Llovet Ideologia y Metodología Del Diseño
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Llovet Ideologia y Metodología Del Diseño
¿A qué lector del Ulysses de Joyce no le habrá sorprendido la aparición de una bacinilla, un
espejo y una navaja en la primera página de la novela?: -Solemne, el gordo Buch Mulligan
avanzó desde la salida de la escalera, llevando un cuenco de espuma de jabón, y encima,
cruzados, un espejo y una navaja. La suave brisa de la mañana le sostenía levemente en alto,
detrás de él, la bata amarilla, desceñida. Elevó en el aire el cuenco y entonó: - Introibo ad altare
Dei.
No porque sí dispuso el genio actualísimo del irlandés esos objetos en el pórtico de su
opera magna, que es a su vez una de las primeras piedras de las literaturas del siglo XX y, en
este sentido, una de las primeras muestras de una literatura moderna en la que lo doméstico y lo
cotidiano vienen a ocupar el lugar de lo heroico y la epopeya trascendental.
Como bien sabrán los lectores de Joyce, esos objetos están allí para sustituir y evocar
otros, sagrados: un cáliz y una patena. Evidentemente, aquellos objetos están en el lugar irónico
del ritual litúrgico de la misa cristiana. Unos objetos de uso cotidiano, desprovistos de toda pátina
sacramental y aun estética, ocupan al amanecer de un día en la vida de un héroe desgastado y
trivial, el lugar que en otras literaturas y en otras sociedades reales ocuparon determinados
objetos sacralizados, investidos de “autoridad” estatuaria, emblemas y símbolos de complejas
relaciones interpersonales y sociales.
Esta referencia literaria -excúsela el lector, pero no la crea dislocada y otras atienda- nos
sirve de excusa para el Introito de esta otra escena escrita - la del libro presente.
Pues, en efecto, si algún elemento nos permite hoy caracterizar lo peculiar y distintivo de
nuestras sociedades evolucionadas, eso es, la posición que en ellas ocupa el microcosmos de
los múltiples y variopintos objetos de que nos rodeamos -o que nos rodean, sin que nos demos
cuenta de su presencia fantasmal-, destinados casi siempre a algún uso particular, pero
destinados también, cada vez más y si uno lo piensa a fondo, a hacemos, sencillamente,
compañía.
Resulta curioso que en alemán la palabra compañía sea, en esa acepción concreta, la
misma palabra que sociedad, en el sentido más amplio de la palabra sociedad: Gesellschaft.
Teniendo en cuenta que el gran desarrollo de esa -cultura objetual. -y también de signos
gráficos- a que nos referimos se encuentra evidentemente ligada, en la tradición histórica de la
Europa contemporánea, a la producción, el consumismo y en general el modelo social-
estructural del capitalismo tecnológico avanzado, y siendo la Alemania moderna un buen ejemplo
de tal modelo, el lector comprenderá que podamos decir, con claro sentido, que los objetos -
industriales. -ya especificaremos más adelante lo que entendemos por tales objetos- nos hacen
Gesellschaft, es decir, nos hacen compañía y sociedad al mismo tiempo. En este sentido,
movimientos o escuelas de diseño como el Staatliches Bauhaus de Weimar o su relativo
renacimiento en la Hochschule für Gestaltung de Ulm, inicialmente relacionada con la empresa
Braun, justifican ampliamente nuestro juego de palabras.
En otros términos, y aprovechando la maleabilidad de aquel vocablo alemán, bien
podemos decir que el entorno objetual -más aún, el entorno proyectual que nos acompaña es
también uno de los elementos objetivos por los que se fragua, a su modo, la socialidad de
nuestra época. Los objetos nos hacen tanta compañía, las señales gráficas inciden con tanta
relevancia -y tanta perseverancia en nuestro entorno, que no es arriesgado afirmar que, entre
otras cosas, las sociedades modernas son precisamente sociedades gracias al papel que en ella
asumen, a muy distintos niveles, los elementos diseñados.
Así, por ejemplo -y de momento sin la pretensión de ser exhaustivos, pues nos hallamos
en el pórtico del ensayo,
a) los objetos son un elemento de conexión entre el hombre y la naturaleza (como
veremos más adelante, esa conexión se ha establecido y se sigue estableciendo de acuerdo, por
lo menos, con tres módulos distintos de actuación, que denominaremos naturalista, inventiva y
consumista),
b) los objetos son un elemento de conexión entre los hombres, es decir, constituyen un
elemento responsable de ciertos niveles de la relación interpersonal moderna (así, por ejemplo,
un autobús urbano -que no por complejo deja de ser objeto- .predispone- a cierta forma de
convivencia, más o menos accidental y breve, entre personas: todo el mundo sabe que si un
autobús dispone sólo de hileras de asientos individuales, dificultará la relación verbal entre los
miembros de una pareja-de-enamorados-que-se-hablan-entre-sí, mientras que si dispone sólo de
hileras de asientos situados en filas de dos por fondo, será muy útil para nuestros enamorados,
pero muy incómodo para determinados ciudadanos -que los hay- que desean viajar solos para
poder extender tranquilamente su periódico y librarse a una lectura silenciosa y concentrada; o,
para ser todavía más claros, véase el ejemplo de banco modular, adecuado a distintos. patrones
de relación interpersonal, que diseñó Gaudí para el Parque Güell de Barcelona: allí puede uno
sentarse en la parte convexa del banco y su mirada se dirigirá normalmente al frente, sin tener
que chocar a la fuerza con la mirada y la presencia de los sentados en la parte cóncava del
banco, y al revés: por lo menos en tiempos de Gaudí, las parejas formadas por soldados-de-
paseo-con-muchachas-de-servicio-en día-libre preferían por razones obvias los rincones.
cóncavos, casi recoletos, del banco serpentín.
c) los objetos son a menudo portadores de un plus de significación -lo que Baudriílard
denomina el valor de cambio/signo de un objeto- que les permite funcIonar, también, como
“designantes”, denotado res o connotadores de status socio-económico, ideales estéticos del
consumidor, punto de vista moral del usuario, etc. Así, por ejemplo, el célebre jarrón Shiva del
diseñador Sottsas, no es únicamente un recipiente útil para IIenarlo de agua y disponer en él una
o dos flores -no muchas más-, sino también un -objeto de decoración- que define el gusto de
quien lo posee, o por lo menos su gusto en el momento que lo adquirió (ya hablaremos del
drama que suponen las modas estilísticas cuando el poder adquisitivo de un usuario no corre
paralelo con la evolución de los o los -manierismos. del diseño), y define también, evidentemente
-es decir, al nivel de la significación de que es portador el objeto en tanto que -signo estético.,
luego fenoménico- cierta consideración moral, cierto punto de vista o cierto juicio de orden
sexual: todo el mundo coincidirá en que el poseedor de un florero Shiva -que, por lo demás,
suele instalarse desnudo, es decir, sin flor, encima de una mesa o de una estantería- puede ser
un adulador consciente o inconsciente de los genitales masculinos, puede ser un verdadero
reprimido sexual, puede ser alguien a quien la exhibición de un signo (en propiedad, un símbolo)
de genitalidad no le produce ni el más ligero malestar ni vergüenza, y puede ser por fin,
sencillamente, un ingenuo y probo ciudadano pequeñoburgués a quien en una ocasión le fue
regalado el florero, y lo instaló tal cual en una repisa, sin ponerse a pensar qué seria aquello que
acababan de ofrecerle.