Clase de No Se Que

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A principios de 1516 Solís llegó a un enorme accidente geográfico que supuso era el deseado

estrecho que permitiría pasar del Atlántico al Pacífico. Algo le llamó la atención y mandó a
uno de sus lugartenientes que probara el sabor del agua de aquel mar. Era dulce y, haciendo
gala de una notable creatividad, don Juan Díaz lo llamó “Mar Dulce”.

Pocos días después la flota hizo un alto en una isla para enterrar al despensero de la
expedición recientemente fallecido, aparentemente de muerte natural. Se llamaba Martín
García.

La curiosidad y el querer imitar a sus colegas que ponían rodilla en tierra y se apoderaban de
lo ajeno en nombre de Dios, el Rey y esas cosas, lo perdieron a Solís. Desembarcar
desembarcó, pero a los pocos minutos fue muerto a flechazos junto a ocho compañeros. Los
charrúas no querían saber nada con extraños que se presentaban sin invitación.

El único que se salvó fue el más joven de la expedición, un tal Francisco del Puerto, al que
los charrúas le perdonaron la vida y lo llevaron a vivir con ellos por más de diez años. Del
Puerto formó pareja con una india y tuvo dos hijos.

La de los charrúas era una etnia muy extendida a través de todo el territorio de la actual
República Oriental del Uruguay, Entre Ríos y el Sur de Brasil. Era un pueblo guerrero por
excelencia y lo siguió siendo. Los españoles tendrán que esperar más de un siglo para poder
poner un pie en tierra y fundar el primer asentamiento de Santo Domingo de Soriano en 1624.
El pueblo charrúa se unirá a partir de 1811 a las fuerzas de Artigas, quien los consideraba sus
hermanos.

La cuestión es que en términos castellanos de la Castilla invasora, quedaba “descubierto” el


famoso río que los portugueses llamarían “río de la Plata, y los españoles “Río de Solís”. No
era una cuestión semántica ni mucho menos. Si el río se llamaba “de Solís”, como en
principio los nombres propios correspondían a los descubridores, la región pertenecía a
España, pero si el río se llamaba “de la Plata”, este nombre impersonal nada alegaba a favor
de los españoles.

Pero la corona española seguía obsesionada con que los portugueses no se le anticipasen en el
descubrimiento del paso interoceánico. Y qué mejor para ello que recurrir a un piloto
portugués. Así es que fue contratado don Hernando de Magallanes. Como era costumbre en la
monarquía española, el dinero para financiar la expedición lo debían aportar los interesados,
y Magallanes lo encontró en el rico comerciante Cristóbal de Haro, que sería su socio
capitalista en la aventura.

La expedición de Magallanes llegó a la bahía de San Julián, en la actual provincia de Santa


Cruz en marzo de 1520, parodiando a otro futuro capitán, pero ingeniero, el capitán portugués
decidió “que había que pasar el invierno” y esperar por la primavera.

Cuando Magallanes advirtió las primeras señales de cambio de clima ordenó a la flota zarpar
inmediatamente. Pero muchos marinos temían que yendo más al sur podrían caerse del mapa
y organizaron un cruento motín. Magallanes tomó drásticas medidas: dos capitanes, Luis de
Mendoza y Gaspar Quesada, fueron ultimados con armas blancas; Juan de Cartagena y el
cura Pedro Sánchez Reina quedaron abandonados en la costa, una muerte diferida.
Magallanes logró sofocar este motín pero al poco tiempo estalló otro y una nave entera, la
San Antonio se volvió con los rebeldes a España.

Magallanes logró finalmente ponerle su nombre al famoso estrecho. Pero, como Solís, no
pudo disfrutar de la gloria. Murió en viaje y fue reemplazado por su lugarteniente, Juan
Sebastián Elcano quien sí logró llegar a Sevilla con sólo 18 sobrevivientes y contarle a Carlos
V las peripecias de su viaje y los interesantes negocios que podrían abrirse para el Imperio.
Entre estas tierras llenas de oportunidades de negocios estaban las Molucas, repletas de las
más amplias variedades de especies que se pudieran imaginar.
Pero no fue Elcano el que hizo negocios con sus descubrimientos sino su reemplazante, el
marino veneciano educado en Inglaterra Sebastián Gaboto, nombrado Piloto Mayor del reino
a la muerte de Solís. Gaboto le propuso un minucioso plan al emperador para apoderarse de
las Molucas y ponerlas rápidamente a producir. Carlos se entusiasmó y aprobó el proyecto no
sin antes emitir una Real Cédula contra el descontrol sexual abordo: “Por evitar los daños e
inconvenientes que se siguen cada día acaecen de ir mujeres en semejantes armadas,
mandamos y defendemos firmemente que en la dicha armada no vaya ninguna mujer de
cualquier calidad que sea y que vos tengáis mucho cuidado de visitar las dichas naos antes de
la partida para que esto se cumpla…”.

Gaboto zarpó en 1526, dispuesto a cruzar el estrecho de Magallanes. Pero primero pasó por
las Canarias y lejos de los controles reales, embarcó unas cuantas “mujeres enamoradas”
como se les llamaba en aquel entonces a las prostitutas. Cuando llegó a Santa Catalina, cerca
de la actual Florianópolis, escuchó por primera vez una leyenda que cambiaría su vida.
Hablaba de un Rey Blanco que habitaba en un palacio con paredes de plata cargado de
tesoros. La obediencia debida no era un valor por aquellos tiempos y Gaboto trocó a las
Molucas por la aventura del Río de la Plata.

Bajando por el Atlántico le sorprendió ver a un hombre con ropas europeas: era Francisco del
Puerto, el único sobreviviente de “los de Solís”. Del Puerto había convivido con charrúas y
guaraníes que habían logrado que la leyenda se transformara en su cabeza en una realidad
cercana. Gaboto lo incorporó a sus huestes y juntos surcaron el río que los indios llamaron
Paraná y que los europeos, a falta de mejor nombre, decidieron aprender a nombrar. En la
confluencia con el Carcarañá fundaron el Fuerte Sancti Spiritu, la primera población española
en tierras argentinas.

Pero Gaboto tenía la idea fija y no tenía tiempo para andar poniendo placas recordatorias.
Dejó en el fuerte a 30 hombres bien armados en homenaje a la lección aprendida desde Solís,
y partió en busca del Rey Blanco.
Carlos V seguía esperando alguna noticia sobre las Molucas. Se impacientó y mandó a
averiguar qué le había pasado a Gaboto.

La expedición estaba al mando de Diego García, antiguo compañero de Solís, y llegó a estas
playas en noviembre de 1527. El mundo era chico entonces y a los pocos días se encontró con
Gaboto. Se produjo una feroz pelea hasta que García entendió que le convenía bajar el copete
y hacerse amigo de Gaboto a cambio de una participación en las ganancias, que total Carlos
ni se enteraba. Rápidamente las Molucas quedaron para después y las dos expediciones
unificadas comenzaron a navegar por el Río Paraguay hacia el Norte.

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