El Juglar de Ntra. Señora

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Grupo de fieles de Nuestra Seora de la Aurora de la Parroquia de Santa Mara la Blanca (Fuentes de Andaluca Sevilla)

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EL JUGLAR DE NUESTRA SEORA


Cuentos cristianos de la Edad media por Michel Zink rase una vez un juglar. Siempre en camino, de ciudad en ciudad, de castillo en castillo. A veces lo acogan. Exhiba sus habilidades, y ganaba unas monedas. Con ms frecuencia, lo rechazaban. Continuaba su camino bajo la lluvia o el sol. El camino interminable. Un camino que nunca le llevara a su casa, porque no tena casa. Recordaba haber odo un da un sermn elocuente. El predicador hablaba del camino de la vida y deca que el caminante, que es el hombre, no ha de tomar el camino por patria ni la posada por casa. A l que siempre estaba en camino, pobre juglar, esa tentacin le afectaba ms bien poco. Saba de sobra que l no tena ni patria ni casa. Sin embargo, saba tambin que no por eso habra encontrado gracia a los ojos de aquel predicador. Los juglares eran tenidos por criaturas del diablo, que incitaban al libertinaje y al vicio, que se burlaban de todo y de todos, que hacan rer malvolamente del prjimo, que adulaban a aquellos a cuyas expensas vivan hablando mal del prjimo y sembrando la cizaa. Ni en vida ni en muerte, tenan sitio en la comunidad de los cristianos. Estaban excomulgados y sus cuerpos no podan descansar en tierra sagrada. Slo podan salvarse, se deca, los que narraban la vida, de los prncipes y de los santos, porque as eran tiles y hacan mritos edificando e instruyendo a quienes los oan. Pero el juglar del que os estoy hablando no tena ese notable talento. No tena ni suficiente cabeza ni suficiente instruccin para recordar las canciones de gesta. Era un acrbata. Andaba con las manos, andaba, sobre una maroma, daba volteretas y saltos peligrosos. Pero desde que la oyera, la frase del predicador no dejaba de rondarle. Acompasaba sus pasos por el camino, como si el ruido regular de sus tacones y de su bastn la repitiera sin descanso. Daba vueltas en su cabeza por la noche cuando trataba de dormir, ya fuera en una zanja o en el rincn de un granero. Reflexionaba sobre ella. Pero era difcil. No estaba muy acostumbrado a reflexionar. No tomar el camino por patria, la posada por casa. El

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camino, era la vida. Pero l consideraba que su propia vida, era el camino. La posada, era la instalacin en este mundo, instalacin provisional, pero que tranquiliza mucho creerla definitiva, por ejemplo la familia o la casa de los que tienen una familia y una casa. El no tena ni lo uno ni lo otro. Por qu el largo camino que segua no poda llevarle directamente a su verdadera patria y a su verdadera casa, la casa del Padre? Ah estaba su verdadera, su nica familia, Cristo que acoge a los pequeos y a los pobres, la Virgen, madre de todos los hombres y que intercede por ellos. Lo saba, lo crea. El amaba a esa familia con toda el alma. Pero no le haban dicho que el camino del juglar no lleva a esa casa? El camino del juglar era el de las peregrinaciones. Iba de monasterio en monasterio, donde los hospederos acogan a los peregrinos, con frecuencia dispuestos a encontrar en los juglares un entretenimiento para su santo viaje. Esos monasterios que eran como posadas en el camino, pero que tambin eran, al final del camino, como el umbral de la casa. Quin pudiera pararse en uno de esos monasterios y prepararse para la ltima etapa, el ltimo paso para entrar en la casa! Y el juglar entr en un monasterio. Una abada de monjes blancos lo acogi como hermano lego. Lo acogi, de mala gana. Un juglar! Era sincera su conversin?, no buscara un refugio para cuando fuese viejo? Pero lo acogi. Le encargaron los trabajos ms humildes: restregar sartenes y fregar platos en la cocina, arrancar las hierbas del jardn, barrer el refectorio. Se entreg a ello con celo y con alegra. Un da, estaba solo en la iglesia y en el relente de la maana limpiaba las baldosas con mucha agua. Arrastrando cubo y bayeta, lleg ante la imagen de Nuestra Seora y se detuvo para una breve oracin. Quera ofrecer a la Virgen... ofrecer qu?, qu tena l que ofrecer? Los monjes de la abada eran tan sabios, tan instruidos en la palabra de Dios! La estudiaban, la meditaban, la explicaban, la daban a conocer. Todos esos hermosos trabajos, todos esos santos esfuerzos, podan ofrecerlos a Dios y a su madre. Pero l, que no era nada, que no saba nada? El que conservaba de sus orgenes la marca infamante del juglar. Su mirada se pos en el nio que la Virgen, un poco arqueada, tena en la cadera y al que sonrea. A los nios, lo recordaba bien, les encantaba verle dar sus volteretas. Quiz el nio divino disfrutara tambin. Quiz su madre se sentira feliz de que se las mostrara. 2

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Sus acrobacias era todo lo que saba hacer, cuando menos esto saba hacerlo. Mejor ofrecerle esto, puesto que no tena otra cosa que ofrecer. Apart el cubo, se arremang el hbito y volvi a encontrar los gestos de antes. Los reencontr, hay que confesarlo, con placer. Atento, concentrado, los encadenaba, los repeta, volva a hacerlos cuando, por falta de ejercicio, no le salan a la primera. Pasaba el tiempo sin que se diera cuenta. Entr un monje sin hacer ruido. Oculto tras una columna, vio cmo el antiguo juglar daba sus volteretas en medio de la iglesia, a dos pasos del altar. Se indign ante tamao sacrilegio. Corri en busca del abad para que lo viera. Disimulados en un rincn oscuro, asistieron al espectculo. El monje, escandalizado, tiraba de la manga del abad y en voz baja le deca que pusiera fin a aquel espectculo. El abad, sin embargo, no se precipitaba. No es que no considerara culpable al juglar. Pero recordaba lo que haba escrito su padre, san Bernardo, cuando comparaba a los monjes con los juglares: Quin me conceder ser humillado ante los hombres? Hermoso ejercicio dar a los hombres un espectculo ridculo, pero un espectculo magnfico para los ngeles. Porque en realidad, qu impresin damos a los que pertenecen al mundo sino la de comediantes, cuando nos ven huir de lo que ellos buscan en este mundo y buscar aquello de lo que huyen, como los juglares y los acrbatas que, con la cabeza boca abajo y pies en el aire, hacen lo contrario de lo que es habitual entre los hombres, caminan con las manos y atraen as hacia ellos la atencin de todos? Hacemos ese nmero para que se ran de nosotros, para que se burlen de nosotros y avergonzados esperamos que venga el que derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes, el cual ser nuestro gozo, nos glorificar, nos exaltar por toda la eternidad. Se seren. Ciertamente, san Bernardo no quera que sus monjes fuesen juglares de verdad, cuando aada: No es un juego pueril, no es un nmero de teatro, que representa actos innobles, sino un nmero agradable, decente, serio, notable, cuya visin puede alegrar a los espectadores celestes. Un nmero pueril, una representacin teatral, un nmero indecente: como esa exhibicin de ese indigno hermano. Estaba decidido ya a poner fin a todo

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aquello y castigarle. En ese mismo instante, el hermano lego, agotado, se detuvo. Se sent sobre las baldosas, con los ojos cerrados. Temblaba de fatiga y su rostro brillaba de sudor. Entonces la Virgen de piedra se inclin, desliz de su cabeza su velo tan leve y suave como la ropa ms fina y, con gesto maternal, sec el rostro del juglar.

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