Ensayo La Felicidad
Ensayo La Felicidad
Ensayo La Felicidad
Va llevando al lector paso por paso desde una perspectiva macro, como quien
está mirando la historia del Sapiens desde el cielo. Expresión que debe ser bien
entendida por cuanto su visión es la de un agnóstico. De simios sin importancia
a dioses del frágil planeta actual es algo asi como su tesis.
Las claves principales de Yuval Noah en su libro con respecto al animal
denominado Sapiens, son: El fuego le dio poder; La conversación hizo al
Sapiens que sus semejantes cooperaran; La agricultura alimento su ambición; la
mitología sostuvo la ley y el orden; el dinero ofreció algo en que confiar; las
contradicciones crearon la cultura. La ciencia hizo al Sapiens un dios imparable,
“amortal”, insatisfecho e irresponsable.
El Homo sapiens es para Yuval Noah la única especie de “animal” Homos que
sobrevivió, de seis especies de hombres distinguidas por los científicos. Y que el
derecho a vivir de este ser, que fuimos nosotros, le costó la vida a muchas
especies de animales, en especial los grandes mamíferos, los cuales
constituyeron, sin duda, la dieta más preciada de las bandas de Homo Sapiens
de nuestra prehistoria. Descarta la romántica creencia de que los grandes
animales pobladores de nuestra prehistoria fueron aniquilados principalmente
por el cambio climático y demás cuentos románticos que hemos escuchado
desde siempre en revistas y documentales especializados.
Al leer línea por línea de esta narración, el veredicto del Sapiens es que es
culpable de esta masacre de animales y plantas, y punto. Es decir nunca en la
historia del Homo Sapiens ha podido vivir en armonía con la naturaleza.
Tremenda sentencia para contrastarla con la noble visión del hombre que nos
ha proporcionado la educación secularizada actual.
Un animal que deja de ser animal y pasa a ser un competidor inteligente por los
recursos de la naturaleza gracias a la Revolución Cognitiva. Yuval dice que
“mutaciones genéticas accidentales cambiaron las conexiones internas del
cerebro de los sapiens lo que les permitió pensar de manera sin precedentes y
comunicarse utilizando un tipo de lenguaje totalmente nuevo”, según la teoría
más ampliamente compartida para los científicos.
Las causas quedan explicadas en que ésto es apenas una teoría. Las
consecuencias de esta nueva dotación genética en el Sapiens lo hace un ser de
otro planeta nacido en el planeta de los animales y las plantas. Cambia todo (en
particular en la competencia por la sobrevivencia) para los animales y las
plantas a partir de este salto evolutivo. El Sapiens – inteligente superior- avanza
hacia un lenguaje sofisticado que le permitirá la revolución de la agricultura y de
su organización social como ningún otro animal lo pudo imaginar (claro, ningún
otro animal tiene imaginación).
Esta es otra clave. Solo a este autor se le ocurre decir que la revolución agrícola
es una trampa. Es necesario leer este libro para encontrar en esta línea de
argumentación un razonamiento como éste: “Esta es la esencia de la revolución
agrícola: la capacidad de mantener más gente viva en peores condiciones”.
La unificación de la humanidad
El dinero ha sido esencial tanto para construir imperios como para promover la
ciencia.
El imperio global que se está formando frente a nosotros, el cual podemos ver
en los noticieros de televisión y en la internet, no está gobernado por ningún
Estado o grupo étnico particulares. Está gobernado por una élite multiétnica y
se mantiene unido por una cultura común e intereses comunes.
La Ley de la religión
El autor hace una diferencia bien interesante entre las religiones teístas, el
Islamismo, el Cristianismo, el judaísmo por ejemplo, y otras religiones que él
llama Religiones de ley natural tales como el liberalismo, el comunismo, el
nacionalismo y el nazismo.
Dice que a estas creencias no les gusta que se les llame religiones sino que
prefieren llamarse ideologías. Par el caso es igual, son todas religiones al fin y al
cabo. Si una religión es un sistema de normas y valores humanos que se
fundamenta en la creencia en un orden sobre humano (no necesariamente
sobrenatural), entonces el comunismo soviético no era menos religión que el
islamismo.
El mandamiento superior que tienen en común estas tres religiones es: Homo
Sapiens posee una naturaleza única y sagrada que es fundamentalmente
diferente de la naturaleza de todos los demás seres y fenómenos. El bien
supremo es el bien de la humanidad.
La revolución Científica
El momento único, más notable y definitorio de los últimos 500 años llegó en la
mañana del 16 de julio de 1945. En aquel preciso momento, científicos
estadounidenses detonaron la primera bomba atómica en Alamogordo, Nuevo
México. A partir de aquel momento, la humanidad tuvo la capacidad no solo de
cambiar el rumbo de la historia, sino de ponerle fin. El proceso histórico que
condujo a Alamogordo y a la Luna se conoce como Revolución Científica. Pero
según este autor el descubrimiento fundacional de la revolución científica fue el
descubrimiento de América.
La disposición a admitir que no se sabe todo. Los humanos no saben todas las
respuestas a sus preguntas más importantes. Esto es lo que es verdaderamente
revolucionario en la gente de ciencia descubrir la ignorancia y aprovechar este
conocimiento.
Las observaciones sistemáticas de la realidad y el empleo de herramientas
matemáticas para diseñar nuevas teorías generales.
El uso dichas teorías para adquirir nuevos poderes. Saber es poder.
La rueda de la industria
La revolución permanente
Movimiento Perpetuo
Paz
Para el escritor de este ensayo estamos en un momento en el cual están dadas
las condiciones para una paz real, el rompimiento de la ley de la jungla, no en
ausencia de guerra como ha sido lo estándar en la historia de la humanidad.
Dice que podrían darse guerras entre varios estados, Israel y Siria, Etiopía y
Eritrea o USA e Irán, pero estas son solo excepciones que confirman la regla.
Destacamos que este libro es escrito y publicado en 2013. Existen varios factores
que nos permiten ser optimistas con respecto a la paz real, veamos:
La felicidad humana
El hombre actual es el diseñador inteligente (el autor nunca señala a Dios como
diseñador, como es obvio), y dice que la sustitución de la selección natural por el
diseño inteligente humano podría ocurrir de tres maneras 1-ingeniería
biológica, 2- ingeniería de ciborgs (seres que combinan las partes orgánicas con
partes no orgánicas) 3- ingeniería de vida inorgánica, con respecto a este último
recuerda como el Proyecto Cerebro Humano, fundado en 2005, espera recrear
un cerebro humano completo dentro de un computador, con circuitos internos
en el aparato que simulen las redes neurales del cerebro. En 2013 el proyecto
recibió una ayuda de 1.000 millones de euros de la Unión Europea.
RESUMEN
1. La noción de felicidad
Beatos esse nos volumus? La pregunta de si, ¿todos queremos ser felices?, que
San Agustín dirige a sus interlocutores en De la vida feliz 1 , se la hace cada
hombre, bajo una u otra forma, en el curso de su vida. Si intentamos entender lo
que significa la felicidad, proponiendo una definición, nos enfrentamos con una
cierta confusión, con una indeterminación difícil de disipar2 . El intento por
esclarecer esta noción de felicidad, será del que nos ocuparemos ahora.
La idea de salvación es una nueva moda. Vivimos una época de gran desolaci ón.
La soledad se percibe en el seno de la considerable algarabía de ciencias y
técnicas que no colman algunas de nuestras demandas: las de la felicidad, por
un lado, es decir, la salvación terrenal; las del porvenir, por otra parte, esto es, la
salvación del alma. ¿Existe una felicidad eterna? Y si la hay, ¿tendríamos
derecho a ella? He aquí dos interrogantes a los cuales la idea de salvación
responde. La idea de salvación nace al principio de la Edad Media: se trata de
reencontrar el jardín de Edén, el mundo antes del pecado original del cual habla
la Biblia, la conversación a solas con Dios, que procura la felicidad eterna. San
Agustín ha teorizado mucho acerca de la noción de salvación y sus palabras son
de una sorprendente actualidad. Por mucho tiempo Agustín transitó lejos de
Dios, principalmente en la secta de los Maniqueos, para quienes existía el bien
por un lado y el mal por el otro. La pregunta que se plantea es la siguiente:
¿dónde encontrar la fuerza de salvarse a uno mismo cuando se es un pecador y
se vive en un mundo interior donde uno está perdido y está abandonado todo
entero al mal? San Agustín cree que la libertad del hombre no puede salvarlo,
puesto que el hombre está, por naturaleza, separado de Dios desde la caída
original. Su concepción de la salvación lo conduce entonces a decir: "Busca
como si tuvieras que encontrar. Y, cuando hayas encontrado, sigue buscando".
Tal es la salvación, en la Edad Media como en nuestra época: buscar siempre
por sí mismo para estar a la disposición del más allá extraordinario al cual se
aspira. Esta concepción de la salvación es la de un agnóstico místico, un poco
como Adso de Melk, el narrador de El nombre de la rosa, de Umberto Eco, quien
termina perdiéndose en la divinidad, ahí donde el alma piadosa sucumbe 3 .
Buscar la felicidad en un mundo tan trastornado por las injusticias y los dramas
puede parecer egoísta. Nuestra propia felicidad está siempre ligada a la
búsqueda de la felicidad de los demás. Esta búsqueda nos ayuda a vivir. En el
valor de la felicidad, R. Polin ve uno de los "polos de referencia" de la existencia.
Con todo, la condición humana parece muy poco favorable para la felicidad. El
hombre es un ser para la muerte. Está preso del tiempo que lo arrastra
inexorablemente hacia la decadencia. El hombre es un ser limitado en su
potencia, condenado al fracaso, a la duda y a la insatisfacción. El hombre
necesita al otro, pero éste se escurre. La mayoría de estos temas clásicos han
sido retomado por los moralistas cristianos, para subrayar la miseria del
hombre caído: aunque el hombre puede buscar el olvido de su miseria en la
"diversión"4 , no podrá encontrar la felicidad sino en la salvaci ón.
Para toda la filosofía antigua el objeto de la moral es lo que nos permite definir y
alcanzar el soberano bien que es el fin supremo de nuestra actividad. Este fin es
un bien perfecto, acabado, que se basta a sí mismo y que nos llena totalmente.
Aunque todos concuerden en decir que sea la felicidad, o eudaimonía,
Aristóteles advierte en la Ética nicomaquea que cada hombre la concibe a su
manera. Para liberarse de este subjetivismo, es preciso buscar cuál es el bien
propio del hombre.
En Platón el Bien está más allá de lo que podemos aprehender y, más que
pensarlo, lo presentimos místicamente. El Bien está en la fuente de los
inteligibles y proporciona el modelo, o paradigma, según el cual se introduce en
la vida de la pólis, ciudad-estado, y en la de los individuos. El conocimiento
racional nos permite determinar la naturaleza del hombre, su sitio en esta
totalidad racionalmente estructurada, y, por lo tanto, comprensible, que es la
naturaleza, physis. Mientras el hombre no viva según su verdadera naturaleza
no podrá liberarse del estado de insatisfacción, de desgarramiento y de desdicha
interior. La pólis es la que asegura la mediación entre el individuo y el cosmos;
el orden de la ciudad corresponde al orden del mundo, estriba en los mismos
principios de organización jerárquica.
"Hemos de recordar, por tanto, [dice Platón] que cada uno de nosotros será
justo y hará lo que le compete, cuando cada una de las partes que en él hay haga
lo suyo… ¿Y no es a la razón a quien compete mandar, por ser ella sabia y tener a
su cuidado el alma toda entera, y a la cólera, a su vez, el obedecerle y
secundarla?… Y estas dos partes, así nutridas y verdaderamente instruidas y
educadas en su respectiva función, gobernarán la parte concupiscible, que es la
más extendida en cada alma, y por naturaleza insaciable de bienes. Sobre ella
han de velar las otras dos, no sea que, atiborrándose de los llamados placeres
del cuerpo, se haga grande y fuerte, y dejando de hacer lo suyo, trate de
esclavizar y gobernar a aquella que, por su condición natural, no le corresponde,
y trastorne por entero la vida de todos"6 .
Nada más opuesto a la felicidad concebida como placer subjetivo que la idea
antigua de eudaimonía. El denominador común de la filosofía moral de la
Antigüedad es el hecho de que el agente humano está orientado por fines que se
representa al mismo tiempo que se desean y que por su encadenamiento llega al
fin último, y cuya posesión permite la realización objetivamente perfecta de la
naturaleza humana. El inicio de la Ética Nicomaquea de Aristóteles da
claramente cuenta de este hecho:
"Toda arte y toda investigación científica, y del mismo modo toda acción y
elección, parecen tender a algún bien; por esto se ha dicho con razón que el bien
es aquello a que todas las cosas tienden […] Si existe, pues, algún fin de nuestros
actos que queramos por él mismo y los demás por él, y no elegimos todo por
otra cosa – pues así se seguiría hasta el infinito, de suerte que el deseo sería
vacío y vano –, es evidente que ese fin será lo bueno y lo mejor [tò ágiston]. Y
así, ¿no tendrá su conocimiento gran influencia sobre nuestra vida [pròs tòn
bíon], y, como arqueros que tienen un blanco, no alcanzaremos mejor el
nuestro?"11 .
"La dicha [l´heure] no depende más que de cosas que están fuera de nosotros,
de donde resulta que se estima más dichosos [heureux] que sabios a aquellos a
quienes ha acontecido algún bien que no han conseguido por sí mismos;
mientras que, a mi parecer, la felicidad [béatitude] consiste en un perfecto
contento de espíritu y en una satisfacción interior [un parfait contentement d
´esprit et une satisfaction intérieure] que no suelen poseer los más favorecidos
por la fortuna, y que los sabios adquieren sin ella. Así, [vivere beate], vivir con
felicidad [béatitude], no es otra cosa que tener el espíritu perfectamente
contento y satisfecho [l´esprit parfaitement content et satisfait]" 12 .
Esta distinción permite que la ética cartesiana evite el debate entre dos bienes o
fines, y abre el camino hacia el sentido moderno del concepto de felicidad.
Ilustremos lo que queremos decir con un texto de Cicerón, quien retoma la
célebre imagen del arquero:
"Pues, así como si alguien se propone dirigir una pica o una flecha hacia un
blanco determinado, lo mismo que nosotros hablamos del último bien, así él
debe hacer todo lo posible para dar en el blanco: en un ejemplo como éste, el
tirador debe intentarlo todo para alcanzar su propósito lo que corresponde a lo
que nosotros, referido a la vida, llamamos supremo bien; en cambio, el dar en el
blanco es algo, por decirlo así, que merece ser elegido, pero no deseado por sí
mismo"13 .
"No advierto en nosotros sino una sola cosa que pueda dar justa razón para
estimarnos, a saber, el uso de nuestro libre albedrío y el dominio que tenemos
sobre nuestras voliciones. Porque sólo por las acciones que dependen de ese
libre albedrío podemos ser alabados o censurados con razón, y él nos hace, en
cierto modo, semejantes a Dios, haciéndonos dueños de nosotros mismos,
siempre que no perdamos por cobardía los derechos que nos da" 14 .
3. Felicidad y civilización
"Es tiempo de que el hombre fije su propia meta. Es tiempo de que el hombre
plante la semilla de la más alta esperanza. Todavía es bastante fértil su terreno
para ello. Mas algún día ese terreno será pobre y manso, y de él no podrá ya
brotar ningún árbol elevado. ¡Ay! Llega el tiempo en que el hombre dejará de
lanzar la flecha de su anhelo más allá del hombre, y en que la cuerda de su arco
no sabrá ya vibrar […] La tierra se ha vuelto pequeña entonces, y sobre ella da
saltos el último hombre, que todo lo empequeñece. Su estirpe es indestructible,
como el pulgón; el último hombre es el que más tiempo vive. "Nosotros hemos
inventado la felicidad" – dicen los últimos hombres, y parpadean. Han
abandonado las comarcas donde era duro vivir: pues la gente necesita calor. La
gente ama incluso al vecino, y se restriega contra él: pues necesita calor.
Enfermar y desconfiar considéranlo pecaminoso: […] Un poco de veneno de vez
en cuando: eso produce sueños agradables. Y mucho veneno al final, para tener
un morir agradable. La gente continúa trabajando, pues el trabajo es un
entretenimiento. Mas procura que el entretenimiento no canse. La gente ya no
se hace ni pobre ni rica: ambas cosas son demasiado molestas. ¿Quién quiere
aún gobernar? ¿Quién aún obedecer? Ambas cosas son demasiado molestas.
¡Ningún pastor y un solo reba- ño! Todos quieren lo mismo, todos son iguales:
quien tiene sentimientos distintos marcha voluntariamente al manicomio. "En
otro tiempo todo el mundo desvariaba" – dicen los más sutiles, y parpadean.
"Nosotros hemos inventado la felicidad" – dicen los últimos hombres y
parpadean […] <Lejos de levantarse contra esta imagen de la vida futura, la
multitud se regocija> "¡Danos este último hombre, Zaratustra, – gritaban – haz
de nosotros esos últimos hombres. El superhombre te lo regalamos!". Y todo el
pueblo daba gritos de júbilo y chasqueaba la lengua" 16 .
La búsqueda del buen vivir, de la alegría, es uno de los rasgos fundamentales del
ocio. Cuando se pierde este carácter hedonista se pierde todo. Se le debe
permitir al hombre defenderse contra las agresiones de la vida moderna,
realizar todas las potencialidades de su personalidad, recuperar un ritmo
biológico más normal, liberar su poder creativo y salirse de las rutinas para
recuperar el placer del esfuerzo libremente escogido. En un mundo orientado
hacia la fabricación estandarizada y normalizada de las relaciones humanas, el
ocio impugna la transformación utilitarista de la naturaleza, rehabilita la
contemplación desinteresada, el contacto y la simpatía con una naturaleza
preservada. Pero, si el ocio permite que el "homo ludens" alcance su plenitud, en
la vida moderna este ocio está a su vez organizado y comercializado. Los viajes
están cronometrados y racionalizados para evitar cualquier imprevisto. Los
sitios de moda están señalados, recomendados, impuestos y se vuelven
concentracionarios, bullosos, artificiales y el círculo se cierra. ¿Quiere decir que
debemos condenar el ocio y negárselo al hombre? Claro que no. Pero es preciso
reconocer que este nuevo producto de consumo nos deja también insatisfechos.
Una sociedad tiene la oportunidad de colmar las aspiraciones de los individuos
cuando suscita imágenes de la felicidad que son coherentes con las posibilidades
de realización que ofrece. Nuestra sociedad actual propone un conjunto de
técnicas materiales de la felicidad que están efectivamente ligadas al desarrollo
industrial. Tiende a difundir un modo de vida uniformizado. Con todo, existen
contradicciones internas en esta noción de una felicidad fabricada sobre
medidas. Al proyectar sus más íntimas aspiraciones sobre unas imágenes
exteriores que jamás podrá encarnar y que están, ellas también, sometidas a
continuos cambios, el hombre se despersonaliza poco a poco. Busca una
felicidad que le es ajena, confunde ideal y espectáculo 18 , olvida que es en él
mismo donde se encuentran las posibilidades de construir su felicidad personal
y de construir una sociedad que lo permita. A la luz natural del día, los ídolos se
muestran frágiles y el público se queda insatisfecho, inadaptado y angustiado.
¿Se deberá ayudar al hombre a ser feliz recurriendo a las "técnicas del alma"? Si
el psicoanálisis no se presenta como una "receta" de la felicidad, logra, sin
embargo, mejorar la psiquis del hombre moderno, lo ayuda a adaptarse a las
condiciones de vida de nuestra civilización, le permite reabsorber sus conflictos
internos para integrarse mejor a la vida social. Ahora, es precisamente lo que le
reprocha Marcuse al psicoanálisis en Eros y civilizaci ón: "El concepto del
hombre que surge de la teoría freudiana es la acusaci ón más irrefutable contra
la civilización occidental – y al mismo tiempo, es la más firme defensa de esta
civilización"19 .
Pero también son muchos los que ponen en tela de juicio una concepción de la
felicidad en la cual el dinero impone su lógica perversa a la sociedad. Existen las
soluciones desesperadas: para escapar a la angustia de una sociedad de
consumo, vulgar y agresiva, algunos buscan la embriaguez de los paraisos
artificiales. Tal embriaguez, sin embargo, no puede sino simbolizar un fracaso.
La huida del yo lleva al hombre a un deterioro físico y espiritual inevitable e
implacable. Esta huída de la realidad se le oculta momentáneamente bajo una
ilusión peligrosa al individuo, quien es preso de tendencias exacerbadas e
insostenibles que no puede asumir.
El estoicismo nos enseña que el hombre que es esclavo de sus deseos no tiene ni
felicidad, ni libertad. La sabiduría consiste en limitar los deseos del hombre a
aquellos que dependen de él, a lo que el hombre sabe que puede poseer y
conservar. Sólo hay una cosa que depende de él, sobre la que él tiene un poder
absoluto: su voluntad. Como bien lo ha dicho P. Hadot, lo que depende de mí es
una "delimitación de nuestra esfera propia de libertad, de un islote
inexpugnable de autonomía en el centro del río inmenso de los acontecimientos,
del destino"22 . La libertad interior que es nuestro poder de juzgar, nuestro
"asentimiento", es sinónima de la indiferencia con respecto a las causas
exteriores y al destino. ¿Cuál es, entonces, el secreto de la felicidad según los
estoicos? Consiste en poca cosa: saber usar bien mi voluntad, no querer sino lo
que tengo y lo que me sucede. En otros términos, no desear lo que excede mi
poder. No sirve de nada desear otras cosas que lo que sucede o rebelarse contra
lo que es, porque todo es necesario; si hiciéramos esto solamente podríamos ser
infelices. Tal es el principio del consuelo: "No busques que lo que sucede suceda
como quieres, mas procura que lo que sucede suceda como sucede, y el curso de
tu vida será feliz "23 . Amar al destino es a lo que hay que llegar para ser sabio.
¿Qué crítica le podemos hacer al estoicismo? En primer lugar, esta exaltación de
la voluntad es, como lo anota Hegel, una voluntad vacía, abstracta y formal 24 ,
que no quiere nada o, al menos, que no quiere nada más que lo que es. La
voluntad estoica es toda resignación y mutila al hombre. En segundo lugar, el
estoicismo no es una sabiduría eficaz. Los estoicos afirman que puedo dominar
mis deseos con mi voluntad, sin embargo esto no es lo que experimento. Por el
contrario, lo que experimento en mi es un conflicto entre mis deseos y mi
voluntad. A veces es el deseo que prevalece, y no siempre la voluntad. En tercer
lugar, el estoicismo piensa que dado que la naturaleza está ordenada de manera
buena y razonable, la voluntad humana debe aceptar este orden. Entonces, las
necesidades y los deseos de los hombres deben ser considerados como
naturalmente buenos. Ahora bien, aunque algunos deseos lo son – los que
garantizan nuestra supervivencia, por ejemplo, – otros son excesivos y malos. El
estoicismo no da cuenta de la dualidad que hay en cada uno de nosotros entre el
deseo y la voluntad. Mis deseos se imponen a mí como si fueran determinados
por algo exterior, y que no depende de mí. ¿Cómo es posible tal desgarramiento
en mí mismo? Aristóteles nos enseña que la felicidad radica en la "vida según el
lógos" que se encuentra en la excelencia, la virtud más elevada del hombre. Con
todo, si bien es cierto que es la contemplación la que nos libera de los caprichos
de la fortuna, el hombre no es espontáneamente, inmediatamente o, por
naturaleza, racional. El hombre es solamente capaz de devenirlo: no es
razonable sino en potencia, no en acto. La naturaleza del hombre – que hay que
conocer si la felicidad, como la define Aristóteles, consiste en vivir de acuerdo
con su naturaleza o en el desarrollo progresivo de su ser – es la de ser un animal
potencialmente razonable, susceptible de devenirlo, con la condición de que
haga esfuerzos para ejercer y desarrollar su pensamiento. El hombre es el ser
que no es por nacimiento lo que debe ser, sino que ha de devenirlo. El hombre
debe realizar su naturaleza, devenir en acto lo que es primero en potencia. Es en
el horizonte del devenir de la naturaleza, o physis, que Aristóteles abandona la
concepción puramente platónica de la phrónesis que implica la identidad del
conocimiento teorético y de la conducta práctica. En el libro VI de la Ética
Nicomaquea, Aristóteles le da a la sabiduría práctica, o phrónesis, el significado
que tiene en el lenguaje usual, despojándola de todo su alcance teorético: "En el
lenguaje vulgar, [escribe W. Jaeger], es una facultad práctica que se ocupa de
dos cosas, la elección de lo éticamente deseable y el prudente descubrimiento de
lo ventajoso para uno mismo […] En relación a la ética significa ahora una
disposición habitual del espíritu a deliberar prácticamente sobre cuanto
concierne al bien y al mal humano [héxis praktiké]. Aristóteles insiste en que no
es especulación, sino deliberación; en que no se refiere a lo universal, sino a los
fluctuantes detalles de la vida; y en que, por consiguiente, no tiene por objeto las
cosas más altas y más valiosas del universo, y de hecho no es en absoluto una
ciencia"25 . Con el abandono de la teoría platónica de las ideas se advierte la
separación entre el ser y el valor, entre el conocimiento y la acción, separación
que significa paraAristóteles una distinción mucho más tajante entre metafísica
y ética, que la que existía antes, y que lo aleja de un "intelectualismo" que funda
la acción ética exclusivamente en el conocimiento del ser. "Aristóteles trazó una
línea entre la una y el otro. Descubrió las raíces psicológicas de la acción y la
valoración moral en el carácter [êthos], y desde entonces el examen del êthos
ocupó el primer término en lo que se vino a llamar pensamiento ético, y
suprimió la phrónesis transcendental. El resultado fue la fecunda distinción
entre razón teorética y razón práctica, que hasta entonces habían estado
confundidas en la phrónesis"26 . La felicidad consiste ciertamente en vivir
conforme a la virtud, en vivir conforme a la naturaleza del hombre, pero, ahora,
con Aristóteles, la vida es tanto teoría como práctica y, de manera más precisa,
la vida feliz se enraíza en el deseo, en un deseo hablado, comprendido, en una
boúlesis que tiene una estructura de sentido que le es fundamental. Si
Aristóteles define la felicidad por la función propia del hombre, es decir, por la
actividad de la parte racional del alma, debemos ahora entender que se trata de
la vida práctica de esta virtud reflexiva de todas las demás virtudes que es la
phrónesis, de una constante reflexión que pone en juego una razón capaz de
hacer siempre, pero en condiciones siempre diferentes, el camino que va de la
norma al caso singular. Tal camino es el que, partiendo de un deseo general –
boúlesis –, y por ende ineficaz, pasa por la deliberación – boúleusis – acerca de
los medios que, para nosotros, nos permiten hacer la mejor elección –
proaíresis.
La filosofía spinozista reencuentra a Aristóteles en la búsqueda de un
conocimiento verdadero de la naturaleza humana y en la afirmación de que el
deseo – affectus y cupiditas – atraviesa la experiencia humana y la constituye
como tal: "De todos los afectos [affectus] que se refieren al alma en cuanto que
obra, no hay ninguno que no se remita a la alegría o al deseo [quid ad laetitiam,
vel cupiditatem referentur]"27 . La esencia del hombre es el deseo, y en él reside
el fundamento de la ética. Es la afectividad y no la racionalidad que define al
"espíritu humano (mens humana)". El hombre es un ser de deseo o, mejor, el
deseo es la esencia del hombre, y no la señal de su miseria o de su finitud. El
deseo es la potencia de actuar del individuo: "Cada cosa se esfuerza, según su
potencia de ser, por perseverar en el ser [Unaquaeque res, quantium in se est, in
suo esse perseverare conatur]"28 . De ahí que el esfuerzo perpetuo de vivir que
Spinoza llama conatus, sea la vida misma y que se oponga a la tristeza y a la
muerte. El deseo es, entonces, un movimiento de afirmación y no sufrimiento de
vivir o de carecer. Es el esfuerzo constante por desplegar su existencia, es decir,
a la vez conservarla y acrecentarla. Todos nuestros deseos particulares son
modos de expresión y de realización de este deseo primero de perseverar en su
ser. Todo deseo es en el fondo deseo de sí, deseo de realizarse. Este oscuro
objeto del deseo, soy yo mismo. Así, el objeto del deseo es secundario con
respecto al deseo mismo o, dicho de otra manera, el deseo es creador de la
"deseabilidad" de los objetos. De ahí que ninguna cosa sea buena o mala en sí.
El deseo que nos lleva hacia ella nos hace encontrarla buena. No deseamos las
cosas porque sean buenas: nos parecen buenas porque las deseamos. Es el
sujeto mismo como deseo quien es la fuente de la definici ón de los bienes y el
fundamento de los valores. Spinoza invierte la tesis de una objetividad absoluta
de los valores. Las cosas no son buenas en sí mismas sino relativamente a
nuestro deseo y a nuestra constitución29 .
5. Conclusión