Los Vampiros de Caracas Prof Parra para Analizar

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LOS VAMPIROS DE CARACAS


Los VamPiros dE Caracas
Novela

Los vampiros de
caracas
Tabla de contenido
Créditos......................................................................................................... - 5 -
Agradecimiento .............................................................................................. - 7 -
Dedicatoria ..................................................................................................... - 9 -
Prólogo.......................................................................................................... - 11 -
CAPÍTULO I.................................................................................................... - 19 -
CAPÍTULO II................................................................................................... - 29 -
CAPÍTULO III.................................................................................................. - 32 -
CAPÍTULO IV.................................................................................................. - 38 -
CAPÍTULO V................................................................................................... - 44 -
CAPÍTULO VI.................................................................................................. - 55 -
CAPÍTULO VII................................................................................................. - 62 -
CAPÍTULO VIII................................................................................................ - 75 -
CAPÍTULO IX................................................................................................ - 104 -
CAPÍTULO X........................................................................................... - 110 -
CAPÍTULO XI................................................................................................ - 116 -
CAPÍTULO XII............................................................................................... - 130 -
CAPÍTULO XIII.............................................................................................. - 148 -
CAPITULO XIV.............................................................................................. - 153 -
CAPÍTULO XV............................................................................................... - 174 -
RESUMEN DEL AUTOR ................................................................................ - 176 -
SOBRE EL AUTOR ........................................................................................ - 178 -

Agradecimiento
A Delvalle López de Medina y Don
Alejandro Chicotte, quienes hicieron todo
lo posible por apoyarme en la
realización de esta obra.
Dedicatoria
A mis hijos Ana Sofía,
Linda Coromoto,
Orlando Jesús y Ana
Victoria
quienes son mi fuente
permanente de inspiración.
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Prólogo

Con su peculiar estilo narrativo y autor de varios li- bros policiales


publicados, entre los cuales se destacan la novela “Rostro Oculto” alusivo a la
tragedia de Tacoa, "Relatos criminales", "Detectives en acción" entre otros.
Todos muy elogiados con sus respectivos reconocimientos literarios y múltiples
notas de prensa. Ahora nos sorprende con “Los Vampiros de Caracas”,
también de corte policial mezclado con la fábula de los vampiros haciendo vida
en nuestra ciudad capital. Como buen investigador incansable el Comisario
General Orlando Medina, es un intelectual, quien, a pesar de sus múltiples
ocupaciones familiares, la- borales, deportivas, sociales, religiosas, docencia,
radial, culturales, entre otras, logra obtener el tiempo suficiente

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para dar rienda suelta a su imaginación y satisfacer su pa- sión de


escritor.
Su motivación de escribir sobre este género, lo asienta por ser la
temática más explotada en los géneros de drama y terror, concerniente al
concepto misterioso de una sociedad secreta, además, es de gran atractivo al
individuo humano, quien tiene fecha irrevocable de fenecimiento, pero le
atrae la curiosidad de explorar un tema mítico que fascina por el deseo de ser
inmortal, seductor irresistible, rodeado de lujo y poder.
Toda la obra es un relato interminable de situaciones sorprendentes,
mutándose entre hechos acaecidos en la realidad y esbozados en un contexto de
ficción. Los vam- piros han sido representados como seres
espeluznantemen- te aterradores, vestidos elegantemente con frac, de cabello
peinado impecablemente engominado, de cara blanquecina mortuoria, con
ojos rojizos de mirada hipnótica seductora y de singulares colmillos
afilados capaces de atravesar la yugular de sus desvalidas víctimas.
El personaje principal, muy alejado de esa imagen tenebrosa y agresiva,
es suavizado con el típico porte de un policía especializado en la
investigación científica. Su prudencia lo hace merecedor de la confianza y
el respeto de sus compañeros. Le corresponde formar parte de las in-

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vestigaciones de los sorprendentes y macabros homicidios de unos


ciudadanos en Sabana Grande, otros de caracte- rísticas muy extrañas en el río
Guaire. Esos casos se con- virtieron en verdaderos cangrejos policiales, los
cuales sumados a los secuestros de funcionarios policíacos fue un gran enigma
difícil de descifrar y en un fragmento de la narración de los hechos, describe la
participación de una raza perdida conocida, arqueológicamente como
Clovis, un grupo étnico indoamericano desaparecido desde la era precolombina.
Los describe como guerreros aguerridos, dotados de destrezas y fuerzas
sobrehumanas. Iniciando una leyenda extravagante que abre un ciclo
explotable con la participación de este grupo de pobladores originarios
del continente americano. Todos estos crímenes relatados, son hechos
inéditos en el historial policial y escapa de todo suceso acotado en los libros
de las novedades registradas en los archivos criminales.
Estamos en presencia de una excelente obra que cuenta con
suficientes elementos para dilucidar sobre el relato del autor, los cuales no
pueden pasar desapercibidos debido a la importancia de su contenido. Revela
sorpresi- vamente la presencia de la actividad vampírica en nuestra amada
Venezuela, sin saber certeramente la cantidad, con- dición social, ni su
ubicación. Están en los más inespera- dos lugares y asociados a lo más
insospechados grupos afi-

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nes y discrepantes enemigos a muerte. Así como la exis- tencia de otros


grupos secretos que forman parte de nues- tro quehacer diario. De allí, su
inagotable trama les otorga inmortalidad a los personajes por su extendida
existencia.
El autor en la primera y segunda estrofa del primer capítulo, inicia la
controversia filosófica con la famosa frase de Descartes; Cogito ergo sum,
generadora de discu- siones sempiternas en las corrientes del pensamiento,
la cual es acogida en esta obra, por el personaje principal, en su condición
de vampiro. Su manifiesto va más allá de reconocer su vulnerabilidad a pesar
de contar con la here- dad de envidiables poderes especiales. Él en su
interio- ridad dedica su pensamiento en su afán de encontrarse a sí mismo,
trata forzosamente de humanizar al vampiro, pero en la búsqueda de la
verdad no puede ocultar su condición de humano vampirizado. Cavila y
reconsidera, el vampiro no se hizo hombre, es una fantasía creada por el
hombre. Y encontrándose él allí, pensativo, parado sobre el Hotel Humboldt,
observando la ciudad, entre dudas y análisis, en ese instante, distaba aun de
la certeza de su vampírico ser, en el antagonismo sobreentendido, reconoce
poseer unas condiciones de fuerza y poder sobre humana, como el hecho
de haber sobrevivido una noche cuando, pudo inmaterializar su cuerpo mientras
volaba ante el embate accidental de un relámpago, logra desaparecer a
tiempo,

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en ese micro instante ataja incursionar a otras dimen- siones, para


reaparecer fugazmente, preservando su inte- gridad física.
Otro dilema de reflexión, lo presenciamos cuando el personaje en su
sermón de aclaratoria, precisa de manera contundente marcar su diferencia
con respecto del resto de los vampiros. Declara amar a Dios su creador en
claro rechazo al demonio. Él deja en plena discreción de su libre albedrío, no
usar sus poderes para el mal, sino para el bien y la justicia. Inédita e
incomprensible viene esta especie de vampiro religioso temeroso de ser
excomulgado por la iglesia.
La descripción de los lugares y citas de fechas históricas donde se
desarrollan las locaciones, son de estricto apego a la realidad, sin
pretender ser una crónica. Es un resumen de 600 años de anécdotas
contenidas en esta obra, extraordinariamente embriagada de permanente ac-
ción, seguir analizándola o referirse más a ella, sería pro- longar el prólogo
restándole tiempo al lector para iniciar el disfrute de su lectura.

Alejandro Chicotte Farfán

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Los Vampiros de Caracas

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LOS VAMPIROS DE
Cogito ergo sum, pienso luego existo, como Descartes soy el
pensamiento y luego soy vampiro. Estoy parado obser- vando ese querido cerro
del Ávila, de repente mi estado de vigilia sucumbe y llegada la noche, la
sacudida formidable de los vientos nocturnales de la borrasca montañosa, me
hace en- tender que ya estoy en la cima del Hotel Humboldt desde donde
visualizo el oscuro Mar Caribe y La Silla de Caracas.
Mis poderes crecen en cada pasada furtiva sobre la ciu- dad, es cierto
los excesos del clima, los fuertes vientos, la llu- via ácida, la calima y hasta los
incendios forestales ¡Sí! todos esos eventos pusieron en peligro mi integralidad
vampírica; porque a pesar de todo soy vulnerable y podría recordar que hasta un
rayo casi me parte en dos a miles de metros de altura,
por eso pensé y luego sin querer me materialicé en el hotel, en la cima de la
montaña. Imaginen tan mágicos poderes, pero a pesar de eso soy muy
vulnerable. Si, seguimos subordinados a la madre naturaleza, no hemos dejado
de ser seres humanos, fal- so que somos criaturas de Lucifer.
Algunos en la noche de los siglos, pactaron con él y pe- recieron con
una estaca en el corazón, ni mi estirpe ni a la cruz teme y Dios es el padre
nuestro que estás en los cielos. Aquí en Caracas, mis hijos sobrevivientes
siguen la tradición, los so- brinos que en un tiempo se dejaron llevar por la
atracción de la sangre, succionaron del cuello de unas víctimas y las asesina-
ron, de inmediato descendieron a los infiernos y se murieron en vida. Los
llamamos al castillo de San Carlos en la Guaira, cele- bramos un banquete, ya
estaban cinco generaciones de vampi- ros llegando así al millar.
Esa noche expulsamos a los sobrinos disidentes y acre- mente los
sometimos a juicio, fueron sentenciados eternamente al desprecio y a la pérdida
de la protección de la familia. Ya expulsados gritaron sus miserias de manera
que se escucharon en el eco estruendoso de la costa litoraleña.
Los siglos no han mermado mi espíritu indomable, ni mi entusiasmo
por vivir, me fortalezco siglo tras siglo, un viento inmortal como un manto
protector apuntala indefectiblemente mis eternas ejecutorias. ¿No me fastidié?
¡Nunca! Desde nues-
tra llegada en 1654 hasta nuestros días en 2020, hemos partici- pado de los más
importantes eventos históricos de Venezuela. Hasta el conocido como el
Caracazo, cuando succionábamos bastante sangre de los cadáveres, producto
del choque diabólico del conflicto social.
Veníamos mi esposa y mis hijos entre los cincuenta espa- ñoles que
llegaron con el capitán Diego Montero y nos radica- mos en la naciente ciudad
de Santiago de León de Caracas. An- duve cubierto de una fuerza extraña que
se sobreponía a mi con- dición supra normal, cuando en Madrid decidí
acompañar como Javier de la Barca, desafortunadamente a Diego Montero.

Por eso cuento con detalle lo que pasó en Madrid: Diego Montero,

ataviado con una gorra azul con pluma,


de traje de coleto, greguescos ajustados de color blanco, calza ceñida, gabán de
manga afollada en azul dorado y acuchillada, portando una espada fina al cinto,
se sentó con parsimonia en una de las vetustas, pero bien elaboradas sillas
múltiples de ma- dera y de bronce de la plaza madrileña del Arrabal. Parecía
con- centrado en alguna reflexión, hacía frio en Madrid y con el vien- to gélido
en la cara hizo acto de presencia Marcos Suárez, ata- viado también de civil,
rigurosamente vestido de gris con jubón y ropilla de manga y brahones de las
cuales pendían otras man- gas cuello de lechuguilla, esa hermosa moda
española que les permitía lucir elegantemente en esos excelsos escenarios
arqui-
tectónicos. También los acompañaba Javier De La Barca, am- bos hombres
conversaron durante horas, luego se dirigieron a la plaza Del Salvador (hoy de
la villa) reuniéndose con otros seis madrileños que los aguardaban, se saludaron
efusivamente, sin embargo, en medio del encuentro, se notó una leve defe-
rencia de respeto de todos hacia Diego Montero. Entrando un poco más en las
interioridades del grupo, se notaba que las expectativas las despertaban los
otros seis paisanos acicalados hasta la saciedad de la moda, pues era evidente
que sus ojos se notaban extraordinariamente abiertos y con el diametral aumen-
to de tamaño del eje iris y retina, hablaban por sí solo.
A Montero en voz baja le decían maestro y Javier era el civil que
aparentaba liderar el grupo, Diego Montero se dirigió a todos: vayan al
monasterio de San Gerónimo y entren por una puerta lateral, allá los están
esperando, será fácil, pero por fa- vor, caminen un poco a Madrid para que
nadie sospeche y los siga, pasada una hora entren.
Eran las seis de la tarde cuando Marcos Suárez, Montero y La Barca
bajaban por la suave pendiente de La Carrera De San Gerónimo hacia El
Monasterio, de pronto Marcos Suárez detuvo la marcha y alertó a Diego
Montero.
—Maestro, aguarde, creo que nos siguen.
Montero oteó a 360º muy discretamente y le comentó al compañero: —
Tienes razón, pero nuestra corazonada viene dada por una gran energía de quien
nos sigue de cerca y de lejos.
Decidieron entonces permanecer a mitad de cuadra sentados en
un café hasta que pasara el peligro.
Diego Montero increpó:
—Mi querido Marcos Suárez: ¿Adoras al diablo? A lo que

Marcos contestó —¡Si maestro!

—¿Qué buscas en el camino de las tinieblas?


—Cruzar el umbral en busca de sangre, riquezas y poder
—contestó Suárez, con gran firmeza, de manera que sonaba a contraseña
nigromante, abierto el dialogo nuevamente.
Montero agradeció la lealtad, manifestando a Suárez: — Tendrás lo que
quieres hermano negro, sin embargo, el cardenal Manrique es nuestro mayor
enemigo con la santa inquisición. Tenemos que continuar con sumo cuidado. —
Expresó a la vez que llevaba a sus labios una tasa dorada, conteniendo el café
madrileño de la taberna donde decidieron esperar. Suárez ma- nifestó su gran
temor de pertenecer a este movimiento satánico, pero Montero un andaluz de
gran dote intelectual y extrema- damente habilidoso en la dialéctica, había
estudiado teología,
filosofía y letras en general, manejaba en tiempos finitos la con- ciencia y voluntad
del que al frente se le ponía.
Montero, emplazó a la Barca y a Suárez, hablándole de esta manera:
—El demonio no ha dejado de ser ángel, su imagen real dista mucho de
ser lo que le hemos diseñado los seres humanos, las sagradas escrituras
ponderaron su liderazgo y el todo pode- roso ¿no lo destruyo? ¿por qué? —
Continuó: —¡Bueno hom- bres! ni Dios ni Fernando VII son mis jefes
espirituales, menos la iglesia católica.
Prosiguió Montero. —Lucifer es un maestro bueno, pero implacable
contra la élite eclesiástica, definitivamente estamos dispuestos a reivindicarlo
Suárez, somos muchos sus segui- dores.

La mesa donde tomaban café era redonda, cubierta con un gran mantel
de tela bordada con figuras de cabezas de cabra, en el centro de la misma un
recipiente de vidrio con un velón rojo decorado con tridentes y un símbolo
diabólico redondo. Montero, rodeó con sus manos el velón que flameaba, como
era ya de noche el rostro de Montero dio escalofrío a Suárez, una sombra
siniestra apagó la mitad de su cara, la otra brillaba ra- biosamente, se veía un
solo ojo inyectado en sangre.
Sin que sus dedos tocaran la mecha, Montero apagó la vela en el
candelabro, sus ojos se escondieron, luego de elevar horriblemente el mentón,
pareciendo que su cuello estuviera creciendo y elevándose, ahora sus ojos
totalmente blancos des- prendían rayos y Suárez aterrorizado observó como el
cuello con la cabeza de Montero comenzaron a girar a trecientos se- senta
grados, iluminados inexplicablemente.
Suárez, casi desmaya y una ola de pánico descendió ese momento hasta
sus casi inexistentes testículos; los presentes en las mesas adyacentes ni se
percataron del hecho, de manera que, al reponerse Suárez, quería creer que era
un truco de Montero, pero cuando lo vio jadeante y pálido, casi de muerte,
advirtió la gravedad de las formas diabólicas, La Barca por su parte obser- vó
todo, pero no se inmutó.
Ya a las siete de la noche, caminaron apresuradamente hasta el
monasterio de San Jerónimo, donde los esperaba una cohorte de séquitos.
Después de entrar por un lugar inesperado no visible al ojo profano, se
desplazaron escoltados por dos columnas con espadas de veinte hombres cada
una, al pasitrote descendieron por un gran pasillo de piso de larga alfombra
roja, las paredes de piedra anclaban receptáculos que contenían teas encendidas,
contribuyendo a la claridad del lugar.
Seguidamente el pasillo comenzó a ascender como si re- gresara a su
superficie, la escolta el maestro y su segundo, fue- ron asistidos en un gran
salón forrado de telas roja y negra por varias doncellas madrileñas vestidas con
túnicas rojas que solo les cubría un seno y una pierna, la otra pierna estaba al
descu- bierto y se observaba parte del glúteo.
Al maestre evidentemente el supremo jefe de ese lugar, le fue colocado
una capa roja y negra igualmente a Suárez, pero solamente roja.
Yo creí que el salón podía contar algunas cincuenta per- sonas, pero
ahora veo casi unas quinientas, algunas caras impor- tantes de la realeza y de la
sociedad madrileña.
“¡Qué cosas!, ¡veo cosas!”, así pensaba Suárez. “por lo menos no soy
yo solo, hay mucha gente en esto”.
En el fondo de su conciencia hubiera preferido no ven- derle el alma al
diablo, pero su ambición era tanta, tal como su deseo de poder y riquezas que
no hizo nada por negársele a Montero, líder y guía de ese movimiento radical.
El incienso se difuminó en el enorme salón, la gente de pie se
encontraba dispuesta en una gran rueda con un velón en- cendido en la mano y
en el centro un mesón de piedra pulida fo- rrado de telas aterciopeladas, de
color purpura y en el centro una túnica blanca, amoldada, se encontraba
suficientemente al-
to, por lo tanto Montero subió unas gradas hasta el mesón redondo de gran
diámetro, su imponente figura caucásica co- queteaba con su elegante barba
bermeja y una afianzada nariz aguileña encajada perfecta en su rostro.
Por un lugar no visible comenzaba a penetrar el viento madrileño y las
teas acusaban su direccionalidad.
Ni un solo símbolo afloró en la escena.
Pero Montero, terminó de subir al mesón de piedra con gran
solemnidad, solo alzó las manos sobre su rostro.
—¡Soldados de Belcebú! los ataques cristianos sobre el ángel, quieren
acabar con su gran misión, por eso se han forma- do los ejércitos del infierno,
son legiones con sus respectivos ángeles al frente.
Las almas de la potencia, reclamaron a Dios la fuerza pa- ra apoyar a
Lucifer, Belcebú, etc. Las almas de la potencia son los ejércitos del diablo
mayor por culpa de Dios:
Gritó con toda la fuerza de una voz salida de ultratumba ahora son los
hijos del ángel de la muerte.
—¡Alabado sea el hombre! —al instante jadeó— lo esta- mos
conquistando para los poderes infernales, pronto seremos todos y su blasfemia
les hizo chorrear una baba roja.
Luego levitó ante el asombro aletargado de los estados de vigilia afectados
de hipnosis colectiva.
Dos damas destaparon una botella y le dieron a beber en una copa verde
un líquido rojo. —¡Es la sangre de una mortal!
—gritó.
Así el ritual satánico continuó con la complicidad de la noche.
Ahora, les contaré como llegamos a Santiago de León de Caracas con
Diego Montero:
Por la fuerte pendiente, el camino empedrado ofrecía gran resistencia a
la caravana; caballos importados de Aragón, veinte negros cuyas edades
oscilaban entre 17 y 18 años, fuertes y hábiles para el trabajo rudo, junto a la
treintena de españoles que lucían abigarradas vestiduras que los protegían de las
pla- gas y el frio matutino de la impresionante montaña conocida co- mo
Guaraira Repano nombre dado por los autóctonos del lugar.
El látigo del sargento Ávila chasqueó furioso sobre la po- derosa
espalda de un jovencito negro de 17 años de edad. —
¡No tás fermo negro flojo! —y la crueldad del castellano se en- señoreaba
especialmente contra ese grupo de Mandingos.
El trabajo de tramar las piedras cuidadosamente había fructificado casi
un kilómetro, después solo tierra seca y en al- gunos casos los indios abrían
paso a machetazos agraviando el follaje que escondía el camino. Al fin, la
comitiva llegó a la fin- ca de los Palacios donde hoy conocemos como San José
de Ga- lipán. Reposaron un día con el auxilio de Juan Alberto Palacios y su
gente. Les dejaron dos toretes en pago y continuaron mon- taña abajo hacia el
imponente valle. Al llegar a la quebrada cer- cana a la encomienda de los indios
Chacao, el sargento Ávila preguntó al capitán Marcos Suárez: —¿Qué decisión
va a to- mar? ¿cumplimos con el ritual de una vez? o ¿llegamos primero a
Santiago de león para cumplir nuestras órdenes de traslado de estos esclavos, el
ganado y los caballos junto a la mercancía ve- nida de Europa, hasta el capitán
general?
Marcos Suárez, era un madrileño, formado en los ejérci- tos del rey
Felipe IV. Él observó con sus ojos azules y rapaces al sargento, su raza
caucásica le proporcionó un rostro duro y templado, antropomórficamente
fundido a un cráneo cuadrado dolicocéfalo, nariz de árabe mezclada entre siglos
de la domi- nación de los Moros, Marcos Suárez habló muy bajo, ambos ca-
ballos iban al pasitrote muy cerca el uno del otro, sargento Ávi- la, si hacemos
el ritual primero nos costaría peligrosas sospe- chas, entonces primero nos
reunimos con el maestro Diego Montero al llegar a Caracas. El fiero Ávila se
encendió y su ca- ra lució jubilosa, al tiempo que apretaba las bridas,
rabiosa-
mente de alegría, Ávila siguió cabalgando en redondo pasando revista a la comitiva.
Llegaron pues entre la lluvia y amaneceres soleados, to- talmente
extenuados, entraron en la hacienda donde la enco- mienda de Chacao mantenía
la catequización de los naturales del lugar y la moderna cotidianidad agrícola y
pecuaria de la zona.

Dos monjes capuchinos regentaban el lugar junto a diez soldados


españoles, algunos indios conversos y cinco negros esclavos.
Al llegar nosotros a las siete de la noche, una explosión de entusiasmo
se fundió en la manifestación vocinglera, las vo- ces y saludos se mesclaban
con el manto de la noche, plena de estrellas.
Fray Salomón y el encomendero, capitán Diego Montero, hombre de
confianza del capitán general y gobernador Don Martín Robles, en cargo para la
fecha del siete de septiembre de 1654, junto a toda la gente de la hacienda, les
dieron la bienve- nida oficial, luego de trasladarse desde Santiago de León de
Ca- racas hasta la hacienda.
Que cantidad de recuerdos, ¿no? pero bueno allí estuve yo, tal vez no
sirva de nada evocarlos…, al fin, eso me divierte.
Si al momento me consiguen simplón y sensiblero, obe- dece al filtro
impuesto por la carga emocional de multifacético contenido vivencial. O sea, ya
nada me asombra, mi fino olfato metafóricamente hablando, ya intuye en que
va a desembocar la historia, pero aún a pesar de la experiencia extrema de los
tránsitos seculares del glorioso pasar de los años, mis ilusiones están vivas y los
proyectos de vida, ahora van atados a los si- glos, difícil por no decir imposible
ante la vigilia eterna del ser humano, era desaparecer sin dejar rastros en cada
generación. Cuando llegué a Venezuela, cien años después de mi nacimien- to,
fui arropado por el vendaval de los grandes acontecimientos epocales, hasta el
mandato de Guzmán Blanco, cuando como arquitecto auxiliar, rediseñamos la
iglesia de la Santísima Trini-
dad, en esos tiempos conocí a una preciosa dama de la sociedad caraqueña y
nos casamos, abriendo esta flor, todo un huerto de floridas camelias, rosas y
margaritas, como profunda significa- ción de la felicidad de esa noche eterna de
amor. Al morir ella, pues nunca fue víctima de mi voracidad vampírica, entre la
tris- teza de su desaparición física y de los hijos nunca habidos, acu- sé un
duelo desesperante, volé y revoloteé por toda Venezuela, causando susto a
muchos pobladores, que no podían explicar la presencia de un murciélago
gigante en el cielo de sus poblacio- nes.

A los comienzos del siglo XX, en 1901, me volví a casar y esta vez
procreamos diez hijos. La genética no perdonó y los vástagos también
sobrevolaron a Caracas, con la supervisión de su padre, así como las normas del
clan familiar, ya hay dos ge- neraciones de vampiros unidos a las centenas
voladoras de hijos nietos y tataranietos, descendientes de mi hermano que
también llegó con Marcos Suárez, tutelado igualmente por Diego Mon- tero en
1654 y mi persona. Tantas ejecutorias tuve, que logré combatir del lado
republicano, contra mis compatriotas españo- les, pues, aquellos hombres
huestes del momento, asesinaron tanto de manera inmisericorde, que me resistía
a creer que fue- ran soldados del rey, pues los ejércitos reales eran gloriosos y
magnánimos con los vencidos a pesar del furor de la guerra. Tal vez la culpa de
mi ingenuidad me libró de ser un monstruo, gra- cias a las enseñanzas de mis
padres madrileños. En la batalla de
Úrica en oriente, cabalgaba con la escuadra rompe línea del im- pertérrito
Zaraza, cuando avisté al imponente Tomás Boves, en ese momento volé sobre
todos y lo tumbé del caballo, sacrifi- candolo cuando le ordené a un soldado
que lo atacara, Boves un gran gladiador de fuerza extraordinaria, no pudo con
mis instin- tos y lo vapuleé de manera fustigante y arrolladora, ya en el sue- lo
permaneció indefenso y humillado, un indio hercúleo de una raza aparecida sin
explicaciones en los pueblos caribes, atrave- só frenéticamente una y otra vez,
una lanza, sobre la humani- dad, de quién azotara este suelo patrio con su
legión infernal.
En 1937, me integré a la modernización de los equipos de seguridad y
llegué a formar parte de los cursos de dáctilosco- pia, dictados por la guardia
civil española en Venezuela, auspi- ciado por el gobierno del general López
Contreras, después co- mencé a trabajar en el área de migración. También
aprendí la moderna ciencia de la criminalística, como un legado, del señor
Mileo y de Maldonado Parilli, para la investigación criminal. Laboré
igualmente en los laboratorios de criminalística de mi- gración y extranjería,
también con el señor Jorge Maldonado Parilli, luego en la comandancia de la
policía de Caracas, donde fue nombrado jefe de la policía y finalizando la
década del 45, con el mismo a quién nombraron como director de la Seguridad
Nacional.
Ya en la década de los años 1950 tuve que reacomodar mi apariencia y
mis documentos, lucía de veinte años de edad e ingresé al Cuerpo Técnico de
Policía Judicial en su fundación en el año 1958 hasta el 60. Hoy haciendo
remembranzas leídas en el libro de Relatos Criminales, de una gran amiga,
derramé algunas lágrimas, por la distancia en el tiempo, tal vez el capítu- lo
narrado me conmovió de tal manera que de su lectura extrai- go textualmente su
contenido:
Tal vez nunca se imaginó la señora Visney, que la muerte rondaba
alrededor de aquellos retozos adúlteros, que disfrutaba con fruición cada día,
con aquel ciudadano peruano que la visi- taba frecuentemente en el apartamento
de Santa Mónica.
1959: noviembre: en el libro de novedades de la brigada de personas
del Cuerpo Técnico de Policía Judicial, se encon- traba la siguiente
notificación: se recibe llamada telefónica de un vecino no identificado de Santa
Mónica, informando que en un apartamento se encontraba una mujer
apuñaleada y muerta. Luego, bajo esta novedad, partió la comisión que se
encargaría del procedimiento. Por cierto, entre ellos estaba yo.
En el lugar dos bisoños detectives acompañaban a otros dos hombres
vetustos que fungían como jefes, los fotógrafos de homicidios plasmaron
gráficas del cadáver de una mujer cuyo cuerpo presentaba varias heridas por
arma blanca y su cabeza había sido colocada dentro del horno de la cocina, el
resto del
cuerpo afuera, la interpretación del sitio del suceso fue estupen- da y la
colección de evidencias físicas se llevó a cabo de forma concienzuda y
metódica. Miguel Villavicencio Ayala, Gabriel Veracaza, Marcos Casadiego,
Elmer Sabó y otros se encontra- ban reunidos en la planta baja del nuevo
edificio de la PTJ en Parque Carabobo, discutiendo varias hipótesis del caso,
entre ellas del excelente investigador criminal, como fue el comisario
Villavicencio Ayala, cuya opinión era de que el ciudadano Gonzalo Visney,
había matado a su esposa Cecilia de Visney y a la vez, había asesinado al
amante, quien era el ciudadano peruano sin identificar, desapareciéndolo
posteriormente. Otros planteamientos muy bien razonados, sostenían que el
peruano había causado la muerte de América de Visney y luego se marchó del
país. Al ciudadano Gonzalo Visney, se le practicó la detención preventiva como
posible sospechoso del caso, sin embargo el sostuvo siempre, que el homicidio
lo cometió el peruano, se logró averiguar igualmente que Gonzalo Visney, fue
detective en Hungría, su país de origen, elemento que forta- lecía la tesis que lo
señalaba, por cuanto el análisis que se des- prendía del sitio del suceso, lo
señalaba a él porque el lugar esta- ba manejado por el presunto indiciado de
manera muy profesio- nal, ocultando muchas evidencias.
El esposo tenía 52 años y la occisa 38, también se presu- mió que
América consiguió la felicidad en brazos de su amante de 35 años de edad.
El detective de primera Luis Pérez, jefe de guardia en ho- micidios,
acompañados por varios funcionarios y mi persona, escribía en su máquina
mecánica, cuyo uso se escuchaban como ráfagas de ametralladora por lo rápido
y su gran habilidad de escribiente, pero entre pausa y pausa se percibía una
tensa cal- ma en aquellas inmensas instalaciones por la madrugada, donde
funcionaba el Cuerpo Técnico de Policía Judicial.
En medio del silencio nocturnal y antes de reanudar su tarea Luis Pérez,
escuchó el caer impresionante de una gota de agua, le pasó varias veces y
supuso que alguna llave quedó mal cerrada, pero al rato aún se oía la tintineo.
Se levantó para inves- tigar y se dio cuenta que provenía de los calabozos de
homici- dios, hasta allá llegó, revisando celda por celda, al llegar a la celda de
Gonzalo Visney, la sangre se le heló en las venas.
Este, estaba medio sentado en una silla y totalmente blan- co, se había
desangrado plenamente, suicidándose, cortándose los genitales cuyos testículos
se encontraban caídos en el piso junto a un gran chorro de sangre. ¿sería el acto
de castración, un mecanismo de expiación de culpas derivada de la vorágine
que rodeaba al sangriento hecho?
Glaudet, la catirita de las trenzas de oro desde pequeña i- rradiaba una
sonrisa extraordinaria, de 1,68 de estatura, llenó el promedio de estatura exigido
en el cuerpo detectivesco. Era del- gada con cuerpo de guitarra, realmente la
muñeca de los cuentos y a Camilo, eso no le pasaba desapercibido en el fondo
de su corazón la quería mucho desde hace años, no en vano eran veci- nos y se
conocían muy profundamente, los años del mundo son intangibles, pero la gente
como ellos comparten: lagrimas, emo- ciones fuertes, tristezas, algunas veces
las desesperanzas pro- pias de algunos adolescentes, juegos en carnaval, las
activida- des del club de la huella fundado por Glaudet Rios a sus quince años
de edad ante esa omnipresente y a veces recordada verdad se fraguaron los
caros sentimientos de ambos corazones, atados por la atracción psicológica es
decir por nudos invisibles, pero sus bocas nunca cruzaron un valiente ¡te
quiero!, o, eres mi án-
gel custodio, menos un gustoso y avasallante ósculo de cara a cuatro labios
palpitantes que esperaban el día que Dios decidie- ra si ese era su destino.
Más allá de los compromisos con el tiempo, surgieron los serios lazos
profesionales, porque a la vera del camino, ora se encaminaron todos los
jóvenes del club, inducidos por la fiebre de la dactiloscopia, ora porque todos
coincidieron en gustos, proyectos profesionales y personales, no obstante como
equipo generacional armonizaron estupendamente, fue entonces la concreción
de un grupo de afinidades y en colectivo, por ejem- plo todos se apasionaban
por la criminalística aunque en el cuerpo investigativo trabajaban en áreas
diferentes.
Así todos: Maciero, Angelito, Camilo, Glaudet, Rosibel, y que por
cierto a este club se unió al inspector jefe Jonny Rojas y el comisario Robert
Cáceres Molina.
Estoy libre hoy Camilo, le señaló Glaudet, emparejando su marcha, en
el largo pasillo de la planta baja, camino hacia la división de inspecciones
técnicas, que es donde se procesa la escena del crimen.
Camilo, vaciló, algo le impedía flirtear con Glaudet, ha- bía algo más
allá de su naturaleza que virtualmente lo alejaba de Glaudet. A pesar de que la
amaba nunca se lo dijo, la vigilaba de cerca, la buscaba, le ocupaba parte de su
tiempo, hacían com-
pras juntos, la celaba sin ella saberlo y viceversa, Camilo, nunca le aceptó una
declaración de amor, pero ella lo hacía cada vez que podía, de manera que ella
bromeaba a costa de él:
—¡Pero hombre que duro eres! No tienes novia, ¿enton- ces porque me
niegas el derecho a quererte y ser tu novia?
Camilo, le contestó: —no te puedo aceptar porque no te quiero ¡cara!,
¿no entiendes eso? En ocasiones después de una respuesta así, Camilo sufría
tanto que casi lloraba, pero su madre siempre le aconsejó que la persona con
que compartieran sus sentimientos debía hacerlo sentir totalmente feliz y con
Glaudet, existía algo que su percepción psíquica rechazaba.
Sin embargo, Camilo sonrió: —¡Ya! deja la quejadera, vamos
caminando desde aquí, la sede del cuerpo investigativo de Parque Carabobo
hasta las escalinatas del Calvario, ¿te pare- ce? —Si, si, —a Glaudet le pareció
grandioso.
Camilo comentó en voz alta: —¡Coño que más me queda con esta
carajita!
—Ajá, dijiste eso ¿verdad? ¡ya verás, te va a salir caro Camilito!
Camilo, agarró a Glaudet, por la mano y se encaminaron a pie, hacia la
avenida universidad con dirección oeste, hacia el centro de la ciudad de
Caracas.
—Que rico es caminar contigo Camilo, pero quítate esa corbata y el
paltó vamos a caminar un buen rato, el sol está fuer- te, tu siempre como el
detective de la película Camilo, de paltó y corbata, a ver:
—Señores paltó de gabardina verde obscura, ¿quién da la primera
oferta? ¡en esta subasta, tenemos unos pantalones de casimir de último modelo,
con el paltó de combinación! — Glaudet, comenzó a agitar el paltó dándole
vueltas en la acera luego lo suspendió sobre sus brazos y gritando
frenéticamente. Camilo, la tomó entre sus brazos y con la mano derecha le tapó
la boca, susurrándole al oído:
—¡Mi bella loquita esquizofrénica!, ¿te puedes controlar para que no
digan que te falló la mente? —la apretó fuertemen- te, momento que aprovechó
Glaudet, para besar en la boca a Camilo, pero este se apartó violentamente—,
¿qué te pasa Glau- det? Ahora si te volviste loca ¿cómo me besas en la boca?
¡ca- ray!

Glaudet, replicó: —¡Me tienes miedo! —lo dijo muy se- ria primero y
luego soltó tremenda carcajada y lo tarareo—, me tienes miedo, me tienes
miedo, me tienes miedo.
Entonces siguieron agarrados de la mano sin darle impor- tancia a lo
ocurrido.
Fue una larga caminata. ¿por qué? Bueno si explicamos llanamente esto
sería así:
Camilo, está yendo obligado, esto crea energías involun- tarias en su
cuerpo solo compensadas por la sensación de fres- cura que ofrece la compañía
de Glaudet, pero Camilo, tiene que luchar con los impulsos traviesos de la
chica. Realmente Cami- lo quiere cumplir con Glaudet, ella solo quiere
disfrutar un mo- mento que no se presenta todos los días, por eso se para en
cada tienda y obliga a Camilo a entrar para curiosear y para retener el mayor
tiempo posible al muchacho.
Así que la caminada fue lenta, en círculos, en eses, un pa- so adelante
otro hacia atrás, algunas veces Camilo era rémol- cado a mano limpia, en otras
era víctima de las cosquillas que le hacía Glaudet. Así llegaron a la iglesia
católica del Corazón de Jesús, justamente frente al puente que hace esquina con
la a- venida Fuerzas Armadas, que desciende hacia el sector de la Hoyada.
Entraron a ese monumento arquitectónico que es la se- de santa y rezaron por
diez minutos, arrodillados como un par de novios. Luego prosiguieron tomados
de las manos a lo largo de la avenida universidad. Pasaron por la cuadra de
Bolívar y entraron a la casa natal del Libertador. Glaudet estaba más feliz que
nunca, pensó: “esta vez sí lo logro, tendré el amor de Cami- lo”. Al trascender
la enorme puerta colonial de madera, ambos asumieron una actitud muy
solemne, sus manos se apretaron a
más no poder, admirando la primera sala con murales de Tito Salas, con
imágenes de la vida familiar de Simón Bolívar, las restantes divisiones
arquitectónicas de la enorme casa colonial, construida en el siglo XVII y
adquirida por el estado al final del siglo XIX, finalizaron el recorrido en las
habitaciones y otros hermosos salones, así como las áreas de cocinar y toda la
parte posterior de la casa incluyendo el limonero, y los pavimentos de piedra.
Como criminalistas e investigadores del crimen, a los cuales se le
agrega, un sentimiento sediento de conocimientos, ambos espíritus acuciosos,
profundos en la percepción de lo que está fuera de lo normal, sensibles claro,
ante lo misterioso que dejó el pasar de los años en esa casa y por su significado
histó- rico, disfrutaron el tiempo en tránsito, imbuidos por los escena- rios
imaginarios de los siglos pasados, recorrieron acompaña- dos por las sombras
de Simón Bolívar, el espacio paradigmati- co de toda una fuente histórica,
relacionada con la niñez y ado- lescencia de Simón.
Así que, poseídos de la efervescencia visceral de estos a-
percibimientos físicos y espirituales, sellaron un pacto de amor no declarado, no
certificado con absolutamente ningún compro- miso.
Es medianoche, las brisas del cerro el Ávila, baten fuerte sobre el lugar,
a un transformista de a pie, el pelo largo amarillo químico, se le levantaba, este
en una actitud muy femenina su- bía su mano derecha lo atrapaba y
delicadamente lo colocaba alrededor de su cuello desnudo, donde terminaba
una blusa de algodón con escote que le permitía mostrar sus morenos hom- bros
sensuales, de juventud diversa, pero a la vista con una mix- tura de fortaleza
masculina con apariencia femenina. Eso ocu- rría en la avenida Libertador otros
dos transformistas alegre- mente compartían con un ciudadano normalito que
conducía un lujoso vehículo último modelo. La Beba Rosa, está sentada en el
asiento del copiloto y Walter Rondón alias la Rusa, con un gran vaso de
plástico transparente saboreándose un trago de whisky, ese se los había servido
de una botella 12 años que car- gaba el dueño del vehículo. Los dejó en la plaza
de las Delicias
de Sabana Grande, esa gran redoma con asientos de concreto y hermosos
Jardines, lucía sombría muy oscura, solo el viento sil- baba a través de la calle
entre otras, que desembocaba de la ave- nida libertador, era el escenario abierto
a las fuertes corrientes alisias provenientes de las montañas. Agelvis González,
propie- tario de una ferretería, había decidido disfrutar un largo rato con las dos
personas de su mismo sexo, nadie se lo discute. Él admi- nistra su tiempo, pero
en ese momento se convirtió en testigo de una situación espeluznante y
alucinatoria.
—Ciudadano Agelvis Gonzales Lara, diga usted, si para el momento de
los hechos que antes describe, ¿se encontraba en estado de ebriedad? —
Contestó: —Bueno confieso que sí. Te- nía una botella de buen aguardiente y la
compartí con estas per- sonas. Ya yo había ingerido unos cinco tragos. Terminó
de escribir en la computadora el detective agregado Juan Monzón de
homicidios. “Mi papá hacía toda esta vaina en máquina de escribir de teclas y
hasta las seis de la mañana cuando estaba de guardia en homicidios y se le
hinchaban los dedos de teclear to- da la noche, las actas policiales, las
novedades y toda esta decla- radera. ¡Caramba y ahora a mí me tocó lo mismo
que vaina, gra- cias a Dios es más suave en computadora y más fácil borrar!”
Pensaba Juan Monzón, mientras cumplía con esa declaración del testigo. —
Décima pregunta: ¿diga usted, si para el momento de los hechos también había
consumido alguna sustancia psico- trópica o alguna otra especie de droga? —
Contestó— No, sola-
mente alcohol. —Décima primera pregunta: ¿Qué tipo de acti- vidad
sostuvieron dentro del vehículo desde que usted los reco- gió en la avenida
libertador? —Contestó— No es lo que usted se imagina caramba, solo
charlábamos. Me gusta hacerlo con gente diferente para conocerlos en otra
dimensión.
Fuera del protocolo procesal, el detective le aclaró que el patólogo se
encargaría de averiguar más profundamente sobre los cadáveres. El declarante
entonces pasó un trago y no de whisky, muy grueso de verdad. —Décima
segunda pregunta:
¿Narre que ocurrió luego de despedir a los tripulantes de su carro en la plaza de
Las Delicias? —contestó— Los dos bajaron con las zapatillas en la mano y
bailando, estaban muy ebrios y alegres. Me despidieron con las manos, yo les
respondí con igual gesto, nada de rencor me quedó a mi como para matar a uno
y herir a otro, le ruego me crea. —Igual fuera del protocolo procesal el
detective le indicó al declarante que se investigaría a fondo hasta hacer justicia.
—Décima tercera pregunta: explique con detalle a que se refería en su
exposición al comienzo de esta entrevista; cuando usted afirma: ¿Que seres
alados atacaron desde el aire a las víctimas causándoles las lesiones que le
produjeron la muerte a uno de ellos, y a la otra persona, las heridas que lo
mantienen al borde de la muerte? — El declarante se estremeció, su recuerdo
madrugó con el sereno de las cuatro de la madrugada, el frío casi lo hacía
titiritar, pero con los estragos del alcohol circulando por su sangre y sus
neuronas, casi lo hacían olvidarse del mismo. Vio las figuras de los travestis y
las percibió como dos damas y exclamó: —Que hermosas, dos, tres metros
caminaron, adentrándose en la plaza. La Rusa era un hombre alto, delgado de
origen europeo, apodado así por el mismo, cuando se declaró ruso ante la
comunidad de estos muchachos vestidos de mujer. Su falda muy ceñida a sus
caderas dejaba observar los glúteos redondos, jóvenes y cargados de polímeros,
implantados en los escenarios nocturnos de París, desde donde emigró hasta
Caracas. Se agachó para acomodarse las zapatillas y abrochárselas. En ese
momento, algo espantoso se plantó en plena espalda de la Beba Rosa, mientras
aún permanecía de espaldas al automotor que la transportó hasta allí a tan altas
horas de la madrugada. El golpe resonó tan fuerte que tumbó a la Rusa quien
permanecía agachada. Agelvis no las había perdido de vista y acusó el
estruendoso impacto. Algo como una mancha negra, que oscilaba y vibraba,
una capa negra ondeaba, se pegaba de una figura que parecía un animal
guindado del cuello y de la espalda del transformista, se dijo para sí: “¡cayó del
cielo Dios¡ ¡no venía caminando¡” Un grito terrible rasgó la noche, era Roger
Peralta, apodado la Beba Rosa que se despedía de este mundo con un grito de
horror. Agelvis estaba solo dentro de su vehículo último modelo de color
blanco, su angustia rayaba el paroxismo, se asustó mucho y el terror era
progresivo. Creyó que lo que pasaba era sobrenatural. No se atrevió a salir
al
exterior, tampoco las fuerzas le daban habilidad para encender el vehículo, más
bien, no podía hacer nada y temía por su vida, por eso solo pudo observar
aterrado. La aparición maléfica envolvió el cuerpo y levantó una espesa nube de
humo, en- seguida el cuerpo cayó al piso sin vida y el animal mostró unos
dientes blancos gigantescos. Levantó unas uñas como garras también afiladas y
blancas. Con sus manos peludas en medio de una visión de un cuerpo amorfo
totalmente negro que solo se podía asociar con la de un mono por la palma de
las manos que eran pálidas y perceptibles en medio de madrugada. Pero
extrañamente al supuesto animal lo acompañaba un tenue res- plandor. De
inmediato, se lanzó al suelo donde encogida por el espanto estaba la Rusa,
quien gritaba estruendosamente. Eso hi- zo que la siniestra figura descargara
con furia sus garras contra el cuello del hombre y casi le degollara. Según fue
un ataque muy violento contentivo de una fuerza descomunal, además que era
una masa vibratoria muy rápida que despedía humo. Ante gritos lejanos de
algunos noctámbulos, optó por volar y retirar- se, perdiéndose en el cielo de la
noche estrellada y fatal. Eso es todo lo que vi. —manifestó el testigo—. Décima
cuarta pregun- ta. —El aire acondicionado de la División de Homicidios fusti-
gaba al testigo que se estremecía del frio. Ahora, el detective sintió rabia antes
de hacer la pregunta, pensó “¿que se creerá este pendejo que yo soy gafo o
estúpido?” —Diga usted —pre- guntó— ¿había otras personas cerca, que
observaran estos he-
chos narrados por su persona? —Contestó— mire no sé, solo cuando me
percaté que ya todo había pasado, creí que era algu- na droga que estos sujetos
me dieron pues tomé de sus vasos también, decidí salir dándome cuenta que era
realidad todo lo que pasó, por eso llamé a emergencias hasta que llegaron uste-
des. —Décima quinta pregunta: diga usted si sufre de alguna enfermedad
mental. —contestó— ¡valla, que bárbaro, ahora soy un loco, prefiero no
contestarle detective! —Décima sexta pregunta: ¿diga usted que armas usó esa
persona u animal, para lesionar a los ciudadanos antes mencionados? —
Contestó— no le sabría decir, solo vi cuando le lanzó un zarpazo al que estaba
en el suelo y parecía que con unas garras blancas y afiladas pues el animal
resplandecía. —Décima sexta pregunta: ¿diga usted si tiene algo más que
agregar a la presente declaración? — contestó— bueno que estoy muy
preocupado por esto, primero porque no soy culpable de nada ni cómplice
tampoco, el miedo no me dejó actuar o huir, soy testigo de excepción y un
hombre honesto de creencias religiosas católicas, con muchos valores morales e
incapaz de matar a nadie, pero creo que esta-mos frente algo terrible, tanto que
tarde casi diez minutos para salir del carro, tapé mis ojos y lo hice al rato, luego
que me pasó el susto.

“Es todo terminó se leyó y conformes firman”, dice el acta de


entrevista.
En la plaza de Las Delicias hizo acto de presencia el cuer- po de
investigaciones, con todas las comisiones correspondien- tes. Una comisión de
inspecciones técnicas, con los criminalis- tas de guardia y otra comisión
compuesta por los sabuesos de guardia de homicidios o sea los que se ocupan
de investigar en el campo, interrogar, reunir a los testigos, formular las hipóte-
sis, que se yo hasta los análisis de los índices delictivos, se hi- cieron presentes
en el lugar de los acontecimientos. No hubo comentarios, llegaron casi con el
despuntar del sol. Al prome- diar las declaraciones, se determinó que el suceso
ocurrió como a las cuatro y media de la mañana. Quince funcionarios policía-
les que venían de un triple homicidio ocurrido en el sector de la bandera
parroquia El Valle. Estaban en la vía pública. Habían trabajado toda la noche,
fijando las escenas de los crímenes acaecidos ese día y levantando los
cadáveres. Que trabajito, realmente duro, pero como le gustaba a cada uno de
ellos ser detectives, hasta el médico forense que los acompañaba ese día lucía
su pistola y su placa con orgullo. Una visión neblinosa, hacía ver a los hombres
y mujeres del buró detectivesco, como sombras borrascosas del amanecer,
también dos camionetas con logotipos policiales, y una furgoneta para los
occisos, llamaba la atención de algunas caras trasnochadas que vieron los res-
plandores medio en blanco y negro de la madrugosa mañana. De los caramelos
policiales, así se les decía a las luces rutilantes de las patrullas. Diez hombres y
mujeres en: gorros, tapabocas,
trajes protectores, botas protegidas para una posible contamina- ción. Otros seis
hombres enflusados observaban el lugar con de- talle y parsimonia. Los de
blanco cerraron el lugar para los cu- riosos, con precintos amarillos y grandes
letras policiales, de verdad un área bastante grande. Comentaron de aquí se
llevaron al herido y fue Protección Civil que pasaba por allí. —Si. — contestó
el detective criminalista al inspector investigador.
—¿Tú crees en vampiros Julián Carrero? —a lo que el criminalista
primero tosió luego carraspeó limpiando el tracto respiratorio, así mismo exhaló
y le salió humo de su boca, no era de cigarrillo sino del clima, pareció que hizo
en ese momen- to una respiración costo diafragmática, profunda y volvió a
exhalar —no quise asustarte Julián, —masculló Ángel Martínez jr. hijo de otro
gran investigador criminal de homicidios ya reti- rado. —Es que si te pones a
sumar, las declaratorias tentativas de dos curiosos mañaneros por las ventanas,
únicos evaluados desde hace dos horas que llegamos aquí en espera de ustedes
los técnicos y la información del señor que ya mandamos para homicidios,
quién tenía una gran velada con las víctimas, más los estertores en agonía de
muerte del herido informando haber sido víctima de un murciélago gigante y
está vivo de vaina.
—¡carajo todo apunta a que fue un vampiro, je, je, je…
—y soltó una estridente carcajada—. Todos advirtieron las afirmaciones y la
risa de muy mal gusto, así lo notó en los ojos
coléricos, estresados por la madrugada y exceso de cadáveres.
—Pues tendrán que sortear las hipótesis y ustedes los de inspecciones a trabajar
duro porque los que nos informan, no parecen tan locos, hay que buscar una
explicación lógica. Por favor colecten hasta las hojas de los árboles.
El inspector Ángel Martínez, enderezó su conducta, pero también pensó
que esto podía ser una alucinación colectiva, de todas maneras, se presentó ante
su tocayo Ángel Sénior, el mé- dico forense de guardia y lo sondeó a priori.
Dr.: —¿queeé? — prolongó su pregunta en ese qué, como pegado en la “e” y
espe- ró el comentario del médico, —mira inspector Ángel, tiene dos huecos
simétricos en el cuello, las leyendas hablan que los vam- piros hacían eso, de
hecho, son colmillos pues otro objeto hu- biese dejado bordes irregulares,
también aparenta extracción de sangre. Tiene una data de la muerte de dos
horas, creo que falle- ce de un paro cardiorrespiratorio. Presenta muchos
moretones en los senos artificiales, parece que la extraña criatura que la a-
sesinó le acarició los cocos de manera muy violenta, pero con lascivia. —acotó
socarronamente el médico forense y agregó— fíjate inspector, que la leyenda
de vampiros dice que estos son muy libidinosos, del resto no hay más lesiones
aparentes, pudo haber muerto de terror —dijo en broma—. Ante estas aseve-
raciones todos los funcionarios se estremecieron inconsciente- mente. Del
barrido visual no se localizan muestras de líquidos como sangre u otros fluidos
corporales lentamente. Dos crimi-
nalistas observan el piso de granito rustico y poroso, donde yace el cadáver del
occiso y sus alrededores. Es un lugar abierto ilu- minado con luz artificial y
natural por el despuntar del alba. Así comienza el escrito del acta de inspección
técnica: “tratase de un área urbana de las denominadas plaza, totalmente
redonda de 100 metros de diámetro, con ornamentación de plantas natura-les
diversas y variadas, de abigarrados colores, bien cortadas a cuarenta
centímetros del piso, también se erigen varios árboles, bien cuidados, cuyas
ramificaciones cargadas de flores y pétalos verdes arropan todo el espacio aéreo
de la plaza. La disposición de sus caminerías obedece al concepto de los cuatro
puntos cardinales poseyendo cuatro entradas que terminan cada una en una
estatua masculina. Dicha estatua de cara hacia al sur, está en todo el centro de la
circunferencia y cuya inscripción dice lo siguiente: Rafael Arévalo González,
mártir del civismo. 13-09-1866 - 20-04-1935.
En posición de decúbito dorsal se localizó el cuerpo sin vida
correspondiente a una persona del sexo masculino, de un metro setenta de
estatura, de raza caucásica, de aproximada- mente treinta años de edad, cabello
de color rubio de treinta centímetros de largo. El occiso presenta abultamiento
de los pectorales, por el injerto presumiblemente de biopolímeros, dicha zona
igualmente se puede observar desgarramiento pro- ducido por algún objeto
cortante, dispuesto en la siguiente for- ma: en la región mamaria izquierda
cinco soluciones de conti-
nuidad en la piel de manera paralela y equidistante de aproxi- madamente dos
centímetros entre una y otra, con un rasgamien- to o desplazamiento del objeto
cortante de treinta centímetros, en la región mamaria derecha se pudo apreciar
heridas similares así como contusiones pre mortem. El cadáver fue levantado a
las seis horas de la mañana, que tristeza un ser humano falle- ciendo antes de
corresponderle por su periodo final biológico.”
Sus familiares a lo mejor nunca sabrán que pasó. El caso fue abierto por
homicidios con su respectiva nomenclatura digi- tal y de una manera muy
prudente los investigadores procedie- ron con dichas investigaciones.
El mustio momento de cuatro travestis que aguardaban a las puertas de
la morgue con lágrimas a granel, los reunió para sufrir por la Rusa. Cierta y
dolorosamente el cuerpo humano yerto, vagaba en manos del olvido, esa
distancia entre la percep- ción vital y el sueño eterno. Olvido de que viviste, o
sea ya no te percibo y ya siento tu lejanía; ¡aquí ya no estás, sí o no!: tu espíritu
va rumbo al cielo “Rusa”. Somos criaturas de Dios, no importa que hiciéramos
en vigilia, científica y tecnológica fue la energía gastada para estudiar al
travesti asesinado, cual muestra material y evidencia criminal omnipresente.
Los restos fueron escaneados bajo potentes resonancias magnéticas, hasta
descubrir, la ruptura de las astas del hueso hioides. Luego fue trasladado el
hombre que quiso ser mujer hasta la sala de autop- sias. Allí el cuerpo del sexo
masculino sobre la mesa pulida, bruñida y plateada utilizada en patología
forense para realizar
las autopsias profundamente adentro la Rusa, fue seccionado en ye, sobre pecho
y cuello, la mano firme del auxiliar de morgue, se deslizó con el escápelo
extraordinariamente afilado, rom- piendo piel, carne, vasos sanguíneos, luego
con la sierra remo- vió el esternón y esos grandes huesos del costillar,
terminando con la trepanación, donde la piel de la cara fue retrotraída desde el
cuello y llevada a la frente. Nada, solo se veía una sola masca- ra, sin ojos. El
patólogo de guardia levantó en un momento dado las dos manos protegidas por
los guantes de látex, estaba parado frente a la mesa en cuestión.
El cadáver lucía impresionante, el pecho abierto ilumina- do por dos
poderosos reflectores de techo y en la cabecera se erigía el Dr. Montaner,
amparado casi en la sombra que hacían el cruce de haces de luz, también lucía
monstruoso como a la espera del ataque contra la figura indefensa del occiso de
turno. Forrado en estricto blanco de pies a cabeza, retrotraía el podero- so
protector de pantalla transparente para la cara y los ojos, co- mentando con su
asistente que grababa cada paso que iban dan- do en la experticia forense: “A lo
sumo este ciudadano puede tener biológicamente veintiocho años de edad, de
raza caucá- sica pura, sin mestizaje aparente, data de la muerte de aproxi-
madamente seis horas según la temperatura del hígado, y por la aparición de
livideces cadavéricas, presenta hematomas a nivel de ambas regiones mamarias,
así como sus biopolímeros, igual
en cada región cinco cortes de la piel de cinco centímetros, cada uno con
equidistancia de un centímetro entre corte y corte”.
—Y eso fue hecho con objetos muy afilados. —comentó el auxiliar al
patólogo:
—¿cómo uñas, afiladas? —interrogó el Dr. Montaner, el auxiliar dijo
entonces —Si, parecieran garras, pero en estos bordes cortados no quedaron
rastros de queratina —dijo fastidiado— ya examiné con una lupa, puede ser una
garra metálica como la de operación “Dragón de Bruce Lee”, sin embargo,
estos cortes no fueron tan profundos como para causar la muerte. —completó el
comentario.
Quince minutos de vaciar la cavidad abdominal y algunos órganos del
cerebro, para sus experticias toxicológicas y crema- ción, bastó al patólogo,
para entender que el occiso colapsó en un paro cardiorrespiratorio, inducido por
el terror y por la sus- tracción de un litro de sangre de su cuerpo, antes de serle
fractu- rado el hueso hioides de la columna vertebral.
Reunidos en la Dirección de Delitos Psicofísicos y Con- tra la Vida. El
comisario Pérez, conversó con el personal de ho- micidios sede central y
vociferó:
—¡Quiero que escuchen detenidamente! Van dos días de ese hecho,
pero este caso es uno más como cualquier otro y con el agravante que este
sujeto fallecido violentamente es una
persona de los que causan problemas en la avenida Libertador en horas
tempranas y altas.
—¡Objeción!! —levantó la voz el jefe de homicidios— investigamos y
ellos, el occiso y el herido son gentes tranquilas que se limitaban a buscar
clientes. —En el fondo un murmullo burlón se medio escuchó.
—Mira como los defiende, ¡quién hubiera creído! —y una risita
socarrona colectiva se coló como un viento suave.
En la amplia sala del Comisario General, la temperatura era agradable,
full aire acondicionado, los quince funcionarios se sentían cómodos, sentados
en sillas de oficina, butacas y ban- cos giratorios. En el corazón de cada uno
latía una sobre marcha forzadísima, producto de la expectativa creada por
quienes ini- cialmente llegaron al sitio del suceso.
—Bueno, bueno, entonces de ser así, razón para buscar resultados. —
explicó el jefe policial.
—Ahora fíjense; la prensa ya reseñó que fue un vampiro el causante de
la muerte y en internet está registrada una aso- ciación vampira atribuyéndose
el ataque y, en la opinión públi- ca ya se observan signos de pánico, así que les
pido ponerle mu- cho empeño.
Preguntó —¿Cuento con ustedes?...
Todo el mundo contestó: —¡Sí! —respondieron al uniso-
nó.

Luego el jefe de homicidios tomó la palabra y con bas-


tante fuerza síquica y espiritual hizo sus planteamientos gene- rales, ora para
lucirse ante su persona, ora para demostrar ante la superioridad que no estaban
atrasados en la investigación.
Las investigaciones prosiguieron en la calle y llegaron hasta la logia
vampira.
Así declararon a muchos testigos presenciales y referen- ciales.
Los dos investigadores tomaron declaraciones a una veintena de
personas que afirmaban haber visto vampiros en la ciudad de Caracas,
posteriormente con el jefe de homicidios in- tercambiaron las siguientes
palabras —mire comisario, hemos llegado a la conclusión muy sobria que esa
hipótesis sobre vampiros está traída de las breñas. —Pareció ser la afirmación
de ambos porque casi hablaron al unísono—. El jefe de homicidios pensó un
poco e irrumpiendo en un silencio de dos minutos, sorprendió la pereza mental
del momento de ambos detectives.
—Reconstruyamos el hecho en el mismo lugar y profun- dicemos con
los testigos estoy casi seguro que están mintiendo.
—manifestó el comisario, luego agregó— por cierto, vuelvan a interrogar al hombre
que es testigo principal por favor.
Dos detectives tocaron el timbre del apartamento número seis. Se abrió
la puerta del sitio en el edificio San Antonio de los Caobos.
—Los vi por las cámaras de circuito cerrado, ¡pero… que par de
policías más bellos, son sus distintivos del cuerpo de investigaciones! ¡y esos
trajes, es que les quedan hermosos!
Así los recibió John, el homosexual dueño de la residen- cia, quien
estaba totalmente de negro, seguidamente los invitó a penetrar al interior.
Charlaron largo rato, así que los detecti- ves de homicidios sacaron en
conclusión que existía una logia satánica y amantes de los vampiros. Mezclaban
a Satán con el mito de los vampiros, practicaban los sangrientos rituales rigu-
rosamente afectados por el sol. Nunca salían a la calle para sol- tarse como
vampiros para realizar algún asalto sangriento como nos ha enseñado el cine y
la televisión.
Luego en la sede del Cuerpo Investigativo:
—¡No tenemos nada! —Comentó Freddy Agostini a su compañero el
inspector Animus Valevente, quien asintió con la cabeza positivamente.
El caso se lo asignaron a la brigada de Valevente. De esa manera las
dos pesquisas decidieron poner todo el empeño posible para resolver el caso. —
Tenemos fuerza en la sangre hermano. —Tarareó Aimus, sentado en el único
escritorio me- tálico y vetusto de la brigada. Un si largo y conformista brotó de
sus labios latinizados por un padre argentino de prosapia ita- liana, así unieron
sus puños en un pacto espirituoso a la usanza ideal contemporánea.
Nacimiento del Club de la huella:
—Papa, mira mi mano. —gritaba y gritaba muy fuerte—
. Casi frenética, excitada, a sus seis años de edad tenía una voz muy ronca, se
escuchaba como una voz muy madura, pero con la candidez de una impúber, o
sea que sonaba como una voz ronquita de una niña consentida, aliñada por sus
contextos in- fantiles. Rodolfo Ríos Prato, se acercó orondo de orgullo, luego
de levantarse de la poltrona felpuda y gigantesca hecha espe- cialmente para él,
por el carpintero de la calle Colombia de Ca- tia, casualmente cerca de la
urbanización 23 de enero, en el blo- que 45, sector El Mirador, donde era
propietario de un aparta- mento de cuatro habitaciones, una sala enorme,
cocina, come- dor, fregadero y dos sanitarios, suficientes condiciones de habi-
tabilidad para levantar a una familia compuesta por tres hijos: uno de diez años
de edad, otro de seis y el último de dos años
para esa época. Su esposa Casilda Bermúdez, se unió a él para atender la
gritadera de Glaudet. ¿Qué incitaba a la niña a gritar?, a Rodolfo y a Casilda les
picó la curiosidad cargada de expec- tativas y acercándose al pequeño escritorio
elaborado en made- ra pulida especialmente para la niña, observaron que, en
una hoja de papel, había plasmado la palma de la mano bañada en tempera, esa
pintura especial para que los infantes pintaran án- geles y productos de su
imaginación.
—¡Papá, mamá miren mis huellas! —disfrutaba alboro- zada. A los
padres no les quedó más que resignarse al desastre de la mano pintada y mirar
con análisis para terminar de aceptar que la morfología de la mano allí
asentada, luego de la aseve- ración de la menor que no dejaba de ser
extremadamente precoz o muy adelantada para sus escasos conocimientos de la
materia debido a su edad. Entonces definitivamente comenzaron a ma- nejar
con fruición y orgullo de padres la potencialidad de Glau- det, en la
dactiloscopia, profesión inicial de Rodolfo cuando co- menzó en la PTJ.
En 1993: Glaudet, con seis años ya estudiaba el primer grado. Rodolfo
Ríos Prato, comisario General del Cuerpo Téc- nico de Policía Judicial de
cincuenta años de edad, se despertó asustado por los gritos de Glaudet!, —
¡Caramba son las tres de la mañana Casilda! ¿qué vaina le pasa a esa
muchacha? —Am- bos corrieron al cuarto contiguo consiguiendo a la niña muy
a-
gitada y sudando copiosamente, medio dormida y medio des- pierta.
—¿Qué te pasó hija? —Preguntaron a la vez los alarma- dos padres—
¡no se…! —contestó Glaudet, —soñaba con una gran huella de mi dedo, se
ponía grandota y quería comerme.
—¡ah… ya…! ¡tuviste una pesadilla! ¿verdad?, —pero Glau- det, no conocía el
nombre de pesadillas, a pesar de haberlas su- frido muchas veces, pero si
conocía de huellas, debido a la pa- sión de su padre por la dactiloscopia y ella
que vivía curu- cuteándole sus libros, entre ellos el de Darío Aliaga, aquel chi-
leno que ayudó tanto a la PTJ, a formarse en sus inicios, dejando ese
maravilloso libro especializado en huellas dactilares la cla- ve dactilar
venezolana. Ya a sus ocho años, la niña se había fija- do en las imágenes de las
huellas dactilares que pintaba comple- tas en sus tres sistemas, marginal, basilar
y nuclear, o sea bien completa y hasta le colocaba puntos característicos, deltas
y verticilos. Claro su papá sentía un placer enseñando a la chama esta
disciplina. A los quince años ya clasificaba y sub clasifi- caba según la clave
dactilar nacional.
—Hoy cumplo diecisiete años mamá, —gritó a Casilda que a las seis de
la mañana se venía levantando— Está mami, tu padre estaba de guardia anoche
debe estar llegando a las nue- ve de la mañana así que felicitaciones y guarda
tus mejores e- mociones para la noche que te celebraremos eso en grande, por
ahora te vas para tu liceo, bien tempranito y desayunadita y ven- ga acá mi
muchachota para darle un abrazo de felicitación. — Okey, si mami, pero hoy
cumplo diecisiete años y es hora de que mi papa me lleve para dactiloscopia
para clasificar algunas tarjetas de algunos choros caídos.
—¡Ah!, pero que ¡va! ¡cómo se te ocurre! tú estás muy pequeña y en
dactiloscopia de PTJ no entra nadie, tu papá no manda allá, y ese comisario
de dactiloscopia es muy jodido.
¡olvídalo! —pero Casilda, viendo la cara de tristeza de Glaudet,
—se retractó, —bueno sé tu amor por eso, se lo decía a tu papá,
¡carajo! Que de esa enseñanza no iba a sacar nada bueno, yo quiero que tú seas
médico no dactiloscopista, ¡cónchale! Con huellas no se come hoy en día.
Glaudet, revisó una larga lista de actividades que tenía pendiente, ya
no tenía que ocuparse de sus clases de quinto a- ño de bachillerato, pues iba
eximida en todas las materias de ciencias, siempre fue una aventajada
intelectualmente y su a- mor por estudiar rayaba en la obsesión.
—Cónfiro, tengo que planificar para todo el mes que viene con mi club
de dactiloscopistas, —pensó para sí— lo que más me preocupa es que mi mamá
no quiere que hagamos las jornadas aquí. “¡que vaina!” pensó, tomó el teléfono
Cantv de color blanco y bruñido, evidentemente era un teléfono de lujo, se lo
llevó al pabellón de la oreja y discó el número de Camilo,
su contemporáneo vecino y cómplice de sus frugalidades mis- teriosas,
propiciadora de su introspección, novio de su mejor a- miga, —voy en media
hora Camilo, estoy dibujándote de me- moria, el creyón se me incendia en la
mano —dijo melancóli- ca— si vieras lo hermoso que estas quedando.
Hizo un alto en sus afirmaciones como pensando lo que iba a decir... y
luego continuó con voz ronquita, pero más grave y lenta.!
—Jamás me has parado ¡pero el amor está dentro de mi corazón
palpitante y alegre por ti, siempre he dicho que, si ten- go que olvidarme de
Pedrito, lo hago —ya queriendo decir que lo abandonaba todo por Camilo—.
Se pasó la mano por el cabe- llo amarillo, lacio, brillante y oloroso a rosas
ligado con magno- lias, cortado un poco antes de la cintura de guitarra
diminuta.
—¡Carajo Camilo, eres todo un poema! recitó Glaudet y procedió a colgar.
Camilo quizás un poco culpable, o tal vez so- lo un poquito, como que si es
verdad. Así se sentía por despre- ciar a Glaudet que desde los once años le
confesó el amor que sentía, ese día lucía un par de clinejitas amarillitas
entretejidas a ambos lados, con unos enormes lazos de cuadros verdes y
blancos, igual que la faldita cortísima tipo jumper y una camisa blanca con
grandes bordados como sustituyendo las solapas i- nexistentes.
Luego siguió llamando y esta vez, lo hizo con Maziero, después:
Pedrito, Angelito y Beatriz, su club completito. Todos ellos alcanzaron total
comprensión, con lo que Glaudet les pro- puso, hace un año atrás, el club de la
huella; todos eran vecinos, vivían en el mismo edificio de la urbanización: 23
de enero, en la letra “E” línea, nomenclatura vertical del edificio seis fami- lias
eran muy unidas, celebraban los cumpleaños juntos, las mi- sas de aguinaldos y
hasta los carnavales.
El parque Miranda albergó al club de la huella, una maña- na del
sábado de 2004, los vientos alisios provenientes del Ávi- la, la montaña
guardiana de Caracas, hacía mucho frio, el clima de ese día, sin embargo, la
satisfacción del grupo humano inte- grantes del club iba más allá del escape
claro de la selva de cemento y de estar en un lugar que emula una isla de
verdores, plantas multicolores de distintas especies de árboles gigantes- cos, de
caminerías excepcionales, de charcos hechos a propósi- to para los animales
habitantes del agua; si esa arquitectura ambiental iba más allá de la sensación
de liberación, llegaba a la admiración que sentían por Glaudet, cuya
presentación se ba- saba en algunos conceptos traídos de la sombra de su padre
y de la abundante literatura habida de la biblioteca paternal.
—Es fascinante, parece mentira, —comentaba con su dulce voz
Glaudet, quien se abrigada con una enorme y felpuda chaqueta de cuadros—
Estamos aprendiendo identificación
humana y todos los secretos del cuerpo de investigaciones, —
¡que bárbaro¡ no todo el mundo puede tener este conocimiento.
—Glaudet, se irguió sobre todos los muchachos que, sentados con las piernas
cruzadas, hacían un círculo en la grama del enor- me parque. Pese al frío
Glaudet, se había despojado de su cha- queta de Blue Jeans, luciendo una
franela manga corta que tenía una huella dactilar muy grande en el pecho y en
la espalda una inscripción en letras grandes que decían “mi club es la huella¨ y
otra con la inscripción del líder, todos tenían una franela así, pero solo la de
Glaudet, decía “Líder”, pues bien no era exage- ración, pero los muchachos se
habían tomado muy en serio lo del club y en reuniones como esa, Glaudet, debe
haberse documentado sobre los importantes conocimientos que a ellos les
fascinaba. Por ejemplo, les enseñó el arte de la dactiloscopia. Ya todos
clasificaban las huellas dactilares, grupos y subgru- pos, sistemas como el
bacilar, marginal y el nuclear, deltas ver- ticilos y puntos característicos, a los
diecisiete años ya eran u- nos profesionales todos. Era una verdadera fiebre,
todos carga- ban encima una lupa especial para dactiloscopia.
Pedrito ya no fue más el novio de Glaudet, el rompimien- to triste por
demás, se convirtió en un acicate de su esquizofre- nia.

—Detective Pedro Quiñones, —gritó el inspector jefe Juan Millán,


supervisor de investigaciones de la subdelegación
del Paraíso— ¡Ordene superior! —contestó con fuerza. Su voz de recién salido
de su adolescencia, con apenas 20 años y ya graduado de técnico superior en
ciencias policiales y detective. Se estaba presentando con varios funcionarios
también nuevos de su misma promoción, en ese despacho. Su corazón palpitaba
fuertemente. Lucía zapatos de gamuza, un pantalón negro, ca- misa blanca,
corbata negra con círculos rojos y un paltó de pana marrón. Su cara expresaba
miedo, un temor secreto, alguien muy acucioso se hubiera dado cuenta, muy
alto y flaco de tez pálida. Se veía como un investigador de película, cargaba una
pistola Bereta al cinto enfundada al lado izquierdo por ser zurdo: diligente y
rápido atendió a la llamada del supervisor. Esperaban sentados en sillas
metálicas dispuestas al frente de la oficina del comisario. Glaudet, apareció en
su imaginación, ella corría, el detrás con la pistola en la mano, lloraba, pero ya
estaba al frente el inspector, no podía seguir imaginando, de repente el inspector
jefe esgrimió un bate metálico y se colocó en posición de batear. Dijo: —corre
o te mato a batazos. —Ahora si es ver- dad que Pedrito estaba asustado,
comenzó a sudar y se le cerró la garganta ya no le iban a salir las palabras—.
“¡que trágico!”, volvió a pensar aterrorizado, “ahora también me quieren lasti-
mar mis nuevos jefes, era una especie de lógica dentro de su in- sania presente
y ¡todo por Glaudet que me odia!” de repente, un oscurecimiento total, un frío
acentuado y odioso se acompañó con el terror, la agonía, el aletargamiento de
sus movimientos
y el sudor excesivo propio de una alta temperatura inicial, que descendió hasta
verle la piel seca, poroso, brotado, como de ga- llina y palidecida al extremo.
Treinta segundos para plantarse en la cara del inspector, solo diez pasos
violentos, aturdido, sen- tía que pesaba 200 kilos, pero nadie vio la gran lucha
interior de Pedrito. Su psiquis le hacía una mala pasada. —¡no ahora!,
—gritó desde su corazón— ¡maldita sea! ¡no! —otro grito que se alojó en su
estómago, nunca salió de su boca, desde el fondo subconsciente, zarandeó a su
psiquis para regresar a la realidad, pero la voz del inspector ahora se
abovedaba en su cerebro—
¡ven carajo para matarte a batazos! —entonces sintió deseos i- rreprimibles de
regresar.
Su psiquiatra no estaba allí recomendándole la pastilla re- querida, ni su
psicoanalista, pero si recordó los consejos de la consulta médica: “tu deseo
interior de vivir en paz está por enci- ma de todo no atiendas esas voces y no
creas lo que vez, lucha, rompe tu tumba y surge vigoroso”. Separó entonces esta
terrible realidad, del cometido inicial también muy real, su percepción aberrante
no salió más de la cosa en sí, regresó al inconsciente, se plantó ante el inspector
jefe, pálido sudoroso, casi midriático, callado y taciturno, pero el jefe Juan
Millán, omnipresente y pe- dante, incapaz de leer el rictus de la cara de Pedrito,
con el entrecejo fruncido, la bolsa de las ojeras negras de varias noches de crisis
alcohólica, la piel apergaminada y pegajosa a simple observación, cambió
interiormente todo el sentido de la mirada
perdida de Pedrito e interpretó lo siguiente: “el nuevo desde el comienzo ya me
respeta y tiembla ante mis órdenes gritadas”, pensó. Que caray pasó Pedrito
Quiñones, a la oficina del comi- sario, jefe del despacho agarrado del hombro
del gordo inspec- tor jefe, un poquito más alto que él.
—Jefe, ¡otro nuevo de los seis! —Su jarabe de lengua y código de
honor, pero Pedrito Quiñones, estaba muy lejos en el limbo psicótico.
—Quince minutos de charla policial a manera inductiva y ni siquiera
notaron el extravío de conciencia. Otra vez el ins- pector jefe lo tomó del brazo
lo sacó de la oficina y metió a otro nuevo. El musiu Masiero, también recién
graduado de detecti- ve, se encontraba feliz de presentarse a sus superiores por
pri- mera vez; ya era un investigador del crimen, su ego crecido co- mo la gran
pistola Bereta que le asignaron, junto a la dorada placa policial para ser usada
en la cartera junto al carnet y el distintivo, efectos que lo acreditan, como un
engranaje impor- tante en la lucha anti delictiva. Lo hizo caminar más raudo a
la oficina del comisario. Jarabe de lengua y regaño por usar blue jeans con
camisa y corbata en vez de usar pantalón de casimir.
—¡no ve que desluce!, ustedes son la puerta de la institución,
—masculló altanero el comisario— ¡no quiero indisciplinas, cero corrupción,
no llegadas tarde, todo lo consultan por órgano regular, con su jefe de grupo, el
flojo no tiene cabida aquí, no
hay esposa ni hijos, nada, nosotros somos su familia. —y mientras más
remachaba sus regaños el jefe policial, más orgulloso se sentía Masiero
Galtieri.
“¡Ahora sí el jefe me amonesta como en las películas!” pensó. Apenas
salió de la oficina corrió a buscar a Pedrito, pre- guntó al inspector jefe de su
grupo por él y le contestó que lo vio dirigirse al baño colectivo.
Apresuradamente con el corazón en la mano pues lo había notado en crisis,
recorrió el corto tre- cho entre el pasillo principal y el sanitario, donde lo
encontró sentado en una poceta, con los pantalones puestos mirando ha- cia el
cielo con la pistola en la mano. —¡Pedro vale! dame acá eso. —y procedió a
desarmarlo— ¡Vamos por Dios! —y se lo llevó fuera de la sub delegación—, se
montó en su Autana del 2007, remolcando a Pedrito, que parecía un zombi.
Salió a toda velocidad hacia el consultorio médico en la clínica las Merce- des,
tomó el celular y de manera nerviosa llamó al sub inspec- tor. —¡Jefe! Pedro
Quiñones y yo estamos almorzando ¿sabe? A lo que le respondió— ¡sí vale!
vayan con calma es su primer día no hay apuro.
Tomó la autopista francisco fajardo y en un dos por tres llegó a la
clínica. No había tráfico, menos mal, es una emergen- cia joven le informó a la
recepcionista y de inmediato pasaron a Pedrito para un cubículo. Masiero
rápido en sus acciones co- mo era su característica, ya había llamado a su
hermano de pro-
fesión psiquiatra y él ahora también llegaba a la clínica. —
¡cónchale Joaquino, gracias vale! Mira el lio, por favor sácame rápido de él. —
Resulta que Pedro, sufre de esquizofrenia y pese a todo se graduó de detective
no sé cómo nunca nadie lo detectó, ahora hay que arrear el burro, fíjate hoy
precisamente cuando se presentaba a sus jefes por primera vez, le dio una crisis.
¿pero allá no se dieron cuenta? —no Joaquino, tremendo lio Masiero, pero
déjame esto a mí, nada me lo llevo para la clínica donde trabajo y sobre la
marcha vamos decidiendo.
Sonó el teléfono y Camilo Romero contestó: —coordina- ción nacional
de Criminalística, ¡a la orden!: del otro lado del teléfono con voz de agitado
llamaba el detective Masiero.
—Por favor póngame con el detective Camilo Romero.
—soy yo Massiero, —le contestaba con una entonación feliz y a la vez
emocionado de oírlo nuevamente desde que salieron de la academia. —¡oye!
¿que ocurre? te noto muy agitado,
—Si vale. —y le contó todo— ¿qué hago Camilo? los muchachos del
club de la huella aún permanecían juntos, todos como una sola familia en el
cuerpo investigativo y para completar, las estructuras del club de la huella
permanecían intactas. Nada había cambiado ahora que eran unos criminalistas e
investigadores de la calle, en posesión de este caudal extraordinario de
conocimientos detectivescos, como fue su cometido desde su fundación,
adquirir la mayor cantidad
de información científica al respecto, les hacía ser dueños de una valiosísima
autoestima forense, como siempre decía Cami- lo, a los muchachos del club,
cuya líder seguía siendo Glaudet.
Masiero, marcó el número telefónico de su supervisor:
—Jefe nuevamente disculpe la molestia, pero resulta que Pedro
Quiñones y yo estábamos almorzando unos camarones y al parecer le hicieron
mal, lo trasladé para la clínica Caurimare, allá le diagnosticaron intoxicación
alimenticia y está en obser- vación, —que vaina vale le contestó el inspector
jefe de su gru- po de investigaciones, —pero sin embargo no le pares hermano
atiéndelo, cualquier cosa me avisas para ayudarte, me traes el justificativo
médico, de todas maneras, —¿ok?. Si, si, superior, claro lo estoy informando.
Así fue el comienzo del club de la Huella, luego transcu- rrió un largo
marasmo, dentro de muchos años institucionales que fueron la plataforma de las
espléndidas ejecutorias y de los ascensos de estos jóvenes.
José Carrillo De La Concha, era un caucásico alto de veinticinco años
de edad, su cara amontonada de arrugas que e- ran la sumatoria de los grandes
esfuerzos hechos en su corta vi- da, trabajando como obrero de una cantera,
alzando grandes piedras diariamente en los bajos estratos donde los hombres
alienados por la droga y el alcohol hurgan entre los materiales sólidos y
pútridos. La cárcel contribuyó con algunas cuchilladas a la cara a bifurcar y
apelmazar muchas sinuosidades, que ha- cían ver a un rostro feroz, pero a pesar
del alcoholismo, José Carrillo tenía un cuerpo atlético y aun con la delgadez del
vi- cioso, se le notaba la extraordinaria fortaleza en los grandes músculos de su
cuerpo.
José Carrillo, efectuaba en las noches grandes concentra- ciones, en las
riveras de cemento del río Guaire, de sujetos de Caracas que recogen latas en
los basureros y vagan en la ciudad,
conocidos como manos negras, por la capa negra de suciedad en su mapa
dérmico a la falta de higiene.
Era conocido como el jefe, quien por las noches prendía candela
formando grandes fogones, para hacer sopa a los indi- gentes, pero también era
conocido por su ferocidad al castigar a sus soldados a quienes enviaba a robar
o a ejecutar cualquier orden. No le temblaba el pulso para matar a cualquiera,
que in- tentara traicionarlo, era un gran líder, recorría como casi veinti- cinco
kilómetros desde las Adjuntas hasta Petare a lo largo del rio que atraviesa a
Caracas. Las carnes y verduras sobrantes de los mercados donados para
alimentar a sus huestes, pero tam- bién, perros, gatos y culebras que formaban
parte del menú y si el hambre arreciaba, a veces un humano fallecido contribuía
con el estómago colectivo.
José Carrillo, tenía como segundo a otro psicópata, un indio
descendente de Yukpas, de baja estatura, pero muy defini- do, tan fuerte que
levantaba carros con las manos y los volteaba.
En un terraplén en el segmento de Bello Monte, el gran rio Guaire hacia
un arco majestuoso, venía en sus afluencias con gran fuerza, acabando de llover
en las montañas de los altos Mirandinos. Carrillo sentado en el terraplén en la
parte más alta, se irguió con su cabellera rubia y larga hasta un poco por debajo
de los hombros, esta se alborotaba a la velocidad del ventis- quero que corría en
una tarde gris del mes de octubre del 2016.
Su vestimenta era un ajustado pantalón de kaki con botas mili- tares y su cuerpo
se cubría en su torso con una guerrera del ejército sin caponas, botones grandes
de color marrón, en vez de botones dorados como la de los oficiales activos.
Extendió los brazos a los lados y con solo dos dedos de cada mano hizo la “V”
de la victoria, realmente emulaba a Cristo y ciertamente quería hacer un
mensaje seudo religioso.
—¡Hombres de Dios, hijos de la patria! —Comenzó su arenga hacia los
quinientos hombres que agrupaba y que se po- sesionaban por debajo de él a la
espera de un discurso orien- tador. —¡Creo en Cristo nuestro señor! —Gritó—
él está con nosotros. —impostando la voz a sus huestes. Desde el puente de
Bello Monte, se conectaba con la calle de los hoteles, también enlazaba con la
Plaza Venezuela. La gente que cruzaba el puente a pie se aglomeraba de
repente para observar del rio, la reunión atípica de disímiles y abigarrados
personajes, escu- chaban al mesiánico José Carrillo De La Concha, capaz de
mo- ver los hombres a su antojo y a donde quisiera, quién en ese mo- mento los
alertó de una amenaza inusual.
Hay un grupo de seres que no parecen humanos, vociferó Carrillo, el
Verdugo y yo en nuestros recorridos nocturnos, pu- dimos notar en el sigilo de
las sombras irredentas, como, este grupo de hombres ubicados en el tiempo,
principalmente de no- che, se ocupaban, acechaban y finalmente atacaban en
las ori-
llas del rio Guaire, en cualquier lugar a lo largo del mismo, ase- sinando sin
justificación a cuanto indigente se les atraviese, tienen seis meses atacando y si
no es por la prensa que tituló: “la tienen agarrada con los indigentes”, ellos solo
cuentan cinco y se lo achacan a una sola persona como a un solitario asesino en
serie, pero realmente son 24, uno cada semana. El verdugo y yo hablamos con
mucha gente y nos alertaron, así que decidi- mos montar un trabajo de
inteligencia y logramos detectar co- mo cincuenta tipos que se reúnen por las
noches, vienen en sus camionetas, luego comienzan a recorrer amplios sectores
del rio y al conseguir a algún hijo de Dios con ese perfil, comienza la cacería
hasta capturarlo y asesinarlo de cualquier forma, menos con arma de fuego, a lo
mejor para no llamar la atención y para hacer ver que fue en riña con sus
compañeros del rio.
Entonces el mesiánico hace un alto en su narrativa y les
grita:
—¡Contraatacaremos! y los hombres de manos negras y
harapientos, —gritaron frenéticamente ante la arenga de su ca- pitán— de esta
manera planificó:
—Mañana a las ocho de la noche estaremos todos en Ta- zón, allí se
reúnen, sorprenderemos al grupo de depredadores que nos están matando, ellos
se están preparando para atacar otra vez, pero esta vez los sorprenderemos
—“Viva Carrillo, fue el grito de todos al unísono.
Las poderosas luces equidistantes en la autopista, en el lugar conocido
como la bajada de Tazón, en la última rampa de frenado, iluminaban el extenso
escenario. Un grupo de hombres absolutamente todos de gran estatura y de gran
musculatura, hacían un círculo. Eran treinta en total, uno de ellos hablaba en el
centro, la luz le iluminaba media cara, cada vez que giraba en sí mismo para ser
escuchado por todos. Un perfil de indio Timo- to Cuica o tal vez de la etnia
Caribe, caracterizaban sus rasgos antropomórficos. Los oyentes permanecían
impertérritos como si fueran soldados arengados por su teniente, todos tenían
entre sus manos una cabilla de dos pulgadas y cincuenta centímetros de larga,
forrada de blanco.
El líder indio, instigó a los asistentes a la reunión:
—¡Hoy carajo masacraremos más de veinte, tendremos que abreviar
este camino, para librar a la sociedad de esta ame- naza!

El viento frio bajaba de los altos Mirandinos batiendo el cabello largo


de los indios allí reunidos.
Dos columnas de hombres se desplazaban por la autopis- ta, subiendo
una hacia Hoyo de la Puerta, y otra escalaban la pendiente montañosa que
estaba frente al basurero municipal,
vertedero provisional de los desechos sólidos a ser trasladados al relleno
sanitario de la Bonanza en los Valles del Tuy.
Las dos columnas cada una con cuarenta hombres, fueron exactos en la
precisión del tiempo en la operación dirigida por José Carrillo.
Los indios extremadamente parecidos todos y con vesti- mentas
similares como si fueran uniformes, chemise blancas, blue jeans y botas
militares. Por su estado de concentración a la arenga del líder, no se dieron
cuenta que las huestes de manos negras pincharon todos los cauchos de las diez
camionetas últi- mo modelo aparcadas por los sujetos reunidos en la rampa de
frenado.
Solo dos alarmas sonaron con insistencia, pero eso no los sacó de su
estado catatónico, a los allí presentes.
José Carrillo, en voz baja ordenó atacar cuando los indios bajaran a
buscar sus camionetas, por razones tácticas la orden fue darles con todo,
aunque tuvieran que quitarle la vida.
Ochenta hombres, asaltaron a los indefensos indios, lle- vando
cuchillos, machetes, lanzas, cabillas y piedras en sacos pequeños, causando
cinco heridos graves a estos, los otros vein- ticinco, mataron violentamente a
cincuenta del pequeño ejército de Carrillo y el Verdugo, quienes emprendieron
la fuga junto a veinte hombres que les quedaron.
Los indios montaron violentamente a sus heridos en dos camionetas y
se retiraron con sus cauchos pinchados.
En el sitio del suceso estaba al mando de las comisiones, el inspector
jefe Adelis Romero, la inspectora Nora López, por el área de inspecciones
técnicas, así como el jefe de Investiga- ciones de homicidios Angelito Arias y
los funcionarios Manuel Campos, Rolando Guerrero y Héctor Castillo todos
inspectores agregados. Los otros cincuenta funcionarios eran pesquisas de
homicidios y detectives de criminalística, llamados de emer- gencia para
integrar las comisiones. También estaba la brigada de acciones especiales
(comandos). El Coordinador nacional de investigaciones Juan Flores, se
presentó con cinco comisa- rios más, jefes de varias sub delegaciones de
Caracas. Le co- mentó al inspector Romero al mando lo siguiente:
—Qué extraño, veo que hay un plan de exterminio contra los
indigentes.
El inspector jefe Adelis Romero, solo observó a los ojos profundos y
agudos del Comisario General Juan Flores y calló. Todos estaban anonadados.
Angelito Arias, comentó igual —parece que los trajeron a todos y los
asesinaron aquí.
—Romero, hizo los primeros análisis:
Sus heridas no son de hombres que fueron sometidos y a- sesinados
pasivamente, murieron peleando, hay muchas heridas defensivas, sus manos
están manchadas de sangre, quiere decir que ellos también infringieron heridas,
pero el dibujo general de la pelea nos dice que ellos llevaron la peor parte y
pareciera que los guerreros del otro lado eran muy fuertes, hay trauma- tismos
de impacto contra el piso, hay heridas en cuellos de mor- deduras, la cantidad
de pisadas de los manos negras nos dice que eran más de cincuenta sujetos y la
de los otros que usaban botas militares, solo 30 y huyeron en algunos vehículos
que te- nían estacionados, pero los indigentes venían por la montaña otros por
la autopista, entonces los que atacaron fueron las víc- timas aparentes.
—Muy bien inspector. —comentó el superior de todos los
investigadores presentes— ahora nos toca activar un plan de investigación y
captura.
—Fíjate bien Romero:
—¿Cómo llegaron los primeros hoy ausentes aquí?
—¿para qué?
—Estaban planificando otra masacre y ¿estos se les adelantaron?
Luego Flores, le pidió al Inspector Jefe Arias, que se fue- ra a la sala
situacional y recabara los siguientes datos:
—Revisa Arias, los casos anteriores de indigentes, si hay algún testigo
¿que haya visto a los agresores llegar?
—En cualquiera de los casos. ¡alguna cámara los ha cap- tado o
grabado como sea!
Fue una solicitud casi angustiosa como si fuera el último recurso.
Al caer la tarde ya el inspector jefe Camilo Romero, ha- bía detectado
en una Clínica privada a un herido a machetazos. Abordando de inmediato la
averiguación al respecto. De tal ma- nera que en la noche ya habían practicado
la detención de varias manos negras que al ser interrogados aseguraron formar
parte de los grupos que atacaron a los depredadores. Igualmente, los cinco
indigentes capturados, confesaron y delataron a José Ca- rrillo y al apodado el
Verdugo.
Camilo Romero, se reunió urgentemente con Glaudet, Masiero, Pedrito,
Angelito Arias y Beatriz, algunos de ellos adscritos a la coordinación nacional
de criminalística. Son los integrantes del club de la huella y su interacción iba
dirigida a resolver el caso de los indigentes fallecidos.
Todos se dirigieron en sus vehículos al instituto de estu- dios de
fenómenos paranormales. Allá en la recepción del insti- tuto triangular y de dos
pisos, con más de quince salas, con de- coración absolutamente metálica muy
brillante, se tuvieron que tomar de las manos para que los sensores pudiesen
ubicar al club de la huella y abrirles las puertas de la sala del club, asigna- da a
ellos en el IEFP.
Camilo Romero, se sentó en el medio, cuya silla era ro- deada por once
modernos escritorios parecidos a estaciones de radio y computación.
Todos se mantuvieron en silencio y procuraron concen-
trarse.

En la pantalla principal apareció el siguiente anuncio: Club de la

huella: en sesión no molestar.

Prosiguió enunciando el sistema:


De todos los esfuerzos mentales y energéticos, se logra
ubicar a José Carrillo y a el Verdugo su lugarteniente, en la calle la selva,
callejón casa número 16, pintada de rosado, no tiene salida hacia una parte
posterior porque un cerro le impide la construcción de otro rancho.
Al transcurrir treinta minutos:
Todos estaban exhaustos, pues la experimentación psí- quica fue
intensa esta vez.
Se retiraron abrazados todos consientes que los frutos co- sechados no
era un acto de superchería, ni de brujería, solo usa- ban las energías psíquicas
para combatir al hampa criminal.
En horas de la noche, fuerzas especiales de la P.T.J. in- cursionaron en
el barrio José Félix Rivas, Petare, en busca de José Carrillo, siendo capturado
junto al Verdugo, quién en el despacho fue identificado como Hortelano
Goicoechea Pérez.
El jefe de investigaciones de homicidios, Ángel Arias, conjuntamente
con el inspector jefe Camilo Romero y el jefe de la Brigada “A”, el Inspector
Jefe Masiero Moduño, se encon- traban reunidos, celebrando la captura de estos
sujetos para im- putarlos y a la vez sacarles la verdad de los hechos.
Dijo Ángel Arias: —¿vieron los titulares de los periódi-
cos?
Camilo aclaró. —¡Sí! no sé quién le dijo a la prensa que
los ciudadanos fallecieron por mordedura en el cuello de vam- piros. Ya había
otro caso donde se ventiló la aparición de un vampiro, que es el caso de Plaza
las Delicias, pero si es cierto que hay una histeria de vampiros, entre la
población.
—Por eso debemos aclarar ese caso de vampiros, por a- hora interroga
a los líderes de los sujetos del reino de las latas y la basura, —agregó el
Inspector jefe Arias.
—Será un placer superior. —vociferó Camilo— se diri- gió con
Glaudet y Masiero a la sala 33 donde se interrogaban a los ciudadanos acusados
de crímenes.
José Carrillo de la Concha, estaba sentado con las manos puestas en
una mesa central en aquel cuartico semi iluminado.
Camilo Romero, entró con el detective Roberto Marcia- les, quién
llevaba el expediente administrativamente.
Camilo Romero, tenía 1.80 de estatura, poseía una abul- tada
musculatura, lograda en los gimnasios casi igual como su padre el Comisario
General Wladimir Romero, quienes sacrifi- caron horas y días de entrenamiento
por el físico culturismo. Todo lo contrario, por parte de Roberto Marciales, era
alto y flaco. Ellos permanecieron de pie, dando giros alrededor de Jo- sé
Carrillo.
—Dime cara de guante. —se mofó Camilo de José Carri-
llo.
—¿Qué hace un español tan feo, pero de estratos diferen-
tes a los lateros, dirigiéndolos?
—Bueno ese no es problema suyo —le replicó José Carrillo.
—¡Ah grosero también!
—¡Okeey! —y se lo dijo de manera cantadita.
—Te diré entonces que vas preso por instigar a matar a un grupo de
seres humanos y ¿sabes cómo se llama eso?
—Exterminio, genocidio…
—Buueeno, déjeme hablar, Inspector.
En la semioscuridad se vieron solo los ojos inyectados en sangre de
Carrillo, así como el sonido profundo de su gruesa voz, como si fuera de
ultratumba.
—¿Sobrevivir sin buscarle problemas a nadie? —Garga- reó Carrillo,
poseído del síndrome de abstinencia alcohólica.
Camilo Romero, era hijo de un comisario general jubila- do de la
policía, tenía el mismo ímpetu del padre, casi un espíri- tu indomable, había
desarrollado algunas técnicas personales de interrogatorio. Así que, con sus
penetrantes ojos pardos y su experiencia para psíquica, tomó el control del
dialogo contin- gente:
—Te ubiqué y sé que lideraste un ataque a ese grupo y llevaste a tus
hombres a la muerte. —Entonces Camilo, trilló el camino de ese segmento
dialéctico.
—Ahora dinos ¿que fue eso? —agregó Camilo Romero.
—Difícil caso para el juez de la causa.
Carrillo muy timorato por la encerrona, explicó con lujo de detalles a
todos incluyendo a Glaudet y a Masiero.
Así en medio de las investigaciones, se conoció la exis- tencia de unos
sujetos muy fuertes de características anormales quienes se encargaban de
exterminar a hombres en estado de in- digencia. José Carrillo y el Verdugo
fueron presentados al juez de control, quien les aplicó medida privativa de
libertad.
Al juez le dijo Carrillo en voz alta: —ahora los ejércitos de manos
negras, no tendrán líder que los defienda, ahora si es verdad que nos matarán.
El director de la entidad detectivesca, fue impuesto de to- dos los
hechos y esa noche convocó a una reunión urgente con todos los ejes de
homicidios y secuestros, así como los jefes de subdelegaciones de Caracas o sea
quince comisarios en total.
Reunidos todos en el despacho del director, en la sede central de San
Agustín, conocida con el nombre de sede Comi-
sario Fallecido Luis Monrroy allí explicó: —Buenas noches co- misarios y jefes
aquí presentes.
Fue directo al grano. —Un grupo de ciudadanos cuyo perfil doy a
continuación se está encargando de eliminar una cuota importante de
indigentes, nos preocupa aun no tener nada ante futuras masacres, el ciudadano
ministro nos está apretando para que como sea vayamos buscando un resultado.
De manera que, en sus respectivas jurisdicciones, investigan lo que puedan o
por el contrario me puedan apoyar a las comisiones que yo envíe.

—Bueno, buscamos un gremio muy particular, un grupo de hombres,


con rasgos de indios que son de gran altura y fuer- tes, según son gente bien
colocados y con cierto estatus. Usan camionetas lujosas de último modelo, son
muy serios y extraor- dinariamente fuertes, afirmo esto porque muchos de los
indi- gentes masacrados fueron agarrados por los pies y estos masa- cradores,
los lanzaban contra los elementos de concreto armado de la rampa de frenado,
en algunos casos los estrellaban entre las mismas víctimas. Se fueron con las
camionetas con los cau- chos pinchados y hasta se cruzaron con varias
comisiones nues- tras, sin sospechar.
Ya en acción otra vez, Camilo Romero, comisionó a los inspectores:
Manuel Campos, Rolando Guerrero y a Héctor Cas tillo, quienes hicieron esto
de presentarse en la clínica privada
donde se encontraba recluido el sujeto posiblemente incurso en las muertes de
tazón.
Al llegar el grupo detectivesco, fueron directo a el puesto de
enfermería, donde les informaron que este fue dado de alta, por la rapidez
portentosa de su cicatrización y recuperación general.
Los detectives fueron informados sobre la permanencia del herido en el
estacionamiento de la clínica y se encontraba metiendo una maleta personal en
la parte posterior de la camio- neta gris, que estuvo aparcada desde hace ocho
horas desde su ingreso como herido grave.
El detective Manuel Campos, observó la ancha espalda del sujeto en
cuestión, le pareció un indio que practicaba nata- ción, el hombre medía casi
1,80 y era extremadamente corpu- lento, grueso sin ser gordo. Así, le habló aun
de espaldas a los detectives:
—¿Quién le trajo esa camioneta, porque usted estaba muy grave?
—Se lo dijo cantadito.
El sujeto se volteó y observó los distintivos policiales y sus placas,
tardando segundos para tomar a Manuel Campos, por sus ropas, levantarlo en
peso sobre su cabeza y lanzarlo contra los otros dos funcionarios, quienes
cayeron aparatosa- mente. Todavía atolondrados al sacar sus armas de fuego ya
el
hombre no identificado lograba darse a la fuga en la camioneta de doble cabina
gris.
Glaudeth y Camilo Romero, conversaban con el comi- sario general
Antonio Soriano, un personaje especial, hombre de cuarenta años, abogado,
policía de profesión, con unas cua- lidades intelectuales y perspectivas
extraordinarias. Su marca- dor genético lo ubicaba entre las razas Afroides.
Dentro del análisis que todos hicieron, quedó en claro que estaban en
medio de algo muy extraordinario. Un fenómeno psíquico se apoderó de ellos, a
lo largo todos eran extremada- mente intuitivos y perceptivos por naturaleza, de
manera que manifestaron que este caso se complicaba por la presencia de
factores especiales que debió ser apoyado por un equipo multi- disciplinario, no
sabían cuales profesiones, pero ya lo vislum- brarían a medida que avanzara la
investigación.
Con la placa de la camioneta del atacante de las comisio- nes policiales,
llegaron a una ferretería, cuyo dueño era Pedro Rodríguez, todas las comisiones
disponibles se presentaron al lugar y trasladaron al ciudadano a la central
detectivesca, cuan- do fue pasado por el salón de los espejos en reconocimiento
jun- to a varios detenidos, fue identificado como el agresor de los tres
funcionarios.
En la sala 33, el comerciante Pedro Rodríguez, hombre alto de raza
amerindia pura de treinta y seis años aproximada- mente, cabello largo recogido
en cola de caballo por una abra- zadera elástica, permanecía imperturbable,
parecía una estatua sentada imbuida de un soñar con los ojos abiertos,
enfocados en la pared del frente, del resto sus brazos permanecían regidos en-
cima de la mesa de madera.
En el salón de interrogatorios irrumpió Camilo Romero, flanqueado por
la Inspectora Jefe Glaudet Ríos.

—Ahora si estas tranquilo y hasta rígido nos asombras, tenemos un


brazo fracturado por tu culpa.
—¿A qué se debe eso?

El detenido esperó se le sentara frente al investigador, pa- ra comenzar


a hablar. Se miraron los dos, cada mirada tenía una fuerza mágica. Camilo
parapsicólogo y el detenido poseía una fuerza desconocida, que se evidencia en
el fondo de su mirada, por eso Camilo, al ver al otro y penetrar sus ojos, notó
que se trataba de alguien especial que manejaba mucha energía y sintió que se
adentraba en un espacio verde como en una tupida selva, tal vez la amazónica.
Reaccionó y se sustrajo de ese encantamiento, no quería quedar a
merced de Pedro Rodríguez, pero intuía que con esos poderes podría ser más
difícil el interrogatorio.

—Soy de una casta indígena cuyos familiares provienen de la Gran


Sabana como los Pemones, somos 10 hermanos y to- dos comerciantes.
Inspector, no estuvimos allí en Tazón como usted dice, somos incapaces de
asesinar a nadie.

—Camilo le preguntó: Dígame una cosa ¿cómo se curó tan rápido de


un machetazo?
El hombre contestó: Llegué herido por una herramienta que me cayó en
mi ferretería. Ahora les muestro, está en proceso de cicatrización aun y se abrió
la camisa mostrando una pequeña herida en el hombro, eso fue todo.
—¿Y esa fuerza extraordinaria, fue la misma que utilizo en el combate
en Tazón?
—Mire, soy atleta, coleaba toros, hago halterofilia y mi marca máxima es de
300 kilos en envión, levantar a ese hombrecito no fue nada, lo hice porque pensé
que eran delincuentes.

Camilo Romero junto a otros, traslado posteriormente al ciudadano ya


descartado hasta medicatura forense: —te pondré
en manos del médico forense, él te evaluara por si acaso. —El sospechoso estuvo
de acuerdo.

Camilo Romero, intercambio con el jefe de investíga- ciones


homicidios: luego de tomarle declaración al herido Pe- dro Rodríguez y
permitirle retirarse del despacho. —Ángel, yo no sé si tu cree en cosas, pero
aquí hay gato encerrado.

Ángel Arias. Claro que creía en cosas, dijo a Camilo. — De que vuelan,
vuelan. —el Inspector Arias, formaba parte del club de la huella y pregunto sin
tapujos— ¿qué captaste en su esfera espiritual?

—Si jefe, apenas lo miré a los ojos sentí un vendaval y vi la selva


amazónica, en su vista había un portal a otra dimensión.

—Que interesante! —Comentó Arias.

Tres de la tarde; Camilo Romero, se encontraba almor- zando con su


padre Wladimir Romero, en el Hotel Ávila en una lujosa zona residencial, al
norte de Caracas.

En el restaurant del mismo hotel, en una mesa a la vista de los Romero


se encontraban pegados a la pared, conversando: el médico Antonio
Fuenmayor, Argimiro Meléndez el psicólo-
go Juan Istúriz, Marino Vergara y el historiador Martin Salga- do, también
almorzaban, amparados por una semioscuridad que formaba parte del confort
ofrecido por el hotel a sus usuarios.

El hotel Ávila, como refugio estupendo para parejas y para las familias
que allí vacacionan los fines de semana, se en- cuentra ubicado a las faldas del
cerro el Ávila o Guaraira Repano. Su distribución arquitectónica y su
decoración era el corolario de la exaltación sublime del pensamiento humano,
a- crisolado de agrestes espacios.

Los comensales: Fuenmayor, Meléndez, Istúriz, Vergara y Salgado, era


una cúpula empresarial que direccionaban dos empresas, de transporte de
valores y de la misma manera se sor- prendieron de ver en el aire a unos
intrépidos Icaros.
Ya entrada las siete de la noche, volvieron a observar los supuestos
Icaros y comentaron lo tarde que practicaban esa es- pecialidad.
A todas estas, el soplo maravilloso del viento nocturnal se colaba con
rabia a través de las imponentes olas negras del gigantesco murciélago, que de
manera aerodinámica utilizaba para superar su propia velocidad.
El vuelo rasante de dos vampiros con forma de murciéla- go, fue
producto del descenso vertiginoso de ambos desde la ci-
ma de la montaña, amparados por el reflejo de la luz eléctrica, se veían
impresionantes cual objetos voladores no identifica- dos.

El vuelo se extendió hacia el sur de la ciudad, haciendo un viaje a la


altura de la cota mil, corredor vial en la base del imponente Ávila.
Wladimir Romero, en medio del compartir, con su hijo Camilo, le
aclaro:
—Quería ayudarte con esos cangrejos que se te presentan en la División
de homicidios. —¡Qué bueno papa! ¡yo te necesi- to ya! —Exclamo Camilo.

Ya estoy disponible Camilito; sin embargo, he venido trabajando detrás


de bastidores, en vista de tantas controversias, que sí, vampiros, masacres, etc.,
decidí dejar mi trabajo de com- pilador en el instituto de fenómenos
psicofísicos, e integrarme al bloque de búsqueda de homicidios, como asesor.
—¿y qué has hecho? —Pregunta Camilo.

—Mira vamos con los fallecidos de Tazón, ellos fueron sorprendidos a


su vez por unos sujetos que son comerciantes en su mayoría y ya tengo una
relación completa de todas las agre- siones. —Responde Wladimir.
—Ahora, mientras ustedes deben capturar a alguien con pruebas, yo
investigué en busca de esas pruebas. Llegaré hasta las últimas consecuencias.

—Camilito, pon mucho cuidado pues tengo pólvora en las manos.


Fíjate: le pedí a la gente que recibió al herido en la clínica, me hicieran una
investigación biológica del sujeto y se determinó que tiene tejidos
extraordinarios con las mismas características de las lagartijas, o sea se
regeneraron a gran velocidad. Estos ciudadanos poseen fuerza sobre humana y
ahora averiguo que es lo que ocurre con ellos, de donde vienen:
¿son humanos? ¿androides? o ¿marcianos?

—Jajaja. rio Camilo, bueno si te agradezco la lista.


¡Cuenta con eso Camilo!

Wladimir prosiguió las averiguaciones por su cuenta y cuando tenía


suficientes indicios llamó a una reunión en el instituto de investigaciones de
fenómenos psíquicos.

A esa reunión asistió el comisario general Ríos Prato, el jefe nacional


de investigaciones del cuerpo investigativo, el jefe de homicidio y toda la
Brigada “A” quienes investigaban el caso.
Señores: saludo al Dr. Saúl Fugué, presidente de este ins- tituto, este
posee curso de parapsicología en Francia.

Wladimir, colocó sobre la mesa metálica y bruñida su maletín, con sus


iniciales bordadas en dorado en sus esquinas. Vestía camisa de kaki con
bolsillos muy grandes, pantalón de kaki y chaqueta de pana tipo palto de color
marrón, ciertamente se veía elegante, con sus sesenta años encima, lucía fuerte
en su complexión física, de descendencia amerindia, disfrutaba hoy de su
jubilación del cuerpo investigativo, de donde se retiró co- mo comisario
general. Así que el comisario general Ríos Prato y él, trabajaban juntos en
investigaciones privadas y en el Insti- tuto de Estudio de Fenómenos
Psicofísicos. Wladimir, después de saludar, de manera cordial y uno por uno, en
un estrechón de manos, abrió el maletín, desglosó tres carpetas las que dejó a-
biertas para apoyar su intervención:

—Hola, buenos días, —Abrió su alocución. —de verdad nuestro grupo


denominado asociación civil “Tras la Huella”, en colaboración con el cuerpo
investigativo, formado por el comisario jefe Héctor Freites, el comisario
general Ríos Prato y mi persona, hemos dejado en claro el episodio del sector
de Tazón, de esta manera manifestamos que no hay un rastro de ataques de
vampiros en ningún caso como lo ventiló la prensa
de manera amarillista y especulativa. Así mismo como inte- grantes del IEFP,
nos interesaba esa expectativa.
Definitivamente los cadáveres no presentan una mordida clásica de
vampiro ni sustracción de sangre, son lesiones y des- garraduras producidas en
riña de diferentes maneras, pero si hay mordeduras en cuello en el caso de dos
cadáveres, sin embargo, son mordeduras igualmente observadas en varias partes
del cuerpo.
Al fin el trabajo hecho en cinco días nos arrojó lo si- guiente: “Existe
una cadena de ferreterías cuyos dueños son un grupo de personas provenientes
del amazonas venezolano, ellos constituyen tres familias con sus respectivas
líneas descendien- tes, de cuyas etnias no se sabía nada, hasta que hablamos con
el cronista de la región, nos ilustró sobre el origen de ellos, como indios
autóctonos, solo llegó hasta el sur, ni pemones ni nada, pero consultando al Dr.
Agustín Pernalete, patólogo forense, quien sabiendo mis inquietudes
antropológicas, me llamo tele- fónicamente tres días después de la masacre, me
informó sobre la autopsia practicada a un hombre con características muy es-
peciales, el supone que proviene de la masacre. Ahora comento que según la
fuerza empleada por los ultimadores fue extraordi- naria, todos fallecieron por
desgarros de extremidades, por poli- traumatismos o a algunos les arrancaron el
corazón con las ma- nos, observó igualmente que no mataron a nadie con
armas de
ningún tipo, solamente con las manos, aseguró con gran asom- bro el Dr.
Pernalete.
Ante estas aseveraciones, diez psicólogos que se encon- traban allí en el
auditorio, para recibir un curso, más los profe- sores, el residente del instituto y
todo el personal policial, allí presente lanzaron una exclamación y el murmullo
fue generali- zado, comentaban todo lo informado por el profesor de ese ins-
tituto Wladimir Romero.
El aludido continuó pasándose un pañuelo amarillo gran- de con las
iniciales de WR en dorado.
–Bueno, jóvenes, —comenzó y parecía ser su introducción dialéctica
favorita— Así, —prosiguió Wladimir— con todo ese presentimiento de que se
trataba de hombres muy fuertes, tanteando la hipótesis, el Dr. Pernalete creyó
de manera pertinente, hacer todo tipo de exámenes científicos, según él, no dejó
muestra que no recabara: fluidos, tejidos, líquido hemático y otros… Sin
embargo, no deja de ser enigmático, los perfiles de estos sujetos, uno los del
señor Pedro Rodríguez, a quien también le analizamos la sangre y tejidos,
tenemos fotos de su talla y conocemos su peso, procedimos a hacer algunas
compa- raciones.
Aclaro, de todo esto entregaré un informe al cuerpo de investigaciones,
—Continuó Wladimir, después de una breve pausa— sin embargo, por razones
sociales, antropológicas y de salud de la comunidad, el jefe de este instituto se
preocupa en
aclarar estos hechos donde se presentan fenómenos inquietantes como los ya
conocidos.

Ahora vamos a puntualizar, los sujetos investigados por la policía,


forman una liga extraña de tal manera, atemoriza y mucho, la sola idea, si esta
gente diferente se dedique a esta actividad criminal.
Y bien, entre esos hitos históricos criminales, se ha des- prendido lo
siguiente: los sujetos autores de la masacre, perte- necen a una etnia amerindia,
pero rompieron la idiosincrasia de la aldea, de la tribu, son una completa
pérdida de sus valores autóctonos, incluyendo su dialecto. Bien hasta el
momento es- tán todos, cuarenta y nueve detenidos, y uno fallecido.
Con esta hipótesis seguimos trabajando, pues el estudio antropológico
arrojó que el cadáver en estudio de sexo mascu- lino, es de raza amerindia,
alejándonos del lenguaje técnico su morfología craneal, la frecuencia del índice
nasal, grandes ras- gos presenta mesorrinia, característica de las amerindios,
Asia Central, norte de África y en la india, aunque la nariz no sea un medio de
identificación es solo un rasgo que en conjunto con o- tros caracteres somáticos,
ayuda a la reconstrucción del rostro, muy probablemente al descarte o
reconocimiento de una persona criminalísticamente hablando.
Algunas teorías hablan de cortas modificaciones de las circunstancias
morfológicas, pigmentación de la piel, nariz,
etc., de acuerdo donde se establecieron geo referencialmente, incluyendo
principalmente al medio ambiente. Lo que pasa con esta gente, es que
asombrosamente, primero son puros todos, no hay mestizaje, claro y ustedes
dirán ¿qué tiene de importante eso? pues bien, la cuestión es que no pertenecen
a ninguna etnia venezolana conocida, por decir piapocos, pemones, kariñas u
otra reconocida antropológicamente hablando. Ahora reunimos un equipo
multidisciplinario y utilizando un recurso casuístico, censamos a sus familias,
ya calculamos unos doscientos indivi- duos en Caracas, autóctonos o mejor
dicho en sus agrupaciones originales, al fin siendo identificados como una raza
perdida co- nocida, arqueológicamente como Clovis.
Evidentemente en esta historia, los giros de 180º son ruti- narias, un
personaje oculto en las sombras se insinúa ante noso- tros, asombrándonos y
cargándonos de estas fantasías vampíri- cas, así pudimos sentir con prudencia
un club citadino de La Huella, como expresión de la parapsicología, de igual
manera nuestros personajes estelares, un grupo de policías activos otros
retirados, trabajan juntos para combatir, la amenaza de una es- tirpe de
vampiros presentes en este siglo XX, en nuestra coti- dianidad. Para sorpresa
nuestra, hará su aparición una etnia mi- lenaria sobrevenida dentro de las
licencias literarias de este rela- to, quienes al incursionar en algunas
circunstancias cotidianas se ven comprometidas con el sistema legal del país,
por ende, complica más el objetivo final como es la resolución integral de
la trama. La misma multi variedad de eventos nos rescata de la memoria
algunos hechos que al margen de los paradigmas pro- pios del tema central que
son los vampiros, impactan con fuer- za, dirigidos por delincuentes comunes
compartiendo alguna responsabilidad estelar.
El inspector jefe Camilo Romero y la inspectora Glaudet Rios, se
encontraban plantados en el pasillo donde se encuentra la sala de espera del
aeropuerto internacional Simón Bolívar, allí un joven caucásico de ojos verdes
y una gran sonrisa en su rostro, de un metro noventa de estatura, gran
complexión atlé- tica y luciendo un regio flux de gabardina negro con hilados
blancos cuyas características combinaban con la camisa blanca y corbata negra
totalmente, con un pisacorbatas que se identifi- caba con una escuadra y un
compás, se adelantó a saludar a Ca- milo y a Glaudet, quien aún impactada por
el apuesto varón extendió la mano muy nerviosa. El colombiano criminalista
del Cuerpo Técnico de Investigación y Criminalística de la fiscalía de Bogotá,
aprovechó la euforia, ejecutando un estrecho abrazo para ambos, a la vez que se
volteó para certificar la presencia de a quien había ignorado por segundos.
Ahora… calló para sorprender con la aparición de un prototipo espectacular de
mujer, veinte y cinco años de edad a la suma, pero era evidente que el abanico
de propuestas femeninas del despacho judicial,
se había desprendido por unos días, enviando a la más hermosa de las
criminalistas, una chica que vestía a la moda, con una mi- nifalda negra y blusa
blanca de finísimo corte, sin mangas, una gorra, blanca de visera, con un
pequeño prendedor con la ban- dera de Colombia, ella de un metro setenta de
estatura, delgada, mostraba sus blancas piernas que lucían unas botas negras del
tipo vaquero, pero que se veían elegantes en una mujer que sabía combinar los
estilos viajeros con su espléndida juventud. Ahora fue Camilo quien sintió un
nudo en la garganta, aquí le decimos se atoró cuando vio a la glamorosa e
impresionante chica.

Ambos investigadores venezolanos se sintieron deslum- brados ante el


perfil de sus colegas colombianos, también la sencillez y humildad fue
evidente, no obstante, la química esta- ba presente entre los cuatro, pues
celebraran con alborozo. Ent- raron en la tasca del aeropuerto, ordenando cuatro
cubalibres, a las dos de la tarde y solo fue a las ocho de la noche, luego de cenar
que abandonaron el lugar con rumbo a Caracas.

Los ubicaron en el Hotel President de Plaza Venezuela, luego se


retiraron a sus residencias. Al día siguiente llevaron a los dos criminalistas ante
el director del cuerpo investigativo.
—Mucho gusto, Haydé Serna para servirle comisario. — y el general
de los detectives estrechó con delicadeza la precio- sa mano, seguidamente le
extendió la diestra a —Jacobo Julio inspector del Cuerpo Técnico de la Policía
Judicial de la fiscalía colombiana, —pero tomen asiento por favor, ambos
escoltados por Camilo y Glaudet, se acomodaron en los amplios butacones del
inmenso salón que servía de despacho en la sede de San Agustín del Sur, al jefe
de toda la policía de investigaciones.

—Tenemos que escrutar en este momento, un misterio corre en la


imaginería popular y es el de los vampiros. —Así i- nició el director este
encuentro con los enviados colombianos, comisionados por la policía del
hermano país para asesorar en los casos donde supuestamente han intervenido
matrices de opi- nión que sonaban a vampiros como autores de un crimen. En la
cara del comisario mayor observamos el ceño fruncido obligan- te para el
momento.

—No puedo decir que son muchos casos, pero si hay uno donde una
mordida con colmillos muy largos, nos rasgan la car- ne, pero si succionaron un
litro de sangre. Las ciencias forenses no han podido resolver el caso. Creo
particularmente que es una simulación. —Los jóvenes Camilo y Glaudet, les
indicarán todo muchachos, espero que estas dos semanas se luzcan y sean bien
atendidos por nuestros funcionarios.
Jacobo Julio, muy circunspecto, explicó como resolvie- ron varios
casos de vampiros en el Tolima, al norte de Santan- der, Bogotá y en otros
lugares en Colombia. El director quedo impresionado por la dialéctica del
muchacho investigador.

Luego de finalizar la entrevista, los participantes se diri- gieron a


homicidios para revisar los expedientes de la masacre de Tazón, el de la plaza
las Delicias y seis homicidios más que están sospechosos de actuación
vampírica.

Jacobo Julio y Haydé Serna, se sintieron satisfechos por el gran


recibimiento y la delicadeza mostrada por los policías venezolanos en
permitirles leer y opinar sobre los expedientes de los casos en mención. Visto y
leídos todas las actas procesa- les, rindieron sendas declaraciones a través de la
juramentación de ambos como expertos, manifestando que en las actas médico
forenses solo existe mordeduras humanas y en el caso del homi- cidio de las
delicias, solo hay en el cuello de la víctima penetra- ción de prótesis u objetos
punzantes penetrantes, nunca un dien- te humano.

En el almuerzo con los funcionarios de homicidios, Ja- cobo Julio, le


dijo a Camilo Romero: —Camilo, esto que noso-
tros concluimos no significa que queramos decir, que no existen vampiros ¿eh?

Camilo, peló los ojos lo más grande que pudo —¡no!


—Camilo, —insistió Jacobo— ¡no creo que tú desconoz- cas la
existencia de vampiros! —Basta Jacobo —le habló Cami- lo, con excesiva
confianza, la que se habían tomado debido a un fortalecimiento cariñoso de la
amistad naciente.

—Yo soy un ser citadino contemporáneo, al día en las ciencias


criminalísticas y forenses. Jacobo, fíjate mi padre es antropólogo y te aseguro
que estar imbuido por estas ciencias fáticas, le impiden a uno creer esas
cosas.

—Yo sí creo en vampiros, Jacobo los tiempos han cam- biado, la


humanidad sufre cambios extraordinarios, hay muchos seres clamando por
desarrollar afinidades más allá de su presen- cia física y las leyendas provienen
de seres humanos, de algo que les dejó impotentes, por eso alertan al genio
humano de esa amenaza, real o ficticia, pero amenaza al fin. Desde el punto de
vista científico, ahora es cuando estamos descubriendo dentro del campo de la
investigación, la mutación es el paradigma del futuro, no sabemos si fue del
pasado probable, y te digo algo Jacobo —se extendió Glaudet— este secreto se
los revelaremos en este momento:
—Fundé el “Club de la Huella¨ cómo un grupo aficiona- do a los
dibujos dactilares, pero en el curso de detectives, descu- brí que Camilo, posee
grandes condiciones supra normales, era un mentalista y me ayudó mucho a
reestructurar el club, con fines de búsqueda de ayuda
—¡Ahora si esta bueno! Camilo, nunca me has aceptado, pero te crees
dueño de mis sentimientos, ¡aja! eso me dice que estás enamorado de mí, —te
equivocas Glaudet, aseguró Cami- lo, en la sede de inspecciones técnicas, yo no
tengo nada contigo puedes seguir saliendo con Jacobo e irte para Colombia si
quie- res, me importa poco.
—Glaudet, se sorprendió impávida, casi no tenía fuerza para hablar,
pero evidentemente le asustaba que Camilo no la tomara más en cuenta, de
verdad ella lo quería y solo le aclaró una vez que entre ella y su homólogo
colombiano no existía na- da, solo había una exacerbada atención propia de su
personali- dad, no quiso seguirle insistiendo a Camilo Romero, se retiró de su
presencia y no se hablaron más durante días, excepto cuando se comunicaban
en el caso de sus relaciones laborales, porque eran estrictamente disciplinados.
El inspector Jefe Masiero Galtieri, integrante del Club de la Huella,
adscrito a homicidios y adjunto de Camilo en la Brigada “A”, emparejó a su
jefe que bajaba las escaleras hacia planta baja y comenzó a contarle:

—Soltaron a cincuenta aprehendidos en el caso de la ma- sacre de


Tazón a cuarenta y cinco ciudadanos por falta de prue- bas. —Camilo, paró su
descenso por las escaleras y observó al italiano de un metro ochenta, con
detalle, pantalón de gabardina verdosa, camisa blanca, paltó de cuadros azules
claros y marrón claro, con tirantes que sujetan los pantalones con el torso y
corbata azul celeste, un distintivo del cuerpo investigativo colgado del bolsillo
derecho de la chaqueta y placa policial sujeta a la correa en su parte abdominal,
luego apartó su mirada y volteó la cabeza hacia ambos lados en señal de
desaprobación.

—Masiero entiendo tu preocupación; no podemos hacer nada,


seguiremos investigando.
El ítalo venezolano asintió en señal de conformidad, — mire estamos
de guardia tenemos tres muertes violentas por levantar y pesquisar.
—Si, si, vamos —correspondió al jefe.

Veinte hombres entre criminalistas e investigadores de campo,


abordaron cinco unidades patrulleras, los acompañaban como invitados los
Detectives colombianos. Llegaron a la urbanización Terrazas Del Ávila, por la
autopista Francisco Fajardo. Fueron bordeando el rio Guaire; luego desfilaban
al frente del cubo negro, el Centro Comercial Ciudad Tamanaco y a poca
distancia se observaban los enormes helicópteros MI-17 y MI-26 del ejército
venezolano en sus hangares, ubicados en la base aérea de la Carlota. Al fin la
caravana de unidades de la PTJ, retornaron hacia el otro lado de la autopista a la
altura de la carretera que va para la urbanización Miranda y a la carretera de
Mariche cerca de la universidad Santa María.

Con un frio extraordinario y el Cerro El Ávila cubierto por neblina,


entraron a las 8:30 horas de la mañana en el edificio Diamantes planta baja
apartamento 1, en el sitio del suceso: la cinta amarilla se apoderó del lugar
encerrando y protegiendo to- dos los elementos involucrados en el crimen del
enfermero Pe- dro… los técnicos fotografían, hasta más no poder al occiso, en
el lugar del hecho en la mesa metaloide de la morgue, buscaron
algunas evidencias que nunca aparecieron, ni armas, ni objetos punzo
penetrantes o algún objeto que pudiese ocasionar golpes contundentes en la
humanidad de Pedro, así que solo consiguie- ron las petequias propias de la
estrangulación en el cuello y una gran mordida, con pérdida de material blando.
No tenía sangre externa en la herida y estaba pálido el cadáver. Camilo, explicó
que por las livideces cadavéricas tenía como seis horas de fallecido, el médico
forense, certificó que debido a la tempera- tura del hígado el hombre tenía cinco
horas aproximadas que abandonó este mundo.

Los criminalistas barrieron el apartamento tipo estudio por cuadrantes,


no hubo apéndice pilosos que no aspiraran y otras micro evidencias como
células epiteliales, tierra prove- niente de zapatos, fibras de telas, aplicaron el
sistema conocido como luminol, luego de rociar el área y aplicar lámparas espe-
ciales con el espectro ultravioleta, como prueba de orientación criminalística,
siendo negativo el procedimiento en la localiza- ción de rastros hematológicos,
inclusive utilizando otro proce- dimientos como el Kastle Meyer. No
localizaron cámaras de se- guridad, ni testigos en ningún piso del edificio donde
solo hay dos apartamentos. Finalmente evaluaron las evidencias, llena- ron los
formatos de la cadena de custodia de evidencias, todas evidencias
criminalísticas.
Se hizo el acto de inspección en el sitio del suceso y el acto de
levantamiento del cadáver conjuntamente con el médico forense de guardia
perteneciente al SENAMEF, de inmediato Camilo, Glaudet, Masiero y Angelito
acompañados de Jacobo Julio y Hayde Serna, con los criminalistas de la
división de ins- pecciones técnicas, se trasladaron hasta la Morgue ante el cuer-
po del occiso.

Ya en la morgue todos acompañaron al técnico que abrió el cadáver y el


patólogo que ejecutó la autopsia. Jacobo Julio, le comentó a Camilo Romero, lo
siguiente: no hay actuación de vampiros, solo fue una mordida post mortem y
para la muestra un botón a tales efectos el patólogo ahondó en el detalle:

—Su fallecimiento, viene generado por fractura de hueso hioides y sus


astas, a consecuencia de ser estrangulado, luego lo mordieron ya fallecido
tratando tal vez de simular que se yo
¿un vampiro tal vez?, pero esta la hizo una dentadura normal, desgarrando
músculos y tendones, con un procedimiento desco- nocido sustrajeron medio
litro de sangre a través de la solución de continuidad ubicada en el cuello al
lado de las carótidas.

Jacobo Julio, observaba el impecable proceder investíga- tivo con


profundo respeto, volvió a comentar a Camilo lo sigui- ente: —Camilo, mete el
cadáver antes de la autopsia en cámara
con Vapores de iodo y búscate unas barritas de plata, cuando salgan las huellas
dactilares en la piel del cuello y del pecho, la fotografías con una cámara con
filtros especiales. —Camilo asintió y ordeno a la carrera que los laboratorios de
criminalística ubicados en la sede de Parque Carabobo, le enviaron todos los
requerimientos.

De los rastros dactilares obtenidos se pudo identificar al estrangulador


de Pedro José Quiñones Ruiz. Todos los funcio- narios del caso reunidos una
vez más en la sala de reuniones de homicidios, lanzaron una exclamación: —
¡no puede ser! —Pe- dro Quiñones, era un criminalista de la promoción de ellos
de Camilo, Glaudet, Masiero, Angelito etc., allí estaba presente el padre de
Camilo, Wladimir Romero, Rodolfo Ríos Prato y Héc- tor Freites. A todos ellos
Wladimir sugirió:

—No le practiquen la aprehensión aún, vamos a seguirlo, nosotros


sabemos que él es un esquizofrénico, nos sorprende como sigue trabajando aún
como inspector, pero bueno chicos, yo averigüé en la biblioteca nacional que
existen unos pasadizos y unos túneles hechos en el siglo XVIII, época de la
colonia, fue debido a que localicé un documento transcrito en un libro, cuyo
original reposa en el archivo general de la nación, allí se ordena la práctica de
un ritual satánico cuyos orígenes fueron en Madrid, pero trasladadas a
Caracas, por el capitán y el
sargento Ávila. Se infiere del documento, que debían realizarse una vez al año
en las montañas del país, exactamente en febrero de 2020, cinco siglos después,
coincidiendo con la presencia de un cometa, debería comenzar a perpetuarse el
rito, justamente de bajo de los cimientos de la ciudad de Santiago de León de
Caracas, cuyo altar a Satán ha sido cuidadosamente protegido durante tres
siglos, por los sacerdotes del clan diabólico.

Oye, me dejó perplejo eso, aun así, seguí leyendo en cas- tellano
antiguo: una vez instalado el altar hay que comenzar a sacrificar a personas,
comenzando con uno que resulté víctima de un vampiro. Esos demonios están a
nuestro servicio, hay que invocarlos, si es posible, se asesina a alguien y se
difunde que fueron los vampiros, quienes, con apoyo nuestro, difundirán el mal
como homenaje a Lucifer.

Camilo escuchaba con interés a su padre y de inmediato


internalizando, vinculó esto al caso de las Delicias. Continúo Wladimir:
debemos investigar si esto lo están cumpliendo y si existen esos túneles.

El Comisario General Rodolfo Ríos Prato, aplaudió a Wladimir y lo


felicitó, pero le dijo que los vampiros no existían, y los dos rieron a la vez.
Sobre las ocho de la noche, Camilo Romero, abordó su vehículo modelo Aveo
azul celeste, lo encendió en el estacionamiento de la sede de la avenida
Urdaneta lentamente salió por las dos puertas gigantescas, hasta entrar de frente
a la avenida Urda- neta, y enrumbarse por el canal derecho, al llegar a la
esquina de Pelota, cruzó a mano derecha a fin de llegar a la avenida Pan- teón,
donde dobló a la izquierda y salió frente al majestuoso complejo de la gran
Biblioteca Nacional y el foro Simón Bolí- var, un conjunto de obras
arquitectónicas de profunda significa- ción histórica como el Panteón Nacional,
el Tribunal Supremo y el Cuartel San Carlos, el resto del foro lo comprende la
plaza de las banderas, donde se rinden honores nacionales a los sím- bolos
patrios frente al conjunto de edificios monumentales que configuran al
mausoleo nacional, como la iglesia de la Santísi- ma Trinidad y una fastuosa
torre de diseños contemporáneos con su resplendente cubierta metálica,
protegiendo los restos del querido hermano masón Simón Bolívar, así como una
antor-
cha permanentemente encendida en la parte más alta de la torre metálica.
Los espacios restantes, caminerías y espacios abiertos, corresponden a
los conceptos arquitectónicos que conjugan la audacia, el contraste
impresionista impactando a la percepción humana por la gigantesca área y la
propia monumentalidad. Ca- milo sigue conduciendo su vehículo sincrónico, al
incorporarse al final de la avenida Baralt, comienza la Cota Mil o Avenida
Boyacá, en un momento inesperado fue interceptado por tres camionetas de
donde descendieron ocho encapuchados con pa- sa montañas y pistolas en
mano.

Camilo Romero, abrió la puerta izquierda del coche se lanzó a la vía


dando vueltas en el asfalto, tipo comando, tratan- do de evitar que lo
secuestraran los agresores, disparó en dife- rentes direcciones y gastó una
cacerina completa, pero los suje- tos no querían matarlo, por el contrario
esperaron que gastara sus municiones y al llegar ese momento, el líder del
grupo co- rrió a pasmosa velocidad no perceptible al ojo humano, levantó a
Camilo en peso y lo lanzó diez metros más allá, cayendo en la acera, que
colinda con la colonial iglesia de San José del Ávi- la. Fue inmovilizado con
camisa de fuerza y desaparecido entre las tres camionetas que abandonaron la
escena violentamente.
En el sitio del suceso, coincidieron el jefe de homicidios, el jefe de la
División Contra Secuestros, y los funcionarios de toda la División de
Investigación de Homicidios, los comisarios generales jubilados Wladimir
Romero, Rodolfo Ríos Prato y Héctor Freites.

Dos testigos que caminaban hacia el sector de los Mece- dores,


grabaron los hechos y fueron trasladados a la sede central, a expensas de los
protocolos asumidos por la Dirección de Antisecuestro, los hombres y mujeres
del Club de la Huella, se trasladaron con carácter de urgencia, al Instituto de
Investi- gaciones Paranormales, liderados por la inspectora jefe Glaudet Rios,
seguida por Masiero, Angelito y el jefe de homicidios, también Wladimir,
Rodolfo Rios y Freites, al final se integró Noel Robles jefe de homicidios.

Galudet tomó la palabra: —Sesionamos de emergencia por la vida de


Camilo, que está en peligro.

Entraron todos al salón energético.

Se podía detallar la mesa metálica y redonda que alberga- ba en el


centro un cilindro con luz blanca de un metro de altura. En ese momento se fue
la luz blanca de las grandes lámparas
fluorescentes, en las plateadas paredes aparecieron, con una profunda y
adormecedora música egipcia clásica.

De repente bajaron las pantallas de computación para cada miembro,


donde sus esfuerzos mentales ya orientados, con el manual del instituto de
estudios paranormales, capítulo club de la huella, se orientaron a la necesidad
común de ubicar a Camilo Romero.

El director del cuerpo investigativo y toda la junta direc- tiva, más el


jefe nacional de investigaciones penales, ordenaron la presencia del jefe de
homicidios, de Glaudet, Masiero y An- gelito (Ángel Arias). Estos se
presentaron a la oficina del direc- tor, muy rápidamente, en la sede de San
Agustín del Sur.

—¿Qué vaina es esa del Club de la Huella? ¿cómo que andan perdiendo
tiempo haciendo brujerías? ¡miren la informa- ciones que me llegan
fresquecitas! —los increpó un poco serio el comisario general de más alto
cargo; el jefe de homicidios y Glaudet no sabían que contestar, se sonrojaron
porque realmen- te fueron sorprendidos, así que el director les ordenó que se
de- fendieran y hablaran,

Glaudet Ríos, con la anuencia del comisario jefe Noel Robles, también
integrante del Club de la Huella, jefe de la Di-
visión contra homicidios, tomó la palabra. En el fondo se sentía desarmada,
estaba acostumbrada tanto con Camilo, que se sen- tía sola. —general, mire se
trata de un grupo psíquico y solo nos reunimos los sábados un rato en la
mañana.

No somos un grupo místico ni ocultista, tampoco somos arcanos ni


avatares, solo trabajamos con los poderes ocultos de la mente y con energías
medidas por computación, hasta ahora con esfuerzo hemos resuelto muchos
casos, de los miembros al- gunos son masones o rosacruces, pero nada que ver
con el club.

El director sonriendo, los abrazó y comentó; —bueno de esa reunión


¿qué lograron ver en el futuro de Camilo? —El jefe de homicidios mostró
preocupación y explico;

—Bueno comisario, solo averiguamos que son los indios de la masacre


de tazón, pero nuestro esfuerzo mental no pudo romper una barrera que se
interpuso, eso es algo extraño pare- ciera que los autores del plagio son
místicos.

—Claro comisario, vayan a unirse a las investigaciones.


—Ripostó el Director cortándole la conversación, como no dán- dole
importancia.
En el salón bicentenario, coincidieron de emergencia, las divisiones de
secuestros, homicidios, delincuencia organizada y los miembros de la sala
situacional, llevando información de casos anteriores y de otros insumos
vinculantes. En esa evalua- ción no estuvo Glaudet, quien se desapareció
extrañamente.
Vladimir Romero y Héctor Freites, por su parte revisaron el video y
lograron ubicar la placa de una de las camionetas que actuaron en el hecho,
comentaron entre ellos: —oye Héctor, esa velocidad en asaltar a Camilo, no es
perceptible por los mega- píxeles de la cámara del celular que grabó, por lo
tanto, esa velocidad solo la pudieron alcanzar la gente de los indios de la
masacre de tazón.

En una de las terrazas del estacionamiento del Centro Co- mercial


Ciudad Tamanaco al este de Caracas, cincuenta hom- bres y mujeres, luciendo
liquiliques negros y otros blancos, for- maron un gran círculo:

—Les habla el príncipe de nuestra estirpe vampiro, bue- nas noches. —


El hombre que fungía de vampiro mayor, dominó la mente del gremio.

Todos temblaron, la fuerza psíquica penetró el cerebro de todos los


vampiros en el CCCT. No abrió la boca, solo fue de- positando la información
en el cerebro de todos los presentes.
—Hoy, —dijo telepáticamente— emprenderemos otra misión, muy
delicada la trascendental aparición que realizamos hoy. Atacaremos a la raza
Clovis que se instaló en Brasil desde el Pleistoceno y reinó durante siglos, se
convirtieron en místicos y ocultistas, desarrollaron grandes habilidades
magnánimas a partir del siglo XVI en el litoral bahiano, entre la costa del
Duende y el rio San Francisco, mezclándose con los Tupinam- bas, hoy los
tenemos aquí en Caracas haciendo desastres, ire- mos a rescatar al inspector
jefe del C.I.C.P.C., Camilo Romero, ellos quieren enfrentarse a nosotros para
dominar el espectro del inframundo y la capa terrenal, debemos combatir con
ellos, pero jamás chupar su sangre para no crear una raza súper pode- rosa.

Hay poderes infernales que no podemos invocar, porque rompemos el


juramento del capítulo Venezuela, los revelamos contra el diablo y no le
pediremos poderes infernales, solo los que nos está permitido, no los podemos
matar, solo si nuestras vidas están en peligro, así cumplimos con los diez
mandamien- tos.
La arenga precedió al vuelo y una mancha negra se elevó sobre el
aeropuerto de la Carlota a las 15:00 Hrs., cincuenta vampiros concentrados
lograron la forma de un gran murcié- lago en el cielo azul, bañado de luz solar,
la guiatura del movi-
miento fantasmal y huracanado, creó alarma en la torre de control.

El mayor de la Aviación Juan Moreno, al mando de la to- rre de


control, muy agitado exclamo; “POV de emergencia a sus puestos de combate”
anunció por altavoces a toda la base aérea, seguido de las sirenas antiaéreas.

Siguió alertando a todos los hangares; objeto volador no identificado


nos ataca. El segundo al mando, capitán aviación Luis Ríos, le comento: —pero
mi mayor el radar no registra la presencia de aeronaves. —sin embargo, el
mayor Juan Moreno, en la evaluación de los daños, pudo observar unos cuantos
heli- cópteros militares averiados y chocados en tierra por otra aero- nave,
debido a los fuertes vientos ocasionados por la masa in- forme que se desplazó
desde el Centro Comercial Ciudad Ta- manaco, luego pasando por el Cubo
Negro y finalmente elevar- se hacia el cielo azulado e inmenso donde a
pasmosa velocidad desapareció.

En las minas de las Tejerías, tenían su cuartel general los Clovis. El jefe
de todos era Alberto Arreaza, y estaban reunidos en un salón grande construido
anexo a los túneles de extracción de mineral. Comentaba con cinco compañeros
y dos asistentes personales. —Somos una casta y una etnia, permanecimos pre-
sos en la policía porque no queremos romper definitivamente con el sistema,
pero nuestra superioridad de raza muy fuerte nos hubiera dado la libertad, nos
puede costar la extinción de nues- tra raza, agregó Alonso Curuco, yo por lo
menos, —dice Alber- tico, —tengo mucho que perder, soy el dueño de una
cadena de automercados y tu posees muchas propiedades, ningún Clovis aquí en
Venezuela es un pelao, carajo, todos nos hemos levanta- do por encima de toda
la sociedad, académicamente y con el poder del capital. —Juan Kerecuto,
levantó el vaso de ron y to- dos aprovecharon de brindar con las copas y vasos.

Sin embargo, Kerecuto, presidente de la cámara inmobi- liaria,


continuo sus reflexiones: —Fíjense; Alberto, Alonso y todos ustedes ¿entonces
qué hacemos cometiendo estos críme- nes?

—Por la supervivencia de la raza amigo Juan. —acotó Alberto


Arreaza.
—¿Es que los mendigos asesinados eran un peligro? — ripostó
Kerecuto —¿no?, pero el altruismo y el trabajo social protegiendo a la sociedad
de esas lacras, es parte de nuestra mi- sión, por eso nos afiliamos a la familia
sagrada, un antiguo gru- po satánico que protege nuestras misiones con su gran
poder, por eso ellos necesitaban sacrificios hoy día, así matamos dos pájaros de
un tiro.
—¿No sé Alberto, si puedes vivir con eso en tu vida?
Kerecuto, era la antítesis de lo que los Clovis andaban llevando a cabo,
ahora estaban fanatizados por una secta satá- nica ancestral y eso los llevó a
asesinar tantos hombres en las riberas del Rio Guaire, pero sacrificar vidas en
honor al diablo, Juan lo sabía solo que no podía hacer nada para detenerlos, por
eso optó por evadirse esa misma tarde, y de inmediato buscó contactar con la
policía.

Mientras los vampiros de Caracas, se le adelantaron un grupo de


palomas, se acercaban surcando el teatro celeste bri- llante y azul de esa
lúgubre tarde. El vampiro mayor volaba muy atrás de las palomas que casi
hacían un vuelo rasante con las edificaciones de la población del Consejo. A
medida que lo hacían, su visión era transferida al vampiro mayor actuando
como guía de vanguardia del grupo de cincuenta vampiros.

La paloma vigía a gran altura localizó en tierra siete camionetas negras


estacionadas en las adyacencias de la mina, así que en formación de ataque en
el aire se detuvieron, la sombra enorme de sus alas de murciélagos gigantescos,
figura adaptada cuando volaban en fila escalonada creó una fuerza centrífuga
arrollado- ra, georreferenciando encima de la mina y a la orden de bajar
todos se colocaron estratégicamente en las afueras del edificio administrativo,
posándose en tierra suavemente.

Alberto Arreaza, cuyo nombre indígena era Waike, debi- do a un


sentido superior de intuición, percibió el gran peligro, motivado al poder de
telepatía, habilidad que solo les funcio- naba en casos de máxima crisis, alertó
con destellos del aura violeta. Realmente los Clovis, no usaban armas de fuego,
su ca- pacidad de combate a manos vacías era extraordinaria por eso salieron
asustados, pero preparados para enfrentarse a los vam- piros, situación que ellos
no ignoraban, pues entre las habilida- des de su raza, también está la de manejar
la inteligencia pro- funda del inframundo venezolano.

El vampiro líder dio dos pasos enfrentándose a Waike, sus ojos se


concentraron sobre los otros, recíprocamente, pe- ro… en ese momento el Clan
Grangel dibujó el verdadero esce- nario invocando por segundos el feroz
viento, eso alertó a los Clovis, entendiendo que la muerte se les aproximaba.

El vampiro mayor, le advirtió a Waike, que bajaran la a- lerta general,


porque de lo contrario pasaría a otra dimensión como prisioneros eternos o peor
a la desaparición fatal de todos los planos terrenales o del inframundo.
Waike, le respondió —te conozco desde hace siglos, combatimos
contra Boves en Úrica, tú me ordenaste y me diste la lanza que lo mató. Ahora
no entiendo que hacen aquí, si ¿no los estamos retando?

¡Ah! desconoces el motivo de nuestra presencia, entonces tendré que


ilustrarte —no nos amedrentan los Clovis.

Ustedes malditos murciélagos son un mal heredado pro- veniente de las


sombras y las sombras solo traen malas cose- chas.

El vampiro mayor, hizo caso omiso de los improperios del Clovis.


Enmendó entonces el cruce de conflictividad de la siguiente manera:
—Somos en realidad, amigos Clovis, una relación de Dios, igual que
ustedes, pero en la escuela de los animales supe- riores tenemos algunos
poderes que podrían causar grandes daños, por ejemplo.

El vampiro comienza una sónica, suave canto en progre- sión que


comienza a hechizar a los 30 Clovis que se alinearon al frente en el
estacionamiento, así la sensación de encierro co- menzó a vencer la voluntad de
los indios, de momento la pode-
rosa voluntad de Macarius, nombre de vampiros, hizo cesar el hechizo.

Los Clovis despertaron.


Macarius —Ni lo sueñes en un combate llevarían la peor parte,
Clovis.
—Venimos por el inspector del policía secuestrado así que entrega ya al
muchacho.

—Mira engendro del infierno nos hacíamos los domina- dos, pero te
voy a decir algo: —Te propongo un combate a muerte tu y yo, si ganas, te
llevas al condenado, pues ahora si estamos molestos y es el primero de estos
policías que comen- zará a pagar, la insolencia de arrestarnos; pero si pierdes
vamos a matarlos a todos ustedes murciélagos y a todos los policías in- mersos
en la investigación.

El vampiro mayor, líder indiscutible, se comunicó men- talmente con


todos, —máxima alerta chicos, nadie ataca, solo yo combatiré contra este
ignorante del universo, no sabe a quién se enfrenta, solo si les digo algo,
debemos penalizarlos con cas- tigos, porque si no irán más allá, contra la
policía y seguirán masacrando a quienes les dé la gana.
Juan Kerecuto, ya tenía preparada la rebelión contra este Clovis y su
grupo, le explicó a varios de ellos que no estaba dis- puesto a que su raza se
viera comprometida en semejante aven- tura de violencia, por eso se retiró en
su camioneta en ese preci- so momento, Waike ignoró el retiro del desertor y
finalmente se dirigió Makarius; —¡en guardia! —y tuvo la gentileza de adver-
tirlo.

Makarius, optó para confrontar sin poderes, solo con fuerza y habilidad,
pero esa no era la intención de Waike, quien, haciendo uso de sus grandes
fortalezas basado en la rapidez a- sombrosa a la velocidad de la luz, envolvió al
vampiro en una fuerza centrífuga con el objeto de desintegrarlo en plenitud de
su materia, si se quiere era el único poder sobre natural y su gran fuerza las que
caracterizaban a los Clovis.

Dio resultado, el resto de los vampiros retrocedieron cau- telosos,


Makarius había sucumbido y el Clovis mayor si se pue- de decir así, ya que era
el líder de esta banda de asesinos, creyó su victoria y como un simio, se golpeó
el pecho, lanzando un grito extraordinario, sobre la triste tarde que fallecía en
colores abrigadores, grises claro oscuros y negro, pareciese que hasta la luna,
herramienta principal de los lobos, locos y vampiros ya no estaba presente, las
nubes, cúmulos, nimbus se interpusieron entre el escenario y el satélite natural
de la tierra.
El Clovis, decidió ignorar al otro bando, volteando la es- palda y dando
por terminado el encuentro nada amistoso, se re- tiró con sus hombres, no sin
antes mirar atrás y gritar, váyanse al infierno murciélagos ahora morirá el rehén
por culpa de uste- des.

Solo como la propia sentencia y detrás de cada existencia de vampiro,


también palpitaban los corazones, porque si bien perdieron en un encuentro
acordado como requisito indispensa- ble para liberar a Camilo, esa era una
palabra cerrada, secreta y comprometedora como punto de honor, en tal caso se
sentían impotentes por no poder atacar por no tener líder, situación que les hizo
pensar en colectivo mediante la telepatía, es mejor reti- rarse, reorganizarse en
ceremonia sagrada y señalar al líder he- redero.
Waike, el infierno está hecho, pero los cobardes y asesi- nos como tú
que son hijos del demonio así que ahora soy yo quien te avisa: —¡en guardia!

El indio no salía de su asombro, pensó que con el remoli- neo había


destruido a Makarius.

—¡Que ignorante!

No más lejos de la verdad, solo que Makarius, era un vampiro y un


injerto de hombre y Vampiro, pero los Clovis, e- ran humanos evolucionados
por un clan del inframundo, ahora con el alma envenenada quieren vibrar en
frecuencias mons- truosas. Waike, fue engañado por el vampiro que le hizo
creer lo que Makarius creó en su mente y cayó en error. El vampiro era más
rápido que el Clovis, dos bofetadas propinó a Waike, este agarró por el cuello,
al contrario, aprovechando la única oportunidad para estrangularlo con su
poderosa fuerza; sin em- bargo, la cosa no era tan fácil, si bien destruir a un
Clovis costa- ría mucho debido a la capacidad de ellos al regenerar cualquier
tejido destruido, esa condición biológica también operaba entre los vampiros.

Así que Waike, fue atacado por una oleada mental de pánico producida
por la voluntad de Makarius, además, le
produjo una descarga eléctrica que le sancochó el cerebro vir- tualmente y
falleció. Se podía decir que era la única manera de neutralizar a un Clovis.

De inmediato los demás Clovis, que superaban en núme- ro a los


vampiros se abalanzaron sobre ellos y Tomás, el que quedaba al mando después
de Waike ordenó: —al ataque no los dejen pensar, si piensan nos acaban —a
trompadas los Clovis con su extraordinaria fuerza sometieron e hirieron
mortalmente a seis vampiros de los 30, los 24 restantes, convirtieron su piel en
cristal que los hacia invulnerable y sus uñas en pequeñas es- padas que cortaban
inmisericordemente. El combate se prolon- gó por diez minutos, una vampira,
con capa roja y trenzas de cabellos negros, desplazó a Makarius y se enfrentó a
Tomás.

Tomás, lanzó una patada voladora y Lavilianel la esquí- vó, lanzándose


contra él en lucha en el piso sometiéndolo con una llave estranguladora llamada
mata león, quebrándole el cuello, así, falleció el segundo Clovis. Makarius
comentó ya sa- bemos que solo el cuello y la cabeza de estos engendros son
vulnerables. Además, comentó en comunidad mental, había que sentar ejemplo
para pasar las futuras masacres de ellos hacia el pueblo.
Efectivamente los Clovis mal heridos también en su ma- yoría, huyeron
en veloz carrera hacia las montañas. Un coman- do integrado por la mujer
vampiro y cinco más penetraron hacia las minas de níquel, donde por
observación sobre natural se co- noció el lugar de cautiverio de Camilo
Romero, ágilmente pene- traron por cuatro grandes puertas redondas de acero
que se en- contraban semi abiertas en la entrada de la mina.

Lavilianel, intuyó el peligro, pero era demasiado tarde, salto hacia


afuera de las puertas de acero cuando una jaula de plata forrada de tubos con
forma de estaca, encerraban a los o- tros cinco vampiros, quienes fallecieron en
el intento de rescatar a Camilo, realmente los Clovis subieron la montaña,
entrando a la mina por un túnel superior, Lavilianel, desesperada, se rea- grupó
con Makarius y los otros 18 seres inmortales, desmora- lizados por las bajas
sufridas, se retiraron varios metros a plani- ficar el rescate.

Lavilianel y Makarius, entendieron e intuyeron el borro- so y temible


futuro que se cernía sobre Caracas, con las futuras incursiones ritualistas del
grupo Clovis, por lo tanto no dudaron en usar todos sus poderes para detener a
una casta maléfica de esa raza perdida en los claustros académicos, pero
omnipresen- tes en la cotidianidad de este siglo.
El clan Grangel y Ventrue, fueron invocados a la veloci- dad del rayo,
contra los Clovis, una barrida total y destructivos, vientos huracanados
persiguieron por minutos a los Clovis ase- sinos, pero no era suficiente,
Makarius advirtió a Lavilianel que su debilidad mortal era el cerebro, así que
comunicándose con todos telepáticamente les ordenó calentar la sangre de los
Clo- vis, cada uno escoja a un Clovis por individual y cuando su sangre hierva,
desnúquenlos, en legítima defensa, el que se rinda lo respetan.

Treinta Clovis fallecieron de esta manera y cinco sobrevi- vientes


fueron rodeados por un consejo de guerra según el códi- go nuestro deberían ser
sometidos a juicio sumario y ser ejecu- tados aquí mismo.

Makarius habló: —hoy se les perdona la vida, eso es lo que quiere el


Dios de las grandes potencias, si vuelven a matar humanos, iremos por ustedes
y toda su raza para castigarlos.

Todo terminó, rescatando a Camilo Romero de su cautiverio.

Camilo salió, vio a cuarenta y cinco figuras fantasmales, desde su cruz


gigantesca donde permanecía de manera vertical amarrado con gruesos
mecates, era la viva figura de Wladimir
Romero; complexión atlética extrema, por el entrenamiento con pesas y
técnicas de fisicoculturismo, un tamaño superior a su padre, piel morena clara,
rasgos amerindios, cabello corto y crespo con un perfil de actor de cine latino,
de muy buen hablar, ya a los 30 años parecía un dictador por su eficiencia y
gran la- bor en la investigación del crimen, les dijo —qué barbaridad, gracias
por desatarme y bajarme de esa cruz, ¡ay! me duelen las manos, las muñecas y
los brazos principalmente.

Makarius, dio de beber agua en una cantimplora a Cami- lo, le


recomendó: —despacio, despacio aún tu cuerpo está tre- mendamente
deshidratado y conmocionado. Camilo, sintió en ese momento el gran peso del
cautiverio.

Creyó que las figuras borrosas de sus héroes liberados eran producto de
su agotamiento físico y psíquico, los veo mal, comentó Camilo, quien
permanecía acostado en la enfermería de la mina.

¿Quiénes son ustedes? ¡Los vi luchar con los secuestra-


dores!

Makarius, enfrentó a Camilo; ves lo que lo que nosotros queremos que tu


veas.
Camilo desconectado dijo —gracias por liberarme, trata- ron de
hacerme pensar como ellos, quieren limpiar la ciudad de mendigos en general,
pero me di cuenta que son esclavos de mi- tos, de rituales, que como grupo
étnico no han evolucionado. Me contaron, que en algunos túneles debajo del
casco central de Caracas, existe un grupo satánico muy poderoso, que se co-
necta con Lucifer y de allí se emanan órdenes para poner en práctica el plan de
nuevo orden “Caracas sin escoria humana” lo que en realidad cada muerte es un
ritual cumplido, por lo tan- to, hay que entrar allí de inmediato y acabar con
este mal ejem- plo que es esa organización delictiva, pero, ¿quiénes son uste-
des?, —alegó muy confuso.

Lavilianel, solo era voz y borrasca, como toda mujer sus ondas emitidas
por sus cuerdas vocales, impactaron en el con- siente y la vigilia de Camilo
Romero.

—Somos vampiros Camilo y te permitiremos vernos solo hasta que


aceptes esta realidad —sonó muy lejos— bueno, estoy impactado ¿no les basta
con eso?
—No estás en posición de hacer ironías —esta vez la voz de mujer sonó
extraña, ahora hablaba con la certeza del tiempo invertido, pues eran horas de
vampiros no de humanos y su contexto era intimidante, daba escalofrío, tal y
como sintió Camilo.
—Bueno, agradezco lo que hicieron, acepto lo que mis ojos y mi
conciencia ve, pero en Caracas hay mucha gente, es peligroso, hay que hablar
con mi papa, Wladimir Romero. In- tervino Makarius, —aunque primero te vas
a hospitalizar, pues te ves muy menguado, te irás en una ambulancia.

—¡Estoy bien carajo! —Grito Camilo desencajado— es urgente, estos


carajos engendros del demonio comentaron que planean la muerte de todos los
mendigos e indigentes, por man- dato de la sexta dirigida por un tal Krakatoa y
otro negro llama- do Istúriz, tienen un centro mágico en el centro de Caracas, es
en una red de túneles con puertas dimensionales donde se traspasa el
inframundo.

Lavilianel aseguró a Camilo que ellos y solo ellos po- drían entrar allí y
no la policía porque habría muchas trampas y costarían vidas de funcionarios.
—Camilo sé de qué te estoy ha- blando —Camilo un poco incrédulo, percibió
algo extraño en Lavilianel—. La mujer vampiro, le parecía muy familiar, pero
la borrasca y el cansancio no le permitían pensar ni analizar.

Makarius el líder vampiro, le informó a Camilo su dispo- sición para


ayudarlo. —¡por lo tanto! te aclaro que te llevaremos de inmediato a los túneles
del centro de Caracas, un
poco después de hablar con tus superiores del cuerpo de inves- tigaciones, para
que reportes tu liberación y ahora mismo ya se aproximan las comisiones, te
quedarás aquí y nosotros estare- mos camuflajeados, explicarás por favor que
entre ellos se ase- sinaron y el cuerpo se anotará el éxito de tu rescate,
informarás de los túneles, que esperen tu orden pues aún te tienes que entre-
vistar con tus informantes luego te escurres y te vas con noso- tros.

Camilo asintió, Makarius, sacó a sus colegas fallecidos y los envió para
rendirles honores en el castillo de la Guaira en su debido tiempo. El grupo de
comandos especiales ingresó a las arcas de seguridad y estacionamientos de la
mina de Tejerías, con su formación de guerra luego que el dron aseguró toda la
actividad externa de los Clovis.

Ya venían datados: dos detectives del cuerpo se habían infiltrado con


los Clovis y se dieron a la fuga, uno era Juan Ke- recuto, y otro llamado
Roberto Pérez, otro Clovis perteneciente a la división de Anti Extorsión y
Secuestro, pero ni siquiera eran conocidos de Camilo Romero, quienes dejaron
sus cargos con permiso de sus superiores para averiguar donde los Clovis vio-
lentos que tenían a Camilo, fue gran estrategia policial del cuer- po
investigativo.
Luego de hacer acto de presencia el sub director, los cri- minalistas
fijaron el lugar colectando todas las evidencias físi- cas necesarias para la
investigación, reconocieron treinta Clovis fallecidos, el directivo del Cuerpo
investigativo, sabía de la existencia de esta raza y de sus peligros. Luego
rescataron a Ca- milo que se encontraba en el piso de un depósito de la mina.

El comisario Sub director, preguntó al inspector jefe Camilo Romero


—cuéntame ¿Qué paso aquí?

—Mi comisario general, solo vi que mientras me tenían en cautiverio


amarrado a esa cruz de aluminio, ellos comenza- ron a pelear entre ellos y unos
disidentes me desataron, del resto solo recuerdo lo que comentaron, que los
líderes de todo esto eran de la congregación satánica compuesta por: Juan
Antonio Fuenmayor Fernández, Argimiro Meléndez, Marino Vergara y Martin
Salgado, un tal Istúriz y otro apodo Krakatoa, estos dos últimos de raza negra.
—El jefe Policial ordenó a su asistente revisar a esos nombres y apodos por el
archivo criminal.

En medio de este caos criminógeno, con la espléndida no- ticia de la


liberación de Camilo, se hacen presentes en una ca- mioneta último modelo, los
comisarios generales Wladimir Ro- mero y Héctor Freites.
Cien funcionarios entre comandos y de secuestros se en- contraban
inspeccionando el lugar, esperando las furgonetas pa- ra el traslado de los
cadáveres. Cinco ciudadanos CLOVIS, civi- lizados y adaptados al sistema
citadino, fueron arrestados y lle- vados a Caracas para rendir cuentas a la
justicia.

El Sub director, pregunto a uno de ellos — ¿Qué paso aquí? —¡Mira!,


—le contestó Echacni, cuya cedula de identi- dad le nombraba Wilco Pérez—,
a lo que le respondió —tenía- mos un código; no resistir a nuestra autoridad
territorial. ¡no sé más y aunque me torturen jamás diré nada! —El alto
funciona- rio movió el cuello hacia los lados en forma rotatoria, ejecutan- do
una actitud de desaprobación. Llévatelo ordenó a los funcio- narios encargados
de su custodia.

De inmediato se entrevistó con Wladimir Romero y Héc- tor Freites,


estos se impusieron de los hechos antes de hablar con Camilo, ya reunidos
todos, Wladimir Romero, le comunicó al sub director, que esos sujetos de la
secta satánica, son los de- lincuentes estafadores que apresó Rodolfo Ríos
Prato, en las montañas de la Guaira, estafando a ciudadanos incautos, con
bíblias, pero a la vez en escenarios satánicos. El Sub director los instó a seguir
con ellos para descubrir los túneles y capturar la banda.
Héctor Freites, tomó por un brazo a Wladimir, llevando- selo a un
rincón del túnel de entrada a la mina donde Camilo usaba un celular prestado
por un familiar. Al enterarse de su presencia Camilo, abrazó a su papa y a
Héctor Freites, —¡que gusto me da verlos! ¡Aquí en secreto…, les cuento sobre
la marcha de todo lo ocurrido!

Wladimir Romero, objetó: ¿Dónde están esos vampiros?

—¡Yo tampoco lo creía padre! —aclara Camilo.

—¡No se trata de eso Camilo!, porque si creo en su existencia, más bien


les vengo siguiendo la pista desde hace dos siglos me refiero en tiempo
histórico.

—¡Pues! están por aquí esperándome; Héctor Freites a- poyó la versión


de Wladimir Romero, explicó que en la Biblio- teca Nacional había encontrado
evidencia de la existencia de los vampiros en Caracas.

—Mira Camilo, tráete al Sub director y vamos a reunir- nos ya con los
vampiros.

Camilo lanzó un aullido —¡No, no creo que lo acepten,


—¡Tienen que aceptarlo es el jefe de la policía! —Espe- tó Wladimir
Romero.

Ok, Camilo asintió. Media hora después estaban reunidos todos bajo
cubierto de la vista de los demás funcionarios. Maka- rius, mantuvo
mentalmente la obnubilación y la visión borrosa de los presentes.

—¡Señores!, —estaban ahora en una sala de conferencias oval, sentados


esperando con ansias de conocer un vampiro mo- derno de verdad. Hablaba
Makarius, solo queremos ingresar a los laberintos subterráneos de capitolio,
pero deben haber pues- tos dimensionales para ingresar, no sabemos que hay, si
es peli- groso para los hombres comunes y corrientes. No quiero ver po- licías
muertos, por eso quiero que confíen en nosotros, vamos a revisar primero el
lugar, vencemos las resistencias, ingresamos con un mínimo de funcionarios y
el grupo lo dejamos afuera, pero primero hay que hacer una inteligencia
mágica, porque u- bicar los túneles desde el aspecto tecnológico es casi
imposible, la voz de Makarius, sonaba grave y cavernosa cuando hablaba, no
podían verlo si no era la figura doble, todo vestido de negro, sin rostro con un
ligero olor a incienso quemado, parecía que u- saban exceso de ropa, como a la
usanza española antigua con una gran capa negra.
—Sub director, tú fuiste integrante en una oportunidad del Club de la
Huella, ¡pura parapsicología!, existen cosas más allá de la comprensión humana
¡créeme somos vampiros si cabe el término vampiros modernos, acéptalo!
Porque veo que estas dudando. ¡No! No, ya veo que fuiste tú el que causó este
reguero de muertos y no fue ninguna guerra entre ellos mismos como me hizo
ver Camilo, acotó el sub director.

Makarius ripostó —si no peleamos nos matan y matan a Camilo,


entonces la correlación de fuerzas fuera otra y eso hu- biese sido muy peligroso
debido al riego criminógeno que, para las calles de Caracas —en ese momento
lanzó un grito de gue- rra, apretó el puño y se estremeció la sala de
conferencias, el cerebro de todos percibió un fuerte impacto, el subdirector dijo
—No tienes que hacer eso, ya te recibimos a todos los niveles de conciencia.
Digamos que todo fue una legítima defensa.

—¡Si! hermano, no somos monstruos depredadores, sino no


estuviéramos hablando aquí, agregó Makarius. —¡hagamos esto! Nos reunimos
todos en la plaza del Banco Central de Venezuela al frente del ministerio de
Educación en doce horas, ni más ni menos. —Todos convinieron con Makarius.

—¡Ah! otra cosa! —agregó Makarius.


—¡Esta reunión es secreta, iremos vestidos de paisanos al Banco
Central y para nadie existen vampiros so pena de re- presión al que revele esto!

—¡Levanten las manos todos! ¡Juren por esta humanidad contra


el crimen!

Todos lo hicieron y juraron. Una niebla espesa los cubrió; de repente


todos aparecieron en el estacionamiento sin Maka- rius, ni Lavilianel y los
demás vampiros, por arte de magia.

Iban a enterrar sus muertos junto a sus familiares. Eran las seis de la
tarde exactamente, cuando se reunieron: el sub di- rector, Wladimir Romero,
Héctor Freites, Rodolfo Ríos Prato, Glaudet Ríos y Camilo Romero, lejos de la
plaza del Banco Central, juntamente en la plaza de las mercedes aguardaban
cuatro camionetas empleadas con fines tácticos, con los coman- dos de la
Brigada de Acciones Especiales.

Rodolfo Ríos Prato y Glaudet Rios, miraron a todos los presentes: de


repente todo el mundo se desvaneció y entraron en el angustioso sopor de la
inconsciencia, el momento fraccio- nado en explosivos segundos, los presentes
ya estaban en vigi- lia.
El sub director, despabiló y se llevó la mano a los ojos comentando —
¡qué extraño! parece que me hubiera quedado dormido. —Wladimir Romero,
puso cara de preocupación, pero aceptó de inmediato la presencia de Makarius
y Lavilianel, ya no había borrasca. Makarius lucia bicentenario, vestía liqui-
lique negro con algunos prendedores de oro en símbolos ances- trales, alusivos
a la universalidad, lucia alto y su tez extrema- damente blanca contrastaba con
su vestimenta. Algo recordaba Wladimir Romero, que le incomodaba ante la
presencia de Ma- karius.

Él leyó su mente y bloqueó el recuerdo asociado a un amigo. Camilo,


sintió la misma impresión, pero Lavilianel quien lucía un vestido negro de falda
ancha y sombrero de capa negra con prendedores de oro, con símbolos
ancestrales alusi- vos a la universalidad, bloqueó de inmediato la mente de este.

Makarius, de mirada impresionante les puso al tanto — dos serpientes y


dos murciélagos, entraron, franquearon las puertas mágicas, son mis ojos y
oídos allá, previamente desde mi vuelo por el centro de Caracas, advertí los
túneles clandes- tinos construidos desde la época de los hechos
independentistas de este país.
La sabia naturaleza me soltó del sentido de la profundi- dad con
geotropismo positivo, puede avizorar toda la extensión de los túneles y las dos
cámaras infernales que la componen, por eso envié serpientes y murciélagos,
animales intocables para el inframundo. Yo no puedo pasar porque estoy en
rebeldía contra la maldad, pero ustedes si pueden pasar como seres hu- manos
libres y protegidos por Dios, para eso he bloqueado la puerta mágica, ubicada
en las riveras de la quebrada de Caraba- llo, debajo del puente.

Yo me voy comunicando mentalmente con Camilo y Wladimir, si surge


algún imprevisto, me lo informan igualmen- te.

Los comandos al mando del sub director, entrarán por el lugar indicado,
el equipo de GPS adecuado para grandes pro- fundidades funciona a perfección,
las brújulas electrónicas y los mapas o carta de navegación, a ciegas estaban
sincronizadas en las computadoras manuales con los GPS, cada paso será segui-
do en la sala situacional del cuerpo de investigaciones.
Krakatoa, vestía de rojo, con una túnica larga a la manera griega, lucía
una corona de oro, parecía un rey negro. El maes- tro de ceremonias era Istúriz,
quien vestía una túnica negra, por lo tanto, solo se veían sus dientes blancos,
dirigía desde un púl- pito la ceremonia:

Gritó Istúriz a capela en una cámara de cien metros cuadrados, con


perfecta acústica. —Hoy cumplimos con nues- tro documento ancestral, el Cap.
Don Diego Montero y el sar- gento Ávila, dejaron claras instrucciones para este
sacrificio de hoy, diez Clovis, con trajes de comando y pistolas sub ametra-
lladoras, venían trasladando a diez integrantes varones y cinco jóvenes
secuestrados en superficie. Esta noche morirán todos ellos hasta completar la
cifra ideal de 10.000 personas. Un gru- po de 100 personas en su mayoría
empresarios, timados con un pago de cinco millones, para ver las calles limpias
de ciudada- nos con problemas sociales, observaban las ceremonias ances-
trales.
El subdirector, observó primero a los Clovis y avisó a Ca- milo que iba
con un grupo de detectives en la retaguardia, Ma- karius, enseguida penetró sus
mentes y explicó —en la batalla que tuvimos con ellos, supimos que tienen su
talón de Aquiles en el cerebro y el cuello, usen primero bombas aturdidoras,
eso los inutiliza por muchas horas, también esposarlos hacia atrás, les anula la
fuerza, pero lo más importante de todo, es que ellos al estar sometidos
enardecidos a prisión o al proceso penal, son incapaces de soliviantarse contra
la autoridad, mientras tanto sino han sido reducidos, van a dar la pelea en el
caso extremo hay que apuntarles al cerebro, cualquier lesión allí, los neutrali-
za mortalmente, mientras que las balas que penetran al cuerpo, no lesionan
gravemente pues se regeneran asombrosamente, a- sí que recibido el mensaje
las alertas se mantuvieron.

Los comandos entraron a la cámara pintada de blanco, plena de luz con


lámparas modernas en vez de antorchas, había seis mesas de madera pulida de
plataforma muy fuerte y las pa- tas de león eran exageradas. La concentración
mental del culto a Satán era tal, que ni los Clovis advirtieron la presencia de los
comandos.

Al grito de alto, es la policía de investigación solamente los Clovis se


rindieron y se lanzaron al suelo, soltando las ar-
mas, los demás, unas 150 personas, entre incautos y miembros de la sexta
satánica criminal, permanecían en estado de incons- ciencia.

—¿Makarius? —se comunicó el sub director— ¿y ahora que hacemos?

—Somete al orador comisario, es el hipnotizador, obliga- lo a regresar a


esta presencia a nivel de vigilia, si no lo hace gritarás: ¡en nombre de Dios!
abandonen la invocación satánica
—si a última hora no funciona, hay que convocar a un grupo de médicos, por lo
delicado del caso.

Wladimir Romero, que en otro caso fue hipnotizado por Istúriz,


distribuyó cinco fotos y dijo —estos paganos no están hipnotizados, son los
líderes de la banda, responsables de todos los crímenes —de inmediato saltó
sobre Istúriz, aplicándole una estrangulación de judo al cuello, conocida como
mata león, —
¡que vaina Istúriz! —habló Wladimir— o deshaces la hipnosis o te desnuco.

Istúriz, procedió ante la presión a descorrer el velo de la inconciencia


—cuatro, tres, dos, uno, satanás manos a la nuca
—hasta las mujeres obedecieron, los comisarios generales Héc- tor Freites y
Wladimir Romero, fueron identificando uno por u-
no a las cabecillas de la banda, cinco en total, a la cabeza de Juan Antonio
Fuenmayor Fernández, uno de los líderes de más peso en la banda.

En el sitio les leyeron sus derechos y explicaron como los Clovis


detenidos en la mina los acusaron de ser responsables in- telectuales de todos
los crímenes, incluyendo el del transformis- ta de las Delicias, agregando una
serie de evidencias e indicios criminalísticos en contra de ellos.

Masiero y Angelito, los esperaban en la puerta de la que- brada de


Catuche, junto a una veintena de detectives de homici- dios, pero advirtieron la
fuga de Krakatoa. Todos nuestros pro- tagonistas felicitaron a Freites y a
Wladimir.

—¡Cayó por segunda vez la misma banda —Agregó Ca- milo 35 años
después!— Ahora son más criminales —dijo Ma- siero— a pesar que son
sesentones, —comentó Angelito—, Héctor Freites dijo —más o menos de
mi edad, pero fíjate,
¿cuánto tiempo estuvieron presos? —Wladimir les contestó— diez años
solamente pagaron y se dedicaron unidos a la estafa.

Hoy son millonarios todos, tenían los rituales en secreto hace años, en
los laberintos del Sector del Silencio debajo del centro de Caracas. su
especialidad —engañar incautos de Catia
La Mar y la Guaira con una estafa similar, hecha a incautos empresarios de la
Guaira, pero hoy en día estos están más imbricados con la brujería y lo
satánico. También a Pedrito le lavaron el cerebro. Camilo Romero, acotó con
preocupación —
¡no veo el hechicero vestido de Satanás! —y Paulo Ortiz, el jefe del grupo de
comandos, aclaró —¡revisé todas las salidas visibles y no lo conseguí,
realmente se escabulló misteriosa- mente!

Todos se vieron las caras, pero Héctor Freites, tomó la palabra —


¡tenemos que conseguirlo!
Cuarenta y cinco vampiros, ascendieron en horas de la noche desde la
plaza de Paguita frente a la iglesia pasando por el Foro Libertador, gigantesca
obra pública que comprende la Biblioteca Nacional, el Panteón Nacional y el
Tribunal Supre- mo de Justicia, luego volaron sobre los túneles de la autopista
de la Guaira y de ahí remataron sobre la montaña del Ávila, ba- jaron por la
quebrada de Tacagua, se pasaron en una gigantesca edificación con forma de
castillo, escondida en el cañón de Ta- coa a mil metros de altura sobre el nivel
del mar, enclavada en una zona boscosa. Allí se reunían todos y ese día
lamentaban el fallecimiento violento en combate de cinco familiares con la
etnia Clovis en Tejerías.

Todos llegaron al pequeño castillo. Makarius, estaba

abrumado por lo acaecido.


No estaban exentos de sentir y sufrir todas esas manifes- taciones
sensibles de percepción humana. Se posaron suave- mente sobre la gran terraza
del castillo, disciplinadamente so- portando el fuerte viento de las montañas, no
obstante, de la gran fortaleza física, se sentían cansados. De cuarenta y cinco
vampiros, quince eran mujeres, todas emparentadas con sus ma- ridos e hijos.

Makarius, agradeció al grupo familiar el esfuerzo y estoi- cismo.

—No actuaremos otra vez de esta manera, nos traslada- remos


normalmente en vehículos como siempre hemos hecho y cada día seremos tan
humanos como cualquier otro, solos nos movilizamos hoy ante la grave
amenaza de nuestra muerte y extinción, ya hemos superado la sed de sangre y
estamos mutan- do hacia la humanización total.

Tomó una pausa y continuó —Así que rendiremos cultos a nuestros


muertos hoy para que nos lleven rumbo el infierno, creo en un Dios
esperándonos. —El nivel de conciencia eral tal que los instintos vampíricos,
estaban casi extinguidos aparen- temente. Así que, bajaron por una lujosa
escalera de caracol de dos pisos, el segundo piso constaba de cincuenta
recámaras fa- miliares con todos los servicios y en el primer piso, el gran salón
de reuniones lujosamente amoblado a la antigua, con un gigan- tesco mueble de
bar y sus alacenas de madera contentivas de excelente cristalería y botellas de
licor, whisky 18 años. Dos pi- sos más abajo quedaban un gran salón de reunión
y luego en otro nivel, una sala de computación como una gran sala situa- cional.
Otros dos últimos niveles, se enterraban en la montaña para el laboratorio de
biología, química y física más un sótano estacionamiento.

Hasta el iluminado salón de recepción llegaron todos, con Lavilianel y


Makarius adelante, cinco urnas se encontraban dis- puestas en el centro del gran
salón. Las cuatro mujeres que custodiaban; permanecieron sentadas e
indisciplinadamente, no se levantaron ante la presencia de Makarius, quien era
el líder indiscutible de los vampiros de Caracas.

A Lavilianel le pareció extraño, y también porque faltaba una, pero ya


era tarde, nadie advirtió el peligro. ¡De improviso! Una fuerte voz salía de las
grandes cortinas que ordenaban el enorme salón, retumbó el lugar. —¡Es
vuestra y ultima huella en este espacio físico, espiritual e infernal, vampiros
asesinos, hoy morirán todos y acabaremos los venezolanos con esa mag- na
amenaza!, —dando dos pasos salió al frente de la pared norte del gran salón—
era un hombretón negro de dos metros de altura, su corpulencia física era un
extremo impresionante.
Cuatro grandes láminas de plata franqueaban las esquinas del gran salón. Las
maderas eran de fresno y roble, con propiedades mágicas, debidamente
preparadas, constituían ineluctablemente el circuito cuadrado e impenetrable de
oración y debilitamiento de la vitalidad de la estirpe vampírica.

Makarius, quiso recuperar el control de sus poderes, pero estaban


totalmente anulados, —te esperaba —Krakatoa le dijo con voz grave— si
Makarius, eres el vampiro más perseguido por la iglesia católica, por eso hace
35 años allanaste esta misma montaña con tropas y tu intención era matarme,
pero no pudiste ante la multitudinaria presencia y la rudeza de unos guardias
que me despojaron de mis pistolas, pues tu gente del cuerpo ci- vil de policía ya
tenía instrucciones de tirotearme.

Los veinte Clovis que lideraba Krakatoa, portaban en sus manos


cuchillos de plata debidamente afilados de ambos lados con mangos de roble,
en la cintura, pistolas enfundadas, todos vestían de ropa negra con un Cristo
blanco en el hombro iz- quierdo, de inmediato colocaron los cuchillos en el
corazón de Lavilianel y las cuatro mujeres que rendían homenaje a los
vampiros fallecidos. Krakatoa, quien era comisionado por la i- glesia para
exterminar a los vampiros, manifestó a Makarius — Detrás de ti tengo
doscientos años, es verdad soy un injerto de Clovis con negros africanos, mi
papa, se acostó con una india
Caribe en la Guaira, que ya era de la etnia Clovis, luego de la llegada de barcos
para la rochela de Caruao.

Siempre fingí ante la banda de estafadores dirigida por el historiador


Martin Salgado, ser de ellos y amar a Satán, total- mente falso, pero mantuve
oculto en los túneles de la urbaniza- ción El Silencio. Hasta que provoqué la
masacre de tazón para atraer tu atención, así lograr tu captura y futura muerte.
Recordé este lugar e investigué, sé que se lo alquilaste al gobierno para tu
disfrute.

Lavilianel interrumpió a Krakatoa —ahora sé porque los Clovis te


siguen, pagarás por los crímenes cometidos, el hecho de que seas un enviado de
la iglesia, para cometer otros asesina- tos ¿quieres que te aclare algo? le estás
sirviendo al diablo no a Dios.

—¡Oh! Ustedes son criaturas del diablo, ¡vuelan! Cuando vuelan son
murciélagos peludos gigantes, solo los sostiene el aire.

—¡Qué carajo!, con que moral hablan, cuando invocan vientos


infernales y le leen la mente a la gente, solo con miste- rios satánicos se puede
hacer eso, es magia y hechicería.
—Por favor no se hagan, ¡sigues siendo un asesino! — habló Makarius,
ronco, profundo y misterioso.

—¡Tú no representas a la iglesia de ninguna parte!


—¡Escucha! Makarius, Rodolfo o como te llames, en tu vida mundana;
en 1772 trescientos años atrás yo fui acólito del obispo Mariano Martí, lo que
hice aquí, fue cumpliendo los designios de la virgen de Candelaria, que se le
apareció a un in- dígena Tarma y le entregó un madero labrado con las figuras
de una pareja negra rindiendo culto a un dios africano, otro de nuestros
indígenas en una danza adorando a otro Dios y a la vir- gen de la Candelaria
con un crucifijo o dirigiendo ambos ritua- les. Ante esto se formaron varios
criterios eclesiásticos unos re- chazaban esto por diabólico, la corriente del
obispo Martí, interpretó el sincretismo como un deseo de la virgen de fusionar
los tres ritos para salvar a la región de una futura destrucción en el año de 1999,
tal como lo estudio el obispo Martí en el madero, justamente cuando aparezca
una osamenta de un indio en un incendio más o menos en 1982, esas señas
serian el fin de la Guaira, como ocurrió en 1982 la aparición de la osamenta en
el incendio de Tacoa, el deslave de la Guaira en 1999, el ritual de la montaña
debía llevarse a cabo con hembras morenas y ne- gras, antes que se evidenciará
la conjunción de un eclipse de lu- na, esa señal sería el fin.
—Fíjate Makarius —comentó Krakatoa hace 80 años, es- tudié teología
en un seminario católico, me ordené de sacerdote, ya se sabía de la existencia
de ustedes y de su incursión chupan- do la sangre de los vivos, por eso
capturamos algunos y tuvimos que clavarles las estacas de cedro y fresno
europeo en el cora- zón para que se pudieran morir definitivamente.

—Pero tú también tienes tus obscuras historias en un caso de incendio,


te apoderaste de la personalidad de un delincuente llamado Mario Clavel, que
murió en un incendio, te convertiste en luchador profesional —terminó
Makarius.

—Si amigo Rodolfo Ríos, alias Makarius, tú también u- surpaste


muchas personalidades, por tu sed de sangre. —¡no es así Krakatoa! Eso lo
tenemos prohibido, un grupo lo hizo hace años y los expulsamos, por eso los
exterminaron, desaparecie- ron, por mi grupo respondo hasta con mi alma.

—Ya es tarde Makarius, hoy al amanecer, las fuerzas los habrán


abandonado y cuando nazca el sol, los expondremos a los primeros rayos, uno a
uno recibirá una puñalada en el cora- zón con un cuchillo de plata y cobre. Lo
siento no hay explica- ción que valga.
—Lavilianel!. —este llamado, impactó profundamente la conciencia
de la hija de Makarius— ¡Si papá! ¡Tenemos una ventaja sobre ellos!

—¡Si! —agregó Makarius— no pueden leer el pensa- miento. Las


ondas cerebrales, fluían libres entre ambos. —
¿Dónde están las que faltan, deberían estar de guardia en los ataúdes? —Preguntó
Makarius.

—La mataron o está escondida —respondió Lavilianel. Todos los vampiros

fueron amarrados y sus bocas solda-


das, con teipe metálico, color plateado. —¿Loda dónde estás?
—Pensó Lavilianel concentrándose. —¿Loda? no nos pueden leer el
pensamiento, tranquila.

—¡Aquí en el sótano! ¡Lavilianel! ¡Escondida!

—¡Coño qué bueno!, ¿tienes un celular a la mano? — Krakatoa y los


treinta Clovis, estaban preparando un ritual má- gico para darle más fuerza a la
ejecución. —Me recordarán en el inframundo por haber acabado con los
desertores —comentó con fuerte voz Krakatoa a Lucio el segundo a bordo, este
con cara de estúpido rio a mandíbula batiente.
—¿Si Lavilianel, a quien quieres que llame?

–¡Loda llámame a Camilo, porfa! dile que triangule el te- léfono y nos
venga a rescatar, que vamos a morir en nueve ho- ras, estamos secuestrados. El
número es el siguiente, —se lo dictó mentalmente— dile que tiene que llegar
por vía aérea y terrestre. —¡oh! Es Loda, ¡Lavilianel no captaron!

Lavilianel, entendió que Loda falleció, los Clovis la apu- ñalaron en el


sótano y destruyeron el celular.

Krakatoa, protestó —Soldados, no hagan eso, mueren ahora, pero


resucitan tiempo después, como tenemos previsto es más seguro el amanecer,
ya los rayos del sol si los matan. — Si jefe —contestó Lucio al jefe—. Pero ella
estaba sola y fuera del rango de sometimiento de círculo de plata, tenía su poder
intacto solo que estaba asustada, teníamos que proceder.

—¡Ok! —aceptó Krakatoa— pero que no se repita.

Jacobo Julio y Haydé Serna, degustaban el almuerzo en el Hard Rock


Restorán del Centro Comercial El Sambil ese sá- bado, sería el último en esta
temporada que disfrutarían en Ca- racas, de hecho, primero recorrieron la
ciudad, en compañía de
Wladimir, Camilo y Masiero, primero fueron a la Iglesia de la Chiquinquirá en
la urbanización la Florida, admirando su estu- penda arquitectura, luego
pasaron por la plaza Francia, allí ca- minaron, observando su inmenso y
llamativo obelisco.

—Ahora que estamos imbuidos de este bello monumento y caminerías


esplendidas que nos recargan el espíritu —dime u- na cosa Hayde Serna, ¿Qué
nos dejan en conclusión en rela- ción a ¿los Vampiros? —interrogó Camilo.

Jacobo Julio y Haydé Serna, se miraron entre sí, Haydé no lograba


retener su larga y hermosa cabellera negra, que lucía impactante ante su rostro
blanco y extremadamente pintado con excelso gusto.

Acusaba con los ojos semicerrados en movimiento invo- luntario


defensivo, la incidencia de los vientos alisios, prove- nientes de la montaña
Guaraira Repano, pero tal vez disfrutando del fenómeno natural, sonrió y aclaró
a Camilo, que en su revi- sión detallada, de las actas procesales de los casos de
algunas entrevistas hechas a supuestos agraviados de ataques a Vampi- ros, no
pudieron conseguir evidencia de que realmente fuesen vampiros en Venezuela,
así constará en el Informe Final.
Era evidente que Camilo Romero, no había, compartido sus
experiencias vividas ante su secuestro, con nadie, ante los hechos la
averiguación quedó abierta y sus colegas del Cuerpo de Investigaciones, se
contentaban con su liberación, ya habría tiempo para aclarar todo, al menos ese
era el inconsciente colec- tivo.

De repente Camilo Romero, tomó su celular y leyó un mensaje, que


textualmente decía: Estamos en la costa de
Tacoa en peligro de muerte. Tuya Glaudet y………Ya no había más
nada escrito.

Camilo, comentó con todos los mensajes y agregó — parece que no


pudo seguir escribiendo. ¿Qué raro?, no es del celular de Glaudet, pero si me
llama la atención que Glaudet no quiso venir con nosotros.

—¿Pero, será una broma?

Wladimir Romero, recibió una descarga de adrenalina, cuando escuchó


Tacoa en la voz de Camilo Romero, le vino al recuerdo la nefasta experiencia
del caso de la explosión de la planta de Tacoa, en el litoral central de
Venezuela.
Ya canoso pero sesentón, varonil y musculoso, con rostro duro y
curtido de gran experiencia, proyectaba seguridad a todo el mundo. Por eso
tomó su celular y llamó a inteligencia, quie- nes al momento triangulan el
número, informándole que efecti- vamente la llamada se había originado en las
costas de la Guai- ra.

Casi inmediatamente, cuando Wladimir informó al grupo en la plaza


Altamira, Jacobo Julio; se llevó las manos a la cabe- za en señal de un gran
malestar, como un intenso dolor.

—¿Qué tienes Jacobo? —Preguntaron todos al unisonó.

¡Hubo un asombro general!

Jacobo Julio, se irguió cuan alto era. Vestía un blue jeans muy ceñido,
botines negros sin medias, furiosamente bruñidos, una camisa blanca de rayón
por fuera del pantalón y un paltó azul muy claro.

Hayde Serna, le acarició la frente tiernamente con la ma- no derecha y


luego se arrodilló delante de Jacobo, a quién ha- bían acomodado en los
asientos de cemento de la plaza, Haydé en esa posición, tenía un ángulo visual
ascendente. Se protegía con el cuerpo de Jacobo del sol pleno del mediodía.
El grupo se disolvió en Altamira. Haydé Serna y Jacobo Julio se
despidieron de los policías venezolanos, con el pretexto de que iban a preparar
maletas al hotel Eurobuilding, a fin de partir hacia Bogotá. Los demás,
explicaron que se acercarían a la Guaira para revisar las coordenadas
suministradas por el ce- lular que pidió auxilio a Camilo Romero.

Haydé y Jacobo, utilizaron las terrazas del hotel para po- der seguir
comunicándose mentalmente con ayuda del sentido desarrollado por los
vampiros, ese procedimiento tardó horas, luego se arreglaron y se prepararon
para el viaje, ya muy bien definido por las habilidades de orientación del
sistema vampíri- co.

Volaron hasta las costas adyacentes a la planta eléctrica de Tacoa, allí


llegaron hasta la quinta el Fuerte, que exterior- mente era un bastión rocoso y
daba la sensación de ser un pequeño castillo. Trataron de posarse suavemente
sobre el piso de la azotea de la torreta vigía del pequeño castillo, pero el viento
litoralense como fuerza natural, azotó inmisericorde a los dos extravagantes
murciélagos, hasta que al fin lo hicieron.

Luego sigilosamente con la débil luz de la imponente puesta de sol,


reflejada en la lejana línea horizontal del
interminable mar, comenzarían a bajar las circulares escaleras que daban al
salón de fiestas, donde Krakatoa y los Clovis, tenían cautivos a Glaudet y a
Rodolfo Ríos Prato. Se habían se- guido comunicando mentalmente, con
Glaudet, quién los guió perfectamente hasta las posiciones ocupadas por los
diez guar- dias que seguían a Krakatoa.

Sayid y Argenta, al palpar el grave peligro, despertaron la terrible


naturaleza de un Vampiro. Sus séptimos sentidos, co- menzaron a transmitir los
nuevos movimientos tácticos de los Clovis. Les era vital asegurar con éxito y
con sus habilidades sobrenaturales el desplazamiento. Una vez llegados al punto
del cautiverio, cuatro Clovis casi dormitaban de pie.

Sayid y Argenta, saltaron sobre los cuatro Clovis guardia- nes y en


segundos cercenaron sus cuellos a mordiscos, succio- nando su sangre a la vez,
para no dejarlos vivos y crear una sú- per raza de vampiros.

Sin embargo, Krakatoa, que los esperaba, les tendió una trampa con
redes de plata e imágenes sacras, como crucifijos, logrando someterlos con los
seis Clovis que le quedaban. Mien- tras tanto, cuarenta motorizados, subían por
Carayaca, hasta lle- gar a la quinta El Fuerte. Estacionaron sigilosamente, ya
eran las siete de la noche, bajaron hasta el nivel inferior de la quinta.
Wladimir Romero, recordó que por allí en ese nivel de la montaña se
podía subir hasta la planta baja del pequeño Castillo, ya que en otrora, él estuvo
igualmente cautivo. Entre los funcionarios se encontraban todos los miembros
del club de la huella y el grupo de la Brigada de Acciones Especiales, liderados
por el recién ascendido, Comisario Camilo Romero y a la cabeza, los
comisarios Generales Wladimir Romero y Héc- tor Freites.

Entraron todos por el lugar antes indicado, armados con sub


ametralladoras UZI, con instrucciones precisas de disparar a la cabeza de los
Clovis, si estaban involucrados en el posible secuestro de Glaudet, pues ellos
solo morían así, de resto las he- ridas de todo el cuerpo se regeneraban en
minutos.

Camilo Romero, impetuoso como su padre Wladimir, fue el primero en


advertir el cadáver del vampiro que transmitió el mensaje, quien aún poseía el
celular en la mano.

Entre todos analizaron la situación. Wladimir informó al grupo en voz


baja —esta jovencita fallecida es una vampira.

El cadáver aún tenía los grandes colmillos. Su chaqueta negra era de


cuello extraordinariamente grande, su franela ne-
gra con cuello de tortuga y sus pantalones brillantemente negros de poliéster.
Bajando hasta sus pies tenía una leyenda en acrós- tico, Wladiimir al ver la
impotencia de los demás en leerla, se detuvo con calma en la observación de
ese objetivo que podía constituir algo para ser tomado en cuenta en futuras
acciones de rescate, manifestó solemnemente —aquí dice: “Vampiros de
Caracas”, lo que pasa es que está escrito en latín.

Todos se asombraron y a la vez admiraron a Wladimir por su sapiencia.

Héctor Freites, opinó que era muy hermosa para ser vam- piro, pero una
estaca de plata con empuñadura crística, había destrozado su corazón y no
consiguió transformarse a su perso- nalidad físico humano usada como fachada
cotidiana.

—Quiere decir que si es estamos ante una situación muy extraña y


especial, no sé porque sospecho que Glaudet y Rodol- fo Rios Prato, también
son Vampiros —aseguró Masiero— Fí- jense que en las reuniones que hemos
tenido con Macarius y Labilianel, ellos con su hipnotismo, no nos han permitido
verlos bien de manera consciente y en profundidad.

Todos asombrados se vieron las caras entre sí, no lo po- dían creer, pero
las sospechas y pruebas subjetivas apuntan a e-
so. Ya sabían que existían Vampiros, por supuesto no estaba probado, pero de
que vuelan, vuelan afirmó el detective Vale- vente, quién era museólogo y
arqueólogo.

Camilo asintió con su cabeza varias veces —con razón yo sentía un


presentimiento hacia Glaudet que me impedía a- ceptarla como novia. “Me
inspiraba un profundo temor” pensó para sí. También aseveró —O sea que debe
estar secuestrada a- quí, pero ¿quién los tiene? ¿Los mismos que me
secuestraron a mí? y quién más que los Clovis, —afirmó con gran seguridad.

Hoy un comprendido general sonó en sus gargantas, — por eso yo


presentía y les decía que si algún Clovis anda en eso hay que dispararle a la
cabeza, —recibiendo una repuesta positiva de todo el comando— Falta algo —
hablo muy dudoso Camilo.

—Wladimir —le dijo— claro, son dirigidos por Krakatoa el único


fugado de la banda, mira yo había averiguado, que es sacerdote de la orden
capuchinos aquí en Venezuela, un psicó- pata fanático adorador del diablo y
seguidor de Don Diego Montero, instaurados en Venezuela del rito satánico por
el capitán Ávila, luce en el siglo XVI como el maestro mayor. Según mis
investigaciones históricas, se las tienen jurada a los Vampiros de Caracas,
porque abandonaron a Lucifer y se
convirtieron al cristianismo, o sea, que son conversos y apostatas del diablo, yo
lo había investigado, pero no lo creía hasta ahora.

—Krakatoa es un hombre extremadamente peligroso, yo opino que si


los tiene cautivos es porque los quiere matar lentamente; si es posible con un
ritual, que más que un ritual al amanecer, es cuando se matan a los vampiros en
su fachada vampírica sin transformarse, para eso los tiene cautivos, para que no
sobrevivan en su fachada humana, sino que los rayos del sol los maten como
vampiros, de paso aquí debe haber captura- do a gran parte de su familia.

Camilo pensó y habló —necesitamos dividirnos y atacar por varios


frentes al amanecer.

El jefe del BAE le informó —tenemos suficientes lentes infrarrojos,


para ustedes. —Perfecto —aseguró Massiero.

Sincronizaron los relojes y acordaron atacar a la media noche, entrando


arriba por la puerta principal para distraer, un grupo escalaba la azotea otro
penetraba por donde estaban. A las doce en punto, hombres con pasamontañas,
oídos bien prote- gidos y visores infrarrojos, atacaban con furia, era tal que solo
se oían estallar las bombas aturdidoras y los disparos de las ar
mas de guerra, el tableteo de las ametralladoras prevalecía por diez minutos. La
experiencia del Cuerpo de Investigativo, do- minó el escenario, todos los seis
Clovis yacían con sendos dis- paros en la cabeza hasta Krakatoa, quien recibió
como veinte ti- ros en su humanidad. Todos los fallecidos habían disparado
también, pero a Dios gracias, los policías no tuvieron bajas.

Fueron rescatados diez en total, eran familiares vampiros, mujeres y


hombres.

Makarius aún con los colmillos largos y afilados no encontraba como


verle la cara a Wladimir y Hector Freites.

—Si soy yo —Rodolfo Ríos Prato— amigos del alma.

—Tranquilo Rodolfo, entendemos la historia de la humanidad


—aseveró Wladimir.

—Gracias a todos de Corazón.

—Por Dios Rodolfo, tu salvaste a Camilo, estábamos en deuda.

Camilo abrazó a Labilianel y sonrió —te aceptaré como eres, solo que
no quiero que me chupes la sangre ni me transformes en vampiro.

Glaudet, miró profundamente a Camilo y luego posó sus labios en los


de él. La pasión logró la transformación en su fachada humana.

El beso tardó diez largos minutos.

Jacobo Julio y Hayide Serna, también vivieron su crisáli- da, tuvieron


que reconocer ante toda su realidad Vampírica Co- lombiana.

—¡Que susto! —Dijo Glaudet,

—¿Por qué? Ustedes los Vampiros no sienten miedo de nada., —agregó


Camilo— sosteniendo entre sus fuertes brazos a Labilianel.

—¡Nó! no es por eso, digo que susto sentía yo con morirme y


perderte mi amor.

Suspiró y comentó —si es cierto, por eso me vine para acá, pero
ahora si es verdad que más nunca nos separaremos.

Ahora llamaré a la Delegación de la Guaira, para que se abra esta


averiguación y recojan los inertes cuerpos de los fallecidos

Wladimir Romero gritó:


—Se escapó Krakatoa.

Ciertamente el hombre ya no estaba.

Rodolfo Ríos Prato, aclaró —Es que ese mal nacido era Clovis.
También las heridas que tenía, sanaron violentamente, había que tirotearlo en
el cerebro. ¡Carajo!

Salieron varias comisiones a buscarlo y se dieron cuenta que se llevó


una moto de la Policía, así desapareció.

Candelaria, localidad número 17 del Distrito Capital de Bogotá,


abarca el centro histórico de la ciudad, igualmente al- bergó la Plaza Bolívar
y en su costado oriental, la catedral pri- mada de Colombia. A Teusaquillo
(hoy el Chorro de Quevedo). Se cree que en ese lugar Gonzalo Jiménez de
Quesada, fundó el 6 de agosto de 1538, lo que se convertiría en Bogotá.
Alrededor de Candelaria tendremos al Capitolio Nacional, sede del Con-
greso de la República, el Palacio de Justicia sede de la Corte Suprema de
Justicia, al Palacio Liévano, sede de la alcaldía ma- yor de Bogotá, La capilla
del Sagrario y el Palacio Arzobispal.

Jacobo Julio y Hayde Serna, almorzaban en un lujoso restaurant


ubicado en el Pasaje Mercedes, cuando se presenta- ron Camilo Romero y
Glaudet Ríos, agarrados de la mano.
Glaudet aclaró:

—¡Ay Haydé andamos enamorados de Bogotá!

Todos rieron estruendosamente.

—Venimos de visitar a la Iglesia de Nuestra Señora de las Aguas, al


Parque de Santander, la iglesia de San Francisco y a la Catedral Primada de
Colombia.

Luego todos se abrazaron y decidieron almorzar.

—Unidos para siempre, —comentó Haydé Serna y Glaudet.

Fin.
RESUMEN DEL AUTOR
Los Vampiros de Caracas, constituyen obligatoriamente, una expresión
de contemporaneidad. Es la interpretación de la rica y fructífera manera de
entrar al mundo de las ideas dentro del escenario del fenómeno sociológico
antropológico. Esta vez Orlando Medina, nos subsume en el mundo fantástico
de los vampiros humanizados, muy de moda en estas décadas literarias, con un
drama idiosincrático de la ciudad de Caracas, cargada de fenómenos
sociológicos, con los hombres y mujeres que viven en las riberas del río Guaire.
Para darle más fuerza a la historia, aparece una raza de indios latinoamericanos,
extraviada de la investigación arqueológica, pero muy activos en la ciudad
espléndida y plena de vivencias, estos son los Clovis quienes asedian la
seguridad de la gente y cuando los vampiros pro- tagonistas de esta
paradigmática obra, deciden actuar, propician el más fantástico choque, con los
Clovis, quienes ya en los últimos capítulos son liderados por Krakatoa un
monje católico,
poseedor de contundentes poderes, erigido en archi enemigo de los Vampiros y
arremeten contra ellos, fallando en consecuencia, triunfando la Justicia con sus
nuevos adalides dueños de la oscuridad y de la noche.
SOBRE EL AUTOR

Orlando Medina se logró hacer un


nombre en la narrativa con- temporánea
venezolana, conju- gando historias
fantásticas y reales, manteniéndose
dentro de las licencias literarias.

Comenzó en la revista Elite, bajo la Dirección del escritor y pe- riodista Rafael
Del Naranco con la columna semanal “Relatos Criminales” con casos resueltos
policialmente. Al cierre de la revista, preparó el libro, “Relatos Criminales con
el trabajo de cinco años de crónicas.” Siguió “Detectives en Acción” Simul-
táneamente mantenía varias columnas de prensa escrita, en los Diarios: Reporte
de la Economía, Dos Mil Uno, Avance de los Teques y una página completa en
el Diario el Globo que diseña-
ba para dar a conocer noticias policiales del Cuerpo Técnico de Policía Judicial.
Después publicó de Cuerpo Técnico de Policía Judicial a CICPC 1958 a 2001,
conjuntamente con Ángela Va- lenzuela, estableciéndose ambos como cronistas
de esa Insti- tución. Años después irrumpe con su primera Novela “Rostro
Oculto” la misma extraordinariamente vinculada a la presente obra “Los
Vampiros de Caracas”. Su afán comunicacional le llevó a desempeñarse 35
años consecutivos en la radiodifusión venezolana, con su progra-ma de opinión
Defensa y Seguirdad. Es menester se-ñalar que Orlando Medina es Comisario
General acti-vo del Cuerpo de Investiga ciones Científicas,
Penales y Criminalísticas
(CICPC), institución
donde fraguó la imaginería de sus
asertos li-terarios.

Inicia en La pagina 19 y termina


en La 175 total 157 entre 6 igual
a 26 paginas c/u y quedan asi:
1) 19 a 44
2) 45 a 70
3) 71 a 96
4) 97 a 122
5) 123 a 148
6) 149 a 174 y 175

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