el amor en el mundo, la inviolabilidad del matrimonio. Al dar
la calidad de extraordinario a lo ordinario, te estás abriendo a la
trascendencia, lo que puede potenciar la relajación en el cuerpo, conducir a
una mayor felicidad y, en consecuencia, a una mejor salud. Las personas
espirituales también son más felices, tienen mejor salud mental, consumen
menos drogas y alcohol, disponen de más habilidades para hacer frente a las
cosas y viven más años que aquellos que no se consideran espirituales a sí
mismos.23
Ten en cuenta que la religión no es un camino de rosas cuando se trata de
los efectos sobre tu salud. Como todas las facetas de la vida, tu vida espiritual
tiene tanto el potencial de estresarte como de relajarte. Aquellos a los que la
religión les despierta un sentimiento de culpabilidad, pena, represión y miedo
al reproche de un Dios castigador son más propensos a experimentar
respuestas repetidas al estrés que pueden conducir a una mala salud.24 Por lo
tanto, no es sólo la vida espiritual la que puede curarte, es el tipo correcto de
vida espiritual, la que está en concordancia con lo que es sagrado para ti.
Las relaciones de pareja y la salud
Si no crees que el matrimonio sea la receta para la longevidad o la
cohabitación con tu amante el tratamiento para tus aflicciones, ya sería hora
de reconsiderarlo. Al igual que se ha demostrado que formar parte de una
comunidad mejora los resultados de salud, la bibliografía médica también
sugiere que tener una relación de pareja representa un beneficio para el
cuerpo. Los datos demuestran que el matrimonio influye en tu salud y
también en tu esperanza de vida.25
Un estudio de la Universidad de California en Los Ángeles, que se publicó
en el Journal of Epidemiology and Community Health, analizó los datos
censales y averiguó que los que nunca se han casado tienen un 58 por ciento
más de probabilidad de morir de jóvenes que aquellos que intercambian votos
nupciales.26 Los felizmente casados también presentan menor presión
arterial27 y menos insomnio.28
¿Estás enamorado, pero no casado todavía? No te preocupes. No sólo es la
gente casada la que se beneficia de los efectos saludables de formar parte de
una pareja. Un estudio llevado a cabo en Nueva Zelanda por un equipo de la
Universidad de Otago y que se publicó en el British Journal of Psychiatry
examinó a mil personas y observó que las que tenían pareja estable desde
hacía tiempo —independientemente de si estaban o no casados—
presentaban menor propensión a sufrir depresión o alcoholismo.29
Otro estudio realizado en la Universidad de Chicago y en la Universidad
Northwestern y publicado en la revista Stress investigó a quinientos
estudiantes de MBA, casi la mitad de ellos, casados o con pareja estable. Los
estudiantes recibieron instrucciones de jugar una serie de juegos de índole
económico en el ordenador, que creían que formaban parte de sus exámenes.
Se les extrajeron muestras de saliva antes y después para la determinación de
los niveles hormonales, como los de la hormona del estrés, el cortisol. Para
crear un ambiente estresante, se le dijo a cada estudiante que la prueba era un
requisito del curso y que influiría en su futuro profesional.
La concentración de las hormonas del estrés aumentó en todos los
participantes, pero los sujetos de ambos sexos sin pareja presentaron niveles
más altos de dichas hormonas que aquellos que tenían una relación de
compromiso. Los investigadores llegaron a la siguiente conclusión: «Aunque
el matrimonio puede ser bastante estresante, facilita a la gente manejar otros
factores estresantes de sus vidas».30
Ciertamente hay gente que se encuentra feliz estando soltera, pero la
mayoría de personas anhela una conexión íntima con una pareja romántica.
Estamos biológicamente programados para emparejarnos y los efectos
positivos sobre la salud exhibidos por aquellos con una feliz relación de pareja
sugieren una ventaja de supervivencia en este emparejamiento que beneficia
al cuerpo. ¿Cómo mejoran la salud las relaciones de pareja? Lo más probable
es que sea a través del poder de la mente. Cuando te sientes enamorado,
apoyado y nutrido en una relación, tu mente experimenta menos respuestas
al estrés y potencia las respuestas a la relajación, con lo que la fisiología del
cuerpo responde en consecuencia.
Ten presente que la respuesta no está meramente en emparejarse. Las
relaciones de pareja pueden ser fuente tanto de estrés como de relajación. No
se trata de que cualquier relación vaya a beneficiar a tu salud: se trata de que
sea la correcta. En cuanto a salud, estás en realidad mejor solo que en una
mala relación de pareja.31 Un matrimonio desgraciado puede ser dañino para
la salud, tal y como se demostró en un estudio de la Universidad de Ohio,
publicado en la revista científica Cancer y que evaluaba a cien pacientes con
cáncer de mama y cuyos resultados demostraron que a las mujeres con
matrimonios fracasados les fue peor que a las que estaban felizmente
casadas.32
Los matrimonios abusivos también plantean riesgos para la salud, no sólo
relacionados con las posibles lesiones, sino por ser otra causa de enfermedad.
Las mujeres casadas o que cohabitan y que son víctimas de violencia de
género son más propensas a enfermar.33 Por lo tanto, no hay que mantener
una mala relación de pareja sólo porque piensas que va a beneficiar a tu salud.
La clave está en propiciar relaciones que inicien respuestas de relajación más
que relaciones que desencadenen respuestas al estrés.
¿Has perdido a tu pareja? Cuando un miembro de la pareja muere, es
especialmente importante para el que sobrevive buscar el apoyo de los demás.
Un estudio mostró que los hombres y las mujeres que habían perdido a un
cónyuge a causa de una muerte súbita o accidental tenían mucha más
probabilidad de enfermar. Sin embargo, si las viudas o viudos confiaban en
otras personas cercanas a ellos, presentaban menos problemas de salud y
había mayor posibilidad de que fueran felices.34

Sexualidad y salud
Otra de las ventajas bien documentadas para la salud de las que suele disfrutar
la gente que vive en pareja es el sexo. Con todas las advertencias sobre los
peligros del sexo: enfermedades de transmisión sexual, violación, abusos
sexuales y los riesgos de un embarazo no deseado, puedes no darte cuenta de
lo bueno que puede ser el sexo para tu salud. Pero los estudios demuestran
que los beneficios de una relación sexual saludable con una pareja íntima
mejora la salud del cuerpo de forma notable.
Aquellos con vidas sexuales sanas viven más años, presentan menor riesgo
de cardiopatías e ictus, adquieren menos cáncer de mama, refuerzan su
sistema inmunitario, duermen mejor, parecen más jóvenes, disfrutan de una
mejor condición física, tienen mayor fertilidad, logran aliviarse del dolor
crónico, experimentan menos migrañas, sufren de menos depresión y
disfrutan de una mejor calidad de vida.35
Las pruebas van en aumento. El sexo no sólo es divertido, sino que ¡es
bueno para tu salud! Aunque algunos de los beneficios de una vida sexual
activa pueden atribuirse al ejercicio físico de un buen revolcón, los efectos
positivos de una vida sexual sana para la mente —provocando la respuesta
fisiológica a la relajación y sus efectos neutralizadores de la respuesta al estrés
— pueden influir más radicalmente, si cabe, en la fisiología del cuerpo.
Pero al igual que todos los aspectos de cómo vivimos nuestras vidas, el
sexo también tiene el potencial de estresarte. Si estás frustrado sexualmente,
con el sentimiento de desconfianza hacia tu pareja, engañas a tu cónyuge, has
perdido la libido o experimentas dolor con el sexo, tu vida sexual también
puede desencadenar respuestas al estrés. La clave de utilizar tu vida sexual
como herramienta de salud preventiva y tratamiento de la enfermedad es
asegurar que sea saludable y te deje una sensación de relajación, no de estrés.
Si tu vida sexual es estresante, es fundamental abordar los problemas
subyacentes entre tú y una vida sexual sana.

La fisiología de la soledad
Entonces, ¿qué es lo que tiene el vivir en una comunidad unida, reunirse con
otros que comparten tu fe, formar parte de una relación de pareja, tener
cantidad de amigos y disfrutar de intimidad sexual con otra persona, que
estimula una mejor salud?
Las relaciones saludables son una medicina para la mente y, tal como
hemos visto, la mente ejerce un poderoso efecto sobre la fisiología del cuerpo.
Demasiadas personas, especialmente en el mundo desarrollado sufren de
aislamiento social. Mientras el aislamiento social puede ser, a veces, positivo,
como forma de recargar la mente a través de retiro, meditación, tiempo
personal y otras actividades que nos nutren y son inductoras de una buena
salud, el aislamiento social prolongado puede llevar a la soledad, y muchos
estudios demuestran que la soledad puede desencadenar respuestas al estrés
en el cuerpo, el mismo tipo de respuestas de alarma que puede provocar el
miedo al daño corporal.
Todos nos sentimos solos de vez en cuando, pero para algunos la soledad
se convierte en la norma vital. El psicólogo canadiense Vello Sermat, que
estudia la soledad, estima que del 10 al 30 por ciento de la gente sufre de un
sentimiento dominante de soledad.36 En otro estudio, el 16 por ciento de
personas que respondieron a un anuncio de un periódico se describieron a sí
mismas como «solas la mayoría o todo el tiempo».37 Entre la gente sola, el 37
por ciento describe su salud como «mala» o «muy mala».38
Tal como Robert Putnam escribió en Solo en la bolera: «Como regla
empírica, si no formas parte de ningún grupo pero decides unirte a uno,
cortas por lo sano tu riesgo de morir durante el próximo año y medio. Si
fumas y no perteneces a ningún grupo, es un cara o cruz, estadísticamente
hablando, si deberías dejar de fumar o empezar a unirte a algún grupo. Estos
datos son, en cierto modo, alentadores. Resulta más fácil unirse a un grupo
que perder peso, hacer ejercicio de forma regular o dejar de fumar».39
Al parecer, el psicólogo John Cacioppo, que consagró su carrera al estudio
de los efectos del aislamiento social y la soledad sobre el organismo, coincide
en que poner remedio a la soledad es tan bueno para la salud como dejar de
fumar. Según Cacioppo, las personas solitarias son, desde el punto de vista
fisiológico, diferentes de las que participan de una sólida red social cuando se
trata de los genes transmisores de señales para la secreción de cortisol, la
respuesta inflamatoria y el sistema inmunitario.40 La gente sola exhibe
respuestas al estrés con mayor presión arterial diastólica, alteraciones del
sistema inmunitario y aumentos de la concentración de cortisol.41
También se ha demostrado que las personas solitarias presentan una
incidencia superior de cardiopatías, cáncer de mama, enfermedad de
Alzheimer y pensamientos suicidas.42 La soledad puede incluso llegar a
afectar a las tasas de mortalidad tras una intervención quirúrgica de
revascularización coronaria (inserción de un baipás). Un estudio sueco que
examinaba a 1.290 pacientes sometidos a cirugía cardíaca halló que los
pacientes que se identificaban con la afirmación «Me siento solo» tenían tasas
significativamente superiores de mortalidad postoperatoria.43
En estudios en los que se comparaban personas que se encontraban solas
con personas que no lo estaban, se observó que las primeras presentaban una
actividad cardiovascular notablemente alterada, incluidos altos niveles de
resistencia periférica en los vasos sanguíneos, mayor presión arterial, baja
concentración de monóxido de carbono, el relajante de los vasos sanguíneos,
y alteraciones de la frecuencia cardíaca y la contractilidad cardíaca que imita
lo que sucede cuando el cuerpo se enfrenta a una amenaza.
Los investigadores también sospechan que los individuos que se
encuentran solos sufren de un sueño de mala calidad, y se sabe que la escasez
de sueño disminuye la tolerancia a la glucosa, eleva la concentración de
cortisol y potencia la activación de la respuesta de alarma del sistema nervioso
simpático. Estos efectos reflejan lo que se observa en el proceso normal del
envejecimiento y pueden explicar por qué el cuerpo sufre en las personas que
se sienten solas.44
Se ha visto que la gente cuya soledad se prolonga en el tiempo presenta
una concentración elevada de cortisol en la saliva en el transcurso del día, lo
que sugiere que se producen más descargas de la hormona liberadora de
corticotropina y la activación del eje hipotálamo-hipófiso-suprarrenal, lo que
a su vez desencadena respuestas al estrés.45 Muchos estudios también han
demostrado que la soledad conduce a una depresión del sistema inmunitario,
lo cual altera la capacidad del cuerpo para luchar contra una infección,
preparar el ataque contra las células cancerígenas y reparar el cuerpo
internamente.46
Cacioppo sugiere que poner fin a la soledad no consiste en pasar más
tiempo con gente. Él cree que se trata de cambiar nuestra actitud para con los
otros. Las personas solitarias pueden llegar a ver a los demás seres humanos
como un posible peligro. Cuando sentimos que estamos en peligro, se
descargan las dañinas hormonas del estrés y otras sustancias químicas
relacionadas con el miedo. Cuando curamos la soledad, la sanación del
cuerpo vendrá a continuación.
La mente podría reconocer la soledad por lo que es: un sentimiento de
desconexión, de ausencia de pertenencia y de sentirse falto de amor, pero el
paleocórtex, o zona más primitiva del cerebro, sólo conoce una forma de
comunicarse con el resto del cuerpo: «¡Houston, tenemos un problema!»
Mientras que la mente podría ser capaz de distinguir entre estar
enfrentándose a un animal salvaje al acecho y sentirse solo, el montón de
hormonas que la mente arroja en respuesta a una amenaza es exactamente la
misma en el cuerpo. Cuando la mente señala una alerta, el hipotálamo, la
glándula pituitaria y las glándulas suprarrenales cobran vida y una oleada de
hormonas como la adrenalina, la noradrenalina y el cortisol circulan por el
torrente sanguíneo, galopando como Paul Revere47, para informar a los
demás órganos de que hay una animal salvaje suelto.
Por lo general, cuando el paleocórtex percibe que el león se ha marchado,
los sistemas desencadenantes de la respuesta al estrés se restablecen, alertando
a los demás órganos de que pueden volver a sus funciones habituales. Pero si
te sientes solo durante mucho tiempo, es posible que tu cuerpo encienda la
alerta de la respuesta al estrés y la deje encendida, lo que no sólo puede dañar
tu salud, sino que puede acortar tu vida. Cuando ya se sabe que la soledad
supone para la salud tanto riesgo como el tabaco, ¿no deberían los médicos
estar recomendando apoyo social y alivio de la soledad como parte de un
estilo de vida óptimamente saludable?

No todas las relaciones están creadas de igual


forma
Los datos científicos corroboran la idea de que las relaciones saludables
influyen en la mente, lo que a su vez repercute en el cuerpo. Pero está claro
que no todas las relaciones están creadas de la misma forma. Muchas
personas han elegido estar solas como respuesta a relaciones traumáticas que
pueden dañar la mente y el cuerpo. Sabemos que el abuso o la desatención en
la infancia puede acortar la vida de una persona.48 La gente que resiste
relaciones conflictivas u hostiles sufren física y emocionalmente.49 Está claro
que los matrimonios en los que existe abuso físico pueden dañarte o llegar a
matarte. Obviamente, cuando tu clan es una pandilla callejera que se lía a
tiroteos, tu salud también está en riesgo. Cuando tu grupo se centra en
inyectarse heroína juntos, tu salud estaría mejor atendida estando solo.
A pesar de que estos ejemplos de cómo las relaciones erróneas pueden
perjudicarte pueden parecerte obvios, tal vez seas menos consciente de cómo
otros y más sutiles tipos de vínculos sociales de falta de compañerismo
también pueden ser dañinos para tu salud. Es posible que no te des cuenta de
que, cuando la comunidad de la iglesia te juzga porque no estás conforme con
las normas sociales, tu mente es probable que tenga una respuesta al estrés
que podría afectar negativamente a tu cuerpo. Cuando tu familia te echa un
nuevo rapapolvo cada vez que vas a visitarla, puede que las cenas familiares de
los domingos no sean tan beneficiosas para tu salud como eran en Roseto.
Cuando pasas el rato con la multitud de mamás del colegio de tu hijo, pero te
sientes que es imprudente ser auténtico, tu cuerpo puede entenderlo como
una amenaza.
No es nueva la noticia de que las relaciones poco saludables son malas
para ti. No es una sorpresa. Probablemente en tu vida tienes relaciones que
sabes que te perjudican, pero puedes no darte cuenta de cómo afectan a la
fisiología del cuerpo. Cuando enfermas de cáncer, es posible que no llegues
inmediatamente a la conclusión de que tu matrimonio abusivo podría haber
debilitado tu sistema inmunitario mediante la activación crónica de
respuestas al estrés. Cuando tienes un ataque al corazón, es posible que no lo
asocies a tu hermana, que te da una paliza verbal cada vez que la llamas por
teléfono, o a tu «amigo», que te humilla cada vez que os veis y te critica a tus
espaldas.
Aunque los datos sugieren que necesitamos la compañía de los demás
seres humanos para estar lo más sanos posible, lo que necesitamos, en
realidad, son relaciones saludables y auténticas que nos permitan ser
realmente nosotros mismos, sin juicios ni críticas. No es suficiente el simple
contacto social. Si te rodeas de gente con la que sientes que no es prudente
mostrarte vulnerable, tu cuerpo va a manifestar una respuesta al estrés.
Otras dinámicas de las relaciones negativas, como la agresión, el odio o la
privación del amor, también estimulan la respuesta al estrés, mientras que el
amor, la protección, la compasión y los sentimientos de apego y de
pertenencia desencadenan la liberación de las hormonas que inducen a la
relajación y a los sentimientos de placer, como la oxitocina, la dopamina y las
endorfinas.
En otras palabras, sé social. Evita la soledad. Rodéate de amigos y familia.
Pero sé consciente de las relaciones que eliges para que entren en tu vida.
Elige tu círculo interno de forma acertada y asegúrate de que al final del día te
sientes apoyado por quienes integran tu grupo social, más que juzgado,
criticado, intimidado, presionado o amenazado.
Como regla general, los seres humanos somos animales sociales.
Históricamente, establecer lazos afectivos en un grupo o comunidad, ofrecía
una ventaja evolutiva en un mundo plagado de amenazas. En lo más
profundo de nuestras almas, anhelamos amor, pertenencia y conexión
humana. Sí, algunos somos introvertidos y otros extrovertidos. A algunos se
les ha roto el corazón y buscan aislamiento como mecanismo de protección
frente a cualquier otra experiencia traumatizante para el corazón. Unos
tienen mayor necesidad de conexión humana, mientras que otros encuentran
que lo que su mente y su cuerpo necesitan para inducir la relajación
fisiológica son horas de meditación en solitario. En última instancia, debes
aprovechar la sabiduría de sanación de tu propia intuición para poder
determinar qué es lo que te alimenta a ti, a tu mente y a tu cuerpo.
Es muy difícil abrirte a relaciones personales si no te sientes seguro. Abrir
tu corazón y exponer tu parte más vulnerable parece ser la última cosa que
quieres hacer cuando tu corazón ha sido traumatizado, tal como nos ha
sucedido a muchos. Pero es fundamental que te abras. La pena, el
ocultamiento y el aislamiento son enemigos del proceso de curación.

El poder de la vulnerabilidad
Como catedrática en la Universidad de Houston, Brené Brown, autora de
Frágil: el poder de la vulnerabilidad y Los dones de la imperfección, estudia la
vergüenza, el miedo y el poder de la vulnerabilidad como transformación de
la vergüenza en conexión íntima con otros seres humanos. En una charla en
su blog («El poder de la vulnerabilidad») que se extendió viralmente en
Internet, así como en sus libros, Brown debate el papel de la vergüenza y
cómo conduce al aislamiento social. Ella enseña que la valentía de ser
vulnerables, el cultivo de la compasión por las imperfecciones de los demás y
la creación de límites saludables conforman el escenario para relaciones
personales sanas.
En Los dones de la imperfección, Brown escribe: «Si queremos vivir y amar
con todo nuestro corazón y queremos comprometernos con el mundo desde
una posición de dignidad, tenemos que hablar de las cosas que estorban,
concretamente de la vergüenza, el miedo y la vulnerabilidad». Ella describe la
vergüenza como el miedo a no ser digno de ser amado y afirma que todos la
tenemos: «Sentir vergüenza es ser humanos».
La forma en la que sentimos vergüenza de nosotros mismos y de lo que
sentimos varía según la persona, pero cubre todo el espectro: cuerpo, imagen,
trabajo, dinero, relaciones, adicciones, la crianza de los hijos, el sexo, el
envejecimiento, la familia, etc. Pero hay buenas noticias. Si somos capaces de
sentir vergüenza, también seremos capaces de sentir lo que Brown denomina
«resistencia a la vergüenza»: la capacidad de reconocer la vergüenza cuando
asoma su fea cabeza, afrontarla de forma saludable, aferrarnos a nuestro
sentido de la dignidad y autenticidad y utilizarla para desarrollar más coraje y
compasión por los demás que sienten su propia vergüenza y, como resultado,
conectar con ellos.
Según Brown, la diferencia entre la culpabilidad y la vergüenza es que la
culpabilidad implica: «Hice algo mal», mientras que la vergüenza sugiere:
«Soy malo». Mientras que la culpabilidad suele ser un factor motivador para
vivir con más integridad, la vergüenza no es más que un veneno que se
interpone en las relaciones auténticas. Brown recomienda echarle valor a ser
vulnerable y auténtico, abrazar la autocompasión, dejar ir el perfeccionismo y
cultivar lo que ella llama «bondad verdadera», la práctica de vivir y amar con
todo el corazón.
En su investigación sobre la vergüenza, el miedo y la vulnerabilidad,
Brown encontró que la gente que practicaba la bondad verdadera vive una
vida llena de valía, tranquilidad, acción, confianza, fe, intuición, esperanza,
autenticidad, amor, integración, alegría, gratitud y creatividad, a la vez que
evitan el perfeccionismo, el bloqueo, la certeza, el agotamiento, la
autosuficiencia, el tener que estar en la onda (ser cool), el tener que encajar,
emitir juicio y la escasez.50
Cada día es una oportunidad para profundizar en las conexiones con la
gente que valoras. Cuando dejas a tu corazón que sienta, te haces resistente a
la vergüenza, dejas de juzgar a los demás, aprendes el arte del perdón, pones
en práctica ser auténtico y dejas tu alma al descubierto, permites que tu mente
haga milagros, optimizando al cuerpo para su estado natural de
autorreparación.

Receta para la soledad


Si vives una vida solitaria y tanto si has intentado ser más social como si has
elegido permanecer solo, puedes contrarrestar algunos de los efectos
negativos sobre la salud que provocan la soledad y el aislamiento social. En el
capítulo 8, te enseñaré algunas técnicas que puedes utilizar en casa para
promover las respuestas a la relajación y atenuar las respuestas al estrés.
Si estás solo y motivado para mejorar tu salud o si tienes relaciones tóxicas
y necesitas un antídoto para el perjuicio que estas relaciones pueden estar
infligiendo en tu cuerpo, permanece atento. En el capítulo 10 tendrás la
oportunidad de diagnosticar los posibles desequilibrios de las relaciones en tu
vida y elaborar un plan de acción para aliviar la soledad y disfrutar de los
beneficios de salud que brindan las relaciones saludables.
Hasta entonces, quiero que sepas que la mejor forma de aliviar la soledad
es que aproveches la naturaleza esencial de quien eres realmente. Deja que el
mundo vea tu verdadera, auténtica y hermosa fabulosidad. Muchos gastamos
mucha energía tratando de ser quien no somos en realidad para no
desentonar. En nuestro esfuerzo por ser aceptados perdemos una parte de
nosotros mismos y nuestra salud sufre en consecuencia.
La verdad es que las personas cuya meta es ser aceptadas a nivel social
están tratando de dar en el blanco de un objetivo en constante movimiento,
que representa la aceptación, lo cual significa adelantarse a las tendencias,
compararte con los demás, sacrificar lo que realmente quieres por lo que crees
que los demás quieren y cumplir con las normas artificiales de la
conformidad. Cuanto más cool trates de ser, más aislado te vas a sentir. Tal
como dijo Brené Brown en un conmovedor discurso en la Cumbre sobre la
Dominación del Mundo organizada por el autor y bloguero Chris Guillebeau:
«La barrera número uno para la integración es encajar en ella». Es la receta
que garantiza la soledad. También es pagar un precio demasiado alto, un
precio que es capaz de dejarte no únicamente solo, sino enfermo.
Puedes tener la tentación de buscar aceptación social para no sentirte un
inadaptado o terminar herido. Todos queremos sentirnos amados y
aceptados. Anhelamos integrarnos. Pero ¿a qué precio? ¿Vale la pena vender
quien eres y sustituir tu yo auténtico por una versión plástica renovada
constantemente para encajar en el elusivo factor de aceptación de hoy en día
(que puedes garantizar que es diferente que el de ayer)?
No.
Despojarte de todas tus mascaras y dejar brillar tu resplandor interno
puede ser que no sea «cool», pero te da la oportunidad de una conexión
profunda. Hay que tener verdadero valor para ser inexcusablemente «poco
cool», y no hay nada más cool en mi libro que la gente lo bastante valiente
para ser realmente quien es, incluso cuando va en contra de todo lo que
prescribe la cultura popular. Cuando eres lo suficiente valiente para ser tú
mismo, sin necesidad de pedir disculpas, te conviertes en un imán para todos
los demás que anhelan ser lo bastante intrépidos para hacer lo mismo. Esto,
amigo mío, es la forma segura de aliviar la soledad.

1Malcolm Gladwell, Outliers: The Story of Success (Nueva York: Little, Brown & Company, 2008), 7.

2J. S. House, K. R. Landis y D. Umberson, «Social Relationships and Health», Science 241, n.º 4865 (29
de julio de 1988): 540–45.
3Ron Grossman y Charles Leroux, «A New “Roseto Effect”: “People Are Nourished by Other People”»,
Chicago Tribune, 11 de octubre de 1996, http://articles.chicagotribune.com/1996-10-
11/news/9610110254_1_satellite-dishes-outsiders-town/2.

4Lisa F. Berkman y S. Leonard Syme, «Social Networks, Host Resistance, and Mortality: A Nine-Year
Follow-Up Study of Alameda County Residents», American Journal of Epidemiology 109, n.º 2 (1 de
febrero de 1979): 186–204.

5Peggy Reynolds y George A. Kaplan, «Social Connections and Risk for Cancer: Prospective Evidence
from the Alameda County Study», Behavioral Medicine 16, n.º 3 (otoño de 1990): 101–10.

6Thomas A. Glass y otros, «Population Based Study of Social and Productive Activities as Predictors of
Survival among Elderly Americans», British Medical Journal 319 (21 de agosto de 1999): 478.

7L. C. Giles y otros, «Effect of Social Networks on 10 Year Survival in Very Old Australians: The
Australian Longitudinal Study of Aging», Journal of Epidemiological Community Health 59, n.º 7 (julio
de 2005): 574–79; J. S. House, C. Robbins y H. L. Metzner, «The Association of Social Relationships and
Activities with Mortality: Prospective Evidence from the Tecumseh Community Health Study»,
American Journal of Epidemiology 116, n.º 1 (julio de 1982): 123–40.

8Candyce H. Kroenke y otros, «Social Networks, Social Support, and Survival after Breast Cancer
Diagnosis», Journal of Clinical Oncology 24, n.º 7 (1 de marzo de 2006): 1105–11.

9Annika Rosengren, Lars Wilhelmsen y Kristina Orth-Gomér, «Coronary Disease in Relation to Social
Support and Social Class in Swedish Men: A 15 Year Follow-Up in the Study of Men Born in 1933»,
European Heart Journal 25, n.º 1 (enero de 2004): 56–63.
10Jo Marchant, «Heal Thyself: Trust People», New Scientist, 30 de agosto de 2011,
http://www.newscientist.com/article/mg21128271.800-heal-thyself-trust-people.html.

11W. J. Strawbridge y otros, «Frequent Attendance at Religious Services and Mortality over 28 Years»,
American Journal of Public Health 87, n.º 6 (junio de 1997): 957–61.

12D. Oman y D. Reed, «Religion and Mortality among the Community-Dwelling Elderly», American
Journal of Public Health 88, n.º 10 (octubre de 1998): 1469–75.

13T. E. Oxman, D. H. Freeman y E. D. Manheimer, «Lack of Social Participation or Religious Strength


and Comfort as Risk Factors for Death after Cardiac Surgery in the Elderly», Psychosomatic Medicine
57, n.º 1 (enero/febrero de 1995): 5–15.

14Harold G. Koenig y otros, «Modeling the Cross-Sectional Relationships Between Religion, Physical
Health, Social Support, and Depressive Symptoms», American Journal of Geriatric Psychology 5, n.º 2
(primavera de 1997): 131–44.

15Christopher G. Ellison y Jeffrey S. Levin, «The Religion-Health Connection: Evidence, Theory, and
Future Directions», Health Education and Behavior 25, n.º 6 (diciembre de 1998): 700–720.

16Robert A. Hummer y otros, «Religious Involvement and U.S. Adult Mortality», Demography 36, n.º 2
(mayo de 1999): 273–85; Michael E. McCullough y otros, «Religious Involvement and Mortality: A
Meta-Analytic Review», Health Psychology 19, n.º 3 (mayo de 2000): 211–22.

17Patrick R. Steffen y otros, «Religious Coping, Ethnicity, and Ambulatory Blood Pressure»,
Psychosomatic Medicine 63, n.º 4 (julio–agosto de 2001): 523–30; John Gartner, Dave B. Larson y
George D. Allen, «Religious Commitment and Mental Health: A Review of the Empirical Literature»,
Journal of Psychology and Theology 19, n.º 1 (primavera de 1991): 6–25; Harold G. Koenig y David B.
Larson, «Religion and Mental Health: Evidence for an Association», International Review of Psychiatry
13, n.º 2 (2001): 67–78; Sandra E. Sephton y otros, «Spiritual Expression and Immune Status in Women
with Metastatic Breast Cancer: An Exploratory Study», Breast Journal 7, n.º 5 (septiembre/octubre de
2001): 345–53; Teresa E. Woods y otros, «Religiosity Is Associated with Affective and Immune Status in
Symptomatic HIV-Infected Gay Men», Journal of Psychosomatic Research 46, n.º 2 (febrero de 1999):
165–76.

18Joseph L. Lyon, Kent Gardner y Richard E. Gress, «Cancer Incidence in Mormons and Non-
Mormons in Utah (United States) 1971–1985», Cancer Causes & Control 5, n.º 2 (marzo de 1994): 149–
56.

19William J. Strawbridge, Richard D. Cohen y Sarah J. Shema, «Comparative Strength of Association


between Religious Attendance and Survival», International Journal of Psychiatry in Medicine 30, n.º 4
(2000): 299–308; Doug Oman y otros, «Religious Attendance and Cause of Death Over 31 Years»,
International Journal of Psychiatry in Medicine 32, n.º 1 (2002): 69–89.

20Daniel N. McIntosh, Roxane Cohen Silver y Camille B. Wortman, «Religion’s Role in Adjustment to
a Negative Life Event: Coping with the Loss of a Child», Journal of Personality and Social Psychology 65,
n.º 4 (octubre de 1993): 812–21.

21Michael E. McCullough y Everett L. Worthington, Jr., «Religion and the Forgiving Personality»,
Journal of Personality 67, n.º 6 (diciembre de 1999): 1141–64.

22Melvin Pollner, «Divine Relations, Social Relations, and Well-Being», Journal of Health and Social
Behavior 30 n.º 1 (marzo de 1989): 92–104.

23Kenneth I. Pargament, «The Psychology of Religion and Spirituality?: Yes and No», International
Journal for the Psychology of Religion 9, n.º 1 (1999): 3–16.
24Harold G. Koenig, Kenneth I. Pargament y Julie Nielsen, «Religious Coping and Health Status in
Medically Ill Hospitalized Older Adults», Journal of Nervous and Mental Disease 186, n.º 9 (septiembre
de 1998): 513–21.

25Pamela Kotler y Deborah Lee Wingard, «The Effect of Occupational, Marital and Parental Roles on
Mortality: The Alameda County Study», American Journal of Public Health 79, n.º 5 (mayo de 1989):
607–12.

26Robert M. Kaplan y Richard G. Kronick, «Marital Status and Longevity in the United States
Population», Journal of Epidemiology and Community Health 60, n.º 9 (septiembre de 2006): 760–65.

27Brigham Young University, «Happily Marrieds Have Lower Blood Pressure than Social Singles»,
ScienceDaily, 21 de marzo de 2008, http://www.sciencedaily.com /releases/2008/03/080320192610.htm.

28American Academy of Sleep Medicine, «More Marital Happiness = Less Sleep Complaints»,
ScienceDaily, 11 de junio de 2008, http://www.sciencedaily.com /releases/2008/06/080609071336.htm.

29Sheree J. Gibb, David M. Fergusson y L. John Horwood, «Relationship Duration and Mental Health
Outcomes: Findings from a 30-Year Longitudinal Study», British Journal of Psychiatry 198, n.º 1 (2011):
24–30.

30Dario Maestripieri y otros, «Between-and Within-Sex Variation in Hormonal Responses to


Psychological Stress in a Large Sample of College Students», Stress 13, n.º 5 (septiembre de 2010): 413–
24; «Relationships Are Good for Your Health: Being Married or in a Long-Term Relationship Improves
Your Ability to Deal with Stress, a New Study Suggests», Telegraph, 18 de agosto de 2010,
http://www.telegraph.co.uk/health /healthnews/7952466/Relationships-are-good-for-your-health.html.
31BMJ–British Medical Journal, «Marriage Is Good for Physical and Mental Health, Study Finds»,
ScienceDaily, 28 de enero de 2011, http://www.sciencedaily.com /releases/2011/01/110127205853.htm.

32Ohio State University, «Marital Problems Lead to Poorer Outcomes for Breast Cancer Patients»,
ScienceDaily, 10 de diciembre de 2008, http://www.sciencedaily.com
/releases/2008/12/081208123304.htm.

33Wiley-Blackwell, «Intimate Abuse Study Finds Clear Links with Poor Health and Calls for Holistic
Primary Care Approach», ScienceDaily, 6 de julio de 2009, http://www
.sciencedaily.com/releases/2009/07/090706090438.htm.

34James W. Pennebaker y Robin C. O’Heeron, «Confiding in Others and Illness Rate among Spouses of
Suicide and Accidental-Death Victims», Journal of Abnormal Psychology 93, n.º 4 (noviembre de 1984):
473–76.

35George Davey Smith, Stephen Frankel y John Yarnell, «Sex and Death: Are They Related? Findings
from the Caerphilly Cohort Study», British Medical Journal 315, n.º 7133 (20-27 de diciembre de 1997):
1641–44; Erdman B. Palmore, «Predictors of the Longevity Difference: A 25-Year Follow-Up»,
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Human Sexuality 17 (1983): 241–45, como se cita en Komisaruk y Whipple, «The Suppression of Pain
by Genital Stimulation in Females»; Beverly Whipple y Barry R. Komisaruk, «Elevation of Pain
Threshold by Vaginal Stimulation in Women», Pain 21, n.º 4 (abril de 1985): 357–67; Randolph W.
Evans y James R. Couch, «Orgasm and Migraine», Headache 41, n.º 5 (mayo de 2001): 512–14; Joseph
A. Catania y Charles B. White, «Sexuality in an Aged Sample: Cognitive Determinants of
Masturbation», Archives of Sexual Behavior 11, n.º 3 (junio de 1982): 237–45; David J. Weeks, «Sex for
the Mature Adult: Health, Self-Esteem and Countering Ageist Stereotypes», Sexual and Relationship
Therapy 17, n.º 3 (2002): 231–40; Pamela Warner y John Bancroft, «Mood, Sexuality, Oral
Contraceptives and the Menstrual Cycle», Journal of Psychosomatic Research 32, n.º 4–5 (1988): 417–27;
Edward O. Laumann y otros, The Social Organization of Sexuality: Sexual Practice in the United States
(Chicago: University of Chicago, 1994).

36Vello Sermat, «Some Situational and Personality Correlates of Loneliness», en The Anatomy of
Loneliness, ed. Joseph Hartog, J. Ralph Audy y Yehudi A. Cohen (Nueva York: International
Universities Press, 1980).

37C. M. Rubenstein y P. Shaver, «Loneliness in Two Northeastern Cities.»

38Roelof Hortulanus, Anja Machielse y Ludwien Meeuwesen, Social Isolation in Modern Society (Nueva
York: Routledge, 2004).

39Robert D. Putnam, Bowling Alone: The Collapse and Revival of American Community (Nueva York:
Simon & Schuster, 2001).

40John T. Cacioppo y otros, «Loneliness and Health: Potential Mechanisms», Psychosomatic Medicine
64, n.º 3 (mayo/junio de 2002): 407–17.

41Andrew Steptoe y otros, «Loneliness and Neuroendocrine, Cardiovascular, and Inflammatory Stress
Responses in Middle-Aged Men and Women», Psychoneuroendocrinology 29, n.º 5 (junio de 2004):
593–611.
42Dara Sorkin, Karen S. Rook y John L. Lu, «Loneliness, Lack of Emotional Support, Lack of
Companionship, and the Likelihood of Having a Heart Condition in an Elderly Sample», Annals of
Behavioral Medicine 24, n.º 4 (otoño de 2002): 290–98; Cyndy M. Fox y otros, «Loneliness, Emotional
Repression, Marital Quality, and Major Life Events in Women Who Develop Breast Cancer», Journal of
Community Health 19, n.º 6 (diciembre de 1994): 467–82; Robert S. Wilson y otros, «Loneliness and
Risk of Alzheimer Disease», Archives of General Psychiatry 64, n.º 2 (febrero de 2007): 234–40; Ariel
Stravynski y Richard Boyer, «Loneliness in Relation to Suicide Ideation and Parasuicide: A Population-
Wide Study», Suicide and Life-Threatening Behavior 31, n.º 1 (primavera de 2001): 32–40.

43J. Herlitz y otros, «The Feeling of Loneliness prior to Coronary Artery Bypass Grafting Might Be a
Predictor of Short- and Long-Term Postoperative Mortality», European Journal of Vascular and
Endovascular Surgery 16, n.º 2 (agosto de 1998): 120–25.

44Cacioppo y otros, «Loneliness and Health: Potential Mechanisms».

45John T. Cacioppo y otros, «Lonely Traits and Concomitant Physiological Processes: The MacArthur
Social Neuroscience Studies», International Journal of Psychophysiology 35, n.º 2–3 (marzo de 2000):
143–54.

46Janice K. Kiecolt-Glaser y otros, «Psychosocial Modifiers of Immunocompetence in Medical


Students», Psychosomatic Medicine 46, n.º 1 (enero/febrero de 1984): 7–14; Janice K. Kiecolt-Glaser y
otros, «Urinary Cortisol Levels, Cellular Immunocompetency, and Loneliness in Psychiatric Patients»,
Psychosomatic Medicine 46, n.º 1 (enero/febrero de 1984): 15–23; Sarah D. Pressman y otros,
«Loneliness, Social Network Size, and Immune Response to Influenza Vaccination in College
Freshmen», Health Psychology 24, n.º 3 (mayo de 2005): 297–306; Bert N. Uchino, John T. Cacioppo y
Janice K. Kiecolt-Glaser, «The Relationship between Support and Physiological Processes: A Review
with Emphasis on Underlying Mechanisms and Implications for Health», Psychological Bulletin 119, n.º
3 (mayo de 1996): 488–531.

47Patriota de la Guerra de Independencia de Estados Unidos, recordado por su rol como mensajero en
las batallas de Lexington y Concord. (N. de la T.)

48James J. Lynch, The Broken Heart (Nueva York: Basic Books, 1977), 84.

49Karen S. Rook, «The Negative Side of Social Interaction: Impact on Psychological Well-Being»,
Journal of Personality and Social Psychology 46, n.º 5 (mayo 1984): 1097–1108.

50Brené Brown, The Gifts of Imperfection (Center City, Minnesota: Hazelden, 2010).
6

Muerte por exceso de trabajo

«El trabajo contra natura produce demasiado estrés.»


BHAGAVAD GITA

Ya conoces el perjuicio para tu salud de los riesgos laborales. El soldado


muere en la batalla. El policía queda atrapado en el punto de mira del
criminal. Un albañil cae desde un edificio de veinte plantas. Un investigador
experimenta un accidente a raíz de un riesgo biológico y termina con una rara
enfermedad infecciosa.
Lo que haces durante la jornada laboral puede afectar claramente al
cuerpo. Pero afecta a tu organismo no sólo a través de los riesgos físicos, sino
también a través del poder de la mente, que responde a lo que haces durante
tu jornada laboral, ya sea desencadenando las respuestas al estrés o iniciando
las respuestas a la relajación. Sabes que el trabajo tiene el potencial de
estresarte. Pero también debes haber experimentado momentos en el trabajo,
cuando estás haciendo lo que te gusta, en los que fluyes, tienes una sensación
de misión y propósito y te sientes agradecido por estar haciendo algo que
importa. Estas sensaciones benefician al organismo tanto como lo perjudican
las respuestas al estrés.
Todos sabemos que el estrés en el trabajo es un veneno que puede
traducirse en síntomas físicos. Cualquiera que haya padecido una migraña
después del fracaso de una negociación o dolor en cuello y hombros después
de una crítica del jefe puede atestiguarlo.
Pero ¿alguna vez tu médico te ha prescrito hacer el trabajo que te gusta
como tratamiento de un tumor o te ha sugerido que dejar tu trabajo podría
curarte del síndrome del intestino irritable? ¿Cuándo fue la última vez que se
te diagnosticó que el estrés en el trabajo era la raíz del ictus o se atribuyó a tu
realización profesional la remisión espontánea de tu enfermedad crónica?
Tal vez es hora de un cambio de paradigma.
Es posible que no hayas pensado demasiado en cómo el trabajo afecta a tu
salud. Si estás enfermo, puedes haber supuesto que tu enfermedad es
resultado de un defecto en un gen, una mala alimentación o un desequilibrio
bioquímico —y esto, en efecto, puede ser verdad—. Pero el estrés en el trabajo
puede ser un factor que haya contribuido, cuando no el agente causal. Te
podría sorprender darte cuenta de que la prescripción para tu enfermedad no
tiene por qué ser una pastilla o una intervención quirúrgica. Podría ser
encontrar nuevas formas de lidiar con el estrés, hacer cambios en tu actual
trabajo para reducir la ansiedad o incluso encontrar una nueva profesión.
Resulta que realmente puedes trabajar hasta morir. También puedes
seguir tu feliz vuelta a la salud. En Japón, hay más conciencia sobre el efecto
del estrés del trabajo en la salud. Incluso tienen una palabra para describirlo:
karoshi, que se define como: «la muerte por exceso de trabajo».
Como muchos de los otros 7,7 millones de japoneses que se dejan la piel
en semanas laborales de más de sesenta horas, Satoru Hiraoka era un buen
trabajador, de aquellos que daba prioridad a la empresa antes que a la familia,
a la vez que excluía cualquier frívola idea como el tiempo de ocio, las salidas
de fin de semana o los días de vacaciones. Durante más de veintiocho años,
Hiraoka, un mando intermedio en la fábrica Seiko de Tsubakimoto, en Osaka,
trabajó diligentemente de doce a dieciséis horas al día, a menudo, pasando de
las noventa y cinco horas de trabajo semanales.
No es una exageración. La revisión de las fichas de control horario de
Hiraoka reveló que en el año antes de su prematura muerte, llegó a trabajar
más de mil cuatrocientas horas extras. Como empleado perfecto que era,
nunca llamó para decir que estaba enfermo, nunca se tomó el día libre por
resaca, ni faltó al trabajo para asistir a una obra de teatro escolar de sus hijos.
Era el kigyo-senchi («soldado corporativo») ideal.1
Pero un día, el 23 de febrero de 1988, después de quince horas laborales,
aquel hombre de cuarenta y ocho años de edad llegó a casa del trabajo y sufrió
lo que los médicos llaman «insuficiencia cardíaca súbita». Murió en el acto.
La muerte de Hiraoka y la de cientos de miles más como él podría haber
pasado desapercibida si no hubiera sido por un grupo de especialistas en
medicina laboral japonesa y cardiólogos que estaban estudiando este
fenómeno. Estos médicos se dieron cuenta de que la gente con una sobrecarga
de trabajo presentaba mayor riesgo de morir de episodios cardiovasculares o
cerebrales inesperados, como un infarto de miocardio o un ictus. El primer
caso se había comunicado en 1969, cuando un trabajador murió de un ictus a
la edad de veintinueve años.2
Pero no fue hasta 1987 que el Ministerio de Trabajo de Japón empezó a
recoger datos estadísticos sobre el karoshi. Desde entonces, se estima que se
dan unos diez mil casos de karoshi cada año.3 Algunos abogados y expertos
en la materia afirman que el número de muertes por el karoshi en Japón
iguala o excede cada año a las causadas por accidentes de tráfico.4
Según Shunichiro Tajiri, responsable del Instituto de Estudio Médico
Social, en Osaka, las víctimas del karoshi suelen ser por lo general hombres
sanos de entre cuarenta y cincuenta años, mandos intermedios en puestos
estresantes que les requieren jornadas laborales de más de doce horas, seis o
siete días a la semana. Justo antes de morir, la mayoría refieren diversas
combinaciones de mareos, náuseas, cefaleas intensas y dolor de estómago. En
el 95 por ciento de los casos del karoshi, la muerte sobreviene dentro de las
veinticuatro horas del inicio de los síntomas intensos, aunque éstos van
precedidos, a veces, de síntomas más leves.
En un artículo del Chicago Tribune, Tajiri afirmó: «En todos los casos, se
trataba de hombres sanos, sin signo alguno de enfermedad. Simplemente, se
forjaron el camino hacia la muerte».
La viuda de Hiraoka es una de tantas japonesas que presentaron una
reclamación por el karoshi solicitando una indemnización por accidente
laboral. Pero dado que el karoshi no es propiamente una enfermedad —es un
gran grupo de lo que se cree que son las alteraciones fisiológicas inducidas
por el estrés— y que, a menudo, es difícil de probar que la muerte de una
víctima está directamente relacionada con demasiado estrés o exceso de horas
de trabajo, estas indemnizaciones pueden ser más difíciles de obtener que las
que se otorgan a la gente que muere de un accidente laboral.5 Sin embargo,
dado que las reclamaciones por el karoshi están aumentando, las
indemnizaciones por sus víctimas también.

Muerte por exceso de trabajo en Estados


Unidos
No sólo los japoneses se forjan un camino hacia la muerte, y éste no es un
fenómeno nuevo. En junio de 1863, un periódico londinense publicó una
historia titulada: «Muerte por una simple sobrecarga de trabajo», que narraba
la historia de una mujer de veinte años que murió después de jornadas
laborables de dieciséis horas de media (hasta turnos de treinta horas en
temporada alta) en una fábrica textil. Si bien esto puede sonar como el
material para las novelas de Dickens, la verdad es que está sucediendo
actualmente en Estados Unidos, al igual que en Japón o en Inglaterra.
La era de la información nos ha convertido en adictos al trabajo que ya no
disponen del respiro forzoso del correo postal y las notas entregadas a mano.
Ahora, ya no sólo son los médicos los que están de guardia veinticuatro horas
al día y siete días a la semana. Somos la mayoría de las personas. La llegada
del correo electrónico, los teléfonos móviles, los «busca», los aparatos de fax,
los ordenadores portátiles y las tabletas implica que estamos disponibles casi
todo el tiempo y cada vez más la mala salud del empleado lo refleja. No es que
la mala salud impida al trabajador acudir al puesto de trabajo. Un estudio
llevado a cabo por la compañía de seguros médicos Oxford Health Plans
reveló que uno de cada cinco estadounidenses acuden al trabajo tanto si están
enfermos como si están lesionados o deben ir al médico ese día.6 Un tercio de
los empleados estadounidenses tienen el mismo tipo de obsesión por el
trabajo, de forma que dejaron de utilizar el tiempo de vacaciones acumulado,
de acuerdo con una encuesta de Expedia.com.
De forma parecida, alrededor de la cuarta parte de los trabajadores
británicos no utilizaron todos sus días de vacaciones y en Francia, muchos
hicieron lo mismo. La diferencia es que la mayoría de europeos tienen más
vacaciones —un promedio de veintiséis días para los británicos y de treinta y
siete para los franceses— en comparación con los catorce días del
estadounidense medio. Otra diferencia es que, así como hay 137 países en los
que son obligatorias las vacaciones pagadas, Estados Unidos es el único país
industrializado en el que esto no es así.7
El hecho de no tomarse un descanso, en efecto, se ha asociado con la
muerte prematura. Un estudio, publicado en Psychosomatic Medicine en
2000, examinó a doce mil hombres durante nueve años y descubrió que
aquellos que no disfrutaban de sus vacaciones anuales presentaban un 21 por
ciento más de riesgo de muerte por cualquier causa y eran un 32 por ciento
más propensos a morir de un infarto.8
En otro estudio publicado en el American Journal of Epidemiology, los
investigadores de Johns Hopkins evaluaron los datos recogidos de pacientes
del Estudio del Corazón de Framingham durante un periodo de veinte años y
encontraron que las mujeres que hacían vacaciones cada seis años, o con
menos frecuencia, eran por lo menos ocho veces más propensas a padecer
una cardiopatía coronaria o un infarto que las que tomaban vacaciones dos
veces al año.9
Hay una buena razón por la cual Workaholics Anonymous [Adictos al
trabajo Anónimos] es actualmente un programa en Estados Unidos, así como
en muchos países.
Aunque la mayoría de los datos sobre el karoshi proceden del Japón, la
Organización Internacional del Trabajo ha publicado datos estadísticos que
demuestran que Estados Unidos supera con creces a Japón en cuestión de
sobrecarga de trabajo. Los médicos y el gobierno estadounidense aún tienen
que reconocer el karoshi como una enfermedad inequívoca y adjudicar una
indemnización a los trabajadores, tal como lo hacen los japoneses, y dado que
no seguimos la pista, es complicado calcular la frecuencia con la que el estrés
en el trabajo se manifiesta como muerte en Estados Unidos. Pero puedes
apostar lo que quieras a que afecta a la salud de muchos.

Tipos de estrés laboral


La gente que experimenta estrés en el trabajo está desencadenando respuestas
al estrés de forma repetida durante toda la jornada laboral. Imagina a un fiscal
de cara congestionada y barrigón gritando a una testigo llorosa —como un
personaje de dibujos animados sacando vapor por las orejas— hasta que el
fiscal se desploma en medio de la sala del tribunal fulminado por un ataque
cardíaco. ¿Y qué hay del corredor de bolsa de Wall Street, que se pasa dieciséis
horas al día gritando como un energúmeno hasta que se dispara su presión
arterial y sufre un ictus a la edad de cuarenta y dos años.
Las esposas de oro existen y muchos profesionales con grandes facultades
empiezan a trabajar al amanecer y terminan a la hora de acostarse, lo que
supone semanas de cien horas laborales a cambio de sueldazos. Otros, menos
privilegiados, se dejan la piel en el trabajo de la misma forma, pero sin el
fantástico sueldo. Médicos, gestores de inversiones, asesores empresariales,
camioneros, pilotos, abogados, y tantos otros, hacen frente a jornadas
laborales larguísimas y cargas de trabajo inusualmente exigentes.
Los factores laborales estresantes varían, pero el estrés afecta al cuerpo de
la misma forma. Existe el estrés provocado por los conflictos interpersonales,
como el que experimentan los abogados, los recaudadores, los representantes
del servicio al cliente o cualquier persona acosada por compañeros de trabajo,
supervisores o clientes. Hay el estrés que experimenta la gente con carreras
profesionales de alto riesgo, como en el caso de médicos, enfermeras,
bomberos, soldados profesionales, controladores aéreos, pilotos de líneas
aéreas comerciales y abogados penalistas, en que un movimiento en falso
puede arruinar la vida de otro.
Existe el estrés en trabajos que esperan de ti que vendas tu alma o
sacrifiques tu integridad, como el del ejecutivo de publicidad, de quien se
espera que dirija una campaña publicitaria de un producto poco saludable, el
del profesional con información privilegiada al que se le manda que guarde
silencio sobre actividades fraudulentas en las que la empresa podría estar
involucrada, el soldado al que se le ordena una operación que no cree que sea
ética y el político que sacrifica sus propios valores para conseguir que se
apruebe una ley.
También existe el estrés de sentirse impotente o con falta de control en el
puesto de trabajo, como el que podría experimentar una enfermera que sabe
que el médico ha solicitado el tratamiento erróneo, pero que aun así debe
seguir sus órdenes, o por el último del escalafón corporativo de una empresa
que atesora grandes ideas, pero que no piensa que su insignificante voz
importe.
Otros tipos de estrés entran en la categoría de limitaciones organizativas:
obstáculos frustrantes y tediosos que se interponen en el camino de obtener
un trabajo bien hecho, como la intromisión de los compañeros de trabajo,
restricciones en el acceso de la información necesaria o la falta de autoridad
para hacer lo que hay que hacer a fin de completar una tarea de forma
satisfactoria.
Existe el estrés de la confusión de funciones, que aparece cuando no
entiendes lo que se espera de ti o no sabes si estás cumpliendo las
expectativas. También está el estrés de los mensajes conflictivos, cuando
diferentes miembros de un entorno laboral emiten instrucciones
contradictorias que te dejan confuso.
Mientras la mente interpreta todos estos factores estresantes como
diferentes, el prosencéfalo percibe lo mismo en todos los casos: amenaza. La
respuesta fisiológica al estrés se enciende. Independientemente de cuál sea la
causa del estrés, el organismo manifiesta una respuesta fisiológica similar a la
que aparece cuando una persona sufre de soledad crónica. Dado que la mente
se comunica con el cuerpo mediante hormonas, la respuesta fisiológica es la
misma si estás escuchando cómo te abronca tu jefe, intentando tranquilizar a
un cliente enfadado o tratando de apagar un incendio de un edificio en
llamas.
Por lo tanto, la próxima vez que optes por trabajar horas extras, tu jefe te
grite o te veas en una situación en el trabajo que te haga sentir impotente, ten
en cuenta que podrías estar quitándote años de vida, poniendo a prueba tu
corazón, desgastando tus vasos sanguíneos, irritando tu aparato digestivo,
agotando tus glándulas suprarrenales, debilitando tu sistema inmunitario y
sobrecargando tu páncreas.
¿Vale realmente la pena? Es fácil racionalizar situaciones estresantes
persistentes cuando estás intentando subir en el escalafón corporativo,
luchando por mantener tu puesto de trabajo en una situación económica en
recesión o preocupándote por cómo pagar el alquiler si no llegas a los
objetivos de ventas. Pero ¿estás realmente dispuesto a retirar años de la cuenta
de tu vida por ganar más dinero, atraer a más clientes o impresionar a tu jefe?
Considera, en cambio, la posibilidad de invertir en tu salud para los
próximos años estableciendo límites y aplicando el autocuidado en el trabajo.
En el capítulo 8, hablaremos de las maneras de proteger tu cuerpo del estrés
laboral, y en la tercera parte del libro, de cómo asegurar que tu trabajo se
ajusta a tu máxima verdad para optimizar tu salud. Hasta llegar ahí, basta con
decir que el estrés laboral no es benigno. Para poder vivir una vida larga y con
vitalidad es importante encontrar formas de sentir paz y relajación en el
trabajo.

Síntomas típicos del estrés laboral


Cuando se expone al estrés laboral, el cuerpo susurra antes de empezar a
gritar. Antes de venirte abajo de un ataque al corazón, caer en redondo a
causa de un ictus o terminar con cáncer, es probable que experimentes
síntomas físicos más leves, como dolor de espalda, dolor de cabeza, vista
cansada, insomnio, cansancio, mareo, alteraciones del apetito y molestias
digestivas.
Considera los siguientes síntomas como signos de advertencia de que se
están gestando enfermedades más graves.
Dolores de espalda
Varios estudios han demostrado que los dolores de espalda, como los
relacionados con la artritis y la fibromialgia, aumentan en respuesta a factores
estresantes diarios como los laborales.10 Se cree que la relación entre el estrés
laboral y los dolores de espalda (así como otros tipos de dolores en el aparato
locomotor o artromialgias) estriba en que la tensión repetida y la activación
del eje hipotálamo-hipófiso-suprarrenal hacen que se agote el cortisol y
aumente la concentración de prolactina, elevando la sensibilidad del cuerpo al
dolor por depresión del sistema inmunitario y aumento de la inflamación.11

Dolores de cabeza o cefaleas


Como puede atestiguar cualquiera que haya pasado una noche en vela y
sufrido migrañas, el estrés por trabajo también puede provocar dolores de
cabeza, lo más probable es que se deba a la hipersensibilización de las vías de
transmisión de señales del dolor en el cerebro en los momentos de estrés. Una
vez que el cerebro está hipersensibilizado a los estímulos dolorosos, incluso el
más ligero pinchazo puede excitar los nervios del cerebro, provocando dolor y
tensión muscular.12

Tensión ocular
El estrés ocupacional también puede conducir a la tensión ocular, que
incluye: picor, pesadez e irritación de los ojos, así como visión borrosa o
doble, y se cree que se debe a la inflamación y al aumento de respuesta a los
estímulos del dolor en los ojos y alrededor de los mismos. Algunas tareas
propias de ciertos puestos de trabajo, como el uso de ordenadores, también
pueden aumentar la fatiga de los músculos oculares.13

Insomnio
El estrés laboral representa la principal causa de falta de sueño.14 Un estudio
sueco reveló que del 10 al 40 por ciento de la población en edad laboral
comunicaba padecer insomnio.15 La teoría de los científicos es que las
mayores concentraciones de corticotropina y cortisol liberadas a causa de la
respuesta al estrés reducen el pico de melatonina nocturno, necesario para un
sueño tranquilo y sosegado.16

Cansancio
Es obvio que si el trabajo te quita sueño, probablemente te sentirás cansado,
pero hay otros factores fisiológicos que también pueden hacerte sentir
cansado cuando estás estresado por el trabajo, incluso si estás durmiendo
bien. Aunque no se comprende bien su mecanismo, el cansancio es uno de los
síntomas más frecuentes que experimenta la gente con estrés laboral.
Asimismo, éste también aumenta el riesgo de padecer el síndrome de fatiga
crónica.17 Las teorías existentes relacionan el cansancio asociado al trabajo
con el agotamiento de los niveles de cortisol, así como con la predisposición
genética al cansancio mediada por el estrés.18 Lo que está claro es que las
personas responden a las alteraciones químicas causadas por el estrés de una
única manera, por lo que algunos son más propensos a sentir cansancio
derivado del estrés laboral que otros.19

Mareos
Como si algunos trabajos no fueran lo suficiente mareantes, el estrés laboral
hace que algunas personas experimenten mareos, se cree que como
consecuencia de alteraciones en la frecuencia cardíaca, la presión arterial y la
frecuencia respiratoria por la estimulación del sistema nervioso simpático.20
Los trastornos en estas constantes vitales —en concreto, el aumento de la
frecuencia respiratoria— pueden llevar a la hiperventilación, lo que altera el
equilibrio ácido-base del organismo, perturbando las respuestas del sistema
nervioso al equilibrio y la coordinación, a través del cerebelo y del octavo par
craneal.21

Trastornos del apetito


En función de tu fisiología, el estrés laboral puede aumentar o disminuir el
apetito, dando lugar a pérdidas o ganancias de peso, aunque la respuesta más
frecuente a este tipo de estrés es la pérdida del apetito.22 El 21 por ciento de
las personas que respondieron el cuestionario de un estudio comunicaron
pérdida del apetito después de un acontecimiento estresante.23 Los factores
estresantes de tipo emocional inducen la liberación de corticotropina y
hormona estimulante de los melanocitos o melanotropina, lo que conduce a
la falta de apetito y a la correspondiente pérdida de peso.24
De forma paradójica, la estimulación del sistema nervioso simpático
también provoca asimismo la liberación por parte del estómago del
aminoácido grelina, responsable de la sensación de hambre y que puede
derivar en un aumento de peso.25 Mientras que estos mecanismos entran en
juego al iniciarse el estrés, el estrés laboral crónico también afecta al apetito a
través del aumento, por el mismo motivo, de la producción de cortisol.
Cuando la concentración de esta hormona aumenta, lo hacen a su vez las
grasas almacenadas del organismo, y al agotarse el cortisol, la liberación del
péptido leptina constituye la señal que informa de que el cuerpo ya tiene
bastantes reservas y se inhibe el apetito.

Molestias gastrointestinales
Con frecuencia, el estrés laboral conduce a trastornos gastrointestinales como
náuseas, ardor, cólicos intestinales, diarrea y síndrome del intestino irritable,
probablemente causado por el aumento de la cantidad de corticotropina
generada durante la respuesta al estrés. En respuesta a la corticotropina, se
retrasa el vaciado gástrico, lo cual conduce a dolores de estómago y cólicos
intestinales. Puede empeorar el ardor, no sólo porque aumenta la
concentración de ácido del estómago, sino porque la respuesta al estrés
reduce el umbral del dolor en el estómago, incrementando la percepción del
dolor en respuesta al ardor y la predisposición a las úlceras.26 La respuesta al
estrés también disminuye la capacidad de dilatación del estómago, lo que a su
vez estimula la concentración de los músculos del colon y conduce a la
diarrea y a los demás síntomas del síndrome del intestino irritable,
probablemente relacionados con la hiperproducción de hormona liberadora
de corticotropina.27
El estrés laboral y las enfermedades
potencialmente mortales
A pesar de que los dolores de espalda, las molestias digestivas y el insomnio
puedan no dar la impresión de problemas de salud graves, son signos
precoces de advertencia, resultado de la respuesta del cuerpo al estrés. Estos
síntomas son parecidos a los que experimenta la gente solitaria. El
estadounidense medio experimenta cada día cincuenta episodios breves
derivados de la respuesta al estrés y las personas que se encuentran solas o
aquellas con estrés laboral excesivo, aún más, lo que requiere que el cuerpo
dedique un esfuerzo al mantenimiento de la homeostasis saludable.
Al principio, el cuerpo no desfallece. Pero con el tiempo se agota y
empeora. Los incrementos frecuentes de la presión arterial hacen aumentar el
grosor de los vasos sanguíneos, provocando incluso la rotura de la pared de
los mismos. La producción excesiva de ácidos grasos y glucosa causa
ateromas, o placas en las arterias, que conllevan enfermedades cardíacas. La
tensión muscular e inflamación crónica conduce al dolor y a los trastornos del
aparato locomotor. La hiperproducción de cortisol deprime el sistema
inmunitario, predisponiendo el organismo a las infecciones y al cáncer.28
La estimulación prolongada de las respuestas al estrés debida al trabajo
conduce a enfermedades del corazón, tiroides, úlceras, enfermedades
autoinmunes, obesidad, diabetes, disfunciones sexuales, depresión, anorexia
nerviosa, síndrome de Cushing, enfermedad inflamatoria y cáncer.29 Un
estudio demostró, incluso, que las personas en un ambiente de trabajo hostil
son más propensas a morir jóvenes.30 Otro estudio de siete mil personas
reveló que, aunque tener empleo suele ser mejor para la salud que no tenerlo,
es preferible no tener empleo que trabajar en puestos mal pagados, exigentes
y faltos de compañerismo, donde uno siente que le falta poder o control.31
Por lo tanto, aunque puedas disfrutar del sueldo de un trabajo estresante,
ten en cuenta que puedes estar pagando un precio aún mayor del que te están
pagando por ese trabajo.
El estrés económico y la salud
Si te encuentras en un trabajo estresante y sospechas que tu salud está
sufriendo como consecuencia, puedes pensar en reducir horas, dejar el
trabajo o cambiar la trayectoria profesional. Pero si eres una de esas personas,
el hombre del saco de tu cerebro de lagartija (prosencéfalo o cerebro
instintivo) puede que te susurre al oído palabras malignas como: «No puedes
permitirte dejarlo, idiota. ¿Cómo vas a pagar las facturas?»
Éste es un problema real para mucha gente. Tu cuerpo puede
descompensarse cuando estás en un entorno de trabajo estresante, pero el
miedo a perder el trabajo puede amplificar aún más estos sentimientos.
Normalmente, el estrés laboral y el económico están relacionados. De
hecho, se trata de un callejón sin salida, porque el estrés económico puede ser
tan perjudicial para la salud como el estrés laboral o la soledad. Son
numerosos los estudios que vinculan la riqueza con la salud. Gopal Singh, del
Ministerio de Sanidad y Servicios Humanos, junto con Mohammad Siahpush,
profesor en el Centro Médico de la Universidad de Nebraska, crearon un
indicador para medir las enfermedades sociales y económicas mediante los
datos del censo sobre enseñanza, ingresos, pobreza, vivienda y otros factores.
Lo que descubrieron al examinar estos datos, desde el año 1998 al 2000, fue
que una persona adinerada vive 4,5 años más que una pobre (79,2 años frente
a 74,7 años). Y según Singh, esta diferencia de longevidad aumenta con el
tiempo.32 Una persona acomodada es menos propensa a padecer casi todas
las enfermedades, a excepción del cáncer, y si lo contrae, su probabilidad de
sobrevivir es mayor.33 Presentan menos probabilidad de tener accidentes o
terminar discapacitados, y sus hijos tienen el doble de probabilidad de
sobrevivir que los nacidos en familias pobres.34
La gente rica incluso sufre menos que la gente pobre antes de morir. En
un estudio, los investigadores entrevistaron a los familiares supervivientes de
2.604 hombres y mujeres de setenta años o mayores, con un patrimonio neto
de setenta mil dólares, o más, al morir. Descubrieron que las personas con la
renta más alta presentaban el 33 por ciento menos de probabilidad de haber
sufrido de dolor en el año anterior a su muerte. Eran los que, con menos
frecuencia, habían experimentado depresión o dificultad para respirar. Estas
diferencias persistieron aun después de que los investigadores tuvieran en
cuenta la edad, sexo, raza, formación y enfermedades ya existentes de estas
personas. ¿Por qué esto es así? Los investigadores postularon que aquellos con
mayores recursos económicos pueden expresar sus síntomas de forma más
asertiva y pedir mejor asistencia. También tienen mayor acceso a los servicios
que los seguros médicos pudieran no cubrir.35
Por supuesto, estos contrastes suponen uno de esos enigmas del tipo:
¿Qué fue primero el huevo o la gallina? ¿Son los ricos capaces de ganar más
dinero porque están más sanos? ¿Presentan los pobres desventajas
económicas porque están enfermos? ¿O sencillamente el rico tiene acceso a
una mejor salud preventiva y tratamientos poco corrientes porque puede
permitirse pagar por ello?
Podrías argumentar que el acceso a una asistencia sanitaria de primera
categoría es lo que explica esta diferencia, pero los estudios demuestran que
no es ésta la razón. A igualdad de beneficios del seguro médico, las personas
situadas en los escalafones más altos de la jerarquía empresarial están más
sanos que los de los puestos más bajos.36 Algunas autoridades sanitarias creen
que el asesino es la propia desigualdad social. Es posible que la gente con una
peor posición socioeconómica tenga la sensación de tener menos control
sobre su vida y esté más preocupada por sus necesidades básicas, lo cual
dispara la respuesta del cuerpo al estrés.
Podrías estar estresado porque acabas de declararte en bancarrota, ha
caído el precio de tus acciones, has bajado de categoría, estás en el paro o no
puedes permitirte poner un plato en la mesa. Pero incluso si ninguna de estas
cosas suceden, puedes estar estresado por la mismísima idea de que ocurran.
El cuerpo no puede diferenciar entre el estrés económico percibido (miedo a
terminar arruinado) y el estrés económico auténtico (estás realmente
arruinado). En cualquiera de los dos casos, la respuesta al estrés se activa de
forma prolongada y se traduce en enfermedad.
Pero no tiene por qué ser de esta manera. Aunque no puedas cambiar tu
situación económica de la noche a la mañana, puedes cambiar cómo tu mente
responde a la preocupación por el dinero.

Trabajadores felices, trabajadores sanos


Como cabe esperar, los ambientes laborales que evitan mancillar a los
trabajadores, fomentan la creatividad, permiten la flexibilidad y promueven
las relaciones positivas entre departamentos también se han vinculado a una
mejor salud del empleado. Aquellos con programas eficaces de bienestar para
el trabajador, asociados a incentivos económicos, como Safeway (una de las
mayores cadenas de supermercados estadounidenses), obtienen ventajas por
mejorar la salud de sus empleados.37 También existen pruebas de que
mientras que el estrés laboral puede literalmente matarte, hacer el trabajo que
te encanta podría salvar tu vida.38
Encontrar tu dicha profesional puede resultar una medicina para la mente
y el cuerpo responde con una mejor salud y más felicidad. La investigadora
sobre la felicidad Sonja Lyubomirsky, autora de La ciencia de la felicidad,
afirma que la gente que lucha por algo importante a nivel personal y
profesional es más feliz que la que no tiene sueños ni aspiraciones sólidas. Ella
arguye: «Detrás de cada persona feliz encontrarás un proyecto».
Los estudios demuestran que el proceso de trabajar por un objetivo y
participar en experiencias laborales estimulantes, y que supongan un reto, es
tan importante como realmente lograr lo que se desea.39 La lucha entusiasta
por alcanzar objetivos nos aporta la sensación de misión, de dedicación, de
ser parte de algo superior a nosotros mismos, y los estudios muestran que
esto aumenta la sensación de control sobre nuestras vidas, lo que a su vez se
sabe que afecta a la salud de nuestro cuerpo.40
Cuando tu trabajo consiste en la persecución de objetivos que son
personalmente satisfactorios para ti, esto potencia tu autoestima al estar
empezando a marcar los primeros pasos de los objetivos que te acercan a tu
gran sueño; te ennoblece y te motiva a seguir perseverando, haciendo lo que
te encanta, aun cuando la lucha por estos objetivos requiera arduas tareas,
asumir riesgos e incertidumbre. El hecho de perseguir fines también añade
significado y estructura a nuestras vidas, nos mantiene centrados
garantizando que el mundo será un lugar mejor porque nosotros estábamos
en él. Esforzarse por dejar un legado o seguir una llamada aumenta la
felicidad, lo cual deja al cuerpo alimentado de hormonas inductoras de la
salud que refuerzan el sistema inmunitario, relajan el sistema cardiovascular y
desactivan la respuesta al estrés.
Ten en cuenta que cuando hablo de «trabajo» me refiero a cualquier
actividad con la que pasas la mayor parte de las horas del día. Para algunos,
esto es un cargo remunerado. Para otros, podría no estar pagado, pero siguen
dejándose la piel en criar a los niños, cuidar de sus padres enfermos o como
voluntarios y estos trabajos pueden ser exactamente igual de estresantes que
cualquier otra profesión, con los mismos efectos negativos para el cuerpo.
También pueden aportar tanto significado y propósito a tu vida que producen
efectos positivos sobre el organismo.
La clave está en recordar que tal como sienta nuestra mente que pasamos
el día, es decir, cuán relajados, felices y plenos estamos, va a traducirse en la
fisiología de nuestro cuerpo. Demasiada gente está de acuerdo con la
mentalidad de «por fin ya es viernes», que les lleva a temer los lunes, exhalar
un suspiro de alivio a mitad de semana y luego beber demasiado todo el fin de
semana antes de ponerse cabizbajos y trabajar como esclavos de nuevo en una
ocupación que no les gusta. O dejan un trabajo que les encanta para quedarse
en casa con los niños sólo para echar de menos aquello a lo que renunciaron,
lo que conduce a su propia clase de estrés.
Sin embargo, cuando te sientes libre para ser creativo en tu trabajo,
disfrutar de autonomía y respeto, tener objetivos claros y medidas de
desempeño, estar bien apoyado por tus compañeros, sentir que tu trabajo está
en consonancia con tu integridad, saber que lo que estás haciendo ayuda a los
demás, tener sentido de misión y propósito, expresar tus dones únicos en el
trabajo, estar bien pagado y disponer de suficiente tiempo de ocio para
destinarlo a otras actividades, es menos factible que experimentes estrés
laboral y más probable que goces de mejor salud.

La creatividad y la salud
Puede parecerte secundario mencionar la creatividad como algo para tener en
cuenta en tu salud. ¿Quién ha oído alguna vez prescribir una afición como
medicamento preventivo o tratamiento para una enfermedad? Pero los datos
científicos demuestran que la expresión creativa puede inducir respuestas de
relajación que contrarresten las respuestas al estrés.
Tristemente, ser creativo tiene mala reputación en nuestra sociedad.
Desde niños hemos sido adoctrinados en la idea de que la ciencia, las
matemáticas y los negocios son más valiosos que el arte, la música, el teatro y
la escritura. Lo que nuestra sociedad parece haber olvidado es que ser creativo
no sólo es divertido, sino que es bueno para la salud. Ten en cuenta que
cuando hablo de expresarte creativamente, utilizo una definición muy vaga de
la palabra «creatividad». No me limito a la creatividad de las artes. En algunos
casos, tu forma de expresión creativa puede ser la pintura, el baile, tocar un
instrumento o escribir poesía. Pero también puedes expresar tu creatividad
con el scrapbooking o colección de recortes, los arreglos florales, la fotografía,
la jardinería, la decoración de interiores, blogueando, tejiendo, cantando en la
ducha o realizando una lluvia de ideas. Podrías expresarte escribiendo el
perfecto correo electrónico, cocinando una comida para gourmets,
elaborando listas de reproducción de música para tu iPod, bailando salsa o
generando ideas para nuevos productos en el trabajo. Podrías crear talleres,
diseñar joyas u hornear el bizcocho perfecto.
Hagas lo que hagas, flexionar los músculos de la creatividad es tan
importante para la salud y la felicidad general como flexionar tus bíceps. El
vínculo entre la creatividad y la salud está perfectamente definido, por lo que
todo lo que te permita ser más creativo en la vida va a beneficiar la fisiología
de tu cuerpo y la mente.41 La expresión creativa libera endorfinas y otros
neurotransmisores del bienestar, reduce la depresión y la ansiedad, mejora la
actividad del sistema inmunitario, alivia el dolor físico y activa el sistema
nervioso parasimpático, disminuyendo así la frecuencia cardíaca, la presión
arterial, pausando la respiración y reduciendo la concentración de cortisol.
Los beneficios para la salud de la expresión creativa son, entre otros, la
mejora del sueño y del estado de salud general, menos visitas al médico,
menos uso de medicamentos, menos problemas de visión. La creatividad
disminuye los síntomas de la ansiedad y mejora la calidad de vida en mujeres
con cáncer; refuerza los sentimientos positivos, alivia el malestar y ayuda a
esclarecer los problemas espirituales y existenciales; disminuye el riesgo de
padecer Alzheimer, reduce la ansiedad, mejora el humor, la actividad social y
la autoestima.42
Cuando damos rienda suelta al proceso creativo, nos aprovechamos de los
procesos subconscientes que nos ayudan a curarnos. Y a prosperar.
Expresarte de forma creativa ejercita el lado derecho del cerebro, y esto no
sólo afecta a tu cuerpo, sino también al estado emocional, conduciendo a una
mayor felicidad. Y tal como vamos a debatir en el capítulo 7, es un fenómeno
comprobado que la gente feliz tiene mayor probabilidad de estar sana.
Los beneficios que aporta la creatividad a la salud son increíbles: ¡es una
prueba de cómo la expresión creativa afecta a la persona! La creatividad
también influye en tu vida laboral, en tus relaciones, en tu sexualidad, en tu
espiritualidad y en tu salud mental. Tal como enseña el terapeuta de arte
Marti Hand, expresarte creativamente también promueve la paz social al
mejorar la compasión, la tolerancia, la amabilidad, la armonía, la expansión,
el crecimiento, la colaboración, el respeto y la curación. Incluso, al parecer,
pueden aflorar beneficios no relacionados como resultado de expresarte de
forma creativa, como una mejor fertilidad.
A la vez que tu vida creativa puede ser una fuente potente de relajación
fisiológica, también puede ser un factor de estrés si te sientes creativamente
frustrado. Una de mis pacientes tuvo una novela en su cabeza durante años,
pero debido a que estaba demasiado ocupada en el trabajo, su novela nunca
había sido escrita. Cada día se sentía estresada por el hecho de que un día
moriría sin haber escrito su libro. La creatividad sólo es sanadora si buscas el
tiempo para darle su prioridad. Por lo tanto, no olvides expresarte a tu propia
manera.
Todos tenemos una canción en nuestro interior anhelando ser cantada
como sólo nosotros podemos cantarla. Como escribe la poeta Mary Oliver:
«Dime, ¿qué has planeado hacer con tu única vida salvaje y preciosa?»

Receta para el estrés en el trabajo


Si te sientes estresado por el trabajo o por el dinero, no te desesperes. No
necesariamente tienes que entregar tu carta de dimisión o ganar la lotería
para contrarrestar la respuesta al estrés. Pero debes tener una conversación
íntima contigo mismo sobre cómo estos problemas pueden estar afectando a
tu salud.
Si te has propuesto prevenir la enfermedad o curarte a ti mismo de una
enfermedad, sé lo suficiente valiente para decirte a ti mismo la verdad. Si te
preocupa cómo estos factores estresantes pueden estar afectando a tu cuerpo,
no todo está perdido. Hay esperanza. Puedes ser capaz de prevenir la
enfermedad o revertir una que ya padezcas haciendo cambios positivos con el
objetivo de traer más relajación a tu cuerpo. Si no puedes cambiar tu vida
profesional, aún puedes contrarrestar, por lo menos, un porcentaje de los
efectos negativos de la respuesta al estrés sobre tu cuerpo con técnicas que
han demostrado clínicamente activar la respuesta de relajación fisiológica del
cuerpo y mejorar tu salud. (En el capítulo 8 explicaré esas técnicas inductoras
de la salud.)
Pero hasta entonces ten en cuenta esto: quitarnos las máscaras que usamos
con el fin de impresionar a los demás o parecer más «profesional» o encubrir
nuestras imperfecciones o protegernos para que no nos hagan daño puede
hacer maravillas en nuestra búsqueda de una salud óptima. Ser
inexcusablemente quienes somos —no sólo en el trabajo, sino en casa, en el
patio del colegio, en la iglesia, donde sea— calma la mente, detiene la
respuesta al estrés, induce la respuesta a la relajación y cura al cuerpo. La
autenticidad en el trabajo y en la vida puede ser una medicina para el cuerpo.
1K. Morioka, «Work Till You Drop», New Labor Forum 13, n.º 1 (primavera de 2004): 81–85.

2Becky Barrow, «Stress “Is Top Cause of Workplace Sickness” and Is So Widespread It’s Dubbed the
“Black Death of the 21st Century”», MailOnline, octubre de 5, 2011,
http://www.dailymail.co.uk/health/article-2045309/Stress-Top-cause-workplace-sickness-dubbed-
Black-Death-21st-century.html.

3Katsuo Nishiyama y Jeffrey V. Johnson, «Karoshi—Death from Overwork: Occupational Health


Consequences of Japanese Production Management», International Journal of Health Services 27, n.º 4
(1997), 627–41.

4Morioka, «Work Till You Drop».

5Ronald E. Yates, «Japanese Live…and Die… for Their Work», Chicago Tribune, 13 de noviembre de
1988, http://articles.chicagotribune.com/1988-11-13 /news/8802150740_1_karoshi-japanese-health-
and-welfare.

6Matthew Reiss, «American Karoshi», New Internationalist 343 (marzo de 2002).

7Alina Tugend, «Want to Work Better? Take a Vacation», New York Times, 9 junio de 2008,
http://www.nytimes.com/2008/06/09/business/worldbusiness/09iht -vac.4.13584260.html?_r=2.

8Brooks B. Gump y Karen A. Matthews, «Are Vacations Good for Your Health? The 9-Year Mortality
Experience after the Multiple Risk Factor Intervention Trial», Psychosomatic Medicine 62, n.º 5
(septiembre/octubre de 2000): 608–12.
9Elaine D. Eaker, Joan Pinsky y William P. Castelli, «Myocardial Infarction and Coronary Death among
Women: Psychosocial Predictors from a 20-Year Follow-Up of Women in the Framingham Study»,
American Journal of Epidemiology 135, n.º 8 (15 de abril de 1992): 854–64.

10S. L. Manne y A. J. Zautra, «Spouse Criticism and Support: Their Association with Coping and
Psychological Adjustment among Women with Rheumatoid Arthritis», Journal of Personality and
Social Psychology 56, n.º 4 (abril de 1989): 608–17; Mary C. Davis, Alex J. Zautra y John W. Reich,
«Vulnerability to Stress among Women in Chronic Pain from Fibromyalgia and Osteoarthritis», Annals
of Behavioral Medicine 23, n.º 3 (verano de 2001): 215–26; A. J. Zautra, L. M. Johnson y M. C. Davis,
«Positive Affect as a Source of Resilience for Women in Chronic Pain», Journal of Consulting and
Clinical Psychology 73, n.º 2 (abril de 2005): 212–20.

11B. A. Huyser y J. C. Parker, «Negative Affect and Pain in Arthritis», Rheumatic Disease Clinics of
North America 25, n.º 1 (febrero de 1999): 105–21; S. A. McLean y otros, «Momentary Relationship
between Cortisol Secretion and Symptoms in Patients with Fibromyalgia», Arthritis and Rheumatism
52, n.º 11 (noviembre de 2005): 3660–69; S. A. McLean y otros, «Cerebrospinal Fluid Corticotropin-
Releasing Factor Concentration Is Associated with Pain but Not Fatigue Symptoms in Patients with
Fibromyalgia», Neuropsychopharmacology 31, n.º 12 (diciembre de 2006), 2776–82.

12L. Bendtsen, «Central and Peripheral Sensitization in Tension-Type Headache», Current Pain
Headache Reports 7, n.º 6 (diciembre de 2003): 460–65.

13Ashley E. Nixon y otros, «Can Work Make You Sick? A Meta-Analysis of the Relationships between
Job Stressors and Physical Symptoms», Work & Stress 25, n.º 1 (enero-marzo de 2011): 1–22; S. T. Gura,
«Yoga for Stress Reduction and Injury Prevention at Work», Work: Journal of Prevention, Assessment
and Rehabilitation 19, n.º 1 (2002): 3–7.

14R. Rau y otros, «Psychosocial Work Characteristics and Perceived Control in Relation to
Cardiovascular Rewind at Night», Journal of Occupational Health Psychology 6, n.º 3 (julio de 2001):
171–81; K. A. Ertel, K. Karestan y L. F. Berkman, «Incorporating Home Demands into Models of Job
Strain: Findings from the Work, Family, and Health Network», Journal of Occupational and
Environmental Medicine 50, n.º 11 (noviembre de 2008): 1244–52; T. Roth y S. Ancoli-Israel, «Daytime
Consequences and Correlates of Insomnia in the United States: Results of the 1991 National Sleep
Foundation Survey. II», Sleep 22, n.º 2 (1 de mayo de 1999): 354–58; M. Jansson y S. J. Linton,
«Psychosocial Work Stressors in the Development and Maintenance of Insomnia: A Prospective
Study», Journal of Occupational Health Psychology 11, n.º 3 (julio de 2006): 241–48.

15Steven J. Linton e Ing-Liss Bryngelsson, «Insomnia and Its Relationship to Work and Health in a
Working-Age Population», Journal of Occupational Rehabilitation 10, n.º 2 (junio de 2000): 169–83.

16G. Aguilera, «Regulation of Pituitary ACTH Secretion during Chronic Stress», Frontiers in
Neuroendocrinology 15, n.º 4 (diciembre de 1994): 321–50.

17A. J. Dittner, S. C. Wessely y R. G. Brown, «The Assessment of Fatigue: A Practical Guide for
Clinicians and Researchers», Journal of Psychosomatic Research 56, n.º 2 (febrero de 2004): 157–70;
Pascal M. L. Franssen y otros, «The Association between Chronic Diseases and Fatigue in the Working
Population», Journal of Psychosomatic Research 54, n.º 4 (abril de 2003): 339–44.

18Mark A. Demitrack y otros, «Evidence for Impaired Activation of the Hypothalamic-Pituitary-


Adrenal Axis in Patients with Chronic Fatigue Syndrome», Journal of Clinical Endocrinology and
Metabolism 73, n.º 6 (diciembre de 1991): 1224–34.

19A. K. Smith y otros, «Polymorphisms in Genes Regulating the HPA Axis Associated with Empirically
Delineated Classes of Unexplained Chronic Fatigue», Pharmacogenomics 7, n.º 3 (abril de 2006): 387–
94.

20Jack Sparacino, «Blood Pressure, Stress and Mental Health», Nursing Research 31, n.º 2 (marzo-abril
de 1982): 89–94.
21Nixon y otros, «Can Work Make You Sick?»

22Jay Kandiah, Melissa Yake y Heather Willett, «Effects of Stress on Eating Practices among Adults»,
Family and Consumer Sciences Research Journal 37, n.º 1 (septiembre de 2008): 27–38.

23Ibídem.

24J. Liu y otros, «The Melanocortinergic Pathway Is Rapidly Recruited by Acute Emotional Stress and
Contributes to Stress-Induced Anorexia and Anxiety-Like Behavior», Endocrinology 148, n.º 11
(noviembre de 2007): 5531–40.

25Masahiro Ochi y otros, «Effect of Chronic Stress on Gastric Emptying and Plasma Ghrelin Levels in
Rats», Life Science 82, n.º 15–16 (9 de abril de 2008): 862–68.

26Ricard Farré y otros, «Critical Role of Stress in Increased Oesophageal Mucosa Permeability and
Dilated Intercellular Spaces», Gut 56, n.º 9 (febrero de 2007): 1191–97.

27Martin E. Keck y Florian Holsboer, «Hyperactivity of CRH Neuronal Circuits as a Target for
Therapeutic Interventions in Affective Disorders», Peptides 22, n.º 5 (mayo de 2001): 835–44.

28T. G. Pickering, «Blood Platelets, Stress, and Cardiovascular Disease», Psychosomatic Medicine 55, n.º
6 (noviembre/diciembre de 1993): 483–84; E. M. Sternberg, «Does Stress Make You Sick and Belief
Make You Well? The Science Connecting Body and Mind», Annals of the New York Academy of
Sciences 917 (enero de 2000): 1–3.
29Bert Garssen, «Psychological Factors and Cancer Development: Evidence after 30 Years of Research»,
Clinical Psychology Review 24, n.º 3 (julio de 2004): 315–38; Eric Raible y Allan S. Jaffe, «Work Stress
May Be a Determinant of Coronary Heart Disease», Cardiology Today 11, n.º 3 (marzo de 2008): 33; S.
O. Dalton y otros, «Mind and Cancer: Do Psychological Factors Cause Cancer?» European Journal of
Cancer 38, n.º 10 (julio de 2002): 1313–23; Edna M. V. Reiche, Sandra O. V. Nunes y Helena K.
Morimoto, «Stress, Depression, the Immune System, and Cancer», Lancet Oncology 5, n.º 10 (octubre
de 2004): 617–25; Ljudmila Stojanovich and Dragomir Marisavljevich, «Stress as a Trigger of
Autoimmune Disease», Autoimmunity Reviews 7, n.º 3 (enero de 2008): 209–13; Eva M. Selhub, «Stress
and Distress in Clinical Practice: A Mind-Body Approach», Nutrition and Clinical Care 5, n.º 4
(julio/agosto de 2002): 182–90.

30Meredith Melnick, «Study: Your Hostile Workplace May Be Killing You», Time.com, 10 de agosto de
2011, http://healthland.time.com/2011/08/10/study-your-hostile-work -place-may-be-killing-you/.

31P. Butterworth y otros, «The Psychosocial Quality of Work Determines Whether Employment Has
Benefits for Mental Health: Results from a Longitudinal National Household Panel Survey»,
Occupational and Environmental Medicine 68, n.º 11 (2011): 806–12.

32Robert Pear, «Gap in Life Expectancy Widens for the Nation», New York Times, 23 de marzo de 2008,
http://www.nytimes.com/2008/03/23/us/23health.html.

33A. Antonovsky, «Social Class, Life Expectancy, and Overall Mortality», Milbank Memorial Fund
Quarterly 45, n.º 2 (abril de 1967): 31–73; Raymond Illsley y Deborah Baker, «Contextual Variations in
the Meaning of Health Inequality», Social Science and Medicine 32, n.º 4 (1991): 359–65; Tom Reynolds,
«Report Examines Association between Cancer and Socioeconomic Status», Journal of the National
Cancer Institute 95, n.º 19 (2003): 1431–33.

34«Are Poor People Less Likely to Be Healthy than Rich People?» Public Health Agency of Canada, 11
de septiembre de 2008.
35«Rich People Die Differently», WebMD, 7 de julio de 2005, http://men.webmd.com
/news/20050707/rich-people-die-differently.

36Dan Seligman, «Why the Rich Live Longer», Forbes.com, 7 de junio de 2004,
http://www.forbes.com/forbes/2004/0607/113_print.html.

37Graham S. Lowe, Grant Schellenberg y Harry S. Shannon, «Correlates of Employees’ Perceptions of a


Healthy Work Environment», American Journal of Health Promotion 17, n.º 6 (julio/agosto de 2003):
390–99; Katherine Baicker, David Cutler y Zirui Song, «Workplace Wellness Programs Can Generate
Savings», Health Affairs 29, n.º 2 (febrero de 2010): 304–11.

38Beata Tobiasz-Adamczyk y Piotr Brzyski, «Psychosocial Work Conditions as Predictors of Quality of


Life at the Beginning of Older Age», International Journal of Occupational Medicine and Environmental
Health 18, n.º 1 (enero de 2005): 43–52; T. Theorell, «Working Conditions and Health», in Social
Epidemiology, ed. L. F. Berkman e I. Kawachi (Nueva York: Oxford University Press, 2000), 95–117; E.
B. Faragher, M. Cass y C. L. Cooper, «The Relationship between Job Satisfaction and Health: A Meta-
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Veenhoven, «Healthy Happiness: Effects of Happiness on Physical Health and the Consequences for
Preventive Health Care», Journal of Happiness Studies 9, n.º 3 (septiembre de 2008): 449–69; Justina A.
V. Fischer y Alfonso Sousa-Poza, «Does Job Satisfaction Improve the Health of Workers? New Evidence
Using Panel Data and Objective Measures of Health», Health Economics 18, n.º 1 (enero de 2009): 71–
89.

39Joachim C. Brunstein, «Personal Goals and Subjective Well-Being: A Longitudinal Study», Journal of
Personality and Social Psychology 65, n.º 5 (noviembre de 1993): 1061–70.

40Nancy Cantor, «From Thought to Behavior: “Having’ and ‘Doing” in the Study of Personality and
Cognition», American Psychologist 45, n.º 6 (junio de 1990): 735–50.
41Amanda Enayati, «A Creative Life Is a Healthy Life», CNN.com, 26 de mayo de 2012,
http://www.cnn.com/2012/05/25/health/enayati-innovation-passion-stress/index.html.

42Marti Hand, «The Benefits of Integrating Creativity in Healthcare», Creativity in Healthcare


[consulta: 15 de mayo de 2012], http://creativityinhealthcare.com/creativity -in-healthcaremarti-
handarts-in-healthcarehealthcarenursing-3/; Gene D. Cohen y otros, «The Impact of Professionally
Conducted Cultural Programs on the Physical Health, Mental Health, and Social Functioning of Older
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Trial of Mindfulness-Based Art Therapy (MBAT) for Women with Cancer», Psychooncology 15, n.º 5
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Patients in Isolation: A Pilot Study», Psychooncology 10, n.º 2 (marzo/abril de 2001): 114–13; Joe
Verghese y otros, «Leisure Activities and the Risk of Dementia in the Elderly», New England Journal of
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Effective than Previously Reported», The Arts in Psychotherapy 25 (1998): 101–104.
7

La felicidad es medicina preventiva

«La felicidad no es algo que venga confeccionado.


Proviene de nuestras acciones.»
SU SANTIDAD, EL DALÁI LAMA

Puede parecer obvio que la gente feliz y equilibrada esté más sana. Pero
¿cuándo fue la última vez que tu médico te recetó un programa para aprender
optimismo como una herramienta para prevenir una cardiopatía, tan eficaz
como el dejar de fumar? ¿Cuándo te has prescrito a ti mismo, como parte de
tu pauta de medicina preventiva, cambios en el estilo de vida y prácticas,
probadas científicamente, para aumentar la felicidad como una forma de
prolongar tu vida de siete años y medio a diez años?
En la medicina contemporánea, los problemas del equilibrio mental y
emocional suelen quedar en segundo plano frente a los de salud física, sujetos
a la bioquímica. Tendemos a relegar el equilibrio emocional y mental a los
oscuros rincones de las consultas de los psiquiatras, centrándonos en medidas
físicas de salud preventiva, como una dieta saludable, ejercicio, dejar de fumar
y controlar el peso. Pero los datos científicos que vinculan la felicidad y la
salud son lo suficientemente impactantes para convencerte de que los
tratamientos centrados en el aumento de la felicidad junto con el de su
hermano gemelo, el optimismo, deberían ocupar el centro del escenario si
estás interesado en la prevención de enfermedades.
Muchos estudios demuestran que la felicidad y la salud están
estrechamente unidas.1 Desde luego, todos conocemos que aquellos que
sufren de enfermedades psíquicas como la depresión, la ansiedad o el
trastorno bipolar presentan mayor riesgo de suicidio, drogodependencias y
otros desequilibrios potencialmente mortales que afectan directamente a la
salud del cuerpo. Pero tal vez te sorprenda darte cuenta de que no es
necesario experimentar todos los síntomas de un trastorno mental descritos
en el Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales para estar
aquejado por un trastorno de ansiedad generalizada o por una depresión
mayor, o para presentar un estado de ánimo que afecte a tu salud.
Simplemente sentirse ansioso, triste, enfadado, inútil, frustrado o desesperado
desencadena las respuestas al estrés, ¿y quién no se ha sentido así por lo
menos algunas veces?
Los sondeos realizados con adultos estadounidenses ponen de manifiesto
que sólo aproximadamente la mitad (54 por ciento) se valoran a sí mismos
como «moderadamente sanos a nivel psíquico», pero no exactamente
boyantes.2 La depresión afecta anualmente a más de 21 millones de
estadounidenses y es la principal causa de discapacidad en Estados Unidos
para personas entre los quince y los cuarenta y cuatro años de edad. También
es responsable de treinta mil suicidios al año en este país.3 El 21 por ciento de
los estadounidenses sufre de algún trastorno del estado de ánimo en su vida,
como la depresión, el 28 por ciento va a padecer un trastorno de ansiedad y
uno de cada cinco estadounidenses toma medicamentos psiquiátricos, la
mayoría de ellos, antidepresivos.4
Está claro que mucha gente se siente psíquicamente enferma. Pero ¿qué es
exactamente la felicidad y qué tiene que ver con la salud física? Los
investigadores sobre el tema de la felicidad la definen como: «El aprecio
global de la propia vida como un todo».5 Se trata, en esencia, de una medida
de cuánto te gusta la vida que vives y cuánto entusiasmo sientes al despertarte
cada día.
Los datos son claros en que la gente infeliz es mucho más propensa a
ponerse enferma físicamente. La depresión, por ejemplo, aumenta el riesgo de
cáncer, es el principal riesgo de cardiopatías y está vinculada a diversos
trastornos que causan dolor.6 Se ha demostrado que la ansiedad aumenta el
riesgo de padecer cáncer y arteriosclerosis de la arteria carótida, la cual, a su
vez, predispone a sufrir un ictus.7
La felicidad también afecta a la esperanza de vida. La gente con altos
niveles de «bienestar subjetivo» viven hasta diez años más que aquellos sin él.8
Del mismo modo, influye en los desenlaces clínicos, como por ejemplo las
tasas de éxito del trasplante de células madre, el control de la diabetes, las
tasas de sida en fase avanzada en pacientes seropositivos y la recuperación del
ictus, la cirugía cardíaca y la fractura de cadera.9
Los estudios revelan que los estados psicológicos positivos como la alegría,
la felicidad y la energía positiva, y las características como satisfacción vital,
esperanza, optimismo y sentido del humor conducen a una menor
mortalidad y prolongan la longevidad, tanto en poblaciones sanas como
enfermas.10 De hecho, la felicidad y sus estados psicológicos relacionados
reducen el riesgo de padecer una cardiopatía, una enfermedad respiratoria,
diabetes, hipertensión o resfriados, o bien limitan su gravedad. Según un
estudio holandés en personas de edad avanzada, los estados psíquicos
optimistas redujeron el riesgo individual de morir durante el periodo del
estudio de nueve años en el 50 por ciento.11

El estudio Grant
El vínculo entre la felicidad y la salud física se hizo patente durante un estudio
de referencia longitudinal, o de incidencia, llamado el estudio Grant, que
realizaba un seguimiento de alumnos superdotados de segundo curso de la
Universidad de Harvard pertenecientes a tres clases y que se creía que eran el
pináculo de la condición física, la salud mental y la esperanza para el futuro.
El objetivo era observar cómo vivían sus vidas; prestar atención a su salud,
felicidad, relaciones y logros; y con suerte, aprender cómo predecir, y así
posiblemente controlar, por qué algunas personas viven vidas felices, sanas y
con éxito mientras que otras no.
Para elegir a las personas idóneas para el estudio Grant, el equipo del
doctor Arlie Bock estudió cuidadosamente las historias clínicas, los
expedientes académicos y las recomendaciones personales del decano. Los
268 estudiantes de la Universidad de Harvard, en su mayoría los de las
promociones de 1942, 1943 y 1944, fueron sometidos a una evaluación por
parte de psicólogos y trabajadores sociales, fisiólogos y médicos para obtener
datos sobre quiénes eran estos jóvenes como estudiantes universitarios de
segundo curso.
Los reconocimientos físicos fueron exhaustivos y tuvieron en cuenta todo:
desde el funcionamiento de los órganos hasta la actividad cerebral medida
con electroencefalografía. Los asistentes sociales registraron si de niños
mojaban la cama, cómo recibieron su educación sexual y la dinámica de la
familia en su juventud. Se les sometió a la prueba de interpretación de las
manchas de tinta de Rorschach, a un análisis grafológico y a una completa
evaluación psiquiátrica. Todos se consideraron «normales», incluso
«superdotados».
Los jóvenes universitarios, después licenciados, fueron estudiados durante
el resto de sus vidas por Bock y por aquellos a quien él delegó con los años. El
seguimiento de estos hombres consistió en reconocimientos físicos
completos, entrevistas y cuestionarios periódicos, lo que produjo una
verdadera mina de oro de información acerca de lo que hace que una persona
esté sana, feliz y tenga éxito en la vida.
Como los jóvenes después de su licenciatura en la universidad marcharon
a luchar en las guerras que vinieron a continuación, muchos sufrieron los
traumas que acompañan a los combates. A pesar de los desafíos a los que se
enfrentaron, sin embargo, un gran número de ellos se convirtieron en
hombres de bastante éxito. Cuatro se presentaron a las elecciones para el
senado de Estados Unidos. Uno fue novelista con un gran éxito de ventas,
otro se convirtió en el editor del Washington Post, otro fue secretario de un
departamento gubernamental y otro incluso llegó a ser presidente (más tarde
se reveló que uno de los participantes del estudio Grant fue John F. Kennedy).
Pero con el paso del tiempo empezó a surgir un cambio de orientación.
Hacia 1948, veinte jóvenes mostraron signos de trastornos mentales graves.
Para cuando cumplieron cincuenta años, un tercio de ellos eran enfermos
mentales. Resulta que por debajo de la prometedora apariencia de esperanza
de la lista de alumnos de segundo curso del decano acechaban los inesperados
duendes de la mente.
Citado en un artículo del Atlantic, Bock declaró: «Eran normales cuando
los seleccioné. Tienen que haber sido los psiquiatras los que los han
estropeado».12
En estos hombres la depresión resultó estar fuertemente vinculada a la
salud física. De los que fueron diagnosticados de depresión a la edad de
cincuenta años, más del 70 por ciento habrían muerto o sufrirían una
enfermedad crónica grave a los sesenta y tres. Aquellos que comunicaron
estar extremadamente satisfechos con su vida presentaron una décima parte
de la incidencia de enfermedad grave o muerte, en comparación con sus
infelices homólogos. Estos hallazgos se retrasaron hasta haber realizado un
cribado de otros factores que hubieran podido contribuir como el alcohol, el
tabaco, la obesidad y la longevidad familiar.13

¿Están los optimistas más sanos que los


pesimistas?
Muchos años más tarde, Martin Seligman, autor de Aprenda optimismo, que
estudiaba el optimismo y sus efectos en la vida y en la salud, buscaba una
forma de evaluar si los optimistas vivían más que los pesimistas. Durante
muchos años había estado investigando estilos explicativos de la gente, cómo
justificaban los acontecimientos afortunados y los infortunios en sus vidas. Al
parecer, la diferencia entre los optimistas y los pesimistas yace en cuán
permanente, generalizada y personal es la percepción de los buenos y malos
acontecimientos.
Dado que el pesimista ve el acontecimiento negativo como permanente
(«Esto siempre será así de malo»), generalizado («Esto va a arruinarlo todo»)
y personal («Todo es por mi culpa»), sobreviene la desesperanza. Cuando
dotas de explicaciones permanentes, generalizadas y personales a los sucesos
negativos que nos pasan inevitablemente a todos, estás preparando el camino
para la infelicidad crónica y, al final, para la enfermedad. Los pesimistas
también creen que la causa de los eventos negativos son sus propios errores.
Por otra parte, piensan que los acontecimientos positivos son temporales,
específicos y están fuera de su control. Por otro lado, los optimistas, son una
raza completamente diferente. Perciben los malos eventos como temporales,
específicos y externos y creen que los sucesos positivos son permanentes,
globales y resultado de su propia genialidad interna.
Seligman y sus colaboradores rebuscaron entre los datos del estudio Grant
para ver si podían identificar cualquier relación entre el estilo explicativo y el
riesgo de enfermedad. En primer lugar, tuvieron que determinar si el
optimismo y el pesimismo eran constantes a lo largo de su vida. ¿Existe eso
de: «una vez uno es optimista, siempre es optimista»? ¿O la gente cambia?
Lo que encontraron es que mientras que el optimismo puede cambiar con
el tiempo, la forma en la que la gente da una explicación a los sucesos
negativos tiende a mantenerse fija durante toda su vida. Pero esto no significa
que no puedas cambiar. Hablaremos de lo que puedes hacer para convertirte
en una persona más optimista y disfrutar de los beneficios de salud que
acompañan al optimismo al final de este capítulo.
Una vez que se dieron cuenta de que los estilos explicativos relacionados
con los sucesos negativos tienden a ser estables en el tiempo, Seligman y su
compañera Chris Peterson probaron con los datos del estudio Grant. Lo que
hallaron fue que hacia la edad de cuarenta y cinco años, los pesimistas del
estudio Grant ya no gozaban de tan buena salud como los optimistas. Los
hombres pesimistas empezaron a encontrarse enfermos cuando eran más
jóvenes y de forma más grave que los hombres optimistas. Y hacia la edad de
sesenta años, los pesimistas estaban notablemente más enfermos.14
Resulta que los pacientes optimistas se recuperan mejor de una
intervención para la inserción de un baipás coronario, disfrutan de sistemas
inmunitarios más saludables y viven más. No lo pasan tan mal cuando
padecen enfermedades como cáncer, cardiopatías o insuficiencia renal.15 Los
optimistas también viven más que los pesimistas. La gente con expectativas
positivas es un 45 por ciento menos propensa a morir en un determinado
periodo de tiempo de cualquier causa que los que piensan de forma negativa
(y son el 77 por ciento menos susceptibles de morir de una cardiopatía).16
Una actitud positiva también afecta a nuestra capacidad de prevenir una
infección. En un estudio, se entrevistaron a voluntarios sanos acerca de sus
actitudes y luego fueron expuestos a los virus del resfriado común y de la
gripe. Aquellos con disposiciones alegres fueron más resistentes que aquellos
sin ellas.17
Se efectuaron otros estudios que examinaron el optimismo frente al
pesimismo. La psicóloga de Harvard, Laura Kubzansky, que estudia el
optimismo, siguió el rastro de mil trescientos hombres durante diez años y
encontró que las tasas de cardiopatías entre los optimistas eran la mitad de las
de los pesimistas. La diferencia entre los dos grupos era tan grande como la
observada entre fumadores y no fumadores.18
Al parecer, los pesimistas son más propensos a padecer depresión, tienen
más probabilidad de experimentar barreras ante el éxito profesional, menos
de sentir placer, más probabilidad de resistir los desafíos en sus relaciones y
más propensos a enfermar.19 Los estudios demuestran que los optimistas
tienen menos infecciones que los pesimistas, presentan sistemas inmunitarios
más fuertes y menor presión arterial, viven más y es menos probable que
padezcan una cardiopatía.20 En un estudio, los pesimistas tuvieron el doble de
infecciones y el doble de visitas al médico que los optimistas.21
Se ha demostrado que un sentido de bienestar positivo protege el corazón.
Los pacientes con altos niveles de «vitalidad emocional» fueron el 19 por
ciento menos propensos a sufrir una cardiopatía coronaria que los de
menores niveles.22 Y como guinda del pastel, la gente con alta autoestima que
se ve a sí misma desde un prisma de luz positiva responde al estrés con menos
enfermedades cardiovasculares, se recupera más rápido y tiene niveles basales
menores de la hormona del estrés, el cortisol.23
La esperanza cura
Cuando era estudiante de medicina, atendí a un niño llamado Joe, que
padecía un cáncer en estadio cuatro. Joe, que nunca había conocido a su
padre, se encontraba en pleno tratamiento con una agresiva quimioterapia
cuando escribió una carta de súplica a su padre, explicándole lo enfermo que
estaba y rogándole que volara a Florida para que pudieran conocerse. Su
madre, que sabía el paradero del hombre, prometió mandarle la carta y para
el regocijo de Joe, su padre le contestó, prometiéndole ir a verle al hospital
por primera vez en su vida.
Mientras esperaba la visita de su padre, el cáncer de Joe no estaba
respondiendo bien al tratamiento. Su cuerpo se estaba debilitando de forma
progresiva. Pero él era optimista. Creía que se recuperaría del cáncer y tendría
el resto de su larga vida para llegar a conocer finalmente a su padre, sobre el
que había estado fantaseando desde que le alcanzaba su memoria.
En un determinado momento, los órganos de Joe empezaron a dejar de
funcionar, y estábamos seguros de que el final estaba cerca. Su madre llamó a
su padre para que fuera lo antes posible, y esa noche se le dijo a Joe que su
padre ya había comprado el billete de avión y llegaría en una semana. Al día
siguiente, la enfermedad del niño había mejorado de forma notable y estaba
levantado, paseando por la sala, explicando con emoción a todas las
enfermeras la inminente visita de su padre.
El encuentro tenía que ser un sábado. Joe estuvo toda la semana haciendo
dibujos para su padre, escribiendo historias y practicando una canción en su
grabadora para podérsela cantar. Estábamos impresionados de lo animado
que estaba de repente, a la espera de esa visita.
El viernes por la noche, Joe no pudo dormir. El médico residente le
prescribió un somnífero para que no estuviera totalmente agotado cuando
llegara su padre. El sábado por la mañana, Joe nos rogó que le dejáramos salir
del hospital para ir al aeropuerto y poder ver a su padre en el momento en
que bajara del avión. Pero aún necesitaba estar con el gota a gota intravenoso
y su médico no le dejó salir. En su lugar, Joe acampó fuera, en el jardín frente
al hospital en una silla de ruedas con el palo vertical del gotero intravenoso, y
se dispuso a esperar con su madre la llegada del taxi que traería a su padre al
hospital.
La llegada del avión de su padre estaba prevista a las dos de la tarde. El
aeropuerto no estaba lejos. No debería tardar más de una hora y media. Pero
esa hora llegó y pasó. Joe esperó. Y esperó. Y esperó. Pero su padre nunca
llegó. Su madre le llamó, pero no contestó nadie al teléfono. Joe le dejó
mensajes, pero nadie se los devolvió.
Yo estaba trabajando ese día y cada tanto iba a ver a Joe, que insistía en
que el vuelo de su padre debía de haber sufrido un retraso o que estaba en
medio de un atasco. Pero su madre había comprobado el vuelo. Éste había
llegado a la hora prevista. La mujer trató de explicarle a su hijo que su padre
no era muy maduro y apenas sabía cómo comportarse como padre. Pero Joe
no se lo creía. Estaba seguro de que su padre iba a venir. Su fe era
inquebrantable.
Esa noche yo estaba de guardia, preocupada por Joe, pero corriendo de un
sitio a otro, asistiendo a los recién ingresados en el servicio de pediatría,
cuando finalmente a las once de la noche, ocho horas después de la supuesta
llegada de su padre, la madre de Joe pudo convencerle de que volviera a su
habitación. Cuando vi la silla de ruedas del niño por los pasillos y me incliné
para darle un abrazo, Joe rompió a llorar y me dijo que su padre lo había
dejado plantado. A la planta entera (a mí, a las enfermeras y a la madre de
Joe) nos saltaban las lágrimas al ver el delgado cuerpecito de Joe sacudido por
los sollozos.
Un tiempo más tarde, sobre la medianoche, Joe finalmente se durmió.
Unas cinco horas después, cuando yo aún estaba en el servicio de
urgencias y en un momento en el que estaba redactando otra historia clínica y
a punto de realizar una exploración física de un bebé que había ingresado por
meningitis, sonó el altavoz que tenía encima: «Noventa y nueve, doctor
Heart», nuestro código secreto para avisar de un paro cardíaco. Alguien se
estaba muriendo y, como estudiante de medicina en guardia, era mi trabajo
estar allí. Cuando llamé a la operadora para saber dónde estaba sucediendo
ese paro cardíaco, ella me dio el número de habitación.
Mi corazón casi se para cuando me di cuenta de que se trataba de la
habitación de Joe.
Aunque había estado bien la noche anterior, el niño dejó de respirar y
nuestros esfuerzos por reanimarle resultaron fallidos. El padre de Joe nunca
vino, incluso cuando la madre lo invitó a regañadientes al funeral del niño.
Podemos decir que la esperanza mantuvo a Joe con vida. Esto es lo
poderoso que puede ser el efecto del optimismo. Pero mientras que su
historia de pérdida de la esperanza tiene un final triste, la historia de María,
sobre cómo la esperanza cura, termina felizmente. María tenía ocho años
cuando se le diagnosticó una forma de leucemia para la cual sus médicos le
recomendaron dosis tóxicas de quimioterapia, seguidas de un trasplante de
médula ósea. Sin embargo, no pudo encontrarse médula compatible para el
trasplante. Por ello, los padres de María tomaron la decisión radical de
concebir otro hijo, con la esperanza de que la médula de un hermano no
presentaría poblemas de compatibilidad.
Mientras la madre de María estaba embarazada, la niña recibió
tratamiento de sus médicos con las dosis más bajas de quimioterapia que
creyeron que mantendría la leucemia bajo control, aunque no la curaría. El
objetivo era mantenerla viva hasta que naciera el bebé, momento en que
recogerían la sangre del cordón umbilical y podría analizarse y, según
esperaban, utilizarse para el trasplante.
María, que siempre quiso tener un hermanito, estaba rebosante de alegría
por que su madre estuviera embarazada. A pesar de que la quimioterapia la
debilitaba, sus ánimos se mantuvieron altos y explicó a todas las enfermeras
que su cáncer había desaparecido para que pudiera ser una buena hermana
mayor. Por no querer quitarle la esperanza o interferir en su optimismo, las
enfermeras asintieron con la cabeza, aunque los análisis clínicos habían
revelado que el cáncer seguía estando presente.
María toleró bien la quimioterapia y unos meses más tarde, ante la
sorpresa de sus médicos, su hemograma empezó a mejorar más allá de lo
esperado con las dosis tan bajas de quimioterapia que habían utilizado.
Cuando el niño nació, María estaba en la habitación, provista de un
equipo para proteger su frágil y susceptible cuerpo de cualquier infección.
Cuando pudo mecer a su nueva hermanita en sus brazos, todos los presentes
en la sala de partos se conmovieron profundamente.
Pero la sangre del cordón umbilical recogida en el momento del
nacimiento no era lo suficientemente compatible para María. Los padres de la
niña estaban deshechos, pero ella les pidió que no se preocuparan, que su
cáncer había desaparecido y que ya no necesitaba el trasplante de médula
ósea. Sus oncólogos negaron con la cabeza. Eso era imposible, afirmaron. Las
dosis de quimioterapia que había recibido no eran suficientes para curarla.
Pero resultó ser que María estaba en lo cierto. Durante la siguiente serie de
pruebas, no se halló rastro alguno del cáncer. Aunque alguien podría
argumentar que las bajas dosis de quimioterapia fueron lo que la curaron, yo
creo que fueron la esperanza y el optimismo los que lo hicieron.

Indefensión aprendida y la enfermedad


Cuando trabajas en un hospital, a menudo oyes historias inspiradoras sobre la
remisión de la enfermedad ligada al optimismo y de progresión de la
enfermedad vinculada al pesimismo. Martin Seligman opina que lo que
diferencia a los pesimistas de los optimistas es algo que él denomina «la
indefensión aprendida». Cuando las cosas no van como esperamos, todos —
optimistas y pesimistas por igual— nos sentimos temporalmente impotentes.
Cuando tu novio corta contigo, tu jefe te da la carta de despido, tu mujer
muere, tu hijo es secuestrado o a ti te dan el revés de un diagnóstico de
cáncer, te quedas con el consabido sin aliento y es probable que experimentes
emociones negativas, como tristeza, ira, preocupación y miedo.
Cuando suceden cosas malas, sin embargo, la diferencia entre los
optimistas y los pesimistas es que los primeros se empiezan a recuperar en el
acto. Algo en ellos sabe que todo irá bien, que la tostada con mantequilla
aterrizará cara arriba. Los optimistas pueden sentirse desmoralizados, incluso
deprimidos durante un tiempo, pero se levantan por sí mismos, se sacuden el
polvo y vuelven a ocuparse de vivir una vida feliz.
Los pesimistas, por su parte, continúan sintiéndose impotentes durante
mucho tiempo, lo que a menudo les sume en una espiral que les lleva
derechos a una grave depresión. Los estudios revelan que cuando los
pesimistas fracasan, en sus relaciones, en sus negocios o en el logro de sus
objetivos personales, se sienten impotentes, como si la experiencia negativa
fuera a durar para siempre y a arruinarlo todo, y se hubiera producido como
resultado de un fracaso personal. Con el tiempo, el sentimiento de
indefensión se apodera de ellos, lo cual les deja deprimidos, a menudo,
durante mucho, mucho tiempo.24 Sabemos desde hace mucho que
posiblemente los pensamientos negativos y los factores estresantes nos hagan
enfermar, y los investigadores sospechan que la creencia negativa afecta al
organismo al desencadenar la respuesta al estrés, cerrando los mecanismos
naturales de autorreparación del mismo y predisponiéndolo a la
enfermedad.25

La respuesta inmunitaria y la indefensión


Con el propósito de dilucidar mejor el mecanismo de cómo la indefensión
puede estar vinculada a la enfermedad, Madelon Visintainer, una
colaboradora de Seligman, llevó a cabo un estudio en tres grupos de ratas. El
primer grupo recibió una ligera y eludible descarga eléctrica —que una de las
ratas pudo evitar cuando supo cómo—. Las del segundo grupo recibieron otra
ligera, pero ineludible descarga eléctrica, que las dejó indefensas. El tercer
grupo no recibió ninguna descarga.
Antes de comenzar a realizar descargas sobre las pobres ratas, Visintainer
implantó unas cuantas células cancerosas en el costado de cada rata. El cáncer
sería lo que mataría a la rata si su sistema inmunitario no podía eliminar esas
células. Visintainer controló minuciosamente el número de células malignas
que les implantó, por lo que era de esperar que, en condiciones normales,
cerca de la mitad de las ratas rechazarían el tumor y vivirían. La otra mitad
sucumbiría a él y moriría.
Todo estaba controlado externamente: la alimentación de las ratas, la
forma en la que se alojarían y la carga de células tumorales que se inyectaría.
La única diferencia entre los tres grupos de ratas era su experiencia
psicológica. Las ratas que experimentaron descargas evitables aprendieron
rápidamente cómo burlar al sistema, evitando finalmente las descargas. Por
su parte, las ratas que recibieron descargas ineludibles aprendieron la
indefensión. Y las ratas que no se sometieron a descarga alguna siguieron
ocupándose de sus asuntos, liberadas del desafío de descifrar algo y del
trauma de haber recibido una descarga.
Como era de prever, en un mes, el 50 por ciento de las ratas no sometidas
a descarga habían muerto, mientras que el otro 50 por ciento combatieron el
tumor. Pero de forma curiosa, las ratas que recibieron una descarga eludible y
que habían aprendido a controlar el sistema rechazaron el tumor durante el
70 por ciento del tiempo, lo que les proporcionaba una ventaja de
supervivencia sobre las que no recibieron electrochoque. Las ratas que no
podían escapar de la descarga, sin embargo, terminaron apáticas e indefensas
y sólo el 27 por ciento de las mismas fue capaz de rechazar el tumor.26 Todo
lo anterior nos permite llegar a la conclusión de que nuestra sensación de
control, capacidad para evitar el victimismo y los sentimientos de indefensión
relacionados con nuestras experiencias, en particular, con los traumas a los
que nos enfrentamos, influyen en si enfermamos o nos mantenemos sanos.
A partir de estos datos, los investigadores concluyeron que la indefensión
aprendida en las ratas que no pudieron escapar de las descargas debía haber
suprimido la respuesta inmunitaria, conocida por combatir las células
cancerosas en este tipo de tumores. Otros estudios en estas ratas indefensas
descubrieron que, en efecto, las descargas ineludibles debilitaban el sistema
inmunitario. Las células T de las ratas indefensas dejaron de multiplicarse y se
ocuparon de la lucha contra las células cancerosas cuando se encontraron con
la invasión de extraños. Los linfocitos citolíticos naturales, también
importantes por combatir las células cancerosas y otros invasores extraños,
pierden su capacidad natural de eliminar estas células malignas. Estos
estudios confirmaron lo que los investigadores habían sospechado. Los
estados psicológicos afectan directamente al resultado de la remisión de
algunas enfermedades, por lo menos de aquellas en las que participan los
procesos de inmunización celular, como es el caso de muchos tipos de
cáncer.27
Esto explica por qué los optimistas están más sanos que los pesimistas.
Debido a sus estilos explicativos más saludables, al enfrentarse a los
acontecimientos negativos de la vida, los optimistas son más susceptibles de
aprender adaptaciones sanas en respuesta a los conflictos de la vida,
haciéndoles inmunes a los estados de indefensión. Al contrario, los pesimistas
tienen la sensación de que los choques de la vida son ineludibles y, al igual
que las ratas apáticas e indefensas, se deprimen y su sistema inmunitario se
debilita. En el transcurso de una vida, hay menos episodios de indefensión
aprendida que puedan mantener el sistema inmunitario más fuerte, reducir la
respuesta al estrés y sus consecuencias negativas para la salud, así como
disminuir la probabilidad de enfermar.

El control como antídoto de la indefensión


Si las ratas podían combatir el cáncer ejerciendo un mayor control sobre su
entorno, ¿existe alguna prueba de que los seres humanos respondamos de la
misma forma? Para comprobar si la indefensión aprendida podía
contrarrestarse con una mayor sensación de control, elección y
responsabilidad personal, un grupo de investigadores que trabajaban con
internos de una residencia de ancianos diseñaron un estudio para evaluar la
salud física de los internos en respuesta a cambios positivos realizados en las
instalaciones.
Dividieron la residencia en dos grupos: el primer piso y el segundo. Todos
los internos podrían disfrutar de las mejoras que les ofrecía la residencia:
tortillas en lugar de huevos revueltos, una película de cine los miércoles o los
jueves por la noche y plantas para disfrutarlas en su habitación, si así lo
deseaban. Pero para aprovechar estas oportunidades, se les dio a los internos
del primer piso una opción y una responsabilidad adicional: tenían que elegir
qué tipo de huevos querían, inscribirse para ver la película el miércoles o el
jueves y regar sus propias plantas.
A los internos del segundo piso, en cambio, se les dio las mismas
oportunidades, pero no se les ofreció la posibilidad de elegir ni tampoco
ninguna responsabilidad personal. Se establecieron sus programaciones,
dejándoles, en esencia, sin autoridad alguna. Los lunes, miércoles y viernes
eran los días de la tortilla. Los martes y los jueves los días de los huevos
revueltos. Se les asignó una película por la noche sin darles la opción de elegir.
Y tampoco pudieron escoger ni regar sus propias plantas.
Al cabo de un año y medio, los investigadores observaron que los internos
del primer piso, aquellos con posibilidad de elección y responsabilidades
personales, estaban más activos, más felices y habían sido menos propensos a
morir durante el periodo del estudio.28 Según parece, la posibilidad de
elección, la responsabilidad personal y la capacidad de sentirse útil son
buenas para la salud, probablemente porque hace sentir a uno más feliz y esto
deja al cuerpo con mayor capacidad de repararse a sí mismo.

La alegría predice la longevidad


Sabemos que la gente infeliz tiene menos probabilidad de comer bien,
practicar ejercicio y disfrutar de patrones de sueño saludables. Pero las
consecuencias de la infelicidad no sólo se explican por que la gente infeliz
desatienda el cuidado de su cuerpo. En 1986, David Snowdon puso en marcha
un estudio de tipo observacional, como el estudio Grant, pero esta vez, en
lugar de estudiar a los alumnos de segundo curso de la Universidad de
Harvard, examinaron a monjas católicas.
Por lo general, el estudio de lo que hace que la gente viva más está cargado
de sesgos. Por ejemplo, sabemos que la gente del estado de Utah vive más que
la del estado de Nevada. Pero ¿por qué? ¿Se debe a que el austero estilo de
vida mormón es más saludable que la cultura de las frenéticas borracheras, el
juego y el tabaco de Las Vegas y de Reno? ¿La gente de Utah se alimenta con
comida más nutritiva? ¿El aire de Utah está más limpio? ¿Están los
ciudadanos de Utah menos estresados?
Dado que este tipo de variables hacen que los estudios de longevidad sean
difíciles de interpretar, es útil estudiar poblaciones para las cuales muchas de
estas variables estén controladas. Por eso, el estudio de las monjas viene como
anillo al dedo.
Los hábitos de salud de estas monjas, por otra parte, estaban bastante bien
controlados: en líneas generales seguían la misma dieta suave, ni fumaban ni
bebían, no estaban casadas, no tenían hijos ni contraían enfermedades de
transmisión sexual, su clase social y económica era parecida y tenían el
mismo acceso a una buena asistencia médica. Esto hizo más sencillo esbozar
conclusiones sobre lo que primaba para vivir más años. Podríamos pensar
que una población tan similar entre sí podía tener parecidas expectativas de
vida, sin embargo, aun con todas las típicas variables de confusión
controladas, seguía habiendo una amplia variación sobre los años de vida de
las monjas y cuán sanas se encontraban.
¿Por qué esta disparidad? Al entrar en el convento, se pedía a las novicias
que escribieran la historia de su vida hasta ese momento (el promedio de edad
de las que escribían estas autobiografías era de veintidós años). En el
momento en que empezó el estudio, muchas de las monjas ya eran ancianas.
Las autobiografías que habían escrito tantos años atrás se utilizaron para
evaluar su felicidad en la juventud. Desde entonces, se realizó un seguimiento
de estas monjas para el resto de sus vidas.
Una de estas hermanas fue Cecilia O’Payne, que se convirtió en novicia en
la Escuela de Hermanas Religiosas de Notre Dame, en 1932. En su
autobiografía, escribió: «Dios hizo que mi vida comenzara así al concederme
la gracia de un valor inestimable […]. El año anterior, que pasé estudiando
como aspirante en el colegio de Notre Dame fue un año muy feliz. Ahora
espero ansiosa la alegría de recibir el Hábito Sagrado de Nuestra Señora y
llevar una vida de unión con el Amor Divino».
En cambio, otra monja que hizo los mismos votos, Marguerite Donnelly,
escribió: «Nací el 26 de septiembre de 1909, soy la mayor de siete hijos, cinco
chicas y dos chicos […]. El año como aspirante lo pasé en la casa madre,
enseñando química y segundo año de latín en el instituto de Notre Dame.
Con la gracia de Dios, trato de hacer todo lo posible por nuestra orden, para
la difusión de la religión y para mi santificación personal».
¿Puedes detectar la diferencia entre las dos? Cecilia utilizó palabras
efervescentes como: «muy feliz» y «ansiosa alegría», mientras que la prosa de
Marguerite no contenía tal alegría.
Así, ¿qué pasó con estas jóvenes monjas? Tal como escribe Martin
Seligman en La auténtica felicidad, a los noventa y ocho años, Cecilia O’Payne
no había estado enferma ni un solo día de su vida. Marguerite Donnelly, sin
embargo, padeció un ictus a los cincuenta y nueve años y murió poco
después.29
Cuando los investigadores analizaron la historia de la vida de las monjas,
encontraron que el 90 por ciento de las monjas más alegres, aún vivían a la
edad de ochenta y cuatro años, mientras que sólo el 34 por ciento de las
menos alegres continuaban vivas. De hecho, el 54 por ciento de las monjas
más alegres seguían siendo muy activas a la edad de noventa y cuatro años,
frente al 11 por ciento de las menos alegres. En general, se halló que las
monjas felices viven siete años y medio más que sus semejantes infelices.30
Otros estudios revelan que la gente feliz vive hasta diez años más que la gente
poco feliz.31 Claramente, la felicidad es una medicina preventiva y, al final de
este capítulo, describiremos cómo puedes aumentar tu felicidad para ayudar
al proceso de curación de tu cuerpo.

La fisiología del estado de ánimo


Por lo tanto, ¿qué le pasa al cuerpo cuando la mente está mal? ¿Sería posible
que el sufrimiento emocional empezara en la mente, pero que en última
instancia fuera una experiencia física? No sólo se expresa infelicidad en la
mente, también se experimenta en el cuerpo como cascadas de sufrimiento a
través de la respuesta al estrés. Cuando algo daña emocionalmente, suena una
alarma. Se desencadena la respuesta al estrés incluso aunque no haya ninguna
amenaza física inmediata, sino sencillamente ira, disgusto, frustración,
pesimismo, desamor, pena y otras emociones amargas. En este próximo
capítulo, hablaremos de cómo la fisiología de los estados de ansiedad y
depresión afectan negativamente al cuerpo y de cómo la felicidad lo cura.

Ansiedad
La amígdala, un grupo de núcleos con forma de almendra localizado en el
sistema límbico, en la profundidad del lóbulo temporal interno del cerebro, es
el jefe cuando se trata de procesar y almacenar los recuerdos de diferentes
emociones. De hecho, la amígdala experimenta emociones incluso antes de
que lo haga el cerebro consciente. La activación repetida de la respuesta al
estrés hace que la amígdala sea más reactiva a amenazas aparentes, lo cual
estimula la respuesta al estrés, y de este modo se activa más la amígdala, una y
otra vez y en un círculo vicioso. La amígdala sirve para ayudar a formar la
«memoria implícita», los rastros de experiencias pasadas que yacen bajo el
reconocimiento consciente. A medida que se vuelve más sensible, va tiñendo,
cada vez más, estos recuerdos implícitos con más cantidad de residuos de
miedo, dando lugar a que el cerebro experimente ansiedad constante que ya
no tiene nada que ver con las circunstancias en cuestión.
A la vez, el hipocampo, que es fundamental para el desarrollo de la
«memoria explícita» —registros claros y conscientes de aquello que realmente
pasó—, se desgasta por la respuesta del cuerpo al estrés. El cortisol y otros
glucocorticoides debilitan las sinapsis entre neuronas en el cerebro e inhiben
la formación de otras nuevas. Cuando el hipocampo está debilitado, es mucho
más difícil producir nuevas neuronas y, por tanto, fabricar nuevos recuerdos.
Como resultado, las experiencias dolorosas o de miedo que ha registrado la
amígdala más sensibilizada quedan programadas en la memoria implícita,
mientras que el hipocampo debilitado no puede registrar nuevos recuerdos
explícitos.
Cuando esto sucede, se termina sin un recuerdo real de lo que
desencadenó todo esto, pero sí con una muy clara sensación de que algo malo,
algo muy malo, está pasando. Esto explica por qué aquellos que experimentan
un trauma pueden acabar activándose por situaciones que estimulan el
subconsciente, aun cuando la mente consciente no tiene ni idea de lo que está
sucediendo. Puedes tener la sensación de inseguridad y de ansiedad sin saber
por qué.

La depresión
La depresión también conduce a la activación repetida de la respuesta al
estrés, la cual, de forma cíclica, da lugar luego al estado de ánimo deprimido.
Con todo ese cortisol flotando como resultado de la respuesta al estrés, la
noradrenalina, que en condiciones normales ayuda a sentirse alerta y con
energía, se agota, dejándole a uno apático y distraído. El cortisol también
disminuye la producción de dopamina, que es importante para ayudarnos a
experimentar las sensaciones placenteras.
La respuesta al estrés también reduce la serotonina, el neurotransmisor
más importante responsable del estado de ánimo positivo. Cuando caen los
niveles de serotonina, la concentración de noradrenalina aún baja más y nos
hacen entrar en una espiral descendente.
Además de desencadenar la respuesta al estrés, las emociones negativas
también potencian la producción de citocinas proinflamatorias, que dan lugar
a la inflamación, lo cual se ha asociado con ciertos tipos de cáncer, con la
enfermedad de Alzheimer, la artritis, la osteoporosis y las enfermedades
cardiovasculares. Además, los sentimientos negativos pueden contribuir a un
retraso en la cicatrización de las heridas y a la infección.32
Cuando los estados de ánimo negativos, como el pesimismo, la
indefensión, la desesperanza, la ansiedad y la depresión, prevalecen, la
respuesta al estrés se enciende y permanece, conduciendo a trastornos
digestivos, mayor vulnerabilidad a las infecciones y al cáncer, cardiopatías,
trastornos endocrinos, etc.33 Las personas felices parece que tienen sistemas
inmunitarios más fuertes, tal como demuestra el hecho de que la gente feliz
desarrolla cerca del 50 por ciento más de anticuerpos en respuesta a las
vacunas frente a la gripe y acumulan respuestas inmunitarias más sólidas.34
Cuando eres infeliz, por otro lado, tu sistema inmunitario se debilita,
hallazgo que se confirmó en un estudio de viudas afligidas y que demostró
que la multiplicación de las células T se ralentizaba durante el proceso de
luto.35 Las diferencias en la inmunidad también se observaron en un estudio
que comparó a mujeres seropositivas optimistas con otras pesimistas.36

La felicidad
Mientras que se ha estudiado mucho la neurociencia de los estados mentales
infelices, la felicidad es algo que se comprende peor. Sin embargo, la llegada
de los aparatos funcionales de resonancia magnética nuclear, junto con la
electroencefalografía han contribuido a facilitar el estudio de la ciencia de la
felicidad. A partir del examen de personas de un estudio, que supuestamente
se encontraban en la gloria, los investigadores llegaron a la conclusión de que
la felicidad parece estar localizada en la corteza prefrontal izquierda del
cerebro.
Pero ¿qué es lo que activa esta parte del cerebro? ¿Y qué podemos hacer
para tener nuestra corteza prefrontal izquierda más activada? Lo más
probable es que la respuesta tenga algo que ver con neurotransmisores, como
la dopamina, la oxitocina, las endorfinas, el óxido nítrico y la serotonina.
Los investigadores dividen la «felicidad» en dos tipos de sensaciones
placenteras: la anticipación de algo positivo y el placer sensorial de realmente
experimentarlo. Por ejemplo, puedes sentirte feliz fantaseando sobre tus
próximas vacaciones en una playa de Bali, planificando cómo vas a gastar tu
paga de beneficios que recibirás en el trabajo si lo haces bien o visualizando la
emoción de finalmente besar a la persona de la que estás enamorada. Pero
también sería posible sentirse feliz disfrutando de la calidez del sol con aguas
azules y cristalinas rompiendo alrededor de tu cuerpo, dejando deslizar el
jersey de cachemir que acabas de comprar con tu paga de beneficios y
acariciando los suaves labios de tu amante mientras tu cuerpo se rinde al
placer.
Cuando te sientes feliz porque estás anticipando algo emocionante, tu
cerebro enciende el área del núcleo accumbens, el centro del placer del
cerebro. La activación de esta parte del cerebro es muy posible que esté
relacionada con el neurotransmisor dopamina, que gestiona la transferencia
de las emociones positivas entre la corteza prefrontal izquierda y los centros
de las emociones en el núcleo accumbens. La gente con receptores de la
dopamina hipersensibles tienden a tener mejores estados de ánimo.
Es posible que la dopamina sea el neurotransmisor principal asociado al
tipo de felicidad que experimentas cuando estás luchando por conseguir un
objetivo, y cuando luego lo consigues, mientras que otros neurotransmisores
tal vez sean responsables de otro tipo de felicidad, como los sentimientos de
amor o las sensaciones de placer físico. Por ejemplo, la oxitocina, la
«hormona del abrazo», que participa en el emparejamiento y se libera cuando
te enamoras o aprietas contra ti a tu niño, puede explicar parte de cómo la
felicidad afecta a tu salud. Esta hormona, producida en el hipotálamo y
secretada por la glándula pituitaria, reduce la inflamación al disminuir las
citocinas. También inhibe indirectamente la liberación de la corticotropina,
regulando a la baja, así, el eje hipotálamo-hipófiso-suprarrenal, que se activa
durante la respuesta al estrés. En la gente feliz se ha hallado menos cantidad
de cortisol, probablemente porque sienten menos estrés, miedo, ira y otras
emociones que se sabe que desencadenan la respuesta al estrés.
La oxitocina también activa los receptores de la serotonina, levantando el
ánimo e inhibiendo la amígdala, de la que puede surgir el miedo que
desencadena la respuesta al estrés.37 La oxitocina también estimula la
liberación de endorfinas, morfina natural que disminuye el dolor y conduce a
la sensación de euforia, como la «euforia del corredor» que experimentan
algunos mientras practican ejercicio. Las endorfinas que se liberan de la
hipófisis durante el ejercicio, el amor y la excitación, desencadenan la
liberación de la dopamina, que a su vez estimula el núcleo accumbens y lleva a
tener sensación de placer. Los sentimientos de placer sensorial también
estimulan la liberación del óxido nítrico, un potente vasodilatador que
aumenta el flujo sanguíneo y se conoce por proteger a ciertos órganos de
lesiones isquémicas que ocurren cuando a un determinado órgano no le llega
suficiente sangre.
Lo más probable es que la felicidad también afecte al sistema inmunitario,
tal como se demostró con las ratas repletas de células tumorales y sometidas a
descargas evitables o ineludibles. La indefensión aprendida, experimentada
por las ratas y también por los pesimistas que tienden a ser infelices, hace que
el sistema inmunitario sea más pasivo, dejándoles más vulnerables a las
infecciones, al cáncer y a otras enfermedades mediadas por la inmunidad. Los
optimistas que tienden a estar felices, son menos propensos a la indefensión
aprendida, aquella que durante el transcurso de una vida puede dejar al
sistema inmunitario sin fuerza. El efecto de menos respuestas al estrés en el
organismo, así como las consecuencias a largo plazo de un sistema
inmunitario más fuerte pueden explicar las diferencias de longevidad entre la
gente feliz y la infeliz.

¿La felicidad cura la enfermedad?


Aunque existen numerosas pruebas que corroboran la idea de la felicidad
como medicina preventiva que auspicia la longevidad en poblaciones sanas,38
lo que está menos claro es si la felicidad también puede ayudar a tratar una
enfermedad ya existente. Los datos son contradictorios. Algunos estudios
muestran tasas de recuperación de la enfermedad notablemente mejores en
las personas felices.39 Un estudio de pequeño tamaño muestral, por ejemplo,
evaluaba a treinta y cuatro mujeres que sufrían de un segundo episodio de
cáncer en el Instituto Nacional de Cáncer, donde estaban sometidas a
exhaustivas exploraciones físicas y psicológicas, incluido un análisis del
optimismo. Dado que la supervivencia después de un segundo episodio de
cáncer de mama es rara, después de aproximadamente un año, la mayoría de
las mujeres comenzaron a morir, pero unas cuantas sobrevivieron. ¿Quiénes
vivieron más? Las que eran más felices.40
Pero así como algunos estudios sugieren que una actitud alegre y un
espíritu luchador aumenta la supervivencia en pacientes enfermos, los datos
revelan que una actitud positiva, aunque es posible que prevenga una
enfermedad, no siempre es suficiente para combatir una enfermedad que ya
existe.41 De hecho, algunos argumentan que la idea de luchar frente a una
enfermedad grave con la felicidad es una ilusión absurda que se limita a dejar
al paciente con un sentimiento de culpa.42
Entonces, ¿por qué la felicidad puede prevenir la enfermedad, pero no
curarla?
Es difícil de decir, pero lo más probable es que sea porque el efecto
beneficioso de la felicidad tiene más que ver con los efectos fisiológicos de la
felicidad acumulados en el cuerpo que con la capacidad que pueda tener el
propio estado de ánimo feliz u optimista para curarlo una vez que las cosas
han ido mal. Por ejemplo, está claro que sentirse feliz puede reducir la
exposición en la vida a la respuesta al estrés, disminuyendo el riesgo
cardiovascular en este tiempo. Pero una vez que las arterias coronarias ya
están bloqueadas con una arteriosclerosis, tal vez un estado de ánimo positivo
solo no vaya a ser suficiente para acabar con ello.
Otra explicación para esta disparidad de datos es que los mecanismos de la
enfermedad varían y los mecanismos de la autorreparación en el organismo
también varían. Se ha demostrado que la felicidad, por ejemplo, mejora la
actividad del sistema inmunitario, mientras que la indefensión aprendida lo
debilita. Pero para las enfermedades no relacionadas con el sistema
inmunitario, el humor o el estado de ánimo influye menos en el desenlace de
una enfermedad. Aunque un estado mental, el humor y la actitud de la
persona pueden claramente mejorar la calidad de vida, es probable que la
felicidad sólo pueda influir en ciertas enfermedades. Pero como los datos son
contradictorios y la felicidad también tiene otros efectos, ¿qué tienes que
perder dando los pasos necesarios para sentirte más feliz?

Receta para el pesimismo


Si eres un pesimista propenso a la infelicidad, no te desesperes. Según los
investigadores sobre la felicidad, el optimismo y la felicidad pueden
aprenderse y, como resultado, puedes disfrutar de los beneficios para la salud
física y mental que conllevan. En Aprenda optimismo, Martin Seligman
enseña un ejercicio que él denomina el ABC (un acrónimo de Adversidad,
Creencia [Belief, en inglés] y Consecuencias). Cuando nos encontramos con
la adversidad, pensamos en el acontecimiento adverso y nuestros
pensamientos se traducen rápidamente en creencias, que se convierten en
habituales si no somos plenamente conscientes de ellas. Estas creencias tienen
consecuencias que pueden afectar a la forma en la que sentimos y a las
acciones que elegimos tomar. Al aprender a modular cómo traducimos la
adversidad en creencia y cómo actuamos sobre estas creencias, podemos
convertir nuestros pensamientos negativos en otros de esperanza.
Por ejemplo, digamos que alguien se mete como una bala en el espacio de
aparcamiento al que le habías echado el ojo (Adversidad). Te disgustas y
piensas: «Este conductor me ha robado la plaza. Esto es hacer algo
desagradable y egoísta» (Creencia, Belief). Te enfadas, bajas la ventanilla del
coche y gritas al otro conductor (Consecuencias).
O puede que tu mejor amigo no te haya devuelto las llamadas
(Adversidad). Te lo explicas, pensando: «Siempre soy egoísta y
desconsiderado. No es de extrañar» (Creencia, Belief). Te sientes deprimido
todo el día (Consecuencias).
Seligman recomienda llevar un diario de ABC durante unos días para
evaluar cómo respondemos ante los acontecimientos adversos. Para ello, es
necesario que accedas a tu propio diálogo interior e identifiques las creencias
que surgen en la cara de la adversidad. (Recuerda que las creencias son
pensamientos, no sentimientos. Los sentimientos son, en realidad,
consecuencia de tus pensamientos.) Luego, registra las consecuencias (cómo
te has sentido o cómo has actuado en respuesta a las creencias que han
aparecido a causa del acontecimiento adverso). Después de revisar las
creencias que salen en la cara de la adversidad, es posible que los pesimistas
noten cómo las creencias que surgen, desencadenan estados o
comportamientos emocionales negativos mientras que los optimistas notarán
que sus creencias les ayudan a contrarrestar tal adversidad rápidamente.
Y ahora viene lo curioso: si de forma natural tiendes hacia el pesimismo,
puedes aprender a cambiar las creencias que surgen de cara a la adversidad y,
al cambiar estas creencias, puedes cambiar las consecuencias y mejorar tu
salud. Una vez que seas consciente de tus creencias pesimistas automáticas,
Seligman recomienda dos formas de afrontarlas: distrayéndote y pensando en
otra cosa o discutiéndolas.
Para distraerte de una creencia pesimista, trata de hacer lo que los
investigadores llaman la «técnica de la detención del pensamiento», que
supone interrumpir los patrones habituales de pensamiento, por ejemplo,
estampando la palma de la mano contra una pared y exclamando: «ALTO».
También puedes hacer sonar fuerte una campana, llevar contigo una tarjeta
de siete por doce centímetros con la palabra «ALTO» en grandes letras rojas, o
ponerte una goma en la muñeca y estirarla y soltarla contra la piel para parar
la rumiación obsesiva. Combinando estas técnicas de desvío de la atención,
pueden producirse resultados de mayor duración. Cuando gritas «ALTO» o
sueltas la goma de la muñeca, te estás concentrando conscientemente en otra
cosa.
Si esto no funciona, programa otro momento más tarde del día para darle
vuelta en la cabeza a tus creencias pesimistas. Puedes decirte a ti mismo:
«Alto. Voy a pensar en esto más tarde». O escribe tus creencias en un papel.
Haciéndolo así, estás rompiendo el ciclo de dar vueltas a lo mismo y
menguando la fuerza de los pensamientos negativos.
Incluso más eficaz que distraerte a ti mismo para no pensar en tus
creencias negativas es cuestionarlas. Para ello, debes aprender cómo
argumentar contigo mismo. Revisa tu creencia pesimista, aprovecha la
sabiduría de tu sabio, cariñoso y compasivo yo y argumenta para probar que
estás equivocado. Por ejemplo, si tu mejor amiga no te devuelve las llamadas y
tu primer pensamiento es: «Me odia porque soy una amiga horrible»,
cuestiona el pensamiento. Argumenta que tal vez ella esté ocupada, que
alguien puede no haberle transmitido los mensajes que le dejaste en el
contestador, que lo más probable es que quisiera llamarte, pero se distrajo,
que ella en realidad te quiere y que tú eres una buena amiga. En otras
palabras, el problema no es permanente, general y personal, sino temporal,
específico y externo a ti. A partir de esta nueva creencia optimista puedes
optar por nuevas consecuencias y abortar la espiral descendente a la que las
creencias pesimistas te abocan.
Las claves para cuestionar tus creencias negativas incluyen tratar de
encontrar pruebas de que tu creencia negativa es falsa (si lo es), teniendo en
cuenta interpretaciones alternativas del acontecimiento adverso, diferentes de
las explicaciones pesimistas que habías imaginado, comprobando en qué va a
beneficiarte esa creencia negativa y si la creencia es realmente cierta, pensar
en las implicaciones que puede tener una creencia como ésa. Volvamos al
ejemplo de la mejor amiga que no te ha contestado las llamadas. Después de
pensar en explicaciones alternativas de por qué no ha llamado, examina por
qué tu mente corre directamente hacia las suposiciones negativas. Quizás es
que obtienes algo de sentirte como una víctima desatendida. Tal vez te aferras
a tu justa ira cuando ella no te devuelve las llamadas y tu recompensa es que
te sientes superior.
Si el motivo verdadero por el que no te llama es que te odia porque eres
muy mala amiga, ¿qué puedes aprender de esta creencia? ¿Cómo puedes
utilizarla para aprender a ser mejor amiga? Al final te das cuenta de que si esta
amistad no está destinada a durar es probable que aprendas algo sobre ti
misma a partir de esta relación y es muy probable que haya alguien más por
ahí anhelando tener el título de tu nueva mejor amiga.
En otras palabras, trata de superar tus creencias negativas, y si no puedes,
piensa en términos del peor escenario posible, para que te des cuenta de que,
a pesar de las implicaciones que ello puede tener, probablemente no se trate
del fin del mundo.
Seligman también recomienda distanciarte de las creencias pesimistas,
dándote cuenta de que son sólo eso, creencias, no hechos, y finalizando tu
diálogo interior con un pensamiento energizante, que te ayude a levantarte,
en lugar de arrastrarte.
¿Eres un pesimista preparado para discutir contigo mismo y ser más feliz?
Si lo haces, tu cuerpo te lo agradecerá.
Receta para la infelicidad
Llegar a ser más feliz y a estar más sano requiere algo más que simplemente
cambiar las explicaciones pesimistas por las optimistas para los
acontecimientos adversos. Ésta es una buena noticia porque según la
investigación de Sonja Lyubomirsky, el 40 por ciento de nuestra felicidad está
fácilmente bajo nuestro control.
Sí, es cierto que el 50 por ciento de la felicidad viene impuesta por un
punto de referencia predeterminado genéticamente. La felicidad está
relacionada con la actividad en la corteza prefrontal izquierda del cerebro y en
algunas personas esta parte del cerebro es más activa ya de forma innata.
Estudios llevados a cabo en gemelos nos revelaron que todos estamos
predispuestos a tener cierto tipo de temperamento. Algunos somos risueños
de forma natural, mientras otros son melancólicos. Aunque no podemos
cambiar la parte genética de nuestra ecuación personal de felicidad, sí que
podemos hacer cambios en nuestra felicidad global, y el secreto de la felicidad
probablemente no es lo que piensas.
Aunque creas que tal vez serías más feliz cambiando las circunstancias de
tu vida —cuando por fin encuentres «a tu media naranja», tengas el trabajo
perfecto, cierres el negocio de tu vida, encabeces la lista de superventas, te
quedes embarazada o cualquier otra cosa que tu corazón desee—, la
investigación sugiere que las circunstancias de la vida sólo representan el 10
por ciento de nuestra felicidad. El hecho de que estemos sanos o enfermos,
seamos privilegiados o pobres, guapos o feúchos, estemos casados o solteros o
estemos enfrentándonos a algún tipo de cambio vital o a un trauma, nos
afecta, pero no tanto como podrías estar pensando.
¿Por qué las circunstancias de la vida no suponen una parte mayor de
nuestra felicidad? Por una poderosa fuerza que los psicólogos denominan
«adaptación hedonista». Cuando finalmente consigues algo que quieres (la
persona de tu vida, más dinero, una posición social más alta, mayor belleza o
alguna posesión material), esto te hace feliz durante un corto periodo de
tiempo. Pero rápidamente vuelves al punto de partida o de referencia.
Cuando ocurren cosas buenas, obtenemos un impulso de felicidad, pero éste
no es sostenido. Por ejemplo, los recién casados se sienten más felices, por lo
general, durante unos dos años y luego vuelven a su punto de partida de la
felicidad.43
¡Pero aquí están las noticias realmente buenas! El 40 por ciento de nuestra
felicidad no está relacionada con nuestro punto de partida genético de la
felicidad, ni tampoco se halla sujeto a la adaptación hedonista. Los estudios
científicos demuestran que influir en este 40 por ciento es tan fácil como
escribir cada noche un diario de gratitud.44
Tal como se describe en La auténtica felicidad, Martin Seligman llevó a
cabo un estudio y enseñó una única estrategia inductora de la felicidad a un
grupo de personas con una depresión muy fuerte. A pesar de que esas
personas estaban tan extremadamente deprimidas que apenas podían
levantarse de la cama, recibieron instrucciones de llevar a cabo una sencilla
tarea cada día: entrar en una página de Internet y escribir tres cosas buenas
que les hubieran pasado ese día. A los quince días, su depresión había
mejorado, pasaron de estar «gravemente deprimidos» a «de leve a
moderadamente deprimidos». El 94 por ciento comunicó sentirse mejor.
En La ciencia de la felicidad, Sonja Lyubomirsky comparte sus hallazgos
de un estudio en el que se examinaba a gente feliz. Lo que observó fue que las
personas más felices no eran las más ricas, las más guapas o las que tenían
más éxito. En su lugar, parece ser que la puerta del éxito hacia la felicidad no
está tanto en cambiar nuestras tendencias naturales o incluso nuestras
circunstancias en la vida, sino en adoptar ciertas conductas que se ha probado
científicamente que aumentan la felicidad. En su estudio, la gente feliz
compartía los mismos rasgos. Dedicaban gran parte de su tiempo a alimentar
sus relaciones con la familia y los amigos, se sentían cómodos expresando
gratitud por lo que tenían, eran los primeros en tender una mano a alguien,
eran optimistas al imaginar su futuro, saboreaban los placeres de la vida y
trataban de vivir el momento, practicaban deporte con frecuencia, estaban
profundamente comprometidos con las metas y ambiciones para toda la vida
y mostraban aplomo y fortaleza al enfrentarse a los desafíos inevitables de la
vida.
También descubrió que se puede ser más feliz evitando pensar en exceso,
liberándote a ti mismo de rumiar pensamientos, eliminando las
comparaciones sociales, tomando medidas para resolver los problemas tan
pronto como éstos aparezcan, buscando el sentido en medio de la tensión o el
estrés, pérdida o trauma, perdonando, participando en actividades con las que
te sientes «fluir», sonriendo más y haciendo todo lo posible por cuidar tu
cuerpo.
Creo que vivir acorde con tu verdad también es vital para la felicidad y los
estudios lo confirman. Steve Cole y sus colaboradores en UCLA investigaron
a hombres homosexuales seropositivos para comprobar si el hecho de haber
«salido del armario» o no afectaba a la progresión de su enfermedad. Se pidió
a los participantes del estudio que se puntuaran a sí mismos según:
«definitivamente dentro del armario», «dentro del armario casi siempre», «la
mitad del tiempo dentro y la mitad, fuera», «fuera del armario casi siempre» o
«completamente fuera del armario».
Después los investigadores siguieron el curso de su enfermedad. ¿Qué
observaron? En todos los recuentos celulares, la infección por el virus del sida
avanzó más rápidamente de forma proporcional a cuánto estaban los
pacientes «en el armario». Cuanto más vivían de acuerdo con su verdad, más
felices eran. Y los resultados no eran sutiles. Los que estuvieron
mayoritariamente o casi todo el periodo del estudio en el armario presentaron
una cifra críticamente baja de CD4, equivalente al empeoramiento de la
enfermedad, un 40 por ciento más rápido que aquellos que estaban fuera
siempre o el mayor tiempo y murieron el 21 por ciento más rápido.45
Cuando haces lo posible para aumentar tu felicidad, la salud de tu cuerpo
tiende a seguirte.

1Ruut Veenhoven, «World Database of Happiness: Continuous Register of Research on Subjective


Appreciation of Life», en Challenges for Quality of Life in the Contemporary World: Advances in
Quality-of-Life Studies, Theory and Research, ed. W. Glatzer, S. von Below y M. Stoffregen (Dordrecht,
Holanda: Kluwer Academic Publishers, 2004).
2Corey L. M. Keyes, «Mental Illness and/or Mental Health? Investigating Axioms of the Complete State
Model of Health», Journal of Consulting and Clinical Psychology 73, n.º 3 (junio de 2005): 539–48.

3Thomson Healthcare, Washington, D.C. «Ranking America’s Mental Health: An Analysis of


Depression across the States», Mental Health America, 11 de diciembre de 2007,
http://www.mentalhealthamerica.net/go/state-ranking.

4National Institute of Mental Health, «Any Mood Disorder Among Adults» [consulta: 15 de mayo de
2012], http://www.nimh.nih.gov/statistics/1ANYMOODDIS_ADULT.shtml.

5R. Veenhoven, Conditions of Happiness (Dordrecht, Holanda: Kluwer Academic Publishers, 1984).

6Lawrence LeShan, «Cancer Mortality Rate: Some Statistical Evidence of the Effect of Psychological
Factors», Archives of General Psychiatry 6, n.º 5 (mayo de 1962): 333–35; Reiner Rugulies, «Depression
as a Predictor for Coronary Heart Disease: A Review and Meta-Analysis», American Journal of
Preventive Medicine 23, n.º 1 (julio de 2002): 51–61; Redford B. Williams y Neil Schneiderman,
«Resolved: Psychosocial Interventions Can Improve Clinical Outcomes in Organic Disease»,
Psychosomatic Medicine 64, n.º 4 (julio/agosto de 2002): 552–57; Robert Anda y otros, «Depressed
Affect, Hopelessness, and the Risk of Ischemic Heart Disease in a Cohort of US adults», Epidemiology 4,
n.º 4 (julio de 1993): 285–94; Anne Harrington, The Placebo Effect: An Interdisciplinary Exploration
(Cambridge, Massachussetts: Harvard University Press, 1999), 60; Biing-Jiun Shen y otros, «Anxiety
Characteristics Independently and Prospectively Predict Myocardial Infarction in Men: The Unique
Contribution of Anxiety among Psychological Factors», Journal of the American College of Cardiology
51, n.º 2 (enero de 2008): 113–19; R. M. Gallagher y S. Cariati, «The Pain-Depression Conundrum:
Bridging the Body and Mind», Medscape Today Clinical Update, 2 de octubre 2002; D. C. Turk,
«Beyond the Symptoms: The Painful Manifestations of Depression» (ponencia presentada en el Pain
and Depression: Navigating the Intersection of Body and Mind Symposium, San Diego, 20 de agosto de
2002).

7P. McCarron y otros, «Temperament in Young Adulthood and Later Mortality: Prospective
Observational Study», Journal of Epidemiology and Community Health 57, n.º 11 (noviembre de 2003):
888–92; LeShan, «Cancer Mortality Rate: Some Statistical Evidence of the Effect of Psychological
Factors»; Sabrina Paterniti y otros, «Sustained Anxiety and 4-Year Progression of Carotid
Atherosclerosis», Arteriosclerosis, Thrombosis, and Vascular Biology 21 (2001): 136–41.

8Ed Diener y Micaela Chan, «Happy People Live Longer: Subjective Well-Being Contributes to Health
and Longevity», Applied Psychology: Health and Well-Being 3, n.º 1 (marzo de 2011): 1–43.

9Ibídem.

10Yoichi Chida y Andrew Steptoe. «Positive Psychological Well-Being and Mortality: A Quantitative
Review of Prospective Observational Studies», Psychosomatic Medicine 70, n.º 7 (septiembre de 2008):
741–56.

11Michael Lemonick, «The Biology of Joy», Time, 9 de enero de 2005.

12Joshua Wolf Shenk, «What Makes Us Happy?» Atlantic, enero de 2009,


http://www.theatlantic.com/magazine/archive/2009/06/what–makes–us–happy/7439/#.

13Bernie S. Siegel, Love, Medicine & Miracles (Nueva York: Harper & Row, 1986), 76.

14Christopher Peterson, Martin E. Seligman y George E. Vaillant, «Pessimistic Explanatory Style Is a


Risk Factor for Physical Illness: A Thirty-Five-Year Longitudinal Study», Journal of Personality and
Social Psychology 55, n.º 1 (julio de 1988): 23–27.
15Lisa G. Aspinwall y Richard G. Tedeschi, «The Value of Positive Psychology for Health Psychology:
Progress and Pitfalls in Examining the Relation of Positive Phenomena to Health», Annals of Behavioral
Medicine 39, n.º 1 (febrero de 2010): 4–15.

16Erik J. Giltay y otros, «Dispositional Optimism and All-Cause and Cardiovascular Mortality in a
Prospective Cohort of Elderly Dutch Men and Women», Archives of General Psychiatry 61, n.º 11
(noviembre de 2004): 1126–35.

17Sheldon Cohen y otros, «Positive Emotional Style Predicts Resistance to Illness after Experimental
Exposure to Rhinovirus or Infuenza A Virus», Psychosomatic Medicine 68, n.º 6 (1 de noviembre 2006):
809–15.

18Lemonick, «The Biology of Joy.»

19Martin Seligman, Learned Optimism: How to Change Your Mind and Your Life (Nueva York: Vintage
Books, 1991).

20Christopher Peterson y Mechele E. De Avila, «Optimistic Explanatory Style and the Perception of
Health Problems», Journal of Clinical Psychology 51, n.º 1 (enero de 1995): 128–32; Kymberley K.
Bennett y Marta Elliott, «Pessimistic Explanatory Style and Cardiac Health: What Is the Relation and
the Mechanism that Links Them?» Basic and Applied Social Psychology 27, n.º 3 (septiembre de 2005):
239–48; Katri Räikkönen y otros, «Effects of Optimism, Pessimism, and Trait Anxiety on Ambulatory
Blood Pressure and Mood During Everyday Life», Journal of Personality and Social Psychology 76, n.º 1
(enero de 1999): 104–13.

21Christopher Peterson, «Explanatory Style as a Risk Factor for Illness», Cognitive Therapy and
Research 12, n.º 2 (1988): 119–32.
22Laura D. Kubzansky y Rebecca C. Thurston, «Emotional Vitality and Incident Coronary Heart
Disease: Benefits of Healthy Psychological Functioning», Archives of General Psychiatry 64, n.º 12
(diciembre de 2007): 1393–1401.

23Shelley E. Taylor y otros, «Are Self-Enhancing Cognitions Associated with Healthy or Unhealthy
Biological Profiles?» Journal of Personality and Social Psychology 85, n.º 4 (octubre de 2003): 605–15.

24Christopher Peterson y Martin E. Seligman, «Causal Explanations as a Risk Factor for Depression:
Theory and Evidence», Psychological Review 91 n.º 3 (julio de 1984): 347–74.

25Chida y Steptoe, «Positive Psychological Well-Being and Mortality».

26M. A. Visintainer, J. R. Volpicelli y M. E. Seligman, «Tumor Rejection in Rats after Inescapable or


Escapable Shock», Science 216, n.º 4544 (23 de abril de 1982): 437–39.

27M. Seligman y M. Visintainer, «Tumor Rejection and Early Experience of Uncontrollable Shock in
the Rat», in Affect, Conditioning, and Cognition: Essays on the Determinants of Behavior, ed. F. R. Brush
y J. B. Overmier (Hillsdale, Nueva Jersey: Erlbaum, 1985), 203–5.

28Ellen J. Langer y Judith Rodin, «Effects of Choice and Enhanced Personal Responsibility for the Aged:
A Field Experiment in an Institutional Setting», Journal of Personality and Social Psychology 34, n.º 2
(1976): 191–98.

29Martin Seligman, Authentic Happiness: Using the New Positive Psychology to Realize Your Potential
for Lasting Fulfilment (Nueva York: Free Press, 2003).
30Deborah D. Danner, David A. Snowdon y Wallace V. Friesen, «Positive Emotions in Early Life and
Longevity: Findings from the Nun Study», Journal of Personality and Social Psychology 80, n.º 5 (mayo
de 2001): 804–13.

31R. Veenhoven, «Healthy Happiness: Effects of Happiness on Physical Health and the Consequences
for Preventive Health Care», Journal of Happiness Studies 9, n.º 3 (septiembre de 2008): 449–69.

32Janice K. Kiecolt-Glaser y otros, «Hostile Marital Interactions, Proinflammatory Cytokine


Production, and Wound Healing», Archives of General Psychiatry 62, n.º 12 (diciembre de 2005): 1377–
84; Janice K. Kiecolt-Glaser y otros, «Emotions, Morbidity, and Mortality: New Perspectives from
Psychoneuroimmunology», Annual Review of Psychology 53 (febrero de 2002): 83–107.

33J. Licinio, P. W. Gold, y M. L. Wong, «A Molecular Mechanism for Stress-Induced Alterations in


Susceptibility to Disease», Lancet 346, n.º 8967 (julio de 1995): 104–6; Ryan T. Howell, Margaret L.
Kern, y Sonja Lyubomirsky, «Health Benefits: Meta-Analytically Determining the Impact of Well-Being
on Objective Health Outcomes», Health Psychology Review 1, n.º 1 (julio de 2007): 83–136.

34Lemonick, «The Biology of Joy»; Erin S. Costanzo y otros, «Mood and Cytokine Response to
Influenza Virus in Older Adults», Journals of Gerontology 59, n.º 12 (diciembre de 2004): 1328–33;
Marian L. Kohut y otros, «Exercise and Psychosocial Factors Modulate Immunity to Influenza Vaccine
in Elderly Individuals», Journals of Gerontology 57, n.º 9 (septiembre de 2002): 557–62

35R. W. Bartrop y otros, «Depressed Lymphocyte Function after Bereavement», Lancet 1, n.º 8016 (16
de abril de 1977): 834–36.

36D. M. Byrnes y otros, «Stressful Events, Pessimism, Natural Killer Cell Cytotoxicity, and
Cytotoxic/Suppressor T Cells in HIV+ Black Women at Risk for Cervical Cancer», Psychosomatic
Medicine 60, n.º 6 (noviembre/diciembre de 1998): 714–22.
37Peter Kirsch y otros, «Oxytocin Modulates Neural Circuitry for Social Cognition and Fear in
Humans», Journal of Neuroscience 25, n.º 49 (7 de diciembre de 2005): 11489–93; C. Sue Carter,
«Neuroendocrine Perspectives on Social Attachment and Love», Psychoneuroendocrinology 23, n.º 8
(noviembre de 1998): 779–818.

38Tiina-Mari Lyyra, «Predictors of Mortality in Old Age: Contribution of Self-Rated Health, Physical
Functions, Life Satisfaction and Social Support on Survival among Older People», University of
Jyväskylä: Studies in Sport, Physical Education and Health 119 (2006).

39Diener y Chan, «Happy People Live Longer»; Lemonick, «The Biology of Joy»; Chida y Steptoe,
«Positive Psychological Well-Being and Mortality.»

40S. Levy y otros, «Survival Hazards Analysis in First Recurrent Breast Cancer Patients: Seven Year
Follow Up», Psychosomatic Medicine 50, n.º 5 (septiembre/octubre de 1988): 520–28.

41Veenhoven, «Healthy Happiness»; Leonard R. Derogatis, Martin D. Abeloff y Nick Melisaratos,


«Psychological Coping Mechanisms and Survival Time in Meta-static Breast Cancer», Journal of the
American Medical Association 242, n.º 14 (5 de octubre de 1979): 1504–8.

42Frits Van Dam, «Does Happiness Heal», en How Harmful Is Happiness? Consequences of Enjoying
Life or Not, ed. R. Veenhoven (Holanda: Universitaire Pers Rotterdam, 1989), 17–23.

43Richard E. Lucas y otros, «Reexamining Adaptation and the Set Point Model of Happiness: Reactions
to Changes in Marital Status», Journal of Personality and Social Psychology 84, n.º 3 (marzo de 2003):
527–39.
44Sonja Lyubomirsky, Kennon M. Sheldon y David Schkade, «Pursuing Happiness: The Architecture of
Sustainable Change», Review of General Psychology 9, n.º 2 (junio de 2005): 111–31.

45S. W. Cole y otros, «Accelerated Course of Human Immunodeficiency Virus Infection in Gay Men
Who Conceal Their Homosexual Identity», Psychosomatic Medicine 58, n.º 3 (mayo/junio de 1996):
219–31.
8

Cómo contrarrestar
la respuesta al estrés

«Dentro de cada uno hay una chispa.


Llámala chispa divina si así lo prefieres,
pero está ahí y puede iluminar el camino hacia la salud.
No hay enfermedades incurables, sólo personas incurables.»
DOCTOR BERNIE SIEGEL

Aunque por todos es sabido hoy en día, en una época tan reciente como en la
década de 1960 se consideraba una herejía para un médico sugerir que había
un vínculo entre el estrés y la enfermedad. De hecho, nadie asoció nunca
enfermedades como la hipertensión con el estrés, a pesar de que la palabra
tensión forma parte del diagnóstico. Los médicos sabían que los pacientes
tendían a presentar una mayor presión arterial cuando acudían a la consulta
del médico. Lo llamaban «la hipertensión de bata blanca». Pero nadie analizó
detenidamente las implicaciones del hecho de que visitar al médico ya
provoca ansiedad y que es el resultado de ese estrés el que causa la elevación
de la presión arterial, que cae una vez que el paciente vuelve a casa y se relaja.
Interesado por si había un vínculo entre el estrés y la hipertensión, el
cardiólogo de Harvard Herbert Benson comenzó a debatirlo con sus colegas,
que en su mayoría lo creían loco tan sólo por sugerirlo. Pero Benson, decidido
a obtener respuestas, al no encontrar ninguna, empezó a investigar el tema él
mismo. Inspirado por el trabajo de B. F. Skinner y Neal Miller sobre la
biorregulación y su capacidad para enseñar al cuerpo a controlar los
fenómenos fisiológicos, aparentemente involuntarios, comenzó dando
recompensas a unos monos por aumentar y disminuir su propia presión
arterial. Les señalaba que habían tenido éxito mostrándoles luces de colores.
En un momento dado, los monos podían controlar su propia presión arterial
sólo haciéndoles las señales con las luces. Podían controlar su presión arterial
nada más que con el poder de su mente.
El estudio, que fue publicado en 1969, llamó la atención de los instructores
de meditación trascendental que los Beatles, Mia Farrow y otros famosos
habían puesto de moda. Estos profesionales que habían oído que Benson
estaba estudiando a los monos creían que lograban bajar su presión arterial
cuando meditaban, pero nadie lo había comprobado hasta el momento.
Pisando un terreno peligroso en Harvard, por adentrarse en el territorio de lo
que acabaría por llamarse «medicina psicosomática», Benson, al principio,
rechazó llevar a cabo el estudio. Pero los defensores de la meditación eran
perseverantes.
Más tarde, oyó hablar de otro investigador, Robert Keith Wallace, que
estaba estudiando la meditación transcendental para su tesis doctoral en la
Universidad de California en Irvine. Ambos decidieron colaborar en un
estudio. Una vez recogidos los datos, quedaron atónitos. Los datos eran
indiscutibles. La meditación venía acompañada de impactantes cambios
fisiológicos: bruscas caídas de la frecuencia cardíaca, la frecuencia respiratoria
y el índice metabólico. En el estudio inicial, la presión arterial de los sujetos
del estudio no caía durante la meditación, pero en general, las personas del
grupo en estudio que meditaban presentaban una presión arterial
significativamente más baja que aquellos que no lo hacían.
Benson denominó a los cambios que experimentaba la gente que meditaba
«la respuesta a la relajación», un término que yo he utilizado a lo largo de este
libro como lo opuesto a la «respuesta al estrés». Argumentó que, al igual que
la respuesta al estrés desencadenada cuando se estimula una parte del
hipotálamo, la respuesta a la relajación se inicia cuando se estimula otra parte
diferente del hipotálamo como medida de seguridad, destinada a
contrarrestar la alarma de emergencia que a veces el cuerpo hace sonar.
Benson estaba tan impresionado por los resultados de los que había sido
testigo cuando los pacientes practicaban esta simple técnica que se hizo a sí
mismo la siguiente pregunta: si diez o veinte minutos de práctica de la
meditación eran capaces de producir tales profundos beneficios para la salud,
¿qué sucedería con los que practicasen meditación avanzada? Los rumores de
proezas de manipulación fisiológica, aparentemente imposibles, se
arremolinaron en aquel entonces. Los investigadores que estudiaban a los
monjes que meditaban habían demostrado que eran capaces de reducir su
metabolismo en un 20 por ciento, algo que habitualmente sólo se logra
después de cuatro a cinco horas de sueño. Esto demostraba que es posible
manipular los mecanismos «involuntarios» en el organismo exclusivamente a
través de actividades de la mente.
La primera vez que se acercó a los monjes tibetanos, éstos no mostraron
ningún interés por ser estudiados. Luego Benson se hizo amigo del Dalái
Lama, el cual apoyó su investigación. De repente, los monjes prestaron
atención. Presenció cómo esos hombres, vestidos con nada más que un
taparrabos, se envolvían en sábanas mojadas, a temperaturas de congelación a
más de 4.500 metros en el Himalaya, y en lugar de escalofríos, caídas de la
temperatura corporal o incluso la muerte, los monjes, que visualizaban fuegos
en su vientre, aumentaban su temperatura corporal lo suficiente para secar las
sábanas mojadas.
Benson se dio cuenta de que la atmósfera propicia de la respuesta a la
relajación podía aprovecharse para implantar pensamientos en la mente
visualizando un resultado que se quiere conseguir —como el aumentar la
temperatura corporal, bajar la presión arterial, luchar contra el cáncer o
aliviar un dolor de espalda—. Siguió estudiando procesos como éstos a lo
largo de su amplia carrera como investigador. Con los años, Benson había
estudiado a miles de pacientes y publicado muchos artículos en revistas
científicas. A través de su investigación, elaboró una lista de las enfermedades
que responden a la respuesta de relajación. Lo más probable es que haya otras,
pero él probó claramente la eficacia en el tratamiento de la angina de pecho,
las arritmias cardíacas, las reacciones alérgicas de la piel, la ansiedad, la
depresión de leve a moderada, el asma bronquial, el herpes simple, la tos, el
estreñimiento, la diabetes mellitus, las úlceras duodenales, el mareo, el
cansancio, la hipertensión, la infertilidad, el insomnio, las náuseas y los
vómitos durante el embarazo, el nerviosismo, la hinchazón postoperatoria, el
síndrome premenstrual, la artritis reumatoide, los efectos secundarios del
cáncer, los efectos secundarios del sida y todas las formas de dolor (dolores de
espalda, cefaleas, dolor abdominal, mialgias, artralgias, dolor postoperatorio y
dolor en el cuello, brazos y pies).
En su libro de 1975, Relajación, Benson anunció que había descubierto lo
que compensaba la respuesta de alarma que WalterCannon había descrito
varias décadas antes. De la misma forma que el cuerpo dispone de un
mecanismo de supervivencia natural, incorporado de forma innata para
ayudarte a huir de un animal salvaje, el cuerpo también tiene un estado
fisiológico de quietud que se puede inducir y que le permite reparar el daño
infligido por la respuesta de alarma.
Después de que su libro alcanzara las primeras posiciones de la lista de los
más vendidos según el New York Times, Benson obtuvo mucha atención
mediática y fue reprendido por sus colegas porque «los médicos en Harvard
no escriben libros populares». Continuaron criticándole, afirmando que la
respuesta a la relajación era meramente un efecto placebo. Como los
pacientes creían que ello disminuiría su presión arterial, sucedía. En otras
palabras, era la creencia lo que hacía eficaz a la técnica, no la propia técnica.
Dado que en esa época Benson despreciaba el efecto placebo tanto como
sus colegas, trabajó de forma diligente para probar que la respuesta a la
relajación era un estado fisiológico diferente. Lo que encontró fue que la
respuesta a la relajación funcionaba mejor que una comparación con placebo;
sin embargo, aunque su técnica era más eficaz que el placebo, el grupo
placebo en el estudio seguía funcionando entre el 50 y el 90 por ciento de las
veces. Benson se dio cuenta de que el efecto placebo no era algo de lo que
tenían que burlarse, sino algo que tenían que aprovechar. Propuso renombrar
el efecto placebo como «bienestar recordado» y sugirió que era un equivalente
útil para el estado fisiológico verificable que podía inducir aquello que
provocaba la respuesta a la relajación.
La continua investigación de Benson halló que la regular activación de la
respuesta a la relajación podía prevenir y compensar los efectos perjudiciales
del estrés en el cuerpo, prevenir la enfermedad y algunas veces hasta tratarla.
Este cardiólogo de Harvard quería saber si otras actividades, aparte de la
meditación, podían inducir la misma respuesta, así que siguió su
investigación y encontró cuatro componentes esenciales que podrían
provocar de forma fiable la respuesta a la relajación: 1) un ambiente relajado;
2) un recurso mental, como una frase, palabra, sonido repetido o una oración;
3) una actitud pasiva y acrítica; y 4) una postura cómoda.
Más tarde descubrió que sólo eran necesarios el recurso mental y la
actitud pasiva. Un corredor con un mantra y una actitud pasiva podría estar
corriendo por una calle concurrida y provocar la respuesta a la relajación. Lo
mismo es cierto para aquellos que practican yoga o qigong, pasean, nadan,
hacen punto, reman, están sentados, de pie o cantando. Como siguió
investigando toda la vida, Benson encontró que la mayoría de afecciones
médicas estaban causadas, o se agravaban, por los efectos crónicos de la
respuesta al estrés en el cuerpo. Otros estudios mostraron que más del 60 por
ciento de las visitas al médico podrían ser atribuidas a la respuesta al estrés.1
De forma intuitiva ya lo sabemos, y cuando estamos estresados, ansiamos
la relajación. Pero con demasiada frecuencia vamos a por ella por el camino
equivocado, recurriendo a formas poco saludables para el alivio del estrés,
como el alcohol, el tabaco o las drogas ilegales, que lo único que consiguen es
agravar el problema. Sin embargo, existen formas sanas de provocar la
respuesta a la relajación, como la meditación, por ejemplo, que son el mejor
medicamento que podemos tomar para el tratamiento de las tensiones de la
vida.
Para probar la eficacia de la estimulación de la respuesta a la relajación
sobre el cuerpo, Benson inventó una forma de enseñar a los pacientes cómo
provocar esta respuesta que no fuera tan mística o seudocientífica como la
meditación trascendental o tan espiritual como una oración.

CÓMO PROVOCAR LA RESPUESTA A LA RELAJACIÓN


(Del libro Relajación de Herbert Benson)
1. Elige una palabra, una frase corta o una oración en la que centrarte (foco) que esté arraigada
firmemente en tu sistema de creencias, como «el único», «paz», «el Señor es mi pastor», «Dios te salve,
María, llena eres de gracia», «Shalom» u «om».
2. Siéntate tranquilamente en una postura cómoda.
3. Cierra los ojos.
4. Relaja los músculos, avanzando desde los pies a las pantorrillas, muslos, abdomen, hombros, cabeza y
cuello.
5. Respira lentamente y de forma natural, y mientras lo haces, di la palabra, sonido, frase u oración foco,
en silencio, para ti mismo, al exhalar.
6. Adopta una actitud pasiva. No te preocupes de si lo estás haciendo bien. Cuando acudan a tu mente
otros pensamientos, simplemente di en silencio: «Ah, bueno», y con delicadeza vuelve a tu repetición.
7. Continúa durante un periodo de diez a veinte minutos.
8. No te levantes de inmediato. Sigue sentado en silencio durante un minuto más o menos para permitir
que vuelvan los demás pensamientos. Luego abre los ojos y continúa sentado durante otro minuto más
antes de levantarte.
9. Practica la técnica una o dos veces al día. Los mejores momentos para hacerlo son antes del desayuno y
antes de la cena.2

Se observó que esta técnica era muy eficaz para provocar la respuesta a la
relajación y mejorar la salud. Pero en su último libro, Timeless Healing: The
Power and Biology of Belief, Benson aporta información actualizada de cómo
estimular la respuesta a la relajación. En resumen, esto es todo lo que
necesitas.

FORMA SIMPLIFICADA DE INDUCIR LA RESPUESTA A LA


RELAJACIÓN

• Repetir una palabra, sonido, frase, oración o actividad muscular.


• De forma pasiva, hacer caso omiso de los pensamientos del día que inevitablemente acuden a la mente y
volver a la repetición.

Esto puede hacerse mientras se practica deporte, arte, al cocinar, al ir de


compras, mientras se está conduciendo…, o haciendo lo que sea.

La meditación
Para inducir la respuesta a la relajación no es necesario que sigas la receta de
Benson. Existen también otras formas de meditación bien documentadas que
ofrecen grandes beneficios para la salud. Todas las formas de meditación, en
cierta medida, activan el sistema nervioso parasimpático, reducen el cortisol
relacionado con el estrés, disminuyen la frecuencia respiratoria y cardíaca, así
como el metabolismo, aumentan el flujo de sangre en el cerebro, incrementan
la actividad de la corteza prefrontal izquierda (que es lo que se observa en la
gente que es feliz), refuerzan el sistema inmunitario y conducen a un estado
de relajación.3
La meditación también reduce el dolor, el estrés laboral, la ansiedad y la
depresión, promueve la salud cardiovascular, mejora la función cognitiva,
disminuye la presión arterial, reduce el consumo excesivo de alcohol, mejora
la longevidad, propicia un peso saludable, disminuye los dolores de cabeza
por tensión, alivia el asma, controla la glucemia en los pacientes diabéticos,
palía el síndrome premenstrual, reduce el dolor crónico, mejora la actividad
del sistema inmunitario y aumenta la calidad de vida.4
Para que no sospeches, como los colegas de Benson, que esto podría ser
debido al efecto placebo, toma nota de que un estudio evaluó incluso la falsa
meditación y descubrió que no era igual de eficaz en la mejora de las variables
de la salud como la meditación verdadera.5 Sé que ya has oído hablar antes de
que la meditación es una buena idea, pero no sólo es algo bueno para tu
mente, es una técnica clave para contrarrestar los efectos del estrés crónico en
tu vida y en tu cuerpo.

Cómo meditar
Si el enfoque de Benson para inducir la respuesta a la relajación no te
funciona, hay muchas otras formas de meditar. El doctor Deepak Chopra
recomienda para la meditación la solución RPM (Rise, Pee, Meditate;
levántate, haz pis y medita), que viene a sugerir que se van a beneficiar de
meditar aquellos que puedan hacerlo nada más levantarse. Sin embargo, si tú,
como yo, tienes hijos pequeños, tal vez encuentres más fácil meditar cuando
los niños estén haciendo la siesta o en el colegio. Si trabajas fuera de casa,
quizá te será más sencillo meditar durante tu pausa para la comida o justo
antes de acostarte por la noche.
Independientemente de cuándo lo hagas, es fundamental que reserves un
tiempo en tu orden del día para ayudar a tu cuerpo a relajarse, ya sea a través
de la meditación o mediante otras actividades, como las que debatiremos más
adelante en este capítulo. Si eres, como yo, de los que sobrepasan las
expectativas, estás acostumbrado a la multitarea y a hacer un hueco para
docenas de actividades productivas al día, sé que puedes sentir la meditación
como una suprema pérdida de tiempo. Pero recuerda: la meditación es
productiva. Estas haciendo esto por tu salud. Es tan importante para tu
organismo como acudir al gimnasio, preparar comidas saludables y dormir
las horas suficientes, o incluso más importante; por lo tanto, te recomiendo
encarecidamente que seas disciplinado y priorices los veinte minutos que la
práctica puede durar para ayudar a tu cuerpo a relajarse.
Si tu mente de mono6 corre de un pensamiento a otro, tal como hace la
mía, es posible que tengas la sensación de que la meditación se te resiste.
También puede ser que tengas la tentación de saltártela porque el rato de
silencio trae consigo emociones que estás intentando evitar, o bien te provoca
sentimientos de aflicción, tristeza o ira. O tal vez, sencillamente, lo encuentras
aburrido. Sea cual sea la excusa, te animo a que lo intentes, no sólo por la
salud de tu cuerpo, sino también por todos los demás beneficios que la
meditación puede traer a tu vida, tales como una conexión espiritual más
fuerte, un conocimiento más profundo de tu auténtica verdad y un mayor
vínculo con la sabiduría de tu intuición.
Si no has meditado nunca antes, empieza creando un ambiente tranquilo.
Yo dispongo de dos altares que he construido en casa, uno en mi habitación y
otro en mi despacho de casa, frente a los cuales me siento para meditar. En
mis altares se exhiben objetos que son sagrados para mí, tales como una
piedra tallada con las palabras «Amar la vida», un corazón de hierro forjado
montado en una caja de hierro que encontré en la zona de la costa, el Big Sur,
un trozo de cuarzo rosa que me dio un amigo, una pluma de cóndor, una
pequeña estatua que me dio una paciente, un cuadro hecho por un amigo
muy querido, un marco de fotos, un cuenco con arena de un lugar sagrado y
diversas velas. Cuando me siento a meditar, enciendo las velas, quemo un
poco de incienso y me tomo un momento para dejar que mi altar me calme.
Algunos tienen habitaciones dedicadas exclusivamente a la meditación.
Incluso un pequeño armario puede convertirse en un espacio especial
diseñado para ayudar a tu cuerpo a relajarse y a tu alma a conectar. Meditar
en el exterior también puede ser precioso. Como yo vivo en la costa de
California, suelo meditar al lado del océano, en una playa rocosa que suele
estar desierta o en el bosque de Muir Woods, entre las tranquilas secuoyas. Si
tienes acceso a lugares apacibles en la naturaleza, prueba en una playa, a
orillas de un río, en un prado o en un bosque lejos de las distracciones.
El reto está en encontrar un lugar tranquilo donde no vayas a ser
molestado; idealmente, alguno que te ayude a relajarte. Apaga la televisión,
silencia el móvil y pon música relajante si quieres. La cuestión es crear un
ambiente propicio para liberar a tu mente del desorden diario y poder relajar
el cuerpo.
Si eres nuevo en esto de la meditación, comienza solo con cinco minutos
al día y trata de ir aumentando el tiempo hasta llegar a los veinte minutos.
Programa un temporizador para no tener que estar mirando el reloj y si
puedes, siéntate en el suelo y cierra los ojos. No es necesario que te sientes en
la posición del loto, a menos que así lo desees, pero el hecho de sentarse en el
suelo facilita sentirte conectado con la Madre Tierra, y ésta arraiga en tu
cuerpo cuando meditas. No dudes en utilizar almohadas, cojines y otros
accesorios que te ayuden a sentirte cómodo. Mantén la espalda recta para que
puedas respirar profundamente con facilidad. Si estar sentado en el suelo te
resulta demasiado incómodo, siéntate en una silla y coloca los pies apoyados
firmemente en el suelo para desarrollar la sensación de conexión con la tierra.
Una vez que hayas encontrado una posición cómoda, cierra los ojos para
minimizar las distracciones visuales y trata de concentrarte en tu respiración
mientras inspiras y espiras. El profesor de meditación Jack Kornfield sugiere
que si notas que estás recordando, planeando o fantaseando evites juzgarte,
pero puedes gritar: «Hola, recuerdo», «Hola, plan», «Hola, fantasía». Luego
vuelve al momento presente, centrándote en tu respiración. En el momento
en que te des cuenta de que comienzas a divagar, vuelve a tu respiración y
trata de vaciar tu mente. Si tu mente sigue divagando y tu respiración no
resulta suficiente para vaciarla, trata de contar tus respiraciones o repite un
mantra para despejarla.
Para eludir las imágenes que distraen que pueden aparecer en tu mente,
puedes intentar localizar las partes que no sientas relajadas y visualizar que
envías tu respiración a esos puntos con tensión. Imagina tu respiración como
una luz dorada que fluye hacia los puntos tensos y los llena con relajación.
Relaja la espalda, los hombros, el vientre y los músculos de la cara. Si te cuesta
encontrar dónde hay tensión, intenta tensar y liberar cada músculo,
comenzando por la frente y bajando por el cuerpo hasta llegar a los dedos de
los pies.
También puedes tratar de visualizar un cable con toma de tierra que sale
de tu parte inferior como si fuera un cable eléctrico o raíces de árbol bajando
a través del suelo donde estás, corriendo a través de la tierra y entrando en el
lecho de las rocas para aterrizar en el núcleo del planeta, donde puedes
enchufarlo. Deja que todo lo que ya no te sirva se suelte de este cable y vaya a
parar al centro de la tierra donde puede ser reciclado. También puedes
visualizar esta energía que proviene del centro de la tierra fluyendo a través
del cable y llenándote de una luz curativa.
Asimismo, puedes visualizarte a ti mismo en un lugar real o imaginario de
relajación. Deja a tu mente experimentar este lugar de relajación con todos los
sentidos. Obsérvalo, siéntelo, huélelo, gústalo y escucha los sonidos. Si estás
luchando contra una enfermedad, podrías añadir a tu meditación una
visualización sanadora. En tu imaginación, observa cómo la parte de tu
cuerpo afectada por la enfermedad retorna a su integridad y salud con el
máximo detalle que puedas reunir.
Si te resulta demasiado difícil aquietar tu mente en silencio, prueba con
una meditación guiada. Para descargar una meditación guiada sanadora
diseñada para inducir la respuesta a la relajación, visita la página web
MindOverMedicineBook.com. O prueba los CD de visualización guiada:
Health Journeys de Belleruth Naparstek.
Lo más importante es que no te juzgues mientras aprendes a meditar.
Criticarte a ti mismo por meditar «mal» o culpabilizarte porque tu mente de
mono no se calma sólo va a estresarte, frustrando los intentos de ayudar a tu
cuerpo a relajarse para que pueda autorrepararse. Sé compasivo contigo
mismo y date una palmadita en la espalda por cada progreso que hagas. ¿No
puedes hacer más de diez respiraciones en tu meditación? Abrázate fuerte a ti
mismo e inténtalo el próximo día. Como cualquier cosa, sólo es cuestión de
práctica. Como alguien que se resistió a la meditación durante la mayor parte
de su vida, puedo dar fe del hecho de que de verdad se va volviendo más fácil
con la práctica habitual, y los beneficios valen el esfuerzo.

Otras maneras de inducir la respuesta a la


relajación
No es sólo la meditación lo que corta la respuesta al estrés y calma el
organismo. Tal como hemos aprendido, la expresión creativa, la satisfacción
sexual, estar con gente que amas, pasar el tiempo con tu comunidad
espiritual, hacer trabajos que alimenten el alma y otras actividades relajantes,
como reír, jugar con animales domésticos, escribir un diario, rezar, hacer la
siesta, practicar yoga, hacerte un masaje, leer, cantar, tocar un instrumento
musical, cuidar las plantas, cocinar, practicar taichi, ir a pasear, tomar un
baño caliente y disfrutar de la naturaleza, también activan tu sistema nervioso
parasimpático y dejan que el cuerpo vuelva a su estado de descanso para que
se ocupe de su propia reparación.
Esto es fundamental para todo el mundo, no sólo como tratamiento de
una enfermedad, sino para la prevención de la misma y para prolongar
nuestra vida. Cerca del 75 por ciento de las personas encuestadas afirmaron
que sus niveles de estrés eran tan altos que no se sentían sanas.7 Pero la
respuesta a la relajación sirve como respuesta compensadora.
¿No puedes renunciar a tu estresante trabajo? ¿No estás preparado para
dejar tu infeliz matrimonio? ¿No has encontrado aún el amor de tu vida? ¿No
te interesa ir a la iglesia? No pasa nada. No estoy sugiriendo que debas hacer
todo lo que digo en este libro para estar perfectamente sano. Pero sí que estoy
sugiriendo que, si estás expuesto a factores estresantes que o bien no puedes
cambiar, o bien no estás preparado para cambiar, debes priorizar las
actividades que induzcan la respuesta a la relajación como una forma de
compensar las tensiones de tu vida.
Cuando veía a cuarenta pacientes al día en mi extremadamente estresante
trabajo como ginecóloga y tocóloga, pasaba doce horas practicando la
medicina, y luego volvía a mi casa, donde pintaba hasta la hora de ir a dormir,
yo siempre dije: «La medicina es mi hemorragia, pero el arte es mi transfusión
de sangre».
Lo que no entendía era que me estaba recetando un tratamiento para mi
estresada vida. Mientras que mi trabajo como médico desencadenaba mis
respuestas al estrés durante todo el día, mis pinturas inducían las respuestas a
la relajación. Aunque no estaba preparada para renunciar a mi trabajo, y a
pesar de que no estaba meditando, me estaba administrando la medicina para
el cuerpo, lo calmaba hasta llegar a un estado de reposo y autorreparación
durante unas cuarenta horas a la semana en mi tiempo libre, sumiéndome en
un estado de flujo de creatividad, durante el cual las horas pasaban sin que
tuviera conciencia del tiempo.
La activación del sistema nervioso parasimpático es el estado relajado o
chill-out de la mente y del cuerpo. Si se desconectara el sistema nervioso
simpático, seguirías con vida (aunque lo más probable es que ese león te
comiera). Pero si apagáramos el sistema nervioso parasimpático, morirías.
Por lo tanto, la respuesta al estrés es una alteración del estado de equilibrio
del cuerpo. Es el sistema nervioso parasimpático el que apacigua la mente,
relaja el cuerpo y promueve una sensación de tranquilidad. Tal como Rick
Hanson escribe en El cerebro de Buda: «Si tu organismo tuviera un cuerpo de
bomberos, éste sería el sistema nervioso parasimpático».
Cuando se induce la respuesta a la relajación, el sistema nervioso
parasimpático toma el mando. Únicamente en este estado relajado, los
mecanismos naturales de autorreparación del cuerpo pueden dedicarse a
reparar lo que está desajustado en el organismo, que es para lo que está
diseñado el cuerpo.
La respuesta a la relajación también mejora el estado de ánimo. Es difícil
sentirse ansioso o deprimido cuando está al frente el sistema nervioso
parasimpático. La respuesta a la relajación incluso altera la forma en la que se
expresan los genes, actuando como una tirita para el cuerpo estresado y
reduciendo el daño celular que ha infligido el estrés crónico o prolongado.8
¿Cómo vas a iniciar las respuestas a la relajación en tu cuerpo para dejarlo
listo para que sucedan los milagros?

Receta para la autocuración


Ahora que ya he precisado la forma en que las respuestas al estrés que se
originan en la mente dañan el funcionamiento del organismo, seguro que
estarás esperando que te dé una receta específica para saber exactamente
cómo aliviar la soledad, encontrar el amor, disfrutar más del sexo, reducir el
estrés laboral, ganar más dinero, ser más creativo, sentirte más feliz y relajar el
cuerpo. Después de todo, soy médico. Y los médicos extendemos recetas,
¿verdad?
Aunque todos ansiamos soluciones rápidas y deseamos creer que algún
experto por fin va a tener la única solución secreta para todos nuestros
problemas, la verdad es que probablemente te molestarías si tratara de hacer
una receta para ti. Cualquier esfuerzo por mi parte para hacer esto, incluso
una receta para el resfriado, lo más probable es que daría la impresión de estar
demasiado trillada. Sencillamente, imagínatelo.

Si no crees que puedes mejorar, sustituye tus creencias negativas por


otras positivas. Si estás solo, únete a un club, visita una página de
Internet de encuentros y busca la adecuada comunidad espiritual. Si
estás estresado en el trabajo, renuncia a él y búscate otro mejor. Si te
sientes creativamente frustrado, empieza a crear. Si estás sin un
céntimo, gana más dinero. Si eres pesimista, conviértete en optimista. Si
eres infeliz, sé más feliz. Si te sientes estresado, relájate.

Para mí es fácil decirlo.


Tanto si estás intentando recuperar la salud como si quieres prevenir la
enfermedad hasta que mueras de viejo, el proceso es el mismo. En la parte tres
de este libro, voy a enseñarte las seis etapas para curarte a ti mismo, de forma
que puedas prescribirte tu propia receta. (No te preocupes, no es necesario
que tengas ninguna formación en medicina.)
Recuerda, no estoy insinuando que abandones a tu médico. Deberías
aprovechar todo lo que la medicina moderna tiene para ofrecer como
complemento de tu receta de autocuración. No recomendaría que te saltases
esa intervención de apendicitis o el antibiótico para una infección grave.
Aunque escribir tu propia prescripción realmente aumentará la capacidad de
tu cuerpo para repararse por sí mismo cuando algo funcione mal, por nada
del mundo quiero que pongas tu vida en peligro por retrasar un tratamiento
si sufres una enfermedad potencialmente mortal.
Dicho lo anterior, te recomiendo encarecidamente este proceso como
tratamiento complementario, junto con cualquier plan de tratamiento que
hayas acordado con profesionales sanitarios competentes, con el fin de
acelerar tu recuperación, garantizar un resultado óptimo y poner a punto tu
cuerpo para la remisión de la enfermedad.
Ten en cuenta que lo que estoy a punto de enseñarte funciona mejor para
la prevención de enfermedades y para los trastornos crónicos de salud —no es
para urgencias—. Asimismo, se trata de una forma infalible de potenciar tu
vitalidad, tu felicidad y tu esperanza de vida. Tanto si estás enfermo, y esperas
que algún día puedas dejar tu medicación diaria, como si estás técnicamente
«bien», pero no te sientes todo lo vital que podrías estar o anhelas con todas
tus fuerzas optimizar tu ya buena salud, te garantizo que La Receta que estás a
punto de escribir va a cambiar tu vida.
Aunque supera el ámbito de este libro, para aquellos que buscan alcanzar
una salud óptima vale la pena mencionar que hay consejos de medicina
holística y preventiva que tu médico convencional no te plantearía. Aunque la
intención principal del plan de tratamiento que estás a punto de crear es sanar
tu mente, no es suficiente cuidar sólo la mente si tu objetivo es gozar de una
óptima salud. Puedes cambiar tus creencias de negativas a positivas, aliviar la
soledad, eliminar el estrés laboral y económico y tratar tu depresión y
ansiedad, pero si sigues bebiendo, fumando y cenando comidas precocinadas
para microondas, no te vas a curar. No sólo es la mente la que necesita la
nutrición adecuada para la correcta actividad cerebral, las endorfinas de la
práctica de ejercicio con regularidad y el descanso de un buen sueño
nocturno, tu cuerpo también necesita ser nutrido y protegido de los riesgos de
nuestro medio ambiente.
Cuando los pacientes, en un intento de curarse a sí mismos de una
enfermedad «crónica» o «incurable», buscan mi orientación, siempre les
recomiendo tomar zumo de verduras como complemento alimenticio diario,
comer tantos alimentos crudos como puedan (¡hazte vegetariano!), reducir la
carne o al menos elegir los productos animales de forma inteligente, eliminar
los alimentos elaborados, añadir a la dieta los «superalimentos», como las
algas clorela, espirulina y otras algas comestibles y hierba de trigo, tomar un
complejo multivitamínico y eliminar o reducir el azúcar blanco refinado, el
gluten, la cafeína, el alcohol, el tabaco y las drogas ilegales. Bajo las directrices
de mi maestra en alimentos crudos, Tricia Barrett, yo personalmente hago
una limpieza depurativa de veintiún días con alimentos crudos y zumos
vegetales una vez cada tres meses como medicina preventiva y recomiendo
esta limpieza a cualquiera que esté tratando de recuperarse de una
enfermedad. (Para más detalles sabrosos sobre cómo utilizar la alimentación
como medicina preventiva, visita la página web, JuiceDietCleanse.com o lee
Crazy Sexy Diet de Kris Carr.)
También te recomiendo optimizar la bioquímica de tu cuerpo visitando a
un médico consciente, con mentalidad abierta que practique la medicina
funcional o la medicina integrativa, con experiencia en el equilibrio y
optimización de las hormonas y neurotransmisores del organismo y que
utilice sustancias naturales que refuercen tu sistema inmunitario y potencien
los poderes naturales de curación del cuerpo.
Creo también que el entorno en el que vives influye en tu salud. ¿Vives
una vida «ecológica»? ¿Estás expuesto a las sustancias químicas nocivas de los
plásticos, pesticidas, plomo, sustancias tóxicas del hogar, el moho o el
amianto? La Organización Mundial de la Salud señala que el 24 por ciento de
las enfermedades a nivel mundial están causadas por exposiciones
medioambientales que se podrían evitar. Calcula que el 33 por ciento de las
enfermedades en niños menores de cinco años derivan de dichas exposiciones
y propone como principio que hacer frente a estos problemas
medioambientales podría salvar unos cuatro millones de vidas al año, sólo
contando los niños, la mayoría de países desarrollados.9
Claro que puedes hacerlo todo bien cuando se trata de alimentar a tu
mente, pero si tu cuerpo está lleno de veneno, ya sea derivado de tu
alimentación, de lo que bebes o de tu medio ambiente, una mente sana no
será suficiente para contrarrestar el daño que estás infligiendo a tu cuerpo.
Otros abordan estos problemas de forma más detallada, pero lo que yo
voy a exponer aquí es un proceso de seis etapas para saber cómo escuchar a tu
cuerpo, diagnosticar la raíz de lo que podría estar causando o empeorando tu
enfermedad y crear un plan de tratamiento para ti mismo, con la intención de
reducir las respuestas al estrés e inducir las respuestas a la relajación para
devolver al cuerpo su capacidad innata para curarse a sí mismo. ¿Estás
preparado para escribir tu propia Receta?

1«Easy Ways to Take the Edge Off», ABC News Video, 22 de abril de 2009,
http://abcnews.go.com/video/playerIndex?id=7392433.

2«Eliciting the Relaxation Response», Benson-Henry Institute for Mind Body Medicine, Massachusetts
General Hospital [consulta: 15 de mayo de 2012],
http://www.massgeneral.org/bhi/basics/eliciting_rr.aspx.
3Richard J. Davidson y otros, «Alterations in Brain and Immune Function Produced by Mindfulness
Meditation», Psychosomatic Medicine 65, n.º 4 (julio/agosto de 2003): 564–70.

4Bonnie Horrigan, «Meditation Reduces Pain Scores», Explore: The Journal of Science and Healing 7, n.º
4 (julio/agosto de 2011): 215–16; R. Manocha y otros, «A Randomized, Controlled Trial of Meditation
for Work Stress, Anxiety and Depressed Mood in Full-Time Workers», Evidence-Based Complementary
and Alternative Medicine (7 de junio de 2011); W. P. Smith, W. C. Compton y W. B. West, «Meditation
as an Adjunct to a Happiness Enhancement Program», Journal of Clinical Psychology 51, n.º 2 (marzo
de 1995): 269–73; A. Nesvold y otros, «Increased Heart Rate Variability during Nondirective
Meditation», European Journal of Preventive Cardiology 19, n.º 4 (agosto de 2012): 773–80; F. Zeidan y
otros, «Mindfulness Meditation Improves Cognition: Evidence of Brief Mental Training»,
Consciousness and Cognition 19, n.º 2 (10 de junio de 2010): 597–605; L. Fortney y M. Taylor,
«Meditation in Medical Practice: A Review of the Evidence and Practice», Primary Care 37, n.º 1 (marzo
de 2010): 81–90; R. Walsh y S. L. Shapiro, «The Meeting of Meditative Disciplines and Western
Psychology: A Mutually Enriching Dialogue», American Psychologist 61, n.º 3 (abril de 2006): 227–39;
Maura Paul-Labrador y otros, «Effects of a Randomized Controlled Trial of Transcendental Meditation
on Components of the Metabolic Syndrome in Subjects with Coronary Heart Disease», Archives of
Internal Medicine 166, n.º 11 (12 de junio de 2006): 1218–24; S. I. Nidich y otros, «A Randomized
Controlled Trial of the Effects of Transcendental Meditation on Quality of Life in Older Breast Cancer
Patients», Integrative Cancer Therapy 8, n.º 3 (septiembre de 2009): 228–34.

5F. Zeidan y otros, «Effects of Brief and Sham Mindfulness Meditation on Mood and Cardiovascular
Variables», Alternative and Complementary Medicine 16, n.º 8 (agosto de 2010): 867–73.

6Término budista que describe la existencia de pensamientos de manera indisciplinada de la mente. (N.
de la T.)

7Ann MacDonald, «Using the Relaxation Response to Reduce Stress», Harvard Health Publications, 10
de noviembre de 2010, http://www.health.harvard.edu/blog/using-the-relaxation-response-to-reduce-
stress-20101110780.

8Jeffery A. Dusek y otros, «Genomic Counter-Stress Changes Induced by the Relaxation Response»,
PLoS ONE 3, n.º 7 (julio de 2008).

9«Almost a Quarter of All Disease Caused by Environmental Exposure», World Health Organization,
16 de junio de 2006, http://www.who.int/mediacentre/news/releases/2006 /pr32/en/index.html.
PARTE TRES

ESCRIBE LA RECETA
9

El autocuidado radical

«El cuerpo dice lo que las palabras no pueden.»


MARTHA GRAHAM

Durante muchos años he actuado guiándome por una hipótesis falsa. He


pasado doce años de mi vida formándome para llegar a ser médico,
supuestamente para saber más que mis pacientes sobre su cuerpo. Los
médicos son expertos en el cuerpo, ¿verdad? Me enseñaron que los pacientes
acuden al médico porque no funcionan bien y es de suponer que nosotros
sabemos cómo «arreglarlos».
Criada con un padre médico, pensaba que sólo los médicos curaban a las
personas enfermas. No creía que ellas podían curarse a sí mismas. Como
estudiante de medicina y residente, creía que era mi responsabilidad
diagnosticar lo que no funcionaba en el organismo de una persona y recetar el
tratamiento adecuado. Si mejoraba, me atribuía el mérito, y si no, me
culpabilizaba.
Como médico en ejercicio, sentía el peso de mi trabajo: llevar a cabo las
evaluaciones adecuadas, establecer los diagnósticos correctos y ofrecer los
tratamientos apropiados sin cometer nunca ningún error. Aparte de la
esperanza de que mis pacientes llevarían a cabo ciertas modificaciones de su
estilo de vida como dejar de fumar, practicar ejercicio y seguir una dieta más
saludable, no esperaba demasiado de ellos. Realmente no esperaba que
sanaran sus propios cuerpos. Para esto estaba yo allí.
Pero hace poco tuve la sensación de que podía estar totalmente
equivocada. Después de todo, ¿quién conoce mejor el cuerpo del paciente que
él mismo? Aunque tal vez los médicos conozcan mejor los nombres de las
arterias que hay en la mano o los músculos de la pierna, en ciertos casos, en
especial en los relacionados con el estrés, el paciente es, en realidad, quien
mejor puede diagnosticarse. Quizás en lugar de creer que somos los médicos
los que sabemos qué es lo mejor para el cuerpo, los pacientes deberían ser
quienes diagnosticaran la causa raíz de sus enfermedades y escribieran sus
propias prescripciones sobre lo que necesitaban cambiar en sus vidas.
Tal como mencioné brevemente en el capítulo 4, invité a algunas de mis
pacientes a escribir lo que llamé «La Receta» para sí mismas. Si necesitaban
antibióticos, escribí yo la prescripción de los mismos, si requerían una
mamografía, era yo quien la solicitaba. Pero una vez gestionadas las analíticas,
los fármacos y los procedimientos de diagnóstico que podía necesitar una
paciente, la invitaba a que diera un paso más en su proceso de sanación.
Yo no las dejaba que se las arreglaran por sí solas del todo mientras
escribían La Receta. Muchas manifestaron entusiasmo por participar en su
propia curación, mientras que otras expresaron sus reservas en hacerlo o se
sintieron atemorizadas. Mis pacientes querían que las dirigiera y apoyara
mientras navegaban por el proceso de realizar El Diagnóstico y escribir La
Receta para ellas mismas. Y en este capítulo te guiaré a través del mismo
proceso que utilicé con ellas.
Por supuesto, como médico creo que es mi trabajo solicitar las pruebas
diagnósticas apropiadas e informar a los pacientes acerca de las opciones de
tratamiento disponibles. Herbert Benson promueve la idea de lo que él llama
el «taburete de tres patas» de la curación. Una de las patas del taburete es la
medicación, otra es la cirugía y otros procedimientos médicos y la tercera es
el autocuidado. Su sueño es que algún día la medicina moderna valore las tres
patas del taburete de curación de forma equitativa, alentando a los pacientes a
desempeñar un papel fundamental en el cuidado de su propia salud. Él
sugiere que el tratamiento con el autocuidado, utilizando ejercicios, como la
técnica de la respuesta de relajación de la que hablamos en el capítulo 8,
resolvería el 60-90 por ciento de los problemas que llevan a la gente a la
consulta del médico, dejando las otras dos patas del taburete para completar
la experiencia de la asistencia sanitaria.
Después de lo que he aprendido en el proceso de investigación y redacción
de este libro, voy a jugármela y dar un paso más a partir de la ideas de
Benson. Argumentaría que ni la medicación ni la cirugía deberían ser
propuestas como las dos patas enteras de todo el taburete de la salud; que el
autocuidado, o como yo lo llamo: «el autocuidado radical», debería soportar
mucho más que una tercera parte del peso. En nuestro sistema sanitario
actual, no se hace más que una breve mención del autocuidado, o no se
aborda en absoluto, después de haberse prescrito los medicamentos y
debatido las cirugías.
También el autocuidado del que se habla entre médicos, con frecuencia se
queda corto en abordar la cantidad de cuestiones que contribuyen a la
enfermedad. Los alimentos nutritivos son medicina y el ejercicio es vital. Pero
el tabaco, el alcohol y las drogas ilegales son un veneno. Y las vitaminas llenan
el cuerpo de lo que éste necesita para autorrepararse, aunque estas formas de
autocuidado no son suficientes para contrarrestar los efectos de desencadenar
de forma repetitiva la respuesta al estrés.
Si estás solo, estás atrapado en una relación tóxica, lleno de resentimiento
hacia la gente que te haya podido dañar, engañas a tu pareja, vendes tu alma
al trabajo o te sientes arruinado espiritualmente, no hay cantidad de verduras,
visitas al gimnasio, programas de doce etapas ni vitaminas que vayan a
arreglarlo. El autocuidado radical también implica cosas como establecer
límites, vivir conforme a tu verdad, rodearte de amor y sentido de conexión y
dedicar tiempo a hacer lo que te encanta. Necesitas el autocuidado radical no
sólo en los hábitos de salud, sino también en el resto de aspectos de tu vida.
Ya es hora de un cambio de paradigma en serio, donde los médicos tengan
el papel de formadores, ayudando a los pacientes a optimizar todo lo que la
medicina occidental tiene que ofrecer, enseñándoles sobre nutrición, ejercicio
y otras estrategias de medicina preventiva, a la vez que abordan otras
cuestiones del estilo de vida que pueden contribuir a causar problemas de
salud, como la soledad, el estrés laboral, las preocupaciones económicas y el
pesimismo. También es responsabilidad de los profesionales sanitarios
instruir y alentar a nuestros pacientes a optar por estilos de vida que mejoren
su salud, como la meditación y otras prácticas espirituales, la expresión
creativa, el sexo y las interacciones sociales saludables. Una vez que hacemos
lo posible para diagnosticar, educar y ofrecer cualquier tratamiento de
medicina convencional que elijan los pacientes, los médicos tal vez tenemos
que ocupar el asiento de atrás y dejar al paciente al volante, para actuar más
bien como consultores de confianza que como jefes del cuerpo.
Ahondaré más en cómo los profesionales sanitarios podrían trabajar
juntos para facilitar un proceso como éste, pero antes de hacerlo, dejadme que
me quite mi bata blanca y que os explique mi historia personal, no como
médico, sino como paciente.

Cómo me curé a mí misma


Cuando tenía treinta y tres años de edad, estaba estresada, quemada y vivía en
un estado constante de miedo, ansiedad y agobio. Era extremadamente infeliz
en mi trabajo como socia a tiempo completo en un consultorio de ginecología
y obstetricia, con una carga de cuarenta pacientes al día. Además, tenía
guardias de treinta y seis a setenta y dos horas en el hospital, realizando
intervenciones quirúrgicas y atendiendo partos.
A mi estresante trabajo se sumaba que estaba divorciada por segunda vez,
que el cáncer me había arrebatado a varias personas queridas y que me sentía
profundamente sola y deprimida. Básicamente, mis respuestas al estrés
estaban disparándose durante todo el día y no hubiera sido sorprendente que
mi cuerpo enfermase. Pero en ese momento no me pasó nada.
A los veintitantos años había sido diagnosticada de diversas afecciones de
salud, como hipertensión, arritmias cardíacas, una dolorosa afección genital
denominada vestibulitis vulvar, alergias intensas debilitantes y alteraciones
precancerosas en el cuello uterino.
Estaba tomando siete medicamentos al día, me daban una inyección
semanal para la alergia y me sometieron a una intervención quirúrgica del
cuello del útero. Pero a pesar de todos los fármacos y procedimientos, mi
presión arterial seguía descontrolada, mis alergias eran tan fuertes que apenas
podía salir de casa, no podía tener relaciones sexuales sin sentir como si me
atravesaran con un cuchillo, mis latidos cardíacos parecían un frijol saltarín y
el cuello uterino seguía presentando lesiones precancerosas a pesar de la
cirugía.
En resumen, era un completo desastre, podía sufrir un infarto precoz y
mis médicos no sabían qué hacer conmigo.
Terminé casándome con Matt, el amor de mi vida, y mi salud mejoró en
cierta medida después de enamorarme. Pero seguía atiborrándome de
medicamentos a diario y mi cuerpo distaba bastante de estar bien.
En enero de 2006 me golpeó la «tormenta perfecta» de la que hablaba en la
introducción. Me convertí en madre por primera vez, perdí a mi perro, mi
hermano desarrolló una insuficiencia hepática derivada de un raro efecto
secundario de un antibiótico ordinario y mi padre murió de un tumor
cerebral —todo en dos semanas—. ¡Como para que te hablen de
desencadenar tus respuestas al estrés!
Justo cuando empezaba a levantar cabeza, Matt, que cuidaba a tiempo
completo de nuestra hija recién nacida, se cortó dos dedos de la mano con
una sierra de mesa.
Aunque el cirujano pudo reimplantárselos, mi marido quedó
imposibilitado para cuidar de nuestra hija Siena durante meses. Se desató el
caos en nuestras vidas.
Esta cadena de acontecimientos pusieron mi vida patas arriba, como si
fuera una casa arrancada de sus cimientos en un tornado. Con mis respuestas
al estrés disparadas, no fue sorprendente que mi cuerpo, así como mi estado
mental, volvieran a sufrir un bajón. Me quedé casi paralizada a causa del
dolor psíquico y físico que experimenté. Terminé con la sensación de que
estaba sucumbiendo a presiones que no podía controlar que me empujaban
cada vez más y más abajo hacia un lugar oscuro, como si estuviera atrapada
en las angosturas de un canal de parto, y a duras penas podía respirar.
Pero había un lado positivo. Los traumas que experimenté durante la
«tormenta perfecta» rasgaron la armadura que había llevado puesta para
encajar en el sistema y seguir adelante. Cuando esa grieta me atravesó,
descubrí una parte de mí misma, perdida hacía mucho tiempo, que ahora
denomino mi «luz piloto interna».
Todos tenemos esta parte dentro de nosotros. Tu luz piloto interna es tu
espíritu radiante y chispeante, llámalo tu yo superior, tu conciencia de Cristo,
tu naturaleza de Buda o tu alma. Es esa parte de ti que es un pedazo de
divinidad que aviva tu vida en forma humana. Es ese 100 por ciento
auténtico, que nunca se extingue, esa parte que siempre brilla, aunque a veces
lo hace con menos intensidad y que siempre ilumina el camino de vuelta a la
plenitud, la felicidad y la salud.
Cuando estaba en las profundidades de aquellas angosturas, encontré
dentro de mí un brillo, una sabiduría, un sentido del conocimiento, como una
lamparilla de noche perpetua o una estrella guía. A medida que las presiones
de todos lados crecían en intensidad, la luz crecía en brillo. Y en esos fondos
experimenté un despertar, un regreso a casa, como si yo fuera la hija pródiga,
que al final volvía de nuevo a mi cuerpo después de tantos años de haber
estado fuera.
Mi cuerpo me había estado susurrando durante cerca de una década, pero
había estado ignorando sus susurros, hasta que, para llamar mi atención por
fin, mi cuerpo comenzó a dar gritos. Una vez que empecé a escuchar a mi
cuerpo y a mi luz piloto interna, comencé a conocer cosas de mí misma de las
que ni me había percatado antes. Gané claridad sobre lo que debía estar
haciéndome enfermar, qué necesitaba cambiar en mis relaciones, cómo
necesitaba transformar mi vida y muchas otras modificaciones que sabía que
eran inevitables.
Al enfrentarme a los cambios de vida que sabía que necesitaba hacer,
estaba aterrorizada. Examinar la verdad sobre mi vida fue como estar pisando
el borde de un acantilado mirando hacia abajo, hacia lo desconocido. Tenía
un bebé recién nacido, un marido incapacitado y desempleado
temporalmente, una hipoteca, una deuda en la facultad y ningún plan de
seguridad económica.
Mi actual vida me estaba matando. Cuando el dolor por quedarte en un
lugar supera al miedo por adentrarte en lo desconocido, es cuando das el
salto. Haces lo que sea necesario, aún temblando por la aprensión. Sabía que
si no sanaba mi vida, moriría joven. Como madre primeriza dedicada a mi
familia, tenía mucho por lo que vivir y no estaba dispuesta a que mi deseo de
aferrarme a la ilusión de la seguridad en todos los sentidos me impidiera
hacer los cambios que sabía que tenía que hacer para salvar mi propia vida.
Ahora bien, eso sí, sanarse a uno mismo, no es para los débiles de corazón.
Tuve que armarme de valor y tomar algunas decisiones espantosas. Cuando
reflexiono, me siento orgullosa de mí misma por haber sido tan valiente y
estoy muy agradecida a Matt por saltar desde el metafórico acantilado
conmigo, porque ambos estábamos asustados. Lo arriesgamos todo para
salvar mi vida. Y gracias a Dios que lo hicimos.
Terminé dejando mi trabajo, para lo que tuve que vender mi casa, liquidar
mi plan de pensiones y contratar un seguro carísimo que cubriera cualquier
reclamación, en el caso de que una paciente me demandara por negligencia
profesional en el futuro. Nos trasladamos desde el ajetreado, superpoblado y
caótico San Diego a una pequeña y tranquila ciudad cerca de la costa en el
norte de California, donde estuve dos años lamiéndome mis heridas,
escribiendo, pintando, creando vínculos afectivos con mi hija y sanándome a
mí misma.
Durante ese tiempo, que más tarde llamé los años de «espera y
transformación», gané claridad sobre mi función en la vida, profundicé en mi
relación con mi marido y mi hija, reconecté de una forma rica con una
presencia divina y expresé mi creatividad de diversas maneras. También
dediqué mucho tiempo a estar en contacto con la naturaleza, practiqué yoga,
salí de excursión cada día y volví a conectar con viejos amigos con los que
había perdido el contacto.
Después de dos años apartada del ejercicio de la medicina, empecé a sentir
de nuevo el tirón de servir a los demás, de cumplir mi función de sanadora.
Pero me causaba inquietud el hecho de poner de nuevo en riesgo mi salud.
Me ofrecieron un trabajo en un consultorio de medicina integrativa en la
zona de la bahía de San Francisco, aunque inicialmente fui reacia a aceptarlo
porque la última cosa que quería era dejar mi paraíso en el campo y volver a
mudarme a una gran ciudad.
Pero el encantador médico a cargo de la consulta de medicina integrativa
me ofreció el mundo: todo el tiempo que quisiera para estar con mis
pacientes, la oportunidad de utilizar el bonito y sanador espacio para dirigir
talleres, una invitación para hacer una exposición de mi obra artística y rienda
suelta para crear una práctica sagrada de acuerdo con mi corazón de
sanadora. Me encendí como un árbol de Navidad y aproveché la oportunidad.
Matt y yo encontramos un lugar tranquilo en la costa cerca del Golden
Gate, donde podía vivir lejos de la civilización, justo donde las secuoyas y las
montañas se unen con el océano. Había encontrado el cielo y estaba sólo a
veinte minutos en coche, por la espectacular autopista 1, de mi nuevo empleo.
Vivir en el condado de Marin me llevó más adelante a mi propio camino
de curación. Conocí consejeros espirituales, empecé a tomar gran cantidad de
zumos de verduras, exploré mi yo erótico y subí montañas a diario, todo esto
mientras, de forma simultánea, empecé a escribir un blog y a descubrir el
grupo de personas comprometidas con el autocuidado radical y la curación
del mundo —la gente que había andado buscando toda mi vida—. De
repente, ya no estaba sola. Conocí mi propósito en la vida. Amaba mi trabajo.
El entorno de mi hogar era una medicina para mí. Estaba enamorada. Y era
más feliz de lo que nunca había sido en mi vida.
Uno por uno, fui dejando casi todos los medicamentos que tomaba y mis
trastornos de salud se resolvieron por completo o mejoraron de forma
drástica. Hoy en día sólo tomo la mitad de la dosis de uno de mis fármacos, ya
no me administran la inyección semanal para las alergias, el cuello del útero
ha vuelto a la normalidad sin necesidad de ninguna otra intervención
quirúrgica, ya no padezco de ninguna dolencia genital, ha desaparecido la
arritmia cardíaca y se ha normalizado mi presión arterial. Como un extra, me
he liberado de nueve kilos de peso de infelicidad, he conseguido levantar mi
estado de ánimo, que ha pasado de la depresión a frecuentes episodios de
felicidad, me he cargado de energía, he cumplido muchos sueños de la niñez,
llenado la vida con amor y terminado con más abundancia económica que
cuando trabajaba a tiempo completo en mi antigua consulta. (Consulta el
anexo C para ver los pormenores de La Receta que escribí para mí misma.)
Mis médicos estaban atónitos. Con poca ayuda por su parte, me había
curado a mí misma de afecciones con las que todos los anteriores
tratamientos médicos convencionales habían fracasado. Una médica me dijo
que acababa de añadir treinta años a mi vida. (También me dijo que parecía
diez años más joven. No la creí hasta la noche en la que me pidieron mi
documento de identidad para verificar mi edad al pedir una copa de vino.)
¿Cómo me sané a mí misma? Aunque también hice cambios en mi
alimentación y una pauta de ejercicio, doy el mérito a la sanación de mi
mente. Creo que la tuya también tiene el poder de que sanes.

Dejar el cuerpo a punto para los milagros


Aunque mi historia puede sonarte extraña, quiero que entiendas que esto no
es metafísica de andar por casa, estoy hablando de aquí. Es simple
bioquímica. A mi juicio, la mayoría de mis enfermedades estaban
relacionadas con el estrés, por lo que, haciendo cambios en mi vida que
aliviaran los estragos de las repetidas respuestas al estrés y sustituyendo estas
respuestas por las de la relajación, se alteró la fisiología de mi organismo.
No fue una tarea fácil. Para sanar tuve que embarcarme en un proceso
desgarrador de diagnóstico de las causas raíz de por qué mi cuerpo se estaba
comportando mal. (Pista: no sólo era la hipertensión, un virus en el cuello
uterino o la liberación de histamina al torrente sanguíneo.) Armada con la
espantosa verdad sobre cuáles eran las opciones de mi vida personal que se
estaban traduciendo en enfermedad, me receté a mí misma cambios en la vida
encaminados a transformar mi cuerpo, para pasar de un constante ataque por
parte de la respuesta al estrés a un estado de relajación fisiológica.
Tampoco es suficiente saber meramente lo que es necesario cambiar. La
parte más dura del proceso es tener las agallas para hacer en realidad lo que
sabes que necesitas hacer. Cuando estás feliz, relajado y sin estrés, el cuerpo
puede lograr increíbles, incluso milagrosas hazañas de autorreparación. Y en
este estado de relajación, se arreglan los errores del ADN, las enzimas
catalizan los procesos de reparación, las células del sistema inmunitario están
ocupadas zampándose los agentes infecciosos, los radicales libres se van de
paseo y las células de reparación salen al rescate. El cuerpo es un milagro a
punto de ocurrir sólo si optimizamos su capacidad para que haga lo que está
programado para hacer de forma innata.
Ahora entiendo que ésta es la manera en que funciona el cuerpo. Cuando
los aspectos de nuestras vidas son poco saludables, se desencadenan las
respuestas al estrés y el cuerpo empieza a hablar con nosotros en susurros. Si
escuchamos estos susurros, aprovechamos la verdad de lo que él nos está
diciendo y ponemos en marcha los cambios que reducen las respuestas al
estrés e inducen las respuestas a la relajación, podemos evitar que los susurros
se conviertan en enfermedades en toda regla.
Pero si ignoramos estos susurros —o estamos tan desvinculados de
nuestros cuerpos que ni siquiera los oímos—, el cuerpo comienza a dar gritos.
Lo que comenzó como un dolor de cabeza se convierte en un ictus. Lo que
empezó como una ligera presión en el pecho termina siendo un infarto. Lo
que simplemente es el sonido de la sangre corriendo en tus oídos pasa a ser
un aneurisma.
¿Cuándo vamos a empezar a escuchar los susurros del cuerpo antes de que
éste se quebrante? Te ruego que empieces a escuchar. ¿Está tu cuerpo
susurrándote o ya ha comenzado a gritar? ¿Estás preparado para embarcarte
en un viaje de autosanación de ti mismo?
Podrías estar pensando: ¡Claro, Lissa puede diagnosticar la verdadera
causa de su enfermedad y escribir su propia receta, ya que ella es médico!
Pero te prometo que tienes todo lo necesario para hacer esto por ti mismo.
Si estás preparado y dispuesto, yo estoy aquí para enseñarte cómo hacerlo en
casa.
Si has hecho lo posible para optimizar la medicina convencional y sigues
estando enfermo, quieres eliminar los efectos secundarios tratando de dejar
de tomar algunos de tus medicamentos, esperas evitar una intervención
quirúrgica no urgente, intentas conseguir un objetivo de salud, como perder
peso, o estás de algún otro modo motivado para sanar tu cuerpo y tu vida,
súbete al tren de la curación para poner a tu cuerpo en la forma óptima para
que se cure a sí mismo. ¡Todos al tren!
El mojón de salud integral
Para ayudar a mis pacientes a determinar qué factores de la vida podían estar
propiciando sus trastornos de salud, creé un modelo de diagnóstico y
tratamiento para el bienestar al que llamo «el mojón de salud vintegral». Está
basado en los hallazgos de mi investigación, que incorpora no sólo cómo la
mente puede curar o dañar al cuerpo, sino también los factores físicos y
medioambientales que contribuyen a la salud integral. (Presenté el mojón de
salud integral en una charla que di en el año 2011, «La chocante verdad sobre
tu salud.»)

En mi formación como médico me presentaron diversos modelos de


bienestar: gráficos de sectores y pirámides sobre nutrición, ejercicio, salud
social, salud mental, etc. La mayoría de los modelos incluían el cuerpo como
el cimiento sobre el que se construye todo en la vida. Pero siempre me había
dado la sensación de que algo no encajaba en estos modelos. No sólo me
preguntaba si el cuerpo era la base sobre la que se construía todo lo demás,
sino que tampoco me identificaba con poder sacar piezas del bienestar como
si cortara una tajada de pastel. Me imaginaba algo más entrelazado, donde
todos los aspectos de la salud estuvieran interrelacionados y el cuerpo fuera la
suma total del equilibrio de todos esos aspectos de una vida totalmente
saludable.
Tuve la primera visión de un nuevo modelo de bienestar cuando estaba
haciendo una excursión por un sendero de la costa, cerca de mi querido hogar
en el norte de California. Como artista, siempre me habían encantado los
mojones: esos montones de piedras apiladas en equilibrio que pueden verse
adornando las playas y marcando las rutas de senderismo y los lugares
sagrados. Me gusta su inspiración zen, pero sobre todo su fortaleza y
fragilidad. Un mojón bien construido puede resistir que las olas rompan
sobre él, pero si se mueve una sola piedra del punto de equilibrio, todo el
conjunto se viene abajo. Todas las piedras dependen unas de las otras para la
estabilidad del conjunto.
Como un mojón, el cuerpo es impresionantemente fuerte y resistente, y a
la vez frágil y fácil de desequilibrar. Si la salud integral es un montón de
piedras en equilibrio, el cuerpo es la piedra que culmina la pila, la más
precaria, la más susceptible de caer si otras piedras se mueven. Y tal como
aprendí en el viaje de mi propia autosanación, la piedra de la base, sobre la
que se construye todo lo demás, es tu luz piloto interna, ese conocimiento
interno, la sabiduría curativa de tu cuerpo y alma que sabe qué es lo que es
verdad para ti y te guía en tu propia forma singular, de vuelta hacia una mejor
salud.
Los demás factores que contribuyen a influir en las relaciones sanas, el
objetivo laboral y en la vida, la creatividad, la espiritualidad, la sexualidad, el
dinero, la salud mental y el entorno descansan sobre la luz piloto interna. En
la mismísima cima del mojón de salud integral es donde descansa el cuerpo
físico. El mojón de salud integral está rodeado de una «burbuja curativa» de
amor, gratitud, servicio y placer, burbuja que es el pegamento que yo creo que
mantiene este todo en equilibrio. El amor y la compasión, no sólo hacia los
seres queridos de la familia, amigos y los profesionales de la salud, sino
especialmente hacia ti mismo, son primordiales cuando te embarcas en un
viaje de autosanación. El amor abre tu corazón, triunfa sobre el miedo y
allana el camino hacia la sanación en todos los aspectos de tu vida.
La gratitud también es importante. Sin gratitud sólo puedes centrarte en lo
que te falta en la vida, más que en lo que aprecias. Cuando esto sucede,
puedes precipitarte hacia el agobio y el desespero, lo cual no hace más que
incrementar las respuestas al estrés. Tienes que llenar tu vaso y apreciar lo que
ya tienes antes de enfrentarte a la verdad de lo que no funciona y lo que sería
necesario cambiar. La gratitud te mantiene optimista y, tal como hemos visto,
las pruebas demuestran que el optimismo mejora la salud. Cuando te centras
en la gratitud, las cosas positivas fluyen con mayor facilidad, haciéndote aún
más agradecido. Siempre y cuando mantengas lleno tu vaso de gratitud,
evitarás zambullidas insalubres en lugares oscuros.
El servicio es otra parte de la burbuja curativa. Dedicar nuestras vidas a
servir al mundo nos conecta a los demás y nos recuerda que debemos
enfocarnos en algo mayor que en nosotros mismos. Cami Walker, autora de
29 Gifts, trató su esclerosis múltiple con la práctica de dar un regalo a diario
durante veintinueve días, lo que provocó todo un movimiento. (Únete a otros
que están haciendo esto en 29Gifts.org.) Comprometer tu vida a servir y sanar
a los demás, incluso con pequeñas cosas, puede ser una medicina a lo grande
para el cuerpo, la mente y el alma.
Y el placer simplemente añade a la cosa más diversión, a la vez que reaviva
el cuerpo con hormonas inductoras de la salud como las endorfinas, la
dopamina, el óxido nítrico y la oxitocina. El proceso de sanación, aunque a
veces asusta, debería ser placentero, así que asegúrate de añadir una dosis de
risa, placeres sensuales, jocosidad y diversión.
Cada piedra del mojón de salud integral es fundamental para el proceso de
sanación y la burbuja curativa contribuye al medio de cultivo hormonal
saludable que proporciona la placa de Petri correcta que cambia nuestras
mentes para permitir la curación de nuestras células. Ten en cuenta lo
importante que es mantener nuestro parloteo interno positivo durante este
proceso. Si dejas a tu crítico interno (a quien yo llamo: el «Gremlin») que
trate de marcarte en el cuidado de tu cuerpo, sencillamente no funciona. Si
estás constantemente diciéndote a ti mismo lo gordo, feo, adicto, poco
cumplidor, enfermo, cojo, indisciplinado o inútil que eres, este proceso
simplemente no va a funcionar. Tienes que practicar la amabilidad radical
hacia ti mismo, o perderás la esperanza y caerás en malos hábitos.
La única manera de sanar realmente es participar en el autocuidado
radical, nacido del genuino amor y compasión por ti mismo. Escuchar la
sabia y cariñosa voz de tu luz piloto interna te ayudará a hacerlo. Cuando
aprendas a enviar a tu Gremlin fuera, encontrarás que tú eres tu mejor amigo,
y si confías en la cómplice voz de tu verdad, tu cuerpo se relajará y tus
mecanismos de autorreparación serán capaces de surtir efecto.
La mayoría de los modelos de bienestar enseñan que el cuerpo es la base
de todo en la vida, que sin un cuerpo sano, todo lo demás sufre. Pero es justo
al revés. El cuerpo no es el fundamento de tu salud. El cuerpo es la
manifestación física de la suma de tus experiencias de vida. Cuando tu vida
no está alineada con tu luz piloto interna y las piedras de tu mojón de salud
integral se desequilibran, tu mente se estresa y, con la mente bajo los efectos
del estrés, el cuerpo sufre. La buena noticia es que si no estás sano del todo
puedes hacer cambios que afecten profundamente a la salud de tu cuerpo.
Como doctorando de la Universidad de California en Berkeley, Kelly A.
Turner, fascinada por aquellos que experimentaban curaciones espontáneas,
decidió viajar por el mundo entrevistando a dos grupos de personas: los
pacientes que habían experimentado una remisión inexplicable del cáncer y
los sanadores de medicina no alopática que, a menudo, habían ayudado a este
grupo de pacientes a quienes, por otro lado, la clase médica había sido
incapaz de ayudar.
Setenta entrevistas en lugares como Brasil, China, la India, Inglaterra,
Irlanda, Japón, Estados Unidos, Nueva Zelanda, Tailandia, Zambia y
Zimbabue se tradujeron en más de tres mil páginas de transcripciones que
después ella analizó para sacar los temas recurrentes. Identificó más de
setenta y cinco «tratamientos» para el cáncer, seis de los cuales eran «muy
frecuentes» entre los setenta pacientes.

SEIS TRATAMIENTOS QUE POTENCIAN LA


AUTOCURACIÓN
(Recopilado de la tesis doctoral de Kelly A. Turner)1
• Cambia tu alimentación. La mayoría de los entrevistados reconocían el cambio de dieta como un
potente instrumento para la autocuración. La mayoría recomendaron tomar una alimentación basada
principalmente en verduras ecológicas, frutas, cereales y judías, así como eliminar la carne, el azúcar, la
leche y cereales no integrales.
• Experimenta una espiritualidad cada vez más profunda. Muchos de los entrevistados por Turner
explicaron tener una sensación interior de energía divina y de amor.
• Siente amor/alegría/felicidad. Otros atribuyeron al amor y a la felicidad crecientes en sus vidas la
capacidad de autosanación.
• Liberate de emociones represoras. Muchos entrevistados creyeron que era saludable liberarse de
cualquier emoción negativa que hubieran estado albergando, como el miedo, la ira o la pena.
• Toma plantas medicinales o vitaminas. Los entrevistados de Turner tomaban varias formas de
complementos alimenticios con la creencia de que les ayudarían a desintoxicar el cuerpo y/o a reforzar su
sistema inmunitario.
• Usa la intuición. Ellos hablaban de la importancia de seguir su intuición en cuanto a las decisiones sobre
su tratamiento.

Éstas son las clases de cambios de vida que pueden permitirte o no luchar
contra el cáncer y contra cualquier enfermedad.

Una invitación a la curación


No tienes que esperar hasta que tu cuerpo empiece a gritar con alguna
enfermedad potencialmente mortal para realizar este tipo de cambios de vida.
En el próximo capítulo voy a enseñarte un proceso de seis etapas que yo
utilizo con pacientes que han experimentado remisiones espontáneas que sólo
pueden explicarse por los procesos que te he enseñado hasta este punto en
este libro. Este proceso está basado en lo que aprendí de los datos científicos,
y los resultados son espectaculares: no únicamente porque supone
importantes cambios en la salud y en la felicidad, sino en la transformación
de la vida entera.
Antes de pasar al proceso de las seis etapas, he de advertirte que la
mayoría de mis pacientes lloran. Muchas personas, al atravesar este proceso,
descubren puntos ocultos que pueden tener desde hace años y que pueden
dar como resultado profundas reflexiones, sombras psicológicas del pasado,
dolor en el presente y preocupación por el futuro. Asimismo, los Gremlins de
las dudas, las críticas y el odio hacia uno mismo también pueden levantar sus
feas cabezas. Tal como he dicho, la autocuración no es para los débiles de
corazón.
¿Por qué deberías pasar por lo que podría ser un proceso incómodo?
Porque a menudo tienes que romper algo para salir de algo. Este proceso te
ofrece la oportunidad de renacer. Como cantaba Cat Stevens, que cambió su
nombre por el de Yusuf Islam: «Para ser lo que debes, debes dejar lo que
eres».
Si te sientes lo suficientemente audaz para hacer frente a la verdad acerca
de ti mismo, tu vida y tu enfermedad, tendrás la oportunidad de abrir los ojos
a la dicha que proporciona vivir acorde con tu luz piloto interna. Y cuando lo
haces, te relajas, disparas los mecanismos de autorreparación y dejas el cuerpo
preparado para los milagros. Recuerda: cualquier cosa es posible.
Pero si no estás preparado para esto, no te preocupes. Ya has aprendido
mucho sobre lo que podrías ser capaz de cambiar en tu vida para optimizar tu
salud, y si éste no es el momento de cavar más hondo, no pasa nada. Ve en
paz y es posible que encuentres tu salud óptima de tu propia manera.
Si no obstante estas preparado para profundizar más, quiero alentarte a
buscar el apoyo de alguien en quien confíes, con quien puedas compartir lo
que podría llegarte. Idealmente, sería alguien con formación y experiencia en
el proceso de ayudar a la gente a navegar a través de los problemas
emocionales que puedan surgir, como un terapeuta, un orientador
psicológico, un psiquiatra, un consejero espiritual o un coach personal. O bien
una persona graduada del Whole Health Medicine Institute
(WholeHealthMedicineInstitute.com), donde los profesionales sanitarios
están entrenados para ayudarte a navegar a través de las seis etapas de la
autocuración descritas en este libro.
Tal como explicamos en el capítulo 3, nadie debería pasar por el viaje de la
curación solo, especialmente cuando estamos hablando de curar la mente.
Ten en cuenta que los términos como «sánate a ti mismo» y
«autosanación» son poco apropiados, porque llevan implícito que tú puedes
hacer todo esto por ti mismo. Deberíamos llamarlos probablemente «sanar al
cuerpo con la mente» o «sanación cuerpo y mente», pero ésa es una forma
engorrosa de llamarlos. He ayudado a suficiente gente a través de este proceso
como para asegurarte que resulta más eficaz y placentero si se hace con
alguien.
Aunque me encantaría sugerir que cuentes con la ayuda de tu médico, a
menos que tu seguro de salud no cubra a ese médico y no sea capaz de
dedicarte mucho tiempo, te recomiendo que busques a alguien que pueda
dedicar más de siete minutos a tu proceso de sanación. La realidad es que por
mucho que quieran ayudarte en tu viaje emocionalmente, la mayoría de
médicos no tienen el tiempo que necesitarías. Estarás en mejor situación si
encuentras a alguien que pueda pasar una hora entera contigo con bastante
frecuencia, alguien como un terapeuta o un coach de salud o personal. Pero si
se lo explicas a tu médico, y éste se aviene a ello, mejor para ti. No hay nada
que me haría más feliz.
Créeme. Si decides leer el siguiente capítulo y realizar el proceso por ti
mismo, encuentra a alguien que esté contigo, alguien que pueda permitir que
tu experiencia sea tu experiencia, sin proyectarte sus propios miedos,
limitándote con creencias y experiencias vitales. Asegúrate de que sientes la
confianza, ausencia de ser juzgado, seguridad y la atención nutricia para que
si es necesario puedas venirte abajo, sabiendo que alguien estará allí para
volverte a recomponer de nuevo.
También quiero alentarte a ser infinitamente compasivo contigo mismo
durante este proceso. Esto no es una excusa para que te castigues o te
avergüences. Es una oportunidad para iluminar lo que podría yacer en la raíz
de tu enfermedad para que puedas hacer los cambios en tu vida dirigidos a
optimizar las oportunidades de tu cuerpo de sentirte vital. Como no puedo
estar contigo, has de saber que lo estoy de forma cósmica en espíritu y que
estás acogido en el amor divino, en la más alta vibración posible, con un
corazón abierto y la fe de que puedes hacer esto.
No tienes nada que temer y todo por ganar. Todo lo que necesitas ya está
dentro de ti en este preciso momento. Yo sólo voy a sostener un espejo para
que puedas ver lo que está bien dentro de ti. Las respuestas se encuentran en
tu interior.

1Kelly Ann Turner, «Spontaneous Remission of Cancer: Theories from Healers, Physicians, and Cancer
Survivors», otoño de 2010, http://www.shuniyahealing.com/offer /research.html.
10

Las seis etapas para


sanarte a ti mismo

«Se supone que es un secreto profesional,


pero te lo diré de todos modos.
Nosotros, los médicos, no hacemos nada.
Sólo ayudamos y alentamos al médico interior.»
DOCTOR ALBERT SCHWEITZER

Antes de empezar quiero hacer una puntualización final. En todo este libro he
utilizado las palabras sanar y curar de forma intercambiable. Cuando
hablamos de «sanar» una fractura, normalmente queremos decir «curar» una
fractura (el hueso roto se regenera en su conjunto). En este ejemplo
significarían lo mismo. Pero en inglés heal tiene dos acepciones: «curar» y
«volver a sentirse completo». De ahora en adelante, cuando utilice el término
curar, me referiré a la segunda acepción: «el regreso a la plenitud».
Existe una diferencia entre curación y este tipo de sanación. Puedes
curarte sin ser sanado y puedes sanar sin ser curado. En un mundo perfecto,
el proceso en el que estás a punto de embarcar te curará y también te
devolverá a la plenitud. Pero no puedo asegurarte que vas a curarte. Lo que sí
te garantizo es que, si te embarcas en este proceso con el apoyo de las
personas adecuadas, terminarás sano y completo, aunque no estés curado.
Cuando estás lidiando con una enfermedad, el proceso de estar enfermo
puede representar una oportunidad para el despertar espiritual, y cuando
despertamos, volvemos a nuestro estado natural de plenitud. Este estado de
plenitud coloca la mente y el cuerpo en un estado de relajación óptimo para
que los mecanismos de autorreparación del cuerpo puedan hacer su trabajo lo
mejor posible.
Si éste es el caso, ¿por qué no todo el mundo termina curándose? ¿Por qué
una persona experimenta una remisión espontánea y otra no? Algunos creen
que toda enfermedad es resultado de trastornos del pensamiento, que aunque
tu mente consciente crea que puedes ponerte bien, puedes estar saboteado
por tu mente subconsciente, si esta última no está de acuerdo contigo. Otros
creen que la enfermedad es resultado de pecados cometidos en vidas pasadas,
que deben ser expiados en ésta: esto es el karma. E incluso hay quienes hablan
del destino divino. Y algunos creen que las cosas malas simplemente pasan a
la buena gente y el «porqué» de ello es puro azar.
No estoy aquí para hablar sobre teología o parlotear sobre cosas que no
comprendo por completo, pero tampoco quiero eludir el tema totalmente.
Por lo tanto, ¿cuál es mi respuesta a por qué algunos se curan cuando sanan
sus mentes y otros no? Todo lo que puedo decir es lo siguiente: cuando mis
pacientes han sido valientes, optimistas y han tenido disposición para hacer lo
que hiciera falta para sanar, a veces han ocurrido hazañas aparentemente
milagrosas de autorreparación física. Lo mismo puede pasarte a ti. Así que
¡venga! Tienes todas las de ganar cuando reivindicas quién eres en realidad,
estás de acuerdo con tu verdad y dejas a tu cuerpo preparado para que los
milagros sucedan. Tanto si tu cuerpo se cura como si no, te garantizo que tu
vida va a mejorar si sigues las etapas que estoy a punto de enseñarte. Yo creo
en ti, así que… acompáñame.

LAS SEIS ETAPAS PARA SANARTE A TI MISMO

ETAPA UNO: cree en que puedes sanarte a ti


mismo
Lo que los datos sobre el efecto placebo y nocebo nos enseñaron es que si
estás plagado de creencias negativas y de autosabotaje sobre tu salud, ya sea
de forma consciente o inconsciente, cualquier intento de sanarte a ti mismo
va a ser limitado. Lo que tú crees se manifiesta en el cuerpo. Mucha gente cree
que ciertas enfermedades son incurables, terminales o crónicas, pero ¿y si
estas creencias son sencillamente falsas?
Durante mucho tiempo la gente creyó que era fisiológicamente imposible
para el ser humano correr una milla, poco más de un kilómetro y medio, en
menos de cuatro minutos. Mientras todos creyeron que esto era cierto, nadie
corrió nunca una milla en menos de cuatro minutos. Luego sucedió algo
radical.
En 1954, Roger Bannister probó que los fisiólogos estaban equivocados al
correr la milla en tres minutos y cincuenta y nueve segundos por primera vez
en la historia. De repente, la creencia mundial de que correr una milla en
menos de cuatro minutos era fisiológicamente imposible desapareció. Poco
después varios corredores más corrieron la milla en menos de cuatro
minutos. En una famosa carrera, sólo cuarenta y seis días más tarde, Roger
Bannister y John Landy corrieron la milla en menos de cuatro minutos; fue
Bannister quien resultó ganador de la carrera.
Antes de ese momento, los atletas estuvieron corriendo cada vez más
rápido, pero la marca de los cuatro minutos parecía que erigía una barrera
fisiológica real que nadie podía superar. Era como si el cuerpo simplemente
no pudiera pasar esta marca porque la mente mantenía esta creencia. Pero tan
pronto como Bannister hizo añicos la creencia, el cuerpo fue capaz de
conseguir la proeza aparentemente milagrosa del atletismo.
Ahora, una vez destrozada la creencia limitante de que era
fisiológicamente imposible, prácticamente todos los atletas que compiten en
un evento a nivel mundial corren la milla en menos de cuatro minutos. El
tiempo récord actual a nivel mundial para la milla es de 3:43:15 minutos, más
de quince segundos por debajo de los cuatro minutos.
¿Y si la creencia de que ciertas enfermedades no pueden curarse es
simplemente una creencia limitante, como la que limitaba a los atletas que
anhelaban romper la barrera de los cuatro minutos para la milla? ¿Qué
pasaría si cambiases esta creencia autosaboteadora y admitieras la posibilidad
de que tú, al igual que las personas cuyos milagros de salud se comunicaron
en el Proyecto de Remisión Espontánea y los pacientes de cáncer que
estudiaba Kelly Turner, pudieras no tener lo que otros consideran una
enfermedad incurable?
Exactamente igual que los atletas que no podían correr la milla en menos
de cuatro minutos —y que luego pudieron—, es posible que tus creencias
estén limitando lo que tu cuerpo puede hacer. Mientras que creas que tu
enfermedad es incurable, esto será una profecía que se hará realidad. Pero ¿y
si simplemente cambiando de idea pudieras alterar tu cerebro y la fisiología
de tu cuerpo de forma simultánea?
Déjame que te invite a que tengas una actitud abierta. Cambia tus
creencias. Deja lugar para lo «imposible». Nunca sabes qué milagros pueden
suceder.
¿Recuerdas los monjes que meditando podían visualizar fuego en su
vientre y aumentar la temperatura de su cuerpo? Tú también puedes cambiar
tu fisiología con el poder de tus pensamientos. Ayuda empezar con la
meditación. Acallando la mente la haces más receptiva a cambiar las
creencias. Trata de utilizar la respuesta a la relajación u otras de las técnicas
de meditación descritas en el capítulo 8. Mientras meditas y tu cuerpo está en
un estado de descanso fisiológico y receptividad, intenta repetirte
afirmaciones positivas. Crea afirmaciones que digan cómo quieres que se
sienta tu cuerpo, como por ejemplo: «Me siento pleno, sano y sin síntomas».
Repite estas afirmaciones durante todo el día.
También puedes tratar de visualizar tu cuerpo sano como si vieras una
película en tu mente. Cierra los ojos, haz unas cuantas respiraciones
profundas y trata de ver tu cuerpo curado de toda enfermedad en tu
imaginación. Sé lo más concreto posible en tu visualización. Observa la
anatomía y la fisiología de tu enfermedad, si es necesario, para que conozcas
cómo es el órgano enfermo cuando está sano. Obsérvate a ti mismo sin la
enfermedad y vital. Percibe las sensaciones. Siente, mira, huele, oye e incluso
saborea tu nueva realidad con todos los detalles que puedas reunir en tu
imaginación. La visualización detallada y las afirmaciones ayudan al cerebro a
crear una impronta con la nueva creencia en la mente subconsciente.
También es importante que seas el guardián de tu cerebro. Es posible que
no te des cuenta del poder de los mensajes que dejamos entrar en nuestro
cerebro. Haz un esfuerzo consciente para evitar los pensamientos negativos
sobre tu salud, como Voy a tener un cáncer igual que mi madre o Soy una
persona con poca salud. Sustituye tus pensamientos negativos conscientes por
afirmaciones positivas. Asimismo, centra tu mente en lo que quieres, no en lo
que no quieres. El subconsciente no procesa la negación, así que cuando le
dices a tu mente: «No quiero creer que estaré enfermo toda mi vida», ella oye:
«Quiero creer que estaré enfermo toda mi vida».
Para ir más allá en el cambio de las creencias al nivel del subconsciente,
considera la posibilidad de técnicas como la hipnoterapia, el Psych-K, la
técnica de liberación emocional (EFT) y la programación neurolingüística
(PNL). La hipnosis elude la mente consciente y hurga directamente en el
subconsciente, permitiendo que las creencias cambien más rápidamente. El
Psych-K sincroniza el lado derecho e izquierdo del cerebro mientras repites
afirmaciones y te sientes dentro del resultado que deseas conseguir. Con la
EFT (también conocida como terapia tapping), has de golpear ligeramente
con la punta de los dedos a lo largo de puntos de digitopresión, a la vez que
repites afirmaciones positivas. Y la PNL se basa en la premisa de que la forma
en que elegimos nuestras palabras refleja nuestro interior y nuestras creencias
subconscientes, así que cambiando nuestras palabras podemos cambiar una
creencia y sanar áreas problemáticas en nuestras vidas. Todas son útiles para
cambiar las creencias limitantes y autosaboteadoras, y reprogramar la mente
subconsciente.

ETAPA DOS: encuentra el apoyo adecuado


Tal como explicamos anteriormente, aunque tu mente tiene el poder de sanar
tu cuerpo, no querrás hacer solo este viaje. No sólo necesitarás un terapeuta,
un coach personal o alguna otra persona que te guíe, sino también querrás
optimizar cualquier posible tratamiento que los médicos o la medicina
moderna tengan para ofrecerte como un complemento para sanar tu mente.
Cuando te embarcas en un viaje de sanación, hace falta una comunidad.
¿Cómo encontrar el equipo adecuado de personas que se sienten alrededor de
tu mesa redonda de sanación? Aquí tienes algunos consejos.

Entrevista a tu equipo. Cuando los cites, haz saber a los profesionales que te
van a ayudar que te gustaría programar una entrevista para estar seguro de
que se trata de la persona adecuada. Si el médico, el terapeuta, el coach
personal u otro profesional sanitario no quiere ser entrevistado, busca a
alguna otra persona que lo acepte. El profesional sanitario adecuado no se
sentirá insultado por tu petición. Pero prepárate para pagar de tu bolsillo esta
entrevista. Es posible que tu seguro médico no lo cubra.

Encuentra profesionales sanitarios que crean en ti. Los datos científicos


sugieren que si los profesionales de la salud creen que te pondrás bien es
mucho más probable que mejores. No dudes en preguntarle simple y
llanamente: «¿Crees que voy a mejorar?» Presta mucha atención a su
respuesta. Si tu médico te lee estadísticas negativas, insiste en que el
pronóstico no es bueno, te etiqueta como «incurable» y en general te
considera un caso sin esperanza, deberías pensar en buscar a otra persona.
Ten en cuenta que como médicos estamos entrenados para ser «realistas»
(alias, «pesimistas»). Pero no temas comunicar tus creencias positivas a tus
médicos. Ofréceles a tus profesionales sanitarios ejemplares de este libro y
pregúntales si están dispuestos a colaborar contigo. Cuando se les invita a
plantear un tratamiento de una enfermedad con optimismo, muchos médicos
cambian de parecer y aprecian el recordatorio de que un pensamiento
positivo no es lo mismo que una falsa esperanza.
Busca profesionales sanitarios que te cuiden de verdad. Ya es hora de
devolver la «asistencia» a la asistencia sanitaria. Eres algo más que un número
de habitación o una parte del cuerpo. Si tu proveedor de salud no puede
tratarte como el completo y fabuloso ser humano que eres, sigue buscando y
encuentra a otro que sí pueda. Hay cantidad de médicos con talento,
protectores, notablemente competentes, con excelentes formas de trato al
paciente, generosos y con un gran corazón esperando justo a un maravilloso
paciente como tú.

Pon tu cuerpo en manos de profesionales dispuestos a colaborar. Si tu


homeópata odia a los médicos y tu médico piensa que tu maestro de reiki es
un curandero, va a ser difícil que ambos hablen el mismo idioma. Si estás
tratando de reunir un equipo que incluya sanadores fuera del ámbito de la
medicina convencional, asegúrate de que todos estén dispuestos y deseen
comunicarse de forma respetuosa con los demás, para que no termines
obteniendo consejos conflictivos que te pueden confundir y ser
absolutamente peligrosos.

Escucha el deseo de tu cuerpo. ¿Qué dice tu instinto visceral cuando estás


con tu profesional sanitario? ¿Te sientes seguro en sus manos? ¿Confías en él?
¿Crees que vas a obtener un valioso consejo médico o experimentas una
extraña vibración? Registra cómo reacciona tu cuerpo. Si te sientes tenso,
constreñido, nervioso, frío, tembloroso o cerrado, es posible que tu cuerpo
quiera decirte algo. Busca sensaciones de apertura, calidez, relajación y calma
en tu cuerpo.

Asegúrate de que tu profesional sanitario respeta tu intuición. Si pones en


duda un tratamiento y expresas tu opinión con respeto y tu intuición no es
respetada, deberías pensar dos veces si éste es el mejor profesional para ti.
Como médicos o terapeutas, nuestro trabajo es presentarte las opciones que
tienes, explicarte sus riesgos y beneficios y dar recomendaciones sobre el
tratamiento, pero al final la elección es tuya al 100 por ciento. Si tu
profesional sanitario se pone hecho una fiera porque tú optas por no seguir
sus recomendaciones, es su problema, no el tuyo. El terapeuta correcto
agradecerá tu opinión, entenderá que tú conoces tu cuerpo mejor que nadie y
respetará tus deseos.

Debes estar dispuesto a firmar una renuncia y a presentar reclamaciones.


En la actual sociedad litigiosa, puede ser que tus profesionales sanitarios, o sus
compañías aseguradoras de riesgos profesionales, te pidan que firmes una
renuncia si optas por declinar el tratamiento que te proponen, pero sigues
queriendo ser un paciente bajo su asistencia. No te lo tomes como algo
personal. Sólo están cubriéndose las espaldas y eso no significa que no apoyen
tu autonomía.

Debes saber que tienes derecho a la mejor atención posible. No vayas


contándote historias sobre que no eres lo suficientemente
bueno/listo/joven/rico/[rellena tú mismo el espacio] para recibir esta clase de
atención médica estelar. Es posible que tengas que pagarla de tu bolsillo para
tenerla, ya que algunos médicos con visión de futuro han optado por salir del
sistema de seguros médicos para ofrecer atención de máxima calidad y más
tiempo a sus pacientes. Pero ¿qué es más importante que tu salud? Puedes
estar seguro de que te mereces la mejor atención médica posible.

ETAPA TRES: escucha a tu cuerpo y a tu


intuición
Tu luz piloto interna, el sabio sanador que albergas en tu interior, es el mejor
amigo de tu cuerpo y siempre sabe exactamente lo que éste necesita. Pero
muchos se han distanciado de forma inconsciente de la sabiduría de su luz
piloto interna. A menudo se debe a que ya no residimos en nuestro propio
cuerpo. En lugar de vivir vidas encarnadas, prestar atención a nuestra sabia
intuición y ser conscientes de los cinco sentidos, nos disociamos. Los médicos
sabemos esto mejor que nadie.
Como médico en prácticas, se esperaba de mí que trabajara casi
continuamente, por lo que no tenía la libertad de dormir cuando estaba
cansada, comer cuando tenía hambre, hacer pis cuando mi vejiga estaba llena,
dejar de operar cuando me dolían los hombros o quedarme en casa y
descansar cuando estaba enferma. Tenía que seguir al pie del cañón,
independientemente de lo que mi cuerpo estuviera diciéndome.
Estaba también demasiado ocupada para escuchar los susurros de mi
saber intuitivo. Mi cuerpo tenía que llegar a gritar antes de que me diera
cuenta de que había perdido el rumbo de mi vida. Como defensa frente a mis
recurrentes dolores y malestar, aprendí a ser un cerebro andante que vivía
una experiencia extracorpórea. Mientras que los médicos, atletas y soldados
pueden ser ejemplos extremos de cómo aprendemos a salir de nuestros
cuerpos para no experimentar ni dolor físico ni emocional, la mayoría de
personas experimentamos un cierto grado de disociación entre el cuerpo y la
mente como una adaptación que más adelante nos pasará factura. Cuando
nos disociamos del cuerpo, no oímos los susurros que éste lanza como signos
de advertencia con la intención de que nos pongamos las pilas.
Pero tú puedes cambiar todo esto. Si tienes problemas para aprovechar la
sabiduría sanadora de tu luz piloto interna, trata de utilizar tu cuerpo como
un brillante punto de acceso a tu intuición sobre qué es lo que ayudaría a
sanarlo. Cuando aprendas a escuchar el saber que el cuerpo comparte
contigo, vas a encontrar todas las respuestas que necesites para saber cómo
realizar tu viaje de autosanación. Percibiendo los susurros de tu cuerpo antes
de que se transformen en gritos rebeldes, también aprenderás cómo prevenir
futuras enfermedades. (Consulta el anexo A para conocer ocho consejos sobre
cómo estar en tu cuerpo.)
Intenta realizar estos ejercicios pensados para ayudarte a aprovechar la
sabiduría de tu luz piloto interna, ya que ésta se comunica a través de nuestro
cuerpo.

Ejercicio: deja que el cuerpo te guíe


1. Quédate en silencio. Dedica unos momentos a estar sentado con los ojos
cerrados.
2. Respira hondo. Nota cómo el tórax se expande y se comprime. Nota la
sensación de cómo el aire toca los orificios nasales al entrar y salir.
3. Percibe cualquier sensación física que experimentes. ¿Sientes dolor?
¿Opresión? ¿Zumbidos? ¿Calor? ¿Frío? ¿Apertura? ¿Constricción?
¿Síntomas físicos de una enfermedad?
4. Pregúntale al cuerpo qué está tratando de comunicarte. Invita a tu luz
piloto interna a responder. Escucha la sabiduría de lo que te llega.
5. Ahora abre los ojos y deja que tu síntoma físico o enfermedad te escriba
una carta. Por ejemplo, si tienes dolor de espalda, deja que tu dolor de
espalda te escriba: «Querido yo: con amor, tu dolor de espalda». Si tienes
cáncer, que sea el cáncer el que te escriba la carta: «Querido yo: con amor,
tu cáncer».
6. Escribe la respuesta. Una vez que tu síntoma físico o tu enfermedad te
haya escrito, respóndele la carta: «Querido dolor de espalda: con amor,
Yo».
7. Deja que tu diálogo de ida y vuelta dure tanto como necesites para
aprender de tu cuerpo. Percibe lo que llegue en las cartas. Ésta es tu luz
piloto interna que te está hablando. Escúchala.
8. Da las gracias al cuerpo por su sabiduría. Prométele que seguiréis en
contacto más a menudo.

Frecuentemente, optamos por ignorar los mensajes que la luz piloto


interna nos envía a través del cuerpo, ya sea porque no estamos escuchando o
porque no nos gusta lo que los mensajes tienen que decir. Al aprovechar esta
sabiduría del cuerpo, es posible que éste ordene cambios y puede ser que no
nos guste oír estos mensajes si aún no estamos preparados para cambiar.
Por ejemplo, una tos persistente puede ser la forma del cuerpo de decirte
que ya es hora de que dejes de fumar, pero si no estás dispuesto a dejarlo, es
probable que te distancies de tu luz piloto interna. Un bulto en el cuello puede
intentar decirte que es el momento de ir al médico, pero si tienes miedo de lo
que vas a oír, puedes ignorarlo, hasta que el bulto crezca tanto que pierdas la
voz. El dolor durante las relaciones sexuales puede ser el modo en el que tu
cuerpo te avisa de que ya no se siente seguro en tu relación de pareja y que
ahora debes tomar otra dirección. Un cáncer o un infarto pueden querer
decirte que ralentices tu vida.
Si los dejas, los síntomas físicos pueden construir un puente entre tú y tu
luz piloto interna. Cuando aprendas a escuchar los matices de lo que la luz
piloto interna te está diciendo, el cuerpo ya no tendrá que manifestar estos
mensajes físicamente y entonces evitarás los síntomas físicos o las
enfermedades graves. Pero si no desarrollas la habilidad de escuchar esta voz
interna, el cuerpo puede ser el guía. Dentro de él, se encuentra la brújula
perfecta que te guiará de vuelta al hogar sólo con escucharla.
Si deseas más consejos sobre cómo aprovechar la sabiduría de tu luz piloto
interna, regístrate en la página InnerPilotLight.com y recibirás un inspirador
mensaje diariamente.

ETAPA CUATRO: diagnostica la causa


primordial
de tu enfermedad
Si tienes una enfermedad, es posible que tu médico ya te haya hecho un
diagnóstico —angina de pecho, enfermedad de Crohn, diabetes, cáncer de
mama, lo que sea—. Como hemos dicho antes, si estás experimentando
síntomas y aún no has visitado a un médico, hazlo pronto. Hemos recorrido
un largo camino en el siglo pasado y la medicina moderna tiene mucho que
ofrecer, por lo que es fundamental averiguar si tu médico puede ofrecerte
opciones de tratamiento convencionales. (Recuerda: siempre puedes
investigar estas opciones y tomar la decisión de rechazar las que te ofrezcan.
Se trata de tu cuerpo, y de tu vida.)
Pero ¿y si has acudido a cinco médicos, tienes una historia clínica de siete
centímetros y medio de grosor y, a pesar de que lo hayan hecho lo mejor que
saben, nadie ha sido capaz de averiguar qué te pasa? Si eres uno de esos
pacientes frustrados a quienes los médicos no son capaces de darles un
diagnóstico, no te desesperes. A veces nuestro diagnóstico está a la vuelta de
la esquina y sólo es cuestión de ver al médico correcto. Pero otras veces
simplemente no existe un diagnóstico médico convencional, lo cual es en
realidad una gran noticia.
No es que tus síntomas estén «todos en tu cabeza», porque claramente
están en tu cuerpo. Pero cuando estás experimentando síntomas que el
médico no puede diagnosticar, suele ser porque son el resultado del disparo
repetido de la respuesta al estrés sin la adecuada respuesta a la relajación que
la contrarreste. La medicina convencional simplemente no dispone de un
diagnóstico cajón de sastre para esta cascada fisiológica de efectos inductores
de síntomas.
Tanto si tienes un diagnóstico tradicional como si estás experimentando
síntomas que nadie puede diagnosticar, o bien estás sano pero interesado en
la salud preventiva, es muy posible que no estés optimizando la capacidad de
tu cuerpo para autorrepararse ni potenciando tus posibilidades de curación.
Aquí es donde entra la próxima etapa de este proceso. La causa de casi todas
las enfermedades, o el empeoramiento de las mismas, es la inducción de la
respuesta al estrés, que aparece en el cuerpo, pero se inicia en la mente.
Aunque puedes mitigar alguna de las respuestas al estrés sin comprender qué
es lo que las ha desencadenado, es mejor que profundices y diagnostiques la
causa fundamental que está disparando estas respuestas al estrés en primer
lugar. Si estás participando de forma activa en actividades para paliar el estrés,
como la meditación, la expresión creativa, el sexo o el ejercicio, pero no
alivias la causa del estrés, no estarás optimizando las posibilidades de
curación de tu cuerpo. Si, en cambio, puedes sanar el problema desde la raíz y
parar la respuesta al estrés en su origen, tendrás muchas más probabilidades
de curarte.
Cuando diagnosticas las causas primordiales de lo que está
desencadenando tus respuestas al estrés, no sólo comprendes mejor cómo tu
cuerpo puede estar sufriendo a raíz de tu mente y cómo puedes prevenir
futuras respuestas al estrés, sino que inicias las respuestas de relajación
naturales que se ha probado que previenen y curan la enfermedad. Recuerda:
la prevención es siempre mejor que el tratamiento, especialmente dado que
algunas manifestaciones del estrés crónico en el cuerpo pueden ser difíciles
(pero no imposibles) de deshacer a posteriori.
Aunque podría ser demasiado tarde para prevenir una enfermedad que ya
te afecta, nunca lo es para reducir las respuestas al estrés y activar las
respuestas a la relajación. A pesar de que los resultados pueden variar y
algunas afecciones responden mejor que otras a las reducciones en las
respuestas al estrés y aumentos de las respuestas a la relajación, cuando
movilizas los mecanismos naturales de autorreparación del cuerpo, cualquier
cosa es posible y la remisión espontánea podría simplemente ocurrir, incluso
en el caso de que te hayan dicho que tu enfermedad es crónica o incurable.
Antes de pasar a una serie de ejercicios para ayudarte a identificar qué es
lo que debe estar desencadenando tus respuestas al estrés, déjame decirte unas
cuantas palabras sobre el reproche, la vergüenza y la culpa, que suelen salir
cada vez que inicias una conversación acerca de las causas fundamentales de
una enfermedad o sugieres que la gente podría tener el poder se curarse a sí
misma. Cuando te digo que dispones de ese poder y cuando te das cuenta de
que algo bajo tu control puede estar causando o empeorando una afección de
salud, puedes enfadarte contigo o conmigo. Como quiero evitar ambos
desenlaces, déjame declarar oficialmente que ésta es una zona sin reproche,
vergüenza ni culpa.
Estar enfermo no significa necesariamente que hayas hecho algo mal.
Tampoco quiere decir que siempre eres la víctima por pura mala suerte. La
verdad reside en el punto medio de estas dos afirmaciones. Está claro que hay
docenas de factores que influyen en por qué una persona se pone enferma y
otra no o en por qué un paciente experimenta una remisión espontánea y otro
sigue estando enfermo. Los factores que contribuyen a ello son, entre otros,
las creencias de la mente consciente y de la mente subconsciente, los
profesionales sanitarios adecuados, la alimentación, los hábitos de
autocuidado, el hecho de sentirse amado y valioso, ser feliz, las prácticas que
inician la respuesta de relajación y los factores espirituales, en los que no voy
a entrar ahora.
Claramente tienes mucho control sobre lo sano que estás. Si eres un
fumador de tres paquetes al día que termina con un cáncer de pulmón, has
estado comiendo en McDonald’s cada día y te da un infarto, has estado
emborrachándote durante treinta años y terminas con una cirrosis hepática, o
bien has estado atrapada en un matrimonio abusivo durante tanto tiempo que
ahora padeces una enfermedad autoinmune, es obvio que las opciones de
estilo de vida están probablemente afectando la salud de tu cuerpo.
Pero hay cosas que también le pasan a tu cuerpo que están totalmente
fuera de tu control. Has nacido con un cromosoma de más. Chocas con un
coche conducido por un borracho. Te mudas, sin saberlo, al lado de un
vertedero de residuos tóxicos. Eres víctima de un tiroteo en un atraco. La
cama elástica sobre la que estás saltando se cierra de golpe y te rompes una
muñeca.
Así es la vida.
Tanto si tu enfermedad se ha originado por fumar demasiado, beber
demasiado, comer en exceso o fue, simple y llanamente, mala suerte, no tiene
sentido reprenderte a ti mismo por hechos pasados que no pueden cambiarse.
Haciéndolo sólo conseguirás desencadenar más respuestas al estrés y
empeorar las cosas.
Pero hay cabida para la responsabilidad personal. Como me dijo una vez
la doctora Christiane Northrup cuando estábamos discutiendo este tema:
«Somos responsables ante nuestra enfermedad, no por nuestra enfermedad».
Estoy de acuerdo con ella. La enfermedad nos ofrece una preciosa
oportunidad para investigar nuestras vidas sin juzgarlas, diagnosticar la causa
principal de qué es lo que podría haber contribuido a contraerla,
reorientarnos espiritualmente y hacer lo que podamos para preparar el
cuerpo para que sucedan los milagros. Cuando se ve con compasión y sin
juzgarla, la enfermedad puede ser una potente oportunidad de crecimiento
personal y despertar espiritual.
Recuerda, antes de empezar con estos ejercicios de diagnóstico, asegúrate
que tienes la ayuda adecuada. Estamos a punto de poner manos a la obra y
ensuciarse si hace falta, y quiero asegurarme de que te sientes seguro, amado y
protegido, no sólo por alguien más, sino especialmente por ti mismo. Con
esto en mente, vamos a adentrarnos en unos cuantos ejercicios que utilizo con
mis pacientes para ayudarlas a diagnosticar las causas principales de lo que
podría estar contribuyendo a una enfermedad.

Ejercicio de diagnóstico n.º 1:


¿qué necesita tu cuerpo para sanar?
1. Cierra los ojos y respira hondo.
2. Accede a la sabiduría de tu luz piloto interna.
3. Pregúntate a ti mismo: «¿Qué necesita mi cuerpo para sanar?»
Posiblemente tu luz piloto interior te ofrecerá intuiciones de tratamiento —sí
o no a una medicación, por ejemplo—. Pero te invito a profundizar más. Más
allá de lo que te recomiende el médico, ¿qué más necesita tu cuerpo para
sanar? Debes estar dispuesto a decirte a ti mismo la verdad.
4. Sin ejercer ningún juicio, dedica veinte minutos a escuchar en silencio lo
que tu luz piloto interna te comunique. Recuerda: no tienes que tomar
ninguna medida sobre cualquier cosa que surja. El objetivo es descubrir la
verdad acerca de lo que tu cuerpo necesita para sanar. Saca tu diario y, si te
sientes inspirado, escribe sobre ello.
5. Para descargar una meditación guiada que te conduzca a través de este
proceso, visita la página MindOverMedicineBook.com.

Equilibrio entre trabajo y vida


Aunque la conciliación entre el trabajo y la vida personal es casi imposible —
muchos creen que es meramente un mito exasperante que nos deja buscando
la perfección y con la sensación permanente de incapacidad—, es importante
ser conscientes de en qué invertimos nuestro tiempo y si estamos priorizando
actividades que inducen la respuesta de relajación. Aunque encontrar el
equilibrio perfecto entre la vida laboral, la vida familiar y la vida personal es
un reto, y a pesar de que pienso que no siempre es posible tener un día con
todo equilibrado, creo que sí lo es conseguir una semana equilibrada. Suelo
recuperar las prácticas de autocuidado radical que desearía poder hacer
diariamente, aunque no siempre lo consigo. Por ejemplo, en un mundo
perfecto mi día normal empezaría despertándome y poniéndome a meditar,
luego practicaría yoga, tras lo cual prepararía zumo de verduras y un
saludable desayuno orgánico para disfrutarlo con mi marido y mi hija.
Después escribiría, pintaría, atendería otros asuntos de trabajo, almorzaría
con un amigo, trabajaría un poco más, haría una excursión a pie, leería un
cuento a mi hija, cocinaría otra comida saludable para la cena y terminaría el
día disfrutando de sexo ardiente con mi marido. ¡Anda ya!
La realidad es que algunos días tengo plazos muy ajustados y trabajo una
jornada de catorce horas para cumplirlos, apenas veo a mi marido y a mi hija,
me salto la meditación y la excursión a pie, compro comida para llevar,
ignoro mis intereses creativos y con suerte consigo darle un beso de buenas
noches a mi marido (así que concentrarme para un pequeño revolcón me
resulta muy difícil). Pero intento hacerlo en alguna ocasión excepcional. Y
trato de encontrar el equilibrio. Si tengo un día como el descrito, un lunes,
por ejemplo, hago todo lo que está en mis manos para priorizar mi familia y
mi autocuidado personal el martes, incluso si eso implica retrasar mi trabajo.
Hacia el miércoles, repaso la semana para comprobar si he hecho mi
meditación, practicado ejercicio, comido bien, amado a mi amor y dedicado a
mi hija tiempo de calidad; si me he permitido crear y he promovido todo lo
que induce respuestas a la relajación en mí; si he alimentado mi cuerpo y mi
mente y me he mantenido feliz y sana. Al final de la semana, espero haber
tenido una vida equilibrada, aunque no haya podido realizar todo el trabajo ni
tampoco haya podido incluir en mi rutina todos los hábitos de autocuidado
que intento practicar de forma regular en mi vida.
El siguiente ejercicio está diseñado para ayudarte a evaluar el equilibrio
entre el trabajo y tu vida para que te hagas una idea de si lo que está
desequilibrado en tu mojón de salud integral puede estar perjudicándote.
Presta atención a cuáles son las piedras de tu mojón de salud integral que
inducen respuestas a la relajación para ti y cuáles son factores estresantes.

Ejercicio de diagnóstico n.º 2:


¿cuán equilibrado está tu mojón de salud integral?
1. Fotocopia siete veces la imagen del mojón de salud integral de este libro
(ver aquí) o imprime las copias que puedes descargar de la página
MindOverMedicineBook.com.
2. Cada día de la semana, con lápices de colores o marcadores, colorea en el
mojón de salud integral lo que hayas alimentado. Por ejemplo, si has
meditado, pinta la piedra de la espiritualidad. Si has tenido buen sexo,
rellena la de la sexualidad. Si has cuidado bien de tu cuerpo físico, colorea
la de la salud física. Si has dedicado tiempo a ser una buena madre o
alimentado la relación con tu mejor amigo, pinta la piedra de las
relaciones. Si todo lo que has hecho es trabajar, rellena la piedra de tu
objetivo laboral y vital, etc.
3. Al final de la semana, observa dónde estás concentrando la mayor parte de
tu tiempo y energía. ¿Estás cada día saltándote las mismas piedras? ¿Está tu
mojón de salud integral desequilibrado? ¿Qué piedras necesitan atención?

Diagnostica las causas primordiales de la


enfermedad
El siguiente ejercicio está diseñado para ayudarte a identificar cualquier
creencia limitante o autosaboteadora sobre tu salud, y para determinar si te
sientes apoyado por los profesionales sanitarios adecuados y utilizar el mojón
de salud integral como un instrumento de diagnóstico para identificar los
aspectos de tu vida que podrían estar desencadenando tus respuestas al estrés
y predisponiéndote para una enfermedad. Asimismo, está pensado para
ayudarte para que te hagas una idea de qué actividades en tu vida podrían
inducir la respuesta a la relajación como parte de tu tratamiento. El objetivo
de este ejercicio es ayudarte a identificar problemas entre tú y tu salud
óptima.
De todas las etapas de este proceso de seis, este ejercicio es el fundamental.
También es posible que sea el más difícil. Por ello, escucha a tu luz piloto
interna mientras trabajas a lo largo de este apartado. Y recurre a tu grupo de
apoyo.

Ejercicio de diagnóstico n.º 3:


haz tu propio diagnóstico

PRIMERA PARTE
Hazte a ti mismo esta serie de preguntas y asegúrate de ir a tu propio ritmo.
Dedica el tiempo que precises a contestar las preguntas por completo y de
forma sincera. Y si necesitas hacer una pausa o incluso parar, también estará
bien. Puedo asegurarte que si estás dispuesto a ser sincero contigo mismo al
contestar las preguntas de este apartado, tu luz piloto interna te concederá un
precioso regalo: la oportunidad de saber qué es verdad para ti, lo que te
permitirá hacer El Diagnóstico para ti mismo.
Es posible que cuando formules estas preguntas prefieras hablar en voz
alta, para ti mismo o con un ser querido. O tal vez optes por escribir sobre
ello en tu diario. Para descargar el diario de diagnóstico, que te permite
escribir las respuestas de las siguientes preguntas, visita la página
MindOverMedicineBook.com.
Trata de ser infinitamente compasivo contigo mismo durante este
proceso. Si estás entrando en una espiral de pensamientos negativos, haz un
descanso, pide ayuda y vuelve a ello más tarde, con la ayuda de tu grupo de
soporte. Asegúrate de ser radicalmente protector contigo mismo. Mientras
contestas estas preguntas, céntrate en la gratitud, llena tu vida de placer y sé
tu mejor amigo. Haciéndolo así, aliviarás el malestar que puedes sentir y
seguirás centrándote en lo que funciona en tu vida para que puedas ser lo
suficientemente valiente para enfrentarte y cambiar lo que no funciona.

CREENCIAS
• ¿Qué creo sobre mi genética y cómo mis genes afectan a mi salud?
• ¿Cuáles son mis creencias sobre la salud?
• ¿Cuáles son mis creencias sobre mi enfermedad?
• ¿Cuáles son mis creencias sobre la capacidad del cuerpo para
autorrepararse?
• ¿Cuáles son mis creencias sobre el efecto de mi mente en mi cuerpo?
• ¿Estoy abierto a explorar si la causa fundamental de mi enfermedad no es
puramente física? Si no lo es, ¿por qué?
• ¿Qué provecho saco de mi enfermedad?
• ¿Estoy dispuesto a renunciar a lo que gano con mi enfermedad para
ponerme bien?
• ¿Merezco una salud óptima?
• ¿Cómo afecta mi infancia a mi salud actual?

APOYO
• ¿Cuán observado y escuchado me siento por mis profesionales sanitarios?
• ¿Qué es lo que me da más miedo de dejar a mi profesional sanitario?
• ¿Estoy pidiendo lo que necesito a mis profesionales sanitarios? En caso de
que no sea así, ¿por qué no?
• ¿Hay alguna posibilidad de que esté saboteando mi propia atención a la
salud?
• ¿Cómo respaldo a mi propia salud?
• ¿Cómo me siento cuando dejo a mi profesional sanitario?
• ¿Qué me hace sentir más apoyado en mi relación con mis profesionales
sanitarios?
• ¿Estoy revelando toda la verdad a mi profesional sanitario? En caso de que
no sea así, ¿por qué no?
• ¿Merezco mantener una estrecha relación con mis profesionales sanitarios?
• ¿Qué problemas del pasado pueden evitar que me sienta capaz de
colaborar con mis profesionales sanitarios como un paciente al que se le
otorga poder?
LUZ PILOTO INTERNA
• ¿Estoy viviendo una vida auténtica en consonancia con todo lo que deseo?
• ¿Hago lo posible por ver cumplidos mis deseos?
• ¿Qué quiere mi luz piloto interna que sepa?
• Cuando mi intuición se comunica conmigo, ¿en qué medida la escucho?
• ¿A qué verdad de mi vida no estoy dispuesto a hacer frente en este
momento?
• ¿Qué es lo que estoy reteniendo dentro de mí? ¿Qué es lo que está ansiando
liberarse?
• ¿Qué se interpone entre mí y mi luz piloto interna?
• ¿Estoy dispuesto a arriesgarlo todo por escuchar a mi luz piloto interna? En
caso de que no estés dispuesto, ¿por qué no?
• ¿Quién sería si fuera valiente?
• En una escala del uno al diez, ¿cuánto me quiero y me acepto?

RELACIONES
• ¿Cómo me siento con respecto a mi vida amorosa? ¿Cómo me siento con
respecto a mis amigos y mi grupo de apoyo?
• ¿Cuál es el patrón que se repite en mis relaciones y sigue apareciendo en mi
vida?
• ¿Hay alguien a quien necesito perdonar? ¿Estoy dispuesto a perdonar a esta
persona? ¿Por qué? ¿Por qué no?
• ¿Cómo puedo sentirme amado de forma óptima?
• ¿Cuán vulnerable estoy dispuesto a ser en mi vida con la gente?
• ¿Qué nota necrológica escribiría si las personas que amo murieran hoy? Si
mis seres queridos fueran a morir —o ya hubieran muerto—, ¿cuánto
habría quedado por decirles?
• En el ámbito de mis relaciones, ¿hay siempre alguien equivocado y alguien
acertado?
• ¿Cuán a menudo me siento utilizado en mis relaciones? ¿Estoy dispuesto a
liberarme del papel de víctima o de salvador para sanar?
• ¿Me siento merecedor de amor y afecto?
• ¿Qué cambiaría en mi vida amorosa si tuviera una varita mágica?

OBJETIVOS LABORALES Y EN LA VIDA


• ¿Cuál es la verdad para mí con respecto a mi trabajo?
• ¿Qué quiere mi luz piloto interna que sepa sobre mi trabajo?
• ¿Cuánto está en consonancia lo que ocupa la mayoría de las horas de mi
jornada con mi talento y mi objetivo?
• ¿Cuáles son mis dones innatos?
• ¿Cómo se siente mi cuerpo cuando estoy en el trabajo? ¿Cómo se siente mi
mente cuando estoy en el trabajo?
• Si alguien me diera un micrófono y me situara frente a una audiencia el
último día de mi vida, ¿qué le diría al mundo?
• Si todas mis necesidades económicas estuvieran satisfechas al igual que las
necesidades de mi familia, ¿qué haría con mi tiempo?
• Si sacara el miedo de la ecuación, ¿qué cambiaría con respecto a cómo
emplear mis días?
• ¿Es mi trabajo el puente que me lleva a donde quiero ir?
• ¿Estoy aprendiendo cosas valiosas en mi trabajo diario que se supone que
tengo que saber, aun cuando no me encanta el trabajo que hago?

CREATIVIDAD
• ¿Qué enciende mi fuego creativo? ¿Quién o qué es mi musa?
• ¿Tengo claro lo que mi alma quiere crear?
• ¿Qué ayuda a que mi creatividad fluya libremente?
• ¿Qué tipo de proyectos creativos me iluminan? ¿Estoy haciendo estas cosas
de forma regular?
• ¿En qué proyectos creativos participé de niño?
• Si tuviera todo el dinero y el tiempo del mundo, ¿qué crearía?
• ¿Cómo me siento cuando no estoy inspirado?
• ¿Estoy dispuesto a convivir con la frustración del proceso creativo?
• ¿Siento que merezco expresarme creativamente?
• ¿Qué cree mi familia con respecto a la creatividad?

ESPIRITUALIDAD
• ¿Qué me hace sentir conectado espiritualmente?
• ¿Qué considero sagrado?
• Si no me considero «religioso» y ni siquiera creo en un Poder Superior,
¿estoy buscando otras formas de alimentar mi yo espiritual?
• ¿Cuáles son mis pensamientos y sentimientos sobre la religión? ¿Qué
pensamientos negativos tengo acerca de la espiritualidad o la religión?
• ¿Me siento más espiritual en una comunidad espiritual o soy más de estar
solo cuando se trata de mi vida espiritual?
• ¿Estoy abierto a dejar que la enfermedad sea una oportunidad para el
despertar espiritual?
• ¿Qué cree mi familia sobre la espiritualidad?
• ¿Hay veces en las que utilizo mi espiritualidad o mi religión para juzgar a
los demás?
• ¿Merezco experimentar una conexión profunda con la Divinidad?
• ¿Unirme a la comunidad espiritual adecuada induciría respuestas de
relajación en mi cuerpo?

SEXUALIDAD
• ¿Qué deseo sexualmente de verdad? ¿Estoy cumpliendo este deseo?
• ¿Qué ayudará a respaldar a mi auténtico yo sexual?
• ¿Qué miedos, creencias o inhibiciones me impiden ser sexualmente sincero
y expresarme abiertamente como desearía?
• ¿Cómo me siento acerca de mi primera experiencia sexual?
• ¿Qué cosa de mi pasado sexual o de mi vida presente puede ser necesario
sanar?
• ¿Qué me enciende realmente? ¿Qué me apaga realmente?
• ¿Cómo me siento al tener sexo cuando no quiero?
• ¿Me siento sensual cuando no estoy teniendo sexo?
• ¿Qué cree mi familia sobre la sexualidad?
• Si pudiera hacer algo relacionado con el sexo de lo que nadie se enterara
nunca, ¿qué haría?

DINERO
• ¿Cuáles son mis pensamientos y sensaciones sobre mi situación
económica?
• ¿Cuán saneada está mi economía?
• ¿Cómo defino la salud económica, éxito o abundancia?
• ¿Soy claro sobre el verdadero estado de mi economía o escondo la cabeza
bajo el ala?
• ¿Qué cree mi familia sobre el dinero?
• ¿De qué creencias limitantes sobre mi economía necesito liberarme?
• ¿Tengo suficiente dinero como respaldo en caso de emergencia?
• ¿Es posible ser pobre y feliz?
• ¿Cuánto tiempo paso pensando en el dinero?
• ¿El dinero me compra el amor?

ENTORNO
• ¿Estoy viviendo donde mi luz piloto interior quiere que viva?
• Cuando miro a mi alrededor, ¿me encanta lo que veo?
• ¿Estoy rodeado de belleza? ¿Hay naturaleza en mi entorno?
• ¿Cuán saludable es mi entorno?
• ¿Qué exposiciones ambientales podrían estar afectando a mi salud?
• En una escala del 1 al 10, ¿cuánto tengo de «ecológico»?
• ¿Qué esfuerzos hago para reducir la carga tóxica en mi cuerpo que provoca
el medio ambiente que me rodea?
• ¿Cómo podría eliminar el innecesario desorden de mi entorno?
• ¿Siento que merezco vivir en un entorno sanador y tranquilo que me
encante?

SALUD MENTAL
• ¿Qué me hace feliz? ¿Qué me hace infeliz?
• ¿Qué sanaría mi mente?
• ¿Algún trauma del pasado aún me hace sufrir? Si es así, ¿cuál es?
• ¿Siento que merezco ser feliz?
• ¿Cuánto tiempo paso engarzado en conversaciones negativas, chismes
insidiosos, críticas a otra persona o quejándome?
• ¿Estoy dispuesto a examinar mi salud mental?
• ¿De qué estoy agradecido?
• ¿Expreso gratitud de forma regular por lo que aprecio de mí?
• ¿Qué puedo agradecer de hoy?
• ¿Estoy absorto pensando en aquello de lo que carezco más que agradecido
por lo que tengo?

SALUD FÍSICA
• ¿Cómo son mis hábitos de alimentación y ejercicio?
• ¿Cuánto cumplo de las recomendaciones y protocolos de mis profesionales
de salud?
• ¿De qué malos hábitos necesito liberarme?
• ¿Cómo están mis niveles de energía?
• ¿Hay algo que me impida dormir bien?
• ¿Cuánto priorizo mi salud física?
• ¿Estoy dispuesto a invertir tiempo, dinero y energía en cuidar mejor de mi
cuerpo?
• ¿Cómo me sentiría si gozara del máximo nivel de salud posible? ¿Cómo se
sienten otros gozando del máximo nivel de salud?
• ¿Cómo me siento con respecto al envejecimiento?
• ¿Cómo me siento con respecto a la muerte?
A MODO DE RESUMEN
• ¿Cuánto de mí estoy dispuesto a aceptar totalmente en todas mis divinas
imperfecciones?
• ¿Cuánto permiso me doy para cometer errores?
• ¿Estoy dispuesto a amarme intensamente y a aceptarme durante mi viaje
de sanación?
• Después de responder a estas preguntas, ¿se siente iluminada mi luz piloto
interna? ¿Siento que tengo todo lo que necesito para dejar mi cuerpo listo
para milagros?
• ¿Estoy dispuesto a utilizar lo que he aprendido para escribir La Receta para
mí mismo y hacer cambios en mi vida?

SEGUNDA PARTE
Utilizando las respuestas a estas preguntas, ¿puedes identificar las causas
primordiales asociadas con tu enfermedad? ¿Están tus creencias negativas
saboteándote? ¿Dispones del apoyo adecuado? ¿Hay algún problema en tu
mojón de salud integral que pueda estar desencadenando tu respuesta al
estrés y dañando a tu cuerpo? ¿Hay actividades que inducen tu respuesta a la
relajación en tu cuerpo que no estás utilizando? ¿Han ayudado estas
preguntas a iluminar algún punto oscuro de tu vida que necesitabas ver para
estar lo más sano posible?
Dentro de cada categoría, escribe en tu diario de diagnóstico, que puedes
descargar de la página MindOverMedicineBook.com, cualquier cosa que
hayas identificado que crees que beneficia a tu salud y que quisieras aumentar
en tu vida como parte del plan de autocuidado radical.
¡Felicidades! Acabas de hacer El Diagnóstico. Lo que has enumerado en la
lista son tus interpretaciones de lo que puede estar dañando y beneficiando a
tu salud. Para leer El Diagnóstico que escribí para mí misma antes de que mis
problemas de salud se resolvieran, consulta el anexo B.
ETAPA CINCO: escribe tu propia Receta
Ahora que has optado por escuchar a tu cuerpo, entrado en tu sabiduría de la
luz piloto interna, investigado tus creencias y a tu equipo de apoyo, así como
evaluado qué podría estar desequilibrado en tu mojón de salud integral y
diagnosticado las posibles causas subyacentes que están dañando tu salud, es
el momento de hacer un plan de autocuidado radical para el tratamiento de tu
salud integral.
Cuando enfermas, tu médico te prescribe un plan de tratamiento de otra
clase. Por ejemplo, si padeces cáncer y tienes un médico inteligente, con
sentido común y que practica la medicina holística, es posible que tu plan de
tratamiento comprenda cirugía, quimioterapia, una alimentación nutritiva
con comida cruda de origen vegetal o de tipo vegetariana estricta, una
cantidad de complementos alimenticios pensados para reforzar tu sistema
inmunitario, un grupo de soporte para ayudarte a gestionar las emociones del
cáncer y ejercicios de yoga para mantenerte centrado.
Este tipo de plan de tratamiento te llevará lejos. Pero si la causa principal
de debilidad de tu sistema inmunitario es la soledad, el estrés laboral o la
depresión, el tratamiento del cáncer, sin tratar las causas subyacentes, podrá
ayudarte a corto plazo, pero puede que no de forma permanente. El cáncer
puede volver o puedes terminar con cualquier otra enfermedad. Para prevenir
y tratar de forma óptima la enfermedad, de modo que no seas presa de un
círculo vicioso en que tu cuerpo está debilitado y enfermo, debes, debes y
debes arreglar la causa principal que te hace ser propenso a la enfermedad en
primer lugar, mientras escuchas a tu luz piloto interna y dejas que te ayude a
buscar cómo maximizar lo que la medicina convencional tiene que ofrecerte
de una forma que esté en consonancia contigo.
Esto es de lo que se trata con la redacción de La Receta.
Parte de la redacción de tu propia receta tiene el propósito de que tomes la
iniciativa como el mandamás de tu atención sanitaria. Recuerda: tú eres el
jefe. Todos los demás están a tu servicio.
Seguro que tu médico solicitará las analíticas y te ayudará a diagnosticar lo
que no esté bien. Tu médico extenderá recetas para cualquier medicamento
que necesites. Asimismo, lo gestionará todo si necesitas cirugía u otro
procedimiento médico. Pero es tu decisión el tomar o no estos medicamentos
o el someterte o no a la intervención quirúrgica. Esto es lo que significa
escribir tu propia receta. No sencillamente obedecer ciegamente las órdenes
del médico. Te has convertido en todo un socio en el proceso de sanación. Tú
examinas dentro de tu cuerpo, escuchas a tu luz piloto interna y consultas a la
gente que has invitado a sentarse contigo en tu mesa redonda de sanación.
Cuando estés tomando decisiones sobre el cuidado de tu salud, sigue
adelante y consulta con el mejor profesional, pero recuerda que ellos están ahí
para servirte. Invita a tu mesa redonda de sanación a tu médico, a tu
terapeuta, a tu acupuntor, a tu fisioterapeuta, a tu coach personal, a tu madre
—¡a quien sea!—. Ellos son tu comité de dirección, tu consejo asesor, tus
profesores. Elígelos sabiamente. Si puedes permitírtelo, muéstrate dispuesto a
pagar más para elegir las mejores personas que puedas conseguir para tu mesa
redonda de sanación. Pero no olvides nunca que se trata de tu mesa. El
asiento de honor está reservado para ti. Es posible que la gente de tu mesa
estén en desacuerdo los unos con los otros. Tal vez te confundan con
opiniones contradictorias. Pero mantente firme. Tú conoces tu cuerpo mejor
que nadie.
Si hubiera sólo una forma correcta de sanar tu cuerpo, todos estaríamos de
acuerdo. Pero no la hay. Por ello se habla a veces del arte de la medicina. Al
final, el plan de tratamiento debe parecerte bien a ti. Se trata de tu cuerpo. Tu
vida. Tu elección. Tú siempre tienes el voto decisivo. Cuando escuches a tu
conocimiento interior que viene de tu conexión profunda entre tu luz piloto
interna y tu cuerpo, siempre tomarás las decisiones correctas para ti.
La redacción de tu propia receta no se limita a escoger el equipo de
atención sanitaria adecuado y ser parte activa en el plan de tratamiento. Va
más allá. Tal vez lo que has aprendido en este libro te ha conducido a darte
cuenta que tus creencias limitantes, autosaboteadoras y negativas sobre tu
salud se están traduciendo en malas noticias para tu cuerpo. Quizá te has
dado cuenta de que la soledad está perjudicando a tu cuerpo. Es posible que
hayas tenido una idea feliz al leer cómo el estrés laboral puede matarte. Es
posible que te hayas dado cuenta de que ya es hora de pasar del pesimismo al
optimismo y aumentar tu felicidad. O a lo mejor el mojón de salud integral te
ayudó a identificar los desequilibrios en tu vida que podían estar afectando a
tu salud.
Aquí es donde tienes que convertir tu propia conciencia en plan de acción.
No quiero que simplemente sepas por qué tu salud no está lo mejor posible.
Quiero que hagas algo al respecto, y tú sabes mejor que nadie qué será ese
algo. Tu médico es capaz de recetarte pastillas, pero sólo tú puedes redactar
La Receta de cómo tiene que cambiar tu vida para optimizar tu salud integral.
Aquí tienes cómo puedes empezar.

Un ejercicio terapéutico:
escribe La Receta para ti mismo
1. Coge un lápiz y unas cuantas hojas de papel o tu diario, o bien descarga el
impreso de La Receta de la página web MindOverMedicineBook.com.
2. Saca El Diagnóstico que has creado para ti mismo en las hojas de papel
sueltas, en tu diario o en el diario de diagnóstico que has descargado.
3. Dedica un momento para cerrar los ojos y acceder a tu sabiduría sanadora
de tu luz piloto interna. Recuerda estar abierto, quererte y ser compasivo
contigo mismo. Cuando te sientas centrado, relajado y abierto
intuitivamente, abre los ojos.
4. Para cada uno de los puntos que has anotado en la lista del Diagnóstico,
pregúntate qué puedes hacer para tratar las causas primordiales de
enfermedad que has identificado. Confía en tu intuición y trata de no
juzgar lo que surja. Recuerda que no tienes que llevar a cabo estas etapas de
acción todavía, pero tienes que ser sincero contigo mismo. No censures
nada. Nadie tiene que leer nunca esto más que tú.
5. Aunque gran parte de mi trabajo cara a cara con mis pacientes incluye
recomendaciones específicas sobre lo que podrían incluir en La Receta, este
tipo de recomendaciones quedan fuera del alcance de este libro. Por
ejemplo, si estás teniendo problemas en tu matrimonio, te recomendaría
unos libros específicos, terapeutas en los que creo, y te sugeriría talleres a
los que asistir. Pero la verdad es que vas a sorprenderte de lo mucho que ya
sabes. De hecho, no necesitas que yo ni nadie te digamos lo que tu cuerpo y
tu vida precisan.
6. Si has identificado un problema, pero no estás seguro de cómo sanarlo, no
te dejaré colgado. Sigue mi blog en LissaRankin.com, donde escribo recetas
prácticas para vivir y amar sin miedo, así como otras técnicas para sanarte
a ti mismo y vivir tu mejor vida. También puedes consultar la página web
OwningPink.com, donde más de 30 sanadores y profesores visionarios
escriben sobre cómo sanar cada piedra en el mojón de salud integral.

Para ver una muestra de La Receta que escribí para mí misma, consulta el
anexo C.

Pasa a la acción
Una vez que hayas escrito La Receta, habrá empezado tu viaje, porque la
siguiente etapa en el proceso es la más emocionante y la que requiere más
valentía. Cuando ya sabes los cambios que tienes que hacer en tu vida para
optimizar tu salud, es hora de actuar.
Déjame comenzar con una pequeña charla de animadora. ¡Puedes hacerlo!
Lo sé porque hablo por propia experiencia. Recuerdo vívidamente lo que
sentía al saber —sólo saber— lo que tenía que hacer para salvar mi vida.
Estaba aterrorizada. Pero también emocionada, porque sabía en mi fuero
interno que mi vida estaba a punto de cambiar para mejor.
Sé que esto también vale para ti, y yo estoy aquí agitando frenéticamente
los pompones de animadora. ¡Ánimo! Ya estoy muy orgullosa de ti sólo por
marcar un límite claro y atreverte a pasar por encima de él.
Probablemente el corazón te va a cien. Es posible que tengas los nervios de
punta. Incluso podrías estar desencadenando respuestas al estrés únicamente
por pensar de dónde vas a sacar el suficiente valor para enfrentarte al
Diagnóstico y aplicar lo que has escrito en La Receta. Pero no te preocupes.
Todo esto es temporal. Te prometo que el proceso de relajación va a llegar en
breve.
Después de haber dejado de ejercer la práctica clínica tradicional para
guiar a clientes a través de este proceso, ya sé cuán aterrador es y estoy
permanentemente admirada por la fortaleza del espíritu humano. Los grandes
cambios que he presenciado en aquellos que se han atrevido a seguir adelante
en un viaje de sanación como éste han abierto mi corazón y me han dejado
alucinada. He sido testigo de milagros médicos —remisiones espontáneas que
sólo puedo explicar como proezas de autorreparación fisiológica—. Siempre
he observado a la gente enfrentándose a sus miedos, abriendo sus corazones y
transformando sus vidas por completo.
A medida que vayas avanzando, sigue en contacto con tu luz piloto
interna. Deja que sea tu mejor amiga, recordándote constantemente la verdad
que buscas y el conocimiento en el que confías. Tu luz piloto interna te
ofrecerá compasión infinita durante este proceso. Cuanto más accedas a ella,
más feliz será este proceso.
Pero ¿y si no estás dispuesto a pasar a la acción? ¿Qué pasa si sabes lo que
implica mejorar y simplemente no puedes hacer el salto de fe? Si éste es tu
caso, sé amable contigo mismo. Tal vez aún no sea el momento. Recuerda que
sabrás que ya es hora de hacer el salto de fe cuando el dolor por quedarte
supere el miedo de lo desconocido. Si aún no has llegado ahí, no pasa nada
por esperar.
Pero no esperes demasiado. No quiero que tu cuerpo empiece a gritar sólo
porque no estás dispuesto a escuchar sus susurros.
A la mayoría de personas, el solo hecho de hacer El Diagnóstico y escribir
La Receta ya produce un cambio radical en sus vidas, y algunas sencillamente
no están dispuestas a actuar según las indicaciones de su luz piloto interna. La
pregunta que formulo siempre a mis pacientes es: «Si no estás dispuesto a
entrar en acción, ¿es que eliges enfermar?»
Algunos bajan los ojos avergonzados y asienten, admitiendo que prefieren
poner en riesgo su salud antes que enfrentarse a lo que saben que necesitan
cambiar. Y está bien. No voy a juzgarlos. Pero es bueno tomar conciencia de
las opciones que tomas en la vida.
Otros me dicen que están dispuestos a hacer lo que sea, arriesgar lo que
sea, enfrentarse a lo que sea, sólo con que exista una pequeña esperanza de
que hacer el cambio va a alterar su fisiología. Ésa es la gente que me llega al
corazón y me deja con los ojos empañados. Éstas son también las personas
que mejoran de forma exagerada.
Al final, es tu decisión. Tu cuerpo. Tu vida.
Una vez que sepas lo que necesitas cambiar en la vida y decidas ir a por
ello, sé sumamente compasivo contigo mismo. Ve tranquilo. Avanza poco a
poco. Prémiate con frecuencia. Sírvete a ti mismo una ración colmada de
aceptación, gratitud y amor. La necesitarás como combustible para tu viaje.

ETAPA SEIS: soltar el apego a los resultados


Llega un momento —después de haber pasado a tener creencias positivas,
encontrado el apoyo adecuado, accedido a la sabiduría de tu cuerpo y de tu
luz piloto interna, hecho El Diagnóstico, escrito La Receta y puesto en marcha
el proceso— en que simplemente te rindes y sueltas el apego a un
determinado resultado. Sí, quieres curarte. ¿Quién no, cuando uno está
enfermo? Pero la verdad es que esto puede que no ocurra. Y no es culpa tuya.
Creo que cuando mantenemos dentro de nosotros el poder para hacer los
cambios en nuestra vida que van a reforzar la capacidad del cuerpo para
autorrepararse debemos aceptar a la hora de la verdad que no tenemos
garantías de si vamos a seguir enfermos o a mejorar. Puedes hacerlo todo
«correctamente» y aun así terminar muriendo. De hecho, lo que sí existe es la
garantía de que todos vamos a enfrentarnos a este destino en un momento u
otro de nuestras vidas. También es posible que no hagas nada y experimentes
una remisión espontánea.
Demasiado a menudo, aquellos que asumen un compromiso radical con la
autosanación se sienten fracasados si sus enfermedades no desaparecen. Pero
¿por qué llegan hasta allí? ¿Quiénes somos nosotros para saber qué nos
depara el Universo? ¿Cómo podemos anticipar qué lecciones tenemos que
aprender en esta vida y a qué retos necesitamos enfrentarnos para aprender
de ellas? Tal vez algunos tenemos que estar enfermos para aprender lo que
nuestra alma anhela aprender y ser ejemplo de cómo capear la enfermedad
con dignidad. La dignidad viene luchando hasta que llega el momento de
dejar de luchar y apreciar cada etapa del viaje, aun cuando no sale como
queríamos.
Es difícil predecir cómo te sentirás con respecto a tu viaje de autosanación,
por lo que quiero hacerte unas pequeñas advertencias. Como he apoyado los
viajes de autosanación de muchas personas, puedo dar fe del hecho de que el
viaje es diferente para cada uno y que los desenlaces varían. Por ejemplo, una
de mis pacientes había estado sufriendo de una enfermedad crónica durante
veinte años cuando empezamos a trabajar juntas. A los tres meses de sesiones
periódicas y de un intenso trabajo por su parte, su enfermedad se evaporó. Yo
estaba emocionada. ¡Había funcionado!
Pero ella estaba apesadumbrada, era prácticamente incapaz de levantarse
de la cama cada mañana, aun cuando sus síntomas físicos habían
desaparecido completamente. El duelo por los veinte años que sentía que
había perdido por una enfermedad que ahora había comprobado que podía
haberse curado con solo el poder de su mente derivó en una depresión hasta
que una práctica diaria de gratitud, una oportunidad para servir a los que
eran menos afortunados que ella y el nacimiento de su nieto la sacaron de su
desespero. Su experiencia me ayudó a darme cuenta de lo importante que es
vivir en el presente cuando te embarcas en un proceso como éste. Mantenerse
optimista, centrarse en la gratitud y apreciar lo que tienes es vital para evitar
entrar en la vorágine de remordimientos y tristeza por lo que podía haber
sido. Si te bendicen con la experiencia de una remisión espontánea como
resultado de este proceso, te ruego que des las gracias a tu estrella de la
fortuna y reces oraciones de agradecimiento. Te han otorgado la bendición de
una segunda oportunidad para que tomes lo que has aprendido y lo utilices
para ayudar a los demás.
Otra paciente mía que experimentó una remisión espontánea pasó por
una experiencia totalmente contraria a la explicada. Aunque ella también
había sufrido por su enfermedad, una vez curada, nunca más miró atrás. Veía
su curación como un milagro que le había abierto el camino hacia una vida
espiritual más rica y había transformado su salud y su vida amorosa, su vida
laboral y el lugar donde habitaba.
Sin embargo, otra paciente completó todo el proceso con mucha valentía
incluso a pesar de que su salud estaba mermando. Se enfrentó con coraje a su
verdad; reajustó todos los tipos de relaciones en su vida; empezó a vivir su
sueño; se liberó de viejos resentimientos; dejó de lado antiguos y rancios
temores; perdonó a la gente a la que guardaba rencor desde su infancia; se
liberó a sí misma de la falsa identidad de su ego y quedó en consonancia total
con su luz piloto interna en todos los aspectos de su vida. Aunque al final
sucumbió a su enfermedad, hizo todo esto con tal dignidad que su muerte
supuso una curación para docenas de personas, en especial su familia. No se
curó, pero murió sana. Cientos de personas se presentaron a su funeral para
expresarle su gratitud por una vida bien vivida y bien finalizada.
¿Qué más podemos esperar al embarcarnos en este viaje? Es una situación
en la que todos ganan. Tanto si te curas como si no, sanarás y tu sanación
ofrecerá una sanación a los demás.
Te animo a que recuerdes que será como volver a nacer, si estás abierto a
experimentarlo, y por otra parte crecerás como nunca habías sido capaz de
imaginar. Soltar el apego al desenlace cuando estás enfermo, después de haber
hecho todo lo posible para poner a tu cuerpo a punto para que sucedan los
milagros, permite que la enfermedad sea una oportunidad para un despertar
espiritual. Si lo permites, estar enfermo puede sacudir tu ego, espolearte para
que cambies las prioridades de tu vida, recordarte que debes apreciar lo que
tienes, alinearte con tu luz piloto interna, darte la valentía de vivir el
momento y llevarte más cerca de tus seres queridos y de la Divinidad.
Cuando llevé a cabo un proyecto artístico al que llamé «La mujer en el
interior del proyecto», durante el cual moldeé torsos de mujeres con cáncer
de mama, utilizando escayola, mientras las entrevistaba sobre la belleza que
yace en su interior, casi todas las mujeres cuyo cuerpo esculpí dijeron que el
cáncer había sido la mejor cosa que les había pasado nunca porque les había
conducido a dar pasos en la vida que se produjeron para llevar a cabo un
cambio positivo duradero.
No tenemos que esperar a tener una enfermedad para realinearnos con
nuestra verdad, pero solemos hacerlo. Al igual que yo necesité mi tormenta
perfecta para despertar, muchos necesitan enfermar para salir de su pasividad
y empezar a vivir como si fueran a morir al día siguiente.
Si te golpea la enfermedad, es una poderosa oportunidad para despertar,
incluso si parte de aquello por lo que estamos aquí para aprender y enseñar es
cómo morir con dignidad. Aunque yo creo que los milagros son siempre
posibles, a veces la curación simplemente no ocurre. Debemos hacer las paces
con este hecho. Si te lanzas a una búsqueda para sanarte a ti mismo mientras
sigues apegado al resultado de la curación total y luego te encuentras con que
aún continúas enfermo, puedes terminar arrojado a la desesperación de la
noche oscura del alma. Pero si haces todo lo que está en tus manos para dejar
tu cuerpo preparado para que sucedan los milagros —y luego dejas ir y confías
en el viaje—, estarás preparando el terreno para la paz, la serenidad y la
alegría más allá de tu imaginación más desaforada.

Cuando has sanado, pero no te has curado


Lo sé. He sido testigo de ello con mi padre.
Cuando mi padre enfermó de un tumor cerebral que terminó siendo un
melanoma metastásico, él creía que lo superaría. Era joven. Demasiado joven.
Y era un optimista con una gran fe, una comunidad de apoyo, una familia que
lo adoraba y una gran generosidad. Indudablemente, mi padre no había
hecho nada incorrecto para ganarse su cáncer. Era un hombre maravilloso
que llevó una vida bendita.
Pero murió de todas formas. Fue muy injusto.
En el proceso de investigación de este libro, estaba sentada con mi madre
el día del sexto aniversario de la muerte de mi padre. Habíamos estado
hablando acerca de lo que yo estaba aprendiendo y ella me preguntó si
pensaba que mi padre había hecho algo mal. ¿No creía suficiente en la
posibilidad de una remisión? ¿No había encontrado el apoyo adecuado?
¿Había fallado con respecto a equilibrar su mojón de salud integral? ¿Debería
haber seguido una dieta macrobiótica? ¿Podría haberse evitado la muerte de
mi padre?
Le dije que honestamente no lo sabía.
He aprendido mucho en el proceso de investigación y redacción de este
libro y sin embargo aún hay mucho que todavía no sé. ¿Era evitable la muerte
de mi padre por el cáncer? ¿Hubiera podido evitar la enfermedad si hubiera
tomado zumo de verduras en lugar de comer alitas de pollo? ¿Podría haberse
salvado encontrando un nuevo propósito tras su discapacidad precoz por
esclerosis múltiple que le condujo a una jubilación prematura? ¿Podría
haberse curado si hubiera descubierto una afición creativa que le hubiera
iluminado? ¿Necesitaba mi padre más sexo? ¿Horas de meditación? ¿Un
entorno más saludable? ¿Más risas? ¿Más sol? ¿Menos respuestas al estrés?
¿Más respuestas a la relajación?
Es imposible de decir.
Tal vez mi padre podría haberse curado si hubiese cambiado la
configuración de su mente, encontrado el soporte adecuado, accedido a su luz
piloto interna, hecho su propio diagnóstico, redactado su propia receta y
pasado a la acción.
Pero tal vez no. Quizás hubiera hecho todo eso y el resultado hubiera sido
el mismo.
Abracé a mi madre y cavilé sobre lo que hubiera pensado mi padre sobre
este libro si lo hubiera leído. Durante todo el tiempo de mi investigación para
escribirlo, su voz me preguntaba, me animaba, me empujaba a profundizar
más, actuaba como el último escéptico al que yo trataba de ganar.
Al final me armé de valor para preguntarle a mi madre qué pensaba ella. Si
mi padre aún hubiera estado vivo, ¿qué hubiera pensado sobre lo que había
estado aprendiendo y escribiendo?
Mi madre estaba callada y reflexiva. En el rabillo de un ojo se le formó una
lágrima. Luego sonrió con dulzura y me dijo que al principio él hubiera
pensado que me había vuelto loca. Pero en determinado momento yo hubiera
apelado al científico que había en su interior. Al final ella sospechaba que,
aunque mi padre hubiera estado cerrado a la evidencia, se hubiera forzado a
abrir su mente sólo lo suficiente para considerar que tal vez existía una pizca
de verdad en todo esto.
Cuando dijo esto, yo empecé a llorar.
«Lo que sé seguro es que si tu padre estuviera aquí ahora estaría
increíblemente orgulloso de ti», dijo mi madre.
En ese momento eché tanto de menos a mi padre que podía sentir mi
corazón, justo bajo mi pecho izquierdo, hueco, sensible y dolorido y, a la vez,
lleno y rebosante. Confesé a mi madre que había escrito todo este libro para
él. Sus ojos estaban en el otro lado de cada página mientras escribía. Tal vez si
hubiera podido escribir un libro que hasta los médicos como mi padre
pudieran leer sin dejarlo de lado al instante, quizá podría marcar una
verdadera diferencia en cómo se recibe y se ofrece la asistencia sanitaria.
Quizá podría haber ejercido mi vocación para redefinir la salud y ayudar a la
gente a sanar de una forma totalmente nueva. Quizá podría atraer a un grupo
de médicos y pacientes y otros profesionales de la salud que saben que
nuestro sistema está roto y ansían reclamar el corazón de la medicina. Quizá
podría enseñar a la gente cómo responsabilizarse de su salud y traer de vuelta
lo sagrado a la práctica de la medicina. Tal vez, y sólo tal vez, podría ayudar a
sanar a mi querida profesión.
Como declara el personaje de ficción que encarnaba a un médico en
Cutting for Stone del doctor Abraham Verghese: «Venimos a esta vida sin
invitación y, si estamos de suerte, encontramos un propósito más allá del
hambre, la miseria y la muerte precoz que, no olvidemos, es el destino común.
Crecí y encontré mi propósito, y éste fue convertirme en médico. Mi
intención no era salvar al mundo tanto como sanarme a mí mismo. Pocos
médicos admitirán esto, por supuesto, no los más jóvenes, pero de forma
inconsciente, al entrar en la profesión, debemos creer que atendiendo a los
demás sanaremos nuestras heridas. Y puede ser. Pero también puede hacer
más profunda la herida».
Yo era uno de esos médicos para los cuales la herida se había hecho más
profunda y me había hecho enfermar. Pero ahora, habiendo aprendido cómo
sanarme a mí misma, anhelo ayudar a otros a hacer lo mismo. La mayor
lección que he aprendido es que puedes pasar tu vida corriendo asustado y
agarrarte a la ilusión del control, luchando por lo que piensas que es verdad,
hasta que tu vida —y tu salud— de repente de desmoronan a tu alrededor. O
bien puedes reconocer que la única cosa cierta en la vida es la incertidumbre.
Eres tú quien elige si temes la incertidumbre y dejas que desencadene
respuestas al estrés o si la besas y dejas que induzca respuestas a la relajación.
Personalmente, he llegado a reconocer la belleza en la incertidumbre.
Mientras que una de sus caras es el vasto y espantoso desconocido, la otra
cara de la incertidumbre es la posibilidad infinita. Cuando no sabes qué
deparará el futuro, puede pasar cualquier cosa.
Hoy en día, cuando despierto por la mañana, soy perfectamente
consciente de que no tengo ni idea de lo que hay frente a mí. Está claro que
tengo un calendario lleno de acontecimientos, pero los acontecimientos
cambian, surgen nuevas oportunidades y mi programación fluye. Lo que
pensaba que estaría haciendo este año es diferente de lo que había previsto
hacía un año. De hecho, es mejor que cualquier cosa que podría haber
soñado. Lo cual es una buena noticia. Significa que el próximo año podría
albergar aún más piedras preciosas que aún no conozco para incluirlas en mis
fantasías. El mundo es mi ostra. El límite es el cielo.
Lo mismo es cierto para ti. Aunque es posible que sientas miedo por no
saber lo que te deparará el futuro (especialmente si estás enfermo), mañana
puede pasarte cualquier cosa. Podrías acostarte hoy enfermo y despertarte
curado. Tus síntomas podrían haber desaparecido para siempre. Tu estado de
ánimo podría subir. El amor de tu vida podría estar de pie detrás de ti en
Starbucks. El acuerdo podría cerrarse. La casa de tus sueños podría
materializarse. Oprah Winffrey podría invitarte a su programa de televisión.
Podrías por fin quedarte embarazada. Podría tocarte la lotería. Tu anhelada
madre perdida podría aparecer. Podrías encontrar la iluminación. Los mares
podrían abrirse ante tus mismísimos ojos.
Si estás bien y has pasado por todas estas etapas como una forma de
prevenir la enfermedad en tu vida, ¡chócala! Te aplaudo por tu valentía y creo
firmemente que acabas de prolongar tu vida. Y si has hecho esto porque estás
enfermo, ¡chócala, también!
Ésta es tu preciosa vida. Saboréala. Móntate en el carrusel. Sube a la
montaña rusa. Da volteretas. Abre tu corazón. Nunca dejes el amor sin
expresar. Perdona de forma generosa. Da abiertamente. Persigue tu sueño. Di
tu verdad. Ríete del miedo. Da saltos de fe. Haz cosas bonitas. Honra lo que
desees. Experimenta placer. Deja ondear tu estrafalaria bandera. Vive con
audacia. Sé desvergonzadamente tú. Es medicina preventiva. Y justo lo que
podría salvar tu vida.
Anexo A

Ocho consejos
sobre cómo estar en tu cuerpo

• Céntrate en una parte de tu cuerpo. Nota la punta del dedo derecho o tu


rodilla izquierda u otra parte del cuerpo. ¿Cómo se siente? ¿Duele? ¿Está
fría o caliente? ¿Sientes una brisa? Nota la sensación de una parte del
cuerpo cuando la acaricias con una pluma o cuando la roza una alfombra.
Presta atención a todas tus sensaciones.
• Pon nombre a tu sensación. Aunque las palabras provienen de la mente,
poner nombre a lo que se siente ayuda a conectar la mente con el cuerpo.
Elige palabras concretas: ¿Sientes esta parte de tu cuerpo rígida, suelta,
ligera, pesada, con hormigueo, caliente, fría, sensible, entumecida, fuerte,
débil, dolorida? Trata de evitar describir tu sensación con términos
generales como «bien» o «mal». Tal vez te sientes constreñido o espacioso,
irritable o pesado. Usa todos los sentidos que puedas.
• Muévete. Baile, yoga, senderismo, ciclismo, esquí y otras actividades físicas
pueden hacer que seas más consciente de tu cuerpo —qué te resulta
agradable y qué doloroso—. De hecho, el dolor puede ayudarte mucho a
tomar conciencia de tu cuerpo, por lo que no tengas miedo de apoyarte en
lo que sientes.
• Utiliza el suelo. Si tienes problemas para sentir tu cuerpo flotando en el
espacio, prueba a rodar por el suelo. Éste le proporciona a tu cuerpo un
punto de referencia.
• Optimiza la ropa. Vestir ropa holgada que roce tu piel cuando te mueves
puede ayudarte a notar el cuerpo. Si vistes ropa ajustada, es posible que
notes menos tu cuerpo que si te pones pantalones o faldas anchos que
fluyen libremente o camisetas con mangas sueltas.
• Practica el sexo. ¡No hay nada como un buen revolcón para ayudarte a
sentir tu cuerpo!
• Cuando trates de tomar una decisión, nota cómo está respondiendo tu
cuerpo. ¿Ese chico te invitó a salir? ¿Cómo sientes tu cuerpo, ligero o
pesado? ¿Una nueva oferta de trabajo? ¿Tu cuerpo se siente abierto o
cerrado? Tu cuerpo es tu brújula. Préstale atención.
• Respira. Prestar atención a tu respiración ayuda a centrarte en tu cuerpo.
Anexo B.

El diagnóstico personal
de sanación de Lissa

Éstas son las áreas de mi vida que diagnostiqué que no estaban en


consonancia con mi salud óptima antes de empezar a aplicar La Receta que
escribí para mí misma.

CREENCIAS
• No creo que pueda sanarme a mí misma porque me enseñaron a venerar la
medicina convencional y a entregar mi poder a los médicos.

APOYO
• Necesito buscar fuera de la medicina convencional gente a la que invitar a
mi mesa redonda de sanación.

LUZ PILOTO INTERNA


• Me he cubierto con tantas máscaras para hacerme aceptable para los demás
que ya ni me conozco. Mi luz piloto interna se ha fundido, pero ahora yo sé
que está ahí.
• Me siento disociada de mi cuerpo. Quiero sentir los susurros de mi cuerpo
antes de que se ponga a gritar.

RELACIONES
• La muerte de mi padre me está perjudicando la salud. Necesito llorar su
pérdida.
• Alguna vez me siento sola. Estoy rodeada de gente, pero siento que muchos
de ellos no ven ni conocen mi verdadero yo.
• Quiero a mi marido, pero quiero sentirme más cerca de él para evitar que
mi matrimonio vuelva a fracasar.
• Doy hasta agotarme.

OBJETIVOS LABORALES Y EN LA VIDA


• Mi trabajo va a matarme.
• Ya no tengo ni idea de cuál va a ser mi propósito en la vida.

CREATIVIDAD
• Me siento intoxicada a nivel creativo y tengo la sensación de que es una
parte fundamental de mi proceso de sanación. ¡Más, por favor!
• Me encanta escribir, pero no lo hago lo suficientemente a menudo. Pienso
que escribir más beneficiaría a mi salud.

ESPIRITUALIDAD
• Quisiera sentirme más cercana a Dios y creo que esto beneficiaría a mi
salud, pero sencillamente no me identifico con la religión con la que crecí.
• Sigo rezando y creo que esto ayuda a mi salud.

SEXUALIDAD
• Creo que una vida sexual más satisfactoria beneficiaría a mi salud.

DINERO
• Me gano bien la vida y me siento segura desde el punto de vista
económico, pero ¿a qué precio? Mi trabajo me está agotando.
• Si lo dejo me arruinaré, y esa idea me estresa.

ENTORNO
• El sur de California ha llegado a estar tan ocupado y lleno de gente que me
estresa el lugar donde vivo. Mi casa está tan cerca de la de mis vecinos que
podría pasarles huevos a través del balcón.
• Ansío más naturaleza, espacio y serenidad en mi entorno vital. Me gustaría
poderme trasladar al Big Sur. Creo que sería mejor para mi salud.

SALUD MENTAL
• No estoy deprimida desde el punto de vista clínico y me siento inclinada a
ser optimista y alegre, pero tengo esa profunda tristeza subyacente que no
puedo sacarme de encima, tal vez deriva de mi fracaso matrimonial, de mi
rigurosa educación como médico y de la pérdida de mis seres queridos.
Pienso que tomar medidas para optimizar mi felicidad beneficiaría a mi
salud.

SALUD FÍSICA
• Aunque mi alimentación es bastante buena cuando como en casa, el
trabajo me mantiene tan ajetreada que no como bien en el trabajo.
• Mi dieta en casa también podría mejorarse. En todo caso, como demasiado
queso.
• No hago tanto ejercicio como antes porque el embarazo me ha dejado una
cadera tocada. Creo que más ejercicio le vendría muy bien a mi salud.
• Probablemente estaría más sana si perdiera los nueve kilos que me he
puesto encima en los últimos años.
• Odio tomar siete medicamentos para todas mis afecciones, pero lo hago y
eso ayuda a mi salud.
Anexo C.

La receta personal de Lissa

CREENCIAS
• Eliminar las creencias limitantes trabajando con los terapeutas de EFT
Kate Winch y Nick Ortner para practicar la técnica de liberación
emocional (EFT, en sus siglas en inglés).
• Realizar sesiones de terapia centrada en el cuerpo con Steve Sisgold, a fin
de cambiar las creencias en mi cuerpo.
• Acudir a una sesión de Psych-K con Rita Somen.

APOYO
• Reunir profesionales sanitarios de diferentes disciplinas en mi mesa
redonda de sanación.

LUZ PILOTO INTERNA


• Comprometerme a quitarme las máscaras y a ser YO sin necesidad de pedir
perdón por ello en todos los aspectos de mi vida.
• Programar tiempo en centros de retiro como el Instituto Esalen y Kripalu.
• Aprender a estar en mi cuerpo con la técnica Nia, una práctica de
movimiento basada en los sentidos, con la profesora Debbie Rosas.
• Hacerme una lectura astrológica con Ophira Edut de AstroTwins.

RELACIONES
• Poner en práctica los «dones de la imperfección» enseñados por Brené
Brown en sus libros y en las charlas TEDx y TED. Estar dispuesta a ser
vulnerable, exponer mis defectos y permitir tener una intimidad más
profunda a través de las conexiones que derivan de cuando dejo la
imposible cruzada de persecución de la perfección.
• Parar de tratar de salvar a todos los que quiero. Amarles de forma
incondicional tal como son, pero resistirme a la necesidad de «repararlos».
• Sanar mi «complejo de salvador». Comprometerme a llenarme a mí
primero para poder estar lo suficiente plena para ayudar a los demás.
• Hacer una lista de gente de la que quiero estar pendiente todos los días
para que pueda estar segura de que soy una buena amiga para la gente que
quiero. Poner la lista en mi altar y mirarla a diario.
• Dejar de esperar que la gente me lea la mente y comunicar claramente lo
que quiero y necesito en mis relaciones. Pedir a los demás que sean igual
de sinceros sobre lo que quieren y necesitan de mí.
• Tener presente los acuerdos que a menudo hago con la gente de forma
inconsciente. Cambiar los acuerdos tácitos por contratos sagrados
conscientes que ambas partes estén de acuerdo en mantener.
• Seguir el consejo de Martha Beck y hacer una lista de todas las personas
cuyas opiniones valoro realmente y luego dejar de preocuparme por lo que
piensan todos los que no están en esa lista.
• Mirar a los demás con «ojos mágicos» (de alma a alma).

OBJETIVOS LABORALES Y EN LA VIDA


• Dejar mi trabajo como médico convencional.
• Vencer mi resistencia a mi vocación de ayudar a sanar mi profesión y
cambiar cómo se recibe y cómo se ofrece la atención sanitaria.
• Sanarme del dolor que experimenté en mi profesión con la doctora Rachel
Naomi Remen y su comunidad de «Doctores en Medicina» sanadores.
• Lanzar la comunidad web OwningPink.com, donde las personas con
necesidad de sanación puedan conectar con aquellos comprometidos con
sanar a los demás, y donde tanto pacientes como sanadores encuentren
recursos para ayudarse mutuamente a desarrollarse.
• Lanzar mi blog en solitario en LissaRankin.com.
• Leer todo lo que Martha Beck escriba.
• Contratar a Melanie Bates, la ayudante/editora/coach virtual, para levantar
mi negocio.
• Aprender a reivindicar mi poder y cualidades de líder con la asesora de
liderazgo Dana Theus.
• Unirme a un grupo intelectual con compañeros autores/coaches como
Amy Ahlers, Mike Robbins, Christine Arylo y Steve Sisgold.

CREATIVIDAD
• Desarrollar rituales de creatividad, como meditar frente a mi altar de
creatividad, encender una vela y rezar mi oración diaria.
• Escribir entradas del blog en LissaRankin.com y OwningPink.com.
• Practicar la escritura desde el corazón en un taller con Nancy Aronie,
autora de Writing from the Heart.
• Realizar visitas de estudio con sesenta artistas inspiradores para escribir mi
libro Encaustic Art: The Complete Guide to Creating Fine Art with Wax.
• Escribir más.
• Pintar siempre que me sea posible.
• Crear cursos multimedia en Internet (disponibles en LissaRankin.com).

ESPIRITUALIDAD
• Meditar durante al menos veinte minutos al día.
• Buscar la sabiduría y la guía de la consejera espiritual intuitiva Tricia
Barrett.
• Acudir a charlas Dharma en el Green Gulch Zen Center y en el Spirit Rock
Meditation Center.
• Rezar diariamente y pedir recibir y saber cómo interpretar los signos del
Universo que guían mi camino.
• Dedicar tiempo para instalar mi altar personal.
SEXUALIDAD
• Tomar clases de movimiento sensual en S Factor de Sheila Kelley.
• Graduarme en el programa de perfeccionamiento de la School of Womanly
Arts de Mama Gena con Regena Thomashauer.
• Aprender cómo hacer la Meditación Orgásmica con Nicole Daedone de
One Taste.
• Experimentar con otras cosas de sexo ardiente que elegiré para guardar en
secreto.

DINERO
• Repetir afirmaciones y practicar con la técnica de la EFT para terminar con
las creencias limitantes que tengo sobre el dinero.
• Trabajar con la coach financiera Barbara Stanny para liberar mis creencias
limitantes sobre el dinero.
• Hacer un presupuesto (¡por fin!).
• Tener claros mis objetivos económicos. Establecer intenciones. Liberarme
de los miedos relacionados con el dinero. Confiar en que todo va a ir bien.

ENTORNO
• Dejar de vivir en la ciudad en el sur de California.
• Darme cuenta de que tener cosas no equivale a ser feliz y comenzar a
ordenar mi vida. Empezar con la ropa de mi armario.
• Aplicar las normas del feng shui a mi casa para crear un entorno más
sanador.
• Hacer lo posible por hacer mi hogar más ecológico.
• Rodearme de la medicina de las algas, montañas y mar en la costa del norte
de California.

SALUD MENTAL
• Reconocer que el dolor es inevitable, pero sufrir es opcional. Elegir
conscientemente la alegría.
• Aprender cómo ser más optimista.
• Hacer una práctica de gratitud estando alrededor de la mesa en la cena con
mi familia cada noche, para expresar lo agradecidos que estamos todos por
ese día.
• Llevar un diario de gratitud.
• Perseguir sin tener vergüenza lo que me da placer, siempre que esté en
consonancia con mi integridad.
• Bailar a menudo. Subir el volumen de la música.
• Hacer volteretas cada vez que tenga ganas. Sencillamente porque me hace
sentir bien.
• Deleitarme con chocolate crudo hecho en casa.
• Hacer callar a mi crítico interno (el Gremlin) y sustituirlo por la voz de mi
luz piloto interna.

SALUD FÍSICA
• Beber zumo de verduras cada día y hacer una limpieza de desintoxicación
cada tres meses. (Para probar la limpieza que realizo yo, visitar la página
web JuiceDietCleanse.com.)
• Seguir mi alimentación «omnívora crudívora y vegetariana estricta»
(principalmente verduras, alimentos vegetarianos estrictos, a menudo
alimentos crudos y alimentos sin gluten ni azúcar, pero con raras
indulgencias de alta cocina como el pato, el queso, los paninis y la crema
quemada). Inspirarme en el libro de Kris Carr Crazy Sexy Diet.
• Reducir la medicación para la hipertensión, y en lugar de tres
medicamentos pasar a tomar media dosis de uno.
• Dejar de tomar las pastillas, inhaladores e inyecciones para la alergia. Creer
que puedo curarme a mí misma de mis alergias.
• Ir a ver a mis médicos de medicina convencional y al naturópata.
• Tomar mis vitaminas diarias (un complejo multivitamínico o un
antioxidante, calcio, un complemento alimenticio a base de minerales
quelados, vitamina D y aceite de pescado). Complementar mi alimentación
con semillas de chía (Salvia hispanica L) y alga clorela.
• Hacer excursiones a pie o practicar yoga al menos una hora al día.
• Dormir por lo menos siete horas por noche.

Continúa tu viaje de autosanación


Para descargar el kit gratuito de autocuración diseñado
por Lissa Rankin para apoyar tu viaje de autosanación,
visita la página web MindOverMedicineBook.com.
Agradecimientos

Escribir un libro es como dar a luz. Tú podrías ponerte de parto y empujar,


pero se necesita a todo un equipo de comadronas para apoyarte en la
gestación y traer el bebé al mundo. He sido bendecida con docenas de
comadronas y a todas las que han apoyado mi proceso les estoy infinitamente
agradecida.
Un monumental gracias a mi agente, Michele Martin, quien me propuso
escribir el único libro que podría pasarme el resto de mi vida gritando a los
cuatro vientos. Habrá muchos más libros, pero éste en concreto lo cambió
todo para mí. En serio, te adoro y estoy llena de gratitud por llegar más que
lejos en el apoyo que me brindaste a través de este libro. Me siento muy
afortunada de que aparecieras en mi vida justo cuando este libro estaba listo
para llegar a mí.
A Reid Tracy, Louise Hay, Patty Gift, Sally Mason y al resto del equipo de
la Hay House, gracias por ver mi diamante en bruto, permitiéndome vagar
por el laberinto, tal como apuntaba en mi mensaje e invitarme a formar parte
de la familia. Aún me pellizco. A menudo. Es una bendición para mí.
A mi esposo e incansable ayudante de mi investigación, Matt Klein, que
Dios te bendiga, mi amor. Sabes que investigar y escribir este libro ha sido
una tarea monumental y no hubiera podido hacerla sin tu apoyo, tu amor, tu
ayuda como canguro, tu sushi y tus besos. Soy la mujer más afortunada del
mundo por despertarme cada día a tu lado.
A Siena Klein, gracias por seguir queriéndome aun cuando me quemaba
las pestañas investigando y escribiendo este libro mientras que tú sólo querías
que pintara contigo en tus libros para colorear de Hello Kitty. Cuando te
pregunté si estabas enfadada conmigo por estar trabajando tanto y tú me
contestaste: «Mami, entiendo que el mundo te necesita», me sanaste. Tengo la
hija más preciosa que se puede tener y ¡prometo que habrá montañas rusas
cuando todo esto termine!
A Melanie Bates, la editora de OwningPink.com, mi ayudante, mi
terapeuta extraoficial y mi querida amiga, gracias por ser la caja de resonancia
diaria para las ideas que burbujeaban dentro de mí mientras investigaba y
escribía este libro. Transmutar reflexiones difusas en palabras comprensibles
para la gente no es una tarea despreciable, pero tú hiciste que pareciera un
paseo. Me encantó aprender todo esto contigo a mi lado y siempre
consideraré este libro como parte de ti. Una vez me dijiste que parte de tu
vocación era ayudarme a ofrecer este mensaje al mundo, y, cariño, ¡uf!, lo
hemos conseguido. Gracias.
Mil gracias a Tricia Barrett por ayudarme a componer las preguntas del
ejercicio de diagnóstico n. º 3 en el apartado: «Haz tu propio diagnóstico» del
último capítulo. Tus dones intuitivos y tu capacidad para acceder a la
conciencia colectiva enriquecieron este apartado. Gracias por acoger mi alma
en tu corazón mientras aprendía las lecciones y por hacerme creer que
cualquier cosa es posible cuando se trata de la salud. Tu apoyo, sabiduría,
consejo y responsabilidad hizo este libro —y a mí— mucho mejor. Además,
eres muy divertida, me encanta tu risa, estás sexy con esos pantalones que te
dejaron prestados y, sencillamente, ¡te adoro!
Quiero dar las gracias a los pioneros cuyo trabajo me inspiró y cuya
investigación facilitó la mía: Rachel Naomi Remen, Christiane Northrup,
Bernie Siegel, Larry Dossey, Dean Ornish, Andrew Weil, Anne Harrington,
Ted Kaptchuk, Bruce Lipton, Fabrizio Benedetti, Norman Cousins, Joan
Borysenko, Deepak Chopra, Frank Lipman, Mehmet Oz, Mark Hyman,
Herbert Benson, Arnold A. Hutschnecker, Louise Hay, Martin Seligman,
Sonja Lyubomirsky, Brené Brown. Gracias por abrir nuevos caminos que me
permitieron descubrir mi verdadera vocación y dar con el camino que tenía
que abrir por mí misma. Os estoy infinitamente agradecida por todo lo que
habéis hecho para contribuir al movimiento de la medicina cuerpo y mente,
que está en camino de convertirse en la corriente principal gracias a vosotros.
Un agradecimiento gigante a Marilyn Schlitz, Cassandra Vieten, Caryle
Hirshberg, Brendan O’Regan y a toda la gente del Instituto de Ciencias
Noéticas por el trabajo realizado en relación con cómo la mente puede sanar
el cuerpo. Vuestro Proyecto de Remisión Espontánea fue un regalo del cielo y
aprecio sobremanera vuestra amistad y soporte profesional.
Gracias a Kris Carr, quien, como prometió: «ofreció un gran prólogo».
Gracias por ser tan inspiradora, por demostrar con audacia que cualquiera
que se enfrente a una enfermedad puede utilizar este hecho como una
oportunidad para despertar, por enseñar a la gente a usar la alimentación
como medicina preventiva y tratamiento de la enfermedad, por tu tutoría y
orientación, por ser mi heroína y, lo más importante, por tu preciosa amistad.
Te quiero.
A mi madre, Trish Rankin, gracias por escucharme mientras parloteaba
sobre lo que estaba aprendiendo y por dejarme espacio para evolucionar, aun
cuando las decisiones que estaba tomando y los puntos de vista que estaba
expresando representaran un salto radical con respecto a lo que papá y
cualquiera de la facultad de medicina me enseñaron a creer. Cuando la gente
experimenta un giro radical en su vida, suele perder aquello que más ama.
Pero tú eres la mejor madre del mundo. Siempre he sabido que tenía tu
bendición para volar hacia cualquiera que fuera la estrella polar que me
llamaba. Gracias por quererme y aceptarme, por estar orgullosa de mí, aun
cuando estoy sobrepasando los límites. Te amo.
Agradecimientos muy especiales, resonantes y gritados a los cuatro
vientos a mi grupo de expertos de autores y oradores: Amy Ahlers, Christine
Arylo, Mike Robbins y Steve Sisgold. Cada uno de vosotros habéis tocado mi
vida y mi corazón de incontables formas y habéis hecho posible este libro.
Gracias por vuestra orientación profesional y espiritual mientras iba
tropezándome a lo largo de este camino hasta que finalmente encontré el mío.
El hecho de teneros en mi vida queda escrito casi cada día en mi diario de
gratitud. Os quiero mucho a todos.
Gracias, Elisabeth Manning, por la orientación espiritual, por tu
inspiración, por las herramientas que me has dado, por tu amistad y por ser
mi caja de resonancia con frecuencia. Eres una bendición. Gracias, Dana
Theus, te aprecio por tantas discusiones conmovedoras sobre la salud
integral, por guiarme desde los ángeles, por ser mi tutora en mis esfuerzos de
liderazgo, a menudo equivocados, y por tu amistad. Gracias, Cari Hernández,
por servir como caja de resonancia y dar testimonio de este viaje con amor, té
y la mejor clase de amistad. Gracias, Nicholas Wilton, por alimentar mi fuego
creativo y enseñarme cómo se siente un «tarro desbordado de canicas».
Siento mucha gratitud por todos los mentores y profesores que
desempeñaron una función fundamental en mi viaje personal y profesional.
Doy las gracias especialmente a Debbie Rosas, Sheila Kelley, Barbara Stanny,
SARK, Regena Thomashauer, Anne Davin, Danielle LaPorte, Chris
Guillebeau, Jonathan Fields, Tama Kieves, Frank Lipman y Brené Brown.
Vosotros y vuestras enseñanzas me han salvado de mí misma y os estaré
eternamente agradecida.
Un enorme agradecimiento a Martha Beck, que me demostró lo que
significa ser valiente y me ayudó a encontrar mi estrella polar hace años, y
más recientemente me hizo dar cuenta de que ya no soy un pequeño charco
aislado, sino parte de un océano de buscadores de caminos y reparadores que,
de forma conjunta, aumentan la vibración del planeta. Te quiero en silencio y
estoy muy agradecida por tu amistad.
Gracias a Fred Kraziese, Bob Uslander y Ken Jaques por ser los
profesionales sanitarios revolucionarios que me empujaron a actuar para
traer una nueva clase de medicina al mundo de una forma más amplia.
Gracias a Rachel Carlton Abrams, Joanne Perron, Aviva Romm y Kim
Goodwin por dejarme elegir vuestros cerebros de médicos, ofreciéndome una
información vital y dándome muchísima esperanza para la medicina del
mañana.
Gracias a Kate McPhail por animarme a escribir este libro como si
estuviera dando un testimonio de experto frente a un jurado de colegas (y por
ser una amiga tan querida).
Gracias a Rob Zeps por ser mi escéptico favorito.
Gracias a Barbara Poelle (alias, «Monkey Barbara») por estar dispuesta a
meterte en una «pelea de monos» para ayudarme a traer mi mensaje al
mundo, por creer en mí cuando nadie más lo hacía y por liberarme con amor
cuando fue el momento de volar.
Gracias a todos y a cada una de las personas del Clear Center of Health,
especialmente a la doctora Beth McDougall, por enseñarme tanto, por darme
la oportunidad de practicar la medicina de la forma en la que siempre había
creído que sería posible, por darme la oportunidad de aprender lo que
necesitaba aprender y por dejarme ir cuando fue el momento de continuar
por mí misma. Siempre estaré agradecida por el precioso tiempo que pasé
contigo y la sanación que me ofreciste después de que la medicina me dejara
más que una pequeña herida.
Gracias a Lisa Brent, Colin Smikle, Lakenda Wallace y Susan Fox por
ayudarme a dar a luz al Owning Pink Center, donde aprendí y practiqué
tantas lecciones que comparto en este libro. Estoy eternamente agradecida a
cada uno de vosotros.
Gracias a Joy Mazzola, Lauren Nagel y Megan Monique Lewis por
haberme soportado cuando estaba tan ocupada aprendiendo y aún no
preparada para enseñar y liderar. Aprecio mucho todo lo que hicisteis.
Gracias a Katsy Johnson, Chris, Keli, Kim, Malen, Nick, Trudy y Larry
Rankin, Izayah Graham, Rebecca Bass Ching, al clan Wirick, April Sweazy,
Genevieve Leck, Diane Zeps, Kandy Lozano, Vera Sparre, Scott Richards,
Maya y Jochen Pechak, Geoff Rogers, Lawrence Kolin, Stephanie Walker,
Tori Mordecai, Jory Des Jardins y Kira Siebert, sencillamente porque os
quiero.
Y finalmente, pero de forma muy destacada, un gran agradecimiento a
cada persona de las comunidades de Internet de OwningPink.com y
LissaRankin.com, a la gente que me sigue en Twitter en @lissarankin, a mis
amigos de Facebook, a aquellos que leen y comentan mis boletines y a
aquellos suscritos a the Daily Flame. Todos vosotros sostenéis ese hermoso
espacio y me proporcionasteis vuestras opiniones críticas mientras llevaba a
cabo el viaje de este libro. No tenéis ni idea de cómo vuestras entradas,
comentarios, correos electrónicos y tuits dieron forma a lo que escribí en este
libro. Os estoy eternamente agradecida. Vosotros sois el motivo de haber
escrito este libro.
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