Los Vampiros de Caracas Prof Parra para Analizar
Los Vampiros de Caracas Prof Parra para Analizar
Los Vampiros de Caracas Prof Parra para Analizar
Los vampiros de
caracas
Tabla de contenido
Créditos......................................................................................................... - 5 -
Agradecimiento .............................................................................................. - 7 -
Dedicatoria ..................................................................................................... - 9 -
Prólogo.......................................................................................................... - 11 -
CAPÍTULO I.................................................................................................... - 19 -
CAPÍTULO II................................................................................................... - 29 -
CAPÍTULO III.................................................................................................. - 32 -
CAPÍTULO IV.................................................................................................. - 38 -
CAPÍTULO V................................................................................................... - 44 -
CAPÍTULO VI.................................................................................................. - 55 -
CAPÍTULO VII................................................................................................. - 62 -
CAPÍTULO VIII................................................................................................ - 75 -
CAPÍTULO IX................................................................................................ - 104 -
CAPÍTULO X........................................................................................... - 110 -
CAPÍTULO XI................................................................................................ - 116 -
CAPÍTULO XII............................................................................................... - 130 -
CAPÍTULO XIII.............................................................................................. - 148 -
CAPITULO XIV.............................................................................................. - 153 -
CAPÍTULO XV............................................................................................... - 174 -
RESUMEN DEL AUTOR ................................................................................ - 176 -
SOBRE EL AUTOR ........................................................................................ - 178 -
Agradecimiento
A Delvalle López de Medina y Don
Alejandro Chicotte, quienes hicieron todo
lo posible por apoyarme en la
realización de esta obra.
Dedicatoria
A mis hijos Ana Sofía,
Linda Coromoto,
Orlando Jesús y Ana
Victoria
quienes son mi fuente
permanente de inspiración.
Página |-
LOS VAMPIROS DE
Página |-
LOS VAMPIROS DE
.
Página |-
LOS VAMPIROS DE
Página |-7-
Página |-
LOS VAMPIROS DE
Página |-9-
Página |-
LOS VAMPIROS DE
P á g i n a | - 11 -
Prólogo
LOS VAMPIROS DE
P á g i n a | - 17 -
LOS VAMPIROS DE
Página |-
LOS VAMPIROS DE
Cogito ergo sum, pienso luego existo, como Descartes soy el
pensamiento y luego soy vampiro. Estoy parado obser- vando ese querido cerro
del Ávila, de repente mi estado de vigilia sucumbe y llegada la noche, la
sacudida formidable de los vientos nocturnales de la borrasca montañosa, me
hace en- tender que ya estoy en la cima del Hotel Humboldt desde donde
visualizo el oscuro Mar Caribe y La Silla de Caracas.
Mis poderes crecen en cada pasada furtiva sobre la ciu- dad, es cierto
los excesos del clima, los fuertes vientos, la llu- via ácida, la calima y hasta los
incendios forestales ¡Sí! todos esos eventos pusieron en peligro mi integralidad
vampírica; porque a pesar de todo soy vulnerable y podría recordar que hasta un
rayo casi me parte en dos a miles de metros de altura,
por eso pensé y luego sin querer me materialicé en el hotel, en la cima de la
montaña. Imaginen tan mágicos poderes, pero a pesar de eso soy muy
vulnerable. Si, seguimos subordinados a la madre naturaleza, no hemos dejado
de ser seres humanos, fal- so que somos criaturas de Lucifer.
Algunos en la noche de los siglos, pactaron con él y pe- recieron con
una estaca en el corazón, ni mi estirpe ni a la cruz teme y Dios es el padre
nuestro que estás en los cielos. Aquí en Caracas, mis hijos sobrevivientes
siguen la tradición, los so- brinos que en un tiempo se dejaron llevar por la
atracción de la sangre, succionaron del cuello de unas víctimas y las asesina-
ron, de inmediato descendieron a los infiernos y se murieron en vida. Los
llamamos al castillo de San Carlos en la Guaira, cele- bramos un banquete, ya
estaban cinco generaciones de vampi- ros llegando así al millar.
Esa noche expulsamos a los sobrinos disidentes y acre- mente los
sometimos a juicio, fueron sentenciados eternamente al desprecio y a la pérdida
de la protección de la familia. Ya expulsados gritaron sus miserias de manera
que se escucharon en el eco estruendoso de la costa litoraleña.
Los siglos no han mermado mi espíritu indomable, ni mi entusiasmo
por vivir, me fortalezco siglo tras siglo, un viento inmortal como un manto
protector apuntala indefectiblemente mis eternas ejecutorias. ¿No me fastidié?
¡Nunca! Desde nues-
tra llegada en 1654 hasta nuestros días en 2020, hemos partici- pado de los más
importantes eventos históricos de Venezuela. Hasta el conocido como el
Caracazo, cuando succionábamos bastante sangre de los cadáveres, producto
del choque diabólico del conflicto social.
Veníamos mi esposa y mis hijos entre los cincuenta espa- ñoles que
llegaron con el capitán Diego Montero y nos radica- mos en la naciente ciudad
de Santiago de León de Caracas. An- duve cubierto de una fuerza extraña que
se sobreponía a mi con- dición supra normal, cuando en Madrid decidí
acompañar como Javier de la Barca, desafortunadamente a Diego Montero.
Por eso cuento con detalle lo que pasó en Madrid: Diego Montero,
La mesa donde tomaban café era redonda, cubierta con un gran mantel
de tela bordada con figuras de cabezas de cabra, en el centro de la misma un
recipiente de vidrio con un velón rojo decorado con tridentes y un símbolo
diabólico redondo. Montero, rodeó con sus manos el velón que flameaba, como
era ya de noche el rostro de Montero dio escalofrío a Suárez, una sombra
siniestra apagó la mitad de su cara, la otra brillaba ra- biosamente, se veía un
solo ojo inyectado en sangre.
Sin que sus dedos tocaran la mecha, Montero apagó la vela en el
candelabro, sus ojos se escondieron, luego de elevar horriblemente el mentón,
pareciendo que su cuello estuviera creciendo y elevándose, ahora sus ojos
totalmente blancos des- prendían rayos y Suárez aterrorizado observó como el
cuello con la cabeza de Montero comenzaron a girar a trecientos se- senta
grados, iluminados inexplicablemente.
Suárez, casi desmaya y una ola de pánico descendió ese momento hasta
sus casi inexistentes testículos; los presentes en las mesas adyacentes ni se
percataron del hecho, de manera que, al reponerse Suárez, quería creer que era
un truco de Montero, pero cuando lo vio jadeante y pálido, casi de muerte,
advirtió la gravedad de las formas diabólicas, La Barca por su parte obser- vó
todo, pero no se inmutó.
Ya a las siete de la noche, caminaron apresuradamente hasta el
monasterio de San Jerónimo, donde los esperaba una cohorte de séquitos.
Después de entrar por un lugar inesperado no visible al ojo profano, se
desplazaron escoltados por dos columnas con espadas de veinte hombres cada
una, al pasitrote descendieron por un gran pasillo de piso de larga alfombra
roja, las paredes de piedra anclaban receptáculos que contenían teas encendidas,
contribuyendo a la claridad del lugar.
Seguidamente el pasillo comenzó a ascender como si re- gresara a su
superficie, la escolta el maestro y su segundo, fue- ron asistidos en un gran
salón forrado de telas roja y negra por varias doncellas madrileñas vestidas con
túnicas rojas que solo les cubría un seno y una pierna, la otra pierna estaba al
descu- bierto y se observaba parte del glúteo.
Al maestre evidentemente el supremo jefe de ese lugar, le fue colocado
una capa roja y negra igualmente a Suárez, pero solamente roja.
Yo creí que el salón podía contar algunas cincuenta per- sonas, pero
ahora veo casi unas quinientas, algunas caras impor- tantes de la realeza y de la
sociedad madrileña.
“¡Qué cosas!, ¡veo cosas!”, así pensaba Suárez. “por lo menos no soy
yo solo, hay mucha gente en esto”.
En el fondo de su conciencia hubiera preferido no ven- derle el alma al
diablo, pero su ambición era tanta, tal como su deseo de poder y riquezas que
no hizo nada por negársele a Montero, líder y guía de ese movimiento radical.
El incienso se difuminó en el enorme salón, la gente de pie se
encontraba dispuesta en una gran rueda con un velón en- cendido en la mano y
en el centro un mesón de piedra pulida fo- rrado de telas aterciopeladas, de
color purpura y en el centro una túnica blanca, amoldada, se encontraba
suficientemente al-
to, por lo tanto Montero subió unas gradas hasta el mesón redondo de gran
diámetro, su imponente figura caucásica co- queteaba con su elegante barba
bermeja y una afianzada nariz aguileña encajada perfecta en su rostro.
Por un lugar no visible comenzaba a penetrar el viento madrileño y las
teas acusaban su direccionalidad.
Ni un solo símbolo afloró en la escena.
Pero Montero, terminó de subir al mesón de piedra con gran
solemnidad, solo alzó las manos sobre su rostro.
—¡Soldados de Belcebú! los ataques cristianos sobre el ángel, quieren
acabar con su gran misión, por eso se han forma- do los ejércitos del infierno,
son legiones con sus respectivos ángeles al frente.
Las almas de la potencia, reclamaron a Dios la fuerza pa- ra apoyar a
Lucifer, Belcebú, etc. Las almas de la potencia son los ejércitos del diablo
mayor por culpa de Dios:
Gritó con toda la fuerza de una voz salida de ultratumba ahora son los
hijos del ángel de la muerte.
—¡Alabado sea el hombre! —al instante jadeó— lo esta- mos
conquistando para los poderes infernales, pronto seremos todos y su blasfemia
les hizo chorrear una baba roja.
Luego levitó ante el asombro aletargado de los estados de vigilia afectados
de hipnosis colectiva.
Dos damas destaparon una botella y le dieron a beber en una copa verde
un líquido rojo. —¡Es la sangre de una mortal!
—gritó.
Así el ritual satánico continuó con la complicidad de la noche.
Ahora, les contaré como llegamos a Santiago de León de Caracas con
Diego Montero:
Por la fuerte pendiente, el camino empedrado ofrecía gran resistencia a
la caravana; caballos importados de Aragón, veinte negros cuyas edades
oscilaban entre 17 y 18 años, fuertes y hábiles para el trabajo rudo, junto a la
treintena de españoles que lucían abigarradas vestiduras que los protegían de las
pla- gas y el frio matutino de la impresionante montaña conocida co- mo
Guaraira Repano nombre dado por los autóctonos del lugar.
El látigo del sargento Ávila chasqueó furioso sobre la po- derosa
espalda de un jovencito negro de 17 años de edad. —
¡No tás fermo negro flojo! —y la crueldad del castellano se en- señoreaba
especialmente contra ese grupo de Mandingos.
El trabajo de tramar las piedras cuidadosamente había fructificado casi
un kilómetro, después solo tierra seca y en al- gunos casos los indios abrían
paso a machetazos agraviando el follaje que escondía el camino. Al fin, la
comitiva llegó a la fin- ca de los Palacios donde hoy conocemos como San José
de Ga- lipán. Reposaron un día con el auxilio de Juan Alberto Palacios y su
gente. Les dejaron dos toretes en pago y continuaron mon- taña abajo hacia el
imponente valle. Al llegar a la quebrada cer- cana a la encomienda de los indios
Chacao, el sargento Ávila preguntó al capitán Marcos Suárez: —¿Qué decisión
va a to- mar? ¿cumplimos con el ritual de una vez? o ¿llegamos primero a
Santiago de león para cumplir nuestras órdenes de traslado de estos esclavos, el
ganado y los caballos junto a la mercancía ve- nida de Europa, hasta el capitán
general?
Marcos Suárez, era un madrileño, formado en los ejérci- tos del rey
Felipe IV. Él observó con sus ojos azules y rapaces al sargento, su raza
caucásica le proporcionó un rostro duro y templado, antropomórficamente
fundido a un cráneo cuadrado dolicocéfalo, nariz de árabe mezclada entre siglos
de la domi- nación de los Moros, Marcos Suárez habló muy bajo, ambos ca-
ballos iban al pasitrote muy cerca el uno del otro, sargento Ávi- la, si hacemos
el ritual primero nos costaría peligrosas sospe- chas, entonces primero nos
reunimos con el maestro Diego Montero al llegar a Caracas. El fiero Ávila se
encendió y su ca- ra lució jubilosa, al tiempo que apretaba las bridas,
rabiosa-
mente de alegría, Ávila siguió cabalgando en redondo pasando revista a la comitiva.
Llegaron pues entre la lluvia y amaneceres soleados, to- talmente
extenuados, entraron en la hacienda donde la enco- mienda de Chacao mantenía
la catequización de los naturales del lugar y la moderna cotidianidad agrícola y
pecuaria de la zona.
A los comienzos del siglo XX, en 1901, me volví a casar y esta vez
procreamos diez hijos. La genética no perdonó y los vástagos también
sobrevolaron a Caracas, con la supervisión de su padre, así como las normas del
clan familiar, ya hay dos ge- neraciones de vampiros unidos a las centenas
voladoras de hijos nietos y tataranietos, descendientes de mi hermano que
también llegó con Marcos Suárez, tutelado igualmente por Diego Mon- tero en
1654 y mi persona. Tantas ejecutorias tuve, que logré combatir del lado
republicano, contra mis compatriotas españo- les, pues, aquellos hombres
huestes del momento, asesinaron tanto de manera inmisericorde, que me resistía
a creer que fue- ran soldados del rey, pues los ejércitos reales eran gloriosos y
magnánimos con los vencidos a pesar del furor de la guerra. Tal vez la culpa de
mi ingenuidad me libró de ser un monstruo, gra- cias a las enseñanzas de mis
padres madrileños. En la batalla de
Úrica en oriente, cabalgaba con la escuadra rompe línea del im- pertérrito
Zaraza, cuando avisté al imponente Tomás Boves, en ese momento volé sobre
todos y lo tumbé del caballo, sacrifi- candolo cuando le ordené a un soldado
que lo atacara, Boves un gran gladiador de fuerza extraordinaria, no pudo con
mis instin- tos y lo vapuleé de manera fustigante y arrolladora, ya en el sue- lo
permaneció indefenso y humillado, un indio hercúleo de una raza aparecida sin
explicaciones en los pueblos caribes, atrave- só frenéticamente una y otra vez,
una lanza, sobre la humani- dad, de quién azotara este suelo patrio con su
legión infernal.
En 1937, me integré a la modernización de los equipos de seguridad y
llegué a formar parte de los cursos de dáctilosco- pia, dictados por la guardia
civil española en Venezuela, auspi- ciado por el gobierno del general López
Contreras, después co- mencé a trabajar en el área de migración. También
aprendí la moderna ciencia de la criminalística, como un legado, del señor
Mileo y de Maldonado Parilli, para la investigación criminal. Laboré
igualmente en los laboratorios de criminalística de mi- gración y extranjería,
también con el señor Jorge Maldonado Parilli, luego en la comandancia de la
policía de Caracas, donde fue nombrado jefe de la policía y finalizando la
década del 45, con el mismo a quién nombraron como director de la Seguridad
Nacional.
Ya en la década de los años 1950 tuve que reacomodar mi apariencia y
mis documentos, lucía de veinte años de edad e ingresé al Cuerpo Técnico de
Policía Judicial en su fundación en el año 1958 hasta el 60. Hoy haciendo
remembranzas leídas en el libro de Relatos Criminales, de una gran amiga,
derramé algunas lágrimas, por la distancia en el tiempo, tal vez el capítu- lo
narrado me conmovió de tal manera que de su lectura extrai- go textualmente su
contenido:
Tal vez nunca se imaginó la señora Visney, que la muerte rondaba
alrededor de aquellos retozos adúlteros, que disfrutaba con fruición cada día,
con aquel ciudadano peruano que la visi- taba frecuentemente en el apartamento
de Santa Mónica.
1959: noviembre: en el libro de novedades de la brigada de personas
del Cuerpo Técnico de Policía Judicial, se encon- traba la siguiente
notificación: se recibe llamada telefónica de un vecino no identificado de Santa
Mónica, informando que en un apartamento se encontraba una mujer
apuñaleada y muerta. Luego, bajo esta novedad, partió la comisión que se
encargaría del procedimiento. Por cierto, entre ellos estaba yo.
En el lugar dos bisoños detectives acompañaban a otros dos hombres
vetustos que fungían como jefes, los fotógrafos de homicidios plasmaron
gráficas del cadáver de una mujer cuyo cuerpo presentaba varias heridas por
arma blanca y su cabeza había sido colocada dentro del horno de la cocina, el
resto del
cuerpo afuera, la interpretación del sitio del suceso fue estupen- da y la
colección de evidencias físicas se llevó a cabo de forma concienzuda y
metódica. Miguel Villavicencio Ayala, Gabriel Veracaza, Marcos Casadiego,
Elmer Sabó y otros se encontra- ban reunidos en la planta baja del nuevo
edificio de la PTJ en Parque Carabobo, discutiendo varias hipótesis del caso,
entre ellas del excelente investigador criminal, como fue el comisario
Villavicencio Ayala, cuya opinión era de que el ciudadano Gonzalo Visney,
había matado a su esposa Cecilia de Visney y a la vez, había asesinado al
amante, quien era el ciudadano peruano sin identificar, desapareciéndolo
posteriormente. Otros planteamientos muy bien razonados, sostenían que el
peruano había causado la muerte de América de Visney y luego se marchó del
país. Al ciudadano Gonzalo Visney, se le practicó la detención preventiva como
posible sospechoso del caso, sin embargo el sostuvo siempre, que el homicidio
lo cometió el peruano, se logró averiguar igualmente que Gonzalo Visney, fue
detective en Hungría, su país de origen, elemento que forta- lecía la tesis que lo
señalaba, por cuanto el análisis que se des- prendía del sitio del suceso, lo
señalaba a él porque el lugar esta- ba manejado por el presunto indiciado de
manera muy profesio- nal, ocultando muchas evidencias.
El esposo tenía 52 años y la occisa 38, también se presu- mió que
América consiguió la felicidad en brazos de su amante de 35 años de edad.
El detective de primera Luis Pérez, jefe de guardia en ho- micidios,
acompañados por varios funcionarios y mi persona, escribía en su máquina
mecánica, cuyo uso se escuchaban como ráfagas de ametralladora por lo rápido
y su gran habilidad de escribiente, pero entre pausa y pausa se percibía una
tensa cal- ma en aquellas inmensas instalaciones por la madrugada, donde
funcionaba el Cuerpo Técnico de Policía Judicial.
En medio del silencio nocturnal y antes de reanudar su tarea Luis Pérez,
escuchó el caer impresionante de una gota de agua, le pasó varias veces y
supuso que alguna llave quedó mal cerrada, pero al rato aún se oía la tintineo.
Se levantó para inves- tigar y se dio cuenta que provenía de los calabozos de
homici- dios, hasta allá llegó, revisando celda por celda, al llegar a la celda de
Gonzalo Visney, la sangre se le heló en las venas.
Este, estaba medio sentado en una silla y totalmente blan- co, se había
desangrado plenamente, suicidándose, cortándose los genitales cuyos testículos
se encontraban caídos en el piso junto a un gran chorro de sangre. ¿sería el acto
de castración, un mecanismo de expiación de culpas derivada de la vorágine
que rodeaba al sangriento hecho?
Glaudet, la catirita de las trenzas de oro desde pequeña i- rradiaba una
sonrisa extraordinaria, de 1,68 de estatura, llenó el promedio de estatura exigido
en el cuerpo detectivesco. Era del- gada con cuerpo de guitarra, realmente la
muñeca de los cuentos y a Camilo, eso no le pasaba desapercibido en el fondo
de su corazón la quería mucho desde hace años, no en vano eran veci- nos y se
conocían muy profundamente, los años del mundo son intangibles, pero la gente
como ellos comparten: lagrimas, emo- ciones fuertes, tristezas, algunas veces
las desesperanzas pro- pias de algunos adolescentes, juegos en carnaval, las
activida- des del club de la huella fundado por Glaudet Rios a sus quince años
de edad ante esa omnipresente y a veces recordada verdad se fraguaron los
caros sentimientos de ambos corazones, atados por la atracción psicológica es
decir por nudos invisibles, pero sus bocas nunca cruzaron un valiente ¡te
quiero!, o, eres mi án-
gel custodio, menos un gustoso y avasallante ósculo de cara a cuatro labios
palpitantes que esperaban el día que Dios decidie- ra si ese era su destino.
Más allá de los compromisos con el tiempo, surgieron los serios lazos
profesionales, porque a la vera del camino, ora se encaminaron todos los
jóvenes del club, inducidos por la fiebre de la dactiloscopia, ora porque todos
coincidieron en gustos, proyectos profesionales y personales, no obstante como
equipo generacional armonizaron estupendamente, fue entonces la concreción
de un grupo de afinidades y en colectivo, por ejem- plo todos se apasionaban
por la criminalística aunque en el cuerpo investigativo trabajaban en áreas
diferentes.
Así todos: Maciero, Angelito, Camilo, Glaudet, Rosibel, y que por
cierto a este club se unió al inspector jefe Jonny Rojas y el comisario Robert
Cáceres Molina.
Estoy libre hoy Camilo, le señaló Glaudet, emparejando su marcha, en
el largo pasillo de la planta baja, camino hacia la división de inspecciones
técnicas, que es donde se procesa la escena del crimen.
Camilo, vaciló, algo le impedía flirtear con Glaudet, ha- bía algo más
allá de su naturaleza que virtualmente lo alejaba de Glaudet. A pesar de que la
amaba nunca se lo dijo, la vigilaba de cerca, la buscaba, le ocupaba parte de su
tiempo, hacían com-
pras juntos, la celaba sin ella saberlo y viceversa, Camilo, nunca le aceptó una
declaración de amor, pero ella lo hacía cada vez que podía, de manera que ella
bromeaba a costa de él:
—¡Pero hombre que duro eres! No tienes novia, ¿enton- ces porque me
niegas el derecho a quererte y ser tu novia?
Camilo, le contestó: —no te puedo aceptar porque no te quiero ¡cara!,
¿no entiendes eso? En ocasiones después de una respuesta así, Camilo sufría
tanto que casi lloraba, pero su madre siempre le aconsejó que la persona con
que compartieran sus sentimientos debía hacerlo sentir totalmente feliz y con
Glaudet, existía algo que su percepción psíquica rechazaba.
Sin embargo, Camilo sonrió: —¡Ya! deja la quejadera, vamos
caminando desde aquí, la sede del cuerpo investigativo de Parque Carabobo
hasta las escalinatas del Calvario, ¿te pare- ce? —Si, si, —a Glaudet le pareció
grandioso.
Camilo comentó en voz alta: —¡Coño que más me queda con esta
carajita!
—Ajá, dijiste eso ¿verdad? ¡ya verás, te va a salir caro Camilito!
Camilo, agarró a Glaudet, por la mano y se encaminaron a pie, hacia la
avenida universidad con dirección oeste, hacia el centro de la ciudad de
Caracas.
—Que rico es caminar contigo Camilo, pero quítate esa corbata y el
paltó vamos a caminar un buen rato, el sol está fuer- te, tu siempre como el
detective de la película Camilo, de paltó y corbata, a ver:
—Señores paltó de gabardina verde obscura, ¿quién da la primera
oferta? ¡en esta subasta, tenemos unos pantalones de casimir de último modelo,
con el paltó de combinación! — Glaudet, comenzó a agitar el paltó dándole
vueltas en la acera luego lo suspendió sobre sus brazos y gritando
frenéticamente. Camilo, la tomó entre sus brazos y con la mano derecha le tapó
la boca, susurrándole al oído:
—¡Mi bella loquita esquizofrénica!, ¿te puedes controlar para que no
digan que te falló la mente? —la apretó fuertemen- te, momento que aprovechó
Glaudet, para besar en la boca a Camilo, pero este se apartó violentamente—,
¿qué te pasa Glau- det? Ahora si te volviste loca ¿cómo me besas en la boca?
¡ca- ray!
Glaudet, replicó: —¡Me tienes miedo! —lo dijo muy se- ria primero y
luego soltó tremenda carcajada y lo tarareo—, me tienes miedo, me tienes
miedo, me tienes miedo.
Entonces siguieron agarrados de la mano sin darle impor- tancia a lo
ocurrido.
Fue una larga caminata. ¿por qué? Bueno si explicamos llanamente esto
sería así:
Camilo, está yendo obligado, esto crea energías involun- tarias en su
cuerpo solo compensadas por la sensación de fres- cura que ofrece la compañía
de Glaudet, pero Camilo, tiene que luchar con los impulsos traviesos de la
chica. Realmente Cami- lo quiere cumplir con Glaudet, ella solo quiere
disfrutar un mo- mento que no se presenta todos los días, por eso se para en
cada tienda y obliga a Camilo a entrar para curiosear y para retener el mayor
tiempo posible al muchacho.
Así que la caminada fue lenta, en círculos, en eses, un pa- so adelante
otro hacia atrás, algunas veces Camilo era rémol- cado a mano limpia, en otras
era víctima de las cosquillas que le hacía Glaudet. Así llegaron a la iglesia
católica del Corazón de Jesús, justamente frente al puente que hace esquina con
la a- venida Fuerzas Armadas, que desciende hacia el sector de la Hoyada.
Entraron a ese monumento arquitectónico que es la se- de santa y rezaron por
diez minutos, arrodillados como un par de novios. Luego prosiguieron tomados
de las manos a lo largo de la avenida universidad. Pasaron por la cuadra de
Bolívar y entraron a la casa natal del Libertador. Glaudet estaba más feliz que
nunca, pensó: “esta vez sí lo logro, tendré el amor de Cami- lo”. Al trascender
la enorme puerta colonial de madera, ambos asumieron una actitud muy
solemne, sus manos se apretaron a
más no poder, admirando la primera sala con murales de Tito Salas, con
imágenes de la vida familiar de Simón Bolívar, las restantes divisiones
arquitectónicas de la enorme casa colonial, construida en el siglo XVII y
adquirida por el estado al final del siglo XIX, finalizaron el recorrido en las
habitaciones y otros hermosos salones, así como las áreas de cocinar y toda la
parte posterior de la casa incluyendo el limonero, y los pavimentos de piedra.
Como criminalistas e investigadores del crimen, a los cuales se le
agrega, un sentimiento sediento de conocimientos, ambos espíritus acuciosos,
profundos en la percepción de lo que está fuera de lo normal, sensibles claro,
ante lo misterioso que dejó el pasar de los años en esa casa y por su significado
histó- rico, disfrutaron el tiempo en tránsito, imbuidos por los escena- rios
imaginarios de los siglos pasados, recorrieron acompaña- dos por las sombras
de Simón Bolívar, el espacio paradigmati- co de toda una fuente histórica,
relacionada con la niñez y ado- lescencia de Simón.
Así que, poseídos de la efervescencia visceral de estos a-
percibimientos físicos y espirituales, sellaron un pacto de amor no declarado, no
certificado con absolutamente ningún compro- miso.
Es medianoche, las brisas del cerro el Ávila, baten fuerte sobre el lugar,
a un transformista de a pie, el pelo largo amarillo químico, se le levantaba, este
en una actitud muy femenina su- bía su mano derecha lo atrapaba y
delicadamente lo colocaba alrededor de su cuello desnudo, donde terminaba
una blusa de algodón con escote que le permitía mostrar sus morenos hom- bros
sensuales, de juventud diversa, pero a la vista con una mix- tura de fortaleza
masculina con apariencia femenina. Eso ocu- rría en la avenida Libertador otros
dos transformistas alegre- mente compartían con un ciudadano normalito que
conducía un lujoso vehículo último modelo. La Beba Rosa, está sentada en el
asiento del copiloto y Walter Rondón alias la Rusa, con un gran vaso de
plástico transparente saboreándose un trago de whisky, ese se los había servido
de una botella 12 años que car- gaba el dueño del vehículo. Los dejó en la plaza
de las Delicias
de Sabana Grande, esa gran redoma con asientos de concreto y hermosos
Jardines, lucía sombría muy oscura, solo el viento sil- baba a través de la calle
entre otras, que desembocaba de la ave- nida libertador, era el escenario abierto
a las fuertes corrientes alisias provenientes de las montañas. Agelvis González,
propie- tario de una ferretería, había decidido disfrutar un largo rato con las dos
personas de su mismo sexo, nadie se lo discute. Él admi- nistra su tiempo, pero
en ese momento se convirtió en testigo de una situación espeluznante y
alucinatoria.
—Ciudadano Agelvis Gonzales Lara, diga usted, si para el momento de
los hechos que antes describe, ¿se encontraba en estado de ebriedad? —
Contestó: —Bueno confieso que sí. Te- nía una botella de buen aguardiente y la
compartí con estas per- sonas. Ya yo había ingerido unos cinco tragos. Terminó
de escribir en la computadora el detective agregado Juan Monzón de
homicidios. “Mi papá hacía toda esta vaina en máquina de escribir de teclas y
hasta las seis de la mañana cuando estaba de guardia en homicidios y se le
hinchaban los dedos de teclear to- da la noche, las actas policiales, las
novedades y toda esta decla- radera. ¡Caramba y ahora a mí me tocó lo mismo
que vaina, gra- cias a Dios es más suave en computadora y más fácil borrar!”
Pensaba Juan Monzón, mientras cumplía con esa declaración del testigo. —
Décima pregunta: ¿diga usted, si para el momento de los hechos también había
consumido alguna sustancia psico- trópica o alguna otra especie de droga? —
Contestó— No, sola-
mente alcohol. —Décima primera pregunta: ¿Qué tipo de acti- vidad
sostuvieron dentro del vehículo desde que usted los reco- gió en la avenida
libertador? —Contestó— No es lo que usted se imagina caramba, solo
charlábamos. Me gusta hacerlo con gente diferente para conocerlos en otra
dimensión.
Fuera del protocolo procesal, el detective le aclaró que el patólogo se
encargaría de averiguar más profundamente sobre los cadáveres. El declarante
entonces pasó un trago y no de whisky, muy grueso de verdad. —Décima
segunda pregunta:
¿Narre que ocurrió luego de despedir a los tripulantes de su carro en la plaza de
Las Delicias? —contestó— Los dos bajaron con las zapatillas en la mano y
bailando, estaban muy ebrios y alegres. Me despidieron con las manos, yo les
respondí con igual gesto, nada de rencor me quedó a mi como para matar a uno
y herir a otro, le ruego me crea. —Igual fuera del protocolo procesal el
detective le indicó al declarante que se investigaría a fondo hasta hacer justicia.
—Décima tercera pregunta: explique con detalle a que se refería en su
exposición al comienzo de esta entrevista; cuando usted afirma: ¿Que seres
alados atacaron desde el aire a las víctimas causándoles las lesiones que le
produjeron la muerte a uno de ellos, y a la otra persona, las heridas que lo
mantienen al borde de la muerte? — El declarante se estremeció, su recuerdo
madrugó con el sereno de las cuatro de la madrugada, el frío casi lo hacía
titiritar, pero con los estragos del alcohol circulando por su sangre y sus
neuronas, casi lo hacían olvidarse del mismo. Vio las figuras de los travestis y
las percibió como dos damas y exclamó: —Que hermosas, dos, tres metros
caminaron, adentrándose en la plaza. La Rusa era un hombre alto, delgado de
origen europeo, apodado así por el mismo, cuando se declaró ruso ante la
comunidad de estos muchachos vestidos de mujer. Su falda muy ceñida a sus
caderas dejaba observar los glúteos redondos, jóvenes y cargados de polímeros,
implantados en los escenarios nocturnos de París, desde donde emigró hasta
Caracas. Se agachó para acomodarse las zapatillas y abrochárselas. En ese
momento, algo espantoso se plantó en plena espalda de la Beba Rosa, mientras
aún permanecía de espaldas al automotor que la transportó hasta allí a tan altas
horas de la madrugada. El golpe resonó tan fuerte que tumbó a la Rusa quien
permanecía agachada. Agelvis no las había perdido de vista y acusó el
estruendoso impacto. Algo como una mancha negra, que oscilaba y vibraba,
una capa negra ondeaba, se pegaba de una figura que parecía un animal
guindado del cuello y de la espalda del transformista, se dijo para sí: “¡cayó del
cielo Dios¡ ¡no venía caminando¡” Un grito terrible rasgó la noche, era Roger
Peralta, apodado la Beba Rosa que se despedía de este mundo con un grito de
horror. Agelvis estaba solo dentro de su vehículo último modelo de color
blanco, su angustia rayaba el paroxismo, se asustó mucho y el terror era
progresivo. Creyó que lo que pasaba era sobrenatural. No se atrevió a salir
al
exterior, tampoco las fuerzas le daban habilidad para encender el vehículo, más
bien, no podía hacer nada y temía por su vida, por eso solo pudo observar
aterrado. La aparición maléfica envolvió el cuerpo y levantó una espesa nube de
humo, en- seguida el cuerpo cayó al piso sin vida y el animal mostró unos
dientes blancos gigantescos. Levantó unas uñas como garras también afiladas y
blancas. Con sus manos peludas en medio de una visión de un cuerpo amorfo
totalmente negro que solo se podía asociar con la de un mono por la palma de
las manos que eran pálidas y perceptibles en medio de madrugada. Pero
extrañamente al supuesto animal lo acompañaba un tenue res- plandor. De
inmediato, se lanzó al suelo donde encogida por el espanto estaba la Rusa,
quien gritaba estruendosamente. Eso hi- zo que la siniestra figura descargara
con furia sus garras contra el cuello del hombre y casi le degollara. Según fue
un ataque muy violento contentivo de una fuerza descomunal, además que era
una masa vibratoria muy rápida que despedía humo. Ante gritos lejanos de
algunos noctámbulos, optó por volar y retirar- se, perdiéndose en el cielo de la
noche estrellada y fatal. Eso es todo lo que vi. —manifestó el testigo—. Décima
cuarta pregun- ta. —El aire acondicionado de la División de Homicidios fusti-
gaba al testigo que se estremecía del frio. Ahora, el detective sintió rabia antes
de hacer la pregunta, pensó “¿que se creerá este pendejo que yo soy gafo o
estúpido?” —Diga usted —pre- guntó— ¿había otras personas cerca, que
observaran estos he-
chos narrados por su persona? —Contestó— mire no sé, solo cuando me
percaté que ya todo había pasado, creí que era algu- na droga que estos sujetos
me dieron pues tomé de sus vasos también, decidí salir dándome cuenta que era
realidad todo lo que pasó, por eso llamé a emergencias hasta que llegaron uste-
des. —Décima quinta pregunta: diga usted si sufre de alguna enfermedad
mental. —contestó— ¡valla, que bárbaro, ahora soy un loco, prefiero no
contestarle detective! —Décima sexta pregunta: ¿diga usted que armas usó esa
persona u animal, para lesionar a los ciudadanos antes mencionados? —
Contestó— no le sabría decir, solo vi cuando le lanzó un zarpazo al que estaba
en el suelo y parecía que con unas garras blancas y afiladas pues el animal
resplandecía. —Décima sexta pregunta: ¿diga usted si tiene algo más que
agregar a la presente declaración? — contestó— bueno que estoy muy
preocupado por esto, primero porque no soy culpable de nada ni cómplice
tampoco, el miedo no me dejó actuar o huir, soy testigo de excepción y un
hombre honesto de creencias religiosas católicas, con muchos valores morales e
incapaz de matar a nadie, pero creo que esta-mos frente algo terrible, tanto que
tarde casi diez minutos para salir del carro, tapé mis ojos y lo hice al rato, luego
que me pasó el susto.
Ángel Arias. Claro que creía en cosas, dijo a Camilo. — De que vuelan,
vuelan. —el Inspector Arias, formaba parte del club de la huella y pregunto sin
tapujos— ¿qué captaste en su esfera espiritual?
El hotel Ávila, como refugio estupendo para parejas y para las familias
que allí vacacionan los fines de semana, se en- cuentra ubicado a las faldas del
cerro el Ávila o Guaraira Repano. Su distribución arquitectónica y su
decoración era el corolario de la exaltación sublime del pensamiento humano,
a- crisolado de agrestes espacios.
—No puedo decir que son muchos casos, pero si hay uno donde una
mordida con colmillos muy largos, nos rasgan la car- ne, pero si succionaron un
litro de sangre. Las ciencias forenses no han podido resolver el caso. Creo
particularmente que es una simulación. —Los jóvenes Camilo y Glaudet, les
indicarán todo muchachos, espero que estas dos semanas se luzcan y sean bien
atendidos por nuestros funcionarios.
Jacobo Julio, muy circunspecto, explicó como resolvie- ron varios
casos de vampiros en el Tolima, al norte de Santan- der, Bogotá y en otros
lugares en Colombia. El director quedo impresionado por la dialéctica del
muchacho investigador.
Oye, me dejó perplejo eso, aun así, seguí leyendo en cas- tellano
antiguo: una vez instalado el altar hay que comenzar a sacrificar a personas,
comenzando con uno que resulté víctima de un vampiro. Esos demonios están a
nuestro servicio, hay que invocarlos, si es posible, se asesina a alguien y se
difunde que fueron los vampiros, quienes, con apoyo nuestro, difundirán el mal
como homenaje a Lucifer.
—¿Qué vaina es esa del Club de la Huella? ¿cómo que andan perdiendo
tiempo haciendo brujerías? ¡miren la informa- ciones que me llegan
fresquecitas! —los increpó un poco serio el comisario general de más alto
cargo; el jefe de homicidios y Glaudet no sabían que contestar, se sonrojaron
porque realmen- te fueron sorprendidos, así que el director les ordenó que se
de- fendieran y hablaran,
Glaudet Ríos, con la anuencia del comisario jefe Noel Robles, también
integrante del Club de la Huella, jefe de la Di-
visión contra homicidios, tomó la palabra. En el fondo se sentía desarmada,
estaba acostumbrada tanto con Camilo, que se sen- tía sola. —general, mire se
trata de un grupo psíquico y solo nos reunimos los sábados un rato en la
mañana.
En las minas de las Tejerías, tenían su cuartel general los Clovis. El jefe
de todos era Alberto Arreaza, y estaban reunidos en un salón grande construido
anexo a los túneles de extracción de mineral. Comentaba con cinco compañeros
y dos asistentes personales. —Somos una casta y una etnia, permanecimos pre-
sos en la policía porque no queremos romper definitivamente con el sistema,
pero nuestra superioridad de raza muy fuerte nos hubiera dado la libertad, nos
puede costar la extinción de nues- tra raza, agregó Alonso Curuco, yo por lo
menos, —dice Alber- tico, —tengo mucho que perder, soy el dueño de una
cadena de automercados y tu posees muchas propiedades, ningún Clovis aquí en
Venezuela es un pelao, carajo, todos nos hemos levanta- do por encima de toda
la sociedad, académicamente y con el poder del capital. —Juan Kerecuto,
levantó el vaso de ron y to- dos aprovecharon de brindar con las copas y vasos.
—Mira engendro del infierno nos hacíamos los domina- dos, pero te
voy a decir algo: —Te propongo un combate a muerte tu y yo, si ganas, te
llevas al condenado, pues ahora si estamos molestos y es el primero de estos
policías que comen- zará a pagar, la insolencia de arrestarnos; pero si pierdes
vamos a matarlos a todos ustedes murciélagos y a todos los policías in- mersos
en la investigación.
Makarius, optó para confrontar sin poderes, solo con fuerza y habilidad,
pero esa no era la intención de Waike, quien, haciendo uso de sus grandes
fortalezas basado en la rapidez a- sombrosa a la velocidad de la luz, envolvió al
vampiro en una fuerza centrífuga con el objeto de desintegrarlo en plenitud de
su materia, si se quiere era el único poder sobre natural y su gran fuerza las que
caracterizaban a los Clovis.
—¡Que ignorante!
Así que Waike, fue atacado por una oleada mental de pánico producida
por la voluntad de Makarius, además, le
produjo una descarga eléctrica que le sancochó el cerebro vir- tualmente y
falleció. Se podía decir que era la única manera de neutralizar a un Clovis.
Creyó que las figuras borrosas de sus héroes liberados eran producto de
su agotamiento físico y psíquico, los veo mal, comentó Camilo, quien
permanecía acostado en la enfermería de la mina.
Lavilianel, solo era voz y borrasca, como toda mujer sus ondas emitidas
por sus cuerdas vocales, impactaron en el con- siente y la vigilia de Camilo
Romero.
Lavilianel aseguró a Camilo que ellos y solo ellos po- drían entrar allí y
no la policía porque habría muchas trampas y costarían vidas de funcionarios.
—Camilo sé de qué te estoy ha- blando —Camilo un poco incrédulo, percibió
algo extraño en Lavilianel—. La mujer vampiro, le parecía muy familiar, pero
la borrasca y el cansancio no le permitían pensar ni analizar.
Camilo asintió, Makarius, sacó a sus colegas fallecidos y los envió para
rendirles honores en el castillo de la Guaira en su debido tiempo. El grupo de
comandos especiales ingresó a las arcas de seguridad y estacionamientos de la
mina de Tejerías, con su formación de guerra luego que el dron aseguró toda la
actividad externa de los Clovis.
—Mira Camilo, tráete al Sub director y vamos a reunir- nos ya con los
vampiros.
Ok, Camilo asintió. Media hora después estaban reunidos todos bajo
cubierto de la vista de los demás funcionarios. Maka- rius, mantuvo
mentalmente la obnubilación y la visión borrosa de los presentes.
Iban a enterrar sus muertos junto a sus familiares. Eran las seis de la
tarde exactamente, cuando se reunieron: el sub di- rector, Wladimir Romero,
Héctor Freites, Rodolfo Ríos Prato, Glaudet Ríos y Camilo Romero, lejos de la
plaza del Banco Central, juntamente en la plaza de las mercedes aguardaban
cuatro camionetas empleadas con fines tácticos, con los coman- dos de la
Brigada de Acciones Especiales.
Los comandos al mando del sub director, entrarán por el lugar indicado,
el equipo de GPS adecuado para grandes pro- fundidades funciona a perfección,
las brújulas electrónicas y los mapas o carta de navegación, a ciegas estaban
sincronizadas en las computadoras manuales con los GPS, cada paso será segui-
do en la sala situacional del cuerpo de investigaciones.
Krakatoa, vestía de rojo, con una túnica larga a la manera griega, lucía
una corona de oro, parecía un rey negro. El maes- tro de ceremonias era Istúriz,
quien vestía una túnica negra, por lo tanto, solo se veían sus dientes blancos,
dirigía desde un púl- pito la ceremonia:
—¡Cayó por segunda vez la misma banda —Agregó Ca- milo 35 años
después!— Ahora son más criminales —dijo Ma- siero— a pesar que son
sesentones, —comentó Angelito—, Héctor Freites dijo —más o menos de
mi edad, pero fíjate,
¿cuánto tiempo estuvieron presos? —Wladimir les contestó— diez años
solamente pagaron y se dedicaron unidos a la estafa.
Hoy son millonarios todos, tenían los rituales en secreto hace años, en
los laberintos del Sector del Silencio debajo del centro de Caracas. su
especialidad —engañar incautos de Catia
La Mar y la Guaira con una estafa similar, hecha a incautos empresarios de la
Guaira, pero hoy en día estos están más imbricados con la brujería y lo
satánico. También a Pedrito le lavaron el cerebro. Camilo Romero, acotó con
preocupación —
¡no veo el hechicero vestido de Satanás! —y Paulo Ortiz, el jefe del grupo de
comandos, aclaró —¡revisé todas las salidas visibles y no lo conseguí,
realmente se escabulló misteriosa- mente!
—¡Oh! Ustedes son criaturas del diablo, ¡vuelan! Cuando vuelan son
murciélagos peludos gigantes, solo los sostiene el aire.
–¡Loda llámame a Camilo, porfa! dile que triangule el te- léfono y nos
venga a rescatar, que vamos a morir en nueve ho- ras, estamos secuestrados. El
número es el siguiente, —se lo dictó mentalmente— dile que tiene que llegar
por vía aérea y terrestre. —¡oh! Es Loda, ¡Lavilianel no captaron!
Jacobo Julio, se irguió cuan alto era. Vestía un blue jeans muy ceñido,
botines negros sin medias, furiosamente bruñidos, una camisa blanca de rayón
por fuera del pantalón y un paltó azul muy claro.
Haydé y Jacobo, utilizaron las terrazas del hotel para po- der seguir
comunicándose mentalmente con ayuda del sentido desarrollado por los
vampiros, ese procedimiento tardó horas, luego se arreglaron y se prepararon
para el viaje, ya muy bien definido por las habilidades de orientación del
sistema vampíri- co.
Sin embargo, Krakatoa, que los esperaba, les tendió una trampa con
redes de plata e imágenes sacras, como crucifijos, logrando someterlos con los
seis Clovis que le quedaban. Mien- tras tanto, cuarenta motorizados, subían por
Carayaca, hasta lle- gar a la quinta El Fuerte. Estacionaron sigilosamente, ya
eran las siete de la noche, bajaron hasta el nivel inferior de la quinta.
Wladimir Romero, recordó que por allí en ese nivel de la montaña se
podía subir hasta la planta baja del pequeño Castillo, ya que en otrora, él estuvo
igualmente cautivo. Entre los funcionarios se encontraban todos los miembros
del club de la huella y el grupo de la Brigada de Acciones Especiales, liderados
por el recién ascendido, Comisario Camilo Romero y a la cabeza, los
comisarios Generales Wladimir Romero y Héc- tor Freites.
Héctor Freites, opinó que era muy hermosa para ser vam- piro, pero una
estaca de plata con empuñadura crística, había destrozado su corazón y no
consiguió transformarse a su perso- nalidad físico humano usada como fachada
cotidiana.
Todos asombrados se vieron las caras entre sí, no lo po- dían creer, pero
las sospechas y pruebas subjetivas apuntan a e-
so. Ya sabían que existían Vampiros, por supuesto no estaba probado, pero de
que vuelan, vuelan afirmó el detective Vale- vente, quién era museólogo y
arqueólogo.
Camilo abrazó a Labilianel y sonrió —te aceptaré como eres, solo que
no quiero que me chupes la sangre ni me transformes en vampiro.
Suspiró y comentó —si es cierto, por eso me vine para acá, pero
ahora si es verdad que más nunca nos separaremos.
Rodolfo Ríos Prato, aclaró —Es que ese mal nacido era Clovis.
También las heridas que tenía, sanaron violentamente, había que tirotearlo en
el cerebro. ¡Carajo!
Fin.
RESUMEN DEL AUTOR
Los Vampiros de Caracas, constituyen obligatoriamente, una expresión
de contemporaneidad. Es la interpretación de la rica y fructífera manera de
entrar al mundo de las ideas dentro del escenario del fenómeno sociológico
antropológico. Esta vez Orlando Medina, nos subsume en el mundo fantástico
de los vampiros humanizados, muy de moda en estas décadas literarias, con un
drama idiosincrático de la ciudad de Caracas, cargada de fenómenos
sociológicos, con los hombres y mujeres que viven en las riberas del río Guaire.
Para darle más fuerza a la historia, aparece una raza de indios latinoamericanos,
extraviada de la investigación arqueológica, pero muy activos en la ciudad
espléndida y plena de vivencias, estos son los Clovis quienes asedian la
seguridad de la gente y cuando los vampiros pro- tagonistas de esta
paradigmática obra, deciden actuar, propician el más fantástico choque, con los
Clovis, quienes ya en los últimos capítulos son liderados por Krakatoa un
monje católico,
poseedor de contundentes poderes, erigido en archi enemigo de los Vampiros y
arremeten contra ellos, fallando en consecuencia, triunfando la Justicia con sus
nuevos adalides dueños de la oscuridad y de la noche.
SOBRE EL AUTOR
Comenzó en la revista Elite, bajo la Dirección del escritor y pe- riodista Rafael
Del Naranco con la columna semanal “Relatos Criminales” con casos resueltos
policialmente. Al cierre de la revista, preparó el libro, “Relatos Criminales con
el trabajo de cinco años de crónicas.” Siguió “Detectives en Acción” Simul-
táneamente mantenía varias columnas de prensa escrita, en los Diarios: Reporte
de la Economía, Dos Mil Uno, Avance de los Teques y una página completa en
el Diario el Globo que diseña-
ba para dar a conocer noticias policiales del Cuerpo Técnico de Policía Judicial.
Después publicó de Cuerpo Técnico de Policía Judicial a CICPC 1958 a 2001,
conjuntamente con Ángela Va- lenzuela, estableciéndose ambos como cronistas
de esa Insti- tución. Años después irrumpe con su primera Novela “Rostro
Oculto” la misma extraordinariamente vinculada a la presente obra “Los
Vampiros de Caracas”. Su afán comunicacional le llevó a desempeñarse 35
años consecutivos en la radiodifusión venezolana, con su progra-ma de opinión
Defensa y Seguirdad. Es menester se-ñalar que Orlando Medina es Comisario
General acti-vo del Cuerpo de Investiga ciones Científicas,
Penales y Criminalísticas
(CICPC), institución
donde fraguó la imaginería de sus
asertos li-terarios.