Los Cachorros Act 1
Los Cachorros Act 1
Los Cachorros Act 1
Los Cachorros de Mario Vargas Llosa, es una obra de este escritor peruano y Premio Nobel de literatura 2010,
que se publicó en el año 1967, cuya trama está centrada en un suceso verídico de la sociedad peruana, en
donde un joven sufrió una castración a causa del ataque de un perro. El escritor recreó esta información en un
libro espectacular Los cachorros.
En este relato, se muestra la intuición de su autor, el dominio de las técnicas, que consiguen una prosa fluida,
impactante, que deja huella. La historia tiene además la grandeza de ser muy local y muy universal, a la vez
simbólica y realista. Consiguiendo su máximo afán: la totalidad.
Esta obra hace referencia a aquellos adolescentes que, por su inmadurez, solo logran conformarse con las
reglas o normas que impone su grupo social. En la narración del escritor abordó los temas del machismo y la
violencia, además de la hipocresía, el uso de las normas sociales para aparentar, el fracaso y la frustración y
hasta la muerte en los jóvenes.
El argumento en que se basó la misma es sobre el tema de la castración y la critica que tiene la sociedad
burguesa de la época. El joven que sufre la castración se ve sometido a un ataque del grupo de adolescentes el
cual va destruyendo su vida poco a poco. Dentro del instituto en donde se crean los ambientes y las
mentalidades que se van a ver fuera de las puertas de la misma, es decir, en la ciudad y de allí saldrán las
normas que marcan el comportamiento.
Al ser mordido por el perro, el joven se ve mutilado y su virilidad estará destruida, y lo peor es que tendrá que
vivir así por toda su vida. El perro se llama Judas en el libro un nombre que está lleno de simbología y se
encuentra ligado a la literatura, sobre todo la bíblica, Judas es el iniciador de las desgracias de Jesús de
Nazaret, es la figura del traidor.
Judas, el perro de la novela, es de la raza Danés lo que imita al guardián del hades, al salirse de la jaula
establece que hay una liberación, de los instintos salvajes del hombre, luego del ataque el perro desaparece
de la novela, y luego aparecen dos conejos blancos que simbolizan la virginidad que gozará el protagonista de
ahora en adelante.
La obra también hace una crítica de la clase burguesa hacia las personas que son diferentes a su nivel. En Lima,
Perú, la sociedad representa el personaje de grupo, el colectivo, es el que marca las normas de la historia. La
sociedad de la época era más conservadora y retrograda, les importaba más las apariencias y el conformismo,
y el ser diferente representaba la alienación, que es la que sufre el protagonista de la obra.
Una sociedad tan cerrada, en donde las relaciones se manejaban por las castas o clases sociales, se
caracterizaba por la frialdad, violencia y machismo, que eran los referentes a lo que formaba a un verdadero
hombre, además de la hipocresía que se practicaba entre ellos mismos. Todo esto hacía inútil cualquier
manera de integración y de salvamento de la juventud.
En esta misma sociedad, se diferencian diversos grupos que ven de diferente manera al protagonista y que
tiene actitudes diferentes con él. Esta la pandilla que se aparta de él, apenas dejan su rebeldía juvenil, sus
padres que no dejan ni hacen fácil el camino que debe transitar el chico, no lo ayudan a reflexionar, ni
tampoco son capaces de reflexionar ellos mismos y que sólo hacen compadecerse de él y ocultar su problema.
No obstante, también se hace una crítica al propio protagonista, y es que el mismo no se logra aceptar, no
hace frente a su problema, se mantiene callado, pero al mismo tiempo intenta seguir las normas de todo el
grupo, pero que al final no puede hacerlo, ya que se siente castrado no solo físicamente sino
psicológicamente.
La novela consta de seis capítulos que narran la vida de Cuéllar, el protagonista desde que nace hasta que
llega a los 25 años, así podemos ver que el protagonista pasa por varias etapas de su vida: niñez, adolescencia,
juventud y madurez, pero esta última no es completa ya que él no madura psicológicamente. La lectura de la
novela es rápida, viva, tendrás la impresión que el relato es desbordante.
Tiene diálogos, narraciones, expresa sonidos, fantasías y pensamientos. Tiene un estilo indirecto libre, uso de
onomatopeyas y hasta el aislamiento del personaje. No se sabe quién es el narrador ya que la obra transcurre
entre una primera persona narrando y luego un narrador omnisciente.
El capítulo 1 es en el que se desenvuelve lo que hubiese sido Cuéllar, un buen estudiante y deportista, un buen
amigo, el nuevo compañero que sabe ser el mejor. Su padre es su mejor ejemplo de cómo deben hacerse las
cosas para ser diferente a los otros jóvenes y que en el futuro llegue a convertirse en un hombre de bien, en
un país y en una sociedad en la cual obtener una buena vida es bastante difícil.
1
Todavía llevaban pantalón corto ese año, aún no fumábamos, entre todos los deportes preferían el fútbol
y estábamos aprendiendo a correr olas, a zambullirnos desde el segundo trampolín del Terrazas, y eran
traviesos, lampiños, curiosos, muy ágiles, voraces. Ese año, cuando Cuéllar entró al Colegio Champagnat.
Hermano Leoncio, ¿cierto que viene uno nuevo?, ¿para el “Tercero A”, Hermano? Sí, el Hermano Leoncio
apartaba de un manotón el moño que le cubría la cara. Ahora a callar.
Apareció una mañana, a la hora de la formación, de la mano de su papá, y el Hermano Lucio lo puso a la
cabeza de la fila porque era más chiquito todavía que Rojas, y en la clase el Hermano Leoncio lo sentó atrás,
con nosotros, en esa carpeta vacía, jovencito. ¿Cómo se llamaba? Cuéllar, ¿y tú? Choto, ¿y tú? Chingolo, ¿y tú?
Mañuco, ¿y tú? Lalo. ¿Miraforino? Sí, desde el mes pasado, antes vivía en San Antonio y ahora en Mariscal
Castilla, cerca del Cine Colina.
Era chanconcito (pero no sobón): la primera semana salió quinto y la siguiente tercero y después siempre
primero hasta el accidente, ahí comenzó a flojear y a sacarse malas notas. Los catorce Incas, Cuéllar, decía el
Hermano Leoncio, y él se los recitaba sin respirar, los Mandamientos, las tres estrofas del Himno Marista, la
poesía Mi bandera de López Albújar: sin respirar. Qué trome, Cuéllar, le decía Lalo y el Hermano muy buena
memoria, jovencito; y a nosotros ¡aprendan, bellacos! El se lustraba las uñas en la solapa del saco y miraba a
toda la clase por encima del hombro, sobrándose (de a mentiras, en el fondo no era sobrado, sólo un poco
loquibambio y juguetón. Y, además, buen compañero. Nos soplaba en los exámenes y en los recreos nos
convidaba chupetes, ricacho, tofis, suertudo, le decía Choto, te dan más propina que a nosotros cuatro, y él por
las buenas notas que se sacaba, y nosotros menos mal que eres buena gente, chanconcito, eso lo salvaba).
Las clases de la Primaria terminaban a las cuatro, a las cuatro y diez el Hermano Lucio hacía romper
filas y a las cuatro y cuarto ellos estaban en la cancha de fútbol. Tiraban los maletines al pasto, los sacos, las
corbatas, rápido Chingolo rápido, ponte en el arco antes que lo pesquen otros, y en su jaula Judas se volvía loco,
guau, paraba el rabo, guau guau, les mostraba los colmillos, guau guau guau, tiraba saltos mortales, guau guau
guau guau, sacudía los alambres. Pucha diablo si se escapa un día, decía Chingolo, y Mañuco si se escapa hay
que quedarse quietos, los daneses sólo mordían cuando olían que les tienes miedo, ¿quién te lo dijo?, mi viejo, y
Choto yo me treparía al arco, ahí no lo alcanzaría, y Cuéllar sacaba su puñalito y chas chas lo soñaba,
deslonjaba y enterrabaaaaaauuuu, mirando al cielo. uuuuuuaaauuuu, las dos manos en la boca, auauauauauuuuu:
¿qué tal gritaba Tarzán? Jugaban apenas hasta las cinco pues a esa hora salía la Media y a nosotros los grandes
nos corrían de la cancha a las buenas o a las malas. Las lenguas afuera, sacudiéndonos y sudando recogían
libros, sacos y corbatas y salíamos a la calle. Bajaban por la Diagonal haciendo pases de basquet con los
maletines, chápate ésta papacito, cruzábamos el Parque a la altura de Las Delicias, ¡la chapé! ¿viste, mamacita?,
y en la bodeguita de la esquina de D'Onofrio comprábamos barquillos ¿de vainilla?, ¿mixtos?, echa un poco
más, cholo, no estafes, un poquito de limón, tacaño, una yapita de fresa. Y después seguían bajando por la
Diagonal, el Violín Gitano, sin hablar. La calle Porta, absortos en los helados, un semáforo, shhp chupando
shhhp y saltando hasta el edificio San Nicolás y ahí Cuéllar se despedía, hombre, no te vayas todavía, vamos al
Terrazas, le pedirían la pelota al Chino, ¿no quería jugar por la selección de la clase?, hermano, para eso había
que entrenarse un poco, ven vamos anda, sólo hasta las seis, un partido de fulbito en el Terrazas. Cuéllar.
No podía, su papa no lo dejaba, tenía qua hacer las tareas. Lo acompañaban hasta su casa. ¿cómo iba a
entrar al equipo de la clase si no se entrenaba? y por fin acabábamos yéndonos al Terrazas solos. Buena gente
pero muy chancón, decía Choto, por los estudios descuida el deporte, y Lalo no era culpa suya, su viejo debía
ser un fregado, y Chingolo claro, él se moría por venir con ellos y Mañuco iba a estar bien difícil que entrara al
equipo, no tenia físico, ni patada, ni resistencia, se cansaba ahí mismo, ni nada. Pero cabecea bien, decía Choto,
y además era hincha nuestro, había que meterlo como sea decía Lalo, y Chingolo para que esté con nosotros y
Mañuco sí, lo meteríamos, ¡aunque iba a estar más difícil.
Pero Cuéllar que era terco y se moría por jugar en el equipo, se entrenó tanto en el verano que al año
siguiente se ganó el puesto de interior izquierdo en la selección de la clase: mens sana in corpora sano, decía el
Hermano Agustin, ¿ya veíamos?, se puede ser buen deportista y aplicado en los estudios, que siguiéramos su
ejemplo. ¿Cómo has hecho?, le decía Lalo, ¿de dónde esa cintura, esos pases, esa codicia de pelota, esos tiros al
ángulo? Y él: lo había entrenado su primo el Chispas y su padre lo llevaba al Estadio todos los domingos y ahí,
viendo a los craks, les aprendía los trucos ¿captábamos? Se había pasado los tres meses sin ir a las matinés ni a
las playas, sólo viendo y jugando fútbol mañana y tarde, toquen esas pantorrillas, ¿no se habían puesto duras?
Si, ha mejorado mucho, le decía Choto al Hermano Lucio, de veras, y Lalo es un delantero ágil y trabajador, y
Chingolo qué bien organizaba el ataque y, sobre todo, no perdía la moral, y Mañuco ¿vio cómo baja hasta el
arco a buscar pelota cuando el enemigo va dominando, Hermano Lucio hay que meterlo al equipo. Cuéllar se
reía feliz, se soplaba las uñas y se las lustraba en la camiseta de “Cuarto A”, mangas blancas y pechera azul: ya
está, le decíamos, ya lo metimos pero no te sobres.
En julio, para el Campeonato Interaños, el Hermano Agustin autorizó al equipo de Cuarto A a entrenarse
dos veces por semana, los lunes y los viernes, a la hora de Dibujo y Música. Después del segundo recreo,
cuando el patio quedaba vacío, mojadito por la garúa, lustrado como un chimpún nuevecito, los once
seleccionados bajaban a la cancha, nos cambiábamos el uniforme y, con zapatos de fútbol y buzos negros, salían
de los camarines en fila india, a paso gimnástico, encabezados por Lalo, el capitán. En todas las ventanas de las
aulas aparecían caras envidiosas que espiaban sus carreras, había un vientecito frío que arrugaba las aguas de la
piscina (¿tú te bañarías?, después del match, ahora no. brrrr qué frío), sus saques, y movía las copas de los
eucaliptos y ficus del Parque que asomaban sobre el muro amarillo del Colegio, sus penales y la mañana se iba
volando: entrenamos regio, decía Cuéliar, bestial, ganaremos. Una hora después el Hermano Lucio tocaba el
silbato y, mientras se desaguaban las aulas y los años formaban en el patio, los seleccionados nos vestíamos
para ir a sus casas a almorzar. Pero Cuéllar se demoraba porque (te copias todas las de los craks, decía
Chingolo, ¿quién te crees?, ¿Toto Terry? ) se metía siempre a la ducha después de los entrenamientos. A veces
ellos se duchaban también, guau, pero ese día, guau guau, cuando Judas se apareció en la puerta de los
camarines, guau guau guau, sólo Lalo y Cuéllar se estaban bañando: guau guau guau guau. Choto, Chingolo y
Mañuco saltaron por las ventanas, Lalo chilló se escapó mira hermano y alcanzó a cerrar la puertecita de la
ducha en el hocico mismo del danés. Ahí, encogido, losetas blancas, azulejos y chorritos de agua, temblando,
oyó los ladridos de Judas, el llanto de Cuéllar, sus gritos, y oyó aullidos, saltos, choques, resbalones y después
sólo ladridos, y un montón de tiempo después, les juro (pero cuánto, decía Chingolo, ¿dos minutos? . más
hermano, y Choto ¿cinco?, más mucho más), el vozarrón del Hermano Lucio, las lisuras de Leoncio ¿en
español, Lalo?, sí, también en francés, ¿le entendías?, no, pero se imaginaba que eran lisuras, idiota, por la furia
de su voz), los carambas, Dios mío, fueras, sapes, largo largo, la desesperación de los Hermanos, su terrible
susto. Abrió la puerta y ya se lo llevaban cargado, lo vio apenas entre las sotanas negras, ¿desmayado?, sí,
¿calato, Lalo?, sí y sangrando, hermano, palabra, qué horrible: el baño entero era purita sangre. Qué más, qué
pasó después mientras yo me vestía, decía Lalo, y Chingolo el Hermano Agustín y el Hermano Lucio metieron
a Cuéllar en la camioneta de la Dirección, los vimos desde la escalera, y Choto arrancaron a ochenta (Mañuco
cien) por hora, tocando bocina y bocina como los bomberos, como una ambulancia. Mientras tanto el Hermano
Leoncio perseguía a Judas que iba y venía por el patio dando brincos, volantines, lo agarraba y lo metía a su
jaula y por entre los alambres (quería matarlo, decía Choto, si lo hubieras visto, asustaba) lo azotaba sin
misericordia, colorado, el moño bailándole sobre la cara.
Esa semana, la misa del domingo, el rosario del viernes y las oraciones del principio y del fin de las
clases fueron por el restablecimiento de Cuéllar, pero los Hermanos se enfurecían si los alumnos hablaban entre
ellos del accidente, nos chapaban y un cocacho, silencio, toma, castigado hasta las seis. Sin embargo ése fue el
único tema de conversación en los recreos y en las aulas, y el lunes siguiente cuando, a la salida del Colegio,
fueron a visitarlo a la Clínica Americana, vimos que no tenía nada en la cara ni en las manos. Estaba en un
cuartito lindo, hola Cuéllar, paredes blancas y cortinas cremas, ¿ya te sanaste, cumpita?, junto a un jardín con
florecitas, pasto y un árbol. Ellos lo estábamos vengando, Cuéllar, en cada recreo pedrada y pedrada contra la
jaula de Judas y él bien hecho, prontito no le quedaría un hueso sano al desgraciado, se reía, cuando saliera
iríamos al Colegio de noche y entraríamos por los techos, viva el jovencito pam pam, el Águila Enmascarada
chas chas, y le haríamos ver estrellas, de buen humor pero flaquito y pálido, a ese perro, como él a mí. Sentadas
a la cabecera de Cuéllar había dos señoras que nos dieron chocolates y se salieron al jardín, corazón, quédate
conversando con tus amiguitos, se fumarían un cigarrillo y volverían, la del vestido blanco es mi mamá, la otra
una tía. Cuenta, Cuéllar, hermanito, qué pasó, ¿le había dolido mucho?, muchísimo, ¿dónde lo había mordido?,
ahí pues, y se muñequeó, ¿en la pichulita?, sí, coloradito, y se rió y nos reímos y las señoras desde la ventana
adiós, adiós corazón, y a nosotros sólo un momentito más porque Cuéllar todavía no estaba curado y él chist,
era un secreto, su viejo no quería, tampoco su vieja, que nadie supiera, mi cholo, mejor no digas nada, para qué,
había sido en la pierna nomás, corazón ¿ya? La operación duró dos horas, les dijo, volvería al Colegio dentro de
diez días, fíjate cuántas vacaciones qué más quieres le había dicho el doctor. Nos fuimos y en la clase todos
querían saber, ¿le cosieron la barriga, cierto?, ¿con aguja e hilo, cierto? Y Chingolo cómo se empavó cuando
nos contó, ¿sería pecado hablar de eso?, Lalo no, qué iba a ser, a él su mamá le decía cada noche antes de
acostarse ¿ya te enjuagaste la boca, ya hiciste pipí?, y Mañuco pobre Cuéllar, qué dolor tendría, si un pelotazo
ahí sueña a cualquiera cómo sería un mordisco y sobre todo piensa en los colmillos que se gasta Judas, cojan
piedras, vamos a la cancha, a la una, a las dos, a las tres, guau guau guau guau, ¿le gustaba?, desgraciado, que
tomara y aprendiera. Pobre Cuéllar, decía Choto, ya no podría lucirse en el Campeonato que empieza mañana, y
Mañoco tanto entrenarse de balde y lo peor es que, decía Lalo, esto nos ha debilitado el equipo, hay que rajarse
si no queremos quedar a la cola, muchachos, juren que se rajarán.
ACTIVIDADES
1- Ver el video sobre El boom latinoamericano que se encuentra en el siguiente link y luego realizar las
consignas a continuación: https://www.youtube.com/watch?v=W9l8njEe8QE
a- Características de las etapas de la narrativa hispanoamericana.
b- Resumir qué fue “El boom latinoamericano”.
c- Representantes del “Boom”.
2- Luego de la lectura del primer capítulo de Los cachorros y viendo las formas verbales que se alternan
constantemente, como por ejemplo, las del primer párrafo, que alternan la primera y la tercera
persona del plural, logrando de esta manera un efecto de globalidad (“ Todavía llevaban pantalón corto
ese año, aún no fumábamos, entre todos los deportes preferían el fútbol y estábamos aprendiendo a
correr olas, a zambullirnos desde el segundo trampolín del Terrazas, y eran traviesos, lampiños,
curiosos, muy ágiles, voraces) , ¿quién creen que es el narrador?
3- Seguidamente observarás que «esa voz plural se deshace en voces individuales», pero curiosamente el
diálogo aparece camuflado en lo que se denomina estilo indirecto libre de manera que esas voces se
funden «de nuevo en una que expresa a todo el grupo». Escribe el segundo párrafo con las
características de un diálogo en estilo directo. Puedes empezar de la siguiente forma: -Hermano
Leoncio, ¿cierto que viene uno nuevo? -preguntó un chico.
4- Dice el autor: «Quería que Los cachorros fuese una historia más cantada que contada y, por eso, cada
sílaba está elegida tanto por razones musicales como narrativas; no sé por qué, sentía que, en este
caso, la verosimilitud dependía de que el lector tuviera la impresión de estar oyendo, no leyendo: la
historia debía entrarle por los oídos.» Los jefes, Los cachorros (1980), Barcelona: Seix Barral, prólogo,
pág. XI.
Busca en el relato del primer capítulo de Los cachorros ejemplos de recreación de sonidos: «Cuellar
sacaba su puñalito y chas chas lo soñaba, deslonjaba y enterrabaaaaauuuuu, mirando al cielo,
uuuuuuuaaauuuuu, las dos manos en la boca, auauauauauauuuuuuu: ¿qué tal gritaba Tarzán?»