Conquista y Ocupación Del Actual Territorio Argentino

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Conquista y ocupación del actual territorio argentino


Si se dejan de lado las experiencias pioneras, la expansión sobre el actual
territorio argentino poco tiene que ver con la ilusión del oro.

En el caso de “el Tucumán” (centro y noroeste de la Argentina actual) estuvo


relacionada con la necesidad de consolidar la frontera y ampliar zonas donde instalar a
los inquietos “ex” conquistadores del Perú.

A su vez, los asentamientos en el Río de la Plata (en un principio todo el litoral


hasta Paraguay) respondieron al deseo – que por mucho tiempo se vería frustrado - de
establecer una vía de conexión marítima con España que ofreciera una alternativa al
regreso por el Caribe o por el estrecho de Magallanes.

Las ciudades fueron fundadas por diversos motivos, entre los que se destacan
los estratégicos y económicos. Su evolución, estancamiento o, en algunos casos hasta su
desaparición, tuvo que ver con los “ciclos de expansión y contracción de “fronteras
internas” y, en determinado momento, con el auge de la plata potosina. La escasez de
metálico llevó a que se convirtieran en áreas dependientes de los “centros” del imperio
colonial, y que hasta mediados del siglo XVIII funcionaran como un apéndice de la
economía minera altoperuana.

El estrecho interoceánico y el Río de la Plata.

Entre 1513 y 1514, navegantes que trabajaban para la corona portuguesa


suministraron la información necesaria para confeccionar un mapa que dividía el
continente americano en dos partes con un estrecho que pasaba a la altura del Río de la
Plata. La noticia de los progresos realizados por sus rivales, llevó a que la corona
española cumpliera la promesa realizada en 1512 a Juan Díaz de Solís, otorgándole una
capitulación para descubrir “las espaldas de Castilla de oro y de allí adelante 1700
leguas sin tocar las tierras portuguesas”.

Tras la búsqueda del paso interoceánico, más tentado que confundido, Solís
llegó a un gran río que llamó de Santa María o Jordán (actual Paraná Guazú) entre enero
y febrero de 1516, y navegó hasta las costas del Uruguay donde encontró una isla que
denominó Martín García en honor a uno de sus marineros que fue enterrado allí. Pronto
lo acompañarían en suerte Solís y sus compañeros, que apenas desembarcados en la
costa del Uruguay encontraron la muerte a manos de los indios.
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No obstante el fracaso de la expedición, con los años algunos de sus


sobrevivientes llegaron a los contrafuertes andinos y contribuyeron a forjar el mito de la
“Sierra de la plata”, que formaría parte del imaginario de los conquistadores durante los
años venideros.

Habida cuenta del fracaso de Solís, la Corona decidió probar suerte con un
nuevo intento. En el año 1519, el marino portugués Hernando de Magallanes partió
desde España con la consigna de encontrar finalmente el paso que condujera a las Indias
orientales. En su recorrido por la actual costa argentina uno de sus cronistas – vale
aclarar que la fortuna quiso que fuera uno de los pocos sobrevivientes - recogió
importante información antropológica y geográfica. No faltaron las rebeliones
castigadas con mano dura y el contacto con los aborígenes “patagones”, de los cuales
embarcó dos de quienes sólo el relato llegó a Europa.

Cuando parecía que la empresa correría la misma suerte que otras tantas,
Magallanes halló la entrada al estrecho, el Cabo de las Vírgenes y, en menos de un mes,
apareció en el océano Pacífico.

La ruta hacia el Maluco (Islas Molucas) estaba abierta, y comenzaba lo que


luego de varios accidentes culminaría con el primer viaje alrededor de la tierra. Con
rumbo noroeste la expedición se dirigió a Filipinas donde en un enfrentamiento con los
aborígenes Magallanes murió. Sus capitanes recorrieron el archipiélago, llegaron a las
Molucas – donde se consiguió mucho de lo que se buscaba – y luego de casi un año y
medio de navegación en medio de los dominios portugueses, bordeando la costa
africana, Sebastián Elcano arribó al puerto español de Sanlúcar de Barrameda en
septiembre de 1522.

El primer viaje de circunnavegación había cobrado un alto precio, ya que sólo


dieciocho hombres de los casi 240 que habían partido vivieron para relatar la
maravillosa experiencia. La gloria sólo empalidecería frente un suceso que se convirtió
en un excepcional emblema de los años de la conquista desenfrenada. Mientras la hueste
de Magallanes cumplía el vaticinio de Colón, Hernán Cortés conquistaba México e
inauguraba un nuevo hito en la carrera colonial, ya que convertía el mediocre hallazgo
de hacía unos años en el negocio más auspicioso de todos los tiempos.

Mientras que Portugal reiniciaba la polémica por sus derechos sobre Oriente,
España intuía que su destino estaba ligado a la conquista americana. En los años que
siguieron al regreso de Elcano se probó suerte nuevamente – él mismo moriría en la
expedición siguiente –, pero para entonces el oro, que a poco de andar cedería el lugar
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de privilegio a la plata, se disponía a ocupar en el ámbito del tráfico internacional, el


lugar que las especias habían detentado hasta entonces. El expansivo capitalismo
mercantil, recibió gustoso el aluvión de metálico americano que favorecía el proceso de
acumulación y permitía agilizar las crecientes transacciones.

Otros desobedientes en el Río de la Plata

A mediados de 1520, Sebastián Gaboto, hijo de un veneciano que trabajaba para


los ingleses, consiguió el permiso necesario para seguir la ruta de Magallanes y Elcano.
Pero tras sus primeros pasos en tierras americanas, poco tardaron los relatos de los
sobrevivientes de la primera expedición al Río de la Plata en hacerle cambiar de idea e
impulsarlo a la búsqueda de las riquezas que ya habían aparecido en México.

Para ese entonces el “río de Solís” ya era conocido con el pomposo nombre de
Río de la Plata, y se aseguraba que conducía a la Sierra homónima y al Imperio del rey
blanco.

Decidido a hallarlo, remontó el Paraná y estableció la primera fundación en


territorio argentino (el fuerte Sancti Spiritu) y luego de unirse a Diego García - otro
“desobediente” - llegaron juntos hasta el Paraguay. Nada por aquí, nada por allá, y de
regreso a España con algunas deudas más de las que habían partido. De acuerdo con la
tradición de los que poco o nada hallaban y debían justificar el fracaso de un viaje sin
autorización, esparcieron por Europa un relato tan desmesurado como impreciso que no
obstante resultaba verosímil para los hombres de su época.

Si algo faltaba para tornarlo aún más creíble, a comienzos de la década de 1530
Pizarro llegó a Perú y repitió la hazaña de Cortés. Nuevamente, un puñado de intrépidos
había consumado otra proeza. Tesoros, tierras, y recursos humanos parecían estar
esperando a quién tuviese las agallas para hacerse de ellos.

Los que llegaron de España: Pedro de Mendoza

Un bravo capitán de los tercios españoles, que según las malas lenguas en 1527
había participado en el saqueo de Roma, encontró en la empresa americana lo que a
priori parecía una magnífica oportunidad de invertir su fortuna de dudoso origen.

Apremiado porque las noticias que llegaban del Imperio de los incas ponían en
carrera a otros competidores, se apresuró a firmar una capitulación que poco o nada
tenía que ver con la carta de merced otorgada a Colón en su primer viaje: muchas
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exigencias por parte de la Corona con respecto al equipamiento de la expedición – que


sólo serían cumplidas a medias -, y recompensas sujetas al éxito que esta vez sería
severamente fiscalizado por oficiales reales.

Lo cierto es que Don Pedro de Mendoza y la multitudinaria hueste de 1500


personas que lo acompañaba, hallaron una realidad muy distinta de la que esperaban.
Víctima de una sífilis que lo tenía postrado, llegó maltrecho pero con la esperanza de
encontrar en estas tierras salud y dinero. A orillas del río de la Plata, en la
desembocadura del Riachuelo, estableció Santa María del Buen Ayre a principios de
febrero de 1536.

Aunque tenía permiso para construir hasta tres fortalezas de piedra – lo que
revela el absoluto desconocimiento del territorio – sólo pudo levantar un precario
caserío de barro y paja, rodeado por un fuerte de palo a pique. La naturaleza se revelaba
hostil, y los indispensables aborígenes no se mostraban ni en gran cantidad, ni muy
dispuestos a satisfacer las necesidades de los recién llegados.

Como había ocurrido en otras experiencias de la etapa antillana, mientras un


grupo desfallecía en la búsqueda de “las tierras del rey blanco”, la gran mayoría veía
como la supervivencia se transformaba en su pesadilla cotidiana. No habían pasado
cuatro meses del arribo, cuando los indios querandíes y guaraníes decidieron cercar el
asentamiento. Sometidos a un ayuno involuntario que en ocasiones condujo a la
antropofagia, los primeros y fugaces porteños comenzaron a dispersase en expediciones
que corrían detrás de alimentos y de la Sierra de la Plata. Con este objetivo remontaron
el Paraná y fueron dejando una serie de poblaciones que, al mismo tiempo que
aseguraban la marcha, permitían “descargar” la población que en Buenos Aires no se
podía sostener. De este modo se establecieron en Asunción (1537), donde las
condiciones de vida parecían mejorar, y el rumor de la riqueza se escuchaba con mayor
nitidez. Pedro de Mendoza no soportó más los embates de su enfermedad y tomó la
decisión de partir a España, a donde nunca lograría llegar. A su muerte, como un
augurio del porvenir, estalló la interna de los conquistadores. Sus capitanes se
disputaron la herencia a brazo partido, y en 1541, al parecer más por cuestiones políticas
que por razones de supervivencia, decidieron trasladar a los 350 habitantes que aún
quedaban en Buenos Aires.

En Asunción se estableció el centro de población rioplatense que entre 1540 y


1570 recibió nuevos adelantados y conquistadores que fracasaron uno tras otro. La
ciudad, alejada del control y del interés real, se reveló autónoma y levantisca, y durante
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todos esos años permaneció al margen de la expansión, aguardando el momento para


hacer una nueva entrada en escena.

Desde Perú y desde Chile: ocupación del centro y norte del territorio
argentino

Mientras que la incursión rioplatense se revelaba como un fracaso, en Perú el


éxito de la conquista fue seguido por la lucha entre distintas facciones de los
vencedores. Esta circunstancia facilitó la intervención de la Corona que, conminada a
poner orden, tuvo la oportunidad de recuperar las concesiones realizadas por necesidad
a particulares sin vocación de mando.

Una vez controlada la situación, se debieron tomar los recaudos necesarios para
evitar que en el futuro volvieran a repetirse los cruentos episodios de las guerras civiles.
Esta situación, que puso de manifiesto la necesidad de distraer a la “mano de obra
desocupada”, fue hábilmente conjugada con razones de carácter estratégico. De este
modo, fomentó la movilización de contingentes hacia el sur del continente.

Mientras que los araucanos resistían en Chile la entrada de Pedro de Valdivia,


en el año 1543 partió desde Perú una expedición al mando de Diego de Rojas, que
atravesó el Tucumán (nombre con el que comenzaría a designarse la región que
comprende el centro y noroeste del actual territorio argentino) hasta llegar al río
Paraná. Luego de tomar contacto con los hombres que habían trasladado la población
rioplatense a Asunción, regresó a Perú con información de vital importancia con
respecto a las características y posibilidades de la región.

A partir de entonces, bajo el auspicio de las autoridades peruanas, se puso en


marcha la ocupación del Tucumán desde dos nuevos frentes. Pero la superposición de
autorizaciones a los que llegaban desde Chile o los que lo hacían directamente de Perú,
sumada a las dificultades naturales que presentaba el territorio, entorpeció desde un
primer momento el avance de la conquista. La disputa se originaba en los derechos,
originalmente otorgados al gobernador de Chile Pedro de Valdivia, y las concesiones
realizadas a Juan Nuñez de Prado por el licenciado La Gasca, gobernador de Perú, para
fundar ciudades en las tierras que se encontraban al este de la cordillera de los Andes.
Luego de riñas y disputas, la originaria ciudad de Barco fundada por Nuñez de Prado
fue trasladada en sucesivas oportunidades, hasta que finalmente en 1553 se convirtió
en Santiago del Estero. De este modo, no sólo fue la primera ciudad destinada a
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perdurar, sino que además, con el correr de los años, fue uno de los principales centros
desde donde se llevó a cabo el proceso de conquista y ocupación. Mientras la intención
predominante fue garantizar la conexión con Chile, se trató de asegurar los contrafuertes
andinos. Con este objetivo, Juan Pérez de Zorita fundó tres ciudades que, aunque de
corta vida – puesto que serían destruidas en 1562 por los indios calchaquíes -, revelaban
el interés de poblar, defender la tierra, y asegurar las bases del intercambio comercial.
Así, entre 1558 y 1560 se fundaron Londres (en Catamarca), Córdoba (en los valles
calchaquíes) y Cañete (en Tucumán). En Cuyo, región que administrativamente
dependería de Chile hasta bien entrado el siglo XVIII, se fundaron Mendoza y San Juan,
y varios años más tarde, cuando ya se había consolidado la tendencia definitiva hacia el
Atlántico, se fundó San Luis.

En tanto no fue aclarada la cuestión de las jurisdicciones de Chile y los enviados


al Tucumán, la ocupación del territorio pareció detenerse. Cuando fue confirmada la
creación de una nueva gobernación que dependía de del Virreinato del Perú y se nombró
como gobernador a Francisco de Aguirre - el otrora fundador de Santiago del Estero -
las fundaciones retomaron su marcha con el objeto de unificar el océano Atlántico con
la explotación de las minas de Potosí. A su impulso se debe la fundación de San Miguel
del Tucumán y de Talavera del Esteco, que hasta la fundación de San Salvador de Jujuy
sería una de las rutas obligada hacia el Alto Perú.

Entre los intereses españoles se confundían dos intenciones bien definidas, que
sin embargo poseían muchos puntos en común. Mientras que el oidor de la Audiencia
de Charcas, el Licenciado Matienzo promovía la fundación de ciudades para poder
establecer un nuevo circuito para la salida de la plata hacia España, el virrey peruano
Francisco de Toledo consideraba oportuno no innovar en materia de rutas comerciales
(Lima – Portobello). Según su parecer, debían establecerse poblaciones que sirvieran
como barrera de contención a las incursiones indígenas y como fuente de
abastecimientos para las minas de Potosí. Al parecer más persuadido por el plan de
Matienzo que por las órdenes de Toledo, Jerónimo Luis de Cabrera fundó Córdoba en
1573, y rápidamente se dirigió al río Paraná donde estableció el puerto de San Luis
sobre el antiguo de Gaboto. A poco de regresar a Córdoba, recibió la noticia de que Juan
de Garay, partiendo desde Asunción había fundado Santa Fe y tenía toda la intención de
restablecer Buenos Aires.

Aún cuando el plan del Licenciado Matienzo acababa de reforzarse con el


nombramiento de un nuevo adelantado para Asunción, las órdenes de Toledo se
cumplieron. De este modo, antes que el siglo XVI llegará a su fin, se llevó a cabo la
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fundación de San Felipe de Lerma (en honor a su cruento fundador) en el Valle de Salta,
Todos los Santos de la nueva Rioja, y San Salvador de Jujuy. San Fernando del valle de
Catamarca debió esperar hasta que en 1683 el crecimiento de su población decidió la
constitución de un nuevo Cabildo.

Nuevamente Buenos, pero ahora desde Asunción.

Como se señaló anteriormente, luego del fracaso del primer intento de fundación
en Buenos Aires, la población rioplatense se trasladó a la ciudad de Asunción, que
durante las tres décadas siguientes imaginó más el contacto con el Alto Perú que la
posibilidad de llevar a cabo una refundación en el estuario. Al amparo de una población
indígena modesta pero colaboradora se constituyó un asentamiento que adquirió
características distintivas del resto de la ocupación española en América. El escaso
interés que por entonces despertaba en la Corona, permitió que se enseñorearan
caudillos que frecuentemente se veían enredados en la lucha por el poder. Esta
situación, a la que se sumó una dosis considerable de mala fortuna, contribuyó a que
fracasaran los intentos de restaurar el orden perdido con nuevos adelantados: Alvar
Nuñez Cabeza de Vaca (1542 – 1544) fue depuesto y enviado a España encadenado, y
el nombramiento de Juan de Sanabria, que murió antes de partir, recayó en su esposa,
doña Mencia Calderón (1550 – 1555). El destino rioplatense parecía no poder cambiar.
Pero hacia mediados de la década de 1560, la prosperidad de Potosí superó cualquier
expectativa previa, y el impulso poblador que se extendía a lo largo del Tucumán,
comenzó a vislumbrar la necesidad de constituir una cabecera en el Río de la Plata. Este
proyecto fue llevado a la práctica por el cuarto adelantado, Juan Ortíz de Zárate (1570 –
1576) que, aún cuando no resulto más afortunado que sus antecesores, logró, un tiempo
antes de morir, recibir la noticia de que su Teniente de Gobernador, Juan de Garay,
había dado el primer paso de lo que significó el comienzo de una nueva etapa. En 1573,
Garay fundó Santa Fe, y cumpliendo con las órdenes del último de los adelantados, Juan
Torre de Vera y Aragón, se dispuso a ocupar la ciudad - puerto abandonada 39 años
atrás. Ahora, olvidadas las plateadas fantasías, se convertía en la puesta en práctica de
un proyecto geopolítico y económico mucho menos tentador pero tal vez más sólido.
Para los sesenta pobladores que lo acompañaron, estaba claro que sólo se podría
sobrevivir a partir del trabajo de la tierra y, de evolucionar favorablemente las
circunstancias, de las posibilidades comerciales que brindaría su puerto como enlace
con Europa. Como esto - contra lo que muchos suponen - no ocurrió de inmediato, la
definitiva Buenos Aires fue, hasta bien entrado el siglo XVIII, una pequeña y modesta
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aldea que tuvo un papel secundario y dependiente de las pujantes - aunque a su vez
subordinadas - ciudades del interior.

Muerto Garay, su yerno, Hernando Arias de Saavedra (Hernandarias) - quien


pronto se convertiría en el caudillo indiscutido de la región rioplatense- formó parte de
la última fundación de esta primera etapa de poblamiento del litoral.. Liderando a un
grupo de 200 criollos asunceños, acompañó al último adelantado del Río de la Plata,
Torre de Vera y Aragón, quien fundó en 1588 San Juan de Vera de las Siete Corrientes.

¿Qué pasaba con el resto del territorio?

Tal vez esta apretada síntesis acerca de las razones y la dinámica de la fundación
de las poblaciones, deja la idea de que sólo se hace hincapié en las más importantes o en
las que con el tiempo se transformaron en cabeceras de provincia. Pero vale la pena
aclarar que no se trata de un descuido, ya que la población española se concentró en
torno de estos asentamientos urbanos, y los territorios circundantes sólo fueron
incorporados a partir de las necesidades económicas, esto es, cuando el ganado o los
cultivos comenzaron a requerir un mayor espacio. En ocasiones surgieron conflictos con
respecto a los límites de cada ciudad (que incluía, además del casco urbano, las tierras
que eran entregadas a los pobladores en calidad de chacras y estancias), puesto que unas
terminaban donde las otras empezaban.

Pero hasta fines del siglo XIX y comienzos del XX, gran parte del territorio
argentino fue “tierra de indios”: En el norte - la Región del Gran Chaco -, desde Bolivia
hasta Santa Fe, y desde Jujuy y Salta hasta el Paraná, permaneció al margen del control
del hombre blanco, y lo mismo ocurrió con la Patagonia, desde el río Colorado hasta
Tierra del fuego.

Los aborígenes argentinos y los conquistadores del siglo XVI

Entre las dificultades que hallaron los conquistadores durante esta primera etapa
de conquista y ocupación del actual territorio argentino, debe mencionarse muy
especialmente la actitud adoptada por la población indígena. La fortuna de las poco
numerosas huestes fundadoras – en ocasiones treinta o cuarenta individuos -, estuvo
sujeta en cada lugar al grado de docilidad o belicosidad que exhibieron los aborígenes.
El comportamiento de las diferentes etnias varió en tiempo y espacio. Por ejemplo los
huarpes de Cuyo fueron sometidos con relativa facilidad, pero no ocurrió lo mismo con
algunas parcialidades de los calchaquíes del Tucumán y los guaraníes del Litoral, que
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mantuvieron en jaque a la población blanca hasta bien entrado el siglo XVII. En primera
instancia, el no ser aceptados de buen grado implicaba para los europeos graves
dificultades para asegurarse el sustento material. La amplitud del territorio otorgó a los
aborígenes la posibilidad de refugiarse en tierras nuevas adonde la mano del hombre
blanco no podía llegar. Si lo que seguía era la guerra, los españoles encontraron tantas
dificultades para llevarla adelante como para lograr acuerdos duraderos. En inferioridad
numérica, y en ocasiones moviéndose en un medio natural poco propicio para sus
tácticas militares, dependieron - al decir de los cronistas de la época de un modo
indispensable - del apoyo de grupos indígenas aliados.

La ausencia de una estructura política aglutinante semejante a la de los grandes


imperios americanos, incidió de modo diverso sobre las posibilidades de resistencia
indígena. La falta de unidad facilitó la resistencia aislada, pero, salvo casos
excepcionales, conspiró contra la posibilidad de aunar fuerzas para el combate. La
guerra, el aumento de la carga laboral, los traslados de población y los repartos de tierra
entre los españoles (que alteraron las formas de producción y distribución), arrojaron
como resultado una considerable disminución de la población indígena. Aunque debido
a la falta de fuentes confiables o de muestras significativas no existe acuerdo entre los
historiadores con respecto a la magnitud del hundimiento demográfico, se cree que la
mayor parte de los factores que incidieron sobre la población indígena de todo el
continente estuvieron presentes en el territorio argentino En este aspecto, la región del
Tucumán constituye un caso paradigmático. Con una población indígena mucho más
numerosa que en el resto del territorio, ya en 1576 conoció las primeras disposiciones
(Ordenanzas de Gonzalo de Abreu de Figueroa)que regulaban, a través del régimen de
encomienda, el status jurídico del indígena.

Tras la fachada de una legislación protectora, se reducía a los naturales a la


categoría de mano de obra servil. Si bien es cierto que la situación dista de ser
comparable con lo ocurrido en el Caribe durante los primeros años de la expansión, la
diferencia no radica en los procedimientos utilizados por los conquistadores. La
ductilidad de algunas etnias para incorporar instrumentos de guerra europeos – como el
caballo -, y, como se señaló anteriormente, la amplitud y características del territorio,
permitieron a los aborígenes mantener una actitud beligerante, aunque por lo general
defensiva. De este modo, algunos lograron preservar durante varios siglos más su
independencia, hasta que la brecha tecnológica puesta al servicio del “progreso y la
civilización” agotó sus estrategias.
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Corrientes pobladoras del territorio argentino

Corriente del Este Corriente del Norte Corriente del Oeste


procedente de España Procedente de Perú Procedente de Chile
Años
1536 Buenos Aires (Pedro
de Mendoza)
1537 Asunción (Salazar de
Espinoza)
1550/1552 Barco I,II,III, (Núñez
del Prado la Trasladó)
1553 Santiago del Estero
(4ºtraslado, Francisco
de Aguirre)
1561 Sta. Cruz de la Sierra Mendoza (Pedro del
(Ñufrio de Chaves) Castillo)
1562 San Juan (Juan Jofré)
1565 Tucumán (Diego de
Villarroel)
1573 Santa Fe (Juan de Córdoba (Jerónimo L.
Garay) de Cabrera
1580 Buenos Aires (Juan de
Garay)
1582 Salta (Hernando de
Lerma)
1588 Corrientes

(Hernandarias)
1591 La Rioja (Juan R. de
Velazco)
1593 Jujuy (Francisco de
Argañaraz)
1594 San Luis (Luis Jofré de
Loaiza)
1683 Catamarca (Fernando
de Mendoza Mate de
Luna)
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